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El poder de la cultura.
Espacios y discursos en
América Latina
Universidad Alejandro Fielbaum
de Chile Sociólogo y Licenciado en Filoso-
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz
fía. Docente e investigador. Magís-
(Editores)
ter en Estudios Latinoamericanos,
Facultad de Filosofía y Humanida-
des, Universidad de Chile.
Renato Hamel
El poder de la cultura.
Espacios y discursos en
América Latina
Índice
Índice
Prólogo 7
SECCIÓN I
América Latina:
movimiento y migraciones. 103
Ana López Dietz
La imbricación de las relaciones sociales en el estudio de situaciones
migratorias: el exilio de chilenos y chilenas en Francia 113
Yvette Marcela García
Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre la
maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes 135
María Fernanda Stang
5
6
Prólogo
Durante la segunda semana de 2011 se llevaron a cabo en la Facultad
de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile las ya tradicionales
Jornadas de Estudiantes de Postgrado en Humanidades, Artes, Ciencias
Sociales y Educación, que organizan los estudiantes de postgrado del Cen-
tro de Estudios Culturales Latinoamericanos y que se han convertido en
una importante plataforma crítica para abordar diversas problemáticas
socioculturales de América Latina.
En su onceava versión, más de cien estudiantes provenientes de dis-
tintas disciplinas e instituciones nacionales y extranjeras presentaron sus
trabajos, en el marco de la convocatoria titulada El poder de la cultura. Es-
pacios y discursos en América Latina. Estas Jornadas tenían como propósito
debatir y discutir en torno a las diversas formas de comprender los espa-
cios y discursos culturales de América Latina. Desde perspectivas críticas
e interdisciplinarias de análisis, nos propusimos problematizar la cultura
como un lugar de interrelación entre viejos y nuevos actores, entre diversas
disciplinas, con nuevos enfoques y estrategias que permitieran dar cuenta
de los procesos culturales de la región. El libro que aquí presentamos es
el resultado de un acucioso trabajo de selección y edición de las mejores
ponencias que allí se presentaron.
Entre la realización de tales Jornadas y la publicación de este volumen,
se desplegaron en Chile las movilizaciones sociales más importantes de
los últimos años. Nos referimos a aquellas que, al amparo de las justas
demandas de una educación pública, gratuita y de calidad, reunieron a mi-
les de estudiantes de pre y postgrado, investigadores y académicos, quie-
nes retomaron las calles para exigir la defensa de la Universidad pública,
justamente desde el poder que siguen teniendo los espacios del saber y la
cultura en la configuración social, política y económica de la sociedad chi-
lena. Contra la tecnocracia que tan estrechamente concibe el desarrollo a
partir del desigual crecimiento económico, las manifestaciones abrieron la
posibilidad de re imaginar otro país y otra Universidad. Un espacio crítico
en el que el saber no sea una mercancía más por administrar desde un
espacio ya dado, sino una construcción colectiva que no deje de interrogar
el estatuto de los distintos espacios y discursos que existen dentro y fuera
de sus muros. Ante tales demandas, la pregunta por la cultura retoma una
importancia imprevista.
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Prólogo
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Alejandro Fielbaum, Renato Hamel, Ana López
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SECCIÓN I
Saberes e imágenes en disputa
Alejandro Fielbaum
13
Saberes e imágenes en disputa
y el tiempo de los fantasmas según Aby Warburg. Madrid, Abada, 2009, 91.
Erwin Panofsky, “La historia del arte en cuanto disciplina humanista”, en El signifi-
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Saberes e imágenes en disputa
con los racismos que Eze y Harvey bien han descrito a propósito de Kant6.
El reconocimiento crítico de los límites del universalismo europeo resul-
ta fundamental si intentamos pensar desde territorios conquistados de la
mano de aquel humanismo, y que siguen siendo saqueados en nombre del
discurso del progreso de la humanidad. Es notable, en ese sentido, que uno
de los personajes de Respiración Artificial repita la historia ya citada sobre
Kant, pero para llegar a la conclusión contraria. A saber, la imposibilidad de
determinar conclusivamente su autonomía, dado que el personaje nunca
puede dejar de citar7. Y es que allí donde el humanismo llega como promesa
acompañada de bárbaras realidades, sus ideas no pueden desplegarse, tan
simplemente, en nombre de la vida. Para mantener cierta vigencia, requie-
ren su torsión. En particular, si deseamos que la crítica a los límites del
supuesto universalismo ilustrado no devenga una oposición irracionalista
a la Ilustración, sino que pueda indeterminar sus límites eurocéntricos en
nombre de una concepción más amplia de lo humano.
Ante ello, resulta difícil saber qué miradas trazar para eludir el juego
especular que contrapone el particularismo de la pretensión eurocéntrica
de universalidad con otra forma de particularismo, por crítico o continen-
tal que sea su pretensión. Quizás ya no se trate tanto, entonces, de pensar
otra modernidad –o una modernidad otra, según se prefiera–, sino más
bien la modernidad desde otro espacio que la resignifica en sus tensiones
constitutivas. Otra anécdota del mismo Kant permite imaginar, en efecto,
distintos puntos de arranque para la crítica. Es Ankersmit quien narra la
cómica escena que puede pensarse como reverso de la trágica historia antes
descrita. Según narra, tras haber sido engañado por uno de sus sirvientes,
el filósofo talla en una pared el mandato de olvidarlo: Olvidar a Lampe8,
habría dicho la placa, inscribiendo el nombre propio que se buscaba borrar
de la memoria.
La paradoja es evidente: Todas y cada una de las veces que se lee el
imperativo, se recuerda lo que su enunciado exige olvidar. En este caso,
las tensiones sobre el mandato y sus propiedades. Abusivamente, puede
David Harvey, Cosmopolitanism and the geographies of freedom, Nueva York, Co-
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Alejandro Fielbaum
9
Miguel Luis Amunátegui, “Apuntes sobre lo que han sido las artes en Chile”, Revista
de Santiago, Tomo Tercero, 1849, 44.
10
Alain Badiou & Slavoj Žižek, “Discussion”, en Badiou, Alain & Žižek, Slavoj, Philo-
sophy in the Present, Londres, Policy, 2009, 74.
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Gayatri, Spivak, Crítica de la razón poscolonial. Hacia una historia del presente eva-
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Bibliografía
Libros y artículos
Amunátegui, Miguel Luis, “Apuntes sobre lo que han sido las artes en
Chile”, Revista de Santiago, Tomo Tercero, 1849, 37-47.
Ankersmit, Frank, Experiencia histórica sublime. Santiago. Palinodia,
2008.
Badiou, Alain y Žižek, Slavoj, “Discussion”, en Badiou, Alain & Žižek,
Slavoj, Philosophy in the Present. Londres, Policy, 2009, 73-104.
Botul, Jean-Baptiste, La vida sexual de Immanuel Kant, Madrid, Arena,
2004.
Didi-Huberman, Georges, La imagen superviviente. La historia del arte y
el tiempo de los fantasmas según Aby Warburg. Madrid, Abada,
2009.
Eze, Emmanuel Chukwudi, “El color de la razón: La idea de “raza” en la
antropología de Kant”, en Mignolo, Walter Mignolo (Comp.).
Capitalismo y geopolítica del conocimiento. Buenos Aires,
Ediciones del Signo, 2001.
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Saberes e imágenes en disputa
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El poder de las ‘imágenes musicales’.
Alcances y límites de un modelo
historiográfico
Mariana Signorelli
Introducción
En el presente trabajo se analizará la aplicabilidad del enfoque teórico
desarrollado por Louis Marin en su libro Los poderes de la imagen1, en el que
propone repensar la noción de imagen como categoría que designa un modo
de ser, una ilusión, un reflejo aparente, una representación. La pregunta
es si dicha propuesta teórica utilizada por el autor para el análisis de las
imágenes visuales puede ser considera para el análisis de “imágenes musi-
cales”. Siguiendo a dicho autor, se puede considerar una “imagen musical”
como toda imagen plástico-visual-performática que sostenga una práctica
musical; en otros términos, “imágenes musicales” son representaciones
de prácticas musicales o basadas en ellas. Por lo tanto, al ser imagen, se
reconoce en ella, tal como Marin propone, la fuerza, la potencialidad, la
capacidad de desplegar un poder simbólico, identitario, que da coherencia
a una comunidad de manera explícita o sutil, desde la mayor transparencia
a la mayor opacidadque la imagen misma proponga.
Marin propone partir de la deconstrucción del término ‘lectura’ (usado
para designar, comprender o interpretar objetos o formas que no pertene-
cen al campo de la escritura) y ampliar su sentido, dándole validez y legiti-
midad al repensar la cuestión de la representación. Se registra en el autor
un desplazamiento desde el modo de análisis propuesto por la semiótica
estructural, basado en la producción lingüística del sentido, hacia la explo-
ración de los modos de presentación de la representación, pertinente para el
abordaje de objetos discursivos no lingüísticos. Una práctica musical o su
representación posee las dos dimensiones propuestas por Marin: la transi-
tiva, en la que se muestra algo que está fuera del objeto –una presencia en
ausencia– y la reflexiva, en la que se muestra la materialidad misma de la
imagen2. Por lo tanto, la música como imagen posee estas dos dimensiones.
1
Louis Marin, Des pouvoirs de l’image. Gloses, París, Editions du Seuil, 1993.
2
Marin recupera sentidos históricos del término “representación”, de diccionarios
del S. XVIII y los reactualiza en nuevos contextos de análisis.
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El poder de las ‘imágenes musicales’
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Mariana Signorelli
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El poder de las ‘imágenes musicales’
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El poder de las ‘imágenes musicales’
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Algunas reflexiones
Cuando Marin señala que la imagen tiene poder, es decir, el poder de
producir un efecto en los espectadores que leen y miran la imagen presen-
tada, nos sugiere que son posibles distintas dimensiones de representa-
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El poder de las ‘imágenes musicales’
ción, las que van de una mayor transparencia a una mayor opacidad, de
una mayor literalidad o explicitación a una mayor ambigüedad, metafo-
rización o amplitud de sentidos. El nivel discursivo del texto, en ambas
puestas, también refuerza la transparencia y la opacidad de cada una de
las versiones, a la vez que el elemento simbólico nacional por excelencia, la
bandera, la que solo se presenta en la versión de Mendoza, hace su aporte
a esta cuestión, resultando más transparente la de Mendoza, y más opaca
la de La Plata.
Esta escala progresiva de transparencias y opacidades que observamos
en las puestas analizadas, y la intencionalidad de reestrenar esta obra en
el contexto del Bicentenario, nos permiten formular nuevas preguntas y
buscar nuevos sentidos a la significación de este ballet de Ginastera. Mien-
tras el sustrato musical perdura y nos atraviesa de manera “oblicua”, en
términos del propio Marin, es curioso observar que se hayan planteado
versiones tan disímiles en el marco del festejo del Bicentenario Argentino.
A su vez, se ha sabido que dicho ballet también fue interpretado este año
por el New York City Ballet10 , el Ballet de Brooklyn y el de Los Ángeles.11
Sin embargo, la recepción es amplia y la posibilidad de lectura también lo
es, aunque la propuesta de identificación identitaria, de vinculación y de
interpelación del individuo con el mundo social, nos llega de manera espe-
cial a los argentinos. Las imágenes que ambas versiones de Estancia presen-
tan aportan una contención simbólica que nos atraviesa histórico-social y
culturalmente, por un lado, y nos reúne e identifica como comunidad, por
otro, en tanto comunidad que está plagada de divergencias, de dicotomías,
de miradas, que tanto en el pasado como en el presente se esfuerza por
surgir y resurgir. Una comunidad que mira hacia el futuro conociendo su
pasado y sus tradiciones. Una comunidad que baila, que sueña, que quiere
un país mejor.
