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pdf 1 25-11-14 14:56

El poder de la cultura.
Espacios y discursos en
América Latina
Universidad Alejandro Fielbaum
de Chile Sociólogo y Licenciado en Filoso-
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz
fía. Docente e investigador. Magís-
(Editores)
ter en Estudios Latinoamericanos,
Facultad de Filosofía y Humanida-
des, Universidad de Chile.

Renato Hamel

El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina


El presente libro compila una selección de las mejores
Licenciado en Historia. Docente e
ponencias de la onceava versión de las Jornadas de Estu- investigador. Magíster en Estudios
diantes de Postgrado en Humanidades, Artes, Ciencias Latinoamericanos, Facultad de
Sociales y Educación, organizadas por los estudiantes de Filosofía y Humanidades, Univer-
postgrado del Centro de Estudios Culturales Latinoameri- sidad de Chile.
canos de la Universidad Chile. Desde perspectivas críticas
e interdisciplinarias, distintos jóvenes investigadores Ana López Dietz
ofrecen trabajos que problematizan las distintas dinámi- Licenciada en Historia. Magíster
en Estudios Latinoamericanos.
cas de la cultura latinoamericana en sus diversos registros.
Estudiante del programa de
Sus tres secciones, denominadas “Saberes e imágenes en
Doctorado en Estudios Latinoame-
disputa”, “América Latina: movimiento y migraciones” y ricanos, Facultad de Filosofía y
“Representar en América Latina: colonialidad y moderni- Humanidades, Universidad de
dad en la construcción de sujeto”, aportan al debate de los Chile.
estudios culturales latinoamericanos con precisas inter-
pretaciones de textos, imágenes y procesos. Con ello, no
solo invitan a repensar el pasado y presente de Latinoamé-
rica, sino que además contribuyen en la necesaria tarea de
reimaginar su porvenir y los poderes que allí pueden tener
los espacios y discursos de la cultura.
©Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz (Editores)
El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina
Registro de Propiedad Intelectual Nº 247663
ISBN 978-956-19-0885-7
Impreso en Chile por
Gráfica LOM
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz
(Editores)

El poder de la cultura.
Espacios y discursos en
América Latina

Ediciones Facultad de Filosofía y Humanidades


Universidad de Chile
Noviembre, 2014
Índice

Índice

Índice

Prólogo 7

SECCIÓN I

Saberes e imágenes en disputa 13


Alejandro Fielbaum
El poder de las ‘imágenes musicales’. Alcances y
límites de un modelo historiográfico 25
Mariana Signorelli
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano 35
Mónica Villarroel
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria.
El itinerario de la religiosidad en el pensamiento de
José Carlos Mariátegui 55
Pierina Ferretti
Tecnocracias en América Latina (1980-2000),
¿hacia un nuevo modo de dominio? 77
Giorgio Boccardo

SECCIÓN II

América Latina:
movimiento y migraciones. 103
Ana López Dietz
La imbricación de las relaciones sociales en el estudio de situaciones
migratorias: el exilio de chilenos y chilenas en Francia 113
Yvette Marcela García
Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre la
maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes 135
María Fernanda Stang

5


Problemas de identidad chileno-árabe en El viajero


de la alfombra mágica de Walter Garib 159
Maritza Requena de la Torre
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile
y Argentina a comienzos del siglo XX 177
María Francisca Giner Mellado

SECCIÓN III

Representar en América Latina: colonialidad y


modernidad en la construcción de sujeto 195
Renato Hamel
Discursos masculinos en textos coloniales: Etnohistoria andina
y Estudios de masculinidad 203
Álvaro Ojalvo
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina y
la representación visual de la expedición en la
Patagonia (1789-1794) 217
Gabriela Álvarez
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
de primera mitad del siglo XX 241
Claudio Guerrero
Lecturas en torno a la migración mapuche. Apuntes para
la discusión sobre la diáspora, la nación y el colonialismo 261
Enrique Antileo

Autores 289

6
Prólogo
Durante la segunda semana de 2011 se llevaron a cabo en la Facultad
de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile las ya tradicionales
Jornadas de Estudiantes de Postgrado en Humanidades, Artes, Ciencias
Sociales y Educación, que organizan los estudiantes de postgrado del Cen-
tro de Estudios Culturales Latinoamericanos y que se han convertido en
una importante plataforma crítica para abordar diversas problemáticas
socioculturales de América Latina.
En su onceava versión, más de cien estudiantes provenientes de dis-
tintas disciplinas e instituciones nacionales y extranjeras presentaron sus
trabajos, en el marco de la convocatoria titulada El poder de la cultura. Es-
pacios y discursos en América Latina. Estas Jornadas tenían como propósito
debatir y discutir en torno a las diversas formas de comprender los espa-
cios y discursos culturales de América Latina. Desde perspectivas críticas
e interdisciplinarias de análisis, nos propusimos problematizar la cultura
como un lugar de interrelación entre viejos y nuevos actores, entre diversas
disciplinas, con nuevos enfoques y estrategias que permitieran dar cuenta
de los procesos culturales de la región. El libro que aquí presentamos es
el resultado de un acucioso trabajo de selección y edición de las mejores
ponencias que allí se presentaron.
Entre la realización de tales Jornadas y la publicación de este volumen,
se desplegaron en Chile las movilizaciones sociales más importantes de
los últimos años. Nos referimos a aquellas que, al amparo de las justas
demandas de una educación pública, gratuita y de calidad, reunieron a mi-
les de estudiantes de pre y postgrado, investigadores y académicos, quie-
nes retomaron las calles para exigir la defensa de la Universidad pública,
justamente desde el poder que siguen teniendo los espacios del saber y la
cultura en la configuración social, política y económica de la sociedad chi-
lena. Contra la tecnocracia que tan estrechamente concibe el desarrollo a
partir del desigual crecimiento económico, las manifestaciones abrieron la
posibilidad de re imaginar otro país y otra Universidad. Un espacio crítico
en el que el saber no sea una mercancía más por administrar desde un
espacio ya dado, sino una construcción colectiva que no deje de interrogar
el estatuto de los distintos espacios y discursos que existen dentro y fuera
de sus muros. Ante tales demandas, la pregunta por la cultura retoma una
importancia imprevista.

7
Prólogo

En ese sentido, lo acontecido entre enero de 2011 y el presente per-


mite releer, retrospectivamente, la importancia de lo entonces discutido
acerca de las siempre intrincadas relaciones entre saberes y poderes, y sus
distintas manifestaciones en las historias latinoamericanas. Evidenmente,
ni la discusión estudiantil deriva de lo entonces discutido ni las ponencias
presentadas se dejan enmarcar, en forma directa, en los debates naciona-
les. Solamente queremos indicar que la coincidencia indicada torna más
urgente la discusión sobre las posibilidades, los sentidos y también límites
de la cultura para quienes, desde las Humanidades, Artes, Ciencias Socia-
les y Educación, investigamos sus distintas manifestaciones en América
Latina. Esperamos, por ello, que este libro, desde sus múltiples aristas, sea
un aporte al respecto.
El libro contiene tres secciones que han sido organizadas en torno a
ciertos ejes de debate, cada una precedida de una introducción que presenta
los textos y problemáticas abordadas. La primera de ellas, presentada por
Alejandro Fielbaum, se titula “Saberes e imágenes en disputa”. La segunda
sección, a cargo de Ana López Dietz, reúne diferentes artículos en torno a
la temática “América Latina: movimiento y migraciones”. Finalmente, el
libro cierra con la sección “Representar en América Latina: colonialidad
y modernidad en la construcción de sujeto”, que presenta Renato Hamel.
Queremos destacar también que las Jornadas anteriores han generado
importantes publicaciones con la selección de los mejores trabajos presen-
tados. Estos libros, editados por una comisión integrada por estudiantes
de postgrado del Centro de Estudios Latinoamericanos, con el apoyo de
académicos de la misma unidad académica, se han transformado en una
herramienta fundamental para difundir las principales problemáticas,
aportes y debates que en ellas se realizan. Entre las últimas publicaciones
destacan Pensando el Bicentenario. Doscientos años de resistencia y poder en
América Latina1 y, América Latina en el nuevo milenio: procesos, crisis y pers-
pectivas2.
Agradecemos especialmente a los autores de los distintos artículos
por su contribución y disposición, al Centro de Estudios Culturales Lati-
1
Palominos, Simón, Ubilla Lorena y Viveros, Alejandro (editores), Pensando el Bi-
centenario. Doscientos años de resistencia y poder en América Latina. Santiago,
Universidad de Chile, 2012.
2
Oliva, Elena, Peirano, Alondra y Prudant, Elisabet (editoras), América Latina en
el nuevo milenio: procesos, crisis y perspectivas. Santiago, Universidad de Chile,
2009.

8
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel, Ana López


noamericanos por su apoyo institucional y personal para que este proyecto


pudiera realizarse. En particular, a las profesoras Claudia Zapata y Darcie
Doll por su atenta lectura de previas versiones de lo que aquí presentamos.
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel, Ana López
Marzo de 2014

9
SECCIÓN I
Saberes e imágenes en disputa
Alejandro Fielbaum

La decisión de reunir el análisis de ideas e imágenes en una sola sección


es riesgosa. Para poder trazar una lectura simultánea de estas y aquellas,
sin que una categoría subsuma a la otra, resulta necesaria cierta plasticidad
para pensar las ideas y las imágenes más allá de sus registros tradiciona-
les de inscripción y circulación. Este gesto solo puede realizarse gracias
a estrategias de interpretación que, de una u otra forma, desdibujen las
disciplinas académicas que se han constituido en torno a la determinación
de las producciones textuales y gráficas como propias de una u otra rama
del conocimiento, las que se han autorizado con narraciones unitarias de
la historia de uno u otro objeto. Pensamos, por ejemplo, en la historia de la
filosofía latinoamericana, o su símil relativo al arte surgido del continente.
Es claro que los relatos que tales narraciones gestaron fueron perentorios
para afirmar las prácticas que intentaron rescatar. Dicho de forma más
directa, que reinventaron la tradición que narraron. No está de más in-
dicar que sin aquel gesto careceríamos hoy del necesario espacio desde el
cual debemos cuestionar sus límites, precisamente en nombre de lo que
sus señeros trabajos prometieron. A saber, la comprensión de lo que ha sido
pensado y creado en Latinoamérica.
En ese sentido, si optamos por referir a ideas antes que a filosofía, o a
imágenes en lugar de arte, no es para renunciar a la pregunta por la filo-
sofía y el arte en Latinoamérica, sino para intentar pensar sus historias
de modo más complejo, buscando así añadir otras aristas desde las cuales
comprenderlas. En particular, al situar sus procesos en tiempos y espacios
en los que no dejan de confluir, respectivamente, con ideas que no provie-
nen de la institución filosófica e imágenes que no se limitan a los espacios
del canon artístico.
La indudable equivocidad que gozan términos como “saberes” e “imá-
genes” puede pensarse, entonces, como una saludable apertura que no solo
nos permite yuxtaponer en una misma sección artículos de tan variadas
estrategias y preocupaciones, sino también reflexionar en torno a la con-
junción entre ideas e imágenes, a partir de los presupuestos ya indicados,
buscando relaciones que sobrepasen lo genérico: decir que las imágenes
expresan cierto contenido, o que las ideas se dan desde una irreductible

13
Saberes e imágenes en disputa

dimensión retórica, debe hoy ser un punto de arranque para el análisis


concreto, antes que una obvia conclusión. Por ello, nuestro interés por los
quiasmos entre ideas e imágenes recae en las formas concretas en las que,
desde la especificidad de cada registro, se reinscriben como complejo dato
de variados tiempos y espacios de la cultura.
A partir de lo dicho, resulta necesario imaginar lecturas de las imáge-
nes y las ideas que permitan pensar, en su singularidad, las constitutivas
tensiones de bloques históricos que allí se expresan. Uno de los más ambi-
ciosos ejercicios de tal tarea es el desplegado, a principios del siglo XX, por
Aby Warburg. Inspirado, entre otras tantas experiencias, por un viaje a
México a fines del siglo XIX, el historiador vienés del arte se obsesiona con
la cifra de lo anacrónico en la tradición occidental del arte. Y, con ello, con
la posibilidad de repensar los límites de la determinación de toda figura de
lo humano, precisamente desde una relectura del humanismo renacentista
que lo sustrae de toda claridad antropocéntrica o racionalista.
Los herederos de Warburg, sin embargo, pronto abandonan tales intui-
ciones y transforman su heterodoxa perspectiva en un método3: la iconolo-
gía. En una estrategia distinta a la atención de Warburg a los remanentes y
padecimientos de la imagen como expresión irreductible a racionalización
alguna, la posterior concepción del trabajo del iconólogo, en su clásica for-
mulación por parte de Panofsky, surge del deseo de concebir la inequívoca
idea subyacente a toda imagen. Y, desde ahí, la opción de pensar las trans-
formaciones de la humanidad gracias a la historia de las imágenes que ha
legado como testimonio de sus avances.
En uno de sus más notables textos, Panofsky liga, en efecto, la tarea de
las humanidades a la de la comprensión de lo humano, mediante una posi-
ción humanista harto problemática. Una bella anécdota de Kant le permite
sustentarla. Nueve días antes de morir, el filósofo se levanta de su lecho
ante una visita, pese a sus dificultades físicas para hacerlo. “El sentido de
la humanidad no me ha abandonado”, habría dicho, remitiendo a la más
profunda significación de tal valor4.
Por sobre toda consideración convencional de la cortesía o civilidad,
la humanidad allí pensada refiere a la orgullosa y trágica conciencia de los

Al respecto, Georges Didi-Huberman, La imagen superviviente. La historia del arte


3

y el tiempo de los fantasmas según Aby Warburg. Madrid, Abada, 2009, 91.
Erwin Panofsky, “La historia del arte en cuanto disciplina humanista”, en El signifi-
4

cado en las artes visuales, Madrid, Alianza, 1987, 17.

14
Alejandro Fielbaum

principios autoimpuestos por parte de la vida, en contraste con la sujeción


a la enfermedad y su ligazón a la muerte, según comenta Panofsky, quien
no deja de indicar que tanto el visitante como el visitado lloran ante el
gesto del filósofo. Tal como la imagen pictórica que inspira el análisis del
iconólogo, las lágrimas expresan allí una idea: la de la dignidad del espíritu
que logra suspender los padeceres del cuerpo gracias a la voluntad del suje-
to, incluso antes de su muerte. Como si el viejo dictamen que identificaba
la filosofía como el aprender a morir durante la vida se transformase, en la
era moderna, en aprender a vivir cuando la muerte ronda, alejándola inclu-
so en su más íntimo asedio. Si la vida del sujeto moderno se piensa capaz
de trascender la muerte es porque logra, a través de la vida del espíritu ilus-
trado, gestar una cultura que trasciende la finitud de uno u otro hombre en
particular, en nombre de la humanidad en general.
Para Panofsky, es el rescate de este valor de la humanidad en cuanto
tal el más profundo fundamento de la investigación. Separándose tajan-
temente de lo inhumano, las humanidades podrían reafirmar al sujeto al
comprender, en su producción simbólica, los avances del hombre a partir
del Renacimiento. La posterior deshumanización de la sociedad moderna
exige su rescate, en nombre de valores humanos que se contraponen a la
problemática existencia contemporánea de sujetos cuya ausencia de espi-
ritualidad pareciera disolver su anterior capacidad de producir símbolos
perennes en la mera capacidad de reproducir objetos volátiles: “No fue hasta
el momento tardío en que el hombre y la naturaleza (entendiendo por hombre a
un ser realmente humano y por naturaleza la totalidad de cosas naturales no
manipuladas por el hombre) fueron condenados a convertirse en menos intere-
santes y menos importantes que esas fuerzas antinaturales y antihumanas que
parecen determinar nuestro propio período —las fuerzas de las máquinas y las
masas— y de las cuales aún no sabemos si son manifestaciones de un dios o un
diablo desconocidos”5.
Ante la pérdida contemporánea de los valores del hombre moderno, la
crítica humanista insiste en la defensa de los documentos de cultura que
la anteceden, como defensa de la vida del espíritu ante la barbarie circun-
dante. No hay que ser ya un gran maestro de la sospecha para cuestionar
los límites temporales y espaciales del humanismo occidental moderno allí
presupuesto y repetir, que todo documento de cultura lo es también de
la barbarie, o que la humanidad presupuesta en su humanismo cohabita
5
Erwin Panofsky, “¿Qué es el barroco?”, en Sobre el estilo. Tres ensayos inéditos,
Barcelona, Paidós, 2000, 112.

15
Saberes e imágenes en disputa

con los racismos que Eze y Harvey bien han descrito a propósito de Kant6.
El reconocimiento crítico de los límites del universalismo europeo resul-
ta fundamental si intentamos pensar desde territorios conquistados de la
mano de aquel humanismo, y que siguen siendo saqueados en nombre del
discurso del progreso de la humanidad. Es notable, en ese sentido, que uno
de los personajes de Respiración Artificial repita la historia ya citada sobre
Kant, pero para llegar a la conclusión contraria. A saber, la imposibilidad de
determinar conclusivamente su autonomía, dado que el personaje nunca
puede dejar de citar7. Y es que allí donde el humanismo llega como promesa
acompañada de bárbaras realidades, sus ideas no pueden desplegarse, tan
simplemente, en nombre de la vida. Para mantener cierta vigencia, requie-
ren su torsión. En particular, si deseamos que la crítica a los límites del
supuesto universalismo ilustrado no devenga una oposición irracionalista
a la Ilustración, sino que pueda indeterminar sus límites eurocéntricos en
nombre de una concepción más amplia de lo humano.
Ante ello, resulta difícil saber qué miradas trazar para eludir el juego
especular que contrapone el particularismo de la pretensión eurocéntrica
de universalidad con otra forma de particularismo, por crítico o continen-
tal que sea su pretensión. Quizás ya no se trate tanto, entonces, de pensar
otra modernidad –o una modernidad otra, según se prefiera–, sino más
bien la modernidad desde otro espacio que la resignifica en sus tensiones
constitutivas. Otra anécdota del mismo Kant permite imaginar, en efecto,
distintos puntos de arranque para la crítica. Es Ankersmit quien narra la
cómica escena que puede pensarse como reverso de la trágica historia antes
descrita. Según narra, tras haber sido engañado por uno de sus sirvientes,
el filósofo talla en una pared el mandato de olvidarlo: Olvidar a Lampe8,
habría dicho la placa, inscribiendo el nombre propio que se buscaba borrar
de la memoria.
La paradoja es evidente: Todas y cada una de las veces que se lee el
imperativo, se recuerda lo que su enunciado exige olvidar. En este caso,
las tensiones sobre el mandato y sus propiedades. Abusivamente, puede

David Harvey, Cosmopolitanism and the geographies of freedom, Nueva York, Co-
6

lumbia University Press, 2009.


Ricardo Piglia, Respiración artificial, Buenos Aires, Sudamericana, 1992, 211.
7

Evidentemente, una lectura más extensa acerca de la promesa de la Ilustración en


el continente habría de pasar por ese libro tan curioso como lúcido que es La vida
sexual de Immanuel Kant (Jean-Baptiste Botul, Madrid, Arena, 2004)
Frank Ankersmit, Experiencia histórica sublime, Santiago, Palinodia, 2008, 106.
8

16
Alejandro Fielbaum

extenderse el rendimiento de esta escena del doble vínculo para pensarla


como metonimia de la modernidad europea e imaginar las tensiones que
sus ideas e imágenes padecen ante la simultánea necesidad de olvidar y
recordar sus exteriores. A diferencia del Kant que mantiene la autodeter-
minación ante el límite de su voluntad, el de esta anécdota indetermina su
propio saber ante la incapacidad de olvidar lo que entorpece la tranquilidad
de su presente.
Es obvio que con ello no pensamos que todas las producciones cultu-
rales europeas giren en torno a esta cuestión, ni mucho menos que las sur-
gidas desde Latinoamérica no incurran en retóricas similares. Justamente
por la cercanía de lo que desea olvidar, el humanismo latinoamericano
puede devenir tanto o más limitado en su ideal civilizatorio. En un intere-
santísimo texto, por ejemplo, Amunátegui cuestiona los mamarrachos que
habría legado la pintura colonial barroca, incapaces de expresar al hombre:
“No son figuras humanas, son monstruos los que delinean”9.
El límite de la humanidad, que allí se presupone como claramente de-
limitable, es lo que hoy habría de indagarse a partir de la consideración del
suplemento de la barbarie en la civilización, lo que requiere la elaboración
de nuevas formas de lectura. Si el humanismo europeo –incluyendo, por
cierto, sus instituciones artísticas y filosóficas– puede aspirar a la impo-
sible borradura de los límites y violencias que permiten las obras, la tarea
crítica del intérprete es la de hallar esas tensiones en la supuesta interiori-
dad de la obra. Y, con ello, desplazar los límites de la humanidad conocida.
Bien señala Badiou, precisamente a propósito de las tensiones del huma-
nismo kantiano que, al limitarse a la idea de humanidad ya existente, el
pensamiento termina suprimiéndose a sí mismo10. De ahí la importancia,
teórica y política, de imaginar otras formas de vida en común, más allá
de lo humano. El mismo Kant, según lee Badiou, no renuncia a pensar la
humanidad con la noticia de lo que la excede. Para mostrar aquello habría
que leer un Kant distinto al tradicional y ver los límites de su proyecto de
humanización. Por ejemplo, yendo quizás más allá de Badiou, leyendo su
preocupación, estética y racial, por lo que excede la humanidad europea
que solo puede leer esas manifestaciones como dato de la monstruosidad.

9
Miguel Luis Amunátegui, “Apuntes sobre lo que han sido las artes en Chile”, Revista
de Santiago, Tomo Tercero, 1849, 44.
10
Alain Badiou & Slavoj Žižek, “Discussion”, en Badiou, Alain & Žižek, Slavoj, Philo-
sophy in the Present, Londres, Policy, 2009, 74.

17
Saberes e imágenes en disputa

La lectura que Spivak ha hecho de su obra, en esa dirección, resulta ejem-


plar11.
Si hemos enfatizado en una selección tan antojadiza del anecdotario
kantiano no es por capricho, sino para sugerir, con una y otra figura, que in-
cluso su obra, aparentemente tan ajena a lo que discutiremos y tan distante
de la preocupación por las imágenes y las ideas en un contexto postcolo-
nial, puede leerse a partir de estas cuestiones al abordar su filosofía desde
otras perspectivas. En ese sentido, la posibilidad de la crítica parece residir
en el ejercicio de otra lectura del canon conocido y no tanto en la búsqueda
de otro canon que pudiera recordar, de forma transparente, lo olvidado. En
un registro reverso, entonces, la cifra de las anacronías abre la opción de
pensar en la simultaneidad de más de un tiempo, espacio o discurso para
rastrear nuevas formas en las Humanidades y así imaginar otras formas de
humanidad. Bien lo supo, en efecto, el ya nombrado Warburg.
Si nos entretenemos, y nos arriesgamos a aburrir al lector, con este
rodeo tan intrincado como resumido, es porque este tipo de cuestiones se
dejan entrever en los textos que aquí presentamos, los que instalan las
tensiones en los procesos de producción y circulación de saberes en Latino-
américa. Los trabajos de esta sección del libro rastrean los zigzagueos que
emergen de procesos de modernización que no se dejan leer desde cierto
progreso lineal que vaya superando sus contradicciones. Antes bien, de-
muestran cómo unas y otras producciones y procesos se constituyen en
desequilibrios no del todo distintos a los ya planteados. De forma concreta,
abordan la lectura de variados registros, descomponiendo la supuesta uni-
dad de algunos e inocencia de otros. Valiéndose de una amplia bibliografía
que da cuenta de las múltiples formas de pensar las producciones textuales
y gráficas que emergen desde Latinoamérica, muestran cómo las distintas
figuras y saberes se emplazan disputando sus espacios de enunciación, en
torno a la infinita disputa por cómo este es imaginado. En lugar de asu-
mir disciplinas y territorios delimitados de antemano, demuestran que las
disputas por la institución y la nación recorren lo estudiado. Para ello, no
claudican en leer producciones del pasado local valiéndose de distintas re-
flexiones contemporáneas provenientes de distintos lares, ampliando así
la lectura del pasado más allá de cualquier noción ingenua de lo producido
como patrimonio de la nación o el continente.

Gayatri, Spivak, Crítica de la razón poscolonial. Hacia una historia del presente eva-
11

nescente, Madrid, Akal, 2010.

18
Alejandro Fielbaum

En particular, los textos de Mariana Signorelli y Mónica Villarroel lle-


van tales interrogantes en torno a la construcción de las imágenes de la
nación. A partir del análisis de formas algo desconsideradas en los estu-
dios culturales, muestran la necesidad de las imágenes en los relatos na-
cionales. La primera de las autoras recién mencionadas se pregunta por la
plausibilidad de la aplicación del análisis de Louis Marin para comprender
la danza, mediante el contraste entre dos recreaciones contemporáneas de
la versión para danza del Martín Fierro que el compositor argentino Ginas-
terra realiza a mediados del siglo XX. Si ya esta última obra reinscribe la
clásica épica trasandina en una forma que le resultaba ajena, sus actuales
recreaciones demuestran que toda reescritura debe alterar lo recreado para
aspirar a mantener lo que el original promete. En este caso, claro está, la
presentación de la nación.
A partir de esa pregunta, Signorelli aborda las disposiciones forma-
les de los distintos elementos de la danza, mostrando cómo en la obra
se articula una presentación de lo común que no solo se expresa a través
del discurso escrito o hablado, sino también en registros que, desde sus
particulares formas, forjan imágenes de nación cuyo rendimiento no se
juega en su capacidad de traducirse, posteriormente, en términos concep-
tuales. Por el contrario, se expresa en lo danzado, y no subyaciendo, o al
margen de su materialidad. Con tales presupuestos, aborda tanto la discu-
sión metodológica como el análisis de la obra, para concluir reflexionando
acerca de cómo la danza, al articularse como una imagen compuesta por
múltiples tiempos y espacios, colabora con el múltiple e infinito proceso de
construcción de la nacionalidad.
El texto de Mónica Villarroel, por su parte, también indaga en los
vínculos entre los imaginarios nacionales y la expresión de los grupos
hegemónicos desde el análisis de técnicas de producción que siguen care-
ciendo de la atención que merecen. Si bien el cine parece gozar de mayor
presencia que la danza en los estudios culturales, son pocos quienes han
abordado su producción y circulación en las primeras décadas –en parte,
claro está, por la dificultad de acceder a los materiales que la propia au-
tora, en otras instancias, ha ayudado a poner en circulación–. Mientras
Signorelli indaga en una construcción de la nación ligada a algunas figuras
de la ruralidad que permitiesen imaginar cierta identidad compartida por
los distintos grupos de la sociedad argentina, Villarroel centra su mirada
en las formas de distinción que trazan las élites urbanas de Brasil y Chile

19
Saberes e imágenes en disputa

al registrar, cinematográficamente, algunas de las escenas que le fueron


significativas.
El análisis de la autora muestra la imposibilidad de determinar, de an-
temano, los potenciales usos de uno u otro medio. Contra la rápida asocia-
ción que hoy puede realizarse entre la irrupción de la cámara y la inclusión
de nuevos grupos en los espacios de representación visual –como ocurre,
en efecto, en el cine europeo de principios del siglo XX–, el cine silente
de Chile y Brasil, según demuestra, replica las estructuras jerárquicas de
una sociedad carente de la modernización que permitiese que el nuevo arte
generase recurrentes representaciones de nuevos grupos sociales. En los
orígenes del cine en una sociedad jerárquica, se registra una élite orgullosa,
entre otras cosas, de su capacidad de filmarse.
Sin embargo, como todas las técnicas, las del cine abren la posibilidad
de nuevos usos y dejan de ser un simple monopolio de la oligarquía. Así,
Villarroel cierra su texto recordando que las filmaciones del funeral de Luis
Emilio Recabarren exponen un uso distinto del registro cinematográfico,
dando a entender que las luchas políticas que tan memorable dirigente en-
cabezó no dejan de replicarse, también, en lo relativo a las propiedades y
usos de los medios de producción de imágenes y sentidos. A los rituales del
poder que bien describe la autora, por tanto, pronto se oponen expresio-
nes de la resistencia que instalan, desde los medios más modernos, ideas e
imágenes opuestas a las formas excluyentes de modernización que comba-
ten, instalando la alternativa de otra forma posible de modernidad.
A partir de una temática harto distinta, también Pierina Ferretti in-
daga en las primeras décadas del siglo XX y las apropiaciones de saberes,
aparentemente ajenos al socialismo, que debieron realizar quienes inician
una política marxista para el continente. En concreto, en lo relativo al fun-
damental lugar de la teología en el pensamiento de José Carlos Mariátegui.
La autora rastrea, con tanta documentación como lucidez, la continuidad
de cierta motivación religiosa en el pensamiento de Mariátegui, así como
las transformaciones que esta padece en la medida en que el pensador pe-
ruano va delimitando su política. Suplementando la bibliografía de la que
se vale con un análisis que va desde la producción más temprana de Ma-
riátegui hasta las motivaciones previas a su muerte, Ferretti enfatiza en
la importancia que tuvo, para el amauta, el conocimiento del marxismo
heterodoxo italiano, cuya impronta idealista le permite reflexionar contra
el positivismo imperante en la Segunda Internacional.

20
Alejandro Fielbaum

En ese sentido, sin el traspaso y traducción de las ideas europeas, Ma-


riátegui difícilmente habría podido pensar tan lúcidamente, debido a una
politizada dimensión religiosa la singularidad latinoamericana. Según re-
salta la intérprete, el autor peruano lee en su obra, de manera retrospec-
tiva, que la religión pasa de una dimensión literaria a un índice político.
Es claro que allí no se postula una separación absoluta entre la letra y el
poder, cuyos vínculos y posibilidades Mariátegui rastrea tan profunda-
mente. Antes bien, se trata del paso a una toma de posición más decidida,
en la cual la religión ya no solo otorga algunas verdades trascendentes,
sino que además menta la acción revolucionaria que habría de implantar el
orden socialista en el mundo. Trascendiendo toda eventual consideración
del socialismo como una realidad exclusivamente económica, Mariátegui
lo piensa, a partir de su motivación religiosa, como una realidad espiritual
distinta, capaz de construir los valores que el capitalismo niega. Así, com-
pone un pensamiento en el que teología y marxismo no tienen el carácter
excluyente que le impone la dogmática marxista. Al contrario, y en clara
sintonía con pensadores europeos que le fueron contemporáneos, abre la
opción de pensar que es la motivación de justicia, teológicamente concebi-
da, lo que torna imperiosa la política revolucionaria.
Mientras la primera pareja de artículos piensa las imágenes desde sus
procesos de construcción y circulación a partir de variados discursos e
imaginarios, tanto el de Ferretti como el de Giorgio Boccardo poseen el
mérito de ubicar a las ideas en torno al cruce entre distintas prácticas y
saberes. El de este último, en efecto, rastrea las particulares imbricaciones
entre el discurso económico neoliberal y las élites políticas que se resisten
al proyecto tecnocrático que amenaza sus redes y réditos. Cuestionando la
fácil caracterización del neoliberalismo contemporáneo como despliegue
de una razón instrumental despolitizante, Boccardo describe comparati-
vamente los procesos políticos que condicionan el rol de las tecnocracias
en los distintos procesos de neoliberalización, demostrando los límites his-
tóricos que padece la propuesta tecnocrática al deber negociar con lógicas
políticas de larga data.
Los tecnócratas, según concluye el artículo, pueden ascender hasta
prescindir de la consulta democrática a las mayorías sociales, pero no de
los vínculos con las minorías gobernantes. Su caso pareciera otro de los
tantos en los que las ideas políticas liberales –en este caso, en una ver-
sión que intenta trocar la política por la técnica– son condicionadas por
un orden social basado en estructuras de jerarquías y favores cuya yux-

21
Saberes e imágenes en disputa

taposición con la pretensión liberal de neutralidad genera un orden harto


singular. Antes que contraponer allí la verdad autoritaria con la falsedad
liberal, habría que aprender a pensar que la verdad de esos órdenes se halla,
justamente, en sus desajustes y connivencias entre una y otra lógica.
Las tensiones que Boccardo rastrea no se explican por un eventual com-
bate entre la neutral técnica y la clientelar política, como gusta de hacernos
creer la tecnocracia. Mucho menos, entre la vieja política y la nueva ciencia.
La coexistencia entre formas antiguas y nuevas de dominación, por tanto,
no parece ser una paradoja, sino un síntoma de la rearticulación de jerar-
quías que no desaparecen, condicionando los usos de unos y otros saberes
a partir de un nuevo discurso de modernización. De ahí que la supuesta
autonomía de la economía siga atravesada por dinámicas que harto distan
del supuesto prurito modernizador que la motivaría. El artículo muestra,
en efecto, cómo la mayoría de las tecnocracias replican las prácticas de
corrupción que los mismos tecnócratas achacaban a los previos órdenes
populistas, instalando nuevas formas de dominación gracias al autorita-
rismo político que desarticula los espacios de discusión y movilización pú-
blica que se habrían contrapuesto, si no hubiesen sido despotenciados por
la represión, a lógicas de desarrollo que precarizan la vida de las mayorías
del continente. En esa línea, en Latinoamérica, la connivencia entre la neo-
liberalización de la economía y la falta de libertades políticas no resulta
un accidente, sino una estricta necesidad para la imposición de un modelo
económico que con la recuperación formal de la democracia las mayorías
han vuelto, con justicia, a combatir.
La génesis autoritaria del neoliberalismo permite repensar las reglas
y excepciones del capitalismo contemporáneo en torno a una historia de
procesos de modernización desiguales y combinados, por retomar una
expresión tan vieja como vigente. Y es posible que todos los textos de la
presente sección del libro puedan releerse, en efecto, a la luz de las tensio-
nes en las distintas esferas de una modernización cuyas incompletitudes
no debieran pensarse desde una lógica de la carencia, sino a partir de la
singular productividad que obliga a yuxtaponer prácticas y discursos que
en el clásico modelo europeo parecían excluyentes. Sin tematizar explíci-
tamente estas cuestiones, los artículos colaboran con análisis que ofrecen
ricos datos para repensar los desvíos del modelo político y cultural de la
modernidad europea a partir de experiencias latinoamericanas propias de
una esfera pública heterogénea, cuyas dinámicas políticas no dejan de im-

22
Alejandro Fielbaum

buir la supuesta autonomía del arte, la religión o la ciencia, dependiendo


los casos de estudio en cuestión.
En lugar de optar por un análisis exclusivo de la cultura o la política,
por así decirlo, pareciera que, para analizar la política en Latinoamérica,
hay que ir más allá de sus espacios formales y pensar, en el supuesto espa-
cio autónomo de la cultura, la expresión de las tensiones sociales y políti-
cas. Y, suplementariamente, que se deben recordar las dinámicas políticas
que recorren las expresiones culturales. Sin desconocer las irreductibles
distancias entre una danza que presenta la nación, un cine que expone la
élite, un marxismo con sustento religioso o una tecnocracia sometida a las
lógicas de la política tradicional, en todos los textos se presentan objetos
de análisis desbordados por procesos que los circundan y atraviesan. Las
tradicionales delimitaciones disciplinares pueden ser útiles como puntos
de arranque para entender esos objetos, pero exigen la adición de otras
miradas, más complejas, para pensar las yuxtaposiciones en cuestión. Des-
de distintas aristas, nos parece, los textos que aquí reunimos responden
adecuadamente a ese desafío. He allí, en buena parte, su valor.

Bibliografía
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23
Saberes e imágenes en disputa

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24
El poder de las ‘imágenes musicales’.
Alcances y límites de un modelo
historiográfico
Mariana Signorelli

Introducción
En el presente trabajo se analizará la aplicabilidad del enfoque teórico
desarrollado por Louis Marin en su libro Los poderes de la imagen1, en el que
propone repensar la noción de imagen como categoría que designa un modo
de ser, una ilusión, un reflejo aparente, una representación. La pregunta
es si dicha propuesta teórica utilizada por el autor para el análisis de las
imágenes visuales puede ser considera para el análisis de “imágenes musi-
cales”. Siguiendo a dicho autor, se puede considerar una “imagen musical”
como toda imagen plástico-visual-performática que sostenga una práctica
musical; en otros términos, “imágenes musicales” son representaciones
de prácticas musicales o basadas en ellas. Por lo tanto, al ser imagen, se
reconoce en ella, tal como Marin propone, la fuerza, la potencialidad, la
capacidad de desplegar un poder simbólico, identitario, que da coherencia
a una comunidad de manera explícita o sutil, desde la mayor transparencia
a la mayor opacidadque la imagen misma proponga.
Marin propone partir de la deconstrucción del término ‘lectura’ (usado
para designar, comprender o interpretar objetos o formas que no pertene-
cen al campo de la escritura) y ampliar su sentido, dándole validez y legiti-
midad al repensar la cuestión de la representación. Se registra en el autor
un desplazamiento desde el modo de análisis propuesto por la semiótica
estructural, basado en la producción lingüística del sentido, hacia la explo-
ración de los modos de presentación de la representación, pertinente para el
abordaje de objetos discursivos no lingüísticos. Una práctica musical o su
representación posee las dos dimensiones propuestas por Marin: la transi-
tiva, en la que se muestra algo que está fuera del objeto –una presencia en
ausencia– y la reflexiva, en la que se muestra la materialidad misma de la
imagen2. Por lo tanto, la música como imagen posee estas dos dimensiones.
1
Louis Marin, Des pouvoirs de l’image. Gloses, París, Editions du Seuil, 1993.
2
Marin recupera sentidos históricos del término “representación”, de diccionarios
del S. XVIII y los reactualiza en nuevos contextos de análisis.

25
El poder de las ‘imágenes musicales’

Desde la musicología se han planteado una diversidad de modelos de


análisis al respecto, y existe un gran desarrollo teórico de la semiología y
la iconografía musical. Sin embargo, este trabajo pretende un acercamiento
“oblicuo” –en términos del propio Marin– a los objetos seleccionados, con
el fin de vislumbrar si dicha propuesta historiográfica, que supera los tra-
dicionales análisis semióticos en el campo de las artes visuales, puede fun-
cionar como encuadre teórico y metodológico en el análisis de imágenes
musicales y performáticas. Para este fin se ha elegido ejemplificar con dos
recientes puestas en escena del ballet Estancia del compositor argentino
Alberto Ginastera, estrenadas en el marco de los festejos del Bicentenario
Argentino. Una de las reposiciones se presentó en el Teatro Argentino de
La Plata (Buenos Aires) y la otra en el Teatro Independencia de Mendoza.
A través de estas diferentes propuestas performáticas no sólo es posible
apreciar la posibilidad de la aplicación de este marco teórico, sino también
cómo, ante una misma propuesta musical, en un mismo contexto sociopo-
lítico, pueden generarse dos imágenes diversas, en una gradación que va
desde la mayor transparencia a la mayor opacidad.

El poder de las ‘imágenes musicales’ en la Estancia del


Bicentenario
Se considerará la noción de imagen formulada por Marin de manera
amplia, como categoría analítica historiográfica, que hace posible analizar
cualquier manifestación artística como imagen. Además, siguiendo a este
autor, se otorga a estas imágenes un poder, una fuerza que deja en los sig-
nos que presenta y que provoca una mirada, una interpretación, una lectu-
ra que establece relaciones de coherencia y de cohesión en una comunidad.
El poder de las imágenes reside principalmente en su doble dimensión:
la transitiva, de representar algo que no está, y la reflexiva, que es pre-
sencia en sí misma. Por lo tanto, se abordará el análisis de una puesta en
escena considerando todos los elementos performáticos “representados” y
“presentados”, en tanto presencia de una ausencia y en tanto mostración de
algo que se presenta a sí mismo.
Los análisis estarán centrados en las imágenes de dos versiones re-
cientes del Ballet Estancia del compositor Alberto Ginastera, representadas
en ocasión de los festejos conmemorativos del Bicentenario. La primera
se realizó en el Teatro Independencia de la ciudad de Mendoza, el 24 de
mayo de 2010, con dirección musical de Ligia Amadioy coreografía a cargo

26
Mariana Signorelli

de Rubén Chayán3; la segunda, en el Teatro Argentino de la ciudad de La


Plata, provincia de Buenos Aires, el 30 de mayo de 2010, bajo la dirección
musical de Rodolfo Fischer y coreografía a cargo de Carlos Trunsky. Am-
bas versiones estuvieron basadas en la obra compuesta por Ginastera, cuyo
argumento se centra en la obra literaria Martín Fierro, de José Hernández.
La versión original fue estrenada en el Teatro Colón de Buenos Aires en el
año 19524 . En relación a las versiones seleccionadas para este trabajo, cada
una de ellas plantea una imagen diferente ante el mismo material sonoro.

Desde el punto de vista musical, en la puesta platense se presentó la


versión en suite, integrada por ocho danzas, “cinco más vibrantes y tres
más líricas”, según lo expresó el coreógrafo Trunsky y se lee en el programa
de mano. Por su parte, la versión mendocina se realizó de manera comple-
ta, con un total de doce danzas, agrupadas en cinco cuadros.
La imagen que se construye a partir de los diferentes registros de esta per-
formance (música, danza, vestuario, argumento, entre otros) es la del “gaucho”
3
Se reiteró los días 25, 26 y 27 de mayo, incluso para la función de gala conmemora-
tiva del Bicentenario Argentino.
4
Fue compuesta por encargo de Lincoln Kirstein para el “American Ballet Caravan”
de Estados Unidos, en 1941, pero como esta compañía se disolvió no se pudo con-
cretar la realización coreográfica en ese país. Se conoció en 1942 una versión or-
questal interpretada por la Orquesta del Teatro Colón que dirigió Ferruccio Calusio.
Luego de 11 años desde su composición el ballet fue estrenado en el Teatro Colón,
el 19 de agosto de 1952. La velada incluyó polonesa y vals de Sílfides de Frederic
Chopin, Estancia de Alberto Ginastera y el primer acto de El lago de los cisnes de Piotr
Tchaikovsky. La dirección orquestal estuvo a cargo de Juan Emilio Martini, la esce-
nografía y el vestuario de Dante Ortolani, y la coreografía, de Michel Borowski. Sus
intérpretes principales fueron los bailarines: Esmeralda Agoglia, Enrique Lommi,
Mercedes Serrano, Irina Borovski, Esther Gnavi, Norma Fontenla y Paula Svagel.
Datos obtenidos en los programas consultados.

27
El poder de las ‘imágenes musicales’

como iconografía de la tradición folklórica pampeana, expresada a través de los


ambientes geográficos a los que alude (la pampa, la soledad de la planicie), las
costumbres camperas (doma de caballos, jineteada), los bailes de la región (zam-
ba, malambo), los conflictos que se plantean en la alternancia campo-ciudad, las
posturas y gestos asociados a ‘lo gauchesco’ y a las marcas de género (la virili-
dad, la hombría). Ginastera elige para este ballet la temática gauchesca y toma
fragmentos del poema épico argentino Martín Fierro de José Hernández. Decide
mostrar la vida de los gauchos y paisanas en una estancia pampeana: su forma de
vida, el trabajo duro, los momentos de regocijo, su música y folclore, la inmensidad
de la llanura y su soledad. También expone la dicotomía campo-ciudad que sigue
atravesando, paradigmáticamente, la realidad socio-política Argentina. En una
oportunidad, en efecto, el compositor expresó el impacto que le había causado
desde chico el paisaje de la pampa:
“Siempre que cruzaba la pampa o vivía allí durante algún tiem-
po, mi espíritu se inundaba de impresiones cambiantes, ahora
alegres, ahora melancólica, unas rebosantes de euforia, otras im-
pregnadas de una paz profunda, todas ellas provocadas por esa
inmensidad sin límites y por la transformación que cada día del
mundo experimenta el campo. (...) Desde mi primer contacto con
la pampa, se despertó en mi el deseo de componer una obra que
reflejara esos estados de ánimo”5 .

En lo musical, se observa una recreación de los ambientes y sentires


mencionados, a veces de modo simbólico, siendo sugeridas melodías can-
tables de gran lirismo, como Danza del trigo o La tarde: triste pampeano o
aludidas a las cuerdas al aire de la guitarra en el comienzo de la obra6 .
Mientrasque, en otros momentos, se refiere al folklore de modo más explí-
cito. Por ejemplo, a través de la reconstrucción del impetuoso y tan caracte-
rístico Malambo que recorre la obra con variantes y desarrollos temáticos, y que
funciona como hilo conductor que unifica el discurso musical.
La imagen que se constituye como “presencia en ausencia” es la relación de “lo
gauchesco” como símbolo metonímico de “lo nacional”. Dicha relación es sostenida
5
Simon Wright, Reseña en Alberto Ginastera, edición en CD, London Symphony Or-
chestra, dirigida por Gisele Ben-Dor y Luis Gaeta (barítono) en el papel de narrador,
(1998).
6
Esta referencia simbólica a la guitarra, remite a una sonoridad entendida como uno
de los “topoi que conforman la retórica del nacionalismo musical argentino”, según la mu-
sicóloga Melanie Plesch. Al respecto, Plesch, Melanie, “La música en la construcción de
la identidad cultural argentina: el topos de la guitarra en la producción del primer
nacionalismo”, en Revista Argentina de Musicología, Córdoba, AAM, nº 1, 1996

28
Mariana Signorelli

por un discurso musical que muestra cierta literalidad,y es reforzada al considerar


que esta obra de Ginastera es incluida dentro de la estética denominada como ‘na-
cionalismo musical’7: “Así, el gaucho, que durante todo el siglo XIX fue, des-
pués del indio, el otro por excelencia, portador de la barbarie que denostará
Sarmiento, se convierte en el depositario de la esencia de la argentinidad
en peligro”8 .Esta asociación de la imagen del gaucho, elevado a la categoría
de héroe mítico popular, y lo folklórico-gauchesco, como sinónimo de lo
nacional, fue una construcción identitaria progresiva durante la primera
mitad del siglo XX, y fue intencionalmente apuntalada por el gobierno del
General Juan D. Perón. Ginastera actualiza al gaucho y lo trae en su mis-
mísima presencia apostando con él al desarrollo social, a la modernidad.
Esto se evidencia en el discurso musical que propone con evidentes renova-
ciones estéticas, alejándose progresivamente de la tonalidad y trabajando
el material folklórico como sugerencias o reminiscencias más abstractas.
Es decir, lo folklórico-gauchesco no aparece como tendencia conservadora,
sino como una mirada moderna y actualizada de lo nacional.
Si bien se puede intentar justificar históricamente la puesta del ’529 con
las escasas fuentes con que se dispone, dados los propósitos de este trabajo
la pregunta es qué estereotipos y qué valores está sustentando esta ‘presen-
cia en ausencia’ en las recientes presentaciones, en el contexto discursivo
del Bicentenario patrio.
De la puesta de la capital mendocina, a cargo del coreógrafo Rubén
Chayán, se concentrará la mirada en los cuerpos, los gestos, los movimien-
tos y el vestuario. Allí se observa un alto grado de literalidad en la presen-
cia y la mostración del “gaucho”, ya que los bailarines están caracterizados
como tales, considerando la iconografía tradicional folklórica: los hombres
con sombreros, pañuelos en el cuello, bombachas, botas con espuelas, ca-
misa blanca y chaleco. A veces bailan, incluso, con herramientas de labrar
y cosechar, y hasta con rebenques; las mujeres, en su mayoría, con faldas
amplias, volados, flores y trenzas, aunque usan zapatillas de puntas. Al-
gunas se salen de esta norma porque representan caballos o trigales cre-
7
Al respecto, véase Kuss, Malena, “Nacionalismo, identificación y Latinoamérica”,
en Cuadernos de música Iberoamericana, 1998,133-149; Melanie Plesch, Op. Cit.;
Suárez Urtubey, Pola, Alberto Ginastera, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argen-
tinas, 1967; Suárez Urtubey, Pola, Alberto Ginastera en cinco movimientos. Buenos
Aires: Víctor Lerú, 1971.
8
Melanie Plesch, Op. Cit.
9
Estreno ocurrido durante el segundo Gobierno de Juan Domingo Perón (entre
1952-55), y a casi un mes de la muerte de Eva Perón (ocurrida el 26 de julio).

29
El poder de las ‘imágenes musicales’

ciendo. Los movimientos que realizan hombres y mujeres son propios de la


técnica de la danza clásica, los que alternan con figuras, gestos y posiciones
de danzas tradicionales del folklore argentino, sobre todo en el Malambo
final, por parte de los hombres de la compañía. La escenografía presentada
también es bastante literal en cuanto a la mostración del ambiente de cam-
po: plantas de trigo, tranqueras y troncos atados que simulan corrales o
alambrados. La iluminación, por su parte, subraya los momentos del día en
el campo planteados por el argumento de Ginastera: amanecer, mañana,
tarde, noche, amanecer.
Hay varios números de danza de pareja presentadas como estilizacio-
nes de zambas y chacareras. Lo observado en la puesta analizada evidencia
una gran transparencia en la presencia y mostración del gaucho como ico-
nografía de lo “gauchesco”.

Fotografías cedidas por la fotógrafa Silvana Fusfari


Teatro Independencia-Mendoza-25 de mayo de 2010

En la puesta platense, el coreógrafo Carlos Trunsky asumió una tarea


con mayores riesgos, partiendo de códigos de lenguaje de la danza con-
temporánea que permiten mayor ductilidad corporal, movimientos de
contracción y relajación, pies descalzos y vestuario unisex. Presentó sólo
a una bailarina con zapatillas de punta, y a ningún bailarín con botas ni
espuelas o mujeres con trenzas o faldas amplias. En este caso, la presencia
en ausencia y la mostración del gaucho operan en la representación, la ha-
cen más sutil, más ambigua, más opaca. La escenografía también fue más
austera: telón negro y el único indicio de diferenciación entre el grupo de
bailarines que representaba a los del campo de los de la ciudad eran los co-
lores de sus camisetas: rosa y celeste para mujeres y hombres de la ciudad,
naranja y verde, para mujeres y hombres del campo. Además, se destaca la
presencia de un gran televisor que proyecta escenas de campo, situado en
una plataforma sobre ruedas que, por momentos, los mismos bailarines
van desplazando a diferentes sectores del escenario hasta que, finalmente,

30
Mariana Signorelli

lo retiran. La luz cenital, en algunos momentos, sectoriza el escenario y


subraya movimientos y desplazamientos de bailarines.
Hay danzas de parejas que, en ciertos momentos, remiten a chacareras
o zambas, pero también a pas de deux de danza clásica. Sin embargo, lo que
predomina son las danzas colectivas, casi uniformes, que bailan conjunta-
mente con movimientos de danza contemporánea.

Imágenes gentileza Teatro Argentino de La Plata


Fotografías de Guillermo Genitti.

El discurso lingüístico se hace presente en este ballet en la propuesta


original de Ginastera del año 1952, que incorporaba fragmentos del Martín
Fierro entre las escenas narradas, con voz en off, por un locutor. Se observa,
en ambas puestas analizadas que este material lingüístico presente, aun-
que de manera divergente. En la versión mendocina, la lectura de dichos
fragmentos es literal, tal como lo expresado por el autor. En cambio, en
la versión platense, se observa una deconstrucción del texto: se escuchan
frases, palabras sueltas, como duelo de palabras que resuenan con dife-
rente intención. Seguramente, la mayoría podrían haber sido extraídas de
dicho poema vernáculo, mientras que otras sólo lo sugieren. Este discurso
alude, presenta, muestra, invita a la construcción de una imagen, un am-
biente, a partir de frases como: “yo sé como cualquier otro porque retumba
el trueno, porque son las estaciones, de donde salen las aguas que caen del
cielo”; o la expresión de palabras aisladas, tales como “memoria”, “tiempo”,
“fierro”, “centro”, “mar”, “conocimiento”, “blanco”, “negro”, “cielo”, “agua”,
“coraje”, “sosiego”, “templanza”, “viento”, “agradecimiento”, entre otras.

Algunas reflexiones
Cuando Marin señala que la imagen tiene poder, es decir, el poder de
producir un efecto en los espectadores que leen y miran la imagen presen-
tada, nos sugiere que son posibles distintas dimensiones de representa-

31
El poder de las ‘imágenes musicales’

ción, las que van de una mayor transparencia a una mayor opacidad, de
una mayor literalidad o explicitación a una mayor ambigüedad, metafo-
rización o amplitud de sentidos. El nivel discursivo del texto, en ambas
puestas, también refuerza la transparencia y la opacidad de cada una de
las versiones, a la vez que el elemento simbólico nacional por excelencia, la
bandera, la que solo se presenta en la versión de Mendoza, hace su aporte
a esta cuestión, resultando más transparente la de Mendoza, y más opaca
la de La Plata.
Esta escala progresiva de transparencias y opacidades que observamos
en las puestas analizadas, y la intencionalidad de reestrenar esta obra en
el contexto del Bicentenario, nos permiten formular nuevas preguntas y
buscar nuevos sentidos a la significación de este ballet de Ginastera. Mien-
tras el sustrato musical perdura y nos atraviesa de manera “oblicua”, en
términos del propio Marin, es curioso observar que se hayan planteado
versiones tan disímiles en el marco del festejo del Bicentenario Argentino.
A su vez, se ha sabido que dicho ballet también fue interpretado este año
por el New York City Ballet10 , el Ballet de Brooklyn y el de Los Ángeles.11
Sin embargo, la recepción es amplia y la posibilidad de lectura también lo
es, aunque la propuesta de identificación identitaria, de vinculación y de
interpelación del individuo con el mundo social, nos llega de manera espe-
cial a los argentinos. Las imágenes que ambas versiones de Estancia presen-
tan aportan una contención simbólica que nos atraviesa histórico-social y
culturalmente, por un lado, y nos reúne e identifica como comunidad, por
otro, en tanto comunidad que está plagada de divergencias, de dicotomías,
de miradas, que tanto en el pasado como en el presente se esfuerza por
surgir y resurgir. Una comunidad que mira hacia el futuro conociendo su
pasado y sus tradiciones. Una comunidad que baila, que sueña, que quiere
un país mejor.
La propuesta inicial ha sido la de verificar la aplicabilidad de los con-
ceptos planteados por Louis Marin en su análisis de las imágenes al cam-
po musical. Su idea sobre el poder que ejercen las imágenes, en tanto que
hacen presente una ausencia –en la doble dimensión temporal y espacial–
Con coreografía de Christopher Wheeldon, presentada en el marco del festival La
10

Arquitectura de la Danza, en el que se invitó al prestigioso arquitecto Santiago Ca-


latrava a realizar la escenografía de cinco de las siete producciones, entre ellas la
de Ginastera, tuvo una puesta tradicional y una narración de la historia de amor al
estilo West-Side Story.
Comentario extraído de la entrevista realizada a Georgina Ginastera, hija del com-
11

positor, el 3 de julio de 2010, y publicada en La Nación.

32
Mariana Signorelli

y, al mismo tiempo, se presentan a partir de su propia materialidad, nos


resultó sumamente atractiva para pensar si dicho planteo era pertinente
para el abordaje de ‘imágenes musicales’. Sigue pareciendo un desafío pen-
sar en esta línea teórico-metodológica y la necesidad de acotar o precisar
conceptos que son propios del campo musical, y que pueden ser abordados
o se resisten a este modelo analítico.

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33
Ritual de poder y espacio de tensión en el
cine temprano
Mónica Villarroel

El cine silente en América Latina estuvo marcado por los registros do-
cumentales, conocidos inicialmente como vistas animadas, actualidades o
naturais, dando paso a los cinejornais en el caso de Brasil, y a los noticieros
cinematográficos en la América de habla hispana. En un primer momen-
to, lo que se conoce como cine temprano o cine de los primeros tiempos,
corresponde en su mayoría al “cine de atracciones”, diseñado a partir de
breves momentos de imágenes en movimiento con vistas simuladas en al-
gunos casos1. Junto a ellos, documentales propiamente tales2, incluyendo
los travelogues o filmes de viajes, configuran esta línea que, más que la fic-
ción, fue un elemento de continuidad de la producción cinematográfica en
las dos primeras décadas del Siglo XX, con un volumen difícil de calcular,
dado que la prensa no siempre registraba los estrenos y la gran mayoría de
los materiales fílmicos hoy se encuentra desaparecida.

1
Para Noël Burch corresponde al cine primitivo, antes de que se instale el modelo
narrativo de Griffith, en 1908 (El tragaluz del infinito, Madrid, Cátedra, 1999). Flá-
via Cesarino Costa, por su parte, discute el término primeiro cinema, para designar
a los filmes y prácticas asociados a estos entre 1894 y 1908. Propone esta deno-
minación en portugués a partir de la nomenclatura inglesa early cinema, que aquí
traducimos como cine temprano. También se refiere al cine de los primeros tiempos
(cinéma des prémiers temps), expresión acuñada por el francés André Gaudreault
(O primeiro cinema: espetáculo, narração, domesticação, Rio de Janeiro. Azougue
Editorial, 2008,34.). Tom Gunning establece que el cine temprano hasta 1908 co-
rresponde al cine de atracciones y define este concepto como un cine basado en la
sorpresa que causaba el movimiento y apelaba a la curiosidad de los espectadores
y a la atención que debían otorgarle al gesto de mirar, más que a la capacidad de
involucrarse en una acción narrativa o un relato ficcional. No necesariamente se
restringía a una sola toma (“‘Now you see it, now you don’t”. The temporality of the
cinema of attractions” en Grieveson, Lee y Kramer, Peter (edits.), The Silent Cinema
Reader, London/New York, Routledge, 2004, 40-50). El periodo silente se extiende
entre 1895 y 1933 para el caso chileno y hasta 1929, para el brasileño.
2
Utilizamos genéricamente el término para distinguirlo de la ficción, aunque el do-
cumental en esta época no está consolidado, de acuerdo a la definición de Grier-
son. Distinguimos aquí vistas, actualidades, cine de atracciones y registros y los
primeros documentales propiamente dichos, de más larga duración y con temáticas
desarrolladas.

35
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

Indagar en estos registros, por tanto, nos sugiere una tarea que obliga
a recurrir a los escasos filmes sobrevivientes. Este trabajo se propone revi-
sar algunos materiales disponibles para explorar el concepto de “ritual de
poder”, propuesto por Paulo Emílio Salles Gomes para el cine documental
brasileño silente y dar cuenta de cómo esta idea puede ser identificada en
los documentos fílmicos chilenos de las primeras décadas del Siglo XX,
centrándonos en la producción Los funerales del Presidente Montt, 1ª y 2ª
parte (Chile, 1911, b/n, 9 min 3 seg).
El eje político central en Chile, desde la caída de Balmaceda en 1891
hasta la nueva Constitución de la República que consagró el régimen pre-
sidencial en 1925, está en el Parlamento. El año del Centenario, 1910, ex-
presa conflictos sociales, siendo “la cuestión social” un elemento clave de
la época. Un momento de grandes cambios fue el periodo entre 1889 y
1900, tanto en el país como en Latinoamérica. El proceso de moderniza-
ción agigantado, la diversificación sociocultural y la vinculación con mer-
cados externos sugieren tensiones y desafíos. Se trata de un periodo de
apropiaciones culturales entre las que destaca el naturalismo, el moder-
nismo y las corrientes parnasianas en literatura, además del positivismo y
el evolucionismo como tendencias intelectuales. En lo cotidiano, sobresale
el afrancesamiento y “la belle époque” criolla. Entre 1900 y 1930 se vive un
nuevo y activo proceso de construcción intelectual y simbólica de la na-
ción, expresada en los rituales del Centenario, el ensayo social e histórico,
la literatura de la crisis, la literatura naturalista y criollista, el discurso
político, el discurso educacional, las políticas públicas de salud, deporte
y educación, la crónica periodística, las memorias o libros de viaje, las pu-
blicaciones oficiales, el discurso visual y pictórico, el discurso teatral y el
discurso musical 3 , a lo que sumamos el discurso cinematográfico.
En Brasil, con el derrumbe del imperio (1889) y fin de la esclavitud
(1888), surge la República Velha, un nuevo Estado y la pregunta por la
identidad brasileña. En el siglo XX es necesario redefinir la relación con
Portugal, antigua metrópolis, y también con la cultura europea, especial-
mente con Francia y con Estados Unidos. El desafío es buscar una “brasi-
lianeidad” que incluya al negro, al indígena y al inmigrante europeo. La
nación brasileña se articula entonces sobre la idea de “orden y progreso”. Y

3
Bernardo Subercaseaux, Historia de las ideas y de la cultura en Chile. Tomo III. El
centenario y las vanguardias, Santiago, Editorial Universitaria, 2004, 12.

36
Mónica Villarroel

el progreso estaba representado, fundamentalmente, por las ciudades de


São Paulo y Rio de Janeiro4 .

El mercado de la exhibición
En este mismo contexto, y en la lógica de reproducción por una parte,
y de apropiación por otra, de los modelos culturales extranjeros 5, es im-
portante mencionar la presencia de filmes europeos y norteamericanos en
el campo de la exhibición cinematográfica, aunque este asunto no sea el
centro de este texto.
A lo largo de la historia, la vigencia de los filmes extranjeros no se dio
sólo por el sistema económico. En Brasil, debido al proceso de colonización,
las informaciones culturales emitidas por las metrópolis económicas y cul-
turales no encontraron resistencia, sino que, por el contrario, tuvieron una
fácil absorción de productos culturales metropolitanos, dado el origen de
la formación cultural brasileña, proveniente en gran medida de esas me-
trópolis. Bernardet advierte que eso no significa que los productos impor-
tados tengan en Brasil la misma significación que en Europa o en Estados
Unidos, o que las sociedades sean semejantes:
“El proceso de dependencia posibilitó que, en términos de ima-
ginario y del consumo cultural, las clases dominantes tuviesen
la ilusión de ser una prolongación de las burguesías europeas (y
principalmente francesa en términos de cultura) y siempre inten-
tasen igualarse a ellas a través de una operación casi mágica, por
la vía del consumo y no de la producción cultural”6 .

Si bien esta cita es pertinente para ilustrar el espacio del consumo y la


exhibición cinematográfica, también es precedente para entender la per-
meabilidad que tuvieron las sociedades brasileña y chilena hacia la cultura
burguesa europea, particularmente francesa.

Renato Ortiz, Cultura brasileira e identidade nacional, São Paulo, Brasiliense, 2001.
4

Bernardo Subercaseaux, define los modelos de reproducción y apropiación cultural


5

en relación a lo local y lo internacional para referirse al diálogo intercultural y la


relación entre lo propio y lo exógeno en Chile y América Latina y la reproducción o
apropiación de la cultura y el pensamiento europeos. (Al respecto, Op. Cit., 15-31).
Jean-Claude Bernardet, Cinema brasileiro: propostas para uma história, São Paulo,
6

Companhia das letras, 2009, 28. (La traducción es mía, al igual que todas las citas
de bibliografía en portugués).

37
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

En el caso chileno, algunas investigaciones recientes han indagado en


el campo de la distribución y la exhibición7. Pero, a pesar de que el estudio
de los vínculos con la producción aún es tarea pendiente, se sabe que el cine
no estuvo ajeno a las problemáticas internacionales, tales como la Prime-
ra Guerra Mundial, lo que significó un retroceso de la presencia europea
y una preponderancia de filmes norteamericanos en el mercado nacional.
También es significativa la expansión de las salas de cine en las primeras
décadas del siglo XX, así como el fuerte componente popular de un espec-
táculo que pasó del nomadismo al sedentarismo.
Es preciso mencionar también que, hacia 1910 en el caso chileno, el
cine se había convertido en un espectáculo de entretención que llegaba a
los sectores populares con cada vez mayor cantidad de salas o biógrafos, de-
dicados únicamente a la exhibición cinematográfica. En diciembre de 1913
la revista Cinema publicó una lista con el total de salas de espectáculos en
Santiago. 63 locales entregaron sus datos y, de ellos, 50 estaban ocupados
por biógrafos, 7 cerrados y 6 con números en vivo. Su ubicación indica que
el centro de la ciudad reunía 18 salas y que 45 estaban instaladas en barrios
fuera de este sector8 .
En Brasil, en 1910 aparecen 37 registros de salas construidas en São
Paulo, mientras que, en 1900, se consignan 24 salas en esa ciudad 9.
En ambos países es posible distinguir, en un primer momento, proyec-
ciones en espacios abiertos, fundamentalmente en los jardines públicos.
En los espacios cerrados, un amplio abanico de posibilidades se usó para
proyectar el naciente invento: casas particulares, almacenes, barracones,
circos y teatros y cines, llamados en la época cinematógrafos, y luego bió-
grafos.

Jorge Iturriaga,El movimiento sin fin. Introducción a la exhibición y recepción del


7

cinematógrafo en Chile, 1895-1932, Tesis para optar al grado de Doctor en Historia,


Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2012. Véase también Wolfgang
Bongers (et al.) Archivos i letrados. Escritos sobre cine en Chile: 1908-1940, Santia-
go, Cuarto Propio, 2011.
Revista Cinema N° 3, diciembre de 1913, 17 en Jorge Iturriaga, “La película di-
8

sociadora y subversiva: el desafío social del cine en Chile, 1907-1930”, en Mónica


Villarroel (coord.) Enfoques al cine chileno en dos siglos. Santiago, Lom ediciones,
2013,60.
José Inácio de Melo Souza, Inventário Espaços de sociabilidade cinematográfica na
9

cidade de São Paulo: 1895-1929), 2010. En: www.cinematecabrasileira.gov.br. Con-


sultada el 22 de septiembre de 2011. Véase también sobre este tema, Vicente de
Paula Araújo, Salões, circos e cinemas de São Paulo. São Paulo, Perspectiva, 1981.

38
Locura y género. Las “diabólicas” de Clarín

Carla Cárdenas Rocuant

Mónica Villarroel

En una crónica de Isaac de Miguel, representante en Chile de la empre-


sa argentina Sociedad General Cinematográfica Ltda., titulada “El Cinema-
tógrafo”, observamos algunos elementos que apoyan la idea del cine como
fenómeno popular:
“(..) Por su fácil y económica instalación, compite ventajosamente
con el teatro, y en los apartados pueblos donde la vida se hace mo-
nótona, y a los cuales no pueden llegar compañías teatrales por
ser muchos sus gastos, el cinematógrafo los suple con creces, lle-
vando un rato de solaz y esparcimiento a los espíritus agobiados
y teniendo la propiedad también, de retirar a la masa del pueblo
de los cafés donde se bebe y se juega”10 .

Y agrega otra referencia:


“(…) Como medio de propaganda para aquellos países que nece-
sitan traer una gran masa de inmigración, es de resultados efica-
ces, y prueba de ello es que el Gobierno de Brasil lo ha entendido
así, cuando a muchos salones cinematográficos de España e Italia
los tiene subvencionados, con el sólo objeto que exhiban vistas de
las industrias y riquezas de dicho país”11.

La higienización y la exclusión
Por otro lado, en el caso brasileño, el cine realizado por inmigrantes
y/o en centros alejados de las grandes ciudades era difícil de asimilar por
el público. Ello generó ácidas críticas en la época, especialmente en algu-
nos ejemplos del llamado “film histórico”. Había un rechazo implícito al
producto local y una inquietud respecto a la imagen de Brasil que se pre-
sentaba en la pantalla. Esto se acrecentaba aún más cuando la crítica com-
paraba el cine brasileño con el cine europeo o norteamericano. Críticos y
gobernantes estaban preocupados por la imagen del país que ofrecían las
películas. Esta debía sintonizar con la ideología de la “higienización” y el
anhelo de que el cine fuese una vitrina del progreso nacional, entre otras
cosas. Por ello, criticaban duramente la producción local y se preocupaban
por su estética, ya que la experiencia del cine, en sí misma, constituía un
cierto “desorden” en la vida urbana.

Revista Chile Cinematográfico, “El cinematógrafo”, Santiago, Año 1 Núm. 1, 25 de


10

junio de 1915.
Ibíd.
11

39
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

En cuanto a la composición de la imagen deseada, los filmes hechos en


Brasil en los años 20 e inicios de los 30 estaban en sintonía con la tenden-
cia mundial de hacer del cine una “vitrina” y celebración de las virtudes
nacionales. Era importante representar la pujanza económica, el avance
técnico y el talento artístico. Lo urbano aparecía en el cine latinoamericano
como la representación de la Modernidad y el progreso, opuesto a lo rural
e “anti-higiénico”12. La producción documental brasileña del período silen-
te, centrada en las ciudades de São Paulo y Rio de Janeiro, está marcada
por dos trazos dominantes: la representación de eventos cívicos y espacios
monumentales característicos de una metrópoli en Brasil en las primeras
décadas del siglo XX, y la de los festejos carnavalescos en las calles (cor-
sos, desfiles de clubes, y también otros asuntos locales como el fútbol o la
presencia de visitas ilustres). Ejemplos de ello son filmes como São Paulo, a
Symphonia da metrópole (1929), de Adalberto Kemeny y Rodolpho Rex Lus-
tig, o Jornal Carioca (1930-1935), de autor no identificado y Terra encantada
(fragmentos, 1923), de Silvino Santos e Agesilau de Araújo..
En Chile, crónicas de la época dan cuenta de la preocupación por la
“imagen deseada” de las ciudades que aparecerían luego en pantalla cap-
tadas, principalmente, por cinematografistas extranjeros. Tal es el caso de
un texto sobre filmaciones en Valparaíso:
“Actualidades porteñas. Con el beneplácito del señor alcal-
de, que es sin duda la autoridad que ha concedido los permi-
sos necesarios para tales actualidades, se ha podido obtener
por unos cinematografistas extranjeros, curiosos instantes
de la vida de Valparaíso. Figúrese el lector el efecto que causa-
rá en las demás capitales del continente, y en Norte-América
especialmente, que en la “perla del Pacífico” entre las cuatro y
las seis de la tarde, la avenida Pedro Montt, lo mejorcito de la
ciudad, ostente muy ufana, los siguientes cuadros: trovado-
res de arrabal, unos de aspecto bien ingrato, entregados a sus
líricas expansiones, en medio de un auditorio tan de arrabal
como el espectáculo mismo; vendedores en la más triste figu-
ra, ofreciendo castañas cocidas, humitas y otros artículos que
no dejan desperdicios; orquesta de ciegos ambulantes, etc., etc.
Que curioso es esto, nos decía uno de los operadores. En nin-
guna ciudad tan adelantada como ésta, se ven escenas se-
mejantes, por lo inconveniente que resulta tal chivateo.
Eduardo Morettin, “Dimensões históricas do documentário brasileiro no período
12

silencioso” en Eduardo Morettin (et al.), (orgs, História e documentário, Rio de Ja-


neiro, Editora FGV, 2012, 27.

40
Mónica Villarroel

No, mi amigo, contestamos muy indignados. Esta es la manera


como entienden nuestros representantes la libertad de comercio...!
Ante tal situación, nuestro visitante se marchó espantado”.13 

En el caso de Brasil, la producción de cinejornais (noticieros) fue rele-


vante. Hasta 1935, en la ciudad de São Paulo, aparecieron 51 noticieros
cinematográficos brasileños en las pantallas paulistas. Aunque la mayoría
tuvo vida corta, en algunos casos se extienden por cierto tiempo, como
Rossi Atualidades, que se realiza casi sin interrupción entre 1921 y 193114 .
Mientras que de Chile, aunque no ha sido conservado un noticiero
propiamente tal, contamos con una serie de fragmentos de registros
que tienen características de actualidades: Exposición de animales en la
Quinta Normal (fragmentos, 1907); Gran paseo campestre en el fundo del
señor Francisco Undurraga (fragmento, 1910), El accidente del aviador Ruiz
en el Hipódromo Chile de Santiago (fragmento, 1911) y las imágenes de las
celebraciones del Centenario de la República. Entre los realizadores es
posible identificar a Luis Oddó (autor de las primeras imágenes locales,
en 1897, las que no se conservan), A. Massonier (camarógrafo Lumière),
Julio Chevenney, Arturo Larraín Lecaros y Manuel Domínguez Cerda. Con
posterioridad, sobresale Salvador Giambastiani, técnico italiano. También
se sabe de la trayectoria de Carlos Eckardt y los hermanos Valk, de quienes
tampoco se conservan sus registros cinematográficos15. Sin embargo, no
será sino hasta mediados de la década de 1920 cuando las actualidades
adquieren regularidad y aparecen en forma de noticiero. El primero
relacionado con un medio escrito data de mayo de 1926, el Heraldo Films,
asociado al diario El Mercurio. Y después, en 1927, Andes Films, vinculado
al diario La Nación.16
El cine documental silente, tanto en Brasil como en Chile, constituye
un elemento de la modernización, aunque el Estado-nación no haya
participado directamente de la iniciativa cinematográfica en los
comienzos, ya que esta estuvo entonces en manos de privados. En Brasil,
el antecedente más claro es que, en los años veinte, en el contexto de la

Revista La Película nº 9, “Actualidades porteñas”, Valparaíso, 5 abril 1919, 148.


13

Jean-Claude Bernardet, Cinema brasileiro: propostas para uma história. São Paulo,
14

Companhia das letras, 2009, 38.


