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VARONES Y MASCULINIDADES

EN TRANSFORMACIÓN
Gina Villagómez Valdés
Elia María Escoffié Aguilar
Ligia Vera Gamboa
Coordinadoras

VARONES Y MASCULINIDADES
EN TRANSFORMACIÓN

Aspectos socioculturales, psicológicos,


biomédicos y sexuales de los hombres

Colección Estudios sobre la Mujer y Relaciones de Género


2010
Consejo editorial de libros compilados de la Colección
Estudios de la mujer y relaciones de genero

Consejo Editorial
María Teresa Castillo Burguete (Cinvestav)
Gabriela Cervera Arce (Univ. Modelo)
Rebelín Echeverría Echeverría (UADY)
Pedro Sánchez Escobedo (UADY)
José Antonio Lugo Pérez (UADY)
Efraín Poot Capetillo (UADY)
Celia Rosado Avilés (UADY)

VARONES Y MASCULINIDADES EN TRANSFORMACIÓN.


Gina Villagómez Valdés, Elia María Escoffié, Ligia Vera Gamboa.
Coordinadoras.

Primera edición, 2010


D. R. © Universidad Autónoma de Yucatán
D. R. © Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (PIFI)

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra


sin el permiso escrito del autor.
Esta edición consta de 1000 ejemplares.
Impreso en México

HQ Varones y masculinidades en transformación : aspectos --


1090.7 socioculturales, psicológicos, biomèdicos y sexuales
.M6 de los hombres/ Gina Villagómez Valdés, Elia María
.V37 Escoffié Aguilar, Ligia Vera Gamboa [coordinadoras]
2009 Mérida, Yuc. : UADY 2010

313 p.

(Estudios de la mujer y relaciones de género)

ISBN: 978-607-7573-62-3

1.Masculinidad—Aspectos sociales--México 2. Mascu-


linidad (Psicología)—México— 3. Hombres—Conducta sexual
--México 4. Hombres —Yucatán— Identidad. I. Villagómez,
Gina. II Escoffié Aguilar. III. Vera Gamboa Ligia.
ÍNDICE 9
ANTECEDENTES 11
PRESENTACIÓN 13

I. ASPECTOS SOCIALES
DE LAS MASCULINIDADES

Masculinidades en transición en una comunidad maya de


Yucatán
Denise Fay Brown Owens 19
Los niños y niñas de Yucatán. Masculinidades al descubierto
Leticia Paredes Guerrero 29
La violencia masculina en las parejas jóvenes
Elva Rivera Gómez y Cirilo Rivera García 43
Masculinidades y violencia en la relación de pareja
Gina Villagómez Valdés 65
Abordaje de la violencia masculina en la política pública mu-
nicipal: El programa hombres con problemas de violencia en
la familia del municipio de Mérida
Alicia Canto Alcocer
y Rodrigo Cueva G. Cantón 85
Conversando las masculinidades en Yucatán. Trabajo colectivo
desde la sociedad civil.
Sergio Andrés Moreno Cabrera 99
Hombres de papel. Representaciones de la masculinidad en
los cómics eróticos mexicanos
José Gamboa Cetina 125

II. ASPECTOS PSICOLÓGICOS


DE LAS MASCULINIDADES

El narcisismo:
Una dificultad para la transformación masculina
José de Jesús González Núñez 147
La figura paterna en la construcción de la identidad de género
Elia María Escoffié Aguilar 167
Las Masculinidades. Construcciones desde la educación
Carlos David Carrillo Trujillo
y Jorge Armando Revilla Fajardo 179
La psicología masculina
Pedro Sánchez Escobedo, Sandra Martín Tun
y Paulina Carrillo Espadas 191
III. ASPECTOS BIOMÉDICOS
Y SEXUALES DE LAS MASCULINIDADES

Los hombres y la salud reproductiva. La visión de un grupo


de hombres rurales
Ligia Vera Gamboa
y Roger Mézquita Leana 211
Participación masculina en la Planificación Familiar en una
comunidad rural
Ana María Lucas Navarro, Yolanda Oliva Peña
y Andrés Santana Carvajal 227
Las interacciones sociales en el saber masculino para el cui-
dado de la salud de la mujer embarazada. Una propuesta de
cambio a través de la Educación.
Elsa Rodríguez Angulo, William Manrique
Vergara y Andrés Santana Carvajal 245
Entre masculinidades te veas: HSH y la vuelta al clóset
Roberto Ortiz Manzanilla 257
Masculinidades diversas: Prácticas sexuales en jóvenes de
Mérida, Yucatán
Celmy Teresa Noh Poot 271
Masculinidad desde la diversidad: Sexo anal no protegido y
su significado en hombres que tienen sexo con hombres en
Mérida, Yucatán, México.
Jorge O. Toledo González, María Luisa Rojas
Bolaños y Ligia Vera Gamboa 289

AUTORES 305
PRESENTACIÓN

Los estudios e investigaciones sociales con perspectiva de género se


iniciaron en Yucatán a finales del siglo pasado cuando un grupo de
investigadoras (es) de la Unidad de Ciencias Sociales del Centro de
Investigaciones Regionales “Dr. Hideyo Noguchi” de la Universidad
Autónoma de Yucatán, comenzaron a realizar estudios sobre las condi-
ciones de vida de la mujer yucateca abarcando diferentes temas histó-
ricos, étnicos, económicos, culturales y políticos entre otros.
A principios de los noventa, los esfuerzos individuales dieron origen
a la conformación de un grupo de trabajo que realizó proyectos de inves-
tigación colectiva y actividades académicas que dieron como resultado
varios productos como publicaciones, seminarios y eventos que mostra-
ron mayor profundidad en el análisis de la realidad estudiada.
El primer esfuerzo colectivo propició que en 2002 se conforma-
ra el Cuerpo Académico de Estudios sobre la Mujer y Relaciones de
Género en Yucatán, grupo disciplinar integrado por varias profesoras
investigadoras y un profesor investigador. En 2003 fue reconocido por
PROMEP como Cuerpo Académicoen consolidación.
El objetivo principal de este grupo de trabajo ha sido contribuir
teórica y metodológicamente a comprender la situación de las mujeres,
los hombres y las relaciones de género en torno a cuatro ejes teóricos:
poder, etnia, familia y masculinidad a través de la investigación, do-
cencia y extensión universitarias. Uno de los objetivos particulares del
Cuerpo Académico es difundir el conocimiento generado en las inves-
tigaciones con perspectiva de género y promover la discusión de distin-
tos aspectos relacionados con este enfoque.
En este tenor a finales de 2006, el Cuerpo Académico diseño un
proyecto editorial que consistiría en publicar la Colección de Estudios
sobre la Mujer y Relaciones de Género que contemplaría los resulta-
dos de investigación de las (os) integrantes del grupo así como de in-
vestigaciones de otros Cuerpos o Colectivos de Yucatán y del sureste
mexicano.
9
Este proyecto editorial constituye para el Cuerpo Académico una
gran satisfacción porque plasma el trabajo colectivo e individual de las
y los integrantes del grupo, además de que pone en la palestra de la
discusión diversos temas como sexualidad, familia, mujer y política,
noviazgo, familia y mujer maya. Los libros que surgen de esta temática
son: Género y sexualidad en contextos culturales; Mujer y congreso
local: El camino hacia el poder legislativo; Familia y relaciones de
género en Yucatán; Romper el silencio; Varones y masculinidades en
transformación; Mujer y política; Mujer maya y El a, b, c de la vio-
lencia en el noviazgo.
Presentar esta Colección es importante para el Cuerpo Académico
porque permite abrigar la esperanza de que haya cada vez más perso-
nas que se interesen por estos temas, y quienes ya se encuentran invo-
lucrados (as) en ellos, continúen generando conocimiento útil para la
sociedad.
Este proyecto editorial fue posible gracias a la Universidad Autó-
noma de Yucatán y al Programa Integral de Fortalecimiento Institu-
cional (PIFI) 2006 y 2007 que financió la publicación de la Colección.

Cuerpo Académico de Estudios de la Mujer


y Relaciones de Género en Yucatán
2009

10
ANTECEDENTES

En el marco del Coloquio de Ciencias Sociales. El Sureste Mexicano:


Visiones Históricas y Contemporáneas organizado en marzo de 2008
por la Unidad de Ciencias Sociales del Centro de Investigaciones Re-
gionales “Dr. Hideyo Noguchi” de la Universidad Autónoma de Yuca-
tán, se presentó la mesa Violencia, masculinidades y cultura de géne-
ro en la que se expusieron y discutieron múltiples temas relacionados
con los varones y las nuevas masculinidades en Yucatán.
A partir de esta experiencia y después de ver el interés desperta-
do por la temática, las integrantes del Cuerpo Académico de Estudios
sobre la Mujer y Relaciones de Género de la Unidad de Ciencias So-
ciales del CIR de la UADY, decidimos trabajar los textos para editar
un libro colectivo que integrara algunos aspectos sociales, culturales,
psicológicos, biomédicos y sexuales de las nuevas masculinidades en
diversos contextos, mismas que reflejan formas heterogéneas de trans-
formación de los paradigmas tradicionales y formas de ser varón en un
contexto de cambio global.
Por ello, decidimos convocar a integrantes de otros cuerpos acadé-
micos de la Universidad Autónoma de Yucatán para coordinar la ela-
boración de un proyecto editorial para invitar a un grupo de investiga-
doras/es que han trabajado directa o indirectamente estos temas y que
pertenecen a diversas disciplinas e instituciones académicas, lo que
dio por resultado un abanico de trabajos con una gama de enfoques
teóricos y metodológicos que exponen diversas formas de ser varón en
nuestra sociedad.
La mayoría de los trabajos aquí presentados forman parte de inves-
tigaciones realizadas en cuerpos académicos de la Unidad Biomédica
y de la Unidad de Ciencias Sociales del Centro de Investigaciones Re-
gionales “Dr. Hideyo Noguchi” y de las Facultades de Psicología, Edu-
cación y Antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán. Asi-
mismo, se presentan trabajos del Centro Regional INAH Yucatán, de la
11
Universidad de Calgary, del Centro Integral de Atención a la Violencia
del Ayuntamiento de Mérida, de la Universidad Autónoma Metropoli-
tana, de la Asociación Civil Kokay A.C., de la Facultad de Psicología
de la UNAM, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, de
la Universidad Autónoma Veracruzana y del Consejo Estatal de Pobla-
ción del Estado de Puebla. En total participaron 27 investigadores/as
con reconocidas trayectorias académicas tal como lo muestran las sín-
tesis curriculares incluidas en el apartado de Autores/as.
Lo que pretendemos con este libro colectivo es abrir una brecha
en los estudios sobre varones desde una perspectiva de género a tra-
vés de diferentes disciplinas con el fin de analizar algunos fenómenos
que abordan las transformaciones que atraviesan los hombres y que
a la fecha no han sido analizados. Las colaboraciones de expertos/as
en el tema de otras regiones del país, contribuyeron a enriquecer este
propósito.

12
INTRODUCCION

En el marco de la economía global, las crisis económicas generaron


cambios importantes en el país como la contracción del empleo mas-
culino y la feminización del empleo, especialmente en el sector tercia-
rio. Asimismo se observó un proceso de expansión de las ciudades, se
generaron nuevos consumos culturales y, sobre todo, nuevas formas
de organización familiar. Hombres y mujeres comenzaron a enfrentar
transformaciones en la manera de construirse, identificarse y relacio-
narse. Los antiguos esquemas culturales de asignación de funciones
de género en la vida pública y privada han tenido que adaptarse desde
entonces a las transformaciones impuestas por este proceso macro es-
tructural, colocando a los individuos frente a nuevas e inéditas formas
de convivencia que provocaron y provocan aún cambios en la sociedad
y los individuos dependiendo de su género, clase, etnia y ciclo de vida.
En este contexto, es innegable que las mujeres han fortalecido su
posición en todos los ámbitos, especialmente en la familia, provocando
cambios vinculados con las funciones socialmente asignadas a su gé-
nero. En este proceso, también los varones han tenido que modificar
prácticas tradicionales de relación con la mujer y la familia. Han sur-
gido comportamientos y respuestas agresivas contra las mujeres, pero
simultáneamente, han surgido nuevas prácticas de atención a los hijos
y el hogar por parte de los varones.
Para dar respuesta a algunos de estos fenómenos, surgieron estu-
dios académicos sobre los varones y las masculinidades en transforma-
ción. Estos estudios nacieron con el fin de abordar el fenómeno desde
varias disciplinas con diversos enfoques teórico-metodológicos que to-
maron como base la construcción social del género. Con este esquema
ha sido posible analizar diferentes dimensiones de lo que social y cul-
turalmente se espera de hombres y mujeres para identificar comporta-
mientos, prácticas y actitudes que obstaculizan la igualdad de trato, de
oportunidades, de acceso a los bienes, servicios y desarrollo en general.
Frente a esta situación, también fue necesaria la creación de políticas
13
públicas con perspectiva de género1, acciones sustentadas en este tipo
de estudios que surgieron para aminorar las brechas de desigualdad
entre los géneros.
Los estudios sobre varones surgieron básicamente para dar res-
puesta a las diversas formas de hacerse hombres en diferentes socie-
dades y contextos, pero más que nada, emergieron para entender por
qué si el modelo tradicional de masculinidad ubica a los varones en una
posición de poder y autoridad, desde hace algunas décadas se encuen-
tran vulnerables a los vaivenes de la vida global y frente a las mujeres.
El significado de “Ser hombre” es diferente para cada persona, si-
tuación que se explica a partir del proceso de socialización al que todos
los seres humanos estamos expuestos desde la más temprana edad,
ya que no es lo mismo ser hombre en Europa que en América latina, o
ser un hombre rural que vivir en un ámbito urbano, y más allá de esto,
no es lo mismo vivir siendo un hombre heterosexual que un hombre
homosexual. Este proceso puede llevar a no disfrutar de la sexualidad
y no buscar el cuidado de la salud; además de perpetuar estereotipos.
El estudio de la masculinidad o masculinidades como señalan va-
rios autores, reviste una gran importancia desde el punto de vista
cultural abordado por la antropología y la sociología; pero también
han sido trascendentes los estudios sobre varones desarrollados por
la psicología y el análisis de las masculinidades abordado en el ámbi-
to de la sexualidad y la salud reproductiva. Estas son algunas de las
reflexiones que se exponen en este trabajo colectivo realizado con el
fin de contribuir a un mejor conocimiento y comprensión de las trans-
formaciones de la masculinidad entre las que observamos emociones y
comportamientos de los hombres en diferentes ámbitos.
En el campo de la psicología, por ejemplo, se ha examinado la in-
fluencia que la mujer, particularmente la madre, tiene en el desarrollo
del ser humano. Sin embargo, en las últimas décadas se ha abordado
la influencia que tiene el padre en la formación de la personalidad de
los niños y niñas, resaltándose la influencia de esta figura en diferen-
tes aspectos como los procesos de identificación e identidad de género.
Hablar acerca de la masculinidad, es plantear una problemática de ac-
tualidad y de gran relevancia y trascendencia en el proceso de sociali-
zación temprana.

1
La perspectiva de género es un marco de análisis teórico – conceptual que
permite identificar las diferencias entre los géneros, las relaciones de poder al
interior de cada uno de ellos (intragenéricas) y entre ellos (intergenéricas) así
como su condición y posición ante las instituciones, con el propósito de establ-
ecer acciones tendientes a promover situaciones de equidad entre ambos, que
privilegien el respeto de sus derechos humanos y contemplen estrategias para
incluir a las mujeres en todos los procesos de desarrollo, en condiciones de
equidad con los hombres. (PROEQUIDAD, 2001).
14
En este marco de formación, el ser humano en busca de identidad,
estará siempre discutiendo y reflexionando temas trascendentes como
la libertad, la igualdad, el respeto y la diversidad. Todos estos concep-
tos resultan irrefutables, pero la visión e interpretación de los mismos,
de acuerdo a las diferentes culturas, sociedades y épocas, resulta siem-
pre polémica. Es así que en la actualidad, lo relacionado con lo mascu-
lino puede enfrentarse ideológica y emocionalmente con lo femenino
en una búsqueda de nuevos significados para hombres y mujeres.
A la fecha son muchos los trabajos y análisis acerca de la equidad
de género, pero cuando se utiliza este concepto, generalmente se hace
más referencia a lo femenino y a los derechos de las mujeres. Desde
esta perspectiva, se plantean elementos básicos para entender y expli-
car una forma de organización de la sociedad en la que las mujeres se
ubican en una posición de desventaja en las relaciones de poder frente
al varón. Sin duda, la cultura y el proceso de socialización temprana
determinan en gran parte el comportamiento “Masculino o Femenino”
sobre los cuales se desarrollan diferentes estrategias de poder, control
y dominio entre géneros. Lo anterior se construye social y culturalmen-
te, y el ser humano internamente va desarrollando, viviendo y expe-
rimentando a través de procesos de identificación el desarrollo de sí
mismo.
En la actualidad ser hombre o ser mujer significa enfrentar el mun-
do reproduciendo y a la vez tratando de cambiar estructuras estable-
cidas e inculcadas desde la infancia. Esto significa romper y transfor-
mar costumbres para apropiarse de nuevas prácticas que no siempre
concuerdan con las establecidas tradicionalmente para cada género.
Se trata de nuevas formas de ser hombre y ser mujer en la sociedad.
El “Ser masculino” particularmente, tiene implicaciones hoy en día
diferentes a las que éste término tenía en décadas pasadas, y aunque
“Saber” cognitivamente que hombres y mujeres como seres humanos
son iguales en cuanto a derechos, y por ello merecedores por igual de
respeto y dignidad, de hecho la realidad nos muestra que la sociedad
aun ubica a los varones en una situación de poder frente a las mujeres.
Sin embargo, el hombre actual ha tenido que enfrentar y adaptarse
a un mundo en el que la mujer gana cada vez más terreno en todos los
aspectos. Esta situación conduce a los hombres a sentir estos aconte-
cimientos como una “Pérdida” de poder, control y dominio. Si bien es
cierto que en lo general los cambios sociales y familiares que se están
viviendo recaen más directamente sobre las mujeres, es importante
considerar lo que está sucediendo en el “mundo interno” de los hom-
bres y cómo éstos se adaptan a la nueva situación.
Una nueva forma de mirar a los varones surgió pocos años después
de las Conferencias de Cairo y Bejing, ya que se inició en algunos paí-
ses de América Latina el debate sobre la participación masculina en
la salud reproductiva, la paternidad y la sexualidad. Considerar “Na-
15
turales” los estereotipos tradicionales de género en los varones lleva
a creencias, comportamientos y prácticas de riesgo, especialmente en
el ámbito de lo sexual. Pero más allá del riesgo, lo que es preciso ana-
lizar es la forma en que se reproduce este tipo de prácticas mostrán-
dolas como comportamientos y conductas “Inevitables” por el hecho
de ser hombres. Lo anterior incrementa la vulnerabilidad de los varo-
nes sobre la salud sexual y reproductiva como puede ser: la violencia,
las infecciones de transmisión sexual, incluyendo el VIH, entre otros.
Como ejemplo podemos citar el hecho de que se espera que los jóvenes
tengan experiencias sexuales como demostración de virilidad, ya que
no hacerlo, puede llevar a la sociedad a dudar de su masculinidad. Esta
situación lo enfrenta a un mayor riesgo si desconoce las estrategias de
protección. Lo importante para la cultura masculina es la demostra-
ción de la virilidad.
En pleno siglo XXI la cultura mexicana permite que los jóvenes
sean poco expresivos y repriman sus emociones, pero, ¿Qué sucede y
cómo construyen su masculinidad aquellos varones que se apartan de
la heterosexualidad? ¿No será posible mirar a los hombres y las mascu-
linidades como un factor protector para su salud, la de las mujeres y la
de otros? Es seguro que sí, pero antes será necesario y urgente profun-
dizar en el estudio de las masculinidades y considerar, que aunque se
trate de situaciones de salud, el hombre es un ente biopsicosocial que
recibe influencia de la cultura en la que vive incluyendo la vivencia de
la salud sexual, la sexualidad y la masculinidad.
Tomando en cuenta la diversidad de factores que es preciso anali-
zar para entender las nuevas formas de ser varón en nuestra sociedad,
en este trabajo abordamos distintos tipos de fenómenos relacionados
con las transformaciones de las masculinidades existentes: los aspec-
tos socioculturales, psicológicos, biomédicos y sexuales con el fin de
proporcionar un amplio espectro de fenómenos en los que hombres
han tenido que modificar antiguos y tradicionales esquemas de rela-
ción con las mujeres, la familia y la sociedad.

16
ASPECTOS SOCIALES DE
LAS MASCULINIDADES
MASCULINIDADES EN TRANSICIÓN
EN UNA COMUNIDAD MAYA
DE YUCATÁN

Denise Fay Brown

Introducción

Los seres humanos estamos diseñados para reproducirnos biológica-


mente por medio de relaciones heterosexuales. Asimismo, la dicotomía
sexual mujer-hombre está codificada en nuestros espacios y nuestras
acciones. Las relaciones heterosexuales se “Naturalizan” con una aso-
ciación convencional de la mujer en el espacio doméstico de la casa-
hogar y del hombre con los espacios más amplios y públicos en donde
se organiza la protección del hogar. A su vez, en el ámbito rural, se
asocia al hombre con la producción agrícola extensiva (producción de
macro nutrientes para la dieta y de productos comerciales) y los espa-
cios relacionados a tales actividades económicas.
Pero, ¿en dónde se originan estas asociaciones socio-espaciales?
La relación entre género, sexo y ruralidad se ha explorado ampliamen-
te por Little, quien ha contribuido al entendimiento de la construc-
ción de heterosexualidad y su expresión social y espacial (Little 2003,
2006, 2007, Little y Panelli 2003, Little y Leyshon 2003). Según Little
(2003), es de suma importancia contemplar la construcción de género
y sexo por medio del estudio de prácticas culturales, los performance
de identidades sexuales y las materialidades de la reproducción y con-
frontación de género, especialmente en el contexto de las trasforma-
ciones sociales, económicas y políticas del ámbito rural. Este capítulo
contempla el impacto socio-espacial de cambios recientes en el ámbito
masculino de una comunidad Maya de Yucatán, México que han llega-
do a retar las convenciones de género.
19
El contexto teórico

La masculinidad se define como “Las expectativas sociales y cultura-


les del comportamiento de los hombres” (Van Hoven y Hoschelmann,
2005). La preocupación por este fenómeno surgió parcialmente en re-
acción al creciente interés en cuestiones de género provocado por los
feministas hace ya varias décadas. La mayor parte de los estudios de
la masculinidad emerge de las disciplinas de psicología, sociología y
antropología, los cuales reconocen que género es principalmente una
construcción cultural que recae sobre relaciones sociales dentro de una
sociedad.
Desde el principio, los feministas se preocuparon por entender las
estructuras de patriarcado, por desconstruirlas y retar las relaciones
de poder implícitas en ellas. Inicialmente, entonces, se desarrolló una
imagen bastante monolítica del “Hombre dominante” o hegemónico,
sin problematizar las contradicciones que caracterizan cualquier de-
signación. Trabajos más recientes reconocen que definiciones conven-
cionales de masculinidad son “Legitimizados por medio de la margi-
nación de otras formas de masculinidad, como las asociadas con otras
clases sociales, etnias, sexualidades, edades o habilidades” (Ibid: 8).
La masculinidad es negociada, es cambiable, es debatida (contested), y
por lo mismo, es frágil.
Es importante llegar a entender los criterios o características de
la “Masculinidad” por medio de los procesos de su construcción, re-
producción y trasformación, y las maneras por las cuales los cambios
culturales pueden llegar a desestabilizar, o bien reconfirmar, ideas
convencionales de masculinidad. Los cambios en la estructura del tra-
bajo, tanto urbano como rural, pueden provocar transformaciones en
la relación entre hombres y mujeres y crear nuevos espacios de nego-
ciación en la definición de género. Little y Panelli (2003:283) enfati-
zan la importancia de entender cómo el género está ubicado dentro
de ámbitos tanto materiales como simbólicos que se caracterizan por
desigualdades.
Tanto Little como Cloke (2005) enfocan sus investigaciones sobre
género y masculinidad al medio rural, en donde se ha asociado a la
mujer con los trabajos domésticos y al hombre con el control (“Incluso
la conquista”) de los paisajes naturales (Little y Panelli 2003: 284).
En efecto, es el punto de contacto y de negociación (o lucha) entre los
géneros en términos de poder y espacio que representa la oportunidad
de entender “Como se practican la sexualidades de la vida cotidiana, y
como se reproducen dentro de las prácticas materiales de las relacio-
nes sociales en el ámbito rural” (Little 2003: 401). Little, entonces,
promueve el estudio de “La construcción y performance de la hetero-
sexualidad” como antecedente al estudio de masculinidad o feminidad
como enfoque de estudio (Ibid: 401).
20
Como geógrafo, Little tiene un interés especial en la manera me-
diante la cual los espacios codifican género y sexo, y cómo las identida-
des de género y sexo se manifiestan en el paisaje. Estas manifestaciones
se expresan por medio de prácticas y performance de las identidades
y géneros. Little propone que existe un vínculo de retroalimentación
fundamental entre género y sexo, que no deben de considerarse como
aspectos separados ya que son “Mutuamente constituidos” (Ibid: 415).
Por extensión, entonces, cambios en las prácticas y performance de
género pueden llegar a provocar desequilibrios en la definición de
sexualidad y viceversa. También, Little enfatiza la relación entre per-
formance y la “Articulación de poder” en la sociedad.
En suma, la masculinidad, como manifestación de relaciones de
género, se expresa espacial y materialmente por medio de prácticas y
performance y se codifica dentro de los espacios sociales. A su vez, es
dinámica y sujeta a negociación, especialmente en situaciones en las
cuales existen cambios en las estructuras y relaciones sociales y de po-
der. La masculinidad es negociada desde dentro (o sea, existen distin-
tas masculinidades dentro de una sociedad) y se define en relación con
lo “No-masculino”, por medio de la negociación de fronteras o límites
de separación, mismas que se expresan espacialmente. Según Little,
entonces, lo rural es un “espacio sexual” (sexed space) (Little 2007:
852).
En resumen, la masculinidad se asocia con “Cuerpos, objetos, lu-
gares y espacios mucho más allá de cuestiones biológicas y sexuales”
(Van Hoven y Hoschelmann 2005: 10). Se define, se negocia y se tras-
forma por medio de prácticas culturales y performance, entonces tiene
tanto una expresión material, como simbólica y metafórica. Smith y
Winchester (1998) estudiaron el dualismo espacial entre el espacio de
la casa y el del trabajo que caracteriza la experiencia de los hombres en
un contexto urbano occidental. Según ellos, las “Estructuras de trabajo
y casa perpetúan los desequilibrios de poder y género” que emergen
de la división de labores asociada con la industrialización (Ibid: 328).
Pero los resultados de su investigación muestran un elemento de
fluidez dentro de esta división binaria debido a tensiones en la negocia-
ción constante de la frontera entre casa/trabajo. De acuerdo con esta
propuesta, “La participación en el proceso de la negociación espacial
ayuda a que los hombres se alejen de un modelo binario estricto de
las diferencias (de género) culturales hacia una construcción más di-
fusa, fluida y radical” (Ibid: 329). El espacio de negociación entre las
dos categorías relativamente estables (mujer-casa: hombre-trabajo),
entonces, se identifica como clave para la absorción de tensiones y re-
solución de conflictos. El incremento de la presencia de los hombres
en el espacio de la casa se puede entender como un performance que
reta el entendimiento convencional, y puede ocasionar cambios en la
definición establecida dominante o “Hegemónica” de la masculinidad.
21
El contexto maya

Los estudios arriba citados, y la gran mayoría de los trabajos sobre gé-
nero y masculinidades, se han enfocado a contextos occidentales de
los países industrializados. Little y Cloke han destacado la diferencia
entre los ámbitos urbanos y rurales, pero ha habido poca investigación
sobre este tema en contextos no occidentales. Una larga trayectoria de
investigación antropológica en la región maya de Yucatán permite que
esta investigadora observe cambios en el performance y negociación
de masculinidad que ha creado tensiones dentro de la comunidad. A
continuación se presenta un análisis inicial de los cambios recientes,
partiendo de un modelo socio-espacial de género que se propuso hace
ya una década (Brown 1999). Proponemos que los espacios de géne-
ro se van modificando de tal forma que el performance de género, en
términos tanto de los espacios físicos como de los espacios de negocia-
ción, re-posiciona a los hombres en relación a las mujeres, retando la
masculinidad en la comunidad.
El modelo que llamaremos “Convencional” de organización socio-
espacial de los mayas se desarrolló tomando como base los estudios
antropológicos en una de las cahob o ciudades mayas más importantes
de la actualidad en la península de Yucatán: Chemax. Los hombres
de Chemax en la época de los años ochenta se autodefinieron como
uinicolob, hombres de la milpa. Existía en aquel momento una gran
consistencia entre los hombres mayas, e incluso aquellos que no se ga-
naban la vida de la agricultura frecuentemente se identificaban como
uinicolob, una expresión compleja, que se refería a una actividad eco-
nómica (milpero), el conocimiento profundo de la práctica agrícola (de
roza, tumba y quema), el manejo del ambiente natural (bosque tro-
pical sub-caducifolio), espacios politico-ecónomico-culturales (kax o
bosque y col o milpa) y la masculinidad (uinic que significa hombre).
La práctica agrícola en la zona requiere que los hombres (a menudo
con sus familias) habiten en forma transitoria el bosque, estableciendo
milpas en diferentes partes del bosque cada año. Tanto el bosque como
la milpa se asocian con los hombres, en las prácticas culturales que se
realizan en el bosque predominan los hombres, de forma que se puede
entender uinicol como el performance de masculinidad.
La estacionalidad de la agricultura no requiere que los hombres
estén todo el tiempo en sus milpas, liberando tiempo para otras activi-
dades y prácticas importantes para la definición de la comunidad, mis-
mas que tienen lugar en el centro físico y simbólico del cah, que es el
asentamiento principal. El modelo convencional ubica a los hombres
como predominantes en el manejo de los asuntos comunitarios, como
son la protección militar y ritual del cah, la administración de espacios
y bienes públicos y la imposición de orden social.
En esos asuntos los hombres forman una colectividad y se auto
identifican como eetcahal, o miembros de la comunidad o cah. Eet-
22
cahal es una referencia compleja a un lugar céntrico tanto en términos
geográficos como simbólicos (el cah), a un conjunto de instituciones
sociales para el buen gobierno de la unidad social, a las expectativas
de colaboración y cooperación entre los hombres, y a la masculinidad.
Entonces, el performance de masculinidad en el modelo conven-
cional de género desarrollado para Chemax en la segunda mitad del
siglo XX, ubica a los hombres en dos espacios significativos y estratégi-
cos (kax y cah), con actividades y prácticas económicas, sociales y po-
líticas claves para la definición y reproducción de la comunidad y con
el performance de una masculinidad dominante o hegemónica. Esto
no significa que todos los hombres se apegaban al modelo predomi-
nante, que simplemente marca una “Norma” para la comunidad. Por
su parte, el ámbito convencional de las mujeres comprendía el espacio
doméstico, con la casa-cocina (koben) y el hogar (kak) como los puntos
estratégicos femeninos (Ibid).
A pesar de la separación analítica y conceptual de estos espacios,
el modelo contempla espacios importantes de negociación, donde las
actividades de las mujeres y de los hombres se traslapan. En Chemax,
solamente en algunos momentos de suma importancia ritual existe
una separación decisiva entre los espacios de mujeres y los de hom-
bres. Normalmente existe colaboración y una cierta posibilidad de
co-existencia de las mujeres y los hombres en todos los espacios, sin
la amenaza de “Violencia exclusionaria” (Mitchell, 1996) provocada
por violación de normas y expectativas de feminidad o masculinidad.
Este espacio aparece en Figura 1 como el “Espacio compartido de ne-
gociación”. En la vida cotidiana de la comunidad, dentro del modelo
convencional, tanto los hombres como las mujeres tienen acceso a los
espacios del otro, de forma que las fronteras entre todos los espacios
están permeables. El esquema convencional se aprecia en la Figura 1a
“Modelo convencional, espacio por género y tiempo”.
En los últimos 25 años, la zona maya del oriente del estado de Yu-
catán y Quintana Roo ha sido muy afectada por el desarrollo del turis-
mo internacional en la zona costera del Caribe, una zona ahora conoci-
da como “La Riviera Maya”. Hoy en día, el ingreso más importante a
la economía de Chemax viene en forma de sueldos de los que trabajan
en actividades asociadas con el turismo. La economía de Chemax se
caracteriza por “Remesas” de los hombres que trabajan en turismo y
quienes pasan la semana fuera de la comunidad, llegando, en su mayo-
ría, a pasar sólo el domingo en casa con sus familias.
El cambio de agricultura a ingresos monetarios como base de la
economía, se acompaña por una trasformación socio-espacial que afec-
ta la definición de masculinidad y su performance en la comunidad.
Los aspectos más importantes de esta trasformación se relacionan con
(1) la temporalidad, (2) la disminución de espacios de interacción y
traslape entre mujeres y hombres, (3) la disminución de la presencia
23
de los hombres, tanto física como simbólicamente, dentro del cah, y,
relacionado a esto, (4) el incremento en la presencia de las mujeres en
el cah. Esto se puede apreciar esquemáticamente en la Figura 1b “Mo-
delo Modificado, espacio por género y tiempo”.
En contraste al calendario agrícola que permitía a los hombres es-
tar dentro del cah durante una porción importante del año, ahora los
trabajos asalariados requieren un compromiso temporal más rígido, y
resulta en el hecho de que los hombres pasan la mayor parte del año
fuera del cah y también fuera del kax; es decir, lejos de los espacios
convencionales de la comunidad ya que están en la zona turística. A
su vez, en respuesta a esta ausencia prolongada de los hombres de la
comunidad, las mujeres se han visto en la necesidad y la posibilidad de
entrar en los espacios del cah. En contraste a la situación observada
hace dos décadas, ahora se destaca la presencia de mujeres en las calles
de Chemax llevando a cabo actividades cotidianas.
El nuevo patrón generalizado predice la inserción de un número
importante de hombres en los espacios del cah, a partir de los sábados
en la tarde, y terminando el lunes en la madrugada. Como resultado, el
espacio compartido de “Negociación” se limita a este periodo de tiem-
po, y por ser tan restringido espacial y temporalmente, resulta ser más
debatido (contested), ya que el espacio del cah anteriormente asociado
con masculinidad, ahora está compartido o bien “invadido” por las mu-
jeres. Las mujeres generalmente no comparten el espacio de “La Rivie-
ra Maya” y los hombres están ausentes de sus casas durante casi toda
la semana, eliminando la posibilidad del traslape y de la negociación
socio socio-espaciales durante la mayor parte del tiempo.
Con los hombres de regreso a los espacios del cah solamente los
domingos, generalmente para minimizar conflicto y “Violencia exclu-
sionaria”, las mujeres tienden a regresar al espacio (refugio) del ko-
ben durante ese día, permitiendo un regreso temporal al performance
convencional de masculinidades y feminidades. Queda poco tiempo y
espacio para la reproducción de la identidad de eetcahal, mientras que
el espacio de reproducción de la identidad de uinicol está prácticamen-
te abandonado. La identidad masculina junto con el performance de
masculinidad está trasformados.

La (re)negociación de género

Las relaciones de género se negocian, no son fijos. Aquí se ha demos-


trado un cambio evidente en los espacios y los tiempos de interacción
entre mujeres y hombres y, por extensión, en los términos de esta ne-
gociación. Los códigos de género y sexo de los distintos espacios co-
tidianos de la comunidad han cambiado radicalmente. Con esto, la
intersección de los géneros, las fronteras entre las identidades y los
24
contextos de traslape y de negociación, están profundamente modifi-
cados.
Siguiendo el trabajo de Little (2003: 415), esto afectará las relacio-
nes de poder y la construcción de heterosexualidad e identidad de gé-
nero, porque son “Mutuamente constituidas”. Lógicamente, los cam-
bios socio socio-espaciales implican nuevas formas de performance de
masculinidad y feminidad. Como el performance de género implica
articulación de poder (Little and Leyshon 2003: 259), el hecho de que
las mujeres estén ocupando espacios de performance previamente
masculinos significa una nueva lucha y negociación de poder.
El incremento en la segregación por género significa que existe me-
nos oportunidad de comunicación y co-performance de masculinidad
con feminidad, ya que los hombres físicamente se ausentan de la co-
munidad durante la mayor parte del tiempo. Esto amenaza con crear
un desfase entre lo que son las expectativas entre las dos categorías y
una ruptura en la dualidad en las relaciones de género. Este hecho,
junto con el incremento espacial para el performance de feminidad
dentro de la comunidad significa una pérdida de poder masculino.
Finalmente, el performance de masculinidad de los mayas de Che-
max fuera de la región, en la Riviera Maya y lejos (social, cultural y
geográficamente) del espacio cotidiano de performance de feminidad
maya, llegará a una ruptura de comunicación, lo cual es consistente
con lo descrito por Smith y Winchester (1998: 329) quienes identifican
la frontera entre el ámbito masculino y el femenino como “Un punto
clave para la identidad de los hombres”. Los nuevos espacios para la
definición de las identidades de mujeres y hombres llevarán a cambios
en la construcción de masculinidad, pero también pueden provocar
“Ámbitos de conflicto” (Van Hoven y Hoschelmann, 2005).

Conclusión

Los cambios económicos en la zona maya relacionados con su inserción


en el mercado de trabajo asociado con la activad turística representan
sólo una óptica para entender la trasformación cultural que está evi-
dente en la zona. Efectivamente, se observa el impacto de más ingresos
monetarios y un cambio en la materialidad de la vida de la mayoría de
la población de la región. Sin embargo, los cambios en la identidad son
más profundos y difíciles de observar empíricamente.
El hecho de contar con un estudio de la organización socio-espacial
relacionada al género en un tiempo anterior al impacto fuerte de esta
nueva actividad económica en la región, facilita trazar cambios recien-
tes que han llegado a retar esquemas culturales para la negociación y
construcción de género en la región. Uno de los impactos más notorios
es el relacionado con la construcción de la masculinidad en relación
25
con la temporalidad y especialidad del nuevo trabajo masculino, que
lleva a los hombres fuera de la zona maya.
El presente estudio muestra cómo este cambio ha modificado el
performance de feminidad y ha retado el performance de masculini-
dad en la comunidad maya de Chemax, provocando condiciones pro-
picias para el incremento de tensiones y conflictos entre los géneros.

26
Referencias bibliográficas

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una relación de interdependencia, Mexican Studies/Estudios
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Von Hoven, Bettina y Kathrin Hoschelmann (eds.) (2005) Spaces of
Masculinities, Routledge, New York.

27
LA CONDICIÓN DE SALUD Y MALTRATO
DE LOS NIÑOS EN YUCATÁN

Leticia Paredes Guerrero

Introducción

El comportamiento de los hombres se establece conformea la cultu-


rainstituidapor la sociedad en la que permanentementees necesario
mostrar su virilidad. Esto significa que el hombre debe demostrar y
comprobar constantemente que es fuerte y protector, que es capaz de
controlar sus sentimientos, que ejerce el poder, pero sobre todo, que
no es femenino. En este sentido, la virilidad, es un instrumento cons-
truido culturalmente cuyo propósito es la perpetuación social de la di-
ferencia sexual.
El planteamiento de Simón de Beauvoir respecto a que no se nace
mujer, se hace mujer, puede aplicarse al género masculino y decir
que no se nace hombre sino que se hacen hombres (Kimmel, Hearn y
Connell, 2004; Kimmel, 1992 y Kaufman, 1994). Lozoya (1999) señala
acertadamente que lo masculino no es ninguna esencia yque las ca-
racterísticas que se identifican como masculinas no son innatas, sino
consecuencia de un proceso de socialización que pretende relaciones
de dominación entre los sexos. Al respecto Connel (2003: 109) expone
que para definir la masculinidad, es importante centrarse en los pro-
cesos y las relaciones a través de los cuales los hombres y las mujeres
viven vidas ligadas al género. La masculinidad, agrega, es un lugar en
las relaciones de género, en las prácticas a través de las cuales los hom-
bres y las mujeres ocupan ese espacio en el género y los efectos de di-
chas prácticas en la experiencia corporal, la personalidad y la cultura.
La identidad o mejor dicho, la condición masculina es, por tanto, un
producto social, un resultado que podemos modificar en uso de nues-
tra libertad, si deseamos una sociedad en la que ningún sexo oprima

29
al otro. El género, es, entonces, una estructura en la práctica social.
Con el modelo de la masculinidad existente se socializa al varón, fo-
mentandodeterminados comportamientos, reprimiendo otros y trans-
mitiendo ciertas convicciones de lo que significa ser hombre. Durante
tal proceso de socialización, los varones son señalados como personas
importantes y con poder.
Este modelo de comportamiento muchas veces no corresponde con
la realidad, ya que pueden existir varones que sin ser femeninos, ten-
gan una forma de ser tan diferente al modelo masculino tradicional y
tengan algunas variantes que cuestionan el modelo establecido, provo-
cando que la asociación hombre-virilidad no sea el único modelo expli-
cativo para el estudio de los varones y se comience a hacer referencia
a la masculinidad como una construcción social que genera identidad,
en tanto la virilidad es un comportamiento no femenino.
En la construcción de la masculinidad de los varones intervienen
momentos históricos concretos, así como una sociedad y una cultura
determinada. En dicha construcción podemos señalar que existen fe-
nómenos sociales, económicos, políticos y culturales que afectan tanto
a hombres como a mujeres, pero lo interesante de esto es que a través
de un estudio de la masculinidad se puede conocer la condición de los
hombres en dichos fenómenos, es decir qué posición ocupan, si existe o
no un ejercicio del poder, la colaboración o no hacia las mujeres.
Desde el ámbito académico existe una prolífica producción que ex-
plica estos eventos y analizan claramente el proceso de asignación de
la masculinidad desde etapas tempranas de la socialización infantil; en
ellos se estudia cómo el modelo de masculinidad aprendido se vincula
con el ejercicio del poder y las prácticas de la violencia (Corsi, 1995;
Naifeh, et. al., 1990; Seidler, 1992 y 1998; Minello, 2002).

Condiciones de salud y maltrato. Los niños de Yucatán

En el contexto de la construcción de la masculinidad es interesante co-


nocer la condición de los niños en fenómenos como la salud infantil a
través de de los indicadores relativos alas muertes infantiles y el mal-
trato. Este tipo de análisis resulta relevante debido a que la infancia
es la etapa primaria crítica para mantener la vida y para el proceso de
socialización que contribuye a la construcción de la masculinidad.
En Yucatán de acuerdo con el censo del 2000, la población infantil
ascendía a 717, 719. Para el conteo poblacional de 2005 el 39.47% de la
población era infantil es decir 718, 075 eran niños, niñas y adolescentes
que se encuentran en el rango de edad entre 0 y 19 años2. Los datos de

2
INEGI, 2005, Conteo de población y vivienda.
30
estos documentos reflejan una disminución de la población infantil en
un quinquenio en 3.81%. De esta población infantil es interesante ana-
lizar la situación de los varones de 0 a 17 años de edad.
Para conocer la situación de la salud infantil un indicador base es
el número de muertes infantiles de niños y niñas de 0 a 5 años de edad.
Mientras menos niños mueran significa que funcionan las medidas de
salud que se implementan para lograr la sobre vivencia de los seres
humanos. Cabe señalar que aun cuando se establece un rango de edad
para el indicador, en este trabajo incluimos a todos aquellos niños, ni-
ñas y adolescentes que se encuentran de 0 a 19 años de edad.
En el caso de Yucatán el número de muertes infantiles no es alar-
mante ya que en el período que abarca de 2000 a 2005 murieron en el
estado de Yucatán un total de 4,756 infantes; de los cuales 2,702 fueron
niños y 2,054 niñas3. Si lo comparamos con la población infantil dada
por el censo representa un porcentaje menor, pero en este caso lo in-
teresante de rescatar, independientemente si son muchos o pocos los
infantes que han muerto, es el hecho de que en el período de estudio
murieron más varones que mujeres. Lo segundo que llama la atención
son dos rangos de edad el de 0 a 1 año y los de 14 a 19 años; el primero
por la cifra de muertes y el segundo por las causas.
Si comparamos las cifras entre varones y mujeres en diversos ran-
gos de edad entre 2000 y 2005, se aprecia claramente la muerte de más
niños que niñas. Esta es una constante independientemente de la edad.
En el rango de 0-1 año, las cifras muestran que en el caso de las niñas
en 2000 fueron 245 y para el año siguiente se incrementaron a 266, en
2002 descendieron a 224 y en 2003 a 213. Para 2004 se incrementó a
216 y en 2005 decreció a 164. En el caso de los niños en el mismo rango
de edad su tendencia es al decremento ya que en 2000 fueron 308 y
fueron descendiendo levemente en los siguientes años hasta 235 en
2005 (Figura 1).
Si comparamos las cifras entre niñas y niños se puede afirmar que
aun cuando en las primeras las cifras tuvieron movimiento de incre-
mentos y descensos, durante el quinquenio, estas siempre fueron me-
nores a las de los varones quienes aun cuando la tendencia fue a una
constante disminución, los números de los niños siempre fueron ma-
yores a los de las niñas.
En el rango de edad de 1-4 años, las niñas y los niños que murieron
son menos que los del rango anterior, pero además es un rango que se
caracterizó por gran movimiento en las cifras dando como resultado
que en tres años sean más las niñas fallecidas y en otros tres sean va-
rones. Así en el año 2000 el número de niñas en 2000 fue de 51 y 48
niños; durante 2001 hubo un incremento para ambos, las niñas fueron

3
Datos proporcionados por la Secretaría de Salud del Estado de Yucatán
2000-2005.
31
55 y los niños 62. Para el caso de las niñas durante 2002, 2003 y 2004
los números fueron 36; 50 y 47 respectivamente; en tanto que los ni-
ños durante este periodo descendieron a 56, 46, y 39, pero en 2005 los
números para las niñas decrecieron a 45 y los niños se incrementaron
a 60 (Figura 2).

Figura 1
Número de muertes de niños menores de 1 año por sexo

350
308 296
300 284 270
262
250 235
266
245 224
200 213 216

150 164
100

50

0
2000 2001 2002 2003 2004 2005
Niños Niñas
Fuente: SIDI

Figura 2
Número de muertes en niños de 1 a 4 años por sexo

80

62
60 60
51 50
55 56
48 47
40 46 45
39
36

20

0
2000 2001 2002 2003 2004 2005
Niños Niñas
Fuente: SIDI

32
El rango de edad de 5-9 años de edad en cuanto a mortalidad in-
fantil, muestra una cifra baja ya que durante el período 2000-2005
fueron 595. En este rango los números para las niñas fue en el 2000
de 25, para 2001 descendió a 23 manteniéndose esta cifra en el años
de 2002 y volviendo a descender en 2003 a 17 peroincrementándose
a 21 durante 2004 y permaneciendo así al año siguientes. En cuanto
a los niños podemos decir que las cifras fueron irregulares pero sin
grandes sobresaltos ya que para 2000 su número fue de 32, cifra que
se incrementóligeramente el año siguiente y descendió a 28 durante
2002. En los años que van de 2003 a 2005 las cifras fueron 25,29 y 31
respectivamente (Figura 3). Al comparar las cifras entre niñas y niños
podemos decir que en este rango fallecieron más niños, aun cuando la
diferencia promedio entre ambos fue de 8 infantes.
El comportamiento de las cifras de los las niñas que murieron en-
tre de 10 a 14 años de edad muestran que el número máximo de fa-
llecimientos fue 27 tanto para 2002 como para 2003 y el menor de18
durante los años de 2001 y 2005 en tanto que 2000 y 2004 las niñas
que murieron fueron 25 y 20 respectivamente. En cuanto a los niños,
la tendencia fue sostenida, pues los números estuvieron ligeramente
arriba de los 30 durante 2000 a 2005 y únicamente en 2003 hubo un
descenso a 24 (Figura 4). Al comparar las cifras de los distintos años
se observa que en 2003 los fallecimientos de niñas fueron mayores que
de niños, además este año resultó para las primeras la cifra más alta
registrada en todo el período estudiado y para los niños la más baja.

Figura 3
Número de muertes en niños de 5 a 9 años por sexo

40

32 33
30 31
28 29
25 25
23 23
20 21 21
17

10

0
2000 2001 2002 2003 2004 2005
Niños Niñas
Fuente: SIDI

33
Figura 4
Número de muertes en niños de 10 a 14 años por sexo

40

33
30 31 31 31
27 30
27
25 24
20
20
18 18

10

0
2000 2001 2002 2003 2004 2005
Niños Niñas
Fuente: SIDI

Figura 5
Número de muertes en niños de 15 a 19 años por sexo

100

80
80
69
60 62
59
56
52
40
33
31 32 30
20 26 25

0
2000 2001 2002 2003 2004 2005
Niños Niñas
Fuente: SIDI Yucatán

En cuanto al último rango de edad 15-19 las cifras muestran que


para las mujeres adolescentes los números no se movieron de forma
relevante ya que durante 2000, 2001, 2003 y 2004 la cifra máxima
fue 33 y la mínima 30 en tanto 2002 y 2005 muestran las cifras más
bajas del quinquenio con 26 y 25 respectivamente. En cuanto a varones
adolescentes el comportamiento se muestra irregular pues hubieron

34
incrementos y decrementos de cifras, así los hombres registraron en
2000 59 casos, cifra que decreció en 2001 a 56 muertes, en 2002 se
incrementóa 62, para 2002 se volvió a incrementar a 80, para 2006 se
redujo a52 pero para 2005 volvió a crecer a 69 (Figura 5).
En este rango de edad al comparar adolescentes hombres y muje-
res se puede señalar que murieron más jóvenes varones que mujeres y
la diferencia promedio entre ambos es de 33.5 adolescentes.Las cifras
proporcionadas evidencian que en el primer rango de edad es cuando
mueren más los niños varones. Es decir, la mayoría se encontraba en el
rango de edad de 0 a 1 año es decir 2,983, seguidos por quienes tenían
de 1 a 4 años que fueron 595 y el restante se encontraba entre 5 y 19
años de edad (Figura 6 y 7).

Figura 6
Número de muertes de niños de 2000 a 2005 por rango de edad

15 a 19 aós
14%
10 a 14 años
7%

5 a 9 años
7%

1 a 4 años
11% Menor de 1
61%

Figura 7
Número de muertes de niños de 2000 a 2005 por rango de edad

15 a 19
10 a 14 9%
6%
5a9
6%

1a4
14%

Menor de 1
65%
Fuente: SIDI Yucatán

35
Este hecho llama la atención. A manera de hipótesis planteamos
que el fenómeno se encuentra vinculado a la creencia de la fortaleza
que los varones “Traen de nacimiento”, es decir, debido a que social-
mente se considera que los hombres son fuertes, ellos cuentan con
las características para afrontar cualquier factor de riesgo de muerte,
de ahí que en mayor medida sean víctimas de descuidos u omisiones
como no vacunarlos, abandonos y hasta violencia física que muchas
veces lleva a desenlaces fatales.
En los rangos de edad de 10 a 14 y 15 a 19 es importante consi-
derar que como causa de muerte se presenta el suicidio. Durante el
periodo de estudio, para el primer rango de edad éste representó el
4.76% de los 315 menores muertos; mientras que para el segundo, el
17.83% de los 555 fallecidos. Esto significa que murieron 114 menores y
adolescentes entre 10 y 19 años, siendo varones el 78.07% y mujeres el
21.93%. Asimismo, la causa de muerte por homicidio en adolescentes
de 15 a 19 años también presenta cifras importantes. Los decesos por
esta causa representaron el 5.04% (28) de los jóvenes muertos, siendo
varones el 85.71% de los casos.

Maltrato infantil

Cuando se hace referencia al maltrato infantil generalmente nos refe-


rimos a las niñas, sin embargo las cifras arrojadas por la Procuraduría
de la Defensa del Menor perteneciente al DIF (PRODEMEFA/DIF)
para los años de 2000 a 2005 y los números de la Procuraduría Gene-
ral de Justicia (PGJ) para ese mismo período, muestran que los niños
varones son víctimas de maltrato casi en la misma proporción que las
niñas.
Al analizar la información que arrojan estas dos instituciones se
puede percibir, que en la PRODEMEFA/DIF, para el 2000 el número
de denuncias en las que comprobó maltrato fueron 672, a partir de
este año las cifras fueron en aumento, así para 2001fueron 1,321 y en
2002, 1393. Para el año de 2003 las cifras casi se duplicaron ya que
las denuncias fueron 3,319, el siguiente año (2004) fue de 3,282 y en
2005 de 3,140 (ver figura 8).
La Procuraduría General de Justicia para el año de 2001 recibió
1,497 denuncias de maltrato infantil, durante 2002 y 2003 el número
aumentó ligeramente a 1,940 y 1,957 respectivamente, en 2004 des-
cendieron las denuncias a 1,878 pero en 2005 volvieron a cifras simila-
res a años anteriores con 1,947 denuncias (figura 9).

36
Figura 8
Número de denuncias en las que se comprobó maltrato

3,319 3,282
3,140

1,393
1,321

672

Fuente:
SIDI Yucatán
2000 2001 2002 2003 2004 2005

Figura 9
Número de denuncias ante la PGJY

1,940 1,957 1,947


1,878

1,497

2001 2002 2003 2004 2005

Fuente: SIDI: Yucatán

Al comparar las cifras entre la PRODEMEFA y la PGJ, se puede


observar que de 2000 a 2002 el número de denuncias recibidas por
ambas instituciones fue similar. En cambio para el período de 2003 a
2005 las cifras fueron diferentes ya que para la PRODEMEFA la ten-
dencia se modificó pues las denuncias aumentaron al doble y así se
mantuvieron durante el trienio, en cambio para la PGJ, la tendencia
se mantuvo ya que aun cuando las denuncias se incrementaron, las
alteraciones no fueron significativas.

37
El número de denuncia no corresponde necesariamente al de in-
fantes maltratados, ya que en una denuncia puede estar involucrado
más de un niño. Al comparar por institución y por sexo el número de
infantes maltratados, encontramos que en el año 2000 en la PRODE-
MEFA fueron 498 varones y 559 niñas, la diferencia entre ellos sólo fue
de 61. Para 2001 los niños fueron un poco más que las niñas ya que los
primeros fueron 937 niños y las segundas fueron 912,
En 2002, aun cuando la tendencia se revirtió, la diferencia en las
cifras entre niños y niñas maltratados fue de 105 infantes, para 2003
la diferencia se incremento a 294 pero para 2004 se redujo un poco a
250, sin embargo para 2005 se volvió a incrementar dicha diferencia a
322. Cabe señalar que aun cuando sólo en un año fueron más las niñas
que los niños la diferencia en promedio de ambos fue poco significativa
(figura 10).
En cuanto a la PGJ en 2001 las niñas fueron 824 y los niños 726
siendo la diferencia entre ambos de 98, ésta cifra incrementó ligera-
mente para 2002 siendo las primeras 1,123 y los segundos 936 y la
diferencia entre los dos fue de 187, para el año de 2003 las niñas fue-
ron1,080 y los niños 1,012, éstos últimos su número fue mayor que el
de las niñas en 68. En 2004 la diferencia entre ambos sexos fue de 135
ya que ellas fueron 1,053 y ellos 938. Para 2005 las mujeres fueron
1,152 y los varones 870 y la diferencia fue de 282, ésta diferencia es la
más alta registrada del período de estudio (Figura 11).

Figura 10
Número de niños que han sido maltratados por sexo

1,881 1,771
1,801
1,587 1,551
1,449

1,043
937 912 938

498 559

2000 2001 2002 2003 2004 2005


Fuente: SIDI Yucatán Niños Niñas

38
Figura 11
Número de menores maltratados (PGJ)

1,123 1,152
1,080 1,053
1,012
936 948
824 870

746

2001 2002 2003 2004 2005


Fuente: SIDI Niños Niñas

Al comparar ambas instituciones se puede señalar que la diferencia


de niños y niñas registrados por maltratado en la PRODEMEFA es ma-
yor que en la PGJ, sin embargo es en la primera institución en donde
durante el año de 2001 fueron más los niños maltratados que las niñas.
En cuanto a PGJ la diferencia que se presenta entre ambos sexos se
debía más que al incremento en las cifras de las niñas maltratadas, a la
disminución o aumento en el número de niños maltratados.
Conocer el tipo de maltrato que han sufrido los infantes es impor-
tante ya que generalmente se podría pensar que el de tipo físico es el
más frecuente, sin embargo cuando observamos las cifras encontramos
que el 37.88% de los infantes que sufrieron maltrato fue por omisión
de cuidados, es decir la desatención que sufren los niños por parte de
los que son responsables de su cuidado.
El segundo tipo de maltrato que padecen los infantes es emocional,
con un 25.01%. Este comportamiento tiene que ver con la revaloración
que se hace del infante y la permanente amenaza que éstos sienten de
determinados adultos que no les proporcionan trato digno. El 21.94%
de las denuncias fue de infantes con maltrato físico, es decir, por las
agresiones que involucran golpes en alguna parte del cuerpo o con al-
gún objeto.
El abuso sexual denunciado registra 6.23% y hace referencia al he-
cho de que por ser menores de edad algún adulto obliga al menor a es-
tablecer relaciones sexuales con él. La negligencia también fue un tipo
de maltrato que sufrieron el 4.26% de los niños agredidos, es decir,
que por descuido o apatía de los padres, los niños no reciben atención
recibiendo este tipo de maltrato.

39
El abandonoregistra 3.49% de los infantes sufrieron este tipo de
violencia, ya que los adultos (padres) que debían cuidarlo y protegerlo
se desentendieron de él. La explotación laboral y la explotación sexual
fueron dos tipos de violencia también denunciada, registrando 123 y 5
casos respectivamente (Figura 12).

Figura 12
Número de menores por tipo de maltrato 2000-2005

Abandono Abuso Sexual


3.49% 6.23% Emocional
25.01%
Omisión de
Cuidados
37.88%

Explotación
Laboral
Explotación Sexual 0.82%
Físico
Negligencia 0.36%
21.94%
4.26%
Fuente: SIDI Yucatán

Reflexiones

1.- La hipótesis de que los varones mueren en mayor número que las
niñas por la creencia de que son más fuertes tiene relación con la omi-
sión de cuidados que es el maltrato más generalizado que sufren los
infantes en Yucatán.
2.- La muerte de niños por suicidio puede vincularse al segundo tipo de
maltrato, el emocional, que padecen los niños cuando existe omisión
de cuidados, negligencia, se les coacciona o se les hace sentir como un
ser inferior y devaluado.
3.- El maltrato, aun cuando está estrechamente relacionada con la si-
tuación de las mujeres, la realidad muestra que los varones también
son víctimas de ello, sobre todo cuando existe la concepción de que los
hombres por su fortaleza pueden resistir cualquier tipo de violencia.
4.- En la construcción de la masculinidad el maltrato en los varones
en la infancia se tornan interesantes ya que son elementos que están
presentes en los hombres cuando ellos llegan a ser adultos.

40
Referencias bibliográficas

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41
LA VIOLENCIA MASCULINA
EN LAS PAREJAS JÓVENES

Elva Rivera Gómez


Cirilo Rivera García

Muchas veces. Los hombres de diferentes contextos


culturales se dan cuenta de que han aprendido a controlar
para que no los controlen a ellos. Las formas en que ejercen
el poder son distintas y, en muchas ocasiones, los hombres
pueden aprender reflexionando sobre las experiencias
de masculinidad de diferentes culturas.
Víctor Seidler, 2006

Introducción

La violencia masculina es un tema reciente en los estudios sociales. La


visibilización de este tema como objeto de estudio se debe sin duda a
los estudios feministas en primer lugar, posteriormente la categoría de
género contribuyó a conocer la construcción histórico-social y cultural
de la diferencia sexual de las mujeres y los hombres, y con ello apare-
cieron nuevos temas el estudio de identidad y subjetividad femenina
y masculina, surgiendo así nuevos conceptos: masculinidad/es, hom-
bres, varones entre otros.
En este trabajo nos proponemos en primer lugar analizar la his-
toriografía y la construcción cultural de la masculinidad. En segundo
lugar, abordamos las relaciones de noviazgo en las parejas jóvenes. En
tercer lugar estudiamos la violencia en las relaciones de noviazgo en
las y los jóvenes. Y por último presentamos las consecuencias de este
tipo de relación y algunas aproximaciones a los jóvenes de la ciudad de
Puebla. Por lo tanto este ensayo parte de la reflexión teórica para des-
43
pués describir las principales formas y manifestaciones de la violencia
masculina que se ejerce en este sector de la población.

La historiografía reciente

En la última década los centros, programas de estudios de la mujer y de


género de las instituciones académicas (Rivera, 2006) han reflexiona-
do en seminarios, foros y congresos, las relaciones de poder y de géne-
ro en relación a identidad y subjetividad masculina, sexualidad, pater-
nidad, violencia masculina, las políticas públicas de salud reproductiva
dirigida a los hombres, entre otros tópicos. Producto de éstas reunio-
nes académicas se publicaron recientemente dos obras colectivas: De-
bates sobre masculinidades. Poder, desarrollo, políticas Públicas y
ciudadanía (2006)y Sucede que me canso de ser hombre...Relatos y
reflexiones sobre hombres y masculinidades en México (2007). La pri-
mera coordinada por Gloria Careaga y Salvador Cruz Sierra auspiciado
por el Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM y la
segunda coordinada por Ana Amuschástegui e Ivonne Szasz publica-
do por el Colegio de México. Obras que reúnen a investigadoras/es de
instituciones académicas mexicanas y extranjeras, quienes reflexionan
sobre aspectos teórico-metodológicos de los estudios de las masculini-
dades.
La creación de redes académicas ha posibilitado el diálogo entre el
mundo académico y las asociaciones civiles, cuyo resultado es la Red
Internacional de Estudios sobre las Masculinidades creada en 2004,
desde donde nace la Revista Digital Internacional La Manzana. Esta
red a la fecha ha realizado dos Coloquios en Puebla (2004), algunos
trabajos se publicaron en los números 1 y 2 de la Revista La Manzana
(Rivera 2006 y Cruz 2006) y Guadalajara cuyas disertaciones se pu-
blicaron en las Memorias del II Coloquio Internacional de Estudios
sobre Varones y Masculinidades y el I Congreso Nacional de la Aca-
demia Mexicana de Estudios del Género de los Hombres (AMEGH),
coordinado por Juan Carlos Ramírez de la Universidad de Guadalajara
(2000a). La AMEG encabezada por Guillermo Nuñez, a través de su
portal ha recopilado tesis de posgrado y de grado, artículos y ensayos
sobre tópicos dedicados a los estudios de las masculinidades.
Sin embargo, aún son pocos los que han reflexionado en torno a los
aspectos teórico-metodológicos y la epistemología de las masculinida-
des. Destacan los trabajos de Víctor Seidler, 2006; Juan Carlos Ramírez,
2006b; Daniel Cazés, 2006; Ana Amuchástegui, 2006; R. W. Connell,
2006; Guillermo Nuñez, 2007; Gary W. Dowsett, 2007; Rodrigo Parrini
Roses, 2007 quienes han innovado este tema en nuestro país.
Entre los grupos y edades que más se han estudiado son los adultos
en relación a la salud reproductiva, a la sexualidad y a la violencia, sin
44
embargo un grupo de edad poco explorado en las ciencias sociales son
los jóvenes y los niños en relación a la violencia masculina. Seidler se-
ñala que los hombres jóvenes están creciendo en un mundo diferente
al de sus padres. Por eso apunta, que si queremos darnos cuenta de
qué le ocurre a los jóvenes, tendremos que regresar a la intensidad y
las pasiones de nuestros propios años adolescentes. Sin embargo, en
la construcción de la masculinidad heredada de una generación a otra
tradicionalmente el sentimiento de superioridad masculina ha opera-
do para legitimar la violencia contra las mujeres (Seidler, 2007).
En particular la violencia masculina ha ocupado diversos escena-
rios de debate no sólo académico sino también de la sociedad civil.
Dentro de la academia, la Revista La Manzana publicó un número te-
mático dedicado a la violencia masculina, coordinado por Juan Carlos
Ramírez Rodríguez (Ramírez, 2007). Los estudios sobre la juventud
poblana son escasos. El trabajo de Rodríguez, G. y Benno De Keizer
(2003) dedicado al estudio del cortejo de jóvenes campesinos y campe-
sinas de una comunidad de Puebla, muestra los efectos de los cambios
culturales a partir de la migración de las nuevas generaciones. Desde
la Psicología Social el trabajo de Gabriel Montes Sosa y Guité Hartog
(2005), analiza el amor y la sexualidad de los jóvenes de la prepara-
toria.
Afirman que la juventud es una construcción social en la medida
que su aparición como grupo se da en el proceso de industrialización
y con la aparición de la escuela. Siendo un fenómeno de las ciudades;
es decir, en el ámbito de lo rural generalmente se pasa de ser niño a
ser adulto (Montes y Hartog, 2005). Otro estudio social es el de Elva
Rivera Gómez y Gabriel Montes (2005) intitulado “La concepción de
cuerpo e identidad en jóvenes poblanos“, donde se analiza la identidad
y sexualidad en los jóvenes desde la perspectiva Bourdiana y feminista.
Las Conferencias de la Mujer (Beijing, 1995) y de Población (Cai-
ro, 1994) llevaron a la discusión el tema de la violencia como un pro-
blema de salud pública. A partir de estas reuniones internacionales,
se diseñaron políticas públicas dirigidas a erradicar la violencia hacia
las mujeres y más tarde se trasladóesta perspectiva al discurso como
la violencia de género. Un elemento central de la discusión teórica lo
constituyó el tema de la violencia como una forma de ejercicio de poder
en las relaciones de género. Se impulsaron y financiaron investigacio-
nes con el objeto de conocer la situación de las mujeres respecto a la
violencia que vivían en los espacios públicos y privados. Sin embargo el
estudiar la violencia hacia las mujeres significó conocer a la otra parte
involucrada, los hombres. Fue necesario entonces emprender estudios
sobre la experiencia vivida por los hombres desde diversas aristas dis-
ciplinarias.
Al revisar la historiografía dedicada a  los jóvenes, identificamos
desde los estudios sociales una gran ausencia sobre la violencia mascu-
45
lina, por esta razón indagamos a través de talleres de sensiblización de
la perspectiva de género impartidos a jóvenes poblanos de secundaria y
preparatoria, en donde el tópico central fue la violencia masculina con
el fin de identificar las formas de violencia presentes en las relaciones
de noviazgo de estas escuelas. Para abordar este tema es importante
comprender los antecedentes de la construcción cultural de la masculi-
nidad en relación a las diversas manifestaciones de la violencia.

La construcción cultural de la masculinidad

Para hablar de la construcción de la masculinidad, hay que partir de


la categoría de género como la construcción cultural de la diferencia
sexual (Lamas, 1996). El género se conforma de los valores, pensa-
mientos, ideas, sentimientos, comportamientos y actitudes que una
sociedad determina y dan lugar al significado y expresión de lo que es
ser mujer u hombre. Teresita de Barbieri (Gomáriz, 1992) distingue
que los sistemas de género son los conjuntos de prácticas, símbolos,
representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elabo-
ran a partir de la diferencia anatómico- fisiológica y que dan sentido,
en general, a las relaciones entre personas sexuadas.
Desde de la diferencia sexual, el género se construye por: la asigna-
ción de género, la identidad de género y el papel de género. Las cuales
se forman del conjunto de normas que dicta la sociedad y la cultura so-
bre el comportamiento masculino o femenino, que desde la temprana
infancia se reproduce en el seno familiar, social, cultural y educativo.
A los estudios de género le preceden los estudios de la mujer y los del
feminismo. Estos ofrecen nuevas construcciones de sentidos para que
hombres y mujeres perciban su masculinidad y su feminidad y recons-
truyan los vínculos para establecer condiciones de vida más justas, de-
mocráticas y equitativas para ambos géneros.
Los estudios de género, en sus inicios, aportaron el término de
masculinidad que, entendida como categoría de análisis, es el conjun-
to de ideas, expectativas, creencias, atributos y prácticas que la socie-
dad espera que un hombre cumpla. En la actualidad, la clase, la raza,
la orientación sexual se han convertido en factores de diferenciación
masculina por ellos se habla de “masculinidades” (Burin, 2000).
Las sociedades exigen a los varones pasar por pruebas para probar
su masculinidad, la cual aparece como una cualidad muy deseada y
al mismo tiempo, difícilmente alcanzable. Así, la condición masculina
estará constantemente en duda, por lo que necesita su afirmación so-
cial y personal. Si los hombres, universalmente son sometidos a pasar
pruebas para probar su masculinidad, es precisamente porque ésta no
está determinada por la naturaleza. Por esta razón, las sociedades esta-
blecen pautas, rituales, pruebas, sistemas de premios y castigos que in-
46
centivan la conducta agresiva y activa, inhibiendo los comportamien-
tos pasivos (Callirgos, 1996). Socializarse como varón bajo el modelo
tradicional “Hegemónico” es un proceso difícil, de ahí que, requiere un
beneficio simbólico y material. Ese beneficio consiste en la posibilidad
de ejercer algún poder.
La construcción de la masculinidad hegemónica está directamente
vinculada con la adopción de prácticas temerarias y de graves riesgos.
Esta masculinidad es sexista y sus formas más relevantes son: el ma-
chismo, la misoginia y la homofobia. Marcela Lagarde describe estas
tres variables de la siguiente manera: “El androcentrismo se expresa en
el machismo: se expresa en la virilidad masculina: abigarrada mezcla
de agresión, fuerza dañina y depredadora, y dominación sexual”.
El androcentrismo se entreteje y complementa con la misoginia,
donde se subestima a las mujeres y a lo femenino. La dominación pa-
triarcal pone en condiciones sociales de subordinación a las mujeres y
las hace invisibles. La invisibilización de las mujeres es producto de un
fenómeno cultural masivo: la negación y la anulación de aquello que la
cultura patriarcal no incluye como atributo de las mujeres o de lo feme-
nino, a pesar de que ellas lo poseen y que los hechos negados ocurran.
La misoginia se produce cuando se cree que la inferioridad de las
mujeres es natural. La misoginia está presente cuando se piensa y se
actúa como si fuese natural que se dañe, se margine, se maltrate y se
promuevan acciones y formas de comportamiento hostiles, agresivas
y machistas hacia las mujeres y sus obras y hacia lo femenino. La mi-
soginia es un recurso consensual de poder que hace a las mujeres ser
oprimidas antes de actuar o manifestarse, aún antes de existir, sólo por
su condición genérica.
El sexismo también se refleja en la homofobia. La homofobia con-
centra actitudes y acciones hostiles hacia las personas homosexuales.
La violencia hacia la homosexualidad se considera legítima, incuestio-
nable y justificada. El sexismo es uno de los pilares más sólidos de la
cultura patriarcal y de nuestras mentalidades. Los hombres son ma-
chistas cuando se posicionan como seres superiores o magníficos; son
machistas cuando marginan, segregan, discriminan y cosifican, pero
también cuando sobreprotegen a las mujeres, y lo son desde luego,
cuando las hostilizan, maltratan, atemorizan, acosan y violentan” (La-
garde, 1997).
El modelo hegemónico (o tradicional) de la masculinidad se cons-
truye en: a) No tener nada de femenino (restricción emocional, labores
domésticas, etcétera); b) La homofobia; c) El uso de poder y control so-
bre los/as demás personas; d) La obsesión por logros y éxitos. La iden-
tidad masculina tiene que ver con el significado del modelos hegemó-
nico, ya que los hombres se definen como tal por: 1. Los actos (lo que se
hace); 2. La cultura (normas sociales, religión); 3. Lo que poseen; 4. La
imagen corporal y 5. Su historia (personal, familiar y social).
47
La identidad masculina hegemónica, reforzada por las estructuras
sociales, es cómplice y propagadora de la intolerancia, la discrimina-
ción y las desigualdades, y siembra sus reales en el ámbito de lo perso-
nal, familiar, comunitario y político (Cervantes, 2000). En la masculi-
nidad tradicional, el poder se manifiesta con la violencia. Los hombres
que llegan a ejercer la violencia en casa, sin darse cuenta que no sólo
se destruye a la pareja, hijos e hijas, sino afecta a la familia completa
y, desde luego, a sí mismos como integrante de la misma. El uso de la
violencia ha sido utilizada para solucionar los conflictos y, en el hogar,
como forma de someter a los/ as demás a normas que sólo benefician a
muy pocos, en este caso a los hombres.
La violencia hacia las mujeres, o también conocida como violencia
de género, es entendida como cualquier acto de violencia que resulte,
o pueda resultar en un daño físico, sexual o psicológico y sufrimien-
to para las mujeres, incluyendo amenazas de tales actos, coerción o
privaciones arbitrarias de libertad que ocurran en público o privado.
(Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra la Mujer –Convención Belém do Pará-, 1994). Jorge
Corsi (1994) menciona que la violencia siempre es una forma de ejerci-
cio de poder, la violencia implica una búsqueda de eliminar obstáculos
que se oponen al propio ejercicio de poder, mediante el control de la
relación obtenido a través del uso de la fuerza.
Por su parte, Kaufman (1997) expresa que la clave del concepto de
género radica en que éste describe las verdaderas relaciones de poder
entre hombres y mujeres y la interiorización de tales relaciones. Agre-
ga que el patriarcado existe no sólo como un sistema de poder de los
hombres sobre las mujeres, sino de jerarquías de poder entre distintos
grupos y también entre diferentes masculinidades. De esta manera los
hombres saben ejercer violencia contra quienes tiene menos poder que
ellos, los objetivos son las y los niños, las personas adultas y las mujeres.
Las únicas veces que se ejerce violencia contra otros hombres es para
reafirmar la supremacía y dan por sentado que se merecen “Respeto”.
Retomando a Kaufman (1989) quien menciona la construcción de
la triada de violencia, destaca que ésta se presentaal ejercer violencia
contra las mujeres y contra otros hombres, quienes también la ejercen
hacia sí mismos al reprimir el dolor y sus emociones, expresándolas
de forma violenta, incluido el silencio. La violencia es un proceso de
aprendizaje que se inicia en el hogar y tiene como objetivo el someti-
miento del otro/a y por lo tanto, al ser un proceso aprendido, también
puede ser desaprendido. Con base en este marco conceptual, nos pro-
ponemos analizar la violencia masculina en las relaciones de pareja.

