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Cronica de una muerte
anunciada1 bia en que lo ban a maar, Santiago Nasae
EF: Tevant las 5.30 dela madana pra esperar
cl bugue en que Hegaba el abispo. Habis s0-
Jado que sttavesaba un bosque de higuerones donde
Snel suetio, pero al espera se sino por completo
Stlpicado de caged de pajaros. Siempre sonaba con
Eboless, me djo Plsila Linero, so madre, cwo-
taco 77 anos desputs los pormenores de aqiel anes
ingraro. La semana anterior abla soba que tba
solo en un avon de papel de extao que vlibs sin
tropecar por enre [os simendros, me dj. Tenia
de os suenoesenos, sempre que se os cont
Suet con sboles que €lehabia comtado en ls i
Banas que precedieron a muerte
"Tampoto Santiago Naar econocis el presagio.
bia dormido poco y mal, sin quiarse [a eopa,y
despers con dolor de eabera y con in sedimento deestribo de cobre en el paladar, y los interpret6 como
estragos naturales de la parranda de bodas que se ha
bia prolongado hasta después de la media noche. Mas,
ain: las muchas personas que encontr6 desde que s3-
lig de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como
tun cerdo una hora después, lo recordaban un poco
sofioliento pero de buen humor, y a todos les co-
rmenté de un modo casual que era un dia muy her~
smoso. Nadie estaba seguro de si se referis al estado
del iempo. Muchos coincidian en el recuerdo de que
fea una mafana radiante con tna brisa de mar que
Iegaba a través de los platanales, como era de pensae
que lo fuera en un buen febrero de aquella época
ero la mayoria estaba de acuerdo en que era un
tiempo finebre, con un cielo turbio y bajo y un
denso olor de aguas dormidas, y que en el instante
de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda
‘como la que habia visto Santiago Nasar en el bosque
del sueno. Yo estaba reponiéndome de la parranda
de la boda en el regazo apostiico de Marfa Alejan-
ddrina Cervantes, y apenas si desperté con el albororo
de las campanas tocando a rebato, porque pensé que
las habian soleado en honor del obispo.
Santiago Nasir se puso un pantalon y una camisa
de lino blanco, ambas piczas sin almid6n, iguales a
las que se habia puesto el dia anterior para la boda,
Era un atuendo de ocasin. De no haber sido por la
Hegada del obispo se habria puesto el vestdo de cx
aqui y las botas de montar con que se iba los lunes a
El Divino Rosto, i hacienda de ganado que hered®
de su padre, y que él administraba con muy buen
juicio aunque sin mucha fortuna. Enel monte levaba
al cinto una 357 Magnum, cuyas bala blindadas, se-
iin él decta, podian partir un caballo por la cintura,
En época de perdices Ilevaba también sus aperos de
cotreria En el armario tenia ademés un rifle 30.06
Manalicher Schénauer, wn rifle 300 Holland Mag-
num, un 22 Hornet con mira telescépica de dos po-
dderes, y una Winchester de repeticion. Siempre dor-
mia como durmis su padre, con el arma excondida
dentro de la funda de la almohad, pero antes de
abandonar la casa aquel dia le saeé los proyectiles y
fa puso en la gavera de la mesa de noche. «Nunca la
djaba cargada», me dijo su made. Yo lo sabia, y
sabia ademas que guardaba las armas en un lugar y
cescondia la municion en otro lugar muy apartado, de
‘modo que nadie cediera ni por casuaidad a la ten-
taciGn de cargarlas dentro de la casa. Era una cos-
tumbre sabia impuesta por ss padre desde una ma-
fiana en que una sievienta sacudié la almohada para
uitarle [a funda, y la pistola se disparé al chocar
contra el suelo, y la bala desbaraté el armario del
cuarto, atravess ia pared de la sala, pasé con un es
truendo de guerra por el comedor de la casa vecina
y convirtis en polvo de yeso a un santo de tamatio
natural en el altar mayor dela iglesia, al otro extremo
de la plaza. Santiago Nasar, que entonces era muy
nfo, no olvidé nunca la leccién de aquel percance.