Solène Bergot, “Cine y fotografía en la industria cinematográfica en Chile, 1900-
15

1930” en Mónica Villarroel (coord.), Enfoques al cine chileno en dos siglos. Santia-
go, Lom ediciones, 2013, 79-86.
Jacqueline Mouesca, El documental chileno, Santiago, Lom, 2005,48.
16

41
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

Exposición Internacional del Centenario de 1922 desarrollada en Rio de


Janeiro, ya se discutían iniciativas que favoreciesen la producción nacional,
y el gobierno vislumbraba que el cine podía ser un medio para construir
una imagen país delante de la comunidad internacional. Fueron realizados
documentales especiales para esa ocasión, con un deseo de perpetuación de
una determinada memoria histórica a través de la imagen cinematográfica,
en un intento de otorgar al país una identidad moderna.Aunque el Ministerio
de Agricultura, Industria y Comercio fue el organismo gubernamental
encargado de preparar los filmes para la Exposición de 1922, no sería
sino hasta 1936, con el Instituto Nacional de Cinema Educativo, creado
en el gobierno de Getúlio Vargas, cuando el Estado tendrá condiciones
de involucrarse en la producción de filmes. Por ahora, lo que se nota es la
preocupación por un control de la calidad técnica de los documentales y
cinejornais realizados para el evento. La intención de vigilar tenía que ver
con que los “naturales” hechos hasta entonces transmitían una imagen del
país distinta a la que querían instalar las elites17. Por otra parte, no fue sino
hasta 1932 que una medida legislativa aseguraba la presencia de producción
nacional en el mercado, cuando Getúlio Vargas firmó un decreto que
garantiza la exhibición de un cortometraje nacional con cada largo18 .
En Chile, el Estado se involucrará directamente en la producción
cinematográfica a partir del Instituto de Cinematografía Educativa, ICE,
creado en 1929 mediante un decreto del Ministerio de Educación. Aún se
conservan dos de sus producciones de la época silente: El cerro Santa Lucía,
1929, y Santiago, 1933, ambas dirigidas por Armando Rojas.

La producción local: las elites y el ritual del poder


En ambos países emergió la necesidad de documentar el progreso e
instituciones a través de la fotografía y de los registros fílmicos. Las
guerras y los asuntos de Estado serán particularmente interesantes para
los cineastas, como fenómenos importantes y documentables19.

Eduardo Morettin, “O cinema e a Exposição Internacional do Centenário da In-


17

dependência do Brasil”. Revista ArtCultura, Uberlândia, v. 8, n. 13, jul.-dez. 2006,


189-201.
Jean-Claude Bernardet, Cinema brasileiro: propostas para uma história. SãoPaulo,
18

Companhia das letras, 2009,52.


Claudio Rolle, “El documental como monumental: vehículo de memoria” en Alicia
19

Vega, Itinerario del cine documental chileno 1900-1990. Santiago, Universidad Al-
berto Hurtado, 2006, 33.

42
Mónica Villarroel

Uno de los rasgos característicos del cine silente en América Latina fue
su afán de representación de las elites y de los gobiernos. Los documentos
fílmicos realizados en las primeras tres décadas del siglo XX, en Brasil
y Chile, atestiguan el poder de las imágenes, presencias y ausencias,
marcas identitarias y discursos fílmicos que construyeron un relato sobre
nuestras sociedades. Utilizamos, para nuestro análisis, recortes temáticos
que transcienden la historiografía clásica del cine, enfocándonos en un
trazo dominante: la representación de eventos cívicos. La ciudad y sus
acontecimientos son, al mismo tiempo, el espacio de la Modernidad y de
tensión para el cine. Los registros documentales, en todas sus formas,
enfatizan la vida de aristócratas, militares, autoridades civiles y religiosas,
sus ritos cotidianos, fiestas y eventos sociales, como ya mencionamos. En
el caso de Brasil, lo popular es prácticamente excluido de la pantalla. No
ocurre lo mismo en las filmaciones sobrevivientes en Chile, lo que instala
otra tensión en términos de contenido en el panorama del cine documental
de la época. Sin embargo, la presencia del sujeto popular es la excepción
y no la regla, aunque hay importantes registros que no necesariamente
retrataban a las esferas de poder.
Si bien las primeras vistas animadas que se proyectaron fueron
importadas, y las que comenzaron a producirse en el continente estaban
muy cercanas a las imágenes provenientes de Europa (fundamentalmente
francesas) y Estados Unidos, poco a poco comenzó a vislumbrarse una
tendencia a realzar los hechos noticiosos locales, las ceremonias públicas
y las actividades de las elites, lo que dio forma a de lo que se conoció
como actualidades (el registro de acontecimientos nacionales que quienes
filmaban, consideraban podrían ser interesantes para los espectadores o
lo que era llamativo para la cámara) o naturais y cinejornais, en la línea del
registro documental. Sólo a partir de 1910, en el caso chileno, y a partir de
1908, en el brasileño, comienzan a surgir filmes de ficción inspirados en
hechos o personajes históricos o adaptaciones literarias, fortaleciendo de
ese modo el ideario nacionalista que adquirirá mayor fuerza con la llegada
del cine sonoro y su incorporación de los idiomas vernáculos.
Paulo Emílio Salles Gomes20 desarrolla dos conceptos que son útiles
para este trabajo: Berço esplêndidoy Ritual do poder (cuna espléndida y ritual

Paulo Emilio Salles Gomes, “A expressão social dos filmes documentais no cinema
20

mudo brasileiro (1898-1930)” en Carlos Augusto Calil y Maria Teresa Machado,


(Org.) Paulo Emílio:um intelectual na linha de frente. Rio de Janeiro: EMBRAFIL-
ME/Ministério da Cultura Brasiliense, 1986, 324.

43
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

del poder). En el caso de Brasil, son pertinentes para abordar la producción


conocida. El caso chileno es más complejo, por lo que las referencias están
más orientadas hacia el ritual del poder, siendo aún materia de nuestra
investigación visualizar si es aplicable la categoría de cuna espléndida,
entendida de la siguiente forma: “el culto de las bellezas naturales del país,
notoriamente del paisaje de la Capital Federal, mecanismo psicológico
colectivo que funcionó durante tanto tiempo como irrisoria compensación
para nuestro atraso”.21Esta idea se visualizó en el cine documental, a
pesar de los “resultados toscos” de las primeras filmaciones. La belleza del
paisaje de Rio de Janeiro pronto dará paso a otras películas de metraje más
considerable que las simples vistas o registros iniciales como las películas
de Thomaz Reis en la Amazonía, donde “por lo menos la cuna espléndida
involucraba a indios todavía en una relativa tranquilidad”22. Otro caso
similar es No paíz das amazonas (1922), de Silvino Santos, pero esta idea
también está presente en filmes que realzan la belleza natural de la ciudad
de Rio de Janeiro, como Terra encantada (1923), también de Silvino Santos.
En los materiales chilenos que hoy se conservan, los más cercanos a
esta conceptualización son El cerro Santa Lucía (1929), de Armando Rojas,
y Tierras magallánicas (1933), del italiano Alberto de Agostini. Estos filmes
permiten visualizar la tendencia del documental en la época silente que
enfatizaba la exaltación de la naturaleza, asociada también a un interés
de promoción turística y, en algunos casos, a la propaganda nacionalista
impulsada por los gobiernos o los empresarios para promover las bellezas
del país, aunque en el caso particular del film de De Agostini se trata de
una producción de un sacerdote financiada por la orden salesiana, mientras
que la película de Rojas es una producción del Instituto de Cinematografía
Educativa (ICE). Este aspecto tendrá especial interés en la presencia de
producciones cinematográficas en exposiciones internacionales, como
ocurrió en Brasil en la Exposición del Centenario en Rio de Janeiro ya
mencionada.
Por otra parte, la idea del ritual del poder se articula en torno al presidente
de la República. En Brasil, el cine no excluyó a ningún mandatario, desde el
primer presidente civil al último militar de la Primera República. Podemos
ampliar este concepto, por cierto, a la filmación de eventos en los que
estaban presentes autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Especial
interés reviste en Chile, en este punto, el conjunto de documentos fílmicos
Ibíd.
21

Ibíd.
22

44
Mónica Villarroel

con características de actualidades que aún se conservan, realizados con


motivo de la celebración del Centenario de la República: Gran revista militar
en el Parque Cousiño (Revista militar de 1910) (fragmento, 1910), Cía.
Cinematográfica del Pacífico, Biógrafo Kinora; Inauguración del Palacio de
Bellas Artes (fragmento, 1910),Cía. Cinematográfica del Pacífico, yRevista
naval en Valparaíso o Gran revista naval, 1ª y 2ª Parte (fragmento, 1910), Cía.
Cinematográfica del Pacífico.
Son variadas las vistas o actualidades de la época que tienen como
característica registrar la vida social de las ciudades, ceremonias públicas
y festejos, desfiles militares y actividades oficiales. Un ejemplo concreto
es un festival de vistas (cortometraje), exhibido en 1902 con una serie
de actualidades chilenas de la vida pública en Santiago y Valparaíso. El
programa incluía: Desfile de veteranos del 79 frente a la delegación argentina,
Apertura del Congreso, El Te Deum del 18 de septiembre, El San Martín en aguas
chilenas, El torneo militar del 23 en el Club Hípico, Cuecas en el Parque Cousiño.
Este conjunto de vistas se exhibió en dos oportunidades en Santiago, y se
repitió en Valparaíso el 4 de enero de 1903 en el Biógrafo Lumière, de la
Empresa Massonier23 .
A estas filmaciones del primer periodo del cine se suman otras como
Ejercicio jeneral [sic] de bombas (1902) o Un paseo a Playa ancha (1903),
registrada por A. Massonier, camarógrafo Lumière. Cuando aún se creía
que las primeras vistas eran las de Valparaíso en 1902, Carlos Ossa
Coo (1971) apuntaba que no era extraño que el interés primero de las
filmaciones nacionales hayan sido los bomberos y sus audacias, en sintonía
con las filmaciones que ocurrían en otros puntos del continente. No hay,
sin embargo, registro de la gran huelga portuaria de 1903 en Valparaíso,
hecho que tuvo gran impacto social.

Los funerales del presidente Montt


Identificando el concepto del ritual de poder, distinguimos Los
funerales del Presidente Pedro Montt 1ª y 2ª parte (Chile, 1911, b/n, 9 min 3
seg), de Julio Cheveney24 , Cía. Italo Chilena y Biógrafo del Teatro Unión

Alicia Vega, Itinerario del cine documental chileno 1900-1990. Santiago, Universi-
23

dad Alberto Hurtado, 2006, 49.


Alicia Vega, 2006, 55, atribuye la autoría a Arturo Larraín Lecaros con producción
24

de su propia empresa en sociedad con Julio Cheveney. No obstante, Eliana Jara en


“Una breve mirada al cine mudo chileno” en Cineteca Nacional de Chile, Imágenes

45
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

Central 25 . Este documento muestra imágenes del funeral del presidente


Pedro Montt fallecido el 16 de agosto de 1910 en Bremen, Alemania, hasta
donde había viajado en busca de cura para una enfermedad. Después
de su muerte, es embalsamado y llevado a Berlín, donde permanece
hasta diciembre, mientras en Chile hubo honras fúnebres, en la catedral
de Santiago sin el cuerpo presente del difunto. Con la asistencia del
vicepresidente Elías Fernández Albano, las exequias fueron filmadas y
exhibidas el 26 de agosto de 1910 como Honras Fúnebres del Presidente
Montt. El film de Cheveney de 1911 muestra la llegada a Valparaíso y
posterior sepultación de los restos en Santiago.
Este hecho suscitó otras filmaciones en el funeral que ocurrió en Europa,
generando ciertas confusiones respecto a los materiales cinematográficos
con los que hoy se cuenta, los que corresponden a las exequias en Chile tras
el arribo del féretro, en febrero de 2011.
Los camarógrafos registraron las imágenes utilizando planos secuen-
cias y un travelling (siendo el primero conocido del cine chileno, en el tren
que trae los restos de Montt desde el puerto de Valparaíso a Santiago) y se
observa que, durante el viaje, la cámara va montada en un tren que prece-
de al que trae los restos de Montt. También utiliza el recurso del montaje
para estructurar el documento fílmico. Destaca, además, la idea de movi-
miento, denotando las posibilidades técnicas del aparato cinematográfico
y resaltando los modernos medios de transporte, lo que resultaba otra ten-
dencia del cine de la época.
Distinguimos la presencia de las fuerzas armadas y la pompa que en-
marca el evento, mientras que también se observa la multitud que acom-
paña el desarrollo de los distintos momentos del acontecimiento. Sin em-
bargo, la cámara adopta un punto de vista que privilegia el plano general y,
sobre todo, el desfile de un cortejo que es encabezado por civiles y militares
engalanados. La multitud civil surge en segundo plano, sobre todo cuando
es enfocada desde el tren o apostada en los costados del paso del cortejo, y
no adquiere el lugar protagónico.
La prensa de la época dio cuenta del funeral filmado en Alemania:

del Centenario 1903-1933 Documentos históricos II. Santiago, Cineteca Nacional


de Chile, 2011, 27, aclara que Larraín habría tenido problemas técnicos insalvables.
Utilizamos la descripción de la película realizada por Eliana Jara, 2011, 27.
25

46
Mónica Villarroel

“TEATRO VALPARAISO

La empresa de cinematógrafo que actúa en el Valparaíso ofrece


para hoi [sic] una novedad, fuera de programa. En la primera y
segunda secciones se exhibirá una película tomada durante los
funerales del Excelentísimo señor don Pedro Montt, celebrados
en Bremen. Como se ve la cinta ofrecida por la Compañía Cine-
matográfica del Pacífico es de suma actualidad, por lo que no se-
ría aventurado estimar que el Valparaíso reuna [sic] esta noche
bastante público.

El programa completo, aparte de la anterior, contiene variadas y


amenas películas”.26

El mismo día, el periódico daba cuenta del itinerario que siguieron las
cámaras en la filmación de 9 min. 3 seg. que hoy se conserva.
“Los restos del Presidente Montt

Llegarán en la madrugada de mañana a Valparaíso.- el desem-


barco de los restos en el puerto.- el trayecto de Valparaíso a San-
tiago.- La llegada a la Estación Central.- En dirección a la Cate-
dral.- Las ceremonias religiosas en la iglesia metropolitana.- en el
cementerio.- detalles completos de los funerales.- se verificaran
el sábado a las 9 de la mañana”.27

Por su parte, El Diario Ilustrado, el miércoles 1º de febrero de 1911,


anunciaba el protocolo que se seguiría, incluyendo la participación del-
Cuerpo de Bomberos y disposiciones de la Comandancia de Armas. El
mismo medio, el jueves 2 de febrero de 1911, también informaba de la
proyección de los funerales (la versión realizada en Alemania) en otra
sala:
“TEATRO VARIEDADES

Con lleno dio anoche sus proyecciones el Biógrafo Kinora. Las


vistas agradaron bastante llamando principalmente la atención
la espléndida película “Los funerales del Excmo. Señor Pedro
Montt en Bremen”, que fueron suntuosos. Esta vista está llena de
interesantes detalles. Fué [sic] muy aplaudida. La orquesta, como

El Mercurio, “Teatro Valparaíso”, Valparaíso,2 de Febrero de 1911, 3.


26

Ibid,2.
27

47
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

siempre, irreprochable. Esta noche habrá programa variado con


nuevos estrenos”.28

Al día siguiente, el periódico publica, en su portada, una foto del cuer-


po de Montt: “El Ex-Presidente de la República, Excmo. Sr. Don Pedro
Montt en su lecho de muerte”. Y luego da un detallado relato del itinerario
del evento hasta el viernes 3 de febrero:
“Los restos del Excmo. señor Montt 29

LA LLEGADA DEL BLANCO A VALPARAISO


FONDEA A LAS 10.30 A.M.
Escoltado por el O’Higgins, el Prat y la Esmeralda
MANIFESTACIONES PÚBLICAS
El comercio entorna sus puertas
Los edificios públicos, los consulados y numerosos particulares
izan banderas á media asta.
LOS GRANDES FUNERALES DE HOY
RECORRIDO Y ORDEN DEL CORTEJO
La llegada del Excmo. señor don Ramón Barros Luco
HONORES CON QUE SE LE RECIBE”.

La información continúa siendo el mayor interés de la prensa nacional


durante los días sucesivos, incluyendo el anuncio, el sábado 4 de febrero,
de que “Esta noche todos los teatros suspenderán sus funciones en señal
de duelo nacional”30.
Junto con consignar la envergadura que tuvo este evento y el interés
que generó su filmación, tanto en 1910 como en 1911, otro hecho signifi-
có que el cine adquiriera un lugar preponderante en el registro del “ritual
del poder”. En plenos preparativos del Centenario de la República, el 6 de
septiembre de 1910, la muerte del vicepresidente Elías Fernández Albano
generó el interés de los camarógrafos de la Cía. Ítalo Chilena. El 13 de sep-
tiembre el Biógrafo del Teatro Unión Central exhibió Los funerales del Exc-
mo. señor Fernández Albano, de lo cual no se conservan imágenes. Asumió
El Diario Ilustrado, “Teatro Variedades”, Santiago, 2 de febrero de 1911, 4.
28

El Diario Ilustrado, “Los restos del Excmo. señor Montt”, Santiago, 3 de febrero de
29

1911, 4. Conservamos el estilo del diario de presentar en distintas tipografías los


momentos que destaca.
El Diario Ilustrado, “Función de los teatros”, Santiago, 4 de Febrero de 1911, 4.
30

48
Mónica Villarroel

la presidencia de la República Emiliano Figueroa Larraín, quien encabezó


las festividades del Centenario y apareció en las imágenes existentes de la
Gran Revista militar en el Parque Cousiño (1910), cuya autoría, probablemen-
te, es de Arturo Larraín Lecaros.

Recabarren y la clase obrera


Las clases populares, la clase obrera y personajes que, como Luis Emilio
Recabarren, marcan las diferencias entre la clase alta y la de los proleta-
rios, no están ausentes del cine, aunque no tienen el protagonismo de las
elites. La presencia de las clases populares será evidente en un film que
ejemplifica las tensiones sociales de la época: El funeral de Luis Emilio Reca-
barren (1924), de Carlos Pellegrin, donde impresiona la multitud que des-
pidió al líder obrero. También lo será el documental de Salvador Giambas-
tiani El mineral El Teniente (1919), que retrata la vida cotidiana de la mina
y la ciudadela de Sewell, con imágenes realizadas por encargo de la Braden
Cooper Company, las que, si bien ensalzan la actividad cuprífera, evidencian
la diferenciación de las clases sociales y denuncian el trabajo infantil.
El funeral de Luis Emilio Recabarren es un documental que registra el
entierro del líder obrero después de su suicidio el 19 de diciembre de 1924,
por causas que se desconocen. Muestra la multitudinaria despedida, con
imágenes de la ciudad de Santiago por donde transitó el cortejo, compuesto
por centenares de personas. Entre ellos, miembros del Partido Comunista
y dirigentes enunciando discursos en el Cementerio General, incluyendo
el de Carlos Pellegrin, director del film, a nombre de la Federación de Em-
pleados Particulares de Curicó. La viuda del tipógrafo, también dirigente
obrera, Teresa Flores y el propio Recabarren, dentro de su ataúd, aparecen
en este documental.
Lo visible es la multitudinaria despedida al líder obrero, la gran canti-
dad de imágenes que representan la organización, el número, el nivel edu-
cacional, la participación política y sindical de los trabajadores. Lo invisible
en el film es la oligarquía y la clase gobernante, a veces coincidente con
aquella. Ninguna de ellas aparece en los metros de celuloide que aún se
conservan, y pensamos que tampoco estuvieron en las escenas perdidas.
Las avenidas céntricas de la ciudad, que muestran signos de la Moderni-
dad, tales como el alumbrado público, las casas comerciales y los edificios
neoclásicos que son ahora el escenario donde se instalan los marginaliza-
dos, frecuentemente recluidos en la periferia.

49
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano

A modo de cierre
Podemos entender que el campo del cine, desde sus primeros tiempos,
expresa una tensión entre la producción y la exhibición, la que se acerca
más a una relación de imbricación que a la oposición radical asumida, fun-
damentalmente, por la historiografía clásica en lo que refiere a la relación
entre el cine producido en Latinoamérica y el que llegaba desde las metró-
polis europeas y norteamericanas.
Distinguimos claramente la presencia de sectores populares a nivel de
exhibición y recepción, pero escasamente en la producción. Por una parte,
el cine se plantea desde su origen como un espectáculo masivo, desplega-
do en los grandes centros urbanos, incluyendo sus periferias. Es necesario
recordar que gran parte de las exhibiciones, en un primer momento, se rea-
lizaron en el contexto de ferias, circos, jardines de recreo y barracas, y que
se trataba de un espectáculo popular de bajo costo, el que también ocupó,
casi paralelamente, biógrafos periféricos y espacios más sofisticados, como
los salones a los que concurrían las elites. Pero, por otro lado, las imágenes
filmadas excluyen e higienizan la diversidad, dando prioridad dentro del
cuadro a las elites, los gobernantes y los eventos cívicos y sociales a su
alrededor.
Pese a ello, la incipiente “cuestión social”, no está ausente en las imáge-
nes chilenas. Pero, en lo que respecta principalmente al material de regis-
tro documental que ha sobrevivido, es evidente que la ritualidad del poder
concentra el interés de los cinematografistas.

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El Diario Ilustrado, “Teatro Variedades”, Santiago, 2 de febrero de 1911.

50
Mónica Villarroel

El Diario Ilustrado, “Los restos del Excmo. señor Montt”, Santiago, 3 de


Febrero de 1911.
El Diario Ilustrado, “Función de los teatros”, Santiago, 4 de Febrero de
1911.
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53
Del misticismo decadentista a la mística
revolucionaria. El itinerario de la
religiosidad en el pensamiento de José
Carlos Mariátegui
Pierina Ferretti

En mi camino, he encontrado una fe. He ahí todo.


Pero la he encontrado porque mi alma
había partido desde muy temprano
en busca de Dios.
José Carlos Mariátegui.

A modo de introducción
La sensibilidad de José Carlos Mariátegui hacia lo que podríamos de-
nominar “dimensión religiosa” de la vida humana y social es ya un tópico
reconocido entre los estudiosos de su obra. El propio autor, en su respuesta
a un cuestionario que le fuera enviado por la revista Mundial en julio de
1926 –en uno de los escasos pasajes autobiográficos que salen de su plu-
ma–, desliza una reflexión acerca de la persistencia de la inquietud religio-
sa a lo largo de su vida:
“Lo que existe en mí ahora –señalaba en esta ocasión–,
existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía vein-
te años y escribía disparates de los cuales no sé por qué
la gente se acuerda todavía. En mi camino, he encontrado
una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma
había partido desde muy temprano en busca de Dios”.1

Efectivamente, recorriendo sus escritos, desde aquellas primeras in-


cursiones periodísticas y literarias, firmadas con el pseudónimo de Juan
Croniqueur, 2 hasta el conjunto de artículos aparecidos entre 1928 y 1929

1
José Carlos Mariátegui, “Una encuesta a José Carlos Mariátegui”, en José Carlos
Mariátegui, La novela y la vida, Lima, Amauta, 1987, 154.
2
Juan Croniqueur fue el pseudónimo utilizado por Mariátegui durante sus años de
juventud. Con él firmó los artículos que escribió entre 1914 y 1918 para diarios
como La prensa y El tiempo. Sólo a partir de la fundación de Nuestra Época, en
1818, comenzará a firmar con su nombre.

55
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

en Variedades y Amauta, y que hoy conocemos como Defensa del marxismo,3


no sólo advertimos la existencia de una sensibilidad especial y una dispo-
sición favorable hacia los aspectos espirituales y religiosos de la existencia,
sino que hallamos, además, una suerte de religiosidad que pareciera inhe-
rente a su propia visión de mundo, y que asoma en el conjunto de su obra
a veces de manera explícita y otras de forma sibilina, constituyéndose en
uno de los elementos que conforma la originalidad de su perspectiva al
interior de la historia del pensamiento crítico y del marxismo latinoame-
ricano.
Esta dimensión que hemos llamado –al menos, preliminarmente– “re-
ligiosa”, no aparece únicamente en sus reflexiones dirigidas al análisis es-
pecífico de cuestiones relativas a la religión, como el conocido acápite “El
factor religioso” de sus 7 Ensayos…,4 sino que emerge también en aquellas
en que expresa su concepción de la política, del socialismo y de la lucha re-
volucionaria. Nos encontramos así con que Mariátegui no solamente exa-
mina de una manera penetrante y heterodoxa el fenómeno religioso, sino
con que él mismo es portador de una concepción religiosa de la vida, que no
se opone a su condición de “marxista convicto y confeso”.
Como señalábamos, la valoración que Mariátegui tuvo de la religión ha
sido ampliamente reconocida entre los estudiosos de su pensamiento. Por
citar sólo algunos ejemplos, María Wiesse, en José Carlos Mariátegui. Etapas
de su vida, 5 presta atención a la religiosidad misticista del joven Mariátegui
y señala como esta se politiza en sus años de madurez. Guillermo Rouillón,
en el primer tomo de La creación heroica de José Carlos Mariátegui. La edad
de piedra (1894-1919)6 , hace especial énfasis en la vida religiosa de los años
3
Nos referimos a los dieciséis textos publicados por Mariátegui entre el número
17 de Amauta (septiembre de 1828) y el número 24 (junio de 1929) y que habían
aparecido con diversos títulos en la revista Variedades entre julio de 1928 y junio
de 1929. Mariátegui preparó un volumen con estos escritos para su publicación,
propósito que fue interrumpido por su temprana muerte en abril de 1930. Los ar-
tículos fueron publicados póstumamente por primera vez en un volumen único en
Chile, con el título de Defensa del marxismo. La emoción de nuestro tiempo y otros
temas, Santiago de Chile: Ediciones Nacionales y Extrajeras, 1939. La edición per-
teneciente a las Obras Completas Populares (1959) incorpora, además, otros textos
que a juicio de los coordinadores de la edición eran temáticamente pertinentes.
4
Cfr., José Carlos Mariátegui, “El factor religioso” en José Carlos Mariátegui, 7 ensa-
yos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Amauta, 1989, 162-193.
5
Cfr. María Wiesse, José Carlos Mariátegui. Etapas de su vida, Lima, Amauta, 1981.
6
Cfr. Guillermo Rouillón, La creación heroica de José Carlos Mariátegui. La edad de
piedra (1894-1919), Lima, Universo, tomo 1, 1975.

56
Pierina Ferretti

de infancia de nuestro autor en un capítulo denominado, precisamente,


“Un niño en busca de Dios”.Robert Paris, por su parte, en su tesis docto-
ral titulada La Formación Ideológica de José Carlos Mariátegui,7 plantea que
éste encuentra en la “espiritualización” del marxismo la forma de hacer
posible el proyectar la lucha revolucionaria en un país con las caracterís-
ticas singulares del Perú. En la misma línea, Jorge Oshiro, en su trabajo
Razón y Mito. El Pensamiento Filosófico de José Carlos Mariátegui,8 argumenta
que nuestro autor representa la búsqueda de una nueva racionalidad que,
sin caer en el irracionalismo, logre realizar una síntesis nueva entre mito
y razón, ciencia y religión, teoría y praxis, destacando la importancia que
otorga a los factores espirituales en la lucha revolucionaria. Asimismo, Os-
valdo Fernández, en Itinerario y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui,9
se ocupa de la dimensión espiritual de la obra del peruano, fundamental-
mente en el capítulo dedicado a la apropiación y reelaboración que hace de
la noción de “agonía” de Miguel de Unamuno.
Sin embargo, hasta donde hemos podido constatar en nuestras inda-
gaciones, los autores que han estudiado específicamente el problema de
la religión en la obra de Mariátegui no son numerosos, y sus trabajos co-
rresponden casi siempre a artículos que examinan un conjunto reducido
de textos del pensador peruano, en los que el elemento religioso está ex-
presado de manera más bien explícita. Michael Löwy, por ejemplo, analiza
la relación entre marxismo y religión en Mariátegui y acuña la expresión
“misticismo revolucionario” para conceptualizar la síntesis operada por
el Amauta, centrando su interpretación principalmente en el artículo “El
hombre y el mito” y algunos otros escritos recogidos en el volumen El alma
matinal y otras estaciones del hombre de hoy. En la misma dirección, Eduardo
Cáceres, en su artículo “Subjetividad e historia: las múltiples dimensiones
de lo religioso en Mariátegui”10 , vuelca su atención al quinto capítulo de los
Cfr. Robert Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Cua-
7

dernos Pasado y Presente, 1981.


Cfr. Jorge Oshiro, Vernunft und Mythos. Das Philosophische Denken von José
8

Carlos Mariátegui (Razón y Mito. El Pensamiento Filosófico de José Carlos Mariá-


tegui), Colonia, ISP, 1996.
Cfr. Osvaldo Fernández,Itinerario y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui,
9

Santiago de Chile, Quimantú, 2010. Este libro es la reedición del trabajo publicado
por Fernández en el Centenario de Mariátegui celebrado en 1994, titulado Mariá-
tegui o la experiencia del otro, Lima, Amauta, 1994, con la inclusión de un capítulo
nuevo dedicado a la relación de Mariátegui con Unamuno.
10
Crf. Eduardo Cáceres, “Subjetividad e historia: las múltiples dimensiones de lo reli-
gioso en Mariátegui”, en Anuario Mariateguiano, Vol. VIII, N° 8, 1996, 79-85.

57
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

7 Ensayos, “El factor religioso”, donde se encuentra, a su juicio, la reflexión


más relevante de Mariátegui acerca de este problema. Alfonso Ibáñez, por
su parte, en “La utopía de Mariátegui: método y subjetividad”,11 vincula
las características que adquiere la trabazón establecida por nuestro autor
entre religión y política con la tradición heterodoxa del marxismo repre-
sentada por pensadores como Ernst Bloch y Walter Benjamin. Mas, a pesar
de que existe un amplio consenso acerca de la sensibilidad de Mariátegui
hacia cuestiones religiosas, y de que hay algunos estudiosos que han reali-
zado indagaciones al respecto, no hemos encontrado un trabajo que haga
de esta dimensión su objeto específico y que se proponga la reconstrucción
y análisis del problema religioso a lo largo de su itinerario intelectual, des-
de sus primeros escritos hasta los últimos, dando cuenta así del camino
que sigue la cuestión de la religiosidad en el conjunto de su obra. Porque si
bien Mariátegui acusa la presencia constante de una inquietud religiosa, al
mismo tiempo da cuenta de la evolución de esta inquietud. Las líneas que
anteceden el pasaje que citamos al comienzo de este texto, dicen así:
“Si en mi adolescencia mi actitud fue más literaria y es-
tética, que religiosa y política, no hay de qué sorprender-
se. Esta es una cuestión de trayectoria y una cuestión de
época. He madurado más que cambiado. Lo que existe en
mí ahora, existía embrionaria y larvadamente cuando yo
tenía veinte años y escribía disparates de los cuales no sé
por qué la gente se acuerda todavía. En mi camino, he en-
contrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque
mi alma había partido desde muy temprano en busca de
Dios”.12

Mariátegui reconoce una suerte de evolución o, más bien, de madura-


ción de su actitud espiritual, contraponiendo su forma inicial “literaria y
estética” con una posterior, de madurez, que califica como “religiosa y po-
lítica”. Esta distinción adquiere relieve al constatar que, efectivamente, su
religiosidad juvenil se transforma al calor de su “conversión” al socialismo,
politizándose. Contrariamente a lo planteado por algunos de sus biógra-
fos, que ponen énfasis en el misticismo y la religiosidad de su juventud,
Mariátegui no considera que su actitud juvenil sea propiamente religiosa,
Cfr. Alfonso Ibáñez, “La utopía de Mariátegui: método y subjetividad” en Liliana
11

Irene Weinberg y Ricardo Melgar Bao (eds.), Mariátegui entre la memoria y el futuro
de América Latina, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, 199-
217.
José Carlos Mariátegui, “Una encuesta…”, Op. Cit., 154.
12

58
Pierina Ferretti

sino que reserva este adjetivo para su etapa madura, que califica, además,
como política, asimilando, en un ejercicio lleno de implicancias teóricas,
socialismo y religión.

El misticismo decadentista de “la edad de piedra”13


Tras una infancia marcada por la enfermedad y el encierro14 , Mariáte-
gui ingresa al mundo del periodismo limeño en el diario La Prensa, primero
como obrero en el taller de linotipia, luego como ayudante de linotipis-
ta y corrector de pruebas y, finalmente, como periodista. En La prensa, a
la sazón importante medio impreso de la capital peruana que se hallaba
del lado de la oposición al gobierno de Augusto B. Leguía, tomó contacto
con un selecto grupo de escritores que constituían la vanguardia literaria
del periodo, entre los que se contaban personajes como Alfredo González
Prada (hijo del autor de Horas de lucha, a quien Mariátegui conoció en su
niñez), Félix del Valle, Enrique Bustamante Ballivián y el poeta decaden-
tista y d’annuziano, Abraham Valderomar, quienes ejercieron un poderoso
ascendiente y colaboraron enormemente en la formación intelectual del
joven aprendiz de periodista.
Así, la vida de nuestro autor, en los años que van de 1911 a 1917,
transcurría entre el periódico y el café, los artículos policiales, la poesía
y algunas piezas de teatro, el club hípico y la bohemia literaria, en medio
de una atmósfera un tanto aristocratizante que parecía, en aquel enton-
ces, seducirlo15. Por estas circunstancias, Mariátegui define su actitud de
adolescente como más propiamente literaria que religiosa. Pero, a pesar de
ello, en este periodo podemos encontrar numerosos episodios y escritos
que dan muestras claras de sus profundas inquietudes espirituales. Por
ejemplo, en 1914 escribirá un artículo titulado “La procesión tradicional”,
en que describe la fiesta religiosa popular realizada en devoción al Señor
de los Milagros, y que en 1917 le hará ganar el premio “Municipalidad de
Lima” del Círculo de periodistas. Luego, en 1916, a la edad de 22 años, se
retira a meditar al convento de los Descalzos de la Alameda, experiencia

La expresión “edad de piedra” fue utilizada por el propio Mariátegui para referirse a
13

sus escritos redactados entre 1911 y 1919. Estos textos, numerosos y diversos en
contenidos y géneros, fueron compilados y agrupados temáticamente por Alberto
Tauro y publicados en 8 tomos por la empresa editora Amauta entre 1987 y 1991.
Cfr. Guillermo Rouillón, Op. Cit. Específicamente, véase el capítulo dedicado a la
14

infancia de Mariátegui “Un niño en busca de Dios”, 45-64.


Ibíd.
15

59
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

tras la cual escribirá su soneto “Elogio de la celda ascética”, cuya lectura


nos permite formarnos una idea del carácter de la religiosidad del joven
Mariátegui:
“Piadosa celda guardas aromas de breviario/tienes la misteriosa
pureza de la cal/ y habita en ti el recuerdo de un Gran Solitario/
que se purificara del pecado mortal.
Sobre la mesa rústica duerme un devocionario/ y dice evocacio-
nes la estampa de un misal/ San Antonio de Padua exangüe y
visionario/ tiene el místico ensueño del Cordero Pascual.
Cristo Crucificado llora ingratos desvíos/ Mira la calavera con
sus ojos vacíos/ que fingen en la noche inquietante luz.
Y en el rumor del campo y de las oraciones/ habla a la melancólica
paz de los corazones/ la soledad sonora de San Juan de la Cruz”. 16

Apreciamos en estos versos una religiosidad intimista, determinada


por la tradición católica, inclinada al misticismo y al recogimiento interior.
Una religiosidad también –y vale la pena retenerlo–, circunscrita al ámbito
privado, carente de sentido social, de mesianismo o de esperanza.
Otros escritos de su “edad de piedra”, en especial los que se ubican en el
periodo previo a los estallidos sociales de 1918-19, revelan esa religiosidad
intimista y el carácter decadentista y romántico de su actitud. “Creo que el
mal del siglo es una extraña fatiga de la vida, una inexplicable neurosis, un
vago e indefinible cansancio que muchas veces culmina en el suicidio”,17
señala en un texto de 1917, que continúa así:
“El dolor de vivir invade los espíritus y despierta en ellos el de-
seo de buscar en la muerte la consolación ansiada… es el mal de
siglo. El cansancio de la vida, la neurosis que hace abominar de
cuanto rodea y que sume las almas en una lacerante melancolía.
La amargura de Werther y Leopardi, que en lírico italiano fue
fuente de divina poesía y reflejó en poemas de infinito dolor la
voluptuosidad de la tristeza”. 18

José Carlos Mariátegui, “Elogio de la celda ascética” en María Wiesse, Op. Cit., 16-
16

17.
José Carlos Mariátegui, “Cartas a X” en José Carlos Mariátegui, Invitación a la vida
17

heroica, selección y presentación de Alberto Flores Galindo y Ricardo Portocarrero


Grados, Lima, Instituto de Apoyo Agrario, 1989, 60.
Ibíd., 61.
18

60
Pierina Ferretti

Se advierte, en estos párrafos, la tendencia decadentista, pesimista y


romántica que caracterizará sus primeros tanteos de literato, cuando nues-
tro autor se identificaba con la descripción que años más tarde él mismo
haría de la literatura decadentista: “El artista contemporáneo, en la mayo-
ría de los casos, lleva el alma vacía. La literatura de la decadencia es una
literatura sin absoluto”19.
Esa tónica de la disposición espiritual del Mariátegui de la “edad de
piedra” lleva a Robert Paris a plantear que no es pertinente buscar la rela-
ción entre este misticismo esteticista de juventud y el posterior misticismo
socialista. 20Más, de todos modos, y como el propio Mariátegui señala,
embrionaria y larvadamente hay en su espíritu inquietudes que lo irán a
predisponer a experimentar una profunda afinidad con las filosofías que
reivindiquen la dimensión espiritual de la vida y de la acción política. En
esa dirección, María Wiesse asevera:
“Místico será siempre, pero después su misticismo y su
religión se alimentarán en el credo socialista. Místico te-
nía que ser este hombre fervoroso, apasionado, convenci-
do y sincero. Dios no estará nunca ausente de él, pero él
ya no buscará a Dios en la plácida soledad de la celda […]
Buscará a Dios en el dolor del hombre y en la angustia del
mundo”.21

Los primeros pasos hacia el socialismo comienza a darlos en 1918,


en el marco de las agitaciones populares que se producen en Lima, y en
diversos puntos del continente, como efecto de la crisis provocada por
la Primera Guerra Mundial, el impacto de la revolución rusa, la reforma
universitaria de Córdoba y la agudización de los signos, cada vez más cla-
ros, del agotamiento del pacto oligárquico, anunciado ya por la revolución
mexicana en 1910, y que en el Perú se tradujo en el debilitamiento del
régimen civilista y del partido que lo encabezaba desde finales del siglo
XIX. En el país andino, el impacto de la posguerra en la economía significó
un aumento considerable de los precios de los medios de subsistencia, lo
que afectó directamente a las clases populares y provocó una oleada de
protestas y agitaciones obreras. Las revueltas, que se inician a finales de
1918 con las banderas del abaratamiento del costo de la vida y la jornada
José Carlos Mariátegui, “Arte, revolución y decadencia”, en José Carlos Mariátegui,
19

El artista y la época, Lima, Amauta, 1959, 19.


Robert Paris, Op. Cit., 28.
20

María Wiesse, Op. Cit., 16.


21

61
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

laboral de ocho horas, en mayo del año siguiente alcanzan su mayor grado
de desarrollo y violencia.22 En ese contexto, Mariátegui comenzará su acer-
camiento al socialismo.
“Desde 1918 –dirá en una carta a Samuel Glusberg del 10 de enero
de 1927–, nauseado de política criolla me orienté resueltamente hacia el
socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de
decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo”.23 Nuestro
autor ya en 1916 había abandonado La prensa para empezar a colaborar
en El Tiempo, diario que agrupó a sectores de oposición al régimen del pre-
sidente José Pardo. Allí se encargó de la sección Voces, columna de sátira
parlamentaria que lo desplazó de sus preocupaciones netamente literarias
al análisis de la realidad política, junto con vincularlo de manera directa
a la lucha anticivilista. Pero el hito decisivo en su itinerario socialista lo
representa la fundación de Nuestra época, en 1918.24 Se trataba de una re-
vista animada por él y sus amigos César Falcón y Félix del Valle, quienes,
inspirados en la España de Luis Araquistain, se propusieron dar vida a una
publicación independiente, de corte crítico y confrontacional, logrando su
objetivo al punto que este deja de aparecer después de su segundo número,
tras una polémica con el ejército provocada por un artículo salido, precisa-
mente, de la pluma de Mariátegui.
La orientación política de nuestro autor se hace más decidida al calor
de las convulsiones sociales de las que comenzaba a ser parte. El año de
1919 se inicia con su renuncia y la de Falcón a la redacción de El Tiempo y
continúa con la fundación de un nuevo periódico, La Razón, que comienza
a imprimirse en mayo de ese mismo año, en el momento más encendido de
la lucha social. Pero en agosto, nuevamente producto de un texto polémico

Para un estudio del período se pueden consultar Peter F. Klaren, “Los orígenes del
22

Perú moderno, 1880-1930”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América latina, Bar-
celona, Crítica, vol. 10, 2000, 233-279, y Manuel Burga y Alberto Flores Galindo,
Apogeo y crisis de la República Aristocrática, Lima, Rickchay-Perú, 1980.
José Carlos Mariátegui, “Carta a Samuel Glusberg”, en José Carlos Mariátgui, Co-
23

rrespondencia (1915-1930), edición a cargo de Antonio Melis, Lima, Amauta, 1984,


tomo 2, 331.
La importancia que el propio Mariátegui otorga a este periódico se expresa en la
24

renuncia a escribir bajo la firma de seudónimos. Una nota de la redacción en el


primer número señala: “Nuestro compañero José Carlos Mariátegui ha renunciado
totalmente a su seudónimo y ha resulto pedir perdón a dios y al público por los
muchos pecados que, escribiendo con ese seudónimo, ha cometido”. Texto citado
en Robert Paris, Op. Cit., 36.

62
Pierina Ferretti

redactado por Mariátegui, La razón es clausurada y sus dos directores, Ma-


riátegui y Falcón, parten rumbo a Europa a los pocos meses. 25
En el viejo mundo, golpeado también por la crisis del liberalismo y agi-
tado por importantes movimientos de trabajadores, Mariátegui irá a com-
pletar un ciclo fundamental de su formación socialista.
El idealismo marxista italiano y el idealismo espiritualista de la “nueva
generación” peruana.
El carácter esencial que tuvo su paso por Europa es un hecho incon-
testable. En la misma carta a Samuel Glusberg que comentábamos con
anterioridad, señalaba: “De fines de 1919 a mediados de 1923 viajé por
Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algu-
nas ideas”26 . Luego, en la “Advertencia” de sus 7 Ensayos…, aseverará en esa
misma perspectiva: “He hecho en Europa mi mejor aprendizaje”27. Efecti-
vamente, el derrotero intelectual y político seguido por Mariátegui tras su
regreso a Lima en 1923 está marcado por su experiencia europea y, más
específicamente, italiana.
De aquel lado del Atlántico, por nombrar sólo algunos hitos relevantes,
asiste a las luchas de los trabajadores del norte italiano y se informa del
movimiento de los consigli di fabbrica, así como de otros movimientos obre-
ros europeos; toma contacto con la prensa vinculada a los consigli, como
L’Ordine Nuovo, dirigido por el joven socialista italiano Antonio Gramsci
y presencia la fundación del Partido Comunista Italiano, animada por el
mismo Gramsci y su núcleo más cercano, en el Congreso de Livorno. Co-
noce el liberalismo democrático y radical encarnado en la figura de Piero
Gobetti y su periódico La Rivoluzione Liberale y es testigo, además, de la
derrota del movimiento obrero y del ascenso del fascismo.
En términos teóricos, lo más relevante de su experiencia europea fue
el conocimiento de la singular lectura del marxismo que nació de la sín-
tesis de la obra del autor de El capital con la tradición idealista italiana,
operada por algunos intelectuales vinculados orgánicamente al movimien-
to obrero, a quienes la crítica al positivismo y al cientificismo que orientó
la política de la Segunda Internacional condujo a buscar, en perspectivas

A propósito de las circunstancias que rodearon este viaje, existe una polémica res-
25

pecto de las relaciones existentes entre Leguía y Mariátegui ver: Robert Paris, Op.
Cit., 73-74.
José Carlos Mariátegui, “Carta a Samuel Glusberg”, Op. Cit., 331.
26

José Carlos Mariátegui, Siete Ensayos… Op. Cit., p. 1.


27

63
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

intelectuales ajenas al marxismo, elementos que les permitieran elaborar


una lectura creadora del socialismo. En esa búsqueda echaron mano a la
arraigada tradición idealista de la cultura italiana y a pensadores que ha-
bían leído en clave antipositivista la obra de Marx, como Antonio Labriola,
Benedetto Croce y Giovani Gentile, junto a intelectuales que, desde otras
perspectivas, reivindican la subjetividad humana y el poder creador de la
voluntad, como, por ejemplo, Georges Sorel y Henri Bergson.
Haciendo un balance de la importancia de la experiencia italiana de
Mariátegui, José Aricó nos dice:
“Si Mariátegui pudo dar de la doctrina de Marx una in-
terpretación tendencialmente antieconomicista y anti-
dogmática en una época en que intentarla desde las filas
comunistas era teóricamente inconcebible y políticamen-
te peligrosa, sólo fue posible merced al peso decisivo que
tuvo en su formación la tradición idealista italiana […]
En este neomarxismo de inspiración idealista –continúa
señalando–, fuertemente influido por Croce y Gentile y
más en particular por el bergsonismo soreliano, renuente
a utilizar el marxismo como un cuerpo de doctrina, como
una ciencia naturalista y positivista que excluye de hecho
la voluntad humana […] en este verdadero movimiento
de renovación intelectual y moral de la cultura italiana y
europea es donde Mariátegui abreva la inagotable sed de
conocimientos que lo consume”. 28

De esta manera, Mariátegui encontrará los elementos que le ayudarán


a orientar sus crecientes inquietudes sociales, y la politización de su reli-
giosidad se catalizará junto con su lectura religiosa del marxismo a la luz
de estas perspectivas, pues como condición de posibilidad de una síntesis
entre religión y política como la que iría a realizar, debía adoptar, cierta-
mente, una visión de mundo muy distinta al positivismo cientificista, al
evolucionismo y al materialismo que caracterizaron el marxismo de la II
Internacional.
Pero no fue sólo su paso por Italia lo que estimuló la evolución de la
dimensión religiosa de su pensamiento y, de modo más amplio, su lectura
creadora del marxismo. También en América latina, sectores de la intelli-
gentsia continental se rebelaban contra el positivismo que había inspirado

José Aricó, “Introducción” en José Aricó (ed.), Mariátegui y los orígenes del marxis-
28

mo latinoamericano, México, Cuadernos Pasado y Presente, 1980, xvi.

64
Pierina Ferretti

la modernización conservadora operada por la oligarquía. Ya a comienzos


del siglo XX el Ariel de Rodó inauguraba la crítica a la filosofía positivista,
ejerciendo una poderosa influencia en las jóvenes generaciones de intelec-
tuales. Luego, en los años veinte, en una atmósfera marcada por la crisis de
la dominación oligárquica y por la emergencia de nuevos actores sociales
que, desde las décadas anteriores habían venido conformándose y consoli-
dando su identidad, se crearon las condiciones de posibilidad para el forta-
lecimiento de propuestas críticas al positivismo y sensibles a las dimensio-
nes que éste había descuidado, como la subjetividad, la voluntad humana
y la dimensión espiritual de la existencia. Esta sensibilidad permeó a un
grupo importante de la intelectualidad latinoamericana y lo dispuso a la
recepción favorable de filosofías como el espiritualismo y el vitalismo29,
a la par que en el campo de las artes daba nacimiento a movimientos de
vanguardia con una evidente vocación de renovación estética y política.
En el Perú, el antipositivismo tuvo importantes cultivadores30. El filó-
sofo Alejandro Deustua introdujo la filosofía espiritualista y vitalista en
el mundo de las ideas peruanas en las primeras décadas del siglo XX y sus
planteamientos serán retomados luego por intelectuales de la “generación
de 1920”, principalmente por Mariano Iberico. Vale la pena retener que
el propio Mariátegui publica, en su sello editorial Minerva, El nuevo abso-
luto de Iberico31, libro de claro ascendiente vitalista y bergsoniano. Pero
la renovación cultural no será sólo en el ámbito filosófico. En la pintura,
artistas como José Sabogal, en la literatura, los diversos representantes
del indigenismo, y en la política, figuras como Víctor Raúl Haya de la To-
rre y el propio José Carlos Mariátegui, formarán parte de ese movimiento
de renovación que se conoce como la “nueva generación peruana”. El co-
mún denominador del movimiento será la búsqueda de nuevos valores, la
preocupación por el problema nacional y la voluntad explícita de transfor-
mación social y política.
De esta manera, por la vía del marxismo idealista italiano y del idealis-
mo de la “nueva generación” peruana, nuestro autor adquirió los elementos

Cfr. Marta Elena Casaús, “El Indio, la nación, la opinión pública y el espiritualismo
29

nacionalista: los debates de 1929”, en Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Gi-
ráldez: Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales
(1820-1920), Guatemala, F & G Editores, 2005, 207-245.
Cfr. Augusto Salazar Bondy, “La reacción espiritualista” en La filosofía en el Perú,
30

Lima, Universo, 1967, 87-102.


Cfr. Mariano Iberico, El nuevo absoluto, Lima, Minerva, 1926.
31

65
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

teóricos que le permitirían radicalizar y politizar su inclinación religiosa


junto con elaborar una lectura creadora del marxismo, en la cual el recono-
cimiento de la dimensión espiritual de éste será fundamental.

El socialismo y el mito soreliano


Mariátegui regresa a Lima en marzo de 1923 con la “declarada y enér-
gica ambición de concurrir a la creación del socialismo peruano”32. Por esa
causa desplegará, hasta su temprana muerte ocurrida en 1930, un intenso
trabajo tanto en lo ideológico como en lo propiamente organizativo. En este
periodo, en muchos de sus escritos, podemos apreciar cómo su religiosidad
se ha politizado y cómo su marxismo ha cobrado un carácter religioso.
Un interesante ejemplo, lo constituye el artículo “El Hombre y el Mito”,
publicado en febrero de 1926 en Mundial:
“Todas las investigaciones de la inteligencia contemporá-
nea sobre la crisis mundial –señala allí– desembocan en
esta unánime conclusión. La civilización burguesa sufre
de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. Falta
que es la expresión de su quiebra material. La experiencia
racionalista ha tenido esta paradójica eficacia de condu-
cir a la humanidad a la desconsolada convicción de que la
Razón no puede darle ningún camino. El racionalismo no
ha servido sino para desacreditar a la razón. A la idea Li-
bertad, ha dicho Mussolini, la han muerto los demagogos.
Más exacto es, sin duda, que a la idea Razón la han muerto
los racionalistas. La Razón ha extirpado del alma de la ci-
vilización burguesa los residuos de sus antiguos mitos. El
hombre occidental ha colocado, durante algún tiempo, en
el retablo de los dioses muertos, a la Razón y a la Ciencia.
Pero ni la Razón ni la Ciencia pueden ser un mito. Ni la
Razón ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de
infinito que hay en el hombre. La propia Razón se ha en-
cargado de demostrar a los hombres que ella no le basta.
Que únicamente el Mito posee la preciosa virtud de llenar
su yo profundo”. 33

José Carlos Mariátegui, Siete Ensayos Op. cit., 2.


32

José Carlos Mariátegui, “El hombre y el mito” en El alma matinal y otras estaciones
33

del hombre de hoy, Lima, Amauta, 1988, 23.

66
Pierina Ferretti

En medio de la crisis espiritual de la posguerra, Mariátegui encuentra


en el socialismo la posibilidad de un mito en el sentido soreliano, es de-
cir, en palabras de Gramsci, de “una ideología política que se presenta no
como fría utopía ni como doctrinario raciocinio, sino como una creación
de fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para
suscitar en él la voluntad colectiva”34 . La dimensión mística y religiosa del
socialismo se dibuja entonces como uno de los principales elementos de
ese mito posible:
“Hace algún tiempo que se constata el carácter religioso,
místico, metafísico del socialismo. Jorge sorel, uno de
los más altos representantes del pensamiento francés del
siglo xx, decía en sus Reflexiones sobre la violencia, “Se ha
encontrado una analogía entre la religión y el socialismo
revolucionario, que se propone la preparación y aún la re-
construcción del individuo para una obra gigantesca. Pero
Bergson nos ha enseñado que no sólo la religión puede
ocupar la región del yo profundo; los mitos revoluciona-
rios pueden también ocuparla con el mismo título”. Renan,
como el mismo Sorel nos lo recuerda, advertía la fe reli-
giosa de los socialistas, constatando su inexpugnabilidad a
todo desaliento. “A cada experiencia frustrada, recomien-
zan. No han encontrado solución: la encontrarán. Jamás
los asalta la idea de que la solución no exista. He ahí su
fuerza”. 35

El mito, en ese sentido soreliano que rescata Mariátegui, se convierte


en el elemento capaz de suscitar una “voluntad colectiva” y de mover a los
seres humanos a la acción, y allí radica su importancia teórica y política,
pues no debe perderse de vista que estas no son cavilaciones abstractas
de nuestro autor a propósito del mito y del sentido religioso del socialis-
mo, sino que son parte de su reflexión acerca de las formas de concurrir
a la creación del socialismo indoamericano. Mariátegui está pensando en
la realidad peruana y en las posibilidades de la lucha revolucionaria allí,
donde el limitado desarrollo de las fuerzas productivas y del proletariado
industrial exigía una traducción del marxismo en una clave que hiciera
posible su construcción bajo esas condiciones singulares. La importancia
de esta tematización del mito radica, entonces, en que es precisamente ese

Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Torino, Einaudi, 1977, 1556. (La traduc-
34

ción es nuestra).
José Carlos Mariátegui: “El hombre y el mito” Op. Cit., 28.
35

67
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

carácter místico del socialismo el que se le presenta como el elemento ca-


paz de despertar a las masas oprimidas locales y constituirse en su mito
revolucionario. Así lo expresa, por ejemplo, en el prólogo a la novela de
Luis E. Valcárcel, Tempestad en Los andes: “No es la civilización, no es el
alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea
de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revo-
lucionaria”. 36
De esta manera, podemos apreciar cómo su reivindicación del carácter
religioso del socialismo forma parte orgánica y fundamental de su proyec-
to de construcción revolucionaria en el Perú.

La mística revolucionaria de Defensa del marxismo


Aún considerando que son numerosos los momentos en que Mariáte-
gui expresa esa síntesis entre religión y política, en nuestra óptica su reli-
giosidad encuentra un espacio de singular despliegue en el periodo que se
abre con su ruptura con Haya de la Torre en 1928.
Como es ampliamente conocido, la separación de Mariátegui y Haya
se produce a partir de la decisión tomada por este último, desde México y
sin consultar a las bases residentes en Lima, de transformar el APRA en el
Partido Nacionalista Libertador, de cara a las elecciones presidenciales que
se celebrarían en 1930. Como respuesta a esta jugada de Haya, Mariátegui
funda el Partido Socialista Peruano, cuyos objetivos se alejarán de la lí-
nea del líder aprista y mantendrán, también, independencia respecto a las
orientaciones de la Tercera Internacional, organización que, por aquellos
años, pugnaba por alinear a sus partidos afiliados con el proceso de bol-
chevización y la política de “clase contra clase” definida en el VI Congreso
celebrado en Moscú en septiembre de 1928. La libertad intelectual y políti-
ca buscada por Mariátegui irá a convertirse en objeto de intensas presiones
por parte de la Internacional y su Secretariado Sudamericano, especial-
mente en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana realizada
en Buenos Aires en junio de 1929, ocasión en la que los representantes
del Partido Socialista Peruano serán fuertemente criticados por no haber
constituido, a juicio de la Internacional, un “verdadero partido proletario”,
es decir, comunista.

José Carlos Mariátegui, “Prólogo a Tempestad en los Andes”, en Michael Löwy, El


36

marxismo en América latina: antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago
de Chile, LOM, 2007, 110.

68
Pierina Ferretti

En este contexto, realizando un esfuerzo teórico y político de la mayor


envergadura, Mariátegui se da a la tarea de exponer su propia mirada del
socialismo en una serie de ensayos publicados en Amauta, entre septiem-
bre de 1928 y junio de 1929, bajo el rótulo de Defensa del marxismo. 37 En
estos escritos, a nuestro juicio, al mismo tiempo que desarrolla su propia
concepción del marxismo, alcanzará la madurez de su actitud “religiosa y
política” y presentará, como un componente fundamental del marxismo, la
dimensión espiritual de este.
Efectivamente, podemos apreciar en estos ensayos que uno de los ejes
de la reflexión de Mariátegui tiene que ver con la capacidad del socialismo
para generar valores espirituales y con la supresión de la dicotomía mate-
rialismo/idealismo. Es falso, señala, “suponer que una concepción materia-
lista del universo no sea apta para producir grandes valores espirituales”. 38
Al contrario, según indica, “el materialista si profesa y sirve su fe religio-
samente, sólo por una convención del lenguaje puede ser opuesto o dis-
tinguido del idealista”39. Es por eso que “la biografía de Marx, de Sorel, de
Lenin, de mil otros agonistas del socialismo, no tiene nada que envidiar
como belleza moral, como plena afirmación del poder del espíritu, a las
biografías de los héroes y ascetas que, en el pasado, obraron de acuerdo con
una concepción espiritualista y religiosa”.40 En estos personajes, insistirá
Mariátegui, “cada palabra, cada acto del marxismo tiene un acento de fe, de
voluntad, de convicción heroica y creadora”.41
“Mariátegui se ve conminado a la necesidad de responder. Por una parte, orgá-
37

nicamente, y esto explica la aparición del Partido socialista del Perú. Pero lo más
importante es que en el plano teórico surge la necesidad de elaborar una concepción
operante del socialismo. Es en el editorial “Aniversario y balance” que va a empren-
der esta tarea, pero el problema abierto respecto del socialismo y del marxismo,
encontrará su respuesta teórica en Defensa del marxismo”, Osvaldo Fernández, Iti-
nerario y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui, Op. Cit., 158. Ahora bien,
para ser precisos, es necesario consignar que los artículos que Mariátegui publica
en Amauta bajo el rótulo general de Defensa del marxismo habían aparecido en las
páginas de Variedades entre julio de 1928 y junio de 1929. Ver nota al pie nº 3 para
más detalles.
José Carlos Mariátegui, “El Idealismo Materialista” en José Carlos Mariátegui, De-
38

fensa del Marxismo, Lima, Amauta, 1964, 85.


José Carlos Mariátegui, “Henri de Man y la “crisis” del marxismo” en Defensa del
39

marxismo, Op. Cit., 17.


José Carlos Mariátegui, “El Idealismo Materialista” Op. Cit., 85.
40

José Carlos Mariátegui, “El Determinismo Marxista” en Defensa del marxismo, Op.
41

Cit., 58. “Marx inició –señala Mariátegui en este mimo texto– este tipo de hombre
de acción y de pensamiento. Pero en los líderes de la revolución rusa aparece, con

69
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

En este esquema, resulta particularmente interesante examinar el lu-


gar que Mariátegui otorga ala lucha de clases ocupa en su lectura religiosa
o espiritual del marxismo. En el mismo texto que citábamos anteriormen-
te podemos leer:
“En la lucha de clases, donde residen todos los elementos
de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado
debe elevarse a una “moral de productores”, muy distante y
distinta de la “moral de esclavos”, de que oficiosamente se
empeñan en proveerlos sus gratuitos profesores de moral,
horrorizados de su materialismo”42

Su compresión de la elevación moral, de la formación de la “moral de


productores”, se aleja de todo recurso externo a la lucha de clases y, en
definitiva, de todo recurso externo a la historia, entendida ésta como el
terreno propio de la acción de los seres humanos. Y allí se encuentra, a
nuestro juicio, el elemento central de la síntesis mariateguiana entre reli-
gión y política y el vértice donde se unen marxismo y religiosidad. Es en la
práctica, en la acción, en la historia, donde los seres humanos crean y re-
crean su mundo externo y, también, en una apretada dialéctica, su mundo
interior43 . Una mención a Piero Gobetti, en la que coloca a la problemática
de la praxis en el centro de su reflexión sobre el socialismo y su carácter
religioso, nos ofrece luces sobre este tema:
“Piero Gobetti, discípulo y heredero del idealismo crocia-
no, en lo que éste tiene de más activo y puro, ha conside-
rado este problema, en términos de admirable justeza: “El
cristianismo –escribe Gobetti– transportaba el mundo de
la verdad en nosotros, en la intimidad del espíritu, indi-
rasgos más definidos, el ideólogo realizador, Lenin, Trotsky, Bukharin, Lunatchars-
ky, filosofan en la teoría y la praxis… ¿Y en Rosa Luxemburgo, acaso no se unimis-
man, a toda hora, la combatiente y la artista?... Vendrá un tiempo en que a despecho
de los engreídos catedráticos, que acaparan hoy la representación oficial de la cultu-
ra, la asombrosa mujer que escribió desde la cárcel esas maravillosas cartas a Luisa
Kautsky, despertará la misma devoción y encontrará el mismo reconocimiento que
una Teresa de Ávila. Espíritu más filosófico y moderno que toda la caterva pedante
que la ignora –activo y contemplativo al mismo tiempo– puso en el poema trágico
de su existencia el heroísmo, la belleza, la agonía y el gozo, que no enseña ninguna
escuela de sabiduría”. José Carlos Mariátegui, “El Idealismo Materialista” en Defen-
sa del marxismo, Op. Cit., 39-40.
Ibíd.
42

Cfr. Antonio Labriola, Del materialismo histórico, versión al español de Octavio


43

Falcón, México, Grijalbo, 1971, 23.

70
Pierina Ferretti

caba a los hombres un deber, una misión, una redención.


Pero, abandonando el dogma cristiano, nos hemos encon-
trado más ricos de valores, espirituales, más conscientes,
más capaces de acción. Nuestro problema es moral y polí-
tico: nuestra filosofía santifica los valores de la práctica.
Todo se reduce a un criterio de responsabilidad humana;
si la lucha terrenal es la única realidad, cada uno vale en
cuanto obra y somos nosotros los que hacemos nuestra
historia… No se trata ya de alcanzar un fin o de negarse en
un renunciamiento ascético; se trata de ser siempre más
intensa y conscientemente uno mismo, de superar las ca-
denas de nuestra debilidad en un esfuerzo más que huma-
no, perenne. El nuevo criterio de la verdad es la obra que
se adecúa a la responsabilidad de cada uno. Estamos en el
reino de la lucha (lucha de hombres contra los hombres, de
las clases contra las clases, de los Estados contra los Esta-
dos) porque solamente a través de la lucha se templan las
capacidades y cada cual, defendiendo con intransigencia
su puesto, colabora en el proceso vital que ha superado el
punto muerto del ascetismo y del objetivismo griego”. No
puede hallar –recalca Mariátegui– en una mente latina
una fórmula más clásicamente precisa que ésta: “Nuestra
filosofía santifica los valores de la práctica”” 44

La praxis, la “actividad humana sensible” de la que hablaba Karl Marx


en sus Tesis sobre Feuerbach45, que Antonio Labriola consideraba “la médula
del materialismo histórico”46 , que fuera colocada por Giovani Gentile en el
centro de su interpretación de Marx, y que, gracias a la lectura instalada
por Benedetto Croce, fuera reivindicada luego por Antonio Gramsci, desde
el campo socialista, y por Piero Gobetti, desde el liberal, se convierte tam-
bién en el elemento fundamental de la mística inmanente de Mariátegui:
“Santificamos los valores de la práctica”. Santificamos, en definitiva, la ac-
tuación de los seres humanos en la historia.

José Carlos Mariátegui, “El Idealismo Materialista” en Defensa del marxismo, Op.
44

Cit., 85-86.
Cfr. Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach” en Carlos Marx, Federico Engels, La ideolo-
45

gía alemana… edición al cuidado de Néstor Acosta, traducción del alemán de Wen-
ceslao Roces, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos y Editorial Cartago, 1985,
665-668.
Antonio Labriola, Socialismo y filosofía. Cartas a Georges Sorel, Madrid, Alianza,
46

1969, 86.

71
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria

Mística de la praxis, carácter trascendente de la inmanencia47. Aquí


está la clave de la concepción religiosa de la política en Mariátegui. Una
mística de la inmanencia, una “santificación” de la praxis.
La cita de Gobetti sintetiza bien la propia evolución de la religiosidad
de Mariátegui. Si recordamos su misticismo intimista y decadentista de
1916, actitud que él mismo calificó de “literaria y estética”, y la compara-
mos con las reflexiones deslizadas en Defensa del marxismo, vemos cómo se
ha producido ese paso de la intimidad personal a la inquietud social y a la
acción en la historia que describe a través de Gobetti.Mariátegui califica
esta actitud de madurez como “religiosa y política”, precisamente porque la
maduración de su religiosidad está allí, en el paso del sentimiento personal
a una religiosidad que se entronca con la lucha política, de un misticismo
decadentista a una mística revolucionaria, de una religiosidad que se vuel-
ve política y de una política que se “eleva a la altura de la religión”. “La polí-
tica –dirá en un texto de noviembre de 1926–, para los que la sentimos ele-
vada a la categoría de una religión […] es la trama misma de la Historia”. 48
Hoy, que en los albores del siglo XXI pareciera estar reeditándose la
“crisis espiritual” de la civilización burguesa y la puesta en jaque de la legi-
timidad del conjunto del sistema, que fuera el telón de fondo de la reflexión
mariateguiana, volver a leerlo y explorar las innumerables vetas que tiene
su obra, constituye un ejercicio teórico y político que puede permitirnos
iluminar aspectos de nuestra propia escena contemporánea.

“El proceso de la reflexión mariateguiana –señala en esta dirección Aníbal Quijano–


47

puede ser emparentado con el de Walter Benjamin, no solamente por esa peculiar
tensión entre una racionalidad que se niega al reduccionismo, sino también porque
en ambos la revolución es pensada como una cuestión de redención, sin que esto
desemboque, sin embargo, en un territorio extraño a la propia historia. De este
modo, en ambos, la materialización de la igualdad social, de la solidaridad, de la
reciprocidad, del amor al prójimo, en la vida cotidiana de la sociedad, no se refiere
a –ni depende de– ningún poder religioso institucional”. Aníbal Quijano, “Prólogo”
a José Carlos Mariátegui, Textos Básicos, Lima, Fondo de Cultura Económica, 1991,
x.
José Carlos Mariátegui, “Arte, Revolución y Decadencia”, Op. Cit., 20.
48

72
Pierina Ferretti

Bibliografía

Corpus documental

Mariátegui, José Carlos, “Una encuesta a José Carlos Mariátegui” en José


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75
Tecnocracias en América Latina (1980-
2000), ¿hacia un nuevo modo de dominio?
Giorgio Boccardo

No parece novedad constatar que, en diversas etapas de la historia la-


tinoamericana del siglo XX, ha existido la participación de profesionales
y técnicos en los equipos asesores de presidentes, ministros y políticos en
general. Basta mencionar el peso que tuvieron los “científicos” durante el
régimen de Porfirio Díaz en México (1876-1911), el papel jugado por los
“jóvenes ingenieros” en el primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo en
Chile (1927-1931) o la creciente profesionalización de la burocracia estatal
en el Brasil de Getulio Vargas (1930-1945), a partir de la difusión del po-
sitivismo entre los militares republicanos1. Tampoco resulta del todo aje-
no advertir la presencia de organismos internacionales “orientadores” de
la política económica en los países de América Latina. Prueba de ello son
iniciativas particulares como las del economista norteamericano Edwin
Kemmerer, quien influyó para que, en la década de los veinte, algunos go-
biernos de la región adoptaran el patrón oro y avanzaran en la creación de
un Banco Central “responsable”2, o el esfuerzo institucional de organismos
como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL),
que, durante la década del cincuenta y sesenta, desde una clara orientación
neokeynesiana, recomendó muchas de las políticas económicas y sociales
implementadas por gobiernos durante el periodo nacional popular 3 .
Durante gran parte del siglo XX, ya fuera a partir de las indicaciones
presentadas por expertos u organismos asesores internacionales, o de la
profesionalización de las burocracias estatales, a través de la expansión de
los sistemas de educación superior públicos, existió un esfuerzo sistemá-
tico de parte de los gobiernos latinoamericanos por impulsar y fortalecer
los procesos de modernización e integración nacional que, en la medida
1
Torcuato Di Tella, Historia de los partidos políticos en América Latina, siglo XX,
Chile: FCE, 1997.
2
Entre los países que asesoró su misión se encuentran Colombia en 1923, Chile en
1925, Ecuador en 1926 y Perú en 1931. Véase Paul Drake, The Money Doctor in
the Andes. The Kemmerer Missions, 1923–1933, London, Duke University Press,
1989.
3
Enzo Faletto, “La dependencia y lo nacional popular”, en Revista Nueva Sociedad,
40, Enero-Febrero, 1979.

77
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

que enfrentaban nuevas complejidades, requirieron, cada vez más, de la


presencia de técnicos en el diseño e implementación de políticas estatales.
Ahora bien, la mera presencia de “cuadros técnicos” en las esferas de
elaboración e implementación de políticas gubernamentales, además de
que no constituye novedad histórica alguna, tampoco presupone necesa-
riamente ni una misma base intelectual e ideológica ni el predominio de
cierta racionalidad técnica por sobre otra de tipo política o cierta predispo-
sición a actuar de una determinada forma colectiva4 .
En ese sentido, no parece adecuado considerar como “tecnocracia” cual-
quier agrupamiento de técnicos que participa en las esferas decisionales de
los gobiernos haciendo abstracción del proceso histórico latinoamericano.
Antes bien, corresponde delimitarla a un grupo específico de cuadro téc-
nico que irrumpe históricamente en el periodo denominado burocrático
autoritario,y busca imponer una determinada forma de dominio político5.
Efectivamente, las tecnocracias se proyectan paulatinamente en el Estado
a partir de la ausencia de presiones corporativas de fuerzas sociales nacio-
nal populares – suprimidas por las dictaduras militares-, posteriormente
inciden en la definición y elaboración de medidas de ajuste para palear la
“crisis de la deuda” en los años ochenta, y se consolidan, en algunos países
de la región, con la implementación de reformas de ajuste estructural de
orientación neoliberal a comienzos de los noventa.
Las tecnocracias, imbuidas por las doctrinas monetaristas y de libre
mercado -aprendidas en su mayoría durante sus estudios de economía
en universidades de los Estados Unidos- buscarán transformar de forma
radical el modelo nacional popular latinoamericano, evitando, en la me-
dida de lo posible, someter a consulta sus propuestas de política econó-
mica al Congreso, partidos políticos, actores empresariales nacionales o
sindicales6 . Incluso, en aquellos países en que la ciudadanía evaluó posi-
tivamente las políticas de ajuste monetarista, sus liderazgos se habrían

4
Verónica Montecinos, “Notas sobre la evolución e influencia de la tecnocracia eco-
nómica en Chile”, en Estrada Álvarez, Jairo (ed.), Intelectuales, tecnócratas y refor-
mas neoliberales en América Latina. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,
2005.
5
Guillermo O´Donnell, “Reflexiones sobre las tendencias de cambio del Estado bu-
rocrático-autoritario”, en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 39, 1, Enero- Marzo,
1977.
6
María Rita Loureiro, “Tecnocracia y política en el Brasil de hoy”, en Revista Nueva
Sociedad, 152, Noviembre-Diciembre, 1997.

78
Giorgio Boccardo

encumbrado en altos cargos ministeriales e incluso adquirido el cartel de


“presidenciables”7.
Pese a lo anterior, no resulta del todo claro que su modo de dominio
haya devenido en hegemónico, y menos que hayan instalado una “raciona-
lidad tecnocrática” en toda la región. Su posicionamiento y consolidación
dependerá, en gran medida, del carácter restrictivo que asumen los pro-
cesos de transición a las democracias en los países de América Latina, y
del papel que ocupan los diversos actores sociales y políticos del periodo
nacional popular.
Este artículo discute críticamente el ascenso, consolidación y/o declive
de las tecnocracias en América Latina, en el contexto de la transformación
neoliberal ocurrida desde fines de la década de los ochenta y durante los
noventa del siglo XX. Para ello, se distingue entre los países en los que las
tecnocracias emergen como un sujeto legítimo que, con prescindencia de
los espacios decisionales de la política formal y bajo la protección de los
gobiernos de turno, impulsan transformaciones estructurales al modelo
de desarrollo e instalan un modo de dominio que permea a las elites eco-
nómicas y políticas, de aquellos casos en los que las tecnocracias resultan
asimiladas a escándalos de corrupción y clientelismo similares a los que
ellas mismas imputaron a las fuerzas del periodo nacional popular.

Génesis histórica del ascenso político de las tecnocracias


en América Latina
Desde finales de la década del cincuenta, cuando concluye la etapa fácil
de sustitución de importaciones y los países latinoamericanos se ven en
la necesidad de asegurar su desarrollo por medios propios y hacer frente
a salidas de capitales multinacionales, la expresión clásica del capitalismo
limitado y dependiente se hace patente en la región, así como también la
parcialidad de su incorporación a las economías de los países centrales8 . En
efecto, el proceso de modernización resultó trunco y no logró romper con
el carácter dependiente de las economías locales con respecto a los centros
económicos mundiales.
7
Jorge I. Dominguez (compilador), Technopols: Freeing Politics and Markets in Lat-
in America in the 1990s, Pennsylvania, University Press, University Park, 1997.
8
Fernando H. Cardoso, “Régimen político y cambio social”, en Lechner, Norbert
(coordinador): Estado y política en América Latina, México D.F., Siglo XXI Editores,
1981. Alain Touraine, América Latina. Política y Sociedad, Madrid, Ed. Espasa –
Calpe, 1989.