48
Las relaciones de noviazgo en parejas jóvenes

El inicio en la relación de pareja se da muchas veces con la atracción


física. Posteriormente inicia el cortejo; en la conquista amorosa va im-
plícitamente la capacidad de controlar y dominar la relación, ya que
cada acción implica ganar terreno en la pareja para originar el enamo-
ramiento o el amor romántico como fase del vínculo amoroso.
En esta etapa cuando “El amor es ciego”, la cultura ha fomenta-
do este “Amor verdadero” a través de canciones, telenovelas, pelícu-
las mostrando las formas de comportarse de hombres y mujeres. A las
mujeres se les ha enseñado a expresar los sentimientos de amor con
ternura, lágrimas y sufrimiento, comprometerse a la relación siendo de
exclusividad emocional y sexual para la pareja masculina, sometiéndo-
se a los caprichos de este “Amor verdadero” y, por lo tanto, poner a su
pareja en primer lugar en su vida, ser para él y dejar de ser para ella.
Mientras que a los hombres se les ha inculcado a mantener el con-
trol de las emociones débiles “Propias de las mujeres”, esta etapa es
donde el machismo es disfrazado mostrando una personalidad dife-
rente. Durante el galanteo “Enamoramiento” se vive “Dando” muchas
concesiones, probando que se es un hombre diferente, que se preocupa
por la relación; sin embargo, el proceso de noviazgo va destapando la
identidad masculina basada en el poder y el uso de la violencia, po-
niendo los privilegios de ser para sí mismo y done el lugar que ocupa
su pareja es indistinto.

La violencia en las relaciones de noviazgo en las/los jóvenes

La violencia en las parejas puede iniciar cuando los hombres no acep-


tan los cambios sociales que han dado las mujeres, al romper los esque-
mas tradicionales y proponer relaciones igualitarias y equitativas; los
varones interpretan erróneamente los conceptos de equidad e igualdad
buscando sus propios beneficios. Hay que entender por equidad a la
situación de justicia entre los géneros en que se dan los derechos, los
deberes, oportunidades y acceso a los recursos, sin que exista discrimi-
nación con base en las diferencias de género. La equidad va más allá de
la igualdad de género porque no pide simplemente iguales derechos y
oportunidades para mujeres y hombres sino también que exista justi-
cia en las relaciones de género (CANTERA, 1998).
Bajo esta concepción de equidad e igualdad es en la que se debería
sustentar las relaciones. Sin embargo, los jóvenes observan y pueden
aprender las conductas violentas dentro del hogar; un ejemplo son las
discusiones del padre hacia la madre, sometiendo a ésta para que cum-
pla sus papeles tradicionales, sin importarle si se siente a gusto o no,
simplemente que cumpla con “Sus obligaciones de mujer-esposa”. La
49
educación en casa a base de golpes para corregir conductas inadecua-
das es otra posibilidad para aprender a ejercer la violencia. Fuera de
casa, la violencia se trasmite y legitima con los compañeros amigos y
en el deporte como una forma de resolver los problemas.
Al aprender estas formas de resolver conflictos en pareja se está ex-
puesto a reproducir el modelo masculino tradicional que se ha adqui-
rido, y esto se refleja en los esquemas de superioridad hacia la pareja,
como portador de la razón absoluta por el hecho de ser hombres y si
se llega a ser corregidos por la pareja, es percibida como una forma de
dejar al hombre en ridículo ante los demás. También se ha adquirido
la identidad de superioridad hacia las mujeres validada por la cultura
androcéntrica, ya que se considera como natural del hombre la supre-
macía. Otro esquema de superioridad es el espacio físico comparando
la fuerza física con las mujeres. El esquema emocional se basa en ex-
presar el dolor, coraje, miedo a través de las conductas violentas. En el
esquema social se muestra la superioridad compitiendo contra otros
hombres por alcanzar logros y que se es “Muy hombre”, reafirmando
así la identidad de poder (Ramírez, 2000).
Los hombres cuando creen tener el poder y el control sobre la pa-
reja, y crean esta identidad de autoridad, dan por hecho que cada cosa
que piden debe llevarse a cabo sin explicaciones, ya que se considera
una “Obligación” de las mujeres por formar parte de la relación. En
cada acción de pedir se está controlando de alguna manera la relación
y así se reafirma la superioridad. Sin embargo, a cada respuesta negada
por las mujeres existe una experiencia de perder el poder en los hom-
bres y, por lo tanto, se ejerce la violencia.
Al haber una negación a la petición o servicio solicitado, los hom-
bres sienten experiencias de dolor, vulnerabilidad, enojo y rabia; lo
cual significa estar en riesgo fatal. Éste también se produce cuando los
esquemas tradicionales de la masculinidad son cuestionados por la pa-
reja, pidiendo o exigiendo relaciones iguales y equitativas compartien-
do responsabilidades; se dice, entonces, que al entrar en sensaciones
de riesgo fatal, el hombre cree que está a punto de morir la identidad
masculina de superioridad y poder, y por lo tanto, ésta deja de existir
(Ramírez, 2000). Se puede concluir que a cada NO (respuesta negati-
va) por parte de la pareja, las sensaciones del riesgo fatal se le ubican
en la acumulación de tensión dentro del ciclo de violencia.

El ciclo y los tipos de violencia

Corsi (1994) considera que para entender la dinámica de la violencia


en la pareja es necesario considerar dos factores: el ciclo de la violencia
y su intensidad creciente. El ciclo de la violencia conyugal, propuesto
por Leonore Walker (1980), está constituido por tres fases:
50
Primera fase: denominada “Fase de acumulación de tensión”
en la cual se produce una sensación de pequeños episodios que
lleva roces permanentes entre los miembros de la pareja, con
un incremento constante de la ansiedad y hostilidad. A esta
etapa se le puede considerar como: las cuentas por cobrar,
frase que indica que, el reto a mi autoridad masculina, será
saldada tarde o temprano.

Segunda fase: denominada “Episodio agudo”, en la cual toda


la tensión que se venía acumulando da lugar a una explosión
de violencia, puede variar en gravedad, desde un empujón has-
ta el homicidio.

Tercera fase: denominada “Luna de miel”, en la que se produ-


ce el arrepentimiento, a veces instantáneo, por parte del hom-
bre, sobreviniendo disculpas y la promesa que jamás volverá a
ocurrir. Al tiempo vuelven a recomenzar los episodios de acu-
mulación de tensión, y a cumplirse el ciclo.

En lo que se refiere a la intensidad de la violencia puede iniciar


con los diferentes tipos de violencia: psicológica, económica, física y
sexual.

Violencia psicológica

Este tipo de violencia es la más difícil de afrontar en el maltrato de la


pareja. Al referir que la violencia tiene como objetivo someter y contro-
lar a la pareja, este daño que se ocasiona en la relación daña a la com-
pañera en su esfera emocional; además, este tipo de violencia puede
ser sutilmente usada por los varones. Existen varias formas de violen-
cia psicológica:

a) Asedio

Se denomina asedio a lo que hace una persona para controlar a otra:


llamarla por teléfono para saber dónde está, interrogarla sobre sus
actividades, acusarla de infiel. (Torres, 2001). Durante la relación de
noviazgo, hay hombres interrogan a la pareja acerca de sus actividades
diarias disfrazando estas conductas expresándolas: “No te quiero con-
trolar sólo que me interesa saber de ti y qué es lo que te gusta hacer”.
Algunos hombres con posibilidades económicas regalan un teléfono
celular a su pareja con el fin de “Poderla localizar de emergencia”,
cuando en esta conducta puede ir implícito el control.
51
En algunas conversaciones con jóvenes, algunas chicas señalan
que, después de haber tenido un episodio de violencia con su novio,
han tenido que apagar el celular pues su pareja les está llamando de
forma recurrente, suceden casos en algunas de ellas de tener treinta
hasta ochenta llamadas perdidas o no contestadas en menos de una
hora. También los varones suelen ir por ella al trabajo o a la escuela
para que “No se vaya a fijar en alguien más”, mostrando así una con-
ducta de exclusividad de la pareja hacia él.

b) Amenazas

Las amenazas son los avisos con que los hombres anuncian a su pare-
ja que le provocarán algún daño. Cuando se amenaza, independiente-
mente que se lleve a cabo la acción avisada, los hombres sienten dolor
y, éste, se manifiesta por ejemplo con expresiones en una discusión:
“Ya contrólate porque no respondo de mi reacción”, “Ya sabes cómo
me pongo cuando me haces enojar”, “Es tu bronca, ya te avisé”. Los
varones asumen una conducta violenta a la que consideran incontro-
lable ya que se cree que es natural sentirla y que no está en sus manos
reaccionar sin violencia, responsabilizando a la mujer de su conducta.
Además, se pone en duda una vez más la identidad masculinidad tradi-
cional de los hombres que no reaccionan violentamente.
En las relaciones de noviazgo, los hombres a menudo amenazan
con el control a la pareja diciéndole: “Si te veo platicando con tu ex no
respondo ¿Eh?”. Le dan instrucciones de con quién se puede relacionar
y con quién no, estableciendo así las reglas de la relación con dominio
de los varones.Los celos aparecen como la mejor forma de justificación
de la violencia, en los jóvenes, no celar a la novia se llega a relacionar
erróneamente con la poca importancia que se le tiene. Otra forma de
violencia psicológica es cuando los hombres no le permiten a la pareja
tener amigos/as o se le seleccionan. Esta es una manera de mantener el
control ya que se encontrará aislada por gente de su edad.

c) Intimidación

Intimidar consiste en hacer ademanes agresivos (como conatos de gol-


pes), infundirle miedo utilizando cualquier instrumento, hacerle sentir
que está loca, incrementar la dependencia (económica o emocional).
Cuando existe un conflicto en las relaciones de noviazgo, los hombres
maniobran para que la pareja incremente el vínculo afectivo y el com-
promiso hacia ellos, usan el control hacia ella con intentos de golpes
en lo cual se reacciona diciendo: “No me digas lo que debo de hacer”,
esa reacción va acompañada con azotar la mesa, golpear la pared, le-
vantando la mano con el intento de golpearla o golpear otros objetos.

52
d) El silencio

Mantenerse en silencio u omitir el conflicto es una de las formas más


sutiles para ejercer la violencia. Muchos hombres creen que con no de-
cir nada es la mejor forma de no ejercer violencia, sin embargo, esta
conducta va de la mano con: “No pelar a su novia” o“Hacer como que
no pasó nada”. Muchos jóvenes cuando se mantienen en silencio acu-
mulan más tensión y por lo tanto, su violencia podrían ejercerla con
mayor intensidad.

e) Uso de privilegios masculinos

La libertad es un privilegio con el que cuentan los varones en la cultura


patriarcal. Se le puede pedir a la novia una invitación al cine, que pague
los pasajes o la gasolina de auto, “Que ahora ella sea la que se interese
por mi”, entendiendo erróneamente el término de equidad: “¿Qué no
quieres igualdad en nuestra relación?”. La doble moral sexual de la
cultura patriarcal permite a los hombres tener otras relaciones de pa-
reja, al mismo tiempo de la que ya se tiene. Las expresión es: “A ti es
a quien amo en realidad; lo otro, sólo fue un juego” entrando poste-
riormente en la fase de la luna de miel. También se puede dar la justi-
ficación de: “Lo hago porque soy hombre, no soy el único ni el último,
además no me pude controlar y la culpa fue de ella, yo no quería pero
insistió tanto que no podía quedar mal y pues no soy de palo”, “No
pierdes nada”, “Así son las mujeres”.

f) Violencia verbal: Humillación o burla.

La violencia verbal es el uso de palabras que un hombre usa para afec-


tar y dañar a su pareja. En el noviazgo, los varones llegan a expresar
frases que dañan a la pareja. Algunas expresiones son: “Todas las mu-
jeres son iguales, son tontas, no son inteligentes”, “A las mujeres no
hay que entenderlas sólo hay que amarlas”. “Sin mí no serías nada”,
“Yo sí te trato bien”, “A las mujeres, nada les gusta”. Estos comenta-
rios por ser muy repetitivos pueden crear profecías autocumplidoras
en las mujeres, ya que cada cosa que hagan equivocadamente, ellas lo
asumirán como verdad de lo que se dice tradicionalmente de ellas. Esta
forma de violencia en ocasiones es tan sutil que genera más culpa en
las mujeres, reforzado por los estereotipos de género de las series y
telenovelas.
Cuando las mujeres cuestionan sobre temas de los que no se tiene
dominio o simplemente no se quiere compartir, suelen decir: “Para
qué te lo explico si no lo vas a entender”. También, para no validar sus
acciones se expresan frases tales como: “Sigue esforzándote, sé que no
eres muy buena pero quizá aprendas algo”. Los procesos de atribu-
53
ción que hacen los hombres son externos cuando las mujeres ejecutan
la acción; e internos si la acción es hecha por ellos mismos, por ejem-
plo: “En la escuela pasaste porque te llevas bien con los maestros, yo
lo hice por mi propio esfuerzo”, “No aguantas nada, mírame a mí”.
Otra forma de violencia psicológica es burlándose de sus capacidades
y habilidades, haciéndole “Bromas” que minimizan sus logros, hablar
mal de sus amigos y amigas, cuando se le crítica a sus familiares, su
forma de vestir, hablar o tratar a la gente.

Violencia física

La violencia física es la invasión del espacio físico de la otra persona


con el fin de causarle daño. La intensidad en que se puede presentar es
desde un empujón, pellizcos, jalar del cabello, golpes que dejen huella
y pueden llegar al homicidio. En las relaciones de noviazgo, la violen-
cia física puede iniciarse con un empujón durante las discusiones; otra
manera de mantener el control es jaloneándola o sacudiéndola expre-
sando así desesperación por “No poderla hacer entender o detenerla
para explicarle la situación”. Las frases que acompañan las conductas
violentas son “Quiero que me escuches”, a ella se le puede sostener el
rostro y apretarle con la mano. Otra variante de la violencia física es
cuando el maltrato se da al golpearla con objetos o aventárselos.

Acoso y violencia sexual

Para los jóvenes, y el resto de varones, la actividad sexual es motivo


para sentirse más hombres por lo que se busca la “Prueba del amor”
por parte de la pareja. La violencia sexual se ejerce al imponerle ideas
y/o actos sexuales a la pareja. Esto se da con piropos, obligarla a ver
películas pornográficas, acariciar su cuerpo en contra de su voluntad y
forzarla a tener relaciones sexuales, o sea, la violación en el noviazgo.
También, compararla con otras chavas, criticar su cuerpo, amenazar-
la con buscar a otra chica para tener sexo, obligarla a tener prácticas
sexuales sin condón, vía anal u oral.
En los noviazgos, los hombres hacen creer a la pareja que se asu-
mirá el compromiso cuando ambos tengan relaciones sexuales. Debido
a la información tergiversada que tienen algunos jóvenes acerca de la
sexualidad, llegan a pensar que la pareja es un objeto sexual y que la
virilidad es algo que se debe comprobar para reafirmar la identidad
masculina, la famosa prueba del amor es un disfraz del acoso y viola-
ción por confianza en la cual, para algunos jóvenes, la prueba consiste
en relaciones sexuales sin condón.

54
La justificación de los hombres hacia la violencia

Los hombres violentos en las relaciones de pareja no aceptan las con-


ductas violentas como tal y las atribuyen a factores externos. En la me-
dida que la gente les cuestiona estas conductas, justifican, por lo tanto,
desean hacer válida la condición masculina de superioridad. Antonio
Ramírez (2000), distingue que los varones tienen cuatro formas de
justificar y no hacerse responsables de sus conductas violentas: culpar
a otros, negar, minimizar y coludirse.

Culpar a otros

Los hombres culpan de su violencia a las acciones o pensamientos de la


pareja. También responsabilizan al clima, al jefe en el trabajo, al perro
que ladra mucho, etcétera; desplazando su malestar y generando con-
ductas agresivas. Cuando las mujeres son reforzadas con los mensajes
de culpabilidad, les crea confusión y hacen muchas cosas por cambiar
y poder así hacerlos sentirse bien; estas conductas refuerzan la auto-
ridad en los varones originando pensamientos de estar en lo correcto
y que quienes deben cambiar son los demás o las otras cosas que los
rodean.

Negación de los hechos

Los hombres niegan la violencia que ejercen; al no aceptar la otra parte


de la realidad que son sus actitudes y conductas. Se cree también que
éstas no son formas violentas sino maneras de ponerse de acuerdo para
que la pareja entienda, emplear estas conductas para llamar la aten-
ción o como forma de amar. Hay una frase popular que expresa: “Quien
te pega te quiere”, en la cual se justifica que es amor y no violencia lo
que hay entre las parejas.

Minimizar las conductas violentas

En las relaciones de pareja, los hombres ocultan la violencia con bro-


mas, juegos y algunas discusiones que ocasionen daños físicos. Cuando
se minimizan las conductas violentas se esquiva la responsabilidad de
los hechos. Minimizar es que el acto violento parezca menos que la
realidad y tratar de comparar estos actos con los de otros hombres más
violentos con sus parejas. Ejemplo: “Mi amor yo no soy violento, vio-
lento los que matan a sus parejas o les dejan marcas en sus cuerpos,
yo sólo te tome de los brazos para que me pusieras atención”.
55
Coludirse con otras personas

La colusión es un mecanismo al que los varones recurren para que otras


personas apoyen y justifiquen su violencia. La palabra colusión se deriva
de coludir que significa pactar daño en terceros. Los varones desde muy
temprana edad entran en colusión de diferentes formas: burlándose de
otros y otras, dando consejos de cómo defenderse, etcétera. Ya jóvenes
inician la colusión para hablar mal de las mujeres, las ridiculizan, se mo-
fan de las formas violentas que otros ejercen y las consideran dignas de
ser aplaudidas, y se realizan consensos de cuáles son las mejores formas
para tener el control sobre ellas y de cómo llevarlas a la cama. Antonio
Ramírez (2000) menciona que otra forma de colusión es cuando se le
pregunta a las mujeres por qué no abandonan a su pareja, depositando
en ella toda la responsabilidad considerar algunas variables como de-
pendencia económica, los hijos e hijas, etcétera.
En el noviazgo, estas variables de por qué las mujeres no dejan a su
pareja tiene que ver de alguna manera por la baja autoestima en ellas; en
algunos casos ya no saben distinguir los mensajes duales y contradicto-
rios que los varones envían y existe la incapacidad de meta comunicar-
se; a esto se le denomina doble vínculo: el cual consiste en que haga lo
que haga una persona no puede “Ganar”. Entenderemos por ganar, a la
capacidad para resolver el problema o conflicto en donde ambas partes
lleguen a un acuerdo sin violencia. Finalmente se hará un acercamien-
to al perfil del hombre violento que propone Mónica Dohmen (Corsi,
1995). Este perfil comparte algunos elementos que se han analizado en
este trabajo.

Aspectos comportamentales

Existen diferentes aspectos del comportamiento masculino entre los


más frecuentes se encuentran: a) Doble fachada. Discrepancias entre el
comportamiento en el ámbito público y el comportamiento en el ámbito
privado; b) Antecedentes de violencia con otras parejas. Repetición de
la violencia con nuevas parejas; c) Resistencia al cambio y d) Abuso de
sustancias.

Aspectos cognitivos

a) Generalizan su accionar para justificar su conducta violenta, b) Uso


de condicionante “si...” (si a usted le pasara); c) Minimización (casi no
le paso nada); d) Negación. (No soy un hombre violento) y e) Adjudica-
ción de la violencia de la mujer (Afirmación de la existencia cruzada, ella
empezó).
56
Aspectos emocionales

a) Baja autoestima, b) Restricción emocional, c) Racionalización de los


sentimientos y d) Dependencia.

Todas estas formas violentas de interacción por lo general inician en


el hogar, y son el resultado del modelo social del patriarcado donde su
eje central es el poder. Los hombres violentos suelen ser individuos con
numerosas distorsiones cognitivas relacionados a las creencias de los
papeles de género y la violencia. Las distorsiones cognitivas son erro-
res sistemáticos del razonamiento, son evidentes durante la angustia
psicológica. Mencionaremos las distorsiones cognitivas descritos por
A. Beck retomadas por Corsi (1995) en relación a las conductas vio-
lentas y son:

1. Conclusión arbitraria (sin evidencia suficiente): “Como ella


llegó más tarde que lo habitual, supuse que se había encon-
trado con otro”.

2. Generalización excesiva (cuando se establecen leyes genera-


les a partir de incidentes aislados): “En tu casa y escuela, todos
están siempre en mi contra, nadie me entiende”.

3. Abstracción selectiva (cuando se consideran sólo los elemen-


tos de la situación que apoyan la propia hipótesis, ignorando
los que la contradicen): “Yo estaba mirando la T. V. tranqui-
lamente y ella empezó a insultarme. ¿Cómo no quieren que
me ponga como loco?”. Contamos las cosas que nos conviene.

4. Maximización (exagerar la magnitud de un suceso): “Con


esta denuncia, lo único que quiere es destruirme, verme visto
en nada, realmente esto me mató”.

5.Minimización (restar importancia o magnitud del suceso):


“Es una exagerada, si en realidad lo único que hice fue tomar-
la de los brazos para que le bajara a su neurosis”.

6. Pensamiento dicotómico (moverse entre los extremos po-


larizados todo o nada) “Al final, siempre yo soy el culpable de
todo. Lo que voy a hacer es nunca decir nada, me guardo todo
y listo”.

7. Personalización (interpretar los sucesos como referidos a sí


mismo): “Seguro que se puso esa ropa sólo para molestarme
a mí y darme celos”
57
Los varones violentos suelen reaccionar y justificar, a partir de este tipo
de razonamientos se desmitifica la violencia como algo natural de los
hombres. La violencia masculina hacia las mujeres durante el noviazgo
es una problemática que todas y todos debemos atender. Muchas mu-
jeres que han sido víctimas de violencia por sus parejas pueden desa-
rrollar síntomas como depresión, trastornos de la conducta alimenticia
como anorexia o bulimia, bajo rendimiento y/o deserción escolar, ais-
lamiento social, inadecuada expresión afectiva, entre otros. En tanto
que los hombres pueden experimentar sentimientos de inseguridad,
aislamiento emocional lo cual puede provocar hipertensión, trastor-
nos cardiovasculares y accidentes de otra índole. Se puede generar más
violencia entre las familias donde alguien puede perder la vida.

Experiencias con jóvenes en la ciudad de Puebla

Cuando se establecen relaciones de noviazgo, los jóvenes se encuen-


tran con una serie de expectativas y, por lo tanto, van construyendo
una serie de ilusiones y realidades sobre el actuar, lo emocional y lo
erótico de la pareja. Las expectativas que tienen hombres y mujeres
sobre la pareja, se relaciona con lo que se espera que un hombre o una
mujer cumpla, en la familia y en la sociedad en general; es por ello, que
el análisis de las crisis y enamoramiento de las parejas debe analizarse
desde la perspectiva de género, pues de no hacerlo así, seguiremos con
estudios o investigaciones con una visión conservadora o un mínimo
cuestionamiento sobre la construcción cultural de lo femenino y mas-
culino.
En este sentido, nos hemos dado a la tarea de indagar sobre lo que
esperan y temen las y los jóvenes en las relaciones de pareja; asimismo,
pretendemos conocer de qué compromiso se habla en estas relacio-
nes de género. Este trabajo representa un primer acercamiento acerca
de lo que la cultura de género sigue transmitiendo. Cabe resaltar que
se trata de una prueba exploratoria que se llevó a cabo dentro de los
talleres sobre Masculinidad y Génerodesarrollados en las siguientes
instituciones educativas: la Escuela Secundaria Federal 5 de Coatepec;
el Instituto Tecnológico de Tepexi de Rodríguez y el Instituto Central
México.
Con los estudiantes se trabajó lo siguiente: Definir qué significa el
noviazgo para las mujeres y hombres. Las respuestas de las mujeres
fueron muy comunes: “Es la relación entre dos personas que compar-
ten emociones, tiempo, respeto, amor mutuo”; mientras que para los
hombres sus respuestas fueron: “Es la unión sentimental”, “Es sentir
cariño”, “Pérdida de hígado o dinero”, “Es sexo”.
A la pregunta: ¿Qué es lo que les gusta y qué no les gusta del no-
viazgo? En este ejercicio los/as jóvenes revelaron las formas que per-
58
ciben una relación de pareja en esta etapa; exploramos lo que les gusta
y comparamos las respuestas de las mujeres con las de los hombres.
Posteriormente analizamos lo que no les gusta. Aquí les preguntamos
a las mujeres ¿Cómo se sienten?, y las respuestas más comunes fueron:
“Me siento mal cuando me presionan; cuando me celan; cuando se
enoja porque le hablo a mis amigos”. Lo que no les gusta por lo regu-
lar a los hombres es la infidelidad de la pareja, “Que las chavas sean
celosas”,“Que sean fresas o apretadas, o sea, que primero me den en-
trada y después no me pelen”.
Una vez identificadas las situaciones de malestar, definimos la vio-
lencia como el uso de la fuerza física, psicológica, emocional, sexual y
económica que tienen por objeto someter a otra persona y así buscar
un beneficio propio. Posteriormente comparamos las respuestas de
malestar y las relacionamos con la definición antes descrita, a partir
de esto, las y los jóvenes discutieron sus repuestas para identificar el
tipo de violencia que se ejerce y viven en el noviazgo, identificando la
violencia psicológica como la más frecuente. Cuando se les preguntó a
los jóvenes: ¿Qué esperan los hombres de las mujeres en las relaciones
de pareja? Las respuestas frecuentes fueron: “Comprensión, cariño y
respeto”. Por otro lado, la pregunta para las jóvenes es: ¿Qué esperan
las mujeres en las relaciones de pareja? Sus respuestas fueron: “Cari-
ño, confianza y comprensión”.
Las respuestas de ambos grupos son similares, sin embargo cuando
profundizamos en las experiencias de las y los chavos, muchos de ellos,
en especial los varones, consideran que una mujer:“Debe comprender
muy bien a su pareja yrespetar sus decisiones porque eso construye
una verdadera relación”. ¿De dónde vienen estas exigencias masculi-
nas? La construcción de la masculinidad tiene que ver con este tipo de
expectativas sobre las mujeres; es lo que vieron del padre con la madre,
con los amigos sobre sus parejas, lo que vieron en los medios de comu-
nicación y lo que heredaron de la cultura y de su genealogía familiar de
lo que significa “Ser un hombre”.
Las jóvenes cuestionan el actuar de los varones, incluso el suyo
propio. Ellas ya no quieren: “Un hombre fuerte ni controlador”, espe-
ran hombres“Que confíen en ellas”, “Que les brinden afecto, ternura
y sean participativos”. Para ellas, el respeto implica que sus parejas
“Tomen en cuenta mis puntos de vista y decisiones”. Los hombres con-
sideran el respeto como la imposición de su voluntad, como decía uno
de ellos:“OigaLic., ¿Pues cuándo la mujer le gana al hombre? Otras
preguntas fueron: ¿Qué temen los hombres de las mujeres en las re-
laciones de pareja? La respuesta de los jóvenes fue: la infidelidad, las
mentiras y los celos. ¿Qué temen las mujeres de los hombres en las
relaciones de pareja? Las jóvenes respondieron: la infidelidad, la vio-
lencia y la mentira.
El temor de los hombres jóvenes y las mujeres parecieran ser los
mismos, pues ambos temen a la infidelidad, sin embargo cuando se les
59
preguntó a los hombres ¿Qué pasaría si ellos fueran los que tuvieran
una aventura con otra joven o que tengan otras parejas? Esta pregunta
causa inquietud, pues evidenciaron una doble moral, porque mientras
ellos piden fidelidad por parte de las mujeres, legitiman su infidelidad e
incluso lo ven como algo que:“No pasa a mayores mientras ellas no se
enteren”; o como dijo uno de los jóvenes: “Para eso hay que ser bueno,
de que ella no se entere, uno cuando quiere a su novia es padre, pero si
hay quien me dé un entre, pues ni modo de hacerle el feo”.
La doble moral masculina es una de las estrategias por excelencia de
muchos hombres, para cosificar el cuerpo y la vida emocional de las mu-
jeres; es una forma de justificar su masculinidad y mantener un orden de
poder a través de la violencia. Es por ello que para las jóvenes, la infide-
lidad es un temor constante porque violan la confianza que le tienen a su
novio, y no porque ellas no puedan hacerlo, sino que, para ellas, el com-
promiso en las relaciones de pareja es importante. Decían en los talleres,
que si bien es cierto que hay mujeres que son infieles, no todas lo hacen
con toda la libertad ni mucho menos por placer como los hombres, pues
de entrada muchas son mal vistas e incluso por las propias mujeres.
Ellas comentaban: “No es lo mismo cuando una mujer es infiel, que
cuando un hombre lo hace”;el argumento es el siguiente: “Ellos lo ha-
cen en el plano sexual, mientras nosotras necesitamos ser escuchadas,
comprendidas y valoradas, a veces lo encontramos con otro chavo y no
necesariamente buscamos acostarnos, nos sentimos reconocidas y nos
gana el sentimiento, pero sí llega a generarnos culpa”.
Otra situación que es importante resaltar, es que las jóvenes no quie-
ren vivir en relaciones violentas, seguir siendo lastimadas y no tomadas
en cuenta. Lamentablemente a las mujeres se les sigue exigiendo ser
“Femeninas” y se les considera las responsables de la vida emocional y
sexual de los hombres; y muchos varones siguen sin comprometerse en
otras formas de relacionarse con las mujeres.

Conclusiones

A partir de este análisis podemos concluir que en la última década los es-
tudios interdisciplinarios realizados desde la perspectiva de género han
innovado en los estudios de sobre la identidad y subjetividad femenina
y masculina. La emergencia de los estudios sobre las masculinidades y
sus categorías de análisis han contribuido a visibilizar lo complejo de
la construcción socio-cultural de las relaciones tradicionales y han bus-
cado a través de la teoría y de los estudios etnográficos proponer como
alternativa de las relaciones de género la construcción de relaciones más
democráticas y equitativas en cuanto al ejercicio de poder entre mujeres
y hombres tanto en el espacio privado como público.
60
Los cambios sociales y culturales en los últimos años han conlleva-
do a una crisis de la identidad masculina pues han abierto la posibili-
dad de cuestionar la violencia que se origina en el hogar y se reproduce
en las relaciones noviazgo. Los jóvenes que aprenden estos estilos de
ser hombres “Tradicionales” tienden a reproducir modelos masculinos
hegemónicos, a través de los cuales buscan el control de la pareja para
así sacar el mayor provecho de sus propias necesidades.
Algunas jóvenes que se sensibilizan, toman conciencia y se empo-
deran exigen de sus relaciones de pareja respeto. Mientras los hombres
no analizan su condición; éstos presentan crisis de poder y por consi-
guiente pueden manifestarla y entrar en sensaciones de riesgo fatal.
La dinámica de la violencia en las parejas jóvenes, inicia cuando los
varones no aceptan los cambios sociales que la pareja tiene por su esti-
lo de vida diferente a la tradicional. Las actitudes habituales respecto a
los roles de género, no sólo ayuda a perpetuar las desigualdades socia-
les entre ellas, sino también pueden intensificar y justificar la violencia.
De seguir reproduciéndose este tipo de relaciones violentas en el
noviazgo no podrán mejorar la calidad de vida en las parejas y de las
futuras familias. Las relaciones violentas desde el noviazgo no garan-
tizan que los hombres cambien en la siguiente etapa del ciclo vital: el
matrimonio o la vida en pareja y de la familia, por eso, es necesario
crear estrategias que incorporen a los jóvenes en la prevención de la
misma.

61
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64
MASCULINIDADES Y VIOLENCIA
EN LA RELACIÓN DE PAREJA

Gina Villagómez Valdés

Resumen

En este trabajo se abordan algunas repercusiones de la violencia mas-


culina en la relación de pareja y el proceso de transformación de la
masculinidad de un grupo de hombres incorporados a un programa de
atención a la violencia en Mérida. A partir de testimonios exponemos
cómo los hombres analizan la violencia que ejercen contra la familia
y particularmente contra la pareja y la forma en que tratan de modifi-
car las conductas agresivas para restablecer el equilibrio en el hogar. A
través del trabajo colectivo y con el apoyo de expertos en violencia con
perspectiva de género, los varones analizan el problema y los puntos
centrales de conflicto con la pareja. En este proceso se ven en la nece-
sidad de cuestionar la función socialmente asignada a la masculinidad
aprendida desde la familia de origen y las formas en que se puede mo-
dificar.

Planteamiento

Hasta hace cuatro décadas, los hombres y las identidades masculinas


estaban directamente vinculadas con el poder patriarcal como jefes de
familia a cargo de la manutención del hogar y del soporte social y emo-
cional de la familia. En este esquema, la reafirmación de la virilidad,
los obligaba a mantener el statu quo a cualquier costo, manifestando
su autoridad frente a la pareja y los hijos. La violencia como estrategia

65
de dominio era parte de la convivencia familiar, pero se encontraba
enmascarada detrás de las costumbres, prácticas y formas de socia-
lización cotidianas. Las mujeres hacían lo propio, generalmente sin
cuestionar tal autoridad, en un esquema de desigualdad de género
aprendido desde la infancia, completando con ello el ideal familiar de
la época.
Pero con el impacto de la economía global y otros fenómenos na-
cionales relacionados con el empleo producto de las crisis de los ochen-
ta principalmente, se limitó el acceso y/o mantenimiento de las fuentes
de trabajo para los varones, por lo que las mujeres se vieron presio-
nadas a integrarse paulatinamente al mercado de trabajo para “Ayu-
dar” al sustento familiar. Al principio lo hicieron por la necesidad de
mantenimiento del nivel de vida de la familia y desde en una posición
subalterna por considerarse una ayuda complementaria y sujeta a la
aprobación y control del varón. Pero con el tiempo, esta ayuda repre-
sentó una proporción importante del ingreso familiar y más que nada
una vía de fortalecimiento frente a los hombres y la sociedad (Villagó-
mez, 2004, cap. III).
Sin haberlo planeado como estrategia de defensa contra al varón,
las mujeres experimentaron nuevos fenómenos que modificaron sus-
tancialmente su posición en la sociedad. Entre ellos destacan el incre-
mento de su escolaridad, el control de su fertilidad y su incorporación
a la sociedad como sujetos de política pública y legislativa producto de
los acuerdos internacionales para mejorar sus condiciones de vida. Es-
tos eventos, fueron algunos de los factores que paulatinamente trans-
formaron la vida e imaginario de la población femenina respecto a su
posición en la sociedad (Villagómez, 2005). Por otra parte, como seña-
la Tarrés (1992: 12-13), la mayor participación de mujeres en espacios
públicos, los movimientos urbano-populares encabezados por mujeres
y la creación de organizaciones de la sociedad civil, ayudaron en este
proceso. Al mismo tiempo, los movimientos feministas contribuyeron
a sensibilizar a parte de la población visibilizando fenómenos sociales
como la violencia en la familia y la pareja.
En este contexto de avance femenino, los hombres se vieron obli-
gados a redoblar esfuerzos para la manutención y protección del hogar,
pero también se vieron obligados a cuestionar las causas de la trans-
formación del modelo de masculinidad socialmente aprendido. En el
trayecto, mujeres y hombres comenzaron a pensar y actuar de forma
diferente, cuestionando el modelo anterior y provocando con ello la
redefinición de las formas de percibir y dirigir sus vidas. La evolución
de la identidad de los géneros, redefinió las relaciones de poder en-
tre hombres y mujeres y entre generaciones. La violencia familiar y de
género, tomaron nuevas dimensiones. El trabajo femenino fuera del
hogar principalmente, ha repercutido en las percepciones que muje-
res y hombres tienen de sí mismos porque se han integrado a nuevos
66
modelos y esquemas de vida que no corresponden precisamente con
las funciones para las que fueron socializados en la infancia y por las
instituciones de educación formal e informal (Vid. Rosado y Villagó-
mez, 1994).
La violencia en el hogar y particularmente en la pareja, viene a re-
presentar una forma de enfrentar estos cambios. No significa que an-
tes no existiera, el problema es que a partir de los nuevos fenómenos
vinculados con las transformaciones de la dinámica familiar, cobró un
nuevo giro. La violencia como expresión de la masculinidad salió a flo-
te con una nueva cara por lo que fue preciso visibilizarla, cuestionarla
y combatirla desde el espacio público a través de acciones afirmativas
de la sociedad civil principalmente, pero también a través de la po-
lítica pública con equidad de género. Simultáneamente, la violencia
también se convirtió en México en tema de reflexión de los propios
varones, por lo que surgieron programas de gobierno, académicos y
principalmente de la sociedad civil para abordar el problema de la vio-
lencia y la masculinidad.
Al comenzar el siglo, Yucatán no tenía experiencias de interven-
ción en el campo de la violencia familiar con enfoque de género, y es a
partir de 2001, que se crean y aplican nuevos programas de atención
a la mujer y la familia con esta perspectiva. Asimismo, se reestructu-
ran programas y modelos de intervención existentes para incidir en
la población de sectores más vulnerables al problema. Estas acciones
fueron el reflejo de la política pública nacional. A partir de este trabajo,
el imaginario colectivo sobre la violencia de género ha comenzado a
identificarla como un fenómeno que se debe combatir fortaleciendo la
sensibilización, prevención, atención y rehabilitación.
En este proceso, quedó claro que es importante construir relacio-
nes más equitativas en la pareja, fortalecer la cultura de la denuncia,
pero también es imperativo, integrar nuevas acciones que involucren
a hombres para modificar las conductas aprendidas desde la infancia.
Para ello, en Yucatán se lleva a cabo un programa de intervención gu-
bernamental en el que se analiza y cuestiona el impacto de la masculi-
nidad aprendida en las relaciones de pareja donde existe violencia. De
ello hablaremos en este capítulo, de hombres que han decidido o teni-
do que integrarse a un grupo de apoyo para trabajar por la transforma-
ción de su violencia y con ello evolucionar la masculinidad socialmente
interiorizada en la familia de origen o en otros espacios sociales a lo
largo de su vida.

Masculinidades

En el marco internacional de los estudios sobre varones destacan los


trabajos pioneros de Connell (2003), Kimmel (1992), Bourdieu (2000),
67
Gilmore (1994), Seidler (1989), Clare (2000:53-67) y Kaufman (1985),
entre otros, quienes exploraron diversas explicaciones sobre la mas-
culinidad analizándola a través del poder, la etnicidad, el feminismo,
la salud reproductiva y hasta la homofobia. Todos los autores aborda-
ron a los varones desde diferentes disciplinas en diversas partes del
mundo, y en medio de debates, se cuestionaba la construcción de la
masculinidad y su impacto en las identidades de los hombres. Estos
autores generaron explicaciones teóricas sobre algunas instituciones
sociales ligadas con la masculinidad y el poder como los gobiernos, la
milicia, los deportes de riesgo y los movimientos sociales masculinos
(Brod and Kaufman, 1994).
La masculinidad es un modelo cultural socialmente aprendido des-
de la infancia a través del proceso de socialización temprana mediante
el cual se interioriza la forma de ser hombre en la sociedad a la que se
pertenece. Este modelo está determinado por el conjunto de caracte-
rísticas, valores, prácticas y comportamientos que se imponen como
“Deber ser” a un varón. En este modelo cultural, los hombres aprenden
a comportarse como tales de acuerdo con la raza, etnia, religión, ciclo
de vida, lugar y momento histórico en el que viven.
La masculinidad, dice Minello (2002 y 2002a), es un concepto en
construcción. Tomando los argumentos de otros autores, agrega que
se trata de una categoría aun borrosa (Coltrane, 1994 y Segak 1990).
De acuerdo con su explicación sobre el concepto, la masculinidad debe
pensarse como una categoría del sistema de género que construye a
un sujeto social en posición de control y autoridad en las relaciones y
prácticas sociales. Señala que la masculinidad es un producto históri-
co de sociedades que ven a las mujeres y a los hombres polarizados,
con prácticas y cosmovisiones distintas y no intercambiables. Y aunque
aparece como “Natural”, existe desde siempre, legítima por sí misma.
Agrega que no basta estudiar solo a los hombres sino que es necesario
también analizar la estructura de género de la sociedad en cuestión
para entender la dominación masculina. De acuerdo con su propuesta,
la masculinidad debe ser construida desde la perspectiva de género y
se la debe ver como una herramienta analítica.
Varios autores han señalado que no existe una sola masculinidad,
sino una diversidad heterogénea de identidades masculinas o formas
de ser hombres dependiendo de la sociedad de que se trate (Connell,
2003:61). Para estos especialistas, dice Kaufman (1994), era muy im-
portante ver cómo se construyen la masculinidad en diferentes cultu-
ras, pero también era importante conocer y analizar las masculinidades
predominantes en Occidente y la forma en que han sido normalizadas.
Una vez que éstas fueron normalizadas, a otras formas de masculinida-
des se les consideró perversas, desviadas o anormales.
En este debate, se denomina hegemónica a la masculinidad domi-
nante y culturalmente aceptada que incluye las formas exitosas de “Ser
68
hombre” en cada sociedad (Connell, 2003:61). Los requisitos de los
ideales dominantes de la masculinidad incluye atributos como: poder,
inteligencia, fortaleza, racionalidad, estabilidad, éxito, seguridad en sí
mismo, rudeza, competencia, triunfo y heterosexualidad. Luis Bonino
(2002) asegura que la masculinidad hegemónica, tradicionalmente re-
presentada por el hombre blanco heterosexual, sigue siendo el pilar
ideológico de las sociedades del mundo occidental. Este modelo, dice,
establece desigualdades jerárquicas que discriminan en función del
género, la raza, la clase social, la sexualidad, la edad, la nacionalidad,
y es responsable, en gran medida, de la persistencia del sexismo, del
racismo y la homofobia en nuestras sociedades.
Esta manera de definir la masculinidad perfila otros estilos mas-
culinos como inadecuados o inferiores. Carrigan, Connell y Lee (1987)
señalan que estas serían las “Variantes subordinadas”. Un ejemplo de
masculinidad subordinada que puede existir junto pero diferente a la
masculinidad hegemónica es la homosexualidad, misma que existe
como una forma de ser hombre pero en situación de minoría margi-
nada y discriminada. Connell (2003) amplía este análisis y argumenta
que los hombres son explotados a través de la creación de una mascu-
linidad estándar considerada la “Normal”. En este esquema, los he-
terosexuales masculinos son los dominantes en tanto que los gay se
convierten en marginales.

Masculinidad y violencia

Teubal (2001: 46) refiere que las desigualdades de género basadas en


un sistema de representaciones sociales que determinan culturalmen-
te lo masculino y lo femenino y su relación con el poder, autoridad
y jerarquía, son la base de la violencia en la familia. En un sistema
donde se presentan relaciones inequitativas como sucede en el ámbito
familiar, las relaciones desiguales de poder entre hombres, mujeres,
niños y ancianos, generan una serie de eventos y prácticas de relación y
convivencia en las que el conflicto es inevitablemente multidireccional
tal como hemos observado en los registros de diversas instituciones de
atención a la violencia en Mérida (Villgómez, 2005).
En el esquema sexo biológico y construcción social del género,
el poder social pertenece a los hombres, pero, como dice Kaufman
(1994:62), la forma en que es asumido dicho poder es compleja ya que
los hombres individuales también desarrollan relaciones armoniosas
y no armoniosas con otras masculinidades. La importancia entre la
distinción entre sexo y género en este contexto, agrega, es una herra-
mienta conceptual básica que sugiere cómo partes integrales de nues-
tra identidad, comportamiento, actividades y creencias individuales
pueden ser un producto social que varía de un grupo a otro, a menudo
en contradicción con otras necesidades y posibilidades humanas.
69
El mismo Kaufman (1994:62) señala que:

La equiparación de la masculinidad con el poder es un con-


cepto que ha evolucionado a través de los siglos, y ha confor-
mado y ha justificado a su vez la dominación de los hombres
sobre las mujeres en la vida real y su mayor valoración sobre
éstas. Los hombres como individuos interiorizan estas con-
cepciones en el proceso de desarrollo de sus personalidades
ya que, nacidos en este contexto, aprendemos a experimentar
nuestro poder como la capacidad de ejercer el control.
Los hombres aprenden a aceptar y a ejercer el poder de
esta manera porque les otorga privilegios y ventajas que ni los
niños ni las mujeres disfrutan en general. La fuente de tal po-
der está en la sociedad que nos rodea, pero aprendemos a ejer-
cerlo como propio. Este es un discurso de poder social, pero el
poder colectivo de los hombres no sólo radica en instituciones y
estructuras abstractas sino también en las formas de interiori-
zar, individualizar, encarnar y reproducir estas instituciones,
estructuras y conceptualizaciones del poder masculino.

La violencia como fenómeno de carácter sociocultural genera rela-


ciones de poder inequitativas en la pareja, pero también las genera en
otros ámbitos como el trabajo, la política y el sistema legislativo. Dentro
del hogar, el conflicto entre géneros y generaciones se materializa en di-
versas prácticas agresivas. El maltrato entre cónyuges y entre padres
de ambos sexos e hijos y otros miembros de la familia que comparten
residencia, se observa en diversas prácticas individuales y colectivas que
impactan diferencialmente a los miembros del hogar dependiendo de
las características, posición y función de cada miembro. La posición de
mayor autoridad suele tenerla el hombre, miembro de la familia quien
siente más derecho a intimidar y controlar debido a su función social
como proveedor y protector del hogar, razón por la cual se afianza sin
cuestionamientos su posición de poder (Villagómez, 2005).
De acuerdo con los datos proporcionados por INEGI4, la violencia
contra las mujeres en México es un fenómeno social de alto impacto.
Los datos indican que a nivel nacional la violencia emocional asciende
a 32%, la económica a 22.9%, la física a 10.2 y la sexual a 6%. Yucatán
registró en 2006, 37% mujeres que viven en pareja con eventos de vio-
lencia, predominando la emocional con 31,8%, la económica con 21.4,
la física con 18,3%5 y la sexual con 7.8% (Ver cuadro 1)

4
INEGI/INMUJERES, 2006.
5
Incluye violencia física al menos una vez a lo largo de su vida
70
Yucatán
Tipo de violencia de pareja contra mujeres

INEGI – ENDIREH, 2006. Encuesta nacional sobre la dinámica de las relaciones


en los hogares 20066

La mayor parte de los episodios de violencia hacia las mujeres pro-


viene de los hombres. En el Centro Integral de Atención a la Violen-
cia Intrafamiliar del Ayuntamiento de Mérida de las 13,049 personas
atendidas en todas las áreas de 2001 a 2004, 11,365 fueron mujeres y
1,684, hombres, lo que representa 87%. Si tomamos en cuenta solo la
población adulta, este porcentaje asciende a 93% (Villagómez, 2005,
cap. V). Los matices e intensidades de violencia pueden tener muchas
aristas, pero de acuerdo con los datos de instituciones de atención a las
mujeres y las familias y considerando los resultados de las encuestas
realizadas en todo el mundo, la mayoría de las mujeres son maltratadas
por hombres, principalmente sus parejas, y la mayoría de los niños y
niñas que viven violencia son víctimas primordialmente de sus padres.
La violencia vista desde el enfoque de género resalta que la violen-
cia masculina en el hogar es producto de un proceso histórico y cultural
de asignación de poder al varón. Es una lucha de poder producto de
una sociedad patriarcal que socializa a los varones con roles y estereo-
tipos masculinos que se encuentran en una escala de poder superior a
las mujeres. El ejercicio de autoridad masculina generalmente es pro-
ducto y reproducción de familias de origen con experiencia de violen-

6
NOTA: La suma de los tipos de violencia no coincide con el total de mu-
jeres violentadas, pues cada mujer puede padecer uno o más. El total de mu-
jeres solteras se refiere a aquellas que declararon haber tenido o tener una rel-
ación de pareja, dato que difiere del total de las solteras de capítulos distintos
al de violencia de pareja.
71
cia. A través de la socialización temprana, se determina el comienzo
de diversas prácticas de género en las que se reproduce la creencia
generalizada de que los varones tienen derecho a tomar decisiones o
a expresar exigencias a las que las mujeres se sienten obligadas, dismi-
nuyendo con ello su valor social.
Al referirse a la violencia como estrategia de comprobación de la
masculinidad, Kaufman señala lo siguiente:

… he explorado los motivos de la violencia masculina,


centrándome en la relación que existe entre dos conjuntos
de factores: por un lado, el poder y los privilegios sociales
de los hombres en las sociedades de dominio masculino y la
permisividad social ante la violencia hacia las mujeres, y por
otro, las experiencias contradictorias de los hombres en si-
tuaciones infantiles y de poder, como testigos o receptores
de la violencia y las exigencias emocionales imposibles que
el patriarcado aplica a los jóvenes y a los hombres para que
encajen en los apretados pantalones de la masculinidad. Este
segundo conjunto de factores, obviamente, no debe ser con-
siderado una excusa para la violencia, sino una parte de su
cadena causal (Kaufman, 2000).

Kimmel (1992:130) por su parte establece que, al igualar la hom-


bría con la fuerza, el éxito, la capacidad, la confiabilidad y el control
de sí mismo, se mantiene el poder que algunos hombres ejercen sobre
otros hombres y sobre las mujeres. Aquí vale la pena detenerse a re-
flexionar sobre el “Acceso diferenciado” que distintos tipos de hombres
tienen a esos recursos culturales que confieren masculinidad y acerca
de cómo cada uno de esos grupos construye sus propias modificaciones
para preservar y reclamar su masculinidad.
Por otra parte, Víctor Seidler señala las dificultades que presionan
a los hombres a demostrar la virilidad asignada socialmente y las re-
percusiones que esto implica para la relación de pareja y la familia. En
una entrevista señaló que cuando los hombres golpean a sus niños o ni-
ñas es porque piensan que actúan correctamente. Al respecto dice que
se trata de una violencia cultural que se vuelve cada vez más destructi-
va en una época como la actual donde el papel de jefe proveedor se ve
vulnerado por la situación económica. Esta situación atenta contra la
identidad masculina que se ve amenazada provocando inseguridad en
los varones, especialmente los de clases menos favorecidas.

La base de la masculinidad se ve así amenazada, los hom-


bres se sienten inseguros, sobre todo en las clases más des-
favorecidas, por la necesidad de que sus esposas trabajen y
aún más por la posibilidad de que pudieran depender de los
72
salarios de sus esposas, cuando preferirían tenerlas en casa.
Se sienten un tanto atrapados en esa contradicción. Y esto a
menudo alimenta un tipo de cultura en la que los hombres que
se sienten amenazados recurren a la violencia. En esa cultura
de la violencia, los hombres que no tienen trabajo deben afir-
mar su masculinidad de otras maneras. Y en Latinoamérica
no queda claro de qué maneras puede la masculinidad vali-
darse fuera del contexto laboral.
Los hombres no están acostumbrados a negociar. El índi-
ce de divorcios en aumento en la clase media, se da en parte
por las dificultades de negociación masculina. En México es
particularmente fuerte la noción de ligar la masculinidad con
la idea de ser activo. Hay un sentido muy fuerte de la activi-
dad. Los hombres aprenden a hablar, pero les cuesta mucho
trabajo escuchar. Escuchar te coloca en una situación de pa-
sividad: tienes que recibir. Y si eres pasivo eso te hace sentirte
vulnerable, y si te sientes vulnerable percibes también que tu
identidad masculina está amenazada7.

Hombres renunciando a la violencia

El Ayuntamiento de Mérida tiene el Centro Integral de Atención a la


Violencia Intrafamiliar denominado CIAVI o Casa de la Mujer. Inau-
gurado hace más de siete años. Cuenta con profesionales capacitados
con perspectiva de género que atienden los problemas de familias y
particularmente de las mujeres. Tiene cinco áreas de atención: Aseso-
ría jurídica, atención psicológica, trabajo social, centro de documenta-
ción y equidad de género. Dentro de esta última área se ubicó el Pro-
grama de atención a los hombres que desean trabajar para identificar
y renunciar a la violencia.
Recientemente se creó el Centro de Atención a la Violencia Mas-
culina en un local propio. El propósito es reeducar a los hombres vio-
lentos. Este proyecto surgió con la capacitación y metodología del Pro-
grama CORIAC, que promovió una serie de programas y proyectos a
nivel nacional para sensibilizar a los varones sobre su propia violencia,
además de que promovió un concienzudo análisis de la situación de los
varones en la sociedad y particularmente su relación con las mujeres y
consigo mismos. Actualmente, el programa en Mérida atiende un gru-
po de alrededor de 15 varones que trabajan una vez a la semana para
analizar su situación y sus propios avances.

7
Entrevista con Víctor Seidler. Vid. Zozaya y Buenfil, 2000.
73
El Centro de Atención a la Violencia masculina promueve este ser-
vicio de la siguiente manera:

Grupo de Hombres con problemas de violencia intrafamiliar.

Los hombres somos principalmente quienes ejercemos


la violencia en nuestros hogares. Esto se debe a que hemos
aprendido a utilizar la violencia como una forma de resolver
los conflictos que se presentan en la familia. Es necesario que
los hombres detengamos la violencia que ejercemos y apren-
damos formas equitativas de relacionarnos. En este grupo se
crea un espacio de reflexión para hombres que buscan eliminar
la violencia que ejercen en sus hogares, generando alternati-
vas para su prevención y manejo. El problema es que no sabe-
mos MANEJAR nuestro enojo. Cuando nos sentimos molestos
o irritados, ejercemos violencia contra las personas a las que
más queremos: nuestra familia.

En este capítulo, mostraremos parte del trabajo de este grupo de va-


rones, quienes han declarado que pretenden eliminar la violencia que
ejercen en sus hogares generando alternativas para su prevención y ma-
nejo. Las causas que los orillaron a tomar la decisión de integrarse en el
grupo fue porque sus esposas o parejas agredidas interpusieron una que-
ja o denuncia o lo decidieron por convicción personal. En caso de que la
mujer maltratada quiera intentar mejorar la situación familiar, acepta la
intervención de la institución para establecer con su pareja nuevas reglas
en la convivencia doméstica. Es aquí donde se ofrecen los servicios del
programa a los agresores. En menor cantidad llegan varones que por sí
mismos solicitan apoyo para manejar su violencia.Entre altas y bajas al
menos el último año han circulado por el grupo 120 hombres. Al respec-
to la directora del CIAVI declaró:

En los últimos seis años y medio unos 250 hombres se acer-


caron al Ayuntamiento para exponer su problema y recibir
apoyo profesional. Sus edades van de 16 a 68 años, viven en el
oriente, poniente y sur de la ciudad. Hay quienes solamente tie-
nen secundaria y otros que egresaron de universidades. Unos
son albañiles, choferes de autobús, comerciantes ambulantes
o “Multiusos”; otros tienen negocios establecidos, son aboga-
dos, jubilados, etcétera. En unos casos ejercían la violencia
contra la novia o la madre, la mayoría agredía a su cónyuge.
Sus principales formas de agresión eran psicológicas y físicas,
insultaban, humillaban, amenazaban y chantajeaban a sus
parejas, o bien las golpeaban8

8
Diario de Yucatán, secc. Local. 25 de Mayo de 2008
74
El personal a cargo del Centro señaló que alrededor de la tercera
parte solo llegan a la junta informativa y no se quedan, aproximada-
mente 50% duran cuatro sesiones en promedio. Estos datos posible-
mente se deban a que quieren recuperar a su esposa o desean detener
un proceso jurídico, no porque realmente estén convencidos de renun-
ciar a la violencia. Uno de ellos comentó: “No pues quiero ver si con el
grupo puedo recuperar a mi familia”, uno más en su última visita ex-
presó lo siguiente: “Nada más les informo que esta es mi última sesión
porque ya me dejó mi esposa y ya no tiene caso que siga viniendo al
grupo”. Finalmente hay hombres que realmente quieren modificar su
comportamiento para mejorar la convivencia en el hogar y mantener
unida a la familia. Al ser entrevistado el psicólogo a cargo del grupo
señaló lo siguiente:

También se dan los casos de los hombres que llegan di-


ciendo que no son violentos o que no ejercen violencia: “Yo
vengo porque mi esposa me mandó, porque tenemos proble-
mas y ella viene a su terapia y yo vengo a la mía a ver si me-
jora la relación”. Vienen para mejorar su situación pero no
para trabajar realmente la violencia que ejercen.

También existen casos, no lo podemos negar, de hombres que ejer-


cen violencia, pero que también son víctimas de ella. De hecho en las
cifras arrojadas entre 2001 y 2004 por el área de documentación del
mismo Centro de Atención a la Violencia, 7% de la población adulta
atendida por violencia, son hombres (Villagómez, 2005). Finalmente
hay casos que después de la primera sesión declaran no regresar por-
que “Yo no soy violento y no cometo ningún tipo de violencia”. Algunos
casos han señalado que preferirían una atención individual para hablar
de sus problemas.

Los casos

Al trabajar las causas que originan la violencia contra los hijos, las res-
puestas más comunes y que forman parte del discurso masculino son
las siguientes: “Yo pensaba que era lo correcto”. “No lo veía mal”, “Así
estaba acostumbrado”. “Yo no sabía que era violencia”. “Así me en-
señaron”. En entrevista se inquirió a un hombre sobre las causas de
su violencia. Se le preguntó: ¿Y a qué crees que se debió esa violencia
hacia tus hijos? su respuesta fue:

R. Umm. Primero que nada no tuve el control, ni la cordura


para actuar en una forma adecuada. No supe resolver el pro-
blema de una forma racional, lo que hice fue imponer mi au-
75
toridad porque yo pensaba que era lo correcto porque como
dije antes algunos justificamos nuestra violencia pensando o
creyendo realmente de que esta violencia va a ser que las co-
sas se vuelvan a poner en orden. A veces pensamos que hay
un cierto desorden en nuestro hogar, en nuestra familia y que
la forma de corregir ese desorden es por medio de la violen-
cia, ése es un error muy grave de muchos de nosotros, bueno
yo me incluyo.

La imagen de sí mismo frente a los hijos/as es muy importante


para muchos padres de hoy. Para minimizar los efectos de la violencia
ejercida contra ellos/as, un caso nos demuestra cómo se proyecta el
deseo de cambio por la incomodidad que causa el daño que se ejerce
sobre sus hijas. Al cuestionar: ¿Entonces qué es lo que usted desearía
para sus hijas en el futuro?

R. Para el futuro, que no tengan un esposo o una pareja


como yo. Me gustaría que tengan una pareja, un esposo, lo
que ellas decidan que sea una persona que no ejerza violencia
y que logre identificar además lo que es violencia para evitar
ejercerla. Que sea una persona que las apoye mucho, que les
pueda dar el cariño y la atención que yo no lograba darles.

El Programa de atención a hombres violentos desarrolla una meto-


dología que cuestiona los paradigmas del poder masculino. Los hom-
bres del grupo señalan que es importante reconocer que el problema
no es responsabilidad de otros, sino de uno mismo, y que éste es un
proceso que lleva tiempo. También es preciso entender, dicen, que la
violencia no está determinada biológicamente y que la ira, aunque di-
fícil, es un sentimiento que es necesario controlar. A uno de los entre-
vistados se le preguntó lo siguiente: ¿Me podría comentar qué tipo de
problemas ha tenido con su pareja?

R. No es tanto con mi pareja sino con mi persona, con


mi carácter. Soy muy temperamental. No sé si sea la pala-
bra adecuada pero me altero con mucha facilidad y si a eso
le agregamos que se va acumulando en la semana, al mes,
llega un momento en que me desespero y chispas, exploto.
Por ejemplo, siempre mi esposa me prepara mi comida para
llevarme al trabajo, en dos o tres ocasiones me mandó comi-
da en un “Toper” que no se cerraba bien y se escurría la co-
mida en el camino dentro de mi mochila. Ese tipo de cosas
me alteran y estallo. Una vez no me salía un trabajo que me
habían pedido de costura. Me fui a comer y la tacita con café
no embonaba. Debo entender que la comida no tiene la culpa.
76
Eso me provoca ira, sé que está mal pero me da coraje y la
agredí a ella…

La violencia emocional es una de las formas de convivencia en la


pareja más difíciles de vencer. Es el tipo de violencia más frecuente y la
que lleva más horas de reflexión en el grupo de hombres. Este tipo de
violencia se manifiesta muchas veces con periodos de silencio, aislan-
do a la pareja o condicionando el cumplimiento de responsabilidades
como el gasto familiar como estrategias de control. Se trata de estrate-
gias empleadas por los varones para ejercer el poder en la relación de
pareja. Este tipo de agresiones son las más comunes, y a decir de los
propios varones, sus parejas no se quedan atrás, especialmente cuando
les reclaman su incapacidad para proporcionar la protección y fortale-
za que se espera de un jefe de familia. Al entrevistar a otro hombre del
grupo comentó lo siguiente:

Hasta cierto punto si me considero violento. Porque a ve-


ces el estrés, las contrariedades, a veces los reproches tam-
bién, a veces quizá justificados de ella, los reproches, las ame-
nazas, no amenazas físicas sino en el sentido de que yo me
largue. Ella me dice que solo las estoy perjudicando, que yo
no hago lo suficiente. Me dice que nos estamos hundiendo, que
estoy indiferente, que no trato de que mejoremos, que soy el
causante de que estemos pasando esta situación. Me dice que
en realidad esto es muy, muy humillante para ella. Y yo la
verdad soy de las personas que con los aplausos hago mejor
las cosas y con los abucheos hago peor las cosas o no las hago.
Entonces cuando yo recibo reproches, insultos, ofensas y hu-
millaciones pues la verdad prácticamente como que mi esta-
do de ánimo se va hasta el piso. Y ahí es cuando soy violento,
violento verbalmente…

Las discusiones forman parte de la violencia emocional y este es


uno de los argumentos más frecuentes de los varones para explicar y/o
hasta justificar su comportamiento agresivo, tal como expresa uno de
los entrevistados:

A veces, por ejemplo, a mí me molesta mucho que ella me


grite, eso hace que yo pierda mucho el control. A veces me
hago el propósito de no contestarle nada. Si me dice algo le
digo: “Está bien, está bien,” pero a veces ella también se mo-
lesta, lo toma a mal, como que no le estoy poniendo atención,
como que nada más se lo digo para que me deje en paz y se
calle y realmente la estoy escuchando y le digo que está bien
como para tratar de decirle que tiene razón pero ella lo en-
77
tiende como sí yo me estuviera burlando de ella. Yo he cam-
biado porque antes yo le contestaba de una manera parecida,
le decía “Ajá, ajá, ajá” y eso la enojaba mucho, se enojaba más
y me decía más cosas.

La tradición indica que el patrón de masculinidad aprendido im-


plica garantizar el sustento familiar. En este discurso, el varón que no
proporciona los recursos económicos suficientes, es una persona que
no protege y con ello pierde poder, credibilidad y control sobre los
demás. La falta de dinero se traduce en ausencia masculina. Existen
problemas en la relación de pareja que son detonantes de la violencia
dentro del esquema de masculinidad aprendido. Uno de ellos es el des-
empleo o subempleo mal remunerados. Bien decían las abuelas que
“Cuando la pobreza entra por la puerta de la casa, el amor sale por la
ventana”. Y efectivamente, un común denominador en las pláticas en-
tre varones, es la falta de dinero como causa que origina el conflicto en
la pareja y desemboca en violencia contra la mujer. Es particularmente
interesante notar que los hombres reconocen en diferentes grados su
propia violencia, pero en el discurso frente al grupo, se justifica con el
argumento que la mujer es violenta y agresiva también.

Pues yo creo que fue un poco a raíz de problemas econó-


micos por la cuestión de tener mucho menos de lo que yo te-
nía. Por ejemplo, si se gasta el gas y a veces no tengo el dine-
ro, ella tiene que acudir a alguno de sus hermanos o alguien
de su familia para que le hagan el favor de llevarle el dinero
y después ella enviarlo. Entonces ella se molesta mucho y dice
que le mortifica. Tener que pedir favores a otras personas le
pesa, porque dice que a veces hay gente que le dice: “Oye, ¿tú
marido no trabaja? Eso realmente es de mortificar. También
he pasado situaciones de falta de dinero para la escuela de
mis hijos. Uno está en segundo año de preparatoria. La otra
está en carrera y a veces por cuestión de libros, por las ins-
cripciones, yo no tengo dinero para darles. Nos estaban co-
brando 920 o 950, algo así de inscripción y la verdad yo no
tenía dinero. Mi esposa tuvo que pedirlo a su familia. Eso fue
lo que le molestó…

Un hombre del grupo expresa sus sentimientos al referirse a su fal-


ta de capacidad para lograr lo que se espera de él. Ante la situación
señala, se ve presionado a tomar decisiones que no quiere. El subem-
pleo y bajos ingresos en su caso, es una situación que le genera estrés y
conflicto con la pareja. Por otra parte, si toma la decisión de aceptar la
ayuda de la familia política como sugiere su esposa para mejorar la si-
tuación económica, es posible que se introduzca un potencial conflicto
más entre ellos.
78
Ella me dice que tengo que tratar de mejorar, de impul-
sarme para que yo no me sienta desganado, apático. A veces
me siento hasta sin la ilusión de querer mejorar, de tratar. Ella
me insiste mucho en que yo me vaya a ciudad del Carmen por-
que ahí su familia puede ayudarme a tratar de encontrar un
mejor empleo. Pero la verdad, quizá inconscientemente y no
es tanto por orgullo, lo que no quiero es dejarla sola aunque
ella dice que prácticamente están solas porque no estoy, por-
que no le doy dinero suficiente. Me dice que allá cuando menos
estarían solas pero que estarían en una situación económica
mucho mejor, más desahogada y más cómoda. Por eso ahorita
estoy viendo sacar unos papeles que me hacen falta para soli-
citar un empleo acá porque me hablaron y económicamente es
mucho mejor que el que tengo.
Si no mejoro, sé que tengo que irme a ciudad del Carmen
para pues para tratar de mejorar la situación. Sé que tengo
que hacer el esfuerzo. Tratar de mejorar para todos y hasta
para mí, porque la verdad es que muchas veces se siente muy
incómodo, muy deprimente el hecho de que ver por ejemplo los
zapatos rotos de las niñas y no tener ni dinero y la ropa ya
también deteriorada y muchas cosas que necesitan, muchas
veces no las puedo ayudar y a veces trato de ponerme en su
lugar y digo: “Ella tiene razón”. Nada más que el problema es
la forma en que ella me lo dice, siento que no es la adecuada y
ya se lo he comentado. Lo que pasa es que se me gasta la pa-
ciencia, creo que se le olvida, no creo que a propósito me diga
las cosas para que me dañe o me lastime y a pesar de eso se le
olvida como a mí se me olvida no ejercer violencia y también
lo acepto, a veces de una forma verbal en que discutimos, que
peleamos.

En otra entrevista un hombre dijo lo siguiente:

El problema es precisamente la situación económica y esto


ha influido, un deterioro en la relación familiar porque ella ve
más bien, no solo que yo le causo muchos pero siempre como
que yo no trato, cómo si no le importara los problemas que hay
en la casa y que yo prácticamente de todo he dejado de que
resuelva todo el problema que conlleva la situación económica
que estamos pasando, que a veces no hay suficiente dinero. Por
ejemplo, mis hijos deben llevar un poco de dinero a la escuela y
no solamente para los pasajes, porque a veces les piden copias
para las tareas o les piden alguna cosa y a veces yo no tengo
el dinero y ella tiene que ver de dónde saca para los gastos.
Yo siento que la verdad es una situación muy, muy incómoda,
muy difícil para ella.
79
Masculinidades en transformación

A partir del trabajo en el grupo, varios de los entrevistados señalan


que han incorporado nuevos comportamientos para manejar el enojo y
controlar la violencia. A veces con éxito y otras con reveses. El proceso
es lento y en el camino, varios hombres desertan. Otros, insisten en
mejorar la relación de pareja.

Ahora, trato de decirle que le estoy poniendo de mi parte,


pero al mismo tiempo estoy tratando de que al recibir sus re-
clamos, sus gritos y a veces su agresión, trato de no perder
el control para no agredirla en forma verbal y mucho me-
nos física. Antes de la terapia, el lunes pues llego y tengo una
paciencia muy alta, digamos una gran paciencia y me dice:
“Tienes razón” y dialogo más con ella. El martes, pues más o
menos la situación parecida. El miércoles a veces con los pro-
blemas de trabajo ya no tengo más paciencia para dialogar
y solamente le digo que sí. También tiene razón, ya no hay un
interés o un diálogo más positivo, más constructivo. A veces
no tengo las palabras tan claras para poder expresar lo que
quiero decir y a ella le pasa lo mismo, y si a veces repito mu-
cho alguna palabra ella se enoja, piensa que me burlo de ella
y volvemos a pelear.

La transformación de la masculinidad interiorizada implica un


gran esfuerzo personal y colectivo como se comentó líneas arriba, las
respuestas de los varones del grupo de atención a la violencia así lo
muestran en sus testimonios:

Siento que me ha ayudado mucho el acudir aquí y por eso


estoy muy interesado de que los compañeros actuales y a fu-
turo pues puedan identificar con mayor claridad y con ma-
yor rapidez los beneficios que pueden obtener de estar aquí
porque yo siento que me tardé mucho en identificar esos be-
neficios. Me tarde mucho, mucho realmente. Yo siento que
hay personas, habemos algunas personas que si estamos dos
meses, tres meses, en algo que realmente no le vemos el pro-
vecho, quizá nos desanimamos y lo dejamos y optamos por
otra cosa. Como en realidad si se pueden obtener muchos be-
neficios, vale la pena. Como yo digo: identificarlo claramente,
es difícil, pero la dirección que debemos de seguir para poder
obtener ese beneficio aquí te la dan, te dirigen para beneficio
de nosotros principalmente y para nuestra familia.

80
La identificación del problema es parte de la metodología de in-
trospección para transformar las prácticas destructivas. Un testimonio
señala lo siguiente:

El beneficio es primero que nada, identificar claramente


de que sí ejercemos violencia. Algunos la minimizamos, algu-
nos la negamos, algunos quizá, la tratamos de justificar. Ya
sea por medio de nuestra pareja, de nuestros hijos, de traba-
jo, de donde sea, siempre tratamos de justificar la violencia.
O sea que nosotros somos violentos porque recibimos esa vio-
lencia o porque tenemos que ejercer esa violencia para tener
un control de las cosas.

Conclusión

Es inobjetable la transformación de los roles asignados a cada género y


la manera en que actualmente hombres y mujeres los interiorizan, en
un proceso donde la subjetividad genera respuestas que contradicen
los esquemas asignados desde la infancia a través de la socialización
temprana de niños y niñas en la familia. Ser hombre y ser mujer, ad-
quiere nuevos significados, nuevos referentes que influyen en las rela-
ciones de pareja, de familia y de comunidad. El encuentro/desencuen-
tro entre géneros potencia relaciones en las que la violencia es el reflejo
de la tensión provocada por los cambios en las diversas formas de ser
hombre o mujer tal como hemos visto en los casos presentados.
Las frecuentes discusiones matrimoniales se centran en las expec-
tativas que cada género tiene sobre la pareja, cuestionando el cumpli-
miento de “Lo que se espera” de ella o de él. Este proceso tiene diversas
causas y múltiples manifestaciones. El impacto de la vida global en un
contexto regional puede verse reflejado en las nuevas dinámicas del
empleo y la vida familiar. Este es el caso de los hombres que se en-
frentan a un modelo de masculinidad tradicional que exige el cumpli-
miento de “Lo que un hombre debe ser” en un contexto de desempleo,
subempleo o empleo mal remunerado en el que se encuentra en una
posición de vulnerabilidad social. Simultáneamente, se encuentra in-
merso en un contexto donde la fuerza laboral urbana está representada
por las mujeres en más del 40%, lo que ha venido a redimensionar las
relaciones de poder en la pareja al proporcionar herramientas para el
fortalecimiento y empoderamiento femenino y recursos económicos,
sociales y simbólicos para las mujeres, quienes cuestionan su posición
de vulnerabilidad de género pero que exigen hombres fuertes, provee-
dores y protectores en la familia y la sociedad.
El tránsito es difícil, pero nunca ha sido diferente. Lo importante es
no perder de vista la relevancia que reviste en este tipo de fenómenos
81
el análisis que la perspectiva de género puede proporcionar al permitir
vislumbrar cuáles son los mecanismos a través de los cuales se cons-
tituyen y transforman los géneros en un contexto de transformación
económica, social y cultural.
La violencia de género vista desde la mirada masculina, es una
nueva forma de enfrentar los cambios. Es cuestionarla y cuestionarse
a sí mismo como sujeto que ejerce o es víctima de violencia. Las meto-
dologías empleadas para enfrentar este proceso muestran ya una gran
versatilidad desde la política pública y la acción de la sociedad civil. Por
ello, es preciso dar un seguimiento al fenómeno con ojo crítico y sin
apasionamientos que sesguen la percepción de la realidad. Para ello es
necesario no tomar en cuenta solo una versión del conflicto. No se trata
de juzgar culpables, sino de entender cómo surge y se desarrolla un
fenómeno social de esta magnitud y con estas características. Debemos
abordar la violencia de género desde una nueva perspectiva para gene-
rar conocimiento productivo que contribuya a fortalecer las relaciones
democráticas en la pareja, la familia y la sociedad.

