Sei sulla pagina 1di 11

Reflexiones sobre el peronismo de izquierda

by rolandoastarita

Por estos días he terminado de leer el primer tomo de El


peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina (Buenos
Aires, Planeta, 2010), de José Pablo Feinmann. Es un texto
interesante, que puede ser disparador de varios debates. También el
segundo volumen contiene material importante, aunque se repiten
algunas temáticas y argumentos ya planteados en el primer tomo. En
esta nota realizo algunas reflexiones sobre el peronismo de izquierda
revolucionario, a partir de la presentación que hace Feinmann de las
posiciones de esta corriente en las décadas de los 50 a los 70. En lo
que sigue también utilizo Nacionalismo burgués y nacionalismo
revolucionario (Buenos Aires, Contrapunto, 1986), del artista plástico
y militante del peronismo de izquierda, Ricardo Carpani.

El “viejo” peronismo revolucionario

En opinión de Feinmann, el mejor representante del peronismo


revolucionario ha sido John William Cooke. Efectivamente, Cooke es
clave para entender a la militancia peronista que buscó trabajar
desde el seno del movimiento de masas, en un sentido socialista.
Dado que mucha gente joven no lo conoce, en el Apéndice reseño
brevemente su vida.

Una de las primeras cuestiones que destaca Feinmann es que Cooke


pensaba que la lucha revolucionaria debía ser protagonizada por las
masas, y no por vanguardias iluminadas. Por eso, y a pesar de su
respeto y amistad con el Che, Cooke nunca fue foquista. “La
concepción de Cooke no es la de Guevara... Para Cooke la cosa no es
primero el foco, después el pueblo. No es primero una minoría y
después las masas. (…) El verdadero revolucionario es aquel que
trabaja con y desde las masas” (Feinmann, p. 382). A partir de aquí,
y siendo Cooke socialista, el problema que se plantea es cómo lograr
que la clase obrera argentina asuma un programa y una estrategia
socialistas. La respuesta a este interrogante se articula en base a dos
supuestos centrales: que el peronismo no puede ser asimilado por el
régimen burgués; y que desde el peronismo se podía radicalizar el
enfrentamiento de las masas peronistas con la clase capitalista,
superando al propio peronismo.

La idea de que el peronismo no es asimilable está sintetizada en la


famosa frase de Cooke, “el peronismo es el hecho maldito del país
burgués”. ¿Por qué? Pues porque Perón era el líder del enemigo de la
burguesía, y el peronismo había soliviantado a esas masas
trabajadoras (por ejemplo, otorgando grandes derechos sindicales).
De ahí que el movimiento nacional no podría ser integrado en el
régimen democrático burgués: “El régimen no puede
institucionalizarse como democracia burguesa porque el peronismo
obtendría el gobierno”, escribía Cooke en “La revolución y el
peronismo”, (citado por Feinmann, p. 388). Y dado que las masas
eran peronistas, había que ingresar al peronismo para dar la batalla
desde allí. En palabras de Feinmann: “Cooke... es el ideólogo del
peronismo revolucionario porque es el ideólogo del entrismo en las
masas. Somos peronistas porque las masas lo son y debemos
llevarlas hacia la lucha por la liberación nacional” (p. 375). Aquí está
el origen conceptual de la izquierda peronista. Aunque se refiere en
particular a la izquierda peronista que no cayó en el vanguardismo, al
estilo de los Montoneros. Feinmann agrega: “hay que estar en el
peronismo porque ahí están las masas y sin las masas no hay
revolución posible, sino que se genera el vanguardismo sin pueblo
que termina girando en el vacío” (p. 378). Y en un diálogo imaginario
con René Salamanca (dirigente de los obreros mecánicos de Córdoba,
militante del PCR), le hace decir a Cooke: “la identidad política de los
obreros argentinos es el peronismo. No estar ahí, es estar fuera”. En
otro pasaje, Feinmann anota: “La sustancia de la revolución son las
masas. De aquí que el peronismo se presentara tentador. Con un
empujoncito más hacemos de este pueblo un pueblo revolucionario y
el líder (Perón) no tendrá más que aceptarlo. No se trabajaba sólo
para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente. (…) Se
trabajaba para que el pueblo peronista diera hacia adelante el paso
que aún lo alejaba de las consignas de lucha socialistas. Una vez
producido esto, Perón no tendría más remedio que aceptarlo. El que
entiende esto entiende todo el fenómeno complejo de la izquierda
peronista” (p. 384). Esto resume lo central del pensamiento de la
izquierda peronista (aclaremos, la izquierda peronista que se
proponía avanzar al socialismo; bastante distinto de lo que hoy se
presenta como “izquierda” peronista).
La liberación nacional conduce al socialismo

