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A muchos de
ustedes los conozco desde niño, otros se han ido agregando a la aventura de mi vida conforme
ésta va transcurriendo. Otros, que no se encuentran presentes, han tomado caminos diferentes
que nos han separado, tal vez físicamente, pero no emocionalmente ya que están presentes en
este momento tan especial de mi vida.
Todos ustedes, presentes y ausentes han colaborado de una u otra forma para que se dé este
momento tan especial, ya sea con un consejo, una ayuda, acompañando, incluso regañando y
guiando mis pasos. De todos he aprendido algo y todos, inclusive muchos sin darse cuenta, han
aportado algo para que se diera este gran logro en mi vida.
Quiero agradecer muy especialmente a mis padres, sin su guía, apoyo y comprensión que siempre
me han dado aún en momentos difíciles no hubiera logrado esto. También quiero dar un
agradecimiento muy especial a la compañera de mi vida que es quien ha vivido todas estas
aventuras a mi lado y que, sin juzgarme, siempre me apoyo pero también me corrigió cuando yo
estaba equivocado, sin su apoyo, consejos paciencia y especialmente compañía no lo hubiera
logrado, es el motor de mi vida.
Y a todos ustedes que tanto me han dado solo puedo darles una pequeña palabra de 7 letras, pero
que en tan pocas letras cabe todo el sentimiento de agradecimiento que tengo hacia ustedes.
Gracias, gracias por haber sido parte de este momento.
Celebrar “50 años de vida consagrada”, es una buena ocasión para detenerse, meditar y dar
gracias por el don de la vocación, que es pura gracia, don de Dios-Amor. Es mirar nuestra vida
pasada con los ojos de ese Dios que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestros
pecados más oscuros y nos acepta como somos.
Hace 50 años, este Dios-Amor nos miró, quiso contar con nosotras y nos invitó para una misión
especial. Acoger la invitación significó abandonar la barca de nuestras seguridades y dejar a Dios
realizar su proyecto en nuestras vidas. Los años han ido descubriendo nuestras posibilidades y
limitaciones y hoy nos ayudan a ver la vida con más realismo y verdad. Tal vez, ahora empezamos
a percibir que nuestra trayectoria por la vida, encierra un sentido más profundo que todo lo que
hemos hecho o dejado de hacer a lo largo de los años; pero lo importante ha sido, es y será el
amor de Dios que dirige nuestra vida y la cuida desde dentro. Sólo en torno a su gracia se va
tejiendo nuestra verdadera existencia y nuestra misión en el Carmelo Misionero. Más allá del
desgaste, está la confianza y el abandono incondicional en sus manos y la fe en su promesa: “El
que pierda la vida por mí, la encontrará”.
Celebrar “Bodas de Oro”, lejos de sentir que la vida se nos escapa, es seguir caminando con paz,
sin prisas ni protagonismos, sin inquietudes engañosas, con una comprensión creciente hacia
todos y con mucha compasión, dejando que Dios nos vaya madurando desde el interior, en la vida
ordinaria y cotidiana. Es ahora cuando nuestra vida puede ir creciendo más libremente hacia su
plenitud. Es ahora cuando cada experiencia dulce o amarga, cada logro grande o pequeño, cada
pecado más o menos grave, va ocupando su verdadero lugar; es ahora cuando podemos entonar,
como María, nuestro “Magníficat”. Al final de todo hallaremos la ternura insondable de un Dios que
es Padre y Madre. Celebrar “Bodas de oro” es seguir diciendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad”.
http://hospitaldivinaprovidencia.org/news/blog1.php/actdes/misa-de-accion-
de-gracias#.WsP5iC7wbIU
https://www.pensamientos.org/pensamientosbenedictoVIDACONSAGRADA.htm