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De tal forma, me propondré más allá de demostrar cómo es que la modernidad puede
influir en una familia de estrato bajo, intentaré abrir el baúl de lo no dicho hasta ahora, para
dar aquella relación que puede tener los temas vistos en la clase de ética (lo teórico), con la
realidad a la que muchos se enfrentan día a día, sea en su hogar (como yo) u otro espacio que
pudo ser en su momento, lugar.
La persona ideal para hablar sobre este acontecimiento en mi familia, voy a ser yo,
dado que, a pesar de que muchos saben de ella, todos prefieren no hablar de ello, tal vez
porque no quieren recordar que influyeron en ello o porque no les importa. De hecho, a la
primera persona a la que acudí para poder hablar de este tema, fue mi abuela, y esta me
respondió de una forma que aquí no vale la pena enunciar por la presentación del texto,
digamos que fue un poco alta en concordancia a lo que debería haber dicho en aquel
momento. Por lo cual, a través de lo que viví, relatare la historia de aquel objeto que lleno de
risas y alegrías por un momento mi hogar.
Tenía alrededor de cinco años cuando un cuadro de porcelana colgado en la parte
superior de la sala de nuestra casa, fue bajado para ser limpiado; la persona que hacía aquello
(mi abuela), me sugirió que le ayudase trayendo un poco de agua, al volver, me encontré con
que ella ya había roto aquel objeto, ¿cómo? Ella solo lo sabe. Igual el porqué. Lo gracioso y
simbólico no es ello, sino lo que ocurrió al día siguiente. Estaba en el mismo lugar donde se
había descolgado para limpiar, solo que con una línea que solo la veíamos perfectamente los
que sabíamos por qué había sido.
Ese día un tío entró con un balón y
por azares del destino lanzó el
objeto en dirección al cuadro
redondo; justamente ese día y a ese
objeto. Al caerse pensó que estaba
roto, pues vio su línea blanca y lo
creyó así; así que prosiguió a quitar
el pedazo que de por si, en
cualquier momento se caería. Pero
por alguna razón este pedazo no se
quitaba, por más esfuerzos que se
le hicieran, permanecía unido al
cuadro. Parecía como si aquella línea fuera algo más del cuadro.
Después de risas y de buscar argumento que valiese para dicho evento, por fin mi
abuela confesó que ella lo había hecho y lo había arreglado de igual forma con colbón, por
lo que no entendía por qué con tal golpe del balón no se había roto. Gracias a dicho evento
pintoresco, se dio a conocer la historia del cuadro; mi abuelo (muerto hace mucho tiempo)
se lo había regalado a mi abuela como un gesto de amor, poco antes de morir. Todos por un
momento creyeron que era obra del demonio (muchos decían entre carcajadas), otros que era
el amor infundido por mi difunto abuelo y mi abuela. Esta por otro lado, decía que era el
pegante más fuerte que había visto, que lo usaría para arreglar todo tipo de cosas (mientras
reía). Al final, todos estaban felices y asustados; esa misma noche dijeron que me iba a “jalar
las patas” mi abuelo, aunque yo no había hecho nada. Tanto fue el miedo que no sobra decir
que esa noche no dormí bien.
Pero gracias a ese accidente, todos los días de los meses que vinieron por tres años,
se reunía toda la familia con ansias de hablar de aquel suceso, reírse de él, conmemorar la
muerte de mi abuelo, reflexionar, contar más sobre objetos guardados de la familia y hasta
en ocasiones rezar. Todo por un azar del destino que había querido de alguna forma unirnos,
pues en tiempos como estos, lo que más abundaba era el desapego y la indiferencia entre la
mayoría de mi familia; todos solo se limitaban a trabajar, dormir, seguir trabajando, seguir
durmiendo, comer y seguir trabajando… fue siempre una rutina. Noto ahora que más allá de
rutina, era una doctrina, que ni ellos mismos, la asimilaban, pues nadie reparaba en ello.
