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Revista Mosaico de Terapia Familiar
España 2016
Resumen
La creencia del hombre de que es libre y si cree que no lo es, lucha por serlo,
epistemológicamente es una ilusión. Siempre somos presos de sistemas: modelos
mentales, contextos familiares o sociales, el mundo emocional y por último la biología
son cuatro componentes que se interceptan y sinergizan. Sin embargo afirmamos que
somos librepensadores, o sostenemos que nos movemos en libertad en nuestro
sistema social, cuando en realidad estamos pautados no solamente por las explícitas
normas de convivencia sino por las reglas tácitas inherentes a los sistemas
naturalmente.
Esta limitación que se nos impone por estos sistemas, lleva a que casi siempre
nuestra mente opere disociadamente, es decir, vemos y construimos hipótesis
pautados por nuestros modelos mentales, circunscriptos por las normas
socioculturales, limitados por nuestra forma de emocionar y enmarcados en valores de
mínima y de máxima en el funcionamiento de nuestros órganos biológicos. Entender
hoy el ser sistémico, implica no solo ceñirse al estudio de las interacciones del sistema
donde sucede el problema, sino un pull de suma complejidad que abarcan cantidad de
sistemas y de sistemas de sistemas que se sinergizan.
Introducción
Cuando percibimos, una orden interna nos lleva a trazar distinciones (Spencer
Brown, G. 1973) y este imperativo surge de nuestros esquemas cognitivos, un gran
almacén semántico que nos abre campo a algunos territorios y nos veda la percepción
de otros. Construimos al objeto mediante modelos de conocimiento y de modelos de
modelos, así de manera infinita. Nuestra mente procesa información mediante
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modelos, algunos específicos, otros a un metanivel, como de hecho es la
epistemología lineal, líder del positivismo y patrimonio paradigmático de la
sociocultura.
Las ciencias posmodernas, complejas, subjetivistas y como tales
constructivistas, con un neto predominio de ejes epistemológicos circulares como la
Teoría de sistemas (v Bertalanffy L. 1968) y la Cibernética (Wienner N. 1947), no han
alcanzado el estatus de paradigma de la sociocultura que ha paradogmatizado la
linealidad positivista, que será un hueso duro y resistente de roer a la hora del cambio
de paradigma (Kuhn R. 1977). Cabe aclarar que cuando hacemos referencia al modelo
sistémico, hablamos del modelo de la ciencia a un supranivel, mientras que una de las
aplicaciones de la progenie cibernética y sistémica, es la psicoterapia.
Universo cognitivo
Los modelos mentales nos demarcan fronteras de formas de procesar
información. Solo podemos pensar nuevos modelos y crear con nuestro modelo.
Nuestro modelo mental es en este sentido autopoiético, de la misma manera que en la
década del 70 Maturana y Varela consideraron a los seres vivos. Entendieron desde
una célula hasta un ser humano como un sistema: si la organización del sistema
define su identidad, afirmaron que lo que diferencia los sistemas vivientes de otros
sistemas es el hecho de que continuamente se producen a sí mismos. Su organización
genera el sistema que genera su propia organización (autopoiesis: auto sí mismo,
poiesis producción).
Los sistemas vivientes son autónomos, no hay separación entre productor y
producto. La célula produce metabolizando sustancias que la componen -como lípidos,
proteínas hidratos de carbono- que a su vez participan en los procesos que la
producen. Los modelos mentales se producen a sí mismos, el modelo crea un nuevo
modelo, o rectifica o modifica para autoconvertirse o reinventarse a sí mismo.
Los modelos se constituyen en estructuras que alojan historia, reglas
familiares, pautas socioculturales, valores y creencias, estas estructuras llamadas
esquemas por el cognitivismo (Beck. 2000) y desde allí construyen las semánticas de
las cosas: realizan una proyección atributiva de significado. Pero a los largo de la
experiencia sistematizamos una forma de procesar información en efecto cascada y no
solo sistematizamos procesos sino contenidos.