Además de la imposibilidad de integración al régimen burgués, el otro


elemento fundamental es que se asumía al peronismo como un
movimiento de liberación y afirmación nacional; y por aquellos años
60 y 70 toda la izquierda pensaba que la liberación nacional sólo
podría imponerse enfrentando con métodos revolucionarios al
imperialismo. Pero esto llevaría al socialismo. Por lo cual, el
peronismo (como le sucedería a todo movimiento del liberación
nacional) sería superado-conservado (el aufhebung hegeliano) por el
socialismo (la formulación es de Feinmann). En otras palabras, el
capitalismo sería derrotado porque la lucha contra el colonialismo
sería imparable, y el imperialismo no podría absorberla.

Enfaticemos que en el peronismo de izquierda existía claridad en


cuanto al carácter burgués del peronismo, y por eso “no se trabajaba
solo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente”.
Había conciencia de que Perón era, en última instancia, “un
representante de la burguesía, del capitalismo” (Feinmann, p. 232), y
el peronismo, a lo sumo, un “movimiento capitalista humanitario y
distribucionista” (ídem, p. 220). Pero a partir de sus contradicciones
con el imperialismo y sus “agentes locales” (la oligarquía, el capital
financiero, el gran capital local), se visualizaba la posibilidad de que
iniciara el tránsito al socialismo, ya que el imperialismo no podía
absorber la lucha por la liberación. Con esta perspectiva en mente,
Cooke invita, en los años 1960, a Perón a sumarse a un “frente
revolucionario extendido en todo el planeta” (carta de Cooke a Perón,
citada por Feinmann en p. 397). En ese frente participaban Ben Bella
(Argelia), Sekú Torué (líder de la independencia y presidente de
Guinea), Nkrumah (líder de la lucha por la independencia de Ghana),
Nasser (Egipto), Tito (Yugoslavia) y Castro.

Aunque Perón no siguió el consejo de Cooke, lo importante es que la


militancia peronista de izquierda creía que la historia empujaría al
movimiento nacional a superar sus propios límites; incluso en contra
de los deseos de su conductor. En este respecto, la diferencia con la
izquierda radicalizada y no peronista no pasaba tanto por el
pronóstico histórico general (“el triunfo de la liberación nacional
llevará al socialismo”), sino sobre que ese proceso pudiera ocurrir
desde el peronismo. La izquierda radicalizada (guevarista, trotskista,
maoista) pensaba que el peronismo tenía limites de clase precisos. La
izquierda peronista, en cambio, veía el desenlace socialista como muy
probable. Al margen de lo que quisiera Perón, las masas empujarían
en dirección al socialismo, superando las limitaciones de la propia
dirección. La Resistencia había galvanizado el proyecto.

