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Epistemologíay metafísica
Colección Teorema
Kazimierz Ajdukiewicz
Introducción a la filosofía
TEOREMA
Título original de la obra:
Zagadniema i Kierunki Filozofii,
Teoría Poznania-Metafizyka
11
tintos sistemas de categorías y desde perspectivas antagónicas sobre
el hombre y el universo. Decir sobre la filosofía en general algo que
sea interesante bajo un prisma sistemático y no meramente
histórico, pero manteniendo al mismo tiempo una cierta
imparcialidad, requiere un esfuerzo particular. Es hasta cierto punto
explicable que los grandes filósofos, obsesionados por la
importancia de sus personales descubrimientos, se resistan,
consciente o inconscientemente, a enfocar con imparcialidad los
planteamientos ajenos. Lo que eventualmente presentan como una
introducción a la filosofía suele ser más bien una introducción a su
filosofía.
13
Prefacio
15
bir este libro traté de evitar los análisis de gran alcance, ni he
procurado lograr una completa claridad conceptual cuya
consecución redunde en menoscabo de la inteligibilidad. Se
hallarán pues, en el texto, algunos enunciados cuyo sentido puede
no ser suficientemente preciso para aquellos cuyas exigencias al
respecto sean muy grandes, pero que no perturban al lector medio.
Aclaro esto para evitar el malentendido de que las fórmulas
contenidas en este libro se consideren como definitivas o incapaces
de ser reelaboradas de una forma más precisa.
16
Introducción
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ciertas investigaciones, que fueron cultivadas en gran escala en el
crepúsculo del pensamiento europeo.
18
I
21
mismas cosas que a la psicología en una de sus partes. La psicología
trata de los fenómenos mentales y, en consecuencia, de los actos
cognoscitivos. Aunque la psicología y la teoría del conocimiento se
superponen hasta cierto punto, cada una de estas disciplinas
investiga su objeto de estudio desde un punto de vista propio. La
psicología se interesa por el proceso real de los actos y resultados
cognoscitivos. Intenta describir, clasificar y descubrir las leyes que
rijan sus procesos. A la teoría del conocimiento le ocupa algo
completamente diferente.
22
II
El problema de la verdad
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den a esta crítica exponiendo que el proceso, es decir, el acto de
pensar y su contenido, son dos cosas diferentes. Subrayan que no es
el propio proceso de pensar el que debe asemejarse a la realidad,
sino el contenido del pensamiento. Pero ni siquiera esto satisface a
los críticos de la definición clásica de la verdad. Afirman que el
concepto de la semejanza no es un concepto claro. Consiste en una
identidad parcial de características. Sin embargo, no está
claramente definido qué parte de sus características debe ser común
a dos objetos para que sean llamados «semejantes». En
consecuencia, la definición que describe como verdaderos los
pensamientos cuyo contenido se asemeja a algo real, sería una
definición imprecisa, ya que no determinaría hasta qué punto debe
extenderse la semejanza entre el contenido del pensamiento y la
realidad, para que el pensamiento sea verdadero.
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experiencia existe una instancia superior que es el criterio de la
adecuación. Consideremos, por ejemplo, una cucharita sumergida
en un vaso con agua. El veredicto de la vista nos dice que la
cucharita está torcida, el veredicto del tacto que está recta. ¿Por
qué acreditamos aquí el tacto y no la vista? Porque la afirmación
que se basa en la vista no armoniza con el resto de nuestro
conocimiento (por ejemplo, la manera en la que la parte superior
de la cucharita permanece fuera del agua, contradice la ley de la
caída de los cuerpos). Por otro lado, la afirmación fundamentada
en el tacto (de que la cucharita es recta) se adecúa perfectamente
al resto de nuestro conocimiento. La instancia final que decide
irrevocablemente su aceptación es, exactamente, la adecuación de
esta afirmación a todas las otras aceptadas, y no el veredicto de los
sentidos tomado aisladamente (que en este caso llevaría a una
contradicción).
Es preciso analizar también otra línea que fue adoptada por los
defensores del concepto de la verdad como coherencia. Si la verdad
de una afirmación tiene que ser decidida por su adecuación a otras
basadas en la experiencia, aparece el problema de saber si aquí
queremos decir la adecuación a las afirmaciones fundamentadas en
la experiencia actual o la adecuación tanto a la experiencia actual
como a la futura. Si fuera el último caso, no podríamos decidir hoy,
cuando todavía la experiencia futura es desconocida, si una
afirmación dada es o no verdadera. Puede armonizar perfectamente
con las afirmaciones hasta ahora aceptadas, pero no podemos
predecir si la experiencia futura no nos obligará a reconstruir
nuestro sistema de tal modo que una afirmación dada no armonice
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también oyen el ruido. Si los demás también lo oyen, doy crédito al
veredicto de mis oídos. Estas y similares consideraciones inducen a
algunas personas a ver en el acuerdo universal el criterio final e
irrevocable. Según esto, si la verdad debe consistir en la adecuación
a este criterio, se insinúa la definición de que la verdad de una
afirmación consiste en el acuerdo universal respecto a ella. Este concepto del
«acuerdo universal» requiere una explicación posterior. No se
pretende decir que una afirmación debe ser aceptada solamente
cuando haya un acuerdo entre todas las personas vivas, muertas, y
que estén aún por nacer. Dependiendo del modo en que se defina
este «acuerdo universal», el concepto de la verdad discutido aquí •
adquiere formas diferentes.
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La formulación correría del concepto clásico de la verdad
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decir simplemente que lo que se afirma es lo que es. Si los escépticos
afirman que no podemos saber si el pensamiento de que la tierra es
redonda se adecúa a la realidad, afirman que no podemos saber que
la tierra es redonda. Generalmente, cuando los escépticos afirman
que nunca podemos saber si un pensamiento se adecúa a la
realidad, resultaría que nunca podemos saber nada, pues para
conocer cualquier cosa, deberíamos saber que el pensamiento que
asegura este hecho se adecúa a la realidad.