Ser presos de modelos mentales nos llevan en la vida cotidiana a aplicar
soluciones memorizadas y reiterar “el más de lo mismo”, principalmente en la
resolución de problemas, donde deseamos obtener el resultado contrario al que
obtenemos sin variar nuestra formula de solución. Mientras tanto, continuamos
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ensayando esquemas repetitivos, patrocinados por ecuaciones lineales, pensamiento
dicotómico, lógica binaria, creencia de obervación objetiva, etc.
El conocido problema de los “nueve puntos” es un ejemplo gráfico de la rigidez
de los esquemas mentales. Este es un problema simple y dificultoso de aprender y
que en algunos de los textos de P. Watzlawick se encuentra como referencia de
soluciones intentadas fracasadas. Se colocan nueve puntos (tres, tres y tres en hilera)
y la consigna es atravesarlos sin levantar el lápiz con cuatro líneas rectas.
Emociones y la psicoinmunoneuroendocrinología
Una tercera platafoma a tener en cuenta se halla en el territorio de las
emociones y el puente que desarrollan entre factores conductuales interaccionales,
cognitivos y neurofisiológicos. El área emocional durante años fue relegada por el
mundo de la ciencia, y en la psicoterapia en particular, otorgándole preeminencia al
pensar, o sea al territorio de la racional: pero hoy se ha recategorizado en positivo y
con una significación de indispensabilidad en la adaptación y supervivencia en el
contexto.
Todos los humanos poseemos una forma de emocionar, un estilo de expresar
las emociones y sentimientos. También son diferentes los contenidos que nos sirven
como estímulos para nuestras reacciones emocionales. No solo es la emoción del otro
la que me contagia la emoción, sino que también me proyecto en la emoción del otro,
y además emociono por mis propios contenidos que me emocionan.
Las emociones poseen un tono determinado y son predominantes en la
personalidad de acuerdo a las situaciones. Esta predominancia hace que nos
identifiquemos con ellas. En este sentido, las emociones son identitarias, es decir, su
persistencia hace que nos sintamos que somos nosotros y hasta nos produce una
disonancia cuando nos asaltan emociones que no pertenecen a nuestra categoría
emocional.
Las emociones ejercen funciones biológicas fundamentales que son el
resultado de la evolución y de lo que ya hemos desarrollado como factores
epigenéticos. Estas funciones permiten al organismo sobrevivir en entornos hostiles y
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peligrosos, razón por la que se han conservado prácticamente intactas a través de la
historia evolutiva (Le Doux. 1999). Siempre se ha relacionado las emociones con el
cerebro antiguo, lo que se llama arquicortex o el cerebro primitivo: el sistema límbico.
Este sistema está formado por diversas estructuras cerebrales (tálamo, hipotálamo,
amígdala, hipocampo, séptum, mesencéfalo y cuerpo calloso) que provocan
respuestas orgánicas y fisiológicas ante la presencia de estímulos emocionales. El
sistema límbico interacciona muy velozmente con el sistema endocrino y el sistema
nervioso autónomo y en general no median estructuras cerebrales superiores de la
neocorteza. Está relacionado con la memoria, atención, conducta, instintos sexuales,
emociones.
La Psicoinmunoneuroendocrinología (PINE), estudia los vínculos entre cuatro
sistemas: existen entre el sistema mente, el sistema inmunológico, el sistema nervioso
central y el endocrinológico. Según Robert Ader, hay una infinidad de modos en que
el sistema nervioso central y sistema inmunológico se comunican: sendas biológicas
que hacen que la mente, las emociones y el cuerpo no están separados sino
íntimamente interrelacionados. Se está descubriendo que los mensajeros químicos
que operan más ampliamente en el cerebro y en el sistema inmunológico son aquellos
que son más densos en las zonas nerviosas que regulan la emoción.
También se estudió la influencia de las hormonas del estrés (adrenalina,
noradrenalina y cortisol) en relación a las emociones y el sistema inmunitario,
mostrando como estas hormonas bloquean la función de las células inmunológicas,
disminuyendo las defensas. Por tal razón nos enfermamos desde un simple resfrío
hasta un cáncer, a posteriori de una situación de alto voltaje emocional. Basándose en
este hecho las emociones negativas cómo se las considera a la ira, la ansiedad y la
depresión, podían ser las causales de ciertas enfermedades. Las investigaciones no
han arrojado datos clínicos suficientemente categóricos como para establecer una
relación causal directa, pero sí se reconoce que las personas poseen un grado de
vulnerabilidad mayor a posteriori de un hecho traumático.
