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l crimen la Istracones de “Ane lian. ISBN: 956-12-068 edit: nto de 1992 © 199 por Sucesién de Hernin del Solar Asp Taga Intripeion N" 83.595. Sttago de Chile, Derechos exclusvoe de elcid reservados por press Editor Zig-Zag, 8.A- Holand 154 Casa 8D. TeEfono 204704, Box 225516, Santiago de Cie Impreso por Lord Cochrane, S.A, Antonio Escobar Willams 590, Santiago de Chile, 1 UN VISITANTE INESPERADO 2 LACARTA MISTERIOSA 3 ELCRIMEN DB LA CALLE BAMBI 4 ELMISTERIO DE LA CALLE PLUTO 5 BLCADAVER DESAPARECIDO 6 NAPEN LA CASA DESIERTA 7 MOISES SIGUE SU PROPIA PISTA 8 NAP TRABAJA ACTIVAMENTE. 9 UN CHEQUE DE IMPORTANCIA 10 SE ACLARA EL ENIGMA Indice 5 B B38 £Use 1 UN VISITANTE INESPERADO H.. caido la noche y el viento aullaba con fuerza por toda la ciudad. Poco a poco se iban apagando las ventanas de las casas y el silencio empezaba a reinar en las calles. De ver, en cuando pasaba algtin auto- mévil, se ofa sonar su bocina, cada vez més lejos, y de nuevo todo quedaba en absoluta calma. —Me siento muy contento de que én una noche como ésta no me vea obligado a andar por las calles en busca de ladrones y asesinos —murmuré Nap, disponiéndose a leer un ‘grueso libro que acababa de escoger de entre Jos muchos que habfa en su biblioteca. 7 —Es una suerte para los dos que esta no- che podamos estar tranquilos —dijo Moisés, echéndose hacia atrés en un enorme sillén, junto al fuego de la chimenea, donde le gus- taba dormitar algunas horas, después de co- mer, hasta que se resolvia a marcharse a su cama, luego de bostezar ruidosamente y de estirarse con una pereza que siempre deses- peraba a Nap. —Y ya que estamos tranquilos esta no- che, como dices —declaré Nap, sentandose junto a la lampara—, conviene que no te duer- mas todavia, como de costumbre, y escuches Jo que voy a leer en voz alta. Eres muy poco instruido, Moisés, y me gustaria ver que si quiera te interesas por la historia de nuestro ais. Pa’ {Qu6 piensa loerme? —interrog6 Moi- sés, poniendo cara de angustia y de aburri- miento. —Leeremos “Introduccién a la Historia de Animalandia’, escrita por el mas sabio de nuestros compatriotas. —(El mono Birma? —pregunt6 Moisés, haciendo un gesto de disgusto—. Yo no sé si ser sabio 0 no, pero la verdad es que me aburre con sus interminables descripciones. Nap grufié con visible desagrado y le dijo ‘a Moisés que, le agradara o no lo que Birma escribia, esa noche tendria que ofr la lectura, sin dormirse, hasta que fuera hora de acos- tarse. Moisés no contesté nada y miré la punta de sus zapatillas, prometiéndose no disgus- tar a su patron, que al fin y al cabo era el que mandaba en la casa. Y aqui —segiin creemos— es muy opor- tuno que digamos unas pocas palabras acer- ca de los personajes de nuestra historia. Nap era un perro bulldog, de origen francés, ne- gto y robusto, con una pinta blanca alrede- dor de los ojos. Se habia hecho célebre en Animalandia por una raz6n muy sencilla: era el mejor detective del pafs. No habia crimen misterioso que no descubriera; y cuando se Te encomendaba a Nap un caso dificil, todo el mundo estaba plenamente convencido de que, en el instante menos pensado, el miste- rio quedaria esclarecido como si se tratara de un simple juego. En cuanto a Moisés, era el ayudante de Nap, y pertenecfa a esa raza de perros alemanes largos como salchichas, de patas cortas y hocico puntiagudo, que siem- pre andan olfateando el suelo. Esta cualidad Je habia valido ser contratado por el famosi- simo Nap, que, como buen detective, sabia que el menor rastro —ya fuese una pisada 0 un olor determinado— podia llevar al descu- brimiento del mas astuto malhechor. —Asi, pues, escucha lo que voy a leerte —dijo Nap, abriendo el libro en Ja primera pagina—. Aqui no se trata de cuentos fantas- ticos ni de cosa por el estilo. Es algo muchisi- ‘mo mejor. Birma, el mono sabio, nos cuenta en su Introduccién a la Historia de Animalandia cémo hemos podido Hegar a ser lo que so- mos. {No te parece iin tema digno de suma atenci6n? —Indudablemente —contest6 Moisés, es- condiendo un bostezo—, Escucharé lo que leas sin perder una sola palabra. Puedes em- pezar enseguida. ‘Y Nap empezé6 a leer con su voz sonora, de bajo profundo, que muchas veces. habia mherecido las alabanzas de los entendidos en elarte del canto. —En un principio existian los hombres, y los animales eran sus esclavos —ley6 Nap— 10 Durante muchos siglos, los hombres persi- guieron a los animales por la tierra, el mar y los cielos: ¥ los animales podian ser dividi- dos en dos clases: los que facilmente se iban con los hombres, y a éstos se les llamaba ani- males domésticos; y los que, resueltos a man- tener su libertad, no querian pactar con los hombres de ninguna manera, y a éstos se les Hamaba animales salvajes. Los animales do- mésticos servian para dos menesteres: para compafieros del hombre, como algunos ca- ballos, algunos perros y algunos gatos; y para ser comidos por el hombre, como las galli- nas, los patos, los cerdos y otros infelices an- tepasados que dieron su vida sin gloria ni fortuna cuando més se podia esperar de ellos. “Después de innumerables acontecimien- tos, como luego contaremos detenidamente en este libro, los hombres llegaron'a una edad que ellos aman atémica, y nosotros llama- mos civilizada. Entonces cambiaron en abso- luta de conducta: se alimentaron de otra ma- nera, nos dejaron en libertad, no quisieror saber nada mas de nosotros, y todos los ani- males —tanto los domésticos como los salva- ul jes—formamos un mundo propio: Animalan- dia, “Tenemos una larga historia, una tradi- cién que se pierde en la noche de los tiem- pos, y nuestro deber consiste en conocer to- das esas cosas y honrarlas. Por eso escribo este libro, que seguramente todos ustedes lee- ran con el mismo interés con que yo lo escri- bo, robéndole horas al suefio, porque ya es- toy viejo y es mucho el trabajo que tengo por delante. " “Lo que quiero decir, ante todo, como preambulo de la historia de Animalandia, es que con profundo agrado veo cémo a los ani- males mas famosos de nuestra vieja historia se les recuerda con carifio. Nuestras ciuda- des principales, nuestros parques, nuestras plazas, nuestras calles llevan los nombres de animales que se tienen ganado el respeto de Jas generaciones actuales y futuras. La ma- yor de nuestras ciudades se llama Bucéfalo; el mas hermoso de nuestros castillos, donde reside nuestro Presidente, se llama Rocinan- te; hay calles muy bellas que llevan los nom- bres de Pluto, Bambi, Kumbo, Donald, Mic- key, y otros que pertenecen a nuestra vida 2 histérica o a nuestras tradiciones literarias...” En los momentos en que Nap Iegaba a este pasaje de su lectura, se oy6 en la puerta de la casa un golpe bastante fuerte, que reso- 16 en la noche. Moisés dio un brinco en su sillén, sobresaltado, al sentir que se le des- pertaba de modo tan descortés. Nap dejé el libro, se sacé los anteojos, los puso encima de la mesa, y dijo a su ayudante con acento apenado: —jTe habias dormido, Moisés! —No, Nap, Escuchaba atentamente, pero ese maldito golpe me ha sobresaltado. —Y ahora tendras que ir a ver quién es el que llama —dijo Nap. —Se me ocurre que es el viento —repuso Moisés—. Esperemos un poco. {Esté el fuego tan agradable! ‘Y ya Nap iba a continuar su lectura, con- ‘vencido de que era el viento el que llamaba, cuando volvié a ofrse un golpe seco, vigoro- 80, Moisés, rezongando, se levanté y fue a abrir. Nap le oy6. hablar con alguien en la puerta, y poco después sintié unos pasos por el corredor. Y aparecié en el umbral un per- sonaje conocido y respetado: Tomasito, el loro B millonario, que aunque era un poco calavera y amaba demasiado los bailes y el bullicio, habia conseguido la direccién de uno de los més importantes partidos politicos de Ani- malandia. —Usted por aqui, y a estas horas? —pre- gunté Nap, asombrado—. Tome asiento, por favor. Aqui, junto a la chimenea, para calen- tarse un poco. Tomasito le dio una mirada a Nap, indi- céndole a Moisés, con Io cual Ie dio a enten- der que deseaba hablar a solas, sin testigos. —Moisés —dijo Nap—, ya es un poco tarde y puedes irte a dormir. El ayudante no se hizo repetir la invita- cién, y con toda la rapidez que le permitian sus cortas patas subi6 las escaleras, hasta el tercer piso, donde tenia su dormitorio. Poco después dormia lanzando unos ronquidos que demostraban, por lo vigorosos, la robus- tez de sus pulmones. 