El escepticismo y su refutación
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verdad de un pensamiento como adecuación a los criterios. En el
caso, como argumentan los escépticos, de que no pudiéramos
obtener un conocimiento justificable acerca de algo, tampoco
podemos obtener este conocimiento respecto al hecho de la
adecuación entre el pensamiento y los criterios. Siendo así, no
existe ninguna razón que nos lleve a tratar de evitar las dificultades
originadas en los argumentos de los escépticos contra la definición
clásica de la verdad, para aceptar en lugar de ésta, la definición que
identifique la verdad de un pensamiento con su adecuación a los
criterios. Abandonando la definición clásica y aceptando cualquier
otra, nos exponemos del mismo modo a la objeción de la que la
verdad, esté como esté definida, es imposible de ser conocida.
Hemos visto que las razones por las que algunos filósofos
rechazaban la definición clásica de la verdad eran: primero, las
formulaciones impropias de la idea esencial en la que se basa el
concepto clásico de la verdad; segundo, la opinión crítica de los
escépticos sobre la posibilidad de conocer la realidad. Después de
encontrar una fórmula correcta para el concepto clásico de la
verdad, y después de evitar las objeciones de los escépticos,
llegamos a la conclusión de que no existe ninguna razón para
abandonar la definición clásica y escoger otra definición no clásica.
Las definiciones no clásicas de la verdad tuvieron un importante
papel en la historia del pensamiento filosófico; llegaron a ser uno de
los puntos de partida del idealismo, según el cual el mundo
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do como la verdadera realidad. Este mundo es reducido al papel de
una construcción del pensamiento, y así a una especie de ficción
que se diferencia de la ficción solamente por haber sido construida
de acuerdo con algunas normas regulares contenidas en los
criterios en los que finalmente confiamos al hacer juicios.
35
III
38
tró muy provechoso para el desarrollo de las ciencias naturales.
Entre otras cosas, se convirtió en el punto de partida para la
revolución de la física moderna iniciada por la teoría de la
relatividad de Einstein. Einstein parte del rechazo del concepto de la
simultaneidad absoluta de dos sucesos, y lo sustituye por el
concepto de la simultaneidad relativa a un sistema espacial (por lo
tanto, relativa a un conjunto de cuerpos). Rechaza el concepto de
la simultaneidad absoluta precisamente porque no existe ningún
método que nos permita determinar según la experiencia si dos
acontecimientos separados en el espacio son simultáneos en el
sentido absoluto o no.
El apriorismo y el empirismo
El apriorismo radical
41
exige el reconocimiento del valor cognoscitivo de los factores
independientes de la experiencia (apriorísticos), y empirismo, que
subraya la significación de la experiencia, ha cobrado matices
diferentes. Ya no se refiere a si es la experiencia o la razón quien nos
familiariza con la verdadera realidad, sino al contrario, si tenemos
algún derecho a aceptar una afirmación que no se basa en la
experiencia directa o indirecta. Las afirmaciones que tenemos
derecho a aceptar, a pesar de que no estén basadas en la experiencia,
El empirismo radical
El empirismo moderado
El apriorismo moderado
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su tercer lado, hecho para cuyo descubrimiento la percepción
ordinaria seria suficiente. La capacidad de poder descubrir las
generalizaciones se denomina por algunos imaginación pura
Convencionalismo
51
que poseen significado inexacto, sino también los términos
geométricos son inexactos, y, en particular, el significado de la
expresión «la recta a es igual a la recta b». Sostienen que, con el
significado coloquial de esta expresión, somos incapaces de
determinar en base a los datos de la experiencia, si «la recta a es
igual a la recta b», cuando las dos se encuentran separadas. Para
aclarar esta cuestión debemos, como anteriormente con la palabra
«arroyo», hacer más exacto el significado de esta expresión
mediante un acuerdo, es decir, un convenio. Dependiendo de cuál
sea nuestro acuerdo, la experiencia dictará la respuesta adecuada a
la cuestión de la igualdad de las dos rectas. La doctrina cuya idea
básica exponemos aquí, se denomina convencionalismo.
53
riencia, a un sistema de la física más simple que el que obten-
dríamos si hubiéramos escogido el sistema de la geometría eu-
clidiana que Kant consideraba como la única geometría verdadera e
indudable a priori. Para una información más completa respecto a
este asunto, el lector debe consultar la literatura especializada.
56
«intuición de las esencias» (Wesensschau). Basándonos en esta
intuición de las esencias, podemos, según Husserl, llegar a afir-
maciones que son indudables, aunque no podríamos llegar a ellas
por medio de la experiencia sensorial. Así por ejemplo, la intuición
de la esencia del rojo nos proporciona el conocimiento cierto de
que el rojo es inseparable de la extensión y, por tanto, de que todas
las cosas rojas deben ser extensas. La afirmación de que lo que es
rojo es extenso, es una afirmación general y no puede ser basada en
una percepción sensorial particular, porque esta última puede
fundamentar solamente la afirmación de que esta cosa roja es
extensa. Tampoco podemos llegar a nuestra afirmación de manera
inductiva a partir de muchas percepciones sensoriales, pues las
conclusiones inductivas no son ciertas, mientras que nuestra
afirmación es indudable. La afirmación de que lo que es rojo es
extenso no está basada en el análisis del significado de los términos
contenidos en ella. No es, por tanto, una afirmación analítica. Es
una afirmación independiente de la experiencia sensorial y, conse-
cuentemente, una afirmación a priori. No obstante, al mismo
tiempo, no es una afirmación analítica, por lo que es así sintética a
priori.
57
Es tarea de la matemática y de las otras ciencias a priori explorar ese
mundo. Lo exploramos deduciendo conclusiones de los axiomas
por medio de la deducción lógica. Los propios axiomas no se
obtienen de la nada, no son establecidos por convención, sino que
son la expresión del conocimiento de los objetos matemáticos
ideales obtenidos por la intuición de la esencia, que es anterior a
cualquier deducción. La matemática basada en los axiomas
obtenidos de la nada, dictada por el capricho de un científico, y que
no está basada en la intuición de una esencia, estaría suspendida en
el aire y sería así algo desprovisto de todo valor cognoscitivo.
