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El ascenso de Hitler al poder.

(Mirando hacia atrás con


ira, 70 años después).
carlos j. baez evertsz | perspectivaciudadana.com | 22-02-2003

Carlos Julio Báez Evertsz es sociólogo residente en España y Presidente del Centro de
Estudios del Caribe/ Centro de Estudios Dominicanos. Perspectiva Ciudadana agradece al
autor esta colaboración.

No hay un fatalismo histórico


Hay una cierta tendencia a admitir como inevitable e ineluctable todo lo que ha ocurrido en el
pasado. Sin embargo, no todo lo que ocurrió tenía que haberse producido de esa manera, e incluso
en muchas ocasiones, la historia pudo haber sido diferente.

No se trata aquí de ponerse a reescribir la historia haciendo de ella una ficción al gusto del
escribidor, ni siquiera de ponerse a discutir, de manera bizantina, sobre cómo era la nariz de
Cleopatra, sino de reflexionar sobre los acontecimientos y los factores humanos y de otro tipo, que
inciden en una coyuntura dada para que se produzcan unos hechos y no otros.

Hay una moda de dedicarse a ver cómo hubieran sido las cosas sí, por ejemplo, el Ejército Rojo
hubiera logrado apoderarse de toda Alemania y luego de toda Europa Occidental. O bien, como
hubiera sido la sociedad española si no se hubiera producido la Guerra Civil Española, como
consecuencia del alzamiento de Franco. Como hubiera podido ganar Hitler la segunda guerra
mundial, e incluso, y más grave, tratar de interpretar la historia de manera que se quiera explicar y
justificar, el nazismo, como una simple reacción defensiva ante la revolución bolchevique (Ernst
Nolte).

Mi propósito en estas notas es tratar de explicar cómo se produjo la llegada de Hitler al poder y
cómo en su ascenso jugaron un papel preponderante los hombres que tenían la capacidad de
decisión política en ese momento en Alemania. Porque los hombres en la historia no siempre son tan
anecdóticos como nos quería hacer ver una determinada interpretación del llamado "materialismo
histórico".

Mi intención final en este escrito, es tratar de reflexionar sobre el deber moral de resistir a lo que
parece fatal e ineluctable. Hoy se vive un periodo en el cual estamos ante la existencia de un poder
mundial que parece irresistible, si no se ejerce una crítica intelectual y de protesta ciudadana, se
puede establecer un reinado de la voluntad unilateral de un Estado sobre el resto del mundo, sin
tener en cuenta el derecho internacional, y que haga valer simplemente el reinado de la fuerza y la
ley del más poderoso a escala mundial. Sería una vuelta a una descarnada realpolitik en la que
imperara únicamente la ley del más fuerte, y todo desacato a este poder sería considerado un acto
hostil o de amenaza a la seguridad, que requerirá medidas bélicas preventivas.

Esto supondría un retroceso histórico tremendo, porque hasta ahora se violaba el derecho
internacional, pero se hacía con cierto pudor o hipocresía, y se trataba de justificar apelando a
grandes principios. Sin embargo, ahora se quiere hacerlo simplemente señalando que el interés
nacional de la super potencia es la ley suprema a la que todos los estados deben subordinarse, y
esto hace añicos todo lo alcanzado, no sin dificultad, en los últimos 57 años de existencia de la ONU.

A finales de 1932 el partido nazi estaba en crisis


Lo más importante que hay que destacar es que Hitler no llega al poder porque su partido estuviera
en el momento de mayor fortaleza electoral y organizativa, como a veces se lee en algunos libros de
historia, sino porque confluyeron las ineptitudes políticas, las ambiciones, las rivalidades, debilidades
y fortalezas de algunos hombres, importantes en esa coyuntura, para hacer posible que un anciano
de cerca de 90 años accediera a nombrar al hombre más detestado por el establecimiento político
alemán a la cabeza del gobierno alemán.

Sólo 30 días antes de que Alemania iniciara la etapa más tenebrosa de su historia con el
establecimiento del régimen nazi, es decir, el 1 de enero de 1933, los principales diarios de ese país
editorializaban con regocijo sobre el hecho de que se había evitado el ascenso al poder o la amenaza
a la democracia del nazismo. El motivo para esa euforia descansaba sobretodo en dos hechos de
importancia:
1º. La economía daba muestras de cierta recuperación – aunque los datos económicos favorables no
tenían una traslación en una mejoría constatable de las condiciones de vida de los casi seis millones
de parados.