La tltima imagen que su madee enia de él era la
de su paso fugaz por el dormitorio. La habia des-
pertado cuando tataba de encontrar tientas una as
pirina en el botiquin del bas, y ella encendié Is luz
y lo vio aparecer en Ia puerta con el vaso de agua en
la mano, como habia de recordarlo para siempre,Santiago Nasar le conté entonces el suefio, pero ella
1 les puso atencidn a los arboles.
Todos los suefios con pijaros son de buena sa
hud —aij,
Lo vio desde la misma hamaca y en la misma po-
sicidn en que la enconteé postrada por las iltimas lu-
ces de la vejez, cuando volvi a este pueblo olvidado
tratando de recomponer con tantas atllasdispersas
elespejo roto de la memoria. Apenas si distinguia las
formas a plena luz, y tenia hojas medicinales en las
sienes para el dolor de cabeza eterno que le dejé st
hij la ltima vez que pasé por el dormitorio. Estaba
de costado, agarvada a las pitas del cabezal de la ha-
‘maca para tratar de incorporarse, y habia en Ia pe-
numbra el olor de bautisterio que me habia sorpren-
dido la manana del crimen,
‘Apenas aparecien el vano de Ia puerta me con-
fandi6 con el recuerdo de Santiago Nasae, «Ahi es
tabae, me dijo, «Tenia el vestido de lino blanco la
vado con agua sola, porque era de piel tan delicada
{que no soportaba el ruido del almidén.» Estuvo un
largo rato sentada en Ia hamaca, masticando pepas de
cardamina, hasta que se le pasé la ilusién de que el
hijo habia vuelto, Entonces suspieé: -Fue el hombre
cde mi vida.»
Yo lo vi en sv memoria. Habia eumplido 21 afios
la Gltima semana de enero, y era esbelto y pilido, y
tenia los pirpados érabes y los cabellosrizados desu
padre, Era el hijo nico de un matrimonio de con-
Yeniencia que no tuvo un solo instante de felicidad,
pero él parecia feliz con su padre hasta que éste mu
6 de repente, tres aos antes, y siguis pareciéndolo
4
con la made solitaria hasta el lunes de su muerte. De
clla hered6 el instinto. De su padre aprendis desde
muy nino el dominio de las armas de fuego, el amor
por los caballos la maestranza de las aves de presas
altas, pero de él aprendié tambign las buenas artes
del valor y la prudencia. Hablaban en deabe entre
ellos, pero no delante de Plicida Linero para que no
se sintiera excluida. Nunca se les vio armados en el
pueblo, y la énica vez que eajeron sus halcones
amaestrados fue para hacer una demostracién de al-
taneria en un bazar decaridad. La muerte desu padce
lo habia forzado a abandonar os estudios al término
de la escuela secundatia, para hacerse cargo de la ha-
cienda familiar. Por sus méritos propios, Santiago
[Nasar era alegre y pacifico, y de corszén fécil
Pl dia en que o iban a mata, su madre creyé que
1 se habia equivocado de fecha cuando lo vio vestido
de blanco. «Le recordé que era lunes, me dijo. Pero
lle explics que se habia vestido de pontifical por si
tenia ocasién de besarle el anillo al obispo. Ella no
dio ninguna muestra de interés.
Ni siquiera se bajaré del buque —Ie dijo—.
chari una bendicién de compromiso, como siem-
pre, y se iré por donde vino. Odia a este pueblo,
Santiago Nasar sabia que era cierto, pero los fas-
tos de la iglesia le causaban una fascinacion irrsis-
tible, «Es como el cines, me habia dicho alguna ve.
A su made, en cambio, lo nico que le interesaba
de lallegada del obispo era que el hijo no se fuera a
‘mojar en la luvia, pues lo habia ofdo estornudar
mientras dormia. Le aconsejé que llevar un para-
5.guas, pero él le hizo un signo de adiés con Ja mano
J salio del cuarto, Fue la ultima vez que lo vio.