El racionalismo y el irracionalismo
59
mente formuladas en palabras y cuando todas las personas pueden
(por lo menos, en principio) asegurarse de su corrección o
incorrección. La cuestión aquí es: en primer lugar, proteger a la
sociedad de la dominación de las frases carentes de significado que
tienen frecuentemente una fuerte resonancia emocional y, debido a
esto, influencia en los individuos y en todos los grupos sociales; en
segundo lugar, protegerla de la aceptación no crítica de
concepciones proclamadas por sus defensores, algunas veces con
toda su fuerza de convicción, pero que son inaccesibles al control de
otras personas y no pueden evitar, por tanto, la sospecha de ser
falsas. La cuestión es proteger a la sociedad de la carencia de
sentido y de la falsedad. Este postulado parece tan razonable como
la exigencia de la administracción ferroviaria que sólo permite que
un pasajero viaje si posee un billete válido, y no cuando, aunque
haya pagado por el trayecto, no quisiera mostrarlo. Pagar el trayecto
corresponde, en esta comparación, a la verdad de una afirmación; la
buena voluntad de mostrar el billete corresponde a la posibilidad de
que cualquier persona se asegure de que la afirmación es o no
válida.
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sorprendente cuando intentamos transmitir el conocimiento to-
talmente acerca de los objetos y sucesos de la experiencia directa,
es decir, cuando lo usamos para describir objetos que se nos dan en
la experiencia sensorial. Pero esta incapacidad es aparente también
aquí: cuando quiero describir el color de un objeto y lo llamo
«rojo», o «rojo claro», o menciono un color más específico, esta
descripción siempre se adecuará a un número bastante grande de
matices de este color. Así, lo que puede ser comunicado a los
demás en relación a nuestro conocimiento acerca de los objetos de
la experiencia directa, es solamente un esquema, es siempre una
abstracción que el oyente debe rellenar de contenido concreto bajo
su propia responsabilidad, que no será necesariamente idéntico al
contenido que procuramos transmitir por medio de las palabras
usadas en nuestra descripción. Lo que puede ser transmitido de
nuestro conocimiento de los objetos, mediante las palabras, no
puede sustituir la experiencia directa de aquellos objetos.
Conservará siempre una cierta distancia y no expresará un contacto
tan íntimo con las experiencias como el contacto que establecemos
con ellas al percibirlas (si tenemos en la mente los objetos del
mundo físico), o experimentándolas (si tenemos en la mente
nuestros propios estados mentales).
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menzar, todos los místicos forman parte del irracionalismo.
Entendemos por místicos aquellas personas que tienen experiencias
de un tipo peculiar, llamadas «éxtasis místico». En estas
experiencias reciben revelaciones por las que obtienen (no por
medio del razonamiento y la observación escrupulosa) certeza
subjetiva de, la inmensa mayoría de la veces, la existencia de una
divinidad. Experimentan esta existencia directamente, y de la
divinidad reciben instrucciones, advertencias y órdenes. Las
personas que pasan por estas experiencias no admiten ninguna
duda acerca de la certeza del conocimiento obtenido en estado de
éxtasis, no aceptan ningún argumento en contra, y mucho menos
los juicios de los racionalistas referentes a su fe. La nueva visión del
mundo, la integridad de la vida que obtienen a través de ese
conocimiento, son a su juicio demasiado valiosos para
abandonarlos. No pueden ser persuadidos de que, ya que no
pueden justificar su tesis suficientemente, deberían dejar de
^firmarla. En vano, pues, intentan los racionalistas convencer a los
místicos y frenar su misión apostólica. No obstante, la postura del
racionalista es una reacción social sensata, es un acto de
autodefensa de la sociedad contra los peligros de ser dominada por
fuerzas incontrolables, entre las que se encontraría desde el santo
que proclama una revelación hasta el loco que afirma los productos
de su mente enferma, con el riesgo que supondría el poder de un
individuo fraudulento que quisiera ganar seguidores para sus
puntos de vista con el fin de llevar a cabo sus propósitos egoístas e
indignos. Es ííie- jor confiar en un seguro aunque modesto alimento
de la razón, que, por temor a perder «la verdad», dejarse alimentar
con todo tipo de alimento incontrolable que, frecuentemente, re-
sulta ser más ponzoñoso que saludable y benéfico.
62
IV
63
ción a una realidad trascendental a él, preguntamos —en la primera
interpretación— si el sujeto cognoscente es capaz de conocer algo que no
sea su propia experiencia mental. En esta primera interpretación del
problema de los límites del conocimiento, nuestras propias
experiencias mentales de un objeto dado son llamadas productos
inmanentes al sujeto (del latín in y maneo = permanezco dentro). Por
esta razón, a esta primera teoría se la llama problema de los límites
inmanentes del conocimiento.
de este último, introducido en la filosofía por Kant, se dará más adelante, (Cfr. págs. 71-72.)
65
si soy miope, diferente al verla a través de los lentes a si la miro a
simple vista. Todo esto prueba, según Berkeley, que la superficie
blanca que veo al mirar el folio de papel es mi impresión subjetiva y
nada más. Puesto que lo que realmente percibo con mis ojos no es
más que esta superficie blanca, el solo objeto de mi percepción
sensorial es mi impresión, un cierto tipo de experiencia, un cierto
producto inmanente.
66
La percepción y su objeto
69
admitir por lo menos la posibilidad de que la organización de
nuestras mentes nunca nos permitiría representar una realidad
independientemente de la mente, y que nuestras mentes estarían
constantemente ocupadas con sus propias construcciones. Si este
fuese el caso, los mismos objetos representados por la mente, que
son aceptados por ella como reales, según el criterio de la
experiencia, es decir, el criterio que nos permite distinguir la ficción
de la realidad, habrían sido sus propias construcciones, ya que no
podrían concebir nada que no fuera su propia construcción.