82
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84
ABORDAJE DE LA VIOLENCIA MASCULINA
EN LA POLÍTICA PÚBLICA:
EL PROGRAMA MUNICIPAL DE HOMBRES
CON PROBLEMAS DE VIOLENCIA EN LA FAMILIA

Alicia Canto Alcocer


Rodrigo Cueva G. Cantón

Introducción

El ejercicio cotidiano de violencia hacia la mujer y en la familia es un


problema de salud pública que pone en peligro la integridad física y
psicológica e incluso la vida de miles de mujeres, así como de sus hijos
e hijas. Sin embargo, es innegable que pese a su gravedad, la violencia
que sufren las mujeres en la mayoría de las ocasiones, no es susceptible
de intervención, debido a que sucede en un contexto que la legítima,
oculta, disfraza y silencia.
El conjunto social, pensamiento e ideología, cómplices y perpe-
tradores, encuentran en las instituciones hegemónicas, a sus eternos
reproductores de la histórica discriminación femenina. Tal situación
pone el acento en la necesidad inaplazable de diseñar mecanismos que
permitan un abordaje integral de esta problemática, en un contexto
que privilegie la equidad entre los géneros y promueva la resolución
pacífica de los conflictos.
El primer paso para contrarrestar esta situación es la visibilización
del fenómeno, para lo cual, la perspectiva de género se impone como
la herramienta teórico- metodológica que por excelencia permitirá una
mirada amplia, con el enfoque propuesto por Garda (2004) y Corsi
(1999), quienes toman en cuenta aspectos sociales y culturales, incor-
porando al análisis, los conceptos de patriarcado y sexismo, así como

85
su expresión más cercana: la masculinidad.Un segundo paso para
abordar la violencia hacia la mujer es, sin lugar a dudas, la construc-
ción de estrategias innovadoras que coadyuven en primera instancia
a la desnaturalización del problema y permitan a las y los ciudadanos
sentirse parte importante de la solución.
En un mundo globalizado y de grandes tensiones sociales, la apues-
ta se erige frente al reto de incidir en las propuestas transformadoras
de la cultura y en ese punto, la evolución del Estado, como generador
de bienestar, impuso la necesidad de incluir acciones que favorecieran
el desarrollo social y humano de los pueblos, con énfasis en la posi-
ción y situación de las mujeres. Lo anterior, fue adoptado a partir de
1995 como plataforma de acción de la comunidad internacional, lo que
obligó al estado mexicano iniciar la puesta en marcha de las políticas
públicas para ese fin.
En este marco fue que en 2001, las autoridades encargadas del mu-
nicipio de Mérida, sentaron un importante precedente en la historia
de las políticas públicas dirigidas a la población femenina al crear el
Centro de Desarrollo Integral y Atención a la Violencia Intrafamiliar,
espacio en el que se ofrecieron servicios de atención integral y con
perspectiva de género.
Desde aquel entonces, el trabajo con varones agresores a través
del “Programa de Atención a Hombres con Problemas de Violencia
en la Familia” fue una de las prioridades de la oferta institucional con
la formación y acompañamiento terapéutico de varones reunidos en
torno a grupos reflexivos. Las sesiones semanales han sido hasta ahora
parte de una dinámica ininterrumpida. Sin embargo, son los propios
beneficiarios, quienes identificaron y solicitaron reiteradamente la am-
pliación de los servicios, incorporando el acompañamiento y asesoría
individual, así como las acciones de sensibilización. Estas últimas, se
realizan a través de talleres y pláticas relacionadas con temas como
la Salud Masculina, Construcción de Nuevas Masculinidades, Sexua-
lidad, Prevención de Violencia, Paternidad y Adicciones. Cabe resaltar
que parte importante de este proyecto, tiene entre sus ejes la trans-
versalidad de las acciones y la vinculación con los distintos actores so-
ciales relacionados con la temática, sin los cuales, esta tarea de gran
magnitud, no nos sería posible.
Para responder a las nuevas necesidades de atención a la pobla-
ción, en marzo de 2008 el Ayuntamiento de Mérida puso en marcha
el Centro de Atención y Prevención de la Violencia Masculina, con ello
dio cumplimiento al mandato de la Ley de Acceso de las Mujeres a una
Vida Libre de Violencia del Estado de Yucatán, que otorga a los mu-
nicipios la atribución de crear espacios de reeducación para varones
agresores. Es importante subrayar que con esta acción, desde lo local,
se fortalece el cambio y la transformación social.
A siete años de la creación de la reconocida en el ámbito nacional
y estatal como la “Casa de la Mujer” o CIAVI, el Ayuntamiento de Mé-
86
rida puso al servicio de la población masculina un espacio propio para
la reflexión y la adquisición de herramientas que faciliten la construc-
ción de nuevas prácticas no violentas. Ahora con el nuevo Centro de
Atención para varones, el equipo que encabezamos esta nueva aventu-
ra, con orgullo y confianza asumimos como nuestros los conceptos de
apertura, inclusión, justicia y equidad, seguros de obtener resultados
positivos a favor de la comunidad.

La violencia masculina

Frente a los retos del mundo actual, las tensiones sociales se agudizan
y pareciera que los grandes problemas estructurales tocan fondo y con
fiereza implacable aparece la violencia en todos los ámbitos. La vulne-
rabilidad de las mujeres se evidencia sobremanera, pues los patrones
de convivencia se tornan peligrosos en el entorno familiar, espacio que
se supone ideal para el desarrollo de lazos afectivos. En contradicción,
es ahí donde mujeres, niñas y niños, sufren las expresiones más des-
carnadas de la inclemencia masculina, recibiendo de manos del pro-
genitor, esposo y padre, las más crueles demostraciones de poder, un
poder que castiga y lastima sin piedad.
Esta aseveración, hace un par de décadas, hubiera sido tomada
como salida del oscuro libreto de una malísima película de terror. Sin
embargo, en estos momentos es suficiente leer los periódicos para en-
contrar notas como esta y desafortunadamente, cada día la saña de las
expresiones va en aumento. Lo que parece algo nuevo, una rara especie
de epidemia peligrosa, es únicamente la expresión de un antiguo pro-
blema, que apenas ahora emerge de la oscuridad del ámbito privado,
deja atrás la vergüenza y se planta ante nuestras miradas atónitas e
incrédulas. Autoridades y ciudadanía, rebasados por esta ola incesante
nos preguntamos: ¿Cómo podemos detener la escalada de violencia?
¿Cómo podemos proteger a las víctimas inocentes? ¿A qué nos enfren-
tamos?
En respuesta han surgido movimientos ciudadanos, instituciones
públicas e incluso leyes que pretenden atajar, combatir y erradicar la
violencia hacia las mujeres. Pese a ello, los objetivos no se cumplen,
tal vez porque el esfuerzo desplegado no contempla la complejidad del
problema. Se habla de víctimas y agresores. La mirada es en blanco y
negro, una vez más, las instituciones nos erigimos en jueces calificado-
res de conductas, lo socialmente aceptable versus lo “Perverso”. En ese
camino, hemos llegado tan lejos, que la violencia hacia las mujeres la
hemos elevado al rango de delito.
El discurso social, atrapado en la idea de castigar a los hombres
“Malos” y “Enfermos”, ignora que en la realidad, éstos, en su gran

87
mayoría, son ciudadanos comunes y corrientes cuya socialización les
implantó el mandato del uso de la violencia como recurso para la so-
brevivencia. Pero tal generalización, como apunta Garda (2000) “Se
convierte en una cortina de humo, pues no resuelve el problema social
de fondo de la dominación masculina.
Y es así que nada sucede, la mujeres siguen siendo impunemente
violentadas y los recursos públicos fluyen hacia un río cuyo cause los
aleja sistemáticamente de la otra orilla, aquel espacio ideal, limpio y
claro, al que tal vez algún día arribemos, como ciudadanas y ciudada-
nos libres y plenos de derechos. Lo verdaderamente grave, es que son
escasas las voces que se levantan para argumentar que la ineficacia de
las acciones es consecuencia de la mirada parcial desde la cual se pre-
tende entender la problemática en cuestión.
Unas cuantas personas, nos preocupamos por definir que este
asunto de la violencia en la familia no es un asunto de “Buenos y ma-
los”, sino la consecuencia fatal de la convivencia de hombres y mujeres
en una sociedad en la cual el sexismo y sus más comunes expresiones:
el machismo, la misoginia y la homofobia están presentes en todos y
cada uno de los actos humanos, haciéndose presente, como dice Da-
niel Cazéz (1998) en todas las relaciones y en todos los espacios de
la vida (doméstico, comunitario, laboral e institucional) más allá de
la conciencia, el sexismo se apodera del inconsciente como elemento
definitorio del sentir, pensar y actuar de las personas.
Entonces, es imprescindible entender en primera instancia, que las
expresiones de violencia hacia las mujeres se gestan en una ideología
y praxis machista, la cual sostiene que las mujeres son inferiores a los
hombres, y por ello están obligadas por la naturaleza a dar servicio
doméstico y sexual. “El machismo estructura la opresión de género de
las mujeres mediante mecanismos destinados a marginarlas, segregar-
las, discriminarlas, cosificarlas, maltratarlas, hostilizarlas, acosarlas y
violentarlas de muchas otras formas”. El machismo también se expresa
en el paternalismo que, por una parte, ubica a las mujeres como seres
incapaces de inteligencia, dependientes, sumisas, débiles, obedientes,
agradables, dedicadas a la asistencia y el consuelo, y necesitadas de so-
breprotección y de alabanza, exaltación, bellas, abnegadas, compasivas
y perspicaces (Ibid.).
A la luz de esta caracterización, identificamos que en contrapar-
tida los hombres en este imaginario, resultan ser la antítesis de esta
patética figura femenina y por ende, ellos se erigen en los absolutos
dominadores y ellas en receptoras pasivas de esta dominación. Y es en
este campo, que surge la disputa, el uso del poder como instrumento
de control. El antagonismo entre lo femenino y lo masculino. El asiento
del conflicto, sin duda abonado por el pensamiento patriarcal hegemó-
nico que reproduce como única opción la dominación femenina y para
ello, la reproducción de conductas violentas. Conductas de dominación
88
que utilizan la violencia como medio para arrebatar al otro/a la liber-
tad, la paz y en algunas ocasiones hasta la vida.
En este rejuego encontramos que el motor de arranque, el sexis-
mo, es reproducido por conductas machistas que son compartidas por
hombres y mujeres, contribuyendo a la reproducción generacional
e indiscriminada de la violencia. Pero hay que decir que la violencia
no siempre se expresa a través de la agresión frontal, sino también a
través de la manipulación y la omisión, como instrumentos de control
cuyos resultados son iguales o más eficaces que los otros, puesto que
paralizan y sofocan a la víctima hasta su extenuación. En este sentido,
Bonino se refiere a la violencia masculina de la siguiente forma:

Forjada en un contexto social que le permite, es ejerci-


da como una estrategia en forma de proceso de abuso
y avasallamiento paulatino, de menos a más donde
pueden combinarse formas leves, moderadas o gra-
ves de ejecución (maltrato, degradación y tortura),
con el resultado de la creación, cuando es sistemáti-
ca, de una víctima que al final ya no puede defenderse
(Bonino, 2003)

Ahora bien, desde nuestra perspectiva, esta conducta, tan propia


de la masculinidad, tan claramente dirigida hacia un objetivo concreto
que es el ejercicio del poder, no es el resultado de una casual apropia-
ción de los recursos característicos de un género. La violencia que los
hombres ejercen hacia las mujeres se inscribe a partir de un desen-
cuentro permanente con el mundo femenino, a la par de una necesidad
aprendida de controlar el entorno, sus propias emociones y las reaccio-
nes del otro/a. Lo verdaderamente grave, es que esto sucede con una
simpleza impresionante, ya que aparece una y otra vez en medio de una
relación familiar y muchas veces, esta forma de convivencia, pareciera
lindar en la cotidianeidad de las relaciones. Sin embargo, la constante
fricción agrava y potencializa el peligro de entrar a una espiral de agre-
siones y conflictos que se tornan cada vez más insoportables.
Sobre esto, Bonino, nos explica que “La discriminación, la igno-
rancia, desposesión, quebrantamiento, anulación y congelamiento de
la identidad de las mujeres son los resultados comunes de esta estra-
tegia, que puede terminar en su destrucción cuando el varón perdió la
posibilidad de someterla”. Es decir, en un caso extremo, la pérdida de
la vida es el precio que muchas mujeres han tenido que pagar (Boni-
no, 2003). El peligro estriba en la cotidianeidad y aparente simpleza
del problema. Porque es en la vida diaria que las relaciones sufren sus
peores embates, la coexistencia se hace imposible y los hijos/as pade-
cen las consecuencias ya bien de la constante guerrilla familiar o de la
necesaria pero devastadora desintegración.
89
Es a partir de estas reflexiones, que consideramos inaplazable el
abordaje de la violencia masculina como parte de las acciones encami-
nadas a mejorar las condiciones de vida de la población. Los resultados
de una intervención integral, son garantía de un desarrollo social y hu-
mano en condiciones de equidad, mismo que, a nuestro entender, con-
tribuiría bastante en la desarticulación de la violencia hacia la mujer.

Programa municipal “Hombres con problemas de violencia en la fa-


milia” (GHPVF).
Antecedentes y metodología de trabajo

A finales de 2001, el municipio de Mérida implementó como parte de


la oferta institucional del Centro Integral de Desarrollo y Atención de
la Violencia Intrafamiliar (CIAVI) el programa de “Hombres con Pro-
blemas de Violencia en la Familia”. Desde su creación y hasta la fe-
cha, el CIAVI se constituyó en la única instancia municipal en el estado
de Yucatán que ofrece atención jurídica y psicológica con perspectiva
de género a mujeres víctimas de violencia. Su carácter de institución
gubernamental del orden municipal no ha sido limitante para confor-
mar un equipo comprometido y especializado que de manara ejemplar
mantiene un estándar de calidad en la atención que brinda.
A través del tiempo transcurrido y hasta la fecha, el programa de
“Hombres con Problemas de Violencia en la Familia” se constituyó en
un espacio vital para el trabajo con hombres agresores, en el cual la re-
flexión y acompañamiento grupal permite la interacción con aquellos
que se acercan con la intención de eliminar la violencia que ejercen en
sus hogares así como la generación de alternativas para su prevención
y manejo. Los objetivos específicos de las sesiones grupales y los acom-
pañamientos son:

-Contribuir a que los hombres construyan un compromiso


permanente con la no violencia
-Brindar explicaciones sobre las causas de la violencia
-Brindar herramientas y técnicas que contribuyan a revisar
y transformar el papel de los hombres en la problemática de
la violencia.

Estos objetivos se cumplen a través de la realización de por lo me-


nos una sesión a la semana con una duración promedio de dos horas.
Para su ingreso, los varones no deben de llenar ningún requisito, aun-
que es recomendable su participación en una reunión informativa de
60 minutos en la que se pretende:

90
-Identificar los problemas y expectativas que tienen los
hombres que asisten a la sesión.
-Brindar información oral, visual y escrita sobre el GHPVF
-Canalizar hacia otro tipo de servicio que se considere
conveniente.

Las sesiones de trabajo manejan técnicas de taller y reflexión que


abordan diversas temáticas que propician que los participantes iden-
tifiquen, a través de la narrativa de “Los otros”, una historia personal
que en la mayoría de las ocasiones es un retrato hablado de su propia
construcción de la masculinidad aprendida y en esa medida se facilita
el proceso de “Autodescubrimiento” a partir del conocimiento de los
demás. Asimismo el trabajo en los talleres invita a la participación re-
flexiva del grupo y permite el aprendizaje común al estilo propuesto
por Ander Egg (1991), quien define esta metodología como “Apren-
der haciendo”. Si bien el modelo en sus inicios estuvo basado en la
estructura del modelo de “Hombres Renunciando a su Violencia” de
Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias A.C (CORIAC)9, en
su aplicación, registró variaciones de acuerdo a las temáticas aborda-
das, las dinámicas y reflexiones que en éstas se entretejen, así como las
necesidades propias de los usuarios. En general, las sesiones persiguen
la siguiente estructura:

-Bienvenida y presentación del plan de trabajo para la sesión


-Momento libre para compartir comentarios o experiencias
de la semana
-Técnica participativa
-Reflexión
-Cierre

El trabajo del GHPVF descansa bajo dos posturas teóricas prin-


cipalmente: la perspectiva de género y el humanismo. La perspecti-
va de género es un marco de análisis teórico–conceptual que permite
identificar las diferencias entre los géneros, las relaciones de poder al
interior de cada uno de ellos (intragenéricas) y entre ellos (intergené-
ricas) así como su condición y posición ante las instituciones, con el
propósito de establecer acciones tendientes a promover situaciones de

9
El Programa de Hombres Renunciando a su Violencia (PHRSV) es el mod-
elo sistematizado de Coriac que atiende a los hombres que reconocen que tienen
problemas de violencia con la pareja. En el modelo se ofrecen 3 niveles de aten-
ción donde los hombres aprenden en grupo de reflexión técnicas que les per-
miten construir un compromiso con la no violencia en el hogar. Este modelo es
una experiencia sistematizada que genera información cuantitativa y cualitativa
sobre las creencias y prácticas de la violencia masculina hacia la mujer.
91
equidad entre ambos, que privilegien el respeto de sus derechos hu-
manos y contemplen estrategias para incluir a las mujeres en todos
los procesos de desarrollo, en condiciones de equidad con los hombres
(PROEQUIDAD, 2001-2007)10.
En cuanto al humanismo, se tomaron las ideas propuestas por Ro-
gers (2000) para el establecimiento de relaciones que promuevan el
crecimiento: autenticidad, empatía y un interés positivo incondicional.
Así, con esta estrategia, se ha trabajado con el personal profesional a
cargo de estos grupos para insistir en la autenticidad, es decir, que el
facilitador asuma realmente el papel que le corresponde, de manera
que sea capaz de tener conciencia de sus sentimientos, vivir en ellos y,
de ser necesario, comunicarlos.
La empatía se ha manejado como el esfuerzo del facilitador por en-
tender realmente el mundo privado del usuario, su experiencia y sus
significados. Una de las características que más se ha promovido en
los facilitadores es el interés positivo incondicional en el usuario. Este
último punto no se opone a la idea de confrontar a los usuarios cuando
manifiestan haber ejercido algún tipo de violencia; dicha confronta-
ción se establece con relación a los hechos violentos, evitando hacer
juicios hacia la persona del usuario.
La confrontación, es parte fundamental para el logro de los objeti-
vos del grupo, pues a través de la confrontación con el hecho, no con el
perpetrador, se propone que éste asuma la responsabilidad de su vio-
lencia y reconozca los propios sentimientos ante determinados conflic-
tos. Esta práctica resulta imprescindible pues tal como Garda (2004)
lo menciona, los hombres “Se pueden ver como agentes de la violencia,
pero ellos, no se ven como responsables de la misma”, asumiendo que
es la pareja la que hizo algo para provocarlos.
El reconocimiento de la violencia ejercida, es una de las metas del
trabajo realizado con el GHPVF. Actualmente, algunos usuarios pue-
den visibilizar los episodios de violencia que ejercen y asumir total res-
ponsabilidad de éstos, cuando en un principio muchos depositan esa
responsabilidad en la persona agredida. Públicamente, David manifes-
tó lo siguiente:

Antes pensaba que los problemas en la casa provocaban


que yo ejerciera violencia, que así tenía que ser; ahora me doy

10
En el PROEQUIDAD 2001 – 2006 se define la perspectiva de género
como “La metodología y los mecanismos que permiten identificar, cuestionar
y valorar la discriminación, desigualdad y exclusión de las mujeres, que se pre-
tende justificar con base en las diferencias biológicas entre mujeres y hombres,
así como las acciones que deben emprenderse para actuar sobre los factores de
género y crear las condiciones de cambio que permitan avanzar en la construc-
ción de la equidad de género.
92
cuenta que no, que yo tenía que trabajar mis propios proble-
mas y no ejercer violencia…

Culpabilizar a la pareja es una práctica generalizada y un paso im-


portante en el proceso de un hombre que desea cambiar, es reconocer
que tal pensamiento es un mito. Para ello, encontramos que la aplica-
ción de la perspectiva de género como parte de la reflexión grupal, nos
permite reconocer cómo a través de su vida, los hombres aprendieron a
significar de manera distinta de las mujeres. Durante su socialización,
los hombres aprendieron de manera individual a reconocer determina-
dos símbolos, pero también hay un aprendizaje cultural y compartido
por la masculinidad. La combinación de ambos, es el punto de par-
tida para reacciones similares ante determinadas situaciones (Garda,
2000).
Es la perspectiva de género la que facilita un abordaje incluyente
y participativo al problema de violencia masculina, ingrediente impor-
tante y necesario para lograr un desarrollo humano y equitativo. Con la
perspectiva de género, se mejoran las condiciones de vida de mujeres
y hombres. A través de este enfoque, se guía nuestro trabajo en pos
del desmontaje de los estereotipos de la masculinidad tradicional que
fomentan la violencia. Para ello, recurrentemente tomamos distancia
del “Canto de las sirenas” que podría hacernos creer, como bien dice
Garda, que atender la violencia de los hombres, es un paso hacia el
cambio cultural (Garda, 2000).
Por el contrario, en gran medida, entendemos la violencia mascu-
lina, según la propuesta de Corsi como un complejo entramado de fac-
tores macro, micro y exosistémicos que caracterizan a la masculinidad
hegemónica (Corsi, 1999). Ahora bien, es en el entorno político y social
imperante, que nos corresponde desde lo local, abordar el problema,
sin despegarnos de nuestro objetivo, utilizando las herramientas pro-
puestas por estudiosos de la materia. Un primer paso, será convencer
a la sociedad que más allá de las dicotomías, es necesario trabajar en la
prevención y atención del problema de la violencia hacia las mujeres,
otorgando a los hombres un lugar protagónico: el que les corresponde
como pieza inseparable de esta composición.
Los tiempos cortos del devenir político, desafortunadamente im-
pactan negativamente en las acciones gubernamentales, pues antes de
lograr la consolidación de una política pública, los embates del cambio
se ciernen con oscuros presagios de una imposible continuidad. Lo an-
terior no influyó en la elección de un modelo de intervención de corte
reeducativo centrada en dos puntos principalmente:

a) El desarrollo humano de Rogers y su propuesta acerca de la


intervención centrada en el usuario y su aprendizaje significa-
tivo, y
93
b) La idea de que las relaciones y los actos violentos son ma-
nifestación de aprendizajes sociales y que, por tal motivo, pue-
den ser desaprendidos y re aprendidos en relaciones que pro-
muevan la equidad y el respeto a la persona sin el uso de algún
tipo de violencia.

En cuanto al primer punto, al igual que CORIAC, trabajamos en


torno a situaciones y aprendizajes que pueden ser significativas para
los usuarios y con respecto a la idea de la violencia como algo aprendi-
do, conjuntamente, facilitadores y usuarios, generamos alternativas no
violentas de relación que permitan una mejor convivencia entre ellos
y sus familiares.
A lo largo de siete años de trabajo, se han acercado a pedir infor-
mación acerca del GHPVF alrededor de 500 hombres. De éstos, el 25%
asistieron a las juntas informativas y decidieron no participar en las
sesiones de trabajo. Lo anterior, fue consecuencia de la escasa difu-
sión que existió en torno al programa. Nuestro trabajo, era casi un-
derground y su difusión estaba sostenida más que nada en el “Boca en
boca” y no en la formalidad de un trabajo institucional.
La razón de la invisibilización del trabajo con varones, se funda-
menta en la idea compartida por un gran sector de la ciudadanía de que
trabajar con “Agresores” tiene mucho de transgresión. Incluso actual-
mente, no han faltado las voces que se alzan para reclamar presupues-
tos y esfuerzos que según se dice, deberían estar apoyando la causa de
las mujeres y no la de los hombres. Una vez, la mirada dicotómica, per-
vierte la intencionalidad. La poca difusión y el halo misterioso en torno
a nuestro trabajo, atrajo a toda clase de varones que se acercaron sin
saber realmente qué hacíamos: hubo quienes manifestaron necesitar
un grupo de autoestima o de alcohólicos anónimos, y aquellos que ne-
garon insistentemente ejercer o haber ejercido violencia, argumentan-
do que su acercamiento estuvo motivado por la insistencia de la esposa
a quien suponían le demostraría su aceptación a “Cambiar” mediante
su acreditación al ingreso de uno de nuestros grupos de trabajo.
En cuanto a la cantidad de sesiones de trabajo en las que participan
los usuarios, se observa que, en general, asisten aocho sesiones. Cabe
señalar que es un promedio, es decir se toma en cuenta desde quienes
acuden solamente en una ocasión hasta quienes acumulan, hasta el día
de hoy, alrededor de 50 ó 60 asistencias. Asimismo, es importante con-
siderar que, en su modalidad de grupo abierto, las sesiones a las que
acuden no necesariamente hacen referencia a semanas consecutivas,
sino que hay quienes se presentan en dos ocasiones y dos meses des-
pués regresan.
En cuanto al personal con que se ha contado en el GHPVF, son
siete las personas que han trabajado como facilitadores, algunos de los
94
cuales han tenido que dejar de hacerlo por motivos personales. Para
la impartición de las sesiones grupales, se ha procurado siempre tener
un mínimo de dos facilitadores por sesión para un mejor manejo de las
técnicas realizadas y para tener una visión más completa a la hora de
evaluar la intervención.

El Centro de Atención y Prevención de la Violencia Masculina



Durante los años de experiencia en el trabajo con hombres agresores
hemos acumulado historias de éxito y también profundas interrogan-
tes, que nos dejan con la esperanza de un futuro distinto. Son los pro-
pios hombres quienes nos señalaron el camino a seguir, planteando
demandas sensibles sobre su necesidad de recibir un acompañamiento
individual, así como explorar actividades de sensibilización en temas
de interés e intrínsecamente ligados “Ser hombres”.
Es así como surge el Centro de Atención y Prevención de la Vio-
lencia Masculina dentro de la oferta institucional del Ayuntamiento de
Mérida en el ámbito de la política dirigida a combatir la violencia hacia
la mujer y en la familia. Varios factores confluyeron en la puesta en
marcha de este ambicioso proyecto, entre los que destacan la voluntad
política de las autoridades municipales, aunada al financiamiento reci-
bido por parte del gobierno federal a través del Programa Limpiemos
México. Rescate de Espacios Públicos. Asimismo, las recién publicadas
Leyes General y Estatal de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de
Violencia, que establecen la necesidad de impulsar espacios reeduca-
tivos para “Agresores”, mismos que son atribución de los ayuntamien-
tos, entre otros actores sociales.
El Centro de Atención y Prevención de la Violencia Masculina es
un espacio a través del cual ampliamos nuestra cobertura de atención,
brindando a los hombres un espacio de reflexión y acompañamiento
que les permita adquirir herramientas para una mejor comprensión de
las diferentes expresiones de la masculinidad y su relación con la vio-
lencia de género a través de talleres y pláticas relacionadas con temas
como la Salud Masculina, Construcción de Nuevas Masculinidades,
Sexualidad, Prevención de Violencia, Paternidad y Adicciones.
Cabe resaltar que parte importante de este nuevo proyecto, tiene
entre sus ejes la transversalidad de las acciones y la vinculación con
los distintos actores sociales relacionados con la temática, sin los cua-
les, esta tarea, de gran magnitud, no nos sería posible. Difícilmente se
puede combatir lo que no se comprende, lo que únicamente se tipifica
por la forma, ignorando el fondo. Actualmente, el equipo del Ayun-
tamiento de Mérida encargado de trabajar con hombres que ejercen
violencia sostenemos y adoptamos una posición honesta e incluyente,
respetuosa del comportamiento humano y fuertemente influenciado
95
por aquellos que nos antecedieron y cuyas enseñanzas nos ilustran y
estimulan ante las dificultades.
No es fácil innovar en el campo de la política pública, mucho más
difícil aun, atraer recursos y credibilidad para el trabajo de las causas
que muchos consideran perdidas. Sin embargo, iniciamos la marcha y
esperamos que muy pronto, otros actores sociales se sumen al proyecto.

96
Referencias bibliográficas

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munidad, Editorial Gernika, Argentina.
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de la violencia contra las mujeres desde la atención primaria
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PROEQUIDAD 2001 – 2006, Programa Nacional de Equidad de Gé-
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México.
Rogers, C. (2000) El Proceso de Convertirse en Persona, Editorial Pai-
dós Ibérica, España.

97
CONVERSANDO LAS MASCULINIDADES
TRABAJO COLECTIVO DESDE
LA SOCIEDAD CIVIL

Sergio A. Moreno Cabrera

Resumen

El presente trabajo tiene como fin compartir experiencias, reflexiones


y nuevas inquietudes respecto al trabajo con varones y las masculini-
dades. El recorrido que en el mismo se hace, es de poco más de tres
años, donde se muestra la inquietud e interés sobre comprender más
acerca de la construcción social del género y su impacto en las relacio-
nes humanas. Esta comprensión ha sido desde sus inicios un proceso,
cuyo inicio tuvo que ver con investigar los significados y experiencias
de algunos hombres yucatecos sobre violencia intrafamiliar. Las con-
clusiones y reflexiones que se gestaron de esta investigación dieron pie
a pensar más desde las masculinidades y no sólo desde la violencia.
El ser y hacerse hombre puede ser lo más obvio y automático en una
sociedad, pero al mismo tiempo y en la experiencia de muchos, ser con-
tradictorio y riesgoso. El proceso y andar sigue su curso, con el interés
de seguir comprendiendo, investigando y documentando las masculi-
nidades, pero incluyendo en esto las voces, creencias y reflexiones de
varios hombres; se trata de conversar sobre el ser y hacerse hombres
desde la cotidianeidad.

Introducción: preguntas que generan más preguntas

Compartir experiencias y aprendizajes, sentimientos e ideas, frustra-


ciones, búsquedas y logros, así como dudas, miedos, incertidumbres,
99
bromas y sonrisas, en otra palabra, la vida. Esto es parte de lo que ha
significado y significa para mí este proceso de reflexión y comprensión
de las masculinidades. No ha sido algo sencillo y considero que este
apenas es el albor de muchas reflexiones e interrogantes que se cons-
truirán con el caminar, pero al mismo tiempo ha sido un proceso de
crecimiento y enriquecimiento personal. Hablar y pensar junto con
otros sobre el ser y el hacerse hombre, ha implicado también pensarme
y mirarme como hombre, de una forma diferente a como lo había he-
cho en el pasado. Ha sido y es mirarme desde mis creencias, vivencias,
prejuicios, sueños y expectativas.
De tal forma que la presente experiencia es un esfuerzo por com-
partir lo vivido y pensado en el proceso de conversar las masculinidades
con otros hombres, y también con algunas mujeres. Estas líneas son un
pretexto, insisto, para compartir y generar reflexiones e inquietudes en
otros y otras, que sean cada vez más útiles en el trabajo desde el género,
y específicamente, en las masculinidades. Como hombre y académico/
estudiante, incursiono en esta temática con la investigación desarrolla-
da en la licenciatura “Significados y experiencias de hombres yucatecos
sobre violencia intrafamiliar” (Morenoy Vega, 2006). Estas experien-
cias, trabajos e investigaciones, forman parte de un interés personal/
profesional e institucional.
Mi interés personal/profesional inició tras conocer a algunas per-
sonas y textos, sobre el movimiento feminista, los derechos humanos,
la violencia de género e intrafamiliar, etcétera. Fue entonces que me
pregunté ¿Y los hombres qué estamos haciendo, además de nada? Más
allá de una pregunta hecha desde la competitividad, fue y ha sido una
pregunta orientadora que me lleva a pensar que la construcción de una
vida más plena y satisfactoria es posible, y que en estas posibilidades
podemos participar hombres y mujeres.
A nivel institucional, desde hace dos años y medio participo y cola-
boro en Ciencia Social Alternativa, A. C. (Kóokay, luciérnaga en lengua
maya), en donde, las personas que ahí laboramos tenemos la posibilidad
y reto de desarrollar proyectos, tanto personales, como de interés co-
mún. Nuestro objetivo como organización busca “Promover la construc-
ción de una vida digna con las personas y colectivos de la zona maya, a
través de procesos de empoderamiento y equidad, con el fin de lograr el
acceso a sus derechos de educación, salud, vivienda, trabajo, tierra, etcé-
tera, revalorando su identidad cultural y en armonía con la naturaleza”.
En este sentido, en la organización facilitamos procesos de con-
cientización y empoderamiento con mujeres a través de la promoción
de una vida libre de violencia. Este trabajo lo han encabezado y de-
sarrollado compañeras que forman parte de Kóokay. En este traba-
jo, todos y todas hemos asumido una posición crítica, tanto personal
como dentro de la organización, frente a cualquier modelo, esquema o
estructura en donde las relaciones humanas sean desiguales e injustas,
100
en donde el poder sea un poder que destruye y somete, y no un poder que
construye y potencializa; hemos alzado la voz y dado pasos solidarios
cuando se ha requerido denunciar, vigilar o acompañar casos de violen-
cia o abuso hacia cualquier persona, sobre todo mujeres, niños y niñas.
Por lo anterior, hablar de las masculinidades desde Kóokay, signi-
fica la posibilidad de fortalecer el trabajo que hacemos en la promoción
de una vida libre de violencia entre hombres y mujeres. Conversar las
masculinidades, ha sido algo que he hecho y hago desde lo personal,
profesional y laboral. Hablar de masculinidades implica hablar de con-
textos relacionales, sociales, culturales e históricos, de creencias y pre-
juicios, por lo que las posibilidades de entendimiento y definición de la
masculinidad son en realidad indefinibles desde un solo punto de par-
tida o de una sola “Tajada”. En este sentido, la propuesta que planteo
sobre conversar las masculinidades, consiste en escuchar y reflexionar
junto con los varones, lo que pensamos y creemos respecto a cómo se
viven y entienden aspectos como el machismo, la sexualidad, las rela-
ciones de pareja, relaciones entre padres e hijos, los sentimientos... en
el ser y hacerse varón desde la cotidianeidad de la vida. Conversando
las masculinidades es parte de este proceso, experiencias y reflexiones
teóricas que en este momento desarrollamos en Kóokay; nuestro inte-
rés es compartir lo que hemos hecho y hacemos para que esto pueda
generar nuevas ideas y posibilidades de acción.
Hace poco más de dos años escribía en las conclusiones de la in-
vestigación antes mencionada: “(...) nos dimos cuenta de lo necesario
que es explorar con una actitud abierta, sin prejuicios y sin etiquetar
(...). En nuestro caso, fue importante el mirar de esta manera a los par-
ticipantes, pues nos permitió conocer discursos y realidades alternati-
vos sobre sí mismos y sobre la violencia; diferentes y al mismo tiempo
complementarios de lo que comúnmente se dice sobre los hombres que
ejercen algún tipo de violencia” (Moreno y Vega, 2006:119). Creo que
en ese momento no alcanzaba a tener toda la claridad de lo que estas
palabras continuarían diciéndome. Hoy entiendo mejor qué quería ex-
presar cuando hablaba de flexibilidad y apertura.
No se trata sólo de mirar sin prejuicios a una persona, sino que, en
el caso específico de mi experiencia en trabajo con varones, se trata de
mirar más allá de lo que comúnmente se define como la experiencia
masculina, ya que existen otras cosas, no sólo la violencia. Son más
las experiencias y creencias que no se hablan, ya sea porque no se sabe
que existen o por suponer que no son tan urgentes o importantes como
la violencia, pero que sin lugar a duda para mí, al hablarlas se pueden
generar nuevas posibilidades en las relaciones entre hombres y muje-
res. Esta última conclusión y reflexión ha sido fundamental para mí en
el actual trabajo que realizo con los varones, pues se ha convertido en
una de las principales herramientas que invitan a la participación y a
compartir lo que comúnmente se calla.
101
A continuación comparto lo que ha significado este proceso de con-
versar las masculinidades en dos momentos: el primero, trata sobre mi
propio camino para conocer y entender las experiencias y significados
de la violencia, y el segundo, se refiere a las reflexiones propias y las de
otros hombres en relación a las masculinidades.

Mi “tránsito” por la violencia

Las experiencias de trabajo e investigaciones en relación con los va-


rones, tienen poco más de 30 años desarrollándose en países como
Francia, Estados Unidos, Noruega, y poco menos en Latinoamérica. En
México, el esfuerzo se ha caracterizado por el desarrollo de programas
y modelos de atención a hombres que ejercen violencia o que son agre-
sores, así como también, en investigaciones que han descrito el trabajo
que esos programas llevan a cabo (Daniel Ramírez, 2005).
En nuestro país, hablar de violencia familiar, implica hablar de
un problema de salud pública (Informe de Salud México, 2003). Aun
cuando las estadísticas no siempre se aproximan a las vivencias coti-
dianas y particulares, sí nos muestran los elevados porcentajes de vio-
lencia por parte de los hombres hacia las mujeres. Según la Encuesta
Nacional sobre la Dinámica y Relaciones en el Hogar 2006, (INEGI,
2006, en red) más del 47% de las mujeres de 15 años y más, con pare-
ja residente, han vivido algún episodio de violencia (INEGI, 2007, en
red). No es entonces casual que ante esta problemática se haya desple-
gado (y se siga haciendo) todo un trabajo y proceso de concientización
y empoderamiento de las mujeres frente a estos temas.
Luján, Vadillo y Vera (2004) llevaron a cabo una investigación
de corte cualitativo con mujeres sobre sus significados y experiencias
sobre la violencia intrafamiliar. Las autoras señalan que para futuras
investigaciones sería importante que así como se ha explorado los sig-
nificados de las mujeres, se haga lo mismo con los significados que los
hombres le atribuyen a la violencia en la familia, ya que de esta for-
ma se tendría una visión más amplia del fenómeno al identificar las
creencias que tienen alrededor de la temática.Estos son datos y algunas
de las recomendaciones que hemos tomado como base para continuar
trabajando sobre esta línea, y para comenzar a apostarle al trabajo des-
de las masculinidades.
A continuación me gustaría compartir algunas de las ideas, con-
clusiones y reflexiones surgidas de esta investigación. Se mostrará lo
que los entrevistados11 dijeron sobre el significado de la violencia, sus
causas y tipos. También se hablará de experiencias pasadas y actuales

11
Los nombres de las personas citadas en este texto, han sido cambiados
por efectos de confidencialidad.
102
de violencia; las emociones y sentimientos relacionados con los actos
o episodios violentos, así como lo que implica ser hombre y ser mujer.
Aunque no retomaré toda la investigación, sí algunas puntos que me
han servido de guía en el proceso de investigar y conversar las mascu-
linidades.

Voces, significados y experiencias: violencia, género y poder

Comenzaremos con los significados y experiencias de estos hombres


con la violencia intrafamiliar, así como las ideas y creencias sobre ser
y hacerse hombre y mujer. Al referirse a los significados, encontramos
respuestas que incluyen cómo la definen, así como también lo que
significa en términos de su causalidad y tipología. Algunos la definen
como una forma de reacción frente un estímulo que es percibido como
amenazante, donde la agresión es utilizada como el medio para domi-
nar una situación o a una o varias personas.
Algunos autores plantearían que la agresión efectivamente va
orientada a herir o lastimar a otros cuando se percibe una situación
de peligro, como un modo de defensa, mientras que la violencia es una
construcción social que va orientada a someter o controlar situaciones
o a personas (Berkowitz, 1996; Corsi, 1994; Dutton y Golant, 1997). De
igual modo, hablan de una reacción sobre la que tienen poco control
o conciencia de ésta. No todos hacen una clara distinción entre lo que
para ellos es violencia y agresión.

Pepe:
… el hombre tiende a ser agresivo cuando se encuen-
tra bajo amenaza, pero la violencia no creo que sea
lo mismo… cuando se trata de algún tipo de reacción
por la supervivencia… en cambio cuando uno es do-
minante y quiere subyugar como en el caso de los pa-
dres, o cuando el esposo quiere subyugar o dominar
como el perro viejo de la manada…

Reinaldo:
…pues a mí la violencia me ha servido mucho para
defenderme porque alguna persona me ha dañado,
me ha agredido…

Gregorio:
Es una explosión, es una respuesta de una persona
ante un estímulo, en mi opinión, también no es cons-
ciente que tanto daño puede hacer…
103
Jaime:
Es la actitud digamos irracional del humano, que ex-
plota su lado primitivo, pierde toda… todo principio y
busca someter, busca agredir, busca lesionar...

Reinaldo:
Es algo que se siente, uno se molesta, agredes a la
persona, a veces sin querer…

Entre las causas que para ellos explican la violencia, hubo cierta
diversidad, pues algunos señalan la herencia y la genética, otros di-
cen que es parte del ser hombre y de la impulsividad, otros que es una
enfermedad. Todos mencionan que es algo que aprendieron en casa.
La causa principal a través de la cual explican los actos de violencia
es el aprendizaje, como un resultado de haber presenciado la forma
en cómo se relacionaban sus padres y la manera como los trataban en
su infancia; de esta manera, fueron interiorizando valores, creencias
y formas de relación que aprendieron en el seno familiar y que son
aprobados culturalmente, y que posiblemente les sirvió como marco
de referencia para sus futuras relaciones (Bandura, en Ramírez, 2005;
Del Castillo Falcón, 2002 ).
Todos los autores antes mencionados han hecho planteamientos y
analizado desde distintas posturas, si la violencia es aprendida o no, si
es algo innato, natural, una enfermedad, etcétera. Sin embargo, y aun
cuando los entrevistados hablan de conductas aparentemente natura-
les, donde quizás influyen las hormonas masculinas, ninguno de ellos
afirma que la principal causa de la violencia sea natural, sino que cues-
tionan y señalan el papel del aprendizaje y de lo observado (Moreno y
Vega, 2006):

Rodrigo:
… yo creo en dos cosas: yo siento que… este tempera-
mento viene… en primer lugar sí siento que se here-
da, siento que sí están involucrados los genes aquí en
el comportamiento… ciertas sustancias de tu cuerpo,
hormonales, entran en acción…

Rodrigo:
Es un instinto de tener violencia, de golpear a alguien,
cualquier tipo de contacto… no te tomas el tiempo de
decir: “no, no lo voy a hacer porque está mal, voy a
lastimar a alguien, me voy a meter en problemas”… y
la otra parte a la que le atribuyo, es la forma en que
te educaron, a la forma en que te educaron tus papás,
tu familia…
104
Pepe:
Yo creo que la violencia es algo aprendido… creo que
es una actitud aprendida de los padres, principal-
mente de la figura paterna sin excluir a la materna.

Reinaldo:
Porque esto pasa de una generación a otra y cuando
creces también lo va aprender otro, pues sí, como mi
hijo…yo he llegado a lo que yo soy porque mi papá
era muy violento…

En este sentido, la propuesta teórica que nos permitió una mayor


comprensión de los resultados fue la perspectiva de género. El género
es entendido como un complejo de determinaciones y características
económicas, sociales, jurídico-políticas y psicológicas, que van cons-
truyendo y creando lo que en cada época, sociedad y cultura forman
los contenidos específicos de ser mujer o ser hombre (Lagarde, 1997).
En relación a esto, Martha Lamas (1996:330) señala que el género “Fa-
cilita un modo de decodificar el significado que las culturas otorgan a
la diferencia de sexos y de comprender las complejas conexiones en-
tre varias formas de interacción humana”. Plantea que lo que define al
género es la acción simbólica colectiva, ya que a través del proceso de
constitución del orden simbólico en una sociedad, se construyen las
ideas de lo que deben ser los hombres y las mujeres. Puntualiza que la
categoría género permite delimitar con más claridad y precisión cómo
la diferencia sexual, se convierte en desigualdad.
En cuanto a las diferencias construidas sobre el ser y hacerse hom-
bre y mujer, los entrevistados comparten sus creencias. En ambas in-
vestigaciones (Luján, Vadillo y Vera, 2004; Moreno y Vega, 2006) se
observan coincidencias entre lo que los hombres y las mujeres creen de
cómo son y debieran ser los sexos, sus comportamientos y actitudes.

Reinaldo:
… el hombre debe de ser responsable, debe de hacer bien las
cosas y cuidar a su familia. Al hombre le toca lo más duro,
trabajar y trabajar, además de pasar tiempo con los niños
para que no tengan pleitos o malos tratos en la calle, que sean
diferentes, que sean mejores…

Jaime: (sobre ser hombre)


…tienes en la mente que eres el rector de las cosas, el jefe de
familia, tienes que ver que si salen mal las cosas hay que co-
rregir...

105
Gregorio: (sobre la mujer)
Que le guste servir, que está pendiente de las necesidades de
su casa y de las necesidades de la misma…

Lucas: (sobre la mujer)


…que sea hogareña, que quiera a sus hijos, que no sea mate-
rialista… preocuparse por el hogar y por el esposo también.

Rodrigo:
Soy el tipo de hombre que prefiere y está completamente con-
vencido de que la esposa, pareja, es preferible que esté en su
casa… mi novia, ella trabaja, ella sale y sé que va a trabajar
… en eso estoy de acuerdo, pero yo prefiero… si yo fuera mi-
llonario, para nada, que no trabaje; si puse la opción, porque
puede trabajar es porque ahorita las condiciones han cam-
biado económicamente para sostener un hogar, pero fuera
de eso, debe estar en su casa, atendiendo mientras no está su
esposo, mientras su esposo está trabajando puede estar aten-
diendo a sus hijos… siempre la familia.

Algunas de las creencias al respecto, compartidas por las mujeres en-


trevistadas en Luján, Vadillo y Vera (2004):

Virginia:(La mujer)
Tiene que atender a sus hijos, arreglar la casa, hacer la comi-
da. Si tienes marido atender a tu marido…

Ligia:
… pues cuando llegan sus amigos y lo atiendo, él me lo ha
dicho, que soy una buena mujer, que los he soportado mu-
cho… yo me desvivo por atenderlo lo mejor que yo pueda (al
marido).

Manuela:(A los niños)


… los llevo a la escuela, me levanto y les doy de comer, voy
por los niños, le vuelvo a dar de comer, cumplo con mi papel
de mamá.

Estos hombres y estas mujeres hablan de las atribuciones que han


hecho de ciertas características observadas en hombres y en mujeres,
determinando así lo que para ellos y ellas implica ser de uno u otro
sexo, es decir, sus estereotipos de género (Rodríguez, 1976). De igual
manera, también comparten lo que ellos y ellas entienden como roles
de género, al describir cuáles son o deberían ser las funciones, actitu-
des, capacidades, de uno u otro sexo (del Campo, 2004).
106
En este sentido, no dista mucho de los planteamientos teóricos,
como el de Gilmore (1994:217) quien señala que,para ser un hombre,
uno debe preñar a la mujer, proteger a los que dependen de él y mante-
ner a los familiares: “El varón preñador-protector-proveedor”. El mis-
mo autor postula que en la mayoría de las sociedades, las mujeres se
responsabilizan de la reproducción y los hombres de la producción (y
defensa); en general estos papeles consisten en reproducir estructuras
sociales en lugar de buscar formas de autorrealización personal.
En cuanto a los estereotipos de género, Barrios (2003) habla de
un ideal mexicano de ser varón que implicaría ser un hombre casado y
con hijos, con varias parejas, rural o citadino, católico, heterosexual y
con poder económico o de otra índole. Kimmel (Barrios, 2003) plantea
que existe una especie de modelo hegemónico de la masculinidad que
tiene como principales postulados que un hombre: a) no sea maricón,
es decir nada femenino; b) que sea importante, en base a su posición
económica, política o social; c) que sea fuerte, resistiendo los embates
de la vida sin quejarse y d) que sea violento, ya que esto significa valen-
tía y decisión. Vemos de esta forma que las mujeres son confinadas a
desenvolverse en los espacios privados, mientras que a los hombres se
les otorga los espacios públicos.
Con esto pareciera entonces, que en verdad los hombres son de
“Un planeta” y las mujeres “De otro”. Desde mi punto de vista, esta
construcción de diferencias permite pensar y reflexionar en el aspecto
relacional de la violencia y en sí, en las relaciones entre los hombres y
las demás personas (hombres-mujeres, hombres-hombres, hombres-
niños/as, hombres-personas mayores, etcétera).
La perspectiva de género, marca la diferencia al introducir un aná-
lisis relacional del género. El estudio del género, como categoría rela-
cional, no es hablar sólo y exclusivamente de las mujeres, ni tampoco
es sinónimo de estudios de la mujer. Como categoría de análisis rela-
cional, permite comprender las diversas configuraciones entre lo feme-
nino y lo masculino, en donde hablar y pensar a uno implica hablar y
pensar al otro o la otra (Badinter, 1993; Lamas, 1996).
De igual modo, cuando se habla de relaciones desde el género, se
habla también de relaciones de poder. En este sentido, el poder ha
quedado inscrito dentro de un modelo patriarcal en donde las relacio-
nes son desiguales, ya sea por género, edad, posición socioeconómica,
creencias y nivel educativo. Pensando en lo masculino y femenino, es-
tas construcciones desiguales de relación, ha implicado que lo mascu-
lino sea el referente hegemónico para tener y ejercer el poder (Lagarde,
1997). Por lo anterior, la violencia vendría a mantiene estas relaciones
desiguales de poder, como producto del modelo patriarcal (Lagarde, en
Ramírez, 2000).
Este es y ha sido el discurso recurrente cuando se habla del poder,
especialmente por que las experiencias de muchos, y especialmente de
107
muchas, lo evidencian. Si bien es cierto que esto explica la dinámica so-
cial y familiar del problema de la violencia, también es cierto que am-
pliar las explicaciones y discursos sobre el mismo, pudiera comenzar
a ser entonces, parte de las soluciones. Las siguientes líneas, podrían
mostrar nuevas posibilidades de entendimiento y de construcción de
nuevas relaciones.
El sistema patriarcal, de relaciones desiguales de poder, no es man-
tenido ni reproducido única y exclusivamente por los hombres, sino
que ambos géneros comparten importantes creencias acerca de lo que
a cada uno le corresponde y en este sentido de cómo se viven las rela-
ciones entre ambos. Martha Ramírez (2002) plantea que el poder, pen-
sado en términos de la existencia de intereses y posiciones que animan
la búsqueda del dominio de un género sobre otro, no es unidireccional
(del hombre hacia la mujer) sino que varía conforme a la posición so-
cial, económica, política, ideológica, etcétera, que ocupe el sujeto en
relación con los demás. El poder está en las relaciones inter e intrage-
néricas y generacionales; la posibilidad de ejercerlo está asociado a las
diferencias en la posición de la jerarquía social que pueden variar en
el tiempo, según las condiciones específicas en que se dan la relaciones
entre las personas y por la situación específica que la persona tenga en
determinado momento de su vida.
La violencia intrafamiliar va más allá de culpabilizar a los hombres
y victimizar a las mujeres, pues es necesario entender estas dinámicas
desde su dimensión relacional; incluso podría hablarse de una “Res-
ponsabilidad compartida”. No refiriéndose a la conducta o al acto vio-
lento, pues queda claro que eso es responsabilidad de quien la ejerce.
Se trata del sistema de creencias que mantienen y reproducen estilos
de relación desiguales, estereotipos y roles de género que contribu-
yen al ejercicio de la violencia; de los contextos relacionales, en donde
hombres y mujeres mantienen y reproducen las creencias, valores y ro-
les que promueven estas relaciones asimétricas y desiguales (Moreno
y Vega, 2006:107).
En relación a ampliar los planteamientos y discursos respecto al
poder y las relaciones, Epston y White (1993: 35) señalan que el po-
der ha sido enmarcado como un fenómeno represivo específicamente
vinculado a la diferencia entre los sexos, por lo que “Es importante
también considerar el espectro más general del poder, no sólo sus as-
pectos represivos sino al mismo tiempo sus aspectos constitutivos”.
Foucault (en Epston y White, 1993) sostiene que las personas también
experimentamos los efectos positivos y no sólo los negativos que des-
califican o limitan. Entiende el poder bajo una óptica relacional como
un conjunto de acciones sobre otras acciones; siempre es una manera
de actuar sobre un sujeto a su vez actuante, en tanto que actúan o son
susceptibles de actuar (en Ramírez, 2002).
En este sentido es oportuno puntualizar algo importante. No se
trata de minimizar la difícil situación que muchas mujeres viven en
108
nuestro país y en nuestro estado; sabemos de los casos de feminicidio,
abusos, violaciones y otras vejaciones de las que son víctimas muchas
mujeres. Entonces, ¿Son o no son víctimas? Coincido en que hay casos
en donde el hombre ejerce la violencia de una forma sistemática, sin
siquiera considerar que lo que está haciendo es un delito y sin preocu-
parse por la otra persona. Pero también creo que hay muchos otros
hombres que al escuchar todos los discursos referentes al patriarcado,
al machismo, a la dominación masculina y demás, piensan y pensa-
mos: “¿Yo también soy de esos?” “¿Yo no quiero dominar a nadie?”
“¿Cómo hacerle para tener una buena relación, sana y plena?”
A estos hombres me refiero... y en verdad que los hay. No preten-
do hacer de esto una discusión vicentina sobre quién tiene la razón:
hombres o mujeres, o quién ha sufrido más, unos u otras, o quién es
en verdad el culpable de todo esto. Hay que seguir trabajando en la
concientización de la violencia, en el empoderamiento de las mujeres y
en el cuestionamiento del sistema patriarcal dominante. Creo que aún
hay mucho por decirse en los casos de violencia, pero también pienso
que en términos de relaciones sanas entre hombres y mujeres, éstas
son posibles, y hay muchas pruebas de ello. Este trabajo y reflexiones
buscan ser una metodología más en la construcción de estas nuevas
formas de relación. Decido creer que estas formas cada vez más sanas
de relación son tan reales, como real es el poder del que hablamos, un
poder que construye y permite nuevas alternativas. Ese poder está en
hombres y mujeres... ¿Qué es lo que tiene que pasar para que éste po-
der ocupe el lugar del otro?

“Los hombres no sienten...”

De todos los resultados de la investigación compartida hasta ahora


(Moreno y Vega, 2006), los que más impacto han tenido en mí, son
los relacionados a las emociones y sentimientos que los entrevistados
compartieron respecto a sus experiencias con la violencia, fuera como
receptores (en su infancia) o como ejecutores de la misma (con sus pa-
rejas). Hablan de miedo, ira, frustración, culpa, coraje y confusión en
relación a los actos violentos.

Jaime:
Luego viene el arrepentimiento y sobre todo si, en este caso,
mi hija la más pequeña se dio cuenta ¿no?, y siempre me lo
comenta y me lo dice…

Max:
Le aviento la nalgada y me duele mi mano no sabes cuánto, o
sea, lo lloro después, pero ya se la di…
109
Rodrigo:
Las veces que he tenido una confrontación violenta, en nin-
guna, te puedo asegurar, ninguna, en ninguna me he quitado
con la sensación de: ‘me desahogué’ o ‘gané’, o ‘lo vencí’, en
ninguna… me siento peor, más enojado… pero cuando termi-
na te sientes re mal, muy mal, no venciste a nadie… te arre-
pientes.

Reinaldo:
… yo quiero cambiar mi sistema de vivir ¿porque? Por mi hijo,
mi hijo ve en mí, que soy una persona violenta y que no tengo
respeto a nada y como que siente como que yo vivo mal. Me
siento mal, porque a mí no me gustaría que mi hijo sea como
yo, a parte no le puedo pedir que no se pelee con los demás, si
yo lo hago, porque me lo echa en cara.

Marta Ramírez (2002) plantea a partir de su investigación con


hombres que ejercían violencia, que si bien el ejercicio de la violencia
puede representar momentos de gratificación para el hombre (en el
caso particular) que la ejerce, por sentir o creer que tienen el control de
la relación, los varones también experimentan malestar y sentimientos
como: miedo al rechazo o abandono femenino, culpa por el daño cau-
sado, arrepentimiento, tristeza y frustración por la imposibilidad de
establecer relaciones afectivas (Ramírez, 2002). No podría asegurar si
en verdad el ejercicio de la violencia causa momentos de gratificación
o no; lo que sí creo es que a partir de ésta se pueden conseguir muchas
cosas, a partir del control, pero esto no exenta los sentimientos que
estas decisiones generan.
Siguiendo con estas ideas, las reflexiones que estas experiencias
me han generado, me llevan a ver a los hombres, incluyéndome en esta
mirada, como personas, más allá de ver a un hombre (o a una mujer);
veo a una persona, a un ser en relación. No es fácil hablar de lo que se
siente... y menos si se es hombre, puedo hablar desde la teoría pero
principalmente desde la experiencia. No es fácil hablar de algo de lo
que nunca se habla y de lo que no se sabe cómo hablarlo, aun cuando
muchas veces se necesite o quiera hacerlo. ¿Cómo podrían hablarse y
abordarse los sentimientos al trabajar con los hombres? ¿Cómo po-
dríamos hablar de lo que sentimos, sin sentirnos incómodos o amena-
zados? ¿Qué tan útil puede resultar para un hombre, hablar de lo que
siente? ¿Qué sienten los hombres?
Los hombres, al igual que las mujeres, son producto de un proceso
social y han mantenido posiciones subalternas y han padecido formas
de subordinación, especialmente en sus relaciones primarias. Sobre
estas relaciones primarias Ramírez (2002)señala que bajo estas con-
sideraciones, cabe introducir el término “Padecer” como una instancia
110
que permite acceder a la trayectoria social de los hombres desde su
proceso de socialización temprano, en el que en su condición de niños,
padecieron formas de abuso de poder. Así, el “Padecer” es una dimen-
sión que nos acerca a un mosaico de emociones y sentimientos desde
el punto de vista de la persona y desde su situación social particular.
Ayuda a conocer hasta qué punto estuvo presente la violencia en la
vida de los sujetos, qué significaciones implican y cómo influyó en su
formación como hombres, lo que posteriormente se manifestó cuan-
do ejercieron acciones violentas en contra de su pareja. Pareciera que
la autora comprendió o captó precisamente lo que significa, desde el
padecer, la experiencia de estos varones. Algunos entrevistados (Mo-
reno y Vega, 2006) también compartieron recuerdos en donde se evi-
dencian experiencias cuando fueron receptores de un poder desigual y
opresor, y cuando finalmente formaron parte de lo que para ellos en la
actualidad significa la violencia:

Lucas:
En mi infancia, pues mi papá o sea… si, si vivimos la
violencia familiar… vivimos una situación difícil y yo
lo presencié y vivimos mucho tiempo así por la violen-
cia y es horrible… hubo maltrato físico y lo veíamos…

Reinaldo:
…mi papá era muy violento, una persona muy irres-
ponsable, muy gritona… por momentos nos trataba
bien, por momentos nos trataba mal…

Pepe:
Sí recuerdo haber recibido golpes y todo eso (refirién-
dose al papá)… siempre decía alguna frase inteligen-
te que me hiciera quedar mal, de una forma que se
hiciera notar que él era el que estaba a cargo…

Reinaldo:
Siempre quería manejarme a su antojo, nos llevaba
a las cantinas, trabajábamos y trabajábamos y por
cualquier cosita nos pegaba, y nos sacaba de la casa
y gritaba cosas… llegó al grado de decir que yo no era
su hijo, que era hijo de otra persona, le llegué a perder
el respeto…

Lucas:
Nos salíamos en la tarde de la casa: ‘ya va a venir
mi papá, va a venir tomado, va a empezar a gritar,
va a decir groserías y todo… vamos a salirnos’. (...)
111
llegó el momento de sentir un odio, un rencor a, a mi
padre… uno admira a su padre… no sentir el cariño
del padre... eso sí lo siento… que tu papá no confía en
ti, que te diga, que estás más con tu mamá: ‘anda con
tu mamá’, ‘a salir con tu mamá’… se siente…

Gregorio:
Tengo relaciones distantes con mi mamá… quiere
que yo la mantenga contenta y que la atienda toda su
vida… (refiriéndose a chantajes).

Jaime:
Mi madre realmente tenía un carácter fuerte... en al-
gún momento, hubo algo de violencia…

Es preciso puntualizar que al hablar del padecer masculino, no se


trata de una justificación a los actos violentos, ni mucho menos a una
forma de “Victimizar” o condonar a los hombres que en algún momen-
to han ejercido violencia. Ya se ha mencionado antes. Hablar de estos
sentimientos y experiencias del “Padecer”, permite comprender mu-
cho más lo que hay detrás de un acto violento. Al menos para mí, hay
una persona, que es responsable de sus actos, pero que también en sus
diferentes relaciones ha construido una idea de quién es y de cómo
se dan los encuentros con las demás personas, basadas muchas veces
en estas experiencias de violencia y maltrato. Estas reflexiones las he
podido compartir en conversaciones con otros hombres y lo que se ha
generado de todo esto abre muchas posibilidades.

De la violencia a las masculinidades

¿Qué otras cosas se pueden decir y se pueden hablar de lo que so-


mos y hacemos los hombres, y que no sea sólo de violencia? ¡Muchas
más!, ¿O no? Retomo lo que al inicio comentaba respecto de mirar sin
prejuicios a una persona. Pensando en el trabajo con varones, pienso
en mirar más allá de lo que comúnmente se ha definido como la expe-
riencia masculina desde la violencia. Estoy convencido que son más las
experiencias y creencias que no se hablan, y al hacerlo, pueden gene-
rarse nuevas posibilidades en las relaciones entre hombres y mujeres.
Tomando en cuenta a algunos autores, la masculinidad podría definir-
se como la forma aprobada de ser un hombre adulto en una determina-
da sociedad concreta (Gilmore, 1994).
Al respecto Gutman (1997) señala que la masculinidad puede en-
tenderse hasta de cuatro formas distintas, y en todas ellas está presente
112
este carácter de expresión o manifestación de lo que es ser hombre en
cada cultura. Estas generalidades de entender la masculinidad son: a)
cualquier cosa que los hombres piensen y hagan, noción relativa a la
identidad masculina; b) todo lo que los hombres piensen y hagan para
ser hombres, noción relativa a la hombría; c) lo que inherentemente
o por adscripción implicaría “Ser más hombres” que otros hombres,
noción de que se entendería por virilidad y d) cualquier cosa que no
sean las mujeres, noción que responde más a lo que se entiende por
roles masculinos.
En esta sentido, la masculinidad no se limita o circunscribe a una
sola definición de la identidad del varón. De hecho, existen muchas
aportaciones desde diversas disciplinas, como la sociología y la antro-
pología que plantean otros aspectos de la masculinidad. Partiendo de
esto, se debiera hablar no tanto de masculinidad sino de masculinida-
des, pues de esta forma se hace referencia a todas las posibles y varia-
das formas que existen de ser hombre.
Como comenté líneas atrás, en Kóokay nos interesa y ocupa de ma-
nera importante la promoción de una vida libre de violencia, por lo
que desarrollamos proyectos de sensibilización, empoderamiento y ca-
pacitación a mujeres de comunidades rurales. Aparentemente, lo más
lógico era que al trabajar con los varones, continuáramos esta línea de
trabajo en torno a la concientización y responsabilización de sus actos
violentos, de las relaciones de poder y del sistema patriarcal. Sin em-
bargo, mi apuesta no fue empezar a trabajar con los hombres desde el
tema de la violencia, pues considero que partir de esto tiene como base
la idea de un hombre que por encima de todo, es un ser agresivo, que
aunque no sea causado por su naturaleza, sí forma parte de su viven-
cia como varón. Pareciera que como hombre se está circunscrito a una
estructura de la que es difícil escapar. Como que por el hecho de nacer
hombre (pene, testículos) se viene dotado de los celos, la impulsividad,
el ser práctico, de un fuerte interés por lo sexual, etcétera. Es justo lo
que ha sucedido con las creencias respecto a lo femenino, donde por el
hecho de nacer mujer (vagina, útero, ovarios) se corre peligro frente a
los hombres.
Uno de los principales aspectos que se mencionan cuando se ha-
bla de los hombres, especialmente de los hombres mexicanos, es el
machismo. Hablar de machismo implica hablar de que ya no sólo se
trata de ser hombre de acuerdo a dichos elementos socioculturales y
psicológicos, sino que, en términos de Castañeda (2002:33) la enre-
dada esencia del machismo se encuentra en el supuesto de que no es
suficiente pertenecer al género masculino, se trata de “Ese extra que
deben poseer los verdaderos hombres”. Diferentes autores (Connell,
en Castañeda, 2002; Bourdieu, 1998) se refieren al machismo como un
ideal de lo que es el hombre verdadero o auténtico, y hablan de caracte-
rísticas tales como la dominación sobre las mujeres, competencia entre
113
los mismos hombres, la exhibición de agresividad, la promiscuidad y
peligrosidad de conductas sexuales irresponsables, así como también
la aptitud para el combate y el ejercicio de la violencia.
Es por lo antes mencionado, que muchas mujeres (y algunos hom-
bres) construyen una imagen de los hombres con la que es difícil con-
vivir. Hombres que someten, dominan, controlan y se imponen, que
quieren competir y ganar. Para este trabajo y experiencia en donde
conversamos acerca de las masculinidades y lo que creemos de ello, es
útil retomar las siguientes reflexiones, algunas de los mismos autores
respecto a lo que no siempre se dijo o se dice de los hombres.
Bourdieu (1998) considera que así como las mujeres ejercen actitu-
des como la sumisión, la abnegación, el silencio y la resignación, todas
estas aprendidas tras un proceso de socialización, también los hombres
están prisioneros o atrapados y son víctimas de la representación do-
minante; una imagen de hombre que debe someter y controlar.Ramí-
rez (en Montesinos, 2002:95) indica que el machismo “Es una catego-
ría que nos presenta (a los hombres), como seres agresivos, opresores,
narcisistas, inseguros, fanfarrones, mujeriegos, grandes bebedores,
poseedores de un sexualidad incontrolable”. Sin embargo, Bourdieu
(1998), Gomensoro y cols. (1998) y Kaufman (1997) han reconocido
que este ideal de virilidad o de hombre auténtico implica no sólo los
privilegios de la dominación y sumisión de las mujeres, o el mayor
reconocimiento de los hombres en espacios laborales y públicos, sino
también una carga para los hombres, ya que debido a esta imperiosa
necesidad de revalidar su pertenencia al grupo de hombres verdaderos,
experimentan sentimientos de frustración cuando no se alcanzan, eje-
cutan conductas de alto riesgo (físico y emocional) a fin de demostrar
su combatividad y agresividad; como consecuencia existe un miedo al
estigma que los produciría no cumplir con estos parámetros.
A la par, Gilmore (1994) plantea que los cultos a la virilidad están
directamente relacionaos con el grado de dureza y autodisciplina re-
querida para desempeñar el papel del varón, lo cual demuestra que la
vida es dura y agotadora en casi todas partes y a los varones les suelen
tocar los trabajos “Peligrosos” en razón de su anatomía y que hay que
presionarlos para que actúen. Las ideologías de la virilidad obligan a
los hombres a prepararse para la lucha bajo pena de verse despojados
de su identidad. Castañeda (2002) lo plantea de la siguiente forma, al
referirse a ciertos ritos de iniciación masculina: “El verdadero hombre
oculta su miedo, su dolor y resiste estoicamente las duras pruebas de la
virilidad” (p. 35). Lo anterior se relaciona con la dimensión del pade-
cer masculino del que hablaba Martha Ramírez en el que los hombres
han vivido el ejercicio del poder masculino con ambivalencias. Aho-
ra compartiré lo que ha sido la construcción e historia del proyecto
que actualmente desarrollamos en Kóokay, en relación a conversar las
masculinidades.
114
“Lo que callamos los hombres”: de los talleres y los grupos de conver-
sación

En Kóokay, participamos y acompañamos procesos de promoción co-


munitaria de diferentes comunidades rurales (comisarías) con distin-
tos grupos de personas: niños y niñas de las escuelas, docentes, padres
y madres de familia, grupos religiosos de cualquier credo, grupos de
mujeres, etcétera. Yo tenía la inquietud e interés de trabajar esto mis-
mo con grupos de varones de las comunidades. Sin embargo y a pesar
de la experiencia, no sabía cuál podría ser la mejor manera de aproxi-
marme a los varones y trabajar en las masculinidades. Para empezar
¿Cómo convocaría a un grupo de masculinidades? ¿Cómo iba a expli-
carles qué era esto, si ni siquiera los autores y teóricos se han puesto de
acuerdo sobre qué es esto? Simplemente llegué a la conclusión de que
la información recaba (y la que aún está por recabar) era demasiada y
muchas veces muy compleja como para dar un taller de esto, o expo-
nerlo siquiera.
Vino pues a mi mente una idea: ¿Qué pasaría si en vez de exponer o
dar información, platicamos de lo que ellos piensan sobre todo eso que
se dice de los hombres? ¿Qué pasaría si platicáramos de cómo somos
los hombres, de cómo dicen que somos, de lo que callamos, de cómo
nos sentimos...? Más que una relación de tallerista y participantes,
pensé en una relación de grupo, en donde todos podíamos y teníamos
algo que aportar, algo que decir.
Después de todas estas ideas, reflexiones, resultados y en con-
secuencia, gran entusiasmo, decidí que era momento de comenzar a
trabajar con los varones y de de promover la construcción de nuevas
formas de ser hombre, de promover relaciones sanas y plenas entre
ambos sexos. Sólo me quedaba una duda: ¿Cómo hacerlo? Casi al mis-
mo tiempo que pensaba en esto, surgió la oportunidad de trabajar con
dos grupos que solicitaron apoyo y manifestaron su interés por apren-
der acerca de las masculinidades y de la violencia. Opté por diseñar un
taller con toda la información que había generado tratando de tener
las mejores explicaciones y exposiciones que hicieran un cambio en
su modo de ser o que pudieran generar finalmente cualquier cambio o
replanteamiento de sus masculinidades.
En general los talleres fueron eso: talleres en los que, si bien se tra-
bajó desde una metodología participativa, partía de dar y proporcionar
información e intercambiar ideas. Sin embargo, los momentos en los
que el espacio adquiría mayor interés y reflexiones, era cuando alguno
o algunos compartíamos experiencias o situaciones en las que hubié-
ramos vivido algo de lo que se estaba discutiendo. ¿Qué es lo que se
discutía en los talleres? La temática general fue la masculinidad, pero
en ambos, realizamos un ejercicio para conocer qué cosas les gustaría
platicar respecto al ser y hacer como hombres.
115
Lanzaba la pregunta: “¿Qué es lo que callamos los hombres?”.
Sus respuestas fueron los temas que se acordaron para las sesiones:
“Sexualidad” (todos, en ambos talleres señalaron este), “Manejo de la
afectividad y expresión de los sentimientos”, “Control de emociones”,
“Manejo del carácter”, “Conocimiento de sí mismo”, “Relaciones con
la familia”, “Cómo me comunico y cómo dejo de comunicarme con los
demás”, “Agresividad y violencia”, “Expresión del amor tanto hacia
mujeres como hacia hombres” y “Homofobia”.
Pensando y reflexionando sobre estos temas, me preguntaba: esto
que callan los hombres ¿Es exclusivo de ellos?, es decir, ¿Sólo ellos
callan estas cosas? He participado como facilitador en diversos talleres
con diferentes grupos de personas, de diversas edades, y muchas ve-
ces, cuando definimos los temas de interés y de las cosas sobre las que
quieren hablar, estos temas también aparecen, al menos pienso en la
sexualidad, la familia, la comunicación y las relaciones con las demás
personas.
¿Qué es lo particular en que un hombre pida hablar de esto? Creo
que la pregunta en sí hace esta diferencia: “Lo que ellos callan”, lo que
muchos callamos y damos por obvio. Es mucho más común escuchar
que una mujer, niños y niñas, e incluso los adolescentes, hablen de
estos temas y los conversen, a que escuchemos que un hombre lo haga.
Por los mismo recuerdo que durante las sesiones se daba la oportu-
nidad de compartir sobre las propias experiencias, las reflexiones se
potencializaban... ¿Cómo lo sé? Porque lo pregunté, porque lo dijeron
y porque lo viví.
Retomando las reflexiones de uno de los talleres, puede observarse
de nuevo lo referente a cómo se construye la masculinidad, al pade-
cer masculino, pero sobretodo, al recuerdo de unos hombres adultos y
jóvenes, que se acuerdan a su principal modelo de “Masculinidad” de
una forma prácticamente invisible o desagradable.
A continuación se transcriben parte de las relatorías del taller12 con
un grupo de varones jóvenes: La mayoría escribió que lo que más calla
es lo que siente; uno de los compañeros dijo que su papá estuvo poco
con ellos por motivos de trabajo y que esto le hace pensar en él ahora
que es padre, ya que a veces no les dice mucho a sus hijos/as que los
quiere y eso le llama la atención. Dos participantes son hijos de padres
ex-militares, dijeron que sus papás siempre fueron muy fríos y distan-
tes, nunca les decían ‘te quiero’ o ‘te amo’, por lo que ellos tampoco se
habituaron a esto.
La mayoría habló y se refirió a sus papás como hombres ‘tradicio-
nales’ en cuanto que no expresaban lo que sentían, la mayoría vivía
para el trabajo. Otro compañero compartió lo difícil que fue la convi-

12
Relatorías internas de los talleres con los grupos de varones, de poblacio-
nes del interior del estado.
116
vencia con su padre: “Me di cuenta de la gran distancia que había entre
nosotros cuando un día mi mamá no estaba para la comida y yo no me
quise sentar en la mesa a comer con él… mi hermanito sí, era su héroe
mi papá… entonces mi papá me dijo, ‘ven aquí a comer, soy tu papá’…
fue cuando me di cuenta...”.
Tras la pregunta ¿Creen que lo hacen o son así deliberadamente?
Dijeron todos que no: uno comentó que entendió tras algunos años que
aunque su papá a veces quería demostrar ese afecto tenía sus propios
límites, límites puestos desde hacía tiempo. Algunos dijeron que aun-
que con sus papás esto sea así, han intentado hacer ciertos cambios en
relación a sus hermanos, al grado de que les dan besos a sus propios
hermanos varones… “Al principio como que no le gustaba o era incó-
modo, pero ya no”. El sentir general es que ninguno de ellos fue o es
así por gusto; muchos hablaron de entender a sus papás tras conocer
parte de sus vidas, tras saber cómo les había ido a ellos en su pasado,
su infancia, su adolescencia.
Uno de los participantes de la investigación “Significados y expe-
riencias de hombres yucatecos sobre violencia intrafamiliar” (More-
no y Vega, 2006) decía respecto a la entrevista y conversación:

Rodrigo:

El tema estuvo bien, me gusta porque lo van retomando bien…


que la violencia… pero platicamos de otras cosas, me gusta de
esto, que en que estás platicando, como te dije hace un rato, te
das cuenta de muchas cosas, hace rato me dijiste ¿De qué te
diste cuenta?, no pues me di cuenta de que esta persona me ha
ayudado en esto, me di cuenta de que cada vez… ¿No?, es bue-
no… no sé cómo llamarle, esta plática, esta forma de entrevis-
ta, porque de alguna manera sí crea una especie de conciencia
en la otra persona; yo no sé si sea recíproco, si a la otra la ha-
gan pensar, pero en mi caso, de este lado, vinieron respuestas
que no tenía, por la misma plática, eso me gustó mucho…

Frente a la pregunta: ¿qué pasaría si no fueran a trabajar un mes,


pero siguieran recibiendo su sueldo? Lo que se comentó fue que no lo
soportarían, no sabrían que hacer con tanto tiempo. Muchos del grupo
tienen o han tenido trabajos de más de 10 años, y a pesar de tanto tiem-
po no es cansado ni monótono, dicen que por que le han encontrado
el sentido, por ya saben cómo hacerle, porque tienen curiosidad por
las cosas que son nuevas. Haciendo una similitud con la familia, cómo
sería si esa curiosidad la pasaran a la familia, sus hijos y pareja, que
aunque lleven 10 o 27 años de casados y con la misma familia, siempre
encontraran cosas nuevas en la familia.
117
Platicando sobre las amistades de nuestros hijos e hijas. Dijeron
que les tienen demasiada confianza, a veces más a que los propios pa-
pás. Una duda que surgió es ¿qué tanto se puede ser amigo de un hijo
o una hija? Algunos dijeron que sí se puede, ya que se podría tener
una relación cercana y con buena comunicación con ellos y ellas. Igual
dijeron que en ocasiones es algo difícil ser amigo de sus hijos e hijas
sobre todo cuando van creciendo, por que también tiene que ser papás
y mostrarles la disciplina y corregirlos, o cuando se requiere poner cas-
tigos, pero a veces da trabajo por el cariño que se les tiene.
Entonces, platicamos sobre ¿Qué tipo de relación les gustaría tener
con sus hijos e hijas? Y sobre qué cosas del ser “Papá”, ser “Mamá” y ser
“Amigo” les gustaría y ayudarían en la relación con sus hijos e hijas. Se
comentó lo siguiente: del “Ser papá”, conservarían el respeto que se les
tiene por el hecho de ser su padre. Sobre el “Ser amigo”, rescatarían la
confianza y la comunicación propias de este tipo de relación. Finalmente
del “Ser mamá”, rescatarían que ellas suelen pasar más tiempo con los
hijos además de que establecen relaciones de mayor confianza porque
tienden a hablar más, a ser más amables, cariñosas y comprensivas.
Respecto a cómo se sienten de estar yendo al grupo han dicho lo
siguiente:

La convivencia con la familia es un reto, cada familia es única


y ayuda platicar de estas cosas...