Esta perspectiva llevaba, en los mejores exponentes del peronismo


revolucionario, a cuestionar abiertamente el carácter burgués del
movimiento. Esto se aprecia claramente en el siguiente texto de
Carpani, que es de 1972: “Finalmente, (el peronismo revolucionario)
delimita y profundiza su conciencia y sus objetivos a partir de la caída
de Perón en 1955, durante la Resistencia Peronista y las luchas
posteriores, que desembocan en la conformación de un pensamiento
peronista revolucionario, plenamente consciente de sus objetivos de
clase y tajantemente diferenciado del peronismo burgués y
burocrático” (p. 70). Carpani llega a decir que para avanzar no hay
siquiera que conformarse con un programa de estatizaciones, como
habían planteado los programas de La Falda, Huerta Grande o de la
CGT de los Argentinos. Explícitamente criticaba “la creencia de que,
sobre la base de un programa de nacionalización de los recursos
fundamentales, pero manteniendo en lo esencial el régimen de la
propiedad privada, existía la posibilidad para esa burguesía (se
refiere a la burguesía industrial argentina) de un destino
independiente del imperialismo” (p. 73). Una afirmación de este tipo
podía suscribirla tranquilamente cualquier trotskista de aquellos años.
Aquella militancia “del movimiento nacional” advertía que existía una
división profunda entre el peronismo burgués (burocrático,
acomodaticio, institucional) y el peronismo revolucionario que
reivindicaba, y al que identificaba con la clase obrera, con los
explotados.

Ni punto de contacto con lo de hoy

Cualquiera que siga medianamente la política actual podrá apreciar la


distancia que media entre aquella vieja izquierda peronista, que se
asumía como revolucionaria, y lo que hoy puede llamarse peronismo
de izquierda. Cooke, o los militantes que llegaban al peronismo desde
Marx (muchos hicieron este derrotero) tenían como meta el
socialismo, y en este empeño llegaban a disputar no solo con las
conducciones intermedias, sino con el mismo Perón. Lo mismo
sucedió con muchos (no todos) jóvenes que se iniciaron en los
movimientos cristianos y nacionalistas de derecha, y terminaron en
las alas de izquierda del peronismo (por ejemplo, parte de la
dirección de Montoneros). Cooke criticó el Congreso de la
Productividad porque intentaba aumentar la productividad a costa del
esfuerzo de los trabajadores (sintomáticamente, la patronal se
quejaba por entonces de la falta de disciplina obrera en las
empresas); y también las negociaciones de Perón con la Standard Oil.
Después del golpe de 1955, luchó en la Resistencia. Y si bien fue
artífice principal del pacto con Frondizi, a partir del triunfo de la
revolución cubana radicalizó su postura, y trabajó por un
acercamiento del justicialismo con el castrismo. Finalmente, murió
pobre y aislado. Nada que ver con una militancia “izquierdista” que
hoy defiende a tránsfugas del CEMA y la Ucedé, aplaude a
funcionarios que se enriquecen de la noche a la mañana participando
de fabulosos negociados, y saluda como aliados a burócratas-
sindicales-empresarios, para seguir a la caza de puestos, y más
puestos. No quedan ni rastros de la vieja llama crítica, cuestionadora,
anti-sistema.