Lo grandioso de ese espacio entre familia, es que pude conocer más de ella,
integrarme en ella y ser parte de ella. Muchas veces para conmemorar la fecha se llegaba
hasta a hablar de la iglesia que el cuadro tenía por dentro, solo para que al final se terminara
hablando de la misma historia, mi abuela, mi abuelo, el pegante, el balón, etc. Igual al final
a nadie le importaba, pues todos sabíamos que más allá de eso, estaba la relación que cada
vez fortalecíamos entre nosotros; fue el único momento y espacio en el que la familia por lo
menos se cruzaba la palabra. Por un momento creí que duraría por mucho tiempo, que eso
solo acabaría cuando estuviese mayor, pero con el mismo azar con el que llegó, se fue.
Por lo anterior, expondré las relaciones que dan cuenta tanto del nexo que puede darse
entre lo visto en clases como la desaparición de aquella tradición en mi familia.
Para empezar, hay que advertir que el rearraigo de la tradición puede efectuarse en
tanto haya participación por parte de los actores en ella, pues de otra forma no podrá seguir
vigente si las personas no toman conciencia de la problemática para que, como dice
Thompsom, nunca termine. Una de las más importantes características que tiene una
tradición es su interacción cara a cara, de esta el autor nos menciona que, “Con anterioridad
al desarrollo de los media, para la mayoría de las personas, el sentido del pasado y del mundo,
más allá de sus entornos inmediatos, venía constituido fundamentalmente por el contenido
simbólico intercambiado en las «interacciones cara a cara»” (Thompsom 1998, 238). Aunque
la casualidad es impresionante, una de las causas que demostraron que la tradición del cuadro
había terminado fue aquella, la interacción cara a cara nunca más se volvió a ver como en
aquellos días se veía; con risas, con conversaciones, etc. Luego de un tiempo al igual que lo
afirmo el autor, note que aquella enajenación con la tradición tuvo actores externos que luego
se “metieron” en la casa. Por esos tiempos los televisores planos e igual que el desarrollo de
los celulares estaba en ascenso, por lo que muchos de mis familiares (aquellos mismos que
realizaban la tradición) se desplazaron hacia los medios tecnológicos, dando más importancia
a la tecnología que a la familia.
Por ello, en relación con mi familia, Thompsom también menciona: “Por otra parte,
en la medida en que los individuos tuvieron acceso a los productos mediáticos, fueron
capaces de distanciarse del contenido simbólico de la «interacción cara a cara» y de otras
formas de autoridad que prevalecían en sus entornos cotidianos.” (Thompsom 1998, 238). Y
aunque mis familiares creían que el desconectarse de la tradición por conectarse a otra, era
normal, aquí queda demostrado lo contrario.
Por otro lado, vale la pena mencionar la importancia que puede tener un lugar, como
el hogar en tanto eje articulador de tradición, sobre ello, el escritor Marc Augé, además de
posicionar la importancia que tiene el lugar de identificación como de identidad, menciona
lo crucial que es el lugar donde se nace:
…Se consideran (o los consideran) identificatorios, relacionales e históricos. El plano de la
casa, las reglas de residencia, los barrios del pueblo, los altares, las plazas públicas, la
delimitación del terruño corresponden para cada uno a un conjunto de posibilidades, de
prescripciones y de prohibiciones cuyo contenido es a la vez espacial y social. Nacer es nacer
en un lugar, tener destinado un sitio de residencia. (Augé 1992, 31).
Vale la pena recordar que, el lugar donde se realizaba la tradición es importante tanto
porque allí nací y pude reencontrarme con los aspectos culturales con los que nací, con mi
herencia y porque allí había relaciones, identificación y ahora, historia.