En estas reuniones no sólo das (tu experiencia) también reci-


bes. Esto de hablar y compartir da energía, como el pensar en
cosas nuevas, cosas que no había pensado antes.

Ayuda a desahogarse... como distensión.

En este momento no puedo hablar de un modelo o de cómo “Se


debe” de trabajar con los varones. Lo que sí puedo compartir es mi
experiencia y la metodología que se ha empleado. He sido el “Modera-
dor” de estas reflexiones. He sido quien convoca, quien interviene en
ocasiones, pero sobretodo, quien hace preguntas. Todo lo que en estas
sesiones se ha compartido son las voces, los sentimientos y las espe-
ranzas de hombres que, aun cuando reconocen y se saben a veces ma-
chistas y duros de carácter, creen que las cosas pueden ser diferentes.
Son hombre que quieren sentirse mejor, que han encontrado a través
del compartir, una válvula de escape a la presión generada tras años
(generaciones y generaciones) de silencios. Han encontrado y cons-
truido un espacio de respeto, confianza y seguridad en el que pueden
hablar de lo que necesitan y quieren hablar.
Pareciera que estas crisis de la masculinidad de la que hablan los
autores, no sólo generan angustia e incertidumbre en muchos hom-
118
bres, cuyas identidades han sido cuestionadas o “destruidas”, sino que,
desde su parte propositiva, está generando la oportunidad de hablar de
cosas de las nunca se hablaron. Y sólo para dar un último ejemplo de
esto, comparto parte de una de las sesiones en las que el grupo eligió
hablar (espontáneamente) sobre las personas de preferencia homo-
sexual. En ningún momento ofendieron o juzgaron a las personas con
esta preferencia, por el contrario comentaron lo siguiente:
Casi toda la sesión se dio en torno a este tema. Las opiniones ver-
saban entre que estaban de acuerdo con apoyar y aceptar a estas perso-
nas. Casi todos han convivido o tienen a un conocido o amigo cercano
(varón) que es homosexual, y decían que son muy buenas personas.
Resaltaron mucho el que “no se sobrepasaran conmigo”, por lo que se
han logrado llevar muy bien. Uno de los comentarios más significa-
tivos, lo dijo un compañero, quien señaló que lo ha pensado mucho,
porque no sabe si su hijo cuando crezca pudiera ser así, por lo que le
queda es aprender de esto que oye y saber querer siempre a su hijo (a
sus hijos).
Es claro que no se pueden generalizar estos comentarios, ni mucho
menos pensar que como un hombre ya piensa esto, todos lo harán. La
apertura y flexibilidad masculinas puede lograrse, pero aun estamos en
ese camino. Sin embargo, escuchar esto de un señor de 35 años, de una
comisaría, que creció y vivió en un contexto machista, y que además es
católico y practicante, da mucha esperanza de cambios que no son sólo
una utopía.

Conclusiones: preguntas... Y más reflexiones

Es posible que después de todas estas líneas, experiencias y voces, re-


grese a las preguntas que me hacía al inicio: ¿Cuál es o sería (entonces)
la mejor estrategia para trabajar con varones? ¿Qué otras cosas serían
útiles cuando se trabaja con varones? ¿Qué otras cosas ayudarían a la
promoción de una vida digna, libre de violencia, de relaciones sanas,
plenas y satisfactorias entre los sexos? ¿Qué cosas estoy dejando de
contemplar? ¿Qué implicaciones tiene seguir trabajando con varones
en la forma en cómo lo estoy haciendo?
Preguntas que una vez más me llevan a más preguntas, pero tam-
bién a nuevas reflexiones. De nuevo reafirmo que no tengo una res-
puesta sobre la que pueda firmar garantía de éxito o presumir que
es la mejor. Sin embargo, cada vez me siento mucho más seguro de
que nunca tendré la seguridad de que las cosas se harán de uno u otro
modo y nada más. Hoy más que antes pienso que dentro del trabajo
con varones, se pueden hacer muchas cosas e intervenir desde muchas
posibilidades y posturas. ¿Cuál es la mejor? ¿Necesariamente una tiene
que ser mejor que otra? ¿Qué pasaría si dejáramos que esto lo decidie-
119
ra cada hombre, según sus necesidades, posibilidades y propia historia
de vida? Por mi parte, elijo continuar explorando y aprendiendo sobre
las masculinidades, al mismo tiempo que converso, intercambio expe-
riencias y reflexiono junto con otros varones.
Sobre esto, y en este momento, las preguntas que me surgen como
resultado de las anteriores son: ¿Cómo continuar estas conversacio-
nes? ¿Qué otras cosas podrían decirse sobre la violencia, la sexualidad,
la relación de pareja y los sentimientos? ¿Qué otras voces y opiniones
podrían incluirse en este proceso y ser de utilidad en estas conversa-
ciones? ¿Qué pasaría si incluimos la voz y sentir de las esposas, de los
hijos, de otras personas significativas para los varones? ¿Cómo podría-
mos incluir estas voces, estas opiniones?
Las nuevas oportunidades que encuentro en esta etapa de la expe-
riencia de trabajo con varones es que varios han dicho tener el interés y
necesidad de conocer qué es lo que sus esposas piensan de su relación,
saber ¿Qué dirían ellas?, ¿Qué dirían sus hijos e hijas?; quieren y están
interesados en encontrar alternativas para mejorar sus relaciones. Es-
tas inquietudes comienzan a responderse y las invitaciones comienzan
a hacerse. Las experiencias y reflexiones que de todo esto se genere,
sin lugar a dudas me gustará compartirlas más adelante, a través de
un proyecto de investigación que me permita explorar con más dete-
nimiento el impacto que este tipo de trabajo tiene con los varones, en
su cotidianeidad y en sus relaciones. Ahora es que empiezo a pensar
en esto y es resultado de las conversaciones que he tenido con estos
varones, así como de su sentir.
Cuando se habla de violencia, salud, sexualidad y relaciones de pa-
reja, sentimientos y emociones, educación y relación con los hijos, ser
hombre, ser mujer, etcétera, me parece que una de los aspectos que los
une son las relaciones humanas. Yendo más allá del concepto “Indivi-
duo” o “Individuos”, aparece una de las experiencias, que a mi parecer,
tiene el mayor impacto en la vida de una persona: el encuentro con
el otro/a. Considero que en muchas ocasiones nuestras vidas pueden
llegar a estar marcadas, enriquecidas o limitadas por estos encuentros
y relaciones.
Entonces, ¿Qué implicaciones (limitantes y posibilidades) tiene
pensar, reflexionar y tratar de replantearse las relaciones humanas,
desde un trabajo que incluya sólo a los varones? Cuando se elije tra-
bajar sólo con varones, ¿Qué aspectos, qué preguntas y qué reflexiones
se quedan fuera la puerta? Mucho se habla de construir nuevas formas
de relacionarnos entre hombres y mujeres, así como entre hombres y
otros hombres. Como hemos comentado, los esfuerzos han sido y son
muchos, y seguramente continuarán. Desde Kóokay, y en lo personal,
me sumo a estos esfuerzos, y partiendo de todas estas experiencias,
creo que en esta aventura y esperanza de las nuevas relaciones huma-
nas, participamos todos y todas.
En este sentido ¿Por qué no podemos conversar hombres y muje-
120
res acerca de esto? ¿Qué preguntas y reflexiones se generarían si los
hombres pudieran escuchar con atención e interés lo que sus parejas
quieren decir? ¿Y si las mujeres escucharan de igual forma lo que hom-
bres quieren decir? ¿Cómo tendrían que ser estos diálogos para que
fuesen útiles a todos y todas? Al pensar en esto, también pasan por mi
mente otras voces que han opinado respecto a la idea de trabajar con
hombres y mujeres al mismo tiempo que dicen que “Nunca se debe
poner en el mismo espacio a hombres y mujeres cuando se habla de
violencia”, que “Los hombres siempre tienden a controlar las pláticas
y las opiniones”, que “Las mujeres se sienten intimidadas y no hablan,
y por lo mismo no pasa nada”. Creo que tienen mucha razón pensando
en lo que les ha tocado observar y en las posibles experiencias que han
tenido bajo estas circunstancias.
Mi idea no es retar o desmentir estas opiniones, sino lo contrario,
tomarla como referente. Pero al mismo tiempo, parto de mi experien-
cia con estos grupos de varones que quieren escuchar y conocer lo que
sus parejas tienen para decir. Respeto y entiendo la creencia de que en
ocasiones trabajar con ambos sexos, cuando las parejas ha vivido situa-
ciones de violencia, puede resultar difícil. Sin embargo deseo aprovechar
la oportunidad que estos varones me dan al mostrar este interés y nece-
sidad de escuchar y de aprender de sus relaciones. Pienso en ¿Qué cosas
podrían ser o hacerse de diferente forma, para que hombres y mujeres
podamos tener diálogos directos y que construyan relaciones plenas?
¿Qué otras cosas podrían intentarse, dejando a un lado por un momen-
to, los temores y discursos de la “Mujer dominada y controlada” y del
“Hombre dominador y controlador” cuando están uno frente al otro?
Vuelvo a señalar que no niego que estas configuraciones de relación
se dan y existen, tanto que las estadísticas lo muestran. Pero también
creo que una mujer puede ser y es más que sólo una “Mujer domina-
da y controlada”, y al mismo tiempo, creo firmemente que un hombre
puede ser y es mucho más que sólo un “Hombre dominador y contro-
lador”. Muchos y muchas quieren ser más que sólo esas identidades.
Pienso en las palabras de Elizabeth Badinter (1993:25): “El macho es
un aspecto de la humanidad y la masculinidad, un concepto relacional,
puesto que ya no se define más que en relación con la feminidad. (...)
masculinidad y feminidad son construcciones relacionales... aunque el
‘macho’ y la ‘hembra’ puedan tener características universales, nadie
puede comprender la construcción social de la masculinidad o de la
feminidad sin que la una haga referencia a la otra”. Es entonces que re-
greso a esta pregunta ¿Cómo dialogar hombres y mujeres sobre nues-
tras relaciones? ¿Cómo podríamos deconstruir y replantear nuestras
identidades masculinas y femeninas en la relación con el otro/a?
Se trata de hablar y repensar nuestras relaciones, a partir de nues-
tras identidades cotidianas, que finalmente se van construyendo en
nuestras relaciones cotidianas ¿cómo excluir a una u otra? Montesinos
(2002:86) sugiere que la conformación de nuevas identidades de géne-
121
ro responde a cambios registrados en todos los ámbitos de la cultura:
“Así, la identidad genérica será producto de la transformación social que
impulsa nuevos patrones de cultura, propiciando la emergencia de nue-
vas identidades genéricas”. Y el mismo autor define el efecto que estos
cambios sociales y culturales producen, como crisis de las masculinida-
des. Si bien, estas reflexiones contemplan una dimensión más de tipo
sociológica, resulta de mucha utilidad pensar que “la masculinidad tiene
como referente constante las relaciones entre los géneros que se repro-
ducen, primero, en el espacio privado, y luego, en el público” (Montesi-
nos, 2002:133).
O también en palabras de Agnes Heller (en Montesinos, 2002) la
reproducción del individuo depende, de manera general, de la reproduc-
ción cotidiana de su identidad de género. Tanto la identidad de lo que es
ser hombre como del ser mujer, tienen su referencia inmediata y perma-
nente en el espacio familiar, en el espacio privado de la vida. La sociedad
es un delicado mecanismo de movimiento permanente que depende de
la reproducción de sus estructuras primarias, la familia en concreto (o
familias, agregaría yo), espacio en el que se enseñan las relaciones socia-
les a los niños y se perpetua así la cultura (Gilmore, 2004).
Así, puede verse a las familias como una síntesis del sistema social,
donde cada una construye y reproduce culturalmente a la sociedad; pero
al mismo tiempo toma de ésta, lo que considera mejor para sí, a partir de
la experiencia de cada uno y una de sus miembros (Montesinos, 2002).
Como he dicho antes, no podría hablar de cambios estructurales ni mu-
cho menos de todo un sistema de creencias culturales; pero sí puedo
pensar en la posibilidad de generar cambios y construir posibilidades en
las relaciones cotidianas.
En el trabajo con estos varones y con otras personas, he observado
que varios hombres y familias, se cuestionan las formas “Convenciona-
les” de ser hombre y mujer, así como de sus relaciones. Han encontrado
limitantes en estos roles y estereotipos que “Mamaron” de sus padres y
madres. Y ahora que les toca vivir y construir al interior de sus propias
familias, muchas experiencias “Les han hecho pensar en cosas que antes
no se pensaban”, como ellos mismos dicen; ven y creen que las cosas
pueden ser diferentes.
Lo prometido... fue deuda y realidad: preguntas, reflexiones y más
preguntas. En todo esto, me guía el interés de querer comprender y ge-
nerar alternativas. Pero sobretodo, me guía la curiosidad de saber que
no todo está dicho y que nunca se dirá. Es una curiosidad que me da la
oportunidad de acercarme y encontrarme con el otro desde esta mirada
y posición abierta y flexible, desde una posición donde pueda conocer
quién es el otro, lo que cree y sus relaciones. Todas las preguntas y re-
flexiones que sigan surgiendo de estas líneas, continuarán alimentando
esta curiosidad y posibilidad de seguir construyendo nuevas relaciones,
sanas y plenas.
122
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124
HOMBRES DE PAPEL.
REPRESENTACIONES DE LA MASCULINIDAD
EN LOS CÓMICS ERÓTICOS MEXICANOS

José Gamboa Cetina

Resumen

El presente texto pretende delinear algunas formas en que son repre-


sentados los hombres en el cómic erótico mexicano13 (CEM de ahora en
adelante). Abordamos el problema a través del concepto de Represen-
taciones Sociales. Para realizar la investigación se recurrió al análisis de
contenido14 y a entrevistas semi-estructuradas.

Introducción

Nunca como en nuestro mundo contemporáneo los medios de comu-


nicación masiva tuvieron una penetración tan grande. Cada medio en
particular tiene su propio campo de composición organizacional y dis-
cursiva que mostrar, sin embargo, uno que no es tomado en cuenta por
los investigadores, es el cómic erótico, a pesar de ser el medio de comu-
nicación impreso más leído. De acuerdo a varios autores, el tiraje de
los cómics eróticos mexicanos rebasa los treinta millones de ejempla-
res mensuales15. Si a ello agregamos que en promedio cada comic erótico

13
En este trabajo se utilizarán como sinónimos cómics e historietas
14
El corpus de investigación estuvo integrado por cien cómics eróticos
mexicanos y para su análisis se siguió el modelo de Ana Fernández (2002) y de
Eco (1990). Asimismo, para conocer la representación social que las mujeres
tienen de los hombres de los CEM realicé entrevistas a 100 mujeres,
15
Este es un cálculo conservador, ya que según Priego (2001: 27), algu-
nas de estas publicaciones tienen un tiraje semanal de 500,000 ejemplares.
125
es leído por cinco personas, estamos hablando de ciento cincuenta millo-
nes de lecturas mensuales16. Los vínculos entre el cómic y la sociedad son
muy complejos. La historieta es un vehículo de conexión entre el mundo
de las ideas y el ámbito de los cambios sociales. Asimismo, el cómic es un
poderoso canal de educación informal (Monsiváis, 1980:25).

Las representaciones sociales

En los últimos años las investigaciones sobre representación social han


cobrado gran importancia. Partiendo de que la masculinidad es una
construcción social, la teoría de las representaciones sociales resulta
útil para su comprensión, si tomamos en cuenta que dichas represen-
taciones son construcciones de la realidad socialmente significativas y
compartidas, formadas a partir de un fondo cultural común compuesto
por el conocimiento del sentido común y el conocimiento científico.
El antecedente más lejano de la teoría de las representaciones
lo tenemos en Emile Durkheim, quien hace una distinción entre las
representaciones colectivas de las individuales. Según este autor, las
representaciones colectivas tienen por función preservar los lazos en-
tre los miembros de una comunidad, prepararlos para obrar y pensar
de manera semejante, por lo que entre sus características tenemos el
ejercicio de presión sobre los individuos y su durabilidad (Durkheim,
1968:447-448).
Estas ideas inspiran al psicólogo social Serge Moscovici para cons-
truir el concepto de representaciones sociales. Pero además señala
que es más importante su carácter dinámico que su carácter colecti-
vo (Jodelet, 1988:470). Para Moscovici, una diferencia fundamental
entre los conceptos de representaciones sociales y colectivas es que
ésta últimas se refieren a una clase de creencias o ideas, mientras que
las representaciones sociales se ocupan de fenómenos más específicos
que requieren ser explicados o descritos y se relacionan con el enten-
der y comunicar. Es por esto que utiliza el adjetivo de social, en lugar
de colectivo. “Así social es una palabra usada para indicar el carácter
dinámico de las representaciones, dado el constante diálogo entre los
individuos que las complementa y modifica continuamente” (Banchs,
1990:184-185).

Y en nuestro país se publican 81 cómics eróticos diferentes. Asimismo, Ro-


bles (2003: 36-39), plantea que muchos de estos cómics tienen un tiraje de
800,000 ejemplares a la semana.
16
Por lo tanto, puede decirse que el cómic o historieta mantiene leyendo a
millones de mexicanos y mexicanas, que hacen de ella su única relación con la
letra impresa (Aurrecochea y Bartra, 1993: 3-10).
126
Este mismo autor señala que las representaciones sociales son sis-
temas sociales de valores, ideas y prácticas que tienen por funciones:
a) establecer un orden que posibilite a las personas orientarse frente
a si, a la sociedad, al medio ambiente y dominarlo, adaptarse a ella, a
estar conforme; y b) posibilita la comunicación entre los miembros de
una comunidad al proveerles los códigos que permiten el intercambio
social, capacitándolos para clasificar y nombrar (Moscovici, citado por
Vergara, 2001:37).
Por su parte Denise Jodelet define las representaciones sociales
como “una forma de conocimiento socialmente elaborada y comparti-
da, que tiene un lado práctico y concurre a la construcción de una rea-
lidad comunal de un conjunto social (Jodelet, citado por Vergara, op.
cit., p.38). Tanto Moscovici como Jodelet coinciden en que las repre-
sentaciones sociales tienen por función atribuir sentido a la realidad,
definir y orientar los comportamientos, aunque ellas se nos presenten
como un mundo instituido y producen en la interacción un efecto de
realidad inmediata. Estoy de acuerdo con Jodelet, en el sentido de que
las representaciones sociales son “conocimientos que se constituyen a
partir de la experiencia articulada con las informaciones, conocimien-
tos y modelos de pensamiento transmitidos por la tradición y la educa-
ción, así como por los medios de comunicación”17.
Por su parte Wagner y Elejabarrieta plantean que una representa-
ción social es “Una construcción mental, cognitiva, simbólica, icónica,
que posee carga afectiva y con una estructura propia, que es compartida
por miembros de grupos sociales definidos” (Wagner, Wolfan y Elejaba-
rrieta, 1994:815). Esto significa que las representaciones sociales “son
las creencias, imágenes, opiniones, metáforas, evaluaciones, organiza-
ción de valores supuestos, explicaciones y conocimientos que los grupos
sociales tienen de los distintos aspectos del mundo y se presentan con
forma y de una manera estructurada al conectar todos estos aspectos
entre sí. Siempre hacen referencia a un objeto social permitiendo que
tenga sentido, que se comprenda y que resulte familiar dentro de la vida
cotidiana, de modo que los individuos puedan orientarse en su entorno
social y controlarlo” (Pepitone, citado por Castillo, 2002:40).
Un aspecto importante a considerar es que las representaciones so-
ciales no son universales y no pueden generalizarse a otras sociedades
o momentos históricos; se generan y transforman en las actividades de
la vida social cotidiana. Las representaciones sociales son pensamien-
to constituido y constituyente, son estructuradas e irreductibles a otras
formas de pensamiento social. Su constitución, basada en los procesos
de anclaje y objetivación, influyen en las posibilidades de los sujetos de
comportarse ante un fenómeno, en este caso, la sexualidad.

17
Subrayado mío.
127
Las representaciones sociales son significativas en la medida en
que movilizan emociones. La formación o el uso de representaciones
sociales les permite a los individuos enfrentar la incomodidad que
produce lo desconocido de la realidad; en este sentido las representa-
ciones sociales son procesos cognitivo-emocionales. Esto implica que
no se crean representaciones sociales de cualquier objeto. “Por ejem-
plo, los grupos sociales manejan el concepto de piedra, pero quizás no
existe una representación social de las piedras. No podemos decir lo
mismo de aspectos de la realidad como las relaciones de pareja, la en-
fermedad, la vejez, la sexualidad, entre tantos, ya que estos aspectos
tienen una significación social (León, 2002:369). Las representaciones
sociales son construidas en los procesos de interacción y comunicación
social. Por ser significativas para los grupos sociales, las representacio-
nes sociales circulan en los medios masivos de comunicación18.
Las representaciones sociales también son construcciones simbóli-
cas de la realidad, es decir, implican un significado común de objetos o
eventos sociales para miembros de una comunidad. Estos significados
comunes dependerían de las normas sociales y valores de esa comuni-
dad y de su historia común. Un objeto es inmediata y simultáneamente
percibido y conceptualizado en términos de su simbólica y significativa
realidad. El objeto no es visto primero y luego interpretado, sino que la
imagen y el concepto están cargados de significado (León, 2002:372).
Del conjunto de representaciones sociales, me interesa la representa-
ción social de la masculinidad.

El papel de los medios masivos de comunicación en la representación


social del género

En las sociedades contemporáneas los medios masivos de comunica-


ción desempeñan un papel fundamental en la circulación de ideas y
en el desarrollo de nuevas representaciones sociales (Morant, 1998:11-
20). Por su parte Farr plantea que numerosas representaciones son
sociales porque son transmitidas por los medios masivos de comunica-
ción. Esta relación ilustra la importancia que tiene el análisis del con-
tenido de los medios masivos de comunicación para el estudio de las
representaciones sociales (Farr, 1988:495-506).
Las representaciones en los medios masivos de comunicación pue-
den actuar no sólo privilegiando ciertos valores y significados, sino
también excluyendo o negando otros. Por ejemplo, las imágenes de
mujeres jóvenes, esbeltas y con atuendos de marca, que son la norma
en las portadas de revistas femeninas, funcionan definiendo qué for-
mas de ser mujer son socialmente aceptables y deseables.

18
Subrayado mío.
128
Sin embargo, no se debe esperar encontrar una única representa-
ción social dominante de la mujer o el hombre en los medios masivos
de comunicación. Tiene más sentido hablar de feminidades y mascu-
linidades19 que reflejan la diversidad de la sociedad contemporánea,
más que plantear un único constructo de género. Uno de los temas más
consistentes que emergen de la investigación sobre el género son los
múltiples y frecuentemente paradójicos significados y mensajes que
coexisten en las representaciones de género. Los hombres y mujeres
contemporáneos no sólo se enfrentan con un rango de formas de ser
masculino o femenino, sino que también tienen que enfrentarse con las
contradicciones inherentes a un complejo abanico de representaciones
de los medios masivos de comunicación. Aunque no debemos asumir
que los lectores/as de los cómics no pueden resistir o reformular estos
mensajes mixtos, debemos ser conscientes de que probablemente nos
encontraremos con un amplio rango de representaciones de género co-
existiendo simultáneamente (Morant, op. cit., p.15).
Algunos investigadores al estudiar la cultura contemporánea su-
gieren que en las sociedades actuales las representaciones tanto de la
masculinidad como de la feminidad se han diversificado y se han con-
vertido en algo mucho más fluido y confuso. Han argumentado que las
dualidades entre hombres y mujeres pueden estar convirtiéndose en
algo menos fijo. Todavía existen las antiguas representaciones, pero
en paralelo con las nuevas que sugieren una redefinición de la relación
entre los sexos (Pearson, Turner y Todd-Mancillas, 1993:33).
Sin embargo, no podemos soslayar que los medios masivos de co-
municación actúan como agentes que refuerzan y divulgan determina-
das creencias y valores tradicionales, como reflejo de las normas sociales
imperantes. Esto nos lleva al concepto de estereotipo. Para Zarate este-
reotipo es el conjunto de creencias populares o suposiciones sobre los
atributos que caracterizan a un grupo social (Zárate, 2002:421).
De acuerdo con Tajfel una de las funciones más importantes que
cumplen los estereotipos es su valor funcional y adaptativo. De esta
manera tienden a categorizar, a través de generalizaciones que facilitan
el conocimiento del mundo y una comprensión más coherente del mis-
mo (Tajfel, 1984:15). Los estereotipos de género son un subtipo de los
estereotipos en general, definidos como “creencias consensuadas sobre

19
“En los últimos 20 años la investigación sobre la masculinidad y la con-
ducta dependiente del género de los hombres ha tenido un gran auge. Entre
las conclusiones principales podemos mencionar lo que plantea Connel: “Que
existen múltiples formas de masculinidad. En muchas situaciones un modelo
de masculinidad dominante, es el hegemónico sobre otros. Sin embargo, esto
no hace que los demás se desvanezcan. Las masculinidades son colectivas, ade-
más de individuales. A menudo están divididas y son contradictorias; además,
cambian con el transcurso del tiempo” (Connel, 2003: 7).
129
las diferentes características de los hombres y las mujeres en nuestra
sociedad (Loscertales, 1999:21).
El género produce una serie de representaciones sociales con una
eficacia simbólica concluyente y, al dar lugar a concepciones culturales
y sociales sobre la masculinidad y feminidad, es usada para justificar la
discriminación por sexo (sexismo). Al sostenimiento del orden simbó-
lico contribuyen hombres y mujeres al reproducirse y reproducirlo. Los
papeles, cambian según el tiempo y el espacio, pero mujeres y hombres
por igual son los soportes de un sistema de reglamentaciones, prohibi-
ciones y opresiones reciprocas (Lamas, 2002:135).
Las representaciones sociales de género actúan sobre la vida de las
personas y también sobre el comportamiento que van desarrollando.
Desde la infancia mujeres y hombres van siendo influidos por men-
sajes que modelan muchos rasgos de su personalidad y también sus
creencias, opiniones y modos de comportamiento (Corsi, 1994:64)

Cómic y masculinidad

Los cómics de superhéroes como Superman, Batman, Spiderman, Iron


man, Kaliman, entre muchos otros, representan tal vez el estereotipo
de la masculinidad clásica: hombres musculosos, muy fuertes, dispues-
tos a arriesgar la vida a cada momento. Sin embargo, desde hace varias
décadas surgieron otros personajes de cómics (como Mafalda), y una
serie de dibujos animados donde la masculinidad clásica se resquebra-
jaba. Puede decirse que la llamada “crisis de la masculinidad” comenzó
a reflejarse en los cómics y dibujos animados de la década de 1960. Re-
cuérdese a personajes tan famosos como Pedro Picapiedra, Sónico (de
la serie los supersónicos), Lorenzo (de la tira cómicaPepita), Felipito
(de Mafalda), hasta el contemporáneo Homero Simpson. Todos ellos
se caracterizan por ser hombres torpes, tontos, inseguros, entre otras
cosas, que dependen para casi todo de sus esposas o compañeras.

La representación de los hombres en los cómics eróticos mexicanos

Aunque en este trabajo hablamos de masculinidad, es preciso tener en


cuenta que lo femenino y lo masculino son elementos imposibles de
pensar por separado ya que no son independientes el uno del otro. Para
definir lo que es la masculinidad es necesario hacer referencia a lo fe-
menino y lo mismo ocurre en el caso contrario (Jiménez, 2003:25). En
las sociedades lo que hace distintos a hombres y mujeres, desde la rea-
lidad anatómica hasta los estereotipos imaginados, es el centro de todo
discurso que se da en torno al tema de la sexualidad, y estos discursos
nos proyectan a su vez un cierto orden social (Godelier, 1982:152). Los
130
hombres son representados en los cómics eróticos mexicanos de las
siguientes maneras:

Hombres como objetos sexuales

En el 35% de la muestra de este estudio (100 comics), los hombres son


utilizados por las mujeres como objetos sexuales, es decir, las mujeres
se satisfacen con ellos y luego los dejan, como sucede en el siguiente
ejemplo. En este número 321 del cómic Mujeres inmorales, Apolonia
es una mujer que alquilaba un departamento junto con una amiga para
llevar a sus amantes ocasionales. Estas mujeres tenían una regla, no
pasar más de una semana con el mismo hombre. Ver viñeta 1

131
En otro ejemplo se puede ver que el hombre reclama a la mujer que se
retire inmediatamente después del acto sexual, a lo que Apolonia reac-
ciona de manera violenta y lo empuja bruscamente.Como puede ob-
servarse, se da un mecanismo de inversión, ya que en estas historias el
hombre pasa a ser un objeto sexual de la mujer. Se muestra al hombre
como un pelele al servicio de la mujer que parece no saciarse nunca.
Considero que algunas de estas historias constituyen resistencias efec-
tivas que ciertos grupos de personas oponen a los discursos dominan-
tes, que señalan que la mujer debe estar al servicio del hombre y que la
sexualidad tiene como función básica la procreación. Ver viñeta 2

Hombres maltratados

Un tema recurrente en los CEM es que el hombre es maltratado por la


esposa o por la suegra como en los siguientes ejemplos.En esta historia
del cómic Almas Perversas número 281, se presenta el caso de Laura,
una mujer que hostigaba y humillaba a su esposo cotidianamente. Ella
tenía múltiples amantes, sin embargo era extremadamente celosa y
dominante, y a pesar de que el marido le era completamente fiel, ella
132
constantemente lo agredía. Bastaba que pasara una mujer atractiva
cerca de él para que la mujer le pegara. El marido vivía con miedo a
que Laura se enojara, por lo que siempre buscaba complacerla en todo.
Ver viñeta 3.

En el cómic Las Chambeadoras, número 330, se presenta el caso de


Arturo, un hombre que tiene que soportar los gritos, golpes y humi-
llaciones tanto de la esposa como de la suegra. Que llega al extremo
de sacar al marido de la recamara matrimonial, para que ella duerma
con su hija. El hombre se muestra como un ser pusilánime, incapaz de
enfrentarse a las dos mujeres, por lo que su vida se vuelve insoportable.
Ver viñeta 4.

Hombres mandilones

Otro tema frecuente en los cómics


son los hombres mandilones. Aun-
que hay que aclarar que no siem-
pre son así desde el principio, sino
que son las circunstancias las que
los llevan a comportarse así. El
siguiente ejemplo lo ilustra muy
bien: En el comic Las Chambea-
doras, número 320, se presenta la
historia de un investigador priva-
do llamado Tatiano, que se sentía
frustrado, pues tenía una compe-
tencia justo frente a él. Una investigadora llamada Enedina. Esta era
tan eficiente, que siempre tenía mucho trabajo, a diferencia de Tatiano,
133
que siempre estaba desempleado. Tatiano decide jugar sucio y le pone
una serie de trampas a Enedina, para desprestigiarla e incluso intenta
matarla, pero siempre fracasa. Al final, derrotado le solicita trabajo
de afanador e incluso le besa los pies, como se puede apreciar en las
viñetas de arriba. Ver viñeta 5.

Hombres cornudos

Un estereotipo frecuente, es la imagen de los cornudos, hombres que


son objeto de burla y ridiculizados tanto por otros hombres como por
las mujeres, pues se trata de individuos engañados por sus propias es-
posas. En este ejemplo, Mario es un hombre que adora a su mujer,
Sofía. Mario para poder mantener el ritmo de vida de su esposa tiene
que trabajar en una tienda de abarrotes de de 6 de la mañana a 10 de la
noche, incluyendo los domingos.
Sofía es una mujer muy dura, autoritaria y ambiciosa. Que aprove-
cha la ausencia del marido, para tener toda la libertad que desea. Ella
no pierde oportunidad de tener relaciones sexuales con cuanto hombre
llegue a su casa, sea un repartidor, un trabajador (plomero, albañil,
electricista, entre otros). Los hombres aceptan gustosos, sin embargo
134
era tan insaciable, que todos, después de cinco coitos huyen despavori-
dos, como en las viñetas de arriba. Ver viñeta 6.

Hombres mañosos

El hombre en muchos casos es considerado como una persona mañosa,


tramposa, que se vale de mentiras para conseguir relaciones con mu-
jeres que de otra manera no los tomaría en cuenta. En esta historia del
cómic Los Maistros, se presenta la historia de Poncho Claveles, un jar-
dinero, quien aprovechando los viajes de sus patrones, utiliza su ropa
y auto para hacerse pasar por un junior millonario, con lo que seduce a
todas las mujeres que se cruzan en su camino. Ver viñeta 7.

135
Hombres dominantes y violentos

En la muestra analizada, solamente encontré un caso, es decir, sola-


mente el 1% presenta a hombres que golpean a la mujer, sin embargo,
debido a la importancia que tiene la violencia de género, consideré im-
portante presentar el siguiente caso:
En esta portada podemos ver que el hombre con el puño cerrado
indica que está golpeando a la mujer. Esto Se refuerza con el título del
cómic. El hecho de que la mujer este masturbándose, al mismo tiempo
que su rostro muestra un gesto de placer, significa que ante la agresión
física de que es objeto, la mujer en lugar de intentar defenderse, se ex-
cita sexualmente y goza con el sufrimiento. Por otra parte, la ubicación
espacial de los personajes no es casual.
El hecho de que el hombre este erguido y la mujer a sus pies, indica
una posición de dominio y control del personaje masculino respecto al
femenino. Es decir, el modelo de distribución espacial expresa una je-
rarquía. El nombre del cómic está escrito en colores rojo, amarillo y ne-
gro, pero no es casual que la palabra sexual esté inscrita en color rojo.
Lo mismo se aplica al título que está escrito en amarillo con fondo rojo.
Nótese la redundancia entre el texto visual y el escrito. Ver viñeta 8.

136
Las representaciones sociales de los hombres de los cómics eróticos
mexicanos según las lectoras

Como ya se ha mencionado, los cómics eróticos tienen amplia acepta-


ción entre hombres y mujeres, sin embargo, las motivaciones son dife-
rentes20. Como señalé al principio del texto, se realizaron entrevistas a
100 mujeres para conocer qué piensan de los hombres de los comics.
Algunos de los resultados fueron los siguientes:
El 51% de las mujeres señalaron que los leían porque les permitían
vivir en su imaginación encuentros con hombres diferentes a los que
conoce y experimentar cosas que tal vez nunca podrían o se atreverían
a vivir. Es decir, que las historias estimulan fantasías sexuales, lo que
tal vez sea un mecanismo de evasión a su vida cotidiana imaginando
historias que les agradaría vivir. Los siguientes casos ejemplifican lo
anterior:

A mí me gustan porque las mujeres utilizan a los hombres a


su antojo, son como objetos para satisfacer sus deseos sexua-
les. Además cuando hacen el amor duran horas y lo hacen en
muchas posiciones, no como los de la vida real
(Mujer, obrera, 34 años)

Me gustan porque me imagino que yo soy la de la novela, y


me imagino con ese cuerpazo, y que todos los hombres me
admiran, me desean y me doy el gusto de escoger con quien
quiero
(Mujer, obrera, 37 años)

Un 33% de las mujeres manifestaron que las leían por el erotismo.


Es decir, que los hombres seducen a las mujeres y les hacen el amor de
una manera imaginativa:

Yo las leo porque me gusta todo lo que un hombre hace y cómo


se las ingenia para conquistar a una mujer. También por la
manera en que hacen el amor, con imaginación, utilizando
muchos recursos. Los hombres de las novelitas disfrutan be-
sando todo el cuerpo de la mujer, desde los pies, hasta su cosi-
ta. A mí ningún hombre me ha besado los pies y a mi marido
le da asco besarme allá abajo.
(Mujer, empleada de comercio, 36 años)

20
De acuerdo a una investigación reciente, la mayoría de las mujeres leen
los cómics por las historias que les permiten fantasear, mientras que la may-
oría de los hombres leen estas publicaciones para disfrutar del cuerpo de las
mujeres (Gamboa, 2007: 289).
137
Es interesante ver que las dos motivaciones anteriores juntas re-
presentan el 84%, es decir, más de tres cuartas partes de las entrevista-
das refirió que su principal motivación es la evasión mediante las fan-
tasías. Al imaginarse hombres muy diferentes de los que conocen en
su vida cotidiana, en la vida real. Esto refleja una insatisfacción en su
vida sexual-amorosa, que compensan a través de estas lecturas. Hace
veinticinco años o más, esta función la cumplían las novelas de Caridad
Bravo Adams y Corín Tellado, sin embargo, las circunstancias cam-
bian, y tal vez en la actualidad esos relatos se vean sumamente conser-
vadores o faltos de emoción21. El 10% de las mujeres respondió que les
agradaba el cuerpo de los hombres de las historietas:

A mí me da por leerlas porque me gusta el cuerpo de los hom-


bres que aparecen. Casi todos se ven musculosos, fuertes, sin
llantas ni panzas y además son guapos y altos
(Mujer, secretaria, 33 años)

El 4% de las entrevistadas manifestó que las leían para compren-


der mejor como piensan los hombres:

Yo las compro y las leo porque creo que me permite saber lo


que piensan la mayoría de los hombres
(Mujer, estudiante, 17 años)

Reflexiones finales

La información y el análisis presentado me permiten plantear las si-


guientes reflexiones.Antes que nada hay que señalar que no existe un
solo discurso de los cómics, pues las representaciones de los hombres
en los CEM están cargadas de contradicciones. En este sentido se pue-
de decir que el cómic es mucho más que una serie de imágenes: mues-
tra un campo de tensión que se expresa con un lenguaje propio, el de la
cultura y el que se vive en cada sociedad.
Conocer las formas en que el CEM representa a los varones nos
acerca a un aspecto fundamental de la mentalidad y de la ideología, el
que atañe a la construcción de los géneros sexuales. Como se ha mos-
trado, estas representaciones influyen en la conformación de las ideas
de los hombres y de las mujeres acerca de lo que son y/o lo que deben
ser las relaciones sexuales. Es evidente que la construcción social del
género se realiza, de una manera fundamental, en el terreno del imagi-
nario y el cómic tiene una fuerza enorme en ese ámbito. Desde mi pun-

21
Además estas novelas estaban enfocadas a mujeres de clase media.
138
to de vista, el cómic erótico mexicano, tanto en sus contenidos como en
sus formas refleja, más que nunca, las mutaciones que se están produ-
ciendo en las representaciones sociales.
Los guionistas del CEM se dan cuenta de que a los hombres no
se les puede tratar como un bloque homogéneo y los representan en
roles22 y papeles que asumen comportamientos, actitudes y opiniones
cada vez más diversificadas y en algunos casos contradictorias23. A con-
tinuación señalo los más importantes:

Hombre dominante/hombre dominado:


En la mayoría de los CEM la mujer es la protagonista principal, y por lo
tanto, casi siempre juega el rol dominante, pero aún existen historias
donde la mujer es dominada por algún hombre mediante coerción eco-
nómica o emocional, entre otras.

Hombre objeto/hombre sujeto:


En el CEM, frecuentemente se presentan muchas historias en don-
de las mujeres asumen actitudes tradicionalmente asignadas al géne-
ro masculino y son ellas las que utilizan a los hombres como objetos
sexuales, mostrando cómo urden estrategias para seducirlos o entram-
parlos, sin embargo, aún existen historias donde la mujer es el objeto
sexual.
El CEM refuerza el estereotipo de que un hombre es más viril, o
más “hombre” en función del número de mujeres que haya poseído.
Sin embargo, para que este hecho sea significativo no basta con hacerlo
sino que es necesario hacerlo público. Es decir, sólo reafirma la mascu-
linidad en el momento en que lo hace saber a otros hombres.
Algo importante en el análisis del CEM es que no sólo la mujer
es cosificada. El hombre también es visto como un objeto sexual, que
siempre tiene que estar dispuesto a mantener relaciones sexuales, sin
importar si la mujer en cuestión le guste o no. En caso contrario, se
hace sospechoso de ser homosexual.

22
La idea de que la masculinidad es la internalización del rol sexual mas-
culino permite el cambio social. Como las normas del rol son hechos sociales,
pueden transformarse también a través de procesos sociales. “Esto ocurrirá
siempre que los agentes (los medios) de la socialización -los medios de comu-
nicación masiva, la familia, la escuela- transmitan nuevas expectativas (Con-
nel, op. cit., p.42
23
En la medida en que las sociedades se vuelven más pluralistas e incluy-
entes y menos dominadas por estructuras tradicionales rígidas, van surgien-
do más y más formas de ser hombres. Luego entonces cabría decir que ya no
podemos hablar de una masculinidad sino de muchas masculinidades, muchas
formas de construir y expresar una identidad masculina (Weeks, 1998)
139
Los hombres de los CEM tienen algunas características en común:
casi siempre son atléticos, guapos, bien “Dotados”, y están siempre
disponibles para el coito. En el análisis realizado encontré que existen
dos grandes tendencias en la concepción de la sexualidad humana: 1)
la sexualidad como una práctica lúdica tanto para hombres como para
mujeres, y 2) la sexualidad como algo pecaminoso cuando se realiza
fuera de matrimonio. Aquí se adopta una postura religiosa, mirando la
sexualidad como un pecado: la lujuria, y como todo pecado lleva con-
sigo un castigo divino.
Se presenta, también, un caso de inversión de la realidad, pues en
los CEM, las mujeres casi siempre son infieles, lo que a su vez ocasiona
el sufrimiento masculino por la mujer idealizada. Es decir, se distor-
siona la realidad enmarcándolo en un complejo simulacro de cambio
de roles de género.
Existe una genitalización de la sexualidad, otorgándole demasiada
importancia al tamaño del pene en el caso de los hombres y al número
de coitos que se pueden tener. Por otra parte, en algunos cómics se
presenta la sexualidad como una práctica lúdica que no tiene conse-
cuencias. Pero lo interesante es que se aplica tanto a hombres como a
mujeres.

140
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143
ASPECTOS PSICOLÓGICOS
DE LAS MASCULINIDADES
EL NARCISISMO: UNA DIFICULTAD PARA
LA TRANSFORMACIÓN MASCULINA

José de Jesús González Núñez

La pareja

La relación de pareja es una asociación de dos personas, fundada en el


sentimiento amoroso, es recíproca y estable (González Núñez, 1989).
Es la unión de dos compañeros, con miras a vivir una vida en común
y duradera que está aprobada por el matrimonio o cualquier otro me-
dio. Es también una unión monógama que implica las obligaciones de
fidelidad, ayuda y asistencia, y su destino es la educación, protección y
cuidado de los hijos que puedan nacer de esta unión.
Asimismo, la relación de pareja es un recurso importante para la
persona adulta, ya que facilita el diario vivir, proporcionando la mo-
tivación necesaria para desarrollar funciones parentales, académicas,
profesionales, de diversión, religiosas, sociales, estéticas, y enriquece
las demás relaciones interpersonales; es un proceso de maduración a
pesar de las dificultades que se presentan al vivir en pareja durante un
largo período. Por lo tanto, una persona que está satisfecha interna
y externamente, es debido a que su rendimiento, su capacidad para
disfrutar de la vida, su capacidad de amar y su equilibrio emocional
no están trastornados (Martínez, 1992). Así la pareja llega a constituir
un grupo original con características vinculares únicas y que funciona
según su propia organización (Torjam, 1989).
Una vez estabilizada, la pareja procura la armonía sexual y un equi-
librio con su entorno, para poder adaptarse dentro de la sociedad a la
que pertenece (Gauquelin, citado en Padilla, 1989). En este proceso
influyen una serie de factores psicológicos, sexuales y psico-sociales,
que enmarcados en un continuo histórico, nos hablan de la vida de

147
dos seres humanos a lo largo del tiempo; son dos seres humanos que
iniciaron un camino en un momento de la vida, ya que en su encuentro
decidieron continuar por la misma ruta hasta el final de sus vidas.
La pareja desde el punto de vista psicoanalítico, se considera como
una relación en la que se repiten relaciones anteriores, significativas
para las personas. Estas personas, en las primeras etapas del desarro-
llo son externas, y mediante el proceso de evolución se internalizan. La
pareja es en este sentido una nueva persona incorporada a la constela-
ción intrapsíquica del sujeto. El mundo interno del sujeto está lleno de
afectos y personas significativas de toda su vida y la primera de todas
es la madre, internalizada en varios aspectos y situaciones emocionales
(González Núñez, 1989). Asimismo, la relación de pareja se presenta
ante los que la conforman como una nueva relación y esperando que
esa unión se logre para satisfacer necesidades internas y necesidades
externas.
El proceso de elección de pareja se lleva a cabo por distintos tipos
de motivaciones desde el punto de vista topográfico, los cuales pueden
ser de tres tipos: 1).- Motivos Conscientes 2).- Motivos Preconscientes
y 3).- Motivos Inconscientes, mismos por los que una persona deci-
de llevar a cabo una relación permanente de pareja o decide casarse.A
continuación se describen los tres tipos de motivos en la elección de
pareja:

1.-Motivos conscientes.- Por amor, por compañía o para satis-


facer alguna expectativa personal previa al matrimonio.

2.- Motivos preconscientes. Se busca satisfacer deseos, fanta-


sías, creencias o planes que muchas veces no comunicamos y
que en el momento de casarse no se reconocen, pero mediante
un esfuerzo de memoria se traen a la conciencia

3.- Motivos inconscientes. Hay deseos y necesidades irracio-


nales contradictorias, que se convierten en los verdaderos ci-
mientos de una relación amorosa.

En nuestra cultura (Padilla, 1993), el concepto legal del matrimo-


nio es un contrato, con la facilidad de permitir la unión de hombre y la
mujer, para la integración de la familia y alcanzar el placer a lo largo de
la vida.Así podemos hablar de dos tipos de matrimonio en la sociedad:

1) El tradicional- Postula que una persona se casa una vez y


vive con su pareja hasta el final de su vida.

2) El contemporáneo.- Que postula que una persona se casa


una vez, con el propósito de que la relación matrimonial dure
148
hasta el final de su vida, con la salvedad de que se acepta el
divorcio como medida de corrección, si es que hubo alguna
equivocación por parte de uno o de los dos miembros de la pa-
reja al momento de elegirla. Podemos decir que en este tipo de
matrimonio es en el que existe mayor flexibilidad emocional.

En la cultura mexicana existe un mito común que se sigue creyendo


y que consiste en que la pareja al casarse ya resolvió el problema de la
intimidad, pero sin embargo, el tener derecho a la intimidad no le da la
capacidad de vivirla. Se observa que la mayor parte de los jóvenes que
se casan, confunden la cercanía física con la verdadera intimidad. Más
aún, confunden el amor maduro con el amor inmaduro.
Se conceptualiza al amor maduro como un estado existencial en el
que la satisfacción o seguridad de la otra persona, llega a ser tan impor-
tante como la propia. Es una verdadera expresión de intimidad, ternura
y relación de colaboración con otro ser humano. El amor reconoce y pre-
serva la integridad individual de cada participante, su autonomía y su in-
dependencia. Favorece una relación de confianza y respeto mutuo. Cada
integrante puede manifestar su potencial máximo, ya que en la relación
de pareja es en donde ambos dan y reciben simultáneamente, similar
al comportamiento sexual maduro. Para que la pareja llegue con pleni-
tud al encuentro conyugal, recorre un largo proceso que se inicia con la
independencia e individuación personales, y que es un proceso que da
inicio en el noviazgo y madura con la unión, donde la pareja va haciendo
a un lado su postura infantil narcisista para adquirir una actitud de cre-
cimiento y desarrollo que le permita aceptar a las personas tal como son,
dentro de un verdadero proceso de dar y recibir.
En el amor, la persona busca su equilibrio como persona, como ser
humano en crecimiento, así como su autorrealización personal. Auna-
do a esto, se da el enamoramiento pero no como un hecho aislado sino
como parte de un largo proceso por el que la naturaleza prepara a la
persona para que pueda comunicarse con sus semejantes y en parti-
cipar para la relación del amor conyugal. Unos de los aspectos más
importantes a considerar en la relación de pareja son las crisis por las
que se atraviesa. Las crisis se derivan de un conjunto de circunstancias
normales, en las cuales se presenta un alto grado de insatisfacción pero
la pareja que logra manejar y dar una adecuada solución a las crisis que
se les presentan, es porque lo que predomina en dichas parejas es el
amor y el gozo de estar juntos.
Así, el matrimonio requiere de una continua renegociación yoica,
de aspectos personales e interpersonales que cada uno de los miem-
bros de la pareja y de la familia tiene definidos para sí mismos en for-
ma diferente. Para que una pareja viva en armonía, depende de varios
factores, muchos de los cuales se conocen desde el noviazgo y existen
otros que se pueden conocer y que sólo se arreglan después de la boda.
149
Etapas del noviazgo

González Núñez y Nahoul Serio (2006) elaboraron el siguiente esque-


ma que describe las etapas del noviazgo.

Primera etapa: La búsqueda. El adulto tiene la necesidad de


formar una pareja, ya que se ha ido independizando de los la-
zos familiares y ahora desea tener novio o novia.

Segunda etapa: La elección. Se elige pareja en base a la rela-


ción consigo mismo o bien por la capacidad real o imaginaria
de satisfacer las necesidades. Elección narcisista.

Tercera etapa: El encuentro. Se lleva a cabo dentro su ambien-


te sociocultural e involucra una resonancia interna con el pro-
totipo de pareja deseado y la disponibilidad emocional en la
que se encuentre.

Cuarta etapa: El enamoramiento. Implica encontrar a una


persona que es vista como un ser especial maravilloso y que
tiene todas las cualidades que siempre se ha soñado. La idea-
lización: El otro y la vida amorosa es vista (o) como alguien
digno de ser amado y se excluyen todos los elementos agresi-
vos de él (ella).

Quinta etapa: El acomodo. La persona puede conocer sus pro-


pios rasgos de personalidad y el otro conocer los suyos permi-
tiendo una mejor aceptación de la relación.

Sexta etapa: Gratificación continua de necesidades.Los novios


deben conformarse y aceptar lo que cada uno aporta positiva o
negativamente a la relación y las necesidades que puede satis-
facer a corto o largo plazo.

Séptima etapa: La consolidación del noviazgo. Se forma en la


pareja un alianza afectiva que le ayuda resistir las dificultades
que se le vayan presentando (Padilla, 1993).

Octava etapa: La comunicación en la pareja de novios. Los


novios logran establecer un nivel de comunicación en el que
hay congruencia entre lo que se dice y lo que el otro escucha y
a su vez responde.

Cuando hay algún desfase en los niveles anteriores la pareja puede


decidir romper. El matrimonio comienza por la unión de un hombre
150
y una mujer que se casan y congenian bien, ya que ésta unión exige
de ambos una serie de adaptaciones para que puedan vivir y trabajar
unidos y cuando una pareja es compatible desde el principio de su re-
lación, los ajustes se harán con facilidad ante las crisis por las que atra-
viesen en la convivencia cotidiana.A continuación se describen algunos
factores de compatibilidad, para que una pareja se sienta satisfecha.

1. Madurez
2. Intereses y actitudes semejantes en cuanto a:

a) Creencias religiosas.
b) Antecedentes educativos y culturales.
c) Ritmo de vida semejante.
d) Actitudes semejantes hacia lo sexual.
e) Relaciones con los padres de cada uno.
f) Actitudes semejantes hacia el dinero.

1. Madurez

Cabe señalar que el factor más importante en el individuo, es la ma-


durez y se adquiere por la combinación de diversos factores, como la
edad cronológica, edad física, edad mental, lo social y lo emocional.
Hace 30 años se pensaba que la mejor edad para casarse, fluctuaba al-
rededor de los veinticinco años en el hombre y los veintidós años en la
mujer. Cuando el hombre terminaba su carrera se aseguraba de tener
un empleo; mientras que la mujer por su parte, terminaba una carrera
mientras se casaba Actualmente el hombre se casa alrededor de los 30
años, asegurando un buen empleo, con un decoroso salario, debido a
los cambios de la mujer actual.
Mientras tanto, las mujeres se casan alrededor de los 27 años, des-
pués de terminar una carrera, pues desean trabajar y desarrollarse
laboralmente. A estas edades, el individuo ha alcanzado un nivel de
desarrollo que le permite conocer sus intereses y actitudes y a la vez tie-
ne elasticidad suficiente para los necesarios ajustes de la vida marital.
También se debe mencionar que existen muchos casos de matrimonios
felices entre individuos más jóvenes o más viejos. Por lo que observa-
mos, hay un porcentaje muy alto de mujeres inteligentes que se quedan
solteras. Se ha visto que si la mujer es mucho más inteligente que el
hombre, aunque ambos puedan tener éxito, no deja de existir el riesgo
considerable de ruptura en la pareja.
Las funciones parentales son otro aspecto a considerar, como son:
madurez social, que va íntimamente relacionada con lo emocional. Una
persona que tiene una madurez social, es aquella que se sabe relacionar
con sus semejantes y que puede adaptarse a su pareja y posteriormente
151
a sus hijos, El individuo también aprende a saber lo que la sociedad
espera de él, encontrándose listo para responsabilizarse de su pareja, y
socialmente es capaz de ofrecer confianza.
Podemos pensar que la madurez emocional es el factor más impor-
tante en una persona, es decir, que una persona puede llegar a cumplir
27 ó 29 años de edad tanto física como mental y poseer sin embargo,
un control tan escaso sobre sus emociones que su vida de casado le
resulte llena de insatisfacciones y conflictos. Señalamos a la vez que
una persona madura en lo emocional, es aquella que tiene un mayor y
mejor razonamiento objetivo respecto de sí misma, de su pareja y de
los problemas que se le presenten en la vida cotidiana.

2. Intereses y actitudes semejantes

a.- Creencias religiosas


Los valores religiosos contribuyen al desarrollo armónico del grupo
familiar y de cada uno de los miembros, además generan justicia y
amor. Otros de los valores son la honradez y la sinceridad, mismas que
aumentan la seguridad y la confianza en la persona. Si cada miembro
de la pareja acepta las doctrinas de su religión y las vive seriamente y
comparte con su cónyuge el mismo credo, el matrimonio tendrá ma-
yores posibilidades de realizarse y ellos, por lo tanto, se sentirán más
satisfechos. Es bueno que la pareja medite la situación antes de tomar
la decisión definitiva porque en una relación en donde cada integrante
tenga creencias diferentes, siempre habrá algún desacuerdo.

b.- Antecedentes educativos y culturales


La armonía marital requiere semejanzas en muchos pequeños detalles,
pero que son muy significativos en la convivencia cotidiana de una pa-
reja, por ejemplo, las costumbres personales, es decir, la forma como
fueron educados los miembros de la pareja y el medio social donde se
les enseñó el cuidado de su cuerpo, sus modales en la mesa y otros con-
vencionalismos sociales. Resulta lógico pensar que una persona edu-
cada tendrá pleitos constantes con un hombre que coma con la boca
abierta, que no se rasure, etcétera. A este hombre a su vez, lo sacará
de quicio el que se dé tal importancia a esas cosas, sintiéndose por lo
tanto, agredido.
La diferencia notoria en estos fundamentos educativos, es causa
frecuente de opiniones también diferentes. La semejanza en el nivel
mental, se considera más importante que el disentir sobre la educa-
ción. El grado de educación suele asociarse con el nivel socioeconómi-
co del individuo. Por consiguiente la armonía en la pareja también se
favorece cuando ambos cónyuges tienen más o menos el mismo grado
152
de estudios, evitándose una relación de inferioridad o de superioridad
cuando uno de los dos estudió mucho más que el otro. Los fundamen-
tos educativos comunes, especialmente, si concurre una capacidad in-
telectual semejante, contribuyen a la satisfacción marital. Es posible
que una relación de pareja pueda funcionar con diferencias educativas,
pero mientras más tengan en común los cónyuges, mayores son las
probabilidades de gozo en su matrimonio

c. - Ritmo de vida
La semejanza en el ritmo de la vida es un factor significativo para la
armonía conyugal. El tiempo que cada cónyuge le dedica a sus tareas
diarias, es determinado por factores tanto fisiológicos como psicológi-
cos. Es deseable que los ritmos sean bastante similares, sin la intención
de sugerir una dicotomía con respecto al ritmo de vida: no seria razo-
nable, que una tortuga conviviese con una liebre durante 5 ó 6 horas y
mucho menos 30 o 40 años o más. Entre menos diferencias de tiempo,
mayor enriquecimiento en las diferentes fases de la vida en común, en
sus relaciones sociales, en la conversación de sobremesa, en las tareas
en familia y en un alto grado en las relaciones sexuales.

d. - Actitudes semejantes hacia lo sexual


Las relaciones sexuales son esenciales para gozar con la pareja y para
sentirse seguros. Los tres factores más importantes de unas relaciones
sexuales satisfactorias son:

1. Conocimiento,
2. Ausencia de inhibiciones, y
3. Semejanza en la intensidad de la pulsión sexual.

e. - Relaciones con los padres de cada uno


Una indicación excelente de madurez social y emocional, se revela en el
grado de emancipación del joven con respecto de sus padres. El autén-
tico adulto ha desplazado sus más hondos afectos de los padres hacia
su pareja. Ya no depende emocionalmente de sus padres. Como perso-
na madura mira a sus padres como amigos.
Si las relaciones familiares han sido satisfactorias, es probable que
repitan algo parecido con los familiares de su pareja. Si se sintieron
contentos y fueron felices con su propia familia, también lo serán con
la familia de su pareja. Es recomendable que cada uno de los cónyuges
tenga atenciones con la familia del otro.
La armonía y goce conyugal pueden articularse tanto alrededor de
afinidades como de necesidades de complementariedad, se pide al otro
153
que nos aporte lo que nos falta, nuestro complemento y se le pide tam-
bién que sea una parte de nosotros mismos, que sea nuestra extensión
narcisista de lo que hemos sido, de lo que somos o de lo que quisiéra-
mos ser. En 1914, Freud describe la elección del objeto narcisista, basa-
do en la relación del sujeto en sí mismo, en el cuál describe que se ama
a lo que es uno mismo, a lo que uno mismo fue, a lo que uno querría
ser y a la persona que fue una parte del sí mismo propio, de la propia
persona. A lo que agrega la cualidad que se querría tener y según el tipo
elegido, a la mujer nutritiva y al hombre protector.

f. – Actitudes semejantes hacia el dinero


El dinero es un componente real y con él se satisfacen muchas nece-
sidades pero también es simbólico, si no hay un acuerdo en la distri-
bución del dinero, habrá desacuerdos en todas las demás áreas de la
vida. Según la cultura de los cónyuges, ellos estarán de acuerdo en la
forma de aportar dinero a la casa y en la forma de administrarlo. Sí es
el hombre el encargado de aportar el dinero y si existe falla, tiene efecto
el dicho que dice: “cuando el dinero no entra por la puerta el amor sale
por la ventana” y se podría agregar que no sólo el amor sino también el
sexo están interactuando para el mejoramiento de la pareja o para su
degradación.
Por otro lado, en nuestra civilización la familia mexicana descan-
sa sobre el matrimonio monógamo (Padilla, 1989). Si la familia ha de
proporcionar al niño la clase de medio que necesita para su mejor de-
sarrollo debe comenzar por la unión de un hombre y una mujer que se
casen y congenien bien. Ahora, cuando una pareja permanece junta,
durante varios años y ambos han cubierto sus necesidades prioritarias,
uno apoyándose en el otro, uno complementando al otro, podríamos
decir que ambos han cumplido sus metas, que ambos han cubierto sus
expectativas.
Por lo tanto, no existe problema entre ellos y su vida amorosa, con-
tinúa llena de satisfacción y de éxito. Pero, qué pasa cuando los dos no
han podido subir a la cima juntos, cuando no han podido ir de la mano
al cumplimiento de metas o que él se ha desarrollado en algún aspecto
más que ella, no porque ella no pueda estar a su lado y ascender sino
que él ha encontrado una forma más rápida de hacerlo. El tener más
éxito ya sea económico, académico, laboral o de prestigio tiene que co-
rresponder con la historia de vida y con la personalidad.
Por ejemplo, si hay antecedentes narcisistas que no afloraban to-
davía sino hasta que llegó el éxito, se despierta la personalidad narci-
sista, florece esplendorosamente, inflando su autoestima y sobrevalo-
rándolo, porque si bien su éxito es externo, su vida interna es la de una
persona como la que era antes pero ahora trasformada por el éxito. Lo
lógico sería que así como habían ido de la mano hasta entonces él la
154
jalara a su nivel para continuar así la vida pero lo que sucede es que
ese inflamiento del Yo, conduce a una devaluación del otro, es decir
la pareja y eso genera muchos problemas y sufrimientos para ambos y
puede producir un rompimiento, ya sea abrupto o suave, pero rompi-
miento.
Él narcisista, con una hipervaloración de sí mismo, reforzado por
el éxito externo; ella devaluada por él, hipovalorada. Él centrado en sí
mismo y con un descuido de parte de ella, él aparentemente ofendido;
ella angustiada, enojada y rencorosa y que en un esfuerzo de valoración
y de conservación de la pareja ella se torna resentida, permanentemen-
te oposicionista e irónica, lo cual recrudece la situación y no permite la
reconciliación amorosa tan deseada en el inconsciente y muchas veces
en el preconsciente y consciente de ellos.
El término narcisismo fue tomado de la mitología griega del bien
conocido mito de Narciso, ese joven bello, hermoso por fuera pero feo
por dentro, porque teniéndolo todo nada quiso dar y menos a las nin-
fas del Olimpo. Cuando la ninfa Eco lo quiso conquistar, él no la pudo
amar. Este hecho fue tomado por ella como un desprecio, como un re-
chazo, que la ofendió y pidió que fuera castigado y así fue. El castigo
que se le aplicó fue que se enamorara de sí mismo y fue tanto su amor
por sí mismo que hasta se le olvidó tomar agua al verse tan hermoso;
reflejado en el riachuelo, murió de sed. Los Dioses generosos para pre-
miar su gran amor a sí mismo hicieron que en ese lugar apareciera la
flor del narciso, para honrar su amor a sí mismo por siempre.
Dios, ¿Cuál?, en el que cada uno crea, o la naturaleza, si ésa es su
creencia, puso en el corazón del hombre en primer lugar el amor a sí
mismo, ya que este amor representa el instinto de conservación y sin él
no podría vivir, ni desarrollar las numerosas potencialidades y dones
que hay en él al nacer. Este amor a sí mismo, que le da sentido a la
vida, es plenitud, es autorrealización, también es plenitud exuberante,
que por su abundancia engendra el amor a los otros. Así nos lo enseña
la Biblia en su nuevo testamento, que haciendo de la necesidad una
virtud, nos dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” y cuando se
comprende el significado profundo de este mandamiento, se ve que no
sólo es una prescripción religiosa, que conduce a la salud mental y a
la autorrealización, que produce transformaciones personales y en los
demás.
Por ser plenitud de vida, este amor a sí mismo, tiene como conse-
cuencia la expansión de la energía amorosa, la realización de la propia
persona, la confianza en sí mismo y el gozo de la perfección consegui-
da. Emana de las profundidades más íntimas de su ser y precisamente,
porque emana de las fuentes mismas de la vida, puede irradiar a su
alrededor y establecer relaciones de intercambio con los seres que nos
rodean. Y así ese narcisismo secundario, que no primario, se trasfor-
ma en Ideal del Yo. Aquello que es aprendido e internalizado por las
155
consignas familiares, sociales y culturales, ya no está afuera, ya se in-
ternalizó y es propio y con el Ideal del Yo se actúa en consecuencia.El
comportamiento de los narcisistas se caracteriza así:

1. Son egocéntricos, hay un tipo de narcisistas que concentran


su vida afectiva en sí mismos y hay otros que muestran poco
interés sentimental en los otros. Por lo tanto, ambos tienen
dificultades en sus relaciones interpersonales: son distantes,
socialmente tímidos aunque aparentan otra cosa, se callan o,
si hablan, sólo hablan de sí mismos. A los primeros les gusta
la soledad y no quieren depender de nadie, les parece agresiva
toda aquella persona que intente ayudarles en alguna forma.
Los segundos constantemente buscan restablecer sus relacio-
nes rotas con anterioridad. Con frecuencia se quejan de que no
se les quiere. Algunas veces se adhieren a un sustituto materno
del que dependen en forma pasiva con el único fin de recibir
gratificaciones de él.

2. Quieren ser amados sin dar nada a cambio. Quieren ser ama-
dos incondicionalmente, sin establecer ningún intercambio
afectivo. Son exigentes y demandantes, y el otro debe estar a
su disposición sin protesta alguna y sin exigencia alguna.

3. Quieren que se les admire y se les alabe e interpretan la menor


crítica como señal de que no se les quiere.

4. En las relaciones de los narcisistas con sus parejas amorosas,


familiares, laborales y amistosas, son relaciones difíciles por-
que es evidente que una persona real, nunca puede representar
a la persona ideal que él busca, ya que esa persona real tiene
sus gustos personales, su propia manera de ver las cosas, que
hay que aceptar, si se quiere tener con ella relaciones auténti-
cas de sujeto a sujeto, de persona a persona. Pero el narcisista
no piensa más que en sí mismo y quiere que su pareja narci-
sista, cual fuere, se comporte exactamente según sus deseos.
Igualmente es necesario que esa pareja esté entregada total-
mente a él y a nadie más que a él; si mantiene por ejemplo
relaciones afectivas con otros, el narcisista no lo soporta y le
hace escenas de celos.

5. Los narcisistas hacen uso de la proyección, mucho más que las


gentes normales o más o menos neuróticas. Por esto proyectan
sobre los otros sus propios deseos, sus propias opiniones, lle-
gan a ver en ellos, no a personas auténticas en su plena reali-
dad, sino simples reflejos, como Narciso en el riachuelo, de su
156
propia personalidad. Así las elecciones de pareja narcisistas no
es al otro a quien aman, sino a sí mismos a través del otro. En
ese sentido ya sea normal o patológicamente la pareja es una
extensión narcisista ya que el otro es él mismo.

6. Son muy susceptibles. No aceptan las críticas y exageran las


culpas en las que los demás puedan incurrir con respecto a
ellos. Son hipersensibles a la frustración por mínima que sea.

7. Son agresivos y como proyectan su agresión, se vuelven para-


noicos acusando a los demás de ser agresivos con ellos.

8. Dado el aislamiento afectivo en el que se encuentran, algunos


son depresivos, colabora con el aislamiento afectivo la hiper-
sensibilidad y también su gran debilidad ante la crítica. Así es
que por cualquier cosa se deprimen.

9. Como defensa frecuentemente recurren a la huida de las rela-


ciones afectuosas. La huida es un comportamiento que tienen
muy a la mano ante la mínima frustración, ante la mínima crí-
tica o ante la mínima insatisfacción pulsional.

Ahora veamos que es el éxito en la pareja y en especial en el hom-


bre. El éxito es obtener un buen resultado en cualquiera de las metas
que el individuo y luego la pareja se plantearon. Para la persona como
tal, el éxito puede ser el hecho de casarse, de tener un coche, obtener
un empleo, tener un título; para la pareja, éxito puede ser tener un hijo,
lograr comprar un departamento o casa, hacer un viaje, tener una rela-
ción cordial durante mucho tiempo, tener suficiente dinero para poder
pagar los gastos necesarios del mes y ahorrar.
Existen éxitos, productos de logros internos como: tener más con-
trol sobre sí mimo, estar tranquilo, poderse llevar bien con papá o con
mamá como meta personal. A diferencia de los éxitos producto del
logro de metas externas como los que ya se mencionaron antes. Sin
embargo hay éxitos que más bien son falsos éxitos, como equiparar el
éxito en la vida con el tener dinero: la meta es acumular riquezas como
señal de éxito.
Aunque la riqueza si aumenta la autoestima no siempre es una
señal de logro interno, es simplemente el cumplimiento de un logro
externo que puede crear falsos sentimientos del Ser. El valor en estas
personas consiste en que tiene más valor tener que ser y más pronto
que tarde descubren el vacío que existe en sus afectos, en sus mentes
y en sus corazones. Quien ama la riqueza nunca tiene suficiente. No
existe la satisfacción de ser rico siempre se ambicionará más.
Otra idea del éxito es pensar que se es exitoso cuando la persona
se siente feliz. Aunque tratar de sentirse feliz es más difícil que tratar
157
de hacerse rico. Porque la felicidad es muy subjetiva, el éxito que hace
feliz a unos hace infelices a otros. El triunfo de un partido político hace
felices a muchos pero a otros los hace infelices, igual que en el deporte
el triunfo de un equipo hace felices a muchos y a otros los hace infe-
lices. Podríamos argumentar que todos son felices cuando su equipo
gana.
La obtención del poder es para muchos el éxito absoluto. Para el
político de vocación el poder es su valor absoluto, siempre y cuando
no conlleve la idea de: riqueza, sexo, dominio, control sino el poder
puesto a beneficio de otros. Una de las ideas más seguras del éxito es:
tiene éxito la persona que está en constante crecimiento individual, por
lo tanto como pareja también tiene éxito. Todos somos, lo fuimos y
seremos por lo que estamos siendo ahora, todos sino lo hemos hecho
todavía podemos en lo individual o como pareja empezar a crecer hoy.
Entonces, si un logro individual y de pareja es el casarse, si casarse
es un éxito, ¿Por qué muy pronto la vida de pareja se vuelve un fracaso?
¿Ya no tienen los miembros de la pareja el mismo concepto de lo que es
el éxito? No es que haya perdido valor el matrimonio o la pareja, sino
que la pareja se ha desfasado. Él dedicado al trabajo, él está teniendo
éxito o lo está buscando en forma obsesiva y con ello ha descuidado la
vida amorosa y sentimental. Ésta es la degradación del amor.
Ese amor con el que se comprometieron en el noviazgo y al inicio
de la formalización como pareja. Ese amor no se hereda, ese amor nos
toca construirlo, ese amor se atrae, se invita a nuestras vidas, se dise-
ña, se modela, pero cada miembro de la pareja es responsable de crear-
lo y de realimentarlo permanentemente. El amar es día a día, momento
a momento, no es algo teórico, es vivencial. Se experimenta practicán-
dolo, actuándolo y perfeccionándolo. Pues el hombre exitoso en lo
económico, al ascender laboralmente o en ascender en la obtención
del poder y ya con una predisposición narcisística ésta se refuerza y se
fortalece. Debido a las actitudes narcisistas se tiene como consecuencia
una degradación del amor de la pareja, de tal forma que se olvidan los
vínculos emotivos o de plano se inhiben.
Pero es real que la mujer dejó de desarrollarse, de evolucionar con
su pareja. Se sabe que todas las parejas evolucionan positivamente, se
estancan o evolucionan negativamente. Cuando se estancan puede no
pasar nada, así permanecen estancadas pero estables, las que evolucio-
nan negativamente ya sea como pareja o como individuo uno o el otro,
tienden a separarse o divorciarse y cuando la pareja evoluciona como
pareja positivamente, la pareja progresa, si hay hijos que generalmente
los hay, también se desarrollan y tienen muchos éxitos.
En realidad aquí nos estamos refiriendo a esas parejas en las cua-
les él se desarrolla en el tener y no en el ser y ella evoluciona, gracias a
la crianza de los hijos y su educación y a sus múltiples roles femeninos
como lo son ser esposa, ser amante, ser madre, ser administradora de
158
la casa, ser pedagoga de sus hijos, ser psicóloga de sus hijos y más, esa
multiplicidad de roles por necesidad y por práctica de ellos la obligan
espontáneamente a evolucionar y ahora más que las mujeres están al
pendiente de cursos, pláticas de superación personal y a las cuales asis-
ten. El hombre se capacita en forma unívoca para su trabajo, y con esa
sensación egoísta, devalúa y degrada el amor de la pareja.
Ella, resentida por ser devaluada, actúa de aquí en adelante en for-
ma de un resentimiento crónico, con un enojo permanente que la obliga
también a no estar de acuerdo con su pareja y siempre estar en su contra
y mediante la ironía estar en una constante denuncia del descuido de él,
queriendo hacerle entender que su éxito y su dinero no es lo más impor-
tante, que le gustaría tener menos dinero pero más tiempo y amor no
degradado por parte de él.
Ella desea que cambie, pero la actuación de él hace que se desilusio-
ne y pierda la esperanza de que esto suceda y su propia desconfianza y
falta de fe en el cambio de su pareja condiciona que menos cambie. Las
mujeres se casan o hacen pareja esperando que el hombre cambie, el
hombre hace pareja o se casa, esperando que la mujer no cambie pero lo
que realmente sucede es que la mujer sí cambia si no existe alguna psico-
patología en ella que se desencadene durante el tiempo de convivencia.
Ella cambia para bien. Sin embargo, el hombre aunque sea exitoso
en el exterior, que gane el dinero que se imaginó ganar, que tenga el
puesto que se imaginó tener, que posea el poder que quería como se dijo,
lo vuelve más egocéntrico; alguien que desea recibir y no reciprocitar
nada, que se fijen nada más en él, lo cual reafirma sus características nar-
cisistas: que él caminó, que él escaló, que aparentemente se superó, pero
no alcanza a darse cuenta que sacrificó su amor y no sólo lo sacrificó sino
que lo degradó; y así ofendió a sus seres queridos, en especial a su pare-
ja, provocando en esta forma su resentimiento y enojo permanentes. Y
como el Narciso del mito, será condenado a morir solo y vacío, sin amor.
El amor lo tuvo, era de él y con su narcisismo lo destruyó.