Hay investigaciones que han establecido la relación entre el enojo y la ira con
los ataques cardíacos (Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford). Han
observado que los pacientes que habían sufrido al menos un ataque cardíaco lo
habían desarrollado después de cuando se sentían furiosos. Incluso si se conectaban
con el recuerdo de estas imágenes se producía una disminución de la eficacia de
bombeo de su corazón acompañado de ansiedad. (Goleman, 1996). Por ejemplo, la
ansiedad influye principalmente en contagiarse enfermedades infecciosas tales como
herpes, alergias, resfríos, gripes y herpes, entre otras. Si bien estamos expuestos
permanentemente a esos virus, normalmente nuestro sistema inmunológico los
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combate, sin embargo, las defensas fallan. Cuantas más ansiedades existan, mayor
será la incidencia de patologías infecciosas. Contrariamente a las emociones
negativas, encontramos otro tipo de emociones: la risa y el buen humor. La capacidad
de estar de buen humor permite observar los problemas desde una perspectiva
positiva y con buen pronóstico.
Una actitud optimista hace que se construyan situaciones positivas, puesto que
al final de cuentas, más allá de la suerte, la realidad personal es una construcción
personal. Una persona que posee esperanzas de que su futuro sea promisorio, tiene
mayor resistencia frente a los obstáculos que puedan aparecerle en el trayecto hacia
sus objetivos. Mientras que alguien piense negativamente y de manera pesimista,
conlleva a generarle baja autoestima, abandono personal y estas formas minan casi
indefectiblemente su sistema inmunológico. Toda esta interconexión entre sistemas
fue investigada en los años ochenta por la neurocientífica Candace Pert (2007) y su
equipo del Instituto Nacional de Salud Mental de Maryland, en USA, que descubrieron
que un grupo de moléculas, llamadas péptidos, son los mensajeros moleculares e
intermediarios entre tres sistemas distintos que hasta ese momento se estudiaron de
manera independiente: nervioso, inmunológico y endocrino. Estos factores
neuroquímicos los llamamos la cuarta inercia.
En la imagen tradicional estos tres sistemas están separados y tienen
funciones diferentes. El sistema nervioso, constituido por el cerebro y una red de
células nerviosas que abarca todo el cuerpo, es la sede de la memoria, el pensamiento
y la emoción. El sistema endocrino, constituido por las glándulas y las hormonas, es el
sistema regulador principal del cuerpo, el cual controla e integra varias funciones
corporales. El sistema inmunológico, constituido por el bazo, la médula ósea, los
nodos linfáticos y las células inmunológicas que circulan a través del cuerpo, es el
sistema de defensa del cuerpo, responsable de la integridad de los tejidos y de
controlar los mecanismos de curación de heridas y reparación de tejidos.
Los péptidos, una familia de sesenta a setenta macromoléculas, fueron
estudiados originalmente en otros contextos y recibieron nombres diferentes:
hormonas, neurotransmisores, endorfinas, factores de crecimiento, etc. Al ligar a las
células inmunológicas, las glándulas y las células del cerebro, los péptidos forman una
red sicosomática que se extiende por todo el organismo. Juegan un papel crucial en
las actividades coordinadoras del sistema inmunológico ya que ligan e integran las
actividades mentales, emocionales y biológicas. La mayoría de las señales que vienen
del cerebro se transmiten por medio de los péptidos producidos por las neuronas. Al
fijarse en receptores alejados de las neuronas que los originaron, estos péptidos
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actúan no sólo a lo largo de todo el sistema nervioso, sino también en otras partes del
cuerpo.
Otro aspecto fascinante de la red sicosomática recientemente reconocida es el
descubrimiento de que los péptidos son la manifestación bioquímica de las emociones.
La mayoría de los péptidos, si no todos, alteran la conducta y los estados de ánimo, y
los científicos suponen que cada péptido puede evocar un tono emocional único. El
grupo entero de sesenta a setenta péptidos puede constituir un lenguaje bioquímico
universal de las emociones.