La propuesta inicial ha sido la de verificar la aplicabilidad de los con-
ceptos planteados por Louis Marin en su análisis de las imágenes al cam-
po musical. Su idea sobre el poder que ejercen las imágenes, en tanto que
hacen presente una ausencia –en la doble dimensión temporal y espacial–
Con coreografía de Christopher Wheeldon, presentada en el marco del festival La
10
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Mariana Signorelli
Bibliografía
Libros y artículos
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Ritual de poder y espacio de tensión en el
cine temprano
Mónica Villarroel
El cine silente en América Latina estuvo marcado por los registros do-
cumentales, conocidos inicialmente como vistas animadas, actualidades o
naturais, dando paso a los cinejornais en el caso de Brasil, y a los noticieros
cinematográficos en la América de habla hispana. En un primer momen-
to, lo que se conoce como cine temprano o cine de los primeros tiempos,
corresponde en su mayoría al “cine de atracciones”, diseñado a partir de
breves momentos de imágenes en movimiento con vistas simuladas en al-
gunos casos1. Junto a ellos, documentales propiamente tales2, incluyendo
los travelogues o filmes de viajes, configuran esta línea que, más que la fic-
ción, fue un elemento de continuidad de la producción cinematográfica en
las dos primeras décadas del Siglo XX, con un volumen difícil de calcular,
dado que la prensa no siempre registraba los estrenos y la gran mayoría de
los materiales fílmicos hoy se encuentra desaparecida.
1
Para Noël Burch corresponde al cine primitivo, antes de que se instale el modelo
narrativo de Griffith, en 1908 (El tragaluz del infinito, Madrid, Cátedra, 1999). Flá-
via Cesarino Costa, por su parte, discute el término primeiro cinema, para designar
a los filmes y prácticas asociados a estos entre 1894 y 1908. Propone esta deno-
minación en portugués a partir de la nomenclatura inglesa early cinema, que aquí
traducimos como cine temprano. También se refiere al cine de los primeros tiempos
(cinéma des prémiers temps), expresión acuñada por el francés André Gaudreault
(O primeiro cinema: espetáculo, narração, domesticação, Rio de Janeiro. Azougue
Editorial, 2008,34.). Tom Gunning establece que el cine temprano hasta 1908 co-
rresponde al cine de atracciones y define este concepto como un cine basado en la
sorpresa que causaba el movimiento y apelaba a la curiosidad de los espectadores
y a la atención que debían otorgarle al gesto de mirar, más que a la capacidad de
involucrarse en una acción narrativa o un relato ficcional. No necesariamente se
restringía a una sola toma (“‘Now you see it, now you don’t”. The temporality of the
cinema of attractions” en Grieveson, Lee y Kramer, Peter (edits.), The Silent Cinema
Reader, London/New York, Routledge, 2004, 40-50). El periodo silente se extiende
entre 1895 y 1933 para el caso chileno y hasta 1929, para el brasileño.
2
Utilizamos genéricamente el término para distinguirlo de la ficción, aunque el do-
cumental en esta época no está consolidado, de acuerdo a la definición de Grier-
son. Distinguimos aquí vistas, actualidades, cine de atracciones y registros y los
primeros documentales propiamente dichos, de más larga duración y con temáticas
desarrolladas.
35
Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano
Indagar en estos registros, por tanto, nos sugiere una tarea que obliga
a recurrir a los escasos filmes sobrevivientes. Este trabajo se propone revi-
sar algunos materiales disponibles para explorar el concepto de “ritual de
poder”, propuesto por Paulo Emílio Salles Gomes para el cine documental
brasileño silente y dar cuenta de cómo esta idea puede ser identificada en
los documentos fílmicos chilenos de las primeras décadas del Siglo XX,
centrándonos en la producción Los funerales del Presidente Montt, 1ª y 2ª
parte (Chile, 1911, b/n, 9 min 3 seg).
El eje político central en Chile, desde la caída de Balmaceda en 1891
hasta la nueva Constitución de la República que consagró el régimen pre-
sidencial en 1925, está en el Parlamento. El año del Centenario, 1910, ex-
presa conflictos sociales, siendo “la cuestión social” un elemento clave de
la época. Un momento de grandes cambios fue el periodo entre 1889 y
1900, tanto en el país como en Latinoamérica. El proceso de moderniza-
ción agigantado, la diversificación sociocultural y la vinculación con mer-
cados externos sugieren tensiones y desafíos. Se trata de un periodo de
apropiaciones culturales entre las que destaca el naturalismo, el moder-
nismo y las corrientes parnasianas en literatura, además del positivismo y
el evolucionismo como tendencias intelectuales. En lo cotidiano, sobresale
el afrancesamiento y “la belle époque” criolla. Entre 1900 y 1930 se vive un
nuevo y activo proceso de construcción intelectual y simbólica de la na-
ción, expresada en los rituales del Centenario, el ensayo social e histórico,
la literatura de la crisis, la literatura naturalista y criollista, el discurso
político, el discurso educacional, las políticas públicas de salud, deporte
y educación, la crónica periodística, las memorias o libros de viaje, las pu-
blicaciones oficiales, el discurso visual y pictórico, el discurso teatral y el
discurso musical 3 , a lo que sumamos el discurso cinematográfico.
En Brasil, con el derrumbe del imperio (1889) y fin de la esclavitud
(1888), surge la República Velha, un nuevo Estado y la pregunta por la
identidad brasileña. En el siglo XX es necesario redefinir la relación con
Portugal, antigua metrópolis, y también con la cultura europea, especial-
mente con Francia y con Estados Unidos. El desafío es buscar una “brasi-
lianeidad” que incluya al negro, al indígena y al inmigrante europeo. La
nación brasileña se articula entonces sobre la idea de “orden y progreso”. Y
3
Bernardo Subercaseaux, Historia de las ideas y de la cultura en Chile. Tomo III. El
centenario y las vanguardias, Santiago, Editorial Universitaria, 2004, 12.
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Mónica Villarroel
El mercado de la exhibición
En este mismo contexto, y en la lógica de reproducción por una parte,
y de apropiación por otra, de los modelos culturales extranjeros 5, es im-
portante mencionar la presencia de filmes europeos y norteamericanos en
el campo de la exhibición cinematográfica, aunque este asunto no sea el
centro de este texto.
A lo largo de la historia, la vigencia de los filmes extranjeros no se dio
sólo por el sistema económico. En Brasil, debido al proceso de colonización,
las informaciones culturales emitidas por las metrópolis económicas y cul-
turales no encontraron resistencia, sino que, por el contrario, tuvieron una
fácil absorción de productos culturales metropolitanos, dado el origen de
la formación cultural brasileña, proveniente en gran medida de esas me-
trópolis. Bernardet advierte que eso no significa que los productos impor-
tados tengan en Brasil la misma significación que en Europa o en Estados
Unidos, o que las sociedades sean semejantes:
“El proceso de dependencia posibilitó que, en términos de ima-
ginario y del consumo cultural, las clases dominantes tuviesen
la ilusión de ser una prolongación de las burguesías europeas (y
principalmente francesa en términos de cultura) y siempre inten-
tasen igualarse a ellas a través de una operación casi mágica, por
la vía del consumo y no de la producción cultural”6 .
Renato Ortiz, Cultura brasileira e identidade nacional, São Paulo, Brasiliense, 2001.
4
Companhia das letras, 2009, 28. (La traducción es mía, al igual que todas las citas
de bibliografía en portugués).
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Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano
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Locura y género. Las “diabólicas” de Clarín
Mónica Villarroel
La higienización y la exclusión
Por otro lado, en el caso brasileño, el cine realizado por inmigrantes
y/o en centros alejados de las grandes ciudades era difícil de asimilar por
el público. Ello generó ácidas críticas en la época, especialmente en algu-
nos ejemplos del llamado “film histórico”. Había un rechazo implícito al
producto local y una inquietud respecto a la imagen de Brasil que se pre-
sentaba en la pantalla. Esto se acrecentaba aún más cuando la crítica com-
paraba el cine brasileño con el cine europeo o norteamericano. Críticos y
gobernantes estaban preocupados por la imagen del país que ofrecían las
películas. Esta debía sintonizar con la ideología de la “higienización” y el
anhelo de que el cine fuese una vitrina del progreso nacional, entre otras
cosas. Por ello, criticaban duramente la producción local y se preocupaban
por su estética, ya que la experiencia del cine, en sí misma, constituía un
cierto “desorden” en la vida urbana.
junio de 1915.
Ibíd.
11
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Mónica Villarroel
Jean-Claude Bernardet, Cinema brasileiro: propostas para uma história. São Paulo,
14
1930” en Mónica Villarroel (coord.), Enfoques al cine chileno en dos siglos. Santia-
go, Lom ediciones, 2013, 79-86.
Jacqueline Mouesca, El documental chileno, Santiago, Lom, 2005,48.
16
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Vega, Itinerario del cine documental chileno 1900-1990. Santiago, Universidad Al-
berto Hurtado, 2006, 33.
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Mónica Villarroel
Uno de los rasgos característicos del cine silente en América Latina fue
su afán de representación de las elites y de los gobiernos. Los documentos
fílmicos realizados en las primeras tres décadas del siglo XX, en Brasil
y Chile, atestiguan el poder de las imágenes, presencias y ausencias,
marcas identitarias y discursos fílmicos que construyeron un relato sobre
nuestras sociedades. Utilizamos, para nuestro análisis, recortes temáticos
que transcienden la historiografía clásica del cine, enfocándonos en un
trazo dominante: la representación de eventos cívicos. La ciudad y sus
acontecimientos son, al mismo tiempo, el espacio de la Modernidad y de
tensión para el cine. Los registros documentales, en todas sus formas,
enfatizan la vida de aristócratas, militares, autoridades civiles y religiosas,
sus ritos cotidianos, fiestas y eventos sociales, como ya mencionamos. En
el caso de Brasil, lo popular es prácticamente excluido de la pantalla. No
ocurre lo mismo en las filmaciones sobrevivientes en Chile, lo que instala
otra tensión en términos de contenido en el panorama del cine documental
de la época. Sin embargo, la presencia del sujeto popular es la excepción
y no la regla, aunque hay importantes registros que no necesariamente
retrataban a las esferas de poder.
Si bien las primeras vistas animadas que se proyectaron fueron
importadas, y las que comenzaron a producirse en el continente estaban
muy cercanas a las imágenes provenientes de Europa (fundamentalmente
francesas) y Estados Unidos, poco a poco comenzó a vislumbrarse una
tendencia a realzar los hechos noticiosos locales, las ceremonias públicas
y las actividades de las elites, lo que dio forma a de lo que se conoció
como actualidades (el registro de acontecimientos nacionales que quienes
filmaban, consideraban podrían ser interesantes para los espectadores o
lo que era llamativo para la cámara) o naturais y cinejornais, en la línea del
registro documental. Sólo a partir de 1910, en el caso chileno, y a partir de
1908, en el brasileño, comienzan a surgir filmes de ficción inspirados en
hechos o personajes históricos o adaptaciones literarias, fortaleciendo de
ese modo el ideario nacionalista que adquirirá mayor fuerza con la llegada
del cine sonoro y su incorporación de los idiomas vernáculos.
Paulo Emílio Salles Gomes20 desarrolla dos conceptos que son útiles
para este trabajo: Berço esplêndidoy Ritual do poder (cuna espléndida y ritual
Paulo Emilio Salles Gomes, “A expressão social dos filmes documentais no cinema
20
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Ibíd.
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Alicia Vega, Itinerario del cine documental chileno 1900-1990. Santiago, Universi-
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“TEATRO VALPARAISO
El mismo día, el periódico daba cuenta del itinerario que siguieron las
cámaras en la filmación de 9 min. 3 seg. que hoy se conserva.
“Los restos del Presidente Montt
Ibid,2.
