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INFORMACIÓN GENERAL
SINODAL
I. INTRODUCCIÓN AL SÍNODO DE LOS OBISPOS
Durante el desarrollo de las labores del Concilio Ecuménico Vaticano II, maduró la voluntad de
los Padres del Concilio (manifestado en los Decretos Christus Dominus [N. 5] y Ad gentes [N.
29]) para mantener vivo un auténtico espíritu de colaboración, basándose en la convicción de
que el Papa en su tarea de Pastor Universal de la Iglesia, pudiera ejercitar de modo más evidente
y con mayor eficacia su unión con los Obispos, Miembros del mismo orden episcopal del
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Obispo de Roma.
A este propósito el Papa Pablo VI, con la Carta Apostólica Apostolica sollicitudo, promulgada
"Motu proprio" el 15 septiembre de 1965 (AAS 57 [1965] 775-780), instituyó el Sínodo de los
Obispos para toda la Iglesia, fruto de la experiencia conciliar, determinándole su organización y
su tarea institucional: "La Apostolica sollicitudo con la que, después de haber observado
atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a
las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad, nos
induce a consolidar con vínculos más íntimos Nuestra unión con los Obispos, "a quienes puso el
Espíritu Santo (...) para gobernar la Iglesia de Dios" (Hech 20, 28)" (Introducción Apostolica
sollicitudo). "El Sínodo de los Obispos, por medio del cual los Obispos elegidos de las diversas
partes del mundo prestan una ayuda más eficaz al Pastor Supremo de la Iglesia, se constituye de
tal forma que sea: a) un instituto eclesiástico central; b) que represente a todo el episcopado
católico; c) perpetuo por su naturaleza, y d) en cuanto a la estructura, desempeñe su función en
tiempo determinado y según la ocasión" (Capítulo I de Apostolica sollicitudo). "Corresponde al
Sínodo de los Obispos, por su misma naturaleza, la tarea de informar y aconsejar. Podrá gozar
también del poder deliberativo cuando se lo conceda el Romano Pontífice, a quien
corresponderá en este caso ratificar la decisión del Sínodo. Los fines generales del Sínodo de los
Obispos son: a) fomentar la íntima unión y colaboración entre el Sumo Pontífice y los Obispos
de todo el mundo; b) procurar que se tenga conocimiento directo y verdadero de las cuestiones
y de las circunstancias que atañen a la vida interna de la Iglesia y a su acción propia en el
mundo actual; c) facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos
fundamentales de la doctrina y en cuanto a al modo de proceder en la vida de la Iglesia. Los
fines especiales y próximos son los siguientes: a) intercambiarse noticias oportunas; b) dar
consejo acerca de aquellas cuestiones para las que sea convocado el Sínodo en cada ocasión"
(Capítulo II de Apostolica sollicitudo). "El Sínodo de los Obispos está sujeto directa e
inmediatamente a la autoridad del Romano Pontífice" (Capítulo III de Apostolica sollicitudo).
"El Sínodo de los Obispos puede reunirse en Asamblea General, en Asamblea Extraordinaria y
en Asamblea Especial" (Capítulo IV de Apostolica sollicitudo).
Con la oración del Angelus Domini del domingo 22 de septiembre de 1974 el mismo Pablo VI
dio la definición del Sínodo de los Obispos: "Es una institución eclesiástica, que nosotros,
interrogando los signos de los tiempos y, sobre todo, tratando de interpretar los profundos
designios divinos y la constitución de la Iglesia católica, hemos establecido después del
Concilio Vaticano II, para fomentar la unión y la colaboración de los Obispos de todo el mundo
con esta Sede Apostólica, a través de un estudio común de las condiciones de la Iglesia y de la
solución concordada de las cuestiones relativas a su misión. No es un Concilio, no es un
Parlamento, sino un Sínodo de naturaleza especial".
El fundamento teológico del Sínodo de los Obispos ha sido ofrecido por el Siervo de Dios Papa
Juan Pablo II quien, en su Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los
Obispos del 30 de abril de 1983 ha indicado el Sínodo de los Obispos como "una forma de
expresar y un instrumento particularmente fecundo de la colegialidad de los Obispos". Se trata
de una asamblea de los Miembros del episcopado católico, cuyo quehacer es ayudar por medio
de consejos al Papa en el gobierno de la Iglesia universal, en lo que se relacione con la defensa
y el incremento de la fe y de las costumbres, la obediencia y la confirmación de la disciplina
eclesiástica y para estudiar los problemas relacionados con la actividad de la Iglesia en el
mundo. Esto sucede, come ha confirmado Su Santidad Benedicto XVI en la Meditatio horae
tertiae ad ineundos labores XI Coetus Generalis Ordinarii Synodi Episcoporum (AAS 97
[2005] 951), en un ambiente de amor mutuo, de colaboración recíproca, entendido también
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I
INTRODUCCIÓN AL SÍNODO DE LOS OBISPOS
El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI (el 15 de
septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para
mantener vivo el verdadero espíritu nacido de la experiencia conciliar.
Etimológicamente hablando la palabra “sínodo”, derivada de los términos griegos syn (que
significa “juntos”) y hodos (que significa “camino”), expresa la idea de “caminar juntos”. Un
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sínodo es un encuentro religioso o asamblea en la que unos obispos, reunidos con el Santo
Padre, tienen la oportunidad de intercambiarse mutuamente información y compartir
experiencias, con el objetivo común de buscar soluciones pastorales que tengan validez y
aplicación universales. El Sínodo puede ser definido, en términos generales, como una asamblea
de obispos que representa al episcopado católico y cuya tarea es la ayudar al Papa en el
gobierno de la Iglesia universal dándole su consejo. El Papa Juan Pablo II decía que el Sínodo
es “una expresión particularmente fructuosa y un instrumento de la colegialidad episcopal”
(Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, 30 de abril de 1983:
L’Osservatore Romano, 1 de mayo de 1983).
Ya en la fase preparatoria del Concilio Vaticano II maduró la idea de una estructura, aún por
determinar, que pudiera proporcionar a los obispos los medios para asistir al Papa en el
gobierno de la Iglesia universal.
