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¿HAY LUGAR PARA LO INDETERMINADO EN PSICOANÁLISIS?

Julio H. Moreno

“El esfuerzo humano más vital es el de permanecer


por fuera de la así llamada estadística”
-Stephen Spencer

La concepción básica con la que hace algún tiempo pensaba la clínica no incluía un lugar para lo
inmotivado. De no ser por el desconocimiento circunstancial de causas a veces tan complejas,
pensaba, nada tiene porqué quedar fuera de la máquina de determinación causal del aparato
psíquico (aún con cierta plasticidad aportada por el aprés coup)1. Entendía además que lo
fundamental de mi tarea consistía en “traducir” (o, mejor, ayudar a que los pacientes mismos lo
hagan) en el tiempo adecuado lo ya “escrito” en el inconciente, familiar o individual, a partir de
evidencias indirectas, fundamentalmente lingüísticas, que me aportaban a mí, sujeto de
conocimiento, mis pacientes. Para ello, yo debía interferir lo menos posible con el despliegue de eso
plegado por la defensa actuando lo más per via di levare que me fuera posible. Ahora, considero
que eso sólo abarca una parte de la complejidad de los procesos psíquicos en los que se fundamenta
la clínica psicoanalítica; una parte que deja fuera aspectos que hoy creo sustanciales como, por
ejemplo, el papel crucial de los emergentes radicalmente nuevos y de producciones vinculares, cuya
comprensión escapa a una visión determinista del psiquismo.
En este capítulo intentaré profundizar en estas cuestiones. Revisaré primero algunas de las
consecuencias que la hipótesis determinista tuvo en la gesta del psicoanálisis; luego, algo de lo que
dicha hipótesis no contempló (eventos acontecimentales y producciones vinculares) y, de ser
posible, su importancia clínica. Pasaré después una ligera revista a los efectos de la inaplicabilidad
de la hipótesis realista en psicoanálisis. Finalmente, presentaré una sesión familiar en la que, espero,
se verá interactuar algunas de esas ideas con la clínica2.
1 - LOS ORÍGENES: LA CONCEPCIÓN FREUDIANA
Hablar de psicoanálisis, sea éste de personas o de vínculos, es hablar del invento con el que Freud
abrió los fecundos caminos que aún hoy transitamos. Si bien no podemos dejar de valorar ese
hecho, es innegable que algunos de los postulados que fundamentaron su creación, hace ya más de
100 años, podrían constituir hoy verdaderos obstáculos al desarrollo de su potencia.
Freud gestó su obra en pleno apogeo de la ciencia moderna, tiempos en los que la termodinámica
clásica de procesos reversibles y en equilibrio, en explosiva expansión, se había convertido en el
paradigma del conocimiento científico. Resulta lógico entonces que en los comienzos de su teoría él
haya modelado al inconciente apoyándose en la validez de las hipótesis determinista y realista,
pilares básicos de la Ciencia Clásica. La hipótesis determinista afirma que nada acontece sin razón
porque cada efecto tiene una causa que lo antecede y determina (principio de Razón Suficiente). La
hipótesis realista sostiene que la existencia de los fenómenos es independiente del hecho de ser
éstos observados y que, además, la observación no altera los hechos observados ni éstos la
observación.

1
En aquel entonces no diferenciaba aún, como lo hago ahora, si éste simplemente se trata del despliegue de lo que ya
estaba esperando, como una semilla, su germinación; o de algo anteriormente inexistente.
2
A lo largo de este capítulo no haré especial hincapié en las diferencias entre el análisis llamado “individual” y el
denominado “de relaciones vinculares” por dos razones: una, es simplemente de espacio; la otra es que, como expliqué
en otro lugar (Moreno 1997b), considero que los fundamentos de la cura en ambas configuraciones no difieren, ya que
son vinculares.
2
Hoy, estas hipótesis, indiscutibles para el pensamiento moderno de fin del siglo pasado, son
cuestionadas desde casi todas las disciplinas. Pero su influencia en los tiempos del invento y en la
historia misma del pensamiento psicoanalítico fue decisiva.
En rigor, considero que el pensamiento freudiano debió abrirse paso a través de las limitaciones que
esas hipótesis de comienzo le impusieron. La diferencia teórica y la trayectoria que media entre la
“Comunicación Preliminar...” de 1892 y “Análisis Terminable e Interminable” de 1937, por
ejemplo, constituyen para mí el testimonio del trabajo de Freud contra esas limitaciones; las que, en
mi opinión, siguieron influyendo de modo decisivo el pensamiento de la mayoría de sus seguidores.
2 - LA HIPÓTESIS DETERMINISTA
La hipótesis determinista y el principio de Razón Suficiente (o razón determinante) constituyen
principios vertebrales del armazón lógico que sustentó el pensamiento de la ciencia moderna. Así
enunciaba Leibniz en los albores del siglo XVIII el principio de Razón Suficiente:
“Nada acontece sin razón... ningún hecho o enunciado puede ser verdadero o existente... sin que
haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo”.
Si para existir una idea o un hecho debe tener una razón, no es difícil intuir que, cerrando el círculo,
pueda afirmarse que todo lo que es, para ser, tiene la obligación de ser razonable. De lo contrario,
no existe. O sea que este principio excluye por decreto lo inmotivado o sin razón. Por eso, para el
pensamiento científico determinista a ultranza, pensar por fuera del principio de Razón Suficiente (o
sea, afirmar que existe lo inmotivado) constituye una herejía. Como afirma René Thom “en la
visión científica (determinista) del mundo la novedad radical es imposible” (“imposible” es, para
este pensamiento, sinónimo de “inexistente”).
En su basamento filosófico el determinismo sostiene la existencia de una instancia Superior
Perfecta (tal vez por ello sus fundadores suelen haber sido profundamente creyentes). Ésta puede
presentarse bajo la forma de un Mundo Ordenado y Eterno de Verdades que arroja sus sombras a
nuestro conocimiento, como lo concibiera Platón; o de un Universo que opera sus piezas como un
gigantesco mecanismo de la máxima perfección mecánica (por lo tanto predictible, reversible y
reproducible), el “infalible reloj divino” que imaginó Newton; o, como la Mente Superior que
concibió Laplace, quién sintetiza de modo magistral el cénit del pensamiento determinista en esta
frase de su “Ensayo filosófico Sobre la Probabilidad” de 1814:
“Una Inteligencia Superior que en un instante dado conociera todas las fuerzas que animan la
Naturaleza y la situación de todos los elementos de los que está compuesta, si además tuviera
capacidad para analizar todos esos datos, abarcaría en una misma fórmula el movimiento de los
más grandes cuerpos del universo y de los más diminutos átomos: nada para ella sería incierto, y
tanto el futuro como el pasado se abrirían a sus ojos.”
Tal era el ideal imperante en el mundo científico que habitara el joven Freud, discípulo de Brücke y
de la escuela de Helmholtz, cuando comenzó su trayectoria. Al leer sus cartas y sus trabajos
pioneros, es fácil darse cuenta que estos ideales le resultaron particularmente caros.
3 - EL DETERMINISMO COMO PUNTO DE PARTIDA DEL PENSAMIENTO DE FREUD
La psiquiatría de la época prefreudiana concebía las enfermedades mentales (histeria incluida) como
el resultado de algún tipo de degeneración cerebral que imposibilitaba el establecimiento de
conexiones „lógicas‟. Su origen era el quebranto de las correlaciones entre causa y efecto. La locura
era el universo de lo inmotivado, lo irrazonable.
En este marco se inscribe lo trascendental de la temprana afirmación de Freud y Breuer en su
“Comunicación Preliminar” de 1892: la falta de correlación entre los efectos (síntomas) y sus
causas (traumas), es sólo aparente; aquella existe: los síntomas han sido causados por traumas. Pero
éstos se han tornado inaccesibles al recuerdo en la mente de las enfermas. No se trata de efectos
inmotivados o sin causa, sino de efectos de causa escondida. Las histéricas están enfermas... no de
falta de lógica, sino... de reminiscencias.
3
El núcleo traumático (antecedente del inconciente) compuesto de “recuerdos de eventos o cadenas
de pensamientos donde... la idea patológica ha encontrado su más pura manifestación” (Freud,
1895, pág. 288), era retenido “tal como fuera registrado, sin desgaste ni modificaciones por
períodos a veces enormes de tiempo” y apartado de la conciencia por medio de fuerzas, llamadas
„defensas‟, que imposibilitaban el acceso al recuerdo y, por lo tanto, su desgaste o abreacción. La
terapéutica psicoanalítica consistía en vencer esas defensas y revertir así los hechos que habían dado
origen a esa “retención”. Se enfermaba “de reminiscencias” y se curaba por “hacerlas concientes”;
se padecía de esconder y se sanaba al develar.
Es fácil imaginar el entusiasmo del joven científico Freud al vislumbrar la posibilidad de acercar el
territorio de las ciencias del alma al paradigma científico de su época. Se le abría nada menos que la
promesa de concebir al aparato psíquico como un sistema reversible en el que causas y efectos
recubrieran completamente sus territorios: no habría en él efectos sin causa, ni causas sin efecto.
Nada inmotivado. Algo no tan diferente a la Inteligencia Superior de Laplace. Además, la locura,
ese territorio de la sinrazón del que se había apoderado la Iglesia (la posesión del Bien o del Mal, de
Dios o Satanás como causa de los delirios de Santas o Herejes); podría pasar ahora, por fin, a ser
territorio de la Razón (ver Freud, 1922).
Por cierto, este cuadro, planteado de forma simple en la “Comunicación Preliminar...” de 1892, fue
tornándose más y más complejo. La causa en juego (el núcleo traumático) resultó ser múltiple. Los
efectos (síntomas) estaban plurideterminados por una compleja, las más de las veces intrincada, red.
Las defensas solían ser más renuentes y abigarradas de lo que en principio se pensó 3. Por último,
fue cada vez más evidente para Freud que las “situaciones vitales” de sus pacientes, sus entornos
familiares y sus vínculos, complejizaban de manera decisiva tanto la concepción de los cuadros
como el decurso de los tratamientos, como se hace evidente en cada uno de sus Historiales (ver
sobre este punto el cpítulo de R. Gaspari en este libro). El lidiar con las dificultades de este
complejo cuadro fue haciendo más y más sutil la técnica del psicoanálisis y compleja su teoría.
Mas, los obstáculos con los que fue encontrándose Freud no lograron cambiar del todo el derrotero
que señalaban sus postulados acerca la dirección que originalmente le dio a la cura: develar las
causas inconcientes de los síntomas, retenidas y escondidas por las resistencias. La teoría era
consistente con esa práctica: si se enferma de causas existentes y escondidas, substraídas de la
conciencia por la represión; es lógico que, una vez desenterradas y eliminadas (por abreacción,
desgaste o elaboración), cesen sus efectos y se alcance la normalidad. Tarea difícil pero, hasta el
final de su obra, no considerada estrictamente imposible. El conocido apotegma médico Cessante
causa cessat effectus... sólo en apariencia había sido quebrantado por la histeria.
Estas primeras formulaciones de Freud y sus fundamentos obstaculizaron el camino que conduce a
dos concepciones cuya emergencia palpita, no obstante, a lo largo de toda la Obra: la de lo
radicalmente nuevo y la de la infinitud del inconciente. Si recuerdo, síntoma e interpretación fuesen
equivalentes y no hubiese pérdida (como corresponde a un sistema reversible) ese inconciente
patológico debería ser finito, en cierto modo agotable y los actos psíquicos completamente
determinados. Sin embargo, la experiencia sin cesar mostraba otra cosa4. Esa contradicción entre la