Presentación de un caso

Jordi es un hombre de 1.75 metros de estatura, bien vestido, sus tra-


jes se los hace un sastre; de caminar seguro, de hablar asertivo, con
un ligero gesto permanente de preocupación, se peina hacia atrás y su
apariencia general es la de un hombre guapo. Procede de una familia
integrada, sus dos padres aún viven. Su papá es Licenciado en Derecho
y su mamá es ama de casa. El padre es un hombre serio, exitoso, quien
les pudo dar a él y a su hermana una educación privada y satisfacer
ampliamente sus necesidades y gustos económicos: vestidos, aparatos
eléctricos y viajes. Es de comportamiento pedante y un tanto clasista.
Su madre, mujer abnegada, quien a pesar de la actitud autoritaria
de su esposo, es sensible, nunca ha sido sometida, es alegre, tiene sus
159
valores bien puestos y los ejerce sin mucha preocupación; ella los res-
peta, aun cuando es un tanto criticona en cuanto a gustos estéticos.
Su hermana es dietista de profesión, mujer amable, afectuosa, ce-
losa y acaparadora, sobre todo de la mamá. Jordi es casado. Su esposa
dos años menor que él, es una mujer bien educada. Procede también
de familia integrada, con costumbres menos clasistas y con menos po-
sibilidades económicas. Su carácter es sencillo aunque es demasiado
celosa y muy dependiente. Ejerce su profesión en un hospital, pero
cualquier cosa la preocupa y se vuelve demandante con Jordi, lo cual
lo irrita y, sabiendo que es una mujer inteligente, a él le parece tonta,
pues sabe que sus preocupaciones no son intelectuales sino emocio-
nales; así es que diario se levanta haciéndole un reproche a su esposo,
referido a esas preocupaciones cotidianas emocionales y se acuesta ha-
ciéndole otro reproche.
Tienen 3 hijos, un varón de 13 años, una mujercita de 10 y un hom-
bre de 7. Todos buenos hijos, no les dan problemas en calificaciones
pero sí muestran una sutil insistencia en que el papá esté más tiempo
con ellos. Jordi, herido emocionalmente porque su jefe lo criticó por
tratar con cierto despotismo a una secretaria, se fue a un bar con un
amigo y por así decirlo, se quejó con su jefe; luego, esa queja se des-
plazó a la esposa y a los hijos, pues a pesar de que les ha dado todo
no los tiene satisfechos y lo hacen sentir un mal esposo, ella, y un mal
padre, ellos. Ante esta situación, el amigo le recomendó que iniciara
un tratamiento psicológico para que se aclarara y pusiera en orden sus
pensamientos y sus sentimientos.
Como un mes después de esa plática con su amigo, su matrimonio
entró en crisis, porque su esposa prácticamente le planteó el divorcio,
argumentando que si no tenía tiempo para ella y sus hijos, lo mejor
era que se separaran, así él podría dedicar todo su tiempo al trabajo
y a quién sabe quién más, insinuando que ella suponía que tenía otra
mujer. Por eso decidió hacerle caso a su amigo e iniciar un tratamiento.
Llegó preocupado, confuso, adolorido. Sabía en el preconsciente
que su esposa tenía razón. Cuando se casaron eran una buena pareja
los dos estaban contentos porque según ella habían escogido bien: los
dos de buena familia, habían estudiado más o menos en las mismas
escuelas, los dos eran católicos, les gustaba ir a misa los domingos, lo
disfrutaban y cuando nacieron sus hijos, a sus hijos también les gusta-
ba ir. A los dos les divertía el cine y el teatro. Con los amigos de ambos
había reuniones sociales al igual que con sus propias familias, celebra-
ban santos, cumpleaños y también los no cumpleaños, sexualmente se
entendían, podían decirse perfectamente el uno al otro que deseaban
hacer el amor, generalmente el uno accedía a la petición del otro. El
trato sexual de ella era delicado y era más brusco por parte de él hasta
que él aprendió a complacerla en el estilo que a ella le gustaba y con ese
estilo hasta él disfrutaba más las relaciones sexuales. Les salía mejor
160
cuando los dos después de una reunión social se habían tomado dos o
tres copas y habían bailado. A los dos les gustaba el baile. Se comple-
mentaban muy bien en la solución de problemas cotidianos, demos-
trando así su mismo nivel de inteligencia.
Él, economista de profesión, había empezado a trabajar como em-
pleado en una institución bancaria de desarrollo y fue subiendo de ni-
veles hasta ocupar un puesto de segundo nivel. Su éxito en el trabajo
siempre fue en aumento y hace cinco años, sin dejar la banca de desa-
rrollo, puso un despacho de asesoría donde les va muy bien. Realiza
proyectos económicos por los que le pagan muy bien. Su preocupación
son los impuestos, con los que prefiere estar al día, para evitar tener
dificultades en cualquier momento. Por eso, para sostener su puesto en
esa institución financiera y para sostener su despacho, tiene que traba-
jar mucho, pues eso lo hace sentir muy exitoso y así le da a su familia
todo lo que desean.
Él y su pareja se eligieron en forma inconsciente, porque ella era
parecida en algunos aspectos a su hermana y en otros a su mamá y
como él había sido muy bien atendido por ellas en su infancia y adoles-
cencia, su esposa también le dio muy buen trato. Con esos anteceden-
tes él había desarrollado características egocéntricas, pues siempre era
privilegiado por los padres y por su hermana.
En el aspecto pre-consciente, también había sido buena elección:
le gustaba que lo atendieran, que lo mimaran, que siempre le dieran
la razón; y en el aspecto consciente sabía que ella no sería una carga
económica, si él llegara a faltar, ella sabría cómo salir adelante con sus
hijos. Tenían el mismo criterio en cuanto a la educación de los hijos,
querían hacer niños exitosos y adultos felices, como ellos lo habían
sido hasta ese entonces.
Tenían los mismos criterios para divertirse: el cine, el teatro, via-
jar, convivir, leer, poco, pero leer. Entre otras cosas leían a Jaime Sa-
bines en su poesía. Ella estaba enamorada de él y se acuerda que le leía
la siguiente poesía:

Digo que no puede decirse el amor

El amor se come como un pan,


Se muerde como un labio, se bebe
como un manantial.
El amor se llora como a un muerto,
Se goza como un disfraz.
El amor duele como un callo,
aturde como un panal,
y es sabroso como la uva de cera
y como la vida es mortal.
El amor no se dice con nada,
161
Ni con palabras ni con callar.
Trata de decirlo el aire
y lo está ensayando el mar.
Pero el amante lo tiene prendido,
untado en la sangre lunar,
y el amor es igual que una brasa
y una espiga de sal.
La mano de un manco lo puede tocar,
La lengua de un mudo, los ojos de un
ciego,
decir y mirar.
El amor no tiene remedio
y sólo quiere jugar.
(Sabines, 1991, p. 315)

Después de que ella le leyó esta poesía, él soñó: “Me veo volando
en forma vertical; es decir que me elevo y luego me desplazo hacia ade-
lante”. Además de ser un sueño típico, el sueño nos dice que él siente
que es un hombre que ha logrado sus propósitos, que es un triunfador,
como diciéndose que si trata de ser recto en su actuación personal y
en los negocios, no llegará el fracaso. Como sueño típico, él se sentía
prisionero de su éxito y de su familia volaba para ser libre.
Todo marchaba muy bien hasta hace 9 años, un poco antes de que
ella se embarazara de su tercer hijo. Se acuerda porque coincidió con
un gran aumento en su economía, lo ascendieron de puesto y a la vez en
su despacho obtuvo un contrato muy, pero muy bien pagado. Él sintió
el placer inmenso de tener mucho dinero, lo cual reforzó su narcisismo,
y empezó a faltar a comer, a llegar tarde porque se quedaba a trabajar.
Como contrastando la poesía de Sabines, y ahora como si él con-
testara, poco a poco desde hace 9 años, el dinero pasó a ser éxito, que
aunque señalamos que es un falso éxito, en estos casos, sí lo es. Cómo
no considerar un éxito el ganar dinero, pero es un falso éxito en la me-
dida que le está costando su matrimonio y la relación con los hijos,
relaciones que le dan sentido a su vida, Para qué le sirve el dinero si
pierde la esencia de su desarrollo de pareja y de familia. En la poesía de
Sabines (1991, p. 339) se dice:

Cantemos al dinero

Con el espíritu de la navidad cristiana.


No hay nada más limpio que el dinero,
ni más generoso, ni más fuerte.
El dinero abre todas las puertas;
es la llave de la vida jocunda,
162
la vara del milagro,
el instrumento de la resurrección.
Te da lo necesario y lo innecesario,
el pan y la alegría.
Si tu mujer está enferma puedes curarla,
si es una bestia puedes pagar para que la maten.
El dinero te lava las manos
de la injusticia y el crimen, te aparta del trabajo,
te absuelve de vivir.
Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa,
el dinero es la libertad.
Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas,
si quieres una isla cómprala.
(Es el verbo más limpio de la lengua: comprar.)
Yo tengo dinero quiere decir me tengo.
Soy mío y soy tuyo
en este maravilloso mundo sin resistencias.
dar dinero es dar amor.

Como leímos, esta poesía es digna de ser dicha por los amorosos,
hombres narcisistas, que ya sabemos son egocéntricos, no dan nada y
sí quieren recibir todo, se deprimen, su pareja no es su pareja, la aman
como si se amaran a sí mismos, así fue como Jordi se instaló en ese
contexto del éxito.
Jordi necesitó cambiar mucho ese concepto, para poder conservar
el amor de su esposa e hijos. ¿Ganó dinero? No, ganó más afecto de
quienes quería tenerlo. Necesitó amar con el corazón y no con el dine-
ro; necesitó dar afecto con el alma y no con el dinero; necesitó dar afec-
to con el alma y no con su sueldo. Y haciendo uso de una gran trans-
formación personal, evitando con voluntad la infidelidad convenció a
su esposa de lo que era, no andaba con ninguna otra. La devaluación
que había hecho de ella era en lo sexual, sentía que no progresaba a su
ritmo y por lo tanto, tenía que reconocerlo, quedaba degradada para él.
Ella, entonces, utilizó el coraje y el resentimiento como respuesta.
Más tarde, también ingresó a un tratamiento psicoanalítico, y ambos
volvieron, porque así lo decidieron, a caminar de la mano para conti-
nuar siendo una pareja triunfadora. Como se ve, cualquier psicoana-
lista es exitoso cuando se logran vencer las resistencias al cambio y las
personas que se psicoanalizan también están dispuestas a la transfor-
mación. El amor degradado, se restauró, no al cien por ciento, porque
ella se quedó con el temor de que él podría volver a repetir la historia.
El éxito en el dinero, cuando es un verdadero éxito, no deja de ser
un falso éxito, porque con él se sacrifica el tiempo, el afecto y la aten-
ción a la pareja y a la familia. El éxito económico desenmascara rasgos
163
narcisistas o los crea. Los rasgos narcisistas y el éxito económico degra-
dan la relación amorosa y la vida sexual, aumentando la omnipotencia
de él y devaluando la disposición sexual de ella, estableciéndose así un
círculo vicioso en el que, al sentirse ella devaluada, se torna resentida,
rencorosa y enojada, provocando esto rasgos paranoides que confor-
man un estilo irónico y oposicionista por parte de ella y un estilo des-
preciativo y devaluatorio de parte de él.
Los hombres narcisistas con éxito económico tienen posibilidades
de cambio si saben reconocer que es más importante Ser que Tener;
que es más importante la vida afectiva, sexual y familiar, que el dinero.

164
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165
LA FIGURA PATERNA EN LA
CONSTRUCCIÓN DE
LA IDENTIDAD DE GÉNERO

Elia María Escoffié Aguilar

Resumen

En este trabajo se enfatiza la importancia que tiene la figura del padre


en el desarrollo del niño(a) y particularmente en la formación y de-
sarrollo de la identidad de género. Se revisan algunos de los concep-
tos teóricos más importantes que van desde el punto de vista clásico
como el de Freud, hasta concepciones actuales del desarrollo infantil.
Uno de los puntos más relevantes es que aprendemos a ser hombre o
mujer, entre otras variables, por el establecimiento de semejanzas y
diferencias que nuestras figuras parentales nos proporcionan, y es en
este sentido, que la figura del padre cobra gran importancia. En este
contexto se revisan las funciones de la figura paterna en el desarrollo
infantil y se destaca la forma en que se establece. Finalmente, se hace
una comparación de los aspectos revisados en familias completas y fa-
milias monoparentales.

Introducción

Investigaciones basadas en la teoría del afecto, han demostrado que


la calidad del afecto materno y paterno, son importantes predictores
de la autoestima en los hijos adolescentes y en otras se ha observado
que el afecto paterno juega un papel primordial en el desarrollo de la
autoestima, sobre todo en el caso de los adolescentes varones (Beren-
zon, Gonzalez-Fortaleza, 1997). Según estos autores ser afectuoso y ser
167
percibido como tal no es fácil, es parte de un proceso dinámico que
involucra tanto a ambos padres como a sus hijos adolescentes, donde
el resultado de la relación, es producto de todos los que la construyen
y participan en ella. Los resultados obtenidos indican que se requiere
de nuevos planteamientos que posibiliten que los roles de género sean
más flexibles en la dinámica familiar, rompiendo con rígidosestereoti-
pos para propiciar que “Lo femenino” incursione en la llamada esfera
pública, y “Lo masculino” se involucre más en la esfera doméstica.
La figura del padre contribuye, tal vez con mayor frecuencia que
la de la madre, a que los hijos e hijas se identifiquen o que su ausen-
cia provoque ciertos cambios en el desarrollo del niño, moldeando los
hábitos, costumbres y comportamiento de la vida futura. El hombre
cuando es niño desarrolla su autoimagen a partir de las figuras paren-
tales (Freud, 1908). Los padres son la directriz y la guía educativa, de
acuerdo a sus costumbres, modos de sentir, de pensar, de actuar, etc.
Erick Fromm (1978) señala que el carácter del niño es modelado por el
de sus padres, en respuesta al cual se desarrolla.
Los padres y sus métodos de disciplina son determinados, a su vez,
por la estructura social de la cultura. En este sentido, Fromm, Hor-
tkheimer, Linton, Parsons y cols, (1978), mencionan que a pesar de los
cambios en la familia y en la aparición de instituciones como escuela,
guardería, en la educación de los hijos es indudable que la familia si-
gue siendo el mejor organismo para el cuidado, y sobre todo para la so-
cialización del niño. Nolasco (1978) menciona que dado que la familia
es la instancia mediadora entre el individuo y la sociedad, lo ayuda a
participar en el total social como un individuo mas proporcionándole
un nicho social de protección, de identificación propia, intimidad y
autoevaluación.

Identidad de género

De acuerdo a Papalia, Wendkos (2002) se entiende por Identidad de


género la conciencia de ser hombre o mujer, que se desarrolla desde la
infancia temprana; mientras que la Identificación es el proceso median-
te el cual un niño (a) adopta características, creencias, actitudes valores
y conductas del padre del mismo género. En opinión de Hernández de
Tubert, la identidad de género abarca diversos aspectos que se relacio-
nan íntimamente entre sí y son: el sexo determinado genéticamente, la
elección del objeto sexual, la experiencia subjetiva relativa a ambos gé-
neros, el rol social determinado por el género de acuerdo a la cultura a
la que se pertenece y la subcultura (grupo étnico, clase social, familia) así
como los valores propios de la ideología predominante.
La posibilidad de construir el género radica tanto en lo biológico
como en la influencia del medio ambiente, la dinámica familiar y el
168
período de la infancia en el que el sujeto es relativamente dependiente.
El sentimiento de identidad surge de la confluencia de dos factores, por
un lado el profundo e íntimo sentimiento de existir y por otra parte la
adquisición a partir de nuestro ambiente inmediato, del conocimiento
del lugar que hemos de ocupar en esta compleja red de intersubjeti-
vidad, la cual determina gran parte de nuestra estructura interior. Por
lo tanto esta incorporación de factores externos en la esencia funda-
mental de nuestro ser se concreta a través del proceso de identificación
(Hernández de Tubert, 1995; Tubert-Oklander, 1995).
El proceso de identificación no es un mero acto de observación,
incluye acciones exploratorias por medio de las cuales nos ponemos en
el lugar de otro ser vivo. Es así que la niña que se pinta los labios o se
pone los zapatos de mamá, o el niño que juega a afeitarse como papá
están haciendo mucho más que imitarlos a manera de juego. Real-
mente están investigando como se siente ser mamá o ser papá y esto
estructura su personalidad. En lo referente a la identidad de género,
su construcción involucra a los estereotipos y valores que la socie-
dad asigna a los roles “masculino” y “femenino”. La estructuración y
la dinámica del psiquismo no dependen sólo de sucesos ocurridos en
el curso de la vida personal, sino que también se organizan a partir de
eventos y experiencias “traumáticas” vividas pero no elaboradas por
generaciones previas.
González Núñez (1985) señala que las identificaciones son impor-
tantes en todo el funcionamiento organizado de la personalidad, ya que
rigen y dirigen la conducta del individuo. Afirma que el mecanismo
de identificación forma parte en el proceso de proveer al superyó de
energía, mismo que se lleva a cabo a través de la interacción del niño
con sus progenitores. Las necesidades del niño hacen aconsejable que
un padre comparta con la madre parte del cuidado del hijo, pero con
frecuencia problemas de rivalidades y celos en la pareja, hacen que la
posesión del hijo se transforme en un campo de batalla, más que en un
campo de unión. Una buena relación del hijo con la madre favorece la
vinculación futura con el padre, y a su vez, la relación con éste puede
ser una experiencia correctora con la madre.

Construcción y evolución de la identidad de género

Para lograr una identidad de género el ser humano debe pasar por un
proceso que da inicio desde edades tempranas, aproximadamente a los
dos años, y se consolida en la adolescencia. Habrá de tenerse presen-
te que con la edad cambian los intereses por la propia diferenciación
sexual, por la pertenencia a un grupo, la procreación y nacimiento, así
como el interés por los juegos sexuales consigo mismo o con otra per-
sona, y el interés por el sexo contrario.
169
Investigaciones acerca del desarrollo de categorización de género
indican que los niños (as) discriminan entre niños y niñas, alrededor
del año de edad. Sin embargo Fast (citado por Ajuriaguerra, 1983) des-
cribe que a esta edad el género es relativamente indiferenciado, por
lo tanto los juegos y las conductas de los niños y niñas no están deter-
minados por el mismo. Slaby y Frey (citado en Solís Pontón, 2006)
demostraron que la categorización de conducta verbal relacionada con
el género, surge a los dos años de edad. Los niños (as) alrededor de los
dos años y medio ya se asignan a sí mismos y a los demás con el género
correcto.
Alrededor de los cuatro o cinco años precisamente cuando se atra-
viesa por la etapa edípica, el papel del padre se fortalece en la niña,
para determinar la diferenciación psicosexual y en el varón para dar
identidad. He aquí la parte medular del proceso de construcción de la
identidad de género.

Figura paterna

Desde hace ya algunas décadas se ha venido investigando acerca de la


importancia de la figura paterna y el rol activo del padre en la orga-
nización de la familia así como sus efectos en las interrelaciones con
los hijos y en la formación de la personalidad del individuo. Los roles
sociales de las figuras parentales están cambiando puesto que la socie-
dad en sí está evolucionando, y la figura paterna está y debe de estar
inmersa en este cambio. En las familias, la figura del padre solía ser en
el pasado, una figura entre “Sombras”, era únicamente la de la madre la
figura casi exclusiva durante los primeros años de vida del niño siendo,
tradicionalmente, el padre el proveedor así como una figura ausente y
temida (Díaz-Guerrero, 1994 y 2003).
Estos estereotipos probablemente fueron adecuados en épocas pa-
sadas, en las sociedades en las que la mujer se dedicaba prácticamente
a la crianza y educación de los hijos y el padre se dedicaba a proveer el
hogar, y en momentos en los que el estado de la investigación psicológica
y social resaltaba el papel de la figura de la madre como elemento clave y
definitorio para el desarrollo de la personalidad del ser humano.
Autores como Winnicott (1980) han mencionado que cada indi-
viduo necesita recorrer un largo camino que va desde estar fusionado
con la madre hasta convertirse en una persona distinta, relacionada
con la madre y con la madre y el padre como pareja. Este tránsito se da
en el territorio que conocemos como familia, en el que las figuras pa-
dre, madre constituyen los principales factores estructurales. La fami-
lia tiene su propio crecimiento, y el niño (a) experimenta los cambios
inherentes a la expansión gradual de la familia y las dificultades que
ello acarrea. La familia protege al niño (a) del mundo, pero gradual-
mente el mundo comienza a infiltrarse.
170
Para comprender la actitud de los padres, de acuerdo al punto de
vista de Winnicott, habrá que considerar lo que significa cada uno de
los hijos en términos de la fantasía consciente e inconsciente de los
progenitores con respecto al acto que dio lugar a la concepción. Los
padres tienen sentimientos y actitudes muy distintas con respecto a
cada uno de los hijos, y esto obedece, en gran medida, a la relación que
existía entre los padres en el momento de la concepción, durante el em-
barazo de la madre, en el momento del parto y posteriormente. En esto
interviene también el efecto que el embarazo de la mujer ejerce sobre
la pareja: en algunos casos extremos el marido se aparta de su mujer al
quedar ésta embarazada, en otras ocasiones, este mismo hecho lo liga
mucho más a ella; pero es una realidad que en todos los casos la rela-
ción entre los padres experimenta una alteración, que en el mejor de
los casos consiste en un gran enriquecimiento y en un mayor sentido
de la responsabilidad mutua.
Considerando los cambios en la estructura de la familia actual, y
los diferentes tipos de familia existentes resulta importante recalcar
que los padres pueden guiar a los hijos hacia una independencia adulta
satisfactoria a pesar de que ellos mismos se hayan visto en la necesidad
de romper su vínculo de pareja o matrimonial o quizá de volverse a
casar con otra persona, pues es un hecho que aunque no vivan juntos
no dejan de ser sus padres (Escoffié Aguilar, 2004).
Es así que la figura del padre ocupa un lugar en la teoría freudia-
na del desarrollo, pero solo en un ulterior período de la infancia. Sin
embargo, el mismo Freud afirma que “El tótem es en primer lugar el
antepasado de la estirpe, pero además su espíritu guardián y auxiliador
que le envía oráculos; aún cuando sea peligroso, conoce a sus hijos y
es benévolo con ellos” (Freud, 1955) tal vez como un buen padre es
benévolo con sus hijos, los cuida y los protege. De igual forma cuando
Freud habla del tabú, está claro que es una prohibición impuesta desde
afuera, por alguna autoridad, tal por la que emana la figura paterna.
El tótem mismo no es otra cosa que un sustituto del padre, y el Dios
una forma posterior en la que el padre recuperaba su figura humana.
Semejante creación, brotada de la raíz de toda creencia religiosa, la
añoranza del padre, acaso fue posible cuando a través del tiempo el
vínculo del padre, y quizá también con el animal, cambio esencialmen-
te. En opinión de autores como González- Núñez (1996), la función
del padre es importante dentro de la familia desde el momento mismo
en que un hombre y una mujer se unen para establecer una familia.
Conforme el niño se va desarrollando va entrando en un estrecho
y continuo contacto con su mundo externo y es obvio que una de las
figuras más importantes en ese su mundo es la figura del padre, quien
ejerce un importantísimo papel sobre el desarrollo de sus hijos, pero es
un hecho que los hijos no son objetos pasivos de la influencia paterna.
La relación padre- hijo es un proceso bilateral, ejerciendo los hijos una
171
influencia sobre el padre tanto como éste lo hace sobe el desarrollo de
aquellos. Por lo tanto esta interacción recíproca entre padre-hijo deter-
mina la forma en que los hijos son socializados.
Dentro del contexto familiar, el padre influye de forma indirecta
sobre los hijos al afectar el comportamiento de la madre y las relacio-
nes padre-hijos; madre-hijos se ven afectadas por la relación de pareja
y la calidad de la misma. Para poder comprender la función del padre,
habrá de considerarse la influencia de los vínculos entre las familias,
por una parte y de otros sistemas sociales exteriores, pero relacionados
a la familia.
La paternidad puede cambiar los modos de pensar de los hombres
acerca de sí mismos, y con frecuencia la paternidad puede ayudar a
revelar sus propios valores y a establecer prioridades, puede asimismo,
acentuar la autoestima, si se sabe abordar bien las exigencias y respon-
sabilidades que la propia paternidad plantea, el padre puede aprender
de sus hijos y madurar mediante ese aprendizaje. Ser padre puede re-
sultar algo tan excelente para el hombre como para los hijos
El adecuado desempeño de la imagen paterna trae como conse-
cuencia una mejor estructura de la familia, y por tanto, un grado mayor
de salud mental en cada uno de sus miembros. A su vez una familia
más saludable conlleva a una sociedad también saludable y una socie-
dad saludable influye positivamente, como efecto retroalimentador, en
la salud mental de la familia y del individuo (González-Núñez, Cortés
y Padilla, 1996). El niño (a) desarrolla la imagen del padre principal-
mente por tres mecanismos:

a) Los mensajes conscientes o inconscientes de la propia


madre
Es una realidad que sigue siendo válido que la primera persona
con la que el niño (a) tiene contacto en su vida es la madre, y
durante los primeros meses, de ella va a recibir prácticamente
todo. De ella percibe los estados emocionales. Las emociones
y fantasías inconscientes de la madre, captadas por el hijo, se
realizan fundamentalmente a través del lenguaje pre-verbal de
inconsciente a inconsciente. Es así como el niño (a) tiene noti-
cias de su padre, a través de los mensajes pre-verbales ya sean
conscientes o inconscientes de la propia madre. Estos mensajes
pueden pertenecer a la imagen introyectada de su propio padre.

b) Las fantasías del propio niño (a):


Crear fantasías es una función natural y sana que fortalece
al “Yo” y el niño (a) las desarrolla desde muy pequeño tanto
ante situaciones de frustración como también en torno a su
padre.

172
c) Contacto real con el propio padre:
Este aspecto es de particular importancia pues hace que
tanto los mensajes transmitidos por la madre, como la propia
fantasía que el niño se ha formado, se modifiquen, dando lugar
a rectificaciones o ratificaciones. Tanto las fantasías propias,
como los mensajes maternos se dan fundamentalmente du-
rante los primeros tres años de vida y cobran una fuerte im-
portancia a partir del tercer año. El padre también envía sus
mensajes, conscientes unos e inconscientes otros; los segun-
dos son captados con mucha precisión desde el nacimiento,
pero no es sino hasta la etapa edípica cuando lafunción del
padre se robustece, en la niña para enmarcar y remarcar la
diferenciación psicosexual y en el varón para dar identidad.
He aquíla esencia del proceso de construcción de la identidad
de género.
Recordemos que de acuerdo a lo mencionado anterior-
mente y citado por Papalia y Wendkos (2002) la Identidad de
género es la conciencia de ser hombre o mujer, que se desa-
rrolla desde la infancia temprana; por lo tanto resulta perfec-
tamente comprensible la importancia de la figura del padre
como determinante en su construcción siendo esto verdadero
tanto para el niño como para la niña.
El papel del padre es importante en el establecimiento de
vínculos emocionales así como en el desarrollo social, sexual,
cognoscitivo y lingüístico, tanto a corto como a largo plazo.
El padre modela la personalidad de sus hijos e hijas y es un
elemento activo en su desarrollo psicológico. Es un objeto de
amor, admiración e identificación. Otros factores que influyen
en este proceso son el grado de conflicto en la familia y la pre-
sencia de figuras parentales sustitutas. El padre necesita des-
empeñar funciones propias de la figura paterna, funciones que
varían de acuerdo al tipo de familia y al tipo de sociedad en la
que se viva.
Según, González-Núñez, Cortés y Padilla (1996), las fun-
ciones operativas básicas del padre en la sociedad occidental
serían:

• Determinar biológicamente el sexo del hijo


• Aportar dinero para la manutención
• Recatar a la madre e hijos, al asimilar cargas agresivas
de ambos
• Absorber las cargas eróticas de la esposa, para que
éstas no sean desplazadas a los hijos
• Brindar protección emocional a los hijos
• Ayudar al hijo en el control de los impulsos y establecer
173
la capacidad de demora, estableciendo límites a su
comportamiento.

Es importante recalcar que la función del padre está relacionada


de manera importante con el control de impulsos, y con la función de
ofrecerse y actuar ante los demás como un objeto con características
para ser internalizado, con el cual identificarse. Al dar protección, el
padre se ofrece como un objeto que se internaliza y por tanto protege
desde adentro, relevando a la madre en esta función. Dar protección al
hijo permite a éste sentirse querido y apreciado por el padre desarro-
llando en esta forma su autoestima y el sentido de identidad personal.
De igual forma el padre posee una función importante en ayudar al hijo
en el control de los impulsos, dándole la sensación de que no es un ser
malo y monstruoso, siendo éstos más fuertes que él, pero el padre, en
sus fantasías resulta más fuerte que sus impulsos (González- Núñez,
Cortés y Padilla, 1996)
Desde el punto de vista social, el padre es ese ser que pone límites,
desde afuera da reglas y exige su cumplimiento. Las reglas son como
el toque final en el control de impulsos y en el establecimiento de la
capacidad de demora. Ninguna razón es suficiente para desligarse de la
responsabilidad paterna en la ayuda del control del impulso (Escoffié
Aguilar, 2004)
A pesar de que podemos afirmar que la familia en México ha cam-
biado y con ello la imagen de la figura paterna, podemos decir que en
términos generales aún se percibe una tendencia, en diferentes grados,
hacia una supremacía del padre y un auto-sacrificio de la madre (Díaz-
Guerrero 2003). Es así que lo característico del padre mexicano es que
generalmente representa una figura temida, ausente tanto física como
emocionalmente; sin embargo, por ser temido y estar casi siempre au-
sente, curiosamente es anhelado. En su actuar cotidiano hace alarde
de hombría y espera y condiciona que la mujer sea recatada, poco ex-
presiva de su sexualidad, muy trabajadora, abnegada y muy maternal;
incluso como su madre le permitía de adolescente, andar con muchas
mujeres y halagar su hombría por este hecho.
Pero resulta que la esposa no es su madre, cualquier muestra de
desacuerdo puede percibirla como ofensiva y arremete para ocultar su
debilidad, consiguiendo así que sus hijos se identifiquen masculina-
mente con él al adoptar sus rasgos agresores, lo que en el fondo es una
debilidad (Díaz-Guerrero, 1984 y 2003; Ramírez, 1977). De acuerdo a
esta estructura familiar mexicana el hombre es el que decide, él es la
autoridad. Su intervención y cooperación con la esposa sólo se da en
una tercera parte de las parejas.
Por todo lo anterior podemos ver que los hijos perciben, a través de
la madre, la sensación de un padre temido, anhelado y odiado, como
suprema autoridad formal. A su vez experimentan la sensación directa
174
de una madre abnegada, poco expresiva sexualmente y muy trabaja-
dora. Es este esquema confuso, no propiciador de un esquema externo
que limite y permita ser internalizado; sino al contrario, crea anarquía
y confusión en la identificación, sobre todo en lo que respecta a la iden-
tificación masculina.

Paternidades en Mérida

En un estudio realizado en la ciudad de Mérida, Yucatán con niños (as)


de familias completas y niños (as) de familias monoparentales encon-
tramos que los sujetos de familias completas de la muestra estudiada,
otorgan puntuaciones más altas a la figura paterna de lo que otorgan
los sujetos de familias mono-parentales, y estas puntuaciones positivas
son ligeramente superiores a las otorgadas a la figura de la madre. Sin
embargo este aspecto se invierte en el caso de las familias mono-pa-
rentales en las que la figura de la madre obtiene puntuaciones positivas
más elevadas que la figura del padre.
Por otra parte encontramos que en el caso de las familias mono-pa-
rentales, los varones presentan una pobre autoimagen o auto-concep-
to más frecuentemente que las niñas del mismo tipo de familia. Una
explicación posible a este hecho pudiera deberse a alteraciones en los
procesos de identificación ya que en el 100% de los casos estudiados
era el padre el ausente, mientras que las niñas tenían a la figura mater-
na en casa. En este mismo sentido tenemos que es en el grupo de fami-
lias mono-parentales en el que se presenta un mayor grado de rigidez,
dificultad en el control de impulsos una actitud agresiva generalizada,
siendo esto mayor en el caso de los sujetos varones y una mayor fre-
cuencia de temor a ataque sexual en el caso de las niñas.
Lo anterior concuerda con los hallazgos obtenidos por Díaz Fuen-
tes (1981) en relación a la existencia de una baja autoestima, menor
satisfacción como miembro de la familia y menor identidad en jóvenes
de familias monoparentales de la que presentan jóvenes de hogares
completos; y Papalia y Wendkos, (2002) en el sentido de la presencia
de mayor comportamiento agresivo en niños que en niñas, esto como
un efecto de la propia socialización. Es así que como decía Lebovici
(1983), los padres intercambian más contactos táctiles y vocalizaciones
con los bebés de sexo masculino, mostrándose más estimuladores con
los hijos varones que con las hijas, por su parte las madres hablan más
con las niñas y tienen más contactos táctiles con ellas. Esto puede ex-
plicar las diferencias en cuanto a género se refiere ya que en el caso de
la conducta agresiva y el control de los impulsos, las diferencias pue-
den deberse a factores culturales (Díaz-Guerrero, 1994 y 2003)
Como ya se mencionó anteriormente, una de las funciones del pa-
dre, es precisamente el ayudar al niño en el control de los impulsos
175
(González-Núñez, 1996), es por eso que al estar presente el padre, por
proceso de identificación se favorece esta función. La mayor presencia
de temor a ataque sexual en niñas de familias mono-parentales, puede
deberse al hecho de no contar con la figura de un padre protector que
viva en casa y que garantice la seguridad e integridad física (González-
Núñez, 1996).
Otro hallazgo importante en este estudio es que los sujetos de fa-
milias mono-parentales presentan con mayor frecuencia que los de fa-
milias completas, una identificación sexual inadecuada y que los suje-
tos de familias mono-parentales perciben al padre con un mayor grado
de inseguridad, retraimiento o depresión.
Por todo lo anterior es fundamental en las familias mexicanas, que
entre las tareas que el padre tendrá que realizar esté la de suministrar
nuevos modelos, más maduros y realistas. Una imagen paterna más
favorable, afectiva, presente, cooperadora y menos temida por la mujer
contribuirá sin lugar a dudas, a una mejor adaptación y salud mental
de las familias independientemente del tipo de familia de que se trate.

176
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177
178
LAS MASCULINIDADES.
CONSTRUCCIONES DESDE LA EDUCACIÓN

Carlos David Carrillo Trujillo


Jorge Armando Revilla Fajardo

Resumen

La construcción de la masculinidad es en la actualidad un tema de rele-


vancia para las ciencias sociales en general y la psicología en particular.
Desde esta perspectiva resulta importante analizar como se construye
la masculinidad y la significación social de la misma, no sólo en térmi-
nos del poder, sino de los contextos en donde se ejerce éste. La familia
y la educación son instituciones donde lo masculino se construye, se
analiza y actúa. El presente trabajo tiene como objetivo discutir so-
bre cómo la institución educativa contribuye, en diferentes niveles, a
la construcción y mantenimiento de lo que se relaciona con lo mascu-
lino, favoreciendo relaciones inequitativas entre hombres y mujeres;
así como proponer líneas de acción tanto en un nivel macro (forma-
ción docente, diseño de recursos didácticos, etcétera), como en niveles
micro (intervención en el aula, participación de madres y padres) que
contribuyan a la construcción de masculinidades menos rígidas y más
dinámicas.

Introducción

Los estudios sobre las masculinidades, en los últimos años, han puesto
sobre discusión dos elementos importantes. Por un lado el asunto del
poder y por otro, el de las formas de construcción que les permiten
a los hombres ejercer ese poder (Cruz Sierra, 2007) desde diferentes

179
esferas. No hay que perder de vista que hablar solo del poder sería una
postura bastante reduccionista sobre el problema. Las masculinidades
no son únicamente maneras diferentes de ejercer poder, sino una serie
de ideas, conocimientos, creencias y actitudes sobre la significación de
lo que es (y no es) un hombre.
Si bien el ser varón se relaciona con ser poderoso, esta no es una
característica única y vital para ser identificado como varón. Elemen-
tos psicológicos como la expresión de emociones, la confirmación de
la masculinidad y la negación de lo femenino también son elementos
que contribuyen a configurar lo que identifica y define a un varón. Por
otro lado el poder se ejerce desde diferentes esferas, y es allí, en donde
la significación de lo que es masculino, o femenino, tiene especial im-
portancia.
La configuración de un hombre no se encuentra dentro de un vacío,
como seres sociales transitamos dentro de diferentes roles y estatus
que de una, u otra forma, afectan nuestra conducta. Así, ser masculino
afecta nuestro comportamiento como hijo, padre, empleado, ciuda-
dano, etc. Mucho se habla de conformar nuevas masculinidades más
acordes a una sociedad plural, global, incluyente y tolerante, pero esto
carece de sentido si no entendemos que la reconfiguración de la mascu-
linidad debe ser un proceso que parta desde el interior del constructo,
pero que permeé hasta el exterior, a lo social, y no lo meramente cons-
titutivo y filosófico.
Las masculinidades no se crean en laboratorios académicos, se ac-
túan. La construcción de la masculinidad es, desde esta perspectiva,
fuente de control social y como tal, tiene de manera explícita una serie
de reglas o normas, que de no contemplarse remarca la ausencia de lo
que define el ser masculino. Identificar tales normas dentro de las pre-
misas socioculturales resulta entonces primordial para que los varones
puedan identificarse con el ser masculino.

Las premisas de lo masculino

Una de las principales premisas ciertamente está relacionada con el po-


der. El hombre tiene que ser importante. El éxito en cualquier ámbito
(exceptuando los relacionados con la expresión de las emociones, como
el arte) es sinónimo de masculinidad. Los estereotipos del deportista,
gerente y/o millonario son ejemplo de hombres rodeados de dinero, mu-
jeres y poder. Cuanto más éxito, más masculino. Billetera mata carita.
Aunque el éxito puede no ser económico, aquí lo importante es tener po-
der. Tener gente bajo supervisión, servidumbre o tomar decisiones que
afecten a otros son conductas que denotan ser masculino.
Una segunda premisa se relaciona con la confirmación de la mas-
culinidad. Los hombres son arriesgados. Desde pequeños a hombres
180
y mujeres se les cuentan historias de príncipes que salvan a sus prin-
cesas. Los verdaderos hombres son aquellos que son arrojados, valien-
tes, toman riesgos, viven al filo de la muerte y el peligro es su amigo.
Ser bombero o médico son clásicas respuestas de los niños varones a
la pregunta ¿qué quieres ser de grande? Ellos quieren ser hombres.
Confirmar la masculinidad a través de ritos o de conductas riesgosas se
vuelven formas naturales y propias de los varones en la adolescencia y
muchas veces, ya entrada la adultez.
No es casualidad que los deportes extremos tengan cada vez más
adeptos, sobre todo después de la revolución femenina. O que cada vez
sean más lo varones que aprendan a usar armas desde temprana edad,
que violenten a otros niños para demostrar su hombría, o que incluso
abran fuego a compañeros y maestros dentro de su salón de clases o
escuela. Desde esta perspectiva, estas son consecuencia de una falta de
claridad de formas alternas de ser varón. De tener ideas poco flexibles
para expresar el ser masculino.
Algunas premisas más serían aquellas que se relacionan con la ex-
presión de las emociones. Los hombres no lloran, Los hombres son
duros como los robles, Los varones no se dejan llevar por sus emo-
ciones, etc. La idea general es la nulificación de la expresividad, pro-
pia y característica de las mujeres y por lo tanto, de lo femenino. Ser
masculino significa ser racional. La emoción es subvalorada sino que
desvalorizada. Como consecuencia tenemos padres de familia poco in-
volucrados con los afectos de sus hijos, varones con pocas habilidades
emocionales para amar y cuidar a otras personas (hijos, parejas, pa-
dres, madres), estilos de liderazgo en varones poco favorecedores para
el desarrollo de sus trabajadores, etc.
Por último, y muy en relación con la anterior, se encuentran aquellas
premisas que se relacionan con la negación de lo femenino. Los hombres
no son maricones, ser maricón es denigrante, etc. En este sentido ser
masculino se relaciona con ser y hacer todas las premisas anteriores con
el objetivo de no ser femenino. Así, las premisas funcionan como teore-
mas de si y sólo si. Es decir, se es masculino si y solo si se cumple con las
premisas. Porque todo aquello que esta fuera de ellas, implica un mundo
desconocido donde los varones prefieren no explorar. Todo aquello que
esta fuera de las premisas se convierte en territorio femenino, en área
fértil de lo desconocido y no propio del varón.

Familia y escuela. Instituyentes de lo masculino.

Como consecuencia del ejercicio de las premisas anteriores se constru-


yen relaciones asimétricas entre hombres y mujeres. Si bien algunas
investigaciones señalan que nos encontramos en un proceso de cam-
bio, también es claro que este proceso no es ni generalizado, ni uni-
181
versal. Algunos autores (De la Peña, 2001; Rojas, 2000) coinciden en
que los cambios operados en los varones suceden de manera particular
en sectores urbanos, escolarizados y de jóvenes. Es decir, son cambios
que responden a complejos procesos psicosociales que involucran es-
tructuras institucionales y condiciones personales que hacen posible la
emergencia de nuevos referentes sociales de lo que significa ser mascu-
lino, nuevas prácticas y formas de relación (Guevara Ruiseñor, 2008).
Así, las instituciones proporcionan a los individuos un marco tanto
cognitivo como normativo que organizan las actividades ordinarias y
cotidianas de mujeres y hombres. Cada institución provee tanto una
base material como simbólica para la construcción de la identidad, de
cómo ser hombre o cómo ser mujer (Guevara Ruiseñor, 2008).
Desde este sentido la familia y la educación son instituciones que faci-
litan el proceso del conocimiento del mundo, en donde la construcción de
lo masculino, de lo no masculino y de todo lo referente a lo que significa
ser varón toma sentido y práctica. Ambas instituciones tienen y proveen
sistemas normativos y discursos bien definidos. Sirven como estructuras
de reproducción y mantenimiento de las posiciones de mujeres y hom-
bres, son universos simbólicos que desarrollan diversos compromisos con
el género y asumen posturas políticas que favorecen al poder.
Escuela y familia contribuyen a la construcción de la masculinidad
mediante la creación de escenarios sociales donde las capacidades y
actividades masculinas se significan en función del estatus y el poder
que otorgan (Guevara Ruiseñor, 2008), estos escenarios sociales esta-
blecen límites y posibilidades para los individuos en la medida que les
ofrecen mundos de significado con los cuales configuran determinadas
visiones de su realidad, orientan sus conductas cotidianas y colabo-
ran en sus interacciones con otras personas e instituciones (Goffman,
1979). Tomar conciencia de la aportación de ambas instituciones re-
presenta un primer paso para lograr cambios no solo más próximos
sino también más reales sobre la problemática.
La familia, como institución primaria colabora en la socialización
de los roles de género apropiados según el sexo. Mediante sus prácticas
cotidianas se consolidan visiones del mundo, identidades y modelos
de cómo deben ser los hombres (Guevara Ruiseñor, 2008). Se ha des-
cubierto que los padres reaccionan de forma más favorable cuando su
hijo realiza alguna conducta acorde con lo que se espera de su sexo y
negativamente cuando realiza alguna conducta no apropiada al sexo al
cual pertenece; de tal modo que tanto niños como niñas a los tres años
ya han aprendido algunas conductas específicas que se esperan según
su sexo (Carrillo Trujillo y Revilla Fajardo, 2006).
Sin embargo la familia no es la única, y quizá ni la más importan-
te institución que colabora en la socialización de lo que significa ser
varón – o mujer-. Como señala Carrillo Trujillo (2008), la familia re-
sulta menos importante de lo que se cree respecto a la institución de
lo que significa ser masculino y femenino; la correlación entre la mas-
182
culinidad de los padres varones y la masculinidad de los hijos varones
resulta poco significativa. De tal manera que la institución educativa,
con todos sus actores sociales: profesores, autoridades, compañeros y
padres de familia, toman importancia en este proceso tan complejo de
construcción de la masculinidad, y como tal debería ser analizado más
profunda y concienzudamente.

La escuela de lo masculino

Un primer punto a tratar sería el entender que más allá de los grandes
propósitos y del contenido formal de aprendizaje que se pretende al-
canzar con la educación, es en la vida cotidiana de las escuelas y parti-
cularmente en las aulas donde se establecen relaciones que promueven
reglas, normas, valores y formas de comportamiento al prescribir y
reforzar de manera estigmatizada y sexista los estereotipos de género
(Valenzuela y Gómez Gallardo, 2002). Tal y como señalan Epstein y
Johnson (2000), es dentro de las escuelas donde se producen prohibi-
ciones, exclusiones, rechazos y señalizaciones de todo aquello que no
es heteronormativo.
La idea general que subyace dentro de las escuelas es la de inten-
tar reproducir, en el mundo ideal, un conjunto de varones y mujeres
también ideales. Donde los varones son adaptados al estereotipo de lo
masculino y heterosexual. A pesar del establecimiento de políticas edu-
cativas que no permiten la discriminación y la exclusión, en las aulas,
y de manera cotidiana, aún existe bastante discriminación sobre aque-
llos alumnos, y alumnas, que no consiguen adaptarse a tales normas de
lo que se establece como masculino y/o femenino.
Pese a su aparente neutralidad, las instituciones educativas de to-
dos los niveles transmiten mensajes cifrados respecto a la masculini-
dad; legitimando ciertas prácticas y discursos (Connell, 2003) a favor
de lo masculino y desvalorización de lo femenino. Algunas de estas
prácticas son las señaladas por Valenzuela y Gómez Gallardo (2002):

 Formas particulares de atención a niños y niñas en las escue-


las. Donde a las niñas se les exige con mayor severidad que
sean “bien portadas”, recibiendo más observaciones y repro-
bación por parte del o la docente.

 Las conductas de violencia e intolerancia si bien son sanciona-


das, en los niños son más aceptadas que en las niñas.

 El uso discriminatorio del lenguaje e incluso la exclusión de


nombrar a las niñas, maestras y madres de familia en docu-
mentos, discursos y/o textos.
183
 La ausencia y poca valorización de figuras y personalidades
históricas femeninas.

 Predominio de la presencia de alumnos varones en las activi-


dades cívicas.

 Las expectativas de los y las docentes acerca de lo que desean


que sus alumnos y alumnas sean más adelante.

Otras pautas de comportamiento que promueven las diferencias entre


niños y niñas dentro de la escuela son:

 Los libros de texto perpetúan actividades y roles tradicional-


mente relacionados con lo masculino o lo femenino.

 Se visibiliza lo masculino con lo relacionado al poder y lo feme-


nino es desvalorizado o subordinado.

 Prevalencia de varones en cargos con autoridad (director) y de


mujeres en cargos subordinados (maestras, secretaria, etc).

 Los contenidos curriculares y el curriculum oculto ponen en


evidencia las prácticas habituales de interacción en la escuela:
lenguaje diferenciado empleado por los profesores para varo-
nes y mujeres, la utilización de los espacios escolares, tiem-
pos diferenciales en la atención a varones y mujeres, el tipo de
orientación – profesional o amorosa- ofrecida a los jóvenes,
canalización de los profesores a las ciencias duras a los varones
y a las blandas a las mujeres, etc.

 De manera inconsciente, o poco consciente, profesoras y pro-


fesores considera a los varones como más inteligentes, capaces
y eficientes a los varones que a las mujeres.

 Los y las docentes orientan a los varones a desempeñarse en la


política, comercio, manejo de capital, maquinas y tecnología y
a las mujeres a la docencia, medicina y enfermería.

Así, mediante procesos educativos explícitos y políticas formales
se establecen pautas de comportamiento y actitudes que favorecen a
las masculinidades poco flexibles y dinámicas. En tal caso, las formas
de discriminación se tornan más sutiles y menos evidentes. Reconocer
dentro del sistema educativo el funcionamiento de tales mecanismos
será un primer paso para lograr un cambio en él.
184
Redefinir lo masculino, construyendo una nueva educación.

Desde este sentido, no hay que olvidar que la escuela ofrece oportu-
nidades para compartir actividades, intereses y proyectos cotidianos
mediante los cuales se crean alianzas, complicidades, rivalidades y
vínculos afectivos entre varones. La escuela puede así convertirse en
un espacio de redefinición social donde no sólo impere el consenso o
la coacción, sino donde tengan lugar distintas formas de resistencia,
negociación y solidaridad que permitan a los estudiantes reproducir
o modificar patrones de masculinidad establecidos cultural y biográ-
ficamente (Guevara Ruiseñor, 2008). De tal manera que los sistemas
educativos pueden ser claustros de las masculinidades, o instituciones
que generen nuevas concepciones de las mismas.
En relación a lo anterior han surgido varias propuestas que colabo-
ran a formar y socializar nuevas formas de relación entre profesores,
alumnos, padres de familia y comunidad en general. Una de las más
interesantes es la propuesta del Grupo de Educación Popular con Mu-
jeres, A.C. (GEM). El proyecto considera cuatro componentes básicos:

 Formación docente.
 Diseño de recursos didácticos.
 Intervención en el aula.
 Participación de madres y padres.

Uno de los actores sociales más importantes dentro del aula es el


docente. En el mundo globalizado de hoy ya no es suficiente enseñar
a los y las profesoras a enseñar. Las y los docentes deben ser forma-
dos tanto teórica como metodológicamente con las herramientas sufi-
cientes para analizar y criticar su propia práctica educativa. Si los y las
docentes contaran con los recursos suficientes para elaborar y probar
nuevas estrategias pedagógicas y didácticas seguramente existiría ma-
yor flexibilidad en las construcciones de la masculinidad de los niños
varones. Grandes avances se han logrado en algunos países donde las
y los docentes de cualquier nivel educativo tienen que obtener posgra-
dos, licencias anuales y/o exámenes periódicos para poder continuar
dentro del ámbito educativo. Así, un elemento que habría que contem-
plar dentro de nuestro país, sería una reforma sobre el nivel, estructura
y tipo de estudios que las y los docentes deben de cubrir.
Los recursos didácticos son otra herramienta que puede facilitar
la construcción de nuevas alternativas de cómo ser varón. De acuerdo
con la Dirección General de Relaciones Internacionales, La Dirección
de Materiales y Métodos Educativos, la Dirección General de Norma-
tividad y la Dirección General de Actualización y Capacitación para
Maestros de Educación Básica en Servicio (2004) se establece que uno
de los propósitos actuales de la educación básica es desarrollar, en ni-
185
ños, niñas y adolescentes, valores y principios que garanticen y hagan
viable su convivencia con otras personas, considerando y respetando
las diferencias.
En este sentido, la Secretaría de Educación Pública, directamente
relacionada con la promoción del derecho a la educación, ha desarro-
llado acciones para la promoción de los derechos de las niñas y niños,
incluyendo el abordaje de temáticas como la violencia intrafamiliar,
equidad de género y la sexualidad integral, entre otros (Echeverría
Echeverría, Castillo León y Cortés Ayala, 2008). Una de estas accio-
nes, realizada en Yucatán es la elaboración de nuevas estrategias que
permitan una mayor y sana convivencia entre niños y niñas, desde una
perspectiva de género. En el proyecto llevado a cabo por Echeverría
Echeverría, Castillo León y Cortés Ayala (2008) se diseño un juego de
mesa educativo con la finalidad de promover en niñas y niños el ejer-
cicio positivo de los derechos humanos y la equidad de género a través
de la vivencia de una sexualidad sana e integral así como ausente de
violencia.
Como se ha mencionado anteriormente, no es suficiente contar con
políticas públicas que favorezcan la construcción de nuevas masculini-
dades si estas no se llevan a cabo en la vida real y cotidiana. Desde este
sentido tampoco es suficiente contar con docentes mejor preparados
y con recursos didácticos que faciliten dicha labor si estos no son usa-
dos de manera regular y correcta. La intervención en las aulas será un
elemento crucial para lograr avances en la problemática. En algunas
escuelas secundarias los talleres de tecnológicos, como carpintería o
electricidad, son exclusivos para los varones y los de artesanías o ma-
nualidades para las mujeres; mientras no exista una intervención clara
y coherente las políticas estarán carentes de valor práctico.
Es por ello que las y los docentes deberán estar capacitados para
llevar a cabo tareas, actividades, acciones y propuestas que favorezcan
nuevas formas de estructurar lo que significa ser varón. De tal manera
que tanto los alumnos como las alumnas encuentren sentido a tales
prácticas y las incorporen a su repertorio de conductas y actitudes. La
incorporación de diversas asignaturas en los diversos nivel educativos
sería un elemento importante a introducir.
Por último tenemos la colaboración de madres y padres. Cual-
quier avance que se logre en un solo ámbito (familia o escuela) será
de poca utilidad. Un varón dentro de una familia flexible sólo será un
niño discriminado en el salón de clase y escuela. Un varón en una es-
cuela plural sólo será el raro de la familia, en el mejor de los casos. La
colaboración de ambas instituciones será de gran ayuda para integrar
las nuevas masculinidades a la sociedad. La sensibilización de la socie-
dad, a través de cada familia, resulta una labor que será necesaria para
construir e interpretar nuevas conceptualizaciones de lo que significa
ser hombre.
186
Docentes diversos, masculinidades diversas.

Un punto más que sería importante mencionar es el problema de aque-


llos y aquellas docentes que no pertenecen a los estereotipos esperados
de lo que un docente o una docente deben ser. Es decir aquellos docen-
tes varones que son señalados por sus mismos compañeros o padres de
familia como “Raritos” por no mostrar actitudes y conductas propias
de un varón.
Como señalan Revilla Fajardo y Carrillo Trujillo (2006) ser docen-
te con diversidad sexual implica un trabajo emocional muy fuerte para
mantener oculta la identidad y orientación; las condiciones de las au-
las, las escuelas y las condiciones de la educación en general, no posi-
bilitan en la mayoría de los casos la presencia de un docente con una
masculinidad diferente a la heteronormativa. Desde esta perspectiva,
muchos individuos tienen que utilizar mecanismos, estrategias y tec-
nologías del yo que presentan una imagen falsa de si mismos, con las
consecuencias en la salud mental y psicológica que esto conlleva.
Estudiar las masculinidades no sólo tiene relevancia social y polí-
tica, sino es un asunto de salud pública; hombres y mujeres sólo serán
saludables y felices desde su plenitud (Carrillo Trujillo, 2008); desde la
construcción de una masculinidad que implique flexibilidad, equidad,
tolerancia y respeto. Ser varón no debe significar ponerse un traje rígi-
do, pegado al cuerpo, sin movilidad ni capacidad de acción y expresión.
Ser hombre o ser mujer debe signficar simplemente SER (Gómez Pech,
Carrillo Trujillo y Madariaga Osorno, 2007).

Conclusiones

Las masculinidades son configuraciones de prácticas estructuradas por


las relaciones de género. Son inherentemente históricas, y se hacen y
rehacen como un proceso político que afecta el equilibrio de los intere-
ses de la sociedad y la dirección del cambio social (Connell, 2003). La
masculinidad varía con el contexto social, la sociedad, la economía, la
ideología, las costumbres, las creencias y la conveniencia histórica que
lo define dentro de un grupo social determinado. Desde este sentido
las diversas instituciones de la sociedad colaboran para instituir lo que
significa ser masculino o varón.
Dos de las más importantes instituciones son la familia y la educa-
ción. Donde la familia colabora desde lo privado a construir la mascu-
linidad de los varones y la educación desde lo público y compartido por
una sociedad heteronormativo y heterosexista.
La familia, por su parte, instaura una serie de conocimientos y
creencias desde temprana edad en los varones de cómo deben de com-
portarse y actuar, pero estas creencias y actitudes adquieren un mayor
187
significado cuando se interpretan, actúan y ejecutan en un contexto
público, como son en las escuelas.
Los y las docentes se convierten así en agentes socializadores que
confirman la estructura de lo que significa ser masculino. Sin un cam-
bio a fondo desde la estructura al interior de la educación, las políticas
públicas educativas que promuevan una equidad de género carecerán
de significado. Para ello se proponen un cambio en la formación de
los docentes, creación de nuevas tecnologías y recursos didácticos que
favorezcan esta visión, intervención real dentro de las aulas y partici-
pación activa de los padres y madres de familia en colaboración con la
escuela. Sin estos elementos cualquier estrategia que quiera ser admi-
nistrada tendrá poca relevancia práctica.
Por último la importancia que tiene la sensibilización de la socie-
dad sobre aquellos docentes varones que no se adaptan a los estereo-
tipos masculinos es importante como un problema de salud pública.
Hay que entender la diversidad como una oportunidad de potenciar
una educación más inclusiva, incluyente, diversa y participativa.
Sin el trabajo conjunto de todos los actores sociales que participa-
mos en la formación de alumnos y alumnas nuestra colaboración no
sólo carecerá de sentido sino de coherencia e integración. Colaborar
desde las aulas, en todos los niveles educativos, es una tarea de docen-
tes, compañeros, padres, madres, alumnos y alumnas.

188
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190
LA PSICOLOGÍA MASCULINA

Pedro Sánchez Escobedo


Sandra Martín Tun
Paulina Carrillo Espadas

Introduccion

La comprensión de la psicología masculina desde el punto de vista


académico es insuficiente, quizá porque mucha de la literatura respec-
to a la masculinidad es de carácter popular y muchos autores de las
psicologías masculinas no son escolares. Por ejemplo, Gray (1992),
en su famoso libro ‘Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus’,
intenta describir lo que se piensa del varón desde la perspectiva del
sexo contrario y Brown en su libro ‘¡Chicas, esto es la jungla! Guía para
entender a los hombres’ justifica el comportamiento de los hombres
con la teoría de la selva.
Ante la aparente escasez de tratados escolásticos al respecto de la
psicología masculina, el presente capítulo intenta identificar algunos
de los discursos, evidencias y tendencias en cuanto a la psicología de la
masculinidad -como contraposición al movimiento feminista de las úl-
timas cuatro décadas- y como un estudio comparativo que pretende re-
visar las diferencias etológicas, neurobiológicas, desarrollistas y psico-
sociales que explican las particularidades de la psicología del hombre.
Se pretende un ejercicio comparativo, por lo que se revisan algunos
de los supuestos que diferencian y homogenizan a hombres y mujeres,
teniendo como base al sexo (el par cromosomas XY para los hombres y
XX para las mujeres), intentando discernir los aspectos biológicos epi-
genéticos de la construcción social de lo masculino, dejando en segun-
do término lo femenino y lo gay -dimensiones tratadas a profundidad
en publicaciones especializadas-.
191
En este capítulo se hace énfasis en los determinantes conductua-
les, afectivos y cognitivos de la masculinidad. Entre las temáticas re-
levantes se incluyen las visiones evolucionistas y desarrollistas de la
masculinidad, los estereotipos masculinos y la identidad de género y
las diferencias en salud y educación entre hombres y mujeres, así como
sus implicaciones para la psicología masculina en México.

Visión evolucionista

Para indagar características de lo masculino es indispensable acudir


a la teoría evolucionista que explica los cambios biológicos en fun-
ción del contexto y viceversa. Sin duda, el antropólogo inglés Morris
(2003), diserta con absoluta brillantez diferencias conductuales basa-
das en principios evolutivos y etológicos que explican las diferencias
de género, en función de la evolución biológica siguiendo las teorías
Darwin y advierte que muchas de las diferencias de sexo son ances-
trales y debidas a efectos evolutivos. La madurez sexual llega en las
hembras a los diez años normalmente, mientras que a los machos a los
doce o trece años, en las hembras aparece vello en el pubis, ensancha-
miento de las caderas, aumento del tamaño de los senos y capacidad de
ovular. Mientras que los machos empiezan a crecer pelo en el cuerpo,
especialmente en el pubis y en la cara; ensanchamiento de los hombros
y la voz se hace más grave.
Para el hombre, lo masculino como responsabilidad tribal tiene un
espíritu de supervivencia comunitaria. Está a cargo de la protección,
alimentación, aseo y deberes paternales; lo que comprende el proceso
de instrucción. El pequeño aprende por lo que dice la madre, pero
principalmente al ver el comportamiento de los adultos; entonces em-
pieza a explorar, a darse cuenta de lo que es el bien y así la especie
perpetua entre genes y enseñanzas, las habilidades necesarias para
la supervivencia de la especie. En lo psicológico, el carácter seductor
masculino, puede referirse desde la perspectiva evolucionista a los vie-
jos hábitos de caza en los inicios del sedentarismo; quienes sobrevivían
en el paleolítico al tener un sitio fijo a donde volver y en el que le es-
peraba una hembra para procrear, que exigen cambios considerables
tanto en el macho como en la hembra: aumento de pecho en la hembra
en un 20 por ciento, enrojecimiento de la piel, así como aumento de los
órganos y el rubor sexual en ambos.
El significado del coito es una de las grandes diferencias en cuanto
al sexo, mientras que el hombre, garante de la preservación de la es-
pecie y heredero de los hábitos mamíferos del macho alfa, no presenta
dificultades para separar el sexo del amor; muchas mujeres consideran
al sexo como una manifestación de amor. Nuevamente, las teorías bio-
lógicas que argumentan diferencias en la distribución de zonas eró-
192
genas (concentradas en el varón alrededor del pene) y a la riqueza de
zonas erógenas en la mujer hace que la demanda de abrazos, caricias y
besos sea mayor.
Esta configuración orgánica es responsable de diferencias psicológi-
cas, lo masculino se centra en el hedonismo y la cópula. Por esto, para
atraer al hombre, las mujeres utilizan todos sus sentidos como señuelos:
el tacto, como caricias y contactos suaves que estimulan a la pareja; el
olfato, se sabe que la hembra emite unos olores durante la copulación
que hacen que el macho se excite y el sabor con la degustación de una
comida exótica el apetito sexual se vuelve mayor. A través del oído, se
emiten sonidos y jadeos que implican a los dos una excitación sexual;
por la vista, las hembras con sus protuberantes pechos atraen al hombre.
Aunque persiste el mito simplista en cuanto al valor de la erección
y el tamaño del pene como símbolos de masculinidad y virilidad, la
sexualidad del varón se complica con el desarrollo social y la evolución
de las prácticas de género, por lo que desde la perspectiva psicológica
es importante abordar las diferencias en la sexualidad humana con-
secuentes a la diferencias de sexo y estudiar la ideología masculina en
torno al significado del falo. Sin embargo, aun las prácticas sexuales
cotidianas y su significado para la masculinidad, están poco documen-
tadas en México y es difícil establecer diferencias conductuales con la
información existente; por ejemplo, Negrete, Sánchez y Robles (2005),
reportan en estudiantes de la UNAM que la edad de inicio de las rela-
ciones sexuales fue menor en los varones (16.87) que en las mujeres
(17.75), resultando significativa esta diferencia (t=5.99, p<00.1).
Por otro lado, el 54.2% de la muestra evaluada planearon su prime-
ra relación sexual, sin embargo, al hacer la comparación entre hombres
y mujeres, fue mayor el porcentaje de mujeres que planearon el primer
encuentro sexual (62.5%) en comparación con los hombres (41.3 %).
También reportaron que la mayoría tuvo su primer encuentro sexual,
pero más mujeres reportaron su primer contacto en un hotel. Los
hombres resultaron tener en promedio un mayor número de parejas
sexuales en toda su vida (4), que las mujeres (2) y la mayoría de estos
participantes con nivel licenciatura usaban condón.
En suma, el estudio de la conducta sexual masculina heterosexual
y su impacto en la socialización, desarrollo de identidad y autoestima,
necesitan de mejor estudio, considerando las peculiaridades biológicas
y evolutivas del hombre, pero también necesitan considerar aspectos
del desarrollo psicosocial como se apunta en la siguiente sección.

Visión desarrollista

La visión desarrollista difiere de la evolucionista en función del tiempo,


la primera se refiere al desarrollo ipsativo del individuo durante su pe-
193
riodo de vida, mientras que la segunda a los cambios de la especie entre
generaciones. En una perspectiva desarrollista, el individuo se concibe
como un organismo genéticamente pre programado, que crece, cambia
y se transforma con el tiempo hasta alcanzar marcadores de madurez
diferenciales, por lo que su enfoque singular reside en el estudio de las
influencias ambientales en este proceso.
Desde la perspectiva del desarrollo, hombres y mujeres crecen de
forma cualitativamente desigual. Para empezar, la mujer alcanza la
madurez sexual más rápido que el hombre. Existe acuerdo en cuanto a
que el desarrollo emocional de niños y niñas difiere en aspectos impor-
tantes y ello podría contribuir a las distintas formas de manifestacio-
nes psicopatológicas. En la edad escolar, se observa que los niños ex-
presan menos que las niñas emociones como la tristeza, miedo y dolor,
y temen más a los resultados negativos de la expresión de sentimientos
como la tristeza. Levit (1991) reportó que los niños aparecen más neu-
tralizadores de la expresión de sentimientos y con mayor empleo de
mecanismos de defensa externalizadores, y las niñas con mayor ten-
dencia a inhibir sus afectos negativos y a volcarlos contra sí mismas.
La combinación XY, produce hormonas masculinas que dan al va-
rón una mayor masa muscular, un apetito sexual más alto, una mayor
agresividad, y las características fisiológicas masculinas, lo cual influye
más de lo que podría parecer sobre la conducta futura del sujeto. La
agresividad se traduce en una conducta donde la competitividad des-
empeña un papel principal. La testosterona, subraya Talbert (2007),
consejero del Lubbock Independent School District, también impar-
te en los varones tres pautas distintivas de conducta: la primera es la
búsqueda de una satisfacción instantánea o rápida, la segunda es una
tendencia a pasar con rapidez a intentar resolver los problemas que se
presentan y la tercera es una tendencia a preferir actividades que per-
miten la expresión física.
En la perspectiva desarrollista, los estudios de cohorte y otras
aproximaciones longitudinales son esenciales para entender el proceso
complejo de cambio y la interacción de factores genéticos, ambientales
y de los efectos de la interacción reciproca del medio y del individuo.
Por ejemplo, el estudio longitudinal de Dunedin, Moffitt, Caspi, Rut-
ter y Silva (1970-2001), demuestra uno de los más relevantes esfuer-
zos por estudiar diversos factores predictores de riesgo de conductas
antisociales y el sexo. Sus resultados muestran el carácter regulador
del ambiente en los efectos predeterminados del sexo, genéticamen-
te el varón es más agresivo y tiene más tendencias antisociales que la
mujer (10 presos varones por 1 mujer en el mundo); sin embargo, los
hombres mostraron una leve mayor vulnerabilidad que fueron la dis-
ciplina inconsistente, conflicto familiar, cambios de cuidador, vivir con
un solo padre, bajo estatus socioeconómico y malas relaciones con los
padres como factores de riesgo de conducta antisocial. En los factores
194
físicos y personales como el déficit intelectual, temperamento difícil e
hiperactividad, también mostraron una levemente mayor vulnerabili-
dad al presentar comportamientos disociales.
La visión evolutiva y desarrollista también arrojan argumentos
contra-puestos, mientras que desde la visión evolutiva y etológica, el
macho tiene el poder del coito, en la configuración organizativa del
macho alfa, la mujer desarrolla a edad más temprana, por lo que tiene
superioridad y dominio sobre los varones de su edad. Mas aún, varia-
bles contextuales de carácter social tiene gran influencia en cómo las
diferencias de sexo, se transforman en diferencias de género. En esta
visión, la educación tiene una fuerte influencia en la psicología mas-
culina, para Rocha y Díaz (2005), el hombre se educaba para la vida
pública, los trabajos de las armas y las leyes, siendo éste quien debía
ganar el pan del hogar. Es cierto, los valores trasmitidos al varón de
proveedor del hogar y de seguidor o líder son fundamentales en la con-
figuración de la identidad de género en algunas sociedades.
Mas que entender los orígenes de ciertos rasgos psicológicos de la
masculinidad, los nuevos estudios hablan no solamente de la confor-
mación de la psicología masculina, si no de cómo el tiempo afecta ésta.
Por ejemplo, Astraín, Martínez y Artiles (1999), afirman que después
de la década de los 40’s se concluye su etapa reproductiva que produ-
cen cambios en la dinámica individual y familiar cuando varían las res-
ponsabilidades dentro y fuera del hogar, lo cual exige un tratamiento
individual y quizás más demandante en cuanto a diferencias de género.

Identidad masculina

Cada varón, desarrolla consciente o inconscientemente, abierta o táci-


tamente su identidad masculina y existe gran varianza en este proce-
so. Por lo que hablar de lo masculino en México, resulta tan absurdo
como hablar de la psicología del mexicano y de otras corrientes que
pretenden simplificar en estereotipos (o en heurísticos académicos)
ciertas tendencias en el varón heterosexual o en el hombre gay. Lo
anterior, resulta simplista y fatuo. Lejos de un patrón homogéneo de
ser hombre, existen múltiples identidades masculinas influidas por di-
versos factores como: el nivel educativo, la preferencia sexual, el tipo
de orientación religiosa, el estado civil y las costumbres familiares.
La identidad ha sido uno de los conceptos más estudiados en
cuanto a la masculinidad y vista con frecuencia como el resultado de
la maduración y crecimiento, el colorario de la pregunta ¿Quién soy?
El describirse como hombre, como gay, el construirse lo masculino,
implica las más profundas reflexiones que conllevan a la identidad de
la persona y a la forma cómo otorga significado a eventos, símbolos y
procesos sociales.
195
Para múltiples disciplinas en los últimos años ha resurgido el in-
terés por entender la masculinidad como una reconstrucción social,
influida por la cultura, la educación, el cambio social, el poder y el
mismísimo movimiento feminista, que en México ha traído como con-
secuencias nuevas formas masculinas de participación social, no solo
andróginas, sino hasta inversas. Muchos hombres son mantenidos por
sus mujeres y permanecen en el hogar al cuidado de los hijos, otros
participan en el trabajo doméstico y se involucran en el cuidado de los
niños y aceptan expresar sus sentimientos (Jiménez, 2003).
En México, la masculinidad se ha transformado, de acuerdo a De la
Peña (2001), principalmente en sectores urbanos, relativamente edu-
cados y en parejas en donde ambos trabajan. Se trata de cambios que
responden a complejos procesos psicológicos, económicos y socials,
lo que configura una nueva concepción de lo masculino. Por ejem-
plo, Cervantes (2006), reporta en un estudio cualitativo con familias
de Hidalgo, que la identidad masculina ha tenido una transformación
aparente en México en los últimos años, los hombres jóvenes siguen
pensando en ser jefes de familia, proveedores y sustentadores prima-
rios de ella, han heredado pautas generacionales de lo que significa ser
hombre de su propio padre, abuelo o de las figuras masculinas signi-
ficativas y presentan temor de asumir un compromiso como esposo,
está decidiendo no casarse. Se menciona que 9 de cada 10 hombres
permanecen solteros y sólo algunos están decidiendo tener hijos más
tardíamente. También se encontró mayor reconocimiento a la capaci-
dad e independencia femenina.
Los procesos actuales de convivencia y socialización, la interacción
entre géneros y la abierta aceptación de la homosexualidad como una
preferencia sexual socialmente viable y aceptada han reconfigurado
los roles sexuales, las dinámicas de relación y de poder y desde lue-
go el concepto de lo masculino, como una dimensión independiente
de lo gay. En contraposición con muchos estudios feministas en las
próximas secciones se argumentan las desventajas de ser hombre en
la visión de salud y educación, analizando las implicaciones de estas
desventajas en la psicología de la masculinidad.