79
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

Y es que se trató de un proceso de modernización desenvuelto en un


escenario de reordenamiento del sistema capitalista a escala planetaria,
con una presencia cada vez mayor de corporaciones multinacionales9. Esto
significó un cambio de política internacional en los Estados latinoamerica-
nos, cuya apertura productiva y comercial, asociada al capitalmultinacio-
nal, se tradujo en una nueva y conflictiva relación con los grupos medios y
obreros que se habían configurado al alero del “Estado de Compromiso”10.
Sumado a ello, la irrupción tardía del campesinado y de sectores urbanos
marginales –que presionaron a ese Estado por una mayor inclusión en polí-
ticas sociales redistributivas–, configuró un complejo escenario que devino
en una crítica a las políticas económicas del modelo nacional desarrollista.
Es en ese contexto de reacomodo del capitalismo a escala planetaria
cuando comienza a generarse una resistencia de instituciones académicas
de formación profesional, principalmente del área de las ciencias econó-
micas, a las políticas neokeynesianas elaboradas por los economistas de la
CEPAL. Hacia fines de la década del cincuenta, comenzó un proceso de for-
mación profesional en ciencias económicas de nítida orientación moneta-
rista, en instituciones de educación superior ajenas a la esfera de influencia
estatal11. Con el apoyo económico de convenios entre dichas instituciones
privadas y universidades de los Estados Unidos, o el sustento de algunos
gremios empresariales locales, a mediados de los sesenta emerge una ge-
neración de “economistas críticos” a las políticas desarrollistas encabezada
por los regímenes nacional-populares.
Por ejemplo, en 1955 llega a Chile una “misión” de la Universidad de
Chicago, patrocinada por el gobierno norteamericano, dispuesta a formar
economistas orientados a direccionar los procesos de desarrollo regional
en base a los principios de mercado, cuyo epicentro fue la escuela de eco-
nomía de la Pontificia Universidad Católica de Chile12. Otro caso es el del
Instituto Tecnológico de México13 (ITAM), el que en 1962 se convirtió en

Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto, “Estado y Proceso Político en América Latina”,


9

en Revista Mexicana de Sociología, Año XXXIX, Vol. XXXIX, 2, abril-junio, 1977.


10
Francisco Weffort, Clases populares y desarrollo social, Santiago, ILPES, 1968.
11
Verónica Montecinos, Op. Cit., 4.
12
Verónica Montecinos, Ibídem.
13
Entre las instituciones fundadoras del ITAM se encontraban el Banco Central mexi-
cano, siete grandes bancos privados y varias grandes empresas de la norteña ciudad
industrial de Monterrey, incluyendo la Fundidora de Fierro y de Acero Monterrey y
la Cervecería Moctezuma. Véase Sarah Babb, “Del nacionalismo al neoliberalismo:

80
Giorgio Boccardo

la escuela preparatoria de estudios de posgrado en Economía en los Esta-


dos Unidos, generando duras críticas a las políticas desarrollistas elabora-
das por los economistas de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM)14 . Por último, cabe destacar el papel del Centro de Investigación
Económicas (CIE) del Instituto Torcuato di Tella (ITDT). Fundado en Ar-
gentina en 1958, es importante en la formación de economistas en los
Estados Unidos. Si bien no adscribirán a las doctrinas monetaristas, bus-
carán replantear el modelo nacional desarrollista, prescindiendo de todo
populismo peronista 15.
Ahora bien, la existencia de un grupo de economistas con una “nueva
orientación”, contraria al keynesianismo no se tradujo, en sí misma, en
condición de posibilidad para establecer cambios al modelo de desarrollo
de los países en la región. Más bien, requerirán de un nuevo contexto polí-
tico y social para insertarse en los aparatos económicos de gobierno. Será
la oleada de golpes militares que afectó a gran parte de los países en Amé-
rica Latina en los sesenta y setenta la que creará posibilidades de ascenso
político para las tecnocracias. Estas últimas, en alianza con los militares,
iniciarán una reorganización del orden económico, político y social, que,
dentro de los marcos del desarrollismo, impulsará la apertura del modelo
a capitales multinacionales como forma de reimpulsar el proceso de in-
dustrialización de las alicaídas economías nacionales16 . En tales cambios,
estas tecnocracias comienzan a tener una participación cada vez más de-
cidida en la orientación que asume la acción estatal, compartiendo con los
militares una simpatía por las soluciones técnicas, así como el rechazo a la
política partidaria y a los espacios decisionales sujetos a control ciudadano
y modalidades clientelares del populismo17.
Fue este escenario de significativas restricciones de la ciudadanía polí-
tica el que propició un creciente peso de las tecnocracias en la orientación

el ascenso de los nuevos money doctors en México”, En Estrada Álvarez, Jairo (edi-
tor), Intelectuales, tecnócratas y reformas neoliberales en América Latina. Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, 2005.
Sarah Babb, op. cit.
14

Federico Neiburg y Mariano Plotkin, “Élites intelectuales y ciencias sociales en la


15

Argentina de los 60. El instituto Torcuato di Tella y la nueva economía”, en Estrada


Álvarez, Jairo (editor), Intelectuales, tecnócratas y reformas neoliberales en Améri-
ca Latina. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005.
Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto, Op. Cit., 9.
16

Alain Touraine, Op. Cit., 8.


17

81
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

estatal en la política, y desde el que comenzarán un lento proceso de trans-


formación del Estado18 . A dicha modalidad de dominio se suma el gran em-
presariado, tanto multinacional como local, que adquiere importante peso
en la conformación del Estado, generando un desplazamiento de la política
por la economía que convirtió al tecnócrata en un pilar fundamental de las
reformas en curso19.
Esta trasformación, impulsada desde el Estado, será posibilitada, en
parte, por el alza internacional de los precios del petróleo entre 1973 y
1979, lo que brindó gran liquidez al sistema financiero internacional. A
ello se suma al arribo de “petrodólares” a la banca privada, lo que forta-
leció, de forma inédita, la oferta de recursos financieros para la región 20.
En ese contexto, América Latina aumentó sus niveles de endeudamiento
con el fin de mantener, con excepción del caso chileno21, las dinámicas
desarrollistas basadas en la industrialización. Se trató, sin embargo, de un
desarrollismo menos nacional –aunque sí estatal–, debido al ingreso de las
multinacionales y a la pérdida de peso de algunos sectores del empresaria-
do nacional. Y, también, menos popular, al excluir del modelo a importan-
tes fuerzas sociales medias y obreras que habían sido centrales en el perio-
do nacional desarrollista 22. Esta modalidad de exclusión política y social se
convertirá en condición sine qua non para que las tecnocracias asciendan al
aparato político gubernamental y puedan impulsar políticas de ajuste sin
la presión de los grupos corporativos nacional populares.
La crisis no se resuelve y la gran mayoría de las dictaduras militares
“exhaustas” entregarán el poder a los civiles, lo que resulta un elemento

Enzo Faletto, “La especificidad del Estado latinoamericano”, en Revista de la CEPAL,


18

38 1989.
Carlos Ruiz, Estructura Social, Estado y Modelos de Desarrollo en América Latina
19

Hoy. Elementos para una interpretación sociológica de la transformación reciente,


Proyecto de Tesis Doctorado en Estudios Latinoamericanos, 2010.
Andrés Mora y José F. Puello, “Economía política y política económica en el discurso
20

transnacional de las élites intelectuales y las reformas estructurales”, en Estrada Ál-


varez, Jairo (editor), Intelectuales, tecnócratas y reformas neoliberales en América
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Carlos Ruiz, “Un desafío del pensamiento latinoamericano ante la transformación
21

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Raúl Atria y Carlos Ruiz, Política y transformación social en América Latina. Des-
22

centración de la acción estatal e ilusión tecnocrática, Santiago, Ponencia al XX Con-


greso Mundial de Ciencias Políticas, 2009.

82
Giorgio Boccardo

que condicionará los procesos de redemocratización desde mediados de la


década de los ochenta 23 . El incremento de las tasas de interés internaciona-
les y la caída de los precios del petróleo dieron lugar a especulaciones sobre
una inminente devaluación del peso y una fuga generalizada de capitales
multinacionales.
Su punto más álgido se alcanzó en 1982, con la declaración de cesa-
ción de pagos por parte de México, y con la consecuente interrupción de
los flujos de capital que se dirigían hacia la región desde las economías
centrales24 . Durante la presidencia de Miguel de la Madrid (1982-1988), se
inicia una fuerte disputa, dentro de los equipos gubernamentales de for-
mulación de políticas económicas, relativa a cómo enfrentar la crisis de la
deuda mexicana. Mientras que los “monetaristas” buscaron establecer un
acuerdo directo con el gobierno de los Estados Unidos, condicionándolo a
reformas aperturistas, el grupo de “desarrollistas radicales” de la UNAM,
vinculados al anterior gobierno de López Portillo (1976-1982), apostó a la
formación de un “cartel de países deudores” para negociar, en bloque, mejo-
res condiciones de financiamiento que permitieran mantener las políticas
de industrialización nacional. Para frenar una eventual reacción articulada
de los países latinoamericanos, liderada por los desarrollistas mexicanos,
el gobierno estadounidense de Reagan impulsó en 1985 el “plan Baker”,
cuyo objetivo principal fue fortalecer la influencia de este país en América
Latina, mediante la negociación individual de la deuda y el condiciona-
miento de esta a la aplicación de medidas de ajuste de mercado en las eco-
nomías nacionales25.
A pesar de la enorme presión internacional para que los gobiernos la-
tinoamericanos aceptaran de forma irrestricta este plan, los programas de
estabilización y ajuste en primera instancia fueron heterogéneos y, princi-
palmente, acotados a políticas para aminorar los efectos de la crisis26 .
En Colombia, el gobierno del presidente Luis Betancur optó por el
“Programa de ajuste macroeconómico 1984-1985”, el que contenía políti-
cas para la contracción de la demanda, encaminadas a garantizar el cubri-

Carlos Ruiz, Op. Cit., 21.


23

Sarah Babb, Op. Cit., 14.


24

Jean Phillipe, “Globalización y desarrollo: algunas perspectivas, reflexiones y pre-


25

guntas, en VV.AA, El nuevo orden global, Dimensiones y perspectivas, Bogotá, Fa-


cultad de Derecho, Ciencias Políticas, Universidad Nacional de Colombia, 1996.
Andrés Mora y José F. Puello, Op. Cit, 20.
26

83
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

miento de las obligaciones de la deuda externa a través del congelamiento


salarial de los trabajadores del Estado, además de una acelerada devalua-
ción de la moneda y una gradual liberalización del régimen de comercio
exterior27. En Bolivia, en el contexto de crisis económica e hiperinflación
de 1985, el gobierno de Víctor Paz Estenssoro encargó al empresario y eco-
nomista Sánchez de Lozada el diseño de una “Nueva Política Económica”,
caracterizada por un drástico recorte presupuestario del gasto público,
tasas arancelarias uniformes y la reducción y reestructuración del sector
público. Aquello sólo fue posible mediante un pacto político entre el equipo
de tecnócratas liderados por Sánchez de Lozada, los desarrollistas del go-
bernante partido Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y la Acción
Democrática (ADN) liderada por Hugo Banzer28 . En esa misma dirección,
destacan también el “Plan Austral” decretado en Argentina en 1985 por
Raúl Alfonsín y el “Plan Cruzado” formulado en Brasil por el gobierno de
José Sarney en 1986, en el que tuvieron una influencia decisiva los econo-
mistas de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro (PUC-RJ).
Ambos programas apuntaban a la devaluación de sus respectivas monedas
y la disminución del gasto público como forma de controlar la hiperinfla-
ción 29.
En febrero de 1987, cuando el Brasil del presidente Sarney rechazó las
nuevas condicionantes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del pro-
pio “Plan Baker” para la negociación de la deuda, y declaró la moratoria
sobre su débito, volvió a estallar la crisis30. Esta resultó ser expresiva de la
tensión irresuelta entre las condicionamientos desnacionalizantes que in-
tentaban impulsar las tecnocracias, parte del gran empresariado nacional
y multinacional, los organismos financieros internacionales y los “planes
de salvataje” de la economía estadounidense, por una parte, y los intereses
de parte del mediano empresariado local y sectores medios y populares que

Jairo Estrada Álvarez, “Élites intelectuales y producción de políticas económicas en


27

Colombia”, en Estrada Álvarez, Jairo (editor): Intelectuales, tecnócratas y reformas


neoliberales en América Latina, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005.
Catherine Conaghan, “El ascenso y la caída de los neoliberales en los países de los
28

Andes centrales”, En Estrada Álvarez, Jairo (editor), Intelectuales, tecnócratas y re-


formas neoliberales en América Latina, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,
2005.
Andrés Mora y José F. Puello, Op. Cit, 20.
29

Aldo Ferrer, La economía Argentina. Desde sus orígenes hasta principios del siglo
30

XXI, Argentina, FCE, cuarta edición, 2008.

84
Giorgio Boccardo

habían logrado sortear el proceso dictatorial y comenzaban a rearticularse


en torno al reciente proceso de democratización, por otra.
De esta forma, el conflicto que detona la resolución de la “crisis de la
deuda” deviene en crisis política, y la mayoría de los nuevos gobiernos de-
mocráticos no termina sus mandatos. Más aún, la inflación no se controla,
y se eleva a cifras mayores a las que tenían antes de la aplicación de los
mencionados planes31. No obstante, el primer fracaso de este tipo de polí-
ticas de ajuste de las economías latinoamericanas será endosado a los me-
canismos clientelares y la corrupción del legado populista aún presentes.
Una vez más, la crisis irresuelta del periodo desarrollista generó po-
sibilidades para la consolidación de la tecnocracia en los aparatos de di-
rección económica y política del Estado. Su papel en la implementación de
muchos de los programas de ajuste destinados a frenar la hiperinflación,
así como su participación directa en las negociaciones de la deuda externa
con organismos internacionales, había sido fundamental. Y, a comienzos
de los noventa, su legitimidad aumentaba en base al distanciamiento con
las clientelas nacional-populares y las burocracias tradicional del Estado, y
a la difusión de una ideología sustentada en la supremacía de “lo técnico”
como lo único capaz de frenar el descalabro económico regional. Pese a
todo, el modo tecnocrático de dominio no se consolidará en todos los paí-
ses de la región durante la década de los noventa, quedando condicionado a
la resistencia o capacidad de pacto que establecieron las fuerzas del periodo
nacional popular con las mencionadas fuerzas sociales y políticas que im-
pulsan las reformas estructurales.

Reformas estructurales en los noventa. Avances y


retrocesos de las tecnocracias en América Latina
La “década perdida” de los ochenta no sólo arrojó un fuerte menoscabo
en la estructura productiva, elevando los niveles de desempleo, pobreza y
desigualdad a niveles superiores a los registrados en décadas pasadas en
la región32, sino que también dio lugar a una profunda revisión de la ex-
periencia nacional popular, desde el campo político e intelectual. Para las
Por ejemplo, en Perú el gobierno de Alan García finaliza con una inflación de 7500
31

%, mientras que en Argentina el gobierno de Raúl Alfonsín finaliza su mandato con


cerca de un 2000 % de inflación. Véase Catherine Conaghan, op. cit., y Aldo Ferrer,
La economía Argentina. Desde sus orígenes hasta principios del siglo XXI, Argenti-
na, FCE, cuarta edición, 2008.
CEPAL, Transformación productiva con equidad, Chile, CEPAL, 1990.
32

85
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

tecnocracias, las políticas económicas y sociales emanadas de organismos


como la CEPAL y otras corrientes de pensamiento económico y social lati-
noamericano33 , dejaron de ser el principal referente del pensamiento eco-
nómico34 . Más aún, las tecnocracias centraron sus críticas en los gobiernos
nacional populares por su manejo “irresponsable” de la economía, por sus
mecanismos clientelares de distribución de la renta y por los altos niveles
de corrupción presentes en las burocracias tradicionales “enquistadas” en
el Estado.
Haciendo eco a tales críticas, en la década de los noventa, la mayoría
de los gobiernos promoverán equipos económicos de perfil técnico, desta-
cando como elemento positivo su carácter autónomo de posibles tensiones
provenientes de partidos políticos, empresarios o sindicatos 35. Se buscaba
enviar señales “al mundo de los negocios” tanto nacional como interna-
cional, particularmente a los organismos acreedores de la deuda externa.
Las tecnocracias pasan a ser la contraparte nacional de los “expertos” de
organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (BM),
el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano del Desarrollo (BID). O,
directamente de los equipos económicos del gobierno estadounidense, con
los que se negociarán diversos tratados de libre comercio.
Fue así como, en los noventa, comienza a generarse una sintonía cada
vez mayor, entre las transformaciones llevadas adelante por estas tecno-
cracias locales y los principios del ideario neoliberal. La inercia recesiva de
los años ochenta, y el pasivo que significó su deuda externa, dio lugar a
negociaciones cristalizadas en el ya mencionado “Plan Baker” y el posterior
“Plan Brady”36 . Con esos planes, los gobiernos latinoamericanos terminan
de “aceptar” la injerencia externa para reformular el sentido de sus polí-
Nos referimos, por ejemplo, a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
33

(FLACSO), el Centro de Estudios Sociales (CESO) de la Universidad de Chile, el


Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la UNAM, el Consejo Latinoame-
ricano de Ciencias Sociales (CLACSO) o a organismos dependientes de la CEPAL
como el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE).
Osvaldo Sunkel, “En busca del desarrollo perdido”, en Guillén, Arturo (compilador),
34

Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización. Homenaje a Celso


Furtado, Buenos Aires, CLACSO, Enero 2007.
Patricio Silva, “Ascenso tecnocrático y democracia en América Latina”, en Revista
35

Nueva Sociedad, 152, Noviembre-Diciembre, 1997.


Desarrollado en 1989 durante el gobierno de George Bush en Estados Unidos, con-
36

dicionaba la negociación de la deuda a la implementación de reformas macroeconó-


micas y estructurales relacionadas con el déficit en cuenta corriente, la apertura del
comercio exterior e inversiones extranjeras (Mora y Puello, 2005).

86
Giorgio Boccardo

ticas públicas, adoptando procedimientos jurídicos internacionales cuyos


protagonistas eran los organismos internacionales y los gobiernos nacio-
nales, y cada vez menos la “ciudadanía local”37.
Es sólo a partir del llamado “Consenso de Washington”38 que estos
organismos internacionales formulan un programa más acabado de re-
formas para orientar la acción estatal local sobre la economía, en base a
la imposición antes alcanzada. Se trata de diez medidas que encauzan “la
primera generación” de reformas a las economías latinoamericanas39. Sus
objetivos declarados son alcanzar la estabilidad económica y desmontar
los elementos fundamentales del modelo proteccionista de desarrollo.
Se trata de una perspectiva que buscó abrir nuevos espacios económicos
para fuerzas privadas nacionales y extranjeras, y forjar nuevas relaciones
con los mercados mundiales40. La doctrina económica en que se basó tal
“Consenso” buscó reelaborar la práctica económica local para dar cauce a
la expansión internacionalizada de los mercados para las empresas priva-
das, hasta entonces contenidas por los intereses nacionales41, resituando
geopolíticamente a las economías de la región, por la vía de redefinir la
participación de los gobiernos locales en las decisiones que articulaban los
mercados locales y mundial42.
Aunque se trata, básicamente, de una misma influencia externa sobre
la región, sus grados de instalación diferirán en grado importante de una
experiencia nacional a otra. La diferenciación de modalidades nacionales,
sometida de modo general a las mismas condicionantes emanadas del
capitalismo desarrollado, se vinculará a la capacidad de actuar sobre tal

Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.


37

Estos principios, que pretenden guiar las políticas públicas de esta etapa, fueron
38

discutidos y formulados en Washington el año 1989 por un grupo de expertos, mi-


nistros de finanzas de países industrializados, funcionarios del Departamento de
Estado norteamericano y de organismos financieros internacionales (FMI, BM), así
como presidentes de bancos internacionales (Williamson, 1990).
John Williamson, “What Washington Means by Policy Reform”, en Williamson,
39

John (compilador), Latin American Adjustment: How Much Has Happened?,


Washington, Institute of International Economics, 1990.
María G. Acevedo, “América Latina mundializada. Geopolítica, mercados y estruc-
40

turas sociales”, en Acevedo, María G.y Adrián Sotelo (coordinadores.), Reestructu-


ración económica y desarrollo en América Latina, México D.F., UNAM – Siglo XXI
Editores, 2004.
Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.
41

María G. Acevedo, Op. Cit., 40.


42

87
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

influencia externa que detentaron ciertas fuerzas sociales locales, princi-


palmente a partir de la acción estatal43 . Luego, según las condiciones de
apertura o restricción que asumen las nuevas democracias, las tecnocra-
cias apuntarán a una reformulación del papel del Estado, centrando allí el
eje principal de la transformación en esta etapa.
En México, durante el gobierno de Salinas de Gortari (1988-1994), se
puso en práctica, a través de una estructura burocrática fuerte, una re-
forma al Partido Revolucionario Institucional (PRI), a partir de la que la
elite tecnocrática, en su gran mayoría con formación en economía en el
ITAM y en los Estados Unidos, inició una serie de transformaciones del
modelo de desarrollo mexicano44 . Tales transformaciones significaron la
privatización de una gran cantidad de empresas estatales y paraestatales,
el congelamiento de sueldos, reformas a diversos programas sociales, eli-
minación de derechos históricos sobre la tierra y, como punto culmine en
el año 1994, la indexación del ochenta por ciento de la economía nacional
mexicana a los Estados Unidos a través de la firma del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN)45. La “revolución tecnocrática sa-
linista” implicó una fuerte disputa al interior del PRI, y el desplazamiento
definitivo de los denominados “desarrollistas radicales”, logrando un éxito
relativo, que se revierte el mismo año 1994, cuando requirieron nueva-
mente de los “dinosaurios” del aparato burocrático tradicional del PRI para
ganar las elecciones presidenciales. Si bien el manejo de los tecnócratas
llevó al colapso de la economía mexicana en 1994-1995, producto de una
devaluación significativa del peso mexicano y la salida de importantes
flujos de capital financiero, la base institucional del diseño “salinista” se
mantuvo básicamente intacta. El nuevo presidente del PRI, Ernesto Zedi-
llo (1994-2000), sin poder echar mano a empresas estatales para vender,
terminó por fortalecer el poder tecnocrático y la vinculación entre las eco-
nomías de México y los Estados Unidos.
A diferencia de Salinas de Gortari, quien logró “mantener aislados” a
sus cuadros tecnocráticos, el gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez
impulsó las primeras reformas estructurales en medio de una férrea oposi-

Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.


43

Miguel Ángel Centeno, “La revolución salinista. La crisis de la tecnocracia en Méxi-


44

co”, en Revista Nueva Sociedad 152, Noviembre-Diciembre, 1997.


Miguel Ángel Centeno, Ibídem.
45

88
Giorgio Boccardo

ción de su partido Acción Democrática (AD)46 . Se trata de un Partido cuyos


dirigentes se habían manejado históricamente en instituciones cooptadas
clientelarmente, y para quienes la nueva tecnocracia reformista de Pérez
significaba una alteración de las condiciones del “Pacto Puntofijista”47. Por
lo que, más que una oposición a las medidas de ajuste económico –que
posteriormente serían radicalizadas por su sucesor, el también “adeco” y
Ramón Velásquez–, la resistencia se centró ante la propuesta de renovación
y desestabilización de la estructura burocráticas clientelar que distribuía la
renta petrolera venezolana48 . Así, los ministros y equipos técnicos durante
el gobierno de Pérez, y sus intentos de reforma, estuvieron condicionados
por los niveles de autonomía con que contaron. En aquellos sectores donde
los dirigentes de AD tenían una fuerte presencia la resistencia fue total49,
mientras que en otros, en los que las estructuras burocráticas del partido
gobernante no tenían una clientela a la que movilizar, las tecnocracias de
Pérez lograron avanzar en su programa de reformas de ajuste neoliberal.
Otra variante de instalación de las tecnocracias se desarrolló en países
con serias restricciones democráticas, y que, bajo políticas de “seguridad
nacional,” lograron imponer reformas económicas al resto de la ciudada-
nía. En Colombia, fue el gobierno de César Gaviria (1990-1994) el que
avanzó en la desregulación de la economía y sentó las bases para el pro-
ceso de transformación neoliberal del Estado50. No obstante, el paquete
de reformas fue resistido por los economistas cepalinos, “enquistados” en
el gabinete ministerial de Gaviria, fruto de las “fórmulas transacciona-
les” propias de un régimen político bipartidista liberal-conservador como
el colombiano51. Al igual que en el posterior gobierno de Ernesto Samper

Javier Corrales, “El presidente y su gente. Cooperación y conflicto entre los ámbi-
46

tos técnicos y políticos en Venezuela, 1989-1993”; En Revista Nueva Sociedad, 152


(Noviembre-Diciembre 1997).
Guillermo Morrón, Breve historia contemporánea de Venezuela, México, FCE,
47

1994.
Javier Corrales, Op. Cit., 46.
48

Las privatizaciones del sector industrial, que durante la primera mitad del gobierno
49

de Pérez habían resultado exitosas, se retrotraen a partir del golpe de febrero de


1992. Las reformas agrícolas contaron con una férrea oposición de AD, la federación
campesina y FEDEARGRO (organización de grandes agricultores venezolanos). No
fue así en el caso de las reformas de apertura económica y financiera (Corrales,
1997).
El 4 de julio de 1991 se promulga la nueva constitución de Colombia (Estrada,
50

2005).
Jairo Estrada Álvarez, Op. Cit., 27.
51

89
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

(1994-1998), en el que la inestabilidad política fue mayor, los equipos mi-


nisteriales siempre incorporaron fórmulas transaccionales de tecnocracias
con “políticos tradicionales” a fin de garantizar la gobernabilidad de la ad-
ministración y la permanencia del presidente hasta el final del mandato.
No será hasta el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) cuando las
tecnocracias terminan por consolidarse con una orientación claramente
ortodoxa, cuya hegemonía se sustentará “técnicamente” en una particular
relación entre seguridad nacional y nuevo manejo de la economía 52.
Esta situación se habría logrado de forma parcial en el gobierno
de Alberto Fujimori en el Perú (1990-2000), quién supo articular una
“doctrina de seguridad nacional” contra el movimiento guerrillero Sendero
Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, y también
reformas neoliberales implementadas por su Ministro de Hacienda, el
economista Carlos Boloña 53 . Ahora bien, los escándalos de corrupción
posteriores, de los que fue acusado su gobierno, y que lo involucraban
directamente como presidente, impidieron que estas reformas de ajuste
se consolidaran definitivamente. No será hasta el segundo gobierno del
presidente Alan García (2006-2011) que el programa neoliberal recuperará
su curso.
Otros países latinoamericanos, en cambio, lograron una autonomía
política para los equipos tecnocráticos de gobierno, a través del apoyo
personal de los presidentes o la presencia de un Ministro de Hacienda o
Economía “fuerte”54 . Estos llegaron a ser evaluados positivamente por la
ciudadanía, de forma tal que, en algunos casos, se convirtieron en líderes
políticos o “figuras presidenciables”.
En Argentina, durante el primer gobierno de Carlos Menem (1989-
1995), luego de enfrentamientos entre el gobierno y el sector industrial
y la banca privada nacional, el ministro de economía Domingo Cavallo
implementó unilateralmente el “Plan de Convertibilidad Cambiaria en
1991”55. El régimen de cambio fijo “facilitó” el proceso de integración con los
mercados financieros internacionales, pues los agentes económicos vieron
ampliada la previsibilidad del mercado, al reducirse las probabilidades de
ataques especulativos y favorecerse la estabilidad macroeconómica y el

Jairo Estrada Álvarez, Ibídem.


52

Chaterine Conaghan, Op. Cit., 28.


53

María Rita, Loureiro, Op. Cit., 6.


54

Aldo Ferrer, Op. Cit., 30.


55

90
Giorgio Boccardo

crecimiento. El nuevo modelo combinó los condicionamientos de paridad


cambiaria, el aumento de niveles de endeudamiento externos, públicos y
privados, las privatizaciones estatales y nuevas inversiones extranjeras en
industrias y servicios, la reforma al sistema de pensiones y la regulación
laboral que flexibilizó el mercado, además de la limitación del derecho a
huelga y la contención del alza de los salarios56 . La oferta monetaria pasó
a depender de las reservas del Banco Central que, a su vez, se respaldaba
en Bonos del Tesoro de Estados Unidos, con lo que el Estado argentino
renunció al ejercicio autónomo y nacional de una política fiscal, monetaria
y cambiaria. En 1992, los intereses impagos con la banca privada y los de
capital eran inmediatamente reprogramados.
En el caso chileno, la transformación estructural precedió a la
transformación política 57. Es por ello que, hacia fines de los años ochenta,
la transición a la democracia se concentró fundamentalmente en una
perspectiva de administración de un modelo económico cuyos rasgos
principales se heredaron del régimen dictatorial encabezado por Augusto
Pinochet58 . En efecto, el gobierno democrático de Patricio Aylwin (1990-
1994) y su Ministro de Hacienda Alejandro Foxley contaron, desde
un inicio, con el apoyo trasversal de importantes sectores políticos a
programas de mayor apertura económica, esto permitió al equipo de
Foxley sostener un exitoso nivel de acuerdos y consensos con sus “pares
economistas” de diversos partidos, profundizando las políticas de ajuste
neoliberal, iniciadas en los años ochenta por los “Chicago Boys”, con
total prescindencia de los actores sociales medios y populares que fueron
desarticulados social y políticamente durante la dictadura. En 1994,
Foxley pasaba de dirigir el Ministerio de Hacienda a ganar la presidencia
del partido Demócrata Cristiano, con más del 60% de los votos59.
En Brasil, quién asume la presidencia tras el escándalo de corrupción
que destituyó al recién electo presidente Collor de Melo (1990-1992) fue
Itamar Franco. Este último delega en su Ministro de Hacienda, Fernando
Mario Rapoport, Las políticas económicas de la Argentina. Una breve historia, Bue-
56

nos Aires, Booket, 2010.


Carlos Huneeus, “Tecnócratas y políticos en un gobierno autoritario. Los “ODE-
57

PLAN boys” y los “Gremialistas” en el Chile de Pinochet”, en Revista Ciencias Políti-


cas, Vol XIX 1998.
Carlos Ruiz, Op. Cit., 21.
58

Verónica Montecinos, “El valor simbólico de los economistas en la democratiza-


59

ción de la política chilena”, en Revista Nueva Sociedad, 152, Noviembre-Diciembre,


1997.

91
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

Henrique Cardoso, la articulación y ejecución del “Plan Real” –que


fue negociado directamente por Cardoso, la tecnocracia proveniente
de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro y sectores del
empresariado nacional–, este tuvo éxito en contener la hiperinflación y
estabilizar la moneda brasileña60 . La derrota de la inflación trajo como
resultado un apreciable respaldo político que reforzó la estabilidad de
precios como objetivo prioritario, en detrimento de una política cambiaria
que persiguiera un equilibrio de la balanza de pagos y un sistema de
precios algo menos desfavorable para los productores internos 61. Fernando
Henrique Cardoso, tras su gestión en el gobierno de Itamar Franco, sería
elegido presidente del Brasil en 1994, y luego reelegido en el año 1998.
Esta experiencia logró combinar elementos de liberalización económica
con otros de industrialización nacional62, cuya base fue una alianza entre
tecnocracias estatales, los sectores más competitivos del empresariado
nacional y capitales multinacionales, lo que promovió la apertura de la
economía brasileña y el desarrollo de la gran industria nacional de tamaño
regional como los pilares del nuevo modelo económico.
No obstante, “el milagro neoliberal” impulsado por las tecnocracias no
podría consolidar su promesa de modernización desnacionalizante y de
eliminación de la corrupción en todos los países de América Latina. Este
tipo de situaciones nacionales estarán atravesadas tanto por un nuevo uso
patrimonialista del Estado y sus escándalos de corrupción como por la
presencia de fuerzas sociales con capacidad de incidir en el proceso político
nacional, impidiendo la consolidación del modo de dominio tecnocrático y
el avance irrestricto del programa neoliberal.
En Bolivia, una vez que el entonces Ministro de Hacienda Sánchez de
Lozada pasa a ser presidente (1993-1997), la continuidad de las reformas
económicas que había iniciado no consiguieron erradicar la corrupción
que había sido planteada como uno de los objetivos fundamentales del
cambio 63 . Más aún, en su segundo gobierno (2002-2003), en el que se
había consolidado una fuerte oposición de fuerzas políticas y sociales

Como resultado de este mecanismo monetarista, la inflación cayó del50% al 6% en


60

un mes. Véase Pedro Sáinz y Alfredo Calcagno, “La economía brasileña ante el Plan
Real y su crisis”, en Series Temas de Coyuntura, CEPAL, 4, Julio de 1994.
Pedro Sáinz y Alfredo Calcagno, Ibídem.
61

Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.


62

Chaterine Conaghan, Op. Cit., 28.


63

92
La amenaza del femicidio: mujeres selk’nam e inmigrantes fueguinos...

Rachel VanWieren

Giorgio Boccardo

urbanas y campesinas encabezada por el líder cocalero Evo Morales1, se


denunciaron escándalos de corrupción que alcanzaron al propio presidente
boliviano. Dicha oposición, además de haber frenado la privatización del
agua en Cochabamba el año 2000, se levantó masivamente contra Sánchez
de Lozada, obligándolo a renunciar en octubre de 20032. El proceso de
apertura comercial y ajustes de reforma neoliberal, encabezado por las
tecnocracias del presidente recién depuesto, había sido detenido por
fuerzas sociales y políticas que lograron establecer una oposición a la
desnacionalización de los recursos naturales bolivianos, y en favor de un
sistema político transparente.
Similar resultó la realidad del Ecuador, donde las tecnocracias
intentaron impulsar reformas de ajuste neoliberal, pero se vieron frenadas
producto de los escándalos de corrupción que afectaron a sus presidentes.
En el año 1992, el recién electo presidente Sixto Durán encabezó un paquete
de reformas de estabilización económica que incluía medidas como la
devaluación de la moneda, el congelamiento de los salarios de los empleados
del Estado y alzas en el precio de la gasolina y los servicios públicos. Su
vicepresidente Alberto Dahik, quien había jugado un papel fundamental
en la preparación de la agenda de gobierno para volver a poner en práctica
las reformas de modernización tecnocrática de la administración pública
y la privatización de empresas estatales, fue acusado de uso indebido de
ocho millones de dólares de fondos del gobierno entre 1992 y 1995.En la
primera década del siglo XXI, a lo menos tres ex presidentes –Bucarán,
Mahuad y Noboa–, fueron investigados por nuevos casos de corrupción.
Durante el gobierno electo de Lucio Correa, un nuevo escándalo en la corte
suprema por la escasa investigación a los ex presidentes, generó una fuerte
reacción de la “sociedad civil ecuatoriana” que, con masivas protestas,
lograron debilitar el apoyo de los militares al presidente y, con ello, forzar
a una nueva destitución el año 20053 .
De esta forma, las reformas neoliberales llevadas adelante por las tec-
nocracias en la mayoría de los países latinoamericanos, quizás con la ex-
cepción de dos variantes tan heterogéneas como Chile y Brasil4 , no sólo no
había hecho nada para cambiar las condiciones de vida de una sociedad
Álvaro G. Lineras, “El Evismo y lo nacional popular”, en Revista OSAL CLACSO, 19,
1

Julio, 2006.
Chaterine Conaghan, Op. Cit., 28.
2

Chaterine Conaghan, Ibídem.


3

Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.


4

93
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

fuertemente golpeada por la crisis de los ochenta, sino que, además, quie-
nes las pusieron en práctica no habían hecho nada diferente a los políticos
populistas a los que con tanta frecuencia había criticado.

Tecnocracias en América Latina, ¿un nuevo modo de


dominio político?
Durante la década de los noventa, las tecnocracias en América Latina
tendrán diversos grados de consolidación o retroceso según las diversas
realidades nacionales. Al punto que existirán situaciones en las que sus
modos de dominio se consolidarán de forma importante. En particular,
en aquellas realidades nacionales en las que los espacios decisionales de
la política se encuentran restringidos, ya sea por las variantes que asume
la transición política en las nuevas democracias, o por la posibilidad de
mantener mecanismos coercitivos explícitos en la sociedad, debido a las
dificultades del Estado para consolidar su hegemonía nacional. Mientras
que, en otros países, la situación de inestabilidad gatillada por el fracaso
de las reformas para resolver la dilatada crisis nacional-popular hace que
las tecnocracias retrocedan, y además se les vincule con escándalos de co-
rrupción y nuevas formas de clientelismo estatal. Por su parte, en países
como Brasil parecieran establecerse modalidades de pacto que yuxtaponen
reformas de ajuste liberal con rasgos propios del desarrollismo, lo que si
bien permite a las tecnocracias consolidarse en el nuevo Estado, les exige
ceder a la presión de fuerzas sociales corporativas; mientras que, en países
como Chile, se instalan con prescindencia de toda presión social y política
de fuerzas sociales nacional populares, que como se sabe, fueron comple-
tamente desarticuladas.
En ese sentido, resulta fundamental el peso que tendrá la fisonomía
pactada que asumen las transiciones democráticas en América Latina. En
particular, considerando que la mayoría de esos procesos no significaron
una vuelta a las antiguas democracias –nacional populares–, sino más
bien a “nuevas democracias”5, cuyo carácter más restrictivo será proclive
para que la modalidad de dominio tecnocrático se desarrolle y, sin llegar
a ser hegemónica, permee a parte importante de las elites gobernantes en
la región.
Por otra parte, el predominio de la “orientación tecnocrática” obedece-
rá a la desarticulación de grupos sociales relevantes en la historia reciente
5
Carlos Ruiz, Op. Cit., 21.

94
Giorgio Boccardo

de la región –sectores medios, obreros y campesinos–, y de los grupos inte-


lectuales que, al quedar sin sus viejos referentes sociales, se han constitui-
do en una “entelequia” que parece cada vez más situada por encima de los
diversos intereses de la sociedad6 . Portadora de una racionalidad “imper-
meable” a los conflictos sociales, carentes de referentes sociales concretos
e inmediatos, estos renovados grupos intelectuales se ligan cada vez más
a las diversas esferas del poder imperante. Se impone así una tecnocracia
cuya superioridad intelectual radica en su eficiencia y cuyo mundo de re-
ferencia –a diferencia de la vieja intelectualidad– es el poder existente7.
En un marco de debilitamiento de los partidos políticos nacional popu-
lares, las tecnocracias aparecen, frente a la sociedad civil, como portado-
ras de modalidades de acceso meritocrático a los puestos en la burocracia
estatal. Pero, como se vio, más que una disminución de los mecanismos
clientelares y de uso patrimonialista del Estado, lo que ocurre es que, en el
marco de la transformación de la dirección estatales, se desarrollan nuevas
formas de clientelismo y adscripción, que se recubren de un “nuevo barniz”
técnico y de competencias, y renuevan el uso patrimonial del aparato esta-
tal hacia otros intereses que, en muchos casos obedecen a las presiones de
nuevos grupos económicos nacionales y/o multinacionales.
En definitiva, todo indica que las tecnocracias en América Latina, du-
rante la década de los noventa, aunque consolidan en algunos países de la
región sus formas de dominio político, no logran imponerse sobre el resto
de fuerzas sociales y políticas. Sobre todo, cuando se reabren espacios de
control y mayor participación de la ciudadanía. Pese a una mayor presencia
en esferas decisionales de la dirección económica y política del Estado, las
tecnocracias han terminado subordinadas a intereses de otros grupos so-
ciales nacionales –sobre todo empresariales– o a las presiones de organis-
mos internacionales, sin que logren imprimirle una racionalidad tecnocrá-
tica, y menos una suerte de dirección moral e intelectual, a las sociedades
latinoamericanas.

6
Raúl Atria y Carlos Ruiz, Op. Cit., 22.
7
Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.

95
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)

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99
SECCIÓN II
América Latina: movimiento y migraciones
Ana López Dietz

Edward Said nos advierte en su artículo “Entre dos Mundos” respecto


de la experiencia del extrañamiento, ese sentimiento impreciso de hallarse
fuera de lugar, en el “rincón equivocado” indefinible y remoto, que obliga a
interrogarse respecto a la propia identidad, al origen, el lenguaje y la cul-
tura; ese mismo extrañamiento provocado por aquel que siente la línea
divisoria entre nosotros y ellos producto de la relación colonial, pero que
tampoco puede apelar a ese nosotros como realidad, sino solo como imagi-
nario o memoria, debido a que finalmente, “la vida pasada de los emigra-
dos, como sabemos, acaba por anularse” (Said, 1998). Para Said, se trata
de la desorientación de estar en un lugar que no es propio, pero en el que
tampoco cabe la posibilidad de retorno, un estar y no estar, dentro y fuera,
acá y allá, siempre indefinido e indefinible.
Los procesos migratorios constituyen un elemento fundamental de
la historia de América Latina. Ya sea debido a la migración forzada o la
búsqueda de otros horizontes por razones económicas, sociales o políticas,
las y los sujetos y grupos humanos se desplazan y movilizan. Estos flujos
y movimientos habituales se han acelerado durante las últimas décadas
debido a los procesos de globalización, transnacionalización económica y
neoliberalismo, como también producto de las crisis económicas y los pro-
cesos de violencia política. Paralelamente, se ha acrecentado la xenofobia
y el nacionalismo, como observamos en la actualidad en Grecia u otros
países europeos, en los que resurgen sentimientos anti inmigrantes que
aumentan la violencia y la discriminación. Es que la migración es siempre
un fenómeno complejo, que tensiona a las sociedades, los grupos humanos
y los sujetos y, que en el caso de América Latina, tiene sus antecedentes en
la colonización y la esclavitud, que significaron traslados masivos de pobla-
ción y la construcción de una sociedad diversa y desigual.
El debate sobre la migración es profuso y diverso, aun cuando no exis-
te una definición común respecto de lo que se entiende por este ella. Lo
problemático del fenómeno se explica por su propia heterogeneidad y com-
plejidad, la multiplicidad de procesos que intersecta como también la difi-
cultad para analizar su articulación con otros procesos como el exilio o el
refugio (Herrera, 2006).

103
América Latina: movimiento y migraciones

Instalados en la discusión propia de la migración encontramos la pro-


puesta de Abril Trigo, quien analiza los procesos de migración e inmigran-
cia, entendiendo que las migraciones caracterizan a todo grupo humano
provocadas por las condiciones de desigualdad socioeconómica y/o cultu-
ral. Trigo distingue entre migraciones voluntarias e involuntarias, consi-
derando el efecto que provocan en los sujetos migrantes, como también el
contexto socio-histórico en el cual estas se producen. A pesar de las dife-
rencias, toda migración opera como una “experiencia traumática” (Trigo,
2000:273) generando conflictos y tensiones que tiene efectos profundos en
las identidades, provocando quiebres, desplazamientos y reconfiguracio-
nes en el ámbito individual y colectivo. Para los migrantes, la experiencia
del traslado por motivos voluntarios o involuntarios, genera un sentimien-
to de soledad, de extrañamiento, y exalta el sentimiento de diferencia, la
angustia de quien siempre se siente un otro, semejante pero nunca igual; respecto
del lenguaje, la necesidad de integración en la sociedad receptora estimula las
políticas de asimilación y ocultamiento, generando un sentimiento de pérdida y de
nostalgia en los sujetos. Si recordamos las reflexiones de Fanon, reconocemos que
asumir otro lenguaje implica también “asumir una cultura” (Fanon, 2009:49),
absorber una forma de comprender el mundo y la cultura, impactando en este
caso en las y los sujetos migrantes. En la actualidad, los procesos migratorios se
han acelerado, no solo temporal sino también espacialmente.
La migración se relaciona también, bajo la modernidad, con el imperia-
lismo, la xenofobia y el nacionalismo, que se inauguran con la colonización
de América y el des/en cubrimiento del otro. Para el migrante, el desplazar-
se provoca la escisión y la disociación, tanto de la cultura de origen como
de la receptora, provocando fracturas en la identidad, reconfiguraciones y
reapropiaciones identitarias complejas, como también tensiones entre los
procesos de asimilación y diferenciación. Según Said, se trata de la ten-
sión entre el “allá-entonces” y el “aquí-ahora”, de quien transita entre el
sentimiento de pérdida y la añoranza, pero también entre la disposición a
asimilarse o radicarse en la cultura receptora.
¿Cómo se articula la relación con el espacio-tiempo? Para el migrante se
plantea como un siempre transitar, por una disolución de la identificación,
como un estar/no estar, generando la constante enajenación entre
estos dos mundos. Said, en el texto ya citado, señalará esta posición de
extrañamiento que permite entender la idea de alteridad, esta experiencia
de la diferencia, de enfrentarse a otra cultura, otra lengua, pero también de

104
Ana López Dietz

ser un “otro”, que Trigo señala como un sentimiento de ajenidad, el horror


de la no-pertenencia, la no síntesis, a diferencia de la inmigración.
Chile se ha transformado en los últimos años en uno de los países
con mayor recepción de migrantes. Si en los noventa se caracterizaban
por los movimientos migratorios de países vecinos, en años recientes ha
aumentado la migración desde Centroamérica, Europa e incluso países
africanos. Diversos estudios señalan que las causas para venir a nuestro
país se asocian sobre todo a condiciones socioeconómicas (Nuñez y Stefoni,
2004), pero también un imaginario que se sostiene sobre la imagen de la
estabilidad política y económica, la seguridad y el orden interno. Como
plantea Tijoux “la globalización económica caracterizada por el auge de las
nuevas tecnologías de comunicación e información, tiene un fuerte impacto
cultural en las subjetividades porque construye falsas representaciones
de los países de acogida” (Tijoux, 2008). En el caso de nuestro país, estas
representaciones ocultan que esa estabilidad se sostiene en un modelo
neoliberal, desigual y discriminatorio, con un sistema político, económico,
social y cultural caracterizado por la continuidad de las políticas de la
dictadura. Además de la heterogeneidad que caracteriza la experiencia
de los migrantes, es muy diferente provenir de los países del área andina,
que aquellos que vienen de Europa o incluso Argentina, generando una
experiencia asimétrica según el lugar de origen de aquellos que emigran1.
Los artículos que conforman esta sección intentan dialogar respecto de
los procesos de migración, contacto, encuentro e interacción. El caso de la
migración chilena a otros países es analizado en el artículo de Ivette García,
“La imbricación de las relaciones sociales en el estudio de situaciones
migratorias: el caso del exilio chileno en Francia”. Esta migración tiene
características específicas, provocadas por la irrupción del golpe de Estado
en Chile en 1973 que deviene en la migración de importantes contingentes
de población. En un cruce entre la sociología de las migraciones y el
género, García propone “aprehender los fenómenos migratorios como una
totalidad”, articulando las categorías de clase, raza y sexo que, en el caso
del exilio chileno, fue provocado por razones políticas y/o económicas.
Este proceso migratorio tuvo determinadas características: un contexto
represivo y por tanto forzado, su masividad y heterogeneidad (etaria,
de género y profesional). El primer exilio (post ’73) incluyó la migración
1
Según estadísticas del INE, ha aumentado considerablemente la migración desde
Argentina, Colombia, Ecuador, España, Haití y Uruguay. Ver: http://www.extranje-
ria.gov.cl/filesapp/Informe%20PD%202011.pdf

105
América Latina: movimiento y migraciones

de grupos familiares completos; sin embargo el estatus político de ser


un perseguido o refugiado, generaba mejores condiciones en el lugar de
recepción que facilitaban la llegada de los migrantes, a diferencia de otros
grupos de migrantes (africanos, asiáticos) que enfrentaban una fuerte
discriminación.
Para el grupo de exiliados este estatus implicaba la construcción de
una fuerte identidad, asociada a su pertenencia a la Unidad Popular o su
oposición a la dictadura. Sabemos que la identidad no puede ser concebida
como algo fijo o inmutable, y que debe comprenderse en una articulación
constante entre la mirada de los otros y la valoración propia. La identidad
comprende como uno de sus elementos centrales la identificación y el
proceso de reconocimiento, como también el discurso o narración propia
que los sujetos/grupos/colectividades hacen de sí mismos. Hall entiende
que la identidad es estratégica y posicional (no esencialista) y que tampoco
existen las identidades colectivas entendidas como un todo homogéneo
y articulado, sino por el contrario éstas se encuentran fragmentadas y
fracturadas. Si bien es aceptado que las identidades se han fragmentado
o que hay una explosión de identidades, también es cierto que siguen
siendo un marco de referencia y estructuración, aun cuando sean menos
estables que lo que se concebían antaño. Jorge Larraín considera que la
identidad articula la definición que los grupos (individuos) tienen de sí
mismos como también las categorías que son socialmente compartidas
formando así lealtades y significaciones grupales, tanto culturales como
materiales; la identidad supone necesariamente la existencia de otros
(Larraín, 2001) en un doble proceso de identificación y diferencia. Las
identidades pueden coexistir, modificarse e inclusive ser contradictorias.
Larraín reconoce el impacto de la globalización en la constitución de las
identidades (nacionales) y la explosión de múltiples identidades, ya que “las
grandes transformaciones sociales traídas por ella tienden a desarraigar
identidades culturales ampliamente compartidas” (Larraín, 2001: 45); por
último la identidad no solo mira al pasado, sino también hacia el futuro,
“como un proyecto” (Larraín, 2001: 47).
La prolífica y amplia discusión respecto de la identidad nos ayuda
a comprender el mundo del exilio y las/os exiliados, particularmente la
construcción de la identidad y de la propia categoría de exiliados como
una fuente permanente de identificación, que actuaba también como un
espacio de construcción colectiva y de reconocimiento, tanto dentro del
grupo de exiliados como al interior de la sociedad francesa (o en otros

106
Ana López Dietz

países como Suiza, Canadá, etc.), formando, como plantea García, una
verdadera “cultura del exilio” asociada a una “identidad política y politizada
particular y específica”. Investigaciones reconocen que durante los años
de la dictadura emigraron desde Chile más de un millón de personas,
considerando razones políticas y económicas (Garcés, Nicholls, 2005), los
que se mantuvieron activos y organizados durante los años de dictadura.
Sin embargo, la experiencia del exilio provocaba esta situación
indeterminada entre el “allá-entonces” y el “aquí-ahora”, para las y los
exiliados el proyecto de retornar a Chile marcó los primeros años de su
estancia en los países de llegada, aun cuando con el paso del tiempo se
fue desdibujando, debido a la dificultad para retornar o a que poco a poco
fueron insertándose en los países que habitaban. Como señala Rebolledo
“El conjunto de hombres y mujeres, más allá de las formas en que llegaron
al exilio, compartieron el sentimiento de desarraigo, de sentir que sus
vidas habían quedado escindidas, una parte en Chile –país al que se
esperaba volver lo más pronto posible– y la otra en el país de llegada, al
que se veía como un lugar de paso” (Rebolledo, 2012:182) generándose
una situación de transitoriedad que generaba una sensación constante
de incertidumbre y precariedad. Las posteriores migraciones chilenas
(como también latinoamericanas) a Europa, en la década de los noventa,
se debieron fundamentalmente a motivos económicos, lo que los situaba
en una situación completamente distinta, en la que en general eran
considerados como ciudadanos/as de segunda categoría.
Como señalábamos anteriormente, la experiencia de la migración
es heterogénea y multifacética, en relación a las diferencias de clase, de
género o de etnia. En el caso de la migración femenina, María Fernanda
Stang analiza en “Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre
la maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes” la situación de
las mujeres de diversos estratos sociales que, por razones económicas,
familiares o de estudio, han migrado hacia destinos intra o extra regionales.
La maternidad es uno de los centros de la investigación constituyendo un
elemento decisivo “en las trayectorias migratorias de unas y otras, más
aún que la pertenencia de clase” (Stang). Desde una perspectiva de género,
entendemos que la maternidad es una experiencia significativa para
las mujeres, sobre todo referida a las construcciones de las identidades
genéricas y los roles sociales que se asimilan a mujeres y varones, en los
ámbitos simbólicos, políticos, económicos y/o culturales y que implica una
desigual distribución de poder.

107
América Latina: movimiento y migraciones

A través de entrevistas y la revisión bibliográfica, Stang analiza los


discursos y representaciones de las mujeres migrantes, analizando de qué
manera influye la maternidad en la decisión de migrar; en su análisis, “los
hijos son un factor determinante en la decisión de la permanencia o el
retorno”. Como señalan diversos autores en la época de la globalización,
el trabajo informal y la transnacionalización económica, también la
migración se ha feminizado2, miles de mujeres emigran debido a múltiples
factores asociados a la desigualdad económica, la violencia social y política
o también el estudio.
Según un estudio de la CEPAL, la migración femenina es altamente
heterogénea; “mientras algunos estudios sostienen que el proceso
migratorio abre nuevos espacios a las mujeres, que les permiten renegociar
su papel de género dentro de la familia y de la sociedad, otros evidencian
que la vida en otro país puede significar pérdidas y cargas adicionales que
afectan sus capacidades y opciones. Además, puede ocasionar un aumento
de las demandas económicas por parte de las familias en el lugar de origen,
así como nuevos vínculos de dependencia y abuso dentro de las relaciones
laborales en el país de destino” (Staab, 2003:9), respecto a la maternidad
y la familia, Stang se refiere a la “familia trasnacional” para referirse a
la amplia y compleja red de relaciones que establecen las y los sujetos en
espacios geográficos amplios, en los que encontramos vínculos afectivos,
materiales e identitarios, pero que sin embargo perpetúa la dominación
masculina y la desigual distribución de trabajo, espacio y tiempo sobre
las mujeres, aun cuando en muchos casos implica la renegociación de los
roles de género. La opción de las migrantes se despliega en el entramado
de relaciones económicas, políticas, sociales, familiares y de género,
constituyendo una compleja red de decisiones y determinaciones que
tensionan constantemente su lugar.
En el vértice contrario emerge la presencia de la cultura árabe en América
Latina y Chile a partir de la experiencia de los migrantes árabes, en el texto
de Maritza Requena de la Torre, “Problemas de identidad chileno árabe en
El viajero de la alfombra mágica de Walter Garib”. A través del análisis de la
novela El viajero… (1991), Requena analiza el problema de la integración, la
memoria y el intercambio cultural, particularmente la rearticulación de la
identidad chilena, árabe y palestina a través de la vida de una familia árabe
en sus distintas generaciones. Identidad y memoria emergen como claves
2
Según las cifras de las Nacionales Unidas, cerca de la mitad de los migrantes son
mujeres.

108
Ana López Dietz

del proceso de construcción personal, social y nacional, siempre en tensión


y reelaboración a partir de las reconfiguraciones que viven los sujetos, en
este caso referidos a su inserción en la realidad chilena.
La lectura de El viajero… nos remite a la experiencia de la llegada e
inserción de una familia árabe. Siguiendo a Grínor Rojo, la literatura crea
un mundo suyo, un mundo propio que establece su diferencia respecto de
otros lenguajes; sin embargo, este mundo suyo “nos remite, indirecta o
metafóricamente, al mundo real… porque de otra manera el texto literario
se aleja parcial o absolutamente del horizonte de nuestra comprensión,
esto es, nos resulta paulatinamente ininteligible” (Rojo, 2006:203). La
experiencia de esta familia árabe a través de sus distintas generaciones nos
permite observar la sociedad chilena de mediados de siglo en adelante, con
sus múltiples aspectos de clasismo, racismo y elitismo en la construcción
de la identidad nacional. Existe una tensión constante entre integración,
discriminación, inserción y rechazo, como también una estigmatización
cultural respecto de los migrantes árabes o no europeos, los que son
invisibilizados en el relato nacional que valoriza por sobre todo lo europeo.
Por otro lado, la pérdida de los valores culturales propios se acentúa por
la necesidad de asimilación, que en El viajero… se evidencia a través del
ocultamiento de la propia identidad e historia. Los ideales de la época se
asociaban a la modernización y el progreso, evidenciando los efectos de
la colonialidad del saber que permeaba a las sociedades latinoamericanas,
una racionalidad específica que se constituye desde el mundo colonial
hasta la modernidad, actuando como una matriz conceptual desde la cual
miramos el mundo y a las diferentes culturas. Los inmigrantes árabes
eran rechazados por que no cumplían con estos ideales modernizadores
o, como dice Requena, no “no contribuían al mejoramiento de la raza”.
Este escenario provocó diversos grados de exclusión que contribuyeron
a reafirmar la identidad de los primeros migrantes. Desde la perspectiva
identitaria, la novela de Garib nos remite a la problemática del nosotros y
ellos planteada por Said, generando, según Requena, una identidad mixta:
entre la nostalgia y la asimilación, el deseo de retorno y la instalación
definitiva, generando una reconfiguración del universo simbólico, cultural
y social. Para la sociedad receptora, los inmigrantes constituyen una
amenaza en tanto “ven modificado su sistema social y cultural” (Requena)
lo que obliga a los migrantes a ocultarse, in-visibilizarse o disimularse. Con
el transcurso del tiempo, las generaciones posteriores logran un mayor
grado de inserción en la medida en que la sociedad receptora lo posibilite.

109
América Latina: movimiento y migraciones

Finalmente, la memoria (individual, familiar y/o nacional) ocupa un lugar


central, actuando como el soporte para la reconstitución y recuperación de
la identidad y la identificación con las comunidades de origen, vinculando
el presente y el pasado, como un acto de resistencia cultural, función que
también cumple la novela de Garib.
La nación emerge tensionada por la problemática de las migraciones,
por los intercambios y flujos de población, por el cruce de culturas,
discursos, representaciones, imaginarios. Estos intercambios se observan
también en el artículo de Francisca Giner, “Relaciones e Interacciones.
El Movimiento obrero en Chile y Argentina a comienzos del siglo XX”,
en el que se analiza la relación entre el movimiento de trabajadores en
Argentina y Chile a comienzos del siglo XX. El proceso de construcción
nacional republicano establece fuertes elementos de continuidad con la
época colonial, caracterizados por la mantención del sistema económico,
el latifundio y de relaciones sociales de desigualdad. Las diferencias
entre ambos países emergen con el resultado variable del proceso de
industrialización y modernización no ocultan las convergencias producto
de su inserción como economías dependientes en el sistema mundo
moderno. En ambos países, se forjó un sector de trabajadores asalariados
que, en el caso argentino, estarán fuertemente influenciados por la
presencia de inmigrantes europeos.
Nuevamente la presencia de los migrantes será fundamental, sobre
todo en Argentina, en la constitución de la identidad del movimiento de
trabajadores asociada a la expansión del ideario anarquista y socialista,
conformando lo que Giner denomina como una clase obrera que supera
lo nacional, en tanto se reconocía por su condición de clase más que las
diferencias nacionales y cuyo horizonte de lucha se plasmaba sobre todo en
el ideario de la unidad de las y los trabajadores. Esta búsqueda de unidad
conformó una identidad asociada a un discurso clasista, internacionalista
y de confrontación, que terminó por producir una serie de interacciones
entre las organizaciones y dirigentes de ambos países que posibilitaban la
circulación de ideas.
Para terminar podemos señalar que la riqueza del debate respecto
de la problemática de la migración y el intercambio cultural excede con
mucho a estas páginas. Sin embargo, creemos que estos artículos aportan
a un debate actual que presenta enormes desafíos a los investigadores
sociales, ya que nos sitúan frente a procesos significativos para la realidad

110
Ana López Dietz

latinoamericana, cuyos alcances intersectan lo económico, político, social


y cultural.

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111
La imbricación de las relaciones sociales
en el estudio de situaciones migratorias: el
exilio de chilenos y chilenas en Francia
Yvette Marcela García

Nos mandaron a morir al extranjero. Convertimos a esa muerte que deseó


para nosotros la dictadura en una pequeña victoria. Lo hicimos pagando un
precio que todavía no hemos logrado claramente comprender, que los que se
quedaron tampoco entienden, que demasiados quieren olvidar.1

Las migraciones han formado siempre parte de la composición de las


sociedades y, actualmente, la movilidad internacional aparece como una
de las modalidades del proceso denominado globalización. A lo largo del
siglo XX, hombres y mujeres se han visto en la obligación de abandonar su
país huyendo de problemáticas económicas, políticas, sociales y culturales.
Las causas de la migración siempre han sido múltiples: personales, fa-
miliares, sociales, económicas, políticas, etc. No obstante, una parte signi-
ficativa de lo/as migrantes migra principalmente en búsqueda de un traba-
jo remunerado y de nuevos horizontes, aspira a mayores ingresos y nivel de
vida y proviene de medios socio-económicos desfavorecidos.
La sociología de las migraciones y el estudio de dichos fenómenos se
han centrado tradicionalmente en el prisma del trabajo remunerado, es de-
cir, en el análisis económico de la mano de obra inmigrada y/o en los estu-
dios culturalistas sobre las comunidades de extranjero/as en un lugar geo-
gráfico específico2. Si bien estos enfoques han aportado elementos claves
para la comprensión de los flujos migratorios, resulta necesario, a su vez,

1
Ariel Dorfman, “Prólogo”, en Estela Aguirre y Sonia Chamorro, “L”. Memoria gráfica
del exilio chileno 1973-1989, Santiago de Chile, Ocho Libros Editores, 2008, 8-9.
2
Podemos citar los trabajos fundadores de Sayad sobre la inmigración laboral
en Francia: Abdelmalek Sayad, La double absence. Des illusions de l’émigré
aux souffrances de l’immigré, Paris, Seuil, 1999. Para una visión más general de
la sociología de las migraciones: Andrea Rea y Maryse Tripier, Sociologie de
l’immigration, Paris, La découverte, 2003. Desde el campo de la historia: Gérard
Noiriel, Le Creuset français. Histoire de l’immigration (xixe-xxe siècle), Paris, Seuil,
1988. Con respecto a la construcción de la alteridad: Philippe Poutignat y Jocelyne
Streiff-Fenart, Théories de l’ethnicité, Paris, PUF, 1995.

113
La imbricación de las relaciones sociales

considerar que todo individuo, migrante o no, se encuentra adscrito/a, por


una parte, a un conjunto de relaciones sociales de orden económico, social,
generacional, de género entre otros y, por otra parte, posee diversas cultu-
ras relativas a sus diferentes pertenencias, y no sólo una “única” cultura.
Las identidades colectivas de los grupos de migrantes son múltiples
y cambiantes, reformulándose según cuales sean sus contextos geográfi-
cos y sociopolíticos3 . Por lo tanto, resulta primordial considerar el fenó-
meno migratorio como plural y multidimensional ya que existen distintas
situaciones migratorias establecidas por factores estructurales (sociales,
económicos, políticos, temporales y geográficos –país de procedencia y de
llegada–), por características personales (clase social, sexo, edad, nivel de
estudio, situación familiar) y, del mismo modo, por trayectorias individua-
les y grupales. Asimismo, incumbe analizar la construcción social de la
alteridad en un país otro y cómo las relaciones resultantes construidas son
productos de constructos políticos e históricos, donde las huellas de las
antiguas relaciones coloniales siguen presentes.
Los flujos migratorios se adscriben en la composición de las sociedades
europeas y, por consiguiente, el estudio del fenómeno del exilio chileno
en la sociedad francesa, como uno de los casos migratorios emblemático
en la década de los 70’, contribuye a la sociología de la migración y de la
mundialización.
Los grupos migratorios poseen itinerarios y trayectorias comunes y, a
su vez, singulares. El exilio político chileno representa una de sus múlti-
ples variantes, con características específicas. Es dentro de ese marco que
intentaremos exponer y aplicar ciertos elementos teóricos de un enfoque
que intenta aprehender los fenómenos migratorios en su totalidad a partir
de la articulación de las diferentes relaciones sociales en juego. Nos inscri-
bimos dentro de una corriente de reflexión particular del estudio de las mi-
graciones, cuyo eje es la articulación e imbricación de diferentes relaciones
sociales, con elementos teóricos aportados, entre otros, por la sociología
de género4 . Las recientes reflexiones acerca de las migraciones internacio-

3
El postcolonialismo nos aporta elementos de reflexión sobre este aspecto, entre
otros, los trabajos del sociólogo hindú Arjun Appadurai radicado en Estados Uni-
dos, crítico de los estudios culturalistas. Arjun Appadurai, Après le colonialisme. Les
conséquences culturelles de la globalisation, Paris, Éditions Payot et Rivages, 2001.
4
Las pioneras en este enfoque teórico fueron las feministas afro-americanas con
la teoría de la interseccionalidad, a través por ejemplo del Manifiesto del Comba-
hee River Collective (1977). Elsa Dorlin (et al.), Black feminism. Anthologie du

114
Yvette Marcela García

nales en diferentes lugares se han interesado en aprehender los fenómenos


migratorios en su totalidad a partir de la articulación de tres vectores de
dominación o sistemas de opresión: capitalismo, sexismo y racismo. Es de-
cir, para analizar y aprehender la realidad que viven lo/as migrantes, un
gran número de investigaciones en sociología buscan dar cuenta de este
fenómeno a través de la articulación de diferentes relaciones sociales: las
relaciones sociales de clase, las relaciones sociales de sexo o de género y
las relaciones sociales de “raza” o los procesos sociales de racización5. Es-
tas dos últimas categorías no se refieren de ningún modo a las diferencias
biológicas, sino a las construcciones sociales que se elaboran a partir de
supuestas diferencias que generan jerarquías en las prácticas sociales. Se
parte del supuesto que el racismo y el sexismo construyen sistemas de in-
teracciones y de relaciones sociales. Además, resulta importante subrayar
que no es lo mismo migrar de un país pobre que de un país rico, lo cual
denota representaciones sociales dominantes y estigmatización de ciertos
grupos. Cada sociedad tiene jerarquías sociales de género y prejuicios ra-
cistas particulares. A su vez, la migración y la llegada a un nuevo país se
vivirá de forma diferente según se es hombre o mujer6 . Nuestro objetivo
es exponer dichos elementos teóricos a través de una descripción general
de la inmigración chilena en Francia en particular, la cual empezó a ser
significativa a partir de la década del 70’ con el exilio político y la migración
económica provocados por la dictadura militar, así como su respectiva evo-

féminisme africain-américain 1975-2000, Paris, L’Harmattan, 2008. Dentro de los


aportes más recientes, ver los trabajos de Ochy Curiel, feminista afro-dominicana.
5
El término racización fue acotado por distinto/as autore/as para enfatizar la dimen-
sión de la construcción social de la alteridad. Una “raza” sólo existe en la interacción
social, mediante la atribución discriminatoria de diferencias a un grupo definido
como “otro”. Philippe Cardon, Danièle Kergoat y Roland Pfefferkorn (Dir.), Che-
mins de l’émancipation et rapports sociaux de sexe, Paris, La dispute, 2009.
6
Distintas autoras feministas han abordado el fenómeno migratorio imbricando las
diferentes relaciones sociales: danielle Juteau, L’ethnicité et ses frontières, Mon-
treal, Les Presses de l’Université de Montréal, 1999; Madeleine Hersent y Claude
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16, disponible en http://cedref.revues.org/578.

115
La imbricación de las relaciones sociales

lución, introduciendo y abordando algunos de estos aspectos de análisis


teóricos y elementos comparativos.
Esbozaremos las características generales del refugio chileno, en par-
ticular en Francia durante las décadas de los 70’ y 80’, a partir de consi-
deraciones históricas y sociológicas, intentando describir algunas de las
características generales de esta migración7. Esta temática en Chile ha sido
escasamente considerada como sujeto de estudio8 . A pesar de que el exilio
ha sido considerado como un acto de atropello a los Derechos humanos y
a las libertades individuales, no ha sido legitimado como parte de la victi-
mología de la dictadura, y además el destierro fue percibido sólo como una
repercusión de un probable compromiso político y no como parte de una
represión organizada. Sin embargo, a partir del año 1973, las expulsiones y
las salidas fuera del territorio nacional chileno constituyeron una de las di-
ferentes facetas de la represión utilizada por la dictadura chilena con el ob-
jetivo de asir su poder y, de este modo, también reducir a sus opositore/as.

Elementos descriptivos de la migración chilena


Antes de 1973, no existía a ciencia cierta algún precedente histórico de
una migración colectiva chilena en el extranjero en general y en Francia en
particular. Durante épocas anteriores, existieron migraciones realizadas
más bien a título individual, pero nada que pueda asemejarse al éxodo chi-
leno provocado luego de la instalación del régimen autoritario y dictatorial
encabezado por Augusto Pinochet. De hecho, en el imaginario colectivo,
consta la figura y el personaje del “patiperro”, suerte de aventurero mascu-
lino quien decide probar suerte en tierras lejanas. No obstante, los hechos
muestran que la migración chilena era limitada y escasa, efectuándose más
bien dentro del territorio chileno o hacia países fronterizos, principalmen-
te hacia Argentina.
Por lo tanto, es tras el Golpe de estado del 11 de septiembre de 1973
que comienzan olas masivas y sucesivas de salidas del país, provocadas en
parte por el empobrecimiento generalizado de la población, pero marcadas
7
Las reflexiones, aspectos teóricos y conclusiones aquí tratados emergen de una me-
moria de pre-grado de sociología acerca de la reconstrucción identitaria de chileno/
as exiliado/as en Francia y de una tesis doctoral de sociología en curso acerca de las
trayectorias militantes, profesionales y familiares de chilenas exiliadas en Francia.
8
Durante décadas, en Chile fue la psicología la única especialidad en investigar sobre
dicha temática y tratar de la problemática del retorno. FASIC-Varias autoras, Exilio
1978-1986, Santiago de Chile, Amerinda Ediciones, 1986.

116
Yvette Marcela García

indudablemente por el componente político. La sociedad chilena se vio en-


tonces enfrentada a un brutal quiebre institucional, cuyas repercusiones
trascienden los ámbitos legales y administrativos.
El régimen dictatorial no sólo actuó persiguiendo sin distinción alguna
a dirigente/as y militantes de izquierda así como opositore/as a la dicta-
dura sino además, la represión abarcó diferentes sectores de la sociedad,
especialmente aquellos involucrados en la educación y la cultura, provo-
cándose el denominado “Apagón cultural” el cual afectó al conjunto de la
población chilena. Muchas de las personas implicadas en estos sectores
se vieron entonces en la obligación de salir del país y se vivió una ruptura
entre el difícil “interior” de quienes se quedaron en el país y el doloroso
“afuera” de las personas que tuvieron que partir. La migración provocada
por la dictadura se encuentra en estrecha relación con las medidas repre-
sivas gubernamentales, cuyo objetivo fue silenciar a la población sociedad
chilena y obstaculizar todo pensamiento crítico.
Resulta difícil y pretencioso tratar de dar cuenta brevemente del cúmu-
lo de vivencias del exilio chileno. Un gran número de chileno/as partieron
al exilio, incluido entre ello/as numeroso/as militantes o simpatizantes de
los diversos grupos políticos de la izquierda chilena, entre lo/s cuales se
encontraban obrero/as, técnico/as, profesore/as, intelectuales, asistentes
sociales, dueñas de casa y artistas, quienes vivieron el destierro y el desa-
rraigo debido a sus simpatías o implicancias con el gobierno de la Unidad
Popular. Se estima que un 60% de los profesore/as en ciencias sociales y
humanidades perdió su empleo durante los primeros años de la dictadura
y que un 30% de lo/as investigadore/as salieron de Chile.
Con respecto al exilio plenamente político, podemos observar dos pe-
riodos recrudecidos de salidas de Chile: entre 1973 y 1976, la primera ola
de gran persecución generalizada; luego entre 1980 y el 1984, época mar-
cada por una segunda gran ola represiva que coexiste a la par con la preca-
ria situación económica vivida en el país y la extensión de la pauperización.
Las formas de salir del país fueron diversas, entre ellas podemos citar el
recurrir al refugio en embajadas extranjeras (situación factible solamente
durante pocos meses luego del Golpe), las expulsiones luego de un encar-
celamiento (el decreto 504 instaurado por la dictadura que permuta una
condena de presidio por la obligación de vivir fuera de Chile), las salidas
gestionadas por organismos internacionales o realizadas por medios mi-
litantes, las reagrupaciones familiares, etc. Posteriormente, a finales de la

117
La imbricación de las relaciones sociales

década de los 80’ y principios de los 90’, se produce un último éxodo menos
significativo motivado por razones políticas, caracterizado más bien por
un cierto asentamiento generalizado.
Hasta la fecha, sigue siendo extremadamente difícil conocer las ci-
fras exactas de la migración provocada por la dictadura en Chile, ya que
los únicos instrumentos de medición existentes fueron los censos de los
países de acogida, los cuales no nos permiten determinar precisamente la
dimensión y proporción del refugio político. A pesar de la dificultad para
contabilizar exactamente el número de chileno/as exiliado/as, se estima
que entre 500.000 y 1.000.000 de personas dejaron el país entre 1973 y
1989. Durante la fase de la dictadura, se registra alrededor de 1 millón
de personas que abandonaron el territorio nacional9. Según los criterios
elaborados por las Naciones Unidas, cerca de 250.000 casos concernirían
estrictamente un refugio calificado de político. Con respecto a la llegada
de chileno/as a Francia, no existe una cifra exacta ni registros fidedignos,
pero según diferentes fuentes10 , se registraron durante la primera déca-
da aproximadamente entre 8.000 y 12.000 ingresos de chileno/as con el
estatus de refugiado/as político/as vía las instituciones internacionales y
el gobierno francés, sin poder contabilizar aquellos con visa de estudian-
tes o simplemente indocumentados11. En la literatura especializada sobre
esta temática, se ha hablado de un exilio mayoritariamente masculino. Sin
embargo, el único registro efectuado por la OFRPA (Oficina Francesa de
Protección de los Refugiados y Apátridas) a través de una encuesta muestra
que un 58% del grupo era constituido por hombres y un 42% por mujeres12.
Actualmente, residirían alrededor de 10.000 personas con nacionali-
dad chilena en Francia. Sin embargo, este número no indica ni refleja la
población chilena residente ya que no considera los individuos que tras
el tiempo adquirieron la nacionalidad francesa. El cambio cuantitativo y
cualitativo evidentemente está relacionado con la llegada de la transición
a la democracia en Chile y con el cierre político de las fronteras europeas
La revista Araucaria de Chile publica en 1979 “Un millón de chilenos”, refiriéndose
9

a dicho éxodo. Araucaria de Chile, Madrid, Ediciones Michay, Número 8, Cuarto


trimestre, 1979.
10
Entre ellos el Alto Comisionado de Naciones Unidas, France Terre d’Asile, OFPRA.
11
Fanny Jedlicki, De l’exil au retour. Héritages familiaux et recompositions identitai-
res d’enfants de retornados chiliens, Tesis para optar al grado de Doctora en sociolo-
gía, Paris, Université Paris VII, 2007.
12
Anne-Marie Gaillard, Exils et retours: itinéraires chiliens, Paris, L’Harmattan, 1997,
4.