Volviendo al ideario peronista revolucionario, no quiero disimular las


diferencias que nos separaban. En aquellos años 70 yo militaba en el
trotskismo, y los trotskistas pensábamos (como en general muchos
otros marxistas) que el peronismo no podía evolucionar hacia el
socialismo. Discutíamos muy fuerte sobre esto. También criticábamos
el vanguardismo armado, elitista, de los Montoneros (y del ERP). Pero
por encima de esas diferencias, había un sentido pertenencia a la
izquierda revolucionaria. Lo he visto y vivido (y lo mismo le ha
pasado a otros compañeros) en las muchas experiencias de lucha, de
organización y combates dados desde el seno del movimiento de
masas. La militancia de izquierda peronista, al menos en su gran
mayoría, estaba comprometida con un ideal de revolución. No sé
hasta qué punto lo estaría la dirección de Montoneros (o una parte
importante de ella), pero sí lo estaban cientos o miles de militantes
de base, e intermedios, que se jugaban todos los días en la pelea
contra burócratas o patronales. Ese peronismo de izquierda de los 70
fue girando, primero hacia la no aceptación de la conducción
estratégica de Perón, luego hacia la oposición abiertas, como señala
Feinmann (p. 109). El enfrentamiento no comenzó cuando asumió
Isabel, como es conocido. En junio de 1974 Carpani llamaba a
construir “la organización independiente de los trabajadores, que
garantice la hegemonía directiva de la clase obrera en la lucha por la
liberación nacional y social” (reproducido en op. cit. p. 88). Por la
misma época caracterizaba la política de Perón, de 1973-4, como
“una política nacionalista burguesa, fundada en un pacto social entre
los trabajadores y la burguesía, tendiente en una primera etapa a
renegociar la dependencia del país en términos más favorables para
el sector de la burguesía industrial monopolista de capital
prevalecientemente nacional”. Y agregaba: “Dicho proceso pasa por
alto, tanto el grado de conciencia logrado por los sectores más
combativos de la clase obrera y el nivel de sus reivindicaciones, como
el carácter orgánico de la dependencia de las burguesías
semicoloniales respecto al imperialismo, dependencia que se halla
implícita en las mismas condiciones de supervivencia del sistema
capitalista” (p. 96). Gelbard, que hoy es visto casi como un
revolucionario, era definido por Carpani como un “representante
conspicuo de la burguesía industrial monopolista pretendidamente
nacional”. Precisemos que la política económica de Gelbard, si bien
burguesa, era mucho más estatista y nacional que cualquier cosa que
pueda verse hoy. ¿A quién se le podía ocurrir, en el peronismo “a lo
Carpani”, que la “liberación nacional y social” iría de la mano de los
Boudou y De Vido, de los Eskenazi y Cirigliano, de los Alperovich e
Insfrán, de la Exxon y la Barrick Gold de entonces?

¿”Desencuentro trágico”?

La ruptura-enfrentamiento de los 70 entre la conducción del


peronismo y la izquierda peronista no fue un proceso lineal, y tuvo
muchos aspectos cuestionables. La postura que tomó Montoneros al
día siguiente de Ezeiza siempre me pareció muy criticable (¿por qué
callaron la aquiescencia, por decir lo menos, de Perón con la
matanza?). También los silencios ensordecedores ante los primeros
asesinatos de la Triple A (¿por qué se disimulaba que los asesinos
tenían el respaldo del propio Perón?). Sin embargo, estas
“agachadas” (así las interpretábamos desde la izquierda no peronista)
no impidieron que el conflicto se profundizara. Muchos militantes de
base y cuadros intermedios tenían dudas, pero ante la alternativa de
elegir entre los burócratas-burgueses, y los trabajadores, se
decidieron por los trabajadores. Y el enfrentamiento fue brutal,
porque los matones y asesinos tenían el apoyo del Estado (¿o acaso
también hay que creer que el terrorismo de Estado comenzó el 24 de
marzo de 1976?) y la vía libre de la impunidad.
Seamos claros: fue un enfrentamiento que afectó la médula del
sistema, porque cuestionó a la burocracia sindical. En muchas
empresas, en especial en metalúrgicos y mecánicos, fueron
desplazadas direcciones burocráticas. Este cuestionamiento por la
base al poder sindical fue, por supuesto, más peligroso para la
burguesía (y por supuesto, para la derecha) que la Universidad
“nacional y popular” (barrida por los fascistas Ivanisevich y
compañía), y potencialmente más subversivo, en el largo plazo, el
accionar de los propios grupos armados. El enfrentamiento era el hijo
del Cordobazo, pero en una etapa superior de lucha, porque a partir
del 73 el gobierno era peronista. En la izquierda se alienaban montos,
el peronistas de base, trotskistas, maoístas, militantes de superficie
del ERP, y no pocos obreros del PC (aunque su dirección pactaba con
Gelbard y Perón). Lo recuerdo bien, estábamos unidos, nos
protegíamos las espaldas, porque nos enfrentábamos a la Triple A, a
los burócratas que colaboraban con ella, y a las patronales que se
ponían del lado de los verdugos.