Su Eminencia, el Cardenal Silvio Oddi, entonces Arzobispo y Pro-Nuncio Apostólico en la
República Árabe Unida (Egipto), hizo una propuesta, el 15 de noviembre de 1959, para
establecer un órgano de gobierno central de la Iglesia o, usando sus palabras, “un órgano
consultivo”. Decía: “Desde muchas partes del mundo llegan quejas de que la Iglesia no tiene,
aparte de las Congregaciones, un órgano permanente de consulta. Por tanto debería establecerse
una especie de ‘Concilio en miniatura’ formado por personas de toda la Iglesia, que pueda
reunirse periódicamente, al menos una vez al año, para tratar los problemas más importantes y
sugerir nuevas posibles direcciones en la marcha de la Iglesia. Este órgano abarcaría toda la
Iglesia, al igual que las Conferencias episcopales reúnen toda o parte de la jerarquía de uno o
varios países, y al igual que otros órganos, como el C.E.L.AM. (el Consejo Episcopal
Latinoamericano), extienden su actividad en beneficio de todo un continente”.
El Cardenal Bernardus Alfrink, Arzobispo de Utrecht, escribió el 22 de diciembre de 1959:
“Con términos claros proclama el Concilio que el gobierno de la Iglesia universal es, por
derecho propio, ejercido por el colegio de los obispos con el Papa como cabeza. De aquí se
deduce que, por una parte, el cuidado de la Iglesia universal es responsabilidad de cada obispo
tomado singularmente y también, por otra parte, que todos los obispos participan en el gobierno
de la Iglesia universal. Esto puede hacerse no solamente convocando un concilio ecuménico,
sino también creando nuevas instituciones. Un consejo permanente de obispos especializados,
elegidos de toda la Iglesia, podría encargarse de una función legislativa en unión con el Sumo
Pontífice y los cardenales de la Curia Romana. Las Congregaciones romanas mantendrían
entonces solamente un poder consultivo y ejecutivo”.
Fue, sin embargo, el Papa Pablo VI, siendo todavía Arzobispo de Milán, quien dio fuerza a
estas ideas. En el discurso conmemorativo en ocasión de la muerte del Papa Juan XXIII, hacía
referencia a una “continua colaboración del episcopado, no efectiva todavía, que permanecería
personal y unitaria, pero que tendría la responsabilidad del gobierno de la Iglesia universal”.
Elegido Papa, volvió al concepto de colaboración en el cuerpo episcopal - los obispos en unión
con el sucesor de San Pedro - en el discurso a la Curia Romana (21 de septiembre de 1963), en
la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II (29 de septiembre de 1963) y en la
clausura de la misma (4 de diciembre de 1963).
Al concluir el discurso inaugural de la última sesión del Concilio (14 de septiembre de 1965), el
mismo Papa Pablo VI hizo pública su intención de instituir el Sínodo de los Obispos con estas
palabras: “Tenemos la alegría de anunciaros la institución, tan deseada por este Concilio, de un
Sínodo de los Obispos que, compuesto de obispos, nombrados la mayor parte por las
Conferencias episcopales con nuestra aprobación, será convocado, según las necesidades de la
Iglesia, por el Romano Pontífice, para su consulta y colaboración, cuando, para el bien general
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de la Iglesia, lo considere oportuno. De más está añadir que esta colaboración del episcopado
debe ser de gran beneficio a la Santa Sede y a toda la Iglesia, de modo particular al cotidiano
trabajo de la Curia Romana, a la que estamos tan agradecidos por su valiosísima ayuda, y de la
que, como los obispos en sus diócesis, también Nos tenemos permanentemente necesidad para
nuestras solicitudes apostólicas. Las normas y demás información serán dadas a conocer cuanto
antes a esta asamblea. Nosotros no hemos querido privarnos del honor y de la satisfacción de
daros esta sucinta comunicación para testimoniaros una vez más personalmente nuestra
confianza, y nuestra unión fraterna. Ponemos esta novedad, singular y esperanzada, bajo la
protección de la Santísima Virgen María”.
Al día siguiente (15 de septiembre de 1965), al inicio de la 128ª Congregación general, el
entonces Obispo Pericles Felici, Secretario General del Concilio, promulgó el Motu Proprio
Apostolica sollicitudo con el cual se instituía oficialmente el Sínodo de los Obispos.
La principal característica del Sínodo de los Obispos es servir a la comunión y colegialidad de
los obispos del mundo con el Santo Padre. No es un organismo particular con competencias
limitadas como por ejemplos los son las Congregaciones Romanas y los Concilios, si no que es
una institución con la competencia absoluta para tratar cualquier tema según el procedimiento
establecido por el Santo Padre en la carta de convocación. El Sínodo de los Obispos con su
Secretaría General permanente no forma parte de la Curia Romana y no depende de ella.
Responde directa y únicamente al Santo Padre, a quien está unido en el gobierno universal de la
Iglesia.
Aunque el Sínodo de los Obispos sea una institución de carácter permanente, sus funciones y su
concreta colaboración no tienen tal carácter. En otras palabras, el Sínodo de los Obispos se
reúne y actúa sólo cuando el Santo Padre considera necesario y oportuno consultar al
episcopado, el cual durante un encuentro sinodal expresa “su opinión sobre argumentos de gran
importancia y gravedad” (Pablo VI, Discurso a los Cardenales, 24 de junio de 1967). La tarea
de cada asamblea sinodal tiene un carácter de colegialidad que el episcopado pone al servicio
del Santo Padre. A través de la acogida de las sugerencias o conclusiones de una determinada
asamblea por parte del Santo Padre, el episcopado ejerce una actividad colegial que se aproxima
pero que no coincide con aquella manifestada en un concilio ecuménico. Esto es un resultado
directo de varios factores: de una presencia de Padres provenientes de todo el episcopado, de la
convocación de parte del Santo Padre y de “la unidad del episcopado, el cual, para ser uno,
necesita una Cabeza del Colegio” (Juan Pablo II, Pastores gregis, 56), que es primero en el
orden episcopal.
II
NOTAS SOBRE EL PROCESO SINODAL
Para cumplir su misión, el Sínodo de los Obispos trabaja según una metodología basada en la
colegialidad, concepto que caracteriza cada fase del proceso sinodal desde los primeros pasos
de la preparación hasta las conclusiones alcanzadas en cada asamblea sinodal. En pocas
palabras, el método de trabajo alterna análisis y síntesis, las consultas de las partes involucradas
y las decisiones de las autoridades competentes, según una dinámica de retroalimentación que
permite la continua verificación de los resultados y la realización de nuevas propuestas. Cada
fase de este proceso se desarrolla en un clima de comunión colegial.
Aún en la fase de preparación, la tarea de la Asamblea sinodal es fruto de la colegialidad. El
primer paso oficial en dicho proceso es la consulta a las Iglesias Orientales sui iuris,
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circulación. Los delegados episcopales y los otros miembros leen el documento para conocer
los contenidos que luego serán discutidos durante la asamblea sinodal.