118
Yvette Marcela García

que conlleva criterios cada vez más restrictivos de estadía en dicha región.
La última ola generada a partir del año 2000 es de índole más individual
y motivada por razones de estudio (en teoría, una migración más transi-
toria) o de matrimonio con un/a residente (tratándose principalmente de
mujeres chilenas).

El éxodo durante la dictadura militar


Resulta problemático hacer la distinción entre refugio político y refu-
gio económico. Por una parte, las políticas económicas que afectaron el
empleo y el nivel de vida en Chile fueron resultante directa de la adminis-
tración sociopolítica y económica del gobierno militar y dichas condiciones
políticas y económicas se encuentran imbricadas. En efecto, uno de los ob-
jetivos de la política represiva fue la imposición de un sistema económico
ultraliberal, el cual también provocó el éxodo debido a las drásticas me-
didas de reajuste económico. Por otra parte, este movimiento migratorio
incluyó cónyuges, hijo/as, hermano/as, madre o padre, es decir, parientes
de un/a exiliado/a político/a, la salida de Chile en reiteradas ocasiones dio
lugar a una reagrupación familiar. Numerosas familias extendidas se reu-
nieron en el extranjero, siendo a menudo sólo un miembro o una parte de
ellas perseguido/a por razones estrictamente políticas, en particular en el
caso de familias de sectores populares. En otras palabras, la frágil frontera
entre razones políticas y económicas para abandonar un país es tenue y
difícil de establecer.
Pese a ello, se puede postular que el exilio netamente político atañe a
las personas comprometidas políticamente, militantes o simpatizantes de
partidos y grupos de izquierda. Estos individuos fueron lo/as que salieron
del país por razones claramente políticas, independiente de que su propia
situación económica fuese buena o mala 13 . La diferencia primordial entre
refugio político y refugio económico reside en la prohibición explícita de
ingresar al territorio chileno para lo/as exiliado/as y la posibilidad, al me-
nos legal, de volver al país para lo/as refugiado/as económico/as. El refugio
político, a su vez, otorga un estatus particular, dando origen al exilio, en el
cual la posibilidad de retorno se encuentra sujeta a cambios de tipo políti-
co. El significado del exilio radica en la obligación de vivir fuera de su país.

José Del Pozo, “Los chilenos en el exterior: ¿De la emigración y el exilio a la diáspo-
13

ra?”, en Revue Européenne des Migrations internationales, Poitiers, Francia, AEMI,


Volumen 20, Número 1, 2004, 79.

119
La imbricación de las relaciones sociales

Resulta relevante señalar que toda migración no suele ser completa-


mente voluntaria ni depende plenamente de los individuos. Se trata más
bien de una “decisión” comprendida en un horizonte de opciones posibles,
pero en ningún caso de una elección racional desprendida de toda condi-
ción circunstancial. Esto concierne todo tipo de migración, sea esta moti-
vada por razones económicas, políticas, sociales o culturales.
El refugio político estuvo compuesto tanto por militantes de partidos
adherentes a la Unidad Popular (desde simpatizantes a militantes) así como
por opositore/as a la dictadura militar (desde la izquierda radical al centro
moderado), por personas de diferentes clases sociales, partidos políticos,
género y edad. En este grupo, el rango etario era relativamente amplio,
aunque en promedio bastante joven (entre 20 y 30 años), con un alto capi-
tal, ya sea universitario o militante, cuyo/as integrantes provenían de ho-
rizontes muy diferentes. El nivel de escolaridad alcanzado era en muchos
casos más elevado que el de la familia de origen debido a una movilidad
social ascendente en Chile, impulsada, entre otras razones, por las políti-
cas de la Unidad Popular y la democratización del sistema universitario de
la época. Estos primeros elementos son indicadores de la heterogeneidad
del grupo que comprende el exilio.

Elementos teóricos relativos a las situaciones migratorias


Con respecto a los fenómenos migratorios, como hemos señalado an-
teriormente, usualmente en las ciencias sociales se ha analizado o desde
un prisma económico, la migración vista como fuerza de trabajo o con res-
pecto a las remesas enviadas, o desde un prisma culturalista, estudiando
las diferencias culturales de una colonia extranjera residente en un deter-
minado país.
Es necesario agregar que, independientemente del lugar de origen, el
grupo de lo/as migrantes se caracteriza por una heterogeneidad. No obs-
tante, existen construcciones reductoras que lo definen como un grupo
homogéneo.
Nos parece importante indicar que, como todo fenómeno sociológico,
las migraciones deberían ser consideradas como un hecho social total 14 .
Resulta necesario contextualizarlas y tomar en cuenta en un nivel macro
las características de la sociedad de instalación y de la sociedad de origen,
Abdelmalek Sayad, L’immigration ou les paradoxes de l’altérité, Volumen 1.
14

L’illusion du provisoire, Paris, Raisons d’agir Éditions, 2006.

120
Yvette Marcela García

así como los hechos y contextos anteriores a la migración y, de este modo,


comprender las transformaciones que se operan en los grupos, en los casos
que estos se reagrupan en “colonias” o “comunidades”. Estas se reformulan
y se recrean según el contexto geográfico y sociopolítico en los cuales se en-
cuentran. Los aspectos culturales poseen una dimensión espacio-tiempo
que lo/as inmigrantes pueden tender a reproducir pero también recrean
nuevos aspectos culturales en un país ya que por definición, se encuentran
desterritorializado/as.
Además, todo/a migrante enfrenta obstáculos en un país desconocido
y necesita establecer redes, lo cual resulta determinante para su sobrevi-
vencia. Los seres humanos se encuentran inscritos en un conjunto de re-
laciones sociales y definir un individuo exclusivamente por sus orígenes
culturales relativos a un espacio geográfico conlleva una limitante en todo
análisis respecto a la inserción en una sociedad otra.
Como tipo de migración particular y específica, es necesario aprehen-
der el fenómeno del exilio en su pluralidad y referirse más bien a situa-
ciones de exilio, relativas a la multiplicidad de las situaciones, puesto que
todos estos aspectos son interdependientes. Asimismo, lo/as exiliado/as
constituyeron un grupo, el cual se construyó y se inscribió en un espacio
social específico, relacionando varios grupos sociales, los que, a su vez, es-
taban repartidos en espacios sociales diferentes, con comportamientos y
prácticas que oscilaron entre una ruptura con las costumbres anteriores
a la salida del país de origen y la adquisición de nuevos esquemas en otra
sociedad.
El estudio migratorio requiere abordar dicha temática en un intento
de aprehender las intersecciones entre clase, género, nacionalidad, edad o
generación, con énfasis en las construcciones sociales elaboradas, en otras
palabras, debe estudiarse desde las imbricaciones y las articulaciones de
las diferentes relaciones sociales. No se trata de una simple adición de re-
laciones sociales, categorías o pertenencias superpuestas, sino más bien
de un marco de reflexión que abarque la imbricación e interacción de estas
diferentes relaciones sociales en juego: clase social, “sexo”, etnia o “raza”,
grupo etario y otros. El objetivo es dar cuenta de este conjunto, consideran-
do las relaciones sociales como elementos imprescindibles en el análisis de
la sociedad. En otras palabras: incluir las diferentes relaciones sociales que
atraviesen el tejido social.

121
La imbricación de las relaciones sociales

Las relaciones de clase y de género han sido largamente analizadas por


diferentes corrientes teóricas. A modo de ejemplo, relativo a las relaciones
de género, si bien existen distinciones dentro de las categorías “mujeres”
u “hombres”, no deben invisibilizarse las diferencias entre los sexos. Es
importante considerar que un análisis que articule las relaciones de género
junto a otras relaciones sociales puede revelarse enriquecedor en la apre-
hensión y comprensión de un fenómeno social, tal como lo constituye el
fenómeno migratorio.
Nos parece necesario aquí definir las relaciones sociales de “racización”.
En situación migratoria en un país más rico que el de procedencia y con un
pasado colonizador, un/a inmigrante suele enfrentarse a un sistema discri-
minante basado en una supuesta “raza”15. El racismo no es sólo una actitud
de prejuicio o discriminación sino que representa un sistema que revela
una desigual distribución de la riqueza económica y del poder político. La
opresión racista se articula de manera similar a la opresión de género: se
trata de constructos sociales que se apoyan en prácticas institucionales y
tradiciones culturales. La idea de la existencia de una “raza” está directa-
mente relacionada con la justificación ideológica de la colonización. Lo que
se considera “blanco” se define en contraposición a la composición de los
pueblos del continente americano, africano y asiático en su totalidad. Este
concepto analítico se refiere al racismo como interacciones y prácticas so-
ciales a través de las cuales se atribuye una supuesta “raza”, características
esenciales o “naturales” a una persona o grupo social según fenotipos o
color de piel 16 , más allá de las diferencias culturales, revelándose de este
modo a través de ello el trasfondo de las lógicas coloniales.
A partir de esto, se genera la producción de la alteridad: el otro/la otra
se define según esquemas simbólicos: ser hombre, blanco, heterosexual, de
clase media alta es el modelo referente de poder a partir del cual se cons-
truye la definición de la otredad y de la dominación.

Recalcamos supuesta “raza” para insistir en que nos referimos entonces a este con-
15

cepto en término de las prácticas sociales que se desprenden a su vez de lógicas


sociales, estableciéndose jerarquías sociales y discriminaciones y en ningún caso de
diferencias biológicas que construirían una supuesta “raza”. Es por ello que usamos
entonces las comillas para evitar toda confusión al respecto.
Jules Falquet, Emmanuelle Lada y Aude Rabaud, (Ré)articulation des rapports
16

sociaux de sexe, classe et “race”, Paris, Mémoires du séminaire du CEDREF 2005-


2006, Paris, Publications Paris 7 Denis Diderot, 2006, 8.

122
Yvette Marcela García

Por otra parte, el concepto de “etnia” ha sido un aporte considerable


en los análisis antropológicos y sociológicos en el estudio de las llamadas
diferencias culturales. No obstante, muchas veces este es utilizado como
eufemismo, invisibilizando un sistema y una estructura de relaciones so-
ciales particulares que se basan en la atribución de una “raza” particular
a otro grupo. A modo de ejemplificar esta constatación: jamás se habla de
“etnicidad” al referirse a colonias alemanas o italianas en América Latina.
Por dichas razones, consideramos que referirnos a relaciones sociales a las
cuales se atribuye una supuesta “raza” es relevante a la hora de estudiar el
fenómeno migratorio.
Resulta entonces imperativo considerar la imbricación de dichas re-
laciones al referirnos a la condición de lo/as inmigrantes. Con respecto a
su situación, en general cuando se encuentran en posición minoritaria, el
racismo sufrido se traduce por desigualdades tanto políticas como econó-
micas.
Cuando nos referimos a la articulación de las relaciones sociales, hay
que dejar en evidencia que esta no se refiere a una simple adición de rela-
ciones sociales o superposición de categorías sino que la intersección de
cada una de estas relaciones genera una constelación particular. A partir
de esto, se genera la producción de la alteridad, el otro/la otra es definido/a
según esquemas simbólicos y prácticas sociales.
Volviendo a los tres tipos de relaciones sociales, ¿cómo analizar estos
tres niveles en juego? Más que un modelo adicional de opresión, la mayo-
ría de investigadore/as se refieren a la coerción del sexismo, del racismo y
del capitalismo como fuerzas simultáneas de relaciones sociales de género,
“raza” y clase. Los conceptos utilizados, como herramientas conceptuales,
son articulación, intersección, consubstancialidad, imbricación, según los
distintos enfoques teóricos17. Acker define las relaciones sociales de clase
racizados y sexuados como “prácticas múltiples creando situaciones dife-
rentes y desigualitarias en el acceso y el control de los medios para satisfa-
cer necesidades y sobrevivir18”.

Elsa Dorlin, Sexe, race, classe. Pour une épistémologie de la domination, Paris, PUF,
17

Collection Actuel Marx/Confrontations, 2009. Los trabajos de Danièle Kergoat


aportaron elementos de reflexión teórica al respecto, esencialmente en torno a la
temática del trabajo, articulando principalmente relaciones sociales de género y re-
laciones sociales de clase: Danièle Kergoat, Les ouvrières, Paris, le Sycomore, 1982.
Joan Acker, Class questions. Feminist answers, Lanham, Rowman and Littlefield
18

Publishers, 2006.

123
La imbricación de las relaciones sociales

A partir de un paradigma que abarque la intersección, articulación e


imbricación de las diferentes relaciones sociales, nos parece que se pue-
de dar un enfoque diferente, enriquecedor e innovador al análisis de las
migraciones en general. En efecto, es necesario analizar las condiciones
de vida de lo/as immigrantes que ocupan diferentes posiciones sociales y
tienen procedencias geográficas o color de piel diferentes, es decir, consi-
derar las diferencias según sus orígenes económicos y socioculturales para
dar cuenta de los procesos sociales implicados y, asimismo, comprender las
situaciones migratorias a nivel macro y micro. A continuación, incorpora-
remos algunos de estos elementos de análisis a la situación de exilio vivida
por chileno/as en Francia.

Una cultura del exilio chileno


Entre Francia y Chile no existe un pasado colonial directo y si bien lo/
as chileno/as pertenecen a la categoría “inmigrante”, en el caso de sufrir
una discriminación de tipo racista, esta se remite a un prejuicio que atañe
a todo/a extranjero/a en general, pero no se debe al hecho de proceder de
Chile. Este racismo, por sobre todo, se encuentra estrechamente relacio-
nada con un prejuicio de clase social cuando dicho/a migrante pertene-
ce a una clase social desfavorecida. En general, en la sociedad francesa, la
imagen del/a latinoamericano/a en general, y del/a chileno/a en particular,
reenvía a estereotipos positivos.
El grupo de exiliado/as chileno/as no vivió la misma discriminación
que otros grupos de migrantes en Francia. ¿Cuestión de etnicidad o de
identidad política? Aunque estos fenómenos estén imbricados, el hecho
de haber sido perseguido/a bajo el régimen militar provocó el proceso mi-
gratorio y genera una diferencia. Es también un aspecto que los propio/as
exiliado/as ponen de manifiesto. El proceso migratorio fabrica y consti-
tuye una identidad particular, más allá de las diferencias de tipo cultural
entre dos sociedades. Proponemos, por lo tanto, abordar la migración (o el
exilio, como un tipo específico de migración) como categoría de análisis y,
a través de estos relatos del exilio, tomar en cuenta las diferencias cultu-
rales. El exilio es una situación objetiva y llega a constituir una categoría
de análisis.
Durante las décadas primeras del exilio, el aspecto cultural atribuido
a una cierta chilenidad no explica del todo el proceso de inserción de lo/as
refugiado/as chileno/as en Francia. Además de una cultura chilena percibi-

124
Yvette Marcela García

da de forma positiva, entra en juego el aspecto político y/o militante de lo/


as exiliado/as. Una parte significativa de las primeras olas de la migración
chilena de las décadas de los años 70’ y 80’compartía un proyecto socio-
político cercano a las ideas promulgadas por la Unidad Popular y contra-
rio a la dictadura militar, y una derrota colectiva. Fue portadora de una
identidad política y politizada particular y específica (subentendiéndose
de izquierda), la cual se declina de diferentes maneras. Esto, además de un
accionar y un militantismo político en Francia, permitió una reagrupación
y la constitución de una “colonia chilena”. Más allá de una nacionalidad,
existía un objeto en común y una cultura política compartida. El hecho
de haber salido por culpa de un Golpe de estado cimentó una conciencia
colectiva que pasó a constituir una “cultura del exilio”, mantenida a través
de múltiples actividades, creándose una identificación y una solidaridad en
el grupo, pese a las divisiones entre los diferentes partidos políticos de iz-
quierda, los cuales fueron recreados y reconstituidos en el extranjero, con-
jugándose el accionar militante con actividades culturales. Es el cimiento
de los aspectos culturales de la colonia en exilio que, por lo tanto, no so-
lamente se encuentra relacionada con un espacio geográfico sino también
con aspectos temporales y políticos.
Sin duda alguna, el origen del compromiso y del accionar político-
cultural nace a partir de la experiencia de la Unidad Popular. Uno de los
objetivos de dicho gobierno fue promover la denominada “cultura popular
chilena 19”, lo cual iba en correlación con su programa: se abrieron múltiples
centros culturales y se enfatizó la importancia de la educación y la cultura
en general. El compromiso y la solidaridad fueron esenciales en este mo-
vimiento político y cultural en el que se encuentra la génesis del grado de
participación de variados sectores sociales en la gestión de la vida política
y cultural, cuyo/as miembros en innumerables casos se vieron en parte
constreñido/as a vivir el desarraigo.
En el exilio, lo/as chileno/as tuvieron que aprender a sobrevivir, a adap-
tarse a un nuevo entorno y, al mismo tiempo, prosiguieron a distancia con
un importante trabajo de denuncia del poder dictatorial instalado en Chile.
Este grupo se distingue del resto de la migración en Europa en general y en
Se buscó rescatar y combinar aspectos culturales, artísticos y de luchas sociales, así
19

como elementos propios de la idiosincrasia y la historia del pueblo chileno. Alain


Touraine, Vie et mort du Chili populaire-journal sociologique / juillet-septembre
1973, Paris, Seuil, 1973 ; César Albornoz, “La cultura en la Unidad Popular: porque
esta vez no se trata de cambiar un presidente”, en Julio Pinto (Coord.), Cuando hi-
cimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, Santiago de Chile, LOM, 2005.

125
La imbricación de las relaciones sociales

Francia, en particular, por la corriente de simpatía hacia él y por el trabajo


militante que realizó. Independientemente del partido político de perte-
nencia y exiliado/as en diferentes puntos geográficos, esto/as refugiado/as
político/as se dedicaron a dar a conocer las injusticias cometidas en Chile
y a difundir la situación chilena en sus respectivos países de exilio. Más
allá de las diferencias partidarias, la experiencia del desarraigo provocó
una implicancia activa en actividades de solidaridad de forma mayoritaria,
emprendiendo lo/as exiliado/as diferentes tareas de distintas índoles en
el quehacer militante, a pesar de encontrarse desplazado/as en diferentes
continentes, países, ciudades y localidades. Esta importante labor militan-
te y comunicacional realizada en el extranjero ha sido extremadamente
poco difundida y reconocida en la sociedad chilena 20.
La empatía hacia el programa de la Unidad Popular chilena por su
carácter democrático y la crítica generalizada a la dictadura chilena (las
imágenes del bombardeo del palacio de La Moneda fueron altamente re-
transmitidas) generaron la desaprobación de la población residente en los
países del exilio chileno. Prueba de ello es que Pinochet representa el sím-
bolo y la imagen mediática que encarna en el imaginario colectivo francés
el conjunto de las dictaduras latinoamericanas. Esto explica, en parte, la
mediatización de la situación chilena en el exterior. De este modo, se contó
con cobertura mediática, dando una apertura favorable al trabajo político
de lo/as refugiado/as. Estos componentes nos muestran como las relacio-
nes sociales de la otredad dependen entonces no tan sólo de un origen geo-
gráfico sino más bien a construcciones sociales elaboradas en interacciones
según contextos precisos.
En tanto en Chile, se dio lugar a una campaña de desprestigio de la
comunidad exiliada, la cual fue completamente deslegitimada: las auto-
ridades chilenas de la época atacaron lo/as exiliado/as describiendo esta
migración como un “exilio dorado” además de tildarla de “antipatriótica”

Durante la primera época de la dictadura militar, las actividades militantes y los tes-
20

timonios de chileno/as refugiado/as fueron a menudo mediatizados en sus países


de exilio. Ver por ejemplo Pierre Vayssière, Le Chili d’Allende et de Pinochet dans la
presse française: passions politiques, informations et désinformation 1970-2005,
Paris, L’Harmattan, 2005 y Luis Del Río, L’exil chilien dans l’iconographie et les re-
vues alternatives: affiches et micromédias graphiques, Tesis para optar al grado de
DEA en Historia, Paris, IHEAL, 1990. En cambio, en Chile, existen escasos mate-
riales acerca de las actividades del exilio. Cabe destacar el libro de Estela Aguirre y
Sonia Chamorro, “L”. Memoria gráfica del exilio chileno 1973-1989, Santiago de
Chile, Ocho Libros Editores, 2008.

126
Yvette Marcela García

(evidentemente sin mencionar los decretos de expulsión a través de los tri-


bunales militares). Indudablemente, estos elementos fueron interiorizados
en la sociedad chilena y es así como hasta el día de hoy, no existen registros
memoriales del exilio en territorio nacional: “El exilio no tiene fecha ni
lugar donde recordarlo. No hay memoriales, placas, museos ni otros sopor-
tes materiales, a pesar de la existencia de una serie de trabajos publicados
en algunos de los países de acogida adonde llegaron los chilenos.21” Paula-
tinamente, se han ido integrando ciertos testimonios, pero no podemos
afirmar que exista un verdadero reconocimiento como víctimas de dichas
personas obligadas durante décadas en no residir en su país.

Adaptarse en un contexto “otro”


La elaboración de estrategias de todo/a inmigrante depende de la exis-
tencia y calidad de acogida en el país de llegada, de las condiciones de salida
así como de su situación antes de la migración. En el caso del exilio chileno,
durante las décadas de los 70’ y 80’, la recepción fue más bien positiva y
la migración era legitimada en un país como Francia. En cambio, actual-
mente, para una persona “extra-comunitaria”, las únicas posibilidades de
obtener una visa de estadía es por estudios o por matrimonio con un/a
residente. A su vez, la inserción tiene modos diferentes, puesto que no se
trata ya de una migración a un nivel colectivo.
En dicha época, prevaleció en lo/as exiliado/as chileno/as una valoriza-
ción de la militancia así como una demanda de reconocimiento de un pasa-
do comprometido, al menos durante la primera década de exilio. Podemos
interpretarlo como una tentativa de escapar al estigma del/a extranjero/a
en el seno de la sociedad. El drama de la salida de Chile y sus condiciones
bajo la dictadura, situación política conocida y criticada por la población
francesa, es uno de los argumentos por el cual al llegar se revindicó una
identidad de exiliado/a, como resultado de una suerte de identidad pres-
tigiosa selectiva. Esto se vio reforzado por una imagen valorizada del/a
refugiado/a político/a chileno/a por la sociedad francesa.
Asimismo, la militancia permitió una legitimación del individuo y del
discurso en la sociedad de llegada. Al llegar a tierra de exilio, la pertenencia
a un partido político como categoría de pertenencia social y de distinción
fue primordial. El/la “no militante” se consideró refugiado/a de “segunda

Loreto Rebolledo, Memorias del desarraigo. Testimonios de exilio y retorno de


21

hombres y mujeres de Chile, Santiago de Chile, Editorial Catalonia, 2006, 13.

127
La imbricación de las relaciones sociales

categoría”. Esto explica la invisibilidad de la problemática de las mujeres,


puesto que los hombres eran mayoritarios en las estructuras partidarias,
más aún en las esferas dirigentes. En cuanto a una gran parte de mujeres
exiliadas, estaban casadas con un militante y participaban en actividades
militantes sin adherir oficialmente a un partido político. A su vez, las mu-
jeres militantes estaban mayoritariamente emparejadas con hombres mili-
tantes del mismo partido político.
A pesar de una acogida favorable (en particular durante los primeros
años de exilio), la llegada a Francia y la adaptación fueron difíciles para
hombres y mujeres chileno/as. Además de las dificultades y el desarraigo
propios a toda migración, se vivieron sufrimientos ligados a los traumas de
la represión vivida en Chile.
Al llegar a un nuevo país, todo/a inmigrante tiene que sobrepasar obs-
táculos y reorganizar su vida. En un comienzo, sea en el refugio político o
económico, salvo contadas excepciones, todas estas personas se encontra-
ron limitadas a trabajos no calificados.
En el caso específico de las mujeres, toda mujer inmigrante, con o sin
estudios, se ocupa principalmente de trabajos domésticos y de limpieza, de
cuidado de niño/as, enfermo/as o personas de edad. Dentro de una pareja,
es la mujer quien suele transar y no tiene reparos en trabajar en ocupacio-
nes de poco prestigio o mal remuneradas, independientemente de su for-
mación u origen socioeconómico. Debido a la reducción del núcleo familiar,
las exiliadas pasaron de tener una red de apoyo en la familia extendida, en
las redes afectivas (vecinas, amigas, etc.) a un vacío social. Estas mujeres,
que llegaron con sus familias e hijo/as, se vieron además enfrentadas a una
sobrecarga de trabajo reproductivo y productivo. La mayoría de las mujeres
llegaron emparejadas, relativamente jóvenes y, a pesar de venir de dife-
rentes clases sociales, tomando en cuenta la situación de partida, muchas
alcanzaron una cierta movilidad social ascendente luego de comenzar y
reestructurar una vida a partir del peldaño más bajo de la escala social.
Durante el transcurso de los años, aquellas que poseían estudios supe-
riores chilenos y consiguen una equivalencia o bien que obtienen títulos o
diplomas en Francia logran en una gran mayoría insertarse en el mundo la-
boral. Actualmente, suelen trabajar en el sector de la salud, de la educación
y de trabajos sociales, actividades altamente feminizadas, denotándose de
este modo lógicas de género por una parte y reproducción de clase por otra
parte.

128
Yvette Marcela García

Un post-exilio…
A partir de mediados de la década de los 80’, esto/as refugiado/as po-
lítico/as tuvieron que asumir la prolongación de sus existencias fuera del
país. En un comienzo, convencido/as de que la dictadura caería pronta-
mente, habían concebido su migración como una fase transitoria y tempo-
ral, no obstante este proceso migratorio termina prolongándose en el tiem-
po. Paulatinamente, las actividades partidarias, así como sucedió en Chile,
dieron paso a acciones individuales o de grupos más reducidos. A partir de
esta situación, el exilio presenta evoluciones y cambios en hombres y mu-
jeres instalado/as en Francia. Al significar una ruptura y un duelo, el exilio
también implicó nuevos horizontes y nuevos desafíos.
Luego de un largo periodo incierto durante el cual una gran mayoría se
vio obligada a optar por adaptarse a un nuevo país, se abrió nuevamente la
posibilidad de poder regresar a Chile. Hoy en día, los destinos individuales
se impusieron ante un destino colectivo, caracterizados por una situación
de post-exilio, puesto que el ingreso a territorio nacional se ha hecho po-
sible. No todo/as lo/as exiliado/as reaccionaron de la misma forma ante la
posibilidad del regreso y a partir de ese momento, son más determinantes
los itinerarios personales que algún destino colectivo. Se estima que entre
un 30 y un 40% retornaron a Chile22. Son varias las razones para no volver:
el desfase con el Chile actual, la inserción en el país, lo/as hijo/as y nieto/
as que crecieron en la sociedad francesa, el miedo a una nueva ruptura o a
un nuevo empezar.
Actualmente, lo/as exiliado/as viven lo que podemos denominar como
transculturación, es decir, existe una especie de doble cultura o una cons-
trucción cultural que contiene elementos del país de origen y del país don-
de viven 23 . Aunque la inmensa mayoría sigue identificándose como chi-
leno/as, han incorporado en distintos matices elementos de la sociedad
francesa. Esta vida en exilio se caracteriza por esta situación de estado
intermedio entre dos sociedades, por el sentimiento de desarraigo (ni to-
talmente francés/a, ni ya completamente chileno/a) y por el hecho de tener
un punto de vista crítico hacia los dos países.
Cada uno/a tiene una visión de su propio exilio y, al mismo tiempo,
se identifica con una identidad colectiva. Han elaborado una reconstruc-
Anne-Marie Gaillard, Op. Cit., 145.
22

Ana María Araujo y Ana Vásquez, Exils latino-américains: la malédiction d’Ulysse,


23

Paris, L’Harmattan, 1988.

129
La imbricación de las relaciones sociales

ción de sí mismo/as y expresan cierta nostalgia, cuyo grado varía según


los lazos y relaciones creados en el país de exilio y el grado de instalación e
inserción en este país.
Podemos afirmar a modo de síntesis que el exilio comprendió una di-
cotomía esencial: por una parte, representa una pérdida y, por otra, una
riqueza. Existió una gran pérdida de referencias y referentes y asimismo,
se logró reconstruir en muchos casos una nueva vida en términos de reali-
zación personal luego de un difícil primer periodo donde diferentes obstá-
culos fueron sobrepasados.
Con respecto al sentimiento de identidad, existe una contradicción
permanente. Por un lado declaran sentirse totalmente integrado/as en
Francia, aunque por otro lado, afirman sentirse chileno/as24 . De cierto
modo, el desarraigo es una combinación de sentimientos encontrados. Ser
exiliado/a significa esa ambivalencia y este elemento constituye su condi-
ción. Hoy en día, una parte sigue considerándose exiliada y otro/as, a par-
tir del momento en que de alguna forma han “decidido” quedarse en el país
que lo/as acogió, perciben y asumen esta condición de exilio como parte de
su pasado. En definitiva, actualmente, el círculo que rodea y que construyó
el sujeto, la microsociedad a su alrededor, define su propia vida. Esto deja
de manifiesto que son las múltiples pertenencias de lo/as chileno/as que se
refugiaron en Francia las que repercuten en los actuales distintos destinos.

A modo de conclusión
El exilio constituye un tipo de migración, con sus características par-
ticulares correspondientes. Para comprender y aprehender las diferentes
experiencias de todo/a migrante, y por ende de lo/as exiliado/as político/
as, resulta primordial tomar en cuenta las diferencias de origen, de clase,
nivel de educación y, asimismo los itinerarios individuales posteriores en
la adaptación a un nuevo mundo.
A pesar de todo, independiente de su situación, lo/as exiliado/as tu-
vieron que vivir día tras día las limitaciones que una sociedad extranjera
les impuso, elaborando estrategias que, por una parte, se encuentran en

Representa el discurso mayoritario reflejado en distintas entrevistas realizadas:


24

quince entrevistas semi-dirigidas efectuadas en Lyon y Paris en el año 2003 dentro


del marco de una tesis de pre-grado en sociología y cincuenta entrevistas en pro-
fundidad de una tesis doctoral en curso, efectuadas entre los años 2006 y 2009 en
cuatro ciudades francesas (Châteaudun, Estrasburgo, Lyon y Paris).

130
Yvette Marcela García

relación con la situación anterior a la migración (nivel de estudio -formal o


informal-, capital cultural, procedencia socio-económica, capital militante,
capacidad organizativa, recursos en términos familiares y afectivos, entre
otros) y, por otra parte, con las herramientas y opciones presentadas en el
país que lo/as acogió.
A modo de conclusión, se puede constatar que además del origen geo-
gráfico, en la inserción y adaptación en un nuevo país, influyen diferentes
elementos según las distintas pertenencias de un individuo. Son diversos
los aspectos que se conjugan y las relaciones sociales implicadas para apre-
hender el fenómeno migratorio, ya que una migración se vive de manera
diferente dependiendo del país de procedencia, si se es mujer u hombre, de
que clase social se provenga, según la edad de llegada y el proyecto migra-
torio, el pasado colonial y el contexto socioeconómico del nuevo país. Con
respecto al trabajo remunerado, el mercado laboral es más abierto hacia
ciertas profesiones y ciertos rangos de edad. También juegan otros elemen-
tos, tales como el aprendizaje de un idioma diferente, el que se torna más
fácil mientras más joven se es. Esto repercute en las diferentes trayectorias
posteriores que se construyen en el proceso de adaptación y de instalación
en un nuevo país. Todos estos factores influyen para que una persona lo-
gre (o no) recrear relaciones sociales de diferentes índoles en una nueva
sociedad.
Resulta complejo dar cuenta de la realidad actual de la migración chi-
lena en Francia por todo lo mencionado anteriormente. Existen generacio-
nes y situaciones migratorias distintas y las redes se encuentran extrema-
damente ramificadas. Por lo tanto, nos hemos limitado en este texto en
entregar una panorámica general y algunos de los aspectos concernientes
al exilio político de las décadas de los 70’ y 80’.
Analizar el exilio bajo el prisma de la imbricación de las relaciones so-
ciales permite sacar a la luz aspectos a menudo dejados de lado, tales como
las diferencias de clases sociales o las situaciones específicamente vividas
por las mujeres. En este intento, hemos entonces intentado abordar dichos
elementos teóricos contextualizando la situación de desarraigo sufrida por
miles de chileno/as durante las décadas pasadas. En particular, resulta, por
lo tanto, fundamental considerar los elementos de análisis en sus imbrica-
ciones para estudiar esta y todas las migraciones.

131
La imbricación de las relaciones sociales

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133
Con los ovarios a cuestas. Algunas
observaciones sobre la maternidad en
mujeres latinoamericanas migrantes1
María Fernanda Stang

“La categoría de sexo es un nombre que esclaviza”, dice Judith But-


ler2. Detrás de esta afirmación está su teoría de la performatividad del
género. Simplificando en exceso, Butler sostiene que el género no es una
consecuencia directa del sexo y, a la inversa, tampoco la sexualidad es la
consecuencia directa del género. Concibiéndolos como “dimensiones de la
corporalidad”, para Butler ni sexo ni género se expresan o reflejan uno al
otro. Lo que hace parecer que sí existe una relación de este tipo entre ellos
es una ficción reglamentadora que crea una “coherencia heterosexual”. No
hay, desde este enfoque, un o unos géneros, sino una actuación de género,
es decir, una actuación repetida de un conjunto de significados estable-
cidos socialmente, y esa ritualización es su forma de legitimación. En la
actuación del género femenino, la maternidad es uno de los rituales legiti-
madores más potentes. Entonces, podría también decirse que la materni-
dad es un ritual que “esclaviza”3 , y, en el caso de las mujeres migrantes, hay
elementos para pensar que con una carga extra de elementos coercitivos.
Este artículo pretende hacer una exploración preliminar del espacio
que se ubica en el entrecruzamiento de estos campos, a saber, el género, o
la actuación de género dentro del dispositivo de desigualdad genérico-se-
1
Este artículo tiene como una de sus fuentes principales otro trabajo titulado “Sa-
beres de otro género. Experiencias de mujeres argentinas y chilenas sobre emigra-
ción calificada y relaciones de género”, surgido de una investigación realizada con
el financiamiento del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la
Agencia Sueca de Cooperación Internacional (ASDI), mediante una beca adjudicada
en el concurso “Migraciones y modelos de desarrollo en América Latina y el Caribe”,
efectuado en 2005. Puede accederse a este estudio en: ‹http://bibliotecavirtual.clac-
so.org.ar/ar/libros/becas/2005/2005/migra/stang.pdf›.
2
Judith Butler, “Actos corporales subversivos”, en El género en disputa. El feminis-
mo y la subversión de la identidad, México, UNAM/Paidós, 2001.
3
Soy consciente, en parte, de las aprehensiones que esta afirmación puede generar,
sin embargo, es preciso contextualizarla en relación con el enfoque de la performa-
tividad del género. Y en ese mismo marco debe entenderse también el título de este
trabajo (“Con los ovarios a cuestas”), puesto que de lo contrario podría prestarse
también a una interpretación biologicista y biologizante del género.

135
Con los ovarios a cuestas

xual4 de nuestras sociedades, la maternidad y la migración internacional,


a partir de algunas consideraciones respecto de un eje que los atraviesa, la
clase social.
Se realiza una aproximación con cierto interés comparativo entre los
hallazgos de una investigación propia sobre las experiencias de mujeres
argentinas y chilenas calificadas5 que migraron a destinos extrarregiona-
les –los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unidos, España, Italia y Japón–
en las últimas dos décadas y algunos elementos surgidos de un corpus de
artículos que se han ocupado directa o indirectamente de las vivencias li-
gadas a la maternidad de mujeres latinoamericanas migrantes en general
–es decir, de varios países de la región, con o sin calificación y de distinta
pertenencia de clase, aunque en general se centran en las que poseen me-
nos capital, en el sentido bourdiano del término 6 –, tanto hacia destinos
intra como extrarregionales. A partir de esta aproximación comparativa
es posible conjeturar que, si bien la desvalorización del capital simbólico

Cuando se alude al dispositivo de desigualdad genérico-sexual se habla de un


4

conjunto heterogéneo de elementos discursivos y extradiscursivos (instituciones,


disposiciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas adminis-
trativas, enunciados científicos; proposiciones filosóficas, morales), relacionados
mediante un vínculo de naturaleza peculiar (en nuestra formación social histórica,
la creación de una ficción heterosexual que vincula sexo y género), y que tiene una
función estratégica dominante estrechamente ligada a ese momento histórico (Fou-
cault, 1983:185). Esa función estratégica, en nuestra sociedad actual, es la natura-
lización de las desigualdades sociales, una función ideológica y política que asegura
la reproducción de la sociedad de clases. Lo mismo ocurre con las desigualdades
étnicas, ancladas en la “raza” (Stolcke, 1999).
En la investigación a la que se alude, la calificación se operacionalizó como la pose-
5

sión de un título universitario. En el artículo surgido de esta investigación, referido


en la nota al pie 1, pueden encontrarse detalles de la metodología empleada.
Entender la noción bourdiana de capital supone comprender primero su idea del
6

“campo: “En un campo están en lucha agentes e instituciones, con fuerzas diferen-
tes y según las reglas constitutivas de este espacio de juego, para apropiarse de las
ganancias específicas que están en juego” (Bourdieu, 1990:157). Esas ganancias es-
pecíficas constituyen la forma de capital propia de ese campo. Entonces, son dos
los elementos constitutivos del campo: “la existencia de un capital común y la lucha
por su apropiación” (Bourdieu, 1990:19). El campo académico, por ejemplo, está
conformado por la lucha entre ciertos agentes e instituciones –alumnos, profesores,
investigadores, funcionarios, universidades, carreras, centros de investigación, mi-
nisterios, por nombrar sólo los más evidentes–, dotados de fuerzas diferentes, que
según las reglas constitutivas de ese espacio del juego social tratan de apropiarse
de sus ganancias específicas títulos, calificaciones, autoridad científica, reconoci-
miento, prestigio, asignación de proyectos, becas, y la conversión de este capital
académico en capital económico, asegurada en buena medida.

136
María Fernanda Stang

que provoca la feminidad es un hecho insoslayable, también es cierta la


diferencia objetiva y subjetiva en la experiencia que tienen estas mujeres
de la dominación masculina a partir de las desigualdades económicas y
culturales que las separan. En este sentido, la pertenencia de clase de las
mujeres calificadas opera como una “ventaja objetiva”7.
Este posicionamiento comparativo se basa en un supuesto, que es el
que liga a las mujeres calificadas con una determinada clase social. En tér-
minos generales, la mejor dotada de capital, en sus diversos tipos. Si bien
esta asociación podría cuestionarse en algunos aspectos, hay argumentos
que la validan. En general, al menos en América Latina, quienes acceden al
campo académico son ya poseedores de un capital económico que marca su
posición en la estructura de relaciones de la formación social. Sólo a modo
de ejemplo, en nuestra región a comienzos de este siglo el 45% de los estu-
diantes de las instituciones de educación superior provenían de las capas
medias de la sociedad, que representaban el 15% de la población (Rama,
2002).
Un ejercicio comparativo como el que se propone tiene varias limita-
ciones8 . Por una parte se habla de mujeres argentinas y chilenas, y por la
otra de latinoamericanas en general. Si bien se asume que los colectivos
nacionales o regionales constituyen en cierto modo una ficción, también es
preciso reconocer que algunos elementos estructurales, e incluso coyuntu-
rales, han hecho que los países latinoamericanos se acerquen más que los
de otras latitudes en ciertos rasgos y peculiaridades9.
Esta “objetividad” no se relaciona con el sentido más usual del término, sino con el
7

modo en que Bourdieu entiende el funcionamiento de la formación social. Para el


autor: “existen en el mundo social [...] estructuras objetivas, independientes de la
conciencia y de la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar o de coac-
cionar sus prácticas o sus representaciones”, estructuras que pueden ligarse a su
concepto de campo, y que son las que se vinculan con esta idea de “ventajas objeti-
vas”. Pero también hay a la vez “una génesis social de una parte de los esquemas de
percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que llamamos
habitus” (Bourdieu, 1990:127).
Es preciso enfatizar que no se propone aquí un trabajo de comparación sistemático,
8

sino que se recurre a la comparación de una forma laxa, como un recurso cognitivo
de exploración de la temática (Ariza, 2009). Las implicancias de esta diferencia son
importantes, porque de este análisis no se desprenden afirmaciones taxativas, sino
sólo conjeturas que exigirían un diseño metodológico ad hoc para poder probarse.
Las discusiones sobre la existencia de América Latina como una realidad y como un
9

objeto de conocimiento no son novedosas. Sin embargo, adhiero con este análisis,
de manera tangencial, a la idea de que es posible pensarla como una unidad de aná-
lisis válida, más allá de su heterogeneidad estructural (Ansaldi y Giordano, 2012).

137
Con los ovarios a cuestas

Otra limitación está dada por el hecho que la investigación recortó con
claridad una determinada pertenencia de clase de las mujeres que confor-
maron el grupo de informantes, a partir de la calificación, mientras que los
demás trabajos que se utilizan como contraparte no realizaron este tipo de
delimitación, aunque varios de ellos hacen alusiones indirectas que permi-
ten asumir que se trata en muchos casos, como dije, de mujeres con menos
recursos de capital.
Otro elemento diferencial está determinado por el destino de los flujos
migratorios: exclusivamente países de fuera de América Latina en el primer
caso, y tanto intra como extrarregionales en el segundo. Esta divergencia
también puede tener incidencias significativas, tanto en la experiencia de
la maternidad migrante en esos contextos distintos como en la determina-
ción de ciertas características de las propias corrientes migratorias.
Sin embargo, las características señaladas en esos trabajos respecto de
este segundo grupo de mujeres, así como la coincidencia en varios hallaz-
gos sobre sus experiencias ligadas a la maternidad, permiten asumir que el
corpus a partir del que se sugieren algunas líneas comparativas es bastan-
te sólido, al menos en esta primera exploración. Además, las intenciones
exploratorias del análisis habilitan el uso de este recurso, aunque no se
sustente en un ejercicio sistemático.

Madres de qué clase


La experiencia de la desigualdad de género se entrecruza de manera
compleja con otras formas de desigualdad (étnica y de clase, entre otras)
haciendo que, aunque compartan la desvalorización del capital simbólico
que provoca la feminidad, las mujeres vivan la dominación masculina de
manera diferente, tanto objetiva como subjetivamente (Bourdieu, 2000).
Sin embargo, más allá de estas “distancias”, las vivencias ligadas a la ac-
tuación de género que implica la maternidad parecen ser las más decisivas
en las trayectorias migratorias de unas y otras, más aún que la pertenencia
de clase.
En esta línea, la primera gran similitud que se advierte entre estos dos
grupos delimitados es el valor preponderante que estas mujeres asignan a
su rol de madre en la decisión de migrar, de permanecer en la sociedad de
destino o de retornar al país de origen, de modo tal que su maternidad se
convierte en un factor decisivo de su trayectoria migratoria, y en el caso de

138
María Fernanda Stang

aquellas con menor capital, muchas veces constituye la razón detonante


del proceso.
Uno de los principales hallazgos surgido de la investigación sobre mu-
jeres migrantes calificadas argentinas y chilenas fue que ninguna de las
que al momento de emigrar tenía hijos tomó esa decisión por una razón
que estuviera ligada directamente a su formación, a menos que esa opción
implicara contar con un ingreso de inmediato–es decir, al arribar al país de
destino–, mientras que aquellas que no eran madres emigraron en su ma-
yoría para continuar con su formación académica o por una opción laboral
potencial en su ámbito de especialización (Stang, 2006).
Liliana, una de las entrevistadas, es chilena y había vivido algunos
años en la Argentina al momento de decidir emigrar a los Estados Unidos
por una oferta laboral concreta para ella, en un puesto que además signifi-
caba una importante oportunidad para su carrera científica (una posición
posdoctoral), pero el detonante de esa decisión no fue principalmente la
continuidad de esa carrera, sino la situación económica que afectaba a la
familia debido a la crisis argentina de 2001:
“La situación económica en Argentina gatilló el comenzar mi bús-
queda de oportunidades de desarrollo profesional. Seguramente
si no se hubiera quedado mi esposo sin trabajo, si yo hubiera teni-
do un buen sueldo y si no se nos hubiera quedado dinero atrapado
en el corralito (aún está ahí), no hubiera tomado esta decisión”10 .

Además, su permanencia en los Estados Unidos tampoco está ligada a


ese puesto de trabajo, sino a su rol de madre, pues dice que ha pensado que
deberán regresar (a Chile) antes de que su niña ya no se quiera ir, porque
“[p]ara mí sería imposible pensar en volverme y dejarla acá sola… no podría
hacerlo”11. Los hijos son un factor determinante en la decisión de la perma-
nencia o el retorno, ese fue un enunciado que surgió muy claramente en el
discurso de las migrantes madres. Sonia, al ser consultada sobre si había
pensado alguna vez qué haría si se diera la situación en que su esposo y ella

Entrevistas realizadas a Liliana entre marzo y junio de 2006. Justamente por el


10

carácter de “primera fuente” de la investigación financiada por CLACSO y ASDI es


que sólo se citan fragmentos de entrevistas de este “grupo” de informantes. Si bien
este hecho puede generar una sensación de “desequilibrio”, me pareció pertinente
incluirlas considerando que son más escasas las investigaciones específicas sobre
mujeres calificadas y género. Los nombres de las entrevistadas son ficticios.
Entrevistas realizadas a Liliana entre marzo y junio de 2006.
11

139
Con los ovarios a cuestas

quisieran volver a la Argentina y sus hijos quedarse en los Estados Unidos,


respondía:
“Lo pienso todos los días. Por eso es que estamos tratando de to-
mar una decisión ahora, que los chicos son precisamente ‘chicos’.
Ya sabemos de otros que tienen hijos un poquito más grandes, 8
o 9, que no quieren mudarse ni siquiera acá dentro del país. No
quieren cambiarse de escuela, no quieren perder los amigos. Por
eso es algo que lo tenemos que hacer ahora o nunca... Precisa-
mente en julio vamos a estar por Córdoba para ver cómo están las
cosas para nosotros allá...”12.

La decisión de la estancia en el país de destino en función de los


hijos es una situación que se repite y “satura” las entrevistas de las
migrantes calificadas que los tienen. Es lo que prima en el proyec-
to migratorio de Viviana, aunque en su caso en un sentido inverso
–permanecer durante la etapa de formación de su hijo–:
“Lo nuestro es un proyecto a mediano plazo. Queremos que nues-
tro hijo termine al menos su high school (enseñanza media). Él
asiste a una escuela pública, o sea gratis, y con una calidad de
educación fantástica. Aparte de la formación educativa formal,
también, y de manera importante, está recibiendo una formación
focalizada al diseño y la arquitectura (que es el camino elegido
por él). Con una infraestructura y materiales de primer orden.
Este charter o proyecto alternativo de high scool, es pionero en su
línea en este país. Es una oportunidad que en Chile tampoco la
tendríamos”13 .

Los argumentos de Viviana traen a un primer plano el sentido en que


se producen estos flujos migratorios, es decir, desde países periféricos ha-
cia países centrales, un elemento estructural de esta realidad social que es
importante no perder de vista, y que también emerge en el caso de Sandra,
en el que la decisión de partir estuvo estrechamente relacionada con la
maternidad. Cuando resolvieron emigrar desde Chile a Canadá tanto ella
como su esposo estaban sin trabajo, y ella estaba embarazada:
“yo siempre había querido irme de Chile pero en el momento en
que me aceptaron la visa y tenía los pasajes en la mano, uff, me
costó mucho, incluso me arrepentí un poco, pero al final me vine

Entrevistas realizadas a Sonia entre marzo y junio de 2006.


12

Entrevistas realizadas a Viviana entre marzo y junio de 2006.


13

140
María Fernanda Stang

no más, sobre todo porque ya tenía siete meses de embarazo y


quería que mi hijo naciera en un lugar decente”14 .

Es básicamente la misma razón por la que decide permanecer en Ca-


nadá: “de repente me dan ganas de volver a Chile, pero las oportunidades
que hay acá para mis hijos me retienen, ya que como mamá quiero lo mejor
para ellos obviamente”.
La maternidad es un ritual de la actuación de género que adquiere un
carácter decisivo en la trayectoria vital, y por eso también es crucial ante
una decisión de vida como la de migrar. El hecho de que ninguna de las que
eran madres al migrar tomara esa decisión única y exclusivamente para
continuar con su formación obedece a que la construcción social del rol de
madre que exige la actuación como mujer en el dispositivo de desigualdad
genérico-sexual (al menos el de las sociedades de origen) excluye este tipo
de elecciones de entre las opciones posibles para una actuación legítima y
legitimada de la mujer y de su rol maternal. Detrás de esta operatoria es
posible advertir lo que se ha denominado la “mística de la procreación”, que
coloca la reproducción a cargo de la naturaleza o de Dios, y no de las relacio-
nes sociales, y de este modo invisibiliza el costo económico y psíquico que
tiene la maternidad para toda mujer (Rosemberg, 2003).
Los estudios sobre mujeres latinoamericanas migrantes revisados, en
general, también destacan el lugar decisivo que ocupan los hijos en los pro-
yectos migratorios, al punto de considerárselos el motivo de la decisión de
abandonar el país, con la expectativa de que tengan “un futuro mejor”15.
Y del mismo modo en que ocurre con las mujeres calificadas, tienen una
incidencia decisiva en su trayectoria migratoria (Stolz y Hamilton, 2002;
Pedone, 2010; Rosas, 2009b; Alvite Sosa, 2011; Verschuur, 2007; Courtis y
Pacecca, 2010; Gaudio, 2012; Varela, 2005). Sin embargo, en el modo que
adquiere esta influencia en uno y otro grupo se advierten las ventajas obje-
tivas que favorecen a las mujeres con mayor capital.
Si bien, como he advertido, para hacer afirmaciones de este tipo sería
necesario realizar una investigación con fines específicamente compara-
tivos, una revisión de la literatura sobre el tema muestra que uno de los

Entrevistas realizadas a Sandra entre marzo y junio de 2006.


14

Iñaki García Borrego, “Familias migrantes: elementos teóricos para la investigación


15

social”, en GIIM (Grupo Interdisciplinario de Investigador@s Migrantes) (coord.),


Familias, niños, niñas y jóvenes migrantes. Rompiendo estereotipos, Madrid, Iepa-
la, 2010, 75.

141
Con los ovarios a cuestas

elementos distintivos de la estrategia migratoria de las mujeres calificadas


que tienen un núcleo familiar constituido al momento de desplazarse es
que, generalmente, la migración no se piensa en forma individual. En cam-
bio, y debido a las mayores restricciones que deben afrontar para el ingreso
a los países de destino –sobre todo si se trata de destinos extrarregiona-
les–, sus salarios más bajos y las especificidades regulativas de sus pues-
tos de trabajo, entre otros factores, las mujeres migrantes no calificadas
tienden a desplazarse de modo solitario, y su estrategia más bien consiste
en mantener a su familia en el país de origen y enviarle remesas, aunque
a veces ese desplazamiento solitario inicial es el primer paso de una estra-
tegia de relocalización familiar de más largo plazo (Raghuram y Montiel,
2003). De todos modos, esto se ha visto dificultado por el aumento de las
restricciones para la reagrupación familiar en los países de destino, a partir
de la crisis económica que varios de ellos están atravesando.
Como sostenía en el informe de la investigación publicado en 2006,
este es uno de los puntos en el que la intersección entre calificación y per-
tenencia de clase se condensa:
“La migrante calificada puede ‘aspirar’ a conseguir un puesto de
trabajo con mejor paga, este es uno de los ‘derechos’ que viene
asociado con el título (…). Además, por una suerte de ‘endogamia
de clase’, sus parejas también son generalmente profesionales. Y
otro factor que les es favorable es la selectividad educativa de las
legislaciones migratorias de los países centrales”16 .

Por estas razones, las madres con menor capital tienden a transnacio-
nalizar su maternidad, con los “costos” que eso significa para ellas, sus hi-
jos, sus parejas y su familia ampliada.
Aquí es necesaria una digresión respecto de lo que se entiende por esta
transnacionalización de la maternidad, o, más ampliamente, por “familia
transnacional”. La idea más común a la que remite esta noción es la que
considera que “los campos sociales transnacionales… conectan actores,
por medio de relaciones directas e indirectas, a través de fronteras”17. De
Stang, María Fernanda, “Saberes de otro género. Emigración calificada y relaciones
16

intergenéricas en mujeres argentinas y chilenas”, Informe final del concurso: Migra-


ciones y modelos de desarrollo en América Latina y el Caribe. Programa Regional de
Becas CLACSO, 2006, 18.
Peggy Levitt, “Los desafíos de la vida familiar transnacional”, en GIIM (Grupo Inter-
17

disciplinario de Investigador@s Migrantes) (coord.), Familias, niños, niñas y jóvenes


migrantes. Rompiendo estereotipos, Madrid, Iepala, 2010, 19.

142
María Fernanda Stang

este modo, las familias transnacionales se distinguirían por la separación


geográfica de sus miembros, “que mantienen entre sí relaciones materiales
y simbólicas caracterizadas por las solidaridad, los vínculos afectivos, el
sentimiento de unidad, aun permaneciendo alejados los unos de los otros
durante mucho tiempo”, y porque esa dispersión determina la forma en
que esas familias desarrollan las actividades para su reproducción18 . A pe-
sar de su separación física, estas familias serían capaces de crear vínculos
que les permitirían a sus miembros sentirse parte de una unidad y percibir
su bienestar desde una dimensión colectiva (Parella y Cavalcanti, 2010).
También se señala que la separación que caracteriza a estas familias no es
sólo espacial, sino también temporal, y que en ellas la tensión entre la es-
fera productiva y la reproductiva que se escenifica en la familia se proyecta
espacial y temporalmente. Pero también se advierte que la transnaciona-
lidad de la familia no supone necesariamente la dispersión espacial de sus
miembros, puesto que pueden moverse juntos por el espacio internacional
(García Borrego, 2010). En el caso de las mujeres calificadas del Cono Sur,
esta parece ser la forma que más usualmente adopta la migración cuando
existe un núcleo familiar constituido.
A pesar de lo acertado de este señalamiento, también es real que, al me-
nos para el modo en que se concibe la actuación de género de la maternidad
en las sociedades latinoamericanas, no es lo mismo una maternidad trans-
nacional en la que madre e hijo se desplazan juntos que aquella en la que
el hijo debe permanecer en el país de origen y es la madre la que emigra,
y, por lo tanto, cuando se habla aquí de transnacionalizar la maternidad,
y de sus “costos”, se está pensando concretamente en esta segunda forma
de desplazamiento. Y esos “costos” económicos, psicológicos y sociales más
altos que deben afrontar las mujeres migrantes con menos capital hablan
de la ventaja objetiva que favorece a las mujeres calificadas, por su perte-
nencia de clase.
Esta desventaja estructural hace que la relevancia del rol de madre en la
trayectoria migratoria se materialice de otras maneras. Una de ellas, como
decía, es la migración solitaria para enviar remesas, o para ahorrar y luego
retornar, o bien la migración escalonada, con la esperanza de una reunifi-
cación en el país de destino que muchas veces se dilata temporalmente (Gil

Chandra Talpade Mohanty, “Bajo los ojos de occidente. Academia Feminista y dis-
18

curso colonial”, en Liliana Suárez Navas y Aida Hernández (editoras), Descolonizan-


do el Feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Madrid, Cátedra, 2008, sin
número de página.

143
Con los ovarios a cuestas

Araujo, 2010), y que se hace cada vez más difícil con las nuevas restriccio-
nes normativas que han surgido a partir de la crisis que atraviesan varios
de los principales países de destino de la migración latinoamericana.
En la literatura revisada se advierte la forma en que operan e inte-
ractúan el dispositivo de desigualdad genérico-sexual y la clase, de modo
tal que la construcción social de la maternidad y los condicionamientos
estructurales de la pertenencia de clase inciden diferencialmente en la
trayectoria migratoria de las mujeres con menos capital, aunque siempre
con la misma premisa de sustento: es en la mujer en quien recae la mayor
responsabilidad respecto de los hijos y no se trata de un mandato, sino de
una materialización del habitus.
Una de las investigaciones revisadas encontró que las mujeres ecuato-
rianas residentes en España tienden más que sus compatriotas hombres a
elaborar su proyecto migratorio en función de la permanencia en Europa a
largo plazo, y procuran reagrupar a sus hijos antes que los hombres:
“Las razones de esta diferencia remiten una vez más a los papeles
que juegan unas y otros en la reproducción de las familias: ellas
tienen que cuidar de sus hijos y sufren más presiones familiares
para hacerlo, pues se entiende que esa es su tarea principal en la
unidad familiar. Además, dado que piensan en la reproducción
del grupo familiar más que en un proyecto migratorio personal,
las mujeres elaboran estrategias más a largo plazo, pensando so-
bre todo en las ventajas que tiene para sus hijos vivir en un país
socio-económicamente más desarrollado”19.

El mismo hallazgo surgió de un estudio sobre salvadoreños y guate-


maltecos en Los Ángeles (Estados Unidos), que mostró que las mujeres
con hijos en ese país planeaban permanecer allí más que los hombres, y
que en general: “La localización de los hijos es una de las determinantes
más importantes de los planes para permanecer o retornar”20. En el flujo
de peruanos hacia el Área Metropolitana de Buenos Aires, Rosas (2009b)
halló que cuando la esposa migró antes que el varón, la reunificación fami-
liar se produjo más rápido, puesto que los hijos menores no pueden migrar
Iñaki García Borrego, Op. Cit., 70.
19

Norma Stolz y Nora Hamilton (2002), “Género, motivaciones para migrar y el de-
20

seo de retornar: similitudes y diferencias entre mujeres y hombres salvadoreños y


guatemaltecos en Los Ángeles”, en Estudios Centroamericanos, Año LVII, 648, El
fenómeno de la migración en El Salvador y política migratoria del gobierno. Núme-
ro Monográfico, Universidad Centroamericana José Simón Cañas, 2002, 943.

144
María Fernanda Stang

solos, y generalmente viajan acompañados de los padres. De este modo,


“la ‘necesidad maternal’ de apresurar la reunificación con la prole explica
también la mayor rapidez con que ellas se encuentran con los esposos”21.
También se ha comprobado que las mujeres están menos inclinadas a mi-
grar en los primeros años reproductivos o cuando tienen un hijo lactante
(Rosas, 2009a).
Entonces, si bien en ambos grupos la construcción social de la mater-
nidad es determinante para la trayectoria migratoria, en el caso de las mu-
jeres con menor capital, su pertenencia de clase dificulta en gran medida la
actuación “legítima” de género en este aspecto.

Desigualdades desiguales
Otro de los resultados de la investigación acerca de las migrantes califi-
cadas, que no es novedoso pero no deja de ser sugestivo, es que del mismo
modo que en la trayectoria de migración, la maternidad es el eje central de
su vida cotidiana en el contexto migratorio, y de un modo que perpetúa la
dominación masculina en las relaciones de poder entre los géneros (o la
actuación normada de género):
“Aprendes a ser el sostén en la vida cotidiana, si bien mi marido
aporta lo económico, su amor y comprensión. A la mujer le toca
aportar el mayor apoyo a los hijos durante gran parte del día, ser
el nexo con la vida cotidiana, saber a quién/dónde recurrir cuan-
do necesitas algo, buscar actividades para hacer en familia...”22.

Esto decía Ana, que migró desde Argentina a España por una propues-
ta de trabajo para su esposo, de origen español. Ella trabajaba en Buenos
Aires, y al decidir la partida la empresa en la que estaba empleada le ofreció
un puesto semejante en Madrid, pero no lo aceptó porque el horario era
más extenso y eso, sumado al tiempo que le tomaría desplazarse hasta la
oficina, implicarían ver muy poco a su hijo –de un año y medio por enton-
ces– durante la semana. No por normalizado es menos notorio el hecho de
que la entrevistada contraponga todo lo que hace a diario en el hogar con el
“aporte económico” de su esposo. Como dice Bourdieu:

Carolina Rosas, “Migración y relaciones conyugales desde un enfoque de género: de


21

Perú a la Argentina, entresiglos”, VIII Reunión de Antropología del Mercosur, GT


26: Migrações, Identidades e conflitos, 2009, 4.
Entrevistas realizadas a Ana entre marzo y junio de 2006.
22

145
Con los ovarios a cuestas

“El hecho de que el trabajo doméstico de las mujeres no tenga una


equivalencia monetaria contribuye a devaluarlo, incluso ante sus
propios ojos, como si ese tiempo sin valor mercantil careciera de
importancia y pudiera ser dado sin contrapartida, y sin límite,
en primer lugar a los miembros de la familia, y sobre todo a los
niños”23 .

Aún en los países con sistemas económicos “más complejos”, hay un


núcleo de actividades básicas que permanece en el ámbito doméstico: las
tareas cotidianas de transformación de los bienes para el consumo final y
los servicios personales ligados al mantenimiento diario y generacional de
la población –limpiar, preparar las comidas, cuidar a los niños, la higiene
personal, entre otras–. Y es en este ámbito de las relaciones cotidianas en el
que “se construyen y se recrean los mecanismos de perduración de las iden-
tidades y relaciones de género, con toda su trama de asimetrías de poder,
que permanecen socialmente invisibles detrás del velo de la privacidad del
ámbito doméstico”24 . Por eso, a pesar de que con la expansión de la econo-
mía capitalista, las mujeres participan cada vez más en las actividades pro-
ductivas y en la circulación de los recursos –de hecho, la feminización de
la mano de obra ha contribuido a la constitución de la economía capitalista
de modo sistemático–, al no haberse modificado las relaciones patriarcales
en la familia tienen que afrontar una mayor carga de trabajo (Jelin y Paz,
1992), porque ese núcleo básico de actividades del hogar sigue dependien-
do de ellas. Y si bien es cierto que la transformación de la división intrado-
méstica del trabajo entre los géneros socialmente instituidos es más difícil
de lograr en los sectores con menores recursos de capital 25, también se re-
siste en aquellos mejor dotados de él, según surgió del análisis del corpus
de las entrevistas realizadas para la investigación sobre migrantes califica-
das: “Por más que trabaje 10 horas los quehaceres domésticos son para mí.
Aunque mi marido colabora, tengo que pedirle que haga esto o aquello, no
le nace de él”, decía Paola 26 .

Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, 122.


23

Elizabeth Jelin y Gustavo Paz, “Familia / género en América Latina: cuestiones his-
24

tóricas y contemporáneas”, en Internacional Union for the Scientific Study of Po-


pulation, El poblamiento de las Américas. Actas Volume 2, Veracruz, México, 1992,
50.
Básicamente, porque es más difícil contar con recursos para pagar un apoyo externo
25

en estas tareas, apoyo que de todas maneras suele recaer en otras mujeres.
Entrevistas realizadas a Paola entre marzo y junio de 2006.
26

146
María Fernanda Stang

Es decir, este cambio se resiste incluso ante mujeres que han adquiri-
do un capital académico –que como sabemos, tiene la capacidad de recon-
vertirse en otros campos de la formación social, como el económico por
ejemplo–. Pero, de todas maneras, la posesión de ese capital, junto con el
nuevo contexto de la sociedad de residencia, que en general tiende a ser
más igualitario en términos de relaciones entre los géneros27, permiten
ciertos corrimientos favorables a las mujeres en estas relaciones, al menos
en el ámbito hogareño.
Victoria por ejemplo, una chilena que llegó a los Estados Unidos para
hacer un doctorado y después se casó con un hombre del país de destino,
con quien tuvo un bebé, decía que su marido era un apoyo constante: “me
ayuda en la casa con la limpieza, lava la ropa, va al supermercado, me ayuda
a cocinar, a cuidar a mi hijo”28 . Otras de las entrevistadas, con parejas del
país de origen, también experimentaban este cambio, aunque expresaban
que los hombres vivían esta situación con cierta incomodidad.
Poseer ese capital académico les otorga a las mujeres calificadas ciertas
herramientas de negociación que las favorecen respecto de aquellas que
no lo tienen, y el mayor “derecho de exigibilidad” de colaboración frente
a la pareja es una de ellas (Stang, 2006). También, en teoría, les brinda la
posibilidad de pagar una ayuda externa para esas tareas, que casi exclusi-
vamente recaen en otras mujeres. Sin embargo, en este punto tiene una in-
cidencia determinante el contexto migratorio: la mayoría de las migrantes
calificadas con hijos aludió a la dificultad que supone el elevado costo de
las niñeras, las guarderías o el personal doméstico en los países en los que
residen: “No es fácil conseguir niñera y además es muy caro”29, decía Mar-
cela. Como su marido tenía un buen ingreso, que les permitía mantenerse
sin problemas, ella había optado por no trabajar para cuidar a sus hijos; de
todas maneras, planeaba hacerlo con una modalidad free lance cuando ob-
tuviera el permiso de trabajo, y eso para continuar a cargo de ellos. Fueron

Al menos es la percepción que surge mayoritariamente del análisis de las entre-


27

vistas, y también lo que muestra la comparación del índice de igualdad de género


(IDG) entre los países de destino y los de origen considerados. El IDG mide el logro
en las mismas dimensiones y con las mismas variables que el Índice de Desarrollo
Humano (IDH), pero tomando en cuenta la desigualdad de logro entre mujeres y
hombres. Si bien se reconoce la arbitrariedad en la construcción de este tipo de
indicadores, no deja de ser un indicio si se lo suma a las experiencias subjetivas de
las entrevistadas.
Entrevistas realizadas a Victoria entre marzo y junio de 2006.
28

Entrevistas realizadas a Marcela entre marzo y junio de 2006.


29

147
Con los ovarios a cuestas

varios los casos del grupo de entrevistadas en que la reinserción laboral se


pensaba en función del cuidado de los hijos. Ana, por ejemplo, decía que:
“Mi idea es hacer algo part-time pero dentro de un año, ya que estoy espe-
rando un bebé para el próximo mes”30. Sandra, que es diseñadora integral,
planeaba estudiar para ser profesora de jardín de infantes en Canadá, de
modo que los horarios de trabajo y las vacaciones les coincidieran con los
de sus hijos31.
Otro aspecto en el que se manifiesta el contexto migratorio en este
ritual de la maternidad propia de la actuación de género como mujer es en
la imposibilidad de recurrir a la familia extensa para la ayuda con las tareas
de reproducción. Este enunciado fue muy nítido en el corpus discursivo de
las mujeres calificadas, esta dificultad adicional que implica estar lejos de
otras mujeres de la familia, que suelen prestar colaboración en estas tareas
sin exigir una retribución económica:
“Es duro ser mamá y trabajar en otro país. No se tiene a la madre
cerca para ayudar a quedarse con los niños en ciertas ocasiones,
no se tiene a la hermana para compartir cosas de los niños, expe-
riencias, dificultades... Además, tanto en Chile como en Argen-
tina, no es accesible para mi nivel económico el tener empleada
en casa para cuidar a los niños y limpiar la casa, cocinar, etc. En-
tonces, después de trabajar todo el día, buscar a mi hija al jardín,
llegamos a casa y debemos repartirnos con mi esposo para coci-
nar, jugar con nuestra hija, ordenar la casa, etc. Cuando los niños
se enferman, es duro porque hay que llevarlos al doctor o a la
emergencia (que es muy lenta) y después hay que faltar al trabajo
para cuidarlos en casa, etc. Para los niños es duro no tener primos
cerca ni abuelos ni tíos”32, decía Liliana.

Las mujeres migrantes con menos capital también enfrentan esta ma-
nifestación del dispositivo de desigualdad genérico-sexual, pero con las di-
ficultades que además implica su pertenencia de clase. Las que dejan a sus
hijos en el país de origen generalmente lo hacen al cuidado de sus madres,
hermanas o alguna otra mujer ligada a ella por lazos familiares. Pero como
bien plantea García Borrego (2010), no debe pensarse este intercambio de
favores y servicios entre mujeres de una misma familia como una idílica
solidaridad femenina, puesto que esta mirada invisibiliza los potencia-

Entrevistas realizadas a Ana entre marzo y junio de 2006.


30

Entrevistas realizadas a Sandra entre marzo y junio de 2006.


31

Entrevistas realizadas a Liliana entre marzo y junio de 2006.


32

148
María Fernanda Stang

les conflictos latentes en esta relación de poder, en la que “los hijos de la


emigrante actúan como prenda u objeto valioso que esta deja en depósito,
quedando así obligada al cumplimiento de su parte del acuerdo estableci-
do entre ellas”33 . Si quedan al cuidado de sus padres, estos generalmente
asumen la paternidad emocional, pero no suelen implicarse en el trabajo
doméstico y de cuidado, que es desempeñado por otras mujeres de la fami-
lia extensa (Parella y Cavalcanti, 2010).
Las que los llevan consigo tienen aún menos posibilidades que las mu-
jeres calificadas de pagar una ayuda externa, y tampoco pueden recurrir al
círculo familiar para obtener colaboración. Pero, además, dado que muchas
de ellas basan su inserción en el mercado laboral del país de destino en
una disponibilidad casi total para el trabajo, tienen jornadas muy exten-
sas, que sumadas a los desplazamientos, les dejan muy poco tiempo para
compartir con sus hijos y ocuparse de ellos y de las tareas domésticas que
“naturalmente” les corresponden (Gil Araujo, 2010). Cuando optaron por
una migración escalonada, al momento de la reunificación suelen aparecer
conflictos con los hijos debido a su ausencia de la vida cotidiana de los
niños durante un largo tiempo: “Los niños echan de menos a las personas
que los cuidaron y les recriminan a sus padres, y en particular a las madres,
sus ausencias como si fueran abandonos”34 .
A pesar de todas estas dificultades, tanto en las entrevistas con mu-
jeres calificadas como en aquellos estudios que se ocupan de las que no lo
son se advierte que muchas de ellas sienten que vivir en sociedades donde
las relaciones de poder entre los géneros son más igualitarias las ha bene-
ficiado, en el sentido que las ha colocado en mejor posición para negociar
la carga de la reproducción, o bien para asumir un rol más protagónico en
la esfera productiva, y por lo tanto en las decisiones sobre el uso de los
recursos35.

Iñaki García Borrego, Op. Cit., 71.


33

Sandra Gil Araujo, “Políticas migratorias, género y vida familiar. Un estudio explo-
34

ratorio del contexto español”, en GIIM (Grupo Interdisciplinario de Investigador@s


Migrantes) (coord.), Familias, niños, niñas y jóvenes migrantes. Rompiendo este-
reotipos, Madrid, Iepala, 2010, 86.
Aunque recurro a la distinción entre la esfera productiva y la reproductiva, porque
35

entiendo que es una categorización que le permite a estas mujeres inteligir su la


experiencia cotidiana, soy consciente que esa separación es parte de las oposiciones
binarias que instituye el dispositivo de desigualdad genérico-sexual, a partir de la
principal de ellas: hombre-mujer.

149
Con los ovarios a cuestas

En este sentido, otro de los enunciados que pudo recortarse con cla-
ridad en el discurso de las madres migrantes calificadas, tanto las que es-
taban trabajando como las que planeaban hacerlo, es que en este nuevo
contexto social tenían más oportunidades para conciliar su rol de madre
y el profesional:
“aquí tengo un horario muy bueno, yo conseguí un puesto donde
no se trabaja exageradamente. En realidad una madre goza de
muchas ventajas aquí, las licencias por maternidad son más lar-
gas y las podés usar durante varios años, además los niños están
más tiempo en la escuela (8 a 16), o sea que el tiempo que pasan
sin la mamá en casa es muy corto, una madre trabajadora por lo
general a las 17 ya terminó de trabajar”36 , contaba Carina, una
argentina que reside en Italia.