3
La tortuosidad del camino que lleva de la causa al efecto se complejizó de forma radical cuando Freud introdujo lo que
hoy llamaríamos un atractor distorsionante fundamental entre ellos: la fantasía infantil, viéndose obligado a abandonar
su primera postulación de la seducción, que establecía una relación mucho más directa y lineal entre las causas
traumáticas y sus efectos (Moreno 1999a).
4
¿Hasta dónde era posible ese “hacer conciente lo inconciente”?; ¿cuánto de lo sucedido al aparato es traducible?; ¿cuán
compacta y completa es la relación entre los efectos y sus causas? Lo que está en juego en estas preguntas es si el
aparato psíquico se comporta o no como un sistema reversible y cerrado. Su respuesta atraviesa de un modo decisivo las
cuestiones del fin de análisis y del mecanismo de la cura. Entre los orígenes de las formaciones del inconciente y su
interpretación, ¿hay pérdida?, ¿puede colegirse todo lo significativo de la infancia de un recuerdo encubridor?, ¿es el
sujeto deducible a partir de sus representaciones? Aun cuando la Física actual, empapada en la Dinámica de los
Procesos Irreversibles y advertida de la no linealidad de los sistemas complejos, diría que no es de esperar reversibilidad
alguna en sistemas complejos y fuera del equilibrio como estos; la Física de hace un siglo, impregnada por el paradigma
de la Termodinámica de los Procesos Reversibles para los que rige la Primera Ley (nada se pierde), estaba siempre lista
4
expectativa teórica y la práctica trabaja en forma viva en la obra de Freud, generando el contraste
que finalmente produjo un saludable desgaste en la firmeza de la concepción determinista con que
inició su obra (desgaste particularmente evidente en “Más Allá del principio del Placer” y en
“Análisis Terminable e Interminable”). Sin embargo, esa lucidez del maestro no pocas veces fue
mal entendida como flojedad o pesimismo por parte de sus discípulos.
Mas, hay que decirlo, aun cuando a lo largo de su obra5 estas cuestiones trabajan y hacen trabajar la
teoría, a la hora de definirse en la mayoría de los pasajes en los que lo hace, Freud se inclinaba por
su original concepción determinista de los procesos psíquicos. En su “Libro de la Histeria” (1895)
puede leerse claramente que su anhelo es el de agotar las representaciones por medio de la
interpretación. Los síntomas – engramas de recuerdos traumáticos – representaban puntualmente y a
veces (como en los muslos de Isabel de R.) de manera biunívoca y sin pérdida los recuerdos
traumáticos. Las „abreacciones‟ podían agotar lo que día a día, respetando a veces el orden
cronológico de su gesta, se había enquistado como reminiscencia patológica. Esta idea de que el
aparato es capaz de mantener „encriptados‟ todos sus recuerdos, que éstos pueden expresarse sin
pérdidas por las formaciones del inconciente y ser accesibles a la interpretación (o sea, que el
sistema de representaciones puede dar cuenta de todo lo que en él sucede), es lo que intentó
„demostrar‟ Freud a través del análisis del sueño del Hombre de los Lobos (1917) y lo que muy
claramente explícita en 1914:
“... la amnesia infantil es completamente contrabalanceada por los recuerdos encubridores. No
sólo algo, sino todo lo esencial de la vida infantil ha sido retenido en ellos. Es simplemente
cuestión de saber como extraerlos por medio del análisis. Representan los años olvidados de la
infancia tan adecuadamente como el contenido manifiesto de un sueño representa los pensamientos
oníricos” (pág. 148, los subrayados son de Freud).
“Hacer conciente lo inconciente”, o “transformar la repetición en recuerdo” es coherente con
concebir marcas patógenas reprimidas, la causa del síntoma, yaciendo en el inconciente a la espera
de develación. Ese texto, como un jeroglífico preexistente y a develar, es la “verdad” del síntoma:
lo que estaba ahí produciendo efectos desde antes que se lo capture. En esto se basa la comparación
del psicoanálisis con la arqueología que tanto le gustaba a Freud. La importante y exitosa dirección
que le imprime a la cura esta línea, por otro lado, ha sido y es confirmada sin cesar. Los casos
clínicos del libro de la Histeria de Freud y Breuer, el Historial de Dora o el del Hombre de las Ratas
constituyen deliciosas y fresca colección de confirmaciones parciales (y también de algunos
fracasos) de esa tesis.
Sé que el panorama fugaz que he presentado acerca de algunos de los fundamentos de esas primeras
formulaciones freudianas deja de lado muchos pasajes (v.g. nota 4), pero para ahondar en la
discusión de qué, si algo, tiene para agregar el concebir lo radicalmente nuevo posible en
psicoanálisis, requeriremos de contrastes marcados. A veces es bueno evitar los contornos borrosos
que hacen inexpugnables algunos de nuestros conceptos, aún cuando al hacerlo dejemos de lado
importantes travesías teóricas6.
El psicoanálisis de familias no se apartó del camino que señala esta concepción de la determinación
psíquica. La clínica “clásica” del psicoanálisis familiar (decididamente influida por el pensamiento

a concebir algún Demonio como el de Maxwell capaz de llevar las cosas a ese lugar donde Dios no juegue a los dados y
el tiempo sea sólo una ilusión.
5
Por ejemplo, cuando habla del “ombligo del sueño” (1900, p 525), o en las múltiples alusiones al papel de lo
circunstancial y azaroso en la formación del síntoma (por ejemplo, en el Historial del Hombre de las Ratas).
6
Lo que aquí digo no implica crítica ni menosprecio alguna por la obra de Freud sino todo lo contrario. Los analistas
solemos establecer una actitud infantil con nuestros maestros y la teoría de turno que, muchas veces, es responsable de
que la obra admirada quede sin trabajar. Las obras no crecen por el desarrollo de sus zonas más consistentes y
coherentes sino, justamente, por el despliegue de sus inconsistencias y contradicciones. Cuando éstas son soslayadas
por el respeto obsecuente, o por la ambigüedad de los enunciados, se la desprovee de lo único que puede conferirle
valor futuro: ser capaz de generar ideas que la trasciendan.
5
freudiano y el estructuralismo) también concibe causas reprimidas o escondidas (con otros nombres
y otras suposiciones como “estructura familiar inconciente”, “inconciente familiar” o “pactos y
acuerdos inconcientes o vinculares”), como responsables de los efectos sintomáticos. Lo cual
imprime una dirección a la terapéutica: si lo inaccesible a la comprensión es develado se podrá
eliminar (o al menos atenuar) su efecto perturbador. La “verdad” de la situación, una vez
desvanecido el poder encubridor de los circuitos de la trama vincular (a veces concebidos como
defensas), queda más desnuda y accesible, a la luz del saber y de la influencia terapéutica.
4 - ¿INVENTO O DESCUBRIMIENTO?
Habrán notado que en la primera página de este capítulo hablé del psicoanálisis como el “invento”,
no el “descubrimiento”, de Freud. Eso ya marca una toma de posición.
Considerar que el Psicoanálisis fue “descubierto” implicaría pensar que, como América antes de
Colón, éste ya estaba ahí antes de Freud, quien simplemente se adelantó y, como un arqueólogo que
escarba con persistencia y cuidado, “descubrió” lo ya existente: el psicoanálisis. La verdad del
mismo es, en esa concepción, la medida de cuánto la idea (psicoanalítica) refleja o se adecua a la
“realidad” preexistente de las cosas.
La postura que tomé al hablar de “invento”, y en la que intentaré entrar ahora, es un poco más
extraña al pensamiento tradicional. Según esta otra perspectiva antes de Freud no había inconciente
freudiano, para que éste existiera fue necesario que alguien (Freud) lo invente, lo haga ser. Por
supuesto que a la hora de la creación todo “estaba listo” para ello. .. todo menos el invento. Porque
en realidad es el mismo invento quién genera sus antecedentes. Desde la aparición del psicoanálisis
se “pueden leer” en Sófocles, Shakespeare, Esquilo y cuanta obra importante sobre los enigmas del
hombre exista, “antecedentes” del mismo. Al punto que surge natural preguntarse: “¿cómo es que
nadie se dio cuenta antes?” Rodrigo, un simpático guía mexicano, me decía en Teotihuacán que
antes de la conquista los Aztecas ya “tenían” la rueda. Su argumento se basaba en el hecho de que la
mayoría de sus figuras y monumentos incluían el círculo (el Cuadrante Solar, por de pronto). Lo
que Rodrigo no podía valorar, tal vez debido al justificado orgullo por sus ancestros Toltecas, es
que lo que a los Aztecas les faltó no eran “antecedentes” de rueda, sean éstos círculos, ejes,
sabiduría o coraje; para “tener” la rueda les faltó... inventarla. Y esto nos lleva al meollo del
problema. Solemos desestimar el efecto de un invento porque para beneficio de alguna Inteligencia
Superior Laplaciana, Máquina Perfecta Newtoniana, o Universo Platónico; se concibe que las ideas
a descubrir estaban ahí antes de que algún pobre humano las “descubra”; o sea, haga una copia
aproximada de la Perfecta Idea, guardada en algún depósito Celestial de Verdades.
Otra línea, absolutamente diferente surge si pensamos que esa es sólo una concepción histórica de
las cosas, un reacomodo de los hechos luego de lo acontecido. Antes del acontecimiento, de su
invención; lo inventado en realidad no existe. El invento hace ser lo que en la situación anterior a él
no era.
Puede desde ya apreciarse qué diferentes serán los destinos de las proyecciones de estas dos
concepciones en la clínica. Según la primera los síntomas, los padeceres, las acciones y los circuitos
vinculares son causados por verdades que los preexisten; en cuya develación consiste la cura. En la
segunda, tanto en la gesta como en la solución de ellos, habría algo esencial de creación o
producción individual o vincular (aun cuando después se explique todo de manera causal).
El invento, por supuesto, no viene de la nada, tiene antecedentes; pero no se reduce a ellos. Hay
algo en él que los excede y ese algo es esencial. Del mismo modo puede concebirse en un individuo
o una familia la existencia de marcas con las que se pueda jalonar “su” historia... pero los sujetos y
sus realizaciones exceden lo que esas marcas determinan. Aun cuando la posibilidad de la
existencia del acontecimiento dependa de marcas preexistentes, lo esencial de él no esta contenido
en ellas: no existe (como la rueda antes de su invento) para la situación previa a que surja.
6
Pero, no dejemos que estos pensamientos nos hagan olvidar nuestra meta; la pregunta a la que
queremos que apunten estas reflexiones es: ¿qué lugar tiene lo radicalmente nuevo en nuestra
disciplina?
5 - LO RADICALMENTE NUEVO
Pregunta a su vez ambiciosa y no demasiado clara: ¿es concebible en la clínica psicoanalítica lo
radicalmente nuevo? Y luego, de serlo, ¿modifica de algún modo eso nuestra práctica? En rigor,
estos interrogantes son variantes de preguntas más generales, como: ¿existe lo radicalmente nuevo
en el universo?, ¿hay algo inmotivado, o por fuera del principio de Razón Suficiente?;
preocupaciones centrales del pensamiento actual en casi todas las disciplinas científicas.
Hoy se desconfía cada vez más de las totalidades, sean éstas Inteligencias Superiores, Máquinas
Perfectas, o Universos Ideales; y, desde la aparición del teorema de Gödel (por los tiempos en los
que Freud escribía sus últimos trabajos), se puede afirmar que no existe teoría alguna capaz de dar
cuenta de una totalidad que la incluya. Más que ser el reflejo de una realidad existente, el intento de
constituir unidades completas y consistentes, parece estar basado en la necesidad humana de un
amparo paterno que cobije su vulnerabilidad7. Sin embargo, es un hecho fuera de toda cuestión que
la Ciencia Clásica viene mostrando una eficiencia y una verificabilidad que han transformado
nuestro siglo. ¿Porqué dudar de ella?
Básicamente la cuestión puede circunscribirse a este problema: las leyes generales de la Ciencia
Clásica que relacionan de modo lineal las causas y sus efectos se basan en lo que Bachelard llamó
“capacidad para despreciar lo ínfimo”: el desprecio por las pequeñas variaciones que no obedecen
los comandos de la ley. En informática esos ínfimos se denominan “ruido”, lo que no interesa,
como opuesto a “señal”, lo que sí interesa. El punto crucial es que quién determina qué es señal y
qué es ruido es el interés del observador y la teoría que sustenta su observación.
Los científicos vienen ejecutando la eliminación de eso “ínfimo”, o ruido, por medio de tres
procedimientos. Uno, tal vez el más antiguo e involuntario, es el de la inevitable torpeza de nuestra
percepción y de los instrumentos con los que medimos: una regla de escala en centímetros no puede
detectar los detalles micrométricos (y no hay regla infinitamente precisa; del mismo modo uno
puede pensar que para el instrumento “escucha” de Freud era señal mucho de lo que, para los
psiquiatras de su época, era ruido8). El segundo método de eliminación de lo ínfimo, más actual, es
la estadística. Ésta promedia los ínfimos hasta hacerlos desaparecer. Las leyes de la estadística
permiten transformar hechos singulares preñados de incertidumbre (en la escala microscópica), en
generalidades certeras (en la escala macroscópica). El tercer medio para eliminar el ruido lo
constituyen las mismas leyes. Éstas hablan de lo que en determinado sistema está prohibido, o sea,
sancionan lo imposible. Por ejemplo, la ley de la atracción de Newton dice que es imposible que
dos cuerpos de masa tal y a distancia tal no se atraigan con una fuerza exactamente acorde con
dicha ley. Aun cuando se las suele pensar como sanciones de obligatoriedad; las leyes en realidad
hablan de lo que no puede suceder, dicen que de todo lo que podría ser (el Caos), no todo lo es.
Cuando un científico descubre una restricción al Caos él dice haber descubierto una Ley: la sanción
de un imposible (Wagensberg, 1986). Esto genera una suerte de juego doble: se elimina lo que se