Gracias al trabajo preparatorio de las Iglesias locales, basados en los ya mencionados
documentos, es decir, los Lineamenta y el Instrumentum laboris, los obispos pueden presentar a
la asamblea sinodal las experiencias y las aspiraciones de cada comunidad, así como también
los frutos de las discusiones de las Conferencias Episcopales.
Tres fases caracterizan las sesiones de trabajo del Sínodo:
a. Durante la primera fase cada miembro presenta la situación en su Iglesia particular. Esto
promueve un intercambio de fe y de experiencias culturales sobre el tema sinodal y contribuye a
ofrecer una visión inicial de la situación de la Iglesia que, sin embargo, debe ser desarrollada y
profundizada ulteriormente.
b. A la luz de estas presentaciones, el Relator del Sínodo formula una serie de puntos para ser
discutidos en la segunda fase, durante la cual todos los Padres sinodales se dividen en pequeños
grupos llamados círculos menores, en base a la lengua hablada. Los informes de cada uno de
estos grupos son leídos en la sesión plenaria. En este momento, los Padres sinodales tienen la
posibilidad de hacer preguntas para aclarar los argumentos y de hacer comentarios.
c. En la tercera fase, el trabajo prosigue en círculos menores con la formulación de sugerencias
y observaciones de una manera más precisa y definida, de modo que en los días conclusivos de
la asamblea se puedan someter a votación propuestas concretas. El trabajo inicial de los Padres
sinodales en los círculos menores consiste en formular varias propuestas sobre la base del
debate en la sala sinodal y de los informes de los círculos menores. En dichos círculos, los
Padres sinodales pueden votar una propuesta con un “placet” (sí) o un “non placet” (no). Luego
las propuestas de los círculos menores son recogidas por el Relator General y el Secretario
Especial y reunidas en un Lista unificada de las propuestas que es presentada por el Relator
General en la sesión plenaria. Los círculos menores luego se reúnen nuevamente para discutir
las propuestas. En este momento los Padres sinodales pueden someter a la atención del grupo
las enmiendas individuales que serán utilizadas en la composición colectiva de las enmiendas a
votar con las propuestas que se esperan de cada grupo. El Relator General y el Secretario
Especial examinan estas enmiendas colectivas que pueden o no incorporar a la Lista final de las
propuestas sobre la base de sus decisiones que, en caso de rechazo, debe ser justificada en un
documento llamado Expensio modorum. La Lista final de las propuestas es presentada entonces
en la sesión plenaria, en forma de folleto, y se convierte a su vez en la papeleta con la que cada
Padre sinodal puede votar a favor o en contra de la propuesta.
Al término de la Asamblea del Sínodo, el Secretario General supervisa el archivo del material y
la redacción del informe sobre el trabajo sinodal para someterlos al Santo Padre. No existe una
norma establecida acerca del documento final resultante de la Asamblea sinodal. Al final de las
tres primeras asambleas sinodales (Asambleas Generales Ordinarias de 1967 y 1971, y
Asamblea General Extraordinaria de 1969) las conclusiones fueron presentadas al Papa junto a
unas recomendaciones en respuesta a los problemas planteados. Después de la Asamblea
General Ordinaria de 1974, el mismo Santo Padre, considerando las propuestas sinodales y los
informes finales, escribió la Exhortación Apostólica “Evangelii nuntiandi”. El mismo proceso
fue utilizado en las otras Asambleas Sinodales Generales Ordinarias (1977, 1980, 1983, 1987,
1990, 1994, 2001, 2005), a las cuales siguieron las respectivas Exhortaciones Apostólicas:
Catechesi tradendae, Familiaris consortio, Reconciliatio et paenitentia, Christifideles laici,
Pastores dabo vobis, Vita consecrata, Pastores gregis y Sacramentum caritatis.
Después de la Asamblea Especial para África (1994), el Santo Padre promulgó la Exhortación
Apostolica Post-Sinodal Ecclesia in Africa, que produjo buenos resultados ya que promovió la
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III
SUMARIO DE LAS ASAMBLEAS SINODALES
1. I Asamblea General Ordinaria
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El Papa Pablo VI estableció los objetivos de esta primera Asamblea General: “...la preservación
y el fortalecimiento de la fe católica, su integridad, su fuerza, su desarrollo, su coherencia
doctrinal e histórica”. Uno de los resultados del encuentro fue la recomendación hecha por los
obispos, en vistas de la difusión del ateísmo, la crisis de la fe y las opiniones teológicas
erróneas, de crear una Comisión Teológica Internacional, que ayudase a la Congregación para la
Doctrina de la Fe, así como para ampliar un debate sobre los enfoques de la investigación
teológica. Más tarde, en 1969, el Papa Pablo VI estableció la Comisión Teológica
Internacional.El Sínodo pidió también una revisión del Código de Derecho Canónico de 1917,
con la intención de hacerlo más pastoral y actual en su tono y énfasis. La labor fue iniciada
posteriormente por Pablo VI y terminada bajo el pontificado de Juan Pablo II, con la
promulgación en 1983 del Código de Derecho Canónico revisado.
Se ha discutido sobre la importante función de las Conferencias Episcopales en la renovación de
los seminarios y en la formación sacerdotal. Determinados procedimientos relacionados a los
matrimonios mixtos, recomendados por la Asamblea, fueron aprobados por el Papa en 1970; así
mismo se trataron diferentes aspectos de la reforma litúrgica, muchos de las cuales fueron
implementados cuando se aprobaron las nuevas disposiciones sobre la Misa, que entraron en
vigor en 1969.
Esta Asamblea General convocada de manera extraordinaria tuvo como objetivo buscar y
examinar las modalidades y procedimientos para poner en práctica la colegialidad de los
Obispos con el Papa, tema que gozaba de gran atención en la declaraciones sobre la Iglesia
formuladas en el Concilio Vaticano II. Este encuentro abrió la puerta a una mayor participación
de los Obispos con el Papa y de cada uno de ellos en el cuidado pastoral de la Iglesia universal.
El énfasis principal de estas sesiones recayó sobre dos puntos básicos: 1. la colegialidad de los
Obispos con el Papa; 2. la relación de las Conferencias Episcopales con el Papa y con cada uno
de los Obispos. Posteriormente se remitieron diversas recomendaciones al Papa, tres de las
cuales recibieron una atención inmediata: 1. que el Sínodo se celebrase a intervalos regulares,
cada dos años (para luego cambiar a “cada tres años”); 2, que la Secretaría General ejerciera una
labor organizativa y funcional entre las Asambleas Sinodales; 3. que los Obispos pudiesen
sugerir temas para las futuras Asambleas.