Los estereotipos masculinos

Más allá de influencias evolutivas y desarrollistas, la investigación so-


bre la masculinidad debe enfocarse a comprender aspectos sociales y
de significado que moldean el concepto de masculinidad, por ejemplo,
los estereotipos del hombre, en particular los conceptos alrededor del
macho mexicano tradicional. ¿Cuáles conceptos están vigentes?, ¿Cuá-
les se mantienen? y ¿Cuáles han cambiado y bajo qué circunstancias?
Un estereotipo, tiene que ver con generalizaciones relativas a un
grupo de personas, que las convierte en distintas de los demás (Myers,
196
1991). Son heurísticos que ayudan a simplificar la compleja realidad
que nos rodea y por tanto, no es extraño que ante el tortuoso y com-
plicado constructo de masculinidad, se utilicen múltiples estereotipos
para delimitarlo.
Por ejemplo, Lamb y Roopmarine en 1979 (citado en Gorostegui y
Dörr, 2005), enlista los estereotipos más comunes observados en los
varones como más grandes, fuertes y duros que las niñas, en el juego,
los niños construyen o destruyen e intentan arreglar las cosas. En la
conducta, el niño es más agresivo, competitivo y valiente; en cambio
las niñas son más condescendientes y no les gusta pelear. En México,
durante años, los estereotipos masculinos estuvieron asociados a la in-
dependencia, estoicismo, fuerza física, poder de conquista y espíritu
deportivo y en las mujeres a la sensibilidad, vanidad, poder de seduc-
ción y afición por la belleza y lucimiento personal.
Los estereotipos describen a los varones mexicanos, por lo general,
como, ególatras, injustos y misóginos en su generalidad. Sin embargo,
estos adjetivos asociados al machismo se desvanecen en los hombres
con altos niveles de educación, de zonas urbanas y de clase media alta.
Es decir, la instrucción y globalización de conductas familiares de co-
rresponsabilidad y apoyo mutuo, cambian las expectativas y percepcio-
nes hacia el varón heterosexual y por tanto sus conductas y roles.
Arciniega y Anderson (2008), revisaron de manera magistral las
concepciones del machismo en los mexicanos y latinos y desarrolla-
ron una escala para medir este constructo. En general, este término
se asocia a características negativas de socialización masculina como
el chauvinismo, el sexismo y a la seducción e intimidación de la mujer.
Pero de forma interesante, descubre un lado positivo de este término,
denominado caballerosidad, que es la capacidad del hombre latino de
conectarse emocionalmente, de seguridad en cuanto al origen étnico y
a la capacidad de solucionar problemas. De manera interesante estos
dos aspectos estaban relacionados al nivel educativo, que se correlaciona
positivamente con la caballerosidad y negativamente con el machismo.
Se argumenta que la educación es el principal antídoto para el ma-
chismo, por ejemplo, hay evidencia de que los hombres menos educa-
dos y de zonas rurales tienden a comportamientos que presuponen una
posición privilegiada de los varones respecto a las mujeres en todos
los espacios sociales y asumen; por tanto, menores responsabilidades
en el ámbito doméstico, gozan de mayores libertades que su pareja y
pasan más tiempo en actividades recreativas y de diversión. Es desde
las escuelas, donde más fácilmente se puede influir el desarrollo de es-
tereotipos masculinos más andróginos, justos y equitativos. Sin lugar a
duda, la tarea de cualquier estereotipo es la de fundamentar y mante-
ner una serie de ideas, creencias y valores, que justifiquen las acciones
e incluso que permitan diferenciar a un grupo de otro (Rocha y Díaz,
2005).
197
Rocha y Díaz (2005) comparten la opinión que en México los es-
tereotipos culturales se sustentan en dos premisas básicas: el autorita-
rismo y supremacía del padre; y el autosacrificio y sumisión por parte
de la madre. El rol femenino se puede definir como la maternidad, el
cuidado de los hijos, el servicio doméstico, la responsable de atender
el aspecto afectivo familiar y de ser el complemento del hombre. Por
el contrario, el rol masculino, es el sostén económico, por lo que las
relaciones de trabajo, las actividades extrafamiliares, es decir, el mun-
do público, es lo que le corresponde. De hecho, los roles observados
en la familia de origen, también permiten pre establecer estereotipos
sexuales.
Por ejemplo, en hogares tradicionales, los hijos están subordinados
a los adultos, incluso les hablan de “usted”. Y con frecuencia enfrenta-
ban una figura paterna ausente, autoritaria y distante. Pero como va-
rones, contaban con mayores libertades que las niñas, quienes debían
enfrentar un ambiente familiar y escolar más sexista y restringido en la
medida en que eran excluidas de las actividades de los niños y menos-
preciadas sus capacidades.
Por otra parte, Valdez y González (1999), detectó que entre niños y
niñas de 11 años no existen grandes diferencias, sin embargo, ellas se
perciben más cariñosas. En el caso de jóvenes de 15 años, las mujeres
se consideran más honestas, estudiosas, respetuosas, obedientes, ro-
mánticas, detallistas, sentimentales, cariñosas y responsables que los
hombres, quienes en contraste, se perciben más traviesos y agresivos.
A los 18 años, ellas son más cariñosas y sentimentales, ellos más men-
tirosos e inteligentes.
En fin, los estereotipos aunque inevitables, como heurísticos de los
procesos cognitivos, deben cambiar hacia una visión más andrógina
del mundo. Por ejemplo, en una plataforma de equidad, es necesa-
rio enseñar a las mujeres a fundamentar su valor en algo distinto a
su apariencia, a ser más asertivas y seguras de sí, a tomar iniciativa, a
ser independientes y a elegir al compañero(s) que desea; igualmente
debe enseñarse al hombre a cuidar su salud y su apariencia, a prestar
más atención al dolor, a ser sensibles y expresar sus sentimientos (Van
Wersch, 1986). Sin embargo, la investigación psicológica ha sido insu-
ficiente para documentar los cambios en los estereotipos masculinos.
Actualmente ha aparecido un nuevo estereotipo de hombre preocupa-
do por su arreglo personal, vanidoso y sensual: el metrosexual; térmi-
no acuñado por el escritor británico Mark Simpson (1994). Según la
revista ‘The Economist’, cerca de un tercio de los hombres estadouni-
denses jóvenes tienen este perfil.
Los roles y los estereotipos de género se influyen uno a otro en am-
bas direcciones. Si bien los estereotipos ayudan a establecer las expec-
tativas acerca de la tarea de los roles que deben realizar los hombres
y las mujeres, ver todos los días a las personas en esas ocupaciones
198
tradicionales refuerza la creencia de que los estereotipos de géneros
siguen siendo válidos. De acuerdo a Norfleet y Richards (2003) para
transformar los estereotipos tradicionales hay que cambiar los para-
digmas de socialización entre géneros que las costumbres y tradiciones
han impuesto, a través de la manipulación, canalización, tratamiento
verbal y exposición a nuevas actividades más andróginas. Los este-
reotipos juegan un papel fundamental en el desarrollo de la identidad
masculina, por tanto su estudio y manejo es fundamental para lograr
patrones mas consistentes de equidad de género.

Masculinidad y salud

En el estudio de la masculinidad, resulta importante una visión de la


salud pública ya que hay importantes diferencias en los patrones de
morbilidad y mortalidad en función del sexo. Por ejemplo, los varones
tienen mayores tasas de mortalidad que las mujeres en distintas etapas
de la vida y por distintas causas. La evidencia disponible sustenta que
desde el punto de vista biológico, la mujer constituye el sexo fuerte.
Es decir, las mujeres son organismos más resistentes que los hombres
biológicamente hablando.
Un primer argumento irreductible es la configuración cromosó-
mica del hombre, quien al poseer un sólo cromosoma X, debe usarlo
para la transcripción de muchas funciones corporales; a diferencia de
la mujer que utiliza el cromosoma X menos defectuoso. Por ejemplo,
se conciben 120 fetos masculinos por cada 100 femeninos; sin embar-
go, sólo nacen 106 bebés varones por cada 100 hembras, y en muchos
casos los hombres presentan con mucho más frecuencia enfermedades
como la hemofilia, o sólo sufren ciertas enfermedades, como la paráli-
sis muscular progresiva de Duchenne que la mujer sólo trasmite, pero
no la sufre (Hyde, 1995).
Las conductas masculinas típicas como la toma de riesgos, la agre-
sividad y las tendencias antisociales, explican también los altos riesgos
de los hombres de sufrir cáncer de pulmón, los ataques cardiacos, la ci-
rrosis hepática y los accidentes automovilísticos o con armas de fuego.
Mas aún, quizá por influencias orgánicas, en casi todos los trastornos
de la infancia reportados en el DSM-IV, los varones superan a las mu-
jeres en incidencia en proporción de 4 a 1. Curiosamente, la influencia
contextual muestra efectos en estos aspectos primariamente biológi-
cos, conductas de fumar, beber, agresividad verbal y física y actitudes
competitivas se incrementan en las mujeres inmiscuidas en ambientes
masculinos (Hyde, 1995).
Pese a esta evidencia, la discusión sobre el sexo fuerte persiste, por
ejemplo, Rodríguez y Frías (2005), afirman que las mujeres parecen ser
más propensas al abuso de sustancias tranquilizantes, a los trastornos
199
alimentarios y hay sub registro de abuso de substancias porque tien-
den a hacerlo en la privacidad del hogar. Y aunque las mujeres viven
más que los hombres, experimentan más problemas de salud mientras
viven y son más propensas a sufrir de artritis, diabetes, reumatismo e
hipertensión y enfermedades mentales en general (Paludi, 1998). En
relación a la edad, por ejemplo, las mujeres manifiestan tener peor sa-
lud que los hombres conforme cumplen más años, aunque a partir de
los 65 años las proporciones son similares.
Las mujeres también muestran un consumo de medicamentos su-
perior al de los hombres; asimismo, muestran mayor tendencia a estar
en cama por problemas de salud, e incluso a limitar sus actividades
de tiempo libre por alguna dolencia (Castaño, Menéndez y Palacios,
1996). En resumen, los hombres tienen mayores índices de mortalidad
y viven menos, pero las mujeres tienen mayores tasas de morbilidad,
pero hay más estudios que ayudan a entender la problemática femeni-
na más que la masculina. La salud desde la perspectiva de la masculi-
nidad continúa siendo una asignatura pendiente.
La verdad en las diferencias de género quizás esté en el entendi-
miento de los efectos diferenciales de los riesgos de ser hembra o va-
rón, por ejemplo en los países pobres, de muerte violenta si se es varón
o de muerte asociada al puerperio si se es hembra. En los países ricos
es cuestión de enfoque, Dancey, Hutton-Young, Moye y Devins (2002)
realizaron una encuesta con pacientes con colon irritable y calidad de
vida, reportando que este padecimiento afecta más la calidad de vida
de las mujeres que la de los hombres, pero que el estigma que la en-
fermedad posee afecta más a los hombres que a las mujeres. Astraín,
Martínez y Artiles (1999), en un estudio realizado en Cuba, en aparien-
cia la sociedad más equitativa en cuanto al género, reportaron que las
mujeres gozan de menos días de descanso, mayor carga de trabajo en el
hogar y que pese a los altos niveles culturales y técnicos, mantienen li-
mitaciones en cuanto a promoción a puestos de dirección o posiciones
de mayor importancia en relación con los hombres.
Por lo anterior, desde la perspectiva de salud, se necesita clarificar
cuáles diferencias son relevantes, de género o de sexo, lo que postula
que ésta última es más importante en función del efecto de las caracte-
rísticas anátomo-funcionales entre los sexos; el reconstruir visiones de
significado para la incidencia mayor de cáncer de próstata en el hom-
bre o argumentar justicia o injusticia en la mortalidad de cáncer cér-
vico-uterino en mujeres es insostenible ante una comparación dispar.
Sin embargo, dada la significancia de la enfermedad y la muerte para
el ser humano, estas diferencias resultan significativas para explicar
diferencias psicológicas y conductuales entre sexos.

200
La masculinidad como desventaja

Los tratados de la psicología masculina no han ensayado vislumbrar,


en la perspectiva de género, las desventajas y limitaciones de lo mas-
culino. En este apartado, se argumenta la superioridad de la mujer en
dos esferas trascendentales de la sociedad moderna. La competencia
intelectual y la adaptación social; y se evidencia la necesidad de reali-
zar estudios que permitan entender las implicaciones psicológicas de
los mismos. En cuanto a la competencia intelectual, la evidencia de las
últimas décadas empieza a ser contundente: más mujeres en educación
superior, mejores puntajes en pruebas estandarizadas: CENEVAL, EN-
LACE etc.; mayores niveles de eficiencia terminal, capacidad verbal y
un incremento en el ingreso profesional considerable. Sin embargo,
otros estudios señalan más diferencias que superioridad.
En el Informe del Programa Internacional de Evaluación de Es-
tudiantes 2006 (PISA), se demuestra que las mujeres son mejores
en competencia lectora, mientras que los varones tienen mejor ren-
dimiento en matemáticas. Según el estudio de González (2003) con
base al EXANI I, obtuvo que los varones tienen mejor rendimiento en
matemáticas, física y química; en tanto las mujeres poseen mayores
puntajes en habilidades verbales y español.
Cano (2000), establece que las alumnas muestran mejor desem-
peño académico gracias a su actitud hacia el estudio, poseen mayor
motivación, manejan mejor su tiempo, poseen un mayor grado de con-
centración y el factor que muestra mayor diferencia significativa, es el
miedo al fracaso. Las mujeres muchas veces son académicamente más
sistemáticas y ordenada, con deseos de destacar; sin embargo, no hay
estudios que fundamenten lo contrario en los hombres.
Según datos del INEGI (2006) en el bachillerato y en el nivel nor-
mal o licenciatura, se encuentran matriculadas más mujeres, en éste
último año el 79.4% de la matrícula está conformada por mujeres. En
los demás niveles educativos la matrícula femenina es menor a la mas-
culina, lo que demuestra la supervivencia y avance de las mujeres en la
escalera educativa; por ejemplo, en la deserción de secundaria el 9.6%
fueron varones contra 6% mujeres. En resumen, a pesar de que la ma-
trícula de mujeres es menor, comparada con los varones, ellas poseen
menores índices de deserción y tienen mayor eficiencia terminal.
Cabe señalar, que estos avances de la mujer en México, no corres-
ponden a la situación de discriminación y desventaja reportada para
otros países en desarrollo. La Organización de los Estados Iberoameri-
canos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) en 2006 sostuvo
que el 70% de la población no escolarizada del mundo son niñas; dos
tercios de los analfabetos son mujeres; y tres quintos de las personas
más pobres son mujeres y niñas.
Por el contrario, en 2007, el Instituto Nacional de Estadística, Geo-
grafía e Informática (INEGI), reporta que la matrícula de mujeres fue
201
en aumento a diferencia de la de los hombres que disminuyó levemen-
te. Aunque ningún estudio demuestra la superioridad intelectual de
las mujeres sobre los hombres, se admite la existencia de diferentes
factores o causas del mejor rendimiento de las mujeres de manera con-
sistente; pero sin estudiar los posibles efectos en la autoestima, auto-
eficacia, expectativas y seguridad en los hombres.
La otra dimensión a considerar, es la adaptación social y la convi-
vencia, aspecto fundamental del bienestar humano y en cuyo ámbito la
mujer se ha mostrado superior, por su capacidad de empatía, su solida-
ridad con otros y sus tendencias a la resolución de conflictos de formas
menos violentas. La desventaja en el ajuste social, se evidencia por
la agresividad en el varón que ha sido causa de conflictos familiares,
comunitarios y de guerras globales que han llevado al absurdo de que
el ser humano, sea la única especie en la tierra con la capacidad de au-
todestruirse, de aniquilarse en su totalidad. En la psicología masculina,
la agresividad y sus consecuencias en la convivencia social necesitan
ser mejor estudiadas.
Desde el punto de vista psicológico, el término agresividad hace
referencia a un conjunto de patrones de actividad que pueden mani-
festarse con intensidad variable, incluyendo desde la pelea física hasta
los gestos o expansiones verbales que aparecen en el curso de cualquier
negociación. Se puede presentar en el nivel físico, como lucha con ma-
nifestaciones corporales explícitas. En el nivel emocional puede pre-
sentarse como rabia o cólera, manifestándose a través de la expresión
facial y los gestos o el cambio del tono y volumen en el lenguaje. Desde
un nivel cognitivo puede estar presente como fantasías destructivas,
elaboración de planes agresivos o ideas de persecución propia o ajena.
El nivel social es el marco en el cual de una manera o de otra, toma
forma concreta la agresividad.
Moya y Mesenguer (2005) reportaron que sólo existen diferencias
de género para la agresión física directa a favor de los hombres; por
otra parte no existen diferencias significativas en las conductas indi-
rectas de agresión. La agresión es un comportamiento que se explica
por múltiples factores, tanto ambientales como genéticos. Por ejem-
plo, la mayoría de los textos vincula a conductas psicopáticas y la agre-
sividad al sexo masculino.
Se ha mencionado antes que la masculinidad, como un estereotipo,
va siempre unida a determinadas cualidades, sobre todo asociadas con
la fuerza, la violencia, la agresividad y con tendencias a conductas dis-
ruptivas y antisociales (Hernández, 1996); pero hay evidencia de que
los genes también influyen en esto, ante ello Manuck (2005), reportó
que la agresión de los hombres puede ser resultado de variaciones de
uno de los dos genes involucrados en la actividad del neurotransmisor
serotonina. Sin embargo, aclaró que los hombres con la variante gené-
tica no necesariamente son violentos. En este sentido, Ferrer (2006),
202
sugiere que la genética parece ser predictiva sólo si los hombres tienen
actitudes hostiles, si recibieron poco afecto cuando eran niños y si sus
padres no llegaron a completar la escuela secundaria. Gracias a este
estereotipo generalmente se aborda al hombre con un sujeto agresivo.
También es claro, que ante el ambiente socialmente determinado,
los varones juegan a ver quién es el más fuerte y audaz, quién es el
más valiente y quién es el que desafiará las normas establecidas para
salirse con la suya. Es decir, como menciona Kaiser (2004) y Callirgos
(2004), los niños aprenden a jugar a ser hombres y se supone que todo
ello afianza la masculinidad tal y como la sociedad la percibe, un ejem-
plo es la idea de que el niño tiende a probar su virilidad, desafiando las
normas y poniéndose en riesgo. Por último, en el plano psicológico
los varones parecen ser más sensibles a las influencias de los medios
de comunicación, como lo evidencia el artículo de Medical Pediatrics
(2007), al reportar un estudio longitudinal de 40 años, con niños ex-
puestos a programas televisivos violentos y quienes mostraban tendían
a ser más desobedientes y agresivos.
Además de la agresividad, se reporta consistentemente un déficit y
una insuficiencia afectiva en el varón; los varones están configurados
para suprimir o retardar ciertas reacciones, luchan por días o semanas
con un problema antes de permitir a alguien ayudarles a resolverlo. En
las palabras de Talbert (2007), “los chicos no procesan los sentimien-
tos tan deprisa como las chicas. Ellos pueden tardar hasta siete horas
más que ellas para procesar en el cerebro datos emotivos fuertes” (p.6)
Más aún, las deficiencias en el manejo del afecto, se asocian a limita-
ciones en cuanto al modo directo y frío de comunicación del hombre,
caracterizado por frases directas y simples, que se confunden con ór-
denes. En esta lógica, la discapacidad afectiva, las limitaciones en las
capacidades de socializar.
La investigación apoya la idea que en comparación con las muje-
res, el hombre es deficitario en cuanto a relaciones interpersonales:
es menos prono a develar sentimientos personales (Stapley & Havi-
land, 1989). En las relaciones matrimoniales las mujeres confrontan
los problemas con mayor frecuencia, mientras que los hombres evaden
y se vuelven defensivos (Gottman, 1994). En fin, sea por la agresividad
genética o por influencias culturales, familiares o de otro tipo, resulta
necesario hacer más investigación de las desventajas del varón para la
convivencia social, la intimidad, la adaptación familiar y otros aspectos
del ajuste social que son psicológicamente importantes.

Conclusiones

Resulta evidente que la masculinidad, desde el punto de vista psicoló-


gico ha sido pobremente estudiada en México y persiste una superio-
203
ridad significativa de estudios de la mujer y de lo femenino. La com-
prensión de las diversas avenidas de análisis disciplinar, nos permitirá
desarrollar el estudio sistemático de la masculinidad desde la perspec-
tiva psicológica, considerando aspectos evolutivos, biológicos, del de-
sarrollo, etológicos, psicosociales entre muchos otros.
La evidencia muestra que desde la perspectiva psicológica, las di-
ferencias por sexo son innegables y relativamente generalizables, pese
a cultura y raza. Por ejemplo, la masculinidad en la mayoría de las
culturas se describe al hombre como pragmático, agresivo, cerebral y
cognitivo. Sin embargo, en la masculinidad, se abordan las relaciones
entre aspectos biológicos o sociablemente determinados y las situacio-
nes de ventaja o desventaja a las que se adscriben y se argumenta que,
como línea de investigación futura, aspectos de la masculinidad que se
asocian a desventaja y vulnerabilidad psicológica deben ser mas pro-
fundamente estudiados.
Muchos de los aspectos masculinos, resultarán una carga, una
desventaja comparativa a la luz de la evidencia; sobre todo en aspec-
tos académicos y sociales. En la literatura psicológica, parece que la
constante es reconocer las limitaciones de los hombres para manejar
sensiblemente sus emociones, por lo que necesitan de empatía y consi-
deración del género fuerte. La masculinidad, parece conllevar un grito
de ayuda y orientación para manejar los sentimientos del hombre.
La conformación de la psicología masculina parece ser multicausal,
el debate entre el origen genético, biológico o contextual de estos de-
terminantes continúa en debate. Por un lado, sociólogos, antropólogos
e historiadores afirman que es la socialización y construcción del rol
masculino lo que demerita las competencias afectivas del varón; por
otro, evidencia clínica de condiciones que afectan la estabilidad afec-
tiva en el síndrome premenstrual y estudios asociados a niveles hor-
monales y afectos señalan una base física de estas diferencias. Salo-
mónicamente ambas perspectivas pudieran aportar al entendimiento
de las diferencias afectivas, en palabras de Pleck (1995), el paradigma
del rol sexual otorga un encuadre para entender la disfuncionalidad
tradicional del varón en las relaciones interpersonales que se puede
explicar con base a su concepto de ‘fortaleza emocional’, sus conductas
asociadas a su concepto de éxito y posiciones concordantes con el anti-
feminismo.
De hecho, la escritora que vigorizó el movimiento feminista de los
70’s, Carol Gilligan se sorprendería 30 años después de su manuscrito
seminal “In a different voice”’, de leer un artículo enfocado a la mascu-
linidad que pretende reivindicar las formas de sentir y de reconstruir
el mundo de los hombres con ciertas desventajas en función de su sexo
y de su género.
Finalmente, la reflexión en torno de lo masculino no puede perder
la contra-parte y el hecho de que social y etológicamente hablando, la
204
especie humana esta constituida por dos sexos, pero por un complejo
constructo de género que admite escenarios de análisis de tipo moral,
social y político.
El derecho a la androginia, que es la posibilidad que debe tener
todo ser humano de poder manifestar un rico y extenso repertorio de
conductas, pensamientos y sentimientos independientes de su sexo; es
decir, mediante la adopción de prácticas educativas y de crianza de re-
pertorios masculinos y femeninos que promueven adaptación y ajuste.
Independiente de su sexo, un individuo andrógino mostraría un mayor
ajuste psicológico ante las diversas situaciones que se le presenten, ya
que se caracteriza por poseer un amplio espectro de conductas y rasgos
que indistintamente provienen de lo masculino y lo femenino, de ma-
nera que puede ser asertivo, enérgico y con don de mando en ciertas
ocasiones, o sensible y expresivo en otras. Entonces, la androginia es
deseable, porque dota a la persona de un arsenal más amplio de con-
ductas y rasgos, y al mismo tiempo con una mayor libertad de elección
en los distintos contextos, y facilita la adaptación en un marco de flexi-
bilidad (Oliveira, 2000).
La masculinidad, en suma, se muestra como un campo promisorio
y necesario de investigación en México, la comprensión de los cambios
en los roles, estereotipos, identidades y expectativa de lo masculino
resulta necesaria ante la urgencia de promover la equidad de género
por un lado, y por otra parte el promover la salud mental y el ajuste
psicológico ante los cambios sociales complejos.

205
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208
ASPECTOS BIOMÉDICOS Y SEXUALES
DE LAS MASCULINIDADES
LOS HOMBRES Y LA SALUD
REPRODUCTIVA. LA VISIÓN DE UN
GRUPO DE HOMBRES RURALES

Ligia Vera Gamboa


Roger E. Mézquita Leana

Resumen

A través del paradigma cualitativo, se entrevistó a 50 hombres de Xoy,


una comunidad rural de Yucatán, México, para explorar sus opinio-
nes y creencias sobre salud reproductiva, infecciones de transmisión
sexual (ITS), usos de métodos de planificación familiar entre otros as-
pectos. El trabajo se realizó con varones de entre 18 a 60 años de edad
a través de la técnica de grupos focales en el período de Enero a Junio
2005. Los varones entrevistados no tienen un concepto claro sobre sa-
lud reproductiva y planificación familiar. En cuanto a las ITS saben
cómo se adquieren, pero hablaron de grupos específicos como grupos
vulnerables a las mismas. En este grupo de hombres, a mayor edad
menor importancia hacia la planificación familiar. Persiste el concepto
de “Grupos de riesgo” para las ITS.
La construcción social de la masculinidad hegemónica y condicio-
nes socioculturales, parecen seguir influyendo en los hombres de esta
comunidad, lo que dificulta la integración de los mismos a los progra-
mas de salud reproductiva, a pesar de lo cual, el método más usado es
el condón en especial cuando se trata de relaciones extramaritales lo
que podría interpretarse como el reforzamiento cultural del “Ser hom-
bre”. Es importante realizar esfuerzos que permiten a los hombres in-
tegrarse a los programas de salud reproductiva en la búsqueda de un
mejor cuidado de la salud de los varones y mujeres, para lo cual deberá
ser profundizarse en el tema de las masculinidades.

211
Introducción

En los últimos años el estudio de las masculinidades se ha vuelto obli-


gado en los temas de salud reproductiva, lo que ha llevado a realizar
esfuerzos para incorporar a los hombres a los programas de salud re-
productiva. Sin embargo, los resultados aún no son los esperados, es
por ello que la idea del presente trabajo surgió durante la convivencia
con esta comunidad durante el servicio social de uno de los autores,
y nos llevó a la tarea de explorar las opiniones y creencias que sobre
salud reproductiva, infecciones de transmisión sexual (ITS), usos de
métodos de planificación familiar entre otros aspectos tienen los hom-
bres de la comunidad de Xoy, Yucatán, México.
Por otra parte, no es posible hablar de derechos sexuales y repro-
ductivos sin tocar el tema de la masculinidad, ya que de acuerdo con
Amuschástegui y Szass (2002) el tema de las masculinidades ha sur-
gido de las inequidades, injusticias y exclusión que el género produce
en quienes lo sufren, de donde surgieron los estudios gays y queer. Sin
embargo, la reflexión sobre los hombres y la heterosexualidad son más
recientes y han sido impulsadas principalmente por los movimientos
feministas.
En los años 70’s, iniciaron los primeros estudios sobre masculini-
dad, como una respuesta a la preocupación por las problemáticas re-
lacionadas con los hombres y la masculinidad partiendo de una visión
multidisciplinaria; de acuerdo con esto, Kimmel citado por Parrini
(1998) distingue tres metodologías y perspectivas: la reflexión históri-
ca y antropológica, los estudios sobre la relación entre la masculinidad
y la teoría social y finalmente la corriente mito-poética. Las dos prime-
ras surgieron más como respuesta a intereses académicos y la tercera
estaba más acorde al desarrollo y auto-conocimiento de los hombres.
Este mismo autor, comenta que diversas investigaciones realiza-
das en Latinoamérica sobre la construcción social de la masculinidad,
plantearon la existencia de un modelo hegemónico de la masculinidad
como elemento estructural de las identidades individuales y colecti-
vas en este continente. De acuerdo con esto, este modelo opera a nivel
subjetivo, lo que lleva a los sujetos a pautas identitarias, afectivas y de
comportamiento difíciles de soslayar, ya que hacerlo significaría caer
en la marginalización o incluso el estigma.
El término masculinidad hegemónica fue acuñado inicialmente por
autores anglosajones entre los que destacan Connell, Kimmel, y Kauf-
man. A decir de Parrini (2002), Connell explica este concepto como la
dinámica cultural por la cual un grupo exige y sostiene una posición
de liderazgo en la vida social. En cualquier tiempo dado se exalta cul-
turalmente una forma de masculinidad en lugar de otras. En otras
palabras, la masculinidad hegemónica es el elemento a través del cual
se legitima el patriarcado, y que garantiza la posición dominante de
212
los hombres y la subordinación de las mujeres. Señala también, que el
poder ha sido postulado como un elemento central en los estudios de
masculinidad y que sin embargo, es necesario ver este vínculo entre
poder y masculinidad como desde dos miradas distintas: la hegemonía
y la dominación.
Dice: la hegemonía apuesta por una especificidad histórica para
la masculinidad y una comprensión de la apertura de lo social [….];
así como por un posicionamiento contextual y variable de cualquier
relación social, incluidas las de género. En tanto la dominación pos-
tula un dominio transhistórico y transcultural de los hombres sobre
las mujeres, y de lo masculino sobre lo femenino, […]… Señala tam-
bién que su eje central es la heterosexualidad, ya que el cumplimiento
de este mandato hegemónico conlleva el ser heterosexual.
Por otra parte, Kiejzer (1997) en su trabajo titulado “El varón
como factor de riesgo”, profundiza en la forma como muchos hombres
se convierten en un factor de riesgo para la salud (sexual, reproductiva
y general) no sólo de otras y otros, sino también para sí mismos. Asi-
mismo señala, que si bien el ser hombre tiende a dotar como género
de más derechos en lo sexual y reproductivo a los hombres que a las
mujeres, si bien, esto podría suponer ventajas, también implica costos
muy serios, sobre todo respecto a la salud. Esta situación también ha
sido señalada por Kim (1998).
Finger (2000), reporta que en México, las tasas de mortalidad de
hombres y mujeres son casi idénticas hasta la edad de 14 años, mo-
mento en que la mortalidad masculina empieza a incrementarse. Así,
la mortalidad de los varones es dos veces mayor que la de las mujeres
en el rango de edad de 15 a 24 años, siendo las principales causas de
defunción entre los jóvenes mexicanos, los accidentes y los homicidios.
Una investigación de la Organización Mundial de la Salud (2000)
realizada en adolescentes varones, concluyó que en los países latinoa-
mericanos, México incluido, el estrés que genera el no poder vivir de
acuerdo a las normas esperadas de masculinidad, conduce a patrones
marcados por diferencias sexuales en cuanto al consumo de drogas y
tasas de suicidios.
Sin duda, las expectativas de lo que significa ser hombre o mujer,
es parte del proceso de socialización, y deja a muchos adultos, poco
aptos para disfrutar la sexualidad. Estereotipos de género, como son el
de mujeres sumisas y hombres poderosos pueden ser obstáculos para
acceder a información, provocar comunicación inadecuada y promo-
ver los comportamientos de riesgo, especialmente en los hombres. Es
esperado que los hombres tengan actividad sexual a edad temprana y
se sienten presionados a cumplir dichas expectativas (Henry, 2002).
Todo lo anterior conduce a la necesidad de considerar el concepto
del varón y su visión como un factor de riesgo como el eje de trabajo
en torno a la masculinidad, su construcción social y la manera en que
213
afecta a las mujeres en relación a la salud reproductiva. Esta situación
también es retomada por Ayala (2004), quien refiere que a pesar de los
avances logrados, aún se está lejos de las condiciones de equidad ente
hombres y mujeres. Como sugiere Núñez (2004) hay que

Comprender las inestabilidades, ambigüe-


dades y contradicciones para la identidad
masculina de esta construcción social, per-
mitiría entender, asimismo, las posibilida-
des socio cognitivas referentes al estudio de
los varones como sujetos genéricos y debe
considerarse para ser utilizado en la pro-
moción para la salud

Los varones y la salud reproductiva

Sin duda alguna, desde siempre ha existido la tendencia a considerar


que la mujer es la única responsable de la reproducción y que el va-
rón queda fuera de esta experiencia (Barnett B, 1998), lo que ha ido
definiendo las diferentes expectativas alrededor de la reproducción,
teniendo como consecuencia la construcción de entidades genéricas
distintas con derechos y obligaciones diferentes, lo que sin duda ha
dado como resultado inequidades entre los géneros, misma que se ma-
nifiesta de manera importante en la reproducción humana. Como una
primera premisa, se tiende a pensar, en que la presencia del varón en la
toma de decisiones, se da de manera indirecta y en no pocas ocasiones
se considera un obstáculo para la mujer.
La referencia a la presencia de los varones en términos de corres-
ponsabilidad, equidad en la salud reproductiva es incipiente aún, entre
otras cosas, los varones tienen menos oportunidades que las mujeres
de recibir orientación sobre su atención a la salud, ya que la planifica-
ción familiar se ofrece como parte de los programas de salud materno-
infantil y los métodos anticonceptivos se han dirigido principalmente a
las mujeres (Robey, 1998).
Uno de los principales obstáculos que se ha señalado para la inte-
gración de los hombres a los programas de salud reproductiva, parece
ser la renuencia de los mismos hombres a usar este tipo de servicios.
Sin embargo, los hombres saben poco sobre su sexualidad o la sexuali-
dad de las mujeres; existe poca comunicación respecto a la sexualidad
y con no poca frecuencia la presencia de mitos sexuales. La partici-
pación masculina durante el embarazo y después (paternidad) es li-
mitada en la gran mayoría de los hombres. A esto habría que añadir
la desconfianza de los varones hacia los programas de Planificación
familiar, ya que los consideran como una forma de debilitar su “Poder”
(Ndong, 1998).
214
En México, en el Simposio sobre “Participación masculina en sa-
lud sexual y reproductiva; nuevos paradigmas” (1998), realizado como
respuesta a las conferencias internacionales del Cairo y Bejing para
evaluar las necesidades, identificar obstáculos y desarrollar programas
de trabajo con los hombres. Se reconoció la necesidad de integrar al
hombre en los esfuerzos para reducir la incidencia de ITS/VIH (virus
de inmunodeficiencia humana), eliminar la violencia de género y de-
fender el derecho de todas las personas a determinar el número y espa-
ciamiento de los hijos. Entre los temas sobresalieron: género y mascu-
linidad; masculinidades; sexualidad masculina entre otros.
En Yucatán, existen escasas investigaciones sobre la temática y so-
bre las masculinidades, motivos por los cuales se realizó este trabajo.
La comisaría de Xoy pertenece al municipio de Peto, Yucatán. Al mo-
mento del estudio, contaba con 706 habitantes de los cuales 206 eran
varones de entre 18 a 60 años. Es una comunidad con un sistema social
patriarcal típico, donde el hombre es el encargado de la toma de deci-
siones incluyendo las reproductivas.
Asimismo, pudimos percatamos que existe un bajo índice de pla-
nificación familiar y una muy escasa participación masculina en los
programas relacionados a pesar de que la mayoría de las consultas de
adultos son mujeres. Ante esta situación surgieron cuestionamientos
tales como: ¿Los varones influyen en las mujeres para el uso de méto-
dos de planificación familiar? ¿Qué opinan los varones de esta comuni-
dad acerca de los programas de salud reproductiva? ¿Qué saben sobre
las infecciones de transmisión sexual? entre otras interrogantes.
Por otra parte, también es cierto que las inquietudes de los hom-
bres no son homogéneas, así por ejemplo, aquellos que han tenido fa-
miliares cercanos con familias numerosas , especialmente cuando las
consecuencias han sido negativas, o en el caso de aquellas mujeres que
no son candidatas al uso de hormonales, es más fácil acepten estos pro-
gramas. Con las consideraciones anteriores, planteamos el siguiente
trabajo para explorar las opiniones, y creencias relacionadas a la pla-
nificación familiar, infecciones de transmisión sexual, uso de métodos
anticonceptivos, opinión sobre el condón en un grupo de varones de
esta comunidad rural.

Metodología

Se recurrió al paradigma cualitativo, y de acuerdo con Álvarez-Gayou


(2003) con un marco interpretativo y enfoque fenomenológico a través
de la técnica de grupos focales, elemento que permite ver a los actores
sociales en interacción teniendo como base el problema de estudio. Se
realizó una guía de entrevista con base en tres ejes temáticos: a) Salud
reproductiva, b) Planificación familiar y c) Infecciones de transmisión
sexual.
215
Se convocó a los estudiantes del bachillerato de la comunidad, ya
que ellos acuden de manera regular a la Clínica para recibir pláticas.
Igualmente se invitó a los jóvenes solteros que por una u otra razón
tenían afinidad con la Clínica en cuestión y que a diferencia de los es-
tudiantes acuden por propia decisión a dichos servicios. Un grupo más
lo conformaron jefes de familia que acudieron de manera voluntaria
a la convocatoria emitida a través del Centro de salud. La edad de los
hombres se encontró en un rango de 18 a 60 años.
Los hombres fueron divididos en grupos pequeños (entre 4-6) y en
el horario que ellos definieron. Las preguntas guía fueron realizadas
en un ambiente cómodo y relajado con una duración no mayor de 2
horas. No hubo más de dos reuniones por grupo. Se contó con la pre-
sencia de un asistente bilingüe maya-español ya que la población es
igualmente bilingüe, Esto permitió una mejor aproximación a la inter-
pretación de lo expresado por los varones. A continuación se describen
los resultados de nuestra investigación.

Resultados

De Enero a Junio 2005, se realizó el presente trabajo y se incluyeron


50 varones divididos en 10 grupos focales. Los resultados se presentan
a continuación.

Salud reproductiva

¿Qué es para ti (o usted según el grupo con el que se trabajó) salud repro-
ductiva? A este cuestionamiento, la mayoría de los hombres, especial-
mente los de mayor edad, no tenían un concepto definido de este con-
cepto, a pesar de que las pláticas que se imparten en el centro de salud
de la comunidad ponen mayor énfasis en este aspecto. Pocos varones,
aunque es de señalar que de éstos mayormente fueron adultos jóvenes,
mencionaron la relación entre el sexo y la salud así como la responsabili-
dad que involucra a la pareja. Algunos de sus comentarios fueron:

• Es cuidarse, no teniendo sexo ni enfermedades


• Es la responsabilidad de ambos (hombre y mujer)
de cuántos hijos se deben tener
• Es cuidarme y cuidar a mi esposa del Sida
• Es ponerte condón para que cuides a tu esposa de
la enfermedad de otra mujer...

Igualmente en este apartado se habló de las prácticas de sexo se-


guro y/o protegido encontrando que no hay claridad en este grupo de
216
hombres acerca de estos conceptos. Así por ejemplo algunos se refi-
rieron al “Sexo seguro” o “Tener sexo de manera responsable” de la
siguiente manera:

• Es usar condón… no tener muchos hijos…


• Que tengas sexo solo con tu mujer… que
planifiques tu familia…
• Yo creo que es cuidar a tu pareja para que no se
embarace…
• Está bien, hacerlo seguro, porque me cuido y
cuido a mi mujer…
• Yo digo que se debe hacer porque así no te
contagias cuando andas con mujeres…

Acerca de que opinaban que los hombres usarán condónlas res-


puestas fueron en el siguiente tenor:

 El condón, está bien que lo usen los hombres


porque así se protegen de enfermedades…
 Pos, yo digo que está bien... porque así ayuda
para que no se embarace mi mujer…

Los hombres más jóvenes mostraban preocupación y temor más


que nada ante un embarazo no deseado:

 Si, debe usarse, porque te protege de un


embarazo que no quieres…

Ante estas opiniones, dos adultos jóvenes expresaron la importan-


cia del condón como método de planificación familiar y expresaron:

• Está bien que lo usemos para no tener más hijos,


si lo debemos usar…
• Yo creo que los hombres debemos usarlo porque
no hay que dejarle toda la carga a la mujer en eso
de la planificación familiar…

A pesar de estas opiniones, se identificaron hombres que manifes-


taron su rechazo al condón pero refirieron usarlo únicamente cuando
tenían relaciones sexuales con una pareja distinta a la propia.

• Yo no estoy de acuerdo… a mi no me gusta usarlo,


solo nos cuidamos con eso para que mi mujer no
se embarace o cuando voy a otro lugar…
• Pues yo la verdad… a mi no me gusta usarlo, solo
lo uso cuando engaño a mi mujer…
217
Planificación familiar

Aunque la mayoría de los hombres no conocen el concepto teórico de


planificación familiar, sus respuestas fueron más fluidas al tocar este
tema, la mayoría de los hombres sabía que tenía relación con el núme-
ro de hijos y del espaciamiento entre ellos. Hubo muchos que respon-
dieron de manera correcta, aunque en su mayoría fueron los adultos
jóvenes. Algunas respuestas fueron:

• Yo lo que se, es que es saber cuántos hijos se van


a tener…
• Es saber cuándo y cómo vas a tener a tus hijos…

No faltó quien mencionara que el intervalo entre un hijo y otro y


que debe ser platicado con la pareja:

• Es platicar con tu pareja cuanto tiempo vamos a


esperar para tener otro hijo, 2 o 3 años...
• Ver con tu pareja cada cuando vas a tener un hijo…

Es de señalar, que fueron los más jóvenes (estudiantes en su mayo-


ría) quienes mencionaron la palabra responsabilidad e hicieron énfasis
en que se debía platicar con la pareja, sus comentarios fueron en el
siguiente orden:

• Es la decisión de una pareja de cuantos y cuando


van a tener a sus hijos
• Es tener la responsabilidad de que los hijos que
vas a tener

Acerca de que opinaban respecto de la Planificación Familiar la


mayoría coincidió en que es útil para no tener más hijos. Ninguno opi-
nó en contrario e incluso hubo quienes hicieron hincapié en su relación
con la economía familiar, esto fue mencionado por un padre de familia
con 8 hijos:

• Ayuda a solventar gastos porque tienes pocos


hijos…

Los métodos más conocidos usados por este grupo de varones fue-
ron el condón, seguido por las pastillas (anticonceptivos orales) y la
ligadura de trompas en la mujer. Respecto a la utilidad de los méto-
dos anticonceptivos, hubo confusión en el hecho de considerar que los
métodos anticonceptivos en general protegen del embarazo y las infec-
ciones de transmisión sexual, lo cual les fue aclarado al final. Algunos
218
varones de mayor edad fincaron la responsabilidad de uso de métodos
antifecundativos en la mujer:

• Esos métodos, sirven para que las mujeres no se


embaracen si no quieren…
• Yo no uso ninguno porque mi mujer es la que se
cuida, yo no…

Respecto de que métodos usaban ellos se encontró lo siguiente: Los


hombres jóvenes tanto solteros con actividad sexual así como casados
refirieron el uso del condón aduciendo diversas razones, algunas de
ellas se trascriben a continuación.

• Pues para que no se embarace la mujer con la que


estás…
• Además es fácil de usar…
• Yo lo uso cuando estoy con otra mujer…

Uno de los jóvenes dijo que no usa condón porque no sabe cómo se
usa y en contraste otro dijo usarlo siempre para cuidarse a sí mismo.
Al preguntarles si se practicarían la vasectomía ninguno dijo que acep-
taría hacérsela.

• NO, yo no me la haría, me daría miedo de que me


operen…
• Yo tampoco me la haría porque me van a cortar
allá abajo….

Las parejas de estos varones usan principalmente inyecciones, al


preguntarles porque, algunos opinaron:

• Porque yo NO quiero usar condón, pues no se siente


lo mismo.
• Es cosa de mujeres, ellas son las que se embarazan….

Los entrevistados casados, independientemente de la edad opina-


ron que en el hogar, era la mujer la que se cuidaba y en la calle eran
ellos los que se protegían.

• Eso es en la casa, en la calle es diferente, uno se


cuida para no contagiar a su mujer…

Ante el cuestionamiento de si los hombres deben usar algún mé-


todo anticonceptivo, aquellos que no les gusta usar el condón dijeron
que lo usarían porque disminuye la posibilidad de contagios de enfer-
219
medades y de embarazos pero como razones separadas y solo si sus
parejas no pudieran usar otro método.

• Si ellas no pueden pues ni modo usaría condón…

Los más jóvenes mencionaron, que la elección de método debe ser


tomada por los miembros de la pareja. Cuando se preguntó porque en
la comunidad son pocos los hombres que se acercan a pedir métodos
de planificación, la mayoría opinó que era por vergüenza.

• A mí me da pena, porque si vas al Centro de Salud


a buscarlos (preservativos) la gente te mira y cree
que vas a usarlo con prostitutas…

Los menos dijeron que era por “Machismo” de sus compañeros y


otros que porque ya era costumbre.

• Yo también creo que es un poco la costumbre de las


mujeres igual…
• Pos, porque mayormente son las mujeres las que
van ahí…

Infecciones de transmisión sexual

El concepto de que las infecciones de transmisión sexual son aquellas


que se adquieren por relaciones sexuales fue claro para todos los hom-
bres.

• Son enfermedades que se tienen por tener sexo con


muchas personas…
• Estas enfermedades se adquieren después del sexo

Saben cómo se pueden adquirir.

• Pos te contagias cuando estás con prostitutas…


• Te dan porque no usas condón…

Aunque hubo también algunas ideas erróneas como: las transmi-


ten los mosquitos. Las ITS más conocidas fueron el Sida, la gonorrea y
la sífilis. Al preguntar quienes pueden adquirirlas encontramos que los
mayores consideran a grupos específicos, aunque nuevamente los más
jóvenes mencionaron que a cualquier persona le pueden dar si no se
cuida cuando tienen relaciones sexuales.

220
-Les dan a los que les gustan los hombres…
-Pos, a los que se meten con prostitutas…

En cuanto a la manera de prevenirlas, la mayoría respondió de ma-


nera correcta al opinar.

Usando condón…
No teniendo relaciones sexuales…

Discusión

Después de que por mucho tiempo, en que todo lo relacionado a la


salud reproductiva desde una perspectiva de género estuvo centrado
en las mujeres, abordar las vivencias de los hombres, señala la impor-
tancia que el varón y la masculinidad tienen en la problemática actual
como es el caso del presente trabajo. A pesar de las limitaciones del
presente trabajo como son el rechazo del hombre rural a estos temas,
más aún a tratarlos en público y las dificultades del idioma (maya-
español) fue posible observar las diferentes percepciones de los varo-
nes de esta comunidad a los temas tratados así como la calidad de la
información que poseen. Por ejemplo, conciben el condón como una
manera de protección y de planificación familiar, pero no por eso lo
perciben como el único método de planificación familiar que protege
contra ambos eventos.
En relación a la Planificación Familiar, aún cuando reconocen su
utilidad permanece la creencia de que eso es “Cosa de mujeres” aunque
ya las generaciones más jóvenes de varones empiezan a tener la visión
de que debe de ser una responsabilidad compartida por la pareja. La
vasectomía, como método que se relaciona con los órganos sexuales no
es algo que estos hombres consideran, lo que interpretamos “Como un
temor a la pérdida de la hombría si te tocan ahí abajo” situación que
al parecer muestra en parte, como han interiorizado estos hombres la
construcción de la masculinidad a lo largo de su vida.
Situación similar ocurrió con el uso del condón, ya que si bien fue
el método más usado por los varones, no lo fue como método de pla-
nificación familiar sino que su uso estaba más en función de proteger-
se cuando tenían relaciones fuera de la pareja. La responsabilidad del
espaciamiento de los hijos, de acuerdo a lo expresado por la mayoría
de los hombres se sigue descansando en la mujer ya que finalmente
es ella “La que se embaraza”. El uso del condón quedó restringido a si
las esposas no podían usar otro método, remarcando que ellos lo usan
cuando tienen relaciones fuera de casa. Solo los más jóvenes opinaron
que esa debe ser una decisión compartida por la pareja, lo que podría
estar sugiriendo una tendencia al cambio en las nuevas generaciones
de varones en esta comunidad.
221
Los motivos de los hombres para no acercarse al centro de salud
a pedir métodos fue la “Vergüenza” y pena de que la gente piense que
es porque tendrá relaciones con prostitutas, situación contradictoria
cuando muchos de ellos expresaron que usan el condón cuando tienen
relaciones con otras mujeres o fuera de casa. Sin embargo y nuevamen-
te fueron los más jóvenes los que opinaron esto, es que no se acercan
por “Machismo” ya que los servicios de planificación familiar por tradi-
ción y costumbre se han dirigido en su mayoría a las mujeres.
Con respecto a las infecciones de transmisión sexual la mayoría de
los hombres entrevistados independientemente de la edad, perciben
de manera clara lo que es una infección de transmisión sexual (ITS),
sus formas de transmisión, aunque cabe señalar que la influencia del
tema del Sida en la información que poseen se generaliza a las demás
ITS. De manera general, a excepción de los más jóvenes, la mayoría de
hombres de este grupo mencionó a grupos específicos como de riesgo
para las ITS (homosexuales, trabajadoras sexuales) como aquellos que
pueden contraerlas, situación a considerar en las campañas de preven-
ción del Sida centrándose en las prácticas de riesgo y no en grupos de
riesgo como ocurrió en el inicio de la epidemia.
Fue posible observar cambios en las opiniones de este grupo de
varones, resaltando que los más jóvenes poseen más información en
cantidad y calidad lo que se traduce en una diversidad de creencias de
acuerdo con esta información. Sin duda, no todos los hombres tienen
las mismas creencias y en consecuencia pueden presentar actitudes y
comportamientos diferentes, por ello, el tema de las masculinidades
y la construcción social del “Ser hombre” es un tema que no puede
seguir soslayándose ni por los hombres ni por los programas de salud
reproductiva. Esto cobra vigencia con el resultado de las pruebas
que indican que la participación de los hombres aumentaría si éstos
tuviesen más oportunidades de hacerlo (Korran, 1997; Barnet, 1999).

Conclusiones

En este grupo de varones, el conocimiento sobre salud reproductiva y


lo que éste involucra, es muy limitado, lo que consideramos se debe a
que el embarazo y la anticoncepción “Es cosa de mujeres” como ellos
señalaron, matizado por el hecho de que los programas de planifica-
ción familiar y salud reproductiva tradicionalmente han sido dirigidos
a las mujeres. El concepto de Planificación familiar aunque resultó un
poco más claro para ellos, el intervalo ínter genésico de sus hijos es
corto. Ninguno se practicaría la vasectomía, por miedo. La informa-
ción sobre las ITS está íntimamente relacionada al Sida y generalizan
la información sobre esta última a todas las demás ITS. La edad es
un elemento que matiza las creencias de los hombres, ya que por un
222
lado encontramos que a mayor edad menor importancia otorgada a la
planificación familiar.
Por otra parte, en cuanto a las ITS, persiste la creencia de que éstas
solo se presentan en grupos específicos de la población como son los
hombres homosexuales y las trabajadoras sexuales, esto es, se sigue
pensando en grupos y no en prácticas de riesgo. Los hombres de esta
comunidad no solicitan condones en el Centro de salud de su comuni-
dad por vergüenza de que se piense que es para usar con “Prostitutas”,
aunque en el discurso eso fue lo expresado por ellos, al decir que usan
el condón solo en relaciones extra-pareja. La comprensión de las ne-
cesidades y opiniones de los hombres es necesaria para los programas
de salud reproductiva para después diseñar mensajes dirigidos a los
hombres.
Finalmente, es necesario considerar que aunque se trate de situa-
ciones de salud, el hombre es un ente biospicosocial que recibe influen-
cia de la cultura en la que vive así como de sus raíces incluyendo la
vivencia de la salud sexual, la sexualidad y la masculinidad.

223
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225
PARTICIPACIÓN MASCULINA
EN PLANIFICACIÓN FAMILIAR
EN UNA COMUNIDAD RURAL
DE YUCATAN, MEXICO

Ana María Lucas Navarro


Yolanda Oliva Peña
Andrés Santana Carvajal

Resumen

El estudio es de tipo socio médico de corte cualitativo, con el objetivo


de determinar la participación masculina en la planificación familiar
en una localidad rural del estado de Yucatán. Se entrevistaron a todos
los hombres de 15 a 65 años de edad con vida sexual activa, residen-
tes de la comisaría de Mucel, Chemax, Yucatán; participando 105 de
116 hombres.Se aplicó un instrumento de recolección de información y
una guía de entrevista semiestructurada con 44 preguntas, previamen-
te validada, lo cual permitió obtener información detallada, mediante
la combinación de recursos metodológicos cuantitativos y cualitativos,
sobre la participación masculina y los factores que influyen en su toma
de decisiones en planificación familiar.
Los resultados obtenidos muestran que existe un modelo hege-
mónico de masculinidad que describe al hombre como fuerte y duro,
controlado y poco expresivo de sus sentimientos, exitoso proveedor de
la familia, racional y capaz. Este concepto incluye creencias de superio-
ridad ante las mujeres y otros hombres considerados como inferiores.
Este modelo motiva al hombre a sentirse con derecho a tener el poder,
y cualquier amenaza o situación que lo lleve a perder este poder que le
pertenece, lo hará luchar por no cambiar su estatus. De esta manera

227
continúa siendo el que toma las decisiones en el ámbito de la planifica-
ción familiar, sin tomar en cuenta las expectativas de su pareja.

Antecedentes
Tener los hijos: derecho, decisión o política

La planificación familiar (PF) es el conjunto de acciones que una perso-


na lleva a cabo para determinar el tamaño y la estructura de su familia,
el conjunto de decisiones que toma y las prácticas que realiza en torno
a su reproducción; contribuye a salvar vidas de mujeres y niños y me-
jora la calidad de vida de todos. Esta práctica es un derecho humano
fundamental (Naciones Unidas, 1983); en México, de acuerdo con el
artículo cuarto constitucional, es el derecho que toda persona tiene a
decidir, de manera libre, responsable e informada el número y espacia-
miento de sus hijos.
Los programas tradicionales de planificación familiar se han con-
centrado casi exclusivamente en las mujeres, frecuentemente dejando
a los hombres de lado por los estereotipos negativos sobre las actitudes
y conductas masculinas respecto al embarazo y a la crianza de los hijos.
Diversos estudios han demostrado que no sólo la mujer, para quien
están dirigidos los objetivos de las campañas de planificación familiar,
es quien decide, y uno de los principales factores para el rechazo de
los métodos anticonceptivos es la oposición de la pareja masculina;
observándose mayor prevalencia de esta situación en el ámbito rural.
Aunque la mayoría de los hombres aprueban los métodos anticon-
ceptivos y se manifiestan a favor, sólo una minoría los utiliza y algunos
los rechazan por diversos motivos. Una razón de la evidente divergen-
cia entre las actitudes de los hombres y el comportamiento de éstos,
es que, aún se desconoce cómo perciben la planificación familiar y qué
elementos consideran en la toma de decisiones en planificación fami-
liar. Como se puede advertir, es necesario conocer estos aspectos para
ajustar programas e impulsar esfuerzos de educación sexual, brindar
servicios adecuados en materia de salud sexual y fomentar una ver-
dadera cultura de la equidad entre hombres y mujeres; lo cual contri-
buirá a una vida sexual, reproductiva y pos-reproductiva satisfactoria,
saludable y sin riesgos.
Para lograr buenos resultados, los programas de salud deben reco-
nocer la necesidad de considerar y combatir los papeles y relaciones de
género que obstaculizan sus objetivos de promover la salud, factores
como la forma de relacionarse, la imagen que la persona tiene de sí, y
cuestiones de poder, subordinación, comunicación y control en la toma
de decisiones.
En el estado de Yucatán existen opiniones documentadas en estu-
dios realizados acerca de por qué las mujeres no recurren a los servi-
228
cios de planificación familiar, y se afirma entre ellas, que por oposición
de la pareja, siendo ésta la principal causa de rechazo, por desconoci-
miento de los métodos anticonceptivos, por temor a que les enfermen o
simplemente porque no les gustan. Como se puede ver en los estudios,
el género ejerce una poderosa influencia en la adopción de decisiones
y el comportamiento relacionado con la reproducción. El propósito
del estudio es describir como acontece la participación masculina en
la planificación familiar en una localidad rural del estado de Yucatán
donde existe mayor influencia de tradicionalidad.

Material y métodos

Se realizó un estudio socio-médico tanto cuantitativo como cualitativo.


El grupo de hombres en edad reproductiva se encontraba en 116 hom-
bres (15 a 65 años de edad con vida sexual activa), los hombres residían
en la comisaría de Mucel, Chemax, Yucatán. Los que colaboraron final-
mente fueron 105 hombres, que aceptaron participar en el estudio. En
la realización del estudio se desarrolló un instrumento de recolección
de información, y una guía de entrevista semiestructurada con 44 pre-
guntas, previa selección de los sujetos de investigación, mediante la
identificación de los varones que se ubicaban en el rango de edad, a
través del Censo Nominal de la población que se solicitó al centro de
salud. Una vez identificados los sujetos, se acudió a los domicilios, para
aplicar los criterios de inclusión y en caso de cumplirlos se les solicitó
su participación voluntaria en el estudio aplicando el consentimiento
informado. Asimismo, se concertó una cita para la entrevista.
En caso de mostrar renuencia o negativa se anotó en el diario de
campo para señalar los argumentos y las observaciones de la primera
entrevista. Se elaboró un calendario de citas programadas y se proce-
dió a realizarlas. Si las circunstancias para la realización de la entrevis-
ta no fueron las adecuadas, se reprogramó y se llevó a cabo una segun-
da entrevista. Posteriormente se capturaron los datos en el programa
SPSS Versión 14 y MAXQDA 2, previa codificación de las respuestas
por análisis de textos y conformando categorías. Se realizó la integra-
ción y análisis de la información con base a las variables en estudio.

I. Aspectos sociodemográficos

La muestra definitiva fue de 105 varones, que representan el 90.5% del


total de hombres con vida sexual activa de la comunidad. Se distribu-
yó en 3 grupos etarios, de 15 a 30 años, de 31 a 45 años y de 46 a 65
años, cada uno constituido por 37, 48 y 20 personas respectivamente.
La edad media de los entrevistados fue de 36 años, siendo la edad mí-
229
nima de 18 años y la edad máxima de 65 años, todos ellos casados. Su
escolaridad predominante fue de primaria incompleta con el 43%. Un
80% eran campesinos, y el 20% se dedicaban a otras actividades; en
cuanto a la actividad económica que realizan, el 95 % es local y el 5%
es foráneo.
Por lo que respecta a las parejas, su edad media es de 34 años,
siendo la edad mínima de 17 años y la edad máxima de 63 años. La
media del tiempo de relación de pareja es de 14 años, con un mínimo
de 1 año de relación y un máximo de 47 años. Según el tipo de familia,
el 54% son de tipo nuclear, el 33% son de tipo compuesta y el 13% son
extensas. De acuerdo a la religión, el 71% son católicos, 26% profesan
otra religión distinta a la católica y 4% no profesaban alguna religión.
Se registró que la edad media de inicio de vida sexual activa fue a los 20
años (±2.7), la edad mínima 15 años y la máxima 33 años. Se observa-
ron también frecuencias importantes entre los 18 y 22 años. En cuanto
al número de hijos la media es de 5 hijos, con un mínimo de 0 hijos por
pareja y un máximo de 14 hijos por pareja, observándose frecuencias
importantes entre los 2 (11%), 3 (19%) y 7 (14%) hijos por pareja.

II. La masculinidad y la reproducción

En cuanto a los resultados más importantes obtenidos acerca de las


formas de entender y ejercer la masculinidad según lo que los entre-
vistados expresaron sobre el significado de “Ser hombre”, se observa
que “Responsabilidad y proveedor” son términos recurrentes al hablar
de la hombría y paternidad. La responsabilidad se relaciona con el tra-
bajo, que es uno de los objetivos de la vida de un hombre, una manera
adecuada de ser hombre y padre. Este significado es compartido por
los hombres entrevistados independientemente de su edad.

Debe darse a respetar entre los demás hombres


mostrándoles que es responsable, sabe trabajar,
debe saber cuidar a su mujer y a sus hijos

Otro rasgo representativo de su masculinidad

Los hombres son los que dicen lo que sus esposas


deben hacer, cómo comportarse, dónde vivir, deci-
den si los hijos van a la escuela o no, deciden cuán-
tos hijos tener y si van a ser atendidas por par-
teras o médicos, deciden cuándo tener relaciones
con su mujer

La edad a la que un hombre puede formar una familia está deter-


minada por la obtención de la responsabilidad suficiente para formar
230
una familia, lo cual se manifiesta con la capacidad de trabajar y tomar
decisiones, esto según el 51% de los entrevistados, sucede alrededor
de los 20 años. No se observó diferencia según grupo de edad. Así lo
refieren algunos de los entrevistados:

20 años, porque ya es fuerte y maduro para poder


mantener un trabajo y sacar adelante a su fami-
lia…Ya paso su tiempo de muchacho, de andar en
los bailes, ya vienen más responsabilidades

Al preguntarles sobre la edad a la que creen que una mujer puede


embarazarse, refieren que ésta se encuentra determinada por el inicio
de la menstruación.

Desde los 14 años, porque ya regla y eso signifi-


ca que si tiene relaciones ya se puede embarazar,
aunque está chica para tener hijos, porque su san-
gre no está madura y su hijo nace enfermizo y ella
luego se enferma seguido por debilidad del parto.

Así mismo refirieron que la edad ideal para que una mujer se em-
barace es cuando su cuerpo ya ha madurado completamente y ella ya
ha adquirido los conocimientos necesarios para cuidar de una familia,
mencionando 18 años como edad media, con una mínima de 15 y una
máxima de 25 años. Algunas respuestas fueron:

18 años, ya tiene la madurez suficiente para enten-


der todas las obligaciones que tiene como madre y
esposa y además te evitas problemas con los pa-
dres porque ya es mayor de edad y toma sus pro-
pias decisiones.

En cuanto al final de la etapa reproductiva de los hombres, los tres


grupos de edad coincidieron en que ésta es a los 50 años, con 49%,
42% y 45% de los entrevistados respectivamente. Mencionando 38 y
65 años como edades mínima y máxima respectivamente. El principal
motivo que identifican es el cese de las relaciones sexuales con su pare-
ja por cansancio ocasionado por los trabajos del campo lo que dificulta
las erecciones, así como por cambios en su proyecto de vida.

Un hombre puede tener hijos hasta los 50 años,


después ya está viejo y no tiene la misma fuerza
para tener relaciones con su mujer (ya no se le
para), se dedica más al campo.

231
Con respecto a las mujeres, el final de la etapa reproductiva se re-
laciona con la desaparición de la menstruación que identifican como
desgaste del cuerpo, lo cual sucede según el 50% y el 30% del primer y
tercer grupo de edad, a los 45 años, en tanto el 32% del segundo grupo
menciono que a los 50 años. Siendo 35 años la edad mínima mencio-
nada y 70 años la máxima.

Hasta los 45, después su matriz se seca, ya no le


llega sangre y ya no se puede embarazar porque
los bebes no pueden crecer o salen deformes o re-
trasados

III.El proceso de la toma de decisiones sobre planificación familiar

En lo referente a la toma de decisiones, el 82% refiere que el hombre


es el responsable de la toma de las decisiones en la familia, otro rasgo
representativo de su masculinidad. Los entrevistados lo mencionaron
de la siguiente manera:

Hombre de 20 años:

Los hombres son los que dicen lo que sus esposas


deben hacer, cómo comportarse, dónde vivir, deci-
den si los hijos van a la escuela o no, deciden cuán-
tos hijos tener y si van a ser atendidas por par-
teras o médicos, deciden cuándo tener relaciones
con su mujer.

Al cuestionar sobre la persona que toma la decisión final al mo-


mento de aceptar o rechazar el uso de un método anticonceptivo, 48%
dijeron que el hombre, 46% mencionaron que ambos, 3% refirieron
que la mujer y 3% dijo no saber. Observándose diferencias según el
rango de edad. De los que utilizan un método femenino, 49% lo decidió
el hombre, 3% la mujer y 17% ambos, en cuanto a los que utilizan uno
masculino, 60% lo decidió el hombre, 4% la mujer y 36% ambos.
Respecto a si se platica de planificación familiar con la pareja, el
67% (70 personas) lo hace, observándose esta conducta. Al preguntar-
les si entre hombres se platica de planificación familiar, el 71% respon-
dió que sí y el 29% que no. En general platican de las ventajas y desven-
tajas de usar métodos de planificación y sobre los riesgos que corren las
mujeres por usarlos. Los motivos de los que no platican, en general es
por considerarlo tema exclusivo de las mujeres, por ser temas privados
y por miedo a ser juzgados.

232
V. Las actitudes masculinas ante la planificación familiar

Respecto a la opinión que tienen sobre la planificación familiar el 73%


(77) la acepta, aún cuando no la emplee, el 21% (22) la rechaza y el 6%
(6) son indiferentes. El mayor porcentaje de aceptación se observó en
el grupo de 31 a 45 años con un 90% y el mayor porcentaje de rechazo
en el grupo de 15 a 30 años con un 32%. Al preguntarles sobre la opi-
nión que sus esposas tienen sobre la planificación familiar, el 57% (60)
mencionan que la acepta, el 15% (16) que la rechaza, el 3% (3) que es
indiferente y el 25% (26) que no saben.
En cuanto al tipo de actitud que predominó en la población estu-
diada, según la presencia de los componentes de cada tipo, como son la
presencia de conocimientos, la utilización de métodos anticonceptivos
y la asistencia a consultas de planificación familiar, se observó que sólo
un 30% presenta una actitud activa ante la planificación familiar en
tanto un 70% presenta una actitud pasiva. Respecto a la utilización de
algún método de planificación, 61% (64 personas) dijeron estar utili-
zando actualmente algún método, de éstos, el 61% son de uso femenino
y el 39% de uso masculino.
Los métodos más usados fueron los inyectables con 45% (29 per-
sonas) y los menos utilizados fueron el condón y los hormonales orales
con un 3% (2 personas) respectivamente. No se registraron usuarios
de DIU, parches y vasectomía. Si bien la abstinencia periódica y el coi-
to interrumpido son utilizados por un 36%, lo hacen sin considerarlo
como método anticonceptivo, ya que solo el 10% lo identifican como tal
y el resto lo refiere como “Cuidar a la esposa”.

Hombre de 35 años:

Las pastillas, las inyecciones y el condón son ma-


los… por eso no uso planificación familiar, mejor
yo cuido a mi esposa de manera natural, no tengo
relaciones con ella hasta una semana después que
termine su sangrado, ya que esté bien limpia, para
que no se vaya a enfermar si utiliza drogas.

El rango de 31 a 45 años es el que presenta mayor uso de algún mé-


todo anticonceptivo con un 75% (36 personas), seguido del grupo de 15
a 30 años con un 62% (23 personas) y el que menor porcentaje de uso
registra es el de 46 a 65 años con 25% (5 personas). Del total de entre-
vistados ninguno tiene completo conocimiento sobre lo que significa la
planificación familiar, aunque la mayoría sabe que tiene relación con el
número de hijos y como principal concepto manejan que planificar es
utilizar un método anticonceptivo (45%). El 5% (2 personas) y el 15%
(3 personas) del primer y tercer grupo etario respectivamente niegan
233
saber acerca de planificación familiar, así lo menciona un joven de 22
años, “No sé, no me interesa” y un señor de 49 años “No lo he escucha-
do”.
En cuanto al conocimiento de los métodos de planificación familiar
el 94% dijo conocer algún método, en tanto el 6% dijo no conocerlos,
todos ellos de religión católica y campesinos de la localidad; el mayor
porcentaje de desconocimiento (67%) se mostró en el grupo de 46 a
65 años. En relación con la escolaridad del 6% que no contaban con
el conocimiento, 67% son analfabetas y 33% cuentan con primaria in-
completa.
La principal fuente de donde han obtenido la información acer-
ca de los métodos de planificación familiar ha sido el centro de salud
de la comunidad, referido por un 42%, seguido por los amigos con un
33%, 6% refirió que nadie les ha proporcionado esta información. En
relación a la asistencia a la consulta de planificación familiar, 30% (32
personas) ha asistido cuando menos una vez y 70% nunca lo ha hecho.
Observándose la misma proporción por rango de edad. Las principales
razones por las que asisten son para pedir información sobre el método
que va a usar su mujer, porque les causó molestias a su mujer y por-
que las esposas no hablan español; los motivos por los que no asisten
dependen de cada rango de edad, refiriendo en el primer grupo como
principal motivo que es algo que le corresponde a la mujer, ya que los
hombres tienen otras ocupaciones, en el segundo grupo es porque no
desean utilizar métodos porque quieren tener más hijos y en el tercer
grupo refirieron que es algo que no les interesa.
De los que asisten a la consulta (32 personas), el 81% refiere que su
esposa utiliza algún método y 2% que ellos usan algún método. Entre
los que no asisten solo 18% refiere que su esposa utiliza algún método
y 31% utiliza un método masculino. Se cuestionó a los 105 pacientes
sobre lo que consideran que debería contener un programa de planifi-
cación para varones, 59% dijo que se deben dar pláticas en las que se
explique lo que es la planificación familiar y sus ventajas y se informe
de cada uno de los métodos anticonceptivos, incluyendo a los natura-
les, su uso, sus ventajas y desventajas, 10% expresó que esos temas se
tratan con las mujeres y que las pláticas deben de estar dirigidas a ellas,
12% dijo que nada y que no se debe presionar a los hombres para que
asistan al centro de salud y 19% dijo no saber.

III. La anticoncepción

Del total de entrevistados ninguno tiene completo conocimiento so-


bre lo que significa la planificación familiar, aunque la mayoría sabe
que tiene relación con el número de hijos y como principal concepto
manejan que planificar es utilizar un método anticonceptivo (45%). El
234
5% (2 personas) y el 15% (3 personas) del primer y tercer grupo etario
respectivamente niegan saber acerca de planificación familiar, así lo
menciona un joven de 22 años, “No sé, no me interesa” y un señor de
49 años “No lo he escuchado”.
De cada grupo etario el 30% (11), el 35.5% (17) y el 35% (7) respec-
tivamente, refirieron que es tener pocos hijos, así lo mencionaron tres
entrevistados, “No tener muchos hijos”, de 30, 45 y 53 años cada uno y
el 30% (11), el 12.5% (6) el 5% (1) de cada grupo respectivamente tuvo
un concepto más integral, mencionando número de hijos, intervalo en-
tre ellos, toma de decisión y bienestar familiar, como se observa en los
discursos de entrevistados de 19, 20, 23, 36 y 46 años:

• Es para no tener hijos pronto, esperar entre uno y


otro para no tenerlos muy seguido
• Es tener pocos hijos para poder darles lo necesario
para que crezcan sanos y fuertes
Platicar con la pareja cuántos hijos tener y cuando

Al preguntar sobre quien le ha explicado acerca de planificación


familiar, mencionaron como la principal fuente de información al doc-
tor, representando el 44% (46 personas) de la totalidad de la muestra y
el 11% (12 personas) dijo que nadie les ha proporcionado información.
Respecto a la opinión que tienen sobre la planificación familiar el 73%
(77) la acepta aún cuando no la emplee, el 21% (22) la rechaza y el 6%
(6) son indiferentes. Observándose el mayor porcentaje de aceptación
en el grupo de 31 a 45 años con un 90% y el mayor porcentaje de recha-
zo en el grupo de 15 a 30 años con un 32%.

Hombre de 22:

Está mal, la mujer está para tener hijos, si no, no


son mujeres

Otro de 18 años refiere:

Me conviene, porque si tengo hijos muy seguido


van a salir enfermos y mi mujer también se puede
enfermar

No se observaron coincidencias en torno al concepto de planifica-


ción entre los grupos de edad. Al relacionar la aceptación con el grado
escolar, se observó que de los que cuenta con estudios mínimos de pri-
maria completa hasta bachiller el 93% aceptan la planificación fami-
liar, en tanto solo el 65% de los analfabetas o con primaria incompleta
lo hacen. En relación con la religión, se encontró que entre los católicos
235
el 70% la acepta, en comparación con el 88% que lo hace profesando
otra religión. Al preguntarles sobre la opinión que sus esposas tienen,
el 57% (60) mencionan que la acepta, el 15% (16) que la rechaza, el 3%
(3) que es indiferente y el 25% (26) que no saben.
Al preguntarles qué métodos conocen, como mínimo mencionaron
un método (11%) y como máximo seis (2%), la mayoría (35%) men-
cionó 2 métodos. El método más referido fue los hormonales orales
(88%) y el menos nombrado los parches (2%). De los que mencionaron
conocer al menos un método (99 personas), 74% (73 personas) dijeron
saber cómo se utilizan y de estos, 69% (51 personas) tuvieron un co-
nocimiento correcto. Registrándose el mayor porcentaje de desconoci-
miento de uso en el grupo de 46 a 65 años con un 75%. Se observo que
la abstinencia periódica es el método menos conocido ya que el 100%
lo describió incorrectamente, no existiendo diferencias por edad:

No me gusta que mi esposa use métodos, mejor yo


la cuido. Solo tengo relaciones con ella después de
15 días de que termino su regla.

La principal fuente de donde han obtenido la información acerca
de los métodos de planificación familiar ha sido el centro de salud de la
comunidad, referido por un 42%, seguido por los amigos con un 33%.
Respecto a la utilización de algún método de planificación, 61% (64 per-
sonas) dijeron estar utilizando actualmente algún método, siendo 61%
de uso femenino y 39% de uso masculino. El método más usado fueron
los inyectables con 45% (29 personas) y los menos utilizados fueron el
condón y los hormonales orales con un 3% (2 personas) respectiva-
mente. No se registraron usuarios de DIU, parches y vasectomía. Si
bien la abstinencia periódica y el coito interrumpido son utilizados por
un 36%, lo hacen sin considerarlo como método anticonceptivo, ya que
solo el 10% lo identifican como tal y el resto lo refiere como “Cuidar a la
esposa”. Así lo refiriere esposo de 22 años:

Cuido a mi esposa no dejando que salga mi líqui-


do, cuando siento que va a salir, me aguanto, me
despego de ella y sale fuera

Los principales motivos por los que utilizan algún método anticon-
ceptivo fueron “Porque es natural” y “Porque es seguro, no falla”, ha-
ciendo alusión a la abstinencia periódica y al coito interrumpido y a los
inyectables, que son los métodos más utilizados. Al preguntarles sobre
lo que una pareja debe tomar en cuenta para elegir un método de plani-
ficación, la principal respuesta fue que no dañe a la mujer, con un 41%
de los entrevistados; 16% dijo no saber. Relacionando la utilización de
un método con el grado escolar, se obtuvo que de los que cuenta con
236
estudios mínimos de primaria completa hasta bachiller, el 74% utili-
za algún método de planificación familiar, y de este porcentaje el 57%
usan un método de empleo masculino, a diferencia de los analfabetas
o con primaria incompleta de quienes 50% si utilizan un método y de
estos el 33% emplean un método de uso masculino.
En relación con la religión, se encontró que de los católicos el 57%
utiliza un método, de estos 37% son de empleo masculino y de los que
profesan otra religión distinta a la católica o ninguna, 72% utiliza un
método de planificación familiar, 43% de empleo masculino. Se ob-
servó mayor utilización de métodos anticonceptivos en las familias de
tipo nuclear con un 53%, seguidas por las de tipo extenso con un 50%
y finalmente por las de tipo compuesto con un 43%. Con respecto a la
ocupación se encontró que de los campesinos el 56% utiliza los méto-
dos de planificación familiar mientras que de los que desempeñan otra
ocupación lo hacen 81%.
Al interrogarles sobre qué método recomendarían utilizar, 37%
refirió que los inyectables, 25% que ninguno y 10% dijo no saber. El
principal motivo fue por la sencillez de su uso. En relación a la asis-
tencia a la consulta de planificación familiar, 30% (32 personas) ha
asistido cuando menos una vez y 70% nunca lo ha hecho. Observán-
dose la misma proporción por rango de edad. Las principales razones
por las que asisten son para pedir información sobre el método que va
a usar su mujer, porque les causo molestias a su mujer y porque las es-
posas no hablan español; los motivos por los que no asisten dependen
de cada rango de edad.
De los que asisten a la consulta (32 personas), el 81% refiere que su
esposa utiliza algún método y 2% que ellos usan algún método. Entre
los que no asisten solo 18% refiere que su esposa utiliza algún método
y 31% utiliza un método masculino. En cuanto a si los comentarios de
otras personas influyen para su aceptación de algún método, 64% dijo
que no, 30% que si y 6% no sabe. Así lo refieren señores de 24, 30, años
respectivamente:

Si, los mayores nos guían y ellos tienen más expe-


riencia y dicen que debemos tener muchos hijos,
que usar métodos es malo, es contra la naturaleza.
Si, dicen que los que usan métodos no son hombres.
Son flojos que no quieren mantener a su familia.

