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Lamentablemente, hablando de los hermanos que forman nuestras congregaciones, buena parte
de ellos no entienden a profundidad los conceptos de discipulado y compromiso de vida. Me
pregunto con frecuencia, ¿cuánto entiende el creyente sobre lo que es el verdadero compromiso?
Creo que en las iglesias abundan los espectadores itinerantes, cuya búsqueda, de iglesia en
iglesia, es más el reflejo de su propia frustración por falta de compromiso que profundidad en su
caminar con Cristo. Ciertamente en la Biblia encuentro, en la vida y palabras de Jesús, un
indicativo creciente de compromiso y dedicación. Hablar de discipulado y compromiso no es nada
popular. Si yo dictara en la iglesia un estudio sobre profecía, seguramente las multitudes se
agolparían buscando un espacio para el aprendizaje; pero, si dirigiera un estudio, ya sea sobre la
vida de oración, o la importancia de las buenas relaciones entre los unos y los otros, o cómo
invertir mis recursos en la obra de Dios, los interesados serían unos cuantos. Hoy en día sabemos
de iglesias que crecen; pero me pregunto, ¿crecen como el pasto (césped, grama), a lo largo y alto
pero con poca profundidad?, o, ¿como verdaderos robles? Urge que, como líderes, nos demos a la
tarea de experimentar lo que Pablo decía: «dolores de parto» (Gá 4.19) en el esfuerzo de formar la
vida de Cristo en otros.
Es un proceso educativo-espiritual que logra hombres obedientes a Cristo, lo cual es el paso inicial.
Como proceso es infinito. La finalidad es que los hombres piensen y vivan como Cristo. (Cruzada
Estudiantil y Profesional para Cristo)
Es una relación de maestro- alumno, basada en el modelo de Cristo y sus discípulos, en la cual el
maestro reproduce en el estudiante la plenitud de vida que él tiene en Cristo, en tal forma que el
discípulo se capacita para adiestrar y enseñar a otros. (Id y haced discípulos de Keith Phillips)
El creyente suele esperar panes y peces; el discípulo es un pescador. Hay creyentes cuya tarea
principal es consumir lo que el reino ofrece. Van a la iglesia, se hacen miembros, pero pocas
veces, si no es que nunca, ponen al servicio del Señor todo lo que son y lo que hacen. Son
espectadores, a estos debemos pasar al escenario, y convertirlos en auténticos pescadores de
hombres y mujeres.
El creyente lucha por crecer; el discípulo por reproducirse. El creyente común no piensa en los
demás sino en sí mismo. Dice: «¿qué puedo obtener de esta situación?», o, «¿en qué me va a
beneficiar este asunto?». Está centrado en sí mismo y poco piensa en los demás. El verdadero
discípulo se reproduce, siguiendo una filosofía de flujo, que consiste en compartir con los demás
todo lo que recibe.
El creyente se gana; el discípulo se hace. Las personas que responden positivamente a una
invitación en un esfuerzo evangelístico no pueden ser contadas como discípulos de Cristo, sino
como personas interesadas en conocer más de Dios. Dice Billy Graham que «cuesta diez por
ciento de esfuerzo ganar a una persona para Cristo, pero cuesta noventa por ciento hacer que
permanezca en la fe».
El creyente depende en gran parte de los pechos de la madre (el pastor); el discípulo ha sido
destetado para servir (1 Sa 1.23-24). Muchos creyentes inmaduros esperan que el pastor se haga
responsable de su crecimiento espiritual. Cuando no están dando evidencias claras de su fe en
Cristo Jesús, inmediatamente responsabilizan a otro de su mal desempeño como cristianos.
Al contrario, el discípulo comprometido, busca su propio alimento, y está listo para servir a los
demás.
El creyente gusta del halago, el discípulo del sacrificio vivo. Si dentro del pueblo cristiano no
estuviéramos tan preocupados por los reconocimientos, ya habríamos alcanzado a nuestros países
para Cristo. La demanda del apóstol Pablo fue por demás contundente: «que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo».
El creyente entrega parte de sus ganancias; el discípulo entrega su vida. Considero que uno de los
problemas más serios que se dan en la iglesia de Cristo es el dualismo que se establece. Por un
lado, está Dios como ser espiritual; y nosotros, muy distantes como sus criaturas. Esta dualidad se
ve cuando muchos cristianos hablan del día del Señor, pasando por alto que todos los días son del
Señor; dicen que el diezmo es de Dios, cuando en realidad el 100% es de Dios; que el templo es la
casa de Dios, sin embargo, olvidan que cada creyente es templo del Espíritu Santo de Dios. Sí,
Dios no desea poco de nosotros, lo desea todo.
El creyente puede caer en la rutina; el discípulo es revolucionario. Uno de los grandes peligros del
creyente en Cristo Jesús, es el quedarse atascado en los triunfos del ayer. La vida se caracteriza
por el cambio, y en especial la vida en Cristo. Lamentablemente hay creyentes, así como iglesias
completas, que caen en lo que yo llamo demencia cristiana, que no es otra cosa que el simple
hecho de hacer las mismas cosas, esperando resultados diferentes. Un discípulo auténtico y
comprometido, busca el cambio, el avance, conquista áreas que antes no había vencido, y no vive
solamente de los triunfos del pasado.
El creyente busca que lo animen; el discípulo procura animar. Uno de los conceptos que más
atraen mi atención en la vida de todo discípulo, es el entusiasmo, que no es otra cosa que «Dios
dentro». Lamentablemente las iglesias están llenas de individuos que buscan experiencias que los
animen, que los llenen, etcétera; pero cuando la iglesia no cumple las expectativas que ellos
tienen, entonces, buscan una iglesia que sí «los llene»; y cuando esa nueva iglesia ya no llena sus
anhelos, buscan una nueva, y así es el resto de la historia. Sin embargo, Dios ha formado un tipo
de persona excepcional, el discípulo; por sí mismo anima, alienta, llena, ya que la vida abundante
que recibe de Cristo Jesús cada día es su fuente esencial de gozo y paz, y no depende de las
circunstancias para ello.
Es el anhelo de mi corazón que los pastores y líderes de iglesias nos demos a la tarea de hacer
discípulos, que por cierto fue el corazón de la gran comisión de nuestro Señor y Salvador
Jesúcristo.