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con objeto de que sugirieran temas para la asamblea siguiente. Esta consulta comienza ahora
en los últimos días de una Asamblea Sinodal. Desde entonces el Consejo de la Secretaría
General, elegido en cada Sínodo para la preparación de la asamblea siguiente, ha llegado a
ser una característica permanente de la Secretaría General.
Los Padres sinodales, en esta ocasión, elogiaron a los sacerdotes en todo el mundo por su
dedicación en el ministerio de la Palabra y del Sacramento, como así también en la obra
pastoral en el apostolado. Al mismo tiempo, se prestó atención a las numerosas dificultades que
los sacerdotes encontraban en su ministerio.
Los Padres sinodales, además, trataron el tema de la justicia subrayando la necesidad de
relacionar el Evangelio con las circunstancias mundiales y locales. En respuesta a ello, los
Padres sinodales trazaron un programa de ocho puntos para la acción a nivel internacional y
recomendaron que la Iglesia, a nivel local, impulsase la educación y la colaboración ecuménica
en el campo de la justicia.
El debate de los Padres sinodales, que prestó una especial atención a la catequesis de los niños y
de los jóvenes, dio como resultado una serie de treinta y cuatro propuestas o “proposiciones” y
más de novecientas sugerencias relativas al tema en cuestión. En dichas recomendaciones
fueron tratadas seis áreas generales: la importancia de la renovación catequística, la naturaleza
de la verdadera catequesis, las personas involucradas en la catequesis, la necesidad continua de
una catequesis para todos los cristianos, los medios o canales de la catequesis y los aspectos
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El “Sínodo particular para los Países Bajos”, como era llamado, o “Sínodo Holandés”, como era
popularmente conocido, es - según el nuevo Código de Derecho Canónico (cf. Can. 345),
promulgado en 1983 - la primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos. Este encuentro
sinodal, celebrado en Roma, trató el tema del concepto acuñado en el Concilio Vaticano II del
misterio de la comunión de la Iglesia y sus implicaciones prácticas, tanto en ámbito local como
universal, concentrándose en la figura del Obispo como Maestro de Fe y Pastor de las almas, en
su diócesis y en la Conferencia Episcopal. En su conclusión la asamblea adoptó resoluciones
relativas al sacerdocio ministerial, la vida religiosa, la participación de los laicos en la misión de
la Iglesia y las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Un Consejo sinodal, especialmente
constituido al final de este Sínodo extraordinario, se reúne periódicamente con la Secretaría
General para continuar la evaluación de la situación pastoral y para promover la aplicación de
las resoluciones sinodales. Si bien técnicamente este Sínodo sigue vigente, no se ha vuelto a
reunir desde el 10-11 de noviembre de 1995.
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La Asamblea sinodal y el tema coincidieron con el Año Santo “extraordinario” proclamado por
el Santo Padre para conmemorar el 1950º aniversario de la Redención del mundo mediante la
muerte de Cristo. Durante la Asamblea los Padres sinodales trataron los argumentos inherentes
al tema, poniendo de relieve la necesidad de aplicar los frutos de la Redención de Cristo a la
vida de cada persona y, por lo tanto, de la sociedad. En un documento publicado por la
Asamblea, los Padres sinodales invitaron al mundo a la “reconciliación” y proclamaron “la
Iglesia como sacramento de reconciliación y signo de la misericordia de Dios hacia el pecador”.
El trabajo desarrollado por los Padres sinodales durante este Sínodo sirvió como base para la
Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentia del 2 de diciembre 1984, que
por primera vez fue llamado documento “post-sinodal”.
Convocado en forma extraordinaria por el Papa Juan Pablo II, la Asamblea sinodal conmemoró
el aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y evaluó el estado de renovación de la
Iglesia. Según su estatuto, este Sínodo reunió a todos los Presidentes de más de cien de las
Conferencias Episcopales del mundo entero y a otras personas.
Las discusiones se centraron en los documentos del Concilio Vaticano II y en su aplicación por
parte de la Iglesia en todo el mundo. En esta Asamblea los Padres sinodales redactaron un
Informe final (Relatio finalis), difundido en la sesión de clausura junto al Nuntius o Mensaje al
Pueblo de Dios. En respuesta a la propuesta de los Padres sinodales en esta Asamblea, el Santo
Padre autorizó la compilación y publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, difundido en
1992. Al mismo tiempo, en relación a las Conferencias Episcopales, la asamblea expresó la
conveniencia de realizar “un estudio de su estatuto teológico y sobre todo de explicar más clara
y profundamente su autoridad doctrinal, teniendo en cuenta lo que hay en el Concilio en el
decreto Christus Dominus y en el Código de Derecho Canónico, can. 447 y 753 (Relación
Final, II, C, 8, b)”. Esta sugerencia se concretó con la Carta Apostólica Motu proprio del Papa
Juan Pablo II sobre la naturaleza teológica y jurídica de las Conferencias Episcopales (21 de
mayo de 1998), 7.
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opiniones en los círculos menores y, por primera vez, una mujer y un hombre laicos fueron
designados como Secretarios Especiales Adjuntos. Las informaciones resultantes del Sínodo, en
particular las cincuenta y cuatro propuestas de la Asamblea General, fueron utilizadas para la
formulación de la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles laici del 30 de diciembre
de 1988.
El 25 de octubre de 1990, durante la Vigésimo octava Congregación, Su Excelencia, Mons.
Emilio Eid, Obispo aux. de Sarepta de los Maronitas y Vicepresidente de la Comisión para la
Revisión del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, hizo la presentación del nuevo
Código y, asimismo, distribuyó una copia tanto a los Padres sinodales como a los otros
participantes.
Teniendo en cuenta el trabajo de la Segunda Asamblea General Ordinaria del Sínodo dos
Obispos (1971) que trató desde el punto de vista teológico el sacerdocio y sus implicaciones en
el ministerio sacerdotal, este Sínodo adquirió un tono más pastoral, centrado en la formación
sacerdotal y en la “persona” del sacerdote mismo, diocesano y religioso, antes y después de la
ordenación. En las sesiones fue notable el acuerdo general entre los Padres sinodales, tanto en la
discusión como en el tratamiento del tema. Al término del Sínodo, los Padres sinodales
presentaron al Santo Padre cuarenta y una propuestas que, junto a otras informaciones
resultantes del proceso sinodal, sirvieron para la preparación de la Exhortación Apostólica Post-
Sinodal Pastores dabo vobis del 25 de marzo de 1992.