Victoria Guzmén, la cocinera, estaba segura de
que no habia llovide aquel dia, ni en todo el mes de
febrero. «Al contrario», me dijo cuando vine a ver,
poco antes de su muerte. «El sol calent6 mis tem-
prano que en agosto,» Estabs descuartizando tres co-
hejos para elalmuerzo, rodeada de perros acezantes,
‘cuando Santiago Nasar entr6 en la cocina, «Siempre
Se levantaba con cara de mala noche», recordaba sin
amor Vietoria Gazmén. Divina Flor, su hija, que
apenas empezaba a florecer, le srvie 2 Santiago Na-
Sar un taz6n de café cerzero con wn chorro de alcohol
de cai, como todos los lunes, para ayudarlo a so-
brellevar la carga de la noche anterior. La cocina
enorme, con el euchicheo de la lumbre y las galinas
dormidas en las perchas, tenia una respiracion sgh
Tosa, Santiago Nasar masticd otra aspirina y se sent6
4 beber a sorbos lentos el tazén de ealé, pensando
ddespacio, sin apartar la vista de las dos mujeres que
ddestripaban los congjos en la hornilla, A pesar dela
fedad,, Victoria Guzman se conservaba entera. La
nifia, todavia un poco montaraz, parecia sofocada
por el impetu de sus glindulss. Santiago Nasar la
gard por la museca evando ella iba a recbirle el
a estis en tiempo de desbravar le dijo.
Victoria Guzmin le mostré el euchillo ensan-
rentado,
Suéleala, blanco —Ie orden6 en serio—. De esa
agua no beberis mientras yo esté viva
“Habia sido seducida por Ibrahim Nasar en la ple~
6
nivad del adolescncia, La habia amado en screto
Waris aos en los enable de la hands, yl evo
Yavin ens cam cuando sel aca efecto. Dr
Tina Flor, que evs ij dwn mario ms reciene,
sain devia Ta cama fread Sango Naser
7 cm iden le causa una ansedad prema «NO
Tavuclo'anacer oro hombre somo tse, me dp,
gorda y musty rodeaa por lr iajor de atts
Shores «Em Wénico ama pale —ie epic Ve
tori Gurma—. Un mienare Pero no pd eadir
tna pid rlagn de espant l recordar! horror de
Stag Ras uc anc de uy be
tras de un congo y ls tba Tos perro el epa
‘humeante. , * "
fen bibs le i Imagine ue
Vitoria Gesman necssé casi 20 aos para cn
teader que un hombre acostorsrado a maar ti
tle inte expresara de pronto semejans hocror
“iDior Sano —erclamo atusadany de modo que
‘bdo aquelo fac ua event» Sn embargo, wna
tans bie atratada Ta mana del emeny que #-
ful cebando sos perrs con ls verde or nos
Eenejon, silo por smargare el deayuno 4 Saigo
Nasa, Enea exaban cuando el pueblo enero des
pert cone rami etemecedor del bugue de a>
Por en qu legib el bpo.
1 es eran antigua depdsito de ds pisos con
paredes de abloncs basos yon tho de ine de dos
Tus, sobre el cul veaban low gallnazoe por los
aEperdcioe dl puerto, Fabia sido constrain
iow dempor en que ee ea tan servcal que muchas
7barazas de mat, inclusive algunos barcos de aura
Se aventursban hata agl a weavé de las naga dl
‘Suuario, Cuando vino Ibrahim Nazar con Toe Shi
thos arabe, al trmino dels guerra cs, ya no
iegaban los barcos de mar debi a as miodanizas del
Hoy el depésto crabs en denis, Ibrahim Nasat
Ip Compr 4 eslgser precio para poner ua tena
deimporiacion que nunca puso, ysbloevando se tbs
¢ cast lp conn en una cash pars vive. En la
planta baja brig an salon que seria para todo, y
fonstuye en el fondo una caballeriea para cairo
thimal, los euartos de servicio, yuna cocina de ba.