4 ee 2 LACARTA MISTERIOSA. : E ntretanto, en la sala de la‘chime- nea, Nap le preguntaba a Tomasito qué era aquello que le Hevaba, cerca de la mediano- che, a su casd. Tomasito pidié insistentemen- te que se le perdonara tan inesperada visita, Y asegur6 que las razones que tenia para ha- cerla eran muy graves. —Veamos cuales son —dijo Nap, frun- ciendo el cefio—. En todo caso, bien sabe us- ted que aqui estoy para servirle. Entonces Tomasito entreabrié su abrigo de plumas y sacé un papel, que al ser des- plegado tenfa el tamaiio de los periédicos de la localidad. Se lo pasé a Nap, y-mientras 15 éste lo lefa; Tomasito estiraba hacia el fuego una de sus patas, calentandosela con extraor- dinario placer. —Es curioso, muy curioso, y si no se tra- ta de una simple broma, creo que vamos a tener que preocuparnos muy seriamente de este asunto—murmuré Nap. » =No es una broma —aseguré Tomasi- to—, Le juro que me siento aterrado, y le ruego que usted se preocupe, Nap, de esta misteriosa carta. Lo que Tomasito amaba una carta dista- ba muchisimo de serlo. No por eso, sin em- bargo, merecia menos atencién. Se trataba, simplemente, de la primera pagina del diario de mayor circulacién en el pais: “EI Raton Agudo”. Y con lépiz rojo se haba subrayado algunas palabras, de manera que leyéndolas ordenadamente, a través de la pagina, se te- nia de principio a fin una amenaza muy in- quietante. Nap ley6 en voz alta: —"Deseamos ser fuertes, alcanzar el ple- no desarrollo de nuestros instintos, y no ser simples imitadores de los hombres. Nos he- mos propuesto exterminar a los que se opo- nen a nuestros propésitos. Si deseas salvarte, retirate a tu casa de campo y no intervengas 16 ena direccién de nuestra vida pablica”. —Como usted ve, se me amenaza muy claramente —dijo Tomasito, poniendo una cara de grave preocupacién que impresioné a Nap. —No me cabe duda de que son sus ene- migos politicos los que le amenazan asi —mur- muré Nap—. Habra que vigilarles. Esta pagina del diario la encontré den- tro de mi automévil cuando se anunciaba que yo pronunciaria, en la inauguracién de nues- tro Museo Nacional, un discurso acerca de la conveniencia de mantener las mas sabias tra- diciones, representadas por los animales do- mésticos —dijo Tomasito. =2Y pronuncié ese discurso? —pregun- 6 Nap—. Me gustarfa saber, en resumen, qué es lo que usted dijo, cémo fueron recibidas sus palabras y si ocurrié algo después. —El Museo Nacional estaba de bote en ote el dfa de la inauguraci6n. Todo el mun- do lo sabe. No han hablado de otra cosa los diarios. Pues bien: yo pronuncié mi discurso y fui aplaudido de tal manera, que muchos ‘me dijeron que no habia en Animalandia un orador que pudiera compararse conmigo. Lo que dije fue muy sencillo: estamos goberna- 7 dos por el partido que representa a los anti- guos animales domésticos, y no debemos de- jar que los animales que vinieron de las sel- vas, y que no tienen sino una tradicion de sangre y de muerte, logren apoderarse del | Gobierno en las elecciones proximas, —Muy. bien pensado —murmuré Nap- Pero ahora quiero saber si, después de ese discurso, le ocurrié a usted algo sospechoso. —Comi con unos amigos en el palacio La Ballena de Jonés y estuve alli hasta des- pués de la medianoche —dijo Tomasito— Después me fui a casa y me acosté. Me sentia muy cansado. Apenas habia apagado la luz, _ senti pasos. Escuché desde mi cama, sin mo- verme, conteniendo la respiracién. Los pasos se acercaban a mi dormitorio. Senti que des- lizaban algo por debajo de la puerta y que se alejaban después. Al principio crei que todo era una ilusiGn, pero encendi la luz, miré y vi que en el suelo, junto a la puerta, habia un papel. Era otra hoja de “El Raton Agudo”. Y s6lo habfan subrayado una palabra: “Mori- ris”. —zTienes ahi el periédico? —pregunt6 Nap. —Aqut lo tiene —respondié Tomasito, sa- 18 cando la hoja de uno de sus bolsillos. Nap la miré atentamente y la guard6, jun- toa la otra,en uno de los cajones de su mesa, después de pedirle al loro millonario que se Jas dejara, porque queria examinarlas con todo detenimiento. Luego pregunté Nap: —2Y no salié usted a ver quién era el que trafa esa amenaza? —Salt, pero fue inttil, pues ya habia per- dido mucho tiempo —respondié Tomasito—. Lo tinico que pude advertir fue que mi ene- migo no habia entrado por la puerta’ prin pal, sino por la del fondo de la casa. Y la dej6 abierta al marcharse. —iUsted vive solo? —interrogé Nap. —Solo. Es decir, tengo una vieja emplea- da, la gallina Cocora, que duerme junto a la cocina, y no sintié nada esa noche. Es un poco sorda, y no me extrafia. —{Usted tiene plena confianza en Coco- ra? {No cree que acaso haya sido ella la que dej6 abierta la puerta para que el otro pudie- se entrar sin tropiezos? —Se me ocurre que no —dijo Tomasito—. Cocora es vieja y sin amigos ni amigas. Sin embargo, si usted cree que debo dudar de 20 i | t I I f ella, haré lo que me indique. —jHace mucho tiempo que no le da us- ted vacaciones? —pregunté Nap. —Dos aitos. No ha querido salir. Tiene su familia en el campo, pero dice que no se aviene con sus hermanas. —Bueno, Tomasito. Debemos tomar cier- tas medidas. La primera sera exigirle a Coco- ra que se vaya al campo. Moisés, mi ayudan- te, se irda su casa, como criado suyo, y dormird en la pieza contigua a su cuarto. Yo le daré instrucciones y, mientras tanto, me encargaré de hacer ciertas averiguaciones. Puede usted estar completamente seguro de que no le ocurriré nada. —Le agradezco, Nap, su generosa ayuda —Aijo el loro con voz. conmovida—. Y sepa usted que puede hacer todos los gastos que ctea necesarios. Soy bastante rico, como us- ted sabe. —Por ahora —dijo Nap—, Io primero que haré serd despertar a Moisés. Le acompaiiard hasta su casa. Y mafiana despide usted, tem- poralmente, a Cocora. No quiero que nadie viva a su lado sino mi ayudante. ;Entendi- do? —Entendido! —declaré Tomasito, con su. 2 voz més solemne. Entonces Nap hizo una breve inclinacién de cabeza, dej6 solo a Tomasito y subié al tercer piso, a despertar a Moisés. —Despierta! {Despierta! —gruté Nap, remeciéndole con todas sus fuerzas, que eran muchas. Moisés dejé de roncar, Janz un grurtido sordo y, siempre profundamente dormido, comenzé a sofiar que iba montado en un ele- fante y que éste, en loca carrera, le zarandea- ba de una manera infernal. jNo tan ‘ligero, Jumbo, no tan ligero! —comenzé a gritar Moisés en su suefio. —sCémo que no tan ligero? —grits Nap—. Despierta inmediatamente, infeliz, si no quieres que te rompa todos los huesos. ‘Moisés abrié un ojo, luego otro, y se sen- 6 en la cama visiblemente asustado. —Te vestirés enseguida —le dijo Nap—. Quiero que acompaites a Tomasito a su casa. Se trata de algo de vida o muerte. ;Date pri- sal Y salié del cuarto, mientras Moisés em- pezaba a vestirse. Pero cuando Nap llegé al | segundo piso, sintié un aire frio que le azota- ba de repente las orejas. “Tomasito debe de haber abierto las ventanas —pens6 Nap—. iVaya una idea en una noche como ésta”. Y se precipit6 a la sala en que habia dejado al millonario. Pero se detuvo en el umbral, sin- tiendo que el coraz6n se le detenfa. {Bra po- sible aquello? Una de las ventanas, que daba a la calle, estaba abierta, entraba el viento en la sala, agitando las cortinas y, en medio de laamplia pieza, tendido, yerto, se hallaba To- masito. | y 3 EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI A. dia siguiente, todos los pin- giiinos vendedores de periddicos gritaban por las calles, con voces estrepitosas: —iEdicién especial de “El Raton Agudo”! {Con el crimen de la calle Bambil jE caso ‘mis sensacional de todos los tiempos!... Todo el mundo s¢ arrebataba Ios ejem- plares del diario, y un par de horas después fue necesario hacer una segunda edicién. El relato, ilustrado con buenas fotografias, esta- ba escrito con el estilo més novelesco'de que fue.capaz el redactor policial de “El Rat6n ‘Agudo’, un zorro aventurero que conocfa a los vagabundos, los ladrones y los asesinos 25 hasta el punto de que nadie podia competir con él en semejante conocimiento, si no era Nap, el detective. ‘A continuacién copiamos, palabra tras palabra, el relato del zorro, cuyo titulo, a ocho columnas, no era sino éste, con letras gigan- tescas: EL CRIMEN DE LA CALLE BAMBI. "Todos los habitantes de Animalandia, desde los més ricos hasta los mas pobres, se sentiran profundamente conmovidos, indes- ctiptiblemente aterrados, al saber que el cri- men mis sensacional de nuestra historia ha puesto un fin iremediable a una de las exis- tencias mAs valiosas del pais. Nos referimos a Tomasito, el loro multimillonario, presiden- te del Partido de los Tradicionalistas, cuyo Jema todos admiramos, porque declara, con muy pocas- palabras, una de esas verdades que nadie puede discutir, y que es ésta: “Lo que fue siempre debe ser”. Defensor de este principio, el multimillonario se gané el res- eto de todos, menos de ese grupo de ani- males violentos que, con incalificable osadia, pretende cambiar la vida de nuestro pueblo y dar el poder a los descedientes de los ha- bitantes de las selvas. . 