72
El realismo
El positivismo
74
tas, el enunciado acerca del flujo de la corriente en el cable de -
muestra solamente la posibilidad, en circunstancias apropiadas, de
que ocurran estos fenómenos perceptibles que sirven como
criterios para responder a la cuestión de si la corriente fluye a
través del cable.
El científico austríaco E. Mach, que vivió entre los siglos xix y xx,
afirmaba, como Berkeley, que los cuerpos que se nos dan en la
experiencia son solamente conjuntos de colores, sonidos, olores,
etc. ¿Qué es, por ejemplo, el lápiz que estoy percibiendo en este
momento? Es algo que tiene una superficie alargada, estrecha,
amarilla, por lo que puedo ver en este momento; una superficie
hexagonal de color de madera con un punto negro en el centro, que
puedo percibir si lo miro a lo largo de su eje; y además, todas
aquellas visiones que habría tenido si observase el lápiz a partir de
varias direcciones, y más aún, aquellas visiones que habrían sido
posibles si hubiera quitado las capas externas del lápiz y hubiese
mirado su capa interior. A parte de esto, existen otros aspectos del
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tales ni físicos. Tomados por separado, son elementos neutros que
pueden llamarse lo mismo físicos que mentales. Estas expresiones
(«físico» o «mental») se les pueden aplicar sólo como
componentes de este o aquel complejo.
El neopositivismo
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cias empíricas particulares no existe ningún otro conocimiento de la
realidad del tipo pretendido po.r la metafísica. Al descalificar la
metafísica, y con ella la ética normativa, dejan como único campo
de investigación para la filosofía la teoría del conocimiento, de la
que excluyen los elementos psicológicos, es decir, las
investigaciones concernientes a los procesos cognoscitivos.
Quedan, únicamente, las investigaciones de los resultados
cognoscitivos, es decir, una investigación cuyos objetos son
afirmaciones científicas. Los neopositivistas identifican, no
obstante, las afirmaciones científicas con enunciados y, de este
modo, con ciertas expresiones lingüísticas a través de las cuales se
expresan esas afirmaciones. Por eso, la tarea de la filosofía se vuelve
más precisa: se reduce a la teoría del lenguaje científico. Una vez
determinada de este modo la tarea de la filosofía, los neopositivistas
desarrollan una fructífera tarea en este área. Cultivan la teoría del
lenguaje científico. Esta teoría, sin embargo, está bastante alejada
de lo que estudian los lingüistas. La teoría del conocimiento
científico de la que hablan los neopositivistas es en realidad
idéntica a la lógica en su forma contemporánea. Esta lógica es, así,
el principal campo de trabajo del neopositivismo y en el que hizo
importantes contribuciones. Pero el cultivo de la lógica
contemporánea no es monopolio del neopositivismo. La lógica
puede ser cultivada por personas que no comparten los conceptos
neopositivistas. De hecho, las principales contribuciones en este
área no proceden de neopositivistas.
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eran nebulosas e intangibles. Ahora bien, los neopositivistas
muestran que este problema está mal formulado. Aquellos que se
preguntaban acerca de la esencia del hombre (o de las plantas, los
animales, etc.) no estaban interesados en demostrar algo que
tienen los individuos particulares y que constituye su presunta
esencia, sino que estaban en realidad interesados en el significado
de la palabra «hombre» (de la palabra «planta», de la palabra
«animal»). El problema discutido aquí no concierne, por tanto, a
las cosas (personas, plantas animales), sino a las palabras que
nombran esas cosas. Así, una vez que el problema tradicional de la
filosofía que concernía a la esencia de las cosas es formulado de
manera apropiada, se convierte en un problema del lenguaje y, de
esta forma, encuentra su lugar en la teoría del lenguaje, a la que los
neopositivistas intentan limitar la filosofía. Parafraseando
analógicamente otros problemas de la filosofía tradicional, es
decir, sustituyendo los problemas concernientes a las cosas por
problemas concernientes a las palabras que denotan estas cosas,
los problemas pueden ser acomodados en su nueva forma al
programa filosófico de los neopositivistas.
79
V
82
I
86
pos: en primer lugar, la ontología; en segundo lugar, los problemas
derivados de la investigación del conocimiento; en tercer lugar, los
problemas derivados de la investigación de la naturaleza; y, en
cuarto lugar, los problemas derivados de la religión y de la ética.
Cada uno de estos cuatro grupos de problemas será tratado
87
II
89
responder a la cuestión «¿qué es una cosa?», «¿qué es un cuerpo?»,
«¿qué son propiedades?», «¿qué es una relación?», etc. Las
respuestas a las cuestiones de este tipo son definiciones de los
términos «cosa», «cuerpo», «propiedades», «relación», que se
ajustan a un esquema estructural fijo, como, por ejemplo: «un
cuerpo es tal y cual». Estas definiciones no tienen el carácter de
propuestas, no son presentadas como postulaciones arbitrarias con
relación a la manera por la cual se deben emplear las palabras, sino
que suponen que esas palabras ya tienen significados definidos en
nuestra lengua; y estas definiciones pretenden convertirse en los
enunciados verdaderos dado que sus términos ya poseen un
significado definido. A las definiciones de este tipo se les llama
definiciones reales. Dejando de lado la terminología
fenomenológica, podemos describir la tarea de la ontología como una
búsqueda de las definiciones reales de ciertos términos basados en la
aprehensión del significado atribuido a estos términos en la lengua de la que
son tomados. Los términos cuyas definiciones reales intenta dar la
ontología, están formados habitualmente del lenguaje técnico en el
que se realizan las investigaciones filosóficas, y también
parcialmente de la lengua coloquial.
90
Los ejemplos de los conceptos analizados por la ontología
91
que Zeus existió en el pensamiento de los griegos, queremos decir
que los griegos creían en Zeus.