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El Diario Ilustrado, “Los restos del Excmo. señor Montt”, Santiago, 3 de febrero de
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A modo de cierre
Podemos entender que el campo del cine, desde sus primeros tiempos,
expresa una tensión entre la producción y la exhibición, la que se acerca
más a una relación de imbricación que a la oposición radical asumida, fun-
damentalmente, por la historiografía clásica en lo que refiere a la relación
entre el cine producido en Latinoamérica y el que llegaba desde las metró-
polis europeas y norteamericanas.
Distinguimos claramente la presencia de sectores populares a nivel de
exhibición y recepción, pero escasamente en la producción. Por una parte,
el cine se plantea desde su origen como un espectáculo masivo, desplega-
do en los grandes centros urbanos, incluyendo sus periferias. Es necesario
recordar que gran parte de las exhibiciones, en un primer momento, se rea-
lizaron en el contexto de ferias, circos, jardines de recreo y barracas, y que
se trataba de un espectáculo popular de bajo costo, el que también ocupó,
casi paralelamente, biógrafos periféricos y espacios más sofisticados, como
los salones a los que concurrían las elites. Pero, por otro lado, las imágenes
filmadas excluyen e higienizan la diversidad, dando prioridad dentro del
cuadro a las elites, los gobernantes y los eventos cívicos y sociales a su
alrededor.
Pese a ello, la incipiente “cuestión social”, no está ausente en las imáge-
nes chilenas. Pero, en lo que respecta principalmente al material de regis-
tro documental que ha sobrevivido, es evidente que la ritualidad del poder
concentra el interés de los cinematografistas.
Bibliografia
Corpus documental
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Mónica Villarroel
Libros y artículos
Araújo, Vicente de Paula, Salões, circos e cinemas de São Paulo. São Paulo,
Perspectiva, 1981.
Bergot, Soléne, “Cine y fotografía en la industria cinematográfica en Chile,
1900-1930” en Villarroel, Mónica (coord.), Enfoques al cine chile-
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Bernardet, Jean-Claude, Cinema brasileiro: propostas para uma história.
São Paulo, Companhia das letras, 2009.
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en Revista Taller de Letras N° 46. Santiago: Pontificia Universidad
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Ferro, Marc, Cine e historia, Barcelona, Gustavo Gili, 1980.
Gomes, Paulo Emilio Salles , “A expressão social dos filmes documentais
no cinema mudo brasileiro (1898-1930)”, en Calil, Carlos Augusto
e Machado, Maria Teresa (orgs.). Paulo Emílio: Um intelectual na
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Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano
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Periferia y precariedad. Aproximaciones al Nuevo Cine Latinoamericano
Mónica Villarroel
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Del misticismo decadentista a la mística
revolucionaria. El itinerario de la
religiosidad en el pensamiento de José
Carlos Mariátegui
Pierina Ferretti
A modo de introducción
La sensibilidad de José Carlos Mariátegui hacia lo que podríamos de-
nominar “dimensión religiosa” de la vida humana y social es ya un tópico
reconocido entre los estudiosos de su obra. El propio autor, en su respuesta
a un cuestionario que le fuera enviado por la revista Mundial en julio de
1926 –en uno de los escasos pasajes autobiográficos que salen de su plu-
ma–, desliza una reflexión acerca de la persistencia de la inquietud religio-
sa a lo largo de su vida:
“Lo que existe en mí ahora –señalaba en esta ocasión–,
existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía vein-
te años y escribía disparates de los cuales no sé por qué
la gente se acuerda todavía. En mi camino, he encontrado
una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma
había partido desde muy temprano en busca de Dios”.1
1
José Carlos Mariátegui, “Una encuesta a José Carlos Mariátegui”, en José Carlos
Mariátegui, La novela y la vida, Lima, Amauta, 1987, 154.
2
Juan Croniqueur fue el pseudónimo utilizado por Mariátegui durante sus años de
juventud. Con él firmó los artículos que escribió entre 1914 y 1918 para diarios
como La prensa y El tiempo. Sólo a partir de la fundación de Nuestra Época, en
1818, comenzará a firmar con su nombre.
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Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
56
Pierina Ferretti
Santiago de Chile, Quimantú, 2010. Este libro es la reedición del trabajo publicado
por Fernández en el Centenario de Mariátegui celebrado en 1994, titulado Mariá-
tegui o la experiencia del otro, Lima, Amauta, 1994, con la inclusión de un capítulo
nuevo dedicado a la relación de Mariátegui con Unamuno.
10
Crf. Eduardo Cáceres, “Subjetividad e historia: las múltiples dimensiones de lo reli-
gioso en Mariátegui”, en Anuario Mariateguiano, Vol. VIII, N° 8, 1996, 79-85.
57
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
Irene Weinberg y Ricardo Melgar Bao (eds.), Mariátegui entre la memoria y el futuro
de América Latina, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, 199-
217.
José Carlos Mariátegui, “Una encuesta…”, Op. Cit., 154.
12
58
Pierina Ferretti
sino que reserva este adjetivo para su etapa madura, que califica, además,
como política, asimilando, en un ejercicio lleno de implicancias teóricas,
socialismo y religión.
La expresión “edad de piedra” fue utilizada por el propio Mariátegui para referirse a
13
sus escritos redactados entre 1911 y 1919. Estos textos, numerosos y diversos en
contenidos y géneros, fueron compilados y agrupados temáticamente por Alberto
Tauro y publicados en 8 tomos por la empresa editora Amauta entre 1987 y 1991.
Cfr. Guillermo Rouillón, Op. Cit. Específicamente, véase el capítulo dedicado a la
14
59
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
José Carlos Mariátegui, “Elogio de la celda ascética” en María Wiesse, Op. Cit., 16-
16
17.
José Carlos Mariátegui, “Cartas a X” en José Carlos Mariátegui, Invitación a la vida
17
60
Pierina Ferretti
61
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
laboral de ocho horas, en mayo del año siguiente alcanzan su mayor grado
de desarrollo y violencia.22 En ese contexto, Mariátegui comenzará su acer-
camiento al socialismo.
“Desde 1918 –dirá en una carta a Samuel Glusberg del 10 de enero
de 1927–, nauseado de política criolla me orienté resueltamente hacia el
socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de
decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo”.23 Nuestro
autor ya en 1916 había abandonado La prensa para empezar a colaborar
en El Tiempo, diario que agrupó a sectores de oposición al régimen del pre-
sidente José Pardo. Allí se encargó de la sección Voces, columna de sátira
parlamentaria que lo desplazó de sus preocupaciones netamente literarias
al análisis de la realidad política, junto con vincularlo de manera directa
a la lucha anticivilista. Pero el hito decisivo en su itinerario socialista lo
representa la fundación de Nuestra época, en 1918.24 Se trataba de una re-
vista animada por él y sus amigos César Falcón y Félix del Valle, quienes,
inspirados en la España de Luis Araquistain, se propusieron dar vida a una
publicación independiente, de corte crítico y confrontacional, logrando su
objetivo al punto que este deja de aparecer después de su segundo número,
tras una polémica con el ejército provocada por un artículo salido, precisa-
mente, de la pluma de Mariátegui.
La orientación política de nuestro autor se hace más decidida al calor
de las convulsiones sociales de las que comenzaba a ser parte. El año de
1919 se inicia con su renuncia y la de Falcón a la redacción de El Tiempo y
continúa con la fundación de un nuevo periódico, La Razón, que comienza
a imprimirse en mayo de ese mismo año, en el momento más encendido de
la lucha social. Pero en agosto, nuevamente producto de un texto polémico
Para un estudio del período se pueden consultar Peter F. Klaren, “Los orígenes del
22
Perú moderno, 1880-1930”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América latina, Bar-
celona, Crítica, vol. 10, 2000, 233-279, y Manuel Burga y Alberto Flores Galindo,
Apogeo y crisis de la República Aristocrática, Lima, Rickchay-Perú, 1980.
José Carlos Mariátegui, “Carta a Samuel Glusberg”, en José Carlos Mariátgui, Co-
23
62
Pierina Ferretti
A propósito de las circunstancias que rodearon este viaje, existe una polémica res-
25
pecto de las relaciones existentes entre Leguía y Mariátegui ver: Robert Paris, Op.
Cit., 73-74.
José Carlos Mariátegui, “Carta a Samuel Glusberg”, Op. Cit., 331.
26
63
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
José Aricó, “Introducción” en José Aricó (ed.), Mariátegui y los orígenes del marxis-
28
64
Pierina Ferretti
Cfr. Marta Elena Casaús, “El Indio, la nación, la opinión pública y el espiritualismo
29
nacionalista: los debates de 1929”, en Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Gi-
ráldez: Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales
(1820-1920), Guatemala, F & G Editores, 2005, 207-245.
Cfr. Augusto Salazar Bondy, “La reacción espiritualista” en La filosofía en el Perú,
30
65
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
José Carlos Mariátegui, “El hombre y el mito” en El alma matinal y otras estaciones
33
66
Pierina Ferretti
Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Torino, Einaudi, 1977, 1556. (La traduc-
34
ción es nuestra).
José Carlos Mariátegui: “El hombre y el mito” Op. Cit., 28.
35
67
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
marxismo en América latina: antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago
de Chile, LOM, 2007, 110.
68
Pierina Ferretti
nicamente, y esto explica la aparición del Partido socialista del Perú. Pero lo más
importante es que en el plano teórico surge la necesidad de elaborar una concepción
operante del socialismo. Es en el editorial “Aniversario y balance” que va a empren-
der esta tarea, pero el problema abierto respecto del socialismo y del marxismo,
encontrará su respuesta teórica en Defensa del marxismo”, Osvaldo Fernández, Iti-
nerario y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui, Op. Cit., 158. Ahora bien,
para ser precisos, es necesario consignar que los artículos que Mariátegui publica
en Amauta bajo el rótulo general de Defensa del marxismo habían aparecido en las
páginas de Variedades entre julio de 1928 y junio de 1929. Ver nota al pie nº 3 para
más detalles.
José Carlos Mariátegui, “El Idealismo Materialista” en José Carlos Mariátegui, De-
38
José Carlos Mariátegui, “El Determinismo Marxista” en Defensa del marxismo, Op.
41
Cit., 58. “Marx inició –señala Mariátegui en este mimo texto– este tipo de hombre
de acción y de pensamiento. Pero en los líderes de la revolución rusa aparece, con
69
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
70
Pierina Ferretti
José Carlos Mariátegui, “El Idealismo Materialista” en Defensa del marxismo, Op.
44
Cit., 85-86.
Cfr. Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach” en Carlos Marx, Federico Engels, La ideolo-
45
gía alemana… edición al cuidado de Néstor Acosta, traducción del alemán de Wen-
ceslao Roces, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos y Editorial Cartago, 1985,
665-668.
Antonio Labriola, Socialismo y filosofía. Cartas a Georges Sorel, Madrid, Alianza,
46
1969, 86.
71
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
puede ser emparentado con el de Walter Benjamin, no solamente por esa peculiar
tensión entre una racionalidad que se niega al reduccionismo, sino también porque
en ambos la revolución es pensada como una cuestión de redención, sin que esto
desemboque, sin embargo, en un territorio extraño a la propia historia. De este
modo, en ambos, la materialización de la igualdad social, de la solidaridad, de la
reciprocidad, del amor al prójimo, en la vida cotidiana de la sociedad, no se refiere
a –ni depende de– ningún poder religioso institucional”. Aníbal Quijano, “Prólogo”
a José Carlos Mariátegui, Textos Básicos, Lima, Fondo de Cultura Económica, 1991,
x.
José Carlos Mariátegui, “Arte, Revolución y Decadencia”, Op. Cit., 20.
48
72
Pierina Ferretti
Bibliografía
Corpus documental
73
Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria
Libros y artículos
74
Representaciones de género y construcción de alteridad
Pierina Ferretti
75
Tecnocracias en América Latina (1980-
2000), ¿hacia un nuevo modo de dominio?