26 | k | f “Porque hay que decirlo con toda clari- dad: éste es un crimen politico, y las mas elementales nociones de seguridad colectiva exigen que se adopten, con toda severidad, Jas medidas més radicales. “Pero no divaguemos. Atengémonos a los hechos, y que cada cual opine después como nosotros opinamos. “Tomasito, el querido multimillonario, vi- via feliz. en su palacio de la calle Pluto, y a :mehudo nos deslumbraba con sus fiestas ma- ravillosas. Habia heredado de sus padres una cuantiosa fortuna, y sabia gastarla con gene- rosidad. Huérfano desde hace apenas tres afios, y dueito de su destino, siguié la tradi- cin de su familia y se entreg6 de leno a las actividades politicas. Cierta noche, después de haber pronunciado un discurso sensacio- nal en|la apertura de nuestro museo, recibid una amenaza que le inquieté muy honda- mente. Era la segunda que recibia en pocas horas. Entonces decidié aconsejarse de Nap, el célebre Nap, cuya visién detectivesca es la més extraordinaria de cuantas han existido hasta hoy. Asi, pues, anoche, mientras por la ciudad Soplaba un viento aterrador, Tomasi- a to se deslizé por las calles y pudo llegar has- ta aquella que lleva el nombre de Bambi. Se detuvo en la casa N° 40 y lamé dos o tres veces. Nadie ignora que en la calle Bambi N° 40 vive el célebre Nap, y fue éste quien le atendié desde el primer momento. Habfa un buen fuego en la chimenea. Tomasito se sin- tid tranquilo momenténeamente. Se encon- traba en casa del policia mas famoso de Ani- malandia. {Qué podia amenazarle? Sin embargo, el destino es cruel, indescifrable, caprichoso, ciego, terrible y descorazonador: estaba escrito que en la calle Bambi N° 40 habria de encontrar la muerte eterna Tomasi- to, el multimillonario a quien todos hemos crefdo siempre feliz. “Después de haber puesto en conocimien- to de Nap la amenaza que pesaba sobre su vida, Tomasito se qued6 solo momenténea- mente, mientras Nap subja a despertar a Moi- sés, su ayudante, que se habia recogido a sus habitaciones. EI plan de Nap era el mas inte- ligente de cuantos se hubieran podido trazar. El célebre detective pens6 que Moisés debia acompafiar desde esos precisos momentos a ‘Tomasito, sin abandonarle un segundo, para proteger su valiosa vida. Pero ya hemos di- cho —o vamos a decir-ahora— que la calle Bambi N° 40 estaba seffalada por la suerte para que alli se cometiera el crimen feroz. Cuando Nap bajaba las escaleras de su casa, dirigiéndose a la sala en que habia dejado a ‘Tomasito, se encoftr6 con una de las venta- nas —la que da hacia la calle— de par en par, y el multimillonario yacfa, con los ojos vidriosos, sin vida, en el suelo. “Flemos alcanzado a cambiar algunas pa- labras con Nap, el detective, y nos ha dicho que por ahora no puede adelantamos nada. Pero a una pregunta nuestra de si cree ono que éste es un crimen politico, Nap nos ha contestado con una significativa mirada. De- jemos en sus manos este caso sensacional y aguardemos nuevas noticias. No dudamos de que serén sobrecogedoras y que Hlenatan de horror a los pacificos habitantes de nuestra bella ciudad. Nosotros, en cumplimiento de nuestras obligaciones periodisticas, manten- dremos constantemente informados a nues- 410s lectores de todo lo que ocurra”’ ‘Todos lefan una y otra vez el relato del rimen y se hacian las mas contradictorias i é | conjeturas. Hubo tal-agitacién, que muchos desearon ir a quemar el club politico en que se reunian los contrarios a las ideas de Toma- sito. Se hizo necesario poner una fuerte guar- dia ante sus puertas. Mientras tanto, las estaciones de radio de todo el pais, cada cinco minutos, repetian es- tas curiosas palabras: “Podemos anunciar a nuestros auditores que la investigaci6n del crimen de la calle Bambi sigue su curso normal. Nap ha encon- trado, al parecer, una pista segura. Dentro de ‘unos momentos volveremos a informar, con nuestra acostumbrada prontitud, acerca de otros detalles reveladores. Mientras tanto, pe- dimos calma a nuestros radioescuchas, y les rogamos que oigan con atenci6n “Sonata para tres cuernos N°18", de que es autor el divino __ bitho Tricola, orgullo de Animalandia”. En todas partes las casas, continuamen- te, sonaban con. estrépito los receptores de radio, y habia zorros, cuervos, ratas, lechu- zas, cerdos que escuchaban sin pestafiear las mésicas de camara y de baile que, repentina- ‘mente interrumpidas, daban paso a los anun- cios de los tiltimos jabones, de las mejores 30 pildoras y de las noticias del crimen. De repente, hubo en toda Ja ciudad’ una extraordinaria conmocién. Las radios dejaron. ofr unas trompetas, pidiendo atencién inme- diata, y luego dijeron los numerosos locuto- res, casi a un mismo tiempo: “Se nos acaba de comunicar que el cri- ‘men de la calle Bambi se complica tan miste- riosamente, que los més perspicaces sabue- 80s, entre ellos Nap, el inigualable, se inclinan a pensar que éste serd el caso més dificil de cuantos puedan presentarse en muchos afios. Ya todos nuestros auditores saben que el cuer- po.de Tomasito no presentaba lesion alguna cuando fue encontrado por Nap, a unos cuan- tos pasos de la chimenea de su casa. Pues bien: mientras se asesinaba a Tomasito en la calle Bambi, también era asesinada la criada del multimillonario, la gallina Cocora. Y tam- poco hay en su cuerpo la menor huella de violencia. Este nuevo crimen, de la calle Plu- to, ha lenado de consternacién al vecinda- rio. Interrogados los habitantes de las-casas ‘més préximas, han declarado no haber ofdo ningtin rumor sospechoso. El cuerpo de Co- cora ha sido trasladado a la Morgue, donde 31 seré examinado. En cuanto al cadaver de To- masito, se encuentra en estos instantes en el Hospital La Paloma del Arca, donde, por ot- den judicial, se le haré la autopsia dentro de corto tiempo. Rogamos, pues, a nuestros au- ditores que se mantengan alerta, pues no tat- daremos en comunicar la opinién de nues- tros médicos més prestigiosos”. 32 iter et St aR ret erg aneasege A 4 EL MISTERIO DE LA CALLE PLUTO. V ‘olvamos ahora al lado de nuestro amigo Nap y tratemos de saber qué ha sido de é, mientias los periddicos y las radios han estado dando tan sensacionales noticias. ‘Habiamos dejado a Nap en los momen- tos en que, al entrar en la sala del primer ppiso, donde ardia el fuego de la chimenea, se encontr6 con una ventana abierta y con el cadaver de Tomasito tendido en el suelo. Nap dio entonces grandes gritos, llamando a su ayudante, y Moisés no tard6 en bajar, con ojos asustados. —Han matado a nuestro amigo —dijo Nap—. Cierra esa ventana. Y corre a darle 33 aviso al juez, . —Mejor seré que yo no toque la ventana —dijo el ayudante—. Puedo borrar las hue- | Ilas del asesino. —Saca del armario unos guantes, pénte- los y cierra esa ventana, porque con este vien- to no vamos a poder seguir aqui —declaré Nap, con voz autoritaria. Obedecié Moisés, y al cabo de unos mi- nutos partia en el automévil de Nap camino de la casa del juez de turno, un cuervo respe- tado por la rectitud de sus juicios, Apenas Nap se quedé solo, abrié las na- rices y respir6 con fuerza. Sintié un olor ape- nas perceptible y se acercé a la chimenea. Se inclin6 a mirar atentamente. Y vio, entre los grandes lefios que se quemaban, unos peda- z0s de papel, ya casi del todo devorados por el fuego. Entonces Nap, con.suma presteza, corrié al cajén en que habia guardado las dos hojas del diario “El Ratén Agudo”, en las cua Jes se amenazaba a Tomasits. Las hojas ha- bian desaparecido. Esto hizo fruncir los ojos a Nap, que encendié una pipa y empez6 a asearse por la sala, sumido en profundas Teflexiones. “1 asesino —pensaba Nap— ha seguido hasta aqui a Tomasito. Nos ha estado espian- do por la ventana. Cuando ha visto a Toma- sito solo, no ha querido perder tiempo, se ha introducido en la sala, Io ha asesinado, y des- pués ha tomado del cajén las dos hojas del petiddico y las ha echado al fuego. No cabe duda de que el asesino tiene sangre fra, va-~ lor y grande astucia. Tendré que recurrir a toda mi inteligencia para conseguir ponerle Ja mano encima”. Y Nap, al pensar esto, se habia aproxi- ‘mado a Ja ventana, sin darse cuenta. Enton- ces dio de repente una chupada profunda‘a su pipa, ech6 un chorro de humo por las narices, y se pregunté con inaudito asombro: “,Cémo ha podido abrir la ventana des- de afuera? Es imposible. Lo tinico que ha po- dido ocurrir es que yo me haya olvidado de cerrar bien esa ventana. Y ha bastado empu- jarla para abrirla. Pero, entonces, ,Dios mio!, gcOmo es que no la abrié antes el viento?” En _esos instantes Hamaron a la puerta, Fra Jerénimo, el gato de Angora, uno de los més afamados médicos de la ciudad, que acu- dia al llamado telef6nico que Nap le habia hecho apenas cometido el crimen. Jerénimo 36 le dio una mirada a Tomasito y opin6: —No hay nada que hacer. Esta muerto, sin duda. Y comentando el caso con todo deteni- miento esperaron la llegada del juez, que no demor6 mucho. —Todo esto me parece muy misterioso —declaré el juez, en cuanto Nap termin6 su larga declaracién—. Creo que lo més conve- niente es hacerle la autopsia a Tomasito. Me inclino a pensar que ha sido envenenado. 