92
Las afirmaciones ontológicas
Los universales
96
sia de los universales, pues el nombre latino para los objetos
generales es universalia. Junto a la posición de Platón, que atribuía a
los universales una existencia real y autosubsistente, existe el
concepto de Aristóteles, que sin negar la existencia de los
universales, no los consideraba autosubsistentes, capaces de existir
independientemente de las cosas individuales. Según Aristóteles,
los universales existen solamente en las cosas individuales,
constituyendo sus propiedades esenciales, es decir, constituyendo
la forma de las cosas individuales. Pero para Aristóteles estas cosas
individuales son las únicas que poseen existencia autosubsistente.
Este tipo de existencia es característica de las personas
individuales. La idea del hombre, es decir, de la humanidad, existe
sólo como propiedad esencial de los individuos particulares; existe
no como abstracción de ellas, sino en ellas. La doctrina de Platón,
que atribuye existencia real y autosubsistente a los universales se
conoce como realismo conceptual radical. La doctrina de Aristóteles,
que atribuye a los universales existencia real, pero no
autosubsistencia, el tipo de existencia basada en los objetos
particulares, se conoce como realismo conceptual moderado.
98
pueden adquirir el conocimiento solamente de sus propias ex-
periencias.
100
nivel que todas las ficciones, porque sostiene que nuestras mentes
no pueden conocer nada aparte de sus propias construcciones. En
consecuencia, cuanto atribuimos «existencia» a los cuerpos,
queremos decir que «alguien piensa acerca de los cuerpos de una
manera particular», «alguien está consciente de esos cuerpos». No
es indiferente la manera en que se es consciente de esos cuerpos,
pero esto es examinado posteriormente por los idealistas
trascendentales. Lo discutiremos más adelante.
101
La realidad y su apariencia a la luz del idealismo subjetivo
102
tiene el universo en su existencia, Berkeley evita que se originen
otras objeciones contra el idealismo. Así, si la naturaleza se
identificase con las impresiones experimentadas por las personas,
debería admitirse que la naturaleza no existía antes de que
apareciese el hombre; del mismo modo, habría que admitir que
cualquier cosa existiría o desaparecería cuando el hombre dejase de
percibirla. Berkeley evita estas consecuencias afirmando que el
mundo material es la totalidad de impresiones experimentadas por
Dios, quien, según la religión, es eterno y omnisciente.
103
la experiencia dé soporte al mundo material, los no idealistas ven
un argumento a favor de la existencia del mundo material en el
sentido literal, es decir, independientemente de nuestras mentes. El
idealista, sin embargo, rechaza esta conclusión. Para él, el criterio
de experiencia no conduce a juicios que afirman lo que realmente
es, lo que existe en el sentido literal, lo que es una cosa en sí, sino
que conduce solamente a juicios que describen ciertas
construcciones de nuestras mentes, ciertos objetos intencionales.
Esta es la forma en la que los idealistas trascendentales, sin
abandonar su tesis básica que afirma que toda la realidad material
es una construcción de nuestras mentes, establecen la distinción, en
el ámbito de las construcciones, entre el mundo material, que es
«realidad empírica», y el mundo de las ilusiones y ficciones.
105
personas, o también en juicios que satisfacen estos criterios, pero
no son formulados por nadie. Si convenimos que tratamos sólo de
los juicios realmente afirmados por alguien, entonces la realidad
descrita en ellos sería muy fragmentaria y estaría llena de lagunas.
La clave de la cuestión está en que el conocimiento humano real es
limitado y sería paradójico afirmar que la naturaleza se agota en lo
que las personas conocen de ella. Nos inclinamos, por tanto, a la
segunda posibilidad, e interpretamos la tesis del idealismo
trascendental diciendo que la naturaleza es la totalidad de los
objetos intencionales descritos por juicios que satisfacen el criterio
de verdad (en particular, el criterio de experiencia), tanto si son
afirmados por alguien como si no lo son.
106
El mundo del espíritu objetivo
107
sentido psicológico del término), que siempre son experimentados
o afirmados por un objeto y, por tanto, algo subjetivo. El mundo del
espíritu comprende juicios y conceptos, en el sentido lógico de estas
palabras, es decir, juicios y conceptos que no son subjetivos.
108
existen en el sentido literal y no en sentido figuratiyo, es con-
siderada por el idealismo objetivo como el mundo del espíritu
objetivo y, por lo tanto, como el mundo de las ideas platónicas. La
naturaleza es sólo un correlato de este mundo. Es sólo su
fenómeno. De este modo el idealismo objetivo se aproxima
estrechamente al idealismo platónico.
La dialéctica hegeliana
113
IV
El materialismo
El materialismo dialético
122
opuestos que, por así decirlo, luchan entre sí. De la lucha de estos
contrarios emerge un nuevo estado, diferente de cada uno de los
estados opuestos. Pero este nuevo estado tampoco dura
permanentemente. Las fuerzas que lo sostienen originan fuerzas
opuestas, tiene lugar una nueva lucha de los contrarios y así se
repite ad infmitum. La ley de la unidad y el conflicto de los
contrarios corresponde a la ley hegeliana de las tres etapas: tesis,
antítesis y síntesis. Por ejemplo, consideremos un cuerpo que está
en estado de reposo y sobre el cual comienza a actuar una fuerza.
Bajo la influencia de esta fuerza el cuerpo comienza a acelerarse; su
velocidad original igual a 0 aumenta paulatinamente. Como
consecuencia de su velocidad, aumenta la resistencia del
rozamiento y del aire, que actúan contra la fuerza causante del
movimiento. Esta lucha de la fuerza causante del movimiento y las
resistencias que intentan detenerlo conduce finalmente, cuando la
fuerza y la resistencia se igualan, a la transformación del
movimiento, que era en principio acelerado, en un movimiento
constante. Del conflicto de esas fuerzas, de las cuales una
corresponde al movimiento acelerado y otra al reposo, aparece, por
así decirlo, su síntesis, un movimiento constante.
123
flecha lanzada por un arco se mueve, lleva a su propia negación y, en
consecuencia, a una contradicción. Este razonamiento llevó a los
filósofos eleáticos a pensar que el movimiento realmente no existe.