2º. El partido Nazi mostraba signos de división interna con la dimisión de Gregor Strasse, el
encargado de los asuntos administrativos del partido, y la rebelión de varios dirigentes de los
Guardias de Asalto (SA), disconformes con la política de toma del poder pacífico y electoral de Hitler,
que consideraban condenada al fracaso, sobretodo, cuando en las elecciones de noviembre de 1932
se produjo un retroceso de dos millones de votos para los nazis, que el triunfo en el pequeño estado
de Lippe con un 39% de los votos en las elecciones de diciembre del mismo año, no lograba
compensar, aunque fuera utilizado como un instrumento de propaganda, para señalar que no estaba
disminuyendo su caudal electoral.

Otro motivo era que el partido nazi estaba con graves problemas económicos y el desaliento sobre
sus posibilidades reales de poder comenzaba a cundir entre sus adeptos y se manifestaba con un
cierto despego en la masa de votantes oportunistas que siempre inclinan su voto hacia los partidos
que parece que están próximos a acceder a cuotas de gobierno.

Caesar aut nihil: la política del todo o nada


Así pues, en los inicios de 1933, para la opinión pública alemana los nazis y Hitler no estaban en las
mejores condiciones para llegar al gobierno alemán, sobretodo, porque Hitler jugaba a una política
de "todo o nada", es decir, para él, la única alternativa viable y a la que podían acceder los
nacionalsocialistas era que él, Hitler, fuera llamado a formar gobierno. No estaba dispuesto a
participar en gobiernos de coalición, aunque se les ofrecieran carteras de la importancia de la del
Interior y Defensa.

Ese radicalismo, del cual el principal impulsor era Hitler mismo, se basaba en el carácter singular del
personaje. Hitler no era un político más que se conformara con ciertas cuotas de poder, él quería el
Poder, con mayúscula, ya que su propósito era transformar Alemania según sus concepciones
ideológicas ultra nacionalistas.

La visión que tenía de sí mismo era la típica de un hombre que creía en "su destino" como el hombre
predestinado para conducir a Alemania hacia un nuevo Imperio y hacia el dominio mundial.
Alemania como ariete principal de la raza aria del Norte, que tenía como misión histórica dominar a
las otras razas inferiores e imponer el dominio de los más fuertes (según sus interpretaciones de la
teoría de la evolución de Darwin llevadas al campo social y las concepciones racistas de Gobineau y
otros abanderados de una pseudociencia, en boga en la época).

Los personajes que impulsaron a Hitler al poder


Hindenburg
La obstinación de predestinado de Hitler tenía como contraparte unos políticos alemanes, colocados
en los puestos con capacidad de decisión, que no tenían una visión clara de lo que querían y que
estaban confrontados entre si. El Presidente Paul von Hindenburg, que había estado al frente del
Ejército alemán durante la primera guerra mundial, fue elegido presidente en 1925 y luego reelegido
para un segundo periodo de siete años en 1932, cuando tenía ya ochenta y cinco años. Pertenecía a
los junkers, los grandes propietarios de tierra de las regiones orientales, y aunque daba una
sensación de fortaleza, en realidad, era una persona dependiente, que se le atribuía no tomar
decisiones por si misma.

Como presidente, Hindenburg tenía amplios poderes, entre ellos, nombrar al canciller, destituirlo en
cualquier momento, y disolver el parlamento antes de que terminasen los cuatros años de la
legislatura. El presidente estaba cansado de ver como las maquinaciones de los partidos daban al
traste con los gobiernos. En los primeros once años de la República de Weimar hubo 17 gabinetes
bajo la dirección de 9 cancilleres o primeros ministros.

Cuando en 1930 los socialdemócratas perdieron el gobierno y el parlamento no pudo ponerse de


acuerdo para nombrar un nuevo canciller, Hindenburg escuchó los consejos del Ejército y otros
poderes fácticos, e implantó la costumbre de nombrar él al canciller, sin tener en cuenta las
mayorías parlamentarias. A esto se le denominó el sistema de gobierno de gabinetes presidenciales.
Lo que se veía acompañado de un gobierno por decretos presidenciales, con un papel secundario del
parlamento. Estos poderes serían de gran importancia durante un periodo de inestabilidad y
decisivos para la toma del poder de Hitler y los nazis.