Giorgio Boccardo
77
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
4
Verónica Montecinos, “Notas sobre la evolución e influencia de la tecnocracia eco-
nómica en Chile”, en Estrada Álvarez, Jairo (ed.), Intelectuales, tecnócratas y refor-
mas neoliberales en América Latina. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,
2005.
5
Guillermo O´Donnell, “Reflexiones sobre las tendencias de cambio del Estado bu-
rocrático-autoritario”, en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 39, 1, Enero- Marzo,
1977.
6
María Rita Loureiro, “Tecnocracia y política en el Brasil de hoy”, en Revista Nueva
Sociedad, 152, Noviembre-Diciembre, 1997.
78
Giorgio Boccardo
79
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
80
Giorgio Boccardo
el ascenso de los nuevos money doctors en México”, En Estrada Álvarez, Jairo (edi-
tor), Intelectuales, tecnócratas y reformas neoliberales en América Latina. Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, 2005.
Sarah Babb, op. cit.
14
81
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
38 1989.
Carlos Ruiz, Estructura Social, Estado y Modelos de Desarrollo en América Latina
19
82
Giorgio Boccardo
83
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
Aldo Ferrer, La economía Argentina. Desde sus orígenes hasta principios del siglo
30
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Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
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Giorgio Boccardo
Estos principios, que pretenden guiar las políticas públicas de esta etapa, fueron
38
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Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
88
Giorgio Boccardo
Javier Corrales, “El presidente y su gente. Cooperación y conflicto entre los ámbi-
46
1994.
Javier Corrales, Op. Cit., 46.
48
Las privatizaciones del sector industrial, que durante la primera mitad del gobierno
49
2005).
Jairo Estrada Álvarez, Op. Cit., 27.
51
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Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
90
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91
Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
un mes. Véase Pedro Sáinz y Alfredo Calcagno, “La economía brasileña ante el Plan
Real y su crisis”, en Series Temas de Coyuntura, CEPAL, 4, Julio de 1994.
Pedro Sáinz y Alfredo Calcagno, Ibídem.
61
92
La amenaza del femicidio: mujeres selk’nam e inmigrantes fueguinos...
Rachel VanWieren
Giorgio Boccardo
Julio, 2006.
Chaterine Conaghan, Op. Cit., 28.
2
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Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
fuertemente golpeada por la crisis de los ochenta, sino que, además, quie-
nes las pusieron en práctica no habían hecho nada diferente a los políticos
populistas a los que con tanta frecuencia había criticado.
94
Giorgio Boccardo
6
Raúl Atria y Carlos Ruiz, Op. Cit., 22.
7
Carlos Ruiz, Op. Cit., 19.
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Tecnocracias en América Latina (1980-2000)
Bibliografía
Libros y artículos
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SECCIÓN II
América Latina: movimiento y migraciones
Ana López Dietz
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América Latina: movimiento y migraciones
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Ana López Dietz
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América Latina: movimiento y migraciones
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Ana López Dietz
países como Suiza, Canadá, etc.), formando, como plantea García, una
verdadera “cultura del exilio” asociada a una “identidad política y politizada
particular y específica”. Investigaciones reconocen que durante los años
de la dictadura emigraron desde Chile más de un millón de personas,
considerando razones políticas y económicas (Garcés, Nicholls, 2005), los
que se mantuvieron activos y organizados durante los años de dictadura.
Sin embargo, la experiencia del exilio provocaba esta situación
indeterminada entre el “allá-entonces” y el “aquí-ahora”, para las y los
exiliados el proyecto de retornar a Chile marcó los primeros años de su
estancia en los países de llegada, aun cuando con el paso del tiempo se
fue desdibujando, debido a la dificultad para retornar o a que poco a poco
fueron insertándose en los países que habitaban. Como señala Rebolledo
“El conjunto de hombres y mujeres, más allá de las formas en que llegaron
al exilio, compartieron el sentimiento de desarraigo, de sentir que sus
vidas habían quedado escindidas, una parte en Chile –país al que se
esperaba volver lo más pronto posible– y la otra en el país de llegada, al
que se veía como un lugar de paso” (Rebolledo, 2012:182) generándose
una situación de transitoriedad que generaba una sensación constante
de incertidumbre y precariedad. Las posteriores migraciones chilenas
(como también latinoamericanas) a Europa, en la década de los noventa,
se debieron fundamentalmente a motivos económicos, lo que los situaba
en una situación completamente distinta, en la que en general eran
considerados como ciudadanos/as de segunda categoría.
Como señalábamos anteriormente, la experiencia de la migración
es heterogénea y multifacética, en relación a las diferencias de clase, de
género o de etnia. En el caso de la migración femenina, María Fernanda
Stang analiza en “Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre
la maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes” la situación de
las mujeres de diversos estratos sociales que, por razones económicas,
familiares o de estudio, han migrado hacia destinos intra o extra regionales.
La maternidad es uno de los centros de la investigación constituyendo un
elemento decisivo “en las trayectorias migratorias de unas y otras, más
aún que la pertenencia de clase” (Stang). Desde una perspectiva de género,
entendemos que la maternidad es una experiencia significativa para
las mujeres, sobre todo referida a las construcciones de las identidades
genéricas y los roles sociales que se asimilan a mujeres y varones, en los
ámbitos simbólicos, políticos, económicos y/o culturales y que implica una
desigual distribución de poder.
107
América Latina: movimiento y migraciones
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Ana López Dietz
109
América Latina: movimiento y migraciones
110
Ana López Dietz
Bibliografía
Fanon, Franz. Piel negra, máscaras blancas. Akal, Madrid, 2009.
Garcés, Mario y Nicholls, Nancy. Para una historia de los DD.HH. en Chile:
historia institucional de los DD.HH. en Chile. Lom, Santiago, 2005
Herrera Carassou, Roberto. La Perspectiva Teórica en el Estudio de Las
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Rebolledo, Loreto. Exilios y Retornos chilenos. En: Revista Annales. Sépti-
ma Serie, N° 3, julio 2012. Universidad de Chile.
Trigo, Abril. Migrancia: memoria: modernidá. En: Moraña, Mabel. (Edi-
tora). Nuevas Perspectivas Desde, Sobre América Latina: El Desa-
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2000. pp. 273-292.
Tijoux, María Emilia. Peruanas inmigrantes en Santiago. Un arte cotidia-
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Staab, Silke. En búsqueda de trabajo. Migración internacional de las mu-
jeres latinoamericanas y caribeñas. CEPAL, Santiago, 2003 http://
www.eclac.org/publicaciones/xml/8/13908/lcl2028e.pdf
111
La imbricación de las relaciones sociales
en el estudio de situaciones migratorias: el
exilio de chilenos y chilenas en Francia
Yvette Marcela García
1
Ariel Dorfman, “Prólogo”, en Estela Aguirre y Sonia Chamorro, “L”. Memoria gráfica
del exilio chileno 1973-1989, Santiago de Chile, Ocho Libros Editores, 2008, 8-9.
2
Podemos citar los trabajos fundadores de Sayad sobre la inmigración laboral
en Francia: Abdelmalek Sayad, La double absence. Des illusions de l’émigré
aux souffrances de l’immigré, Paris, Seuil, 1999. Para una visión más general de
la sociología de las migraciones: Andrea Rea y Maryse Tripier, Sociologie de
l’immigration, Paris, La découverte, 2003. Desde el campo de la historia: Gérard
Noiriel, Le Creuset français. Histoire de l’immigration (xixe-xxe siècle), Paris, Seuil,
1988. Con respecto a la construcción de la alteridad: Philippe Poutignat y Jocelyne
Streiff-Fenart, Théories de l’ethnicité, Paris, PUF, 1995.
113
La imbricación de las relaciones sociales
3
El postcolonialismo nos aporta elementos de reflexión sobre este aspecto, entre
otros, los trabajos del sociólogo hindú Arjun Appadurai radicado en Estados Uni-
dos, crítico de los estudios culturalistas. Arjun Appadurai, Après le colonialisme. Les
conséquences culturelles de la globalisation, Paris, Éditions Payot et Rivages, 2001.
4
Las pioneras en este enfoque teórico fueron las feministas afro-americanas con
la teoría de la interseccionalidad, a través por ejemplo del Manifiesto del Comba-
hee River Collective (1977). Elsa Dorlin (et al.), Black feminism. Anthologie du
114
Yvette Marcela García
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La imbricación de las relaciones sociales
116
Yvette Marcela García
117
La imbricación de las relaciones sociales
década de los 80’ y principios de los 90’, se produce un último éxodo menos
significativo motivado por razones políticas, caracterizado más bien por
un cierto asentamiento generalizado.
Hasta la fecha, sigue siendo extremadamente difícil conocer las ci-
fras exactas de la migración provocada por la dictadura en Chile, ya que
los únicos instrumentos de medición existentes fueron los censos de los
países de acogida, los cuales no nos permiten determinar precisamente la
dimensión y proporción del refugio político. A pesar de la dificultad para
contabilizar exactamente el número de chileno/as exiliado/as, se estima
que entre 500.000 y 1.000.000 de personas dejaron el país entre 1973 y
1989. Durante la fase de la dictadura, se registra alrededor de 1 millón
de personas que abandonaron el territorio nacional9. Según los criterios
elaborados por las Naciones Unidas, cerca de 250.000 casos concernirían
estrictamente un refugio calificado de político. Con respecto a la llegada
de chileno/as a Francia, no existe una cifra exacta ni registros fidedignos,
pero según diferentes fuentes10 , se registraron durante la primera déca-
da aproximadamente entre 8.000 y 12.000 ingresos de chileno/as con el
estatus de refugiado/as político/as vía las instituciones internacionales y
el gobierno francés, sin poder contabilizar aquellos con visa de estudian-
tes o simplemente indocumentados11. En la literatura especializada sobre
esta temática, se ha hablado de un exilio mayoritariamente masculino. Sin
embargo, el único registro efectuado por la OFRPA (Oficina Francesa de
Protección de los Refugiados y Apátridas) a través de una encuesta muestra
que un 58% del grupo era constituido por hombres y un 42% por mujeres12.
Actualmente, residirían alrededor de 10.000 personas con nacionali-
dad chilena en Francia. Sin embargo, este número no indica ni refleja la
población chilena residente ya que no considera los individuos que tras
el tiempo adquirieron la nacionalidad francesa. El cambio cuantitativo y
cualitativo evidentemente está relacionado con la llegada de la transición
a la democracia en Chile y con el cierre político de las fronteras europeas
La revista Araucaria de Chile publica en 1979 “Un millón de chilenos”, refiriéndose
9
118
Yvette Marcela García
que conlleva criterios cada vez más restrictivos de estadía en dicha región.
La última ola generada a partir del año 2000 es de índole más individual
y motivada por razones de estudio (en teoría, una migración más transi-
toria) o de matrimonio con un/a residente (tratándose principalmente de
mujeres chilenas).
José Del Pozo, “Los chilenos en el exterior: ¿De la emigración y el exilio a la diáspo-
13
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La imbricación de las relaciones sociales
Recalcamos supuesta “raza” para insistir en que nos referimos entonces a este con-
15
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Elsa Dorlin, Sexe, race, classe. Pour une épistémologie de la domination, Paris, PUF,
17
Publishers, 2006.
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La imbricación de las relaciones sociales
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La imbricación de las relaciones sociales
Durante la primera época de la dictadura militar, las actividades militantes y los tes-
20
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La imbricación de las relaciones sociales
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Yvette Marcela García
Un post-exilio…
A partir de mediados de la década de los 80’, esto/as refugiado/as po-
lítico/as tuvieron que asumir la prolongación de sus existencias fuera del
país. En un comienzo, convencido/as de que la dictadura caería pronta-
mente, habían concebido su migración como una fase transitoria y tempo-
ral, no obstante este proceso migratorio termina prolongándose en el tiem-
po. Paulatinamente, las actividades partidarias, así como sucedió en Chile,
dieron paso a acciones individuales o de grupos más reducidos. A partir de
esta situación, el exilio presenta evoluciones y cambios en hombres y mu-
jeres instalado/as en Francia. Al significar una ruptura y un duelo, el exilio
también implicó nuevos horizontes y nuevos desafíos.