Continuando con el tema, un aspecto igual de importante para ver el des-arraigo que
tuvo lugar en mi hogar; la tradición del cuadro circular, y para relacionarlo con lo anterior
dicho sobre el alejado nosotros y el cercano yo, es preciso citar las palabras de Giddens sobre
la existencia del individuo:
… por mi parte no creo que la existencia del “individuo” y mucho menos del yo, sea un rasgo de
distintivo de la modernidad. No hay duda de que la “individualidad” ha sido estimada en todas las
culturas, como también lo ha sido, en un sentido u otro, el cultivo de las posibilidades individuales.
(Giddens 1991, 99).
La angustia existencial como la desarrolla Giddens, sirve aquí para decir que la
confianza no ejercida de buena forma por parte de mi familia, es un claro ejemplo de los
problemas que puede tener el des-hacer un evento tan trivial que es el de hablar sobre un
cuadro, sin hablar de las demás tradiciones más fundadas y más conservadas, que en algún
punto o momento fueron arrojadas a la borda. Ni pensar en las implicaciones más allá que la
confianza, pueda tener en los habitantes, por ejemplo, de una tribu.
Hasta el momento se ha dicho que el desarraigo a la tradición fue por una serie de
factores por parte de la modernidad. Hasta el momento, la más perjudicial y evidente; la del
papel de los medios de comunicación. Aun así, no se ha hablado del lugar que quedó luego
de aquel desarraigo, pues para definirlo, y tomando de apoyo a Augé, lo definiremos con el
término propuesto por el autor, un no-lugar:
Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede
definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La
hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios
que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no
integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de lugares
"de memoria", ocupan allí un lugar circunscripto y específico. (Augé 1992, 44).
Tal cual lo menciona Augé, sucedió en mi casa, luego de que la tradición
desapareció, no hubo más charlas de la historia de mi familia, no hubo más conversaciones
más allá de comer o de estar cansados por el trabajo, y no pude crecer aprendiendo. Por no
mencionar demás aspectos apartes de aquella incómoda situación de crecer más como un
sujeto que un ser portador de historia e identidad. El lugar de memoria, que debería ser mi
casa por albergar en su momento una grandiosa historicidad, es ahora tomada más como un
sitio para sobrevivir que para vivir. Por eso, más que un no-lugar, mi casa en un espacio vacío
de personas que solo sienten el pasar del tiempo (aunque no estoy seguro).
La primera se refiere al tiempo, a nuestra percepción del tiempo, pero también al uso que hacemos de
él, a la manera en que disponemos de él. […] La segunda transformación acelerada propia del mundo
contemporáneo, y la segunda figura del exceso característica de la sobremodernidad, corresponde al
espacio. […] La tercera figura del exceso con la que se podría definir la situación de sobremodernidad,
la conocemos, como la figura del ego. (Augé 1992, 16, 19, 24).
Con respecto a la primera transformación en concordancia con la tradición, es
menester hablar acerca de la importancia que tuvo el tiempo, pues si bien, este siempre ha
sido contado por lo hombre por el mismo temor a él. En cuanto a la desaparición de la
tradición, esta transformación estuvo presente desde antes de su forzada aniquilación;
muchas veces mis familiares en el día en que se realizaba querían terminar, irse cada uno a
sus casas, ir a re-hacer sus deberes, sus obligaciones. Claro está, que luego de su eliminación,
la cuestión del tiempo giró de nuevo con respecto a cuanto duermo, descanso y trabajo.
Por consiguiente, el espacio va muy unido al tiempo, no faltó mucho para que el
lugar en donde se realizaba tan digna tradición de integración, quedara pisoteada por todos,
pues a nadie le importaba pasar por el lugar donde se hablaba, a nadie le parecía importante
dañar lo que allí estaba, y peor aún, el espacio de la sala pasó a ser toda la casa, en toda ella
se nota aún, un ambiente de indiferencia y no correlación.