7
En las últimas décadas ha surgido, además, una proliferación de teorías que generaron una serie de conceptos y
principios para modelar los sistemas complejos que abre perspectivas mucho más amplias que las que suponía el mundo
concebido por la Ciencia Clásica (teoría de la información, cibernética, teoría general de los sistemas, teoría de las
catástrofes, caos determinista, sistemas adaptativos complejos, etc. Ver Gleick 1988; Arthur, 1993; Waldrop, 1992;
Heylighen, 1996). Allí donde existan alternativas de variabilidad azarosa y restricciones, fracasan en forma contundente
las posibilidades de establecer predicciones sobre devenires singulares, los sistemas evolucionan por fuera de lo
predictible y el determinismo colapsa. Aun así, el sistema más eficiente para las condiciones dadas tiende a prevalecer
sobre los demás A veces lo más eficiente no es lo más complejo, pero en general sí. De eso surge que la tendencia a lo
complejo es una característica de todo proceso evolutivo en el que intervienen azar y necesidad, variabilidad y
restricción. Y esto incluye al mundo de las partículas, el de los seres vivos, el de las teorías y el de la tecnología
(Moreno, 1997a).
8
“...tratamos como Textos Sagrados lo que otros consideraban arbitrarias improvisaciones...” (Freud, 1900, pp 514)
7
declara ínfimo con la escala o la estadística y con eso se construyen leyes que decretan imposible a
eso que eliminaron, lo cual, en general, se confirma. La historia de la ciencia muestra cómo, al
margen de ordenar de manera eficiente nuestro saber, las leyes científicas encubren sus
excepciones. Es enorme y penoso el trabajo que éstas últimas deben realizar para abrirse paso a
través de los saberes instituidos.
El nudo de la cuestión reside, entonces, en si los hechos o las causas de nuestro interés son ínfimos
o suficientemente “grandes” (con respecto a la capacidad de nuestra apreciación y en cada
situación). O sea, todo es relativo a qué llamemos “ínfimo” y a qué “suficientemente importante”.
Adelantándonos a conclusiones posteriores, esto nos llevará a una pregunta crucial: ¿cuál es la
medida de lo ínfimo en psicoanálisis? Si, como decía Pascal, el infinito es la banalidad de toda
situación y no el predicado de una trascendencia, la medida de lo ínfimo resultaría inestimable.
Por ejemplo, un hecho que se puede predecir con precisión es la altura de la pleamar en, digamos,
Puerto Pirámide en la Península de Valdés a una hora determinada; es decir: se puede predecir el
movimiento preponderante de las aguas en el Golfo Nuevo. Sin embargo, esa marea que sube está
compuesta de una multitud de moléculas de agua, y no hay tabla que hable del movimiento singular
de una de ellas. La Mecánica Cuántica nos dice que no es posible predecir con alguna certeza la
dirección del próximo movimiento de una molécula. No obstante, como el número de moléculas de
agua en el Golfo Nuevo es tan grande, las suertes individuales de cada una de ellas no cuentan, y la
ley se confirma con una certeza ineluctable, lo que permite construir las infalibles tablas de mareas.
(E, incluso, las correcciones a las tablas de marea que diariamente suelen anunciar los medios). No
cabe abrigar la esperanza de ver en un momento un trozo de mar elevarse o hundirse bruscamente
por fuera de esas predicciones. No es que estos hechos no sean estrictamente posibles pero, por el
número de moléculas en juego, son altísimamente improbables. Y lo que se impone en el ámbito
macroscópico de los fenómenos es la evolución más probable. Otra cosa sucedería si intentásemos
predecir en un preciso momento el comportamiento de una molécula de agua de las costas del
Puerto Pirámide, o la dirección de una gota de la cresta de una ola en la rompiente de sus playas.
Ahora bien, para bendición de marinos, centollas y ballenas, a los cálculos de pleamar y bajamar
esa indeterminación no les hace mella; porque, como las encuestas del marketing, se basan en
estadísticas: es muy poco probable que el fenómeno macroscópico se aparte de sus predicciones.
Pero algo totalmente diferente sucede cuando nuestro interés se centra en fenómenos que dependen
de variaciones muy pequeñas, ínfimas, de comportamientos singulares que, de últimas, o bien no
están determinados o lo están pero no nos es posible conocer sus determinaciones. Un ejemplo
notable es el de la meteorología. Aún hoy, con satélites capaces de registrar tantos datos y
computadoras capaces de correlacionarlos, los meteorólogos no aciertan a predecir con ninguna
certeza cual será el tiempo en Buenos Aires el mes que viene, o la fecha del próximo tornado en el
Caribe. La razón es que no pueden descartar ínfimos que no sean causa. Esto fue “probado” en
forma teórica por Edward Lorentz en 1960. Él demostró con un modelo meteorológico computable
simplificado que el estado del tiempo es extremadamente sensible a las condiciones iniciales, lo que
es conocido como el “efecto mariposa”: el aleteo de una mariposa en el Amazonas puede
determinar un tornado en Florida. O sea, algo tan ínfimo como un aleteo no puede descartarse como
potencial determinante del nada ínfimo “tornado en Florida”. (El nombre “mariposa”, sin embargo,
se debe a la forma que adquiere la estructura caótica conocida como “extraño atractor” que puede
dibujarse con los puntos de las posibilidades en cuestión). Conclusión: la predicción del estado del
tiempo para períodos más o menos largos es imposible.
Como comenta James Gleick: “la idea básica de la Ciencia Occidental es que uno no tiene que
considerar la caída de una hoja... lejana a la hora de calcular la trayectoria de una bola de billar”.
Tal desconsideración parece muy razonable a la hora de jugar al billar, pero no siempre lo es. De
nuevo, el problema parece centrarse en qué es lo descartable.
6 - ¿QUÉ TIENE QUE VER ESTO CON EL PSICOANÁLISIS?
8
El tema nos importa mucho porque en nuestro campo, el de los avatares de las almas humanas y sus
vínculos; en nuestra disciplina, el psicoanálisis y, más aún, en nuestro dispositivo, la sesión
psicoanalítica; las cosas se parecen mucho más al “efecto mariposa” de Lorentz que al de la
trayectoria de las bolas de billar de Gleick; al de la gota de agua en la rompiente de la ola que al de
las mareas en el Golfo Nuevo; al del libre albedrío que al de la Omnisciencia Divina o Laplaciana.
En nuestro territorio la medida de lo ínfimo no es detectable y por lo tanto no hay ruido descartable.
Sí lo es lo obvio, lo grosero, lo general y lo estadístico (¡¡y por ello solemos ser tan criticados!!).
Parece contradictorio, pero la verdad es que en nuestra práctica lo predictible y lineal no nos
interesa demasiado. Que un hecho sea “pequeño” es, para los psicoanalistas, un concepto sin
sentido si no se lo toma en situación. En nuestra tarea de detectives no cesamos de reconstruir
circunstancias que reubican y redefinen lo ínfimo y lo importante para cada situación. Nada más
abierto que la oreja de un buen analista cuando sus pacientes anuncian que su próxima declaración
no tendrá “ninguna importancia”. Es por eso que el psicoanálisis es refractario a las estadísticas y,
hay que decirlo, no es muy hábil a la hora de hacer predicciones. No hablo sólo de predicciones
acerca de algún futuro alejado en la vida de un paciente: no hay psicoanalista (recomendable) que,
trabajando correctamente, sea capaz de predecir la próxima asociación de sus pacientes.
Precisamente la actitud que debe tener el analista frente al porvenir de la sesión es la de cierta
ignorancia (Moreno, 1993). Y no es casual que la ignorancia sea, justamente, la medida de la
entropía que requiere un sistema para que, apartándose de las leyes deterministas, pueda producirse
un cambio radical (Prigogine, 1996).
Nadie duda tampoco que las condiciones determinantes de la subjetividad, si fuesen abarcables,
serían tan complejas (tantos elementos determinan lo que llamaríamos “la situación”, tan pequeña
sería la medida de lo ínfimo y tan intrincada su correlación) que lo que podríamos denominar
„causa‟ del efecto „subjetividad‟, resulta indeterminable. Lo mismo ocurriría si se tratara de una
sesión, o de un historial: ¿cuál es la causa de la tos de Dora, la de los efectos de “ratten” en el
Hombre de las Ratas, la del sueño infantil del Hombre de los Lobos? Una postura nos llevaría a
pensar que sus „causas‟ son las que pueden leerse en los respectivos historiales de Freud; la otra a
que esos mismos historiales constituyen el testimonio de su indeterminación9.
Desde que han aparecido las llamadas ciencias del Caos y de la Complejidad, ha ido siendo cada
vez más evidente que hay puntos de indeterminación en la mayoría de los bordes de un cambio de
estado (o sea en cualquier cambio); y que el hecho de que el principio de Razón Suficiente sea
válido para nuestra intuición y para los desarrollos científicos clásicos, se debe a que lo que
llamamos “fenómeno” es algo que previamente recortamos dentro del mundo de las
indeterminaciones como los aspectos del cambio que se someten a las leyes con las que percibimos
o pensamos. Entonces, las disciplinas que, como el psicoanálisis, trabajan con fenómenos en cuya
génesis no se puede descartar (ni determinar) lo “muy pequeño” tienen problemas a la hora de
establecer determinaciones. Sin embargo, justamente cuando la determinación es improbable lo
radicalmente nuevo adquiere gran envergadura en la gesta de importantes cambios evolutivos. (A la
inversa, en los sistemas en los que la determinación es altamente probable, como los de la