Como la evidencia de los sentidos demuestra que el movimiento
existe, los eleáticos llegaron a la conclusión de que los sentidos nos
engañan y que la experiencia no es una fuente de conocimiento
digna de confianza. Este fue el camino que llevó a los eleáticos al
apriorismo extremo, seguido más tarde por Platón y otros filósofos
antiguos. Los materialistas dialécticos, por el contrario, son
empiristas, y consideran la experiencia como el último criterio de la
verdad. Sacan una conclusión diferente de los argumentos de
Zenón. Coincidiendo con Zenón en que el movimiento implica con-
tradicción (es decir, que la suposición de que algo se mueve lleva a
contradicción), no aceptan su conclusión de que el movimiento,
como contradictorio en sí mismo, no existe. Como los empiristas,
los materialistas dialécticos reconocen la realidad del movimiento,
porque la experiencia lo sostiene inequívocamente. Así, afirman que
el movimiento existe y que implica contradicción. Esto les lleva a la
conclusión de que la contradicción existe, y de que la ley de la
contradicción, por ser uno de los cánones fundamentales de la
lógica formal, al excluir toda contradicción, es falsa*.
124
espíritu, los materialistas dialécticos se basan en que esta opinión
está fundada en los resultados de las investigaciones de la ciencia
natural, mientras que la opinión opuesta, que atribuye prioridad al
espíritu, está basada en las creencias religiosas que aceptan la
creación del mundo por Dios, exterior al mundo material.
127
de la experiencia sensorial, existe la experiencia interior, que
asegura que se piensa, se desea, se está feliz o triste. De esa ex-
periencia se deriva la certeza de la existencia del alma como ser
pensante, un ser espiritual y no corpóreo. El veredicto de la
experiencia interior es, de hecho, más cierto que el de los sentidos.
La experiencia de los cuerpos, que se acepta a partir del veredicto de
los sentidos, puede ser dudosa, porque contra este veredicto puede
levantarse la objección de que todo puede ser un sueño, que mis
sentidos pueden estar engañándome y que todo el mundo sensorial
es sólo un espejismo. Pero tal objeción no disminuye la certeza de la
experiencia interior cuando ésta me informa de que pienso, percibo
y, por tanto, existo como entidad pensante. Supongamos que me
equivoco al creer en el mundo de los cuerpos, que me equivoco en
otras muchas cuestiones. Pero para equivocarme debe existir una
entidad pensante, porque equivocarse significa pensar
erróneamente. La existencia del alma, por tanto, según sus
defensores, está más firmemente fundada en la evidencia de la
experiencia que la existencia de los cuerpos.
128
nes para pensar lo contrario. Se sabe, por la experiencia cotidiana y
particularmente por la observación de estados patológicos, hasta
qué punto los fenómenos mentales dependen del cuerpo. Una
indisposición cerebral lleva a la desaparición de todas las esferas de
la vida mental. Las operaciones quirúrgicas en el cerebro producen
un cambio total de la personalidad humana; la vida mental es
también afectada temporalmente por el alcohol, la cafeína, y por el
funcionamiento de las glándulas endocrinas, etc. Esta estricta
dependencia de los fenómenos mentales con relación al cuerpo,
hace altamente probable que sea precisamente el cuerpo, y no un
alma distinta de él, lo que piense, desee, esté feliz o triste, etc. Si
todo este poderoso aparato de argumentos que demuestran que la
actividad mental depende del cuerpo, no prueban indudablemente
que el sustrato de los fenómenos mentales es el cuerpo, entonces
hay que advertir que los defensores del alma no pueden apelar a
ninguno de tales argumentos para justificar la tesis opuesta, que es
para ellos tan esencial, de que no es el cuerpo, sino algo distinto a
él, lo que piensa, desea, etc.
129
deberíamos esperar a nuestra propia muerte, y este procedimiento
es inaccesible a las personas que están vivas. Queda, por lo tanto,
solamente un procedimiento intermedio: una prueba de la
existencia de entidades pensantes, pero no corpóreas. Podría ser
una prueba de que la vida continúa después de la muerte del
hombre, y, por tanto, una prueba de la inmortalidad del alma; o
podría ser una prueba de la existencia de otras entidades pensantes
y no corpóreas diferentes a las personas, como, por ejemplo, los
ángeles y los demonios. Los teólogos y los filósofos intentaron
encontrar estas pruebas, y ahora lo intentan los espiritistas. Pero
hasta ahora, según los materialistas, no se ha encontrado una
prueba que resulte convincente.
130
rasgo característico de los fenómenos físicos; por el contrario, los
fenómenos mentales no se producen en el espacio.
131
partícula elemental de la materia que es un componente de mi
cuerpo. Entonces, el sujeto de mis pensamientos, aunque sea algo
material, no estaría compuesto de partes.
1.32
Además, continúan los defensores del alma, si queremos pe-
netrar en un cuerpo, en lo que éste sea esencialmente, intentemos
averiguar cuáles son sus componentes últimos. En las teorías de la
física contemporánea, los electrones, núcleos y entidades similares
que deberían constituir los componentes últimos de los cuerpos
que nos son dados en la experiencia, se convierten, en algo
bastante diferente de lo que considerábamos como estos cuerpos.
No podemos ya imaginarnos los electrones, etc., como corpúsculos
muy pequeños, como miniaturas de algo que se puede ver y tocar.