Gieada con ventana hacia el puerto por donde en-
trabaa toda horalspestlenca de as aguss. Lo Snico
{ue djs imacto en el aln fe la eaclera en expr
fescatada dealin naufagio, Enla planta aa, donde
Inte estuveron ls oficnas de advana, hizo dos dor-
mitris ampliosy cinco camarotes ars lox muchos
hijos que pensaba tener, y constay6 un bal de
Imac sobre los almendros dels para, donde Ps
Cid Liner se sentaba en las ‘ardes de marzo acon
solase de su soledad. En la fachada conser la
{ero on blilostomeados, Conserv cama fa
puera posterior, slo que un poco mis alzada para
pos a aballo, y mantuvo en servicio wna pare del
Entiguo mul. Est fue siempre la puede mis
{Soy no solo porque era el aceso natural alas pe-
Sebrersy I Soin, sno porque dab sl calle del
ppueno neo sin pasar por i pars. La puera dl
rene, salvo en ovasioncs festa, permaneci ce-
traday con trance. Sin embargo, fue poral, y 0
8
por la puerta posterior, por donde esperaban a San-
tiago Nasar los hombres que lo iban a matar, y fue
por ali por donde él salié a recibir al obispo, a pesar
Ae que debia dark una vucla completa ln css para
Iegar al puert.
‘Nadie podia entender tantas coincidenciasfanes:
tas, EI juez instructor que vino de Riohacha debié
sentirlas sin atreverse a admitiras, pues su interés de
arles una explicacién racional era evidente en el su
‘mario. La puerta de la plaza estaba citada varias veces
con un nombre de folletin: La puerta fatal. En ve
Tidad, la tnica explicacin vilida pareca ser la de Pi
cida Linero, que contests a la pregunta con ss razén,
de madre: «Mi hijo no sala nunca por la puerta de
strés cuando estaba bien vestido.» Parecia una ver=
dad tan ficil, que el instructor la regstr6 en una nota
‘marginal, pero no la senté en el sumario.
Victoria Guzmén, por su parte, fueterminante en
la respuesta de que ai ella ni su hija sabian que a San-
siago Nasar lo estaban esperando para matarlo. Pero
en el curso de sus aos admitié que ambas lo sabian
cuando el entré en la cocina a tomar el café, Se lo
habia dicho una mujer que pas6 después de las cinco
a pedir un poco de leche por caridad, y les revelé
ademés los motivos y el lugar donde lo estaban es-
perando, «No lo previne porque pensé que eran ha-
bladas de borracho», me dijo. No obstante, Divina
Flor me confes6 en una visita posterior, cuando ya
su madre habia muerto, que éta no le habia dicho
nada a Santiago Nasar porque en el fondo de ss alma
queria que lo matarsn. En cambio ela no lo previno
Porque entonces no era més que una nifia asustada,
9incapaz de una decision propia, y se habia asustado
mucho més cuando él Ia agarré por la muieca con
‘una mano que sintig helada y pétrea, como una mano
de muert,
Santiago Nasar stravesé a pasos largos la casa en
penumbra, perseguido por los bramidos de jbl del
uque del obispo. Divina Flor se le adelant6 para
abrirle la puerta, tratando de no dejarse aleanzar por
tentre las jaulas de pajaros dormidos del comedor,
por entre los mucbles de mimbre y las macetas de
hrelechos colgados de Ia sala, pero cuando quits Ia
tranca de la puerta no pudo evitar otra vez la mano
de gavilin carmicero, «Me agarré toda ls panocha
—me dijo Divina Flor—. Era lo que hacia siempre
cevando me encontraba sola por los rincones de la
‘asa, pero aquel dia no sent el susto de siempre sino
tunas ganas horribles de llorar.» Se aparté para de-
jarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vo los
almendros de la plaza, nevados por el resplandor del
amanecer, pero no tuvo valor para ver nada més.