Luego de un largo periodo incierto durante el cual una gran mayoría se
vio obligada a optar por adaptarse a un nuevo país, se abrió nuevamente la
posibilidad de poder regresar a Chile. Hoy en día, los destinos individuales
se impusieron ante un destino colectivo, caracterizados por una situación
de post-exilio, puesto que el ingreso a territorio nacional se ha hecho po-
sible. No todo/as lo/as exiliado/as reaccionaron de la misma forma ante la
posibilidad del regreso y a partir de ese momento, son más determinantes
los itinerarios personales que algún destino colectivo. Se estima que entre
un 30 y un 40% retornaron a Chile22. Son varias las razones para no volver:
el desfase con el Chile actual, la inserción en el país, lo/as hijo/as y nieto/
as que crecieron en la sociedad francesa, el miedo a una nueva ruptura o a
un nuevo empezar.
Actualmente, lo/as exiliado/as viven lo que podemos denominar como
transculturación, es decir, existe una especie de doble cultura o una cons-
trucción cultural que contiene elementos del país de origen y del país don-
de viven 23 . Aunque la inmensa mayoría sigue identificándose como chi-
leno/as, han incorporado en distintos matices elementos de la sociedad
francesa. Esta vida en exilio se caracteriza por esta situación de estado
intermedio entre dos sociedades, por el sentimiento de desarraigo (ni to-
talmente francés/a, ni ya completamente chileno/a) y por el hecho de tener
un punto de vista crítico hacia los dos países.
Cada uno/a tiene una visión de su propio exilio y, al mismo tiempo,
se identifica con una identidad colectiva. Han elaborado una reconstruc-
Anne-Marie Gaillard, Op. Cit., 145.
22
129
La imbricación de las relaciones sociales
A modo de conclusión
El exilio constituye un tipo de migración, con sus características par-
ticulares correspondientes. Para comprender y aprehender las diferentes
experiencias de todo/a migrante, y por ende de lo/as exiliado/as político/
as, resulta primordial tomar en cuenta las diferencias de origen, de clase,
nivel de educación y, asimismo los itinerarios individuales posteriores en
la adaptación a un nuevo mundo.
A pesar de todo, independiente de su situación, lo/as exiliado/as tu-
vieron que vivir día tras día las limitaciones que una sociedad extranjera
les impuso, elaborando estrategias que, por una parte, se encuentran en
130
Yvette Marcela García
131
La imbricación de las relaciones sociales
Bibliografía
Libros y Artículos
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Yvette Marcela García
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Con los ovarios a cuestas. Algunas
observaciones sobre la maternidad en
mujeres latinoamericanas migrantes1
María Fernanda Stang
135
Con los ovarios a cuestas
“campo: “En un campo están en lucha agentes e instituciones, con fuerzas diferen-
tes y según las reglas constitutivas de este espacio de juego, para apropiarse de las
ganancias específicas que están en juego” (Bourdieu, 1990:157). Esas ganancias es-
pecíficas constituyen la forma de capital propia de ese campo. Entonces, son dos
los elementos constitutivos del campo: “la existencia de un capital común y la lucha
por su apropiación” (Bourdieu, 1990:19). El campo académico, por ejemplo, está
conformado por la lucha entre ciertos agentes e instituciones –alumnos, profesores,
investigadores, funcionarios, universidades, carreras, centros de investigación, mi-
nisterios, por nombrar sólo los más evidentes–, dotados de fuerzas diferentes, que
según las reglas constitutivas de ese espacio del juego social tratan de apropiarse
de sus ganancias específicas títulos, calificaciones, autoridad científica, reconoci-
miento, prestigio, asignación de proyectos, becas, y la conversión de este capital
académico en capital económico, asegurada en buena medida.
136
María Fernanda Stang
sino que se recurre a la comparación de una forma laxa, como un recurso cognitivo
de exploración de la temática (Ariza, 2009). Las implicancias de esta diferencia son
importantes, porque de este análisis no se desprenden afirmaciones taxativas, sino
sólo conjeturas que exigirían un diseño metodológico ad hoc para poder probarse.
Las discusiones sobre la existencia de América Latina como una realidad y como un
9
objeto de conocimiento no son novedosas. Sin embargo, adhiero con este análisis,
de manera tangencial, a la idea de que es posible pensarla como una unidad de aná-
lisis válida, más allá de su heterogeneidad estructural (Ansaldi y Giordano, 2012).
137
Con los ovarios a cuestas
Otra limitación está dada por el hecho que la investigación recortó con
claridad una determinada pertenencia de clase de las mujeres que confor-
maron el grupo de informantes, a partir de la calificación, mientras que los
demás trabajos que se utilizan como contraparte no realizaron este tipo de
delimitación, aunque varios de ellos hacen alusiones indirectas que permi-
ten asumir que se trata en muchos casos, como dije, de mujeres con menos
recursos de capital.
Otro elemento diferencial está determinado por el destino de los flujos
migratorios: exclusivamente países de fuera de América Latina en el primer
caso, y tanto intra como extrarregionales en el segundo. Esta divergencia
también puede tener incidencias significativas, tanto en la experiencia de
la maternidad migrante en esos contextos distintos como en la determina-
ción de ciertas características de las propias corrientes migratorias.
Sin embargo, las características señaladas en esos trabajos respecto de
este segundo grupo de mujeres, así como la coincidencia en varios hallaz-
gos sobre sus experiencias ligadas a la maternidad, permiten asumir que el
corpus a partir del que se sugieren algunas líneas comparativas es bastan-
te sólido, al menos en esta primera exploración. Además, las intenciones
exploratorias del análisis habilitan el uso de este recurso, aunque no se
sustente en un ejercicio sistemático.
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María Fernanda Stang
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Con los ovarios a cuestas
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María Fernanda Stang
141
Con los ovarios a cuestas
Por estas razones, las madres con menor capital tienden a transnacio-
nalizar su maternidad, con los “costos” que eso significa para ellas, sus hi-
jos, sus parejas y su familia ampliada.
Aquí es necesaria una digresión respecto de lo que se entiende por esta
transnacionalización de la maternidad, o, más ampliamente, por “familia
transnacional”. La idea más común a la que remite esta noción es la que
considera que “los campos sociales transnacionales… conectan actores,
por medio de relaciones directas e indirectas, a través de fronteras”17. De
Stang, María Fernanda, “Saberes de otro género. Emigración calificada y relaciones
16
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María Fernanda Stang
Chandra Talpade Mohanty, “Bajo los ojos de occidente. Academia Feminista y dis-
18
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Con los ovarios a cuestas
Araujo, 2010), y que se hace cada vez más difícil con las nuevas restriccio-
nes normativas que han surgido a partir de la crisis que atraviesan varios
de los principales países de destino de la migración latinoamericana.
En la literatura revisada se advierte la forma en que operan e inte-
ractúan el dispositivo de desigualdad genérico-sexual y la clase, de modo
tal que la construcción social de la maternidad y los condicionamientos
estructurales de la pertenencia de clase inciden diferencialmente en la
trayectoria migratoria de las mujeres con menos capital, aunque siempre
con la misma premisa de sustento: es en la mujer en quien recae la mayor
responsabilidad respecto de los hijos y no se trata de un mandato, sino de
una materialización del habitus.
Una de las investigaciones revisadas encontró que las mujeres ecuato-
rianas residentes en España tienden más que sus compatriotas hombres a
elaborar su proyecto migratorio en función de la permanencia en Europa a
largo plazo, y procuran reagrupar a sus hijos antes que los hombres:
“Las razones de esta diferencia remiten una vez más a los papeles
que juegan unas y otros en la reproducción de las familias: ellas
tienen que cuidar de sus hijos y sufren más presiones familiares
para hacerlo, pues se entiende que esa es su tarea principal en la
unidad familiar. Además, dado que piensan en la reproducción
del grupo familiar más que en un proyecto migratorio personal,
las mujeres elaboran estrategias más a largo plazo, pensando so-
bre todo en las ventajas que tiene para sus hijos vivir en un país
socio-económicamente más desarrollado”19.
Norma Stolz y Nora Hamilton (2002), “Género, motivaciones para migrar y el de-
20
144
María Fernanda Stang
Desigualdades desiguales
Otro de los resultados de la investigación acerca de las migrantes califi-
cadas, que no es novedoso pero no deja de ser sugestivo, es que del mismo
modo que en la trayectoria de migración, la maternidad es el eje central de
su vida cotidiana en el contexto migratorio, y de un modo que perpetúa la
dominación masculina en las relaciones de poder entre los géneros (o la
actuación normada de género):
“Aprendes a ser el sostén en la vida cotidiana, si bien mi marido
aporta lo económico, su amor y comprensión. A la mujer le toca
aportar el mayor apoyo a los hijos durante gran parte del día, ser
el nexo con la vida cotidiana, saber a quién/dónde recurrir cuan-
do necesitas algo, buscar actividades para hacer en familia...”22.
Esto decía Ana, que migró desde Argentina a España por una propues-
ta de trabajo para su esposo, de origen español. Ella trabajaba en Buenos
Aires, y al decidir la partida la empresa en la que estaba empleada le ofreció
un puesto semejante en Madrid, pero no lo aceptó porque el horario era
más extenso y eso, sumado al tiempo que le tomaría desplazarse hasta la
oficina, implicarían ver muy poco a su hijo –de un año y medio por enton-
ces– durante la semana. No por normalizado es menos notorio el hecho de
que la entrevistada contraponga todo lo que hace a diario en el hogar con el
“aporte económico” de su esposo. Como dice Bourdieu:
145
Con los ovarios a cuestas
Elizabeth Jelin y Gustavo Paz, “Familia / género en América Latina: cuestiones his-
24
en estas tareas, apoyo que de todas maneras suele recaer en otras mujeres.
Entrevistas realizadas a Paola entre marzo y junio de 2006.
26
146
María Fernanda Stang
Es decir, este cambio se resiste incluso ante mujeres que han adquiri-
do un capital académico –que como sabemos, tiene la capacidad de recon-
vertirse en otros campos de la formación social, como el económico por
ejemplo–. Pero, de todas maneras, la posesión de ese capital, junto con el
nuevo contexto de la sociedad de residencia, que en general tiende a ser
más igualitario en términos de relaciones entre los géneros27, permiten
ciertos corrimientos favorables a las mujeres en estas relaciones, al menos
en el ámbito hogareño.
Victoria por ejemplo, una chilena que llegó a los Estados Unidos para
hacer un doctorado y después se casó con un hombre del país de destino,
con quien tuvo un bebé, decía que su marido era un apoyo constante: “me
ayuda en la casa con la limpieza, lava la ropa, va al supermercado, me ayuda
a cocinar, a cuidar a mi hijo”28 . Otras de las entrevistadas, con parejas del
país de origen, también experimentaban este cambio, aunque expresaban
que los hombres vivían esta situación con cierta incomodidad.