De hecho, los físicos hablan sobre las dimensiones espaciales de
los electrones, protones, neutrones, etc., pero estas expresiones
tienen sólo un sentido figurado. Ocasionalmente, cuando desean
caracterizar ciertos experimentos con electrones, protones,
neutrones, etc., los consideran como «corpúsculos», es decir, como
pequeñas masas informes; pero cuando explican experimentos de
otro tipo no consideran los electrones, etc., como pequeñas masas
informes, sino que hablan de ellos como si fuesen ondas o
conjuntos de ondas. Estas ondas, sin embargo, no poseen ninguna
base sustancial, no son ondas del mismo tipo del «éter» o de algo
que se puede tratar como una cosa. Toda alongación de estas ondas
en cierto lugar es sólo la medida de la probabilidad de que en este
lugar, en un tiempo dado, se producen determinados fenómenos
como, por ejemplo, la fosforescencia de una pantalla, el
oscurecimiento de una placa fotográfica, etc. De esta manera, los
electrones y sus microscópicos compañeros se funden
completamente en la abstracción. Llegaremos al apogeo de la
abstracción cuando oigamos la respuesta de los físicos a la cuestión
de lo que son realmente estos electrones y otras partículas
elementales, a los cuales los físicos denominan partículas en unos
experimentos, y ondas en otros. La respuesta es que lo único que
saben los físicos es que, con relación a algunos experimentos, los
electrones se comportan como partículas, es decir, como pequeñas
masas uniformes, y con relación a otros experimentos, sin
embargo, como ondas; lo que son «en sí» independientemente de
todos los experimentos y observaciones, es algo que los físicos
ignoran; más aún, consideran esta cuestión estéril, puesto que su
mera formulación excluye la posibilidad de respuesta. Preguntar
qué es
133
un electrón cuando no lo observamos, es según los físicos, tan
disparatado como preguntar qué es una cosa antes de investigarla.
137
mol que está delante de mí no es más verdadero que su aspee to
138
rialismo, que limita la totalidad de la existencia a los objetos
El esplritualismo
139
El monismo propio. La teoría de la identidad
El monismo inmanente
El problema de la predicción
leyes de estadística?
La libertad de la voluntad
147
manera. Por lo tanto, el problema de la libertad de la voluntad
concierne a la cuestión de saber si la voluntad del hombre está
subordinada al principio general de la causalidad, o si escapa a sus
exigencias, si los actos de la voluntad humana son meramente
vínculos intermediarios en cadenas causales, que poseen causas y
efectos, o si son solamente los inicios de cadenas causales que,
teniendo efectos, no poseen causas. El reconocimiento de la libertad
de la voluntad humana parece ser requerido por la dignidad
humana que queda disminuida por la idea de que el hombre es
simplemente un elemento de la naturaleza condenado a los favores
y disfavores de las fuerzas que prevalecen en ella y a las cuales el
hombre no puede resistir. Las situaciones, en las cuales un hombre
fuerte resiste a las tentaciones y combate motivos ruines, parecen
demostrar que el ser humano es capaz de ser dueño de sí mismo y
oponerse a las fuerzas de la naturaleza. Nos parece, finalmente, que
la libertad de la voluntad es una condición sin la cual es imposible
sostener que el hombre es moralmente responsable de sus actos. Se
piensa que si la voluntad humana no fuese libre, que si los hombres
fuesen dotados por la naturaleza de un carácter y disposiciones
innatos, no serían capaces, ante ciertos motivos dados, de hacer una
elección, sino que deberían comportarse de una cierta manera y no
de ninguna otra, y no serían, por lo tanto, agentes responsables de
sus actos, sino solamente autómatas que harían lo que deriva
necesariamente de su naturaleza. La responsabilidad de los actos de
un hombre no recaería, entonces, sobre él, sino sobre aquel que le
hubiese dado esta y no otra naturaleza.
148
La cuestión de la existencia del futuro
149
entonces la posición privilegiada que atribuimos al presente sea el
resultado de la manera peculiar de mirar el mundo que poseen las
personas. En el mundo real puede no existir esta diferencia entre el
modo de existencia de lo que es ahora de lo que fue antes y de lo que
será en el futuro. Tal vez, el pasado, el presente, el futuro están ya
dispuestos desde el inicio del mundo y la diferencia que
distinguimos en su existencia es solamente una diferencia subjetiva
ligada a la organización de nuestras mentes.
150
de la palabra griega telos y de la palabra latina finís, que corres-
ponden a las palabras españolas «propósito» o «intención». El
mecanicismo representa la tendencia opuesta a la teleología,
porque sus defensores piensan que el curso de todos los fenó-
menos del mundo ocurren como si tuvieran lugar en un meca-
nismo y no estuviesen dirigidos por una intención o propósito, al
La intencionalidad antropomórfico
151
las condiciones que hagan posible la vida orgánica en todos los
lugares, sino sólo exclusivamente en la Tierra. Nos encontramos
también con ciertas desviaciones de las regularidades que
prevalecen en la naturaleza, sin las cuales la vida, o por lo menos
algunas de sus formas, sería imposible. Así, por ejemplo, todos los
líquidos, con excepción del agua, se vuelven más densos a medida
que se congelan. El agua se vuelve más densa a la temperatura de +
4°C y menos densa, tanto si la calentamos más, como si la
enfriamos. A esta extraordinaria característica del agua debemos el
hecho de que en el invierno los ríos y los lagos no se congelen
totalmente, sino que queden cubiertos por una capa de hielo, bajo la
cual el agua se mantiene a una temperatura de + 4°C. En este agua
pueden sobrevivir los peces y otros organismos que, de otro modo,
morirían si toda el agua se transformase en hielo. Este es uno de los
muchos ejemplos de las excepciones a las regularidades naturales
sin las cuales la vida sería imposible. ¿No será esta constitución ex-
cepcional de la Tierra, con las condiciones que son favorables a la
vida de los organismos y, además, no serán estas excepciones a las
regularidades naturales, sin las cuales la vida no podría existir, una
evidencia suficiente de que el Creador del mundo organizó
intencionadamente a éste de esta forma y estableció
deliberadamente desviaciones a las regularidades naturales para que
la vida pudiera originarse en la Tierra y así sobrevivir?