Por supuesto, esto se trata de borrar de la memoria. Es lo que intenta


Cristina K cuando dice que en los 70 hubo un “desencuentro trágico”
entre la juventud peronista y la burocracia sindical. “Desencuentro
trágico”. ¿Es cinismo, o simple odio de clase? ¿Se puede encontrar
algo más reaccionario, en todo el sentido de la palabra? Pero es
lógico, porque CK, y los obsecuentes que aplauden su discurso,
buscan borrar la memoria de una experiencia de lucha que debería
grabarse a fuego en la conciencia de la clase. No olvidemos: en los 70
la juventud militante y de izquierda, con el apoyo (pasivo, en muchos
casos, pero apoyo, porque la gente votaba en las empresas) empezó
a desplazar direcciones traidoras y burocráticas en grandes
empresas. La derecha entonces respondió asesinando, golpeando,
persiguiendo por todos lados (escribo esto y me vienen a la memoria
los rostros de compañeros secuestrados, asesinados, golpeados
brutalmente, por el simple “pecado” de integrar una lista opositora a
la burocracia, o ser delegados honestos). Mariano Grondona, a todo
esto, aportaba lo suyo, comentando que López Rega hacía “el trabajo
sucio, pero necesario” (Marianito, siempre tan medido). A esta
experiencia extraordinaria de la clase, CK la descalifica como
“desencuentro trágico”. Y los chicos de La Cámpora aplauden a
rabiar, haciendo coro a los viejos burócratas, que asienten
satisfechos.
La realidad es que aquella vieja izquierda se jugó la vida por acabar
con los burócratas fachos y alcahuetes (¡si alcahueteaban a las
patronales para que echaran “zurdos”!). Con queridos compañeros,
fueran montos o del peronismo de base, he compartido reuniones de
agrupaciones de empresa donde discutíamos (y a veces muy
duramente), pero también organizábamos, y salían cosas
medianamente buenas (un boletín de fábrica, una colecta para una
huelga, o ir a visitar otros trabajadores que estaban haciendo una olla
popular). Naturalmente, también compartimos la cárcel o la tortura;
y el compañerismo o la amistad con tantos militantes desaparecidos.
Repito, estábamos en el mismo “bando”. Entre nosotros había
diferencias, pero no había “desencuentro trágico”, sino un
“encuentro” consciente, porque subyacía una unidad de fondo. Hoy,
en cambio, no hay encuentro posible con esa izquierda peronista que
aplaude discursos que llaman “privilegiados” a los docentes,
“extorsivas” a las huelgas, y acusan por “golpistas” a luchas obreras
que reclaman aumentos salariales. ¿Qué tiene que ver esto con el
“desarrollo de la conciencia social” del proletariado, que pedían
Carpani y otros exponentes del peronismo revolucionario? En los 70 a
nadie, que no fuera un amigo de López Rega, se le ocurría pensar que
una huelga era “funcional a la derecha”; nadie miraba para otro lado
y tapaba responsabilidades en tragedias como la de Once. Por
aquellos años, a nadie de la izquierda se le cruzaba por la mente
justificar el enriquecimiento sin límites del lumpen burgués-estatista,
mientras agita banderas “nacionales” y condena al activismo que se
levanta contra la megaminería.