Poseer ese capital académico les otorga a las mujeres calificadas ciertas
herramientas de negociación que las favorecen respecto de aquellas que
no lo tienen, y el mayor “derecho de exigibilidad” de colaboración frente
a la pareja es una de ellas (Stang, 2006). También, en teoría, les brinda la
posibilidad de pagar una ayuda externa para esas tareas, que casi exclusi-
vamente recaen en otras mujeres. Sin embargo, en este punto tiene una in-
cidencia determinante el contexto migratorio: la mayoría de las migrantes
calificadas con hijos aludió a la dificultad que supone el elevado costo de
las niñeras, las guarderías o el personal doméstico en los países en los que
residen: “No es fácil conseguir niñera y además es muy caro”29, decía Mar-
cela. Como su marido tenía un buen ingreso, que les permitía mantenerse
sin problemas, ella había optado por no trabajar para cuidar a sus hijos; de
todas maneras, planeaba hacerlo con una modalidad free lance cuando ob-
tuviera el permiso de trabajo, y eso para continuar a cargo de ellos. Fueron
147
Con los ovarios a cuestas
Las mujeres migrantes con menos capital también enfrentan esta ma-
nifestación del dispositivo de desigualdad genérico-sexual, pero con las di-
ficultades que además implica su pertenencia de clase. Las que dejan a sus
hijos en el país de origen generalmente lo hacen al cuidado de sus madres,
hermanas o alguna otra mujer ligada a ella por lazos familiares. Pero como
bien plantea García Borrego (2010), no debe pensarse este intercambio de
favores y servicios entre mujeres de una misma familia como una idílica
solidaridad femenina, puesto que esta mirada invisibiliza los potencia-
148
María Fernanda Stang
Sandra Gil Araujo, “Políticas migratorias, género y vida familiar. Un estudio explo-
34
149
Con los ovarios a cuestas
En este sentido, otro de los enunciados que pudo recortarse con cla-
ridad en el discurso de las madres migrantes calificadas, tanto las que es-
taban trabajando como las que planeaban hacerlo, es que en este nuevo
contexto social tenían más oportunidades para conciliar su rol de madre
y el profesional:
“aquí tengo un horario muy bueno, yo conseguí un puesto donde
no se trabaja exageradamente. En realidad una madre goza de
muchas ventajas aquí, las licencias por maternidad son más lar-
gas y las podés usar durante varios años, además los niños están
más tiempo en la escuela (8 a 16), o sea que el tiempo que pasan
sin la mamá en casa es muy corto, una madre trabajadora por lo
general a las 17 ya terminó de trabajar”36 , contaba Carina, una
argentina que reside en Italia.
150
María Fernanda Stang
tiene que uno de los atractivos para permanecer en Europa se vincula con
la renegociación de las relaciones de pareja que puede lograrse durante este
proceso (citado por García Borrego, 2010). Rosas, en sus estudios sobre pe-
ruanas en Buenos Aires, encontró situaciones semejantes: “El análisis cua-
litativo… documentó que las adultas experimentan en la posmigración aún
más transformaciones en su autoestima, así como en su capacidad y posi-
bilidad de modificar dimensiones de su vida al interior del hogar y frente a
su pareja”, “[c]asi todas coinciden en que ahora se sienten más fuertes y con
mayor capacidad de decisión”39.
Gil Araujo también registró estas vivencias en migrantes residentes en
España: en las entrevistas ellas señalaban cambios importantes en sus re-
laciones familiares a causa de la migración, ligados al reparto de las tareas
domésticas, la gestión del dinero o la adopción de decisiones. Comentaban
que habían logrado que los hombres asumieran parte de las tareas domés-
ticas y el cuidado de los hijos. Pero, como señala acertadamente la autora,
esta imagen de la migración de mujeres del sur hacia el norte como un pro-
ceso de empoderamiento se basa en una concepción estereotipada de estas
mujeres, percibidas como sumisas, dependientes, atrasadas y apegadas a
pautas tradicionales. Además, se sustentan en una imagen del desplaza-
miento como un paso hacia la modernización. Pero lo que ocurre difícil-
mente puede ser leído en la forma de una emancipación:
“En la migración las mujeres con cargas familiares suelen ser las
principales responsables por la subsistencia de las familias tanto
en origen como en destino. Tienen bloqueado el ingreso a puestos
de prestigio, no importa cuál sea su cualificación. Los sectores
laborales a los que acceden suelen estar por debajo de su nivel
de formación y representan una inserción laboral descendente.
Tienen largas jornadas laborales (de hasta doce y catorce horas),
lo que repercute negativamente en su salud”40 .
151
Con los ovarios a cuestas
152
María Fernanda Stang
había aprovechado ese tiempo fuera del mercado laboral para compartir
con él, estudiar idiomas y seguir investigando en temas vinculados a su
formación, ya que la empresa en la que trabajaba su marido le asignaba un
presupuesto para continuar capacitándose y facilitar de ese modo su rein-
serción laboral. Sin embargo, pensaba que el no trabajar la hacía retroceder
profesionalmente, y que
“hay concesiones internas importantes que tiene que hacer
la mujer universitaria con estudios de postgrado y que deja de
ser independiente económicamente. […] A veces añoro gastar el
dinero generado con mi propio esfuerzo laboral como hacía en
Argentina. Pero pienso que en estos momentos ocuparme de mi
hijo es más gratificante que estar trabajando en una oficina con
un horario extenso”43 .
Familiarmente político…
Aunque en muchos casos tiende a hacérselo –por ejemplo, cuando se
los alude como “colectivo”–, no es posible pensar que la población inmi-
grante está desprovista de jerarquías y formas de diferenciación social (Sa-
153
Con los ovarios a cuestas
154
María Fernanda Stang
Bibliografía
Libros y Artículos
155
Con los ovarios a cuestas
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María Fernanda Stang
157
Con los ovarios a cuestas
158
Problemas de identidad chileno-árabe en
El viajero de la alfombra mágica de Walter
Garib1
Maritza Requena de la Torre
Introducción
Considerando que actualmente existen numerosos grupos de árabes en
América y que la mayoría de ellos se encuentran asentados en Chile, Brasil
y Argentina, el presente trabajo pretende, como objetivo general, proble-
matizar la presencia de la cultura árabe en la realidad latinoamericana y
chilena a través del análisis e interpretación de la novela El viajero de la
alfombra mágica (1991) del escritor chileno, descendiente palestino, Walter
Garib2, a partir del problema de la identidad. Los objetivos específicos de
1
Este trabajo surge debido a la inquietud por las formas de representación árabe en
Latinoamérica y es parte de un capítulo de la tesis para optar al grado de Magíster
en Literatura “Identidad chileno-árabe, memoria e interculturalidad en El viajero de
la alfombra mágica de Walter Garib”, Santiago, Universidad de Chile, 2011.
2
Walter Garib Chomali es cuentista y novelista, nació el 16 de marzo de 1933 en
Requínoa. El autor es nieto de emigrantes palestinos, sus cuatro abuelos abando-
naron Palestina hacia 1910, huyendo de la dominación otomana. El escritor realizó
sus primeros estudios en la escuela pública de su pueblo, después pasó al internado
de los Hermanos Maristas de San Fernando, donde estuvo dos años. En 1944, su
familia se trasladó a vivir a Santiago para dedicarse a la industria textil. En Santiago,
cursó las humanidades en el Internado Nacional Barros Arana. En 1954 se matricu-
ló durante un año en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Católica y después
ingresó a estudiar Derecho en la Universidad de Chile durante tres años (1955-57).
Fue creador y conductor del Taller de Narrativa del Club Palestino en 1976. Al año
siguiente fundó el Grupo de Teatro Alí Babá, el cual representó obras de Chejov,
Sergio Vodanovic, Alejandro Sievking y otros autores. En 1963 Walter Garib publi-
có su primer libro de cuentos titulado La cuerda tensa por editorial Universitaria,
apadrinado por el poeta chileno Mahfud Massís.Ha obtenido numerosos premios:
Primer Premio en novela en el Concurso Nicomedes Guzmán de la Sociedad de
Escritores de Chile (SECH) por Festín para inválidos (1971); mención en novela
en los Juegos Literarios “Gabriela Mistral” de la Ilustre Municipalidad de Santiago
por Hay perros en la ventana (1980) ‒obra que también obtuvo una mención en el
concurso de la Editorial Andrés Bello en 1984‒; mención en novela por De cómo
fue el destierro de Lázaro Carvajal en el concurso Andrés Bello de la editorial Andrés
Bello (1982) ‒cabe destacar que esta obra fue finalista en el concurso de novela
Herralde de la editorial Anagrama, España, en 1985‒; segundo premio en novela
por Ya nadie quiere morir al amanecer en los Juegos Literarios “Gabriela Mistral” de
la Ilustre Municipalidad de Santiago (1982); mención en novela en el Primer Cer-
159
Problemas de identidad chileno árabe
este trabajo son examinar de qué manera en esta obra ficticia se aborda el
proceso de integración árabe en Latinoamérica, en general, y en Chile, en
particular, además de evaluar qué sentido tiene para el autor la recuperación
de la memoria de esos árabes inmigrantes que llegaron a formar una de las
colonias extranjeras más importantes e influyentes de nuestra sociedad.
Cabe señalar que, con respecto a las investigaciones sobre producciones
literarias de origen árabe en nuestro país, aún existe poca atención desde
los estudios literarios. Por ello, me he propuesto profundizar en el estudio
de esta novela y contribuir al reconocimiento de la obra de Walter Garib
en el contexto de la narrativa chilena contemporánea. Ya planteada
la presencia de la cultura árabe en Chile como una realidad gracias a
estudios anteriores3 , he pretendido avanzar en relación al desarrollo
tamen Internacional de la Editorial Atlántida, Argentina, por Las noches del Juicio
Final (1983); Premio Municipal de Literatura, otorgado por la Ilustre Municipalidad
de Santiago, por De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal (1989). Fue Director
del Instituto Chileno-Árabe de Cultura entre 1979 y 1980 y tesorero de la SECH
de 1982 a 1985. Asimismo fue director de la Sociedad de Escritores en 3 períodos,
organización a la cual está vinculado desde 1967, cuando se hizo socio. Además
de su carrera literaria, Garib se ha desempeñado en la prensa escrita. Desde 1972
hasta el 1973 tuvo una columna de misceláneas en el diario La Nación. Regresó al
periodismo en 1996, para colaborar enel diario La Época, hasta cuando éste cerró a
mediados de 1998. A partir de esa fecha, escribió en la página editorial del diario La
Nación, todos los jueves, una columna satírica. Además, desde 1997 colabora en la
revista “Punto Final”. Actualmente, reside en Pirque con su esposa, la pintora Lenka
Chelén, con quien se casó en 1966.
3
Véase los trabajos de Sergio Macías, “Presencia árabe en la literatura latinoameri-
cana: tesis del olvido dentro de la historia”, en Revista Alif Nun,Nº 52, 2007. En
http://www.libreria-mundoarabe.com/Boletines/n%BA52%20Sep.07/Presencia-
ArabeLiteraturaLatinoamericana.html. Lorenzo Agar, “La inmigración árabe en
Chile: los caminos de la integración”, en El mundo árabe y América Latina, Madrid,
Ediciones UNESCO / Libertarias / Prodhufi, 1997, 283-309. Rodrigo Cánovas, “Vo-
ces inmigrantes en los confines del mundo: de los árabes”, en Anales de Literatura
Chilena,Nº 7, 2006, 153-170. Iván Carrasco, “Literatura intercultural chilena: Pro-
yectos actuales”, en Revista Chilena de Literatura, Nº 66, 2005, 63-84. Eugenio Ch-
ahuán, “Presencia árabe en Chile”, en Revista Chilena de Humanidades, Nº 4, 1983,
33-45. Myrian Olguín y Patricia Peña, La inmigración árabe en Chile, Santiago de
Chile, Instituto Chileno-Árabe de Cultura, 1990. Matías Rafide, Escritores chilenos
de origen árabe. Ensayo y antología, Santiago de Chile, Instituto Chileno-Árabe de
Cultura, 1989. María Olga Samamé, “Transculturación, identidad y alteridad en no-
velas de la inmigración árabe hacia Chile”, en Revista Signos, Nº 53, 2003, 51-73.
Pedro Martínez Montávez, “Literatura del Mahyar”, enIntroducción a la literatura
árabe moderna, Madrid, Almenara, 1974.