4Cémo? Eso lo dirén, los médicos. Entonces, como concesién especial, se de- cidi6 que Tomasito seria llevado al Hospital La Paloma del Arca, donde al dia siguiente se le haria el examen capaz de lanzar alguna luz sobre el impenetrable misterio de su muerte. ‘Antes de que el juez se marchara, Nap le pidi6 autorizacién para visitar la casa de To- masito, en la calle Pluto. —Acaso alld encuentre algéin detalle de interés pata la pesquisa —dijo el detective. —Estamos en la obligacién de agotar to- dos los medios que puedan ponernos en tna pista segura murmurs el juez, estrechando 37 Ja mano de Nap, y retirindose poco después en compaiifa del médico. ‘Nap esper6 que vinieran en busca del cuerpo de Tomasito, y apenas se lo Ilevaron: al hospital abri6 un cajén, sacé un manojo de aves, una linterna y una pistola, —Vamos —le dijo a Moisés—. Quiero lle- gar hasta la calle Pluto y examinar la casa de ‘Tomasito. Partieron en automévil y al cabo de diez minutos se deténian ante la casa. Bajaron. La calle estaba dormida. No habia luz en una sola ventana. Nap tocé el timbre. Volvié a tocarlo. Nadie salié a abrir. —Entraremos, entonces, de otra manera —dijo Nap, sacando su manojo de llaves. Y poco después el detective y su ayu- dante penetraban en un elegante vestibulo. Encendieron la luz y vieron que todo estaba en orden. En un rincén habfa una vieja per- cha, y bajo ella una placa de metal. Se acerca- ron y pudieron leer estas palabras: “Esta per- cha pertenecié a mis abuelos. Fueron loros del Brasil, alegres y despreocupados’, En uno de los muros habia un retrato magnifico, del mejor pintor de Animalandia. 38 Era un loro grueso, de mirada astuta. —Este era el padre de Tomasito —dijo Nap—. Fue un loro respetable, trabajador y supo reunir una fantéstica fortuna. Pero no estaban allf para admirar los ob- jetos de arte. Habian ido a algo mucho mas urgente. Y Nap, seguido de Moisés, comen- 26 a recorrer la casa. Habfa un silencio abso- luto. Todo estaba en orden. En el dormitorio, de Toimasito, la cama estaba lista para recibir, a su duefto. Junto al velador se vefan unas zapatillas de piel fina. Siguieron inspeccionando. Pasaron ante la cocina y dieron una mirada adentro. Pu- dieron admirar una gran limpieza. Y, no lejos de la cocina, habfa un cuarto. La puerta esta ba cerrada. —Aqui duerme Cocora, la empleada de Tomasito —dijo Nap. Golpearon. No hubo la menor seftal de que se les hubiera ofdo. —Tiene el suefio més pesado que yo —comenté Moisés. Volvieron a golpear, y como no tuvieran respuesta, Nap abrié la puerta y encendié su linterna antes de entrar. 39 —1Qué es esto? —dijo Nap en voz alta, —iVémonos a casa! —grufié Nap—. Ma- De un brinco estuvo junto a la cama. Alli fiana volveré a examinarlo todo con mayor 3 reposaba Cocora, con los ojos: muy abiertos, | _atencién. ¥ inmévil. é —Esté muerta —dijo Nap, después de ponerle el ofdo junto al corazén. i Poco después daban el aviso correspon- diente, y Cocora era conducida a la Morgue. —Este crimen es tan raro como el otro —murmuré Nap, pensativo—. No hay sefial | alguna de violencia, Realmente, no me expli- i co este caso ni el anterior. No se ve la menor huella de que haya entrado alguien en la casa. Todas las puertas y ventanas estan cerradas. Seguramente me romperé la cabeza y no des- cubriré nada, —Eso es imposible —declaré Moisés— No se ha dado el caso todavia de ver a Nap, el mejor de nuestros detectives, derrotado por unasesino, I —(Calll, adulador! —dijo Nap, malhu- | morado—. Aqui no se trata de un solo asesi- no, Son dos, sin duda alguna. —Aunque fueran trescientos mil —repli- 6 Moisés, muy contento de haber dicho una cifra considerable. Bee 5 EL CADAVER DESAPARECIDO A. dia siguiente, mientras los dia- rios y Jas emisoras de radio comunicaban lo mejor posible al ptiblico las noticias que se conseguian, Nap y su ayudante descansaban ‘unos momentos en su casa de la calle Bambi. De pronto soné el teléfono. Acudié, Moisés, rezongando. ¥ fue después al cuarto de Nap a darle una extrafia noticia —Le llaman del Hospital La Paloma del Arca —dijo—. El doctor Jernimo le ruega que no tarde. Asegura que se trata de algo de suma importancia. —Saca el automévil, Moisés —ordend Nap—. Dentro de dos minutos estaré listo. 43 j e & Y el automévil partié a tal velocidad, que todo el mundo, en las calles, se volvia a mi- rarlo, —Esos se matan hoy mismo —decfan los transetintes—. |Qué locos! jNi los hombres han sido nunca capaces de tanta temeridad! iDa vergiienza pertenecer a Animalandia! ;Ya no hay leyes ni castigo para los malvados! —Asi es —coment6 una lechuza malhu- morada—. Todos los dias estanios viendo ac- identes del trénsito. Y s6lo terminarén cuan- do se castigue severamente a los que se dejan llevar por el vértigo de la velocidad: Nap, en tanto, corria como si pretendiera batir un record, y Moisés iba aferrado de la bocina, de manera que el bullicio era infer- nal. En un abrir y cerrar de ojos estuvieron a las puertas de Hospital La Paloma del Arca, Nap salt6 del automévil y corriendo se diti- gi6 a la oficina del médico. Encontré a Jerénimo examinando una ra- Giografia. Apenas vio asomar a Nap, el mé- dico fue a su encuentro y le dijo con verda- dera angustia: —jTomasito ha desaparecido! —No es posible —murmuré Nap. 44 —Si, Nap. Ha desaparecido. Lo tenfamos en un cuarto de operaciones, en el segundo piso. Y cuando hemos subido a hacerle la autopsia, no lo hemos encontrado. Qué piensa usted de esto, doctor? —interrogé Nap. —Que se han robado su cadaver. Han elegido la hora en que almuerzan los enfer- ‘meros, seguramente. Nadie los ha visto. No han dejado la menor huella. —Es una osadia realmente asombrosa —comenté Nap—. ;Podria levarme, doctor, alla sala en que pusieron a Tomasito? —Con el mayor gusto, Nap. Vamos in- mediatainente. Cruzaron unos amplios corredores. Su- bieron al segundo piso. Al fondo de un largo ppasillo se detuvieron ante una sala. —Aqui es —dijo el médico. : Apenas entraron en la sala de operacio- nes, Nap sacé una lente poderosa y comenz6 a examinar los bordes de la mesa en que ha- bia estado tendido el cuerpo de Tomasito; des- pués examiné el suelo con mucha atencién, y, sin decir palabra, guard6 la lente y le pre- gunté a Jer6nimo: Habia quedado cerrada con lave la puerta? El médico reflexion6 unos instantes y de- clar6 después que seguramente la puerta ha- bia quedado cerrada, aunque no era capaz de‘certificarlo; y agregé que seria facil saber- lo enseguida, pues bastaria lamar al encar- gado de las salas que habia en ese piso. Pero Nap hizo un gesto de indiferencia y declaré que no valfa la pena averiguar nada. —ZEs que ha encontrado algo realmente revelador? —pregunté el médico, ansioso. —Creo que si —contesté enigmaticamen- te Nap, empezando a llenar la pipa que aca- baba de sacar de uno de sus bolsillos. El doctor Jerénimo no quiso-preguntar nada mas; conoefa a Nap y sabia que serian vanas todas sus preguntas. Cuando Nap se dedicaba a pesquisar un caso dificil, guarda- ba silencio constantemente; s6lo respondia con vagos gruitidos y, al final, cuando ya te- nia en sus manos todos las hilos del misterio y los asesinos cafan en su poder, tampoco fra més locuaz. “Las cosas son para hacerlas, y no para contarlas”, solfa decir Nap, y todo ‘el mundo respetaba su opinién. 46 Bajaron, pues, el detective y el médico y se despidieron en la puerta del hospital. Moi- sés aguarciaba a su jefe en el automévil. —jHa encontrado alguna pista? —pre- gunt6 el ayudante al poner en marcha el mo- tor —Vamonos a casa —respondié Nap, comio sino hubiera ofdo la pregunta. En la calle Bambi N° 40 esperaba a Nap el jefe del partido politico contrario al de To- masito, Era un tigre viejo, de aspecto respe- table, enormes bigotes blancos y mirada muy intensa. —He venido a verle, Nap —dijo el tigre-, porque deseo con toda mi alma que se des- cubra cuanto antes el misterio de la muerte de Toniasito. Se ramorea que hemos sido no- sotros los que le hemos asesinado. Cuando alguno de nosotros pasa pot las calles, le gri- tan: “jAsesino!” Y esto es insufrible. Yo le aseguro a usted que nosotros nada tenemos que ver en este misterioso caso. Y estamos dispuestos a ayudar, en la medida de nues- tras fuerzas, para que pueda comprobarse que somos inocentes. —Yo no lo he dudado nunca —respon- 47 dié Nap—. Puede irse tranquilo. EL tigre viejo hizo una ceremoniosa incli- nacién de cabeza y se marché. Moisés, que habia escuchado la conversacién, se acercé a ‘Nap y le pregunté: —De modo que éste no es un crimen politico? ;Qué interesante, jefe! Asi se com- plican mas las cosas y recogeremos mayor gloria cuando consigamos aclarar el miste- rio. Y si usted me permite dar mi opinién, le diré que no seria raro que en todo esto andu- viese metida una lora pizpireta y temible. Nap se puso serio y respondi: —Si es como tti dices, Moisés, te dejaré a tila mision de conquistarla, para que la obli- gues a confesarlo todo. Moisés no vio una leve sonrisa en el ros- tro siempre severo de Nap, y se sintié muy contento de la misién que se le encomen- daria. —Haré lo que pueda —murmurs el ayu- dante—. Soy capaz de todo, con tal de des- cubrir este misterio. * Nap subi6 a su cuarto, y al bajar dijo a Moisés: —Si vienen los periodistas, contéstales lo 48 que creas mas conveniente. Lo tinico que no debes decir es el sitio en que me encontraré. Dentro de una hora llama a la Morgue y pre- inta si algo se sabe ya acerca de cémo mu- i6 Cocora. Luego me llamas a la calle Pluto, a casa de Tomasito. Alli esperaré tu llamada. —jEntendido! —respondié Moisés—. Ya ver usted, jefe, cémo los periodistas quedan muy contentos de mis informes. ‘Nap no oy6 estas tiltimas palabras, pues ya habia salido. No subié en el. automévil gue le aguardaba a la puerta. Con grandes y sonoros pasos éché a andar camino a la calle Pluto. Poco después, los periodistas que habian hablado con Moisés por teléfono o personal- mente, comunicaban, a través de las estacio- nes de radio y en suplementos de sus diarios respectivos, las més extraordinarias noticias. B1 locutor de una emisora decia, por ejem- plo: “Estamos en situacién de adelantarnos a todos nuestros colegas y de informar acerca de la verdad del crimen de la calle Bambi. El ‘multimillonario Tomasito ha sido asesinado por orden de una lora aventurera, que co- 49 manda a un grupo de peligrosos malhecho- res. El célebre Nap se halla en la pista segu- ra. Nadie sabe en estos instantés dénde se encuentra, pero puede adivinarse facilmente que a la lora temeraria y asesina le quedan muy escasas horas de libertad”. 6 NAP EN LA CASA DESIERTA. P: no entrar por la puerta princi- pal, el detective dio un largo rodeo y se diri- gi6 al fondo del jardin de la casa de Tomasi- to. El jardin daba a una callejuela angosta. Las tapias no eran muy altas y por encima asomaban unos grandes rboles. Nap eruz6 la calle, que estaba silenciosa. Las casas de enfrente parecfan deshabitadas. No habia na- die en las ventanas: El detective miré a uno y otro lado y después, con agilidad atlética, se ‘trepé en Ia tapia, tomé la rama de un érbol, se balance6 en ella y se dejé caer al jardin. Lo atravesé répidamente y llegé a la puerta tra- sera de Ia casa. La abrié con una de sus lla- Ves y, apenas volvié a cerrarla, se detuvo a mirar el suelo, Entonces sonrié a pesar suyo. Y tenia raz6n para hacerlo, indudablemente, pues cuando habia estado antes en la casa, en compafiia de su ayudante, tuvo la precau- cin de desparramar ante esta puerta una buena cantidad de arena muy fina. Y de este modo advirtié las huellas de unos pasos. Al- guien, pues, habia entrado en la casa hacia poco. Pero ya no estaba en ella, pues habia pisadas que se dirigian hacia el interior de la casa y otras vueltas hacia la salida, “En realidad —se dijo Nap—, esto no hace sino complicar las cosas, exactamente como yo me lo tema”. Y sin preocuparse hs de los rastros que habia en_el suelo, el detective empez6 a exa- minar todos los cuartos. Principié por el dor- mitorio de Cocora, En una mesita que se en- contraba a la cabecera de Ja cama habia un aso con agua, més o menos hasta la mitad. Esto fue lo tinico que pareci6 interesar al de- tective, Visité muchos otros cuartos, pero sin de- tenerse largamente en ellos. En cambio, cuan- do entré en el escritorio, cerr6 cuidadosamen- 52 te la puerta, como si temiera que alguien vi- niese a molestarle, Era evidente que se apres- taba para hacer un examen detenido de todo Jo que allf habia. Elescritorio era amplio. En los muros, en aquellas partes en que no habia biblioteca, se admiraban unos cuadros firmados por bue- nos artistas de Animalandia. Habia, por ejem- plo, un paisaje muy hermoso; era una maiia~ na de sol, en el campo, y unas esbeltas garzas bailaban en el césped. En un rinc6n se vefa una estatua, qué representaba a una corza, en actitud de baile, tocando una flauta. “No cabe duda de que al pobre Tomasito le gustaba la buena vida”, pensé Nap, me- neando tristemente'la cabeza. Al centio de la pieza estaba el escritorio. Nap abrié los cajones y revolvié los papeles. ‘Los clasificé minuciosamente, reuniendo en montones separados las cartas, las cuentas, dos 0 tres libretas con direcciones, unos re- cortes de periédicos. “Los examinaré después”, se dijo Nap, levantandose y dirigiéndosé¢ a la biblioteca. En los principales anaqueles habfa obras clisicas, de historia, de filosofia y de otras 53 importantes ramas del saber. Todos los volii- menes estaban lujosamente encuadernados. ‘Nap tomé uno al azar. Se titulaba: “La Histo- ria de las Primeras Guerras de los Tigres”. Abrié el volumen y advirtié que nunca habia sido lefdo. Poco después, al dirigirse al otro extre- mo de la biblioteca, se apoyé de repente en el muro y vio, con gran sorpresa suya, que el muro se abria para mostrar una hilera de li- bros en nstica, amontonados de cualquier manera en los anaqueles. Estos libros esta- ban ajados, y demostraban de modo muy cla- ro que su duefio los habia lefdo muchas ve- ces, Lleno de curiosidad, Nap empez6 a examinar los titulos, Leyé algunos en voz alta: “El Misterio del Tren Subterréneo de la Me- dianoche”, “La Alondra Envenenada”, “El Enigma de los Escarabajos Vagabundos”, “La Encrucijada del Brizo”. —iDemonios! —exclamé Nap—. Veo que las novelas policiales y de aventuras fueron la debilidad de Tomasito. Y sonrié al pensar que esta predilecci6n por los libros de semejante indole la compar- te mas menos todo el mundo, aunque son 54 pocos los que la confiesan. “Yo también soy un buen lector de aven- turas —se dijo Nap—. Y hasta tengo en mi biblioteca algunas excelentes traducciones de obras escritas por los hombres. Son voltime- nes muy valiosos. Los imprimié el viejo Ci- mento hace mas de noventa afios”. ‘Nap tom6 uno de los volimenés —"La Encrucijada del Erizo”— y lo abrié por sim- ple curiosidad. Vio que habfa pérrafos ente- ros subrayados. Ley6 una de las frases y se 1i6 de buenas ganas. El libro decfa en aquel pasaje: “El crimen perfecto no se ha cometi- do atin. Todos los demds se descubren”. —jHum! —gruiié Nap, dejando el libro en el anaquel—. Yo creo que el crimen per- fecto se ha cometido ahora. Y encendié precipitadamente su pipa, lo cual era inequivoca seftal de que se hallaba preocupado. Continué unos minutos més en el escri- torio, y después salié al pasillo. Era impre- sionante el silencio que reinaba en la casa. En alguna pieza, un reloj de péndulo sonaba su monétono tictac. EL detective se dirigié al dormitorio de 55 Tomasito, Reinaba un orden perfecto en la pieza. Nap sacé su lente y comenz6 a exami- nar el stielo, Después se levant6 y fue al cuar- to contiguo: la sala de bao, Pegada encima de un espejo habia una pagina de periddico: Nap se acerc6. Alguien habia subrayado con lapiz rojo algunas pala- bras. Como era un ejemplar de “El Ratén Agudo” en que se anunciaba la muerte de ‘Tomasito, el nombre de Nap aparecia en la Pagina, y estaba subrayado. El detective leyé: “Nap moriré como Tomasito”” —zTambién se me amenaza? —gruité el detective, e instintivamente llevé la mano al bolsillo en que tenfa el revélver. Después empez6 a examinar cuanto ha- bia-dentro de un alacena, cuya puerta se cu- bria con un espejo. No parecia haber nada interesante: una maquina de afeitar, una bro- cha, unos jabones, algunos frascos. Nap tomé cada uno de estos objetos y los examiné de- tenidamente, como si para él pudiesen ser reveladores. De pronto encontré un frasco angosto y largo, de un material irrompible, parecido al vidrio. Estaba leno de pildoras negras, S6lo faltaban tres para que el frasco 56 estuviese colmado. Nap lo puso en su bolsi- lo y sali6 de la pieza, para volver al escrito- rio. Alli tomé las libretas con direcciones y las guard6 también. Y ya iba a examinar las, cartas, con su acostumbrada prolijidad, cuan- do soné el teléfono. Se levanté lentamente: —jAl6! {Eres tii, Moisés? Ya hace rato que esperaba tu llamado. {Hablaste con el médi- co de la Morgue? {S12 jAh! Muy bien. Dentro de algunos minutos estaré en casa, de regre- 80. Volvié al escritorio, metié en sus bolsillos las cartas y salié, pero esta vez, por la puerta principal. También habia allf arenilla despa- rramada; pero no se vefan huellas de pasos. 