Sin embargo, estos beneficios son aparentes. La idea no es cuestionar


logros como licencias por maternidad más largas o controles legales sobre
la paridad en la asignación de puestos a hombres y mujeres, entre otras
regulaciones que se aplican para “asegurar” coercitivamente esta “mayor
igualdad”. Pero lo cierto es que, en general, las mujeres reciben peores in-
gresos que los hombres en igualdad de condiciones, consiguen puestos me-
nos elevados con títulos idénticos, proporcionalmente están más afectadas
por el desempleo y la precariedad laboral, y ocupan con mayor frecuencia
los empleos a tiempo parcial, que las excluyen de los juegos de poder y de
las perspectivas de ascenso (Bourdieu, 2000). Eso se verifica también en
estos países con relaciones entre los géneros “más igualitarias”. Carina por
ejemplo tiene tres chicos, y cuando evaluaba las pérdidas que había impli-
cado para ella el proceso migratorio, señalaba la falta de ayuda doméstica
“para poder dedicar más energías al trabajo, y poder acceder a puestos diri-
genciales (por falta de tiempo y energías)”37.
Numerosos estudios sobre mujeres migrantes en general –es decir,
calificadas o no– coinciden en este hallazgo respecto de las ventajas que
sienten que el contexto migratorio les ofrece: muchas señalan esta sensa-
ción de “empoderamiento”38 en la sociedad de destino, tras la migración.
Aludiendo al caso de las ecuatorianas en España, por ejemplo, Pedone sos-
Entrevistas realizadas a Carina entre marzo y junio de 2006.
36

Entrevistas realizadas a Carina entre marzo y junio de 2006.


37

Véase en el artículo surgido de la investigación financiada por CLACSO y ASDI,


38

mencionado en la nota al pie 1, una discusión sobre las debilidades de la noción de


empoderamiento.

150
María Fernanda Stang

tiene que uno de los atractivos para permanecer en Europa se vincula con
la renegociación de las relaciones de pareja que puede lograrse durante este
proceso (citado por García Borrego, 2010). Rosas, en sus estudios sobre pe-
ruanas en Buenos Aires, encontró situaciones semejantes: “El análisis cua-
litativo… documentó que las adultas experimentan en la posmigración aún
más transformaciones en su autoestima, así como en su capacidad y posi-
bilidad de modificar dimensiones de su vida al interior del hogar y frente a
su pareja”, “[c]asi todas coinciden en que ahora se sienten más fuertes y con
mayor capacidad de decisión”39.
Gil Araujo también registró estas vivencias en migrantes residentes en
España: en las entrevistas ellas señalaban cambios importantes en sus re-
laciones familiares a causa de la migración, ligados al reparto de las tareas
domésticas, la gestión del dinero o la adopción de decisiones. Comentaban
que habían logrado que los hombres asumieran parte de las tareas domés-
ticas y el cuidado de los hijos. Pero, como señala acertadamente la autora,
esta imagen de la migración de mujeres del sur hacia el norte como un pro-
ceso de empoderamiento se basa en una concepción estereotipada de estas
mujeres, percibidas como sumisas, dependientes, atrasadas y apegadas a
pautas tradicionales. Además, se sustentan en una imagen del desplaza-
miento como un paso hacia la modernización. Pero lo que ocurre difícil-
mente puede ser leído en la forma de una emancipación:
“En la migración las mujeres con cargas familiares suelen ser las
principales responsables por la subsistencia de las familias tanto
en origen como en destino. Tienen bloqueado el ingreso a puestos
de prestigio, no importa cuál sea su cualificación. Los sectores
laborales a los que acceden suelen estar por debajo de su nivel
de formación y representan una inserción laboral descendente.
Tienen largas jornadas laborales (de hasta doce y catorce horas),
lo que repercute negativamente en su salud”40 .

La lectura comparativa permite advertir las vivencias comunes ligadas


a la encrucijada entre la producción y la reproducción, tensionada por la
situación migratoria. Pero los canales que encuentra esta tensión para ali-
viarse (o no) difieren según la pertenencia de clase de las migrantes. Entre
las madres calificadas entrevistadas, Nadia por ejemplo decía que ella se
“autolimitaba” en los trabajos que estaba dispuesta a tomar: “cuando uno

Carolina Rosas, Op. Cit., 5.


39

Sandra Gil Araujo, Op. Cit., 89.


40

151
Con los ovarios a cuestas

es madre se le cambian las prioridades. Yo hoy no tomaría un trabajo que


me implique viajar continuamente, trabajar largas horas o trabajar los fines
de semana. Y antes de ser madre lo hacía”41. Aquellas que habían dejado de
trabajar para cuidar a sus hijos, o que habían postergado su ingreso al mer-
cado laboral por el mismo motivo, construían la explicación de esa decisión
como una opción lógica o una decisión, pero eso no invalida el hecho que
se vean compelidas a optar porque está instituido que las tareas ligadas
a la maternidad les corresponden. Verónica emigró desde Argentina a los
Estados Unidos por una oferta laboral para su pareja. Trabajaba antes de
emigrar, pero al llegar hizo tareas de voluntariado porque no dominaba el
idioma. Luego quedó embarazada y dejó de trabajar por cinco años, para
ocuparse de la crianza. Al momento de responder la entrevista había vuel-
to a trabajar, y decía:
“La decisión de quedarme en casa fue mía. Y al principio estaba
contenta, a pesar del aislamiento que representa me sentía bien.
Pero ya los últimos años necesitaba otra cosa, un tiempo para
mí, en el que no fuera mamá solamente. Ahora los dos están más
grandecitos [se refiere a sus hijos], los dos van a la escuela, y con
mi esposo hemos acomodado los tiempos, él va a trabajar a la ma-
ñana y vuelve a las 3 de la tarde, y yo voy a trabajar de 4 a 7 más
o menos. De esta manera no necesitamos dejar a los chicos con
otras personas aparte de la escuela. Pero eso lo podemos hacer
porque tenemos la flexibilidad de la que hablé antes, en nuestros
trabajos podemos hacer esos arreglos”42.

En varios de los casos el buen ingreso de la pareja se señalaba como un


factor importante al momento de tomar esta decisión, y esta es otra de las
aristas en las que se materializa la pertenencia de clase.
En el testimonio de Verónica también aparece un elemento distintivo
del modo en que las mujeres calificadas experimentan la encrucijada entre
trabajo y maternidad –o más ampliamente, entre tareas productivas y re-
productivas–, y que tiene que ver con las expectativas de logro que el paso
por el campo académico ha “encarnado” en su habitus, expectativas que
se colocan en otros espacios vitales, además del familiar –“necesitaba otra
cosa, un tiempo para mí, en el que no fuera mamá solamente”–. Ana, que
había rechazado el puesto de trabajo en Madrid que le ofrecía la empresa en
la que trabajaba en Buenos Aires para poder cuidar a su hijo, contaba que
Entrevistas realizadas a Nadia entre marzo y junio de 2006.
41

Entrevistas realizadas a Verónica entre marzo y junio de 2006.


42

152
María Fernanda Stang

había aprovechado ese tiempo fuera del mercado laboral para compartir
con él, estudiar idiomas y seguir investigando en temas vinculados a su
formación, ya que la empresa en la que trabajaba su marido le asignaba un
presupuesto para continuar capacitándose y facilitar de ese modo su rein-
serción laboral. Sin embargo, pensaba que el no trabajar la hacía retroceder
profesionalmente, y que
“hay concesiones internas importantes que tiene que hacer
la mujer universitaria con estudios de postgrado y que deja de
ser independiente económicamente. […] A veces añoro gastar el
dinero generado con mi propio esfuerzo laboral como hacía en
Argentina. Pero pienso que en estos momentos ocuparme de mi
hijo es más gratificante que estar trabajando en una oficina con
un horario extenso”43 .

En las mujeres con menos recursos de capital, el dilema, en general,


no pasa por tener que renunciar al desarrollo profesional para dedicar más
tiempo a los hijos, porque el proyecto migratorio está usualmente ligado a
la inserción en el mercado laboral, no es una opción, y la variable depen-
diente pasa a ser la esfera reproductiva, y dentro de ella, la organización
familiar y la maternidad. Además, el problema de la conciliación entre la
dimensión productiva y la reproductiva está ausente, no casualmente, del
debate respecto de las mujeres migrantes en los países de destino, lo que
“permite corroborar que la presencia inmigrante es pensada sólo como
fuerza de trabajo. Sobre todo si tenemos en cuenta que el trabajo de las
mujeres migrantes es el principal instrumento de conciliación laboral-
familiar para muchas familias (¿mujeres?) españolas”44 . En el proceso de
reproducción, hay permanentemente un proceso de producción oculto
(Rosemberg, 2003), o deliberadamente ocultado. Y en las mujeres con me-
nos recursos de capital, está completamente invisibilizado, como si sólo la
legitimación académica pudiera habilitar las “pretensiones femeninas” de
desarrollo en la esfera productiva.

Familiarmente político…
Aunque en muchos casos tiende a hacérselo –por ejemplo, cuando se
los alude como “colectivo”–, no es posible pensar que la población inmi-
grante está desprovista de jerarquías y formas de diferenciación social (Sa-

Entrevistas realizadas a Ana entre marzo y junio de 2006.


43

Sandra Gil Araujo, Op. Cit., 91.


44

153
Con los ovarios a cuestas

yad, 1998). Existen estructuras objetivas que determinan las relaciones


de fuerza que se enfrentan en cada campo de la formación social, y que
en el ámbito de las migraciones generan desigualdades entre hombres y
mujeres, entre mujeres nativas y mujeres inmigrantes, y entre las propias
mujeres migrantes –entre muchas otras–. En este artículo se buscó explo-
rar, de manera preliminar y no sistemática, un aspecto de estas últimas,
puntualmente, las diferencias en las formas de actuación de género ligadas
a la maternidad de las mujeres migrantes latinoamericanas que implica la
pertenencia a una determinada clase social.
Si bien la primera de las investigaciones considerada como fuente fue
de carácter exploratorio –es decir, se trata de una primera aproximación al
tema que no pretende extraer conclusiones acabadas sino más bien abrir lí-
neas de investigación para el futuro–, y para arribar a conclusiones sólidas
sería preciso realizar un estudio concebido desde su génesis con propósitos
comparativos, esta aproximación preliminar permite recortar con claridad
dos ideas básicas sobre el tema: que, para las mujeres migrantes latinoame-
ricanas que tienen hijos, la actuación de género ligada a la maternidad es
decisiva y, en gran medida, determinante de su trayectoria migratoria, más
allá de su pertenencia de clase. Sin embargo, esa pertenencia incide de ma-
nera fundamental en la forma que toma esta trayectoria, con desventajas
significativas para aquellas que poseen menos recursos de capital.
Si “[l]as estructuras familiares tienen una naturaleza política” (Tal-
pade Mohanty, 2008), es preciso preguntarse qué clase de sociedad es la
que construye este tipo de desigualdades: la desigualdad entre hombres y
mujeres que impone el dispositivo genérico-sexual, la desigualdad entre
las mujeres nativas y las inmigrantes, y la desigualdad de clase entre las
propias mujeres migrantes. Y sobre todo, qué propósitos se busca con esa
construcción. En principio, puede aventurarse que el objetivo, intencional
pero no subjetivo –como aclaraba Foucault–, es naturalizar las desigual-
dades en las que se funda la formación social capitalista, para asegurar su
reproducción.

154
María Fernanda Stang

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158
Problemas de identidad chileno-árabe en
El viajero de la alfombra mágica de Walter
Garib1
Maritza Requena de la Torre

Introducción
Considerando que actualmente existen numerosos grupos de árabes en
América y que la mayoría de ellos se encuentran asentados en Chile, Brasil
y Argentina, el presente trabajo pretende, como objetivo general, proble-
matizar la presencia de la cultura árabe en la realidad latinoamericana y
chilena a través del análisis e interpretación de la novela El viajero de la
alfombra mágica (1991) del escritor chileno, descendiente palestino, Walter
Garib2, a partir del problema de la identidad. Los objetivos específicos de
1
Este trabajo surge debido a la inquietud por las formas de representación árabe en
Latinoamérica y es parte de un capítulo de la tesis para optar al grado de Magíster
en Literatura “Identidad chileno-árabe, memoria e interculturalidad en El viajero de
la alfombra mágica de Walter Garib”, Santiago, Universidad de Chile, 2011.
2
Walter Garib Chomali es cuentista y novelista, nació el 16 de marzo de 1933 en
Requínoa. El autor es nieto de emigrantes palestinos, sus cuatro abuelos abando-
naron Palestina hacia 1910, huyendo de la dominación otomana. El escritor realizó
sus primeros estudios en la escuela pública de su pueblo, después pasó al internado
de los Hermanos Maristas de San Fernando, donde estuvo dos años. En 1944, su
familia se trasladó a vivir a Santiago para dedicarse a la industria textil. En Santiago,
cursó las humanidades en el Internado Nacional Barros Arana. En 1954 se matricu-
ló durante un año en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Católica y después
ingresó a estudiar Derecho en la Universidad de Chile durante tres años (1955-57).
Fue creador y conductor del Taller de Narrativa del Club Palestino en 1976. Al año
siguiente fundó el Grupo de Teatro Alí Babá, el cual representó obras de Chejov,
Sergio Vodanovic, Alejandro Sievking y otros autores. En 1963 Walter Garib publi-
có su primer libro de cuentos titulado La cuerda tensa por editorial Universitaria,
apadrinado por el poeta chileno Mahfud Massís.Ha obtenido numerosos premios:
Primer Premio en novela en el Concurso Nicomedes Guzmán de la Sociedad de
Escritores de Chile (SECH) por Festín para inválidos (1971); mención en novela
en los Juegos Literarios “Gabriela Mistral” de la Ilustre Municipalidad de Santiago
por Hay perros en la ventana (1980) ‒obra que también obtuvo una mención en el
concurso de la Editorial Andrés Bello en 1984‒; mención en novela por De cómo
fue el destierro de Lázaro Carvajal en el concurso Andrés Bello de la editorial Andrés
Bello (1982) ‒cabe destacar que esta obra fue finalista en el concurso de novela
Herralde de la editorial Anagrama, España, en 1985‒; segundo premio en novela
por Ya nadie quiere morir al amanecer en los Juegos Literarios “Gabriela Mistral” de
la Ilustre Municipalidad de Santiago (1982); mención en novela en el Primer Cer-

159
Problemas de identidad chileno árabe

este trabajo son examinar de qué manera en esta obra ficticia se aborda el
proceso de integración árabe en Latinoamérica, en general, y en Chile, en
particular, además de evaluar qué sentido tiene para el autor la recuperación
de la memoria de esos árabes inmigrantes que llegaron a formar una de las
colonias extranjeras más importantes e influyentes de nuestra sociedad.
Cabe señalar que, con respecto a las investigaciones sobre producciones
literarias de origen árabe en nuestro país, aún existe poca atención desde
los estudios literarios. Por ello, me he propuesto profundizar en el estudio
de esta novela y contribuir al reconocimiento de la obra de Walter Garib
en el contexto de la narrativa chilena contemporánea. Ya planteada
la presencia de la cultura árabe en Chile como una realidad gracias a
estudios anteriores3 , he pretendido avanzar en relación al desarrollo

tamen Internacional de la Editorial Atlántida, Argentina, por Las noches del Juicio
Final (1983); Premio Municipal de Literatura, otorgado por la Ilustre Municipalidad
de Santiago, por De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal (1989). Fue Director
del Instituto Chileno-Árabe de Cultura entre 1979 y 1980 y tesorero de la SECH
de 1982 a 1985. Asimismo fue director de la Sociedad de Escritores en 3 períodos,
organización a la cual está vinculado desde 1967, cuando se hizo socio. Además
de su carrera literaria, Garib se ha desempeñado en la prensa escrita. Desde 1972
hasta el 1973 tuvo una columna de misceláneas en el diario La Nación. Regresó al
periodismo en 1996, para colaborar enel diario La Época, hasta cuando éste cerró a
mediados de 1998. A partir de esa fecha, escribió en la página editorial del diario La
Nación, todos los jueves, una columna satírica. Además, desde 1997 colabora en la
revista “Punto Final”. Actualmente, reside en Pirque con su esposa, la pintora Lenka
Chelén, con quien se casó en 1966.
3
Véase los trabajos de Sergio Macías, “Presencia árabe en la literatura latinoameri-
cana: tesis del olvido dentro de la historia”, en Revista Alif Nun,Nº 52, 2007. En
http://www.libreria-mundoarabe.com/Boletines/n%BA52%20Sep.07/Presencia-
ArabeLiteraturaLatinoamericana.html. Lorenzo Agar, “La inmigración árabe en
Chile: los caminos de la integración”, en El mundo árabe y América Latina, Madrid,
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árabe moderna, Madrid, Almenara, 1974.

160
Maritza Requena de la Torre

de esta presencia en el sistema cultural actual, proponiendo algunos


cuestionamientos en torno al intercambio cultural. Este aspecto todavía
no ha sido asumido plenamente y, por lo tanto, tampoco se ha integrado a
la discusión en torno a la identidad, si bien se acepta la existencia social de
este grupo y su aporte al progreso económico del país mediante la industria
textil.
Basándose en la idea de una realidad americana multicultural en la
que la cultura árabe se suma a otras en el proceso de formación de nuestra
identidad, cabe preguntarse cómo el autor -en su doble condición chileno-
árabe- contribuye con esta novela a la rearticulación de la identidad
chilena, latinoamericana, árabe y, también, palestina. En otras palabras, el
propósito de este trabajo es indagar en el rol que ha tenido la cultura árabe
en la constitución identitaria nacional y regional, en cuanto Garib asume,
desde una perspectiva crítica, las problemáticas sociales y culturales que
ha traído la integración árabe en Chile, como parte de su función como
escritor.

Fabulación e identidad
El viajero de la alfombra mágica constituye una representación de la ex-
periencia de la emigración árabe en América4 desde la perspectiva de un
autor descendiente palestino. La novela adopta una forma testimonial para
relatar el viaje, la llegada y el proceso de integración a la sociedad chilena
de un inmigrante palestino y su descendencia. En este sentido, la proble-
mática identitaria deriva directamente de las dificultades propias de este
proceso, producto de las tensiones sociales y asimilaciones culturales que
se generan a partir de la inserción y adaptación a una nueva realidad. A
través del recorrido de la familia Magdalani por Paraguay y Bolivia, hasta
llegar a Chile -pasando por Iquique, Valparaíso y Santiago- la novela inten-

4
Hay que considerar que existe una tendencia en la narrativa latinoamericana con-
temporánea que se caracteriza por abordar la misma temática de la inserción de
inmigrantes de origen árabe en nuestro continente y la relación de convivencia en-
tre árabes y latinoamericanos. El viajero de la alfombra mágica se inserta en un
corpus de textos sobre la inmigración árabe en América, vinculándose así con otros
relatos sobre la experiencia de la emigración árabe a Chile que tienen un carácter
testimonial. Entre las novelas de escritores chilenos de origen árabe, cabe señalar a:
Benedicto Chuaqui, Memorias de un emigrante (1942); Roberto Sarah, Los turcos
(1961); José Auil, La aldea blanca (1977); Ema Cabar, El valor de vivir (1985); Mi-
guel Littin, El viajero de las cuatro estaciones (1990); Jaime Hales, Peregrino de ojos
brillantes (1995).

161
Problemas de identidad chileno árabe

ta mostrar cómo se inserta el árabe en distintos países de Latinoamérica,


con lo que se pretende revelar que en el proceso de formación de nuestra
identidad hay un sello árabe.
Inspirándose en una situación real que afectó a una familia árabe en
Chile en los años 60, el autor toma como representantes ficticios de la co-
lectividad árabe en Chile a Aziz Magdalani y su linaje, quienes encarnan
el problema de la pérdida paulatina de las costumbres y tradiciones árabes
ancestrales, ya que un miembro de la tercera generación reniega de su ori-
gen y prefiere emparentarse con la nobleza europea con el fin de acceder
a la alta sociedad santiaguina. Este conflicto se expresa en los personajes
de Aziz, el pionero, y su nieto Bachir, quienes representan dos formas de
abordar los intercambios culturales entre árabes y chilenos.
Aziz, fundador del linaje Magdalani, representa absolutamente el per-
fil identitario de los árabes inmigrantes llegados a América a fines del siglo
XIX, ya que la mayoría de ellos eran hombres jóvenes solteros y cristianos
ortodoxos que provenían de Siria, Líbano y Palestina, territorios que en esa
época se encontraban bajo la dominación del Imperio Turco Otomano. Aziz
viajó desde Palestina hacia América del Sur en un barco italiano porque se
negaba a ser reclutado en el ejército turco. En efecto, respecto a las condi-
ciones que determinaron su partida, Aziz recuerda que “su padre fue quien
le habló de emigrar; de lo contrario, los turcos lo obligarían a incorporarse
al ejército. ¿Adónde ir? Unos primos le hablaron de América donde vivía
un tío, y él, sin conocer más allá de las fronteras de su pueblo o del pueblo
vecino, se entusiasmó.”5 Considerando que la partida fue por iniciativa in-
dividual, es decir, que no fue una acción dirigida o alentada por el Estado,
el viaje constituía toda una aventura.
Tal como comenzaron a ganarse la vida casi todos los emigrantes, Aziz
se desempeñó en el oficio de buhonero durante su residencia en Paraguay.
Es decir, fue un vendedor ambulante de baratijas y mercaderías de bajo
precio, pero muy requeridas por su variedad y novedad. Luego, en Cocha-
bamba se instala con un negocio, allí consigue prosperidad económica,
además de la amistad y el reconocimiento de la sociedad árabe de la ciudad
boliviana. Al llegar a Chile -específicamente, a la ciudad de Iquique- Aziz
adquiere una nueva tienda. De esta manera, vemos que la presencia árabe

5
Walter Garib, El viajero de la alfombra mágica, Santiago de Chile, Alkitab, 2008, 96-
97.

162
Maritza Requena de la Torre

en Latinoamérica se ha revelado, principalmente, en el comercio y, justa-


mente, así lo ha reflejado la literatura.
La imagen del mal llamado “turco”6 asociado al comercio se origina
porque esa fue la actividad económica que preferentemente desempeñaron
al establecerse en territorio americano. Con respecto a la reacción inicial
de los chilenos ante esta inmigración, Antonia Rebolledo7 plantea que la
percepción general de la sociedad fue de rechazo, especialmente de las eli-
tes políticas e intelectuales y de la aristocracia. La presencia de árabes no
fue asumida como una presencia deseable porque, en comparación con los
colonos europeos, no contribuían al mejoramiento de la raza, es decir, no
eran favorables al ideal civilizador ni al progreso de las naciones. A esto se
suman las críticas por su condición de comerciantes, principalmente, en el
rubro textil, ya que ésta no era una ocupación que inspirara respeto entre
los chilenos. Por lo tanto, la limitación de oportunidades y la exclusión de
ciertos espacios y círculos sociales fueron las formas de discriminación que
sufrieron los árabes inmigrantes. Aunque, en general, no hubo agresiones
ni violencia física, sí hubo excepciones.
De acuerdo a los datos mencionados anteriormente, es posible adver-
tir que los inmigrantes árabes que llegaron a Chile tenían una identidad
cultural definida porque la mayoría de ellos eran hombres jóvenes solteros
y cristianos ortodoxos que provenían de la zona del Levante, la que en la
es parte de Siria, Líbano y Palestina. Sin embargo, ¿Qué ocurre con estos
rasgos identitarios una vez asentados en la patria de acogida? Es decir, si se
entiende por identidad “una cualidad o conjunto de cualidades con las que
una persona o grupo se ven íntimamente conectados”8 , ¿Con qué rasgos se
identifican los árabes cuando ya se encuentran instalados en la realidad
latinoamericana? Precisamente, la novela de Garib pone de manifiesto el
problema de la definición del sujeto ante la degradación de los valores que
sustentaban esta identidad, ya que en los inmigrantes y su descendencia se
produce una doble pertenencia, por una parte, a la cultura de origen y, por
otra, a la patria de acogida. En consecuencia, la identidad de los emigrantes
se vuelve mixta, Por un lado, hay un sentimiento de nostalgia y un deseo

6
Se les dio este sobrenombre de carácter despectivo a los emigrantes ya que éstos, al
ingresar a nuestro país, portaban pasaportes del Imperio Turco Otomano.
7
Véase Antonia Rebolledo, “La turcofobia: discriminación anti árabe en Chile, 1900-
1950”, en Revista Historia, Nº 28, Santiago, 1994, 249-272.
8
Jorge Larraín, Modernidad razón e identidad en América Latina, Santiago de Chile,
Editorial Andrés Bello, 1996, 23.

163
Problemas de identidad chileno árabe

de recuperar ese pasado árabe y por otro, llevan a cabo un proceso de asi-
milación de la otra cultura en pos de la integración a la sociedad chilena.
Este proceso de asimilación e intercambio cultural implicó, fundamental-
mente, el aprendizaje de la lengua española. Por tanto, el bilingüismo sería
un fenómeno de doble pertenencia. A ello se suma que la estructura fami-
liar se abre hacia matrimonios mixtos o exogámicos, es decir, que algunos
árabes, tendieron a casarse fuera de la colonia, favoreciendo la integración.
Así podemos afirmar que, en general, los grupos de inmigrantes de origen
árabe se integraron plenamente a la sociedad y a la cultura chilena, aunque
lo hicieron conservando los valores, costumbres (idioma, cocina, juegos,
ritos) y creencias ancestrales.
Para responder a la pregunta por la identidad, Bernardo Subercaseaux
explica que existe una visión tradicional de la identidad cultural en la que
subyace una concepción esencialista, vale decir, que la identidad se concibe
“como un conjunto de rasgos más o menos fijos, vinculados a cierta terri-
torialidad, a la sangre y al origen, como una esencia más bien inmutable
constituida en un pasado remoto, pero operante aún y para siempre”9.
Para esta postura, toda alteración se percibe de manera negativa, ya que la
identidad implica continuidad y preservación de los rasgos que la constitu-
yen, así se ve amenazada por todo aquello que implique ruptura, pérdida
de raíces, cambio y modernidad. Por el contrario, está el punto de vista de
quienes conciben la identidad como un proceso de elaboración discursiva.
Siguiendo esta última línea, Jorge Larraín10 delimita el concepto de iden-
tidad cultural y señala que ésta no es una esencia innata dada sino que
es un proceso social de construcción, en el cual el individuo se identifica
con ciertas categorías colectivas, tales como religión, género, clase, etnia,
profesión, sexualidad, nacionalidad. Larraín establece, entonces, tres com-
ponentes de la identidad. Primero, la cultura, esto es, la pertenencia a un
grupo; segundo, lo material, es decir, las posesiones y el consumo, sean ob-
jetos materiales o formas de entretención y arte; y tercero, la evaluación de
los demás. Como complemento a esta noción de identidad, Amin Maalouf
señala que ésta se encuentra formada por múltiples pertenencias, es decir,
que la identidad está compuesta por la suma de varios rasgos. El concepto
de identidad, en términos antropológicos, se entiende como el sentido de

9
Bernardo Subercaseaux, “La apropiación cultural en el pensamiento y la cultura de
América Latina” en Revista Estudios Públicos, Nº 30, 1988, 125-135.
10
Véase Jorge Larraín, Identidad chilena, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2001,
25-26.

164
Maritza Requena de la Torre

pertenencia a una tradición religiosa, a una nación, a un grupo étnico y lin-


güístico, a una familia, a una profesión y a un ámbito social, sin embargo,
para este autor no existe una sola pertenencia primordial que sea superior
a las demás.11 Al negar la idea de una pertenencia esencial, se plantea que
la identidad no es inmutable, sino que cambia con el tiempo, es decir, que
“la identidad se va construyendo y transformando a lo largo de toda nues-
tra existencia”12. En este sentido, no hay una forma fija de identidad, sino
que el sujeto se va constituyendo de manera autónoma al hacer una elec-
ción de los valores con los cuales se identifica. Aunque este proceso sea una
elección libre de las cualidades con las que un individuo o grupo se siente
conectado, no se pueden desconocer las fuerzas externas que determinan
socialmente al sujeto, ya que la noción de identidad se conjuga en tensión
con lo que es aceptado y lo que es rechazado, en el permanente ejercicio de
establecer semejanzas y diferencias, siempre en oposición a una alteridad.
Habría que señalar, entonces, que el inmigrante posee una identidad
más compleja al verse enfrentado al problema de definirse a sí mismo en
términos de una fractura. Además, desde la perspectiva de la oposición
entre “nosotros” y “los otros”, los otros siempre representan una amenaza
en la medida en que los países que reciben a los inmigrantes ven modifica-
do su sistema social y cultural, por lo que se produce una tensión entre los
inmigrados y la población local. Ante esta situación, el inmigrante desea
ocultar su diferencia para pasar lo más desapercibido posible y, por ello, se
propone asimilar la cultura del país de acogida. Para la descendencia el pro-
blema desencadena una crisis de identidad, incluso pueden llegar a renegar
de sus ancestros o bien pueden rebelarse, afirmando excesivamente esa
diferencia si sienten amenazada su identidad o un elemento importante de
ella: lengua, religión, los símbolos culturales o su independencia.
La recuperación de una memoria a través del relato permite que deter-
minados grupos afectados por procesos de invisibilización, es decir, por
mecanismos culturales llevados a cabo con el fin de omitir la presencia de
ciertos grupos sociales, recuperen su pasado y legitimen su existencia en
la historia oficial que los ha excluido. Así es posible mantener la identidad

Maalouf se plantea en contra de esta perspectiva esencialista porque considera que


11

reducir toda identidad a una sola pertenencia que se proclama con pasión, ha inci-
tado a los seres humanos a matarse entre sí. A juicio del autor, la segregación y las
matanzas étnicas son consecuencia de esta actitud, ya que se cometen crímenes en
nombre o en defensa de una identidad.
Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, Alianza, 2009, 31.
12

165
Problemas de identidad chileno árabe

colectiva y fortalecer el sentido de pertenencia a grupos o comunidades,


“especialmente en el caso de grupos oprimidos, silenciados y discrimina-
dos, la referencia a un pasado común permite construir sentimientos de
autovaloración y mayor confianza en uno/a mismo/a y en el grupo.”13
Existe también una relación estrecha entre las estrategias de invisi-
bilización y el enmascaramiento. El enmascaramiento es un mecanismo
utilizado por las personas estigmatizadas cuando se ven presionadas a
encubrir su identidad ante terceros. De este modo, en los procesos de en-
mascaramiento las personas suelen ser muy estrictas en adoptar una apa-
riencia claramente alejada del estereotipo de la identidad estigmatizada,
ponen mucho cuidado en no relacionarse con las sub-culturas asociadas
con esta identidad, rechazan explícitamente cualquier activismo en favor
de esos grupos, y evitan las relaciones sociales con otras personas estigma-
tizadas. El discriminado actúa y adopta los valores del discriminador y se
convierte él mismo en un discriminador de su propia identidad. Uno de los
momentos cruciales de esta conexión está referido a la memoria colecti-
va, cuando los propios individuos discriminados interrumpen la tradición
cultural hacia las nuevas generaciones (los migrantes dejan de transmitir a
sus hijos el idioma nativo, las familias dejan de transmitir las biografías de
los antepasados que pertenecían a determinadas minorías, etc.).
Efectivamente, en El viajero de la alfombra mágica se observan estos
conflictos identitarios, porque se produce una desvinculación de la nación
original a través de las generaciones y del mestizaje, de allí la intención del
autor de recuperar los valores árabes tradicionales. Sin embargo, también
es posible advertir una exacerbación de los rasgos identitarios ancestrales
mediante la elaboración de un discurso pro Palestina en el vínculo político
que tienen las nuevas generaciones de la familia Magdalani.
Como hemos señalado, la identidad se define en un campo tensionado
de relaciones y diferencias, en el que, desde la interacción con el mundo ex-
terior y en diálogo continuo con el otro, se establece un proceso de diferen-
ciación y de resistencia, cuyo resultado es la identificación con determina-
dos rasgos. Así el sujeto se construye discursivamente, es decir, al adherir a
un discurso, por tanto, la primera instancia en la constitución del sujeto es
en la enunciación, en la cual se establece un “yo” en oposición a un o unos
“otros”. Desde esta perspectiva, deseo proponer que en la novela se mani-
fiesta un proceso de formación de la identidad a través de las construccio-

Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI, 2002, 10.
13

166
Maritza Requena de la Torre

nes discursivas de los personajes de Aziz y Bachir, ya que sus voces conflu-
yen para relatar distintas versiones de una misma historia, cuyo objetivo
es la búsqueda de un origen. Bachir y sus hijas reconstruyen su identidad
desde la negación de sus ancestros, y, en consecuencia, reciben una severa
sanción moral. Al inicio de la novela se nos presenta a Bachir Magdalani
acongojado ante la destrucción causada en la fiesta del estreno en sociedad
de sus hijas, el personaje contempla con pesar los destrozos realizados por
un grupo de santiaguinos de la clase alta irritados por el arribismo de estos
extranjeros que buscaban incorporarse a la aristocracia nacional:
“Bachir Magdalani intentó dormir, o al menos juntar los párpa-
dos, tratando de imaginar que esa noche había sido un mal sue-
ño, o una de las tantas aventuras apasionadas de su legendario
abuelo Aziz. Pero las imágenes del vandalismo seguían pasando
ante sus ojos como una vieja película muda, pues no había sitio
en su mansión de la avenida Las Lilas que se hubiese librado de
la agresión; los baños habían sido obstruidos y los inodoros con
toallas para provocar inundaciones de agua mezclada con excre-
mentos […] el recuerdo de los cuentos árabes del abuelo Aziz le
proporcionaba la rara sensación de que volvía a ser un niño, des-
lumbrado por la fantasía de las historias.”14

En este contexto, Bachir comienza a rememorar su historia familiar.


Aziz es presentado como un fabulador, así lo perciben sus hijos y sus nie-
tos, quienes crecieron creyendo que Aziz había llegado desde Palestina vo-
lando sobre una alfombra mágica que mantenía oculta en el entretecho de
la tienda. Este relato crea un mito fundacional que trasciende toda la nove-
la y que tiene un sentido de afirmación identitaria en cuanto metáfora del
proceso migratorio. La presencia de la alfombra mágica se advierte desde
el inicio de la novela, cuando Bachir, mientras contempla la destrucción de
su casa, recuerda a su abuelo Aziz:
“Amanecía en Santiago. Desmoronado en el sillón de cuero de
su biblioteca, mientras observaba la lluvia desmadejada de octu-
bre golpear los cristales del ventanal -como llamando al pasado-
Bachir Magdalani se puso a recordar aquellos lejanos días de su
niñez. Se veía junto a sus hermanos escuchando a su abuelo Aziz
Magdalani, quien les narraba, entre infinidad de cuentos de Las
Mil y Una Noches, el de la alfombra mágica. El ruido de la lluvia
primaveral, una estridencia líquida, se le antojó las pretéritas vo-

Walter Garib, Op. Cit., 9-10.


14

167
Problemas de identidad chileno árabe

ces de estupor de la concurrencia infantil, la cual se mostraba en


extremo asombrada que el abuelo se hubiese venido de Palestina
volando en una alfombra mágica.”15

En este sentido, Aziz continúa la tradición árabe de contar historias


legendarias y se asimila a la figura de Sherezade, la famosa narradora de
los cuentos de Las mil y una noches, quien relata una historia cada noche
para aplazar la llegada de la muerte. Pese a que no sabía leer ni escribir,
Aziz solía inventar fábulas o ficciones, es decir, que mantenía una cultura
oral. Siempre refería algunas de sus aventuras de buhonero, aumentando
la espectacularidad de los acontecimientos cada vez que volvía a contar la
misma narración.
“Como refería tantas y diferentes historias a la vez, olvidaba
coordinarlas o al menos sujetarse a ciertos hechos verídicos; así,
éstas adquirían apariencia de fábula, lo que movía a sus hijos a
sospechar que nada de cuanto narraba o había narrado parecía
cierto, y que todas sus historias las sacaba de cuentos árabes.”16

Su hijo Chafik, consideraba que él era el mejor si de contar una his-


toria se trataba, tanto así que, durante el tiempo que agonizó, “lo único
que hizo fue hablar de su padre Aziz, acaso el mejor narrador de cuentos
de la tierra.”17 También la Nativa Guaraní, concubina de Aziz, es uno de
los personajes cautivados por el carácter fabulador de Aziz. Cuando ella
lo conoció “no pudo resistir el embrujo de su lengua enrevesada de fabu-
lador, donde vivían historias de califas, de aves encantadas y de lámparas
maravillosas.”18
Aziz cuenta que el desplazamiento desde Palestina hacia América lo
había hecho en una alfombra mágica, incorporando lo sobrenatural en su
discurso de identidad. El viaje en alfombra mágica de Aziz instala una sub-
versión del discurso histórico sobre el proceso de emigración y constituye
un rescate de la tradición de los relatos de Las mil y una noches, cuyo pro-
pósito es recuperar y difundir la cultura árabe ancestral entre su descen-
dencia. En otras palabras, Aziz recurre a un elemento maravilloso oriental
para reafirmar el sentimiento de pertenencia al mundo árabe y transmitir-
lo a su estirpe.
Ibíd., 1.
15

Ibíd., 185.
16

Ibíd., 13.
17

Ibíd., 38.
18

168
Maritza Requena de la Torre

Por su parte, Bachir, nieto de Aziz, inicia una investigación para de-
terminar el origen del apellido Magdalani, tratando de justificar su ascen-
dencia italiana o francesa para poder incorporarse a la aristocracia chilena.
Este personaje inventa una genealogía otra para vincularse con la nobleza
europea, manifestando el rechazo hacia su verdadero origen y traicionan-
do a sus ancestros. Por lo tanto, Bachir es presentado como un fantaseador.
Con respecto a las circunstancias que provocaron el cambio del origen fa-
miliar se indica lo siguiente:
“Todo comenzó el día en que un profesor de lenguas semitas,
amigo de la familia, le dijo a Bachir que el apellido Magdalani no
significaba nada en árabe, circunstancia que le permitía presumir
su procedencia extranjera. A Bachir -luego de consultar un par de
libracos sobre el tema- se le antojó que su apellido no era árabe.
Que sus antepasados habían llegado a Palestina en alguna de las
Cruzadas, quizás en la primera, que los Magdalani habían lucha-
do junto a los nobles de Francia, destacándose por su valentía en
Nicea y Tarso, y que el rey de Jerusalén, Godofredo de Bouillón,
había concedido a un tal Ferdinand Magdalani, entre otros hono-
res, el título de caballero. De esa peregrina historia Chucre se reía
en privado, nunca delante de Bachir, para no matarle la ilusión
de que de veras su familia poseía antecedentes de nobleza y, un
apellido con clara ascendencia francesa o italiana.

Ese día que Bachir, a la hora de almuerzo, reveló a su mujer e hijas


el resultado de su trivial investigación, las jóvenes se abrazaron y
bailaron como si estuviesen ebrias.”19

A su vez, las hijas de Bachir inventan sus propias versiones sobre la ge-
nealogía Magdalani a partir de la información de su padre. Pilar y Andrea
se encargan de difundir sus fantasías sobre el origen del apellido Magda-
lani y, finalmente, deciden realizar una fiesta para celebrar su estreno en
sociedad. Pilar, tras encontrar un mapa de Italia en la biblioteca y fijarse
primero en el norte, en Lombardía, y luego, en Mantua, “elaboró un árbol
genealógico de estructura complicadísima, donde sus antepasados esta-
ban emparentados con más de algún Papa, con escritores y pintores del
Renacimiento.”20 Andrea comentaba en cada lugar al que asistía (donde
amigos, en las fiestas, en la peluquería o donde la modista) que:

Ibíd., 28.
19

Ibíd., 30.
20

169
Problemas de identidad chileno árabe

“[…] un tatarabuelo suyo había sido consejero del rey de Italia,


Víctor Manuel II. Y que Cavour se alojaba a menudo en casa de
sus parientes, circunstancia que lo llevó a enamorarse de una
Magdalani, cuya belleza casi trastorna al político. Al final, la
Magdalani de la historia se casó con un príncipe húngaro, quien
pudo llegar a ser rey de su país si no hubiese muerto de una epide-
mia de cólera en el norte de África, adonde llevaba de preferencia
a pasear en velero a su joven y bella esposa.”21

Las hijas de Bachir eran las más decididas a cambiar sus relaciones
sociales, porque querían borrar absolutamente toda marca que pudiera
vincularlas a inmigrantes pobres, analfabetos y campesinos, como si fuese
vergonzoso ser descendiente de árabes. Por su parte, el hermano de Bachir,
Chucre, y su esposa Marisol no estaban de acuerdo con esta conducta de
buscar ascendientes italianos o franceses, pero se mantenían al margen de
la situación.
Este anhelo de blanqueamiento social es típico del «siútico», figura que
representa una tipología sicológica asociada a la clase media por su carácter
aspiracional. El siútico se define como “la persona que presume de fina y
elegante, o que procura imitar en sus costumbres o modales a las clases
más elevadas de la sociedad”22. Siguiendo el análisis de Benjamín Suberca-
seaux con respecto a la estructura de la sociedad chilena, Larraín señala
que “en Chile existen dos clases bien delineadas: “la persona bien” de la
mal llamada “aristocracia” y el “roto” del pueblo. La clase media entre me-
dio no tiene calidad de clase social pero sí existe como un tipo psicológico,
el siútico, que tiene el deseo desmesurado de asimilarse a la clase alta.”23
De acuerdo a esta descripción, el tipo de la clase media actúa con todas
las exageraciones de una vida falsa que se toma en serio, tiene un carác-
ter altivo, el deseo de aparentar y una aspiración por subir de clase social,
es decir, que trata desmesuradamente de identificarse con la clase alta. El
siútico tiene una típica actitud de incertidumbre sicológica porque, por per-
tenecer a la clase media, se encuentra en transición. El arribista se identi-
fica por el movimiento, el equilibrio inestable y por una falta de seguridad
interior.

Ibíd., 30-31.
21

Definición extraída del Diccionario de la Real Academia Española.


22

Jorge Larraín, Op. Cit., 105.


23

170
Maritza Requena de la Torre

“La siutiquería es inconformismo, temor, falta de seguridad y


ambiciones fuera de lugar. La siutiquería se acerca al fenómeno
psicológico de la obsesión y de la manía persecutoria; es un esta-
do de angustia que hace del siútico una víctima, un comediante
en serio que llega hasta suplantar inconscientemente su verda-
dera naturaleza por otra ficticia. La siutiquería es la fuga deses-
perada a otro estado que se considera más seguro, más noble; un
estado suficientemente poderoso para suplir la ausencia de una
personalidad.”24

Según el estudio del periodista Óscar Contardo, el tipo humano que as-
pira a la aristocracia surge, en su condición de nuevo rico, producto de tres
factores: la vida urbana, ya que en este contexto es posible encontrar una
variable entre el patrón y el peón, una riqueza nueva gracias a las minas del
norte y el surgimiento de los burócratas y profesionales.25
Así, vemos a Bachir, nieto de Aziz, inventar una genealogía otra para
vincularse con la nobleza europea, con el fin de legitimar el acceso a la clase
aristócrata. De esta forma, la tercera generación de la familia Magdalani
manifiesta rechazo hacia su verdadero origen y termina traicionando a sus
ancestros, incluso el retrato de Aziz es retirado de su casa antes de la fiesta:
“Nada dijo Estrella cuando el mayordomo retiró del salón, dos
días antes de la fiesta, por orden de las señoritas Penélope del
Pilar y Andrea, la fotografía de Aziz Magdalani, sacada en Cocha-
bamba cuando tenía alrededor de treinta y cinco años. Vestido
a la usanza árabe, con el infaltable hatta 26 sobre la cabeza –el
pañuelo de la identidad– lucía todo el encanto de sus ojos soña-
dores, el gozo infinito de su boca –albergue de proverbios– y la
frente luminosa, como si llevara escritas en ella historias nunca
narradas.”27

Benjamín Subercaseaux, “El siútico o la comedia en serio”, en Contribución a la


24

realidad (sexo-raza-literatura, Santiago, Editorial Letras, 1939, 166.


Véase Óscar Contardo, Siútico, Arribismo, abajismo y vida social en Chile, Santiago
25

de Chile, Vergara, 2008.


Pañuelo palestino de algodón, tejido en blanco y negro. El hatta ha pasado a tener
26

un significado político al representar una forma de protesta por la liberación del


pueblo palestino.
Walter Garib, Op. Cit., 313.
27

171
Problemas de identidad chileno árabe

La renuncia de Bachir a la cultura de origen se presenta en contrapo-


sición a los sentimientos de arraigo y nostalgia por la tierra de origen que
expresan su abuelo Aziz y su padre Chafik. Este contraste también es evi-
dente en la nueva generación, es decir, entre sus hijas y sus sobrinos, los
hijos de Chucre:
“[…] Eric, se encerraba durante semanas en su laboratorio, dedi-
cado a hacer experimentos y a mezclar cuantas sustancias quími-
cas lograba reunir, como un moderno alquimista […] En cuanto a
Renata la menor, se había incorporado al movimiento feminista,
a la defensa del pueblo palestino y a menudo se la veía entre un
grupo de mujeres, que protestaban ante las puertas del Congreso
Nacional.”28

Además Bachir nunca aprendió el árabe, señal de su desvinculación


de sus antepasados, e incluso, ante la creación del Estado de Israel, Bachir
expresa absoluta indiferencia:
“Si bien éste [Chucre] sentía apego por las tradiciones, y vibraba
con los acontecimientos que se vivían en Palestina, al repudiar la
inminente partición del país por las Naciones Unidas, a Bachir
no le producía el mínimo sentimiento de inquietud. ¿Importaba
en algo a su familia que millones de judíos de diversas nacionali-
dades fuesen a usurpar la tierra que no les pertenecía, si él y sus
hijas habían nacido en América? Aquel despojo no le atañía, ni si-
quiera lo hacía pensar en la tragedia que por infinidad de años se
iba a desencadenar sobre los legítimos habitantes de Palestina.”29

En este sentido, es posible afirmar que la novela se propone, por un


lado, hacer una crítica social o denunciar a aquellos árabes descendientes
que han negado sus raíces y, por otro, hacer un homenaje a los ancestros y
valorizar la recuperación de la tradición árabe en las familias de inmigran-
tes. El epígrafe de la novela nos indica claramente esta intención: “A mis
abuelos, cuyas estirpes no serán deshonradas al amanecer”, tal como Ba-
chir y sus hijas han deshonrado al linaje Magdalani al renegar de su origen
árabe, emparentándose con la nobleza europea. También este es el mensaje
que porta la cuarta generación, es decir, los hijos de Chucre Magdalani, nie-
to de Aziz, quienes son fieles defensores de la tradición de sus ancestros:

Ibíd., 25.
28

Ibíd., 19.
29

172
Maritza Requena de la Torre

“No obstante, a través de los descendientes más jóvenes, Jorge,


Renata y Eric, los hijos de Chucre y Marisol, la novela introdu-
ce una esperanza en la preservación y el respeto a la tradición
milenaria de los emigrantes Magdalani. Son jóvenes que aman a
sus ancestros: Jorge es un revolucionario consciente de su estirpe
árabe trasplantada a América; Renata es una feminista defensora
de la lucha del pueblo palestino y Eric es un estudiante de cien-
cias admirador de los sabios árabes del Medioevo.”30

Las intervenciones de los hijos de Chucre apuntan a remarcar el víncu-


lo con la Palestina ancestral. Renata es mal vista por sus primas Penélope
y Andrea porque “les molestaba su permanente inclinación a sostener su
ascendencia árabe, expresada en diversos actos públicos y mostrar su irres-
tricto apoyo a la causa del pueblo palestino”31. Ella trabajaba en un comité
de defensa de la causa palestina, incluso apareció una fotografía en el dia-
rio en la que estaba encadenada a las rejas de la embajada de Israel, junto a
otros estudiantes universitarios adherentes a esta causa, para conmemorar
la masacre en la aldea de Deir Yassin32, y habían elaborado un documento
en el que manifestaban su desaprobación a la forma cómo se había realiza-
do la partición de Palestina. Por su parte, Jorge aparece en la fiesta de su
tío Bachir vestido de árabe para hacerle una broma con la intención de que
recordara al mítico Aziz Magdalani, pero éste lo increpó y acusó de querer
arruinar la fiesta de sus hijas.

Conclusiones
En conclusión, El viajero de la alfombra mágica de Walter Garib es una
novela que desarrolla de manera conflictiva el tema de la identidad, ya que
los descendientes del inmigrante palestino Aziz Magdalani manifiestan
una tensión entre la cultura árabe ancestral y el anhelo de ser otro. Bachir
y sus hijas reconstruyen su identidad desde la negación de sus ancestros,
demostrando con ello su arribismo, y, en consecuencia, reciben una severa

María Olga Samamé, “Aproximación a una novela de emigración árabe. El viajero de


30

la alfombra mágica de Walter Garib”, en Revista Chilena de Literatura, Nº 60, 2002,


41.
Walter Garib, Op. Cit., 316.
31

La masacre de Deir Yassin se refiere a la muerte de entre 107 y 120 civiles palesti-
32

nos, ocurrida entre el 9 y 10 de abril de 1948 por miembros de bandas Paramilitares


Sionistas que operaron durante el Mandato Británico. Deir Yassin es una aldea loca-
lizada a 3 km. al oeste de Jerusalén, contaba con una población aproximada de 750
personas.

173
Problemas de identidad chileno árabe

sanción moral. Y mientras Bachir contempla la destrucción de su casa y


repasa los acontecimientos vividos durante la fiesta y los sucesos anterio-
res a ella, a su mente llega constantemente el recuerdo de su abuelo, de las
historias que contaba, para remarcar cuál era su verdadera procedencia.
La identidad -entendida como un proceso de elaboración discursiva- se
expresa en los personajes de Aziz, Bachir y sus hijas a través de sus relatos,
puesto que se construyen como sujetos a partir de sus discursos sobre el
origen. Así en el acto de elección de valores llevan a cabo un proceso de afir-
mación o negación de los rasgos identitarios que los determinan como su-
jetos árabes. A través de fabulaciones, los personajes van rearticulando su
identidad, al reafirmar el sentimiento de pertenencia al mundo árabe, en el
caso de Aziz, o al afiliarse a la cultura europea, y negando su ascendencia,
en el caso de Bachir, quien desea incorporarse a la aristocracia chilena, la
cual lo rechaza violentamente.
El autor busca la reconstrucción de una memoria sobre la inmigración
que le permita a la comunidad árabe superar la traumática experiencia de
la fractura con la sociedad de origen. En el acto de rememorar, el autor
reinterpreta el episodio real que motiva la novela 33 desde una perspectiva
particular para mantener una identidad colectiva, es decir, para fortalecer

La escena inicial de la novela está inspirada en un hecho real ocurrido a una familia
33

árabe en Chile en el año 1957. El punto de partida de la novela corresponde a una


situación real sufrida por la familia Comandari, que fue silenciada por los medios
de comunicación y que se ha transformado en un tabú para la colonia árabe. El
incidente fue transmitido en forma de rumor, es decir, fue conservado oralmente
por generaciones de parientes y amigos de los asistentes a la fiesta. Este aconteci-
miento constituye un trasfondo esencial para comprender el sentido de la obra. Esta
humillante situación, con la que se afrentaba a toda la colectividad árabe en Chile,
fue considerada por el autor como un castigo ejemplar a través del cual se pretende
denunciar la renuncia a los antepasados, así luego del sentimiento de pesar y dolor,
con el tiempo Garib reconsidera este episodio como una sanción moral merecida
por haber renegado de sus ancestros y despreciado su origen familiar y cultural,
además de todo el esfuerzo que significó para los primeros inmigrantes árabes tras-
ladarse a América e integrarse a Chile y, luego, conseguir prosperidad. Esta es una de
las historias de siúticos que recoge el estudio del periodista Óscar Contardo, quien
hace explícito que el incidente está representado en la escena inicial de la novela El
viajero de la alfombra mágica, del escritor Walter Garib. El autor menciona que uno
de los casos más conocidos de discriminación de la clase alta hacia millonarios de
origen árabe se refiere a una fiesta de quince años que terminaría en desastre. Una
familia de origen árabe celebró a una de sus hijas con una fiesta a la cual invitaron,
como era usual, a los hijos de los clanes más distinguidos de Santiago, los que acu-
dieron sólo para provocar desmanes en la casa de los anfitriones, incluso, según el
mito, los invitados fueron escogidos por sus apellidos en la guía de teléfonos.

174
Maritza Requena de la Torre

el sentido de pertenencia a su comunidad. Además, se intenta legitimar


la presencia árabe en América, al ubicar al sujeto árabe y su cultura inte-
grados en nuestra sociedad y formando parte de nuestra historia. Por lo
tanto, la reformulación de la identidad latinoamericana apunta al recono-
cimiento de una cultura híbrida en la que el sujeto se define a partir de la
coexistencia de diversas culturas o la suma de varios rasgos definitorios
de la identidad. En este sentido, Garib articula una noción de identidad,
cuya base es el diálogo de culturas, y contribuye en la construcción de una
identidad chileno-árabe al representar como ficción nuevas formas de ser
árabe, especialmente palestino, en América, sobre todo si consideramos
que en nuestro país se encuentra la comunidad palestina más grande fue-
ra del mundo árabe. Para terminar, Walter Garib explica que “los hijos de
inmigrantes árabes no son chilenos ni son árabes: son chileno-árabes, y
eso significa que se han insertado exitosamente en la sociedad chilena, sin
desprenderse de sus orígenes”. 34

Bibliografía

Libros y artículos

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176
Relaciones e interacciones. El movimiento ob- María Francisca Giner Mellado
rero en Chile y Argentina

Relaciones e interacciones. El movimiento


obrero en Chile y Argentina a comienzos del
siglo XX 1
María Francisca Giner Mellado

Introducción
El surgimiento del movimiento obrero organizado en América Latina
estuvo marcado, entre otros aspectos, por los intentos para transformar
las condiciones de vida de los trabajadores, imponer leyes sociales y am-
pliar los niveles de participación de la población en sistemas políticos ex-
cluyentes. Estas luchas no solo fueron contra Estados particulares, pues se
creía que para combatir al sistema capitalista, era necesaria la unión de los
trabajadores más allá de las fronteras.
La presente investigación pretende ser un aporte a las relaciones entre
los movimientos sociales entre Argentina y Chile, intentando dar una mi-
rada por sobre las fronteras nacionales. Su objetivo es trazar lineamientos
sobre las relaciones entre los movimientos obreros de ambos países. Este
tema ha sido escasamente estudiado, por lo que aquí se quiere realizar una
primera aproximación para intentar esclarecer el carácter de las relaciones
entre estos movimientos obreros una vez ya conformados y organizados,
a comienzos del siglo XX. A través del análisis de la bibliografía y de los
periódicos obreros más significativos de ambos países, se llevó a cabo un
estudio de los movimientos de los trabajadores en los países mencionados,
identificando similitudes y diferencias en la manifestación del proceso,
considerando formas de lucha, programas, ideologías y organizaciones,
para luego trazar líneas respecto a las relaciones e interacciones que sostu-
vieron personajes y organizaciones con afinidades ideológicas.

1
Este trabajo es una investigación preliminar de la autora, titulada ¿internacionalismo
obrero o unidad latinoamericana? Las relaciones entre los movimientos obreros
de Chile y Argentina en el primer cuarto del siglo XX, tesis para optar al grado de
Magíster en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades,
Universidad de Chile, 2011.

177
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

El surgimiento del movimiento obrero en Chile y


Argentina
Durante la segunda mitad del siglo XIX las elites latinoamericanas,
recientemente independizadas del imperio español, impulsaron un proce-
so de modernización que conllevaría algunos cambios en lo económico,
social, político y cultural, mas no en la estructura económica tradicional
de base exportadora ni en el desarrollo de Estados administrativamente
eficaces.
Desde la colonia América Latina era una economía volcada “hacia fue-
ra” que respondía a las necesidades de la demanda internacional de mate-
rias primas y alimentos. Fue de esta forma que Chile y Argentina, como
repúblicas, se reinsertaron en el circuito económico internacional enca-
bezado por Gran Bretaña, es decir, desde la colonia a la República no se
develaron mayores transformaciones en el sistema económico, salvo por el
centro articulador, la metrópoli, desde el imperio español al inglés.
Chile durante el siglo XIX estuvo principalmente enfocado a la extrac-
ción minera; plata, cobre y salitre marcaron la tónica decimonónica. Y fue a
partir de ella que Chile se integró mayoritariamente a la economía mundo
liderada por Gran Bretaña, activando su transición al capitalismo en su
fase industrial. Es precisamente a partir de los capitales provenientes de
este sector que se dará el impulso industrializador en Chile. La industria-
lización chilena no tuvo la capacidad para generar una dinámica de creci-
miento sostenido libre de la influencia de la minería, y, por ende, también
se vio sometida a las influencias externas. El proceso que se desarrolló en
Argentina durante la segunda mitad del siglo XIX presentó características
similares a las chilenas. En opinión de Julio Godio en este país se articuló
una formación económica social con predominio del modo de producción
capitalista con eje agropecuario2. El latifundio, forma propia de las relacio-
nes de producción pre capitalistas, sufrió ciertas transformaciones facili-
tando el proceso de dependencia económica, pues operó como respuesta
a la demanda mundial de artículos primarios. El proceso de industriali-
zación en Argentina, en gran parte, estuvo impulsado por la producción
agrícola-ganadera de exportación, desarrollándose una industria de manu-
facturas para el consumo interno, principalmente de alimentos y centrada
en el sector de Buenos Aires.
2
Julio Godio, Historia del movimiento obrero argentino, Buenos Aires, Editorial Co-
rregidor, 2000, Vol. I, 41.

178
María Francisca Giner Mellado

En Chile y Argentina, economías dependientes y exportadoras, se


desarrolló un proceso de industrialización basado esencialmente en la
minería y la producción agropecuaria respectivamente, generando princi-
palmente industria de consumo interno. Esto provocó que la producción
se concentrara en ciertos espacios claves: en Chile en la zona salitrera y
principales ciudades, en Argentina en la zona del Litoral y particularmente
en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores.
Es en este contexto que se enmarcó la modernización que vivieron
ambos países durante el siglo XIX, el que si bien no provocó un cambio
sustancial de las formas de tenencia de la tierra y de los modos de produc-
ción agrarios, generó algunas modificaciones: en las zonas de extracción de
productos de exportación, y en otros rubros, se asistió a la transformación
de los trabajadores nacionales desde formas precapitalistas a capitalistas,
lo cual los hacía dependientes de un salario y ya no del pago en especies,
generándose una situación que carecía de lazos paternalistas, quedando
los obreros desprovistos de cualquier tipo de resguardo en caso de necesi-
dad. La rápida expansión económica requirió grandes cantidades de mano
de obra. En Argentina gran parte de ella se suplió, además, con mano de
obra de origen extranjera, a través de inmigrantes que provenían de paí-
ses europeos capitalistas con profundos conflictos sociales. La oleada mi-
gratoria reforzó a los grupos con tendencias anarquistas y socialistas ya
existentes en el país. De esta manera, se conformó una clase obrera que
no fue nacional, ya que la práctica como obreros los puso en condición de
clase que los agrupaba por sobre las diferencias nacionales. En Chile, en
cambio, el origen de los trabajadores del salitre y urbanos, en este contexto,
fue principalmente desde trabajadores agrícolas, peones, y de la pequeña
minería en la zona del norte chico. Se trató de trabajadores que debieron
sufrir un proceso de proletarización al ser desprovistos de cualquier factor
productivo, trastocando sus formas de vida, lo que posteriormente generó
la cuestión social 3 . Esta última está asociada a las malas condiciones de
vida de los sectores populares, tales como hacinamiento, duras jornadas
3
James Morris define a la cuestión social como la totalidad de: “[…] consecuencias
sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y urbanización nacientes:
una nueva forma de trabajo dependiente del sistema de salarios, la aparición médica
y salubridad; la constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses
de la nueva ‘clase trabajadora’: huelgas y demostraciones callejeras, tal vez choques
armados entre los trabajadores y la policía o los militares, y cierta popularidad de
las ideas extremistas, con una consiguiente influencia sobre los dirigentes de los
trabajadores”. James Morris, Las élites, los intelectuales y el consenso. Estado de la
cuestión social y el sistema de relaciones industriales en Chile, Santiago, Editorial

179
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

laborales, alta mortalidad, insalubridad, alcoholismo, entre otras caracte-


rísticas que fueron ignoradas por el estado y los capitalistas, lo que conlle-
varía a la organización de los trabajadores con la intención de mejorar sus
condiciones de vida, provocando, posteriormente, el surgimiento del movi-
miento obrero organizado. Este estuvo fuertemente influenciado por ideo-
logías surgidas en Europa, principalmente el anarquismo y el socialismo,
politizándose las primeras organizaciones obreras de clase que se habían
creado para sortear las dificultades sociales. En ese contexto emergió con
fuerza el movimiento obrero, él que peleó por transformar las condiciones
de vida de los trabajadores, imponer las leyes sociales y ampliar los niveles
de participación de un sistema político excluyente. En consecuencia, en
Chile y Argentina, en opinión de Julio Godio, se dieron dos casos respecto
a la constitución de la clase trabajadora: el primero producto de la escisión
de la comunidad rural y, el segundo, de inmigrantes de origen europeo4 .
Se han señalado las principales similitudes y diferencias en la confor-
mación de los movimientos obreros chileno y argentino, tales como la base
de estructura económica, política y social. Las transformaciones en la eco-
nomía local generaron un nuevo tipo de trabajador, el que buscó cambiar
sus condiciones de vida a través de la organización social. Si bien en cada
país existían circunstancias particulares, en general las demandas fueron,
a grandes rasgos, las mismas. Primero, intentar solucionar los problemas
laborales y sociales y, posteriormente, aumentar los grados de participa-
ción política, eliminar la explotación de clase y lograr la anhelada emanci-
pación del elemento trabajador.
Uno de los factores más importantes para la formación de la clase obre-
ra y de una consecuente cultura de clase estuvo dado por el alto grado de
concentración geográfica de los trabajadores en ambos países, lo que con-
llevó a la difusión de las identificaciones de clase, alentados, en parte, por
la temprana difusión de las ideologías del movimiento obrero europeo en
la zona de estudio.
La lucha del movimiento obrero organizado no fue solo contra los Es-
tados particulares, puesto que se creía que para combatir contra el sistema
capitalista se requería la unión de los trabajadores. En Europa surgieron
las primeras “Internacionales”. En América Latina, algunas organizaciones
del Pacífico, 1967, 79, en Sergio Grez Toso, La “cuestión social” en Chile. Ideas, de-
bates y precursores (1804-1902), Santiago, DIBAM, 1995.
4
Julio Godio, El Movimiento Obrero de América Latina 1850-1918, Bogotá, Edicio-
nes Tercer Mundo, 1978, 14.

180
María Francisca Giner Mellado

obreras de distintos países se afiliaron a ellas. Las diversas ideologías que


influían el movimiento obrero internacional se plantearon la necesidad
de unir a los trabajadores del mundo, pues la lucha contra el capitalismo
debía ser general, acción que fue intensificada y reafirmada a partir de la
reacción mayoritaria de las oligarquías latinoamericanas, las que indepen-
dientemente de la nacionalidad o región, reprimieron constantemente al
movimiento obrero bajo la instalación del “Estado gendarme” y la negación
de los problemas sociales. El anarcosindicalismo y el socialismo, las prin-
cipales tendencias doctrinarias que guiaron al movimiento de los trabaja-
dores durante el período de estudio, si bien disentían en torno a la relación
con el Estado, propugnaron el internacionalismo obrero como una bandera
de lucha contra el sistema capitalista en su fase industrial. Al considerar
que la pelea superaba las fronteras nacionales, los movimientos obreros de
diversos países poseyeron distintos vínculos y relaciones durante el perío-
do propuesto para el desarrollo de la presente investigación.
Si bien en ambos países las principales corrientes políticas, anarquis-
mo y socialismo, fueron tomadas desde Europa, hay diferencias en la im-
portancia del rol asignado a ellas. Respecto a las principales Federaciones
Obreras, en Chile, el movimiento obrero organizado estuvo guiado princi-
palmente por el socialismo, sin desconocer el importante alcance del anar-
quismo, y, en Argentina, por el anarcosindicalismo. Pese a esa diferencia,
en sus primeros años la huelga fue el instrumento de lucha preferido por
ambos. En Argentina los enfrentamientos constantes entre anarquistas
y socialistas entre 1896 y 1910 fueron frontales. En Chile los límites no
fueron tan cerrados en sus inicios, la base en que se desarrollaron ambas
ideologías fue la misma e inclusive algunos militantes migraron hacia
otras tendencias. En Argentina la influencia de estas ideologías se sintió
de manera más temprana, ya que junto a los constructores nacionales, la
circulación y potenciación de estas ideologías llegó de la mano de la gran
masa de inmigrantes europeos que ya adscribían a una u otra ideología.
En cambio en Chile, los líderes se enfrentaron a procesos de construcción
y deconstrucción mucho más lentos y experenciales, participando, muchas
veces, en más de un grupo. Algunos líderes se iniciaron en el Partido De-
mocrático, para luego migrar a otras organizaciones. Paradojal es el caso de
algunos anarquistas que se “reconvirtieron” a las ideas demócratas. Para
Sergio Grez esto podría haberse producido luego de que estos militantes
percibieran que los postulados anarquistas eran “impracticables porque no
se producía la adhesión masiva de los trabajadores a la causa revolucio-

181
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

naria”. Entre ellos se encontraban Víctor Soto Román, José Tomás Díaz
Moscoso, Policarpo Solís Rojas, Luis Morales, Luis Ponce y el mismísimo
Alejandro Escobar y Carvallo5.
En Argentina el Partido Socialista (PSA) fue fundado en 1894 y ejerció
notable influencia en la clase obrera durante los cuarenta años siguientes.
El PSA agrupó principalmente a grupos de elite dentro de los obreros, tales
como maquinistas y fogoneros ferroviarios, y en opinión de Rock, jamás
pudo controlar las entidades claves de la organización obrera, los sindi-
catos6 . En Chile el Partido Obrero Socialista (POS) fue fundado en 1912,
pero con anterioridad se encontraron grupos con tendencia socialista al
interior del Partido Democrático en su ala de izquierda liderada por Luis
Emilio Recabarren, grupo que también se reconoció internacionalista.
Los anarquistas en Argentina generaron un combativo movimiento
que, en opinión de Rock, logró adeptos entre los obreros inmigrantes de
Buenos Aires, declarando una serie de violentas huelgas generales que des-
encadenaron un torrente de medidas represivas por parte del gobierno. Su
método de lucha era la acción directa como medio para lograr mejoras. Para
Rock, la importancia de los anarquistas argentinos:
“Radica en el papel que cumplieron en la organización de los sin-
dicatos. Su creciente poderío se hizo notorio cuando el nombre
de la Federación se modificó en 1904, pasando a denominarse
Federación Obrera Regional Argentina (FORA). El uso del tér-
mino ‘Regional’ ponía de relieve el carácter internacionalista y
cosmopolita del movimiento anarquista”7.

Los anarquistas, en Chile influyeron fuertemente en la construcción


de la clase y cultura obrera. Conformaron diversas organizaciones, entre
ellas Sociedades de Resistencia y Centros de Estudios. Propiciaron la ac-
ción directa y la huelga general como sus formas de lucha. A diferencia de
Argentina, los principales rostros visibles del anarquismo eran locales, los
que se formaron bajo la experiencia y diversas influencias. No obstante,
durante las dos primeras décadas del siglo, no lograron mantener ninguna
de sus agrupaciones de manera permanente, puesto que se dedicaron más

5
Sergio Grez Toso, Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea”
en Chile. 1893-1915, Santiago, Lom, 2007, 199.
6
David Rock, El radicalismo argentino 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu edicio-
nes, 1997.
7
David Rock, Op. Cit., 94.

182
María Francisca Giner Mellado

al trabajo de difusión de sus ideas que a constituirse en organizaciones. En


este último punto radica la mayor diferencia con el movimiento libertario
de Argentina, donde sí tomaron el control de los sindicatos y se constituye-
ron en organizaciones duraderas.
En Argentina luego de la aprobación de importantes transformaciones
al sistema de sufragio en 1912, el movimiento obrero se enfocó más a la
vía legalista que a la acción directa. Los anarquistas no transaron en sus
formas de lucha por lo que comenzó a ganar terreno el sindicalismo, que
estaba más dispuesto a la negociación que los anarquistas, ganando final-
mente el control de la FORA en 1915. En Chile luego del repliegue de 1907
posterior a la matanza de Santa María de Iquique, se observó un repunte
de movimiento en torno al ciclo huelguístico de 1912 y 1913, año en el que
también se conformó la FORCH. Se reincentivó el llamando y participación
de la acción huelguística y en 1919 se concretó la conformación de la sec-
ción chilena de la IWW. No obstante, los socialistas lograron la conducción
de la principal organización, la FOCH.
Quizás los Partidos Comunistas en ambos países tengan mayores si-
militudes en su conformación que las demás organizaciones. El Partido
Comunista Argentino tuvo su base en una escisión del Partido Socialista
Argentino que formó el PS Internacional en 1918, el que se transformó en
Partido Comunista adherido a la Tercera Internacional. En el caso de Chile
el POS se convirtió en Partido Comunista Chileno, y también se adhirió a
la Internacional Comunista. Si bien se han pesquisado diversos contactos
entre los partidos comunistas de ambos lados de los Andes, para efectos de
esta investigación no se analizarán en detalle, debido a que el principal ob-
jetivo es estudiar los grupos de conformación más temprano, socialistas y
anarquistas, por lo que la relación entre comunistas y sindicalistas deberá
realizarse en una investigación futura.
En conclusión, y refiriéndonos a la gran masa proletaria, podemos afir-
mar que las principales diferencias entre los movimientos obreros argen-
tino y chileno, se sustentarían más en el origen diverso de los trabajadores
que en las formas de producción y concentración de las actividades produc-
tivas, a pesar de la condición exportadora y dependiente de ambas econo-
mías. No obstante, y considerando los contextos en que se desarrollaron,
las reivindicaciones de tipo clasista fueron muy similares en ambos países.

183
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

Relaciones e interacciones
Como se ha señalado con anterioridad, el surgimiento y desarrollo del
movimiento en Chile y Argentina, posee importantes diferencias, pero
también algunas similitudes. La cercanía de los países que poseen una
larga frontera marcada por las altas cumbres de Los Andes y la expedi-
ta comunicación que se sostenía entre ambas naciones a través de la red
telegráfica y del ferrocarril trasandino, influyeron en el desarrollo de un
temprano vínculo entre los movimientos obreros de ambos países.
En este apartado se expondrán los principales contactos que se han
identificado entre ambos movimientos obreros, en ellos se consideraron
las organizaciones obreras y personajes claves del anarquismo y socialismo
de ambas naciones, los que, salvo ciertas excepciones, se relacionaron se-
gún afinidades ideológicas.
Los primeros contactos del ala socialista del movimiento de los tra-
bajadores estuvieron protagonizados por Luis Emilio Recabarren, quien
estuvo en Argentina en varias oportunidades. En octubre de 1906 se
dictó sentencia contra él y fue inculpado por el proceso que se llevaba en
contra de la Mancomunal de Tocopilla. Antes ser apresado y cumplir los
541 días de cárcel a los que había sido condenado, viajó allende los An-
des. Ya establecido en Buenos Aires formó parte del Partido Socialista Ar-
gentino (PSA), escribió en diversos órganos de prensa obrera de la capital
trasandina, principalmente en La Vanguardia, y enviaba constantemente
correspondencia sobre diversos temas que fueron publicados en distintos
periódicos obreros de Chile8 . En opinión de Jaime Massardo, Recabarren
habría tenido como base, dentro de su ideario socialista, al Partido Socia-
lista Argentino y la influencia de la cosmopolita Buenos Aires de la época.
El líder obrero intentaría además abrir la clase obrera chilena a las influen-
cias de otras partes del mundo, enviando constantemente a Chile diversas
informaciones sobre el movimiento obrero argentino y de otras latitudes9.
Lo anterior no significa que Recabarren se haya vuelto socialista luego de
su estancia en Buenos Aires, sino más bien que su estadía allí habría po-
tenciado y reforzado ideas que ya poseía. Esa experiencia habría dado pie
8
Entre ellos se encuentran La Vanguardia de Antofagasta, La Voz del Obrero de Taltal, El
Trabajo de Coquimbo, La Reforma de Santiago, La Defensa de Viña del Mar y El Pueblo
Obrero de Iquique.
9
Jaime Massardo, La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren.
Contribución al estudio crítico de la cultura de las clases subalternas de la sociedad
chilena, Santiago, Lom, 2008, 214.

184
María Francisca Giner Mellado

a críticas a la organización del Partido Democrático en Chile. Recabarren


admiró profundamente, desde el principio, la organización que se daba el
PSA, donde las agrupaciones y el partido solo tenían un comité ejecutivo
que implementaba los acuerdos emanados del partido en su conjunto, me-
dida que consideraba “muy juiciosa, concluye con el caciquismo, con los
cambullones y con todos los vicios internos que tiene el partido demócrata
en Chile”10.
En 1916 regresó a Buenos Aires, donde trabajó como obrero gráfico y
se integró nuevamente al Partido Socialista, para volver a Chile en 191811.
En ese período Recabarren fue secretario de la Unión Gráfica Argentina y
formó parte de la fundación del Partido Socialista Internacional (PSI) en
1918, el que se conformó luego de una escisión del Partido Socialista Ar-
gentino en torno a la discusión del papel que debía tener el Partido, en par-
ticular, y Argentina, en general, respecto a la participación en la Primera
Guerra Mundial. También integró el primer Comité Ejecutivo del Partido
Socialista Internacional (PSI), y durante dos meses fue su secretario gene-
ral. Interesante de destacar es que este partido, es considerado antecedente
directo del Partido Comunista Argentino fundado en 1920 y adherido a la
Tercera Internacional.
Uno de los principales representantes del socialismo argentino, el
diputado Juan Bautista Justo intercambió comunicaciones con algunos
gremios obreros chilenos. En varias ocasiones se reprodujeron artículos
del líder socialista argentino en El Despertar de los Trabajadores de Iquique,
órgano del POS, junto a diversas informaciones del movimiento obrero en
Argentina 12.
Durante todo el período de estudio se han encontrado artículos en di-
versos periódicos que describen y analizan detalladamente la situación del
movimiento obrero en el país vecino. Esto devela que, en algunos casos,
existían corresponsales permanentes más allá de las fronteras quienes, in-

L. E. Recabarren, “El Partido Socialista”, en La Reforma, Santiago, 30 de diciembre


10

de 1906, en Cruzat y Devés (compiladores), Recabarren. Escritos de prensa, Santia-


go, Nuestra América, 1985. 72.
El Despertar de los Trabajadores, “Labor de Luis Emilio Recabarren en Buenos Ai-
11

res”, Iquique, 30 de diciembre de 1916.