160
Maritza Requena de la Torre
Fabulación e identidad
El viajero de la alfombra mágica constituye una representación de la ex-
periencia de la emigración árabe en América4 desde la perspectiva de un
autor descendiente palestino. La novela adopta una forma testimonial para
relatar el viaje, la llegada y el proceso de integración a la sociedad chilena
de un inmigrante palestino y su descendencia. En este sentido, la proble-
mática identitaria deriva directamente de las dificultades propias de este
proceso, producto de las tensiones sociales y asimilaciones culturales que
se generan a partir de la inserción y adaptación a una nueva realidad. A
través del recorrido de la familia Magdalani por Paraguay y Bolivia, hasta
llegar a Chile -pasando por Iquique, Valparaíso y Santiago- la novela inten-
4
Hay que considerar que existe una tendencia en la narrativa latinoamericana con-
temporánea que se caracteriza por abordar la misma temática de la inserción de
inmigrantes de origen árabe en nuestro continente y la relación de convivencia en-
tre árabes y latinoamericanos. El viajero de la alfombra mágica se inserta en un
corpus de textos sobre la inmigración árabe en América, vinculándose así con otros
relatos sobre la experiencia de la emigración árabe a Chile que tienen un carácter
testimonial. Entre las novelas de escritores chilenos de origen árabe, cabe señalar a:
Benedicto Chuaqui, Memorias de un emigrante (1942); Roberto Sarah, Los turcos
(1961); José Auil, La aldea blanca (1977); Ema Cabar, El valor de vivir (1985); Mi-
guel Littin, El viajero de las cuatro estaciones (1990); Jaime Hales, Peregrino de ojos
brillantes (1995).
161
Problemas de identidad chileno árabe
5
Walter Garib, El viajero de la alfombra mágica, Santiago de Chile, Alkitab, 2008, 96-
97.
162
Maritza Requena de la Torre
6
Se les dio este sobrenombre de carácter despectivo a los emigrantes ya que éstos, al
ingresar a nuestro país, portaban pasaportes del Imperio Turco Otomano.
7
Véase Antonia Rebolledo, “La turcofobia: discriminación anti árabe en Chile, 1900-
1950”, en Revista Historia, Nº 28, Santiago, 1994, 249-272.
8
Jorge Larraín, Modernidad razón e identidad en América Latina, Santiago de Chile,
Editorial Andrés Bello, 1996, 23.
163
Problemas de identidad chileno árabe
de recuperar ese pasado árabe y por otro, llevan a cabo un proceso de asi-
milación de la otra cultura en pos de la integración a la sociedad chilena.
Este proceso de asimilación e intercambio cultural implicó, fundamental-
mente, el aprendizaje de la lengua española. Por tanto, el bilingüismo sería
un fenómeno de doble pertenencia. A ello se suma que la estructura fami-
liar se abre hacia matrimonios mixtos o exogámicos, es decir, que algunos
árabes, tendieron a casarse fuera de la colonia, favoreciendo la integración.
Así podemos afirmar que, en general, los grupos de inmigrantes de origen
árabe se integraron plenamente a la sociedad y a la cultura chilena, aunque
lo hicieron conservando los valores, costumbres (idioma, cocina, juegos,
ritos) y creencias ancestrales.
Para responder a la pregunta por la identidad, Bernardo Subercaseaux
explica que existe una visión tradicional de la identidad cultural en la que
subyace una concepción esencialista, vale decir, que la identidad se concibe
“como un conjunto de rasgos más o menos fijos, vinculados a cierta terri-
torialidad, a la sangre y al origen, como una esencia más bien inmutable
constituida en un pasado remoto, pero operante aún y para siempre”9.
Para esta postura, toda alteración se percibe de manera negativa, ya que la
identidad implica continuidad y preservación de los rasgos que la constitu-
yen, así se ve amenazada por todo aquello que implique ruptura, pérdida
de raíces, cambio y modernidad. Por el contrario, está el punto de vista de
quienes conciben la identidad como un proceso de elaboración discursiva.
Siguiendo esta última línea, Jorge Larraín10 delimita el concepto de iden-
tidad cultural y señala que ésta no es una esencia innata dada sino que
es un proceso social de construcción, en el cual el individuo se identifica
con ciertas categorías colectivas, tales como religión, género, clase, etnia,
profesión, sexualidad, nacionalidad. Larraín establece, entonces, tres com-
ponentes de la identidad. Primero, la cultura, esto es, la pertenencia a un
grupo; segundo, lo material, es decir, las posesiones y el consumo, sean ob-
jetos materiales o formas de entretención y arte; y tercero, la evaluación de
los demás. Como complemento a esta noción de identidad, Amin Maalouf
señala que ésta se encuentra formada por múltiples pertenencias, es decir,
que la identidad está compuesta por la suma de varios rasgos. El concepto
de identidad, en términos antropológicos, se entiende como el sentido de
9
Bernardo Subercaseaux, “La apropiación cultural en el pensamiento y la cultura de
América Latina” en Revista Estudios Públicos, Nº 30, 1988, 125-135.
10
Véase Jorge Larraín, Identidad chilena, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2001,
25-26.
164
Maritza Requena de la Torre
reducir toda identidad a una sola pertenencia que se proclama con pasión, ha inci-
tado a los seres humanos a matarse entre sí. A juicio del autor, la segregación y las
matanzas étnicas son consecuencia de esta actitud, ya que se cometen crímenes en
nombre o en defensa de una identidad.
Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, Alianza, 2009, 31.
12
165
Problemas de identidad chileno árabe
Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI, 2002, 10.
13
166
Maritza Requena de la Torre
nes discursivas de los personajes de Aziz y Bachir, ya que sus voces conflu-
yen para relatar distintas versiones de una misma historia, cuyo objetivo
es la búsqueda de un origen. Bachir y sus hijas reconstruyen su identidad
desde la negación de sus ancestros, y, en consecuencia, reciben una severa
sanción moral. Al inicio de la novela se nos presenta a Bachir Magdalani
acongojado ante la destrucción causada en la fiesta del estreno en sociedad
de sus hijas, el personaje contempla con pesar los destrozos realizados por
un grupo de santiaguinos de la clase alta irritados por el arribismo de estos
extranjeros que buscaban incorporarse a la aristocracia nacional:
“Bachir Magdalani intentó dormir, o al menos juntar los párpa-
dos, tratando de imaginar que esa noche había sido un mal sue-
ño, o una de las tantas aventuras apasionadas de su legendario
abuelo Aziz. Pero las imágenes del vandalismo seguían pasando
ante sus ojos como una vieja película muda, pues no había sitio
en su mansión de la avenida Las Lilas que se hubiese librado de
la agresión; los baños habían sido obstruidos y los inodoros con
toallas para provocar inundaciones de agua mezclada con excre-
mentos […] el recuerdo de los cuentos árabes del abuelo Aziz le
proporcionaba la rara sensación de que volvía a ser un niño, des-
lumbrado por la fantasía de las historias.”14
167
Problemas de identidad chileno árabe
Ibíd., 185.
16
Ibíd., 13.
17
Ibíd., 38.
18
168
Maritza Requena de la Torre
Por su parte, Bachir, nieto de Aziz, inicia una investigación para de-
terminar el origen del apellido Magdalani, tratando de justificar su ascen-
dencia italiana o francesa para poder incorporarse a la aristocracia chilena.
Este personaje inventa una genealogía otra para vincularse con la nobleza
europea, manifestando el rechazo hacia su verdadero origen y traicionan-
do a sus ancestros. Por lo tanto, Bachir es presentado como un fantaseador.
Con respecto a las circunstancias que provocaron el cambio del origen fa-
miliar se indica lo siguiente:
“Todo comenzó el día en que un profesor de lenguas semitas,
amigo de la familia, le dijo a Bachir que el apellido Magdalani no
significaba nada en árabe, circunstancia que le permitía presumir
su procedencia extranjera. A Bachir -luego de consultar un par de
libracos sobre el tema- se le antojó que su apellido no era árabe.
Que sus antepasados habían llegado a Palestina en alguna de las
Cruzadas, quizás en la primera, que los Magdalani habían lucha-
do junto a los nobles de Francia, destacándose por su valentía en
Nicea y Tarso, y que el rey de Jerusalén, Godofredo de Bouillón,
había concedido a un tal Ferdinand Magdalani, entre otros hono-
res, el título de caballero. De esa peregrina historia Chucre se reía
en privado, nunca delante de Bachir, para no matarle la ilusión
de que de veras su familia poseía antecedentes de nobleza y, un
apellido con clara ascendencia francesa o italiana.
A su vez, las hijas de Bachir inventan sus propias versiones sobre la ge-
nealogía Magdalani a partir de la información de su padre. Pilar y Andrea
se encargan de difundir sus fantasías sobre el origen del apellido Magda-
lani y, finalmente, deciden realizar una fiesta para celebrar su estreno en
sociedad. Pilar, tras encontrar un mapa de Italia en la biblioteca y fijarse
primero en el norte, en Lombardía, y luego, en Mantua, “elaboró un árbol
genealógico de estructura complicadísima, donde sus antepasados esta-
ban emparentados con más de algún Papa, con escritores y pintores del
Renacimiento.”20 Andrea comentaba en cada lugar al que asistía (donde
amigos, en las fiestas, en la peluquería o donde la modista) que:
Ibíd., 28.
19
Ibíd., 30.
20
169
Problemas de identidad chileno árabe
Las hijas de Bachir eran las más decididas a cambiar sus relaciones
sociales, porque querían borrar absolutamente toda marca que pudiera
vincularlas a inmigrantes pobres, analfabetos y campesinos, como si fuese
vergonzoso ser descendiente de árabes. Por su parte, el hermano de Bachir,
Chucre, y su esposa Marisol no estaban de acuerdo con esta conducta de
buscar ascendientes italianos o franceses, pero se mantenían al margen de
la situación.
Este anhelo de blanqueamiento social es típico del «siútico», figura que
representa una tipología sicológica asociada a la clase media por su carácter
aspiracional. El siútico se define como “la persona que presume de fina y
elegante, o que procura imitar en sus costumbres o modales a las clases
más elevadas de la sociedad”22. Siguiendo el análisis de Benjamín Suberca-
seaux con respecto a la estructura de la sociedad chilena, Larraín señala
que “en Chile existen dos clases bien delineadas: “la persona bien” de la
mal llamada “aristocracia” y el “roto” del pueblo. La clase media entre me-
dio no tiene calidad de clase social pero sí existe como un tipo psicológico,
el siútico, que tiene el deseo desmesurado de asimilarse a la clase alta.”23
De acuerdo a esta descripción, el tipo de la clase media actúa con todas
las exageraciones de una vida falsa que se toma en serio, tiene un carác-
ter altivo, el deseo de aparentar y una aspiración por subir de clase social,
es decir, que trata desmesuradamente de identificarse con la clase alta. El
siútico tiene una típica actitud de incertidumbre sicológica porque, por per-
tenecer a la clase media, se encuentra en transición. El arribista se identi-
fica por el movimiento, el equilibrio inestable y por una falta de seguridad
interior.
Ibíd., 30-31.
21
170
Maritza Requena de la Torre
Según el estudio del periodista Óscar Contardo, el tipo humano que as-
pira a la aristocracia surge, en su condición de nuevo rico, producto de tres
factores: la vida urbana, ya que en este contexto es posible encontrar una
variable entre el patrón y el peón, una riqueza nueva gracias a las minas del
norte y el surgimiento de los burócratas y profesionales.25
Así, vemos a Bachir, nieto de Aziz, inventar una genealogía otra para
vincularse con la nobleza europea, con el fin de legitimar el acceso a la clase
aristócrata. De esta forma, la tercera generación de la familia Magdalani
manifiesta rechazo hacia su verdadero origen y termina traicionando a sus
ancestros, incluso el retrato de Aziz es retirado de su casa antes de la fiesta:
“Nada dijo Estrella cuando el mayordomo retiró del salón, dos
días antes de la fiesta, por orden de las señoritas Penélope del
Pilar y Andrea, la fotografía de Aziz Magdalani, sacada en Cocha-
bamba cuando tenía alrededor de treinta y cinco años. Vestido
a la usanza árabe, con el infaltable hatta 26 sobre la cabeza –el
pañuelo de la identidad– lucía todo el encanto de sus ojos soña-
dores, el gozo infinito de su boca –albergue de proverbios– y la
frente luminosa, como si llevara escritas en ella historias nunca
narradas.”27
171
Problemas de identidad chileno árabe
Ibíd., 25.