37 7 MOISES SIGUE SU PROPIA PISTA ‘uando Nap entré en su casa, se asombr6 del silencio que reinaba en ella. “Hlan asesinado a Moisés —penso—. La amenaza que se me ha hecho también ha al- canzado a mi pobre ayudante”. Y Nap comenz6 a gritar con su voz més jerosa: —[Moisés! jMoisést.. Entonces advirti6, encima de una mesa, un papel. Corri6 a leerlo. Habia sido escrito precipitadamente por su ayudante y decia: “Jefe: Mi deber es ayudarle. Ya le he co- municado por teléfond que desde la Morgue han dicho que Cocora murié envenenada. La 39 naturaleza exacta del veneno no ha podido ser definida atin. Asf, pues, usted no me ne- cesita para nada ahora, y yo puedo serle muy ‘til fuera de casa. He decidido colaborar con usted siguiendo mi propia pista” ‘Nap se encogié de hombros, visiblemen- te desagradado; pero prefirié dominar su ira y sentarse tranquilamente en un sill6n a leer las cartas que se habia trafdo de casa del ase- sinado. Pasaron dos o tres horas, y ya Nap habia ledo las carias y tomado algunas notas, cuan- do se abrié la puerta y aparecié Moisés, muy content. ~—¢De donde vienes? —pregunts Nap, gravemente. —Ante todo —dijo el ayudante—, vuel- Vo a repetir que me perdone, Nap. Me he atrevido a meterme personalmente en este grave misterio y me parece que usted va a tener que felicitarme. No me resigno a ser un simple ayudante, sin iniciativa alguna. Quie- To que usted pueda decir en voz, muy alta: Moisés, francamente, es mi brazo derecho. —Nada te he pedido —murmuré entre dientes Nap—, De todas maneras, quiero sa- 60 ber qué tonterfa has hecho en mi ausencia, —Tonterfa? —pregunté Moisés, profun- damente herido—. Jefe, yo creo que no repe- tird usted esa palabra cuando sepa lo que he logrado descubrir. —Habla —dijo simplemente Nap. —Desde que Tomasito fue asesinado —comenz6 a decir Moisés—, todo el mundo. hace los comentarios mas contradictorios. Y a mf me gusta prestar ofdos. Usted siempre dice, jefe, que hay que prestar suma atencién a los hechos. Y yo me pregunto: gno son he- chos los comentarios que se hacen por aqui y por alla? —Acorta tu historia lo mejor que puedas —interrumpié Nap—. No tengo tiempo que perder. Pues bien: si éste no ha sido un crimen politico, como le ofdo decir a usted, jefe, tie- he que ser, forzosamente, un crimen de otra naturaleza, como todo el mundo murmura, {mo es cierto? —dijo Moisés—. Esta idea de muchas personas inteligentes y astutas la he compartido yo plenamente. Y decid, por eso, averiguar qué amigos y amigas tuvo Tomasi- to. Para eso me fui a charlar con uno de sus 62 vecinos, el cerdo Grofti, que tiene tin restau- rante de lujo en'la esquina. En cuanto supo que yo era de la policfa, se puso locuaz. Y me dio una lista de nombres que hubiera marea- do a cualquiera, ;Qué de amistades las dé ‘Tomasito! Pero de repente aparecié el nom- bre de una actriz, Marafia, la lora rubia que trabaja en el Teatro La Serpiente del-Paraiso. Inmediatamente no quise ofr més. Averigiié dénde vivia, y como nadie supo informar- ‘me, me fui al teatro. Tuve suerte, pues estaba ensayando el tercer acto de la obra histérica “Los Centauros”.“Me hice conducir a su ca~ marin y aguardé alli, sentado frente a un es- pejo. De pronto se abrié la puerta y aparecié Marafa. Dio un grito y me pregunté muy enojada que hacia yo alli. Le respond sin muchos preémbulos: “Policia”. Se puso in- tensamente pélida, cerré la puerta y se acer~ c6 a hacerme mil preguntas. Entonces la hice callar, diciéndole: “El que ha de preguntar soy yo. Usted, lorita rubia, no espere conmo- verme ni con sus Ilantos ni con sus risas. Es- cuche lo que voy a decirle y responda con toda exactitud a mis preguntas”. Palidecié un poco mas y me dijo: “Hable, sefior. Le juro 63 que contestaré la verdad. Yo siempre he sido honrada”. Entonces le declaré sinceramente, mirdndola a los ojos, para ver cémo reaccio- naba: “De si es honrada o no, otros habréin de decirlo. Por el momento, sepa usted que se la acusa de asesinato. Usted ha ordenado ‘matar a Tomasito”... Y no alcancé a decir mas, jefe, como yo hubiese querido, pues la rubia Marafia se desmayé sin dar un solo grito. Quedé inmévil, con los ojos en blanco. ;Se puede pedir mejor prueba de su culpabili- dad? —2Y qué hiciste con ella? —pregunts Nap, siempre severo. —Le eché agua encima, hasta hacerla re- cobrarse, y luego le dije que se quitara répi- damente su traje de teatro y me siguiera. Llo- 16, suplic6, pero la obligué a obedecer. Estas actrices siempre niegan al principio, pero con- fiesan después, Nap. Ahora todo depende de la astucia con que usted la interrogue. Yo la tengo detenida, bajo mi responsabilidad, en el Cuartel de Policia de los Bisontes. Pode- ‘mos ir alla inmediatamente. Me figuro que no hay tiempo que perder. Nap dio un terrible pufetazo en la mesa y ordené con vor airada: —Llama inmediatamente al cuartel y pide que pongan en libertad a Marafia. Eres un imbécil, mi pobre Moisés. En vez de ayudar- me, has provocado un escéndalo maytisculo. Ahora todos los periédicos tomarén el nom- bre de Maraa y lo dejaran por los suelos. Y te aseguro que la infeliz es inocente. Moisés se levant6 con cara desfallecida, fue al teléfono y cumplié las érdenes de Nap. Entretanto, el detective buscaba una direc- ci6n’ en una libreta de notas personales, la apuntaba en un papel, y después de decirle a Moisés que no se moviera de casa, partia ve- Jozmente en su automévil. “Donde demonios puede haber ido? —se pregunté el ayudante—. No me cabe la menor duda de que se ha enfadado conmi- go. Ahora ni siquiera me comunica sus im- presiones ni me informa acerca de sus pasos. jTanto peor para él! Sile tienden alguna tram- pay se encuentra en peligro, no podré soco- rrerle, Soné el teléfono, Era el director de “El Rat6n Agudo”. Deseaba saber por qué se ha- bia apresado a Marafia, para ponerla ense- guida en libertad. Moisés se pas6 una mano por la frente. Transpiraba como si Io hubie- ran metido en un baito turco, muy de moda entre los animales gordos del pais. —{No sabe usted qué contestarme? —pregunt6 mathumorado el director—. Le ruego que no guarde secretos intitiles, por- que mi diario esté dispuesto a descubrir la verdad, aunque sea comprometiendo a los més altos personajes del pais. Me ha ofdo? —Si, sefior —susurré Moisés—. He odo perfectamente. Pero, por desgracia, usted no habla con Nap, sino con Moisés,sui ayudan- te. Y yo no sé absolutamente nada. —iNi siquiera donde est’ Nap ahora, para poder llamarle? —pregunt6 el director, cada vez més violento. —No sé nada, nada —murmuré Moi- sés—, Lo tinico que puedo decirle, sefior, se Jo juro, es que Marafia ha sido puesta en li- bertad porque no tiene nada que ver en este asunto. Todo se ha debido a una equivoca- cién. —Ya son muchas las equivocaciones y los misterios —-gruiié el director—. Mi diario gri- tard la verdad a todos los vientos, aunque se 66 hunda Animalandia. :Me ha entendido? Y colg6 el fono con tal furia que hizo temblar el oido de Moisés. “;Menuda historia esta en que me he me- tido! —pens6—. Si “EI Ratén Agudo” nos ata- ca, Nap me despediré. Lo mejor que puedo hacer es ir a hablar con el director y confe- sarselo todo. jAy, Dios mfo! ;Cudntos sinsa- bores hay que sufrir antes de alcanzar la glo- rial” or 8 NAPTRABAJA ACTIVAMENTE M.... tanto, el automévil de Nap cruzaba las calles principales y se dirigia, velozmente, hacia una avenida, llamada del Gato con Botas, que llevaba directamente fuera de la ciudad. Ya habia anochecido. Era una no- che clara, repleta de estrellas y con una luna redonda y brillante. El atitomévil se detuvo frente a un edifi- cio inmenso, situado en. pleno campo. En la fachada habia una placa de cobre, que decia con grandes letras: “INSTITUTO DE INVESTIGACIONES QUIMICAS DE ANIMALANDIA”, —jQué mala suerte! He llegado tarde. Ya 0 esté cerrado el Instituto! —murmuré Nap. —;Desea algo el seitor? —pregunté una voz junto a la portezuela del automévil. Nap vio a un monito de librea, en cuya gorra estaba escrito el nombre del Instituto. —Deseo hablar con el director del esta- blecimiento, el doctor Probeta —dijo Nap. —Lo encontrar en el pequefto pabellén de la derecha, pasado el jardin. Esa es su casa dijo el mono, Nap dio las gracias, puso en marcha el motor y se detuvo ante el pabellén indicado. Era una casita blanca, con amplias ventanas. Por los muros trepaban unas hermosas enre- daderas. Nap descendié del automévil, toc el tim- bre y poco después era introducido a una salita pequefia, en que no habia sino una mesa, con un jarrén leno de flores, unas cuantas sillas y, en los muros, retratos al dleo de los més famosos quimicos de Animalan- dia. Al cabo de unos minutos entraba en la sala el doctor Probeta, un mono gigantesco. —1T4 por aqui, Nap? —pregunté—. Bienvenido, como de costumbre! {En qué puedo servirte? 