Entonces se acabé el pito del buque y empezaron 2
cantar los gallos —me dijo—. Era un alboroto tan
grande, que no podia creerse que hubiera tantos g2-
Tigs en el pueblo, y pensé que venian en el buque del
obispo.» Lo nico que ella pudo hacer por el hombre
que nunca habia de ser suyo, fue dejar Ia puerta sin
tranca, contra las ordenes de Plicida Linero, para
‘que al pudiera entrar otra ver en caso de urgencia,
Alguien que nunca fue identificado habia metido por
‘debajo de la puerta un papel dentro de un sobre, en
el eval le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban
esperando para matalo, y le revelaban ademas el lu-
gar y los motivos, y otros detalles muy precisos de
Ih confabulacidn, EI mensaje estaba en el suelo
cuando Santiago Nasar saié de su casa, pero él no
To vio, ni lo vie Divina Flor ni lo vio nadie hasta
‘mucho después de que el crimen fue consumado,
“Habian dado las seis y ain seguian encendidas las
luces piblicas. En las amas de los almendros, y en
algunos baleones, estaban todavia las guirnaldas de
colores de la boda, y hubiers podido pensarse que
acababan de colgarlas en honor del obispo. Pero la
plaza cubierea de baldosas hasta el atro de la iglesia,
donde estaba el tablado de los misicos, parecia un
‘muladar de botellas vacias y coda clase de desperdi
cios de la parranda piblica. Cuando Santiago Nasar
salié de su casa, varias personas corrian hacia el
puerto, apremiadas por los bramidos del buque.
El fnico Tugar abierto en la plaza era una tienda
de leche a un costado de la iglesia, donde estaban los
ddos hombres que esperaban a Santiago Nasar para
matarlo. Clotilde Arment la dues del negocio, fue
la primera que lo vio en el resplandor del alba, ytuvo
Ia impresidn de que estaba vestido de aluminio. «Ya
parecia un fantarma>, me dijo, Los hombres que lo
ian a matar se habian dormido en los asientos, apre~
tando en el regazo los cuchillos envueltos en peri6
dicos, y Clotilde Armenta reprimis el aliento para
tno despertarlos
Bran gemelos: Pedro y Pablo Vicario. Tenfan 24
aos, y se parecian tanto que costabs trabajo dist
uirlos. «Eran de catadura espesa pero de buena in-
dole», decia el sumario. Yo, que los conocia desde
la escuela primaria, hubiers escrito lo mismo. Esa‘mafana llevaban todavia lo vestidos de paio oscuro
de la boda, demasiado gruesos y formales para el Ca-
ribe, y tenfan el aspecto devastado por tantas horas
de mala vida, pero habian cumplido con el deber de
afeitarse. Aunque no habian dejado de beber desde
la vispera de la parranda, ya no estaban borrachos al
cabo de tes das, sino que parecian sonimbulos des-
velados. Se habian dormido con las primeras auras
del amanecer, después de casi tres horas de espera en
Ia tienda de Clotilde Armenta, y aquel era su primer
sueiio desde el viernes. Apenas si habian despertado
con el primer bramido del buque, pero el instinto los
desperté por completo cuando Santiago Nasarsalis
de su casa. Ambos agarraron entonces el rollo de pe-
riédicos, y Pedro Vieario empees a levantarse
—Por el amor de Dios —murmuré Clotilde Ar-
ments—. Déjenlo para después, aunque sea por res
peto al senor obispo.