Para sustituir a los socialdemócratas, Hindenburg nombró a Henrich Brüning, del Partido del Centro
Católico, que gobernó durante dos años con cierto apoyo socialdemócrata, ante el temor de éstos de
que le sucediera un gobierno aún más derechista. Su gobierno fue nefasto ya que sus políticas
fiscales llevaron a un incremento del paro y era conocido como el "canciller del hambre". En mayo
de 1932 el presidente lo destituyó y en junio, a instancias de su consejero, el general Kurt Von
Schleicher, nombró canciller a Franz Von Papen.

Von Papen
Franz Von Papen era militante del sector de extrema derecha del Centro Católico. Nunca se había
destacado en la política y su nombramiento se logró gracias a la influencia, en ese momento, del
general Von Schleicher sobre el presidente Heindenburg. Schleicher pensaba que controlaría a Von
Papen y que sería él quien iba a llevar los nervios del gobierno. Esta creencia se basaba en que Von
Papen tenía fama de alegre charlatán y de no tener demasiado criterio. Pero es sabido que en
política suelen tener bastante éxito estas mediocridades e incluso seres inferiores, que sólo se
distinguen por su enorme capacidad para la adulación y para el servilismo con sus superiores.

Algunos juicios de sus contemporáneos dan una idea de cómo era percibido Von Papen por quienes
le trataron. El embajador francés François-Poncet escribió de él: "Tiene fama de superficial,
chismoso, falso, ambicioso…y aficionado a la intriga. Sin duda posee una cualidad: descaro,
atrevimiento". Y el embajador británico sir Horace Rumbold tras una conversación con él escribe
sobre, "el asombro que siente un observador al comprobar que el destino de este gran país haya
estado…en manos de semejante medianía". Y su compañero de partido en el Centro Católico y en la
postguerra canciller de la RFA, Konrad Adenauer dice: "siempre le otorgué el beneficio de las
circunstancias atenuantes en vista de sus enormes limitaciones".

El general Kurt Von Schleicher


Von Schleicher pertenecía a la baja nobleza y no a la aristocracia de los junkers que constituían la
elite del ejército. Con habilidad se había situado entre las figuras militares con mayores relaciones
con el establecimiento político y llegó a presidir una oficina de asuntos políticos en el ministerio de
Defensa bajo la exclusiva dependencia del ministro. Llegó a ser uno de los asesores militares del
presidente Hindenburg.

Tenía fama de ganarse a las personas con quien hablaba cara a cara, y se dijo de él que tenía el don
de dar a todo el que veía la impresión de que compartía los mismos puntos de vista. Sus detractores
decían de él que hacía honor al significado literal de su apellido "rastrero". Que era un arribista, un
maestro de la intriga, que abandonaba a sus socios para salvar sus propios intereses, de ahí que se
le consideraba poco fiable. En los momentos de crisis de los años 30 llegó a afirmar que Alemania
necesitaba un "hombre fuerte" y se golpeaba el pecho para que no quedara duda que ese hombre
era él. León Trotsky escribió sobre él que era "un signo de interrogación con charreteras de
general".

Sin embargo, a diferencia de otros generales no era un monárquico sino que había aceptado la
república de Weimar, y lo que le importaba era la vía que la misma tomaría y el papel del Ejército.

Las elecciones de noviembre de 1932


Una vez en el poder, Von Papen se gana el cariño del anciano presidente Hindenburg y va
desplazando a Schleicher. Hindenburg le otorgó, mediante decreto en agosto de 1932, la capacidad
de disolver el parlamento, y teniendo en cuenta que no era posible que con nuevas elecciones
obtuviera mayor apoyo, posteriormente le permite, por decreto, no convocar nuevas elecciones en
los 60 días previstos por la Constitución. Así pues, el gabinete Von Papen se convirtió en un
gobierno dictatorial que podía gobernar por decretos al margen del parlamento. Haciendo esto
Hindenburg violó la Constitución.

Sin embargo, en septiembre de 1932 se reunió el parlamento y ante la sorpresa de Von Papen que
quería evitar el voto de censura de los comunistas mediante el decreto de disolución, el presidente
del Reichstag (parlamento), el nazi Hermann Goering, ignoró al canciller y pasó a conocer la moción
de censura en la cual 512 diputados votaron en contra del gabinete de Von Papen y sólo 42 a su
favor. Hindenburg, no obstante, dictaminó que el parlamento había sido disuelto por el Canciller
antes del voto de censura. Lo cuál era falso pero mostraba que el gabinete estaba sin apoyo y era
un gobierno débil.