70 —Se trata de algo urgentisimo, querido Probeta. Ya sabes que ha sido asesinado To- masito, el loro millonario. Y lo peor es que lo han asesinado en mi propia casa. De modo que tengo puesto todo mi orgullo en el des- cubrimiento de este crimen. —En todo lo que pueda ayudarte, cuenta conmigo —dijo Probeta, con afecto y sinceri- dad. Entonces Nap sacé de su bolsillo un fras- co largo y angosto, lleno de pildoras negras, y se lo tendié a Probeta, que lo miré a la luz ‘unos cuantos segundos y se encogié de hom- bros enseguida, como diciendo que aquello no le decia absolutamente nada. —Me interesa conocer la composicién de esas pildoras y todo lo que con ellas se rela- ciona —dijo Nap. —Ahora mismo? —pregunt6 Probeta. —Ahora mismo, doctor. Es algo urgente. —Esta cerrado el Instituto —dijo Probe- ta—. Tendremos que entrar por una puerta particular y dar la vuelta a todo el edificio antes de llegar al laboratorio. Ademés, esto vaa tardar mucho, me imagino, porque aun- que aqui contamos con todos los adelantos n modemos, estos anélisis no son faciles de ha- cer, si se trata de ser exactos. —Te agradeceré que no te niegues —dijo Nap—. Yo esperaré aqui hasta saber-los re- sultados. —En tal caso, Nap, espérame un minuto, que iré a buscar las llaves. Y el doctor Probeta salié con sus enor- ‘nes pasos de gigante. Volvié con un manojo de Haves, y le pidié a Nap que lo siguiera. Abandonaron el pabell6n, cruzaron el jardin, entraron en el Instituto y empezaron a reco rer interminables corredores. Habia un olor muy fuerte a dcidos picantes, a medicinas, a alcohol, a éter, Se detuvieron ante una enor- me puerta de hierro, que crujié sonoramente al abrirse. Cuando Probeta encendié la luz, Nap pudo admirar el laboratorio, una vasta sala repleta de aparatos de vidrio, de maqui- nas extrafias, de frascos, de cajas de metal con sus etiquetas. —iLindo laboratorio! —dijo Nap—. Aun- que tantas veces he tenido que recurrir a ti, Probeta, nunca habia puesto los pies aqui, hasta ahora. —Y te vas a quedar por mucho rato —aseguré el doctor—. Si no has comido, ten- nD drés que pasar hambre. Lo que es yo, en cuanto me voy a casa me hago servir la co- mida, después doy un paseo por el jardin, me acuesto, y me siento, al amanecer, con todas mis fuerzas para el trabajo del nuevo dia. Me levanto siempre a las cinco de la ma- ana. —jUf! |Qué frio! —gruné Nap—. Yo te confieso que me gusta levantarme tarde. Cuando, por obligacién, tengo que madru- gar un par de dias, duermo después siete tardes enteras. Y eso fue todo lo que hablaron, pues el doctor Probeta se puso enseguida a trabajar con toda su atencién puesta en el andlisis. Abria frascos, vaciaba un liquido en otro, en- cendfa un horno, hacia funcionar mAquinas eléctricas. Nap estaba profundamente intere- sado y le seguia todos los movimientos, sin perder uno solo. “Hermosa profesién! —pens6 Nap—. Si no hubiera sido detective, creo que con todas ‘ganas habria estudiado para quimico”. ‘A cada instante, el doctor Probeta hacia anotaciones, completamente sumido en su la- bor, sin preocuparse para nada de Nap, que 2B para no perder el tiempo reflexionaba acerca del crimen. Dos o tres veces el detective oyé grufir sordamente al quimico, pero no se atre- vi6 a preguntar cosa alguna, porque estaba acostumbrado a respetar el trabajo, tanto el propio como el ajeno. Pasaron varias horas. De pronto, lejos, un reloj dio tres campanadas. Entonces el doctor Probeta se irgui6 de entre unos frascos llenos de liquidos y murmuré: —Felizmente, maiiana es domingo, Nap, y podré descansar: Ya son las tres de la ma- ana Y siguié trabajando. Cuando el reloj dio las cuatro, el doctor se volvi6 repentinamen- tea Nap y le dijo: —No ha sido facil, como has visto. Se trata de una composicién quimica muy ex- trafia, Estas pildoras tienen el poder de hacer dormir cuando se las toma en pequefias do- sis. Talvez media pildora, o menos. Provocan tun suefio parecido a la muerte, porque para- lizan por completo casi todos los érganos. En dosis mayores, dos pfldoras por ejemplo, causan la muerte inmediata. —Es todo lo que necesitaba saber —dijo 4 ‘Nap, lleno de repentino buen humor, En tal caso, nos vamos ahora a dormir —Aijo Probeta. Y asi fue, en efecto, pues al cabo de tres 0 cuatro minutos el automévil de Nap empren- dia el camino de regreso. Cuando Nap abrié la puerta de su casa, Moisés salt6 a su encuentro: —iCref que no regresaria nunca! —mur murd—. (Qué espantosas horas he vivido es- perdndolo! Nap sonrié bondadosamente y dijo: —Haa sido una suerte, Moisés, que no se te haya ocurrido seguir una pista para des- cubrir mi paradero. ;Buenas noches! Ahora podremos dormir tranquilos los dos. 16 9 UN CHEQUE DE IMPORTANCIA P... dos o tres dias sin novedad alguna. Los diarios y las estaciones de radio continuaban haciendo las més inverosimiles conjeturas. Nap, ahora de muy mal humor, no querfa hablar con nadie. De vez en cuan- do salfa y regresaba tarde a casa. Moisés no se atrevia a hacerle la menor pregunta, pues el detective andaba con una cara espantable. “Terrible profesién la nuestral —pensa- ba a solas Moisés—. Todo el mundo quiere que uno descubra los misterios apenas se pre- sentan, como si se tratara de una adivinanza de salén. ;Y nadie sabe cudntos problemas hay que resolver para llegar ala pista segura!” 1 we en ence Al final de una tarde soné el teléfono y ‘Moisés le anuncié a Nap que le Hamaba el gerente del Banco de Animalandia. Nap ha- B16 dos o tres palabras, colgé el fono y tomé su sombrero. Poco después su ayudante oyé partir el automévil "Pobre jefe! —pens6 Moisés—. A lo me- jor no ha pagado alguna letra y le van a exi- gir la cancelaci6n inmediata. Si es as le ofre- ceré mis ahorros, que aunque no son muchos, de algo pueden servirle”. Pero en el Banco de Animalandia necesi- taban a Nap para algo muy diferente, por cierto. Un pato canoso, miope, con anteojos de oro, era el gerente del Banco. Recibié a Nap con mucha cortesfa y, sin mayores preémbulos, lo puso al corriente de la cues- tion. —Me he permitido Hamarlo —le dijo— porque esta tarde hemos pagado un cheque por una suma muy alta, firmado por Tomasi- to un par de dias antes de su muerte. Noso- tros no tenemos desconfianza alguna del co- brador del cheque, conocido personaje de ‘Animalandia, el loro Augusto, uno de nues- tros mas prestigiosos industriales. Pero, de 8 todas maneras, hemos deseado que usted, Nap, tenga conocimiento de este hecho, pues ‘en un caso tan misterioso como la muerte de ‘Tomasito, nos parece que cualquier cosa pue~ de servirle a usted para sus investigaciones. —Yo se lo agradezco, sefior gerente, y le aseguro que no se ha equivocado—respon- dié Nap—. Ahora bien: me gustaria saber si ‘Augusto mantenia algtin negocio con Toma- sito. —Dos o tres veces, en algunos afios, ha habido cambio de cheques entre ellos, pero siempre por sumas muy inferiores a la ac- tual. —Digame, sefior gerente: go6mo andaban Jos negocios de Tomasito, ycémo los de Au- gusto? Bn espléndida forma, Nap. Se trata de dos millonarios emprendedores, principal mente Augusto, y las referencias que puedo dar acerca de ellos no pueden ser mejores. —Muchas gracias, sefior gerente, por ha- berme llamado para darme esta noticia, que segtin creo tiene més importancia de lo que parece a primera vista. Lo que me gustaria saber ahora es la direcci6n de Augusto. Quie- 9 10 conversar con 61 un poco, —Tiene un palacio en la Avenida La Ga- Ilina de los Huevos de Oro. Es a la entrada, enel N°10. Nap tomé nota, se despidié del gerente y partié en su atitomévil. En el N°10 de la Ave- nida La Gallina de los Huevos de Oro le abrié un criado de librea, un pavo de cara muy venerable que.tenfa todos los gestos de un diplomatico. Nap pregunté por Augusto, y el criado le respondié que su amo no recibia, ‘pues se hallaba preparando un viaje. —Tengo que verle enseguida —insistio Nap—. Llévele usted mi tarjeta. Estoy com- pletamente seguro de que me recibira. Y asf fue, en efecto. Augusto se present ‘casi enseguida en la salita a que hicieron pa- sar al detective. Nap le salud6 cortésmente y le dijo: —Lamento haberle molestado en los pre- cisos momentos en que preparaba usted un viaje. Pero se trata de algo urgente. Usted ha cobrado esta tarde un cheque de Tomasito por una suma muy subida. Y yo necesito que me explique usted cuéndo y por qué le firmé ‘Tomasito un cheque tan importante. 