«Fue un soplo del Espiritu Santo», repetia ella a
menudo, En efecto, habia sido una ocurrencia pro-
videncial, pero de una virtad momentinea. Al oila,
los gemelos Vicario reflexionaron, y el que se habia
levamtado volvi6 a sentarse. Ambos siguieron con la
mirada a Santiago Nasar cuando empezs a cruzat la
plaza. «Lo miraban mas bien con listima>, decia
Clotilde Armenta. Las nias de la escuela de monjas
atravesaron la plaza en ese momento trotando en
desorden con sus uniformes de huérfanas,
Plicida Linero tuvo raz6n: el obispo no se bajé
del bugue. Habia mucha gente en el puerto ademés
de las autoridades y los ninios de las escuelas, y por
todas partes se velan los huacales de gallos bien ce
buds que le levaban de regalo al obispo, porque la
opi de cress era su plato predileeto, En el mvelle
de carga habia tanta lea arumada, que el buque ha-
bria necesitado por lo menos dos horas para cargarl.
Pero no se detuvo, Aparecié en la vuelta dl ri, re
zongando como un dragén, y entonees Ia banda de
inisicos empez6 a tocar el imino del obispo, y los
gallos se pusieron 2 cantar en los huaeales y albo-
Fotaron alos otos gallos del pueblo,
Por aquella época, los legendarios buques de
ruedi alimentados con lela estaban a punto de 2c3-
barse, y los pocos que quedaban en servicio ya no
tenianpianola ni camacores pars hina de mil y
apenas si lograban navegar contra lacorremte, Pero
Ere ere nuevo, y tenia dos chimeneas en ver de una
on Ts bandera pinada como un brazal,y la rueda
dle tablones de la popa le daba un impett de barco
dde mar. En la baranda superior, junto al camarote
del capita, iba el obispo de sotana blanca con su
séquito de espanoles,«Estaba haciendo un tempo de
‘Navidad>, ha dicho mi hermana Margot. Lo que
pas6, segin ells, foe que cl silbato del buque sols
tin chorro de vapor a presion al pasar frente al
puerto, y dejéensopados alos que etaban més cerca
dels orilla, Fue una ilusion fuga: el obispo empexd
4 hacer la sehal dela eruz en el aie frente ala mu-
chedumbre del muelle y después sigui6 haciéndola
dle memoria, sin alicia ni inspiracon, hasta que el
buque se perdd de vinta y s6lo quedé el alboroto de
los allo.
Santiago Nasar enia moxivos para sentise de-
feaudado. Habia contribuido con varias cargas de
3lea a bas solicitudes pblics del padke Carmen
Amador, y ademis habia ecogido él mismo longa
viedad momencinea Mi hermana Margot, que estba
on élen el muells, lo enconts de muy buen humor
¥ com dnimos de seguir la fests, a pea de que las
Aspiras no Te haian causado ningun alivios “No
parca restriad, y slo extaba pensundo en lo que
habia cosado la boda», medio. Cristo Bedoys, due
asombro. Habia estado de parranda com Saniago
Nasa conmigo bast un poco ants de ls uate
pero no habia ido 3 dormit donde sus pates, ind
due se quedé conversando en esa de sus abl,
All obtivo muchos datos que le ftaban pas el
cular los costos da parands: Conte que se habian
sscrificado euarens pavos y once cerdos para losin
paraelpucblo en la plaza pablica. Com que secon
Suiieron 205 esjss'dealeaholes de contaband y
Casi 2.000 botllas de ron de eana que fueron repac
tis ene [soir Nobo una sole per
Sona, ni pobre nc, que no hubierapartcpad de
algin modo en la parinda de mayor cine que
Shiv jan en el publ. Sango Nose
‘Asi srl mi matrimonio —aijo—. No les al:
canzar la vida pars contri.
Mi hermana sins pasa el dngel.Pens6 una ver
mis en la buena suerte de Fora Miguel qu tenia
fants cosas en a vidi y que iba a tener lems
Santiago Natar en la Navidad de ese ao. «Me a
4
‘cuenta de pronto de que no podia haber un partido
mejor que él, me dijo, «lmaginate: bello, formal, y
con una fortuna propia a los veintin afios.» Ella so-
liainvitarlo a desayunar en nuestra casa cuando habia
caribafolas de yuca, y mi madre las estaba haciendo
aquella manana. Santiago Nasar acepts entusas:
mado,
‘Me cambio de ropa y we aleanz0 —dijo, y cays
en fa cuenta de que habia olvidade el rloj en la mesa
de noche—. zQué hora es?