Respecto a la plática de planificación familiar con la pareja, el 67%


(70 personas) sí platica con su esposa. De los que platican con su es-
posa, el 54% refiere que su esposa utiliza un método y 20% que ellos
lo hacen. De los que no platican con la esposa, 31% utilizan un método
masculino y ninguno refiere que su esposa lo haga. Al cuestionar sobre
la persona que toma la decisión final al momento de aceptar o recha-
237
zar el uso de un método anticonceptivo, 48% dijeron que el hombre,
46% mencionaron que ambos, 3% refirieron que la mujer y 3% dijo
no saber. De los que utilizan un método femenino, 49% lo deci-
dió el hombre, 3% la mujer y 17% ambos, en cuanto a los que utilizan
uno masculino, 60% lo decidió el hombre, 4% la mujer y 36% ambos.
Al preguntarles si entre hombres se platica de planificación fa-
miliar, el 71% respondió que sí. En general platican de las ventajas y
desventajas de usar métodos de planificación y sobre los riesgos que
corren las mujeres por usarlos. Los motivos de los que no platican en
general es por considerarlo tema exclusivo de las mujeres, por ser te-
mas privados y por miedo de ser juzgados. A continuación se ponen
ejemplos de entrevistados:

No, por machismo. Para los del pueblo mientras


más hijos tenga tu mujer, más macho eres y si les
hablas de planificación dicen que eres poco hombre
No, no hablamos de esas cosas, nos dedicamos a
platicar del trabajo del campo, de la milpa, de las
cosechas, eso solo lo platicas con tu mujer

En cuanto a su opinión de la vasectomía, 76% dijo no conocerla.


Del 24% que la conocen, 38% del grupo de 15 a 30 años, 15% del grupo
de 31 a 45 años y 20% del grupo de 46 a 65 años, ninguno se la reali-
zaría. El principal argumento que expresaron es por miedo a quedar
impotentes:

Que cortan al hombre para que ya no pueda tener


hijos, pero eso los deja impotentes, además les da
mucho dolor y no pueden trabajar

Al preguntarles sobre qué actividades exclusivas para varones ha


organizado el centro de salud, refirieron que ninguna o no estar entera-
dos de ello, ya que solo acuden a sus citas de oportunidades o a realizar
los trabajos de limpieza. En cuanto a si la unidad de salud tiene los
servicios de planificación familiar que ellos necesitan, 63% refirió que
si, 5% dijo que no y 32% dijo que no sabe. Al referirnos a la resolución
de dudas por el personal del centro de salud, 60% dijo que si se las re-
suelven, 25% que no por lo que ellos recurren a sus amigos para aclarar
sus dudas y 15% dijo que no sabe ya que no acuden al centro de salud.
Se cuestionó a los 105 pacientes sobre lo que consideran que debe-
ría contener un programa de planificación para varones, 59% dijo que
se deben dar platicas en las que se explique lo que es la planificación
familiar y sus ventajas y se informe de cada uno de los métodos anti-
conceptivos, incluyendo a los naturales, su uso, sus ventajas y desven-
tajas, 10% expresó que esos temas se tratan con las mujeres y que las
238
platicas deben de estar dirigidas a ellas, 12% dijo que nada y que no se
debe presionar a los hombres para que asistan al centro de salud y 19%
dijo no saber.

Discusión

Los programas tradicionales de planificación familiar se han concen-


trado casi exclusivamente en las mujeres, de esta manera, no se abor-
daba totalmente la realidad de la forma en que se toman decisiones so-
bre las relaciones sexuales y la procreación, puesto que esas decisiones
no las toman solamente las mujeres, sino la pareja, y en ocasiones se
ven afectadas por otras personas. Recientemente hay una mayor con-
ciencia de la necesidad de que los hombres participen activamente en
los programas de salud reproductiva, como los que proporcionan ser-
vicios de planificación familiar.
Lograr un estudio con hombres del medio rural, es una tarea y reto
de sumo interés, dada la dificultad para acercarse a las comunidades
para explorar aspectos matizados de la subjetividad implícita al inda-
gar las motivaciones personales para aceptar o no un método anticon-
ceptivo, que conlleva la necesidad de romper con ideas o paradigmas
basados en estereotipos de género, familiares y sociales ligados a cierto
tipo de construcción y ejercicio de la masculinidad.
La población estudiada corresponde a una pequeña comunidad ru-
ral maya tradicional de la zona milpera del estado de Yucatán, donde se
continúa con características culturales estrechamente ligadas con las
de sus ancestros, que se reflejan en su modo de producción, principal-
mente agrícola, su organización familiar de tipo nuclear modificada,
su alimentación con base a los productos del campo, su lengua maya,
su vivienda, entre otros. Pertenece a una de las regiones más atrasadas
del estado de Yucatán, con bajos niveles de ingresos, educación y salud.
Lo que se corrobora con la baja escolaridad de los entrevistados y el
elevado analfabetismo.
Los resultados de la investigación nos muestran que existe una
concepción dominante de la masculinidad (proveedor, responsable,
fuerte, que trabaja) y la paternidad es considerada como constitutiva
de la masculinidad, esto los lleva a concebirse como proveedores y en
pocos casos dan a la figura paterna otras funciones, es decir, existe un
modelo patriarcal “Hegemónico” de la masculinidad. Este es un mo-
delo ideal central que ejerce sobre todos los hombres un efecto con-
trolador, mediante la incorporación, la ritualización de las prácticas
de la sociabilidad cotidiana y un discurso que excluye todo un campo
emocional que se considera como femenino.
La planificación familiar es uno de los pilares de la salud reproduc-
tiva y debe responder a las necesidades de cada individuo y pareja, pro-
239
moviendo la participación activa del varón y tomando en consideración
las actitudes hacia la anticoncepción, así como la diversidad cultural de
las poblaciones. Diversas investigaciones han identificado fac-
tores que influyen en la adopción de las prácticas anticonceptivas. Por
lo general, los niveles de educación formal, el lugar de residencia y el
nivel socioeconómico han sido factores empleados para identificar las
poblaciones menos proclives al uso de métodos anticonceptivos. Hom-
bres y mujeres con mayor escolaridad, mejor nivel ocupacional, mejor
nivel socioeconómico y residentes de áreas urbanas, muestran una ma-
yor aceptación hacia el uso de métodos anticonceptivos.
En la comunidad de estudio, los mayores niveles de uso se concen-
tran en los hombres con edades entre los 31 a 45 años, con educación
primaria completa o superior, de ocupación distinta a la agrícola, con
familias tipo nuclear, de religión diferente a la católica, que han asisti-
do a la consulta de planificación familiar, en quienes no influyen los co-
mentarios de otras personas para la toma de decisiones en este aspecto
y que suelen platicar con su pareja acerca de planificación familiar. Sin
embargo, la decisión sigue siendo unilateral, ya que de igual manera
que como se ha documentado en diversos estudios, el hombre continúa
ejerciendo influencia, tanto en la decisión de usar métodos anticoncep-
tivos, como en la decisión sobre el número de hijos que desea tener y
en qué momento.
En diversos contextos, los varones se oponen a que sus esposas
practiquen la planificación familiar por temor a ser sancionados so-
cialmente, en su posición de varón y en cuanto a sus ideas religiosas y
creencias erróneas sobre los efectos secundarios de los métodos anti-
conceptivos y por temor a la infidelidad de sus parejas. En general el
significado asociado a anticoncepción es daño. De igual forma a otros
estudios de quienes han analizado la relación de los estereotipos de
género con las prácticas sexuales y las conductas anticonceptivas, se
observa que cuando los hombres expresan expectativas y actitudes ne-
gativas hacia la planificación familiar, siguen con mayor apego los roles
estereotipados de su género, que se apoyan en valores que atribuyen
la responsabilidad del cuidado de los hijos y de la anticoncepción a la
mujer.
En cuanto a la calidad de la información sobre planificación fami-
liar y métodos anticonceptivos y a las fuentes a las que recurren, se ob-
servó que muchos de los hombres tienen información errónea, porque
sus fuentes generalmente son sus pares, varones tan desinformados
como ellos, que reproducen “Saberes” y prácticas erróneas; a pesar que
refieren que confían en el consejo de médicos al obtener información
sobre planificación familiar.
En general se perciben los servicios de planificación familiar como
exclusivos de las mujeres lo que coincide con diversas investigaciones
que concuerdan en que los servicios de planificación familiar no están
240
dirigidos a los hombres y que parte del rechazo o indiferencia que sien-
ten éstos ante los servicios puede ser debido a que no perciben que es-
tán dirigidos también a ellos. Esto se puede deber a que muchos servi-
cios de planificación familiar han sido diseñados para ofertar métodos
anticonceptivos femeninos debido a la pobre asistencia de los hombres
hacia esos servicios; sin embargo existe interés en la planificación fa-
miliar, siempre y cuando no se les cuestione, no se les imponga y se
utilicen sus propias formas de cuidado.

Conclusiones

Aunque los hombres, tradicionalmente, han tenido más poder social,


económico y político que las mujeres, muchos de ellos no dejan de bus-
car maneras para aumentar o afirmar este poder y ejercer control sobre
el comportamiento de las mujeres, incluyendo su fecundidad, es decir,
no hay cambio cultural en términos del deber ser y significado de mas-
culinidad.
Si bien los cambios de los conocimientos, las actitudes y el compor-
tamiento de hombres y mujeres constituyen una condición necesaria
para el logro de una colaboración armoniosa entre hombres y mujeres,
no se contempla por parte de los hombres, otra forma de masculinidad
que no sea la que ellos tienen planteada, en la que el hombre es el que
tiene que decidir.
Continúan con una actitud negativa hacia la planificación familiar
y las decisiones se siguen tomando de manera unilateral. Por lo tanto,
es fundamental mejorar la comunicación entre hombres y mujeres en
lo que respecta a las cuestiones relativas a la sexualidad y a la salud
reproductiva y la comprensión de sus responsabilidades conjuntas.
Promover la participación de los hombres en programas de salud re-
productiva supone cimentar en ellos nuevas formas de ser y pensar, es
decir, una mentalidad equitativa y democrática en torno a lo masculino
y femenino.
Uno de los requisitos indispensables para que las personas puedan
ejercer su derecho a decidir cuántos hijos tener y cuándo tenerlos es
que conozcan los medios de regulación de la fecundidad; que dispon-
gan de información suficiente acerca de cómo y dónde obtener los mé-
todos anticonceptivos, de cuáles son los más convenientes de acuerdo
con sus preferencias y condiciones personales, y su modo de operación
para emplearlos de forma segura y efectiva.
Los resultados resaltan la importancia de concebir intervenciones
que se sustenten en la especificidad de la situación en que se socializan
los varones de cada comunidad y que tomen seriamente en conside-
ración su subjetividad, su manera de percibir y de sentir el mundo en
que viven.
241
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244
LAS INTERACCIONES SOCIALES
EN EL SABER MASCULINO PARA EL
CUIDADO DE LA SALUD DE LA
MUJER EMBARAZADA.
UNA PROPUESTA DE CAMBIO
A TRAVÉS DE LA EDUCACIÓN

Elsa Rodríguez Angulo


William Manrique Vergara
Andrés Santana Carvajal

Resumen

Objetivo: Explorar el saber masculino en relación al cuidado de la sa-


lud de la mujer embarazada. Métodos: Es una investigación cualitativa,
llevada a cabo en un municipio al oriente de Yucatán. Se llevó a cabo un
taller participativo con 40 hombres adultos (entre 20 y 55 años). Re-
sultados: Los hallazgos del estudio señalan el papel que desempeñan
las diferentes interacciones sociales de los hombres relacionadas con
la atención hacia las mujeres embarazadas. Esas interacciones están
dadas por los servicios de salud, la atención de las parteras de la comu-
nidad, el uso de remedios caseros y la práctica de la medicina tradicio-
nal. Los cuidados a la salud materna combinan la medicina tradicional
y la medicina alopática. Conclusión: Las diferentes interacciones socia-
les en el municipio de Chemax en las que los hombres se encuentran
involucrados determinan la forma como ellos participan en el cuidado
de las mujeres durante el embarazo, parto y posparto.

245
Introducción

El comportamiento social cotidiano del hombre, es pocas veces toma-


do en cuenta al momento de diseñar estudios en el área de la salud.
El proceso salud-enfermedad-atención de las personas está influencia-
do por interacciones sociales cotidianas, es decir, situaciones que se
desarrollan rutinariamente sin necesidad de estar consciente de ellas
(Guiddens, 1995). Sin embargo, en estas interacciones sociales relacio-
nadas con el proceso, el saber que los hombres en una comunidad tie-
nen sobre los cuidados y prácticas hacia la salud de sus esposas cuando
están embarazadas, durante el parto y en la etapa de cuarentena, es
un área que ha sido poco abordada y que requiere más intervenciones.
Desde hace ya varios años, algunos autores han plasmado en sus
escritos la necesidad de tomar en cuenta el punto de vista de los di-
versos actores sociales involucrados en el proceso salud-enfermedad-
atención, no por un simple capricho, sino porque en los problemas mé-
dico sociales, la interacción de todos los grupos poblacionales influyen
en la construcción individual del conocimiento sobre los cuidados de la
salud (Menéndez, 1992). En México, el cuidado de la salud se basa en
la mezcla de tres modelos: el de la medicina alópata, el de la medicina
tradicional y el de la medicina casera (Zolla, 1998).
El modelo de los cuidados que se practican en el hogar ha sido ex-
plorado principalmente por la antropología médica y refiere que la mu-
jer es el centro primario de atención para el autocuidado de las familias
(Menéndez, 1992). Estas pertenecen al sistema real de salud que existe
en México, pero el papel que representa el varón dentro de este modelo
ha sido poco estudiado.
Para ubicar los resultados de esta investigación debemos explorar
el cuidado de la salud que proporcionan los hombres a sus esposas em-
barazadas. El embarazo, aunque es una etapa fisiológica de la mujer
durante su etapa reproductiva, puede llevar a riesgos tanto a la madre
como al hijo. Frecuentemente, estos riesgos son poco conocidos por la
mujeres y casi nulos por los esposos (Rodríguez; Andueza; Kú, 2006).
Aunque en el discurso de los hombres se visibiliza la mayor influen-
cia que ha tenido en ellos la medicina alópata, no se involucran en el
acompañamiento de la mujer al momento de ir a la consulta prenatal,
privilegiando todos sus esfuerzos al momento del parto, en el que par-
ticipan pidiendo ayuda a la partera, comprando medicinas o trasladan-
do a la mujer a otro servicio de atención cuando el parto se complica.
De esta manera, el cuidado a la salud materna es entendido como
una simple lucha contra la enfermedad y no como un concepto más
amplio, en el que no solo se estimule y facilite el pensar materno (Cun-
neen, 1991; Ruddic, 1989), sino que involucre al varón en un ambiente
sostenedor que aporte a los que están bajo su cuidado la protección
para su vida y un crecimiento integral. El saber masculino es construi-
246
do socialmente, es decir, que todos sus conocimientos son productos
sociales, construidos en el camino de la socialización, al aceptar ciertos
valores y normas de conducta. Estos conocimientos son dependientes
de las situaciones socioculturales en los cuales ellos ocurren y constan-
temente son renegociados.
El argumento que respalda la perspectiva teórica de la construc-
ción social es que los conocimientos vistos como verdad, deberían ser
considerados como productos de relaciones de poder (Lupton, 1994).
Parte del saber masculino en salud, sobre todo el medicalizado, es el
que ha tenido más influencia en los hombres, como consecuencia del
proceso de profesionalización avalado por un poder político, que en
su momento fue fundamental, para desconocer otros saberes del cui-
dado-curación a la salud. Sin embargo, el saber femenino mezcla el
saber médico, el tradicional y el casero, porque es la mujer quien desde
pequeña, es enseñada por su mamá, abuelas y suegra sobre cómo cui-
darse durante el embarazo y cómo cuidar a su familia, es decir, en ella
recae la responsabilidad de los cuidados a la salud.
El análisis de los contextos particulares asume un papel trascen-
dental en el ordenamiento de los géneros, de las atribuciones de los
mismos basados en los significados que socialmente se les asignan.
Llevar la comprensión de los géneros a un terreno que supone como
parte del mismo la variabilidad, es situarlos en posiciones de cambio.
De hecho, los límites que se establecen entre los géneros no son nítidos,
sus fronteras están en una constante negociación (Ramírez, 2006).
El lugar de género en geografía rural es una forma de abordar la
perspectiva de lo masculino y lo femenino. La geografía de género es
la geografía que examina las formas en que los procesos socioeconómi-
cos, políticos y ambientales crean reproducen y transforman no solo
los lugares donde vivimos sino también las interacciones sociales entre
los hombres y las mujeres, y a su vez, estudia cómo las relaciones de
género tienen un impacto en dichos procesos y en sus manifestaciones
en el espacio y en el entorno (Little et. al., 1988:2). En la medida que
existen variaciones enormes en materia de subordinación y autonomía
relativa de las mujeres a distintas escalas (país, región, localidad) po-
demos hablar de una geografía de las relaciones de género; y a la vez,
también existe una multiplicidad en la creación social del género, en
sus divisiones y en los significados simbólicos asociado a lo femenino y
lo masculino (McDowell, 2000).
Por lo tanto, género y lugar se constituyen mutuamente y, a pesar
de la movilidad que caracteriza la vida cotidiana de la sociedad actual
y de los patrones homogenizadores que conlleva la globalización, los
lugares siguen siendo importantes. Es en ellos donde se crean distintas
relaciones de género, y afectan tanto a la naturaleza de este espacio
como a las ideas comunes sobre las formas aceptadas de lo masculino
y lo femenino. El género como categoría de análisis fundamental en
247
geografía y en geografía rural, como lo es la clase, edad, origen cultu-
ral y otras variables con las que se constituye en mutua relación. Las
interacciones y prácticas sociales (en las que se incluyen las de género)
en el tiempo y en el espacio y los significados asociados a las mismas
constituyen el lugar.
En los últimos años, se insiste en que la geografía de género va más
allá de la geografía de las mujeres (como objeto de estudio y estudio-
sas) y aboga por el estudio de los hombres, por la construcción social
del género y del sexo, por la comparación entre roles de género asigna-
dos a hombres y a mujeres, por la consideración a los hombres como
investigadores, y se insiste en que los estudios de geografía y género,
incluyan también otros ejes de discriminación. En la geografía rural del
género, interesa no solo estudiar a las mujeres, sino también la vida de
los hombres, por ellos mismos y por su posición relativa a las mujeres
en las relaciones de género. No conocemos sus expectativas y cómo
experimentan los cambios en las identidades y roles de ambos géneros.
Aunque no existe un concepto claro de qué es masculinidad, dife-
rentes autores (Connel, 1997, 2003; Kimmel, 1998; Bourdieu, 2000;
Ramírez Solórzano 2002; Ramírez Rodríguez, 2006) mencionan que
la masculinidad es entendida a través de la feminidad en tanto que
ambas existen en contraste, se define una en función de la otra. La
masculinidad se construye socialmente, varía de una cultura a otra, se
transforma con el tiempo, cambia en relación a otras variables y otros
sitios potenciales de identidad y se transforma en el transcurso de la
vida de cualquier hombre (Kimmel, 1998) según sus características de
clase, etnia y edad (Ramírez, 2002) por lo que no hablamos de un tipo
de masculinidad sino de masculinidades.
Los nuevos análisis sobre los hombres como sujetos con géne-
ro que otorgan género constituyen actualmente la antropología de la
masculinidad. Gutmann (1996) se apoya en Lewis (1963) y otros para
examinar el patrón histórico en el México rural por medio del cual los
hombres desempeñan un papel más significativo en la crianza de los
hijos varones de lo que puede ser el caso entre los proletarios urbanos.
Pero concluye que para muchos hombres y mujeres de las comunida-
des de invasión en México, el ser un padre activo, consistente y a largo
plazo, es un elemento crucial en lo que significa ser hombre y en lo que
hacen los hombres.
En este trabajo la masculinidad se aborda desde el enfoque de roles
del hombre hacia la atención y cuidados de la mujer durante el emba-
razo, parto y posparto (Gutmann, 1999). El objetivo de este estudio
es explorar el saber masculino en relación al cuidado de la salud de
la mujer embarazada, visto como proceso social dinámico de carácter
colectivo, consecuencia de las interacciones sociales.

248
Métodos

Se analizó la información relacionada con la morbilidad y mortalidad


materna en la comunidad de Chemax, Yucatán, México. Esta informa-
ción fue proporcionada por Instituto Nacional de Estadística, Geogra-
fía e Informática (INEGI) y por los servicios Estatales de Salud Pública
en Yucatán. Además, por estudios realizados en esa comunidad se sabe
que las mujeres residentes de ese municipio tienen tres veces más ries-
go de fallecer por una causa materna, comparado con las mujeres que
viven en áreas urbanas (Rodríguez; Ordóñez, 2006). En el proceso de
cuidado y atención a la embarazada están involucrados varios grupos
de población, como son los familiares, el personal de salud, las parteras
comunitarias y los mismos esposos de las mujeres. Este fue el motivo
que nos llevó a explorar el papel que desempeñan los hombres de la
comunidad de Chemax, en el proceso de cuidado y atención de la salud
de la mujer durante el embarazo, parto y posparto.
En cuanto a la metodología, las discusiones en grupo ofrecen la
oportunidad para que los individuos intercambien ideas y convaliden
experiencias personales. Esta interacción es uno de los objetivos me-
todológicos de esas discusiones, pero también puede beneficiar a los
participantes a quienes se brinda la posibilidad de ser escuchados y
valorados.
Un componente fundamental del taller participativo fue la inclu-
sión de un estudio cualitativo sobre el papel que desempeñan los espo-
sos en el cuidado y ayuda de la esposa embarazada, a la hora del parto y
durante la cuarentena, orientado a explorar los patrones de utilización
de los servicios de salud y las razones y causas asociadas a esos patro-
nes. La estrategia metodológica que se desarrolló fue la siguiente: res-
tringir el estudio cualitativo a los hombres residentes de la cabecera y
comisarías de Chemax, cuando éstos se reunieron para la Junta Ejidal.
La información se recabó en tres ejes temáticos: 1.- Decisiones para
el cuidado de la salud; 2.- Atención de la mujer embarazada; y 3.- Per-
cepción de los servicios de salud. Con la ayuda de un traductor de len-
gua maya, se obtuvo la información a través de preguntas dirigidas a
los asistentes en forma oral. Se preguntó si sabían qué estaba pasando
con las mujeres embarazadas de Chemax, que se complican a la hora
del parto o después de dar a luz. También se preguntó sobre cuáles son
las causas por las cuales las mujeres se complican a la hora del parto o
después de éste, cuáles son los síntomas que avisan que es una compli-
cación y cómo se pueden prevenir. Además se preguntó cómo puede el
esposo ayudar a la esposa, hija o madre en estos casos.
En total fueron 40 los hombres que asistieron al taller participa-
tivo, quienes tuvieron un rango de edad entre 20 y 55 años. La infor-
mación fue procesada a mano por un redactor quien además grabó las
respuestas de los asistentes. Para llevar a cabo el análisis se fueron ubi-
249
cando las respuestas según se relacionaban con cada uno de los ejes
temáticos.

Resultados

Los hallazgos del estudio exploran el saber masculino en relación al


cuidado de la salud de la mujer embarazada de Chemax, visto como
un proceso social dinámico, de carácter colectivo, consecuencia de las
interacciones sociales. Asimismo, se describen algunas pautas de com-
portamiento de los hombres de Chemax para el cuidado de la salud de
sus esposas embarazadas.
El saber masculino sobre el cuidado de la salud de la mujer emba-
razada se refleja en los patrones de cuidado y curación que se realizan a
nivel doméstico, a través de la medicina tradicional y con la utilización
de los servicios de salud públicos y privados.
Como producto de las interacciones sociales con diversos grupos
de la comunidad, los valores y las normas sociales van influyendo en el
pensar y actuar para decidir sobre lo que se debe pensar y hacer o dejar
de hacer sobre los cuidados de la salud de la mujer embarazada. Estos
conocimientos no necesariamente llevan a ejecutar una acción, porque
no basta saber qué hacer a la hora de la complicación materna, sino
que también desempeña un papel importante la decisión del esposo
para que la mujer busque ayuda. Para que la mujer decida si acude o no
al médico depende de la presencia del hombre, quien es al fin y al cabo
el que toma la decisión final para que la acción se ejecute. Los esposos
refirieron, que en ocasiones, aún cuando la mujer está enferma, ésta no
sabe qué hacer o tiene miedo de salir sin el permiso de ellos. La falta de
atención de la mujer embarazada por parte de los servicios de salud y
la lejanía para acudir al Centro de Salud también fueron mencionados:
“Sabemos que si la mujer está enferma debe ir al doctor, pero a ve-
ces no hay el servicio”, “A veces vivimos muy lejos de la clínica y por eso
no vamos al doctor”, “Como estamos jóvenes a veces no sabemos lo que
le pasa a la mujer y nos gustaría que alguien nos diga para que sepamos
qué hacer para ir al doctor”. “A veces la mujer aunque sienta dolor o
esté enferma no va al doctor, porque no está el marido, o porque en la
casa les dan algo para que se sientan mejor, sobre todo si la clínica está
muy lejos del lugar donde ellas viven”.
La información que se les da a los hombres de Chemax sobre el
cuidado de la mujer embarazada es muy limitada. En el Programa
Oportunidades, las pláticas informativas son para las mujeres pero
no para los hombres. Esta siempre ha sido una limitante para que la
información sobre los cuidados maternos llegue también al varón. La
mayoría de los hombres de ese municipio trabajan en Quintana Roo,
estado fronterizo donde permanecen toda la semana trabajando como
albañiles, plomeros o deshierbadores. El fin de semana retornan a sus
250
domicilios y gran parte de su ganancia que es en sí escasa, la destinan
al consumo de alcohol. El domingo lo dedican a asistir a la iglesia, a
realizar trabajos en la comunidad o a visitar a familiares. Esta es la ru-
tina como transcurre la vida de los hombres y sus familias en Chemax.
Con la influencia del paradigma médico dominante, la figura del
médico especialista (ginecobstetra) es tomada muy en cuenta y como
necesaria su presencia por los hombres de Chemax, quienes no confían
mucho en las parteras y demandan que es necesario el especialista para
que atienda a la mujer embarazada y a la hora del parto:

A veces no hay un médico especialista para tratar


a la mujer embarazada, y si la llevan pues no sa-
ben qué hacer (personal de salud no especializado)
y la mandan a Valladolid

Queremos que exista un médico especialista, por-


que había antes pero con el cambio de autoridades
todo esto se acabó

Sería bueno contar con el médico especialista

Si es necesario vamos a recolectar hasta mil fir-


mas para que haya especialista en la clínica y nos
pueda ayudar en caso de emergencia

El Centro de Salud de Chemax no cuenta con ginecobstetra y está nor-


mado que las consultas de las embarazadas las proporcionen los mé-
dicos generales. Cuando alguna mujer presenta un embarazo de alto
riesgo es canalizada al especialista del Hospital de Valladolid para su
control del embarazo. Cuando llega la hora del parto, las mujeres so-
licitan ayuda a las parteras, pero si el parto se complica, las parteras
llevan a la mujer al Centro de Salud, donde también las derivan al hos-
pital de Valladolid. El esposo desempeña un papel importante durante
esta etapa, porque es él quien lleva a la mujer a la partera o al médico,
o es el que va a buscar a la partera para que acuda a su domicilio para
que atienda el parto. En este momento, el factor económico es una li-
mitante muy importante en la atención oportuna de la mujer:

Si no tengo dinero no voy a Valladolid, sobre todo


si no hay cómo llevarla, a veces no hay quien nos
ayude a llevarla, por eso no vamos al doctor.

Sobre el trato que reciben los hombres de Chemax cuando llevan a


sus esposas a consultar es percibido en relación a que no les cuesta la
consulta y por eso los tratan mal:

251
A veces no nos tratan bien cuando vamos a la clíni-
ca porque no nos cobran, por eso algunos preferi-
mos ir con el doctor particular aunque nos cobren

Lo que los hombres de Chemax saben sobre el cuidado de la mujer


embarazada es el resultado de interacciones sociales con otros hom-
bres y desconocen cuáles son los signos que indican una complicación.
La información que se da en el plano familiar, sobre los cuidados de
la mujer embarazada no llega al varón, sino que las madres, suegras,
abuelas, tías o hermanas, son las encargadas de transmitir los conoci-
mientos a la mujer embarazada, pero no al esposo. Si la mujer se queja
de algún mal, entonces el esposo puede solicitar ayuda al hierbatero o
al médico, pero aquí empieza a jugar un papel importante el recurso
económico disponible, si es que lo hay, para pagar estos servicios; por
eso en muchas ocasiones los paliativos son caseros.
Lo que muestra los resultados hasta aquí descritos es que en los
hombres de Chemax, persisten prácticas tradicionales de conducta,
muchos de ellos no dejan que sus esposas decidan ir al médico cuan-
do se sienten mal, privilegian la figura del especialista a la hora de la
atención del parto y desconocen los signos de alarma para las compli-
caciones maternas.

Discusión

La interacción social en la vida cotidiana de los hombres para cuidar la


salud de las mujeres embarazadas se encuentra limitada, porque solo
comparte su realidad con otros hombres con los que generalmente
conviven durante el trabajo y otras actividades extra domésticas. En
la vida cotidiana, se acumula el conocimiento que de generación en
generación es transmitido al individuo y por lo cual se forma un acopio
social del conocimiento (Berger, 1996). Como a la mujer se le ha dado
la responsabilidad de mantener y preservar la salud familiar, el hom-
bre se ha desligado de saber y averiguar de qué manera puede ayudar
en los cuidados de la mujer embarazada. La forma como los hombres
construyen el qué y cómo cuidar la salud de su esposa embarazada,
resulta de la interacción social que la mujer realiza con los servicios
de salud, a través de la consulta prenatal, a la que pocas veces asiste
acompañada del esposo; ellas son las que trasmiten los conocimientos
al esposo; además, por la influencia de los medios masivos de comuni-
cación, en especial la televisión, uso de la farmacia, por sus contactos
con médicos tradicionales, por otros hombres de la comunidad y final-
mente por su propia experiencia.
Los patrones de conducta de los hombres de Chemax para el cuida-
do de la salud de su esposa embarazada son actos individuales reflejo
252
de una colectividad dada principalmente por las instituciones de salud
pública y privada, que representan el paradigma dominante, y por los
cuidados a nivel doméstico que representan el paradigma dominado.
Al interaccionar con estos grupos, aprenden normas culturales, valo-
res, códigos para construir así su propio sistema de representaciones
e imágenes de lo social que constituirán el componente básico de su
identidad social y uno de los determinantes fundamentales de sus pau-
tas de comportamiento.
El hombre desempeña un papel primordial en los logros de una
maternidad segura. En la mayoría de los casos, la decisión de quién
atiende a la embarazada en la consulta y al momento del parto está
a cargo del esposo. También es él quien tiene la responsabilidad de
proveer el recurso económico para su atención. Estas son dos princi-
pales razones por la que los programas diseñados para procurar una
maternidad segura deben incluir estrategias que involucren al hombre
activamente en el cuidado de la salud de la mujer embarazada. En la
práctica doméstica obstétrica rural, la responsabilidad de la reproduc-
ción ha sido siempre responsabilidad de la mujer, lo que evidencia una
desigualdad entre el papel de hombres y mujeres en una misma ocupa-
ción (Bessa, 1999).
En la actualidad, gran parte de la identidad social de los hombres
en el cuidado de la salud de las mujeres es la medicalización de la mis-
ma, resultado de una relación de poder de un paradigma de atención
dominante frente a un paradigma dominado. Resulta también, en esta
vertiente de poder, que lo que aprende de los demás hombres y de su
propia experiencia es privilegiado a favor del paradigma dominante,
que en general, es conocimiento masculino; en este sentido los hom-
bres pueden comportarse como sujetos activos y no como sujetos pasi-
vos en el universo del cuidado de la salud de la mujer embarazada, en
el cual deberían compartir la centralidad con las mujeres.
La automedicación es una práctica común entre la gente de Che-
max. Los estudios sobre automedicación demuestran que entre la po-
blación que consume algún tipo de medicamento el 53% de los consu-
midores lo hizo mediante automedicación (Angeles, Medina y Medina,
1992). Los que han fomentado estas prácticas son por un lado, el mis-
mo sistema de salud, por los altos costos de los medicamentos que
hace inaccesible adquirirlos por las familias de escasos recursos; y por
otro lado, a través de los mensajes por televisión de medicamentos que
otrora solo se adquirían bajo receta médica. Sin embargo, los cuidados
a la salud en los hogares, viene a solventar la demanda de atención
de los servicios de salud, porque sin ellos no se darían abasto los que
atienden estas demandas en las instituciones.

253
Conclusiones

Las diferentes interacciones sociales en el municipio de Chemax en las


que los hombres se encuentran inmersos determinan la forma como
ellos participan en el cuidado de las mujeres durante el embarazo, par-
to y posparto. Involucrar al varón en la responsabilidad de los cuida-
dos de la mujer embarazada es fundamental, pues sus cuidados forman
parte del proceso de atención integral que debe tener la embarazada
para conservar y preservar su vida y la del futuro ser. Los estudios so-
bre las interacciones sociales que construyen el saber masculino sobre
los cuidados de la salud de la mujer embarazada son primordiales.

254
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256
ENTRE MASCULINIDADES TE VEAS:
HSH Y LA VUELTA AL CLÓSET.

Roberto Ortiz Manzanilla

Mi hombría es aceptarme diferente


Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Yo pongo el culo compañero
Y esa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos

Pedro Lemebel
Manifiesto (hablo por mi diferencia)
Texto leído en un acto político de la izquierda
Santiago de Chile, Septiembre, 1986.

Introducción

La nueva brecha de estudios acerca de las masculinidades crea la po-


sibilidad de hacer proliferar identidades con respecto a la perspectiva
de género, por consiguiente, pareciera haber una necesidad de orden
para la avalancha de configuraciones que nos presentan. Entonces, lo-
grar este ordenamiento implica uno de dos procesos, ya sea por la vía
de entender a éstas -las identidades- mediante complejos mecanismos
de inclusión/ exclusión o, como habitualmente sucede, optar por un
“Aparente” polimorfismo en su constitución.
Sin embargo, la situación se vuelve más compleja cuando el estudio
o identificación de éstas configuraciones intenta ser vertida sobre el
género a manera de correspondencia con cierta genitalidad, pues esto
no es más que la resulta de un sistema opresor que funciona derivado

257
de ciertos procesos, incluidos hasta en el lenguaje. Este sistema opre-
sor ha sido, la mayor de las veces, expresado y/o entendido como un
aparato monopolizador, un poder aparente y no situado aún, pero re-
gistrado como masculino –o perteneciente a éste rubro; será entonces
óptimo ponerlo en perspectiva, es decir, tratar de entender ¿Por qué lo
masculino se nos ha presentado hasta el momento como una identidad
desbaratadora de las “Otredades”?, ¿En qué consiste la identificación
de los individuos para con ésta identidad? y, finalmente, habrá que re-
pensarse ¿Qué es y qué conforma lo masculino?
Connell afirmará al respecto que, las masculinidades son la nue-
va vertiente en los estudios con perspectiva de género, que éstas son
“Colectivas además de individuales. A menudo están divididas y son
contradictorias; además cambian con el transcurso del tiempo” (Con-
nell, 2003:7). Lo que pone de manifiesto como una identidad subjetiva
se vincula al lenguaje de acuerdo a su capacidad de mutar; entonces,
antes de desarrollar una discusión acerca del concepto de masculini-
dades, será conveniente hacer hincapié en la importancia del lenguaje
en la acepción de estas configuraciones de género.

1. El lenguaje y su capacidad (re)productora de identidades

El lenguaje ha sido entendido como la expresión de la necesidad hu-


mana de/ para transmitir información; por consiguiente se vuelve un
agente necesario para visualizar las distribuciones que los estudios
con perspectiva de género hacen en su interior, pues por este medio
pudiéramos “Abrir” posibilidades de lectura. Comenzar a entender al
género como un consumo cultural mediante el cual se exacerban cier-
tas necesidades tales como, identificaciones y entendimientos de sus
performativos24, es decir, de esas prácticas realizativas y reiterativas
mediante las cuales de manera constante, nos encontramos identifi-
cando/ incluyendo/ haciendo inteligible, ciertas características de lo
considerado femenino y masculino; y en otras ocasiones, rompiendo
con una linealidad al no insertarnos en éstas polarizaciones por medio
de frases peyorativas o términos despectivos re-significados que des-
vinculan al sujeto de estos binarismos y lo autoproclaman.

Es decir que:

Las conflictivas formas del conocimiento sobre el


género traicionan la presencia de diferentes prác-
ticas relacionadas con el mismo. Para comprender

24
Al respecto de los performativos de género puede verse en Butler (2001)
y Lamas (2002). Otras categorías que se han utilizado con respecto a este eje
simbólico que hace del cuerpo ocasión y objeto, son las que cifra Moreno (2004).
258
tanto las explicaciones cotidianas, como las cientí-
ficas de la masculinidad no podemos mantenernos
en el nivel de las meras ideas, sino que debemos
prestar atención a sus bases prácticas. (Connell,
2003: 18- 19)

Y una de esas “Bases prácticas” podría ser la de la capacidad del


lenguaje para producir un sentido, es decir, retomar a éste –el lengua-
je- como un ejercicio capaz de generar una posibilidad de expresión
de universos tanto particulares, como sociales. Esto hace converger
al lenguaje como: “Aquella práctica social [que] tiene significados que
surgen del código que usan, por lo cual, todo en nuestra vida social
tiene potencial para identificar” (Rosado y Ortega, 2004: 22).
Esto será alusivo al término del cual se esté tratando ya que, no
es lo mismo hablar de masculinidad –que podría hacernos caer en
un vórtice reificatorio de diversa índole: heterosexista, androcéntrico,
misógino, homofóbico, y machista-, que hablar de masculinidades,
derivadas éstas de una “Noción” o ideal adecuado en ciertos espacios.
Entonces –parafraseando a Gayle Rubin- lo importante es desarrollar
conceptos para describir adecuadamente la organización social de la
sexualidad y la reproducción de convenciones de sexo y género (Ru-
bin, 1986: 105).
La urgencia con respecto a trabajar la terminología en estos es-
tudios radica en intentar construir, desde unas primeras aproxima-
ciones, conceptos y términos óptimos de ser trabajados, en la teoría
y praxis, de los estudios acerca de la(s)masculinidad(es). Esto dará
cabida a indagar lo que Judith Butler menciona con respecto a la ca-
pacidad que el lenguaje tiene de crear identidades, producirlas y/ o
reproducirlas. Lo que podría verterse en el lenguaje como una forma
de materializar a los sujetos –reales y políticos-, reconsiderado lo di-
cho en Cuerpos que importan: “La reformulación de la materia de los
cuerpos como el efecto de la dinámica de poder…, como ese poder rei-
terativo del discurso para producir fenómenos que regula e impone”
(Butler, 2002:19).
De esta manera, trabajar solo con la idea de lo masculino nos po-
dría (re)presentar un hermetismo social bajo el cual se crea una asun-
ción fantasmática (Butler, 2002:143-178) y universal en el que pare-
ciera existir un único orden y, esta caracterización de género se nos
mostraría mas como un deber ser, que como una experiencia vivida,
cotidiana y (re)negociada constantemente.

2. Lo masculino y su hermetismo social.

Núñez (1999), Connell (2003) y demás estudiosos convergen en que


habitualmente se visualiza la idea generalizada de lo masculino como
259
“Lo hegemónico e inherente al cuerpo del hombre, esto parte por ob-
viedad del poder de la representación [que] vive entre nosotros, orga-
niza nuestras prácticas más insignificantes, orienta nuestros deseos,
habita nuestra intimidad” (Núñez, 1999:29). Todo esto realizado y
reificado, dentro de un sistema de valores apoyado en la des-identi-
ficación� con la “Otredad”, cimentadora la mayor de las veces, de los
binarismos de género.
Es momento entonces de utilizar esta nueva brecha en los estudios
de las masculinidades, ‘abrir’ posibilidades de lecturas sobre cuerpos
de hombres con usos no ortodoxos de su sexualidad, sexo y género,
pero sin caer en falsos esencialismos y caracterizaciones de índole fun-
cional, puesto que, derivado de la idea de visualizar a las característi-
cas del género como performativas nos ayudaría a trabajar el cuerpo
como ocasión y objeto, partiríamos entonces del propósito y objetivo
de hacer de él, el cuerpo, un tema o sustancia para resignificar y no
como una oblación binaria en pos de la heterosexualidad obligatoria
como institución simbólica.
Romper con el hermetismo social sobre lo construido/ entendi-
do como lo masculino, abrir la cloaca a visualizar las masculinidades
como vivencias, apoya la intromisión –tanto negativa como positiva-
de nuevos entendimientos y (re)apropiaciones que connotan aquellos
discursos que Foucault reseñaba en su Historia de la sexualidad como
esas técnicas polimórficas del poder, mediante las cuales se ejercía el
control de la conciencia y voluntad del sujeto (doblemente sujeto: en-
tendido como individuo y como una sujeción a una estructura) social:

…sería un error ver en esa proliferación de discur-


sos un simple fenómeno cuantitativo, algo como
un puro conocimiento, como si fuera indiferente lo
que se dice en tales discursos, como si el hecho de
hablar fuera en sí más importante que las formas
de imperativos que se imponen al sexo al hablar de
él (Foucault, 1984:48).

Y justo bajo este espectro se vuelve óptimo retomar lo que Bau-


drillard, en sus Figuras de alteridad, enuncia como lo diferenciado
entre una espectralidad fantasmal y una prismática, el autor nombra
como esa primera identidad parecería doblarse en la realidad y en-
contrarse detrás de todo –como el entender lo masculino cual esencia
ontológica-, y la espectralidad prismática juega en la multiplicación
del personaje en diferentes roles y facetas, en el cual el individuo (ya
no sujeto) no está más “Habitado por nada, se halla completamente
en extrapolación, en exterioridad. Hay que considerarlo en términos
de conexiones múltiples… en un ser lleno de protuberancias en todos
los sentidos” (Baudrillard, 2000:42). Estos desplazamientos vendrían
260
analógicamente a vincularse con las ideas expuestas anteriormente
entre lo masculino y las masculinidades, donde los sujetos prolifera-
rían la apreciación y rotulación de un constructo.
Con esto notamos como el problema se desplaza de un ámbito
socio-cultural a lo que ahora se trabaja como un producto derivado
del entendimiento académico, que rige el espacio simbólico- objetual
bajo el cual se abstraerá la realidad. Este espacio que, sin lugar a du-
das, tampoco está libre de normativizaciones interiorizadas –lo que
nos concierne ahora- e identidades subjetivas estandarizadas, que se
encuentran acondicionándose en la academia como constructos legiti-
madores de un sistema opresor mucho más amplio que el patriarcal, o
la hegemonía heterosexista.

3. Noción(es) de sexopolítica(s) y la puesta en escena de la comedia


heterosexual

Con respecto a la aplicación de la perspectiva de género, el trabajo con


las masculinidades y sus espectros, asumidos o no, nos encontramos
ante la necesidad imperante de hablar de todo tipo de configuraciones.
Con esto pretendo dejar en claro que, la escritura, por parte del inves-
tigador@ tiene que comprometer sus ideas por medio de un trabajo
que no centre su sujeto político en lineamientos heterocentrados me-
diante los cuales el espectro de masculino se (en)cierra al de hombre y
su consabida noción androcéntrica.
La sexopolítica toma lugar en la academia por medio de discursos
que proscriben a ciertos individuos que inclusive se les cataloga, en
el mejor de los casos, y cuando no se les ignora; al respecto ya dirá
Lizarraga (2003:168) que “La Historia se engolosina con un filón de
sucesos y anécdotas, decires y numerosas experiencias, que a su juicio
resultan irrelevantes: de ahí que haya historias silenciadas, historias
que ofenden la elegancia moral de los sistemas, que desordenan los
rituales de un deber”.
Lo que intento indicar con la noción de sexo política(s) es, deman-
dar esa (re)producción de conocimientos en serie que ha reinscrito
una idea de “Normalidad” bajo un aparente discurso de carácter cien-
tífico; en éste se intenta validar la idea –entre otras, de ahí el parén-
tesis en sexo política(s) de inclinación natural de la subjetividad en
correspondencia con la genitalidad.
Bajo esta máxima se esconde una constricción de la sexualidad
como concepto teórico, e incluso como práxis. Los individuos nacemos,
crecemos y nos desarrollamos mediante un conjunto de relaciones que
nos aproximan hacia una realidad (hetero)normada. La visión de una
estructura patriarcal analizada bajo el auspicio de la teoría feminista
ha llegado al momento de su debacle en pos de trabajar a la hetero-
261
sexualidad obligatoria como una institución que se propone acabar
con la autoproclamación de los sujetos bajo la negación de nuestros
cuerpos y su(s) capacidad(es) de entablar una relación de identifica-
ción a través de ellos. Es decir, la economía heterosexista coloca ca-
misas de fuerzas en los sujetos que intenta “Regularizar”, entiéndase
entre estos a los transexuales, transgéneros, travestis, seropositivos,
lesbianas, gays, mujeres, etcétera; incluso, hombres con una orienta-
ción de carácter heterosexual.
Notamos que, lo entendido hasta el momento como masculino, y
la visión hegemónica de esto, es también una identidad conformada
por ciertas restricciones, exclusiones y parámetros fijados en la reali-
dad local del sujeto. Esto en palabras de Butler, significa que:

…El carácter construido de la sexualidad ha sido


invocado para contrarrestar la afirmación de que
la sexualidad tiene una configuración y un movi-
miento naturales y normativos, es decir, una for-
ma que se asemeja al fantasma normativo de una
heterosexualidad obligatoria. (Butler, 2002:144).

Habrá entonces que poner en perspectiva “Eso” que marca las limi-
tantes, que centran la atención en las tecnologías del género y, su vín-
culo con el sexo y la sexualidad de carácter heteronormativo. Beatriz
Preciado en su Manifiesto Contra-sexual deja entrever como “Durante
los últimos dos siglos, la identidad homosexual se ha construido gra-
cias a los desplazamientos, las interrupciones y las perversiones de los
ejes mecánicos performativos de repetición que producen la identidad
heterosexual” (Preciado, 2001:26).
Estos performativos de la identidad heteronormada se afianzan
mediante ciertas pedagogías tales como la pornografía y, la desapa-
rición de “Otras” prácticas sexuales no reproductivas. Es decir, insti-
tuir una idea de naturaleza sexual conformada a través de un estado
“Ideal” , situado antes de la asimilación cultural del individuo, hace
parecer que las identidades llamadas “Disidentes” estarían dando de
arañazos contra una inevitabilidad ontogénica. Es por ello que, los
estudios de las masculinidades se vuelven necesarios y urgentes para
tratar de desenmarañar ese poderío irresoluto, es decir, poner en esce-
na esa comedia hetero que legitima ciertas identidades y abyecta otras.
Pero, también habrá que poner banderillas que nos dejen entrever
que las masculinidades no son referentes, ni necesariamente corres-
pondientes, a un componente hetero, y que existe una multiplicidad
–retomando a Baudrillard- de espectralidad prismática. No estamos
estudiando a nuestro padre, a nuestro abuelo o a nuestra pareja, esta-
mos trabajando, tratando de entender la sumisión y asunción que este
concepto tiene en ellos, nosotros y muchos “Otros” más.
262
Vinculando la noción restrictiva de sexo política(s) trato de brin-
dar un revés a lo considerado hasta ahora irregular y, connotar como,
inclusive lo masculino es susceptible de serlo. Será pertinente pregun-
tarnos ¿Qué podemos esperar de un concepto como sexualidad, si ésta
es constreñida desde su seno?, ¿Podríamos hablar de una “Situación”
que connote/ de forma, a un colectivo vinculado a las masculinidades
aun que éste se encuentre fuera de “Lo estipulado”?
Esto pareciera ser el caso de lo que las siglas HSH –utilizada en
este ensayo como una muestra de sexo política restrictiva- que pre-
tende validar a un colectivo que aunque tiene prácticas homoeróticas,
no se encuentra identificado por el movimiento gay, ni siquiera por el
término homosexual.

4. HSH y/o la vuelta al clóset

El término Hombres que tienen Sexo con Hombres (HSH) ha sido


trabajado como una categoría epidemiológica –citando a Armando
Díaz- la cual se utiliza en el trabajo en VIH/ SIDA incluyendo hom-
bres bisexuales y otros que aunque tienen sexo con otros hombres no
asumen una identidad gay (Díaz, 2006:19). El autor alude a ejemplos
tales como “Los hombres en condiciones de reclusión, espacios mi-
litares, migrantes que viven el sexo entre varones desde un contexto
de soledad, transgéneros, hombres que se dedican al sexo comercial,
etcétera” (Idem).
El antropólogo Jesús Rivas Lugo25, activista de Buenas Intencio-
nes A.C., en entrevista personal afirma al respecto de la factibilidad de
utilizar el término, no sólo al interior de las campañas de prevención
del VIH/ SIDA, sino de su inmersión en la academia para “conocer
a fondo prácticas sexuales donde, al menos una de las personas no
se identifica como homosexual”. Sin embargo, ¿No será esto mues-
tra latente de homofobia interiorizada?, en cierta manera ¿No podría
ser esto un impedimento para el empoderamiento necesario del sujeto
hombres?
La inmersión o posibilidad de utilizar este término en las ciencias
sociales me lleva a cuestionamientos tales como:

• ¿No será ésta la ocasión para fundamentar una falsa “Le-


gitimación” con respecto a las masculinidades y su víncu-
lo con las diversas identidades sexuales?
• ¿Será este concepto la resulta de una estructura opreso-

25
Entrevista realizada el día 17 de Mayo de 2008 a las 20:40 horas en la
ciudad de Mérida, Yucatán, México; en el marco de La 1era. Marcha en contra
de la Homofobia.
263
ra que se encuentra repitiendo el esquema de poder que
–justamente y con objetivos emancipatorios- buscaba
“Quebrantar” y con ello “Abrir” posibilidades de otras/
nuevas configuraciones?

Y en caso de que esto resulte afirmativo:

• ¿Cuáles serán los mecanismos que lo (re)producen?

Más importante aún:

• ¿En qué radica dicha identidad que supone representar?

Rivas Lugo asegura que la inmersión del término HSH a la acade-


mia “Para que se conozca a fondo las prácticas sexuales en dónde al
menos una de las personas no se identifica como homosexual…de al-
guna manera, hasta los gays que participan en marchas, etcétera, son
HSH, por que describe la actividad”. Entonces, de primer momento, el
sujeto que pretende “Incorporar” bajo este rubro se encuentra demar-
cado y desinsertado –supuestamente- de una identidad gay.
Para esto, y retomando el texto de Armando Díaz, existe una bi-
furcación en lo que enuncia bajo el entendimiento del término –hasta
antes esperanzador- GAY anexándole cual corolario las siglas HSH,
pues el presente autor maneja esta identidad como una orientación
que: “…va más allá de reconocerla y estar de acuerdo con ella, impli-
ca permitirnos vivir plenamente…trabajar contra las formas de opre-
sión… como la discriminación, la invisibilidad social… la difusión de
ideologías que consideran que nuestra homosexualidad es una enfer-
medad, problema, pecado o condición nociva” (Ibid:63. Las cursivas
son mías).

5. ¿Término pragmático, signo estético o enclosetamiento?

“Se trata de un concepto pragmático… no identificatorio”, afirma Ri-


vas Lugo, para explicar como HSH nos remonta directamente hacia la
práctica y, más específicamente: a una situación. “¿Qué pasaría si una
noche al tomar mucho te acuestas con tu compadre?...allá lo que se
está tratando de hacer es que haya una identificación con la práctica
más que con la identidad”.
Sin embargo, la homofobia que representa este término/ acróni-
mo, borra toda capacidad de potencializar lo que Javier Sáez en su
libro Teoría queer y psicoanálisis entiende como: “Los usos alternati-
vos del cuerpo y de los placeres, todas esas aportaciones sociales y sus
desarrollos teóricos” (Sáez, 2004:14). HSH y su uso, acaba con la po-
264
sibilidad de resignificar, podemos notar como esa pragmática se está
refiriendo al cuerpo, dejando de lado lo que Hortensia Moreno afirma
como: “La sexualidad no se agota en el cuerpo” (Moreno, 2002: 303).
Así, la hilera de pensamiento heterocentrado se consolida por medio
de la bifurcación activo/ pasivo en el ámbito sexual.
En otros apartados del texto encontramos que vincula a la sexua-
lidad de los HSH diferente, pero no por el hecho de tratarse de una
homoerotización, sino porque la inscribe en los parámetros de lo –
burdamente- presentado como “Perverso”, habla de diversos tipos de
prácticas sexuales, pero enuncia en un apartado titulado “LAS PRÁC-
TICAS SEXUALES DE LOS HSH” y las vincula con ejercicios tales
como el fistfucking, beso negro u otros; como si estos fueran exclusi-
vos –y fundamentales- del homoerotismo. De esta manera tal vez se
concurre en “naturalizar” aspectos, características y adiestramientos
como propios y ajenos, lo que nos sitúa en un monolito homo/ hetero,
perdiendo así la capacidad polimórfica de la identidad y cerrándola a
la sexualidad.
Las siglas HSH se tornan gélidas, protésicas, efímeras y pierden
la resonancia e irrupción que el movimiento en pro de los derechos
de la diversidad sexual debe lograr. “Parece una enfermedad” asegura
Jorge Cerón, estudiante de un posgrado en Biología y Recursos Reno-
vables26; “Desarticula y oculta lo que supuestamente el movimiento
gay pretende abanderar, si apenas va haciéndose visible para los que
no estamos tan vinculados a él”. Metafóricamente, esta serie de signos
lingüísticos parecieran enviarnos de vuelta al clóset, negando la in-
clinación homoerótica de los individuos y priorizando a la sexualidad
como la expresión determinante.
Miss Shangay Lilly, pionera de revistas e identidades Dragqueen
en España afirma en su libro Mary: ¿me pasas el poppers?. La homo-
sexualidad masculina de la A a la Z que:

Yo, una marica ociosa como pocas –y evidentemente


como ninguna- voy a tomarme la molestia de desgra-
nar tan sádica forma de control para ellos [los mari-
rreprimidos], para vosotros (…) Uno NO se convierte
en homosexual por follar con hombres, uno se con-
vierte en homosexual –maricón- por sentir/ demos-
trar/ permitir cualquier retazo de ternura/ afecto/
emociones –todo ese universo tan arbitrariamente
asignado a lo femenino- por un hombre: MARICO-
NADAS (Miss Shangay Lily, 32)

26
Entrevista realizada el día 17 de Mayo a las 18:30 hrs, durante la Marcha
contra la Homofobia en Mérida, Yucatán, México
265
Sin embargo, con esto tampoco pretendo enarbolar la figura de la
“Loca” como el sujeto teórico ideal, sino mas bien, demandar esta he-
teronormatividad en la cual están inscribiendo este concepto, y sobre
todo, al volverlo absurdamente sexual. Esta caracterización ha llevado
a discusiones tales como la que se puede encontrar en el texto de Ri-
chard Parker, Luis Felipe Ríos y Veranio Terto Jr., dónde desarrollan
una revisión de la investigación y prácticas preventivas del VIH/ SIDA
en América Latina, y en el apartado dedicado a “El estado del arte ac-
tual: Forum 2000”, narran una discusión en la cual una persona del
auditorio arguyó que “Esta expresión despotencializa las identidades
construidas” y los autores afirmaban ver a este término como “Una
solución intermedia para alcanzar la gama de diversidad sexual, es-
pecialmente la bisexualidad” (Parker, et. al., 2003:173) Entonces, si
el objeto es darle lugar a la bisexualidad, ¿existe la necesidad de un
nuevo término para llamar a ésta dentro de la academia?

6. La producción discursiva de la bisexualidad.

En medio de esta deriva de identidades y, cual producción estigma-


tizada y discursiva, la bisexualidad es borrada nuevamente del mapa
de la diversidad sexual y sus prácticas eróticas. Silvia López Penedo
al hablar al respecto de cómo la resignificación de queer ha deriva-
do en una teoría que “Trata de un gesto de rebelión contra la presión
de ser invisible o anormal” (López, 2003:105); deberá vincularse –la
bisexualidad y la teoría queer- a través de una política de disensión
y desviación, para situar los márgenes de lo socialmente aceptado e
irrumpir en ellos.
Para lo queer –afirma López Penedo- hombre, mujer, heterosexual
y homosexual son igualmente categorías políticas que responden a
“Ese <<instrumento>> que es la sexualidad, que nos categoriza, codi-
fica y controla” (Ibid: 108); funcionando bajo ideales regulatorios. Y,
es justo aquí donde la bisexualidad, marginada aún dentro del colecti-
vo gay, puede cobrar importancia y presentársenos a través de ciertos
mecanismos que irrumpan en espacios y entendimientos “Diferentes”.
Mecanismos tales como, supresión, incorporación, marginación y
deslegitimación, son narrados en el texto anteriormente citado de Ló-
pez Penedo, como beligerantes al interior de las políticas a ejercer. No
hace falta un término que devuelva al clóset a esta orientación sexual
sino mas bien, una serie de políticas definitorias que le otorguen va-
lidez y, por medio de ellas constituir espacios conformados de iden-
tidades múltiples, masculinidades, homosexualidades, feminidades,
etcétera, que permitan derrocar a la sexopolítica, que impide calcular
técnicamente la vida y su fundamentación como biopoder expresado
en la exclusión de cuerpo e identidades que puedan servir como po-
266
tencias políticas al regular la masa hetero. Sin embargo, todo esto se
vendría abajo si anexáramos el término HSH a la academia pues es-
taríamos heterosexualizando la provechosa indeterminación que es-
tos sujetos pudieran tener dentro de las reapropiaciones, y caeríamos
nuevamente en una segregación del espacio político, volviéndose así,
un margen.
Si bien, todos los lectores de este ensayo somos seres sexuales, no
es lo que en primera instancia nos identifica. Ya que, no hay diferencia
sexual sino, una multitud de diferencias, una diversidad que podría
apoyarse a base de indeterminaciones no reduccionistas, y por consi-
guiente, apoyar la perspectiva de que la masculinidad es sólo un mo-
delo, en la práctica lo que convergen son masculinidades.

267
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269
MASCULINIDADES DIVERSAS:
PRÁCTICAS SEXUALES EN JÓVENES
DE MÉRIDA, YUCATÁN

Celmy Teresa Noh Poot

El temor a la diferencia marca la forma


como se asume al otro, al extraño. Este
miedo es constitutivo a las prácticas
de exclusión: el racismo, el sexismo, la
homofobia, la intolerancia política y el
fundamentalismo religioso. Es crucial
desentrañar la forma como opera el
discurso social para construir a un
‘diferente’ –mujer, indio, negro, judío,
comunista, hereje, homosexual- que sirva
de blanco y de chivo expiatorio
Marta Lamas, 1995: 78-79.

Resumen

En este trabajo expongo algunos de los resultados obtenidos del tra-


bajo de campo realizado con distintos varones meridanos desde julio
2004 hasta Agosto 2006 para mi tesis de maestría Homosexualidades
entre varones de Mérida, Yucatán: una sexualidad estigmatizada.
Parto desde las guías teóricas de la antropología de género, las mas-
culinidades y el constructivismo social. El objetivo de esta discusión
es mostrar brevemente una de las posibles respuestas a la cuestión de
¿Qué pasa cuando los varones contradicen la norma hombre-mascu-
lino-heterosexual? Se muestra lo que sucede cuando se contradice la
norma cuerpo-orientación sexual-identidad genérica como constante
en la construcción del sujeto, pues en este caso los cuerpos de hombre

271
no conducen su deseo hacia los cuerpos de mujeresy no todos conti-
núan construyendo su masculinidad desde los ejes dominantes de la
misma.

Introducción

En nuestra sociedad el orden de género posiciona a mujeres y hombres


en un sistema de significación y diferenciación social (praxis-discur-
sos) basado en la interpretación sobre los cuerpos que a su vez sustenta
las desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales (lógica de
poder) que experimentan l@s sujet@s. No es la diferencia anatómica
y sexual que provoca la desigualdad social entre mujeres y hombres
sino que, parafraseando a Pierre Bourdieu, son las estructuras objeti-
vas y las formas cognitivas de una sociedad específica las que elaboran
tal diferenciación (2000:17). La construcción social de los cuerpos se
inscribe en un sistema de diferencias naturalizadas por el discurso do-
minante que funcionan como esquemas de percepciones cognitivas y
prácticas opuestas

El mundo social construye nuestro cuerpo como


realidad sexuada y como depositario de principios
de visión y de división sexuantes. El programa so-
cial de percepción incorporado se aplica a todas
las cosas del mundo, y en primer lugar al cuerpo
en sí, en su realidad biológica: es el que construye
la diferencia entre los sexos biológicos de acuerdo
con los principios de una visión mítica del mundo
arraigada en la relación arbitraria de dominación
de los hombres sobre las mujeres, inscrita a su vez,
junto con la división del trabajo, en la realidad del
orden social. (Bourdieu, 2000: 23-24)

En este sentido, los cuerpos están determinados por el programa
social de percepción y práctica que los diferencian jerárquicamente
en el orden social. En este caso, los cuerpos masculinos serán los
principales ejes de análisis pues la masculinidad es una construcción
que posiciona a los machos en ventajas sociales, económicas, políticas
y culturales con respecto a las hembras. Dicha configuración histórica
no solo determina sino que también depende de las experiencias de
los hombres, pues éstos no están restringidos a tal construcción y
manifiestan resistencias (Amuchástegui, 2002; Connell, 2003).
En este sentido, la masculinidad dominante es un constructo
sociocultural que posiciona a los cuerpos de hombre en ventaja con
respecto a los cuerpos de mujer. Sin embargo, también involucra los
272
preceptos sobre los cuales gira la acción y valoración de los hombres
como categoría genérica. La masculinidad hegemónica es la forma de
masculinidad dominante y culturalmente autorizada y autorizante en
un orden social determinado (Connell, 2003). Así, podemos observar
los costos sociales que experimentan aquellos varones que no cumplen
con los preceptos socioculturales de ser hombres. Aquí me centraré en
aquellos que tienen prácticas sociosexuales con su mismo género.

Hablando de masculinidades

Hablar de mujeres y género ha sido trabajo arduo de feministas, ac-


tivistas y académicas, sin embargo, los hombres como grupo directa-
mente involucrado en el orden de género había sido ignorado por los
trabajos académicos, sin embargo, a finales de los noventa la antropo-
logía mexicana empezó a voltear hacia las relaciones intergenéricas.
Los hombres empezaron a ser ubicados en ese orden social que subor-
dina a las mujeres y que a ellos les da un lugar de privilegio.
En este sentido, es que emergieron los trabajos sobre las diversas
maneras que asume la construcción social de masculinidad imperante
en nuestra sociedad. Observaron que los hombres son más que aque-
llos dominantes, fuertes y testarudos machos. Mostraron las contra-
dicciones de vivir en cuerpos de hombre y los costos sociales que tanto
mujeres como varones experimentan en este orden de género vigente.
De manera general los estudios sobre las masculinidades como disci-
plina han transitado por variedad de antecedentes,27 pero solo algunos
tienen relevancia a decir del antropólogo Robert Connell:

A lo largo del siglo del siglo XX han existido tres


proyectos importantes para una ciencia de la
masculinidad. El primero se basó en el conocimiento
clínico adquirido por terapeutas y sus conceptos
conductores se derivaron de la teoría de Freud. El
segundo se basó en la psicología social y se centró
en la enormemente popular idea del “Rol o papel
sexual”. El tercero incluye las nuevas tendencias de
la antropología, la historia y la sociología (Connell,
2003:21).

Para Connell el primer intento sistemático para crear una ciencia


social de la masculinidad se basó en el análisis del concepto de rol
o papel sexual masculino –cuyos antecedentes son las discusiones

27
También los movimientos feministas y lésbicos- gays han repercutido en
los estudios sobre la masculinidad, promoviendo nuevos sujetos de estudio.
273
del siglo XIX sobre la diferencia sexual- aplicado de dos maneras: 1)
“Los roles se consideran específicos para situaciones definidas” y 2)
“Supone que ser un hombre o una mujer significa poner a funcionar
una serie general de expectativas asignadas a cada sexo” (Connell,
2003:41). Estas primeras aproximaciones fomentaron la dicotomía
masculino/ femenino a través de referir a las actividades y funciones
que desempeñaban los sujetos en la estructura social, pero pusieron
poco énfasis en la autodeterminación de los individuos así como en la
diversidad de masculinidades según la raza, edad, orientación sexual,
religión, entre otras.28
En los trabajos antropológicos sobre la masculinidad, el género
como categoría analítica es parte esencial para situarla en el contexto
de las relaciones sociales derivadas de la interpretación sobre el
cuerpo de hombrey de mujer(Connell, 2003). Pues los discursos,
representaciones y sistemas de significación y diferenciación –que a
su vez implican desigualdad– están arraigados en cuerpos humanos y
en el entramado social (Connell, 1987). Estos cuerpos, en nuestro caso,
son de varones que tienen prácticas sexuales con otros hombres y que
a su vez experimentan el descrédito por no cumplir con el ideal de la
masculinidad dominante.
Para los objetivos de esta investigación la masculinidad será
definida como una construcción cultural y no como una esencia
inmutable y derivada de los hombres. Utilizo el concepto “[…] para
designar una serie de discursos sociales que pretenden definir al
término masculino del género dentro de configuraciones históricas
particulares y diferenciarlo de las propias experiencias de los
hombres, que no están restringidos inevitablemente a someterse a tal
construcción y que manifiestan innumerables formas de resistencia”
(Amuchástegui, 2002:4; Cfr. Connell, 2003 y Gutmann, 1998). Sin
embargo, la masculinidad no es exclusivamente discurso, sino también
involucra prácticas, valores, normas e instituciones encaminadas a
la consecución del imaginario dominante de lo masculino según un
tiempo y lugar determinados, a su vez implica las discontinuidades del
imaginario como serían: los homosexuales o la masculinidad étnica
(Connell, 2003).

28
Ver Robert Connell, 2003 para conocer las principales investigaciones
sobre la masculinidad en la antropología, desde las más conservadoras has-
ta las que proponen una ciencia positivista de la masculinidad, pasando por
aquellas que mostraron la inestabilidad de la masculinidad y las contradic-
ciones. Asimismo, hay investigaciones que han señalado que en el mismo con-
texto cultural o institucional hay maneras diversas de vivirla. Lo que permitió
observar la existencia de una masculinidad dominante así como sus fracturas
que no corresponden a la causalidad unidireccional del modelo de social-
ización sino más bien a las autodeterminaciones de los actores sociales (Cfr.
Gilmore, 1994).
274
“[…] Las masculinidades son configuraciones de las prácticas
estructuradas por las relaciones de género.” (Connell, 2003:72). Y éstas
últimas son relaciones de poder, así que las masculinidades involucran
jerarquización. Primero porque la simbolización de la diferencia físico-
corporal posiciona a los hombres en ventaja con respecto a las mujeres,
y después porque tiene que ver con la convención social sobre las
representaciones dominantes de la masculinidad donde la disidencia
sexual varonil es infravalorada ya que “La cultura patriarcal interpreta
de una forma muy simple a los hombres gay: son hombres a los que les
falta masculinidad” (Connell, 2003:199).
El término masculinidades vino a señalar que existen diversas
vivencias de los cuerpos de hombre pero a la vez cae en problema si se
aplica de manera esencialista porque “[…] implicaría la existencia de
una o más entidades discretas que agrupan una serie de características
(sean estas actitudes, comportamientos o ideas) observables en
ciertas personas o grupos. Sin embargo, para identificar tal entidad
es necesario abstraerla de un grupo de individuos que presenten tales
ideas, comportamientos o actitudes […]” (Amuchástegui, 2002: 2).
En este sentido, retomo el término masculinidad como una
representación de lo que es nacer, crecer y vivir en cuerpo de hombre,
lo que se complementa con las circunstancias de cada varón, pues
no todos tienen las mismas posiciones, a pesar de ser el género con
ventajas. Pero también es visto como un proceso social que posiciona
en sistemas de significación históricos y contextuales a los cuerpos
dehombre. Para Ana Amuchástegui(2002) sería más adecuado hablar
“De la <construcción social de la masculinidad> para designar una serie
de discursos sociales que pretenden definir al término masculino del
género dentro de configuraciones históricas particulares y diferenciarlo
de las propias experiencias de los hombres, que no están restringidos
inevitablemente a someterse a tal construcción y que manifiestan
innumerables formas de resistencia.”
En esta investigación situamos a los hombres en el orden de
género prevaleciente para identificar las configuraciones históricas
que los atraviesan. En este sentido, no definimos la masculinidad como
cuestión ya dada que los sujetos sólo reproducen, sino que intentamos
mostrar las condiciones particulares del contexto donde interactúan
los hombres, con la finalidad de comprender sus prácticas, valores y
vivencias en el marco del orden de género y de las prácticas erótico-
afectivas estigmatizadas.
En este sentido, se retoman las propuestas de Susana Narotzky
(1995) y de Teresita De Barbieri (1996) cuando hablan de incorporar
el uso de género en el análisis de la praxis social y de la construcción
simbólica del mismo. Que hace necesario usar un enfoque dialéctico
que resalte la importancia de la agencia humana para observar los mo-
mentos de resistencia ante la dominación social.
275
Homosexualidad(es)

La incorporación de la construcción social de género en los estudios


sobre las masculinidades permite abordar nuevas temáticas: “La
construcción de la masculinidad en la vida cotidiana, la importancia de
las estructuras económicas e institucionales entre ellas el significado
de las diferencias entre las masculinidades y el carácter contradictorio
y dinámico del género” (Connell, 2003:58).
La palabra homosexual es una construcción discursiva decimonónica
que ha servido para ubicar a quienes osan transgredir las asignaciones
de género con respecto a las prácticas sexo afectivas y de conducción del
deseo. En nuestro país, los estudios sobre la homosexualidad realizados
por mexicanos inician en la década de los noventa (Ortiz Hernández,
2004), así como la incorporación de dicha temática en los estudios
sobre masculinidades (Coltrane, 1998). Sin embargo, en la antropología
desde los setenta inicia una sistematización de información sobre el
“Ser hombre” en diferentes culturas (VéaseGilmore, 1994) y en pleno
siglo XXI en nuestro país se habla de la subdisciplina antropología de
la(s) sexualidad(es) (Vendrell, 2001a). Sin embargo, aún constituyen
temas poco explorados por antropólogos locales.
Para explicar la opresión que experimentan los varones gays hace
falta resaltar las formas particulares del discurso para desacreditar a
un Otro disidente sexual. El término heterosexualidad obligatoria ilus-
tra dicha normatividad. Esta regulación recae sobre las prácticas eró-
tico-afectivas de los cuerpos de mujeres y hombres. Aquí abordamos
una masculinidad diferente porque es construida desde el rechazo, la
homofobia y el androcentrismo pero estructurada por las relaciones de
poder vigentes sobre el género. En especial, me centro en las prácticas
de varones homosexuales, que al tener cuerpo dehombre reciben una
carga social al nacer que implica la masculinidad dominante: hetero-
sexualidad, un rol sexual activo y papeles sociales, económicos y políti-
cos con significados diversos a los femeninos.
La heterosexualidad es una construcción social que regula los
encuentros erótico-afectivos entre los géneros, “Es decir, que tanto
<hombres> como <mujeres> tienen, por su condición biológica, una
serie de atributos culturales que se manejan bajo el supuesto de ser
otorgados por la <naturaleza>” (González Pérez, 2001: 98), aunque la
realidad nos muestra que las normas sociales pueden ser contradichas.
Pero el heterosexismo sigue presente en nuestra sociedad, pues aun-
que el cuerpo no determine la orientación sexual, el sistema de género
sí y valida una por encima de otras. La idea de complementariedad
sexual, el androcentrismo (valoración de lo femenino como subalterno
de lo masculino) y la homofobia coadyuvan a la opresión de la disiden-
cia sexual (Ortiz Hernández, 2004).
276
La diversidad sexual vigente en nuestra sociedad actual nos obli-
ga a contemplar la variedad de sujetos sociales emanados de prácticas
sociosexuales diferentes, con la finalidad de evidenciar y rechazar la
discriminación.29Como línea de interés científico la diversidad sexual
es un “[…] área de investigación académica que intenta entender los
significados sociales asignados a las identidades y prácticas sexuales en
contextos socioculturales específicos, y el carácter diverso de las mis-
mas […]” (Hernández Cabrera, 2001:21)30
La jerarquía de género establece para las conductas sexuales “[…]
la correlación del binomio <masculino / femenino> con el de <activo /
pasivo>, controlando la figura del varón homosexual, desvinculándola
de la masculinidad y relegándola a la parte desfavorecida de estas ca-
tegorías de conocimiento binario” (Andrés, 2000:124 Cfr. Lumsden,
1999). La homosexualidad es desligada de la masculinidad en el ima-
ginario social, pero en esta tesis se concibe como una forma de vivir en
cuerpo de hombre. Como Rodrigo Andrés (2000) señala para el caso
de América Latina las estructuras objetivas y las formas cognitivas re-
lacionan homosexual con “Afeminado” y lo macho con el papel sexual
activo –penetrador- lo que también Guillermo Núñez (2001) menciona
cuando habla de la trilogía estigmatizada “Tercer género-homosexual-
afeminado” como opuesta a la trilogía prestigiosa “Hombre-hetero-
sexual-masculino”.
Por ello, se advierte que “En una sociedad que ha instaurado
las <preferencias> o la orientación sexual como forma privilegiada
de identificación de sus miembros, de etiquetarlos y por tanto de
normalización y control social” (Vendrell, 2001a:47; Cfr. Connell,
2003) los investigadores debemos cuestionar y desconstruir las
categorías clasificatorias mediante el análisis de los significados que
para los sujetos estigmatizados tienen sus prácticas sociosexuales.
La homosexualidad es entendida en esta investigación como aquella
construcción discursiva, normativa, jerárquica y praxis que clasifica y
define las relaciones sociosexuales entre varones –a pesar que puede
aplicarse también a las relaciones entre mujeres-, cuya historia está

29
La antropología no escapa a esta necesidad, pues como disciplina intere-
sada en el estudio de la cultura y de la participación de mujeres y hombres en la
misma ha tomado la sexualidad como uno de sus objetos de estudio.
30
También hay otros enfoques, como el queer que es el más aplicado en
Estados Unidos, por ser considerado como forma de resistencia ante la repre-
sión y clasificación de las personas con las palabras homosexuales, lesbianas,
travestis, entre otras (Gardner Honeychurch, 1997). Sin embargo, Porfirio
Hernández Cabrera señala que en México las categorías sexuales modernas –
gay y lesbiana- son consideradas disidentes (2001b: 26). Pero también queer
se ha generalizado a los estudios sobre otros grupos estigmatizados como los
indígenas y los pobres (Halperin, 2004:17)
277
ligada a los intereses por definir, taxonomizar y regular el sexo, ya sea
a través de la iglesia, la medicina, la ciencia o los movimientos sociales.
Las homosexualidades son concepciones históricas, dinámicas y
cambiantes, pues las prácticas sexuales con el mismo género toman
matices diversos dependiendo del contexto donde se ubiquen y de los
sistemas de significación que les dé sentido (Weeks, 2000a y 2000b).
Esta regulación sobre el cuerpo es una manifestación del control so-
cial que delimita el actuar de las personas a ciertas prácticas sexuales
legítimas y condena a quienes se atreven a contradecir los preceptos
sociales. En este sentido, la forma en que se ha conceptualizado la
sexualidad, en especial, las sexualidades no ortodoxas (Guasch, 2000)
está vinculada con las relaciones de poder inmersas en el surgimien-
to y permanencia del discurso sobre la homosexualidad, en el que la
heterosexualidad continúa gozando el estatus de normalidad, salud,
bienestar e ideal.
Los términos homosexualidad(es)/ homosexual(es) refieren a un
reduccionismo, a “[…] la idea de que existen identidades más o menos
fijas o la tipologización de sujetos sexuales concebidos en términos es-
tables, como poseedores de características diferenciales propias por el
hecho de ser <homosexuales>, <heterosexuales> o <bisexuales> […]”
(Vendrell, 2001b:58). Es decir, se debe tener en cuenta que si la ana-
tomía no es destino, tampoco lo es la práctica sexual (Careaga Pérez,
2001:129). Así el constructivismo como teoría establece la homosexua-
lidad como adjetivo para designar ciertos actos o prácticas y no como
sustantivo para designar a personas (Lamas, 2001). En este sentido es
usado en el presente trabajo.