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Iglesias Orientales sui iuris, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales en todo el mundo
y a otros organismos interesados. Desde ese momento, el Consejo Especial se ha reunido
periódicamente para evaluar la situación del Líbano.
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Tema: “Jesucristo el Salvador y su misión de amor y de servicio en Asia: ‘Yo he venido para
que tengan vida y la tengan en abundancia’ (Jn. 10, 10)”
La Asamblea Especial para Oceanía ha sido la tercera asamblea sinodal continental o regional
de la relación anunciada por el Santo Padre con la carta apostólica Tertio millennio adveniente,
como parte de la preparación al Gran Jubileo del Año 2000. El 7 de junio de 1996, el Santo
Padre nombró el Consejo pre-sinodal constituido principalmente por los Obispos de Oceanía.
En una serie de encuentros que tuvieron lugar en Roma y Wellington, (Nueva Zelanda), el
Consejo ofreció su asistencia en la redacción de los Lineamenta, estableció criterios para la
participación y colaboró en la redacción del Instrumentum laboris.
Una característica peculiar de esta Asamblea Sinodal fue que todos los Obispos de la región
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participaban como miembros ex officio. Para reducir las dificultades del viaje y limitar la
ausencia de los Obispos de sus Iglesias locales, se tomaron las medidas necesarias para que las
visitas ad limina se hicieran en concomitancia con la Asamblea Especial. A pesar de las grandes
diferencias entre las varias situaciones pastorales de la región, durante los trabajos sinodales se
observaron muchas preocupaciones comunes como la inculturación del Evangelio, la nueva
atención hacia la catequesis y la formación, la revitalización de la fe de los creyentes, la
atención pastoral de la juventud, emigrantes y nativos, etc., todo ello convergente hacia la
persona de Cristo, el camino, la verdad y la vida.
El 11 de diciembre de 1998 se estableció un Consejo post-sinodal, con tres miembros de
nómina pontificia. El Consejo tuvo varios encuentros donde se discutieron los resultados de la
Asamblea Especial y se ofreció asistencia en la redacción, por parte del Santo Padre, de la
Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Oceanía. Dicho documento fue promulgado el
22 de noviembre de 2001, en una importante e histórica ceremonia en el Vaticano, durante la
cual el documento fue simultáneamente transmitido a través de internet a todas las diócesis de
la región. Ecclesia in Oceanía es el primer documento papal promulgado a través de internet en
la era del ordenador.
En el año 2003 el Consejo Post-sinodal se reunió para iniciar el proceso de examen del impacto
y aplicación de la Ecclesia in Oceanía en la región, que ha elaborado un informe ya enviado a
los Obispos de Oceanía y compartido con la Iglesia universal en el 2006. En la reunión de
febrero del 2000, los miembros del Consejo tomaron la decisión de realizar su próximo
encuentro en Australia, en concomitancia con la Asamblea Plenaria de la Federación de las
Conferencias Episcopales de Oceanía, que se realizará en mayo del 2010.
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Unión de los Superiores Generales y a otros organismos competentes. Durante una asamblea
sucesiva, el Consejo analizó las respuestas a las preguntas de los Lineamenta y, nuevamente con
la ayuda de los expertos, redactó el Instrumentum Laboris, que fue publicado el 7de julio de
2005.
Después de esta elección, el Papa Benedicto XVI confirmó las fechas de la asamblea sinodal y,
al mismo tiempo, aprobó las siguientes innovaciones de las actividades sinodales: la reducción
de la duración de la asamblea sinodal a tres semanas; una hora para la discusión libre; la
duración de las intervenciones después de la conclusión de las sesiones plenarias de la tarde; el
voto electrónico de los miembros - además de la acostumbrada votación por escrito - en las
Propuestas o recomendaciones sinodales y la publicación pro hoc vice de la traducción italiana
de las Propuestas.
Una sesión especial se llevó a cabo para conmemorar el 40 aniversario de la institución del
Sínodo de los Obispos, durante la cual varios Padres sinodales hablaron sobre los aspectos
teológicos, jurídicos e históricos del Sínodo. Posteriormente estas presentaciones, junto al
material de referencia de las asambleas sinodales, fue publicado en el libro que lleva por título:
Il Sínodo de los Obispos: 40 Años de Historia, editado por la Universidad Lateranense.
La documentación oficial producido por la asamblea sinodal incluyó el Mensaje al Pueblo de
Dios (Nuntius), elaborado durante la asamblea y aprobado por los Padres sinodales, así como la
Exhortación Apostólica Post-Sinodal Sacramentum Caritatis del Santo Padre del 22 de febrero
2007.
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dialogar con los Padres sinodales y con los participantes. Igualmente, a la Asamblea sinodal
asistió por primera vez Su Eminencia Bartolomé I, Patriarca ecuménico de Constantinopla,
quien se dirigió a los participantes sinodales durante la celebración de la Vísperas en la Capilla
Sixtina.
Del mismo modo, durante la Duodécima Asamblea General Ordinaria, las 55 Proposiciones
elaboradas colegialmente por los Padres sinodales, fueron anunciadas al público pro hoc vice en
una traducción italiana. Durante la sesión conclusiva del Sínodo, los miembros anunciaron
también el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius). El XII Consejo Ordinario tuvo por
consiguiente varios encuentros para analizar los resultados de la reunión sinodal y redactar el
borrador de sus contribuciones para someterlas al Santo Padre en vista de su redacción de la
Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini, promulgada el 30 de septiembre de 2010.
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planifica la agenda para el Sínodo y que fue presentado personalmente por el Santo Padre
durante su Visita Apostólica a Chipre del 4 al 7 de junio de 2010 a los miembros del Consejo
pre-sinodal, quienes representaban a todo el episcopado de Oriente Medio.
Además de los Padres sinodales, un número significativo de expertos, auditores, delegados
fraternos e invitados - todos vinculados de alguna forma con la Iglesia en Oriente Medio -
tomaron parte en la asamblea sinodal, incluyendo un rabino y dos representantes musulmanes,
los cuales se dirigieron a la asamblea.
La Asamblea Especial para Oriente Medio tuvo como resultado 44 Propositiones, que se dieron
a conocer al público pro hoc vice en una traducción italiana. En la conclusión del Sínodo, los
miembros también publicaron un Mensaje para el Pueblo de Dios (Nuntius). El Consejo
Especial, formado durante la Asamblea sinodal, se reunió posteriormente en varias ocasiones
para analizar la documentación del proceso sinodal, y redactó su contribución para someterla al
Santo Padre para su redacción de la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Medio
Oriente, que fue firmada y presentada a la Iglesia en Oriente Medio durante la visita Apostólica
del Santo Padre a Líbano, del 14 al 16 de septiembre de 2012.