9
Los que aceptan que cierto azar juega algún papel en la evolución no forman un grupo compacto. Hay dos grandes
posiciones con respecto a esto. Una, es la de los que afirman que existe una indeterminación radical, un Azar (con
mayúscula) ontológico, o sea que Dios o bien juega a los dados o (como quería Nietzche) direcrtamente no existe; no
hay Inteligencia Superior más allá de nuestra ilusión porque hay una indeterminación radical, motor último de que lo
radicalmente nuevo sea posible. La otra, es la del azar (con minúscula) epistemológico. Las limitaciones aquí no serían
de la racionalidad de la Naturaleza (o de su Creador) sino de nosotros, humanos para entenderla: Dios no sólo existe, su
saber alcanza además la verdad. Mas, algo de su extrema racionalidad o de su completo y consistente fichero de datos
es inaccesible a nuestra limitada capacidad de humanos. El azar es la consecuencia de esa ignorancia. Personalmente me
inclino por la primera versión. Mas, cualquiera de las dos posturas termina por aceptar que hay algo que escapa a
nuestra razón y que justamente eso es capaz de dar origen a lo radicalmente nuevo; lo que era considerado un imposible
para la situación.
9
astronomía planetaria, no hay –o no son detectables - cambios evolutivos en los períodos
habituales).
Con “radicalmente nuevo”, debo aclarar, no me refiero simplemente a lo novedoso (como podría ser
una nueva combinación de elementos existentes que resulte más adaptada pero homogénea con la
existente; ni algún reacomodo de cosas, o despliegue de potencialidades existentes pero retenidas,
como las de una semilla que espera la oportunidad para germinar); sino a la adquisición de una
nueva clave no homogénea con las existentes, que hasta entonces era imposible para la situación 10.
7 - ¿PENSAR LO INDETERMINADO?
¿Qué supondría pensar por fuera de la determinación? “Razonar lo indeterminado” suena como una
aporía, y en cierto modo lo es. Esto podría empujarnos a la falsa opción entre un determinismo que
excluya la novedad radical, y una suerte de contingencia absoluta.
Una salida a este aparente encierro la da la posibilidad de considerar los puntos de inconsistencia o
incompletud que posee toda estructura. En esos puntos de vacío (o a través de ellos), como
veremos; se realiza un intenso trabajo de sutura que produce elementos excedentarios comúnmente
inadvertidos e incomprensibles (o sea, que delatan la indeterminación o la incompletud del sistema)
para la clave vigente. Esas producciones pueden, eventualmente, dar lugar a un acontecimiento.
Una encerrona parecida podría acecharnos al abordar lo radicalmente nuevo en la clínica, más aun
si pretendiésemos de algún modo “dirigir” su aparición: ¿cómo promover algo esencialmente
inanticipable? El problema se relaciona con lo estricto del ajuste con que el que se concibe la
relación entre las causas y sus efectos. El hecho conocido e innegable de que las estructuras
cambian y de que todo evoluciona nos obliga, sin más, a admitir que el dominio de las causas no
podría recubrir en forma completa al de sus efectos; de lo contrario todo habría permanecido igual a
sí mismo desde siempre (es por ello que los deterministas conciben un Mundo inmutable en algún
más allá). Entonces, lo que llamamos “causa” es capaz de producir efectos en exceso a lo que
cualquier correlación previa a un cambio radical podría prever.
Estas producciones excedentarias surgen no en las zonas más sólidas o de mayor consistencia de los
sistemas, sino -justamente- en los puntos de indeterminación o de inconsistencia de lo determinado
por las estructuras (los puntos que, desde la lógica preponderante, no tienen solución o explicación).
Por eso, si bien no es posible reducir lo radicalmente nuevo a sus antecedentes, éste no surge ni se
podría localizar sin ellos (es decir, sin consistencia no se podría detectar la inconsistencia). Si algo
es radicalmente nuevo, lo es sólo para una estructura a la que conmueve y cambia. O sea, no habría
verdadera oposición entre estructura y novedad radical: ésta última sólo puede surgir en el seno de
aquélla. De todo esto parte una importante derivación clínica: si bien el contenido de lo
radicalmente nuevo a emerger, el “de qué se tratará eso”, es estrictamente indeterminable (sólo se
conocerá a la luz de sus efectos); es posible predecir con alguna justeza los lugares en los que
eventualmente hará su aparición lo radicalmente nuevo: los puntos de inconsistencia de la estructura
anterior. A los que, siguiendo a Alain Badiou, llamaré de vacío de la situación anterior.
Las vacilaciones, los equívocos, los síntomas, los emergentes de transmisiones transgeneracionales
que perturban sin inscripción aparente y, en general, todo aquello que insiste sin inscribirse; son
indicios que señalan lugares de vacío de la situación en los que el discurso ha producido en exceso
significaciones en intento de suturar lo que, desde sus claves, no tiene solución. Ese vacío puede
evanecerse, o su producción en exceso simplemente perturbar un poco lo establecido. Pero, de
sostenerse el vacío y esa producción en exceso encontrar una intervención que de lugar a un
elemento heterogéneo eficaz, como un nombre (aportado, por ejemplo, por una intervención

10
Puede ayudar tal vez ver esto desde la perspectiva de la Historia del Hombre. En ella hay gran cantidad de imposibles
situacionales (o sea, no estructurales; Cerdeiras, 1997; Lewckowicz 1997) que a través de un acontecimiento fueron
posibles: para un habitante de la Edad de Piedra volar, o para mi abuelo llegar a la Luna era concebido como imposible.
10
analítica); puede advenir un acontecimiento: el surgimiento de una clave nueva, inexistente
previamente, capaz de organizar un nuevo discurso que de cuenta de ese exceso.
Esta nueva clave, a su vez, exigirá un trabajo de revisión de los saberes instituidos que eran
coherentes con el discurso anterior pero no lo son con el nuevo. Porque el acontecimiento (cuyo
nombre en sí mismo es una invención y no un descubrimiento en el archivo de recuerdos), no
complementa (no completa un todo) sino que suplementa (o sea, introduce una destotalización,
empuja más allá del todo); por eso exige un trabajo de revisión de lo anterior bajo su luz. A este
proceso, también siguiendo a A. Badiou, lo llamaré “fidelidad”: pensar la situación “según” (siendo
fiel a) lo acontecido en un proceso de ruptura inmanente. En ese recorrido de la fidelidad se
producen las verdades de esa situación.
Con “verdad” aludimos ahora a una producción mediada por el encuentro (no descubrimiento, ni
reencuentro, ni algún derivado de la “comprensión”). El contenido de esas verdades es
inanticipable. La constatación de que lo emergente es un acontecimiento (y no, por ejemplo una
vuelta más de lo mismo), sólo la darán sus efectos11.
Es interesante notar que la secuencia que así surge no es, como sería lógico en la versión clásica,
“comprender para, entonces, cambiar”; sino que el acontecimiento, cuya gesta es independiente de
ser o no entendido, promueve otra comprensión. La secuencia aquí sería “una vez que se cambia se
comprende, de otra manera””. (Enseguida veremos que, no obstante, no se trata de prácticas
necesariamente opuestas).
Todo esto no destituye el trabajo clásico, “de la causa escondida” o “de la comprensión”,
consistente en develar “la estructura vincular subyacente” o “lo inconciente reprimido”, del que
hablamos al principio; tampoco es su complemento, sino que lo suplementa destotalizándolo. Así,
en la clínica pueden distinguirse dos tiempos que se mezclan alternándose constantemente: a) El
tiempo de la develación de las causas escondidas, del reencuentro con significados perdidos, con la
rememoración; el desarrollo del conflicto postergado por la defensa y su “resolución”. Su dirección
es encontrar causas escondidas y develarlas venciendo las resistencias que las retienen. La
transferencia en esta línea funciona principalmente como resistencia a esa develación 12. Ese fue el
derrotero señalado por la brújula con la que partió Freud y constituye uno de los tiempos centrales
de la clínica psicoanalítica vincular e individual. b) El tiempo del encuentro eventual que hace
advenir “otra cosa” que los saberes instituidos en una situación admiten, como un suplemento
azaroso imprevisible capaz de producir nuevas claves que den lugar a la emergencia de verdades
antes inexistentes. Los sujetos de esas verdades en esa situación adquieren el compromiso de
fidelidad a lo advenido.
No es, insisto, que una clínica “supere” a la otra, ni que se trate de elegir. Son más bien como dos
tiempos suplementarios que se alternan. Por cierto que, tal como lo entiendo y propicio, toda la
clínica debería dirigirse a evidenciar el vacío como tal y no a validar las historias o los contenidos
que, siempre un poco protéticamente, lo suturan. Pero, aún en esa línea acontecimental, el trabajo
sobre esas “causas escondidas” (a) del párrafo anterior) suele ser necesario para desarticular su
efectividad en el velamiento del vacío: no se busca la causa latente para „solucionar‟ el conflicto,
sino para liberar la zona de eventual producción.
Conviene advertir, no obstante, lo inapropiado de la interpretación de uno de los tiempos en
términos del otro: confundir un acontecimiento con un retorno o reencuentro de lo pretérito o, a la
inversa, creerse que una simple reedición del pasado es en realidad una genuina novedad. Una de

11
El acontecimiento es de ese modo a la vez situado en una situación (y lo es para esa situación) y suplementario (es
decir desprendido de las reglas que enmarcan esa situación). No consiste en el despliegue de lo que ya estaba, pero sólo
emerge en lo que ya estaba.
12
Todo esto es coherente con el sujeto supuesto al saber de J. Lacan en el sentido fuerte que él señala, y que suele
malentenderse, de suponer un saber que determina a un sujeto más que el de suponerle sapiencia al analista.
11
las razones por las que esas confusiones son indeseables es que están del lado de la defensa que
generan.
8 - EL TRABAJO VINCULAR
El tiempo del acontecimiento en el que aquello no incluido sino como agujero en los saberes
anteriormente instituidos adquiere un lugar y un nombre, es evanescente, inanticipable e
inaprensible... Además, el acontecimiento excluye la presencia de un lugar trascendente desde el
que pudieran “desde afuera” relatar o comprenderse los sucesos que lo constituyen. De ahí que
cuando un acontecimiento ocurre en sesión, el analista, aun desde su lugar privilegiado, está
implicado en “eso” que el vínculo produce y no escapa a esta generalidad. Por todo esto, la frase
“clínica del acontecimiento13”, no sólo suena pretenciosa; es además contradictoria: la clínica puede
encontrarse con un acontecimiento (o sea, hay acontecimientos en la clínica), pero éste mal puede
haberse dirigido o buscado activamente ya que es esencialmente inanticipable. El acontecimiento
hace ser (no comprender) lo que no era. Sobre ese tiempo se puede (y suele) sí construir una
historia más o menos fabulada e irreal desde la cual se comprende lo anterior, pero después: cuando
por sus efectos se ha hecho incuestionable que algo ha acontecido.
¿Implica esto que nada tiene que decir en esta dirección la clínica? ¿Nos quedaría sólo esperar que
algo acontezca en la clínica con la pasividad con la que algún bizarro astrónomo esperaría la caída
de meteoritos sentado en el Valle de la Luna? No.
Si bien el instante del acontecimiento es inaprensible, su dirección impredecible, y su transcurso
inmanente; como anticipé, dos tiempos esenciales a la práctica lo rodean y tienen gran relevancia
clínica. Son en realidad las guías de la mirada acontecimental de la clínica: a) el tiempo del trabajo
sobre el vacío de la situación anterior, y b) el tiempo de la posible fidelidad a la ruptura que su
suplementación implica. Llamo a esos tiempos “del trabajo vincular” porque transcurren en el
vínculo analítico, cualquiera sea el dispositivo del análisis (Moreno 1997b).
Conviene tener presente estas dos guías del trabajo en la clínica porque la inercia de la estructura
(su resistencia adherida a su autopreservación homeostática y al no cambio), se opone a ambos.
9 - EL TRABAJO SOBRE EL VACIO DE LA SITUACION
El vacío de la situación que se está transitando (indicado por los emergentes o producciones para
los que el discurso vigente no dispone de solución adecuada) es constantemente cubierto con
síntomas (¿convendría llamarlos “emergentes”?) o, mejor, produce síntomas en los que se mezcla lo
producido en exceso y el intento fallido de su explicación en términos de la clave vigente.
Tal vez ayude ilustrar esto con tres breves viñetas.
i): Juan, hijo mayor, se ha hecho a un lado de la rivalidad con su padre al que, más allá de su parada
arrogante, se adivina débil e impotente. El cruce generacional imaginado como el encontronazo de
su potencia adolescente con la claudicación paterna, habría delatado una verdad a la que el vínculo
no sólo no daba lugar sino que, además, activamente suturaba. Pero Juan, a sus 17 años, se ha
convertido en un vago, un adolescente desinteresado e indolente cuya apatía convoca el interés
familiar al punto de determinar la consulta. Nadie habla del ocaso de la vida de su padre ni de la
grieta enorme que se ve dibujada en la pareja parental, aún cuando lo sintomático señale ese lugar
con insistencia: todo el bullicio que Juan y sus padres generan alrededor de su abulia e indolencia
genera excesos que parecen hechos a medida para taponar (y delatar) ese vacío.