Juan B. Justo, El Despertar de los Trabajadores, “El Socialismo”, Iquique, 1º de junio
12

de 1912; Juan B. Justo, El Despertar de los Trabajadores, Iquique, “La Guerra”, 4 de


enero de 1913.

185
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

dependientemente de su nacionalidad, enviaban información actualizada


sobre el desarrollo de la situación en uno u otro país.
El POS se fundó en 1912, pero no fue sino hasta 1915 que se realizó
su primera convención. El delegado argentino a esta última fue el diputado
provincial de Mendoza Ramón Morey, quien además fue elegido presiden-
te del congreso. Al respecto, se señaló: “La impresión recibida por Morey
acerca de la calidad moral de nuestro Partido ha sido halagadora, pues, a
este respecto El Socialista de Mendoza dice: ‘que la calidad intelectual del
Congreso revela que en Chile habrá una buena orientación doctrinaria
socialista’”13 . El que haya habido un delegado argentino al primer congreso
del POS devela que existían relaciones bastante cercanas entre las orga-
nizaciones partidarias de ambos países. Si bien no se han pesquisado las
publicaciones de la provincia fronteriza de Cuyo, es probable que Morey
sostuviera comunicaciones con periódicos chilenos en su calidad de direc-
tor del periódico socialista de Mendoza. El que, además, haya sido electo
presidente de la convención socialista en Santiago, representa el respeto y
aprecio que se le tenía en su calidad de delegado argentino y de su acción
de propaganda socialista.
Al interior del anarquismo también existieron diversos vínculos entre
las organizaciones y líderes de ambos lados de la cordillera.
Para los anarquistas el Estado se legitimaba apelando al concepto de
patria. Suriano plantea que estos grupos en la Argentina pensaban que
“el Estado necesitaba de la patria para darle sentido e identidad y era por
ello que se delimitaban fronteras”, lo que provocaba que los seres humanos
fueran separados no de acuerdo a las clases sociales, sino “a partir de la
adhesión a una entidad abstracta denominada patria”14 . Las fronteras eran
útiles a los capitalistas, el separar a los trabajadores los hacía débiles, pues
estos requerían de la unidad para hacerse fuertes. Para Grez sería precisa-
mente de esta percepción del Estado “como encarnación del autoritarismo
y la dominación de clase, y de la patria como una abstracción al servicio de
las clases dominantes, [que] se derivaba un rechazo categórico al patriotis-

El Despertar de los Trabajadores, “El primer Congreso Nacional Socialista”, Iquique,


13

26 de mayo de 1915.
Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910,
14

Buenos Aires, Manantial, 2008, 265.

186
María Francisca Giner Mellado

mo, las fuerzas armadas y las guerras entre las naciones”15, lo que los haría
también antimilitaristas.
Es esta concepción del Estado y de la patria la que imperó en varios de
los más importantes representantes de “la Idea” anarquista en Sudamérica,
quienes realizaron una intenta labor de difusión y propaganda por varios
países del continente, tal como el abogado italiano Pietro Gori, quien resi-
dió en Argentina entre 1898 y 1902 y donde se desempeñó como profesor
de la Universidad de Buenos Aires. En 1901 estuvo en Chile con el objetivo
de dictar conferencias, fin con el que también visitó Paraguay y Uruguay16 .
Víctor Muñoz ha reconocido la presencia en Chile y en El Oprimido del
italiano Washington Marzoratti, quien llegó a Valparaíso en 1889 luego de
una estadía en Montevideo y Buenos Aires. En esta última ciudad participó
en la fundación del “Circolo Comunista Anarchico”, grupo que difundía
prensa libertaria proveniente desde Europa 17.
El ítalo-argentino Inocencio Pellegrini Lombardozzi también estuvo en
Chile, fue integrante activo del movimiento ácrata en ese país, participó en
diversas huelgas y manifestaciones y dirigió la publicación ¡La Protesta del
Panadero!18 . Lombardozzi, junto a Juan B. Figueroa y Marcial Lisperguer,
fundaron el Centro Libertario “Caballeros de la Vida” en Valparaíso19. Fue
apresado en 1903 luego de liderar una huelga de panaderos en Santiago.
Posteriormente viajó al Perú, donde participó activamente del movimiento
anarquista muriendo ahí de tuberculosis en 1908. Siempre mantuvo sus
vínculos con los ácratas de Chile, especialmente a través de la difusión de
sus publicaciones en el territorio peruano.
Sergio Grez ha aportado algunos datos respecto a los contactos sos-
tenidos por los rostros visibles del anarquismo chileno. Alejandro Esco-
bar y Carvallo habría mantenido contactos con intelectuales argentinos
socialistas, entre ellos, Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Juan B. Justo,
redactores de la revista bonaerense La Montaña, y con el grupo El Rebelde,

Sergio Grez, Op. Cit., 142.


15

Horacio Tarcus (director), Diccionario Biográfico de la izquierda argentina. De los


16

anarquistas a la “nueva izquierda” (1870-1976), Buenos Aires, Emecé, 2007, 286-


288.
Víctor Muñoz Cortés, “El Oprimido, los extranjeros y la prehistoria del anarquismo
17

chileno (1889-1897)”, 2011, artículo inédito.


Sergio Grez, Op. Cit., 190.
18

Ibíd, 64.
19

187
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

también de la capital Argentina, entre 1898 y 190220 , período en el cual los


límites entre anarquismo y socialismo se estaban defiendo en Chile. Juan
Suriano identifica a Escobar y Carvallo como “colaborador” de El Rebelde21.
En Santiago dirigió La Protesta Humana periódico homónimo del que se
editaba desde 1897 en Buenos Aires. Víctor Muñoz reconoce la comunica-
ción entre el grupo chileno Rebelión coordinado por Magno Espinoza y La
Protesta, donde el primero pide ayuda para el envió de periódicos y folletos
subversivos22.
En 1923 llegó a Chile el anarquista argentino Rodolfo González Pache-
co con el objeto de dictar conferencias. González Pacheco fue considerado
importante en el área de la acción revolucionaria, pero también en el inte-
lectual, especialmente por su desarrollo como dramaturgo y redactor de La
Antorcha de Buenos Aires.
A partir de las fuentes estudiadas no se devela un vínculo importante
entre las organizaciones obreras más representativas de ambos países, la
FORA y la FOCH. Esta última no poseería ninguna ideología dominante
sino hasta la segunda mitad de la década de 1910, cuando el POS asumió
su liderazgo. Con anterioridad existía en su interior presencia de diversos
grupos políticos y obreros no militantes. Los ácratas nunca fueron impor-
tantes en la FOCH y, en opinión de algunos, se hacía necesario entonces
crear en Chile una organización anarquista. El impulso llegó en parte des-
de Argentina y en 1909 algunos ya se manifestaban a favor de una orga-
nización regional chilena 23 . Finalmente la FORCH se fundó en 1913 en la
ciudad de Valparaíso, proceso que contó con el apoyo de la organización
argentina, así como también del peruano Eulogio Otazú de la Federación
Regional Peruana. El objetivo de esta federación fue el agrupar a las so-
ciedades de resistencia, aunque no tuvo éxito en su labor y se disolvió en
1915. La FORCH se relacionó con las Federaciones Regionales de Argen-
tina, Perú, Uruguay y Brasil, formando parte activa de la convocatoria
que realizaría esta última para un Congreso Internacional, tema que será
Ibíd, 35.
20

Suriano, Op. Cit, 281 y 295.


21

Víctor Muñoz Cortés, “El primero de mayo de 1899: Los anarquistas y el origen del
22

‘Día del Trabajador’ en la región chilena”, en José Antonio Gutiérrez (compilador),


Los orígenes libertarios del Primero de Mayo: de Chicago a América Latina,
Santiago, Quimantú, 2010, 183.
Luis de Parias, La Protesta,“Necesidad que se impone”, Santiago, junio de 1909. Flo-
23

res del Prado, La Batalla,“Necesidad de la Federación Anarquista en Chile”, Santiago,


Primera quincena de diciembre de 1912.

188
María Francisca Giner Mellado

profundizado posteriormente. No obstante sus esfuerzos se desvaneció en


1915, volviéndose a fundar en 1917 bajo el impulso de Juan Onofre Cha-
morro, desapareciendo rápidamente.
Socialismo y anarquismo fueron claves en el fortalecimiento de la no-
ción de clase, más allá de la nación. En Argentina este proceso se dio de la
mano de los inmigrantes, puesto que la constitución de clase obrera no fue
en un contexto de clase nacional, a pesar de que las ideologías participaron
activamente del proceso de construcción de espacios de sociabilidad públi-
ca y construcción de identidad de clases.
Los primeros antecedentes del internacionalismo estuvieron en di-
versas organizaciones anexadas a las internacionales obreras europeas.
Pronto se desarrollaron otras instancias de discusión, principalmente bajo
la forma de publicaciones de autores de distintas nacionalidades, infor-
mación y difusión de las obras y Congresos Internacionales Continenta-
les o Regionales desarrollados y convocados por varias organizaciones.
El primer antecedente que se posee es de 1907, año en que la Federación
Obrera Regional Argentina (FORA) convocaría a una conferencia en Bue-
nos Aires con el propósito de crear una confederación obrera hemisférica
permanente, sin embargo, no logró realizar su propósito ese año, pero si en
1909 en Buenos Aires, la FORA fue sede de una conferencia de organiza-
ciones anarcosindicalistas en la que habrían participado Chile, Paraguay,
Uruguay, Brasil y Perú. En 1910 la misma Federación preparó un congreso
obrero sudamericano, con participación de los países limítrofes que no se
concretó.
Los socialistas también tuvieron algunas instancias en que intentaron
coordinarse a nivel latinoamericano. En 1919 se reunió la Primera Confe-
rencia Socialista y Obrera Panamericana con la asistencia de delegados de
Paraguay, Perú, Chile, Uruguay y Argentina. En dicho momento se preco-
nizaron la semana de 44 horas, la instrucción obligatoria y otras medidas
sociales. Se acordó realizar otra conferencia dos años más tarde, pero no
se efectuó.
Para Víctor Muñoz Cortés, sería a partir del conflicto fronterizo entre
los Estados chileno y argentino a fines del siglo XIX, que ingresaría el inter-
nacionalismo obrero a Chile24 . Para Sergio Grez, este habría sido introdu-
cido a Chile por los anarquistas, aunque: “no fue patrimonio exclusivo de

Víctor Muñoz Cortés, Guerra y patria obrera: Trabajadores, nacionalismo e interna-


24

cionalismo en los conflictos fronterizos de Chile con Argentina y Perú (1898-1922),

189
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina

los ácratas –porque los socialistas no eran menos fervorosos que ellos en
este plano y numerosos demócratas y radicales también compartían esas
banderas de lucha”25.
El internacionalismo antibelicista habría aportado a las relaciones
entre los movimientos obreros argentino y chileno en la coyuntura entre
1888 y 1902. Muñoz señala que los argumentos y la naturaleza del interna-
cionalismo chileno se habrían definido en torno a dos ejes: como protesta y
como promesa. La primera surgió contra la prensa, autoridades y militares;
la segunda, en torno a la idealización de un futuro en que todos los hom-
bres, sin distinción de su nacionalidad o patria, gozarían igualitariamente
de todos los beneficios de la humanidad 26 . Este internacionalismo que se
habría plasmado, por ejemplo, en la huelga grande de Tarapacá en 1907, en
el Congreso Obrero Internacional de Lima en 1913 y especialmente en la
Conferencia Socialista y Obrera Pan-Americana de Buenos Aires en 1919.
Es impensable que obreros de diversas naciones hayan realizado diver-
sos congresos sin existir con anterioridad instancias de sociabilidad, inter-
cambio doctrinario y de experiencias, y en general diversos mecanismos
que hayan conllevado a relaciones más complejas tal como la organización
de Congresos Internacionales.

Conclusiones
A partir de lo anterior se pueden plantear conclusiones y líneas de
investigación. En Chile el proceso de conformación de la clase obrera es
más bien interno y encuentra su raíz en el proceso de proletarización ne-
cesario para la producción capitalista y la cuestión social. En Argentina,
la construcción de la clase obrera y su interés clasista fue más expedita, y
si bien jugó un rol importante la experiencia de los trabajadores, también
tuvieron un papel trascendental los inmigrantes que ya poseían esa expe-
riencia, constituyéndose como el soporte de articulaciones entre ideología
y clase. A esto se sumó la existencia de las condiciones objetivas para el sur-
gimiento de estos conflictos de clase en las ciudades, es decir, la cuestión
social. Las diferencias entre los movimientos obreros argentino y chileno,
se sustentarían en las diversas formas de producción y concentración de

Trabajo de seminario “La Cuestión Social” (profesor Julio Pinto), Santiago, PUC,
2008.
Sergio Grez, Op. Cit., 146.
25

Víctor Muñoz, “Guerra…Op. Cit., 26.


26

190
María Francisca Giner Mellado

las actividades productivas, y en los orígenes de los trabajadores, a pesar de


la condición exportadora y dependiente de ambas economías.
Al considerar que la lucha de clases superaba los límites de los pueblos,
los movimientos obreros de estos países poseyeron distintos vínculos y
relaciones, especialmente a nivel de partidos y organizaciones políticas.
Entre ambas naciones existió una retroalimentación y circulación ideoló-
gica constante. Estos movimientos obreros se basaron principalmente en
ideologías europeas. Los argentinos, en una primera etapa, estaban más
cercanos en términos geográficos y su mayor conectividad a través del At-
lántico y producto de las grandes masas de trabajadores europeos llegados
en etapas tempranas. En cambio, Chile poseyó influencias menos directas
desde Europa y poseyó líderes nacionales que se formaron al calor de la
lucha. Quizás esto tiene incidencia en los objetivos primarios de cada mo-
vimiento obrero en general, no obstante el Internacionalismo sería el eje
que guiará las relaciones entre ambos movimientos obreros a principios
del siglo XX. Los contactos entre ellos estarían en el horizonte de orga-
nizaciones, ideologías y organizaciones políticas determinados más que a
nivel nacional, siendo las mismas pugnas al interior de las corrientes ideo-
lógicas, la aprobación de legislaciones sociales y ampliación de los grados
de participación, las que finalmente conllevarían a relajar las relaciones y
contactos entre ambos movimientos.

Bibliografía

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192
SECCIÓN III
Representar en América Latina:
colonialidad y modernidad en la
construcción de sujeto
Renato Hamel

Los procesos de etiquetar y representar grupos humanos y espacios


geográficos físicos han constituido una parte fundamental de los fenóme-
nos de la conquista, colonización, construcción y transformación de las
repúblicas en los territorios latinoamericanos a lo largo de su trayectoria
histórica. Estos procesos, por supuesto, no se han desarrollado de manera
lineal, puesto que la diversidad de los loci de enunciación involucrada en
ellos ha derivado en que se puedan entender como una disputa en la que
se ponen en juego visiones dominantes, emergentes y residuales, para usar
la categorización de Raymond Williams (1980). Esta disputa, sin embargo,
no proviene meramente de una necesidad de aprehender y ordenar el mun-
do que nos rodea y sus habitantes, ya que si bien tal motivación es la base
de este proceso, no se agota en él, como sostendría una postura sentada en
un positivismo liberal clásico. No es, en otras palabras, el ansia pura por
el conocimiento –o de las luces, en términos ilustrados– lo que motiva la
etiquetación propia y ajena, sino que, rebasando esta condición humana, el
acto de nombrar lleva consigo la marca del ordenamiento jerárquico –como
afirmación o resistencia–, a partir de la función mediadora del lenguaje
entre la conciencia y el mundo que esa conciencia habita, en términos de
Hayden White (1973: 5). Este orden particular, en efecto, tiene una car-
ga moral, individualmente, pero también política, en términos colectivos.
Aquello que se nombra –sea algo ajeno o no– es indefectiblemente posicio-
nado en algún punto dentro de tramas multidimensionales identitarias y,
por ende, de poder, que no son necesariamente excluyentes entre sí.
Habitualmente, las representaciones de un lugar, persona o grupo
‘otro’ dan cuenta más de la presencia de quien escribe, que de lo escrito.
Así, la ausencia posterior de quien ha escrito es re-llenada a través de la
continuidad de su idea, plasmada en su representación, la que, por ende,
actúa como factor de reproducción cultural y política. No obstante, esta
reproducción no puede ser entendida como mera repetición, puesto que el
significado inicial de la representación es inevitablemente diferido, pos-
puesto; su invocación posterior, en otro contexto, por otros individuos, no

195
Representar en América Latina

puede sino modificarla. Es por ello que las representaciones aquí expuestas
no pueden entenderse como edificaciones culturales definitivas. El contex-
to latinoamericano muestra diversos ejemplos de esta pluralidad jerarqui-
zada e inacabada: la problemática de la representación atraviesa los artí-
culos tratados en esta sección, a partir del análisis de las masculinidades
andinas, así como de la Patagonia, en tanto que espacio geográfico, en su
sentido físico y cultural. También, rebasando el marco temporal imperial
español, se analizarán ejemplos de representaciones literarias del niño en
la primera mitad del siglo XX chileno, y de las disputas por etiquetar lo
mapuche por parte de sus propios sujetos.
***
Cronológicamente, una de las primeras manifestaciones del imperia-
lismo español en términos de representación del ‘otro’ indígena fueron los
textos (en un sentido amplio) confeccionados por cronistas que acompaña-
ban y complementaban la misión de los conquistadores, y posteriormente
de las autoridades coloniales, en el continente americano. Estas crónicas,
al igual que otras manifestaciones de literatura colonial, tenían como ob-
jetivo relatar y nombrar principalmente aspectos novedosos de las socie-
dades dominadas, pero, en un análisis más allá de lo superficial, princi-
palmente revelan las estrategias discursivas utilizadas por sus autores, y
por ende, aquellas que probablemente eran consideradas válidas por los
receptores de esos textos.
Antes de abordar estas estrategias es necesario comprender ciertas
especificidades del imperialismo español, que contextualizan y dan sen-
tido a estas representaciones. Económicamente, la amplia disponibilidad
de recursos mineros en las regiones andinas y, en términos generales, la
disposición social de los conquistadores a evitar el trabajo manual físico,
confluyeron en la preferencia por establecer relaciones sociales de produc-
ción de tipo “contra-modernas”, vale decir, apoyadas en el trabajo coactivo
no remunerado, aunque en estrecha relación comercial con el mercado-
mundo en formación1. Por este motivo, las formaciones sociales colonia-
les andinas debían aspirar a asentar una dominación que no aniquilara a
la población local. Esta característica condicionó un modelo de conquista
1
Esta imbricación económica internacional, junto con el carácter de “empresa” de
la unidad social de la conquista, son las razones por la que se prefiere el término
“contra-moderno” por sobre el tradicional “pre-moderno”, que sugiere un modo de
producción feudal, idéntico al señorío europeo principalmente autárquico del Me-
dioevo.

196
Renato Hamel

ambivalente que se ubicaba entre el exterminio de las poblaciones autóc-


tonas y el mantenimiento de estructuras anteriores a la llegada de los es-
pañoles (por ejemplo, la continuidad de los yanaconas y de la mita). Así, el
imperialismo español no recurrió a una política deliberada de expulsión
y/o exterminio indiscriminado –como en el caso de los colonos ingleses
en Norteamérica–, ni se adaptó un imperialismo meramente tributario, al
estilo del Tahuantinsuyu pre-hispano, puesto que requería de una inter-
vención intensiva de las relaciones sociales de producción, pero también de
la supervivencia de una fuerza laboral capaz de llevar a cabo la explotación
minera. En la práctica, esto se tradujo en que el modelo imperial español
no impuso mecanismos de control de la diferencia cultural que tuvieran
una función absolutamente negadora –que legitimaran el exterminio– ni
que se limitaran a justificar una hegemonía solamente coyuntural. Más
bien, la diferencia cultural fue usada para insertar al conquistador en las
estructuras de poder prehispánicas, conservando selectivamente ciertas
instituciones (como rutinas) que facilitaban esa tarea. Así, como ilustra
por ejemplo Álvaro Ojalvo en su artículo “Discursos masculinos en textos
coloniales: Etnohistoria andina y Estudios de masculinidad”, la figura del
“Gran Hombre” construida por los cronistas pre-toledanos y la distinción
realizada entre los incas y el resto de los pueblos andinos no sólo servían
como elementos legitimadores a los ojos de españoles, sino también de los
propios conquistados. En otras palabras, la dominación, en lugar de una
absoluta destrucción, guió estas representaciones del indígena como bár-
baro débil y, en algunos casos, sodomita.
Esta característica de las crónicas españolas no sólo evidencia una
disimilitud sincrónica entre el caso del imperialismo español y otros que
se posicionaron en el continente, sino que también existe una asimetría
diacrónica con respecto a la trayectoria conquistadora española previa. A
pesar de ciertas continuidades evidentes –por ejemplo, la reconversión de
Santiago Matamoros en Santiago Mataindios–, la conquista de América
no fue una duplicación exacta del proceso de reconquista ibérica que ter-
minara en 1492, debido a las condiciones materiales y a las disposiciones
de los españoles en términos de los imaginarios que operaron en los dos
casos. Dado que el territorio ibérico era percibido como propio, re-conquis-
tar España portaba una connotación de purga, de aniquilamiento, incluso
de limpieza étnica, mientras que conquistar América implicaba un sentido
de control, de sometimiento, pero no de exterminio total. Esta novedad
histórica explica la flexibilidad del proceso constante de adaptación y, por

197
Representar en América Latina

ende, la trayectoria discursiva provisional y cambiante de los cronistas,


en torno a las masculinidades. Como muestra Ojalvo, es posible notar un
desplazamiento desde un énfasis en las masculinidades de los conquista-
dores y el Rey, hacia las masculinidades incas y de otros pueblos andinos
y finalmente, en el período toledano, un giro hacia el control imperial de
las masculinidades, enfatizando una política de las masculinidades. Estos
constantes cambios se deben entender a partir de una acumulación de co-
nocimiento por parte de los cronistas, quienes empezaban a tener mayor
contacto con las culturas prehispanas y sus formas de vida, pero también
desde un proceso interno al grupo conquistador, donde su rol se redefinía
como forma de adaptación al proceso de conquista, con sus especificida-
des. Estos sucesivos desplazamientos, no obstante, nunca impidieron la
existencia de una dicotomía entre un conquistador superior y un indígena
inferior, expresada en y justificada desde términos genéricos de masculi-
no/no-masculino. Así, la construcción de alteridades andinas a través de
los procesos de iteración y traducción –descritos por Homi Bhabha (1994:
38)– no se vio obstaculizado por las oscilaciones de las formas de repre-
sentación observadas.
Esta relativa continuidad en la trayectoria representacional imperial/
colonial española se vio particularmente tensada desde dentro –en el caso
americano- con la gradual e inacabada incorporación de las ideas de la
ilustración, como evidencia el caso del capitán Alejandro Malaspina y su
recorrido por la Patagonia a fines del siglo XVIII, abordado en el artículo
“Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina y la repre-
sentación visual de la expedición en la Patagonia (1789-1794)” de Gabriela
Álvarez.
La trayectoria intelectual de Malaspina evidencia una serie de tensio-
nes en el período tardocolonial español, tanto de tipo históricas como teó-
ricas. Dentro de las primeras, encontramos la disyuntiva española entre el
mantenimiento de estructuras tradicionales de dominación y la adopción
de una serie de cambios modernizadores, basada en la incorporación par-
cial de aspectos del pensamiento ilustrado. Las llamadas “reformas bor-
bónicas” y su posterior efecto (diferenciado) en los procesos de indepen-
dencia latinoamericanos dan cuenta de hasta qué punto estaba la Corona
española dispuesta a introducir cambios y aceptar sus consecuencias, que
resultaron, en muchos casos, contraproducentes. Como muestra Álvarez,
la suerte de Malaspina antes y después de su estadía en América fluctuó
desde el auspicio de la Corona hacia el encarcelamiento y posterior exilio,

198
Renato Hamel

dando cuenta de la fragilidad del impulso modernizador imperial: los lími-


tes de la modernización se encontraron en el afán de control de la Corona,
y cuando ésta sentía que su control se aminoraba, todos los cambios se
abortaban inmediatamente. Esta limitación ayuda a sustentar la postura
que minimiza el alcance práctico de las reformas borbónicas propiamente
tales. Sin embargo, ello no debe entenderse como una carencia de relevan-
cia histórica, ya que la orientación modernizadora de la propuesta impe-
rial efectivamente se enunció e implementó hasta cierto punto, creando
un efecto de sentido que guiaría la mayor parte de los proyectos políticos
desde ese entonces.
La condición contradictoria del denominado despotismo ilustrado que
subyacía a las reformas borbónicas aporta también elementos teóricos de
relevancia. El giro hacia una matriz interpretativa basada en “lo moderno”,
iniciado por las reformas borbónicas, significó que los intereses persona-
les y de clase puestos en juego desde fines del siglo XVIII tuvieron que, al
menos, hacer el esfuerzo por expresarse en estos términos. Surge así la
tensión entre modernización y dominación –primero en un contexto po-
lítico imperial, luego en uno republicano–, que no podía ser clausurada
definitivamente. Si bien, como se ha sugerido, esta indefinición permitió la
construcción de discursos modernos hegemónicos, funcionales a las clases
dominantes latinoamericanas, también ella permitió una multiplicidad
discursiva que posibilitó programas críticos que se oponían a las formas
establecidas de la dominación y, luego, una oposición a la dominación ca-
pitalista como un todo.
Estas consideraciones están estrechamente relacionadas con la dis-
cusión sobre la relación entre modernidad y colonialidad en nuestro con-
tinente, inspirada, por supuesto, por la producción académica asiática al
respecto. A primera vista, pareciera que la extrapolación de esta relación
desde el imperialismo inglés y francés decimonónico a la conquista espa-
ñola en América desde las postrimerías del siglo XV no es rigurosa, ya que
mientras la primera se basó en la imposición de un imaginario ilustrado
moderno, en el caso americano fueron doctrinas escolásticas las usadas
para legitimar la dominación. No obstante, autores como Enrique Dussel
(1994) han puesto de manifiesto que la condición de la modernidad pue-
de rastrearse hasta el encuentro inicial entre españoles e indígenas –en
la expresión del Ego conquiro–, y que ella sería un factor constitutiva de la
colonialidad. De esta forma, la modernidad sería un factor común a los
casos del imperialismo en América, África y Asia. Subsiste, no obstante, la

199
Representar en América Latina

cuestión de la divergencia entre una forma de modernidad y otra, a pesar


de su sustrato común. La representación de Malaspina sobre la estructura
del imperio español como contrario a la modernidad, así como el fracaso y
destierro que sufrió el capitán, evidencian que esta tensión entre moderni-
dades nunca pudo ser clausurada, condición que puede extrapolarse hasta
la actualidad.
Fue, en efecto, esta tensión la que ha permitido con el transcurso del
tiempo una visibilidad creciente de representaciones contrahegemóni-
cas emergentes en reclamo de categorías que trascienden lo puramente
epistemológico, instalándose en una reivindicación también identitaria y
política. El artículo de Enrique Antileo “Lecturas en torno a la migración
mapuche. Apuntes para la discusión sobre la diáspora, la nación y el colo-
nialismo” se instala en una vereda que niega esencializar aquello que cons-
truye, su identidad mapuche, que ya no se trata de un sujeto ajeno cons-
truido desde un ‘afuera’, sino que la defensa de una categoría propia. Esta
crítica a la fijación arbitraria de la identidad no pretende dotar al concepto
de “diáspora” de un carácter performático o únicamente contingente, sino
que se perfila como una herramienta política capaz de evitar propuestas
que apunten sólo al vaciamiento de toda noción de modernidad.
Se despliega así la prolífica discusión dada entre teóricos del sudeste
asiático sobre la posibilidad de reivindicar el sentido parcialmente “progre-
sista” que Marx encuentra en el colonialismo, sin renunciar a la posibilidad
de una afirmación identitaria propia, bajo la perspectiva de Aijaz Ahmad,
quien reclama un carácter de derecho universal para la crítica (1992: 234).
Las opciones del colonizado, entonces, no se reducen a la negación del pre-
sente o la negación del pasado; se trasciende la adscripción al “oscuranti-
smo indigenista”, basada en elementos puramente no-modernos, y la acep-
tación acrítica de una pretendida inferioridad epistémica e incluso racial
del colonizado; el subalterno, según esta visión, se reivindica desde ideas
como la universalidad o la igualdad, para tomar posesión de la crítica, que
precisamente se apunta hacia “el lado oscuro” de una modernidad histórica
inacabada y falible. Así, el colonizado adquiere la capacidad de criticar y
de ser criticado; doble condición del sujeto que lo libra del racismo peyo-
rativo y del paternalismo idealizador, que finalmente resultan igualmente
racistas.
El estudio sobre el subalterno es retomado en “Imaginarios de Infancia
en la Literatura Chilena de Primera Mitad del s. XX”, de Claudio Guerrero,

200
Renato Hamel

aún cuando se lo aborde a través de una categoría menos predilecta de la


teoría especializada en el tema: el niño. En su artículo, Guerrero destaca la
voluntad de Gabriela Mistral de elevar al niño a la calidad de “protagonista
y destinatario” de su obra, con la finalidad de liberarlo de una condición
subalterna marcada por la constante omisión de los infantes en los cáno-
nes de la cultura oficial hasta el momento. Mistral, al igual que el resto de
los autores tratados en el artículo, realizan una inclusión literaria de la
figura del niño, a menudo en conjunción con otras características, étnicas y
sociales, también consideradas negativas por el canon. Además, el niño es
elevado a la categoría de persona de derecho, por cuanto se realizan esfuer-
zos por reconocer ciertos derechos particulares de ellos. El niño se vuelve,
entonces, protagonista y destinatario de textos literarios y políticos.
Cabe cuestionarse, no obstante, si la progresiva retirada de esta omi-
sión a partir de los albores del siglo XX implica por completo una libera-
ción de la marca subalterna. Si el niño es protagonista y destinatario de la
literatura para niños, subsiste, por supuesto, la pregunta sobre quién es el
emisor de tal producción. Se revisita entonces la célebre pregunta de Gaya-
tri Spivak sobre la capacidad de hablar del subalterno, y más relevante aún,
su aclaración, que replantea la pregunta en términos de la factibilidad del
subalterno para ser escuchado (1999: 247). Si el niño sólo es introducido
como un sujeto pasivo en la cultura popular, a pesar de los esfuerzos rea-
lizados por su bienestar, sigue siendo representado y re-presentado por un
otro jerárquicamente superior, aún cuando sea para su “protección”, que,
de todas formas, puede definirse en términos de un sistema económico y
político que lo explote a futuro. La subalternidad persiste.
En síntesis, es posible apreciar que la condición de multiplicidad
asimétrica de las representaciones culturales impide hablar de sujetos
definitivamente construidos, dada la imposibilidad de clausurar comple-
tamente el significado incluso de imágenes dominantes, así como la posi-
bilidad de apropiar y agenciar diferencias previamente sentadas con fines
colonizadores. El análisis discursivo, no obstante, por necesario que resul-
te no puede obviar el condicionamiento por parte de factores externos a
él, lo que podría ocurrir en una discusión sobretextualizada; se hace clara
la presencia de aspectos de clase y estructura económica que, como se ha
visto a lo largo de esta breve introducción, a menudo dan sentido a los
diversos procesos discursivos.

201
Representar en América Latina

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202
Discursos masculinos en textos coloniales:
Etnohistoria andina y Estudios de
masculinidad
Álvaro Ojalvo

Los Estudios de masculinidad y el mundo colonial


Pensar sobre el pasado colonial hispanoamericano desde sus fuentes
tradicionales como, por ejemplo, los “textos”1 ha resultado de un gran inte-
rés para diferentes disciplinas que desean reflexionar sobre la construcción
de las identidades. La interdisciplinariedad ha obligado a volver a este pa-
sado con nuevas miradas como, por ejemplo, los Estudios de masculinidad
o Male’s Studies2.
Uno de los objetivos de estos Estudios fue destacar que, si bien, los
discursos históricos fueron construidos “por varones”, había que redirigir
la mirada para analizar los discursos “sobre los varones”3 , lo que teórica y
metodológicamente abrió las puertas para realizar una reflexión crítica del
varón como objeto de estudio.
Michael Kimmel, ya ha propuesto que la masculinidad o mejor dicho
las masculinidades son un proceso social e históricamente dinámico que se
va transformando, entre diferentes culturas, grupos étnicos y preferencias
sexuales4 .

1
Grínor Rojo ya ha explicado que el Texto (indumentaria semiótica) es lo que con-
tiene los discursos. Encontramos que este término es más sugerente puesto que
engloba tanto a las crónicas, relaciones, historias, etc. Véase Grínor Rojo, Diez Tesis,
Santiago, Editorial LOM, 2001, 23.
2
Para una historia sobre los Estudios de masculinidad ver Nelson Minello Martini,
“Masculinidades: un concepto en construcción”, en Nueva Antropología, México,
vol. XVIII, n° 61, septiembre, 2002, 11-30. En http://redalyc.uaemex.mx/src/ini-
cio/ArtPdfRed.jsp?iCve=15906101 (Octubre)
3
Thelma Fenster, “Preface: Why Men?”, en Clare A. Lees (editor), Medieval Mascu-
linities: Regarding men in the middle ages, vol. 7, USA, University of Minnesota
Press, 1994, ix-xiii.
4
Michael Kimmel, “La producción teórica sobre la masculinidad: nuevos aportes”, en
Revista Fin de Siglo: género y cambio civilizatorio, Santiago, Isis International, n°
17, 1992, 129-138.

203
Discursos masculinos en textos coloniales

Esta propuesta resulta sugerente para comprender que las masculini-


dades se han ido (re)definiendo a lo largo de la historia. El contacto entre
los conquistadores españoles e indígenas en Latinoamérica no quedó fuera
de este proceso. América se volvió también un nuevo escenario en que las
masculinidades y sus identidades comenzaron a re-articularse5.
Sabemos que los espacios públicos en América fueron controlados por
los varones6 , pero desde los Estudios Masculinos se plantea entender
cómo estos construyeron los discursos sobre los varones hispanos e indí-
genas. El lugar de enunciación7 será la clave para entender el proceso epis-
temológico en que se desarrollaron las masculinidades. Dicho lugar fue el
espacio de poder en que no sólo volvieron a definirse las masculinidades
sino que el hispano tuvo la tarea de volver a legitimar su posición como va-
rón, “In a colonial society, power is manipulated and used by the colonizers
in an attempt to gain hegemony, but many others also use it to mantain
traditional hierarchies”8 .
En este caso particular, el poder ocupado por el hispano se transfor-
mó también en una hegemonía masculina. Esto quiere decir que las di-
ferentes masculinidades se jerarquizaron a partir de la visión española.
Pero no debemos olvidar que existieron múltiples mecanismos y soportes
para otorgarle la legitimidad al conquistador. Los textos coloniales corres-
ponden a un espacio de control donde se construyeron un sinnúmero de
“imágenes”9, entre éstas también cabe mencionar las imágenes masculi-
5
No sólo en América se produjo estas tensiones sobre cómo definir las masculini-
dades sino que en Europa durante el siglo XVI también fue escenario de discusión.
Ver Scott Hendrix y Susan Karant-Nunn, Masculinity in the Reformation Era, USA,
Truman State University Press, 2008.
6
Maurice Aymard, “La comunidad, el Estado y la familia. Trayectorias y tensiones”,
en Phillipe Ariés y George Duby (coord.), Historia de la vida privada: Del renaci-
miento a la ilustración, vol. 3, España, Editorial Taurus, 2001, 389.
7
Edgardo Lander, “Saberes coloniales y eurocéntricos”, en Edgardo Lander, La co-
lonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoameri-
canas, Argentina, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2000, 1-20. En
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/lander/lander1.rtf. (Octubre 2011).
8
Pete Sigal, “(Homo) Sexual Desire and Masculine Power in Colonial Latin America:
Notes toward an Integrated Analysis”, en Peter Sigal, Infamous Desire: Male homo-
sexuality in Colonial Latin America, USA, The University of Chicago Press, 2003,
10.
9
Sobre este concepto Danto aclara: “una imagen es una representación que acepta
un cierto tipo de información sobre lo que denota (a lo que se parece), por ejemplo,
pero no es necesario que haya una conexión interna para que se dé esa información.

204
Álvaro Ojalvo

nas hispanas e indígenas. La enunciación del “otro” en los Estudios Mascu-


linos significó el ejercicio de integrar la etnohistoria para comprender cómo
este contacto afectó en la construcción de ambas identidades masculinas.

Etnohistoria y poder masculino: mismo escenario, nuevas


propuestas
No es novedad que en los últimos treinta años la etnohistoria haya
dirigido su mirada a nuevos soportes donde el texto escrito no es la única
forma de abordar el pasado10. Esto no significa que este tipo de fuentes
hayan perdido alguna importancia. El proceso de incorporación de nuevos
materiales a la etnohistoria exigió a los investigadores buscar nuevas mira-
das teóricas y metodológicas para generar espacios de discusión sobre los
textos coloniales. Entre estas miradas los Estudios de género no quedaron
atrás, como fueron los trabajos –en el caso de los Andes– de María Rostwo-
rowski, Irenne Silberblatt, entre otros. Estas investigaciones dieron paso,
en la década de los noventa, a discutir no sólo cómo el cronista enunciaba
a las mujeres, sino que también a los varones en los textos coloniales, como
la “otra cara” metodológica del género, utilizando la etnohistoria como dis-
ciplina complementaria para entender la masculinidad del “otro”11.
Analizar el término “masculinidades” significa que hay un conjunto de
masculinidades que dialogan, circulan, definen y jerarquizan. Todas estas
movilidades son elementos que tensionan las masculinidades a partir de
un eje que se encuentra directamente relacionado con estas dinámicas y
que contribuye a la construcción de masculinidades tanto hispanas como

Se podría dar por medio de la descripción”. Arthur Danto, El cuerpo/el problema del
cuerpo: selección de ensayos, España, Editorial Síntesis, 1999, 140.
Estamos pensando en los textiles y en los queros. Para el primer caso, ver Verónica
10

Cereceda, “A partir de los colores de un pájaro…”, en Boletín del Museo Chileno de


Arte Precolombino, Chile, Museo chileno de arte Precolombino, n° 4, 1990, 57-104.
Para el segundo, ver Thomas Cummins, Brindis con el Inca: La abstracción andina
y las imágenes coloniales de los queros, Perú, Universidad Mayor de San Andrés,
2004.
Desde la antropología, el trabajo de Maurice Godelier y David Gilmore fueron un
11

claro ejemplo sobre la masculinidad del “otro”. Ver Maurice Godelier, La producción
de grandes hombres. Poder y dominación entre los Baruya de Nueva Guinea, Espa-
ña, Editorial AKA, 1982 y David Gilmore, Hacerse Hombre: concepciones culturales
de la masculinidad, España, Paidos Básica, 1994.

205
Discursos masculinos en textos coloniales

indígenas: el “poder”12, como generador de un control sobre las masculi-


nidades. R.W. Connell ya ha propuesta tres tipos de masculinidades que
se articulan entorno al poder y que hemos contextualizado para el caso
hispanoamericano colonial13 . En primer lugar, tenemos la masculinidad
dominante, relacionada con el Rey y el conquistador. En segundo lugar,
la subordinada, asociada al indígena y, finalmente, la marginada que está
asignada a los que practicaban la sodomía, es decir, la práctica sexual entre
dos varones.
La estructuración de estas tres masculinidades se fue jerarquizando
a partir de quiénes poseían el control sobre las otras masculinidades.
Los cronistas, agentes del imperio español, al tener la autoridad sobre el
texto establecieron todo un proceso hermenéutico en que su identidad
masculina afectó directamente en la conformación de la construcción de
los sujetos enunciados, “if authority is defined as legitimate power, then we
can say that the main axis of the power structure of gender is the general
connection of authority with masculinity”14 .
Estas jerarquizaciones permiten entender que hubo un poder mascu-
lino en las acciones ejercida por los cronistas al momento de narrar, des-
cribir o enunciar los diferentes relatos sobre las costumbres hispanas e
indígenas. En este sentido, diferenciamos los términos masculinidad hege-
mónica y masculinidad dominante15 que a simple vista parecen sinónimos,
pero que tienen una variación fundamental. La primera, y como ya hemos
aclarado, se relaciona con el cronista y su identidad masculina, puesto que
fue él quien controló el texto y sus enunciaciones, por ende, el que desarro-
lló una “estrategia discursiva”16 para legitimar la posición no sólo de él sino
que también del que está enunciado. En otras palabras, es la masculinidad

Ya se ha propuesto la urgencia teórica de relacionar la masculinidad con el poder.


12

Ver Oscar Misael Hernández, “Estudios sobre masculinidad. Aportes desde América
latina”, Revista de Antropología Experimental, España, Universidad de Jaén, N° 7,
2007, 153-160. En http://www.ujaen.es/huesped/rae/articulos2007/misael1207.
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15

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Lydia Fossa, Narrativas Problemáticas. Los inkas bajo la pluma española, Perú, Pon-
16

tificia Universidad Católica del Perú, 2006, 191.

206
Álvaro Ojalvo

hegemónica quien genera y construye la masculinidad dominante para si-


tuarla en la cúspide de la jerarquía masculina.
Analizar la etnohistoria desde los textos para entender las masculini-
dades coloniales presenta una nota de cautela para el investigador. El con-
cepto de “poder” ayuda a entender que la construcción de un “imaginario”17
sobre las identidades masculinas desde el plano discursivo-escritural im-
plica que quien tenga ese control construirá esas masculinidades depen-
diendo de los cambios en los procesos textuales y discursivos.

La enunciación de las masculinidades en los Andes


coloniales del siglo XVI
El siglo XVI marcó un periodo importante en los Andes, puesto que fue
el proceso de incorporación de la otredad andina en la Historia española,
pero dicha incorporación fue a través de los “esquemas propios europeos”18 .
Esto sugiere que la construcción de las masculinidades también se desarro-
lló a partir de un “sistema que ya se utilizaba”19.
La enunciación en los textos coloniales a partir de la visión europea
española significó la construcción de dichas masculinidades según los có-
digos morales cristianos, una dimensión importante en la vida colonial:
“in pre-capitalist and early modern Europe sexual ideology was organized
as part of a religious world view”20. Por ende, los sujetos enunciados y sus
identidades masculinas se configuran a partir de la presencia cultural cris-
tiana en la “narrativa”21 del texto colonial. Como indica Hayden White: “¿se
ha escrito alguna vez una narrativa histórica que no estuviese imbuida no

Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario, México, Fondo de Cultura Eco-


17

nómica, 1991.
Franklin Pease, Las crónicas y los Andes, Perú, Pontifica Universidad Católica del
18

Perú, Fondo de Cultura Económica, 1995, 95.


Anthony Pagden, La caída del hombre natural, España, Alianza Editorial, 1988, 25.
19

Es importante aclarar que la incorporación de una otredad masculina en la Historia


española no era algo nuevo. Esto se puede observar, en el caso medieval, con los
“moros”. Ver Louise Mirrer, “Representing ‘Other’ Men: Muslims, Jews, and Mas-
culine Ideals in Medieval Castilian Epic Ballad”, en Clare A. Lees, op.cit, 169-186.
R.W. Connell, Gender… Op.Cit., 250.
20

Según Hayden White: “la narrativa es un metacódigo, un universal humano sobre


21

cuya base pueden transmitirse mensajes transculturales acerca de la naturaleza de


una realidad común”. Hayden White, El contenido de la forma, España, Paidos Bá-
sica, 1992, 17.

207
Discursos masculinos en textos coloniales

sólo por la conciencia moral sino específicamente por la autoridad moral


del narrador?”22.
La enunciación de las masculinidades, a partir de dicha moral, signi-
ficó realizar un proceso epistemológico en que las masculinidades domi-
nantes, subordinadas y marginales se separaron en dos grandes grupos:
varones cristianos y varones no cristianos. Esta división configuró los sig-
nificantes de cada una de estas identidades masculinas coloniales. En el
caso de los Andes, las construcciones de los significantes que definieron las
masculinidades enunciadas se dividieron cronológicamente en tres proce-
sos textuales y discursivos: “crónicas soldadescas” o textos de la conquista
(1534-1550), los textos pre-toledanos (1550-1569) y los textos toledanos
(1569-1598)23 .
En la primera etapa, se priorizaron mayormente los actos del conquis-
tador. Las narraciones se orientaron a definir, por primera vez en este te-
rritorio, una masculinidad hispana que continuó enunciándose como la
dominante durante todo el siglo XVI, “Quienes utilizaban la fuerza en las
fronteras coloniales, los ‘conquistadores’, como fueron llamados en el caso
español, probablemente fueron el primer grupo en ser definidos como tipo
cultural masculino, según el sentido moderno”24 .
Los primeros cronistas inauguraron su discurso dividendo al grupo
dominante masculino en dos: Rey y conquistador. Este segundo, enuncia la
figura del monarca como el primero en la cúspide, “vasallos del invictísimo
Carlos Emperador del romano imperio, nuestro natural Rey y señor”25. Si
bien, podría resultar de perogrullo mencionar que los conquistadores eran
vasallos del Rey, esto implicó que eran los representantes del monarca en
los Andes, es decir, “metonimia del imperio”26 y, como tal, su figura fue
construida como modelo de la cultura cristiana en materias de moral 27,

Ibíd, 35.
22

Raúl Porras Barrenechea, Los cronistas del Perú: 1528-1650 y otros ensayos, Perú,
23

Banco del Crédito del Perú, 1986.


R.W. Connell, Masculinidades… Op.cit., 252.
24

Francisco de Xerez, Verdadera relación de la conquista del Perú, España, Historia


25

16, 1992, 59.


Rubén Medina, “Masculinidad, Imperio y Modernidad en cartas de Relación de
26

Hernán Cortés”, en Hispanic Review, USA, University of Pennylvania, vol. 72, n° 4,


autumm 2004, 469-489.
Merry Weisner-Hanks, Cristianismo y sexualidad en la Edad Moderna, España, Edi-
27

ciones Siglo XXI, 2001.

208
Álvaro Ojalvo

enunciando al indígena como un sujeto ausente de esta moralidad, des-


cribiéndolos como: “bárbaro”28 o “bestia”29, un sujeto que tenía una vida
“diabólica”30.
El cronista al enunciar la identidad del varón andino como un sujeto
carente de la “norma de conducta”31 cristiana, impuso su moral y autoridad
frente al “otro”: “el modelo cristiano definía conductas, estipulaba prohi-
biciones, deberes y roles”32. Los textos de la conquista abrieron la discu-
sión en los Andes para ordenar las posiciones masculinas y definir al “otro”
como un subordinado por no poseer los significantes que hacen de un es-
pañol el varón dominante, es decir, ser un cristiano.
En segundo lugar, el periodo pre-toledano marcó un nuevo proceso tex-
tual y discursivo donde el cronista obtuvo un mayor conocimiento sobre
las costumbres andinas y de sus conductas masculinas. Esto trajo, como
consecuencia, dos grandes puntos para la construcción de las identidades
masculinas. Por un lado, la reafirmación del poder masculino hispano y,
por otro, la subdivisión de la masculinidad subordinada.
En este segundo caso, el orden social y político que poseían los incas
llevó a los cronistas a describirlos como un grupo con mayores posibilida-
des de convertirse al cristianismo o “proto-cristianos”33 . En cambio, los
otros pueblos andinos, fueron enunciados como sujetos sodomitas porque
vivían en behetrías o “desordenadamente”34 (varones con una masculini-
dad marginada) 35. Como indica Pedro de Cieza de León: “Por tanto diré
Pedro Sancho de la Hoz, “Relación para S.M de lo sucedido en la conquista y pacifi-
28

cación de estas provincias de la Nueva Castilla…” en Horacio Urteaga, Los cronistas


de la conquista, Parías, Desclée de Brouwer, 1938.
Franisco de Xerez, Op.cit, 113.
29

Ibid, 113.
30

Anthony Pagden, Op.cit, 42.


31

Carmen Bernard y Sergei Gruzinski, “Los hijos del Apocalipsis: la familia en Mesoa-
32

mérica y en los Andes”, en André Burguière (ed.). Historia de la familia: El impacto


de la modernidad, Tomo 2, España, Alianza Editorial, 1988, 186.
Michael j. Horswell, “Toward an Andean Theory of Ritual Same-Sex Sexuality and
33

Third-Gender Subjectivity”, en Pete Sigal, Infamous… Op.cit, 41.


Pedro de Cieza de León, Crónica del Perú: Segunda Parte Perú, Pontifica Universi-
34

dad Católica del Perú, 1996, 6.


Con respecto a esto López de Gomara utiliza el término “sodomitas” y Fernández
35

Oviedo los describe como “sodomitas abominables”. En el caso del primero ver,
Francisco López de Gomara, Historia general de la indias: “Hispania vitrix” cuya
segunda parte corresponde a la conquista de México, España, Editorial Iberia, 1965,

209
Discursos masculinos en textos coloniales

aquí una maldad / grande del demonio: las quales, que en algunos pueblos
comarcanos a Puerto Viejo, y a la isla de la Puna vusauan el peccado nefan-
do, y no en otros. Lo qual yo tengo que era assí, porque los señores Ingas
fueron limpios en esto”36 .
Describir a los incas como “limpios” generó una frontera moral en la
que el cronista describía quiénes estaban más cerca del orden moral-sexual
cristiano. En otras palabras, enunciaron a los incas como los dominadores
del Tahuantinsuyu como parte de la estrategia discursiva para reafirmar
su poder y establecer que los conquistadores hispanos vencieron a los más
fuertes del territorio, “el hombre ‘realmente hombre’ es el que se siente
obligado a estar a la altura de la posibilidad que se le ofrece de incrementar
su honor buscando la gloria y la distinción en la esfera pública”37.
Enunciar a los incas como menos fuertes que los españoles y a los otros
andinos como faltos de una moral cristiana ayudó a construir una imagen
al público lector del español como el “Gran Hombre”38 , es decir, el sujeto
valiente que conquistó el territorio andino y que debía imponer el orden de
género cristiano hispano.
La llegada del Virrey Francisco de Toledo presentó una tercera etapa en
este proceso textual y discursivo donde no sólo se enunciaron a los incas
como “tiranos”39 para legitimar políticamente la presencia española, sino
que establecieron normativamente la figura del hispano como el sujeto que
debía controlar las conductas morales y sexuales a través de una “buena
policía”40 , es decir, se impuso una “política de la masculinidad”. En otras
palabras, la monarquía española fue “una institución masculina, y decir
217 y Gonzalo Fernández Oviedo, Historia general y natural de las indias, Vol. 5,
Madrid, Editorial Atlas, 1959, 97.
Pedro de Cieza de León, Crónica del Perú: Primera Parte, Perú, Pontifica Universi-
36

dad Católica del Perú, 1984, 139.


Pierre Bourdieu, La dominación masculina, España, Anagrama, 2003, 68-69.
37

David Gilmore, Hacerse hombre: Concepciones culturales de la masculinidad, Espa-


38

ña, Paidos básica, 1994, 108.


Pedro de Gamboa, Historia de los incas, Madrid, Miraguana, S.A. Ediciones, 2001,
39

21-22. Con respecto a este término Pease señala que en el periodo toledano, “se
discutía si las autoridades andinas carecían de legitimidad”. Franklin Pease, Op. cit,
74.
Ver Francisco de Toledo, Disposiciones Gubernativas para el Virreinato del Perú,
40

Tomo 1, España, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1984, 105 y Juan de Ma-


tienzo, Gobierno del Perú, París-Lima, Institut Francais d’ Études andines, 1967,
340.

210
Álvaro Ojalvo

esto no sólo implica que la personalidad de los funcionarios que lo encabe-


zan se filtre e impregne la institución. Lo que quiero decir es algo mucho
más profundo: las prácticas de organización del Estado se estructuran en
relación al ámbito reproductivo”41.
El control de los espacios indígenas e hispanos debía estar vigilado
como una suerte de “panóptico”42 donde los agentes del imperio tenía que
ser “personas nobles y dignos varones y muy valerosos”43 . Estos sujetos
como ya se estableció en los textos de la conquista, debían ser modelos mo-
rales “dando buen ejemplo a los dichos indios como de vuestra cristiandad
y celo que habéis tenido y tenéis de mirar por los indios”44 .
La necesidad de establecer esta especie de panóptico en el territorio
andino se debió a que se construyó a los indígenas como individuos que
desestructuraban el orden moral-sexual, como ya mencionamos anterior-
mente, en varones no cristianos, es decir, sujetos que practicaban el “peca-
do contra natura”45 o el “maldito pecado nefando y los concúbitos indife-
rentes con hermanas y madres, abominable uso de bestias, y las nefarias y
malditas costumbres suyas”46 .
La enunciación de las masculinidades andinas durante el siglo XVI
como subordinadas y también marginales fue necesaria para construir la
identidad masculina hispana. La descripción de las conductas indígenas
como opuestas o carentes de significantes cristianos ayudó a colocar dis-
cursivamente al español en una posición dominante.

El poder de la cultura masculina


Construir las masculinidades desde su textualidad en el periodo co-
lonial exige entender que los espacios culturales generan mecanismos de
control donde la identidad masculina se representa a partir de un cierto
tipo de poder. El texto no solo forma parte de un saber occidental en que
se legitima la autoridad política imperial, sino que también la autoridad
R.W. Connell, Masculinidades… Op.cit, 111.
41

Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, España, Siglo XXI,


42

2000.
Juan de Matienzo, Op.cit. 196.
43

Francisco Toledo, Disposiciones Gubernativas para el Virreinato del Perú, Tomo 2,


44

España, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1989, 207.


Juan de Matienzo, Op.cit, 11
45

Pedro de Gamboa, Op.cit, 50-51


46

211
Discursos masculinos en textos coloniales

masculina. El cronista construye desde su masculinidad hegemónica las


descripciones que desea enunciar para otorgarle la posición de poder al
hispano.
La imposición de la cultura española a través del texto implica que hay
también un traspaso de la identidad masculina hispana en el proceso de
construcción de latinoamericana (y en este caso en los Andes). En otras
palabras, hay una transmisión de la cultura masculina hispana que logra
percibirse en las diferentes descripciones sobre el territorio conquistado.
Ya sea como parte de una estrategia discursiva o de manera inconsciente la
forma de abordar el poder sugiere que esos espacios de control y construc-
ción de un imaginario están también cargados de una identidad genérica
donde la sexualidad, moral y autoridad se combinan.

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215
Las conexiones entre el pensamiento de
Alejandro Malaspina y la representación
visual de la expedición en la Patagonia
(1789-1794)
Gabriela Álvarez

Introducción
Gran parte de la navegación española hacia América transcurrió por
las costas patagónicas. Al parecer, el mito de la tierra indócil habitada por
gigantes constituye una imagen obsesiva que el europeo desea y rechaza a
la vez1, mientras que los intentos por instalar una colonia, frustrados debi-
do a la complejidad del clima, exigían una revaloración distinta de la zona,
lección no comprendida a tiempo por estas exploraciones. De esta manera,
los informes de viaje afirman el sentido desértico-hostil de la tierra y la
espectacularidad de sus habitantes para poder justificar de alguna forma
sus fracasos.
La organización visual sobre el “otro” se articuló según el modelo cul-
tural que enmarcaba los viajes hacia la zona americana. Reiterar mitos,
imágenes o tópicos constituyeron un procesos de construcción social de
como los sujetos percibían lo real (los imaginarios sociales). Es decir, son
composiciones sociales de ordenación de la percepción2 que remiten su
campo de acción al plano de la representación: es viable dar cuenta de los
imaginarios en y a través de su materialización discursiva (las represen-
taciones). En otra esfera, Lacan, al reflexionar sobre los imaginarios en el
área del inconsciente, describe este concepto como “el discurso del Otro”,

1
Homi Bhabha, El lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, 2002, 111-119.

Homi Bhabha resalta el sentido de ambivalencia en la actitud del sujeto colonial
frente al otro, como la figura del mimetismo, que es una forma de representación
del reconocimiento de la diferencia y a su vez de renegación, por el deseo de ver al
otro reformulado a la altura de los patrones institucionales.
2
Manuel Antonio Baeza, Los caminos invisibles de la realidad social. Ensayo de so-
ciología profunda sobre los imaginarios sociales, Chile, Ril editories, 1995, 13-35.

217
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

expuesto en las expresiones ocultas de deseo, la experiencia del sujeto y las


significaciones asignadas a la realidad (los puntos de vista) 3 .
El objetivo del presente trabajo es estudiar la expedición española
“científico-política” al mando del capitán italiano Alejandro Malaspina,
específicamente, su paso por la Patagonia (1789-1794). En concreto, se ob-
servará cómo coincide la formación profesional del capitán con el imagina-
rio dieciochesco en España, y aventurar una explicación al trabajo visual
de José del Pozo4 sobre los indígenas del sur, dibujados tradicionalmente
como gigantes. Las hipótesis de lectura son, primero, que la pintura de José
del Pozo responde a las categorías estéticas del neoclasicismo que articula
los ideales de la ilustración, principalmente la razón, junto a los plantea-
mientos clásicos que confluyen en repensar lo antiguo de otra manera. Tal
reevaluación abarca también el papel de la monarquía española en relación
a las colonias americanas. Por tanto, la segunda hipótesis es que el pensa-
miento de Alejandro Malaspina −basado en aquella estimación– refuerza
e influye en todos los estamentos (incluyendo el pictórico) sus posiciones
políticas-científicas, desplazando el mito monstruoso del patagón para
instalar la imagen del “buen salvaje”.

Antecedentes del viaje: los límites culturales de un siglo


en transición
El siglo XVIII es un período de decadencia de la monarquía española,
expresada en sus desventajas frente al poderío que comienzan ostentar
otras naciones europeas, en particular sus avances en la técnica y el
comercio. Sin embargo, a nivel de pensamiento, la relación con otras
formas de organización de la realidad enfrenta momentos claves de
la modernidad a partir de la constitución política de la diversidad, las
presunciones de la actividad científica y su poderosa institucionalización,
entre otros aspectos.
3
Pedro Gómez, “Imaginarios sociales y análisis semiótico. Una aproximación a la
construcción narrativa de la realidad, en Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., n° 17,
2001. En: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_attex&pid=pid=s16668-
810420010002001125ing=en&nrm=iso (mayo 2008). Autor que cohesiona un
criterio común entre el ámbito de la sociología constructivista del conocimiento
(Durkheim, Luckman, Bourdien, Castoriadis, entre otros) y el psicoanálisis lacania-
no. Con el fin de establecer un marco conceptual más concreto que permita deslin-
dar otras categorías de análisis de la sociedad desde el plano simbólico (proceso de
producción de sentido y su relación con las prácticas culturales).
4
Pintor sevillano que fue parte de misión española hasta mediados de 1790.

218
Gabriela Álvarez

Algunos hitos sociopolíticos y culturales interesantes de destacar son


las fuerzas libertarias de las colonias de Norteamérica −en 1776– y el
inicio de la revolución francesa −1789– que con sus postulados de libertad,
igualdad y fraternidad influyen en la formación de una conciencia criolla
en las colonias americanas. El contrabando instalado con los holandeses,
ingleses y franceses, es un tema que desespera a los funcionarios
españoles, incapaces de controlar esta peligrosa conexión con sus reinos
ultramarinos. Con respecto a la región patagónica, Carlos III firma el 23 de
marzo de 1778 la Real Cédula para emplazar algunas colonias; Antonio de
Viedma fundará así Carmen de Patagones a orilla del río Negro, su hermano
Francisco, Floridablanca, próxima a la bahía de San Julián, y Juan de la
Piedra, el Fuerte de San José en el golfo del mismo nombre. En síntesis, la
pérdida del poder monárquico se manifiesta con la insubordinación de las
colonias, la falta de respuestas efectivas a la complejidad económica, y la
carencia evaluativa de los asentamientos políticos en puntos específicos de
la geografía americana. Tales eran los ejes en la exposición de Malaspina
para convencer a la Corona de llevar a cabo esta expedición.
El grado de influencia de la Armada Española creció sustancialmente
durante el poderío de los Borbones, debido al conocimiento avanzado
en materias que interesaban a la Corona. En este contexto, la Guardia
Marina reestructuró los planes de formación de sus oficiales −entre ellos
Malaspina, activo participante en la construcción del Observatorio y más
tarde, en la configuración del curso de Estudios Mayores5 – que, delimitó
el nuevo perfil de estudiante, aspirando a formar oficiales de marina
experimentados en la navegación, con una sólida formación científica. El
ministro de Marina –Antonio Valdez– formado con esta visión, percibió
la necesidad de organizar el comercio indiano, sistematizar las rutas
comerciales y acopiar información (datos estadísticos y revisión de archivos
cartográficos), en la necesidad de afrontar la crisis económica en España.
Su primer paso fue solicitar al brigadier Vicente Tofiño la confección del
Atlas Marino de España en 1787; la expedición de Malaspina sería una
prolongación de esta tarea con el atlas marino peninsular:
“(…) el fin perseguido es, ni más ni menos, que la configuración
del modelo geopolítico representativo de los reinos ultramarinos

5
Juan Pimentel, Ciencia y política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspi-
na (1754-1794), Madrid, Universidad de Complutense de Madrid, 1994. Materias
que imparten este curso: geometría, física teórica y experimental, astronomía y cur-
so de avanzada en la filosofía natural.

219
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

de la Monarquía, echando manos para su elaboración no sólo


de los instrumentos –conceptuales y materiales– que ofrece la
ciencia moderna, sino también del contenido neohistórico que
arrastra la vieja Monarquía hispánica”.6

Tradicionalmente, se destaca de la empresa de Malaspina el alto ni-


vel alcanzado por la Armada Imperial, sumado a su capacidad de síntesis
sobre un conjunto de proyectos cientificistas que impulsó la corona espa-
ñola durante el siglo XVIII. Principalmente, resalta la acción investigativa
dirigida a reformular las concepciones erradas de la sociedad colonial, la
ampliación del conocimiento marítimo y la búsqueda de rutas comerciales
efectivas; una especie de estado de la cuestión:
“En la expedición Malaspina se entrelazan tres proyectos dis-
tintos en una sola acción: el proyecto peninsular, nacido en la
élite ilustrada de la Armada y la Secretaría de Marina e Indias,
el proyecto intelectual de su comandante, un italiano que reúne
en su formación los intereses de toda una época, y finalmente, el
descubierto por el viaje, el mundo criollo americano”.7

Sin exaltar la figura del capitán Malaspina, su enfoque de la realidad


española-americana construyó los pilares del viaje en la forma de mirar
y recolectar la información. El preocuparse personalmente en la elección
de los tripulantes, de redactar no sólo la bitácora del viaje, sino también
sus fundamentos 8 , nos lleva a destacar su presencia omnipotente en las
distintas disciplinas que apropian sus postulados en cada informe y dibujo
sobre lo observado.
El 10 de septiembre de 1788, Malaspina escribió al ministro de Ma-
rina e Indias, Antonio Valdez y Bazán, sus argumentos para emprender
el viaje hacia América. En la carta redactó los objetivos, la factibilidad del
viaje −aparejos y tripulantes–, así como los detalles témporo-espaciales del
itinerario a llevar a cabo:
“(…) el uno es la construcción de cartas hidrográficas para las re-
giones más remotas de América y de derroteros que puedan guiar

6
Ministerio de Defensa, Museo Naval, La expedición Malaspina 1789-1794, Madrid,
Lunwerg editores, 1987.
7
Darío Manfredi, Alejandro Malaspina: La América imposible, Madrid, Compañía
Literaria, 1994, 12.
8
Incluso redactó el manual de comportamiento y la dieta alimenticia para evitar el
escorbuto.

220
Gabriela Álvarez

con acierto la poca experta navegación mercantil; y el otro, la in-


vestigación del estado político de América, así relativamente a
España como a las naciones extranjeras”.9

El primer objetivo fue calificado por el capitán como científico-público,


su finalidad fue recoger información de la historia natural y botánica de
América para el Real Gabinete y el Jardín Botánico. El segundo, en cambio,
era político-secreto, a base de especulaciones que permitieran a la Corona
realizar un catastro de los establecimientos coloniales, como de sus forta-
lezas en el plano económico, y sus condiciones para resistir una invasión
enemiga.10
El plan inicial de la expedición era dar la vuelta al mundo y retornar a
Cádiz en 1793; sin embargo, se extendió por dos años debido a la necesidad
de profundizar en las tareas hidrográficas y cartográficas, consideradas
útiles según Malaspina para los fines estratégicos perseguidos por España:
“(…) ya en la división propuesta de tareas se deja ver que debere-
mos sacrificar a la perfección del trabajo emprendido y al mayor
lustre del honor nacional, no solo la materialidad de completar la
vuelta alrededor el globo, sí también el reconocimiento del estre-
cho de Malaca y sobre todo el término del viaje, que nos habían
prefijado para 1793.”11

Al menos en dos ocasiones,12 la empresa española incursionó en los


alrededores de la zona patagónica en búsqueda de asentamientos extranje-
ros que violaran los dominios españoles. El control constante era complejo,
por la falta de coordinación y de recursos suficientes de los virreinatos, en-
frentados diariamente a las vicisitudes del mantenimiento de los reductos.
El interés del capitán por las tierras australes se cruzaba con sus objetivos
autoasignados, ya que inspeccionar el estado de las colonias españolas y
verificar en terreno las intervenciones extranjeras, respondían a sus fun-
damentos estratégicos-comerciales:
9
Rafael Sagredo y José González, La expedición Malaspina en la frontera austral del
imperio español, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, Centro de Investigacio-
nes Diego Barros Arana, 2004, 162.
10
La Monarquía teme perder esas tierras y el control marítimo debido al constante
paso de naves francesas e inglesas en las costas patagónicas.
11
Malaspina en Ministerio de Defensa, Op. Cit., 147.
12
De acuerdo a los mismos antecedentes que redacta Malaspina, los barcos se dividen
y abordan esta franja territorial rodeando cabos, islas y puertos para recopilar ante-
cedentes hidrográficos, pero también, observar la existencia de colonias inglesas.

221
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

”Para ellos Chile no sólo fue un finis térrea geográfico, sino tam-
bién una periferia en la cual comenzaba a usar, a desdibujarse
la presencia española en América, con todos los potenciales
riesgos y amenazas que esta realidad podía tener para la corona
española”.13

La articulación de las distintas áreas del conocimiento no se ubicaba


en la simple constatación empírica de la realidad, sino en avanzar en la
configuración del investigador, propuesta en base del material generado
por sus antecesores, es decir, desde las lecturas previas sobre el espacio
patagónico.14

Marcas del pensamiento ilustrado en Alejandro Malaspina


Malaspina conoce cabalmente la tradición marítima española; no obs-
tante, realiza un giro innovador cuando relee los diarios y cartografías de
sus antecesores al proyectar sus ideas a través de un aparataje intelectual
ilustrado. El espacio americano es la oportunidad de confirmar una línea
de pensamiento que recae en su experticia como oficial científico unido a
ser un sujeto proyectista. El proyectismo tiene sus causas en los conflictos
ultramarinos y el incremento de las necesidades fiscales del despotismo
ilustrado. Su estructura discursiva es la reflexión pragmático-utilitaria y
el historicismo como herramienta para explicar las razones de la situación
presente: criticar el papel político de la monarquía; el área de la economía
será la excusa y el remedio a la vez. Discurso elaborado por los peninsula-
res durante el siglo XVIII, cuyo objetivo era denunciar e intentar corregir
los errores de fondo del mal manejo de la corona española en sus distintos
ámbitos. Malaspina practicó el proyectismo con el texto Axiomas políticos
sobre la América (1788); texto ancla de los fundamentos del capitán en
cuanto a la situación colonial que confirmará a su arribo en estas tierras:
“(…) adquieren –los principios políticos– el rol de un programa,
un patrón, una hipótesis de trabajo en torno a la cual es posible
desarrollar la segunda fase de la investigación: la experimenta-
ción, es decir, la expedición propiamente dicha”.15

Malaspina comprimió en principios las causas/consecuencias de las


medidas aplicadas por el Imperio, evidente en las tensiones posteriores
Rafael Sagredo y José González, Op. Cit., 27.
13

Juan Pimentel, Op. Cit., XV.


14

Íbid., 156.
15

222
Gabriela Álvarez

con las minorías ilustradas en América. Antecedente inicial de los movi-


mientos independentistas que derrotarán la posición española, actitud an-
ticipada del proceso que se avecina: el sistema colonial debía modificar el
modo de administrar la economía ultramarina, propiciar una organización
equitativa a las demandas de las colonias y generar mayor participación
política en decisiones internas. La expedición científico-política entonces,
era portadora de nuevas teorías del conocimiento, intuye otras interpreta-
ciones de la realidad americana 16 . Por eso, el contacto con los intelectuales
criollos fue un recurso utilizado por Malaspina en la búsqueda de respues-
tas que rectificaran sus principios axiomáticos. Todo ello conformó las
pruebas suficientes utilizadas por el ministro Manuel Godoy para acusarlo
de conspiración contra la Corona, debido al peligro que significaba que los
criollos adquirieran algún grado de autonomía. Las puertas se cerraron
para la difusión de sus memorias porque a su retorno en 1795 fue encar-
celado durante siete años; una vez libre retorna a su tierra natal en Italia
(muere en 1810). El trabajo en conjunto de la expedición sería publicado
posteriormente por el contralmirante Pedro de Novo y Colson.17
La Guardia Marina, tras la reforma en su malla de formación, enfatizó
el papel de la ciencia con la renovación de esta parte del conocimiento con
la teoría de Newton, esto es, observar el universo entero bajo una ley cós-
mica: la teoría de la gravitación. En resumen, sus enunciados explicaban el
funcionamiento de lo humano dentro de un orden natural extrapolado a
funciones con un trasfondo mecanicista. Malaspina utilizó estos criterios
para calificar la expedición con el nombre de “científico-político”:
“(…) depositó sobre el Nuevo Mundo el sazonado fruto de la Ra-
zón ilustrada: la imagen de un Imperio idealmente naturalizado,
bien geométricamente al modo mecanicista y cartesiano, bien

En el Discurso Preliminar que publica anterior al diario oficial del viaje expone:
16

“Emancipadas, digámoslo así, las colonias por manera que deban considerarse una
parte alícuota más bien que una parte secundaria de la Monarquía (…) Organiza-
dos de este modo los límites y la defensa así externa como interna de cada parte
ultramarina de la Monarquía y dejadas a ella misma los medios de atender a su
prosperidad local y aquella administración sencilla de policía y de justicia, que jamás
pudiera ligarse con una pauta uniforme para todas las provincias, o con una inmuta-
bilidad perpetua, por cuanto varían las circunstancias y las necesidades” (Malaspina
en Manfredi, Op. Cit., 15).
El título del texto es: Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas
17

Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navío D. Alejandro Malaspina


y Don José de Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794, introducción de Don Pedro
de Novo y Colson, Madrid, Imprenta de la viuda é hijos de Abienzo, 1885.

223
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

orgánicamente, como un todo encadenado, un único cuerpo ar-


mónico e integrado”.18

Los axiomas político19 fueron diez postulados escritos en similitud a


la utilizada por la escritura de Newton: el enunciado (ley) y su explicación.
El examen apuntaba finalmente a encontrar la felicidad nacional, concep-
to que se retomará más adelante. Las proposiciones más interesantes de
destacar son:
Reconocer que la monarquía se compone de tres tipos de sujetos que
chocan entre sí: el peninsular, el criollo y el indio; oposición debida a polí-
ticas económicas y comportamientos diferentes.
La insistencia en el fetichismo de los metales (oro y plata), ganan a ni-
vel de producción sólo las colonias, ya que los costos eran asumidos por la
monarquía. Los extranjeros en cambio, diversifican el mercado al explotar
otros productos que prometen mejores utilidades. En unión con lo anterior,
se advierte lo anticuado de la cartografía que mantiene rutas comerciales
marítimas poco efectivas.
Tanto el monopolio como el proteccionismo, destruyen todo intento
de levantar ideas nuevas en el área mercantil, por eso Malaspina, critica la
riqueza fácil y ostentosa de su tiempo.

La trayectoria visual de José del Pozo


Las áreas del conocimiento partícipes de este magno proyecto, respon-
den a los principios asignados por el capitán italiano. En este sentido, el
conjunto de ilustraciones cumplió con la misión de asumir los caracteres
centrales de los lugares-sujetos con los cuales se tuvo contacto20. La fina-
lidad de esta sección es observar qué elementos del arte neoclásico están
18
Juan Pimentel, Op. Cit., 159.
19
Manuel Lucena y Juan Pimentel, Axiomas políticos sobre América, Madrid, Doce
Calles, D.L., 1991.
20
Emilio Soler, “Fernando Brambila, pintor de cámara de Carlos IV. Españoles en Italia
e Italiano en España”, en IV Encuentro de investigadores de las universidades de
Alicante y Macerata, Mayo 1995. En http//www.cervantesvirtual. com (julio 2008).