Tradicionalmente los neurocientíficos han asociado a las emociones con áreas
específicas del cerebro, como señalamos anteriormente, con el sistema límbico. Esto
es correcto. Resulta que el sistema límbico está muy enriquecido con péptidos. Sin
embargo, no es la única parte del cuerpo donde se concentran los receptores de
péptidos. Por ejemplo, todo el intestino está cubierto con receptores de péptidos y es
por tal razón que muchas veces cuando estamos ansiosos o nerviosos, es el aparato
digestivo el blanco de nuestras tensiones.
Si es verdad que cada péptido interviene en un estado emocional particular,
esto significaría que todas las percepciones sensoriales, todos los pensamientos y, de
hecho, todas las funciones corporales están teñidas emocionalmente porque todas
involucran a los péptidos. De hecho, los científicos han observado que los puntos
nodales del sistema nervioso central, que conectan a los órganos sensorios con el
cerebro, están enriquecidos de receptores de péptidos, los cuales filtran y priorizan las
percepciones sensoriales. Estos aspectos investigados hacen que se revisen las
concepciones de la emoción, y se la entienda como una vía intermedia y transversal
que atraviesa numerosas situaciones de vida e involucra la sinergia de sistemas que
lejos de estar separados actúa en total complementariedad.
Conclusión
Se trata una vez más de bregar por la desestructuración de la dicotomía
cartesiana, en el intento de unificar soma y psique. Este es un tema que se habla, se
piensa, se reflexiona y la mayoría de los profesionales coinciden que se debe estudiar
al ser humano desde una perspectiva holística que aúne lo indiviso, pero que la
observación del médico o el psicólogo dicotomiza. Lamentablemente, en la
espontaneidad de las interacciones, los mismos que critican la escisión mente-cuerpo,
son los que terminan parcializando e interpretan los problemas humanos observando
la mente y segregando al soma.
Al final de cuentas, no importa el modelo con que trabaje el profesional, lo más
importante es el vínculo empático que establece con su paciente y si lo desempeña
con ética y responsabilidad, sapiencia, creatividad y comprendiendo al ser humano
como un todo donde pueden analizarse multiplicidad de aristas interconectadas y que
le otorgan significado a su momento de vida. En la actualidad, el timón epistemológico
parece cada vez más dirigirse hacia el constructivismo sistémico, no como modelo
terapéutico sino como modelo de la ciencia que se traslada a la forma de conocer del
profesional. Pero este giro sugiere involucrar diferentes estamentos del ser humano y
abordarlo desde esta polivariabilidad de factores.
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Hace falta entender que el individuo integra sistemas y el feed-back y la
interacción desarrollada en ellos implica que la persona ES con otros, enmarcado en
los diversos contextos donde evoluciona. En dirección a esta integración, las formas
de procesar información y los contenidos de la información procedentes de la
estructura cognitiva, sus esquemas de creencias y valores, son determinantes y
consecuentes con la interacción (veo lo que construyo y construyo lo que veo). Por
otra parte, en acople complementario, las emociones que surgen como consecuencia
y motivación de las conductas interactivas y atribuciones cognitivas humanas, se
constituyen en un factor puente entre ellas y toda una condición neurobiológica. Por
último, el sistema endocrino, la regulación del eje hipotalámico hipofisario, el sistema
inmunitario y nervioso con todas las secreciones de neurohormonas y
neurotransmisores, impacta todos los sistemas en un feed-back poderoso.
Para entender todo este proceso de gran complejidad se debe apelar a una
visión circular sistémica, para lograr entrelazar las diferentes variables de manera
recursiva. Es imposible comprenderlo a la luz de la linealidad. Es un reduccionismo.
Además, ninguno de estos factores tiene preeminencia uno por sobre otro; la
preeminencia y el impacto de uno por sobre el otro, dependerá de la situación. Por lo
tanto, la estructuración de una hipótesis implica articular toda esta variabilidad de
factores que, en sinergia, producen el resultado sintomático. Aunque cabe aclarar que
siempre es una hipótesis abierta, un “estructurando” que se cuece a fuego lento en
cada sesión, en pos del ingreso de nueva información.