13
Al entrar en nuestro campo las palabras que nombran algo nuevo corren el peligro de dejar de ser herramientas de
pensamiento para transformarse en emblemas de alguna ideología o suturas de una indeterminación que termina
designando algo apenas semejante a la idea original. La palabra “acontecimiento” y “acontecimental” corren serio
peligro de seguir esa línea. No es de extrañar; en psicoanálisis las relaciones término/significado suelen no ser
biunívocas ni se caracterizan por su precisión. Tenemos cierta propensión a velar esa falta de justeza con la redondez
que ofrecen los términos en boga. Deberíamos cuidarnos de los efectos de la inevitable sustancialización del término
“acontecimiento”.
12
ii): Andy, un púber de 12 años imita a su padre biológico muerto con detalles generando un clima
siniestro. Éste se había suicidado cuando el niño apenas tenía 1 mes de vida. Ana, su madre, se
había separado de él apenas Andy fue concebido. Nadie le contó al niño que su padre había sido
bisexual, o que le gustaban las tostadas ligeramente quemadas, ni mucho menos que le apasionaban
los trenes de colección; mas Andy, a sus 12 años iba reproduciendo una a una esas características
ante el asombro y consternación de Ana y su nuevo marido y padrastro de Andy, Pablo. Eso motivó
la consulta. Dos años de tratamiento fueron necesarios para “entender” que si en su vínculo filial
Andy “encarnaba” aquello que traía la presencia de su padre muerto, esto se relacionaba con que de
ese modo se mantenía alejado al feroz enunciado de una verdad que el discurso que organizaba los
vínculos no admitía: el suicidio había sido en realidad concebido como un homicidio efectuado por
Ana. Cuando Andy “salió” de ese lugar (situación que se desarrolló en el tratamiento y cuyos
detalles obvio), Ana cayó en una profunda depresión que requirió internación psiquiátrica.
iii): María y Carlos no pudieron tener hijos propios. Ariel y Carla son sus dos hermosos hijos
adoptivos. Ariel “se hace echar” de cuanto colegio y lugar va. En sesión dibuja en forma reiterada
equipos de fútbol con 12 jugadores; Carla teme constantemente que “la roben”, duerme con la luz y
la TV encendidas. Han “hablado” de la adopción, pero es evidente el temor en que esa situación los
sume. Los cuatro impostan una familia perfecta, jovial, en la que nunca debe faltar nada. Ese “no
faltar” señala en sus excesos el lugar del vacío que encubre. Mientras recubren cualquier indicio de
falta con prodigalidad excesiva, el fantasma de su genuina no genuinidad queda alejado.
En estos ejemplos el movimiento desplegado alrededor de lo que, según luego sabríamos, era el
vacío de la situación que se transitaba, es notorio. No se trata, sin embargo, de algo con nombre
previo, como un secreto escondido o un contenido reprimido; sino de un vacío, de lo que es pura
inconsistencia para el discurso que venía organizando los vínculos. Una vez que ha emergido su
verdad, recién entonces, se puede pensar el vacío como un contenido reprimido, escindido o
desmentido; como un efecto de “causa escondida”. En rigor nadie podría haber dicho previamente
qué habría sucedido si lo que era puro vacío en el discurso de pronto habría dejado de cubrirse por
la producción excedentaria y encubridora y hubiese emergido esa otra “cosa” para la que (desde el
discurso que organizaba los vínculos) no había aún lugar.
En la clínica, esta suele ser una situación delicada que cursa sin garantías. La presentación cruda de
ese vacío o de esa verdad sin lugar puede generar un redoble de las murallas ya erigidas para
evitarla, lo que suele llamarse una situación traumática; pueden desmembrarse los ejes que
sustentaban la situación anterior sin que los andamios eficientes advengan o se reconstruyan, es
decir, puede ocurrir una catástrofe; o puede surgir un nombre nuevo, heterogéneo, desgajado de las
vinculaciones que reglamentaban lo anterior que, en una inanticipable clave, reordene las marcas, es
decir que ocurra un acontecimiento (Badiou, 1988). Mas, para llegar a eso se requiere de trabajo en
un tiempo al que en un psicoanálisis llamo el tiempo del trabajo sobre el vacío de la situación. Éste,
está lleno de idas y vueltas e incluye mucho de revelación de lo reprimido, re-lectura de lo pasado
(o sea de lo que llamo el develamiento de la causa escondida). La prosecución de esa “causa
escondida”, sin embargo, no debería empañar el contacto con lo que de fondo subyace a la
organización de esas formaciones del inconciente y circuitos vinculares: suturar el vacío de la
situación. Vacío del que no dan cuenta (aun cuando puedan encubrir) los saberes en circulación.
En ese sentido el trabajo sobre la „causa escondida‟ termina por develar una y otra vez que se trata
de una „causa inexistente‟.
El trabajo psicoanalítico en este tiempo consiste básicamente en sostener ese vacío, resistirse a la
tentación de llenarlo con explicaciones viejas, incluso en casos promoverlo. Entendemos en este
sentido la vieja y aguda recomendación de Lacan acerca de que la buena intervención debe ante
todo desbaratar certidumbres y que no pocas veces la provisión de sentido “engorda” el síntoma.
Cuando el acontecimiento adviene, repito, no nos queda de ello un registro de observaciones como
la que nos quedó de la llegada del hombre a la luna. El acontecimiento transcurre en un tiempo
evanescente y sólo es constatable por sus efectos. Éstos no son sugerencia del terapeuta, ni están
13
pre-escritos en ningún lugar; no son el retorno de pautas olvidadas, ni un reconocimiento de lo
reprimido. Aun así, el trabajo analítico puede incluir todo ello.
10 - EL TRABAJO SOBRE LA FIDELIDAD
Una vez que “algo” aconteció, y pacientes y analista han sido tocados por lo nuevo, comienza otro
tiempo del trabajo vincular. Es el tiempo en el que se juega la posible fidelidad a la novedad radical
en que el acontecimiento consiste, a la ruptura inmanente que ha producido su suplementación. Esto
exige un recorrido, una revisión de los saberes instituidos de la que surgirán verdades de la nueva
situación.
En las viñetas del punto anterior, si en las situaciones analíticas de Juan y Pedro; de Andy y Ana; o
de Ariel, María, Carlos y Carla llegara a inventarse un nombre efectivo para el vacío que venían
cubriendo; todo de pronto (o no tan de pronto) no podrá sino verse desde otra clave (otra que la
clave del encubrimiento del parricidio en Juan y Pedro; que la de la resurrección perpetua en Andy
y Ana; que la del taponamiento de todo vacío que evidencie lo ilegítimo en María, Carlos, Carla y
Ariel). Entonces, vendrá un tiempo de trabajo clínico que es el de la fidelidad a la verdad
emergente en esa situación: aquello que el acontecimiento ha nombrado exige un recorrido largo y
muchas veces doloroso por los saberes instituidos para reformularlos. Recorrido que generará las
verdades de la nueva situación (que suelen presentarse como revelaciones).
En este camino hay nuevos peligros. Primero, habrá que saber si lo advenido nombra efectivamente
el vacío de la situación anterior. Hay casos en que sucede lo opuesto, y el nombre, que pretende ser
novedoso, nombra en realidad lo pleno (A. Badiou, 1988) de la situación anterior (por ejemplo que
Juan y/o su padre nombren o declaren la inevitabilidad de la impotencia masculina; Andy su
efectiva identidad en resurrección del padre muerto; o María y Carlos, Ariel y Carla se proclamen
en verdad una familia superior que excluya, encarnada en algún chivo expiatorio, toda posibilidad
de falencia). Este simulacro, sentaría la base de un fanatismo más que de un acontecimiento. Aún
cuando en un genuino acontecimiento se nombre el vacío y no lo pleno de la situación anterior, esa
verdad nombrada por el acontecimiento podría traicionarse, decaer la fidelidad y abandonarse el
trabajo que exige.14.
11 - INAPLICABILIDAD DE LA HIPOTESIS REALISTA EN PSICOANALISIS
Los ejemplos con los que ilustran su enseñanza aquellos que trabajan donde se gestó la idea 15 de lo
acontecimiental son capaces de provocar un efecto lateral que conviene tener en cuenta. Las
realizaciones de nuestra clínica no suelen ser comparables a los más o menos espectaculares
“acontecimientos” que suelen mencionar historiadores, políticos y filósofos (como, por ejemplo, el
68 francés; el efecto que en la Revolución del 1810 tuvo la escritura de Mitre; la irrupción del
clasicismo en la música con Haydn; la trascendencia social de las realizaciones de algún homo
político). La misma palabra “acontecimiento” evoca algo notable, de consecuencias destacadas para
cualquier observador; cuyo sentido se entiende en contraste con “suceso” y “hecho”. Lo novedoso
de la clínica psicoanalítica, en cambio, cuando acontece y puede destacarse, suele transcurrir en un
registro íntimo, evanescente y circunscripto. Sus efectos, por otra parte, no son tan fácilmente
constatables.
En algunos círculos, noto una tendencia a pensar que en el tema de lo acontecimental en la clínica
está en juego una suerte de diagnóstico: ¿hubo o no en tal sesión, en tal proceso, en tal familia,
“acontecimiento”? Si un analista llegara a perseguir como meta en la cura “el acontecimiento”, su
trabajo sería desvirtuado no sólo por la imposibilidad que implica conocer lo incognoscible en la

14
Como puede traicionarse la certeza de la emergencia de un amor o una idea -no a un amante o a un partido - aun
cuando hayan tocado genuinamente a los sujetos en cuestión. Puede también confundirse la nueva clave con una
potencia total de la verdad develada (en cuyo caso podrá ocurrir un desastre; como en la viñeta i) sería un parricidio, en
la ii) algún otro suicidio; o en la iii) una actuación de la mentira develada).
15
Conocidos por mí son Badiou, Castoriadis y Deleuze, y, en nuestro medio, Lewckowicz y Cerdeiras
14
que él entraría; sino porque esa “ambición terapéutica” o “furor curandis”, como ya señalara Freud
(1914), está decisivamente reñida con el quehacer analítico.
Lo esencial de la idea de acontecimiento en la clínica es, a mi entender, que señala la posibilidad de
que „pueda ser‟ algo que, para la situación que se transita, es imposible. La transferencia, cuando es
capaz de transformar a los sujetos en sujetos de la apuesta que ella implica, es en sí un
acontecimiento que genera verdades y sujetos de la situación analítica 16. Se anuda como formación
productiva excedentaria en el vacío de la situación que lanza al análisis y exige fidelidad a las
verdades que produce. El sostén del vacío de la situación y la fidelidad a las verdades que
eventualmente surjan son, como dije, la guía del recorrido que llamamos proceso analítico en la
situación analítica.
Otra diferencia entre nuestro campo y el de historiadores, políticos y filósofos reside en el lugar
desde el cual se “ve” el acontecimiento. Ellos (al menos los clásicos) tienen una perspectiva, una
distancia, desde la cual pueden evaluar desde el presente lo que estuvo pasando en el pasado en
función de los efectos que produjo. Pueden ubicarse en trascendencia al fenómeno que observan 17.
Pero lo que sucede en mi consultorio cuando intervengo es muy diferente: al ser parte no me es fácil
„historizar‟ lo que aconteció sin cometer severas alteraciones, el proceso todo me involucra. La hora
de la intervención, para quién la realiza, es puro presente. En la clínica como psicoanalistas
formamos parte de la experiencia: la hipótesis realista (que observador, observado y observación
puedan no interferirse) no sólo se derrumba en nuestra práctica; es esencialmente opuesta a ella. Sin
embargo, lejos de sumergirnos en la impotencia, ese hecho se ha constituído en el instrumento
fundamental de la herramienta psicoanalítica.
12 - LAS REGLAS TÉCNICAS TIENDEN A DISIMULAR LA PRESENCIA DEL
ANALISTA
La mayoría de las denominadas “reglas técnicas del psicoanálisis”, fueron establecidas por Freud y
luego sancionadas por la costumbre y por su comprobada eficacia. Tanto en el dispositivo
individual como en el vincular, estas reglas (“de abstinencia”, “asociación libre”, “no tener relación
de amistad ni previa ni establecida durante el tratamiento con los pacientes”; en el dispositivo
individual, “acostarse en el diván”) están en parte destinadas a amenguar el efecto que nuestra
presencia como sujetos deseantes tiene en el campo en que actuamos. Recomendaciones como
“atención libremente flotante”, “sin memoria y sin deseo”, “hacer el muerto”, o “ser una pantalla
que sólo refleje y no emita” y actuar “per via di levare”; son intentos de que nuestras propias
tendencias no funcionen como atractores de los significados en juego en la sesión. Pero nuestra
presencia y sus efectos en ambas direcciones son innegables: el objeto “pacientes” no puede no
tener en cuenta nuestra presencia, y a nosotros nos resulta imposible ser puro sujeto de
conocimiento.
Por más que lo tratemos de disimular y por mucho que ayuden los dispositivos, estamos ahí y
formamos parte de lo que sucede: sea el análisis vincular o individual, de lo que se trata es de
vínculos (Moreno, 1997b). En eso reside gran parte de la tremenda potencia del psicoanálisis.
También es una de sus particularidades más notables y, a su vez, el punto que nos hace tan
vulnerables ante los que nos exigen reproductibilidad, constatación y “datos concretos”: el clima de
una sesión, los vínculos donde transcurre esa experiencia son irreproducibles; no hay ninguna
chance de ser observadores realistas no interferidos ni interferentes porque de todo cuanto ocurre en
ese lugar sagrado llamado „sesión‟ formamos parte. A menos que comparemos nuestro trabajo con
aquel “experimento de laboratorio” del que nos hablaba Freud:

16
Aun así, no escapa a la generalidad de que no puede conocerse de antemano: podrá sí favorecerse la aparición de la
transferencia con el dispositivo y la actitud apropiada, pero no anticiparse el contenido de una idea transferencial.
17
Están en ese sentido algo más cerca de la posición en que me encuentro como supervisor. Suelo evaluar si una
interpretación de algún supervisado fue o no efectiva simplemente escuchando la respuesta que a ella le da el paciente.
Esa respuesta, como efecto de la intervención, me dice siempre más de ella que lo que yo pudiera haber previsto por la
presunta adecuación de su contenido.
15
“En aquellos años - de la hipnosis, escribe en 1914 - el paciente se trasladaba a una situación
anterior que nunca parecía confundirse con la presente y comunicaba los procesos de ella...
transponiendo lo inconciente a lo conciente.... Bajo la nueva técnica muy poco, a menudo nada,
queda de aquel delicioso curso de eventos... el paciente no recuerda nada de lo olvidado y
reprimido sino que lo actúa (agieren, acted out). Lo reproduce no como recuerdo sino como acción;
repite (bajo el impulso de la compulsión) sin saber que lo hace” (pág.149-150) “...Recordar, como
era inducido por la hipnosis, no puede sino darnos la impresión de un experimento de laboratorio...
repetir, como es inducido en la terapia analítica... implica convocar un trozo de vida real...de ahí
en más la compulsión repetitiva determina la secuencia del material que será repetido” (pág.152)
13 - EL AREA DE LA MENTE DEL ANALISTA ¿CÓMO SE ENTIENDE?
¿Cómo pensaba Freud que se producía ese maravilloso hecho de “entender” cual es el sentido
latente de aquello que sucede en la sesión?
El analista, dice en 1912, “... debe volver hacia el inconciente emisor del enfermo su propio
inconciente como órgano receptor, como el auricular telefónico se ajusta al micrófono emisor...”
debe estar dispuesto a... “usar todo (todo por igual, sin preferencias ni prejuicios de comprensión)
cuanto se le es dicho para interpretarlo sin sustituir por una censura propia la selección que ha
realizado el paciente”. (Pág. 117).
Sin duda, esto es difícil siquiera de aproximar en el así llamado dispositivo individual y más aun en
el análisis de configuraciones vinculares. De ahí que surjan nombres extraños (“sin memoria y sin
deseo”, “hacer el muerto”, “reverie”, “pantalla inactiva”, “atención libremente flotante”) para
designar esa imposible actitud de escuchar sin comprender o de participar sin vincularse. El meollo
de la dificultad es que, según esas recomendaciones, el cénit de la escucha se presenta en un
psicoanalista “puro inconciente”, pero esa posición requeriría del desvanecimiento de la posición de
sujeto del saber y de la observación; ser ajeno a uno mismo, lo cual es imposible; como lo es no
vincularse.
Nuestra mente no resiste lo novedoso. Tal vez tolera algún sinsentido, algún momento de
perplejidad o vacilación, pero se siente incómoda frente a lo ajeno, a visitantes desconocidos, a
presentaciones no representables o razonablemente enlazables. Mas, por estar involucrado en el
vínculo analítico, el ámbito de la mente del analista en la sesión es también sede potencial de
novedades y, consecuentemente, de resistencias a ellas. Además, por la naturaleza inmanente del
vínculo, en el transcurso de la sesión no es posible “pensar” las marcas de lo que se hace y percibe
(al menos no todas las marcas). La experiencia me ha demostrado no pocas veces que la capacidad
de operación del analista excede su “comprensión” de lo que acontece en la sesión: en el ámbito
vincular de la sesión se producen hechos que exceden lo que analista y pacientes pueden
comprender en ese tiempo.
¿Cómo hablar entonces de “una sesión”? ¿Qué es un registro de la misma si mucho de lo esencial
de ella quedara por fuera de lo representable?
Sucede que de esos excesos que emergen en la sesión quedan en las mentes de pacientes y analista,
afectadas por lo que sucedió, marcas excedentarias que siguen trabajando después de la sesión. Si
hay transferencia y proceso analítico se trata de sujetos de la situación analítica; „tocados‟ de
distinta manera por lo que allí, en el vínculo, aconteció.
Habrán notado que diferencio “sesión” de “situación analítica”. La sesión es un episodio de la
situación analítica. En el resto de la situación analítica esos registros de la sesión siguen trabajando,
son pensados, en un proceso de fidelidad a lo que les aconteció en la sesión a los sujetos del vínculo
analítico. Ese pensar fuera de la sesión no es un pensar en trascendencia sobre el objeto de
conocimiento “sesión”, porque, aún fuera de la sesión, los sujetos siguen en situación analítica
afectados por lo acontecido. No es “observar para entender”, sino “pensar en situación”.
16
En el dispositivo vincular todo esto es aún más complejo: interviene el campo visual cruzado, las
miradas, los movimientos en un campo surcado por múltiples transferencias18 (I. Berenstein y J.
Puget, 1997; ver también los Capítulos de S. Gomel y M. C. Rojas de este libro). Además, hay
historias que resulta muy difícil no recordar: el campo vincular está poblado de múltiples lugares de
identificación y transferencias posibles. “No suprimir”, como recomienda Freud, ninguna línea
asociativa vincular (o sea no vincularse) resulta, sino imposible, muy improbable. Al intentar
hacerlo se corre peligro de ser invadido por una suerte de caos difícil de soportar o de quedar
inmerso en el discurso que reglamenta los vínculos familiares. Rescatarse de esa inmiscusión y ese
caos es crucial para el analista de configuraciones vinculares. La mejor posición para la escucha
debería ser “dejar vincularse”, pero, de nuevo, eso entraña el peligro de desaparecer como sujeto
observante. Por todo esto al analista de configuraciones vinculares le es particularmente importante
distinguir “sesión” de “situación analítica” y pensar los registros excedentes de aquella en ésta.
14 – ADVERTENCIA ANTE UNA ZONA DE DISCONTINUIDAD
Intentaré ahora presentar el material clínico de una sesión familiar abarcando en el relato el vínculo
donde se gestaron sus marcas. Por todo lo que he manifestado en los últimos dos puntos, este
intento (de un imposible) estará lleno de complejas dificultades e implica un salto en nuestro
camino, o sea que deberemos atravesar aquí una zona de discontinuidad.
Los límites que dividen territorios homogéneos suelen ser convencionales. Por ejemplo, la frontera
que divide a las provincias argentinas La Pampa y Buenos Aires es el resultado de una convención
(y por eso en la Ruta 5 es necesario que un cartel señale su lugar). Pero hablar del “límite” que
separa zonas heterogéneas no tiene mayor sentido: entre heterogeneidades no media una línea
fronteriza; hay un salto. Y por más que se establezcan correlaciones entre los territorios
heterogéneos, la discontinuidad que los separa no se disuelve. Es lo que ocurre entre el nombre y la
cosa, o entre la teoría y la clínica (de ahí el salto que daremos ahora).
La teoría y la clínica se interrelacionan, cierto. Pero, de ser fieles a los discursos que organizan sus
territorios, sus relatos resultan esencial e irreversiblemente diversos. El camino que va de la teoría a
la clínica es uno, y el que va de la clínica a la teoría, otro. En su crecimiento, la Obra de Freud no
cesa de cruzar una y otra vez -y en ambas direcciones- el espacio que separa a la teoría de la clínica.
En el tránsito por esa zona de incongruencias esenciales y de discontinuidades que no se
homogeneizan, el psicoanálisis freudiano creció, se robusteció y consolidó. Sin embargo, aun en la
pluma genial del maestro, la brecha entre teoría y práctica no cierra.
En el trayecto teórico que hasta aquí transitamos, hemos abundado en la determinación de
generalidades (incluso cuando destacamos la importancia de lo singular), en lo Uno. Con el relato
clínico ingresaremos al territorio de lo particular, lo no generalizable, lo múltiple. Ganaremos en
apertura pero, inevitablemente, perderemos coherencia. El medio clásico para acercar esos dos
territorios –que, insisto, interactúan pero son disyuntos- es la viñeta o la deformación „adecuada‟ del
material. Pero, si esas estrategias logran disimular la discontinuidad e “ilustrar” adecuadamente la
teoría, suele ser a costa de desnaturalizar la apertura propia de la clínica: un hecho en una sesión es
como un nudo en una inmensa red, o, mejor, como una marca puntual en un conglomerado de
puntos; no la coagulación de un sentido.
En rigor, la discontinuidad que atravesaremos ahora se parece en mucho al estado de la mente de
un analista en sesión. Por un lado, él no puede sino tratar de comprender lo que está sucediendo,
armarse teorías, anticiparse al porvenir formulándose alguna generalidad que hilvane algo de „eso‟
que ahí sucede. Por otra parte, sabe que ese intento de cierre obstaculizará inevitablemente la
consigna que rige la práctica de lo singular: estar abierto („prestar su inconciente‟, „dejar
vincularse‟) sin anticiparse. Si me preguntasen cual es el rasgo más característico y esencial de la