La experiencia del “entrismo” en las masas peronistas

La historia del peronismo revolucionario “a lo Cooke” también


encierra una enseñanza muy importante para la militancia de hoy: la
imposibilidad de transformar “desde adentro” y desde la militancia, a
un movimiento nacional burgués en un movimiento revolucionario y
socialista. No fue posible en los tiempos de mayor enfrentamiento
entre el peronismo proscrito y la alta burguesía argentina. En los 60,
y por lo menos hasta mediados de los 70 (en 1975 EEUU sale
derrotado de Vietman) hubo un marco internacional que parecía
extremadamente favorable. Asistíamos al auge del tercermundismo,
la revolución cubana entusiasmaba, y se contaba con el “respaldo” de
la URSS y China a los movimientos de liberación nacional. El apoyo
de los soviéticos a la dictadura de Videla, y antes de China a
Pinochet, socavaría esta confianza, pero en los años 60 y comienzos
de los 70, pocos la cuestionaban. Sin embargo, y aun con todo este
contexto, la experiencia demostró que no bastaba con el
“empujoncito” para que las masas “superaran” a Perón, y el
programa del peronismo. Es que nunca se terminaba de romper con
el sistema capitalista y el proyecto nacional-estatal-burgués. Muchas
veces se habló “del giro a la izquierda de las masas peronistas”
(expresión que lanzó Codovilla, en 1946); pero el giro siempre
terminó en el reformismo burgués. Hubo grupos trotskistas que
plantearon la táctica de la “exigencia” (“que la CGT imponga su
programa con la huelga general”, etc.), pero esta agitación no tuvo
mayores repercusiones. El pretendido “empujoncito” no pudo darlo
Cooke, a pesar de ser el delegado personal de Perón en Argentina
durante el período más duro de la resistencia. Tampoco pudieron
darlo los grupos trotskistas que buscaron hacer entrismo en el
peronismo. Por ejemplo, a partir de 1953-4 los grupos dirigidos por
Nahuel Moreno y Esteban Rey se dirigieron a las masas peronistas
desde el Partido Socialista de la Revolución Nacional (que bajo la
dirección de Dickmann se había acercado al gobierno), pidiendo
medidas efectivas para parar el golpe que se avecinaba. Además, no
sólo Milcíades Peña (como pretende Feinmann) exigió armas a la CGT
para enfrentar a la Libertadora; hubo otros militantes de izquierda.
Luego, durante la Resistencia, algunos se asumieron como parte del
movimiento peronista. Fue el caso del grupo de Nahuel Moreno,
cuando publicaba Palabra Obrera, órgano del Movimiento de
Agrupaciones Obreras, que militaba en las 62 Organizaciones, a fines
de la década de los 50. Pudo haber habido influencia sindical, pero no
hubo superación alguna del peronismo. En la década del 60. y hasta
1972, hubo también grupos trotskistas que lucharon por la vuelta de
Perón, no sólo porque era una reivindicación democrática elemental,
sino porque pensaban que la demanda no era asimilable por el
régimen burgués. Pero las masas peronistas no viraron hacia ellos (y
Perón volvió sin revolución socialista).

Asimismo, muchos militantes provenientes del marxismo intentaron


llevar a cabo el sueño de Cooke, esto es, constituir desde el interior
del peronismo a la clase obrera en sujeto revolucionario. Los
resultados fueron, de nuevo, muy escasos. Incluso los compañeros
que tenían fuerte inserción de masas, no podían radicalizar el
movimiento más allá de los límites establecidos por Perón o por las
“20 verdades” del justicialismo (un recetario de consejos pro-
capitalistas, estatistas y cristianos, empapados de conciliacionismo de
clase). Lo he visto y vivido. Cuando militantes de montos o del
peronismo de base (subrayo, con inserción, no estoy hablando de los
que caían en paracaídas) intentaban, en charlas con los trabajadores
comunes, cuestionar o traspasar los límites, empezaban a sentir el
silencio y el vacío a su alrededor. La gente acompañaba en la lucha
contra la burocracia (y hasta cierto punto), pero el paso político hacia
el socialismo no se daba. En otras palabras, el peronismo no era
“superado” en ningún sentido socialista. No bastaba con el bendito
“empujoncito”. La izquierda revolucionaria podía estar “dentro” del
peronismo indefinidamente, pero no podía dar el tono general del
movimiento nacional. Esto fue así cuando estuvo Perón, y continuó
luego de su muerte. Agreguemos otra cuestión: para estar en la
lucha tampoco era necesario tomar la bandera del peronismo, como
muchas veces se insinuó. Tosco, Paez, Salamanca, Flores, fueron
grandes dirigentes del Cordobazo y de otras gestas obreras, y no
eran peronistas, sino marxistas. Tenían un enorme ascendiente sobre
las masas trabajadoras; aunque éstas permanecieron en el
peronismo, sin traspasar sus límites.