Un modelo que parece alinearse en esta propuesta es la “Neurociencia social”,
una nueva disciplina que surge de la combinación entre la investigación en psicología
social y las neurociencias cognitivas, cuyo objetivo es el estudio de las bases
biológicas (inmunes, endocrinas, neuronales) de la cognición y conducta sociales,
combinando las herramientas más avanzadas de la neurociencia cognitiva como las
técnicas de neuroimagen y la neuropsicología, junto con la investigación en ciencias
cognitivas y en ciencias sociales como la psicología social, la economía y las ciencias
políticas. (Grande–García 2009) Se han desarrollado investigaciones en esta
orientación, que han mostrado que los niveles de serotonina y de oxitocina pueden
mediar la dominancia social, la agresión, la afiliación, el cuidado materno y los lazos
sociales (Cozolino, 2006). Desde hace décadas se sabe que los lazos sociales tienen
substratos hormonales y fisiológicos (Shapiro y Crider, 1969). De particular interés
para la neurociencia social fue el hallazgo a principios de los años 1980, de ciertas
neuronas en la corteza temporal superior del mono Rhesus que responden
selectivamente a estímulos biológicamente importantes, como los rostros (Perrett,
Rolls y Caan, 1982). Estudios posteriores demostraron que diferentes neuronas de
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esta región se activan con las expresiones faciales, la identificación facial, la dirección
de la mirada, los movimientos de la cara, caminar e incluso las acciones intencionales
(para una revisión véase Jellema y Perrett. 2005).
En esta línea la investigación, las “neuronas espejo” fueron descubiertas por
Giacomo Rizzolatti y sus colegas (Universidad de Parma, Italia), mientras estudiaban
el sistema motor del cerebro del mono macaco, específicamente un sector de la
corteza promotora o área inferior 6, llamada F5 (Gallese, Fadiga, Fogassi y Rizzolatti,
1996; Rizzolatti, Fadiga, Gallese y Fogassi, 1996; Rizzolatti y Sinigaglia, 2006). Por
otra parte, A. Damasio (1994) y sus colegas (Anderson, Bechara, Damasio, Tranel y
Damasio, 1999; Adolphs, Tranel y Damasio, 1998), partiendo de datos de pacientes
con daño cerebral, sugirieron que ciertas regiones cerebrales como la corteza frontal
(ventro-medial, orbitofrontal y prefrontal), la amígdala y la corteza somatosensorial
(ínsula), juegan un papel importante en la percepción social, en los juicios sociales, en
la cognición y en la toma de decisiones.
Desde que se descubrió las neuronas espejo y la relación con la empatía, se
han desarrollado estudios sobre el reconocimiento y entendimiento de emociones que
enfatizan los procesos de simulación (Goldman, 2006; Grande-García, 2007a;
Markman, Klein y Suhr, 2009). El reconocimiento y entendimiento emocionales se han
investigado ampliamente en estudios conductuales y de neuroimagen. Por ejemplo,
ver expresiones faciales provoca expresiones en nosotros mismos, aún sin el
reconocimiento consciente del estímulo (Lundqvist y Öhman, 2005). En un estudio (de
Gelder, Snyder, Greve, Gerard y Hadijkhan, 2004) se mostró que observar
expresiones corporales de miedo no sólo produce un incremento en la actividad de las
regiones asociadas con los procesos afectivos, sino también en las áreas relacionadas
con la representación de las acciones, lo que demuestra que el mecanismo de
contagio del miedo prepara el cerebro para una determinada acción, por ejemplo, huir.