152
namiento, en el caso de la cabaña, pertenece al tipo descrito por la
lógica como razonamiento por analogía. El simple hecho de
encontrar un ordenamiento excepcional que es provechoso, no
proporciona todavía una base para inferir que este ordenamiento
fuese creado intencionalmente por alguien para permitir esa
utilidad. Si encontrara en las montañas una pirámide de inmensos
bloques de piedra debajo de la cual existiese un nicho que podría,
como la cabaña, servir de refugio, no habría sacado la conclusión
acerca de ese ordenamiento excepcional y provechoso de las cosas,
que alguien puso intencionalmente esos enormes bloques para
protegerse en el caso de que lloviese. El argumento de los finalistas
es parecido a este último razonamiento ilegítimo, y no al primero
que concernía a la cabaña. Al inferir, del ordenamiento provechoso
de las cosas en el Universo para los organismos vivos, que un
Creador dispuso intencionalmente de esta forma las cosas para el
bien de los organismos, no estamos razonando por analogía.
Porque no conocemos ningún caso en el cual un conjunto de
relaciones semejante a aquel que los finalistas quieren considerar
como obra intencional de un Creador, haya sido deliberadamente
creado por alguien en beneficio de otro. El razonamiento de los
finalistas asume una premisa implícita de que siempre que
encontramos un conjunto de condiciones diferente de las normales
y que es provechoso para alguien o algo vivo, ese conjunto es un
producto intencional de una entidad benévola. Esta premisa es
obviamente falsa, pues aplicándola al hecho de que un jugador dé a
alguien cartas excepcionalmente buenas, podría concluir que lo
hizo deliberadamente, de acuerdo con su buena disposición para el
afortunado jugador, o que algunos espíritus benévolos, bien
dispuestos con este jugador, influyeron en la distribución de las
cartas. Al emplear esta premisa podríamos también deducir de la
humedad del sótano de una casa, que hace posible la existencia del
moho, esas conclusiones son absurdas, y también lo es la premisa
en la cual están basadas.
153
modo independiente condiciones que fuesen deliberadamente
establecidas por alguien con intención benévola para los orga-
nismos vivos, no tendremos derecho a decir que, en ese caso, tales
condiciones fueron creadas por alguien para hacer posible la vida
orgánica.
Los neovitalisias
161
La intencionalidad utilitaria
El optimismo y el pesimismo
163
V ,
La metafísica religiosa
166 •
ría de las veces, un carácter tradicional; es la «fe de sus antepa -
sados», de la que se empapan desde la infancia sin esforzarse por
adoptar su propia postura en cuanto a las creencias y opiniones en
ella contenidas. Solamente algunos intentan, mediante su personal
esfuerzo intelectual, resolver los problemas que encuentran una
respuesta ya preparada en las crencias religiosas transmitidas a
través de la tradición. Estos intentos independientes se suelen
considerar como una especie de filosofía; también estas
investigaciones se clasifican en el campo de la metafísica.
Practicando la metafísica religiosa algunos tratan de emplear el
método racional, otros aplican los métodos irracionales. A estos
167
mática religiosa mantienen, generalmente, una postura exegé- tica
en cuanto a la religión trasmitida. Eso significa que no renuncian al
concepto de la divinidad comprendido en la religión transmitida,
sino que procuran otorgarle un contenido claro. Así, por ejemplo, la
filosofía cristiana escolástica precisa el concepto de Dios mediante
un aparato conceptual heredado de la filosofía de Aristóteles,
definiéndole como un ser que posee una existencia autosubsistente,
así como substancial, diferenciándose al mismo tiempo de las
demás substancias, porque mientras otras necesitan para existir
alguna causa, ésta existe por sí misma, sin tener detrás ninguna
causa de su existencia. Dios es ens per se et a se existens. Considerando
como punto de partida el concepto de Dios reconocido por la
Iglesia, los filósofos del siglo XVII y XVIII construían sus diferentes
variantes. Pretendiendo conceder al concepto de Dios un contenido
claro, de vez en cuando los filósofos no tenían en cuenta que,
precisándolo, perdían el contacto con el primer concepto de la
divinidad, impregnado, sobre todo, del contenido sentimental.
Siendo este concepto, para el espíritu de los hombres religiosos, la
expresión, ante todo, de sus añoranzas, necesidad de culto,
necesidad de protección, fe en el sentido del mundo y de su propia
vida y en la victoria de lo bueno y lo justo, no se dejaba encajar sin
dificultades en las secas y frías fórmulas con que procuraban
definirla los filósofos de orientación racionalista. De ahí que,
paralelamente a los esfuerzos por conceder al concepto
fundamental de la religión un claro contenido conceptual,
discurran por su parte los argumentos de los místicos que,
renunciando a la evidencia conceptual, desarrollan los estados
emocionales que les preocupan en relación con la religión, sir-
viéndose de metáforas e imágenes, escribiendo más bien poemas
religiosos que tratados eruditos.
Dios y el mundo
El ateísmo
171
que habita en el interior del cuerpo. Una vez liberada del cuerpo,
pierde su individualidad y se convierte en el alma de la especie
humana común a todas las personas. Esta fue, por ejemplo, la
opinión de algunos comentadores aristotélicos que desarrollaban el
concepto aristotélico de que el alma es solamente la forma del
cuerpo (Averroes). Según otros (Fechner), que acreditaban que no sólo
el hombre, sino también todas las entidades orgánicas e
inorgánicas, y el mismo Universo, están dotados del espíritu, el
alma humana después de la muerte, pierde, de hecho, su existencia
individual, pero no perece, se funde en el alma del Universo como
una gota de lluvia que cae en el océano.
173
Observaciones finales
175
L
A Introducción a la filosofía de Ajdukiewicz no es un
simple manual de profesor Su aulor es uno de los
grandes pensadores originales de la escuela filo-
sófica que floreció en Polonia entre las das guerras, y su
libro es comparable, ventajosamente en más de un aspec-
to. a los famosos Problemas de la filosofía de Bertrand
Russell En un número de páginas sorprendentemente re-
ducido Kazimierz Ajdukiewicz desarrolla los principales te-
mas de la teoría del conocimiento y de la metafísica de
acuerdo con las iras lineas de pensamiento mundial que
que han prevalecido en el siglo xx: la filosofía del conti-
nente europeo, fiel a la tradición de Aristóteles, Kant y he-
gel; el empirismo y la filosofía analítica en el ámbito an-
glosajón; y el marxismo en los Países del Este