18
Freud (1913) afirma que uno de los motivos principales por los que él recomienda que sus pacientes se acuesten en el
diván es el de evitar la interferencia que la fatigante mirada de ellos produce sobre él.
17
situación que habita el analista en sesión, diría que es precisamente el de esa discontinuidad que
ahora cursamos.
Advertido el lector del necesario corte que atraviesa el capítulo en este punto, y de que el relato de
una sesión no será una ilustración de la teoría sino –en el mejor de los casos- evidencia de la clave
con que la interpreta el que la escribe; abordaré el relato clínico.
15 – MATERIAL CLINICO
Intentaré, repito, transcribir lo que fui recordando de una sesión en una situación analítica sin
excluirme como participante.
El material clínico que he elegido será “una sesión familiar”, no “un caso”. Esa elección tiene pros
y contras. Entre las segundas está el hecho de que, al no incluir la „evolución‟ de la familia o del
tratamiento, perderemos la perspectiva distante apta para evaluar la existencia o no de grandes
cambios, comúnmente asociados al interés por lo acontecimental. Además, el relato novelado de „un
caso‟ transcurre en un tiempo escénico que es en sí mucho más ameno que el del monótono tiempo,
más cronológico, de „una sesión completa‟. Sin embargo, esa pérdida se compensaría si permitiese
que nos acerquemos a los microprocesos, las pequeñas oscilaciones entre lo establecido y lo
emergente que están presentes en toda situación analítica y, en mi opinión, configuran el ámbito
central de la mirada acontecimental de la clínica.
La sesión que seleccioné no es una que tengo guardada en mi memoria como „un acontecimiento‟, o
de la que recuerdo mis intervenciones como destacablemente lúcidas. Más bien elegí una
cualquiera, que transcurrió hace algunos años y de la que tenía, sí, una transcripción aceptable.
Diré ahora algo acerca del modo en que, cuando dispongo de tiempo, voluntad e interés suficientes,
levanto el registro de un material clínico: no grabo ni tomo notas escritas durante las sesiones;
apenas finalizan éstas, suelo anotar palabras o frases sueltas que me sirven de puente para, en otro
tiempo, reconstruirlas. En ese „otro tiempo‟ anoto lo más fielmente posible lo que sucedió en la
sesión, incluyendo los pensamientos y las sensaciones que recuerdo haber tenido durante la misma.
Mientras lo hago, suelen ocurrírseme nuevos pensamientos acerca de mis intervenciones o de lo que
sucedió en la sesión. Los anoto diferenciándolos, si puedo, de las ocurrencias que tuve durante la
sesión. Esta especie de “telescopaje” (sesión - registro de sesión - registro de registro de sesión...)
de modo alguno cierra la brecha entre la sesión y esa reconstrucción (¿debería decir
deconstrucción?). En el mejor de los casos facilita el trabajo, dentro de lo que llamé „situación
analítica‟, sobre alguno de los puntos a los que, de otro modo, no accedo. Lo que resulta es en
realidad un registro del proceso de mis pensamientos en la situación en el que cada nueva
inscripción suplementa a la anterior, destotalizándola.
Tengo la creciente impresión de que, al no ser abarcados por el esquema clásico en el que el analista
es un observador en la sesión y ésta el único lugar de producción; en los relatos clínicos habituales
muchos sucesos cruciales de la situación analítica pasan inadvertidos.
16 – LOS LORENZO
Fui consultado por los Lorenzo acerca de su hijo mayor, Atilio por “problemas de conducta” que
solían terminar en peleas con golpes, a veces importantes, entre él, su madre y/o su padre. Luego de
un proceso diagnóstico bastante largo (duró unos 2 meses) que incluyó al niño y su familia, indiqué
una terapia familiar. La familia Lorenzo está compuesta por Gina, la madre, que es profesora de
idiomas en colegios secundarios; Lionel, el padre, que trabaja como concesionario de autos; y Atilio
y Franca, los hijos, de 11 y 7 años respectivamente.
De la cantidad bastante grande de „antecedentes‟ que podría relatar sólo mencionaré aquellos que,
creo, me hubiera resultado difícil olvidar en el tiempo en el que transcurrió la sesión en cuestión. La
razón de esto es que quisiera poder acercar lo más posible este relato al estado de mi mente en aquel
entonces:
18
El papá de Lionel, que aún vivía, había sido un desertor del ejército italiano durante la segunda
Guerra mundial, y “salvó su vida escondido 10 meses en un sótano”. Gina, también descendiente de
italianos, tuvo un solo hermano, quién murió “ahogado en una pileta cuando estaba embarazada de
Atilio”. Quedó muy deprimida por ese hecho y “se refugió en la felicidad del embarazo y la
presencia del bebé”. La lactancia, de Atilio, sin embargo, cursó con problemas. Por una serie de
razones que no incluyo aquí, el hermano muerto como lugar propuesto al que Atilio se identificaba
pronto se transformó en mi mente en uno de los ejes principales de la comprensión de mucho de lo
que sucedía con los Lorenzo (e influyó sin dudas también en mi indicación). El nacimiento de
Franca transcurrió aparentemente al margen de estos conflictos.
17 - DECIMA SESION DEL TRATAMIENTO
Llegan Gina, Atilio y Franca, esta última con un álbum y paquetes de figuritas en la mano. Al entrar
al consultorio oigo que Gina le indica a Atilio que se siente en otro lado (queda así la silla más
próxima a ella libre, presuntamente para Lionel). Gina comenta “llegó el invierno ¿no quieren
sacarse la campera?” Franca se la saca, Atilio no: dice que él tiene frío. Franca propone jugar al
ahorcado. Atilio mira con aparente indiferencia. Franca dibuja una horca y escribe “T_ _ _ _ _ A”,
que será “TIJERA”. Antes de hacerlo corre hacia su mamá y le pregunta algo al oído. “Esa no, la
otra”, le contesta Gina.
[Qué configuración particular –pienso en la sesión- Atilio quedó afuera del secreto, pero ahora tiene
información en el juego sobre las letras, que seguramente son C-S, B-V o J-G... evoco otras
situaciones de la familia en las que quién queda afuera detenta cierta información... pero detengo
mis pensamientos porque me pierdo lo que sucede. Luego, al transcribir esto, pienso que yo
también, como Atilio, quedaba en esa posición de „afuera y con información‟, ¿a eso se habrá
debido ese “perderme en mis pensamientos”?].
Atilio no tiene problemas en descubrir “TIJERA”. Luego, hace él un ahorcado y escribe “D _ _ _ _
N”, que será “DELFIN”, Franca será la que debe descubrirla. Ella y su hermano discuten cómo es la
anotación de errores. ¿Cuánto vale un error?, ¿un ojo, otro ojo, la boca etc. -como quiere Franca- o
todos los rasgos, como dice Atilio? Gina defiende la posición de Franca, y le dice a Atilio que a él
no le cuesta nada hacer lo que quiere su hermana; quién a esa altura está por perder. Gina, que
parece haber adivinado cual es la palabra, dice: “me perdonás Franca, decí L”. [Noto que no dice
“me perdonas Atilio”, como a mí me parecía lo adecuado]. Franca finalmente acierta. Su hermano
protesta: “Así no vale, vos no te metas, dejanos”. “Bueno Atilio, pensá que es chiquita y una ayudita
puede tener”, contesta su madre. En ese momento llega Lionel. Saluda, intercambia sonrisas con
Franca y se sienta en la silla vacía. “¿Cuál es el chiste?”, le dice a Franca que se ríe. “Vos ya lo
sabés”; “No, me olvidé, contalo” , contesta el padre. “No...” dice Franca, ruborizada, haciendo
gestos de vergüenza.
[Si pregunto me siento como un personaje con libreto escrito, sino me quedo sin saber... en medio
de cierta perplejidad elijo el silencio. Al transcribir, no en la sesión, pienso que podría haber
razones contratransferenciales que contribuyeron a ese momento de perplejidad. Casi al principio de
la sesión les pregunté sobre el álbum y me dieron una respuesta que no recuerdo bien, algo, creo,
acerca del conejo Bunny y del básquet. Todo esto, repito, lo evoco ahora, cuando escribo y no
cuando comencé a reconstruir la sesión ni al anotar palabras. ¿Se me olvidan los pasajes que no
“concuerdan” con mis hipótesis? Ahora, por ejemplo, recuerdo que al llegar Lionel a sesión él
también se interesó por el álbum, conocía de qué se trataba y preguntó por qué no aparecía en él
“Lulú” (creo), la mujer sexy del conejo. Franca le mostró con insistencia que tenía una figurita en la
que Bunny ardía de amor por la conejita. De nuevo, ¿qué pasó con este fragmento en mi recuerdo?
¿Por qué lo olvidé? ¿Por que no “entraba” en mi concepción y por lo tanto lo deje caer? ¿O por su
contenido edípico, que reprimí en el recuerdo al quedar yo excluido del vínculo amoroso entre la
niña y su padre?].
Ahora Franca hace el ahorcado para Atilio y escribe “P _ _ _ _ _ N” que será “PIZARRÓN”. Antes,
le pregunta algo al oído a su mamá, quien responde sonriente “es con Z” [nuevamente, pienso,
19
información y exclusión], y luego que entre la P y la Z falta una rayita (Franca creía que era
“PIZARÓN”). Atilio se ríe y dice “pizarrón”, según explica vio a su hermana mirar el pizarrón
antes de escribir la palabra. Todas estas “adivinanzas” son festejadas, el clima es de alegría.
[Pienso en la sesión: ¡cómo los divierte adivinarse de golpe! ¿Juegan a las transparencias?, ¿es una
relación adhesiva como la de las figuritas? Sin embargo, por ahora entiendo poco. El clima es bueno
pero han pasado 20 minutos y comienza a inquietarme no tener nada que decir que, para mí, pueda
valer la pena. Sigo en silencio].
Atilio toma la hoja y escribe “L _ _ _ _ _ E”, que será “LARINGE”, y le pide a sus padres,
especialmente a su madre, que jueguen. Como es habitual, ésta le pregunta si está seguro de haber
escrito bien, si la letra del inicio y del final no figuran otras veces... Al principio ni Lionel ni Gina
aciertan. Gina pregunta si esa palabra en realidad existe; Lionel, si es en castellano. Atilio dice que
existe, que es en castellano y decide ayudarlos: “es una parte del cuerpo humano”. Entonces
aciertan.
Luego hace un ahorcado Gina, quién elige la palabra “DIVERTIDO”, que pronto acierta Lionel.
Vuelve a hacer un ahorcado Atilio eligiendo la palabra “INTESTINO”. “Parece que te preparaste
bien para el examen de mañana” le dice Gina, mirándolo sonriente. Me explican que mañana Atilio
tiene prueba de anatomía del cuerpo humano
[Noté en ese momento que había algo especial en el disfrute de Gina al adivinar lo que pasa por la
mente de los demás, ¿o era especialmente con Atilio?].
Toma el papel Franca que escribe un ahorcado con “TIJERA”. Cuando Lionel la descubre Atilio y
Gina le comentan que ya la había escrito antes de que él viniera. Franca dice que no. Le muestran la
hoja dónde lo había hecho. Franca dice que no se acordaba. Además, en el nuevo ahorcado la
escribió con “G”. Le recuerdan que también le habían dicho que era con “J”.
[¿Dónde está Franca?, pensé en ese momento, ¿toda ocupada-sabida por la mente de la madre? ¿Es
tan transparente a ella que no retiene los recuerdos de sus propias experiencias? Me seguía
preocupando no tener nada que yo pensara “sustancioso” para decir, sospeché que algo podía haber
con la palabra “tijera”, pero no me daba cuenta qué. “Decir algo”, pienso ahora, es un modo de
diferenciarme, de rescatar mi lugar de analista].
En ese momento dije algo así como: “Hay cosas que se repiten porque quedan como si no hubiesen
pasado”.
Atilio toma el papel y escribe “E _ _ _ _ _O” que, sonriente y sin vacilación, Gina descubre que es
“esófago”, “¡escribís toda la anatomía!”, le comenta.
Entonces, Atilio dice “a ver si adivinan ésta papá y mamá” y escribe “D_ _ _ _ _ _ _ _ O”. Una vez que
ellos arriesgaron algunas letras, se dirige a mí con una sonrisa y me pregunta “¿vos ya te la sabés?”
Respondo que aún no me doy cuenta. [Basado en otras sesiones, pensé que ésta era una señal de
que, según él, yo debería saber algo]. Finalmente llegan a completar “DE _ _ INARIO”, pero a esa
altura casi están ahorcados... Gina, francamente contrariada, afirma que esa palabra no existe.
Lionel sigue pensando... Gina se rinde, luego dice que no juega más al ahorcado. Atilio insiste:
“entonces digan cualquier letra”. Lionel propone la “L” con lo cual llegan a “DEL_INARIO”. Gina
se ha enojado mucho más. Retira bruscamente su cuerpo de la mesa, cruza sus brazos, se reclina
hacía atrás y dirige una mirada de enojo hacia el pizarrón vacío de enfrente. Anuncia que ella no
juega más, que Atilio diga qué palabra es y se terminó. “Igual falta una y estás ahorcada”; le
contesta, desafiante, Atilio. Gina dice que está cansada de que su hijo la empuje a que ella falle:
“¡Insiste en demostrar que no puedo, yo ya dije que no juego más y él insiste hasta lograr que me
enfurezca!”. Lionel tímidamente arriesga la letra “P” y la figura del ahorcado se completa. ¿Cuál
era la palabra? “DELFINARIO”. “¿Y qué es eso?”, pregunta Lionel. “La pileta donde se crían los
delfines”, contesta Atilio. Gina dice que esto es lo que siempre pasa, que no pueden hacer nada
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juntos porque Atilio empuja hasta que se rompen las leyes del juego, que su único objetivo es
demostrar que fallan los padres... inventando incluso palabras para provocar esos enfrentamientos.
Intervengo en ese momento, diciendo que este es un juego en donde o bien se acierta, cosa que a
ellos parece caerles bien, o no y uno es ahorcado, “lo que molesta -continúo- es que surja algo que
no saben y dudan si es un invento para castigar ahorcando o si simplemente se trata de algo que
aún no se sabe. Pero, surgen peleas y se quedan sin saber si es algo nuevo, o lo mismo de siempre.
Como en este caso lo no sabido es una palabra podría buscarse en otro lugar, en la cabeza de Uds.
o en un diccionario”.
[Apenas dije esto, surgió en mí la duda de si debí o no incluir lo del diccionario. “Diccionario”,
pienso al transcribir, tal vez era el nombre de la apelación a una instancia de alteridad que convalide