El gabinete consideró que la situación no estaba como para violar de manera tan notoria la
Constitución y se vieron constreñidos a convocar elecciones parlamentarias para noviembre de ese
año. Estas elecciones resultaron en una catástrofe política para el Partido Nazi que perdió 2 millones
de votos y obtuvo 196 diputados de los 584 escaños del Reichstag, perdiendo 34 escaños. Eso
representaba que más de dos tercios de los electores habían rechazado a los nazis. El único partido
que incrementó sus votos fue el comunista que quedó como tercer partido de importancia con 100
diputados, detrás de socialdemócratas y nazis. Juntos socialdemócratas y comunistas hubieran
podido ser decisivos pero estaban en posiciones irreconciliables. Ya se sabe que para el estalinismo
los socialdemócratas eran unos "social traidores" o "social fascistas".

El gobierno de Von Schleicher


Hindenburg trató de que Hitler apoyara la gobierno de Von Papen pero este rechazó la propuesta y
le propuso al presidente que lo nombrase a él canciller y le diese los poderes de disolver el
parlamento y gobernar por decretos.

Hindenburg se negó a elló porque tenía cierto rechazo al personaje y porque pensaba que Hitler
establecería una dictadura de partido. Von Papen dimitió aunque admitió permanecer como canciller
de un gabinete de transición.

Aunque Schleicher había dicho de Von Papen que sólo necesitaba la cabeza para llevar el sombrero,
este se autonomizó de la tutela del general y ministro de Defensa. Así pues, este actuó para forzar
al presidente a que firmara la dimisión de Von Papen como consecuencia de su aislamiento
parlamentario, ya que menos de un 10 por ciento de los miembros le apoyaban (los del Partido
Nacional del Pueblo Alemán), ya que los del Centro Católico le habían negado su sostén, por haber
aceptado el puesto de Canciller sin consultar con su partido. Schleicher filtró a la prensa un estudio
del Ministerio del Defensa que mostraba que el Ejército sería incapaz de hacer frente a una guerra
civil que enfrentase a nazis y comunistas contra el gobierno. Esto puso a los miembros del gabinete
contra Von Papen e Hindenburg, a regañadientes, tuvo que acceder a nombrar como canciller a
Schleicher el 3 de diciembre de 1932.

Su nombramiento provocó un alivio generalizado, dado el desprestigio del gobierno de Von Papen.
Ahora bien, Schleicher necesitaba obtener el apoyo del parlamento, evitar un voto de censura. Creía
que lograría obtener el apoyo de los nazis para ello, y basándose en la experiencia de los partidos
revolucionarios, como el socialdemócrata, creía que si a los nazis se les daba participación en el
poder se moderarían. Había en ese análisis un error de fondo, los socialdemócratas eran demócratas
y republicanos y los nazis totalitarios.

Trató de llegar acuerdos con Hitler pero este se negó a cualquier transacción y entonces trató de
contar con la baza de Gregor Strasse, el director del aparato administrativo del partido nazi, que
estaba en contra de la intransigencia del Hitler y que pensaba que los nazis nunca llegarían al poder
mediante el voto, y aún más, que en las sucesivas elecciones irían perdiendo votos. Lo que se
demostró en las elecciones locales de Turingia el 4 de diciembre de 1932 en la que los nazis
perdieron un 40% de los votos, si se les compara con las elecciones al Reichstag de julio y casi un
25% en relación con las elecciones de noviembre de ese mismo año.

Hitler atacó las posiciones de Strasse y este presentó su dimisión y se comprometió a abandonar
Alemania para irse un tiempo de vacaciones a Italia. Esto supuso el fin de la estratagema de
Schleicher, porque Hitler impuso sus posiciones, aunque sucesivas dimisiones, problemas
económicos y abandonos de miembros de la Guardia de Asalto , los SA, mostraban que los nazis se
estaban debilitando. La única concesión que hizo Hitler fue no apoyar un voto de censura de los
comunistas al gobierno y aprobar unas vacaciones parlamentarias que permitirían a Schleicher
gobernar.