[Texto realizado por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos - Original en inglés -
Traducción de trabajo no oficial de la Oficina de Prensa de la Santa Sede]
El Sínodo de los Obispos quedó instituido, por iniciativa del Papa Pablo VI, con el "motu
proprio" Apostolica sollicitudo (15 Septiembre 1965). Las disposiciones de esta carta apostólica
se encuentran en los cc. 342-348 del Código de Derecho Canónico y en el c. 46 del Código de
los Cánones de las Iglesias Orientales.
Canon 342 - El Sínodo de los Obispos es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas
regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha
entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y
mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y
estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo.
Canon 343 - Corresponde al Sínodo de los Obispos debatir las cuestiones que han de ser
tratadas, y manifestar su parecer, pero no dirimir esas cuestiones ni dar decretos acerca de ellas,
a no ser que en casos determinados le haya sido otorgada potestad deliberativa por el Romano
Pontífice, a quien compete en este caso ratificar las decisiones del Sínodo.
Canon 344 - El Sínodo de los Obispos está sometido directamente a la autoridad del Romano
Pontífice, a quien corresponde:
1º convocar el Sínodo, cuantas veces le parezca oportuno, y determinar el lugar en el que deben
celebrarse las reuniones;
2º ratificar la elección de aquellos miembros que han de ser elegidos según la norma del
derecho peculiar, y designar y nombrar a los demás miembros;
3º determinar con la antelación oportuna a la celebración del Sínodo, según el derecho peculiar,
los temas que deben tratarse en él;
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Canon 345 - El Sínodo de los Obispos puede reunirse, sea en asamblea general, en la que se
traten cuestiones que miran directamente al bien de la Iglesia universal, pudiendo ser esta
asamblea tanto ordinaria como extraordinaria, sea en asamblea especial, para problemas que
conciernen directamente a una o varias regiones determinadas.
Canon 446 - § 1. Integran el Sínodo de los Obispos, cuando se reúne en asamblea general
ordinaria, miembros que son, en su mayor parte, Obispos, unos elegidos para cada asamblea por
las Conferencias Episcopales, según el modo determinado por el derecho peculiar del Sínodo;
otros son designados por el mismo derecho; otros, nombrados directamente por el Romano
Pontífice; a ellos se añaden algunos miembros de institutos religiosos clericales elegidos
conforme a la norma del mismo derecho peculiar.
§ 2. Integran el Sínodo de los Obispos reunido en asamblea general extraordinaria, para tratar
cuestiones que exigen una resolución rápida, miembros que son, en su mayoría, Obispos
designados por el derecho peculiar del Sínodo en razón del oficio que desempeñan; otros,
nombrados directamente por el Romano Pontífice; a ellos se añaden algunos miembros de
institutos religiosos clericales, igualmente elegidos a tenor del mismo derecho peculiar.
§ 3. Integran el Sínodo de los Obispos reunido en asamblea especial miembros seleccionados
principalmente de aquellas regiones para las que ha sido convocado, según la norma del
derecho peculiar por el que se rige el Sínodo.
Canon 347 - § 1. Cuando el Romano Pontífice clausura la asamblea del Sínodo de los Obispos,
cesa la función que en la misma se había confiado a los Obispos y demás miembros.
§ 2. La asamblea del Sínodo queda suspendida ipso iure cuando, una vez convocada o durante
su celebración, se produce la vacante de la Sede Apostólica; y asimismo se suspende la función
confiada a los miembros en ella hasta que el nuevo Pontífice declare disuelta la asamblea o
decrete su continuación.
Canon 348 - § 1. El Sínodo de los Obispos tiene una Secretaría general permanente, que preside
un Secretario general, nombrado por el Romano Pontífice, a quien asiste el Consejo de la
secretaría, que consta de Obispos, algunos de los cuales son elegidos por el mismo Sínodo
según la norma de su derecho peculiar, y otros son nombrados por el Romano Pontífice, cuya
función termina al comenzar una nueva asamblea general.
§ 2. Para cualquier tipo de asamblea del Sínodo de los Obispos se nombran además uno o varios
secretarios especiales, designados por el Romano Pontífice, que únicamente permanecen en
dicho oficio hasta la conclusión de la asamblea del Sínodo.
Canon 46.- § 1. En el ejercicio de su función, el Romano Pontífice es asistido por los Obispos,
quienes pueden colaborar con él de varias maneras, entre las cuales está el Sínodo de los
Obispos; también le ofrecen su ayuda los Padres Cardenales, la Curia Romana, los Legados
pontificios, así como otras personas e instituciones según la necesidad de los tiempos; todas
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estas personas e instituciones ejercen su misión en nombre y con la autoridad del encargo a
ellos encomendado, para el bien de las Iglesias, según las normas establecidas por el Romano
Pontífice.
§ 2. La participación, en el Sínodo de los Obispos, de los Patriarcas y de todas las demás
Jerarquías, que presiden las Iglesias sui iuris, viene regulada por normas especiales dadas por el
mismo Romano Pontífice.
La Apostolica solicitudo con la que, después de haber observado atentamente los signos de los
tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de
nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad, nos induce a consolidar con vínculos
más íntimos Nuestra unión con los Obispos, "a quienes puso el Espíritu Santo (...) para gobernar
la Iglesia de Dios" (Hech 20, 28). Nos mueve a ello no sólo la reverencia, la estima y el
agradecimiento, que sentimos como un deber hacia todos nuestros Venerables Hermanos en el
Episcopado, sino también la gravísima carga de Pastor universal que se nos ha impuesto, por la
cual estamos obligados a conducir hacia los pastos eternos al Pueblo de Dios. En esta nuestra
época, agitada ciertamente y llena de tantos peligros, pero también abierta de manera patente a
los influjos saludables de la gracia divina, la experiencia diaria nos enseña hasta qué punto es
útil para nuestro oficio apostólico dicha unión con los Obispos, razón por la cual tenemos sumo
interés en fomentarla y aumentarla por todos los medios posibles, "para que -como dijimos en
otra ocasión- no nos falte el consuelo de su presencia, la ayuda de su prudencia y experiencia, el
apoyo de sus consejos y la aprobación de su autoridad" (Discurso a los Padres Conciliares en la
III Sesión: AAS 56 [1964] 1011).