Una serie de investigaciones de Ekman y Friesen (1969) que crearon el termino
“reglas de expresion” (display rules) para explicar las diferencias en las expresiones
faciales de las emociones y la regulación guiada por normas o reglas provenientes de
la cultura que regulaban la expresion de las emociones. Es así que el término se
define como aquel conjunto de reglas o normas culturales que determinan y modifican
la expresión de las emociones dependiendo de las circunstancias sociales
(Matsumoto, Hee Yoo & Fontaine, 2008; Matsumoto, 1990, 2008, Matsumoto, D.,
Willingham, B. & Olide, A. 2009, Rodriguez S y Ceberio MR. 2016). Para obtener una
visión actualizada de la Neurociencia social y las investigaciones, se recomienda la
lectura del artículo de I. Grande-García (2009)
En relación a los modelos terapéuticos, la evolución entre práctica clínica,
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contextos, patologías, entre otros, han dogmatizado en gran parte la teoría y la
práctica, acomodando los hechos a las teorías, aunque también se comenzó a
cuestionar y reformular ciertos planteos arrojando nuevas definiciones. Por ejemplo,
los sistémicos comenzaron a rectificar ciertos términos que generaban confusión. En
principio, dejaron de pelearse con los psicoanalistas y a desvalorizarlos
defensivamente, o sea, comenzaron a construir una identidad propia. No necesitaron,
como en los inicios ser en diferenciación con, a pesar de que debieron hacerse lugar a
los empujones, de cara a una neta primacía del Psicoanálisis como el único modelo de
psicoterapia válido y ético. A su vez, los psicoanalistas, descalificadores al inicio, se
han vuelto más respetuosos de la práctica de otros modelos terapéuticos, aunque
todavía se repite el sin sentido de diferenciar Psicoanálisis de Psicoterapia. Es decir,
colocar en simetría lógica dos conceptos en el que uno se incluye en el otro:
Psicoterapia se halla en un nivel lógico superior y el Psicoanálisis es uno de sus
modelos.
En los últimos 30 años, en afán de corrección de términos, la permutación del
rótulo de Terapia familiar por Terapia sistémica es uno de los cambios que no se ha
instaurado totalmente. Terapia familiar asociado al modelo sistémico muestra la
raigambre histórica de la gestación del modelo, cuando se investigaba con familias con
el objetivo de observar los dobles lazos comunicacionales y cuando el ingreso de más
de un miembro en el consultorio fue considerado una de las primeras herejías, al decir
de P. Watzlawick (1981). Este término siempre ha llevado a confusión, puesto que la
terapia familiar no solo es ejercida por sistémicos, pero a la vez, la terapia sistémica no
puede ser reducida al campo de la familia porque también trabaja con parejas, grupo,
individuos y organizaciones.
También se ha teorizado más sobre la teoría del modelo como, además, sobre
la aplicación en diferentes trastornos. En las primeras publicaciones sistémicas,
contrariamente a lo que sucedía en la bibliografía sobre los modelos tradicionales, en
el 30% de un texto se concentraba la teoría y el 70% restante consistía en
desgravación de casos clínicos. Esta actitud de mostrar pragmatismo era coherente
con las acciones desenvueltas en el marco de las sesiones: prescripciones de
acciones, uso de espejo unidireccional, vídeo y grabación de las consultas,
intervenciones en la comunicación, hacían un todo práctico y de cambio en tiempo
breve. A propósito, fue el término Breve uno de los grandes bastiones, casi un eslogan
en las cimientes del modelo sistémico buscando su identidad por diferencia con los
modelos clásicos de larga duración. Hoy sabemos que la brevedad dependerá de
multiplicidad de variables, principalmente del contexto donde se aplique y, seamos
realistas, el modelo sienta muy bien en servicios hospitalarios abarrotados de
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pacientes en lista de espera, en la consulta privada quien puede pagar no solamente
busca la solución a su problema sino también un espacio de reflexión y coloquio.
En este tiempo, la evolución del modelo ha destruido viejas disputas
antinómicas, también con ánimo de desestructurar el pensamiento binario del que la
lógica racionalista hizo gala. Por ejemplo, la polaridad epistemológica lineal/circular. El
intento por trasladar ideas cibernéticas a circuitos humanos, antagonizaba las dos
epistemologías colocándolas en el mismo nivel lógico. Se hablaba de la linealidad
como la búsqueda del porqué, el pasado, mientras que la circularidad se homologaba
con el para qué y el futuro. Hoy no podríamos decir lo mismo. Los circuitos sistémicos
se hallan en un nivel lógico superior a los tramos de linealidad. En todo circuito
circular, se encuentran tramos lineales como unidirecciones en la dialéctica de los
feed-back. Se puede leer una situación linealmente, pero a consciencia que es solo un
tramo o una secuencia parcial de un entramado de circularidades.