que Atilio hablaba de algo existente. ¿Mi propia resistencia a considerar “delfinario” un invento?,
¿el peligroso y tentador lugar de identificación con Atilio?, ¿me habría fascinado ya su invento?].
De inmediato Atilio me mira sonriente y me pregunta si puede traer un diccionario de mi biblioteca,
le digo que sí. Gina afirma que no se trata de ver si está o no está en un libro [criticando mi
actuación, supuse], sino esa manera de traer las cosas de Atilio: “él empuja y empuja hasta llevarlo
a uno al lugar donde es derrotado. Si uno dice ¡Basta abandono!, él sigue y sigue...” Lionel,
tímidamente, afirma: “a uno Atilio lo vuelve loco, pero igual se podría buscar en el diccionario”.
Lo hacen, pero no la encuentran. “¡¡Uy!! No está, pero yo sé que se llama así la pileta donde se
crían delfines... me parece”, comenta Atilio.
“Lo mismo pasó el sábado – dice Gina - no sé, ¿vos te acordás, Atilio?”. El hijo no responde, la
madre sigue hablando: “resulta que yo lo estaba reprendiendo por algo y le estaba explicando qué
había hecho mal, no me acuerdo ahora qué era, pero yo estaba muy enojada, y Atilio se pone a
hacer un ruido, como si cantara o algo así y a mí eso me pone loca. Hay una madre que le dice
algo a su hijo, y éste canta como si no le importara, pero es para no escuchar lo que le digo,
cuando yo sé bien que él sabe lo que le digo...”
Les pregunto si saben qué había pasado. Franca dice que no: ella sólo escuchó que gritaban. Lionel
comenta que se enteró de la anécdota pero no del porqué: “habrá sido una de las tantas de Atilio,
supongo”. Atilio no se acuerda. Gina lo increpa: “vamos, ¿me vas a decir que no te acordás?”
Atilio dice acordarse que su madre lo había retado y que él se había puesto a cantar, pero no de qué
hablaban. Finalmente Gina confiesa que ella tampoco se acuerda.
“Es parecido a lo que pasó recién, -señalo-: cuando se arma la discusión no queda lugar para
saber qué palabra o cosa nueva, si la hubiera, hay. No se pueden escuchar más, por que cada uno
queda con su propia música”.
“Música era la de Atilio - dice Gina - pero yo estaba diciendo cosas que, si bien no me acuerdo
cuales, eran importantes: un hijo debe escuchar lo que un mayor, y más si es la madre, le está
diciendo”.
Agrego que podría ser que para Atilio en ese momento las palabras de la madre eran como un ruido
molesto, del mismo modo que para Gina el canto de Atilio, que eran dos escuchando un ruido sin
que quede un registro de qué era la cuestión. Pero de eso no hay diccionario, y Lionel y Franca
parece que tampoco recuerdan.
[Al transcribir, recuerdo que al formular esa interpretación sentí cierto temor de que pudiera resultar
agresiva para Gina; se ve que de algún modo había yo percibido los peligros de identificarme al
lugar de “hijo no escuchado” y/o “hijo retado”].
Gina, luego de un silencio, interviene: “otra cosa, así como ejemplo de estos que hay miles, pasó el
domingo al volver de la quinta. Habíamos hecho comida de más, un lomo, un pollo y una tarta
deliciosa. En el viaje de vuelta decidimos calentar esos restos y comerlos a la noche. Pero, ni bien
llegamos, Atilio empezó que eso no come. Pero, digo yo, si tenés carne, carne de pollo, tarta, ¿qué
querés, Atilio?, ¿nada te conforma a vos?, ¿te ofrezco para comer de todo y vos dale que no, dale
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rechazar, dale decir que lo que te doy no sirve? Pero, él no, y no, y no... y eso me vuelve loca”. “Yo
pienso lo mismo”, afirma Lionel [Al transcribir, no en la sesión pensé, ¿lo mismo que quién?, ¿que
Gina o que Atillio?] “es una oferta amplia, abundante, si alguien la rechaza no es porque no se le
da”.
Intervengo: “Parecen reclamos ligados a que uno da y otro insiste en que eso no sirve. Madre que
da e hijo que no acepta y queda sin alimento; palabras que no se entienden... A lo mejor el domingo
Atilio quería otra cosa, algo no usado, o no quería comer... pero dice o hace algo que por alguna
razón enfurece a Gina y a Lionel... quizás sea como “DELFINARIO” y nos quede algo, una
palabra, para meternos más; o por ahí es como la discusión del sábado y se nos pierde... Pero, de
todos modos, ¿qué será lo que vuelve a esos reclamos capaces de enloquecer?” .
Al escuchar mis palabras, Gina comienza a llorar mientras Atilio recorta con la tijera los restos
inservibles de los calcos de las figuritas de Franca.
[Cuando, en los registros de que disponía mi mente en esa sesión, Gina lloraba, era porque algo
había tocado su duelo con su hermano... En el débil recuerdo que me quedó de aquel fugaz
momento creo haber entendido ese llanto como una evidencia más en referencia a mi interpretación
preferida de los hechos: el hermano muerto que le reclamaba a Gina, Atilio identificado a él
mostrándose afuera de toda reparación posible y con ello asegurándose un lugar en la cabeza de su
madre perpetuando la pelea que los une en un vínculo apasionado que a su vez vela el duelo. Franca
quedaba afuera; Lionel descolocado como tal vez quedó con la muerte de su cuñado... Las palabras
“laringe”, “ahorcado” y “pileta”, que enlazaban la situación, decididamente me habían impactado].
Lionel, que había escuchado atentamente mi interpretación, observando el llanto de Gina dice:
“pero, y entonces ¿cómo me pasa eso a mí también si no tengo unos pechos así (gesticula) ni tuve
problemas en la lactancia? ¿Cómo es que a mí también me saca de quicio cuando el rechaza los
ofrecimientos?” Al escucharlo, Gina intensificó su llanto.
[Las palabras de Lionel, de golpe cambiaron la escena de mi mente: súbitamente arribó a ella el
recuerdo de los problemas en la lactancia de Atilio debidos a una patología en los pezones de Gina.
Habían sido –comentaron entonces- tres meses “de pesadilla” con un pediatra que indicaba que
persistiera ordeñándose aún cuando Atilio, según dijeron, estaba subalimentado. La primera
consulta psicológica que hicieran por Atilio, quedó en ella marcada por este simple recuerdo: la
psicoanalista les dijo que los problemas del niño se debían a esa privación de los primeros meses,
por la que él aún clamaba resarcimiento o venganza. Gina también había llorado cuando me relató
eso. A pesar de saber que el relato de lo dicho por la analista no tenía porque coincidir con lo que
ella en realidad ella había dicho; me asombró que no se hubiese mencionado la simultaneidad de la
muerte de su hermano. Pero al escuchar a Lionel me di cuenta que ahora, en la sesión, se trataba
también de los pechos, de la lactancia, de lo que Gina no había dado. Que no era sólo “mente
ocupada por un hermano muerto” sino también “pechos ocupados, enfermos y retraídos”. No sólo
era “pileta” sino también “cría”, no sólo “laringe” sino también “esófago”. ¿Porqué lo que ella no
dio no aunaría los pezones enfermos y el duelo por el hermano muerto que la desposeyó de pechos
mentales de un lugar propio, no usado, para Atilio?, ¿y porqué no estaría todo condensado en
DELFINARIO: pileta y cría?
Sentí esas ideas como una revelación. ¿Se trataba de que simplemente había borrado de mi mente
los recuerdos de lo que, por otro lado, ya “sabía” y conducían en una de esas direcciones? Sin
embargo, a juzgar por sus efectos, mis interpretaciones de algún modo habían incluido el tema de la
„nutrición‟. En cambio, no incluí en forma explícita lo que sí había estado presente en mi mente: el
tema del hermano. ¿Cómo pudo ser? ¿Una escucha más allá de lo que se entiende? Mi cabeza ardía.
En frente mío estaban los papeles del “ahorcado” donde decía “laringe” (hermano muerto),
“intestino” y “esófago”, (alimentación) y “delfinario”, la palabra detonante que, según Atilio era “la
pileta donde se crían los delfines”. Pero ahora se me unía a esto la posición femenina de Lionel, la
envidia por los pechos. Su ausencia... De todo eso creo que sólo salió de mí decir:]
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“Parece que lo que recuerde la dificultad para comer o para dar de comer enloquece, más allá de
los pechos”.
Gina, secándose las lágrimas dice que a ella ni se le ocurrió en ese momento que Atilio pueda
querer otra cosa, que tampoco se le ocurre ahora que pueda querer jugar con “delfinario”. “Y yo qué
tengo que hacer, ¿llevarlo a Mc Donnalds a esa hora de la noche al Sr.? – dice Lionel- Porque si
lo hago resulta que el puede decir que no, que él quiere otra cosa...”.
Yo digo: “Y... a lo mejor se trata de otra cosa, el lío es averiguar de qué... porque cuando esa otra
cosa aparece, ya sea por cómo se la trae o por cómo es recibida, se genera, no otra, sino la misma
cosa: una pelea con ruidos que no se entienden”
Gina sigue hablando de lo que ella no se da cuenta, llega a decir que Atilio tal vez quiera cosas que
ella no escucha, le habló por primera vez en segunda persona: “porque vos, Atilio, debés
comprender que a veces mami no puede entender lo que querés, vos también tenés un modo...”
Lionel pide más explicaciones sobre “qué hacer en esos casos”, Gina comienza a explicarle. Atilio
declara que tiene sueño, apoya la cabeza en la mesa y se duerme. Franca desde su silla mira al
infinito, como sin escuchar. Gina ya ha transformando su monólogo, que me había parecido lúcido
unos minutos atrás, en una nueva y prolongada versión de la “educación de hijos”.
[Me sonó reiterado, monótono y presentí que podía llevar todo al lugar de partida. Yo mismo sentí
un adormecimiento y no recuerdo –ahora, al transcribir- sus palabras. Recuerdo, sí, haber pensado
“!Uy Dios, no otra vez¡” ante lo que tal vez sentí como un retorno de lo mismo. Pensé, también
recuerdo, incluir que frente a lo mismo cabe pelearse, como hacen; olvidarse como Franca con la
tijera; dormirse como Atilio o, por qué no, dar paso a algo nuevo. Pero me pareció demasiado.
Habría sido ruido no comprensible. Tal vez, pienso al transcribir, tuve temor de quedar identificado
a la madre alimentadora-eliminadora de faltas y al padre que no logra limitar.]
Ya es la hora. Sólo digo: “¿dejamos acá?”
18 - UNOS POCOS COMENTARIOS DE LA SESIÓN
Vista por mí ahora, a la distancia, la sesión parece centrada en el vínculo madre – hijo, lo que
excluye un tanto a los otros participantes: Franca, Lionel y el analista. Tal vez ese clima reproduzca
en algo aquella coincidencia peculiar del nacimiento de Atilio y la trágica muerte de su tío Claudio,
ahogado en una pileta y los problemas de lactancia. “Ahogado” resuena con “ahorcado”, el nombre
del juego; “laringe”, “intestino”, “esófago”, etc., son referencias al cuerpo humano y la muerte y,
finalmente, “pileta”, parecerían certificar que se trata de cierta evocación de aquello. La repetición
de “tijera” por Franca, podría pensarse aludiendo al corte faltante de un padre que separe o medie en
el vínculo asfixiante de Gina con Atilio/Claudio.
Ciertamente esa serie de palabras y actos, como aquella “silla vacía” del inicio, señalan el vacío
para el que no tienen, desde el discurso que organiza sus vínculos, otra respuesta que la
reproducción más o menos violenta de lo mismo (con intentos frustros de renovación, como el
ahorcado “divertido” de Gina.)
Pero la palabra que genera la máxima perturbación es “delfinario”. Exista o no en algún diccionario,
delfinario en esa situación fue un genuino invento; algo nuevo que irrumpió en la sesión. Tal vez
por eso todos reaccionamos frente a esa novedad. Lionel y Gina dudaron que esa palabra pudiera
ser algo más que una trampa “como las de siempre”; Franca pareció no prestar ninguna atención a
su emergencia, pero se apartó de ahí en más de la sesión; Atilio necesitó creer que el analista “ya se
la sabía”; y yo hice la inusual sugerencia de apelar a un diccionario que convalide su existencia
previa. Esa palabra, en aquella situación, puede pensarse como el nombre de un organizador central
del vacío de la situación de la sesión y parte de la vida de los Lorenzo: designa no sólo al delfín (y
los problemas de sucesión que no he mencionado), sino también el recuerdo de las dificultades en la
lactancia (lugar de cría y de vínculo parento-filial), y contiene la evocación de una pileta, el lugar
de la muerte de Claudio. La reacción frente a esa palabra (tal vez frente a la potencia con la que
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señaló el vacío de la situación) es coherente con la oposición a que, en la familia penetren
novedades perturbadoras como, por ejemplo, que los hijos ocupen otros lugares que los designados.
(Del mismo modo, cabría entender el sentido de la comida ya hecha o usada y el intento –
perturbador- de Atilio de que coman “comida nueva”; de modo que, en ese sentido, la oferta no es
tan “amplia” como dijo Lionel).
Pero hay que agregar lo que sucedió en mí. Mi mente también fue impactada por lo novedoso de
“delfinario”. “Pileta” y mis teorías ocluyeron temporariamente mi oreja a la comprensión de su otra
vertiente “Cría”. Pero, tal vez no se había cerrado mi escucha: aún antes de que los efectos de
„delfinario‟ me conectaran con esa otra significación, mis intervenciones parecen haberla tenido en
cuenta. ¿Habrán sido ellas también efecto de su novedad (como creo que fue la irritación de Gina)?
¿Podrá haber una dirección de las intervenciones que no esté guiada por el saber referencial del
analista ni por lo que él cree entender? ¿Habrá transferencia de un saber que afecte y llegue al
analista, al punto de promover intervenciones adecuadas, más allá de su comprensión? ¿Serán estos
momentos en los que el analista se “deja vincular” y es efectivamente afectado por lo que aún no
entiende?
Sin embargo, esa perturbación tan evidente a lo establecido que siguió a la emergencia de
„delfinario‟ fue rápidamente cubierta, al final de la sesión, por más de lo mismo. Hubo que esperar
todo un año en el tratamiento para que pudieran evidenciarse lo que, tal vez, hayan sido sus efectos.

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