Era conveniente, pues, sobretodo durante la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II,
afianzar en Nuestro ánimo la persuasión de la necesidad e importancia de hacer cada vez mayor
uso de la colaboración de los Obispos, para bien de la Iglesia universal. Más aún, también el
Concilio Ecuménico nos brindó la ocasión de concebir la idea de constituir establemente un
consejo especial de Obispos, con el fin de que, aún después de terminado el Concilio, continúe
llegando al pueblo cristiano aquella abundancia de beneficios que felizmente se ha obtenido,
durante el tiempo del Concilio, como fruto de Nuestra íntima unión con los Obispos.
Así, pues, estando ya el Concilio Ecuménico Vaticano II encaminado hacia su fin, pensamos
que ha llegado el tiempo oportuno para llevar a la práctica el proyecto concebido desde hace
tiempo. Y lo hacemos con tanta mayor satisfacción, cuanto que sabemos que los Obispos del
orbe católico apoyan abiertamente esta decisión Nuestra, como consta por los deseos de muchos
Pastores sobre esta materia, manifestados durante el Concilio.
Por lo tanto, después de haber considerado bien todas las cosas, por Nuestra estima y reverencia
hacia todos los Obispos católicos y con el fin de darles la posibilidad de participar más abierta y
eficazmente en Nuestra solicitud por la Iglesia universal, 'motu proprio' y en virtud de Nuestra
autoridad apostólica, erigimos y constituimos en esta ciudad de Roma un consejo estable de
Obispos para la Iglesia universal, sujeto directa e inmediatamente a Nuestra autoridad, al que
designamos con el nombre propio de Sínodo de los Obispos.
Este Sínodo, que como todas las instituciones humanas, se podrá ir perfeccionando con el pasar
del tiempo, se rige por las normas generales que se enumeran a continuación:
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El Sínodo de los Obispos, por medio del cual los Obispos elegidos de las diversas partes del
mundo prestan una ayuda más eficaz al Pastor Supremo de la Iglesia, se constituye de tal forma
que sea: a) un instituto eclesiástico central; b) que represente a todo el episcopado católico; c)
perpetuo por su naturaleza, y d) en cuanto a la estructura, desempeñe su función en tiempo
determinado y según la ocasión.
II
III
El Sínodo de los Obispos está sujeto directa e inmediatamente a la autoridad del Romano
Pontífice, a quien corresponde además:
1. convocar el Sínodo siempre que lo crea conveniente, designando incluso el lugar donde
deberán celebrarse las reuniones;
2. ratificar la elección de los miembros, de la que se habla en los números V y VIII;
3. determinar las cuestiones de que deberá tratarse, por lo menos seis meses antes, si es posible,
de que se celebre el Sínodo;
4. determinar que se envíe la materia, que debe ser tratada, a aquellos que deberán asistir al
debate de tales cuestiones;
5. presidir el Sínodo por sí mismo o por medio de otros.
IV
El Sínodo de los Obispos reunidos en Asamblea General comprende en primer lugar y de suyo:
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VI
VII
El Sínodo de los Obispos reunido en Asamblea Especial comprende los Patriarcas, Arzobispos
Mayores y Metropolitanos fuera de los Patriarcados de las Iglesias Católicas de rito oriental, así
como también los representantes tanto de las Conferencias Episcopales de una o varias
naciones, como de los Institutos Religiosos, como se ha dispuesto en los números V y VIII, que
pertenezcan a aquellas regiones para las que se ha convocado el Sínodo de los Obispos.
VIII
Los Obispos representantes de cada una de las Conferencias nacionales se eligen de esta
manera:
a) uno por cada Conferencia Episcopal Nacional que conste de no más de 25 miembros;
b) dos por cada Conferencia Episcopal Nacional que conste de no más de 50 miembros;
c) tres por cada Conferencia Episcopal Nacional que conste de no más de 100 miembros;
d) cuatro por cada Conferencia Episcopal Nacional que conste de más de 100 miembros.
Las Conferencias Episcopales de varias naciones eligen a sus representantes según las mismas
normas.
IX
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El Sumo Pontífice aumentará, si lo cree conveniente, el número de los miembros del Sínodo de
los Obispos, añadiendo Obispos, Religiosos representantes de los Institutos Religiosos, o
eclesiásticos peritos, hasta la proporción del 15 por ciento del número total de miembros de que
se hace mención en los números V y VIII.
XI
XII
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de septiembre de 1965, tercer año de Nuestro
pontificado.
Paulus PP. VI
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1. En vuestra última reunión del Consejo de la Secretaría General del Sínodo de Obispos, en la
que esbozasteis las líneas del Instrumentum laboris, propusisteis que tuviera lugar una sesión
especial dedicada de modo particular a las cuestiones internas de esta institución eclesial, joven,
pero ya bien experimentada. Aceptasteis así una labor suplementaria a vuestro trabajo ordinario.
De corazón os lo agradezco a vosotros y también a los oficiales de la Secretaría y a los peritos
cuyo diligente estudio ha constituido una amplia base para vuestra deliberación acerca de la
finalidad y el funcionamiento del Sínodo de los Obispos.
Esta reunión vuestra ha sido como el intervalo que deja pasar el operario después de haber
cumplido parte del trabajo, deteniéndose un poco para reflexionar de nuevo sobre las
motivaciones y para disponerse a seguir decididamente la tarea emprendida. El Sínodo de los
Obispos nació en el terreno fecundo del Concilio Vaticano II, pudo ver la luz gracias al ingenio
y sensibilidad de mi predecesor Pablo VI y empezó a dar sus frutos desde la primera Asamblea
ordinaria de 1967, que tuvo lugar en esta misma sala donde ahora nos encontramos. Desde
entonces, el Sínodo de los Obispos se ha ido reuniendo en fechas determinadas, aunque ha
experimentado también otro tipo de Asambleas; así ha contribuido de manera muy notable a
aplicar las enseñanzas y orientaciones, tanto doctrinales como pastorales, del Concilio Vaticano
II en la vida de la Iglesia universal. El modo como el Sínodo entiende y explica el Concilio, se
ha convertido casi en el modo de interpretar, aplicar y desarrollar el mismo Concilio.
En efecto, considerando la riqueza de tantos frutos ya producidos y las posibilidades mismas de
la todavía joven institución del Sínodo, es justo ante todo dar gracias a Dios, que inspiró su
institución y dirigió sus trabajos. Igualmente es justo, después de estos años, detenerse a
reflexionar basándose en la experiencia ya adquirida.