Por añadidura, la tercera transformación, la del ego, hace referencia a la actitud tan
pedante que muchos de mis familiares tuvieron con respecto al acontecimiento del que ellos
participaron, del que ellos hicieron parte, y del que también fue eje articulador de su
desarrollo como persona. Para muchos, fue un juego más que una experiencia, unos hasta
llegaron a enojarse por recordarles aquellos buenos momentos.
Lo anterior nos lleva a la mediación de la experiencia, llamada así por Giddens, por
llamar a toda experiencia hecha o realizada en la modernidad como mediada, “El lenguaje y
la memoria están intrínsecamente conectados tanto en la rememoración individual como en
la institucionalización de la experiencia colectiva.” (Giddens 1991, 37). Si bien esto sucede
para el autor en los tiempos de la modernidad, para la tradición de la que fui parte no fue tan
así, dado que, fue por la modernidad que el uso de la palabra se desvaneció. Aunque si bien,
uno que otro familiar, (primos, en especial) llevan aún esa rememoración de cada evento que
se vivió con respecto a dicha tradición extinguida, como también yo, individualmente, como
lo mencionaba Giddens.
Si el desarrollo de la sociedad moderna parecía destruir este aspecto hermenéutico de la tradición, fue
sólo porque su surgimiento iba a la par de la emergencia de nuevos conjuntos de conceptos, valores y
creencias, implicando una combinación de progreso, conocimiento científico y humanismo secular que
a algunos les aparecía evidente. (Thompsom 1998, 254).
Aunque si bien, muchas cosas viejas deben dar paso a nuevas, el hecho de dejar de
lado una tradición está bien en tanto sea por el bienestar colectivo pero que la misma época
la saque del camino es una cosa distinta. Nada con respecto a la tradición trabajada aquí, se
muestra con aras de establecerla para cortar el paso a otros aspectos importantes de la época
actual, sino de querer perdurarla por el carácter formativo del ser identificatorio e histórico
que se tenía tanto para los integrantes en su momento como para los que pudiese haber
llegado.
He aquí la prueba confirmada por el mismo autor sobre todo lo dicho en este texto,
sobre la influencia que puede causar la modernidad (aunque sea solo con los media) con
respecto a una tradición, como la que viví, como cualquier otra que pueda estar en peligro de
extinción, pues la modernidad no deja cabo suelto y por lo que se ha visto, menos los que
tengan que ver con la colectividad.
Cabe señalar, la importancia que tuvo este trabajo al igual que la clase más allá de
una formación teórica. Donde cada lectura sirvió para que se pudiese entablar la relación
perdida tanto de la ética como de la tradición para que la final; en este trabajo. Donde se abrió
el baúl del silencio, lo que por mucho tiempo se negaba, se ocultaba, gracias a la
determinación de trabajos así; con su determinado análisis y co-relación entre factores
teóricos y prácticos, de la vida social tan enajena, tan perdida y tan olvidada por todo
estudiante y ciudadano. Por ello, es importante mencionar que el trabajo aquí hecho sirve
como punto de partida para reaccionar y cambiar nuestro proceder, sea desde nuestra postura
investigativa, intelectual, social, individual, frente al cambio que no muchas veces es bueno.
Finalmente, cada persona debe entender que en sus manos está el cambiar o si se
prefiere el aguantar, nada más contradictorio e ilógico que el querer cambiar algo pero no
hacer nada para lograrlo. Por eso, es menester apropiarse de más información de la aquí
presentada, de los lugares donde podría efectuarse el diálogo de esta problemática y la
búsqueda de soluciones que de por sí, son necesarias para el desarrollo de una época como
todos quieren, una donde la formación de identidad e intelectualidad, se den por igual. Y no
hay nadie más que pueda lograr todo lo dicho anteriormente que el hombre o mujer que vive
en dicha época, aquel ser que como lo pensaron en su momento, va más allá de lo simple.
Referencias
Giddens, Anthony. (1991). Modernidad e identidad del yo. España: Ediciones península.
Escrito por:
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