80 —Es mucha su osadfa, sefior —dijo a Nap, molesto—. Yo soy conocido de todo el mundo en Animalandia y no permito que se me interrogue en la forma en que lo veo a usted dispuesto a hacerlo. Sisu visita es para mostrarse insolente, ahi tiene la puerta. jFue- rade aquil Nap se levant6, cerr6 con llave la puerta de la sala, y lo que entonces sucedié alli no podemos saberlo por ahora. Lo tinico que se ha podido averiguar a ciencia cierta es que la conversacion duré més de una hora, y que al cabo de ella salié Nap sobéndose las manos, Jo cual ha sido siempre en é, sin duda posi- ble, una de las mas grandes demostraciones de regocijo. ‘Trepé en su automévil y tomando por la Avenida del Gato con Botas, que lleva fuera de la ciudad, no tard6 en hallarse en pleno campo. Todavia quedaba tn poquito de sol y ‘unos bueyes terminaban de arar sus campos. En_una granja, unos terneros jugaban a los soldados, mientras su padre, el toro, lefa los periddicos de la tarde, y la madre, una va- quita blanca, de ojos grandes y serenos, raba hacia.el camino. Uno de los terneros 81 | eer salud6 militarmente al automévil de Nap, y el detective agit6 una de sus manos, respon- diendo. Pero no cabfa la menor duda de que Nap iba més lejos, pues tom6 una carretera que se perdia entre altos montes. Repentinamente, el paisaje quedé desierto. No se veian casas ni habitantes. Nap dio al automévil su maxi- ma velocidad. Después de mucho correr y de tomar ca minos diferentes, Nap detuvo su automévil al pie de un cerro y comenzé a subirlo a pie. Més 0 menos al llegar a la mitad de su tra- yecto; se detuvo a mirar la naturaleza y a respirar un poco. Ya habfa oscurecido. Em- pezaban a titilar, en el cielo, las primeras es- trellas. No lejos se ofa el rumor de las aguas de un rio, Nap encendié su pipa y continué su ascensién. Cuando estuvo en la cima, vio a unos treinta o cuarenta metros una casita miserable, de madera. En su tinica ventana se vefa luz. Nap se fue acercando con suma precaucién y cuando estuvo delante de la ventana miré hacia adentro. Alguien habia alli, de espaldas a la ventana, sentado, ante ‘una mesa, en actitud pensativa. La luz venia 82 de una lampara de minero colocada sobre la ‘mesa. Nap examiné detenidamente el cuarto y vio que en un rincén habia una chimenea Giminuta, en la que acababan de encender fuego. Chisporroteaban los lefios, quemén-° dose. En un clavo de la pared, junto a la en- trada, habia una chaqueta corta, de pieles, y encima de ella una gorra con visera. Nap, sin hacer ruido, se apart6 de la ventana y se diri- gié a la puerta. La tocé levemente y advirtio que estaba abierta, Bastaria empujarla para entrar. Y asi lo hizo el detective. La puerta lanz6 un leve ruido, y el personaje que se hallaba ante la mesa se levant6 con nervioso gesto, Usaba unos anteojos oscuros, lucia tunas grandes botas y en el cinturén se veia Ja funda de un revélver. Nap se acercé lentamente hasta la mesa, se quit6 la pipa de la boca e hizo este extrafio . saludo: —Buenas tardes, Tomasito. El personaje de los anteojos se estreme- ci6 visiblemente y, sin decir palabra, se dejé caer en la silla, como agobiado por el peso de un enorme infortunio. —No quiero comedias —dijo Nap, seve- 83 ro—. Ha llegado el momento de aclarar mu- chas cosas, y espero que se sienta dispuesto a ayudarme. En caso contrario, suftir las con- secuencias, Desde luego, Tomasito, yo le acu- so de la muerte de Cocora, su criada. —iSoy inocente! jLe juro que soy inocen- te! —gimi6 Tomasito, quitandose los anteojos, Y tiritando como si hiciera un frio muy inten- 50. —Eso lo vamos a ver con calma —dijo Nap, apartando un poco la limpara y sen- téndose encima de la mesa, que crujié con el peso del detective—. Y para que lo veamos con toda claridad, voy a hacerle un poco de historia, Tomasito. Asi verd usted que yo soy mucho menos tonto de lo que usted se habia figurado. Resulta, Tomasito, que usted es un gran lector de novelas policiales y siempre se ha reido al ver que en tales novelas triunfan siempre los detectives. Usted se propuso cam- biar las cosas, a su manera. Y como es un loro de buen humor, un dia le dijo usted a su amigo Augusto; el oélebre industrial, con el cual comja en el Club de la Calandria de los ‘Tangos: “El mejor detective que tenemos en Animalandia es Nap. Hasta ahora, todo lo 84 ha descubierto con relativa facilidad. Yo me propongo ponerlo en ridiculo, nada més que para divertirme un poco”. Su amigo Augus- to, aficionado a las apuestas, le dijo: “Te apuesto, mi querido Tomasito, que no lo con- sigues. Nap es muy astuto. :Acaso te propo- nes cometer un crimen para demostrar que Nap es un pobre infeliz, incapaz de descu- brirlo?” Usted, Tomasito, se eché a ref, y le dijo: “Cometeré el crimen més extraito de la creacién. Me mataré a mi mismo, y cuando pase el tiempo y.nada se descubra, resucitaré ¥ dejaré ofr mi risa burlona en toda Animalan- dia. Y estoy seguro de que no habré nadie que no me celebre la aventura”. La apuesta quedé hecha. Usted, Tomasito, pensé muy bien las cosas y las dispuso lo mejor que pudo. Fue a mi casa una noche y fingié que lo asesinaban en mi propia biblioteca. Para eso abrié una ventana, creyerido que asf da- ria a entender que por alli habia entrado el asesino mientras yo me encontraba ausente, despertando a mi ayudante para que le acom- paflara a usted a su casa, pues usted habfa recibido unas amenazas muy curiosas. Las hojas de los periédicos en que se le amena- 85 zaba a usted las habia guardado yo en un cajén. Y cuando las busqué, a mi regreso, al verlo a usted muerto, las paginas se quema- ban en mi chimenea. Esto me dio mucho que pensar. Me dije que el asesino habia tenido que estar observandonos desde afuera; pero es el caso que no pudo hacerlo, por la simple raz6n que los vidrios estaban empavonados, y no se podia ver a través de ellos. Ademés, Ja ventana no se abria desde afuera sin rom- per los vidrios, y los vidrios estaban intactos. Asi, pues, descarté la idea de que el asesino hubiera entrado por alli. ¥ como, de todos modos, no cref en que usted pudiese ser su propio asesino, lo cual resulta extraordina- rio, dejé que levaran su cuerpo sin un solo rasguito al Hospital La Paloma del Arca, don- de se le haria la autopsia. Y de pronto, he aqui que su cadaver desaparece del hospital. En el suelo no hay otras huellas que las su- yas, Tomasito. Y esto, como usted ve, resulta sumamente revelador. A todo esto se com- prueba que su empleada, la gallina Cocora, ha sido encontrada muerta. Se le hace un de- tenido examen y se comprueba que ha sido envenenada. Yo voy y examino su casa, To- 86 masito. Advierto que usted ha entrado en ella, después de huir del hospital. Sus pies han quedado estampados en un montén de are~ na fina que yo he desparramado antes frente a cada una de las puertas. Descubro sus li- bros policiales y esto me hace pensar que us- ted se ha propuesto vivir una aventura no- velesca. Luego descubro un frasco misterioso en su sala de baito: Lo hago examinar por el mejor quimico de Animalandia. Y éste, el doc- tor Probeta, me declara que las pildoras del frasco sirven, tomadas en minimas dosis, para provocar un suefio parecido al de la muerte, y en dasis mayores para matar de inmediato a quien las pruebe. Asi me explico su falsa muerte, Tomasito, y la verdadera muerte de Cocora. —jXo no soy culpable! jJuro que no la he matado yo! —interrumpié Tomasito, llevan- dose las manos a la cara—. ;Soy inocente! Yo no he querido sino hacer una simple broma. —Le ruego no interrumpirme —dijo ‘Nap—. Voy a continuar mi historia. Apenas: supe las propiedades de las pildoras, me dije: ‘Tomasito, al venir a mi casa, tomé media pil- dora del frasco. No corria peligro alguno y, 87 en cambio, fingia una muerte perfecta. Como fs un personaje importante, sabfa que se le trataria con miramientos. Antes de hacerle la autopsia, tendria tiempo para despertar, huir y esconderse. Pero al salir del hospital se dio ‘cuenta, por un periédico, de que habfa muerto Cocora. Sinti6 entonces verdadero miedo. La muerte de su criada cambiaba todos sus pla- nes. Si no era usted el asesino, se le tendria por tal al ser encontrado. Fue a su casa, bus- €6 dinero y vio que no lo tenfa en abundan- cia, Entonces hizo un cheque y se lo llevé a su amigo Augusto, rogandole que lo cobrara y se lo llevase a usted hasta la mina abando- hada en que hoy se encuentra, deseoso de salir cuanto antes al extranjero. —Yo no he matado a Cocora. Juro que no la he matado —gimié Tomasito—. Todo Jo que usted ha dicho es verdad. Yo tomé esa pildora para fingirme muerto, convencido de que su efecto terminarfa antes de que me hi- cieran la autopsia. No me propuse sino ha- cer una broma y demostrar que el mejor de- tective puede ser engaftado. —Y ya ve los resultados, Tomasito. Aho- ra tendré que demostrar usted que no es el 88 asesino de Cocora. El millonario comenz6 a sollozat. —Si hubiera adivinado que todo iba a terminar de esta manera, nunca habria he- cho semejante cosa —murmur6 Tomasito, con acento de profunda sinceridad. —Esta bien. Yo no creo que usted sea un asesino, y me propongo ayudarle —dijo Nap—, De este modo, me imagino que no volver a sentir el menor deseo de cometer tun crimen perfecto, para ponerme en apu- ros. Ahora usted depende de mi. Y si le he encontrado a usted, después de conversar con Augusto, el industrial, el cual me lo cont6 todo, porque le hice ver la gravedad de este caso, asf también encontraré al asesino de Co- cora. —Le daré la mitad de mi fortuna —pro- meti6 Tomasito—. Yo no quiero que pese so- bre mf una acusacién tan espantosa. Nap se qued6 pensativo unos momen- tos. —,Cusdntas pfldoras tomé usted cuando se fingié muerto? —pregunté de repente el detective, —Media pildora, que levaba en mis bol- sillos cuando fui a visitarle esa noche a su casa —respondié el millonario—. El resto de 89,

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