Eran las 6.25, Santiago Nasar tomé del brazo a
Cristo Bedoya y se lo llev6 hacia Ia plaza,
“Dentro de un cuarto de hora estoy en tw casa
le dijo a mi hermana
Ells insstié en que se fueran juntos de inmediato
porque el desayuno estaba servido, «Era vna inss
fencia rara —me dijo Cristo Bedoya—. Tanto, que
a veoes he pensado que Margot ya sabia que lo iban
‘4 matar_y queria esconderlo en ty casa.» Sin em-
bargo, Santiago Nasar la convencié de que se ade-
Tantara mientras él se ponia la ropa de montar, pues
tenia que estar temprano en El Divino Rostra para
astra rerneros. Se despidié de ella con la misma se-
fal de la mano con que se habia despedida de su ma-
dre, y se alej6 hacia a plaza llevando del brazo a
Cristo Bedoya. Fue la altima ver que lo vio
‘Muchos de los que estaban en el puerto sabfan
aque a Santiago Nasar lo iban a matar. Don Lézaro
‘Aponte, coronel de actdemia en uso de buen retiro
y alealde municipal desde hacta once aos, le hizo un
Saludo con los dedos. «Yo tenia mis razones muy
reales para creer que ya no corria ningiin peligro»,
asme dijo, El padre Carmen Amador tampoco se preo-
‘cupé. «Cuando lo vi sano y salvo pensé que todo
habia sido un infundio», me dijo. Nadie se pregunt6
siquiera si Santiago Nasar estaba prevenido, porque
a todos les parecio imposible que no lo estuviera
En realidad, mi hermana Margot era una de las
pocas personas que todavia ignoraban que lo ban a
mmatar, «De haberlo sabido, me lo hubiera evado
para Ia casa aunque fuera amarrado, declaré al ins=
tractor. Era extrao que no lo supiera, pero lo era
‘mucho mis que tampoce To supiera mi madre, pues
se-enteraba de todo antes que nadie en la cas, a pesar
de que hacia aos que no sala a la calle, ni siquiera
para ir a misa. Yo apreciaba esa virtud suya desde
‘que empecé a levantarme temprano para ir a la es
cuela, La encontraba como era en aquellos tiempos,
livida y sigilosa, barriendo el patio con una escoba
de ranias en el resplandor ceniciento del amanecer, y
entre cada sorbo de café me iba contando To que ha
bia ocurrido en el mundo mientras nosotros dor
‘miamos. Parecia tener hilos de comunicacién secreta
con la otra gente del pueblo, sobre todo con la de su
edad, y a veces nos sorprendia con noticias anici-
padas que no hubiera podido conocer sino por artes,
de adivinacién, Aquella maana, sin embargo, no
sintid el palpito dela tragedia que se estaba gestando
desde las tres de la madrugada. Habia terminado de
barrer el patio, y euando mi hermana Margot salia a
recibir al obispo la encontr6 moliendo la yuea para
las earibafiolas. «Se ofan gallos, suele decir mi ma-
dee recordando aquel dia. Pero nunca relacioné el
26
alloroto distante con la legada del obispo, sino con
Jos hkimos rezagos de la bods,
Nuestra casa estaba lejos de la plaza grande, en
un osque de mangos frente al rio. Mi hermana Mar
jot habia ido hast el puerto caminando por I oil,
¥ la gente estaba demasiado excitada con la visita del
obispo para ocuparse de otras novedades. Habian
pesto los enfermos acostados en los portles para
gue recibieran la medicna de Dios, las mujeres sa-
lian correndo de los patios con pavos y lechones y
toda clase de cosas de comer, y desde la orila
puesta llegaban canoas adornadas de flores, Pero
despues de que el obispo pasé sin dejar st huella en
In sera, la otra noticia reprimida aleanz6 su tama