Se estipula cerca de 3.000 imágenes repartidas en distintas colecciones de museos,
universidades o particulares. El catastro principal se ubica en tres lotes: El Depósito
Hidrográfico del Museo Naval en España; la colección Felipe Bauzá, en el Museo de
América (Londres) y el Archivo del Real Jardín Botánico (Madrid). Otros depósitos
menores: El fondo Bauzá de British Museum (Inglaterra), la colección Bonifacio del
Carril (Argentina) y la Universidad de Chile.

224
Gabriela Álvarez

presentes en los registros visuales de la Patagonia por José del Pozo (1789-
1790), y observar cómo su trabajo visual se conecta con el pensamiento
malaspiniano, en lo que respecta al enfoque sobre la organización social
del indígena austral y su posición en la radiografía del estado político de
las colonias americanas.
Malaspina solicitó a Don Francisco de Bruna, Oidor Decano de la Aca-
demia de Sevilla, la recomendación de un pintor sevillano. De acuerdo a
su misiva −del 26 de diciembre de 1788– debe reunir algunos requisitos
como: fortaleza física, conocer las técnicas de la perspectiva y habilidad
descriptiva: “…que representen al vivo aquellos objetos, que ni aun las plu-
mas más lustras pudieran describir cabalmente”21. La cercanía del oidor
con el padre de José del Pozo posibilitó el embarque de este último hacia
América, pues al momento de su nombramiento, era el conserje de la Real
Escuela de Bellas Artes en Sevilla, lugar donde su padre (hasta su muerte)
ocupó el cargo de director; lo que habla de una tradición familiar ligada
al arte español: “excelente sujeto para pintar perspectivas, de muy buena
educación, algún caudal de geometría y una gran robustez sobre una edad
de 32 años”.22
Del estilo pictórico de José del Pozo, Carmen Sotos menciona la
preeminencia por la decoración y el uso del color en el afán de acentuar lo
agradable de la vista: “fue un buen retratista, un tanto amanerado, pero
con un gran defecto: su extraordinaria irregularidad, capaz de hacer tra-
bajos de gran calidad junto a otros que parecen más de un aprendiz que
de un pintor de su categoría”.23 Irregularidades que se pueden entender
por el contexto de trabajo, ya que el movimiento constante obliga al pintor
captar rápidamente los esbozos, las líneas generales de un dibujo que se
interrumpe por la situación de tránsito; o bien, se acepta la conjetura del
desinterés del pintor a mitad de 1790, que motiva el quiebre con el capitán
y su posterior despido.
Si escudriñamos temporalmente el trabajo pictórico de José del
Pozo a inicios del siglo XIX 24 , verificamos una importante carrera artís-

Carmen Sotos, Los pintores de la expedición de Alejandro Malaspina, Madrid, Real


21

Academia de la Historia, 1982, 67.


Íbid., 69.
22

Íbid., 75.
23

José Del Pozo no retornó jamás a España, a pesar que su contrato estipulaba esta
24

obligación en función a resguardar la estabilidad económica de su numerosa familia

225
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

tica junto a Matías Maestro en el virreinato de Lima. 25Lo interesante,


es el grado de versatilidad y acomodo del sevillano para adaptar sus
técnicas a los gustos influyentes de los sectores más conservadores de
la sociedad colonial limeña, ya que sus creaciones fueron catalogadas de
“barroquismo tardío”, a pesar de conocer los principios del arte neoclá-
sico opositor a las manifestaciones barrocas. Por ejemplo, en los frescos
del Cementerio Local y la Escuela de Medicina (1808), ambos pintores
detienen los deseos de las escuelas criollas de configurar un clasicismo
con referentes locales, cuando recurren a una homogenización del esti-
lo en función del gusto instalado. El uso de la teatralidad y el “carácter
frenético”, valida el pasado en defensa del orden colonial, muy lejano a
su propuesta estética enmarcada en la expedición.
José Torre26 acude a los pocos escritos que entregan información bio-
gráfica del sevillano, así como de las razones de su desvinculación de la
expedición luego de casi dos años de navegación. La causa principal es la
disminución de su producción pictórica en concordancia con el desaliento
expresado por Malaspina:
“(…) a pesar de quantas consideraciones, de quantos ruegos y de
quantos sacrificios hemos empleado hasta aquí todos los Oficia-
les, no nos ha sido posible vencer la natural flojera del Pintor Don
Josef del Pozo, cuya abilidad natural está más que sobrepujada de
una perpetua Oposición al trabajo”.27

Torre hizo un catastro general del trabajo artístico de José del Pozo,
en particular los datos técnicos −material utilizado– y las dimensio-
nes. El ordenamiento de su presentación fue utilizado por el Pabellón
de la Marina de Guerra Española en la exposición Ibero-Americana en
Sevilla (1920-1930). El tamaño de los cuadros no sobrepasa los 65 cm,
quizás por la necesidad del dibujante de cambiar rápidamente de lugar
como observaremos en un autorretrato de Del Pozo en el ejercicio de
su oficio. Los comentarios críticos de las obras son exiguos, resalta la
falta de prolijidad en las terminaciones y que La reunión amistosa con los

Ricardo Kusonoki, “Matías Maestro, José del Pozo y el arte en Lima a inicios del si-
25

glo XIX”, en Fronteras de la historia, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología


e Historia, n° 11, 2006, 183-209.
José Torre, Los artistas pintores de la expedición Malaspina, Buenos Aires, Univer-
26

sidad de Buenos Aires, 1994.


Íbid., 49.
27

226
Gabriela Álvarez

Patagones es la composición mejor lograda por el pintor sevillano, por


su carácter alegórico y lleno de fantasía.
Retornamos al imaginario cultural europeo, afectado por los acon-
tecimientos históricos y filosóficos que impulsaron la crisis del arte
barroco. El barroquismo fue de enorme utilidad a la Iglesia Católica
frente a la irrupción de la Reforma, pues las representaciones pictóricas
cooperaron en el mantenimiento del poder religioso (su instituciona-
lidad), a través de la ornamentación abundante, la insistencia de te-
máticas religiosas −la Virgen María– y el misterio de la Trinidad como
forma de control y propaganda. El uso excesivo de la emoción (teatral y
efectiva) era parte de este proceso. El neoclasicismo en cambio, era un
modelo que reflejaba el impulso ilustrado de retornar al mundo antiguo
con una visión renovada de las ideas platónicas y el pensamiento libe-
rador racionalista. Aspiraba a una armonía de la representación: unir
la objetividad cientificista y la aceptación de los valores de la antigüe-
dad 28 . La figuración desplegada debía ser simple, realista y coherente,
no era raro entonces, retornar a los estereotipos clásicos en cuanto a las
poses o la exigente estilización corporal. En este sentido, los retratos
confeccionados por Del Pozo respondieron a este imaginario, influyó
en la percepción visual sobre las colonias americanas, porque el pintor
cumplía con un conjunto de convenciones (prácticas representaciona-
les) que organizaban la visión.

Los puentes entre la reflexión de Alejandro Malaspina y la


descripción visual de la expedición en la Patagonia

Enrique Valdearcos, “El arte neoclásico y Francisco de Goya”, en Clio, n° 33, 2007.
28

En http://www.clio.rediris.es (septiembre 2008).

227
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

El espacio patagónico
El material es una aguada en colores, de 59 X 37 cm, cuya fecha de con-
fección es el 2 de diciembre de 1789. Único cuadro que se tiene conocimien-
to de una vista panorámica del paisaje patagónico creado por Del Pozo.
El cuadro (Fig. 1)29 nos sitúa en la posición de un testigo que toma
nota visual del arribo de las embarcaciones españolas a Puerto Deseado.
Mediante el contraste de tamaño −barco/geografía– el sevillano cuantifica
la magnitud del paisaje austral. El uso de una paleta de colores análogos en
todos sus componentes respondió a la búsqueda de una coherencia com-
positiva y a la sencillez del trazado según la propuesta neoclásica; aquí la
objetividad se apropia de la escena. El autor procuró con esta armonía re-
presentacional, borrar el carácter exógeno de los barcos y acentuar la natu-
ralidad del paso de autoridades monárquicas por sus reinos ultramarinos.
La amplitud de la visión del puerto y los tonos variados del suelo coincidía
con la percepción de Malaspina de comprender los cambios geográficos se-
gún el punto de vista y la heterogeneidad constitutiva de la tierra:
“Desmenuzando más el punto de perspectiva pareció (compren-
diendo todos los objetos bajo una rápida mirada) que se presenta-
ban a la vista, en primer término, costas no cubiertas de vegeta-
bles verdes y lozanos, sino leñosos, verde-amarillentos, raro. En
segundo término, situada en la misma costa y como en aparente
dirección NS por las revueltas del puerto, una barranca escar-
pada, con asurcamientos perpendiculares y manchas blancas. Ya
las aguas hurtan a las tierras, ya las tierras a las aguas, y sobre-
salen varias puntas y ensenadas. Finalmente, tercer término, es
el fondo del puerto, en él una barranca blanquisca y una loma en
barda (con barranquita blanca en su cresta) en dirección NS en
que termine el horizonte”. 30

El cuadro traza un mar con leves tintes de color, sin insistir en las ca-
racterísticas que históricamente se le asignó (tempestuoso e innavegable),
coincidente con la observación de Malaspina que apuntó a un examen más
exhaustivo del mar según la posición geográfica, el comportamiento de las
marejadas y los momentos estacionales, elementos que varían las condi-
ciones de cabotaje:

Museo Naval, Op. Cit.


29

Rafael Sagredo y José González, Op. Cit., 190.


30

228
Gabriela Álvarez

“Desde esta época la navegación del Cabo de Hornos se nos hizo


más bien una de las más placenteras de entre trópicos, que de las
penosas, a que la embarcación y el ánimo del navegante están ya
(de antemano igualmente) bien dispuesto”. 31

“(…) las puntas de los islotes y costas rechazan sus aguas y le dan
mayor violencia. Donde el cruce ensancha es más suave la co-
rriente. Al abrigo de las islas y ensenadas es casi plácida y serena
especialmente en ciertos parajes, donde crecen en abundancia los
sargazos”. 32

El arquetipo del científico


El sujeto colonial (colonizador/colonizado) ha sido representado con
elementos que marcan su grupo de pertenencia. Por ejemplo, en las pri-
meras imágenes de los españoles (siglo XVI) era común la presencia de la
espada (armadura) con los estandartes de la corona, con el fin de visualizar
las características del explorador y su acción fundacional en los territorios
americanos. En este sentido, el dibujo del naturalista (Fig.2) 33 Antonio de
Pineda 34 , expuso a nivel de proceso de representación los elementos que
entran en juego a fines del siglo XVIII:
La conciencia que en América no hay nada que “descubrir” sino reeva-
luar lo observado por otros.

Ibíd., 194-195.
31

Ibíd., 215.
32

Museo Naval, Op. Cit.


33

Antonio Pineda y Ramírez (1753-1792) murió antes de retornar a España; era ofi-
34

cial de marina de la Armada española en la que desempeñó el trabajo de naturalista.


Sus descripciones fueron utilizadas por Malaspina en la redacción del diario oficial

229
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

-La institución científica adquiere poder progresivamente cuyo sustra-


to es la razón como herramienta válida de comprender el mundo.
-España en sintonía con los demás países europeos inicia un proceso de
cuestionamiento a las concepciones básicas de la sociedad, en un camino
de transformación a nivel de escala de valores. En esta mentalidad emer-
gente sobresalieron sujetos que encarnaban estos cambios, y entre ellos,
el científico.
De acuerdo con Susana López, el científico en la Patagonia cumplía el
destino de “un héroe ejemplar, capaz de abrir las puertas del futuro, ilu-
minando cada rincón del mundo; los viajeros incansables funcionan como
metáfora de la razón, buscando las certezas y erigiendo el progreso como
modo hegemónico de relacionarse con otras formas de la cultura”35. La
función de Pineda en la expedición era estudiar en profundidad el espa-
cio y sus habitantes para reemplazar las formas simbólicas coloniales por
otros criterios a luz de procedimientos empíricos: observar, cuantificar y
deducir. Por lo tanto, del Pozo delineó el arquetipo clave en el siglo XIX. El
científico construyó un discurso donde los indígenas mantenían una po-
sición asimétrica frente al europeo. Su acción en el hacer y decir posiciona
una visión legitimadora de su oficio, porque los criterios de su estudio eran
avalados por la razón. La retórica progresista acentuada con el positivismo
(siglo XIX), será el lenguaje común en la intelectualidad de la época: estruc-
turar un espacio de conocimiento de la realidad por medio de la medición
empírica de los fenómenos observados, y junto con este ejercicio mantener
el control.
Los cuadros que encabezan este apartado (Fig.2 y Fig. 3), tienen en co-
mún la exposición del trabajo en terreno −del pintor y el científico– con la
colaboración de informantes. La participación activa del indígena, es repre-
sentada por el pintor con la niña posando y en los gestos de conversación
de los tehuelches con el naturalista, concentrado en transcribir tal relato
en su diario:
“Pedimos al cacique se dejase retratar, y lo concedió sin repug-
nancia, permitiendo que nuestro pintor don José del Pozo lo
situase a propósito, obedeciendo a cuanto este efecto se le preve-
nía; se hizo lo mismo con una joven de dieciocho años, que sobre-
salía entre las demás por su viveza, no mal parecer y facilidad en

Susana López, Representaciones de la Patagonia. Colonos, científicos, políticos


35

(1874-1914), La plata, Ediciones al margen, 2003, 77.

230
Gabriela Álvarez

comprender cuanto se le explicaba, trasladando de su idioma al


castellano algunas voces, de las cuales el naturalista don Antonio
Pineda formó un pequeño vocabulario”. 36

Los retratos del cacique Junchar y de Cátama (Fig. 4, Fig. 5 y Fig. 6) 37


son de una factura simple y firme en la delineación de sus contornos. Del
Pozo no acudió a ninguna recreación del espacio, su concentración apun-
taba únicamente a la constitución del rostro y el cuerpo, sin caer en exage-
raciones. A modo de zoom, observamos las particularidades del patagón al
replicar los dibujos de Junchar en una misma posición. El primer retrato
es un plano general, destacando la vestimenta típica de la comunidad te-
huelche (el uso de pieles y el listón en el cabello) como la expresión de vigor
a pesar de la edad del cacique (60 años) (Fig. 5). En el segundo, detiene su
atención en el rostro, en las arrugas como el color mate de la piel, unido al
carácter pensativo que connota pasividad. La disposición física del modelo
proviene de un tratamiento escultórico que el pintor asume del neoclasicis-
mo, con el fin de exaltar en forma clara y precisa ciertos valores: la enverga-
dura física del patagón, pero sin caer en el gigantismo (Fig. 4).
En el cuadro de Cátama (Fig. 6), el pintor ejerce las mismas autoexi-
gencias en su formulación. Detener la imagen en una pose que signifique
un concepto preciso, sin caer en ambigüedades. La posición de sus manos
sugiere la feminidad y junto con ello, resaltar la misma tranquilidad del ca-
cique Junchar. El orden de la vestimenta y el cuidado del peinado eliminan
el sentido de salvaje de la visión europea sobre la comunidad patagona. No

Rafael Sagredo y José González, Op. Cit., 176.


36

Museo Naval, Op. Cit.


37

231
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

obstante, es el trabajo titulado “Reunión amistosa de los patagones” en el


cual el pintor expresa su visión general de la composición social del indíge-
na, las muestras de felicidad a pesar de lo adverso de la geografía.

Aclaremos el término de felicidad, concepto que preocupaba a los paí-


ses europeos en el examen de la situación del hombre en el mundo; par-
ticularmente, cuando el movimiento crítico proyectaba las visiones del
aparato burgués, que asociaban la felicidad a las aspiraciones individuales
de mejorar las condiciones de vida (legitimar la propiedad privada y el bien-
estar económico).
“(…) la razón lleva al hombre a la búsqueda del interés, cuya rea-
lización conduce a la felicidad, término que se identifica con la
riqueza y el bienestar material, tanto individual como colectivo.
Todo ello se acabará teorizando políticamente y se convertirá en
defensa de un derecho de todos los hombres a alcanzar la felici-
dad (que en gran parte se identificará a partir de entonces con un
bienestar material), base de partida de los posteriores cambios
igualitarios democráticos”. 38

La reflexión de Malaspina sobre la naturaleza humana del tehuelche


evitó la extralimitación del gigante colonial, y lo sitúa en la armonía de
proporciones, simetría trasladada a la descripción de sus lazos filiales, que
difiere con la brutalidad (salvajismo) asignado a los pueblos originarios:
“(…) una honestidad cual se ha notado particularmente en las
mujeres, pueden servir de modelo a los pueblos más civilizados,
no menos que su natural bondad y confianza con que se entregan

Alejandro Diz, “Nueva Axiología de la España del siglo XVII en el contexto europeo”,
38

en Cuad. Dieciocho, España, Ediciones Universidad de Salamanca, N° 1, 2000, 349-


380.

232
Gabriela Álvarez

al trato de los extranjeros, manifestando en este hecho su buena


fe, la que en ocasiones les ha traído graves perjuicios”39.

Del Pozo representa al indígena (Fig. 7)40 en una actitud reposada,


de paz en el encuentro con el extranjero. Los niños son retratados como
pequeños querubines extraídos de un cuadro clásico, emplazados en las
costas australes. El canon neoclásico en la representación del indígena del
sur va más allá de un sentido estético, es lograr dar una explicación del
porqué la presencia de hombres sosegados en tales precarias condiciones.
La respuesta se encuentra en parte en la teoría del buen salvaje, sujeto que
constituye el estado natural que el hombre extravió por la incorporación
de la propiedad privada, cuyo camino es la degradación del núcleo social.
Malaspina retoma estos argumentos para responder la razón de la felicidad
del patagón a pesar de estar lejos de las “pautas de civilización”. La conclu-
sión es que el patagón era la encarnación de la forma primitiva del hombre
civilizado, el origen incontaminado de la sociedad:
“(…) si la ignorancia de los conocimientos propios del género humano y
de las comodidades y seguridad que ofrece una junta civilizada tan natural
al hombre, no fuesen un obstáculo según nuestras ideas para ser feliz, po-
cos hombres se hallan en mejor proporción para llamarse dichosos y estar
contentos con su suerte como los Patagones: disfrutan de los esenciales
bienes de la sociedad sin sujetarse al sinnúmero de penalidades que una
demasiado refinada trae consigo; gozan de una salud robusta hija de su
sobriedad, y de que no conocen aquellos envenenados orígenes de tantos
males, la gula y la lujuria: tienen una anchurosa libertad en satisfacer sus
limitados apetitos, que no son más porque por fortuna suya son cortas sus
ideas, y como el terreno que habitan les da espontáneamente su alimento,
no acosados por un trabajo perpetuo y necesario, pasan los días felices en
una tranquila ociosidad y reposo, que es su pasión dominante y el seguro
fruto de la combinación de todas sus circunstancias, y no de ineptitud o
natural estupidez, como han pretendido muchos”.41
Representar el acto de colaboración del tehuelche, habla de una elabo-
ración “participativa” en la comprensión de su propia sociedad por medio
del ejercicio racional, que desmiente visualmente la radicalidad del salva-
je de los escritos anteriores. Uno de esos puntos es el papel de la madre,

Darío Manfredi, Op. Cit., 212.


39

Museo Naval, Op. Cit.


40

Darío Manfredi, Op. Cit., 336.


41

233
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

mención reiterativa en el texto de Malaspina y en los cuadros del pintor,


el amor profesado a sus hijos sorprende a la expedición, porque es capaz
de abandonar sus labores cotidianas en la urgencia de consolar a sus pe-
queños:
“El amor de las mujeres a sus hijos, y la consecuente subordinación de
éstos a sus padres, y en general a todos los ancianos, se nos hizo visible
en todas las ocasiones en los cuales concurrimos con ellos en el bergan-
tín Carmen. Las encontramos una tarde que habían puesto sus niños a
dormir en un camarote inmediato a la cámara, se sobresaltaban al menor
ruido que hiciesen y al despertarlos y traerlos consigo les daban mil besos,
prorrumpiendo (según se conocía) en muchas expresiones del cariño más
tierno hacia ellos”.42

Mito del gigante


El gigante patagón es una referencia recurrente en crónicas e informes
de viaje tras la nominación asignada por Antonio Pigafetta43 . Lo particular

Rafael Sagredo y José González, Op. Cit., 226.


42

Enrique Pato, “De nuevo sobre el origen de patagones”, en Monografía.com, 2005.


43

En http//:www.monografia.com/trabajos16/patagones.html (junio 2008).


El autor sintetiza tres interpretaciones en torno a la figura del patagón de acuerdo
a su origen (literario); Eisenberg, D., “Inexactitudes y misterios bibliográficos: las
primeras ediciones de Primaleón”, enLetradura, n°13, 1997,173-178; (lingüístico)
González, J.R., Patagonia-patagones: orígenes novelescos del nombre, Buenos Ai-
res, Emecé, 1999 y (etnográfico) Lida de Makiel, M.R., “Para la toponimia argentina:
Patagonia”, en, Hispanic Review, n°20, 1952, 321-323.

234
Gabriela Álvarez

del mito, es que había un consenso para considerar la zona austral como
regio gigantum, imagen que se mantuvo hasta el siglo XVIII44 , ya que el
europeo afirmaba la monstrificación del indígena del sur, ya sea por su
aspecto físico o sus prácticas culturales:
“los monstruos son expresiones del pecado de ser lo otro, forman
parte de una información general sobre lo extraño, introducen el
exotismo y simbolizan el paganismo. Por otro lado, lo monstruo-
so solo existe en relación a un orden establecido como oposición
a una cultura superior, es decir, lo monstruoso representa la asi-
métrica relación que existe entre la ‘naturaleza americana’ y la
‘civilización europea’.45

El estudio de Livon-Grosman reconstruye la formación del mito pa-


tagónico a través de las expediciones para identificar los momentos que
considera centrales para aprehender la zona como un todo. Según el autor,
la inscripción del mito tenía un carácter fundacional porque retrataba el
territorio con una doble condición: primigenio-vacía y como proyecto de
integración a la nación. Concluye que los textos de viajes operaban con un
efecto acumulativo, unidos a ciertas lógicas discursivas: la referencia de
un espacio común, apelar a fuentes anteriores (para afirmar o corregir),
e interpretar el paisaje. En Pigafetta, resalta el exotismo y la categoría de
desierto que moldea el imaginario europeo con respecto a la Patagonia,
descripción que persistió en narraciones posteriores:
“El gigantismo de los indígenas patagónico es inmortalizado por
Pigafetta al quedar para siempre asociado al nombre tanto como
a las dimensiones del lugar: gigantes son los indígenas, gigante
el territorio en el que viven, gigantes las ideas que se asocian a
ese espacio”.46

El proyecto reflexivo ilustrado coloca en discusión las razones del por-


qué el tamaño del indígena patagón. Preguntas como, si la proporción del
gigante es una determinación del espacio, o su envergadura física es debido
Por ejemplo, la expedición francesa de Louis Antoine Boungainville en 1767 y la
44

inglesa de John Byron (1764-1766).


Gastón Carreño, “El pecado de Ser Otro. Análisis a algunas representaciones mons-
45

truosas del indígena americano (siglo XVI-XVIII)”, en Revista Chilena de Antropo-


logía, n° 12, 2008, 127-146. En http//:www.antropologiavisual.cl/imagenes12/
imprimir/carreno_imp.pdf (junio 2008).
Ernesto Livon Grosman, Geografías imaginarias. El relato de viaje y la construcción
46

del espacio patagónico, Rosario, Beatriz Viterbo, 2003, 41.

235
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

a que ambas integran la matriz primitiva de la humanidad, son cuestiones


que despiertan en este período a buscar en las culturas pasadas o lejanas el
lugar donde encontrar la pureza moral extraviada.
La ilustración quería refundar un nuevo sentido para el mundo, que
tuviera asidero en la tradición clásica, así surge el tópico del Paraíso. El
Paraíso sustenta los fundamentos de la cultura occidental, es el espacio idí-
lico de la recreación bíblica que el hombre extravía por comer del árbol del
conocimiento47. Con Rousseau, este concepto retornó al “orden natural”
es decir, a su materialización dentro de los límites históricos. Con la ali-
neación diacrónica del desarrollo humano, busca en el mundo ese espacio
idílico en oposición a la idea de progreso, que según el pensador francés,
alejó al hombre de esta concepción originante. En este sentido, el “buen
salvaje” responde a esta visión incólume en oposición a la degradación de
la vida moderna:
“Rousseau se opone al enciclopedismo, a la cultura y sus mani-
festaciones en la medida que se restringe las potencialidades hu-
manas, desfigurando la propia imagen construida, destruyendo
el ideal de felicidad al que la humanidad estaba destinada en su
estado prístino”.48

Existieron, entonces, dos miradas contrapuestas de la situación del in-


dígena patagón en el siglo XVIII: el imaginario del gigante y el del buen
salvaje, discusiones que Malaspina debido a su formación conocía en
detalle,49 por eso aventuró a dar un paso más allá de estas formulaciones.
La monstrificación del indígena fue desplazada en las primeras hojas de su
informe mediante las mecánicas cientificistas: medir al indígena, observar
las formas de organización social y notificar sus resultados. Así constru-
ye argumentos sólidos, sustentados en la “razón” empírica que afirma la
inexistencia del gigante:
“Se midió la talla al cacique, resultado de seis pies 10 pulgadas
de Burgos, correspondiendo a la robustez de sus miembros y
Gonzalo Leiva, “El paraíso y sus naturales: visión de Chile en la cartografía y el gra-
47

bado (siglos XVII-XIX), en Ictus Legere, Santiago, Universidad Adolfo Ibáñez, año 7,
Vol. 2, 2004, 133-149.
Ibíd., 139.
48

Malaspina tuvo un amplio conocimiento de las distintas crónicas que relataron


49

su paso por la tierra patagónica. De igual forma, el trabajo de Juan Pimentel que
hemos citado anteriormente, se refiere a las lecturas del capitán de las teorías del
pensamiento francés, entre ellos Rousseau.

236
Gabriela Álvarez

abultadas facciones, pero todos muy semejantes en lo fornidos,


pudiendo asegurarse que aunque no deben pasar por gigantes,
como quisieron suponer algunos viajeros, son generalmente de
una talla y corpulencia muy superior a los europeos”. 50

Respecto a la concepción del buen salvaje, la aceptaba, pero reforzó


esta propuesta hacia el terreno de lo económico-político: afirmaba que no
existían razones fundadas para mantener una colonia en el sur por los cos-
tos de manutención, y las decisiones económicas debían ir en función a
un ordenamiento efectivo-útil tanto para la colonia como a la monarquía:
“Es difícil desenvolver la verdad filosófica sobre lo acaecido en
nuestros ensayos harto costosos e infelices para poblar la costa
patagónica. Las discordias intestinas y los intereses particulares
de los muchos que han concurrido a esa empresa dejan en duda
tal vez indisoluble si lograron o prometieron lograr de una prós-
pera vegetación los granos sembrados en el puerto San Julián y
en el Deseado. Puede a lo menos asegurarse que nunca han pros-
perado en el puerto de San José y que aún en las orillas del río
Negro, los productos ni son proporcionados al clima, ni al riego
que fecundiza el suelo”. 51

La pregunta central del espíritu pensador de Malaspina era ¿se puede


administrar una economía útil para la monarquía en el espacio patagóni-
co? Respuesta que se comenzó avizorar al final del diario.

Conclusiones generales
Investigar las directrices centrales perseguida por la expedición de Ma-
laspina, permitió articular los imaginarios sociales y las representaciones
(textuales y visuales) en la comprensión –más allá de su materialización
discursiva-, de las coincidencias y divergencias con los imaginarios sociales
pre-existentes como, de aquellos en procesos de formación que represen-
tarán a la Patagonia durante el siglo XIX. Un punto a destacar, es el grado
de legitimidad que alcanza la función práctica del científico en la visión de
Malaspina: obtener información bajo otras bases que desplacen la imagen
del explorador colonial por el indagador de la realidad, a través de la razón.
La retórica ilustrada articulada en el alero de nuevas teorías europeas, in-
fluye en la constitución del imaginario en el sur, ya que el relato científico
Rafael Sagredo y José González, Op. Cit., 176.
50

Ibíd., 223.
51

237
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina

aspira a crear un tipo de conocimiento sobre el espacio patagónico y sus


habitantes. El método empírico genera lecturas de carácter objetivo que
logra la verosimilitud anhelada por la institucionalidad científica; en este
sentido, el arquetipo del científico en la práctica de su oficio, ejerce una
forma de observar los fenómenos. La crónica de Malaspina y el trabajo vi-
sual de José del Pozo anticipa estos criterios, aceptan como verdad aquello
que es válido por el procedimiento y la coherencia visual, un espacio inex-
pugnable para quienes existen en las categorías impuestas. Los distintos
procedimientos, medir al patagón o forzarlo a posturas estatuarias, son
maneras de relacionarse y sobre todo, instaurar un conocimiento respecto
al territorio austral del continente.
Si nos interrogamos sobre el papel de la representación en la confec-
ción de los imaginarios sociales como base de sentido, las preguntas que
intentamos dar respuesta fueron: ¿Cómo vincular los estudios visuales y
textuales en el análisis de los imaginarios sociales en la Patagonia? ¿Cuáles
fueron sus características y de qué manera se expresaron? ¿Qué repercu-
siones tienen las representaciones a nivel de constitución de un imaginario
patagónico a fines del siglo XVIII?
El trabajo pictórico de José del Pozo materializó por medio del arte
neoclásico la representación del imaginario dieciochesco en España; espe-
cialmente, la concordancia con los postulados científicos-políticos del capi-
tán Alejandro Malaspina sobre la descripción del indígena patagón. Malas-
pina delineó un proyecto distinto a sus antecesores, buscó reflexionar en la
posibilidad de abandonar la Patagonia como objeto de deseo constante, por
otros criterios que ahuyentaran los miedos infundados de la Corona de una
apropiación extranjera. La posición malaspiniana, aceptaba que el patagón
es feliz porque tiene “cortas ideas” impuestas por el medio que habita; lo
virtuoso se daba justamente por su lejanía de los centros metropolitanos.
¿Qué necesidad tenía, entonces, el hombre de “progreso” de anhelar un es-
pacio generador de grupos humanos detenidos en un tiempo primitivo?
Las “cortas ideas” eran fruto de una geografía que no alienta nada más que
la felicidad del “bárbaro”, no es posible adaptar una colonia europea a un
paisaje adverso, ni sus habitantes a una estructura civilizadora; así, insis-
tir en el establecimiento político-administrativo en la tierra patagónica no
tenía sentido para el capitán italiano.

238
El discurso educativo a fines del siglo XIX…

Adrián Baeza Araya

Gabriela Álvarez

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240
Claudio Guerrero

Imaginarios de Infancia en la literatura


chilena de primera mitad del siglo xX
Claudio Guerrero

El siglo XX ha sido, entre otras cosas, el siglo del niño. Desde su cre-
ciente visibilidad en la cultura occidental moderna producto de proyectos
políticos, sanitarios, económicos y educativos, hasta ser protagonista in-
evitable de la literatura de los últimos siglos, el niño/a se erige como una
figura cuya representación siempre da cuenta de las querencias, motivos y
crisis de una época. En este sentido, la presencia de niños en la literatura
está directamente relacionada con el nivel de alienación del individuo en
una sociedad que está rápidamente modernizándose1. En el caso de Chile,
esto se aprecia en especiales periodos de cambio, en medio de una socie-
dad de creciente complejidad, y que puede comenzar a ser develada en su
urdida trama a partir de algunos de los espacios y discursos construidos
desde la literatura.
En este artículo intentaremos dar cuenta de algunos de esos imagina-
rios construidos a lo largo del siglo XX tanto en novela como en poesía. La
metodología que se ha escogido es la de una revisión cronológica que parte
desde la figura central del periodo, Gabriela Mistral, para a partir de su po-
sición consular realizar una mirada de los principales poetas y narradores
chilenos que hicieron visible al niño y la niña en sus representaciones. Se
intenta aportar, además, con elementos contextuales que sirvan para com-
prender de manera más global las problemáticas que se plantean.

El legado de Gabriela Mistral


Uno de los imaginarios más fuertemente instalados en la cultura fue
el que instauró Mistral durante los años ’20 con sus poemas para niños,
canciones de cuna y rondas, incluidos en libros como Desolación (1922) y
Ternura (1924), además de diversos ensayos.
En Desolación (1922), aparecen muchos de los temas referidos a niños
que son recurrentes en toda la obra de la poeta nortina. Uno de estos temas
tiene que ver con el acunamiento de recién nacidos que se duermen tierna-

Rosemary Lloyd, The Land of Lost Content. Children and Childhood in Nineteenth-
1

Century French Literature. Oxford, Clarendon Press, 1992, 241.

241
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

mente en los brazos de la mujer, como en el poema “El niño solo”, que habla
de un niño encontrado a la puerta de un rancho y que rompe en llanto en
busca de un alimento que no viene, y que se termina durmiendo en los
brazos de la mujer que lo ha encontrado, cuyo pecho queda “enriquecido”2.
Otro de los temas presentes es la exaltación del mundo infantil, de quie-
nes parecen “un granito”3 , como expresa en el poema “Manitas”. Dentro de
este poemario aparecen otros poemas, rondas y canciones que despliegan
variantes temáticas como la que expresa el anhelo de una mujer en edad
fértil por tener un hijo, como se señala en el “Poema del hijo”, dedicado
a la poeta argentina Alfonsina Storni. Anhelo que se evidencia aún más
en el poema “Serenidad” en el sueño de dar pecho “a un hijo hermoso /
sin dudar”4 . En cuanto a las canciones de cuna propiamente tal, éstas son
numerosas dentro de su obra, no sólo en este poemario, y todas expresan
de manera más o menos similar la idea de una voz adulta que establece una
estrecha relación con el infante, quien se convierte en un acompañante
tierno, “un velloncito de mi carne”5 como dice en el poema “Apegado a mí”,
pero también un recipiente de las penurias y temores del adulto quien se
descarga emocionalmente delante del niño o la niña, mientras estos están
siendo mecidos, como se expresa en el poema “Yo no tengo soledad”: “Es
el mundo desamparo / y la carne triste va. / Pero yo, la que te oprime / ¡yo
no tengo soledad!”6 . Otros poemas similares a este son “Canción amarga”
y “Miedo”, que hablan de madres solitarias que se refugian en sus hijos y
añoran un amor real, en el primer caso, y sienten temor del día en que se
queden solas, en el segundo caso.
Ternura (1924), a diferencia del libro anterior, es un poemario entera-
mente dedicado a la infancia, siendo los niños y niñas objetos de repre-
sentación, en cuanto actores de un mundo casi únicamente hecho para
ellos. Respecto a las canciones de cuna, se repiten algunas y aparecen otras
nuevas, ampliando su espectro, pero manteniendo el mismo tono descrito
anteriormente. En cuanto a las rondas, estas destacan por su musicalidad:
son poemas para ser cantados, y en ellos los niños y niñas aparecen en li-
bertad en medio de colinas y cerros, en armonía con la naturaleza como en
“Todo es ronda”, llenos de alegrías y esperanzas como en “Dame la mano”,
2
Gabriela Mistral, Desolación, Santiago, Andrés Bello, 1979 (1922), 15.
3
Ibíd., 39.
4
Ibíd., 73.
5
Ibíd., 91.
6
Ibíd., 91.

242
Claudio Guerrero

y como en una eterna vuelta, donde el tiempo se ha suspendido, solo para


poder danzar, como en la “Ronda del arco-iris”: “¡Qué colores divinos / se
vienen y se van! / ¡Qué faldas en el viento / qué lindo revolar”7. En otros
poemas, el niño y la niña son el centro de historias, emociones o sensa-
ciones que terminan por exaltar su pequeñez, ternura, candidez, bondad,
dulzura y alegría, entre otros afectos, como muestras de un mundo que
iguala la infancia con la poesía. Es por esto que la obra de Mistral debe ser
leída como una piedra fundacional para la poesía en habla hispana que
supera nacionalidades y que instaura el tema de la infancia como espacio
de representación estrechamente ligada a la tierra, la historia y la realidad
de ser mujer.
Gabriela Mistral publicaría más adelante Tala (1938), su tercera y úl-
tima obra, de corte americanista y religiosa, en donde la infancia vuelve a
aparecer pero no como tema principal, y, póstumamente, diez años des-
pués de su muerte, Poema de Chile (1976), sobre el cual nos queremos dete-
ner, ya que en este poemario el niño es el eje de la trama poética. En efecto,
la hablante –la Mama– recorre poéticamente el país acompañada de un
niño nortino para redescubrir las entrañas, la naturaleza física y humana
de una nación. Con esto, la autora no sólo intenta reivindicar su nombre
apenas delineado dentro de la historia de la literatura chilena, sino que
también incluye en su propósito a este niño de origen atacameño con el
fin de liberarlo de su condición subalterna. En efecto, éste es denomina-
do por la Mama de varias formas: mi chiquito, niño-ciervo, huemulillo,
indito, tontito mío, indito pata pelada, huertecillo, velludito, etc., hacién-
dolo protagonista y destinatario, a la vez, de su largo poema, y tratando de
reinstalar su identidad no hegemónica, en tanto cuerpo social borrado por
la cultura: “huemul y no cóndor, niño y no adulto, siervo y no amo, indí-
gena y no blanco”8 . Con esto, Mistral no sólo estaría intentando restable-
cer su propia identidad, sino que consigo la del infante no blanco, apenas
nombrado por la cultura oficial, apenas representado en la poesía y en la
literatura en general.
En cuanto a la ensayística de Mistral sobre la infancia resulta impres-
cindible detenerse en las prosas recogidas por Roque Esteban Scarpa en el
libro Magisterio y niño (1979). En él, se hace presente algunas de las ideas más
relevantes de Mistral en torno a la infancia en una época llena de cambios
7
Gabriela Mistral, Ternura, Santiago, Universitaria, 1989 (1924), 42.
8
Magda Sepúlveda, “Poema sin nombre, poema sin Chile: Mistral en Poema de Chile”
en Taller de Letras, Santiago, U. Católica, n° 43, 2008, 27.

243
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

y crisis para la figura del niño, la niña y su educación. En estos ensayos, el


niño aparece como un sujeto que debe estar a salvo de los males del mundo
moderno, debe ser cuidado y educado, se le debe fomentar su creatividad y
patriotismo y tiene derechos que son insustituibles. Así lo dibuja en “Elogio
del niño”, texto fechado en 1944. Aparte de alabar su gusto por la libertad,
rescata de él su natural disposición hacia la musicalidad y el despunte de
los sentidos: “El muy liberal goza con lo rítmico y contrarrítmico, y le hace
gracia lo suave y lo erizado; lo que él quiere son muchas vistas, colores
y sabores”9. El niño, además, es capaz de crear un juego con cualquier
elemento cercano a su disposición: “Para construir, lo mismo le valen
piedras que cartón, y corchos, y cañas rotas. No es que no sepa escoger;
bien lo sabe; es que él quiere construir a toda costa, de cualquier laya”10 y es
un vividor de cincuenta aventuras por día, lo que hace que al final del día
caiga rendido soñando, todavía, alguna gesta. Otro texto de Mistral sobre
infancia es el de “Los derechos del niño”, escrito en 1927, poco después de
la primera declaración universal de 1924. En este texto, Mistral redacta y
comenta los que a su juicio son los siete derechos fundamentales de todo
niño: 1) Derecho a la salud plena, al vigor y a la alegría. 2) Derecho a los
oficios y a las profesiones. 3) Derecho a lo mejor de la tradición, a la flor de la
tradición, que en los pueblos occidentales, según ella, es el cristianismo. 4)
Derecho del niño a la educación maternal. 5) Derecho a la libertad, derecho
que el niño tiene desde antes de nacer. 6) Derecho del niño sudamericano a
nacer bajo legislaciones decorosas. 7) Derecho a la enseñanza secundaria y
a parte de la superior. Este texto de 1928, presentado en una convención de
maestros en Buenos Aires, no solo causó gran discusión, sino que ayudó a
posicionar el pensamiento educativo mistraliano dentro de Latinoamérica
al considerar al niño como el centro para comenzar a empezar una “nueva
organización del mundo”11, basado en el desarrollo de una buena infancia.
Recordemos, además, que Mistral había sido llamada pocos años antes
desde México por José Vasconcelos a encabezar una reforma educativa que
replicarían otros países latinoamericanos, incluido Chile.
Tanto el pensamiento pedagógico como los poemas para niños que
construyó Mistral dieron al niño y la niña un status nuevo, una dignidad
y una visibilidad más resonantes que la que existía hasta entonces y que
guarda relación con la precariedad de su situación en un Chile que llegó a

Gabriela Mistral, Magisterio y niño. Santiago, Andrés Bello, 2005 (1979), 55.
9

10
Ibíd.
11
Ibíd, 63.

244
Claudio Guerrero

tener la tasa de mortalidad infantil más alta del mundo, siendo en 1925 de
un 40%12. De estos, hacia 1937, la mitad eran “huachos” o “ilegítimos”13 .
De ahí la costumbre de bautizar a un nuevo hijo con el mismo nombre
del fallecido recientemente. Y relacionado con esto, también, la tradición
de entierros de angelitos, otro de los imaginarios construidos en torno
al niño. Esta celebración, declarada pagana por la Iglesia y prohibida por
el Estado, consistía en el entierro festivo de niños y niñas fallecidos con
pocos años de edad que se creía eran reclamados por “el cielo”. En él, se
comía, bebía, bailaba y cantaba. Al niño muerto, vestido entero de blanco,
pintado sus mejillas y boca con colores vivos, adornado con una corona de
flores de papel plateado y provisto de unas pequeñas alas, se le solía atar a
una silla y era subido a una especie de altar, en donde se le rezaba por una
o dos noches antes de ser conducido al cementerio14 . En el libro de Rodolfo
Lenz, Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile. Contribuciones al
folklore chileno (1894), se transcriben algunos de los versos tradicionales
que utilizaban los cantores.

Los otros poetas de la infancia


Junto a Mistral existen otros tantos poetas que también tocaron el
tema de la infancia, pero no de la manera abarcadora de la poeta de Elqui.
Incluso algunos son anteriores a ella, pero aparecen más bien de manera
aislada, con poemas más que poemarios de infancia. La lista podría ser
quizás demasiado larga, por lo que aquí destacamos solo a aquellos poetas
más reconocidos o aquellos poemas que quedaron para siempre en la me-
moria de los lectores.
Diego Dublé Urrutia y su poema “En el fondo del lago” incluido en su
libro Del mar a la montaña (1903) es uno de estos insignes poetas. Este poe-
ma habla de un sueño de un adulto viéndose así mismo como un niño,
quien junto a otros niños están oyendo un cuento que relata la vieja criada
de la casa. El cuento es sobre tres príncipes hermanos y una princesa que
vivía en el fondo de un lago encantado y tiene un tono muy influenciado
por la obra de Darío. Carlos Pezoa Véliz en su poema-cueca “El lustrabotas”

Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile V. Niñez y juventud,


12

Santiago, LOM, vol. V, 2002, 60.


Jorge Jiménez de la Jara, Angelitos salvados. Un recuento de las políticas de salud
13

infantil en Chile en el siglo XX. Santiago, Uqbar, 2009, 68.


Sonia Montecino, Mitos de Chile. Diccionario de seres, magias y encantos. Santia-
14

go, Sudamericana, 2003, 47.

245
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

(1906) ilustra este oficio callejero popularmente desempeñado por niños


trabajadores que deambulaban de un lado a otro por los sectores céntricos
de la ciudad: “Nadie como este chico / bravo entre bravos / que nos lustra
las botas, / por diez centavos”15. Y Manuel Magallanes Moure se pregun-
taba en su poema “Niños”, presente en su libro La jornada (1910), sobre las
diferencias sociales que marcaban la infancia de los niños con educación
que eran mimados por sus padres versus los niños que vivían abandonados
y hambrientos, si juntos algunos vez –ya que igualmente son todos “dia-
blillos encantadores”16 – podrían compartir un mismo vuelo de igualdad.
Joaquín Cifuentes Sepúlveda es el autor de un desgarrado poema, es-
crito en cuartetos, titulado “El hijo” y que está presente en su libro La torre
(1922), en donde el hablante se reprocha a sí mismo su conducta sexual
promiscua y fantasea sobre la posibilidad de tener un hijo ignorado de al-
guna de las mujeres con quien ha tenido relación. En el despliegue del poe-
ma, el hablante recrea un hipotético encuentro con ese hijo desconocido, ya
grande, quien lo maldice por haberle dado esa vida de padre desconocido.
Se trata de un poema amargo sobre la culpa, los remordimientos, la mas-
culinidad y el huachismo.
Max Jara, con su poema “Ojitos de pena” incluido en su libro
Asonantes(tono menor) (1928) es otro de estos poetas recordados: “Ojitos
de pena, / carita de luna, / lloraba la niña / sin causa ninguna. // La madre
cantaba, / meciendo la cuna: / -No llores sin pena, / carita de luna”17. Se
trata de un poema de fácil memorización –romance octosílabo– que cuenta
la historia de una niña desde que lloraba en la cuna hasta que luego se hace
mujer, ella ahora se vuelve madre y luego abuela, manteniendo siempre sus
ojitos de pena y su cara de luna. Se trata de uno de esos poemas que forman
parte de la memoria colectiva nacional.
Otro autor que destaca por su lirismo de infancia fue Oscar Castro con
al menos tres poemas. Uno es “Romance de barco y junco”, que forma parte
de su primer libro, Camino en el alba (1938). En este poema, un niño juega
con su barco pirata al borde de un estanque que parece para él un océano
como expresión de la felicidad infantil. Barco de niño pobre regalado para
una Pascua que, sin embargo, en otra ocasión es llevado para jugar a orillas
del río y termina siendo llevado por la corriente. Como consecuencia de

Carlos Pezoa Véliz, Nadie dijo nada, Sevilla, Sibilina, 2009, 49


15

Manuel Magallanes Moure, La jornada, Santiago, La Ilustración, 1910, 71.


16

Max Jara, Asonantes (tono menor), Santiago, Minerva, 1928, 19.


17

246
Claudio Guerrero

esto, dos lágrimas le trizan, al hablante, “las pupilas desoladas”18 . El poe-


ma sintetiza en una simple y bella imagen el fin de la infancia como pro-
ducto de una decepción realista, fría, sin contemplaciones, que deja al niño
sin su juguete preferido. El segundo poema es “Palabras al hijo futuro”,
donde una voz paterna le advierte al futuro hijo que está por venir sobre
la contaminación que su sangre lleva, al ser hijo de un padre que ensom-
brece todo, en especial respecto a temas amorosos. Por esto, el hablante le
pide disculpas y le dice: “Perdóname, hijo mío, si eres triste y obscuro. //
Perdóname si tu alma continúa las voces / que en mí nacen y caen como
alas vencidas”19. En realidad, aquí el niño termina siendo un reservorio
determinista de la psicología del padre, ante lo cual el hablante sólo puede
lamentar y pedir disculpas. En este sentido, se trata más bien de un poema
sobre el padre que sobre el hijo, pero este igualmente termina sufriendo de
manera anticipada una condición que poco tiene que ver, en verdad, con
su propia manera de ser. El tercer poema, por último, es “La lluvia empuja
nostalgias”, el cual forma parte de su libro Rocío en el trébol (1950). En este
poema, como en el anterior, es representada la infancia pobre de un niño
provinciano quien, a propósito de un nostálgico día de lluvia, recuerda a
su madre en el espacio cerrado de la casa, con sus quehaceres cotidianos,
el pequeño negocio que ayudaba al sustento y, en general, el “dominio
seguro”20 que implicaba su presencia. El hablante, ya adulto, realiza todos
estos recuerdos para reconstruir la figura de su madre muerta en medio
de una atmósfera cargada por la lluvia que deja aún más sola la vieja casa
que sirve de escenario. En estos poemas, Óscar Castro demuestra una pro-
funda tendencia a tematizar la infancia muy ligada a un yo autorreferente,
inquisidor y nostálgico de una inocencia perdida.
Juvencio Valle, en el poema del mismo nombre de su libro, El hijo del
guardabosques (1951), habla de sus orígenes boscosos: “del barro oscuro
vengo: todavía me duele / el cordón umbilical que me ata al surco”21. Ase-
mejándose al trigo que crece lentamente y al largo viaje que realiza la uva
antes de convertirse en vino, el hablante da cuenta de sus orígenes profun-
dos, asimilando su niñez a la tierra y a sus lentos procesos de crecimiento
y renovación, en un proceso armónico de conjunción con la naturaleza.

Óscar Castro, Antología poética, Santiago, Chile Pacífico, 1955, 20.


18

Ibíd., 22.
19

Ibíd., 142.
20

Juvencio Valle, El hijo del guardabosque, Santiago, Nascimento, 1951, 14.


21

247
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

Finalmente, cuatro poetas que dedicaron poemarios completos al tema


de la infancia son Victoria Contreras Falcón, Andrés Sabella, María Cristi-
na Menares y Teófilo Cid. Victoria Contreras Falcón es autora de dos libros,
el segundo de los cuales es Trompo dormido (1938), libro para niños que
destaca por su musicalidad en el lenguaje y que en su época tuvo una buena
recepción. Su suicidio a los 42 años, sin embargo, truncó una incipiente
producción de la cual se sabe bastante poco. Andrés Sabella es el autor de
Vecindario de palomas (1941), cuyo subtítulo expresa explícitamente su in-
tencionalidad: “Poemas para niños. 1934-1940”. De hecho, en las Notas
preliminares, el autor escribe lo siguiente: “Yo digo niño, y no creo mal que
ello significa: la mejor tierra para el encanto”22. Hermosamente adornado
por grabados, con letra grande y vistosa, se trata de un conjunto de vein-
ticinco poemas destinados a una lectura infantil. Algunos de sus poemas
más destacados son “Mi universo” que trata sobre un mapamundi, “El mar
a mi costado” sobre un niño de once años que acompaña a un buzo subma-
rino, “Tentación de Francis Drake” sobre el famoso pirata, “Oración al hada
madrina”, “Maniobras” sobre unos soldaditos de plomo, y, “Rubí de Améri-
ca” poema exaltador de la geografía física y humana de Chile, entre otros.
Estos poemas, en su totalidad, muestran la intencionalidad de resaltar la
infancia como periodo de vida en donde todo es descubrimiento, maravilla
y emoción. Perdura en su visión, por lo tanto, una mirada clásica sobre
la infancia como un espacio lleno de inocencia y candor. Sabella es autor,
además, de otro libro de infancia llamado “Un niño más el mar” (1971),
perteneciente a otra etapa histórica. María Cristina Menares es autora
del poemario Lunita nueva (1952), obra dedicada enteramente a temática
infantil, en donde destaca el poema “Danza del trompo multicolor”. Esta
poeta serenense es también autora del poema “Jazmín de María Carlota”,
que habla del diálogo entre una niña y su madre, en donde las ocurrencias y
palabras de la niña generan comentarios de sorpresa y admiración por par-
te de la madre. Se trata de un poema que muestra un ambiente de mutua
confianza, cordialidad y armonía. De Teófilo Cid, en tanto, es el libro Niños
en el río (1955), texto breve de 14 páginas. El poema del mismo nombre
del libro da cuenta de la realidad social de los niños pobres del Mapocho.
Se trata de un poema de denuncia en contra del abandono y la miseria,
las duras condiciones de existencia en invierno y la poca ayuda social que
reciben por parte de las autoridades. En resumen, es un poema que trata
sobre la pérdida total de la infancia reflejado en esos rostros “esculpidos

Andrés Sabella, Vecindario de palomas, Santiago, Nascimento, 1941, 8.


22

248
Claudio Guerrero

por glacial fruición de muerte”23 , rostros que han sido únicamente amados
por la noche.
Todos estos poetas chilenos de la primera mitad del s. XX le dedicaron
algunos de sus mejores poemas a la infancia. Tan es así, que muchos de los
poemas que aquí citamos han formado parte de la larga serie de textos es-
colares con que los estudiantes chilenos tienen sus primeros acercamientos
a la literatura. Por cierto, se trata de una antología incompleta, breve, que
probablemente debiera ser bastante más engrosada. Sin embargo, creemos
que con esta pequeña selección –lo mismo ocurre para la narrativa– damos
cuenta de una parte importante de la producción literaria chilena de la
primera mitad del s. XX referida a la infancia como tema de representación.
Su contextualización nos permite abrir un pequeño panorama sobre las
ficciones de infancia que debe ser profundizado, pero que ayuda a explicar
la relevancia de este tema dentro de la literatura nacional.

La infancia en la narrativa
Encontramos en la narrativa chilena de la primera mitad del s. XX
dos vertientes de desarrollo respecto a la infancia. Por una parte, aquellos
relatos que insertan a niños y niñas con roles protagónicos en medio de
una trama social que da cuenta de las carencias y problemáticas políticas,
económicas y educativas de este periodo. Con un tono realista, crudo y
descarnado, las narraciones de este tipo muestran a los niños como vícti-
mas de las circunstancias sociohistóricas que aquejan a la nación, en cu-
yos cien años de vida independiente republicana mantiene y profundiza
con desolación muchas de las desigualdades que entorpecían el ansiado
paso a una sociedad más desarrollada. Por otra parte, en este periodo tam-
bién encontramos expresiones narrativas cuyo tratamiento más estético
del argumento retrotrae al niño y la niña de sus circunstancias históricas
inmediatas, para explotar en él otro tipo de invenciones menos ligadas a
determinismos y más relacionadas con ideas abstractas y preocupaciones
de corte existencial o vital.
Entre los autores que consideramos forman parte de la primera ver-
tiente, que denominamos narrativa social de infancia, encontramos a
autores como Baldomero Lillo, Mariano Latorre, Joaquín Edwards Bello,
Alberto Romero, Nicomedes Guzmán y Alfredo Gómez Morel. Estos escri-
tores ficcionalizaron una infancia entroncada con las realidades sociales,

Teófilo Cid, Niños en el río, Santiago, Ediciones Espadaña, 1955, 7.


23

249
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

entregando a los lectores relatos cuyos vínculos con la realidad inmediata


eran evidentes.
Baldomero Lillo, en su libro Subterra (1904), especialmente en el cuen-
to “La compuerta N° 12”, protagonizado por un niño de nueve años que
trabaja de portero en las minas de carbón en Lota, bajo el mar, retrataba
la realidad del trabajo infantil y las precarias condiciones de existencia de
los trabajadores del carbón. Su obra es una ácida denuncia de los niveles de
subhumanidad y explotación a los cuales se había llegado, condiciones que
provocaban terribles tragedias como las que se describen en esas historias.
Este autor, en Subsole (1907), dedicado a temáticas de la vida ya no bajo la
tierra sino que bajo el sol, también trabajó la temática infantil de manera
trágica en un cuento como “La mariscadora”, la historia de una madre de
nombre Cipriana que solía ir a mariscar a la orilla del mar y que tenía un
bebé de diez meses, del cual debía hacerse cargo. En medio de su afanosa
tarea, un accidente la deja atrapada en el mar, atascada sin poder salir, con
el agua hasta el pecho, mientras su hijo esperaba en una cunita improvisa-
da en la orilla, a pocos metros, hasta que todo se desencadena rápidamente
como una fatalidad al subir prontamente la marea, llevándose al niño y
ahogando a la madre. Este relato cruento resurge hoy como un buen ejem-
plo de las miserias que golpeaban a las clases más pobres de la sociedad,
intensificadas ficcionalmente en base a un determinismo fatalista, oscuro
y desesperanzador. Del mismo autor es, también, el cuento “El angelito”
(1920), en donde se relata la costumbre campesina chilena del entierro de
angelitos, de vasta tradición en la cultura como comentábamos anterior-
mente. En este relato, se narra con el tono amargo de la brutalidad que
envuelve la vida de las personas pobres. El narrador da algunos detalles de
la vieja tradición:
“La costumbre había establecido que cuando moría un niño se festejase
la defunción con música, canto y baile. Si los padres podían sufragar los
gastos, celebrábase la fiesta en la propia casa, pero lo más frecuente era que
cediesen el cadáver a un interesado mediante el pago de una cantidad de-
terminada. En la montaña el que pagaba los mejores precios por los angeli-
tos era El Chispa, encargándose también de la sepultación en el cementerio
de la aldea más cercana”24 .

Baldomero Lillo, Obra completa, Santiago, Universidad Alberto Hurtado, 2008,


24

588.

250
Claudio Guerrero

El Chispa, quien antiguamente había sido cuatrero, no sólo organizaba


la fiesta sino que también era el encargado de vestir al niño. Para tal efec-
to, solía envolverlos en una mortaja blanca adornada de cintas y dibujos
de papel de esmalte. Cuando el padre de la criatura, alcoholizado por los
excesos de la fiesta, se roba el cuerpo del niño, da término abruptamente
a la celebración, dando paso a una historia que intenta cuestionar, desde
adentro, el carácter de esta festividad, su sentido moral y las bajas pasiones
que lo rodean.
Otro escritor que también ficcionalizó en narrativa los entierros de
angelitos fue Mariano Latorre en Zurzulita (1920), historia ambientada en
la zona central de Chile. Dentro de los múltiples sucesos que se relatan en
esta novela criollista, se describe el entierro del hijo de on Varo y Pascuala.
A Pituto, el niño muerto, lo lavan y visten con adornos, lo suben a un altar
sobre una silla y luego le rezan el rosario para dar paso después a un canto
en verso con una guitarra: “No me quea qué pensar, / no sé cómo me la-
mente, / entre el agua y su corriente / se ven mis ojos llorar”25. Luego del
canto, viene la “pitanza”, que implica comer y beber a destajo. A continua-
ción, algunas cuecas y nuevos rezos alrededor de velas encendidas hasta el
momento en que todo se detiene para que algunas mujeres comiencen a pe-
garle en las mejillas del angelito unas monedas mojadas con saliva y otros
ponen billetes entre los pliegues de sus ropas. De esta manera, se financia
el entierro en el cementerio del poblado más cercano con un cajoncito em-
badurnado de blanco, el cual es traído por el padrino de la criatura, lo que le
da el derecho a encabezar la procesión arriba de un caballo, mientras todos
los demás deben realizar la travesía a pie. La madre, en tanto, que se había
quedado en el rancho, al ver que se pone a llover se muestra preocupada,
ya que cree que el padrino, por llevar prisa de querer volver pronto a su
campo, no se preocuparía de apisonar lo suficiente la sepultura de Pituto
“para que su alma no penase, vagando por los rincones de Millavoro, hecha
una candelilla misteriosa”26 . Como se puede apreciar en estos fragmentos,
el velorio de angelitos ha sido una tradición chilena campesina de marcada
presencia en la cultura, cuyos rituales y creencias llamó la atención de este
tipo de escritores enraizados con lo popular y rural.
Pero también la novela social de infancia dio cuenta de las problemáti-
cas urbanas, en especial, aquellas relacionadas con la habitabilidad, margi-
nalidad y delincuencia. Estos espacios fueron el prostíbulo, el conventillo y
Mariano Latorre, Zurzulita, Santiago, Nascimento, 1952 (1920), 251.
25

Ibíd., 262.
26

251
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

el río Mapocho. El roto (1920), de Joaquín Edwards Bello, es una novela que
da cuenta de la realidad social del burdel. En este relato, aparecen niños
envueltos en medio de una trama sórdida y pobre de infancia abandonada,
como en este caso, con Violeta y Esmeraldo, los hijos de Clorinda, quien
trabaja en una conocida quinta de recreo del barrio San Borja, próximo a la
Estación Central de trenes. En ese espacio poco apropiado para ellos, estos
niños son criados en medio de la vida miserable y violenta del ambiente
prostibulario y sufren las consecuencias de un ambiente desprotegido que
marcará sus vidas: para ella, reflejado en el naturalizado encauzamiento
que va adquiriendo su vida mientras se va haciendo mujer y, para él, en la
naturalizada vida de la calle, del vagabundeo y pandillaje.
El conventillo, como construcción arquitectónica que involucró haci-
namiento, promiscuidad y extrema pobreza, fue el espacio ideal para la
construcción de diversas ficciones narrativas dentro de las cuales partici-
paban niños y niñas. Algunas de las obras ambientadas en esta realidad
donde aparecen niños con roles protagónicos pertenecen a Alberto Rome-
ro y Nicomedes Guzmán. De Romero es la novela La mala estrella de Peru-
cho González (1935), la cual está ambientada en un conventillo del barrio
Franklin y que relata la vida de un niño con siete hermanos, que se une
a una pandilla y vive en la calle una serie de raterías para luego volver al
hogar y enderezar en algo el rumbo, ya adolescente, trabajando como mozo
de un restaurante, para luego ser acusado injustamente de robo. La vida de
Perucho transcurre predestinada a la miseria y a la mala fortuna, sin po-
sibilidades ni oportunidades para cambiar de “estrella”. El tono pesimista,
por tanto, es el predominante para teñir la vida de este niño destinado a
un futuro poco auspicioso. Opuesta, en cambio, es la sensación que deja
la novela de Guzmán, La sangre y la esperanza (1943), cuyo protagonista
es un niño de familia obrera que logra superar las adversidades a través
del esfuerzo, pese a sus condiciones marginales, prevaleciendo en él una
conciencia proletaria que lucha por la educación, la organización y la lucha
social y política.
Las problemáticas ligadas al río Mapocho, por último, creemos que
aparecen muy bien ficcionalizadas en la novela El río (1962), de Alfredo
Gómez Morel. Escrita en clave autobiográfica, se trata de una historia so-
bre un pequeño delincuente que ha pasado su infancia entre orfanatos,
casas de menores y las caletas del río Mapocho, en medio de la pobreza y
la necesidad de sobrevivir en medio de un mundo hostil que no es eficiente
ni solidario con los niños al margen de la sociedad. De todas partes sale

252
Claudio Guerrero

golpeado, herido, sin comprender muy bien por qué las cosas toman el giro
que le toca, aunque él sabe que muchas de las cosas que le pasan tienen
que ver con él: “En la penumbra de mi infancia recuerdo a una monjita que
me pegaba en las posaderas, porque según ella, yo era la reencarnación del
Diablo. Ponía mucho de mi parte para alimentar esa creencia: era sucio y
feo”27. Tenía seis o siete años cuando decide irse del orfanato por primera
vez, luego aprende a leer y escribir en la escuela del mismo orfanato, pero
ahora al amparo de una mujer de dinero a quien llama su “madre”, para más
adelante, ya instalado en Santiago con su verdadera madre que lo había
entregado en adopción, vivir el abandono y poco a poco comenzar una vida
callejera, creciendo a golpes en las más duras condiciones y mostrando al
lector la génesis de una vida en donde el abandono marca el descarrila-
miento social de quienes, por algún motivo u otro, no logran subirse al ca-
rro del progreso social de un Chile lleno de hoyos en materia de seguridad
y protección social.
En definitiva, estas narraciones de infancia de índole social cumplie-
ron no sólo un rol estético ficcionalizador, sino que también sirvieron
como actos de denuncia de las condiciones sociales en que vivían muchos
niños de distintas zonas del país, y fueron tomados incluso por los pro-
pios autores –ligados a determinados partidos políticos o ideologías– como
banderas de lucha para la obtención de mejoras en la vida social. Estas
narraciones sociales de infancia, también, adquieren hoy un profundo va-
lor cultural como reflejos de una época de la cual quedan pocos vestigios.
Como señalan Salazar y Pinto28 , en 1904, el 40% de los delitos de Santia-
go y Valparaíso lo cometían niños. En 1928, así escribía Gabriela Mistral
en un breve texto titulado “Infancia rural” sobre la vida del niño en las
ciudades: “Entre las razones por las cuales yo no amo las ciudades –son
varias– se halla esta: la muy vil infancia que regalan a los niños, la pau-
pérrima, la desabrida y también la canallesca infancia, que en ellas tienen
muchísimas criaturas”29. En Santiago, muchos de los pequeños delincuen-
tes surgidos de los suburbios insanos fueron los llamados “niños del Ma-
pocho”, pandillas de infantes y adolescentes que habitaban y habitan hasta
hoy las caleteras bajo los puentes del río que cruza la capital de Chile. San
Alberto Hurtado, en su camioneta verde, los solía recoger y los llevaba a
su Hogar de Cristo, fundada por él en 1944, en donde les daba alimento,

Alfredo Gómez Morel, El río, Santiago, Sudamericana, 1997 (1962), 27.


27

Gabriel Salazar y Julio Pinto, Op. Cit., 61.


28

Gabriela Mistral, “Magisterio y…”, 57.


29

253
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

higiene y educación. Hacia 1948, sin embargo, Gabriela Mistral alertaba


en su “Llamado por la infancia”, sobre “el gran bochorno que se llama el
Niño desnudo y hambriento (…) y el peor delito [que] se llama abandono
de la infancia”30. Este tipo de situaciones, sumado al trabajo infantil, hizo
que muchos de los niños pobres se convirtieran rápidamente en adultos: “A
los 20 años podían considerarse, ya, viejos, con una infancia perdida en la
noche de un día que nunca fue”31.
De las novelas representativas de la segunda vertiente, la que denomi-
namos narrativa estética de infancia, consideramos al menos cuatro, que
pertenecen a Eduardo Barrios, Pedro Prado, Benjamín Subercaseux y Luis
Oyarzún. La primera es la historia de un niño perdidamente enamorado
de una mujer mayor, El niño que enloqueció de amor (1915). Esta obra de Ba-
rrios, breve y desgarradora, presenta dos narradores, uno que abre y cierra
la novela y nos explica que involuntariamente se ha quedado con el cuader-
no de notas o diario de vida del protagonista y otro que es el niño quien a
su corta edad vive como un adolescente los dolores y penurias de un amor
demasiado idealizado y no correspondido. En su perdido enamoramiento,
el infante se muestra casi agónico, sin apetito, con cambios bruscos de hu-
mor y muy alejado de sus estudios. Una melancolía constante finalmente
lo deja insano, postrado en un lecho de moribundo junto al diario en donde
expresó todos sus sentimientos. El libro marcó a generaciones enteras de
lectores y provocó diversos debates sociales debido a su temática. Muchos
poetas también, como Daniel de la Vega, Gabriela Mistral y Ángel Crucha-
ga, escribieron textos inspirados en el niño enloquecido. En esta novela, el
niño es representado a través de su propia voz, reconociéndose en su texto
las marcas de una escritura infantil.
La novela Alsino (1920), de Pedro Prado, a su vez, también obtuvo en su
tiempo una amplia recepción y sigue siendo hasta hoy un notable ejemplo
de representación de la infancia. Esta obra, calificada como una “novela
poemática” en palabras de Alone, narra en tercera persona la historia de un
niño que nace con una malformación en su espalda que permite que de allí
crezcan alas, con las cuales puede volar. Alsino no descubre este prodigio
sino en forma de revelación, en un proceso lento de naturalización que lo
lleva hacia la autoexclusión y el aislamiento. Transcurrido en un contexto
campesino, la particularidad física del personaje lo libera de las trabas de
lo social y lo conduce a un viaje espiritual de libertad, experimentación de
Ibíd., 71.
30

Gabriel Salazar y Julio Pinto, Op. Cit., 65.


31

254
Claudio Guerrero

la naturaleza y un cierto misticismo propio de un santo o un ángel, pero


termina siendo preso de la crueldad y mezquindad humana, que quiere
hacerse de él como lo haría un cazador en busca de un trofeo preciado, de-
jándolo ciego y dependiente de alguien que lo cuide. Más tarde, como Ícaro,
termina consumido por el fuego. En esta obra, el niño es representado por
una voz adulta quien, a su vez, en determinadas ocasiones, reproduce los
pensamientos poéticos del personaje.
La novela Daniel: Niño de lluvia (1938; la versión definitiva es de 1942),
de Benjamín Subercaseaux, intenta desentrañar la compleja psicología in-
fantil ofreciendo dos categorías que se oponen: los niños de sol versus los
niños de lluvia. Los primeros son radiantes, alegres y sanos. Los segun-
dos, como el protagonista Daniel, son melancólicos, introvertidos, tristes,
preocupados y enfermizos. Hijo de una familia acomodada, crece rodea-
do de juguetes y afecto, sin embargo, una sensibilidad extrema y cierta
crueldad que hace, por ejemplo, disfrutar de la muerte de una gallina “en
secreto, voluptuosamente, para sí”32, hace de él un niño de lluvia, de difícil
acceso, algo oscuro o poco transparente, que solo logra algo de paz una vez
que se ha convertido en adulto.
La novela La infancia (1940), por último, de Luis Oyarzún, también na-
rra, en un cierto sentido, la historia de un “niño de lluvia” llamado Euge-
nio. Niño enfermizo, asustadizo, que tiene pesadillas en la noche, con tan
solo cuatro años de edad, es el protagonista de una historia recreada por
una voz adulta en tercera persona, dando cuenta de una particular sensi-
bilidad poética para describir el mundo, desde donde surgen una serie de
sentimientos, preguntas sin responder y sensaciones que emergen como
respuesta a un mundo inseguro, a veces violento y a menudo insensible.
Buscando permanentemente el cobijo en las faldas de su madre, descon-
certado ante las actitudes contradictorias de su padre, Eugenio se muestra
como un niño inseguro, ilusoriamente preedípico en la relación anaclítica
que establece con su madre33 , pero de un rico mundo interior, que revela
hermosamente el lado mudo de la infancia, aquel que ve, observa y recibe
los estímulos –cualquiera que sean– del mundo exterior de modo comple-
jo, único. El mismo autor, en la novela Los días ocultos (1955), retoma esta
visión sutil, poética y nostálgica de la infancia de un niño de clase media
alta de pueblo provinciano en el Chile de las primeras décadas del s. XX.

Benjamín Subercaseaux, Daniel (Niño de lluvia), Santiago, Ercilla, 1942, 66.


32

Roberto Hozven, Escritura de alta tensión, Santiago, Catalonia, 2010, 40.


33

255
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

Un caso aparte que puede funcionar como bisagra entre la primera y la


segunda mitad del s. XX, nos parece la novela Patas de perro (1965), de Car-
los Droguett. En esta, se narra la historia de un niño llamado Bobi que nace
con una malformación física incorregible: tiene patas de perro. La historia
es contada por su padre adoptivo, quien escribe para intentar olvidar la
trágica vida del niño, cuyo devenir de mitad hombre, mitad animal, marca
una singular y terrible infancia marcada por la exclusión social. Su padre lo
golpea con frecuencia y su madre lo abandona a los trece años, porque ya no
quiere vivir más con él. Bobi (característico nombre de perro) pasa hambre
y frío, es discriminado en el colegio y golpeado en la calle. Es un ser que ne-
cesita ser invisibilizado por una sociedad que no opera bajo los códigos de
la inclusión, una sociedad normalizante que termina por confinar a Bobi
en un manicomio. En esta novela, como se dijo, el niño es representado
por su padre adoptivo, es decir, un adulto es el sujeto de la enunciación y
el niño es “lo representado”. Resulta interesante, sin embargo, como se-
ñala Álvarez, que en esta novela se termina hablando mucho más de la
comunidad que lo engendra y persigue que del propio héroe, pasando a
inscribirse esta novela como una lectura en clave no solo de una identidad
chilena patiperra (el chileno que se hace la vida al andar fuera del país),
sino que de una patria humillante y opresiva, que no soporta la diversidad
de sus miembros34 . Por último, también resulta interesante constatar que
la violencia que se ejerce sobre esta infancia no sólo abre una nueva línea
de investigación que sobrepasa los límites de este trabajo, sino que puede
considerarse inauguratorio, por decirlo de algún modo, de un nuevo perio-
do de representaciones de infancias en la narrativa chilena de la segunda
mitad del s. XX.
De esta manera, estas narrativas estéticas de infancia, cada una con
sus propias particularidades, ayudaron a complejizar el panorama de las
representaciones de infancia con historias que incluyeron un valor agre-
gado a lo social, que profundizaron en la psicología de los personajes, ya
no como determinaciones inevitables de un entorno, sino que como indi-
vidualidades con matices y relieves insertas en tramas más complejas, y
donde el componente estético parece tener más relevancia que la descrip-
ción de lo real.

Ignacio Álvarez, Novela y nación en el siglo XX chileno. Ficción literaria e identidad,


34

Santiago, Universidad Alberto Hurtado, 2009, 186-187.