2. El Sínodo de los Obispos ha prestado ya grandes servicios al Concilio Vaticano II y podrá
prestar otros en la aplicación y desarrollo de las normas y orientaciones conciliares. La
experiencia del período postconciliar muestra muy bien cómo la obra del Sínodo ha sido una
expresión del ritmo de la vida pastoral en toda la Iglesia.
A las Asambleas sinodales asisten representantes de los Pastores como delegados de cada una
de las Iglesias locales de todos los continentes. Ya durante la fase preparatoria se consulta a las
Iglesias locales y su experiencia de la vida de fe es llevada después por los obispos a la
Asamblea. En ella se intercambian informaciones, sugerencias y propuestas; y a la luz del
Evangelio y de la doctrina de la Iglesia se delinean orientaciones comúnes que, aprobadas luego
por el Sucesor de San Pedro, repercuten en beneficio de las mismas Iglesias locales, de manera
que toda la Iglesia pueda mantener la comunión en la pluralidad de culturas y situaciones. De
esta manera también el Sínodo de los Obispos confirma magníficamente la naturaleza y realidad
de la Iglesia, en la cual el Colegio Episcopal, "en cuanto compuesto de muchos, expresa la
variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo una sola Cabeza, la
unidad de la grey de Cristo" (Lumen gentium, 22).
Sin duda, el Sínodo es instrumento de la colegialidad e igualmente elemento válido de
comunión, aunque de forma diversa a un Concilio Ecuménico. Se trata, con todo, siempre de un
instrumento eficiente, ágil, oportuno y adecuado para el ministerio de todas las Iglesias locales y
de su recíproca comunión. Esta finalidad, que pertenece de por sí al Sínodo en cuanto
permanentemente constituido como "peculiar consejo de los Pastores sagrados", ya estaba
presente desde su institución -tal como lo anunció Pablo VI en la Carta Apostólica Apostolica
sollicitudo- "de manera que después del Concilio continuara afluyendo al pueblo cristiano esa
abundancia de beneficios, que durante el Concilio se recibió felizmente mediante aquella
estrecha unión nuestra con los obispos".
Que el Sínodo pueda producir beneficios todavía mayores, depende de la aplicación concreta
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que se dé a las conclusiones sinodales bajo la guía de los Pastores y de las Conferencias
Episcopales en cada una de las Iglesias locales. Esta tarea postsinodal, por tanto, exige la
máxima atención y un cuidado peculiar.
3. Por lo demás, toda la fuerza dinámica del Sínodo de los Obispos -como vosotros habéis
puesto de relieve- se funda en la recta comprensión y en el ejercicio de la colegialidad de los
obispos.
En efecto, el Sínodo es una expresión especialmente fructuosa e instrumento eficacísimo de la
colegialidad episcopal, es decir, del particular servicio o responsabilidad de los obispos en torno
al Obispo de la Iglesia Romana.
Ciertamente el Sínodo es una forma de expresar la colegialidad de los obispos. Todos los
obispos de la Iglesia con el Obispo de Roma a la cabeza, el Sucesor de Pedro, que es "principio
y fundamento perpetuo y visible de unidad" (Lumen gentium, 23) del Episcopado, constituyen
el Colegio que sucede al Colegio Apostólico, del que Pedro era la cabeza. La solidaridad que les
une y la solicitud por la Iglesia universal se manifiestan en grado supremo cuando todos los
obispos "cum Petro et sub Petro" se congregan en Concilio Ecuménico. Hay, evidentemente,
una diferencia real y específica entre Concilio y Sínodo; con todo, el Sínodo expresa la
colegialidad de modo ciertamente intenso, si bien diversamente de como lo hace el Concilio
Ecuménico.
Esta colegialidad se muestra principalmente en el modo colegial con que los Pastores de las
Iglesias locales expresan sus juicios. Cuando los obispos -especialmente tras una adecuada
preparación comunitaria en las propias Iglesias y colegial en sus Conferencias Episcopales
(conscientes de sus obligaciones respecto a las propias comunidades y también de su solicitud
por toda la Iglesia)- dan testimonio común de la fe y de la vida de fe, su parecer -si es
moralmente unánime- comporta un peso eclesial peculiar que supera el aspecto simplemente
formal del voto consultivo.
La vitalidad de un Sínodo depende, por cierto, de la diligencia con que se hace la preparación
en la comunidades eclesiales y en las Conferencias Episcopales; cuanto mejor funciona en
concreto la colegialidad entre los obispos -que expresa la comunión entre las Iglesias
particulares-, tanto mayor será la contribución que los obispos aportarán a la Asamblea Sinodal.
El ejercicio de la colegialidad de los Pastores en el Sínodo produce un mutuo intercambio, que
sirve a la comunión misma, tanto de los Pastores entre sí, como de los fieles, y en definitiva
resulta provechoso a la unidad siempre más profunda y orgánica de la Iglesia. El Sínodo, por
tanto, está al servicio de la comunión eclesial, que no es otra que la misma unidad de la Iglesia
en su dimensión dinámica.
En el misterio de la Iglesia todos los elementos tienen su propio lugar y función. Así, la función
del Pontífice Romano lo inserta profundamente en el Colegio de los obispos como corazón y
quicio de la comunión episcopal; su primado, que es a la vez un ministerio para el bien de toda
la Iglesia, lo coloca en relaciones de unión y colaboración más intensas. El mismo Sínodo pone
más en relieve el nexo íntimo entre colegialidad y primado: la tarea del Sucesor de Pedro, en
efecto, es un servicio a la colegialidad de los obispos y, a su vez, la colegialidad efectiva y
afectiva de los obispos constituye una ayuda muy importante al ministerio primacial petrino.
4. Al igual que cualquier institución humana, también el Sínodo de los Obispos crece y podrá
crecer y desarrollar más sus potencialidades, tal como por otra parte ya previó mi antecesor en
la carta Apostolica sollicitudo. Algunas formas sinodales -aunque ya están previstas- todavía no
han sido llevadas a cabo de manera adecuada y suficiente. Vosotros mismos habéis examinado
varias posibilidades de procedimiento y de método y habéis formulado varias propuestas hechas
a lo largo de la existencia de esta institución. Por mi parte, podéis estar seguros de la gran
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estima que tengo por la función del Sínodo de los Obispos en la Iglesia, así como de la plena
confianza que pongo en su actividad al servicio de la Iglesia universal.
En este sentido renuevo el aprecio y el agradecimiento por vuestros trabajos, sobre los que
invoco la bendición de Dios omnipotente y la protección de María, Madre de la Iglesia.
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