deescindalo. Enonces fe cuando mi hermana Mar-
gota conocié completa y de ua modo brutal: Angela
Vicario, la hermosa muchacha que se habia casado el
dia anterior, habia sido devuelta ala casa de sus pa
dees, porgue cl exposo eacomtrs que no era virgen
‘Sendi que era yo la que me iba a mori, dijo mi
hermana. «Peto por mis que volteabaa el evento al
derecho y al revés, nadie pois expicarme e6mo fue
‘que el pobre Santiago Nasa terming comprometide
én semejante enredo.» Lo Gnico que sabian con se-
sguridad era que los hermanos de Angela Vicario lo
estaban esperando para marl
‘Mi hermana volvié a casa mordiéndose por den=
tro pata no llorar. Encontes mi madee en el co-
medor, con un trje dominiesl de flores azules que
se habia pucsto por sel obispo pasaba saludarnos,
1 taba cantando el fado del ror invisible mientras
7arreglaba la mesa. Mi heemana noté que habia un
puesto mas que de costumbre
—Es para Santiago Nasar —le dijo mi madre—,
Me dijeron que lo habias invitado a desayunar.
—Quitalo —dijo mi hermana.
Entonces le cont6. «Pero fue como si ya lo su-
piers —me dijo—. Fue lo mismo de siempre, que
‘uno empieza a contarle algo, y ances de que el cuento
Hogue a la mitad ya ella sabe e6mo termina.» Aquella
‘mala noticia era un nudo eifrado para mi madre, A
Santiago Nasar le habjan puesto ese nombre por el
nombre de ella, y ers ademas su madrina de bau-
tismo, pero también tenia un parentesco de sangre
«con Pura Vieatio, a made de la novia devuelea. Sin
‘embargo, no habia acabado de escuchar la noticia
‘cuando ya se habia puesto los zapatos de tacones y
Ja manila de iglesia que slo usaba entonees para las
visits de pésame. Mi padre, que habia oido todo
dlesde l cama, aparecié en piyama en el comedor y
le pregunts alsrmado para dénde iba
‘A prevenir a mi comadre Plicida —comtesté
ella. No es justo que todo el mundo sepa que le
van a matar el hijo, y que ella sea la nica que no lo
sabe,
TFenemos tantos vinculos con ella como con los
Vieario —dijo mi padre
—Hay que estar siempre de parte del muerto
—Alijo ella
‘Mis hermanos menores empezaron a salir de los
‘otros euartas. Los mis pequefios, tocados por el so
plo dela tragedia, rompieron a llorae. Mi madre no
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les hizo caso, por una ver en la vida, ni le presté
atencién a su esposo.
Espérate y me visto —Ie dijo
Ella estaba ya en la calle, Mi hermano Jaime, que
entonces no tenia mas de sicteafios, era el tnico que
estaba vestido para Ia escuela
—Acompasala i —ordené mi padre.
Jaime corrié detris de ela sin saber qué pasaba
ni para dénde iban, y se agarr6 de su mano. «[ba
hablando sola —me dijo Jaime—. Hombres de mala
ley, decia en vor. muy baja, animales de mierda que
no son capaces de hacer nada que no sean desgra-
cias.» No se daba cuenta ni siquiera de que levaba
al nido de la mano. «Debieron pensar que me habia
vuelto loca —me dijo—. Lo tnico que recuerdo es
ue se ofa 216 lejos un ruido de mucha gente, como
Si bubiera vuelto a empezar Ia fiesta de la bods, y
aque todo el mundo corria en direccién de la plaza.»
Apresuré el paso, con lz determinacién de que era
capsz cuando estaba una vida de por medio, hasta
gue alguien que corria en sentido contrat se com-
padecis. de su desvario.
[No se moleste, Luisa Santiaga —Ie grt6 al pa-
sa, Ya Jo mataron,
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