No obstante, cada vez más los investigadores o, más precisamente, la ciencia
misma ha adoptado la epistemología sistémica-cibernética como base de
conocimiento (y esto no solo abarca la observación del fenómeno, sino también a las
construcciones de hipótesis, lo que implica procesos más sofisticados de pensamiento
que incluyen tipologías y categorizaciones). No así la sociedad. Socioculturalmente, la
linealidad continúa sistematizada en la percepción de los seres humanos, razón por la
que de manera automática se disparan elucubraciones, opiniones y observaciones,
que tiene su cimiente lineal y se expresan bajo el patrón lingüístico del término porque.
Todavía, la noción de circularidad no se ha instaurado como paradigma en la
sociocultura y solo es patrimonio vigente de unos pocos.
Nuestra epistemología, no solamente es el resultado de un complejo proceso
inherente a la percepción, sino que también involucra la transmisión -exactamente: la
enseñanza- de un proceso cognitivo que procesa la percepción. Más allá del acto
primario de conocer como la contemplación del fenómeno, los procesos secundarios
del procesamiento de información como categorizaciones, construcción de premisas,
organización de las mismas en una hipótesis, son aprendidos en el modelaje familiar,
escolar y de diversos grupos secundarios sociales. Y, por ahora, ese modelo es lineal.
El observador común, entonces, no cuestiona sus premisas y no entiende a sus
opiniones como autorreferenciales. Esto hace claro elogio a la objetividad, concepto
sostenido por las ciencias clásicas, perimido para las ciencias modernas, y aún
alentado por la sociocultura. Ser objetivo aún es sinónimo de excelsitud y la
subjetividad es pecaminosa. La gente común reclama (utópicamente) objetividad en
los medios de comunicación, en la mirada profesional, en las opiniones en boca de los
que considera personas calificadas.
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Pero tampoco objetividad y subjetividad competen al mismo status lógico. Las
premisas modernas y postmodernas señalan que todas las relaciones con las cosas
(incluidas los seres humanos) son subjetivas y pueden establecerse diferentes niveles
de objetividad relacional dentro de tal subjetividad.
En este sentido, la libertad es una falacia. Es claro que esta postura
epistemológica emparentada con el Constructivismo, abuele la objetividad, para
entender nuestro tránsito pragmático-epistemológico en la más férrea subjetividad.
Más aún, se desestructuraría la polaridad objetivo/subjetivo: Por lo tanto, todas las
relaciones con el mundo son subjetivas. Existen niveles de objetividad dentro de la
subjetividad relacional que establezco con los objetos. (Ceberio MR. 2016). Ser
sistémico implica contemporizar la complejidad de los sistemas mentales, biológicos,
sociales, cognitivos.
Hoy creo, que definir qué significa ser sistémico va más allá de un modelo de
psicoterapia, remite más bien a una forma de vida. Hay que describir al modelo desde
la epistemología, como un modelo de modelos que moldean la lupa perceptiva
personal. Entonces, el ser un terapeuta que ejerce sistémicamente sugiere escuchar
preguntando sobre una trama de complejidades y complejidades de complejidades.
Implica articular multiplicidad de ópticas que devienen de campos teóricos como la
antropología, medicina, filosofía, neurociencias, entre otros, que constituyen aportes
para construir una hipótesis medianamente completa.
Aquí se pone en juego la opinión del equipo terapéutico puesto que proporciona
diferentes conceptualizaciones que deben descartarse o reafirmarse en la
construcción de esa hipótesis única, una hipótesis abierta a nuevas propuestas.
Aunque no solo es el equipo detrás del espejo con quien intercambia información, sino
también siempre estará dispuesto a realizar interconsultas con otros profesionales o
instituciones que puedan favorecer el proceso terapéutico. En este sentido, el
terapeuta sistémico intenta ayudar a resolver el problema de su paciente y devendrá
un maestro comunicacional que enseñará una nueva epistemología, una forma
recursiva de ver la vida.
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