Schleicher quiso hacer cambios en la política social anterior y dijo una frase muy interesante:¨Uno
no puede sentarse sobre bayonetas puestas en pie; es decir, necesita el apoyo del pueblo para
gobernar". También señaló que su programa sería crear empleo y restaurar las ayudas a los
desempleados.
La conspiración que llevó a Hitler al poder
Hitler continuaba con su posición de que no podían participar en un gobierno de coalición sino que
era necesario obtener el poder para él y su partido. Esta era una idea esencial de la que no se
apartaría ni negociaría. De manera que aunque aceptó reunirse con Von Papen, a instancias de este
el 4 de enero de 1933, la reunión se caracterizó por una diatriba de Hitler contra Von Papen,
Schleicher y Hindenburg. Sin embargo, la misma sería clave para Hitler, ya que la prensa se enteró
de ella y la difundió. Por otra parte, Hitler salió del aislamiento político en que se encontraba, ya que
la reunión se interpretó como una maniobra de Schleicher para acercarse a Hitler, cuando en
realidad era una conspiración de Von Papen con el fin de hacerse de nuevo con el poder y echar al
canciller.

Von Papen quería unir a los conservadores del Partido Nacional Alemán, a los sectores más
derechistas del Partido Católico del Centro y a los Nazis y recuperar la cancillería. Le propuso a Hitler
que debería aceptar ir de vicecanciller y que los nazis obtendrían el ministerio de Defensa e Interior
y el Gobierno de Prusia: Hitler siguió en sus trece: o canciller o nada. Sin embargo, Von Papen no
transmitió a Hindenburg esa posición sino que le dijo que Hitler accedería a ser el vicecanciller.
Hindenburg animó a Von Papen a seguir en contacto con Hitler para ver cuando se podía lograr la
dimisión de Schleicher.

Mientras, se hacía más profundo el distanciamiento entre Schleicher e Hindenburg. Schleicher había
solicitado que el presidente firmase la disolución del Reichstag pero este se negaba a firmarlo y le
daba largas, mientras la conspiración contra él continuaba. El hijo de Hindenburg, y la persona que
más influencia tenía sobre su padre, se reunió en varias ocasiones con Hitler y dio testimonio de que
éste continuaba aferrado a su idea de obtener la cancillería, aunque estaba dispuesto a gobernar
con un gabinete formado mayoritariamente por personas adictas a Von Papen e Hindenburg.

El 23 de enero de 1933 Schleicher se reune con Hindenburg y le solicita que firme un decreto de
disolución del Reichstag. Hindenburg da la callada por respuesta. El 28 de enero al ser rechazada
explícitamente por Hindenburg la pretensión de disolver el parlamento Von Schleicher renuncia a su
puesto de canciller. Enseguida el presidente comisiona a Von Papen para que estudie la formación
de un nuevo gabinete y este sigue lo ya acordado con Hitler de proponerle como Canciller. La
resistencia que una vez había mostrado Hindenburg contra Hitler se fue desvaneciendo ante la labor
de convencimiento realizada por Von Papen, su hijo Oskar y su Secretario de Estado Otto Meissner.

La idea que tenía Von Papen y otros de los conspiradores era que podrían controlar a Hitler, que con
argucias burocráticas y otras artes de engaño lo domeñarían. El 29 de enero corrieron rumores de
que el ejército preparaba un golpe de Estado dirigido por Schleicher contra Hindenburg, lo cual era
falso, pero esto sirvió para que el presidente nombrara el día 30 de enero al frente del ejército al
general Blomberg, un pro nazi, y a las once y media de ese lunes 30 de enero de 1933, el
presidente Paul Hindenburg tomó el juramento a Adolfo Hitler como canciller de Alemania.

La creencia general era que Hitler había sido nombrado al frente de un gabinete parlamentario
cuando en realidad lo había sido de un gabinete presidencial, por lo tanto, con todos los poderes
para gobernar por decretos y disolver el parlamento. Hitler no tomó el poder en Alemania, le fue
entregado por un reducido grupo de políticos que en ese momento tenían el poder de tomar
decisiones. Esa decisión conduciría al mundo al mayor horror conocido por el hombre, la segunda
guerra mundial, en la que Europa quedó destruida, se impuso la eliminación masiva por motivos
étnicos de judios y gitanos, y llevó a los horrores de Hirosima y Nagasaki.

Madrid-NY, 15 de febrero de 2003

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