Algunos jóvenes gays de Mérida31

La información empírica se recabó mediante entrevistas a profundi-


dad a ocho varones con prácticas homosexuales y un informante cla-
ve mayor de 45 años. Los cuales se contactaron mediante la técnica
bola de nieve, su edad y la disposición a participar en la investigación

31
En este trabajo uso las palabras homosexuales o gays para referirme a los
sujetos de la investigación con relación a sus prácticas no para hacer referencia
a una identidad ya dada. A pesar de ser términos diferentes considero que am-
bos sugieren personas con prácticas erótico–afectivas con su mismo sexo, in-
dependientemente de si la primera es una palabra del discurso médico, mien-
tras la segunda fue acuñada por el movimiento homosexual para enfrentar
los estigmas (González Pérez, 2001). Asimismo, son palabras que el convenio
social ha establecido para ubicar a quienes no son heterosexuales, por tanto,
la sociedad etiqueta a su vez a estos sujetos y algunos de ellos se nombran con
dichas palabras pero desde fundamentos reivindicativos.
278
y contar su historia. También se utilizó el método etnográfico para la
aproximación a los significados, pues los sujetos fueron nuestros infor-
mantes. Esta investigación etnográfica se basa en la descripción densa
“Una jerarquía estratificada de estructuras significativas atendiendo a
las cuales se producen, se perciben y se interpretan [los significados]”
(Geertz, 2001:22). Es decir, realizo la interpretación de los datos ob-
tenidos mediante el uso de las herramientas teóricas, en mi caso, de
género y la masculinidad como construcción social y las homosexuali-
dades enmarcadas en una lógica de poder que estigmatiza.
Retomo así la idea de la antropología simbólica cuando refiere que
el antropólogo realiza un acto de interpretación, observando el que-
hacer de los sujetos como un texto mediado por la acción simbólica.
Es decir, “Lo que busca es la explicación, interpretando expresiones
sociales que son enigmáticas en su superficie” (Geertz, 2001:20). Para
aproximarme a esto, consideré importante centrarme en cinco aspec-
tos de la vida de los varones entrevistados, estos elementos son con-
trastados con el imaginario social sobre la homosexualidad que está
vigente en Mérida tanto institucional como cotidianamente:

1) Características sociodemográficas
2) Historia familiar
3) Historia escolar
4) Historia laboral
5) Historia afectiva

Realicé entrevistas individuales a profundidad y semies-


tructuradas, esta plática intencional me permitió acceder a
los significados de las homosexualidades para los sujetos. Me
centré en un “Núcleo de intensa experiencia”: la orientación
sexual y sus repercusiones en las relaciones sociales de los mis-
mos. Pero relacionando dicha experiencia con el contexto más
amplio de interacción del sujeto, es decir, intento encontrar el
sentido compartido (de grupo) y el sentido único (individual).
Son ocho varones entre los 18 y 29 años de edad que na-
cieron y viven en la ciudad de Mérida, todos tienen apariencia
masculina lo que significa que no son travestis y no muestran
alguna actitud considerada femenina o socialmente identifica-
da como homosexual, como la forma de caminar, hablar o mo-
verse corporalmente. Todos viven con algún familiar o con sus
padres. Son de estrato socioeconómico medio, cuatro tienen
licenciatura concluida y dos están por finalizar la carrera, uno
está incorporándose al primer año de preparatoria (pues prefi-
rió trabajar un tiempo y ahora combina ambos) y uno concluyó
sus estudios de bachillerato pero desde hace 14 años trabaja
como contador.
279
Los entrevistados y sus principales características

Nombre Edad Ocupación Situación clóset

1 Elías 18 años Estudia/ trabaja C.M.

2 Manuel 20 Pasante/trabaja Fuera

3 José 21 Enfermero C.M.

4 Crisipo 22 Estudiante Fuera

5 Oscar 23 Profesor Fuera

6 Layo 24 Programador C.M.

7 Salvador 25 Contador Fuera

8 Iván 29 Contador Fuera

Fuente: elaboración propia a partir de las entrevistas realizadas duran-


te el trabajo de campo 2004-2006.
* C.M: Clóset medio

Cinco de los entrevistados son empleados en distintas empresas


realizan actividades de contabilidad, administrativas, de programa-
ción, de docencia y enfermería. Dos solo estudian. Y uno trabaja y
estudia la preparatoria. Dos dijeron ser de clóset pero los ubico en el
llamado clóset medio (Polanco Angulo, 2004) porque solo en ciertos
contextos “Ocultan” su orientación sexual mientras que en otros son
“Abiertamente” gays, es decir, tal vez su familia, algunos amigos y en
la escuela y/o trabajo no saben sobre su homosexualidad, pero sí con-
viven con personas con su misma orientación e incluso tienen amigos
heterosexuales que lo saben. Es decir, no están totalmente encerrados,
salen del clóset de manera selectiva. Uno de ellos dijo estar fuera del
clóset pero no en todos los contextos muestra y dice que es gay así que
también lo incluí en el clóset medio.
Los entrevistados son jóvenes, a diferencia del sujeto clave, lo cual
nos permitió diferenciar sus experiencias comparadas con las de otros
años y situaciones sociales. Aunque la edad no los unifica, por el con-
trario, se encuentra atravesada por el proceso de aceptación y por cues-
tiones familiares, laborales y personales, por tratarse de jóvenes com-
parten cierto contexto con respecto a la homosexualidad, lo cual me

280
permite aproximarme a las nuevas experiencias de éstos con respecto a
su orientación sexual y la importancia de la misma para su vida.
El proceso de aceptación de las personas mayores de 45 años sue-
le estar atravesado por el contexto de represión que experimentaron
durante los años ochenta y parte de los noventa. Los jóvenes gozan de
ciertas ventajas, pues ahora las homosexualidades son más conocidas
y los medios de comunicación han propiciado el acceso a la informa-
ción sobre otras realidades, lo que permite a los sujetos conocer cómo
viven otros gays y cómo exigen sus derechos. Esto les facilita establecer
alianzas y modificar sus formas de vivir su orientación hasta el grado
de aceptarse y salir del clóset antes de cumplir los 25 años. A diferencia
de los adultos o ancianos.
Los jóvenes entrevistados distan de ser como alguno de los íconos,
pues en pleno siglo XXI el discurso sobre los derechos humanos, la
diversidad sexual y la homofobia han permitido crear un contexto más-
respetuoso de la disidencia sexual, hay más simpatizantes del movi-
miento y la colectividad demanda su ciudadanía, son más los famosos
que se asumen gays, la homosexualidad es conocida y menos señalada
que antes cuando apenas empezaban a salir a las calles, a las escuelas,
a las manifestaciones, a la Marcha.
En el mismo sentido, el informante clave señala que los actuales
discursos sobre derechos humanos proveen de armas a los varones es-
tigmatizados para señalar la discriminación que sufren y quejarse de
la misma, como en el caso de dos travestís que han levantado una acu-
sación en la Comisión de Derechos Humanos de Yucatán (CODHEY)
porque no les permiten la entrada a un bar del centro y menos que
estén caminando por la plaza, pues su forma de vestir es llamativa y
exhiben las transgresiones de género.
Son jóvenes que viven la reciente apertura institucional de Mérida
para la diversidad sexual, en especial, con la realización de la marcha
del orgullo LGBT.32 No conocieron las razzias de los ochenta porque
en esos tiempos apenas eran unos niños, algunos estaban saliendo de
la primaria, y otros trataban de evitar que su orientación se conociera
públicamente. Tampoco fueron a las primeras discos, ellos no supieron
sobre estos hechos porque en su contexto lo más relevante era el des-
cubrimiento de su deseo por los varones, las experiencias con ellos y/o
el ocultamiento de las mismas. En pocas palabras, estos sujetos empe-
zaron a relacionarse con el ambiente gay a mediados de los noventa y
unos a partir del 2000, pues antes eran adolescentes que estaban más
preocupados por aparentar la heterosexualidad obligatoria.33

32
Movimiento Lésbico, Gay, Bisexual y Trans (trasvesti, transexual y transgénero)
33
A diferencia del informante clave que durante esos tiempos era parte de
los asistentes a las discos y al menos una vez se lo llevaron durante las razzias.
281
Estos hechos podemos interpretarlos como un desconocimiento
sobre las cuestiones históricas y de la indiferencia que los sujetos ma-
nifiestan ante las causas del movimiento LGBT a pesar de asumir las
reivindicaciones pero no así el compromiso de lucha política. Pues como
veremos más adelante, pocos son los que se vinculan con las causas del
movimiento, más bien se trata de personas con luchas personales contra
los estigmas pero inspirados en las demandas del movimiento gay.
En este trabajo intento reunir algunos de los puntos principales que
constituyen los significados sobre las homosexualidades, enfatizando la
diversidad de expresiones de las mismas, y la confluencia de los discur-
sos dominantes con las expresiones discursivas de grupos estigmatiza-
dos y violentados simbólica y físicamente como son: los gays meridanos.
Los ocho entrevistados relataron parte de su vida escolar y familiar
durante sus años de infancia y adolescencia, pero ninguno mencionó
haber escuchado sobre las razzias y menos sobre las discos, sino que
posteriormente conocieron estos hechos, pues mientras más involu-
crados están en el ambiente gay más información les llega de otros
tiempos y otras generaciones. Y de esta manera se apropian de dichos
acontecimientos para enfatizar la homofobia y represión contra los ho-
mosexuales, pero no como algo importante en su vida pues muestran
distancia de tales hechos, ya que no conviven en un contexto abierta-
mente represivo.34
Es decir, pueden asistir a distintos espacios sin temer a las razzias,
a menos que sean sitios donde están los sexoservidores, pero en los
demás no sufren el acoso directo de la fuerza pública. Por estas razones
ellos no se nombraron o identificaron como activistas o militantes solo
Salvador está directamente vinculado con la militancia, en especial a
Buenas Intenciones Asociación Civil (BIAC).
El orden de género posiciona a los sujetos en el entramado social
según el significado que da la sociedad a sus cuerpos. Las expectativas
sociales que recaen sobre el cuerpo de hombre están relacionadas con
la masculinidad dominante, esta serie de configuraciones históricas y
particulares que construyen expectativas sobre aquellas personas que
sonhombres, están presentes en los significados sobre la homosexua-
lidad.

En este sentido, podemos observar cómo las experiencias de los informantes


están marcadas por otras cuestiones a comparación de los sujetos mayores de
45 años que tenían la edad de los entrevistados durante los ochenta y pudieron
estar más conscientes de dicha realidad y convertirla en parte de sus vivencias
con respecto a su práctica sexual.
34
Aunque en el segundo semestre de 2006 las razzias en el centro de la
ciudad volvieron y persiguieron a l@s sexoservidor@s y travestis. Pero las
denuncias las hicieron los directamente afectados no así otros homosexuales
meridanos.
282
En Mérida la homosexualidad es interpretada con base en la ideo-
logía dominante de género y los gays son tratados de acuerdo con la tri-
logía estigmatizada de tercer género-homosexual-afeminado. Se pien-
sa que todos son femeninos, que son una especie distinta y que sólo hay
una forma de vivir como tal. En este sentido, los imaginarios sobre los
homosexuales acarrean descrédito y desprestigio para quien se ubique
en dicha denominación social. En Mérida esto se refleja en los discur-
sos de los periódicos “Amarillistas” que usan los prejuicios dominan-
tes en la ciudad, utilizan las palabras para designar despectivamente a
los gays y se mofan de ellos, se muestra a los travestís, se publican los
delitos que cometen y resaltan su condición de pervertidos. Lo que fo-
menta la idea de que todos son afeminados, delincuentes y anormales.
La manera de interpretar las relaciones erótico-afectivas entre
hombres son diversas, como nombrarlas inmoralespor contrariar las
creencias religiosas y tradicionales. Sin embargo, con el advenimiento
de la ciencia, a finales del siglo XIX, la sexualidad fue destino y la pa-
labra homosexual se creó para denominar a los que son anormales, se
delimitó a ciertas prácticas sexuales así como a un determinado estilo
de vida y formas de comportamiento.
La sociedad establece la orientación sexual como una forma pri-
vilegiada de identificación, etiquetamiento, normalización y control
social sobre los individuos. Pues los gaysson nombrados con el fin de
mostrar la validez de la heterosexualidad, pero también para ubicar a
los anormalesy distanciarlos de la vida cotidiana. Es decir, la palabra-
valida la existencia de los raros, son reconocidos aunque “Pervertidos”,
pero enunciados, es así como el control social opera sobre aquellos des-
estabilizadores del orden social y regula la disidencia sexual al clasifi-
carla y etiquetar a las personas en función de ésta.
Sin embargo, las discontinuidades están presentes y los gays mues-
tran que las cosas no son lo que parecen, pues los ocho informantes son
homosexuales pero también hombres que fueron y continúan siendo
socializados como tales y las ventajas que tienen sobre las mujeres son
bien aprovechadas. Aunque en sus discursos racionalicen su vida como
diferente, como desventajosa pero en sus historias vemos cómo su ima-
gen de hombre-masculino les “Ayuda” a estar dentro y fuera de la nor-
malidad pues a pesar de que cinco hayan salido en todos sus espacios de
relaciones nadie puede saber si realmente son gays hasta que dicen algo
al respecto, los ven con sus parejas o en algún lugar de ambiente.
Los entrevistados mantienen una relación ambigua con la disiden-
cia sexual pues lejos de romper con el orden de género sólo manifiestan
su derecho a ser respetados en su diferencia pero discriminan tanto o
más como aquellos que los señalan, los estigmatizan y rechazan por ser
gays. Esto acontece en un escenario en el que la diversidad sexual exige
derecho a la libertad y respeto, donde las sociedades de convivencia
son jurídicamente válidas y constituyen la victoria para algunos LGBT
283
y para otros solamente es aceptar el control del Estado en los aspectos
privados e íntimos de los ciudadanos. La movilización en torno a la
sexualidad conlleva una serie de complicaciones y callejones sin salida,
pues no basta con asumir que los estigmatizados luchan por entrar a
la sociedad que los castiga por ser diferentes, sino que debemos con-
templar la búsqueda de ciudadanías diferenciadas y opuestas a la defi-
nición liberal de la misma.
La homosexualidad vivida por los informantes es cómplice de la
masculinidad dominante, pues lejos de cuestionarla la refuerza, aunque
los sujetos asuman una designación social estigmatizada. Pero no desa-
fían los esquemas de género, no dejan los privilegios sobre la feminidad,
tampoco cuestionan los estereotipos sobre la pareja heterosexual, por el
contrario, los reproducen y lo masculino es el eje de su identificación. Ya
sea para no sufrir los costos de la trilogía estigmatizada, tercer género-
homosexual-afeminado o simplemente porque no existe otra referencia
desde la cual construyan una nueva masculinidad.
No cuestionar los convencionalismos de género y la masculinidad
es una estrategia de los estigmatizados con la finalidad de contrarrestar
los costos sociales de salir de la norma, esto a su vez, les permite ser
aceptados por la sociedad y no ser vistos como completamente disi-
dentes, por el contrario, se enarbola su actitud de querer ser personas
y desear lo que cualquier normal tiene. Por eso tienen como objetivo
formar una pareja duradera con algún varón, ya sea de manera inme-
diata o en el futuro, pero su ideal de relación sigue siendo el mismo:
monógama. La fidelidad es altamente apreciada por ellos, así como los
heterosexuales, no subvierten las expectativas sociales sobre la exclu-
sividad sexual por el contrario la añoran al hablar de una relación sen-
timental duradera.
La promiscuidad es rechazada y desvalorada, especialmente el
sexoservicio, pues al referirse a los mayates cuestionaron su actividad
y los motivos de la misma, discutieron la validez de dichas conductas
calificándolas de irrespetuosas, de querer la vida fácil y de no buscar la
monogamia. Sin embargo, la discriminación entre gays está presente,
hay quienes tienen más aceptación que otros, por ejemplo, aquellos
que fueron entrevistados no son rechazados de manera directa, pues
tienen apariencia masculina, manifiestan poco o ningún amanera-
miento –actitudes consideradas femeninas, como la forma de caminar,
la voz aguda, el movimiento de caderas, de manos y la manera de ges-
ticular- pasan como parte de los normales, salvo si andan con su pareja
o con amigos del ambiente y los demás pueden identificar su diferencia
indeseable. Sólo así sufren la discriminación y homofobia directa, sin
embargo, en lo individual el estigma les pesa desde el momento en que
saben que se ubican en una denominación distinta a los heterosexua-
les, por eso se habla de la homofobia interiorizada que es el temor y
rechazo a ser homosexual.
284
Los travestís y afeminados son rechazados por la mayoría de los
informantes, a pesar de proclamar respeto por ellos, pero en su dis-
curso refirieron a la imposibilidad que tienen los travestis de lograr
ser algo que nunca podrán, en especial, convertir el cuerpo de hombre
en cuerpo de mujer, cosa que consideraron imposible pues siempre se
notará que no son mujeres. Así que no ven el caso de hacer el ridículo
frente a los demás. Podemos observar cómo los mismos estigmatizados
refuerzan el orden social imperante, sin embargo, admiten que quienes
rompen con más esquemas de la sociedad son los que no tienen la ima-
gen de varones normales sino que muestran su diferencia de la manera
más evidente pero se distanciaron de éstos.
Son indiferentes al orden de género prevaleciente salvo lo relacio-
nado con la orientación sexual pero no cuestionan su lugar de privile-
gio según dicho orden, pues el resto del tiempo experimentan ventajas
con respecto a las mujeres. Es decir, a pesar de ser estigmatizados por
sus prácticas sexuales, los varones no cuestionan las relaciones de gé-
nero prevalecientes, algunos señalaron la discriminación y desigual-
dad que viven las mujeres pero no profundizaron porque lejos de estar
conscientes de la misoginia la reproducen de manera sutil en sus rela-
ciones con las mismas.
Llamarse homosexuales o gays implica aceptar una serie de su-
puestos sobre el comportamiento, la forma de ser y las relaciones que
establecen. Básicamente son expectativas sociales negativas sobre las
personas que aceptan o son ubicadas en tal denominación, especial-
mente se cuestiona la carencia de valores, de salud mental, de moral
y de educación. Sin embargo, se practica la apropiación creativa y re-
significación (Halperin, 2004; cfr. Foucault, 2003) de todos aquellos
calificativos asociados a la homosexualidad, especialmente, loca, jota,
puto, puñal, cangrejo, entre otras.
Palabras descalificadoras para aquellos que son catalogados como
homosexuales o gays, pero en la interacción los sujetos estigmatizados
retoman dichos calificativos y los usan para mofarse de sí mismos y
de los demás, les dan el significado de estar fuera de la norma y de
aguantar la desigualdad social, pero no pasivamente sino alterando el
orden social mediante su presencia y mostrando a los Otros –mediante
las marchas- que cada día más personas se adhieren a las filas de los
estigmatizados.
Los contra argumentos intentan romper con los prejuicios sobre
las homosexualidades, a la vez que dichos prejuicios se usan para evi-
denciar la discriminación y homofobia. Asimismo, en las fiestas los
descalificativos son usados para hacer bromas, para reírse de los hete-
rosexuales, demostrar que esas palabras no les afectan, por el contra-
rio, les hace sentirse orgullosos de ser homosexuales y soportar todos
aquellos señalamientos sin temor. En el ambiente la heterosexualidad
está cargada de prejuicios, los sujetos que la ostentan son dignos de
285
reproches y señalamientos, pues forman parte de los desacreditadores,
por tanto son tratados con recelo y distanciamiento en los contactos
iniciales y solo después de mostrar su respeto e indiferencia hacia la
homosexualidad pueden formar parte del ambiente.
Podemos hablar de una situación espejo, que consiste en que los
estigmatizados son tan excluyentes como los heterosexuales, discri-
minan, odian, señalan y se burlan de la heterosexualidad, unas veces
con el afán de mostrar lo que ellos deben soportar pero también como
reflejo de la opresión que experimentan, buscan culpables y se cobran
cada vez que algún heterosexual entra en sus ámbitos.
Sin embargo, los informantes están cambiando el significado ofen-
sivo e infravalorado de ser homosexual por medio de la revaloración,
de exigir un lugar en la sociedad y de visibilizar su diferencia en las
marchas, en los espacios que han ganado y en la calle. Pero por otra
parte, por tratarse de varones con apariencia masculina, con aspecto
normal están legitimando el modelo dominante de ser hombre, recha-
zan lo femenino, a los afeminados, a pesar de que en su discurso redun-
daron el respeto que les tienen, así como a las mujeres, pero pudimos
ver que en sus prácticas las cosas son distintas, varios admitieron que
tuvieron prácticas misóginas, continúan considerando a las mujeres
como oprimidas, distintas a ellos por ser románticas, tontas, frívolas,
mojigatas, dependientes y objetos sexuales.
Ellos están legitimando la misoginia, los valores heterosexuales
de pareja, la estabilidad emocional, la decencia, la idea occidental de
belleza, la exclusión por clase, por etnia, el rechazo al sexo servicio, el
ideal de monogamia y los privilegios de ser masculinos y en aparien-
cia normales. Pero también pudimos observar que intentan subvertir
el estigma de la homosexualidad, la homofobia de los heterosexuales,
intentan tener mayor seguridad, más grupos de apoyo, ser más visibles
y más organizados.

286
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288
MASCULINIDAD DESDE LA DIVERSIDAD.
SEXO ANAL NO PROTEGIDO Y SU SIGNIFICADO
EN HOMBRES QUE TIENEN SEXO CON HOMBRES
EN MÉRIDA, YUCATÁN, MÉXICO

Jorge Toledo González


María Rojas Bolaños
Ligia Vera Gamboa

Resumen

En México, la población más afectada por el Sida, son los hombres con
prácticas homosexuales, a quienes la epidemiología denomina como
hombres que tienen sexo con hombres (HSH). La homofobia –discri-
minación y estigma hacia los hombres con prácticas homosexuales-el
estigma interno de los HSH, el riesgo inherente a las prácticas sexua-
les anales, el rechazo al condón, las múltiples parejas sexuales, la in-
equidad jurídica conforman entre otros, la vulnerabilidad de los HSH,
situación que coloca a esta población a infectarse con el virus del Sida
con mayor probabilidad. Estudios cuantitativos en poblaciones de
hombres homosexuales, fundamentalmente encuestas de conocimien-
tos, actitudes y prácticas relacionados con la transmisión del VIH y
el Sida (encuestas CAP) reportan que algunos conviven en parejas es-
tables y realizan prácticas sexuales no protegidas. Sin embargo la in-
formación concerniente a las motivaciones y significados relacionados
con esta práctica de riesgo no se ha explorado; dejando un vacío infor-
mativo cuyo conocimiento sería útil en la planificación de estrategias
de prevención de la transmisión del VIH e ITS en este subgrupo de la
población de hombres homosexuales. La interpretación del significado
de la conducta sexual no protegida dentro de las relaciones de pareja
estables a través de las motivaciones de la misma fue el objetivo de este

289
estudio dirigido a hombres homosexuales de la ciudad de Mérida, en
el otoño del 2006.

Antecedentes.
El VIH / Sida en México: epidemiología e investigación.

En la tercera década de la epidemia del VIH/Sida en México, ésta


se caracteriza por la rápida diseminación del virus en subgrupos de
la población más vulnerables: las mujeres, los hombres que tienen
sexo con hombres –HSH–, las poblaciones rurales y marginadas,
verbigracia; distribución similar a la observada en los países
industrializados de América Latina. En Junio de 2005, CENSIDA
reportó un ascenso notable de los casos nuevos hasta alcanzar la cifra
de 96,513 casos acumulados de infección por VIH/Sida; de los cuales,
el 82% (78,322 casos) corresponde a hombres adultos. Un año más
tarde, en noviembre de 2006, CONASIDA reportó 107,625 casos
acumulados de infección por el VIH, y 5,102 casos nuevos reportados
oportunamente durante el mismo año La transmisión sexual continúa
siendo la principal vía de infección correspondiendo al 92.3% del total
de los casos registrados, la mitad (46.7%) corresponden a población de
los HSH y entre ellos, el 60% corresponde a hombres homosexuales
(CONASIDA 2006).
En Yucatán, para el año 2003 se sabía de 1,818 casos acumulados de
VIH/Sida, con una tasa acumulada de 103.2535. En el primer semestre
del 2005, se reportaron 45 casos nuevos de infección por el VIH,
sumando un total de 1,035 casos durante ese año y para noviembre del
2006, un total de 2,589 casos acumulados de Sida (CENSIDA 2003);
con una tasa de mortalidad por el Sida de 5.3 x 100,000 habitantes;
arriba de la tasa media nacional de 4.79, situando a Yucatán en 8º
lugar en muertes por Sida, y en el 14º por casos nuevos –reciente
diagnóstico– de infección por el VIH (CONASIDA 2004]. Hasta
noviembre del 2002, el 65% de los casos correspondían a hombres con
VIH/Sida en Yucatán y la principal vía de infección correspondió a la
transmisión sexual con prácticas de riesgo, principalmente el coito anal
entre hombres homosexuales (Servicios de Salud de Yucatán, 2002).
De acuerdo con Amuchástegui (2006), la mayoría de los estudios
epidemiológicos en materia de VIH/Sida se han enfocado a: la medición
de prevalencia e incidencia de la infección, la identificación de factores
de riesgo para la transmisión y la cuantificación de la prevalencia de
conocimientos, actitudes y prácticas relacionadas con la sexualidad y
el riesgo de infección por VIH (encuestas CAP); básicamente estudios

35
Tasa calculada por 100 000 habitantes.
290
cuantitativos, que han sido de gran utilidad al describir la situación
de la pandemia en la población en general y en subgrupos sujetos a
vulnerabilidad y las distintas variables asociadas. Sin embargo, tras la
ejecución de dichos estudios se revelaron vacíos informativos como el
comportamiento social y cultural involucrados en la vulnerabilidad de
algunos grupos humanos.
El reconocimiento de estos vacíos, logró que la comunidad científica
dirigiera sus esfuerzos hacia la más trascendente problemática
sociocultural de la epidemia del Sida: la sexualidad humana. En este
contexto, la metodología de los estudios cualitativos aporta diseños
e instrumentos de investigación que facilitan la exploración y la
resolución de incógnitas relacionadas al componente social de los
grupos humanos afectados.

La construcción social de la sexualidad.

La sexualidad, percibida bajo los paradigmas del construccionismo


social, se conforma de variables sociales y culturales. Es decir, que la
elección sexual, el deseo, las fantasías y los significados por encima
de su componente biológico (anatómico – bioquímico - fisiológico)
son construidos y reconstruidos, creados y recreados socialmente.
Demostrando que los procesos sociales y culturales moldean, originan
y encauzan la biología de la sexualidad (Rivas, 1997). De manera que
la sexualidad de los HSH en Yucatán se encuentra bajo la influencia de
patrones sociales y culturales y de la transición de los mismos, efecto de
la globalización cultural producto del intercambio comercial, laboral,
educativo y a través de los medios de comunicación. Este constructo
supone que los roles socio culturales no se heredan biológicamente,
sino que se adquieren en el proceso de interacción – aprendizaje con
el grupo social. Se resuelve entonces que, el cambio sujeto al tiempo
es la constante del comportamiento social y por tanto de la sexualidad
(Rivas, 1997).

Género, masculinidad y homofobia: vulnerabilidad social.

El género es una condición sine qua non al mencionar temas de la


sexualidad (Rubio, 1994). Hablar de género no es hablar únicamente
de hombres y mujeres, significa encaminarnos a abordar las relaciones
entre ellos y la construcción social de dichas relaciones. El Género es
un principio fundamental de la organización de la sociedad, susceptible
a la modificación en función del tiempo, la cultura y el estrato socio
económico (Hastigan, 2001). En cuanto a la masculinidad, en la cultura
mexicana, la construcción genérica de lo masculino y lo femenino sitúa
291
a los hombres en una situación desigual de poder respecto a las mujeres,
en una posición que le favorece, le privilegia en el ámbito social, legal,
religioso, político, económico e incluso en el acceso a la atención de
la salud; lo que deriva en el detrimento social de lo femenino. Esta
situación inequitativa entre hombres y mujeres regularmente se
traslada a las relaciones de pareja en el modelo heterosexual, dónde
el hombre ejerce una situación de dominio sobre la mujer –la mujer
mariana, obediente, sumisa (Amuchástegui, 1996).
La hegemonía de lo masculino claudica cuando los hombres, presos
de un sin número de políticas supuestamente “Propias a su género”,
les impone comportamientos estereotipados del rol “Masculino” –
emocionales, psicológicos, políticos y sociales– difíciles de conllevar
en la práctica; lo que conduce a los hombres a vivir situaciones
peligrosas que generan ansiedad y angustia extremos para demostrar
su masculinidad, como la realización de diversas prácticas de riesgo
y a la disociación de la personalidad; que se expresa en un perfil de
morbilidad, discapacidad y muerte diferente al femenino que no es
explicado por las diferencias biológicas entre hombres y mujeres.
La homofobia es un fenómeno inexorable en la sociedad y se
entiende por ella como el miedo irracional a los homosexuales y las
lesbianas que en algunos casos ha llegado hasta el odio y la muerte36
dando como resultado, situaciones de discriminación y estigma
generalizados. En la sociedad mexicana la moral está indiscutiblemente
influenciada por la religión, la cual promueve el modelo heterosexual
en las relaciones de pareja y se opone y sanciona el modelo homosexual
–es pecado–. Por tanto, el control social de la heterosexualidad
hegemónica se realiza ejerciendo la estigmatización y discriminación
hacia los hombres y las mujeres con preferencias homosexuales y
condenando sus prácticas; esto los y las conduce a ocultarse “Enel
closet”, a vivir una doble moral, a la realización furtiva de sus prácticas
sexuales y sobre todo, a interiorizar el estigma –estigma percibido o
manifestaciones internas de un estigma aceptado o de percepciones
sociales negativas transformadas en miedo, ansiedad o daño37(Dorig,
1994; Greig, 2000; Vera, 2003; Sánchez, 2006; Mino, 2006) .
Las políticas “Masculinas” sitúan a los HSH y a las mujeres, en una
situación de “Vulnerabilidad”. La Global AIDS Policy Coalition define a
la vulnerabilidad como la suma de factores socioculturales, económicos
y políticos que limitan las opciones individuales de reducción de riesgo

36
Definición de homofobia de la Global AIDS Policy Coalition en Diaz A.
Enfrentar al Sida, confrontando la masculinidad. Taller de incidencia política
en el ámbito de VIH/SIDA y Mujeres. Marzo 2004.
37
Instituto Nacional de Salud Pública. Mo Kexteya: Reducción del Estigma
y la discriminación relacionados con VIH en México. Informe Final de Fase
Diagnóstica. Diciembre de 2004. [en prensa].
292
en general y la divide en categorías: económica, epidemiológica,
sociocultural y político gubernamental. Vera (2003) la interpreta como
un indicador de inequidad e incluye a la discriminación, estigmatización
y la marginación de ciertos grupos sociales. La vulnerabilidad en los
HSH se traduce en un aumento en el riesgo de infección por VIH e ITS.

Estudios en poblaciones de hombres homosexuales. ¿Hasta dónde…?

La situación de la epidemia del Sida en Yucatán, de acuerdo a un meta


análisis de Góngora (2000) evidencia que la mayoría de los casos de
infección se localizan en las zonas urbanas, predominantemente en
Mérida, y los HSH representan la población con mayor incidencia.
Ante esta situación Cerón (2004) realiza un estudio CAP en una
muestra de HSH jóvenes de Mérida Yucatán, de los cuales el 70%
correspondió a homosexuales, encontrando que no hay asociación
entre los conocimientos y actitudes sobre Sida y las habilidades de
prevención de la infección por el VIH. Más de la mitad (54%) realizan
prácticas mixtas insertivo/receptiva. Las creencias relacionadas con el
mecanismo de transmisión y las estrategias de prevención son erróneas
(picadura de mosco y el screening cada 6 meses, respectivamente.)
Concluye que los HSH de Mérida presentan incongruencia entre los
mecanismos de infección y los métodos de prevención de la epidemia
y que carecen de autoconcepción de riesgo. Destaca que ninguno de
los participantes respondió utilizar “Siempre” el preservativo en sus
prácticas sexuales, señalando que el uso o la negociación del mismo
la realizarían “Si lo considerasen necesario”, ante desconfianza o
“Sensación” de riesgo con la pareja sexual y el 26% respondió que
nunca lo usaría. Tales conductas sitúan a los HSH de Mérida, a un
riesgo aumentado de infección por VIH.
Investigaciones en hombres homosexuales y factores de riesgo para
infección por VIH, en Londres, Suiza, Canadá y Norteamérica afirman
que la regularidad o frecuencia con que se realiza penetración anal no
protegida –insertiva o receptiva– está en aumento, pero los resultados no
han sido concluyentes para apoyar esta hipótesis (Glass, 2004; Herbst,
2005; Gorbach, 2006; Xia, 2006; George, 2006). Algunos más asocian
el aumento de las prácticas sexuales de riesgo con el optimismo social
producto del avance y mejoramiento en las terapias antirretrovirales
–TAR– pero dicha asociación no es significativa (Elford, 2000; Stolte,
2004; MacKeller, 2005; Guzmán, 2005). Basado en lo anterior, tenemos
de frente una realidad preocupante: existen hombres con preferencias
homosexuales y bisexuales quienes practican sexo no protegido (SAN)
tanto con sus parejas estables –long term partners– como con los
compañeros sexuales casuales –casual partners– lo que incrementa el
riesgo para infección por el VIH u otras infecciones de transmisión sexual.
293
Algunos estudios recientes afirman disminución de esta práctica, en
las relaciones sexuales con compañeros casuales, en contraste con los
long term partners, entre quienes el patrón conductual del sexo no
protegido se presenta la mayor frecuencia.

Motivación y conducta: el significado del sexo no protegido en las


parejas de hombres homosexuales.

¿Qué conduce a los hombres homosexuales a practicar el sexo no


protegido dentro de las relaciones de pareja estable?De acuerdo a
investigaciones de Piasecza (2001), Herbst, MacKeller y Guzmán en
el 2005, las prácticas de alto riesgo entre las “Parejas estables” se
relacionan con la convivencia en pareja durante largo plazo y con los
acuerdos de pareja, como el Negotiated safety38, principalmente. Esta
afirmación parte de resultados obtenidos a partir de investigaciones
cuantitativas cuyo enfoque no está dirigido a la exploración psico-social
de las conductas de riesgo (Piasecza, 2001; Herbst, 2005; MacKeller,
2005; Guzmán, 2005).
Davidoff (1993) propone que las razones de las conductas humanas
están en relación con las motivaciones, y define a éstas como a un estado
interno resultado de una necesidad y cuya característica es activar
o excitar conducta(s) que satisfaga(n) el requerimiento instigador.
Propone dos modelos de motivación, de los cuales elmodelo incentival
resulta ser el más adecuado para la explicación de las conductas
humanas dirigidas a satisfacer las necesidades que trascienden el
orden de lo fisiológico: como hambre, sed, incluso la reproducción.
Los objetivos de trabajo fueron: interpretar el significado del sexo
no protegido en el contexto de las relaciones estables de pareja en una
muestra no aleatoria de hombres homosexuales jóvenes de la Ciudad
de Mérida, Yucatán, México en el otoño del año 2006 a partir de las pa-
labras definitorias relacionadas con el significado del sexo no protegido
en el contexto de las parejas estables.

Metodología

Investigación cualitativa y de acuerdo a Alvarez-Gayou (2003) con un


marco interpretativo y enfoque fenomenológico. El diseño de la inves-
tigación se configuró a partir del modelo incentival de motivaciones

38
Negotiated safety: expresión anglosajona que hace referencia a un acu-
erdo entre dos compañeros sexuales y/o afectivos sero concordantes a VIH
para vivir una relación donde el sexo anal no protegido es permisible exclusi-
vamente entre ambos.
294
de la conducta (Davidoff, 1993), cuyas aportaciones obtenidas enri-
quecieron la interpretación de las palabras definitorias del conjunto
SAM –redes semánticas naturales de Valdez–. Dentro del modelo de
Davidoff, el significado de la conducta se ubica dentro de las cognicio-
nes, las emociones y las motivaciones. Para establecer el contexto se
aplicaron técnicas cuantitativas.
El universo correspondió a hombres homosexuales con experien-
cias de pareja estable habitantes de la ciudad de Mérida;al desconocer
el total de esta población, carecer de un marco muestral y sobre todo
por ser un estudio exploratorio, la muestra se configuró con 11 partici-
pantes de la comunidad gay de Mérida, a los cuáles se accedió a través
del muestreo no aleatorio en bola de nieve39.
La variable en estudio correspondió al significado del sexo no pro-
tegido en las relaciones estables de parejas de hombres homosexuales,
la cual se construyó con las palabras definitorias del conjunto SAM y
las motivaciones.
De las palabras aportadas con las redes semánticas naturales se
calculó, de acuerdo a Valdez (2005), el valor J (total de palabras de-
finidoras del estímulo), valor M o VMT (peso semántico obtenido por
cada palabra definidora), el conjunto SAM (10 palabras definidoras
con el mayor valor VMT) y el valor FMG (distancia semántica entre
las palabras definidoras que conforman el conjunto SAM). Los valores
se ordenaron y se presentan en forma de tablas. Los resultados de las
redes semánticas aportan palabras relacionadas con el significado del
fenómeno, dónde se entremezclan las cogniciones y las emociones re-
lacionadas con éste.
Elresultado de las entrevistas con los participantes, fue transcrito
realizando una decodificación hasta integrar códigos clave que orien-
taron hacia la obtención de las motivaciones relacionadas con la con-
ducta en estudio.

Resultados

La edad media de los participantes fue 24 años –rango de 20 a 31


años–, más del 60% con estudios universitarios concluidos –media 16
años de escolaridad–, y cerca del 20% cursando alguna licenciatura.
Los 11 participantes se auto reconocen con preferencia homosexual ex-
clusiva, refirieron estar “Fuera delcloset”, todos desempeñan papeles

39
Muestro en bola de nieve: Técnica de muestreo no aleatorio en dónde
se localiza a algunos individuos, los cuales conducen a otros, y estos a otros,
hasta conseguir una muestra suficiente. Empleado con utilidad en poblaciones
clasificadas como “Marginales”: delincuentes, sectas, determinados tipos de
enfermos
295
mixtos en las relaciones sexuales pero en cuatro de ellos predominaba
el papel receptivo (36%) y siete (64%) con papel preferentemente in-
sertivo. Siete de ellos estaban viviendo una relación de pareja estable
monógama al momento del estudio y dos participantes practicaron el
sexo no protegido con todas sus parejas estables, ambos con papel se-
xual preferentemente receptivo (Tabla 1.1).

Tabla 1.1
Algunas características sociodemográficas de los hombres
homosexuales en Mérida, Yucatán, 2006.

EDAD Escolaridad Papel en Pareja Tipo de Prác-


(años) la relación relación tica del
sexual SAN*
31 12 Insertivo Sin pareja monógama 1
27 16 Receptivo Con pareja monógama 3
26 19 Insertivo Sin pareja 1
25 17 Receptivo Sin pareja 1
25 19 Receptivo Sin pareja 3
24 17 Insertivo Con pareja monógama 1
24 15 Insertivo Con pareja monógama 1
23 16 Insertivo Con pareja monógama 1
23 14 Receptivo Con pareja monógama 1
22 13 Receptivo Con pareja monógama 1
20 12 Insertivo Sin pareja 1

*SAN corresponde al número total de parejas con quienes se ha practicado el sexo anal
no protegido.

Las redes semánticas aportaron 31 palabras definidoras -Valor J-


el peso semántico –VMT– del valor J configuró un conjunto SAM con
11 palabras definidoras cuyo valor FMG entre la confianza y el temor al
rechazo tuvo un rango de 34 puntos porcentuales. [Tabla 1.2]
La confianza, el amor, el placer, el apego y la pasión (Conjunto SAM)
fueron las palabras definitorias con mayor peso semántico con respecto
al estimulo “Sexo anal no protegido en las parejas estables de hombres
homosexuales” y la fidelidad fue retomada en las motivaciones
Al explorar la confianza se observó que ésta tiene un significado, en
el contexto de la relación de pareja, con una importancia equiparable al
amor e incluso superior. Las relaciones sexuales no protegidas pueden
suceder a razón de sentir confianza, aún en ausencia del sentimiento
de amor por la pareja. Sin embargo, el concepto de confianza carece de
claridad: en ocasiones se le concibe como un sustrato perteneciente al

296
amor, en otras como sinónimo de fidelidad, seguridad e inefablemente
como una relación de poder –dominación sobre el amado.

Tabla 1.2
Conjunto SAM del estímulo: sexo anal
no protegido con la pareja estable.

PALABRA
DEFINIDORA VMT FMG (%)
Confianza 75 100
Amor 69 92
Placer 69 92
Pasión 60 80
Apego 58 77
Cariño 54 72
Comodidad 54 72
Fidelidad 54 72
Irresponsabilidad 51 68
Comprobación de sentimiento 50 66

Temor al rechazo 50 66

Estas concepciones de Confianza invitan a pensar en el uso indife-


renciado de ésta como vehículo para el enmascaramiento de una defi-
ciente percepción de riesgo de infección por VIH/ ITS.

Yo confío mucho en él porque sé que él me ama. Yo


soy quien manda en la relación y pues como quie-
ra, él me tiene mucho respeto.
Kelly, 24 años.

La gente no se infecta así [cuando el sexo sin con-


dón es con la pareja estable) porque pues hay con-
fianza.
Johan, 25 años.

El amor es organizado como el conjunto e interacción entre la con-


fianza (intimidad40), la comunicación y el apego. Reconocen al amor
como un conjunto de sentimientos recíprocos, desinteresados y que

40
Teoría triangular del amor de Sternberg. Sostiene que el amor se integra
de tres componentes que interactúan entre sí: la intimidad, la pasión y el com-
promiso-decisión.
297
siempre desenlaza en la formación de una pareja estable. Comentan la
existencia de “Pruebas de amor”: como el “Salir del closet”, la cohabita-
ción y el coito anal sin preservativo, verbigracia. La presencia de estas
“Pruebas de amor” en el argot de los hombres homosexuales presenta
una magnitud tal que la ejecución de las mismas con la pareja “Amada”
se percibe como algo normal y el desuso de esta normatividad pondría
en duda el amor entre ellos y consolidación de la relación de pareja,
interna y externamente (sociedad).

Eso [el sexo anal no protegido] es algo que pasa


en todas las relaciones, chavo. ¡No te asustes!
Mike, 26 años.

Nosotros lo vemos como algo normal en nuestra


relación. Ya no podría ser de otra manera.
Alexander, 31 años.

La fidelidad, condición necesaria de la subsistencia de la pareja
monógama, se manifiesta repetitivamente, a través del sexo anal no
protegido.

Si él me dijera que quiere usarlo [el preservativo]


sabría que algo está mal (silencio). Sabría que me
está poniendo el cuerno.
Romeron, 20 años

El placer es percibido como un motivador intrínseco de la conducta


y como creencia: “Hacerlo sin condón pues te da más placer”. Profun-
dizando acerca de él, los participantes describen que el placer obtenido
de la experiencia sexual no protegida está en función de hacer una va-
riación en el estilo – variedad y el placer asociado.

[…] es como variar, ya sabes. Sentirlo piel con


piel es como que más rico y pues cambia a hacerlo
siempre con condón y condón
Kelly, 24 años

El apego al que pudieran referirse los participantes tendría que ser


analizado en el contexto de la dinámica entre ambos miembros de la
pareja, situación que no fue considerada en la planeación de este estu-
dio, por lo cual la profundización en este aspecto fue limitada, lo que
motivó a ser eliminado del análisis. Las necesidades de placer, amor y
de estima (Maslow) son las motivaciones identificadas para la conduc-
ta del sexo anal no protegido, en este grupo.
298
Discusión

El significado que los hombres homosexuales atribuyen a sus prácti-


cas sexuales anales no protegidas –sin usar preservativo– en el con-
texto de la relación de pareja estable demandaba de una aproximación
a las variables sociales, como las motivaciones y las percepciones del
fenómeno en estudio. El éxito de la investigación cualitativa al resolver
incógnitas de ordenanza socio cultural, como ha sido demostrado por
Amuchástegui (1996) reforzó la planeación a priori de realizar el pre-
sente estudio bajo los modelos cualitativos.
El análisis de los resultados proyectó un conjunto de significados
relacionados con la conducta sexual de riesgo, dotados de valor positi-
vo que se traduce en una visión positiva en la ejecución de la conducta
sexual de riesgo. Sin embargo, recordando la complejidad de la con-
ducta humana, donde las motivaciones o necesidades son excitadoras
de la conducta, la ejecución de la última está condicionada a otros com-
ponentes psicológicos, entre los cuales residen las actitudes individua-
les hacia las necesidades y la conducta.
Estos hallazgos nos conducen a otras interrogantes. Si dentro del
argot gay el sexo anal no protegido (SAN) se percibe con un valor
positivo en el contexto de las relaciones estables de pareja, ¿por qué
algunas parejas estables de hombres homosexuales se protegen en sus
relaciones sexuales anales transgrediendo esta corriente hegemónica?
No obstante, en la aproximación hacia la conducta, se identificó
un conjunto de significados relacionados con la concepción del amor
en los hombres gay, las redes sociales –formación de pareja– y el mo-
delo de pareja predominante monogámica. Se observó la existencia
de situaciones de poder genéricas –dominación que ejerce un miem-
bro sobre otro– similares a las que se presentan cotidianamente entre
hombre y mujer en el modelo de pareja heterosexual. En el argot gay se
percibe al SAN asociado a lo que se podría describir como una norma
social la cual concibe a esta conducta sexual de riesgo, en un discur-
so dotado de valores sociales positivos, que teóricamente excitan a su
práctica en el contexto señalado. De esta manera se integró la posible
existencia de dos ecuaciones sociales Pareja estable = amor (confian-
za) = sexo no protegido.
Los resultados obtenidos, incorporan al conocimiento científico,
información inherente a las prácticas sexuales de riesgo en este peque-
ño grupo sujeto a vulnerabilidad. Los hallazgos desmitifican la visión
hasta ahora predominante donde todas las conductas sexuales de ries-
go son asociadas con la desinformación y la baja percepción de riesgo
de infección por VIH. Añade elementos sociales tales como la concep-
ción del amor, de la pareja, y de género, como las relaciones de poder
entre los miembros de la pareja. Esta incorporación de lo social fortale-
ce la perspectiva de la vulnerabilidad social, es decir que las conductas
299
sexuales de riesgo involucran al componente biomédico, tanto como el
social; lo que exige comprender a todos los seres humanos como seres
dotados de tres componentes básicos: biológico, psicológico y social,
Los estudios consultados respecto a homosexualidad y VIH/Sida se
desarrollaron bajo un diseño de investigación cuantitativo epidemioló-
gico, por lo que, sus resultados no son equiparables con los de este
trabajo cuyo enfoque fue cualitativo. El fenómeno “Sexo no Protegido”
en las parejas estables de este grupo de hombres homosexuales yucate-
cos, presenta un significado distinto al Negociated safety descrito por
Guzmán y Colfax (2005), que representa un convenio, producto del
diálogo entre los compañeros y se presenta incluso dentro de las rela-
ciones abiertas –amor lúdico–. En contraste, la práctica del SAN en el
grupo de hombres estudiado, se realiza sin un acuerdo dialogado, sin el
conocimiento del estatus serológico para VIH y su significado social se
relaciona con el amor y con la consolidación de la pareja monógama.
La preocupación de resolver el problema de la infección en este
subgrupo de hombres motivo a tomar como tarea la investigación so-
cial del SAN en el contexto mencionado. Esto nos conduce a reforzar la
necesidad de la integración de la esfera psicosocial a la biológica en la
comprensión de las enfermedades en las personas; en este caso parti-
cular de la epidemia del Sida.
Se identificaron las siguientes áreas clave en las que habría que
trabajar, una corresponde a la construcción y deconstrucción de la
concepción y percepción del amor, de las relaciones de pareja y de las
dinámicas inherentes a la misma entre los hombres gay participantes.

Conclusiones

El significado del sexo anal no protegido (sin condón) en el contexto


de las relaciones de pareja estables y monogámicas de hombres ho-
mosexuales, habitantes de la ciudad de Mérida, Yucatán, se encuentra
relacionada con las concepciones y representaciones del amor, la con-
fianza, la pasión, el apego y el placer, lo que se asemeja a lo reportado
por Vera (2003 y 2005) en mujeres, parejas de hombres heterosexua-
les. Se le interpreta como un parámetro social, en el argot de este grupo
de hombres homosexuales, de la consolidación de la pareja.
La conducta tiene un valor social positivo que se traduce en una
actitud positiva hacia la conducta y su consiguiente ejecución, favore-
ciendo la infección por el VIH entre los miembros de la pareja.

300
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303
AUTORES/AS
Denise Fay Brown Owens
Doctora en Antropología Social por la Universidad de Calgary,
Canadá. Es Profesora del Departamento de Geografía de la Fa-
cultad de Geografía y Coordinadora del Programa de Estudios
Latinoamericanos de la Facultad de Comunicación de la Uni-
versidad de Calgary desde 2000. De 1991 a 1997 fue miembro
del Programa de Antropología Social y Ecología Cultural en la
Universidad Iberomericana en la ciudad de México. De 1980
a 1990, fue colaboradora con la Universidad de Calgary de la
Latin American Studies Field Schools en Mexico para llevar a
cabo intercambio de estudiantes para la realización de trabajo
de campo en México. Por más de dos décadas ha realizado es-
tudios en la zona maya de Yucatán y ha presentado y publicado
sus resultados de investigación en diversos foros y revistas aca-
démicas internacionales.

Leticia Paredes Guerrero


Antropóloga Social egresada de la licenciatura de Ciencias An-
tropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán y de la
Maestría de El Colegio de Michoacán. Candidata a Doctora en
Antropología Social por la UNAM. Investigadora Titular y Pre-
sidenta del Cuerpo Académico Estudios sobre Mujeres y Rela-
ciones de Género de la Unidad de Ciencias Sociales del Centro
de Investigaciones Regionales Dr. Hideyo Noguchi de la Uni-
versidad Autónoma de Yucatán. Autora de diversos trabajos
sobre Mujeres, política y poder. Docente de cursos sobre Gene-
ro y Feminismo en la Facultad de Ciencias Antropológicas de
la UADY. Profesora con Perfil PROMEP 2006-2009. Miembro
de la Red de Estudios de Género de la Región Sur-Sureste de
la ANUIES.

Elva Rivera Gómez


Es Candidata a Doctora en Historia por la Universidad
Veracruzana, Maestra en Ciencias Históricas por la Universidad
Amistad de los Pueblos, Moscú, Rusia. Es profesora-
investigadora e integrante del CAEC Estudios Históricos y
colaboradora del Centro de Estudios Históricos de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla. Integrante del Comité Editorial de la Revista La
Manzana. Es coautora de los libros: Estudios Iberoaméricanos
305
de Género en Ciencia, Tecnología y salud. Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2008; Estudios sociales sobre la
infancia en México, 2007; Miradas en la noche. Estudios sobre
la prostitución en Puebla, 2007; Las mujeres en la Ley de la
Selva, 2007; Estudios históricos sobre las mujeres en México,
2006; Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica, 2005;
Historia de las mujeres en América Latina, Murcia, España
2003.

Cirilo Rivera García


Es Psicólogo por la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla. Es analista del Departamento de Educación en Pobla-
ción del Consejo Estatal de Población del Estado de Puebla. Ha
cursado diplomados en Violencia Familiar, Violencia de Géne-
ro, y Género y Políticas Públicas. Especialista en Masculinidad,
violencia familiar, violencia en el noviazgo y violencia mascu-
lina. Actualmente ha creado un espacio particular de atención
psicológica para hombres, desde la perspectiva de género, en la
ciudad de Puebla. Es Miembro de la Red Internacional y Esta-
tal de Investigadores sobre Masculinidades. Imparte Cursos de
capacitación y sensibilización en perspectiva de género, mas-
culinidades, violencia familiar, género y relaciones de pareja,
entre otros. Integrante del Comité Editorial de la Revista La
Manzana. Articulista de la revista “Temas de Población”, ór-
gano de difusión del COESPO-Puebla.

Gina Villagómez Valdés


Doctora en Antropología Social por la Universidad Iberoame-
ricana. Profesora Investigadora Titular “C” de la Unidad de
Ciencias Sociales, Centro de Investigaciones Regionales “Dr.
Hideyo Noguchi”, Universidad Autónoma de Yucatán. Miem-
bro del Cuerpo Académico de Estudios sobre la Mujer y Rela-
ciones de Género. Miembro del Sistema Nacional de Investiga-
dores Nivel I, Miembro de la Red de Estudios de Género de la
ANUIES Región Sur-sureste. Autora de los libros Mujer maya
y Desarrollo Rural en Yucatán (1998); Mujeres que mandan
(2004) y Familia y Violencia (2005). Ha presentado sus re-
sultados de investigación en más de 60 foros académicos y de
divulgación local, nacional e internacional.

Alicia Canto Alcocer


Es egresada de la Licenciatura en Ciencias Antropológicas de
la Universidad Autónoma de Yucatán. Actualmente es titular
del Centro Integral de Desarrollo y Atención de la Violencia

306
Intrafamiliar del Ayuntamiento de Mérida y Secretaria Técnica
del Consejo Municipal de la Mujer del Municipio de Mérida.
En el año 2000 se desempeñó como coordinadora de inves-
tigación y evaluación del Instituto de la Mujer en Yucatán y a
partir del 2002 y hasta 2007 tomó a su cargo el Departamento
de Planeación y Control de Gestión del Instituto para la Equi-
dad de Género en Yucatán y fungió como Secretaría Técnica
del Subcomité Especial de la Mujer del COPLADE, coordinan-
do la elaboración, implementación y seguimiento del Progra-
ma Estatal para la Equidad de Género 2001-2007.

Rodrigo Cueva G. Cantón


Es egresado de la Licenciatura en Psicología por la Universidad
Marista de Mérida. Cuenta con un Diplomado en Derechos y
Necesidades de la Infancia y un Diplomado en Atención y Pre-
vención de Violencia Familiar. Actualmente cursa la Maestría
en Desarrollo Humano por la Universidad Marista de Mérida.
Desde 2003 se desempeñó como facilitador en el área de Equi-
dad Social del Centro de Desarrollo Integral y de Atención a la
Violencia Intrafamiliar del Ayuntamiento de Mérida (CIAVI).
En este centro ha desempeñado tareas de facilitador de talleres
dirigidos a mujeres y hombres en diferentes colonias y comi-
sarías acerca de prevención de violencia familiar. Asimismo ha
facilitado sesiones del Grupo de Hombres con Problemas de
Violencia que, desde 2001, se ofrece en el CIAVI. Actualmente
es coordinador del área de Equidad Social y representante ante
el Consejo Municipal de la Mujer del Ayuntamiento meridano
para el período 2007-2010.

Sergio A. Moreno Cabrera


Hijo, hermano, amigo; uno más de los y las que trabajan y
creen en la posibilidad de una vida digna, justa, diversa y de
colaboración entre las personas. Licenciado en Psicología por
la Universidad Marista de Mérida, candidato a Maestro en Psi-
coterapia por el Instituto Kanankil, A. C., miembro de Ciencia
Social Alternativa, A. C. (Kóokay), docente de la Universidad
Marista de Mérida-

José Marcial Gamboa Cetina


Maestro en Ciencias Antropológicas y candidato a Doctor en
Ciencias de la Comunicación. Es Profesor-Investigador Titular
“C” en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Desde
hace veinte años desarrolla proyectos de investigación sobre
género, sexualidad y medios de comunicación. Ha publicado
los resultados de sus investigaciones en las siguientes institu-
307
ciones académicas: El Colegio de México, la UNAM, El Colegio
de Michoacán, la UAM- Iztapalapa; la Universidad de Gainsvi-
lle, Florida; el INAH, la Universidad Autónoma de Yucatán y la
Universidad Autónoma de Campeche. Entre sus últimas publi-
caciones destaca: “El cómic erótico mexicano: su consumo en
Mérida, Yucatán” en: Igor Ayora Díaz (editor) Globalización y
consumo de la cultura en Yucatán, Mérida, UADY, 2007

José de Jesús González Núñez


Doctor en Psicología egresado de la UNAM. Es Psicoterapeuta
Psicoanalítico Individual por la Asociación Mexicana de Psico-
terapia Psicoanalítica, Psicoterapeuta Psicoanalítico de Grupo
por el Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social
y Psicoanalista por la Society for Psycoanalytic Training de
Nueva York. Es también profesor de tiempo completo de licen-
ciatura y posgrado de la Facultad de Psicología de la UNAM.
Entre sus múltiples y destacadas actividades es primer autor y
compilador de 19 libros, autor de más de 80 artículos y ha im-
partido más de 250 conferencias académicas y de divulgación
sobre la salud mental. Autor del libro Conflictos Masculinos
editado por Plaza y Valdés en 2004.

Elia María Escoffié Aguilar


Licenciatura en Psicología (UADY, 1979), Especialidad en
Psicología Clínica Infantil (UADY, 1995) Maestría en Psico-
terapia Psicoanalítica Infantil (IIPCS, 2004). Profesora de
la Licenciatura en Psicología en la Facultad de Psicología de
la Universidad Autónoma de Yucatán, desde 1979 a la fecha.
Profesora del Posgrado en el programa de Especialización en
Psicología Clínica Infantil (1995-2003) Profesora en el pro-
grama de Maestría en Psicología Aplicada con salida en Clínica
Infantil (2005 – a la fecha) Responsable del Proyecto: “Terapia
de juego con padres e hijos como medio para favorecer estilos
de crianza positivos” (PRIORI 2006-2008) Directora de la
Facultad de Psicología (UADY) hasta 2004. Miembro del Co-
legio de Psicólogos del Estado de Yucatán de 1980 a la fecha
y de la Sociedad Interamericana de Psicología (SIP) 2005 a la
fecha. Perfil PROMEP (2005-2008).

Carlos David Carrillo Trujillo


Egresado de la Licenciatura en Psicología por la Universidad
Autónoma de Yucatán y del programa de Maestría en Psicolo-
gía por la misma universidad. Actualmente cursa el programa
de Doctorado de Análisis Psicológico de Problemas Sociales.
Profesor en la Facultad de Psicología de la UADY. Ha impar-
308
tido las asignaturas: procesos psicosociales, psicología social,
psicología experimental, desarrollo psicológico, entre otras.
Miembro del Cuerpo Académico de Psicología Social y del
Cuerpo Colegiado del Programa de Educación Continua de la
facultad de Psicología de la UADY. Miembro colaborador en
el Cuerpo Académico Educación y Sociedad de la Facultad de
Pedagogía del Sistema de Enseñanza Abierta de la Universidad
Veracruzana. Área temática: género, sexualidad y diversidad
sexual. Ha publicado en revistas especializadas artículos sobre
masculinidad-feminidad y género.

Jorge Armando Revilla Fajardo


Catedrático de la Universidad Veracruzana desde 1973. Can-
didato a Doctor en Filosofía por el Instituto de Psicología y
Educación de la Universidad Veracruzana. Responsable del
Cuerpo Académico “Educación y Sociedad”. Diploma de re-
conocimiento a relevantes méritos académicos otorgado por
la Universidad Veracruzana.Autor de numerosas ponencias y
artículos de investigación en revistas científicas de psicología.
Área de investigación: estudios de género, sexualidad, diver-
sidad sexual, innovaciones educativas, tecnología de informa-
ción y educación a distancia. Ha realizado estancias en la fa-
cultad de Educación de la Universidad de Salamanca, España;
la Universidad Estatal a Distancia UNED-Costa Rica en San
José, Costa Rica y la Facultad de Psicología de la Universidad
Autónoma de Yucatán (UADY).

Pedro Sánchez Escobedo


Es Profesor Investigador Titular “C” de tiempo completo de la
Universidad Autónoma de Yucatán. Obtuvo el grado de Médico
Cirujano en la Universidad Autónoma de Yucatán; Maestría en
Educativa en la Universidad de Bristol, Inglaterra y Doctorado
en Psicología en la Universidad de Iowa, Estados Unidos.
Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores desde 1996.
Ha sido responsable de diversos proyectos de investigación,
por los que ha recibido apoyo estatal, federal e internacional.
A la fecha ha publicado 3 libros, más de 70 artículos originales
de investigación y ha sido invitado como profesor en las
Universidades de Iowa, la Universidad Pacífica Luterana y la
Universidad de Ohio.

Sandra Martín Tun


La Mtra. Sandra Martín Tun es asistente de investigación en la
Unidad de Posgrado e Investigación de la Facultad de Educa-
ción de la Universidad Autónoma de Yucatán. Obtuvo el grado
309
de Licenciatura en Educación y Maestra en Innovación Educa-
tiva en la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma
de Yucatán. Se ha desempeñado como docente y ha participa-
do en diversos proyectos de investigación en Yucatán.

Paulina Carrillo Espadas


La Lic. Paulina Carrillo Espadas es asistente de investigación
en la Unidad de Posgrado e Investigación de la Facultad de
Educación de la Universidad Autónoma de Yucatán. El Lic.
Carrillo obtuvo el grado de Licenciatura en Educación en
la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de
Yucatán.

Ligia del Carmen Vera Gamboa


Médica egresada de la Facultad de Medicina de la Universi-
dad de Yucatán 1974-1980. Especialista en Docencia por la Fa-
cultad de Educación de la Universidad Autónoma de Yucatán
(UADY), en el período 1985-1987. Sexóloga egresada del Insti-
tuto Mexicano de Sexología A.C. Labora como profesora inves-
tigadora titular en el Centro de Investigaciones Regionales Dr.
Hideyo Noguchi de la Universidad Autónoma de Yucatán con
una antigüedad de 27 años, y como profesora en la Facultad
de Medicina de la UADY Ha presentado trabajos en congresos
nacionales e internacionales en las áreas de medicina, VIH/
Sida, sexualidad y educación de la sexualidad en así como con-
ferencias. Activista en la lucha contra el Sida como secretaria
Técnica del Grupo Multisectorial Ciudadano en VIH/Sida en
Yucatán desde 1998.

Roger E. Mézquita Leana


Médico Cirujano Egresado de la Facultad de Medicina de la
Universidad Autónoma de Yucatán. Actualmente es tesista del
Laboratorio de Apoyo al Diagnóstico Clínico del Centro de In-
vestigaciones Regionales Dr. Hideyo Noguchi de la Universi-
dad Autónoma de Yucatán.

Elsa Rodríguez Angulo


Médico Cirujano por la Universidad Autónoma de Yucatán.
Maestra en Salud Pública, egresada del Instituto Nacional de
Salud Pública de México. Profesora Investigadora titular del
Departamento de Medicina Social y Salud Pública. Docente
de la Facultad de Medicina a nivel licenciatura y posgrado.
Miembro del Comité de Bioética del Centro de Investigaciones
Regionales “Dr. Hideyo Noguchi”, Unidad Biomédicas. Des-

310
de 2001. Miembro de la Red de Género Región Sur-Sureste,
ANUIES. Publicaciones en revistas nacionales e internaciona-
les, así como capítulos de libro. Presentación de resultados de
investigación en Foros y Congresos nacionales e internacio-
nales. Miembro del Comité Interinstitucional de la Vigilancia
de la Mortalidad Materna en Yucatán. Desde 2003. Reconoci-
miento de perfil PROMEP desde el año 2000.

William Manrique Vergara


Es Profesor Investigador Asociado  del Departamento de Me-
dicina Social y Salud Publica del Centro de Investigaciones Re-
gionales “Dr. Hideyo Noguchi”, Unidad Biomédica. Medico
Cirujano, egresado del instituto Nacional de la Nutrición, Mé-
xico, D. F. Fue responsable del Departamento de Bioquímica
y Radioisótopos del CIR, UADY, miembro de varios cuerpos
colegiado y sociedades nacionales de medicina. Experiencia
en el campo de la docencia  en la formación de recursos hu-
manos, alumnos del Programa PRIORI y del verano científico,
trabajo comunitario  y en. Actualmente colabora en proyectos
de investigación sobre mortalidad materna  en el municipio de
Chemax, Yucatán así como en proyectos de género, nutrición
y cáncer.

Ana María Lucas Navarro


Médica Cirujano por la Facultad de Medicina de la Universi-
dad Autónoma de Yucatán. Actualmente es tesista del labora-
torio de Medicina Social y Salud Pública del Centro de Inves-
tigaciones Regionales “Dr. Hideyo Noguchi” de la Universidad
Autónoma de Yucatán.

Yolanda Oliva Peña


Licenciada en Sociología por la UAM, Maestra en Ciencias An-
tropológicas con Especialidad en Antropología Social en la Fa-
cultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Integrante del
Departamento de Medicina Social y Salud Pública del Centro
de Investigaciones Regionales “Dr. Hideyo Noguchi” de la Uni-
versidad Autónoma de Yucatán. Docente de la licenciatura en
Nutrición, se ha impartido las asignaturas Sociología Latinoa-
mericana y Teoría de grupos. Ponente en eventos académicos
locales, regionales, nacionales, e internacionales. Asesora de
tesis de licenciatura y Maestría. Con diversas Publicaciones:
Relacionados con Salud Reproductiva, sexualidad y Salud Pú-
blica. Sinodal de diversas tesis de licenciatura y de Maestría.
Participación Técnica en Investigación: colaboración en diver-
sos proyectos de investigación en el laboratorio de Medicina
311
Social en temáticas sobre Salud Pública, Salud Reproductiva Y
Sexualidad, Nutrición, Desarrollo Social.

Andrés Martín Santana Carvajal


Médico Cirujano por la Universidad Autónoma de Yucatán.
Especialista en Salud Pública por la Universidad Veracruzana
y Especialista en Sexología Educativa por el Instituto Mexicano
de Sexología. Maestro en Ciencias Antropológicas con Especia-
lidad en Antropología Social por la UADY. Profesor Investiga-
dor Titular “A” del departamento de Medicina Social y Salud
Pública del Centro de Investigaciones Regionales “Dr. Hideyo
Noguchi” de la UADY; Docente la Facultad de Medicina de la
UADY. Ponente en eventos académicos locales, regionales, na-
cionales, e internacionales. Coordinador eventos académicos
locales y uno regional. Asesor: 36 tesis de licenciatura. Cuatro
tesis de la especialidad en Psiquiatría. Una en Maestría. Di-
versas Publicaciones: Relacionados con Salud Reproductiva,
sexualidad y Salud Pública. Sinodal de diversas tesis de licen-
ciatura de Medicina, Nutrición y Antropología.

Roberto Ortiz Manzanilla


Licenciado en Ciencias Antropológicas en la especialidad de
Literatura y Linguística por la Facultad de Ciencias Antropoló-
gicas, ha impartido cursos a la Licenciatura de Literatura La-
tinoamericana sobre ‘Género y performance en la literatura’ y
‘Perspectivas de género’, ha publicado en la revista Narrativa
Puertorriqueña -revista web- y en la revista Nota´n Queer per-
teneciente a la asociación civil Investigaciones Queer. También
ha participado en encuentros académicos tales como el ‘Primer
Coloquio de Ciencias Sociales. El sureste mexicano: visiones
históricas y contemporáneas’ del centro de Investigaciones
Regionales Dr. Hideyo Noguchi de la Universidad Autónoma
de Yucatán, así como en el ‘Seminario Permanente de Género,
Sexualidad y Performance’.

Celmy Teresa Noh Poot


Licenciada en Ciencias Antropológicas con Especialidad en
Antropología Social por la Universidad Autónoma de Yucatán.
Especialista en Estudios de la mujer por la Universidad Autó-
noma Metropolitana, Unidad Xochimilco (UAM-X) y Maestra
en estudios de la mujer por la UAM-X. Líneas de investiga-
ción. Género, masculinidades, homosexualidades, diversidad,
ciudadanías múltiples y mujeres.

Jorge Oswald Toledo González


312
Medico Cirujano por la Universidad Autónoma de Yucatán.
Tesis de examen de grado: “Significado acerca del sexo anal
no protegido en parejas estables de hombres homosexuales de
Mérida, 2006”. Internado Rotatorio de Pregrado en el Hosp.
Gral. Agustín O’Horán, Mérida. Participación en el Estudio:
“Determinación del Nivel de Autoestima y sus implicaciones
para la epidemia del VIH/ SIDA en un grupo de sexoservido-
ras de Yucatán, México” presentado en el 3er Congreso de In-
vestigación en Sexología en Guadalajara, Jalisco y en la XXII
Asamblea Nacional de Médicos Generales de Acapulco, Gue-
rrero. Curso modular sobre disfunciones sexuales. S.E.C.M.G.
y M..F. Diplomado en Sexualidad Humana. S.E.C.M.G. y M.F.

María Luisa Rojas Bolaños


Médica Cirujana egresada de la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional Autónoma de México 1968-1973. Es-
pecialista en Pediatría Médica por el Instituto Mexicano del
Seguro Social y la Unidad de Postgrado e Investigación de la
UNAM 1975-1978. Maestría en Antropología Social por la Uni-
versidad Autónoma de Yucatán 1998-2000. Con diversos di-
plomados y cursos de actualización relacionados con el área
de desempeño. Docente de tiempo completo en la Facultad de
Medicina de la UADY desde 1978. En la actualidad Profesora
de carrera titular A ocupa el cargo de Coordinadora del Área
Científica de la carrera de medicina desde el 2004, pertenece
al Cuerpo Académico de Educación en Salud con proyectos de
investigación educativa e investigación operativa.

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Esta obra fue realizada en los talleres de
Compañía Editorial de la Península, S.A. de C.V.
calle 38 No. 444-C x 23 y 25
Colonia Jesús Carranza
Mérida, Yucatán, México.
(999) 926-6133, 926-6143
cepsa98@prodigy.net.mx

La edición consta de 500 ejemplares


y se terminó de imprimir en septiembre de 2010
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