Pronósticos fallidos

Por razones de extensión, no lo voy a desarrollar aquí, pero dejo


señalada una cuestión que me parece capital: el error en el análisis
que prevaleció en la izquierda de los 60 y 70. Consistió en creer que
los movimientos de liberación nacional no eran asimilables por el
modo de producción capitalista. La corriente de la dependencia, y la
mayoría de los grandes economistas marxistas (Mandel, Samin,
Sweezy y Baran) alimentaron esta creencia, que fue asumida por
prácticamente todas las tendencias de la izquierda radicalizada,
incluido el peronismo revolucionario. He analizado esta cuestión en
otros trabajos, en especial en Economía política de la dependencia y
el subdesarrollo. Aquí solo quiero señalar que casi todos los
movimientos nacionales burgueses o pequeño burgueses han sido
asimilados al capitalismo; incluso los que en su radicalización llegaron
al estatismo generalizado. Fue un fenómeno mundial. El espectáculo
de los viejos montoneros, y del partido Justicialista, aplaudiendo y
defendiendo las privatizaciones menemistas, es solo una parte de la
escena global (¿acaso la heroica dirección vietnamita, la que condujo
la lucha por la liberación, no se transformó, después de 1975, en
alumna destacada del FMI?). En segundo lugar, y más
específicamente, se demostró que el peronismo era asimilable al
régimen burgués. Mejor dicho, lo demostró, sin dejar lugar a dudas,
el propio Perón, cuando volvió al país acompañado de Isabel, López
Rega y todo un séquito de asesinos y fascistas, que asumieron con
entusiasmo la tarea de “limpiar” el país de izquierdistas. Algún día
habrá que explorar hasta el fondo las raíces teóricas de estos errores.
Estoy convencido de que es parte del rearme político que necesita el
marxismo.

Apéndice, John William Cooke

Cooke (1920-1968) tuvo su origen en el radicalismo, pero adhirió


tempranamente al peronismo, y fue diputado por este partido, entre
1946 y 1951. En 1954 se opuso a los contratos petroleros que
negociaba el gobierno de Perón, y al Congreso de la productividad. En
1955 la Libertadora lo pone preso, junto a muchos otros dirigentes y
militantes peronistas. En noviembre de 1956, y aun estando
detenido, Cooke es designado por Perón para que asuma su
representación política (“su decisión será mi decisión y palabra mía”,
escribe Perón). En 1957 trabaja para el acuerdo entre Perón y
Frondizi, y en el 59 interviene en la huelga del frigorífico Lisandro de
la Torre. Después de este hecho, Perón lo desplaza. Ese mismo año,
viaja a Cuba junto a su compañera, Alicia Eguren. Adhiere a la
revolución -combate en Bahía de los Cochinos- y permanece en la isla
hasta 1963. Por entonces intentaba convencer a Perón de que viajara
a Cuba, y que el movimiento peronista asumiera posiciones
revolucionarias. En 1963 regresó a Argentina, y organizó Acción
Peronista Revolucionaria, donde participaron, entre otros, Fernando
Abal Medina y Norma Arrostito, que luego serían dirigentes de
Montoneros. Pero Cooke está aislado; muere de cáncer en 1968. En
1973 Alicia publica su correspondencia con Perón, que habría de
influir largamente en la izquierda peronista (así como sus otros
escritos). Alicia Eguren fue secuestrada y asesinada por los militares
en 1977.

Potrebbero piacerti anche