256
Claudio Guerrero

Consideraciones finales
Avanzadas las primeras décadas del s. XX, muchas de las situaciones
sociales y políticas anteriormente descritas comenzaron a cambiar muy
lentamente. Recién en 1917 se dictó la ley que establecía el descanso domi-
nical para los niños que trabajaban en las fábricas. De diciembre de 1916
es la ley que estableció que los talleres que empleaban a 50 o más mujeres
mayores de 18 años, debían contar con Salas-Cunas35. De 1920 es la Ley
de Instrucción primaria obligatoria, pero debieron pasar años antes de ser
efectivamente puesta en práctica. En 1923, apenas el 25% de niños en edad
escolar asistía a una escuela 36 . Sin embargo, con lentitud, esta ley y la refor-
ma educativa de 1928 lograron importantes avances en la tarea de hacer
que el niño saliera de la calle y entrara en la escuela bajo el plan de una
educación integrada, orientada hacia los diferentes tipos de producción de
acuerdo a las necesidades del país. A nivel literario, este proceso se ve refle-
jado en la novela Hijuna (1934) de Carlos Sepúlveda Leyton. En esta obra
narrada en primera persona, un joven de un barrio popular de San Miguel
relata su infancia transcurrida en las calles y cómo con la ley de instrucción
primaria tuvo que entrar a la escuela, los cambios que esto generó en su
persona y cómo ayudó a su formación como profesor normalista.
Hacia los años ’30 y ’40 comienza a generarse un panorama libresco
que sin duda marcó a las nuevas generaciones de niños. Durante esos años
se extiende la publicación de revistas dirigidas a niños y adolescentes y
la publicación de clásicos de la literatura hermosamente ilustrados para
atraer a los lectores, producto de una expansión de la industria del libro
de factura nacional que alcanzaba una treintena de casas editoras, siendo
las más grandes (con más de 50 empleados), Zig-Zag y Ercilla, fundadas
en 1905 y 1928, respectivamente. Esta época de oro del libro en Chile no
solo creó hábito lector, sino que también posibilitó la masificación y co-
nocimiento por parte del público –especialmente en las capas medias– de
autores nacionales y extranjeros, a bajo costo y a través de distintos puntos
de venta 37. De entre las revistas, la más exitosa de todas fue, sin duda, El
Peneca, bajo la dirección de Elvira Santa Cruz (Roxane) y con ilustraciones
de Mario Silva Ossa (Coré), llegando a editar 180 mil ejemplares en 1940.
Cecilia Urrutia, Niños de Chile. Santiago, Quimantú, 1972, 50.
35

Jorge Rojas Flores, Historia de la infancia en el Chile republicano. 1810-2010, San-


36

tiago, Ocho Libros, 2010, 326.


Bernardo Subercaseaux, Historia del libro en Chile. Desde la Colonia hasta el Bicen-
37

tenario. Santiago, LOM, 2010 (1993), 162.

257
Imaginarios de infancia en la literatura chilena

También fueron comunes la creación de espacios infantiles en diarios y


revistas de circulación nacional como El Mercurio, La Nación y Zig-Zag, en
donde se incluían cuentos, poemas, pasatiempos, dibujos y caricaturas re-
cortables, y contribuciones de los pequeños lectores. Lo anterior, sumado a
la masificación de los textos distribuidos gratuitamente en las escuelas, al
desarrollo de medios de entretención como la radio y el cine, a los cambios
en el vestuario y en la alimentación e higiene de los niños, contribuyó a
generar en el infante un espacio propio y diferenciado como nunca antes
en la historia de Chile. Así, las políticas estatales y los cambios institucio-
nales que se realizaron entre 1920 y 1950 permitieron que la población
aumentara su capacidad de consumo, ampliara su acceso a la escuela, li-
mitara la participación laboral de los niños y masificara nuevas formas de
entretención, generando cambios que marcaron a los niños nacidos en este
periodo38 .
Esta infancia es la que les toca vivir a los poetas y novelistas de los años
’50 y ‘60, pertenecientes en su mayoría a una clase media letrada, quienes
tematizaron con especial interés en sus obras al niño, creando nuevos ima-
ginarios de infancia que dan cuenta de una sociedad de masas en pleno
proceso de modernización. Con esto, me refiero a los poetas Jorge Teillier
a lo largo de toda su obra, Efraín Barquero y El regreso (1963), Delia Do-
mínguez, Enrique Lihn y La pieza oscura (1963) y Sergio Hernández, entre
otros, y a los novelistas Jorge Edwards con El patio (1952) y Claudio Gia-
coni con La difícil juventud (1954). Todos ellos, llamados por Martín Cerda
como la generación Peter Pan o la de los hijos de la Guerra Fría 39, dieron
cuenta del discurso de su tiempo acosando a la sociedad para realizar una
crítica de ella desde adentro y así dejar al descubierto sus escombros y fi-
suras, abriendo paso a una nueva época que estaría marcada por revueltas
estudiantiles, reformas educativas y grandes cambios en las estructuras
sociales. En medio de ello, el niño como protagonista de la ficción poética
y narrativa, se muestra como un ser con vida propia, cada vez más inde-
pendiente e individualizado, con una historia privada, pero siempre como
resultado de las querencias y crisis de una sociedad cada vez más pujante,
consumista y educada, pero desigual.

Jorge Rojas Flores, Op. Cit., 474.


38

Martín Cerda, Escombros. Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2008,


39

61.

258
Claudio Guerrero

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260
Lecturas en torno a la migración mapuche
Enrique Antileo

Lecturas en torno a la migración mapuche.


Apuntes para la discusión sobre la diáspora,
la nación y el colonialismo
Enrique Antileo

Introducción
La situación de la población mapuche en Santiago de Chile se ha
transformado en un punto de reflexión para dirigentes, organizaciones e
intelectuales de lo que llamaremos el movimiento mapuche. Directamente
emparentada con sus demandas políticas y territoriales, reviste una fun-
damental relevancia a la hora de abordar las problemáticas actuales de la
sociedad mapuche. En Santiago reside aproximadamente cerca del 30% de
la población mapuche a nivel nacional, lo que deriva de históricos procesos
migratorios y de asentamiento en la capital.
Durante los noventa y hacia adelante, parte del movimiento mapuche,
principalmente en términos de producción escrita, ha interpretado el es-
cenario migratorio y de residencia santiaguina recurriendo al concepto de
diáspora, caracterizando de esa manera a la población que ha debido salir
de su territorio por las diversas condiciones materiales que impidieron e
impiden su continuidad en él. La diáspora indudablemente es un concepto
problemático para la discursividad mapuche actual, sobre todo en relación
con el concepto de nación y las demandas colectivas que forman parte del
proceso reivindicativo contemporáneo.
En el presente artículo intentaremos ver cómo se despliega la diáspora
en tres textos de intelectuales mapuche contemporáneos, y cómo también
se entiende a la luz de la discusión sobre la nación y el colonialismo. Los
documentos corresponden a tres artículos publicados en el marco 1990-
2010, temporalidad relacionada con una nueva etapa abierta en el movi-
miento mapuche post-dictadura. Los textos son los siguientes: La diáspora
mapuche: una reflexión política de Pedro Marimán1; El retorno al país mapu-
che. Preliminares para una utopía por construir de José Ancán y Margarita

1
Pedro Marimán, “La diáspora mapuche: una reflexión política”, En Liwen, 4, 1997.

261
Lecturas en torno a la migración mapuche

Calfío2 y Autogobierno en el País Mapuche. Wallmapu Tañi Kizungunewun de


Víctor Naguil 3.
La referencia a estos materiales no significa un cierre a otros artículos
mapuche sobre estas temáticas y otras afines. Recogeremos parte impor-
tante de la producción intelectual mapuche para dar cuenta de las rela-
ciones entre diáspora, nación y colonialismo en el discurso político del mo-
vimiento mapuche, generando un cruce con los aportes de autores de los
estudios culturales y postcoloniales para la interpretación de esta proble-
mática. Asimismo intentaremos desarrollar un acercamiento histórico y
socio-demográfico al foco de atención del discurso diaspórico: los mapuche
de Santiago.

Tensiones iniciales
Hablar de mapuche que viven en ciudades puede parecer reiterativo,
sin embargo, aún creemos en la necesidad de darle vueltas al tema y, aun-
que sea en estas pocas páginas, en la urgencia de preguntar y evidenciar
las tensiones que emergen de esta situación, así como visibilizar ciertos
caminos que sean esperanzadores para el movimiento mapuche. El asun-
to tiene que ver con la lógica de las distancias y con la politización de una
realidad social que pocas veces logra un espacio en los proyectos políticos
que enarbola nuestro movimiento; tiene que ver con las posibles formas de
abordarlo y con las relaciones internas de nuestro pueblo.
Nos gustaría destrabar la discusión sobre los “mapuche urbanos” y si-
tuarlo en otra esfera, a saber: mapuche fuera del/dentro de Wallmapu. Efec-
tivamente, se trata de observar, desde el lugar en que estamos, un vínculo
con lo que se ha estado definiendo como territorio. No decimos acá que los
problemas de la migración y de la urbanidad no sean relevantes, porque
tienen sus propias complejidades y en sus propios carriles constituyen tó-
picos de investigación, pero preferimos observar con otro lente este nudo
en la discusión mapuche. Partimos del dato no menor de que hay mapuche
urbanos no sólo en Santiago, sino en Valparaíso, Viña del Mar, Rancagua y
también en Concepción, Cañete, Temuco, Valdivia, Osorno, etc. Según los
censos, la mayoría de nosotros vivimos en ciudades y no en las reduccio-

2
José Ancán y Margarita Calfío, “El retorno al país mapuche. Preliminares para una
utopía por construir”, En Liwen 5, 1999.
3
Víctor Naguil, “Autogobierno en el País Mapuche. Wallmapu Tañi Kizungunewun”,
En Azkintuwe, 14, 2005.

262
Enrique Antileo

nes de antaño o comunidades surgidas al alero de la ley indígena. Lo que


podría diferenciar estas urbanidades, desde nuestra perspectiva, es quizás
una dimensión geopolítica: efectivamente el estar situado/no situado en el
territorio histórico o territorio reivindicado.
No es lo mismo vivir en Temuco, que en una de las periféricas comu-
nas de la metrópolis capital chilena. Esas creemos son las distancias que
se han instalado en el debate. Si tomamos esta perspectiva el problema
ya no radicaría en si el mapuche vive o no en la ciudad, o si dejó el lof o se
quedó4 . El problema sería el lugar desde donde se habla, se actúa y se mo-
viliza. En ese sentido, lo que tratamos humildemente de poner en la mesa
(siguiendo la línea de varios que ya han trabajado estos asuntos) es una
apertura para comprender el problema muchísimo más allá de urbanos y
rurales, muchísimo más allá de comuneros o no comuneros. Nos abrimos
a entender la migración en el marco de procesos de despojo, desplazamien-
tos y colonialismo.
Ahora entonces, cuando miramos Santiago y vemos las cifras que indi-
can que cerca del 30% de nuestra gente está acá (Censo 2002), nos enfren-
tamos a varias disyuntivas. Una de ellas apuntaría a cómo mirar o analizar
esta realidad. Se hace urgente sobrepasar o disputar el debate con la –a es-
tas alturas– vieja distinción urbano-rural, tan aclamada por autoridades,
cientistas sociales e incluso algunos peñi y lamngen5. Hoy, apostamos más
a mirar nuestra residencia metropolitana como diáspora, es decir, como el
hecho de que parte de nuestra comunidad histórica se ha situado lejos de
su espacio y que en esa distancia ha tratado de reencontrarse y mirar su
propio proceso colectivamente.
Podría criticarse que al decir lejos hablamos desde fuera, o sea, que me
olvido de que Santiago (y más al norte) fue (o es) territorio mapuche al-
guna vez. Podría argumentarse que omitimos a los pueblos de indios que
estuvieron entre Santiago y la frontera del Bío Bío. Pero no, sólo tratamos
de escaparnos de un argumento que podría servir de justificación para una
residencia permanente en este lugar, desengranándose de las reivindica-
ciones territoriales que se han estado elaborando por nuestro movimiento.

4
El concepto lof alude a las comunidades mapuche tradicionales. Posee una enorme
complejidad social, lingüística, geográfica, política y cultural que no son materias de
este artículo.
5
Peñi es “hermano” y lamngen “hermana” en mapudungun.

263
Lecturas en torno a la migración mapuche

Sea o no parte del multifacético concepto de Wallmapu6 , creemos que San-


tiago ya es un territorio ajeno, construido para el desarrollo de otro pueblo
y subsumido a los avatares del neoliberalismo, donde nuestra presencia
importa poco o vale nada, diluidos en los problemas de clase y conviviendo
en la marginalidad, sin futuros demasiado claros. La gran derrota con los
españoles fue perder todo lo que comprendía el territorio al norte del río
Bío Bío, lo que se ratificó en los parlamentos sostenidos por cerca de 160
años entre las autoridades coloniales y las autoridades mapuche, gústele a
los amantes de las negociaciones o disgústele a los radicales. Estamos en
Santiago, es un hecho indesmentible, pero claramente resulta difícil sen-
tirse en nuestro territorio.
Definirse como diáspora –o sea, como mapuche que miramos el sur
sabiendo/sintiendo que hay una distancia con lo que sería o imaginamos
como nuestro territorio a reivindicar, asumiendo esa lejanía, encarnan-
do la reivindicación de un nuevo Wallmapu (considerando Ngulu y Puel
Mapu), viendo el territorio como un posible futuro– contiene importantes
tensiones y desafíos para el movimiento mapuche en general y en parti-
cular para esa parte que actúa, se moviliza y se desarrolla en Santiago.
Esos desafíos y tensiones se plasman en aspectos identitarios y políticos
de suma relevancia para la articulación y proyección de un movimiento
mapuche más maduro y con altura de miras. Intentaremos encargarnos o
visibilizar esas tensiones.

Acercamiento histórico y socio-demográfico


La sociedad mapuche entró en un creciente empobrecimiento con la
instauración del colonialismo a fines del siglo XIX. Radicación, reducción,
escasez y pauperización de las tierras, división de la propiedad, fueron fac-
tores claves y fundamentales para las migraciones iniciales durante la pri-
mera mitad del siglo XX, tanto a ciudades sureñas como al lejano Santiago,
proceso que hasta el día de hoy se mantiene constante.
Los números del Censo de Población y Vivienda de 2002 del Instituto
Nacional de Estadísticas (INE) nos aclaran en parte el mapa de la cuestión.
Chile tiene una población total de 15.116.435 de personas, de las cuales
692.192 señalaron ser parte de los diferentes pueblos indígenas abordados
por el Censo, lo que equivale al 4,6%. Del total indígena, un 64,8% reside
en zonas urbanizadas, mientras que un 35,2% habita en sectores rurales.
6
Territorio mapuche o País Mapuche.

264
Enrique Antileo

En el caso particular del pueblo Mapuche las cifras son símiles, el 62,4%
habita en la urbanidad y el 37,6% en espacios no urbanos7.
En Santiago habitan 182.963 mapuche, vale decir, un 30,37% de la po-
blación nacional mapuche (604.349 personas). La mayoría, un 33,62%, la
posee en la Región de la Araucanía, correspondiente a 203.221 personas.
La región de los Lagos tiene un 16,60% de la población mapuche y la región
del Bío Bío un 8,78%. La población mapuche de la Región Metropolitana
es la segunda de mayor importancia a nivel nacional. Un altísimo número
ya evidenciado en el Censo de 1992 (44%). Claramente, esto se relaciona
con un contexto continental y quizás mundial, caracterizado por altos con-
tingentes de población asentada en grandes ciudades, lo que se condice
con el crecimiento de la urbanización y la global reducción de la población
rural 8 .
Si bien el patrón urbano se repite en el territorio histórico mapuche 9,
lo relevante acá es la particularidad de Santiago, entendido como un lugar
fuera del territorio y como el espacio donde preferentemente se ha instala-
do la diáspora mapuche. Las ciudades y pueblos del sur, pese a sus índices de
población mapuche urbana, se encuentran en el Wallmapu; Santiago no10.
Por otro lado, concomitante con las cifras poblacionales, la diáspora ma-
puche en Santiago ha vivido procesos organizativos desde los albores del
siglo XX, pasando por diversas etapas hasta llegar a la actualidad, donde
gran diversidad de asociaciones, posturas y discursos coexisten en el mis-
mo espacio
Demográficamente, la población mapuche en Santiago en los años
treinta era menor que hoy. En esas primeras fases del proceso migratorio,

Instituto Nacional de Estadísticas, Estadísticas Sociales de los Pueblos Indígenas,


7

Santiago: Editado por Instituto Nacional de Estadísticas, 2005.


Respecto de las categorías urbano y rural para la residencia, la Encuesta Casen 2006
8

arrojó que el 69.4% de la población indígena reside en sectores urbanos y el 30,1%


en sectores rurales. El año 2009 los números fueron un 68,9% urbano y un 31,1%
rural.
En la VIII, IX Y X regiones también existe un considerable número de población
9

mapuche que vive en zonas urbanas. La Región del Bío Bío presenta un 68,1% de
población indígena urbana; la Región de la Araucanía posee un 29,1% (situación
más proporcional con el mundo rural) y la Región de los Lagos un 47,08% (INE-
Mideplan, 2005), lo que da cuenta de la extensión del fenómeno hacia el Wallmapu.
10
Debe reconocerse acá que hay algunas organizaciones que reivindican el concepto
de Pikum Mapu (gente del norte) y, por lo tanto, aún piensan en Santiago como
parte del territorio mapuche y en la posibilidad de reivindicarlo.

265
Lecturas en torno a la migración mapuche

surgía quizás la primera organización mapuche de la diáspora: la Sociedad


Galvarino. Esta agrupación, según un antiguo dirigente, Martín Painemal
Huenchual11, nació en 1932, básicamente con características de mutual
para aquellos mapuche que venían a la capital sin más que sus maletas y
un sueño en los bolsillos. Era el contexto en que la Federación Araucana de
Manuel Aburto Panguilef y la Sociedad Caupolicán tenían la mayor presen-
cia en el movimiento mapuche post-ocupación.
La Sociedad Galvarino entrega una luz sobre las primeras formas de
asociatividad que nacieron en la diáspora. Ya en los sesenta destacan otras
agrupaciones, como la Corporación Lautarina de Santiago y también en esos
mismos años se produce un proceso de refugio o de participación mapu-
che en la esfera sindical y social de Chile12. Las investigaciones de Felipe
Curivil y los trabajos de Javiera Chambeaux y Paulina Pavez, destacan la
incorporación de mapuche a los sindicatos de panificadores13 , a las organi-
zaciones habitacionales y poblacionales de la época14 .
Durante la dictadura militar, parte del movimiento organizado en la
diáspora se articuló con las organizaciones mapuche de más renombre en
el territorio histórico, en un contexto donde la principal reivindicación era
detener los avances de Pinochet y sus decretos en materia de división de
comunidades indígenas (DL 2.568). En ese escenario, surgió en Santiago
un brazo de la Asociación gremial de pequeños agricultores y artesanos mapu-
ches Ad-Mapu, denominado Ad-Mapu Metropolitano, que marcó el accionar
político de la región e influyó políticamente, después de su segregación, en
la formación de muchas organizaciones de la capital.
En los noventa la situación cambia. En términos numéricos se produ-
ce un incremento importante de la asociatividad mapuche. A comienzos
de la década se produjeron procesos de convergencia en torno a la CEPI
(Comisión Especial de Pueblos Indígenas) y la promulgación de la Ley Indí-
gena 19.253. Posteriormente, con el endurecimiento de los conflictos, des-
pegaron organizaciones políticas más críticas. Hoy, tenemos un escenario
Rolf Foerster, Martín Painemal Huenchual. Vida de un Dirigente Mapuche, San-
11

tiago, Grupo de Investigaciones Agrarias, 1983.


Rolf Foerster y Sonia Montecino, Organizaciones, líderes y contiendas mapuches
12

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Felipe Curivil, Asociatividad mapuche en el espacio urbano 1940-1970, Tesis para
13

optar al grado de Licenciado en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 2006.


Javiera Chambeaux y Paulina Pávez. Historia de vida del lonko Wenceslao Paillal,
14

Santigao, Ed. Meli Wixan Mapu, 2004.

266
Enrique Antileo

bastante diverso en el movimiento mapuche santiaguino, donde conviven


expresiones culturalistas, artísticas, deportivas, políticas; donde se desa-
rrollan organizaciones autónomas al mismo tiempo que crece la institu-
cionalidad indigenista del Estado (Conadi, Oficinas de Asuntos Indígenas,
frentes indígenas de partidos, etc.); y donde discuten posiciones políticas
mapuche integracionistas, nacionalistas, entre otras.

Estudiando las migraciones y la urbanidad


La problemática de la migración, el crecimiento de las ciudades, la in-
serción de los pueblos indígenas en estos nuevos terrenos socio-espaciales
son temas con vasto tratamiento en las ciencias sociales. Es un puente in-
eludible entre la realidad mapuche y la situación de diversos pueblos en La-
tinoamérica. Como sostiene Álvaro Bello se trata de un proceso rastreable
desde tiempos de la Colonia, pero que adquiere mayor visibilidad en el siglo
XX con la pérdida de tierras comunitarias, el crecimiento demográfico, la
salarización, el aumento de la pobreza, entre otros factores15. Para José
Bengoa la migración rural-urbana se ha transformado en una de las expre-
siones más importantes de lo que él ha llamado – no sin críticas- emergen-
cia indígena16 .
Si bien acá nos enfocamos en la situación mapuche, nuestro trabajo no
puede estar desprovisto de contexto y relación con los procesos comunes
que ha vivido América Latina, y no sólo en lo que corresponde a los despla-
zamientos poblacionales. Las migraciones indígenas y los fenómenos aso-
ciados (marginalidad, pobreza, explotación, por ejemplo) constituyen en
una realidad transversal en Latinoamérica. En las ciudades masificadas del
siglo XX, descritas y analizadas por José Luis Romero se aprecia el arribo
a las ciudades de cientos de inmigrantes de diferentes pueblos que fueron
conformando barrios propios en las periferias y modificando la urbe con el
paso del tiempo17. Los estudios sobre grupos indígenas migrantes en Amé-
rica Latina son diversos y guardan relación no sólo con las condiciones de
los desplazamientos, sino con las transformaciones que conllevan.

Álvaro Bello, “Migración, identidad y comunidad mapuche en Chile: entre


15

utopismos y realidades”, en Asuntos Indígenas, 3-4, IWIA, Cophenague, 2002.


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16

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17

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267
Lecturas en torno a la migración mapuche

Para el caso de Perú resulta interesante mencionar las aproximaciones


de Teófilo Altamirano18 , José Matos Mar19 y Javier Ávila 20 , que destacan
las vinculaciones entre migración y pobreza urbana; localizaciones de gru-
pos específicos en las ciudades y aproximaciones a la discusión desde la co-
lonialidad y la subalternidad. En Bolivia, podemos contar con las investiga-
ciones de Xavier Albó21 y, por ejemplo, en Guatemala con los acercamientos
de Manuela Camus y Santiago Bastos22. En el caso de México la producción
es bastante amplia, con una extensa cantidad de estudios sobre el arribo
y permanencia de migrantes indígenas en las grandes metrópolis, entre
los que encontramos a Lourdes Arizpe23 , Maya Pérez Ruiz24 , José Aurelio
Granados25. Aún así, todo esto constituye sólo una breve pincelada a un
campo de estudio cada vez más extenso.
La relación que existe entre migración, éxodo y movilidad de los pue-
blos indígenas al interior de los países latinoamericanos ha sido abordada
por el intelectual mexicano Pablo González Casanova desde la óptica del
colonialismo interno, relacionando las explotaciones desiguales y combi-
nadas y la dominación desplegada con las poblaciones indígenas26 . Si bien
es discutible un vínculo cerrado entre migración y colonialismo en todas

Teófilo Altamirano, Cultura andina y pobreza urbana, Lima, Pontificia Universidad


18

Católica del Perú, Fondo Editorial de la PUC, 1988.


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19

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20

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21

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22

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23

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268
Enrique Antileo

las latitudes del continente, se hace necesario para este trabajo mencio-
nar la relevancia de factores de explotación que generan condiciones ma-
teriales proclives a los desplazamientos de masas indígenas a los centros
urbanos. Es ahí donde situamos los puentes entre la realidad mapuche,
localizada en Chile, con los procesos desarrollados a nivel latinoamericano.
Esta problematización va de la mano con la literatura específica sobre
migración mapuche y la particularidad del caso santiaguino. Sobre este
asunto, la bibliografía existente se ha concentrado en elementos descripti-
vos, en reflexiones acerca de la identidad y la cultura mapuche en los espa-
cios urbanos o bien en procesos asociativos, enfocados en organizaciones27.
No obstante, otros autores han enfatizado mucho más la dimensión políti-
ca del establecimiento mapuche en Santiago, ya sea desde sus condiciones

Véase: José Ancán, “Los urbanos: un nuevo sector dentro de la sociedad mapuche
27

contemporánea”. En Pentukun, 1, 1994; José Ancán, “Rostros y voces tras las más-
caras y los enmascaramientos: los mapuche urbanos. En Actas del Segundo Congre-
so Chileno de Antropología, Tomo I, Valdivia, 1995; Geraldine Abarca, “Mapuches
de Santiago. Rupturas y continuidades en la recreación de la cultura”, En Revista de
la Academia, 7, 2002; Andrea Aravena, “La diáspora invisible”, En Número especial
del Correo de la UNESCO (Preparado con ocasión de la Cumbre Mundial contra el
Racismo, realizada en el mes de septiembre en Sud-África), 2001; Andrea Aravena,
“El rol de la memoria colectiva y de la memoria individual en la conversión identi-
taria mapuche”, En Estudios Atacameños, 26, 2003; Álvaro Bello, “Migración, iden-
tidad y comunidad mapuche en Chile: entre utopismos y realidades”, En Asuntos
Indígenas, 3-4, IWIA, Cophenague, 2002; Clorinda Cuminao y Luis Moreno, “El gi-
jatun en Santiago: una forma de reconstrucción de la identidad mapuce”, Tesis para
optar al Título de Antropóloga. Universidad Academia de Humanismo Cristiano,
Santiago, 1998; Eduardo Curilén, “Organizaciones indígenas urbanas en la Región
Metropolitana”, En Tierra, territorio y desarrollo indígena, Temuco, Instituto de
Estudios Indígenas, Universidad de La Frontera, 1995; Felipe Curivil, Asociatividad
mapuche en el espacio urbano 1940-1970, Tesis para optar al grado de Licenciado
en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 2006; Ramón Curivil, “Los Cambios
Culturales y los Procesos de Re-Etnificación entre los Mapuces Urbanos. Un Es-
tudio de Caso”, Tesis de Magíster en Ciencias Sociales, Universidad Academia de
Humanismo Cristiano, 19941; Ana Millaleo, “Multiplicación, y multiplicidad de las
Organizaciones Mapuche Urbanas”. Tesis para optar al título de Socióloga. Univer-
sidad Arcis. Santiago, 2006; Sonia Montecino, “Invisibilidad de la mapuche urbana”,
En Cuaderno Mujer y Límites, 1, 1990; Carlos Munizaga, Estructuras transicionales
en la migración de los araucanos de hoy a la ciudad de Santiago, Santiago, Notas del
Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Chile,1961; Liber Osorio,
“Inche Mapurbe Ngen. De chorizo a weichafe: nuevos elementos culturales en la
identidad mapuche de Santiago, 1997-2009”. Tesis para optar al grado de Licencia-
do en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 2009.

269
Lecturas en torno a la migración mapuche

urbanas28 o bien desde el plano de las demandas por reconocimiento29.


Ahora bien, apelando específicamente a la categorización de diáspora, han
sido menos los autores que han inaugurado y profundizado dicha reflexión
(los ya mencionados Pedro Marimán; Ancán y Calfío; Naguil). Aún así,
sus discusiones enriquecen el debate al poner sobre la mesa problemáticas
importantes y sensibles como el retorno o la proyección político-social de
dicha población en exilio de su tierra natal.

La diáspora en el movimiento mapuche


Las diferentes formas en que se presenta el concepto de diáspora obli-
gan a analizar su uso por parte del movimiento mapuche. Su despliegue
se ha dado principalmente en el plano escritural o, como también se ha
denominado, en el campo de los intelectuales indígenas. Conviene aclarar
de entrada que cuando hablamos de intelectuales mapuche, lo hacemos
bajo la impronta de pertenecer a un movimiento y salvaguardando varias
premisas. Primero que, desde nuestra perspectiva, la actividad intelectual
no remite únicamente a subjetividades, sino también a procesos colectivos,
por ello también hablamos en plural. Segundo, que la reflexión crítica no
se agota en sujetos letrados o profesionalizados, sino que va muchísimo
más allá de ellos. Tercero, tampoco se agota escrituralmente en un sistema
de publicaciones (llámese artículos) formales, sino que puede rastrearse
mediante otros mecanismos que ha explorado el movimiento en el campo
de la escritura. Cuarto, que asumiendo estas discusiones, creemos que los
sujetos críticos que han llevado sus ideas al papel son parte del movimien-
to mapuche, en tanto sus ideas se dan al calor de los contradictorios, dispu-
tados y diversos procesos que va viviendo dicho movimiento y también en
tanto se sienten partícipes de la construcción cotidiana de ese movimien-
to. En ese sentido, la categoría de intelectuales/intelectualidades mapuche
se inserta en discusión completamente abierta 30.

Véase: Fernadno Quilaleo, “Mapuche Urbano”, en Revista Feley kam fefelay, 3,


28

1992; Marcos Valdés, “El problema de lo urbano y lo rural”, 2000..


Véase Nicolás Gissi, “Los mapuche en el Santiago del siglo XXI: desde la ciudadanía
29

política a la demanda por el reconocimiento”, en Werkén, 3, 2002.


Claudia Zapata es una de las investigadoras que más ha trabajado el tema de la inte-
30

lectualidad mapuche. Véase: Zapata, Claudia Zapata, “Los intelectuales indígenas y


la representación. Una aproximación a la escritura de José Ancán Jara y Sivia Rivera
Cusicanqui” En Revista de Historia Indígena, 9, 2005-2006; Claudia Zapata, “Iden-
tidad, nación y territorio en la escritura de los intelectuales mapuches”, en Revista

270
Enrique Antileo

El término diáspora, hace referencia al traslado masivo de pueblos fuera


de su territorio por razones políticas, económicas, militares, etc. No obs-
tante, el concepto ha ido adquiriendo fuerza en el mundo académico, pero
no de forma unívoca, al contrario, cada autor ha puesto en el tapete diver-
sos puntos que atañen a su definición. En un artículo sobre el problema de
la diáspora, Mireya Fernández distingue dos probables campos que traba-
jan su definición: el primero relacionado con la territorialidad y el segundo,
relacionado con la identidad y las transformaciones culturales, en fin, los
procesos transnacionales, deslocalizados, híbridos31. Como parte de este
último uso destacan algunos exponentes de los Estudios Culturales como
Stuart Hall 32 y Paul Gilroy33 .
Como habíamos señalado anteriormente, para ir desentrañando el uso
de la diáspora en el caso mapuche, entraremos cronológicamente con los
textos de Pedro Marimán, de José Ancán y Margarita Calfío y de Víctor
Naguil.
El documento del historiador Pedro Marimán Quemenado instaura
por primera vez el concepto de diáspora para el caso mapuche y todos sus
miembros que residen fuera de su hogar. Si bien ya se había mencionado
en artículos anteriores (1993 y 1995)34 , es en esta ocasión donde su de-
sarrollo se sistematiza en cierta forma. Este material es significativo para
las futuras reflexiones que irán abordando el problema. Entre sus líneas
principales sostiene:
“La diáspora mapuche, entendida como un flujo migratorio de ca-
rácter colectivo (un fenómeno social), no necesariamente concer-
tado, pero con una coherencia interna, y en todo caso provocado
por factores exógenos al grupo, ha generado una dislocación de
la continuidad demográfica mapuche en el hábitat histórico. Este
Mexicana de Sociología, 68, 2006; Claudia Zapata “Los intelectuales indígenas y el
pensamiento anticolonialista”, en Discursos/prácticas, 2, 2008.
Mireya Fernández, “Diáspora: la complejidad de un término”, en Revista Venezola-
31

na de Análisis de Coyuntura, 2, 2008.


Stuart Hall, “Identidad cultural y diáspora”, En Jana Evans Braziel y Anita Mannur
32

(eds.), Theorizing Diaspora, Oxford: Blackwell Publishing, 2003.


Paul Gilroy, The Black Atlantic. Modernity and Double Conciousness. Cambridge:
33

Harvard UP, 1993.


Véase: Diane Hugheney y Pedro Marimán. “Población mapuche: cifras y criterios”,
34

En Liwen, 1, 1993; Hugheney, Diane y Pedro Marimán “Acerca del desarrollo y la


diáspora mapuche”, en Tierra, territorio y desarrollo indígena, Temuco, Universidad
de la Frontera, 1995.

271
Lecturas en torno a la migración mapuche

hábitat es por cierto el territorio, el país propio, que es mucho


más que la tierra entendida como un factor de producción”35 .

Pedro Marimán adscribe a la diáspora desde el nacionalismo mapuche.


La idea de País Mapuche comenzaba ya a madurar en estos intelectuales a
principios de los noventa y con ello la construcción de un proyecto político
que sin duda debe discutir o convivir con los mapuche de la diáspora.
Las discusiones sobre el problema diaspórico se dieron al interior de la
Centro de Estudios y Documentación Mapuche Liwen, un grupo de profe-
sionales indígenas ubicados en Temuco y dedicados a la reflexión política
sobre la historia y el presente de la sociedad mapuche. Sin embargo, no fue
sino hasta fines de los noventa (Ancán y Calfío) que en el mismo grupo nos
encontramos nuevamente con una producción sólida sobre la población
de Santiago36 . Si bien existireron algunos artículos previos de José Ancán
(1994, 1995)37 sobre los mapuche de Santiago como nuevos actores, no es
sino hasta la publicación, junto a Margarita Calfío, de El retorno al país ma-
puche. Preliminares para una utopía por construir que la problemática de la
diáspora adquiere más cuerpo en la producción escrita mapuche.
José Ancán y Margarita Calfío consideraron la diáspora quizás como el
problema político-territorial de mayor significado en la historia reciente de
la sociedad mapuche. Su origen se encontraría en la derrota militar que da
inicio al período reduccional, vale decir, desde el proceso de instauración
del colonialismo chileno.
“La actual situación de disgregación demográfica y sociocul-
tural mapuche –la diáspora– que tanto conviene a las miradas
simplistas, es a nuestro juicio el fenómeno geopolítico base de
la época contemporánea Mapuche. Sus causas estructurales, en
lo general están lo suficientemente bien establecidas como para
volver sobre ellas: a la derrota político militar y ocupación del
territorio, se sucedieron procesos migratorios masivos producto
del empobrecimiento de las escasas tierras sucesoras del proceso
de radicación”38 .

Pedro Marimán, ibídem, 218-219.


35

José Ancán y Margarita Calfío, op. cit.


36

José Ancán, “Los urbanos…op. cit.; José Ancán, “Rostros… op. cit.
37

José Ancán y Margarita Calfío, op. cit., 53-54.


38

272
Enrique Antileo

Indudablemente los autores retoman las reflexiones anteriores y le dan


cuerpo a la apuesta ideológica final que conlleva el documento: la posible
utopía del retorno al territorio histórico, haciéndose cargo sin duda del
conjunto de contradicciones y tensiones que esa discusión amerita al inte-
rior del movimiento mapuche. Lo valioso de este documento es la visibili-
zación de una postura y propuesta sobre la población mapuche en diáspo-
ra, sostenida en el seno de las reflexiones de los intelectuales mapuche de
Liwen. Probablemente se trata de una idea situada en el pensamiento de un
número indeterminado de mapuche de la diáspora también, pero carente
de sistematización y discusión ideológica profunda.
La apuesta de Ancán y Calfío sienta un precedente para las reflexiones
futuras sobre este asunto. De hecho, los planteamientos del historiador
Víctor Naguil toman gran parte de su análisis y le dan un giro programáti-
co en términos de una estrategia para repoblamiento del territorio mapu-
che, esta vez al alero de nuevos movimientos nacionalistas y autonomistas
mapuche39. De todas maneras esta preocupación por el peso demográfico
mapuche en su territorio propio se había manifestado anteriormente en
Pedro Marimán40 y José Marimán41, con las ideas tendientes a frenar los
flujos de desplazamiento e invertir las corrientes migratorias mapuche,
esta vez mirando hacia el sur.
Víctor Naguil imprime un nuevo elemento a las reflexiones sobre la
diáspora. Éste radica en su esquemática y estratégica propuesta para ma-
terializar, a pesar de todas las condiciones económicas adversas, las ideas
de retorno al territorio mapuche, ya sea en términos poblar nuevamente el
Wallmapu, como de frenar la migración regional. Es importante detenerse
en este párrafo de su documento:
La primera tarea que se debe contemplar en el Plan de Retorno
será la creación de un Departamento para el Retorno, tanto en el
País Mapuche (Temuko) como en la Región Metropolitana. Este
organismo será responsable de crear las condiciones materiales,
así como estimular, organizar y apoyar a las personas o fami-
lias que deseen volver al Wallmapu. En una primera fase, este
Departamento debe contribuir a generar un ‘ánimo y ambiente’
para el retorno, con iniciativas tales como: ‘Trabajo Voluntarios’

Víctor Naguil, op.cit.


39

Pedro Marimán, op. cit.


40

José Marimán, “Movimiento mapuche y propuestas de autonomía en la década


41

post-dictadura”, 1997.

273
Lecturas en torno a la migración mapuche

de jóvenes mapuche de la diáspora en el País Mapuche y ‘Cam-


pamentos Infantiles’ de niños y niñas mapuche. Iniciativas que
al mismo tiempo que aportaran una alternativa de solidaridad
y recreación, generarán actitudes de compromiso, conocimiento
y afectividad hacia el País Mapuche. En una segunda fase, este
Departamento deberá ofrecer espacios y apoyos reales a los in-
dividuos o familias mapuche que retornen, como el acceso a la
tierra, a fuentes laborales, y alternativas de estudios en todos los
niveles42.

Si bien un planteamiento tan específico así pudiese no contar con res-


paldo alguno al interior del movimiento, las ideas sobre repoblamiento
sí tienen correlato en varios textos, entre ellos la publicación “…Escucha
Winka…”, principalmente en sus postulados de repatriación de los mapuche
residentes fuera del territorio43 .
En términos generales, el uso del término diáspora en el movimiento
se encuentra estrechamente vinculado a los discursos actuales mapuche,
principalmente en la trastienda nacionalista o en a trinchera autonomista.
A través del concepto de diáspora se hace posible, como queda manifies-
to en los textos, generar una apertura para el abordaje de la situación de
desplazamiento del pueblo mapuche, en su aspecto geopolítico, es decir,
considerando la relación entre dominación, espacio y demandas territoria-
les. En el caso de la diáspora, los intelectuales mapuche atienden principal-
mente a una necesidad de interpretación de la situación migratoria y sus
consecuencias residenciales en grandes metrópolis alejadas del territorio
histórico mapuche o Wallmapu. Aplicado al caso mapuche, el concepto re-
fleja también parte de la discusión teórica que tensiona los aspectos terri-
toriales e identitarios de la diáspora, así como sus dimensiones políticas y
sus dimensiones vivenciales.

Diáspora y nación
En volumen compilatorio de diversos artículo sobre diásporas, escritos
durante las últimas dos décadas, las autoras Jana Evans Braziel y Anita
Mannur sostienen dos premisas importantes en los estudios sobre en la
materia. Por un lado, la diáspora nos obliga a repensar las rúbricas de la
nación y el nacionalismo; por otro, nos ofrece múltiples sitios deslocaliza-
Víctor Naguil, op. cit., 14.
42

Sergio Caniuqueo (et al.), Escucha winka. Cuatro ensayos de Historia Nacional Ma-
43

puche y un epílogo sobre el futuro, Santiago, LOM, 2006.

274
Enrique Antileo

dos para contestar a la hegemonía y fuerzas homogeneizadoras de la glo-


balización44 .
Efectivamente ahí, en la primera premisa, es donde queremos situar-
nos. Problematizar, a la luz de los intelectuales revisados, qué desafíos pre-
senta este segmento del pueblo mapuche a los discursos de la nación y de
qué manera responde a los avatares de la identidad. Las reflexiones sobre la
diáspora, en términos generales, han surgido al alero del debate mapuche
sobre el tema nacional, sobre la territorialidad y la expectativa de un pro-
yecto liberador de pueblo. Bastante ausente ha estado en esta cuestión un
acercamiento a las tensiones identitarias que se generan en la diáspora, a
las vivencias y transformaciones de la misma sociedad mapuche.
El concepto de diáspora, inscrito también en la literatura jamaiquino
Stuart Hall, apunta precisamente a este último tópico. Con sus trabajos
previos que sustentan una visión antiesencialista y dinámica de la iden-
tidad45, sus planteamientos sobre las diásporas transitan por el mismo
carril. Hall sostiene:
“La experiencia de la diáspora, como la propongo aquí, está defi-
nida no por una esencia o pureza, sino por el reconocimiento de
una heterogeneidad y diversidad necesarias; por una concepción
de ‘identidad’ que vive con y a través de la diferencia, y no a pesar
de ella”46 .

Al leer a Stuart Hall nos damos cuenta que un número importante de


dimensiones sobre la experiencia diaspórica no ha sido abordado en la pro-
ducción escrita mapuche. Es más habitual vincular el discurso diaspórico
de los intelectuales mapuche con las posturas teóricas que destacan la mi-
gración, el exilio o el desplazamiento de un lugar de origen y la valoración
de ese espacio, porque en gran medida se emparentan con la perspectiva
nacional. Esta dificultad para comprender qué uso se hace del concepto
diáspora y bajo qué noción de identidad se posicionan los discursos mapu-
che, guarda relación con los mismos conflictos internos que aluden a la na-

Jana Evans Braziel y Anita Mannur, “Nation, migration, globalization. Points of


44

contention in diaspora studies”, en Jana Evans Braziel y Anita Mannur (eds.), Theo-
rizing Diaspora, Oxford: Blackwell Publishing, 2003.
Stuart Hall, “Introducción: ¿Quién necesita identidad?”, en Stuart Hall y Paul du
45

Gay (eds.), Cuestiones de la Identidad cultural, Buenos Aires-Madrid, Amorrurtu


Editores, 1996.
Stuart Hall, “Identidad… op. cit.
46

275
Lecturas en torno a la migración mapuche

ción y las diferentes formas en que es articulada por parte del movimiento.
El despliegue de la nación mapuche es un constante tránsito, ida y vuelta,
entre nacionalismos étnicos, posturas aperturistas, posiciones esencialis-
tas y antiesencialistas, posturas democráticas, liberales, entre otras acep-
ciones, estando muchas de ellos simultáneamente en disputa.
En el caso mapuche, sin el concepto de nación es muy complicado en-
tender la diáspora, porque ésta funciona preferentemente en la dimensión
política. La nación es lugar desde donde la mayoría de los referentes orga-
nizados y los intelectuales se expresa, y no es antojadizo, considerando
el desarrollo que ha tenido el término desde inicios de los noventa. Es la
nación que apela al sentido de comunidad histórica; es la nación que ha sido
caracterizada por algunos autores como nacionalismo étnico o etnonaciona-
lismo47. Evidentemente no se trata de una concepción de nación ligada a
principios de unidad política (Hobsbawm48) ni tampoco puede compren-
derse desde las críticas postcoloniales que deconstruyen o manifiestan sus
distancias con estas formas de articular la identidad. Habría que buscar
meticulosamente en cuál o cuáles perspectivas históricas de la nación (pre-
moderna, moderna y postmoderna) que revisa Grínor Rojo se encuentra el
caso mapuche49, ya que –con grupos que poseen ciertos tintes esencialistas
y otros que avanzan en un nacionalismo más aperturista o precavido de
odiosidades (Wallmapuwen50; Caniuqueo et al. 51)– en el movimiento ma-
puche, insistimos, hoy coexisten distintas maneras de vivir la nación y de
desplegar estrategias políticas con ella.
De todas maneras, el pensarse como nación permite al movimiento
actuar con una noción de colectividad-comunidad y en ese sentido resul-
ta pertinente el acercamiento de Grínor Rojo, Alicia Salomone y Claudia
Zapata desde el sentido de comunidad histórica. Aunque largo, conviene
revisar este planteamiento:
Véase: Rolf Foerster, ¿“Movimiento étnico o movimiento etnonacional mapuche?”,
47

en Revista Crítica Cultural, 18, 1999; Rolf Foerster y Jorge Vergara, “Etnia y nación
en la lucha por el reconocimiento. Los mapuche en la sociedad chilena” En Hans
Gundermann, Rolf Foerster y Jorge Vergara, Mapuches y aymaras. El debate en
torno al reconocimiento y los derechos ciudadanos, Santiago, RIL Editores, 2003.
Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barceloa, Crítica, 2000.
48

Grínor Rojo, Globalización e identidades nacionales y postnacionales ¿De qué esta-


49

mos hablando. Santiago, LOM, 2006.


Wallmapuwen, “El Nacionalismo Mapuche como Programa Político”, en: www.wall-
50

mapuwen.cl, 2006.
Sergio Caniuqueo, op. cit.
51

276
Enrique Antileo

“La nación, en cambio, es para nosotros la comunidad de perso-


nas que al menos en lo que concierne a su dimensión valórica
existe antes que “todo eso”, es decir que existe antes del Estado,
y que desde antes se siente/sabe dueña de un espacio, territorio,
y de un tiempo, una memoria colectiva, en cuyos beneficios to-
dos los individuos que son “nacionales” confluyen y participan de
manera espontánea, sensible, horizontal y transversal, y (…) que
precede si es que no cronológicamente en cualquier caso ética-
mente al ordenamiento de la sociedad en instituciones y grupos
socioeconómicos diversos (…). De lo que se concluye que en ese
espacio comunitario de la nación donde los miembros del colec-
tivo recientemente emancipado se reconocen como solidarios
en una empresa que, sin obliterarlas de ninguna manera (…), se
encuentra por encima de sus diferencias y cuyo cumplimiento
los involucra a todos por igual, pero estableciendo para eso un
tipo de asociación que es libre en el más profundo de los sentidos
porque no se siente mediada por ningún soberano o norma de ca-
rácter jurídico o burocrático y la impulsan sólo la sensibilidad, la
inteligencia y voluntad personales, aunque no por ello sea menos
comprometedora.”52

Esta aproximación al debate sobre la nación ayuda a entender en parte


las diferentes posiciones mapuche, que piensan no sólo en la comunidad
histórica, sino también en un proyecto político emancipador. A pesar de
esto, es necesario mencionar que muchas veces en las reflexiones mapuche
la nación adquiere una dimensión instrumental, sin muchos aspavientos
teóricos, lo que es apreciable en la utilización del término a nivel dirigen-
cial en comunidades y organizaciones de base. Entiéndase instrumental
como práctico, en el sentido de abrir la posibilidad ponerse de igual a igual
frente a las naciones (con estructura institucional y poder coercitivo) que
niegan la existencia de otras.
Desde la perspectiva de Ignacio Irazuzta el uso de la categoría de diás-
pora como recurso epistemológico genera tensiones en los discursos na-
cionales, ya que pone en primer plano espacios de transnacionalización
e hibridación donde se negocia constantemente la identidad colectiva e
individual 53 , en la línea de Hall y Gilroy. Evidentemente, los intelectua-
les mapuche que hemos revisado no discuten en estos términos, porque
la diáspora está dispuesta en sus textos casi exclusivamente como una ca-
Grínor Rojo (et al.), Postcolonialidad y nación, Santiago, LOM, 2003, 34-35.
52

Irazuzta, Ignacio, “Más allá de la migración: el movimiento teórico hacia la diáspo-


53

ra”, en Confines, 2, 2005.

277
Lecturas en torno a la migración mapuche

tegoría política, que adquiere relevancia a la luz de un proyecto territorial


y de liberación nacional. Es muy difícil sentar el diálogo entre Marimán,
Ancán, Calfío y Naguil –que priorizan por una dimensión política– con
los escritos de Daniel y Jonathan Boyarin54 , Paul Gilroy55 o Rajagopalan
Radhakrishnan56 , que apelan a la experiencia deslocalizada e híbrida de la
diáspora, separada de la dimensión territorialista.
Quizás si nos detuviésemos a mirar la diáspora en su andar cotidiano
o si las reflexiones mapuche apuntaran a observar las transformaciones
identitarias constantes y procesos de hibridación que se producen en San-
tiago, podríamos generar ciertos puentes con algunos autores de los estu-
dios diaspóricos que profundizan esta dimensión. Parte de eso ha podido
encontrarse en el despliegue poético, sobretodo en David Aniñir cuando
alude al mapurbe atravesado por la vivencia citadina y deja a un lado una
discursividad étnica asociada a lazos primordiales.

Diáspora y colonialismo
El origen de la diáspora, en los autores abordados, está situado en el
episodio histórico que marca la relación colonial entre el Estado chileno y
el pueblo mapuche. Por ello, para entender el uso del concepto colonialismo
por parte del movimiento mapuche es necesario relacionarlo con la nación y
con la interpretación mapuche sobre la anexión militar de sus territorios a
los Estados chileno y argentino a fines del siglo XIX. Ese ha sido un patrón
común en las aproximaciones de los intelectuales que hemos revisado.
La idea principal es que tanto la sociedad mapuche como muchos otros
pueblos indígenas de Latinoamérica viven una continuidad colonial pos-
terior a las independencias del siglo XIX. Éste ha sido un tema instalado
por las intelectualidades indígenas del continente y su utilización en el
contexto mapuche no es la excepción, aunque con algunas diferencias. Las
particularidades de la Campaña del Desierto en Argentina y de la Ocupa-

Boyarin, Daniel y Jonathan Boyarin, “Diaspora: generation and the Ground of Jew-
54

ish diaspora”, En Jana Evans Braziel y Anita Mannur (eds.), Theorizing Diaspora,
Oxford, Blackwell Publishing, 2003.
Paul Gilroy, “The black Atlantic as a counterculture of modernity”, En Jana Evans
55

Braziel y Anita Mannur (eds.), Theorizing Diaspora, Oxford, Blackwell Publishing,


2003.
Rajagopalan. Radhakrishnan, “Ethnicity in an Age of diáspora. En Jana Evans
56

Braziel y Anita Mannur (eds.), Theorizing Diaspora, Oxford, Blackwell Publishing,


2003.

278
Enrique Antileo

ción de la Araucanía en Chile y sus consecuencias posteriores han abierto


otra forma de plantearse frente al Estado y el poder.
Pensamos por ahora que la clave discursiva del colonialismo ha sido
abordada por el movimiento mapuche, quizás no de forma sistemática,
pero con muchos factores que hacen alusión a los mecanismos de sujeción
presentes en la relación con el Estado y la sociedad dominante. Muchos
elementos de los discursos mapuche podrían entroncarse con reflexiones
clásicas y actuales sobre el problema de la dominación colonial. Aún así el
pensamiento mapuche sobre el colonialismo atraviesa distintos momen-
tos en su historia, de la mano con los ciclos de movilización. Después de
algunas publicaciones claves, durante las últimas dos décadas, pareciese
conformarse un pensamiento crítico respecto al tema en cuestión, no obs-
tante, es bueno señalar que estas ideas son depositarias de procesos ante-
riores cuya producción intelectual siempre ha sido activa 57.
Los autores que revisamos sobre la diáspora comprenden los procesos
migratorios mapuche en relación con factores estructurales que inciden
directamente en el éxodo desde las comunidades o espacios regionales;
muchos de sus planteamientos se sostienen en la idea de una dominación
que generó las condiciones materiales propicias para los desplazamientos
mapuche. Con todo, pensamos la alusión al colonialismo abre un espacio
para entender la diáspora o hacer frente a los diagnósticos posibles en la
relación con el Estado, el poder y el modelo económico, y permite también
al movimiento mapuche interpretar otros procesos que vive actualmente.
Resulta desafiante construir un nexo entre la realidad mapuche – no
sólo la diáspora, que podría ser un tema puntual- con los planteamientos
de los primeros pensadores anticoloniales, como es el caso de Aimé Césai-
re58 , Albert Memmi 59 y Frantz Fanon60. Los análisis del colonialismo en
sus formas más visibles como el problema de la dominación y la sujeción,
la inferiorización racial o bien el despliegue de las herencias coloniales en

Al respecto véase la publicación especial de Azkintuwe número 44 sobre el Bicente-


57

nario, llamada “130 años de colonialismo” (2010).


Aimé Césaire, “Discurso sobre el colonialismo”, en Discurso sobre el colonialismo,
58

Madrid, Akal, 2006 [1950].


Albert Memmi, Retrato del colonizado precedido por el retrato del colonizador,
59

Buenos Aires, Ediciones de la flor, 1969 [1957].


Frantz Fanon, Piel negra, máscaras blanca, Buenos Aires, Abraxas, 1973 [1952];
60

Frantz Fanon “Los condenados de la tierra, México, Fondo de Cultura Económica,


1963 [1961].

279
Lecturas en torno a la migración mapuche

los colonizados y la visibilización de las diversas actitudes que toma el co-


lonizador frente al desarrollo de la dominación, son puntos muy diversos
que recogen estos autores y que pensamos son ideas tratadas por el movi-
miento mapuche, tal vez sin referencias explícitas o sin un cuerpo sistema-
tizado de trabajos al respecto.
Pensamos que son necesarios los acercamientos a Pablo González Ca-
sanova, que sin duda ilumina el camino al destacar la relevancia de las
dimensiones internas del colonialismo y su valor explicativo, permitiéndo-
nos relacionar las contradicciones y dilemas vividos en América Latina con
el proceso post-independencia y su inserción en el capitalismo 61. E incluso
en las transformaciones de la sociedad diaspórica podríamos observar las
marcas coloniales que trabaja Silvia Rivera Cusicanqui en las propias socie-
dades y movimientos indígenas, por supuesto asociadas a sus ideas sobre el
colonialismo como marco estructurante de dominación que se reformula
y afecta todos los procesos culturales de la sociedad62. En fin, las alusiones
al colonialismo permitirían interpretar no sólo los procesos que originaron
la diáspora, sino también todos sus despliegues en el presente. A la luz del
colonialismo, como estrategia discursiva, asoman nuevas posibilidades de
interpretar el proceso migratorio a Santiago, asumiendo el arribo a dicha
ciudad como un proceso forzado por la opresión de un Estado sobre una
nación.

Conclusiones
Vivir en Santiago, en medio de una metrópolis con ritmos avasallado-
res, vislumbra las enormes contradicciones en las que estamos insertos.
Nos situamos en una identidad mapuche cruzada con múltiples otras iden-
tidades que viven en nosotros, que son parte de nuestra experiencia. Por
eso el mismo acto de nombrarse mapuche ya es un proceso complejo, so-
bre todo considerando ese enorme grupo de personas cuya diferenciación
mapuche se encuentra difuminada en las esquinas de las poblaciones, en
algún trabajo, en el estadio o en cualquier escenario que se nos presenta.
Pablo González Casanova, op. Cit.
61

Véase: Rivera Cusicanqui, Silvia. Pueblos originarios y Estado, Instituto Nacional


62

de la Administración Pública, República Argentina y SNAP Ministerio de Haciendo.


La Paz, Bolivia, 2008; Silvia Rivera Cusicanqui, Oprimidos, pero no vencidos. La
lucha del campesinado aymara y qhechwa 1900-1980, Ed. La Mirada Salvaje, La
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res y colonizados”, en Violencias encubiertas en Bolivia. Xavier Albó y Raúl Barrios
(coordinadores), CIPCA-Aruwiyiri, La Paz, 1993.

280
Enrique Antileo

En fin, residir en Santiago, tanto para los primeros migrantes como para
las generaciones jóvenes actuales, es el retrato de una vivencia llena de
matices y cambios históricos que nuestra sociedad no había experimenta-
do antes. La pregunta es: ¿Cómo observar estas transformaciones sin caer
en reduccionismos de ningún tipo y pensando en proyecciones políticas
futuras?
Efectivamente, para entender todas estas situaciones se hace necesario
quizás tener una mirada más amplia, que contemple y analice estas expe-
riencias en términos de un futuro para nuestro pueblo, siendo capaces de
reconocernos en este presente histórico. Esos discursos que fomentan la
diferenciación racial o que caen en un esencialismo cultural sólo redundan
en una miopía que niega nuestras propias contradicciones e intenta vernos
en un hoy inmanente, no contaminado, sacralizando una serie de prácticas
y despojándolas de su historicidad. Esos discursos, fuera de guardar una
lectura limitada de nuestra historia, no tienen la capacidad para resolver
ni proponer políticamente herramientas y horizontes para las reivindica-
ciones mapuche. Escindir lo mapuche por criterios biológicos o utilizando
el ya manoseado término awinkamiento para enjuiciar cada práctica “sospe-
chosa”, es un camino sin salida, donde un grupo reducidamente puro, casi
salvífico, lideraría la liberación.
Preferimos adherirnos a lecturas mucho más políticas. Las lecturas de
la diáspora que revisamos pusieron el tema de Santiago en la discusión (y
más allá de Santiago también), le dieron cuerpo al problema de la diáspora y
se aventuraron a la reflexión sobre uno de los más difíciles tópicos contem-
poráneos: el retorno. Aunque con mucha ingenuidad y demasiadas caren-
cias, unos pusieron mayor énfasis en la necesidad de construir esa utopía
pensando en el país mapuche, otros dándole un método a la urgencia de
repoblar el Wallmapu. Esa forma de comprender la realidad santiaguina
y de tantos mapuche que vivimos fuera del territorio que se reivindica,
permite una apertura para asumir y reinterpretar el significativo cúmulo
de transformaciones que lleva nuestra historia urbana y diaspórica y ce-
ñirlo al deseo de continuar viviendo como pueblo. Se trata no de reducir lo
mapuche a una contabilidad de atributos, a un medidor de awinkamiento o
mapuchicidad, sino de ampliar el sentido de comunidad histórica y ver cómo
podemos pensar para mañana, cómo nos liberamos, con quiénes y cómo
nos descolonizamos. Muchas veces encontramos la reproducción de un
acto colonial –el de la clasificación– al aplicar definiciones cerradas sobre
el ser mapuche. Dichas definiciones son las que quiere, y las que impuso,

281
Lecturas en torno a la migración mapuche

el dominador; en cambio, si nos miramos a nosotros mismos como una


sociedad que efectivamente ha cambiado, que tiene el derecho a cambiar
y a seguir cambiando, cuya cultura es dinámica y camina con la historia,
estamos dando un salto tremendo de desmitificación y descolonización,
generando un entendimiento propio de nuestra sociedad, con capacidad
crítica y orientada a pensar más allá de la coyuntura.

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Autores

Gabriela Álvarez

Doctorada en Estudios Americanos, Universidad de Santiago de Chi-


le. Magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena y Licenciada en
Educación en Castellano de la misma Universidad. Becaria CONICYT. Su
línea de investigación se refiere a la discusión crítica respecto a los pro-
cesos históricos culturales en la Patagonia, orientada especialmente en el
análisis discursivo y su conexión con la representación del imaginario que
constituye la geografía patagónica como un espacio cultural diferenciado.
Entre sus publicaciones destaca: “El texto etnográfico y la problemática in-
dígena. Las posibilidades de una escritura diferenciada en la investigación
antropológica de Anne Chapman”, en Revista Atenea N° 508, II Semestre,
Universidad de Concepción, 2013; “Oru Lundo responde (…). Una perspec-
tiva situada del imaginario afrodescendiente”, en Universum, Revista de
Humanidades y Ciencias Sociales, N° 27, Vol. 2, II Semestre, Universidad
de Talca, 2012.

Enrique Antileo

Doctorando en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Ma-


gíster en Estudios Latinoamericanos y Antropólogo, Universidad de Chile.
Sus líneas de investigación se refieren a la situación Mapuche en Santiago
de Chile, la diáspora, las organizaciones y participación política Mapuche
en siglo XX, entre otros temas. Colaborador y miembro de varias iniciati-
vas políticas y culturales indígenas (Meli Wixan Mapu, Universidad Libre
Mapuche, Comunidad Historia Mapuche, entre otras). Es coautor del li-
bro “Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün. Historia, colonialismo y resisten-
cia desde el País Mapuche”, Ediciones Comunidad de Historia Mapuche,
Temuco, 2012, y de los artículos “Políticas indígenas, multiculturalismo y
el enfoque estatal indígena urbano”, en Revista de Historia Social y de las
Mentalidades, Vol. 17 N°1, Universidad de Santiago, 2013;; y “Diáspora
mapuche y multiculturalismo en Santiago”, en Revista Kutral N°2. Escuela
de Sociología, Universidad de Viña del Mar, 2011.

289
Giorgio Boccardo

Estudiante del Programa de Magíster en Estudios Latinoamericanos,


Universidad de Chile. Sociólogo de la misma Universidad. Investigador del
área de Estructura y Clases Sociales en América Latina, Centro de Investi-
gación de Estructura Social (CIES), Departamento de Sociología, Universi-
dad de Chile. Docente de la Universidad de Chile. Entre sus publicaciones
destaca, en coautoría con Carlos Ruiz Encina, el libro “Los chilenos bajo el
neoliberalismo. Clases y conflicto social”, Editorial Desconcierto, Santiago
(en prensa) y el artículo “Cambios recientes en la estructura social en Amé-
rica Latina. Los casos de Argentina, Brasil y Chile (1980-2010)”, en Revista
de Sociología, Universidad de Buenos Aires, N° 2, Enero-Julio, 2012.

Pierina Ferretti

Estudiante del Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad


de Chile. Socióloga, Universidad de Valparaíso. Se desempeña como docen-
te del Instituto de Sociología de la Universidad de Valparaíso. Sus líneas
de investigación se relacionan con la historia de las ideas y el pensamiento
latinoamericano. Entre sus publicaciones se destaca la coedición comenta-
da de “Textos Escogidos de la Revista Babel”, LOM, Santiago, 2008, 3 vols.;
y de “Enrique Espinoza y la revista Babel”, LOM, Santiago, 2011, 3 vols.

Alejandro Fielbaum

Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Soció-


logo y Licenciado en la Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Profesor de las Universidades Adolfo Ibáñez y Andrés Bello. Sus líneas de
investigación son la historia de las ideas, el pensamiento latinoamericano,
la teoría política y la filosofía del arte. Entre sus publicaciones destacan
“Escucha, humano. Habla y radio en Frantz Fanon”, en Frantz Fanon desde
América Latina, Corregidor, Buenos Aires, 2014; y “La chance del sentido.
Sobre las tareas actuales de una filosofía en Chile”, en La filosofía chilena
ante el Bicentenario, Chancacazo, Santiago, 2012.

Yvette García

Doctoranda del Programa “Conflits, Identités et Cultures” Mención


Sociología, Universidad de Estrasburgo, Francia. Master de investigación

290
en Sociología, Universidad Marc Bloch (Estrasburgo), Licenciada en So-
ciología, Universidad de Concepción. Afiliada al Laboratorio “Cultures y
Sociétés en Europe”, UMR 7236, unidad investigativa asociada al CNRS.
Sus líneas investigativas abarcan la sociología de las migraciones, sociolo-
gía de género, sociología del trabajo y el exilio político. Entre sus publica-
ciones destaca: “De diferentes formes d’engagements. Itinéraires d’exilées
chiliennes en Frances”, en Galloro Piero (Dir.), L’exil des Sud-américains
en Europe francophone, Nancy, Presses Universitaires de Nancy, 2010;
“Itinerarios militantes, profesionales y familiares de exiliadas chilenas
en Francia. Un análisis en término de relaciones sociales”, en Actas de las
Jornadas de Trabajo sobre Exilios políticos del Cono sur en el siglo XX,
Agendas, problemas y perspectivas conceptuales, La Plata, Editorial de la
Universidad de La Plata, 2013.

Francisca Giner

Doctoranda en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Ma-


gíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Bachiller en
Humanidades y Licenciada en Historia de la misma Universidad. Acadé-
mica de la Universidad de las Américas y Universidad Bernardo O’Higgins.
Sus líneas de investigación se refieren a los movimientos sociales del cono
sur y sus relaciones internacionales, especialmente en los casos del movi-
miento estudiantil y el movimiento obrero. Entre sus publicaciones desta-
ca: “La Reforma Universitaria: Argentina, 1918 – Chile, 1922. Influencias
y relaciones”, Actas de las V Jornadas de Historia de las izquierdas, Buenos
Aires, CEDINCI, 2009; en coautoría con Isidora Sáez “El Partido Democrá-
tico y la Matanza de la escuela Santa María de Iquique”, en A cien años de la
masacre de la Escuela Santa María de Iquique. 1907-2007, LOM, Santiago,
2009; en coautoría con Ana López Dietz, “Los estudiantes y la lucha por la
democratización de la Universidad”, en Democracia y participación univer-
sitaria, Senado Universitario de la Universidad de Chile, Santiago, 2012.

Claudio Guerrero

Doctor en Literatura, Pontificia Universidad Católica de Chile, Magís-


ter en Comunicación Social, Universidad de Chile. Profesor de Castellano,
Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor Asociado del Instituto
de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica
de Valparaíso. Sus líneas de investigación refieren a la poesía chilena y la-

291
tinoamericana, con énfasis en las estéticas de la infancia y la memoria, y
la relación entre literatura y medios de comunicación. Es Investigador Res-
ponsable del proyecto FONDECYT de Iniciación N° 11121276, “Represen-
taciones de infancia en la poesía chilena de la segunda mitad del siglo XX”,
2012-2015. Entre sus publicaciones destaca: “En el País de Nunca Jamás:
la infancia en la poesía de Jorge Teillier”, en Aisthesis N° 52, Pontificia
Universidad Católica de Chile, 2012; “La antropofagia como rito final de la
infancia en El regreso de Efraín Barquero”, en Revista Chilena de Literatu-
ra, N° 77, Universidad de Chile, 2010; “La infancia como espacio fantasmal
en la poesía de Enrique Lihn”, en Acta Literaria, Vol. 40-1, Universidad de
Concepción; “Infancia, romanticismo y modernidad”, en Revista de Huma-
nidades, Vol. 17-18, Universidad Nacional Andrés Bello, 2009.

Renato Hamel

Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Licen-


ciado en Historia, Universidad de Chile. Sus líneas de investigación se re-
fieren a los nacionalismos latinoamericanos, identidad nacional y modelos
económicos. Entre sus publicaciones destaca: “Nación y representación: la
cuestión nacional en el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos”,
en Revista Pensamiento Político N°2, Santiago, 2012; “Identidad nacional
y nacionalismo en el cartel: empresas estatales entre 1960 y 2010”, en Tra-
yectorias americanas 1810-2010, Instituto de Estética, Pontificia Universi-
dad Católica de Chile, 2012.

Ana López Dietz

Doctor © en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Ma-


gíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Licenciada en
Historia, Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Docente de la
Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Investigadora respon-
sable del Fondart Regional, Patrimonio Cultural Inmaterial “Reconstru-
yendo la historia con sus protagonistas: Testimonios de los Cordones In-
dustriales” (2014). “Sus líneas de investigación se refieren al movimiento
de trabajadores, género y movimientos sociales. Entre sus publicaciones
destaca: “Voces de Rebeldía. Feminismo obrero en Chile 1890-1915”, Edi-
torial Académica Española, España, 2011; “Políticas de impunidad y re-
conciliación en la transición y postdictadura chilena”, Revista de Derechos
Humanos y Estudios Sociales, Año 4, N° 7, México, Enero-Junio 2007; en

292
coautoría con Paula Raposo y María Graciela Acuña, “Habitando El Monti-
jo Sur. Historias de vida de mujeres pobladoras”. UAHC, Santiago, 2014; en
coautoría con Francisca Giner “Los estudiantes y la lucha por la democra-
tización de la Universidad”, en Democracia y participación universitaria,
Senado Universitario de la Universidad de Chile, Santiago, 2012.

Alvaro Ojalvo

Magister en Historia, mención Etnohistoria, Universidad de Chile.


Licenciado en Historia, Universidad Finis Terrae. Profesor de Culturas
Indígenas de Latinoamérica en la Universidad Andrés Bello. Sus áreas de
interés son la etnohistoria, los estudios coloniales y los estudios de género.
Entre sus publicaciones destaca: “Nosotros, los chilenos: masculinidad he-
gemónica y homosexualidad masculina en el Chile contemporáneo (1973-
1998). Aportes metodológicos, críticas y propuestas”, en Historiografías
desde el fin del mundo. Nuevas miradas a la Historia de Chile, Santiago,
Universidad Finis Terrae, Centro de Investigación y Documentación en
Historia de Chile Contemporáneo, 2012; en coautoría con Paula Martínez
y Carla Díaz “La construcción de la figura del Inca Pachacuti Inga Yupangi
en textos coloniales (1534-1615)”, en Revista Dialogo Andino N° 37, Arica,
agosto 2011.

Maritza Requena de la Torre

Magíster en Literatura, Universidad de Chile. Licenciada en Lengua


y Literatura Hispánica con mención en Literatura, Universidad de Chile.
Diplomada en Cultura Árabe e Islámica, Centro de Estudios Árabes de la
misma casa de estudios. Sus temas de interés se refieren a la investigación
de literatura de origen árabe, incluyendo la presencia de la cultura árabe
en Chile y la producción literaria de descendientes árabes. Entre sus pu-
blicaciones destaca: “Encuentro de tradiciones en la obra de Federico Gar-
cía Lorca y sus proyecciones en la poesía árabe contemporánea” y “Adonis.
Canciones de Mihyar el de Damasco: el homo viator en la escritura ára-
be de emigración”. En: Revista Hoja de Ruta, Edición N° 37, Agosto 2011,
http://www.hojaderuta.org/.

293
María Fernanda Stang

Doctoranda en Estudios Sociales de América Latina del Centro de Es-


tudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba (CEA-UNC), Argenti-
na. Maestranda en Estudios Culturales, Universidad Arcis. Coordinadora
del área de Migraciones y Géneros del programa de investigación “Multi-
culturalismo, migraciones y desigualdad en América Latina”, del Centro de
Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba (CEA-UNC).
Sus líneas de investigación son las migraciones internacionales y los estu-
dios de género. Entre sus publicaciones destacan: “Saberes de otro género.
Experiencias de mujeres argentinas y chilenas sobre emigración calificada
y relaciones de género”, en Migraciones y modelos de desarrollo en América
Latina y el Caribe, CLACSO, Buenos Aires, 2013; “Estado y migración in-
ternacional en el Chile de la posdictadura: una relación con cara de Jano”,
en Sociedades de Paisajes Áridos y Semiáridos, Revista Científica del Labo-
ratorio de Arqueología y Etnohistoria de la Facultad de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina, Año IV, volumen VI, junio
de 2012.

Mariana Signorelli

Doctoranda en Artes, en la Universidad de Buenos Aires Licenciada


en Artes, con especialidad en Música, Universidad de Buenos Aires, Argen-
tina.. Profesora de Danzas, Egresada de la Escuela Municipal de Danzas
“José Neglia”, Buenos Aires. Ha cursado seminarios de postgrado en la Uni-
versidad Nacional de Cuyo y Universidad Nacional de Rosario. Su trabajo
de investigación se centra en los ballets del compositor argentino Alberto
Ginastera y sus diferentes puestas en escena. Algunos de sus trabajos pre-
sentados en Congresos son “Moros, gauchos y compadritos, cronología del
otro argentino”, en las VI Jornadas nacionales Espacio, Memoria e Identi-
dad, Universidad Nacional de Rosario, 2011, y “Transparencia y opacidad
en la representación musical”, Jornadas Artes en cruce, Universidad de
Buenos Aires, 2010.

Mónica Villarroel

Doctor © en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Magís-


ter en Comunicación e información, Universidad de Federal do Rio Grande
do Sul, UFRGS, Brasil. Periodista de la Universidad de Chile. Es Coordi-

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nadora de difusión y extensión de la Cineteca Nacional de Chile. Su línea
de investigación se refiere al cine silente en Chile y Brasil y el cine latinoa-
mericano. Entre sus publicaciones destacan la autoría del libro “La voz de
los cineastas: cine e identidad chilena en el umbral del milenio”, Cuarto
Propio, Santiago, 2005, la coautoría del libro “Señales contra el olvido. Cine
chileno recobrado”, Cuarto Propio, Santiago, 2012, y la coordinación del li-
bro “Enfoques al cine chileno en dos siglos”, Cuarto Propio, Santiago, 2004.

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6677p - poder de la culturaprod.pdf 1 25-11-14 14:56

El poder de la cultura.
Espacios y discursos en
América Latina
Universidad Alejandro Fielbaum
de Chile
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz Sociólogo y Licenciado en Filoso-
fía. Docente e investigador. Magís-
(Editores)
ter en Estudios Latinoamericanos,
Facultad de Filosofía y Humanida-
des, Universidad de Chile.

Renato Hamel

El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina


El presente libro compila una selección de las mejores
Licenciado en Historia. Docente e
ponencias de la onceava versión de las Jornadas de Estu- investigador. Magíster en Estudios
diantes de Postgrado en Humanidades, Artes, Ciencias Latinoamericanos, Facultad de
Sociales y Educación, organizadas por los estudiantes de Filosofía y Humanidades, Univer-
postgrado del Centro de Estudios Culturales Latinoameri- sidad de Chile.
canos de la Universidad Chile. Desde perspectivas críticas
e interdisciplinarias, distintos jóvenes investigadores Ana López Dietz
ofrecen trabajos que problematizan las distintas dinámi- Licenciada en Historia. Magíster
en Estudios Latinoamericanos.
cas de la cultura latinoamericana en sus diversos registros.
Estudiante del programa de
Sus tres secciones, denominadas “Saberes e imágenes en
Doctorado en Estudios Latinoame-
disputa”, “América Latina: movimiento y migraciones” y ricanos, Facultad de Filosofía y
“Representar en América Latina: colonialidad y moderni- Humanidades, Universidad de
dad en la construcción de sujeto”, aportan al debate de los Chile.
estudios culturales latinoamericanos con precisas inter-
pretaciones de textos, imágenes y procesos. Con ello, no
solo invitan a repensar el pasado y presente de Latinoamé-
rica, sino que además contribuyen en la necesaria tarea de
reimaginar su porvenir y los poderes que allí pueden tener
los espacios y discursos de la cultura.

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