28
Ibíd., 19.
29
172
Maritza Requena de la Torre
Conclusiones
En conclusión, El viajero de la alfombra mágica de Walter Garib es una
novela que desarrolla de manera conflictiva el tema de la identidad, ya que
los descendientes del inmigrante palestino Aziz Magdalani manifiestan
una tensión entre la cultura árabe ancestral y el anhelo de ser otro. Bachir
y sus hijas reconstruyen su identidad desde la negación de sus ancestros,
demostrando con ello su arribismo, y, en consecuencia, reciben una severa
La masacre de Deir Yassin se refiere a la muerte de entre 107 y 120 civiles palesti-
32
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Problemas de identidad chileno árabe
La escena inicial de la novela está inspirada en un hecho real ocurrido a una familia
33
174
Maritza Requena de la Torre
Bibliografía
Libros y artículos
2005.
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Problemas de identidad chileno árabe
176
Relaciones e interacciones. El movimiento ob- María Francisca Giner Mellado
rero en Chile y Argentina
Introducción
El surgimiento del movimiento obrero organizado en América Latina
estuvo marcado, entre otros aspectos, por los intentos para transformar
las condiciones de vida de los trabajadores, imponer leyes sociales y am-
pliar los niveles de participación de la población en sistemas políticos ex-
cluyentes. Estas luchas no solo fueron contra Estados particulares, pues se
creía que para combatir al sistema capitalista, era necesaria la unión de los
trabajadores más allá de las fronteras.
La presente investigación pretende ser un aporte a las relaciones entre
los movimientos sociales entre Argentina y Chile, intentando dar una mi-
rada por sobre las fronteras nacionales. Su objetivo es trazar lineamientos
sobre las relaciones entre los movimientos obreros de ambos países. Este
tema ha sido escasamente estudiado, por lo que aquí se quiere realizar una
primera aproximación para intentar esclarecer el carácter de las relaciones
entre estos movimientos obreros una vez ya conformados y organizados,
a comienzos del siglo XX. A través del análisis de la bibliografía y de los
periódicos obreros más significativos de ambos países, se llevó a cabo un
estudio de los movimientos de los trabajadores en los países mencionados,
identificando similitudes y diferencias en la manifestación del proceso,
considerando formas de lucha, programas, ideologías y organizaciones,
para luego trazar líneas respecto a las relaciones e interacciones que sostu-
vieron personajes y organizaciones con afinidades ideológicas.
1
Este trabajo es una investigación preliminar de la autora, titulada ¿internacionalismo
obrero o unidad latinoamericana? Las relaciones entre los movimientos obreros
de Chile y Argentina en el primer cuarto del siglo XX, tesis para optar al grado de
Magíster en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades,
Universidad de Chile, 2011.
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naria”. Entre ellos se encontraban Víctor Soto Román, José Tomás Díaz
Moscoso, Policarpo Solís Rojas, Luis Morales, Luis Ponce y el mismísimo
Alejandro Escobar y Carvallo5.
En Argentina el Partido Socialista (PSA) fue fundado en 1894 y ejerció
notable influencia en la clase obrera durante los cuarenta años siguientes.
El PSA agrupó principalmente a grupos de elite dentro de los obreros, tales
como maquinistas y fogoneros ferroviarios, y en opinión de Rock, jamás
pudo controlar las entidades claves de la organización obrera, los sindi-
catos6 . En Chile el Partido Obrero Socialista (POS) fue fundado en 1912,
pero con anterioridad se encontraron grupos con tendencia socialista al
interior del Partido Democrático en su ala de izquierda liderada por Luis
Emilio Recabarren, grupo que también se reconoció internacionalista.
Los anarquistas en Argentina generaron un combativo movimiento
que, en opinión de Rock, logró adeptos entre los obreros inmigrantes de
Buenos Aires, declarando una serie de violentas huelgas generales que des-
encadenaron un torrente de medidas represivas por parte del gobierno. Su
método de lucha era la acción directa como medio para lograr mejoras. Para
Rock, la importancia de los anarquistas argentinos:
“Radica en el papel que cumplieron en la organización de los sin-
dicatos. Su creciente poderío se hizo notorio cuando el nombre
de la Federación se modificó en 1904, pasando a denominarse
Federación Obrera Regional Argentina (FORA). El uso del tér-
mino ‘Regional’ ponía de relieve el carácter internacionalista y
cosmopolita del movimiento anarquista”7.
5
Sergio Grez Toso, Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea”
en Chile. 1893-1915, Santiago, Lom, 2007, 199.
6
David Rock, El radicalismo argentino 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu edicio-
nes, 1997.
7
David Rock, Op. Cit., 94.
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Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina
Relaciones e interacciones
Como se ha señalado con anterioridad, el surgimiento y desarrollo del
movimiento en Chile y Argentina, posee importantes diferencias, pero
también algunas similitudes. La cercanía de los países que poseen una
larga frontera marcada por las altas cumbres de Los Andes y la expedi-
ta comunicación que se sostenía entre ambas naciones a través de la red
telegráfica y del ferrocarril trasandino, influyeron en el desarrollo de un
temprano vínculo entre los movimientos obreros de ambos países.
En este apartado se expondrán los principales contactos que se han
identificado entre ambos movimientos obreros, en ellos se consideraron
las organizaciones obreras y personajes claves del anarquismo y socialismo
de ambas naciones, los que, salvo ciertas excepciones, se relacionaron se-
gún afinidades ideológicas.
Los primeros contactos del ala socialista del movimiento de los tra-
bajadores estuvieron protagonizados por Luis Emilio Recabarren, quien
estuvo en Argentina en varias oportunidades. En octubre de 1906 se
dictó sentencia contra él y fue inculpado por el proceso que se llevaba en
contra de la Mancomunal de Tocopilla. Antes ser apresado y cumplir los
541 días de cárcel a los que había sido condenado, viajó allende los An-
des. Ya establecido en Buenos Aires formó parte del Partido Socialista Ar-
gentino (PSA), escribió en diversos órganos de prensa obrera de la capital
trasandina, principalmente en La Vanguardia, y enviaba constantemente
correspondencia sobre diversos temas que fueron publicados en distintos
periódicos obreros de Chile8 . En opinión de Jaime Massardo, Recabarren
habría tenido como base, dentro de su ideario socialista, al Partido Socia-
lista Argentino y la influencia de la cosmopolita Buenos Aires de la época.
El líder obrero intentaría además abrir la clase obrera chilena a las influen-
cias de otras partes del mundo, enviando constantemente a Chile diversas
informaciones sobre el movimiento obrero argentino y de otras latitudes9.
Lo anterior no significa que Recabarren se haya vuelto socialista luego de
su estancia en Buenos Aires, sino más bien que su estadía allí habría po-
tenciado y reforzado ideas que ya poseía. Esa experiencia habría dado pie
8
Entre ellos se encuentran La Vanguardia de Antofagasta, La Voz del Obrero de Taltal, El
Trabajo de Coquimbo, La Reforma de Santiago, La Defensa de Viña del Mar y El Pueblo
Obrero de Iquique.
9
Jaime Massardo, La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren.
Contribución al estudio crítico de la cultura de las clases subalternas de la sociedad
chilena, Santiago, Lom, 2008, 214.
184
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Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina
26 de mayo de 1915.
Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910,
14
186
María Francisca Giner Mellado
mo, las fuerzas armadas y las guerras entre las naciones”15, lo que los haría
también antimilitaristas.
Es esta concepción del Estado y de la patria la que imperó en varios de
los más importantes representantes de “la Idea” anarquista en Sudamérica,
quienes realizaron una intenta labor de difusión y propaganda por varios
países del continente, tal como el abogado italiano Pietro Gori, quien resi-
dió en Argentina entre 1898 y 1902 y donde se desempeñó como profesor
de la Universidad de Buenos Aires. En 1901 estuvo en Chile con el objetivo
de dictar conferencias, fin con el que también visitó Paraguay y Uruguay16 .
Víctor Muñoz ha reconocido la presencia en Chile y en El Oprimido del
italiano Washington Marzoratti, quien llegó a Valparaíso en 1889 luego de
una estadía en Montevideo y Buenos Aires. En esta última ciudad participó
en la fundación del “Circolo Comunista Anarchico”, grupo que difundía
prensa libertaria proveniente desde Europa 17.
El ítalo-argentino Inocencio Pellegrini Lombardozzi también estuvo en
Chile, fue integrante activo del movimiento ácrata en ese país, participó en
diversas huelgas y manifestaciones y dirigió la publicación ¡La Protesta del
Panadero!18 . Lombardozzi, junto a Juan B. Figueroa y Marcial Lisperguer,
fundaron el Centro Libertario “Caballeros de la Vida” en Valparaíso19. Fue
apresado en 1903 luego de liderar una huelga de panaderos en Santiago.
Posteriormente viajó al Perú, donde participó activamente del movimiento
anarquista muriendo ahí de tuberculosis en 1908. Siempre mantuvo sus
vínculos con los ácratas de Chile, especialmente a través de la difusión de
sus publicaciones en el territorio peruano.
Sergio Grez ha aportado algunos datos respecto a los contactos sos-
tenidos por los rostros visibles del anarquismo chileno. Alejandro Esco-
bar y Carvallo habría mantenido contactos con intelectuales argentinos
socialistas, entre ellos, Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Juan B. Justo,
redactores de la revista bonaerense La Montaña, y con el grupo El Rebelde,
Ibíd, 64.
19
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Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina
Víctor Muñoz Cortés, “El primero de mayo de 1899: Los anarquistas y el origen del
22
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Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina
los ácratas –porque los socialistas no eran menos fervorosos que ellos en
este plano y numerosos demócratas y radicales también compartían esas
banderas de lucha”25.
El internacionalismo antibelicista habría aportado a las relaciones
entre los movimientos obreros argentino y chileno en la coyuntura entre
1888 y 1902. Muñoz señala que los argumentos y la naturaleza del interna-
cionalismo chileno se habrían definido en torno a dos ejes: como protesta y
como promesa. La primera surgió contra la prensa, autoridades y militares;
la segunda, en torno a la idealización de un futuro en que todos los hom-
bres, sin distinción de su nacionalidad o patria, gozarían igualitariamente
de todos los beneficios de la humanidad 26 . Este internacionalismo que se
habría plasmado, por ejemplo, en la huelga grande de Tarapacá en 1907, en
el Congreso Obrero Internacional de Lima en 1913 y especialmente en la
Conferencia Socialista y Obrera Pan-Americana de Buenos Aires en 1919.
Es impensable que obreros de diversas naciones hayan realizado diver-
sos congresos sin existir con anterioridad instancias de sociabilidad, inter-
cambio doctrinario y de experiencias, y en general diversos mecanismos
que hayan conllevado a relaciones más complejas tal como la organización
de Congresos Internacionales.
Conclusiones
A partir de lo anterior se pueden plantear conclusiones y líneas de
investigación. En Chile el proceso de conformación de la clase obrera es
más bien interno y encuentra su raíz en el proceso de proletarización ne-
cesario para la producción capitalista y la cuestión social. En Argentina,
la construcción de la clase obrera y su interés clasista fue más expedita, y
si bien jugó un rol importante la experiencia de los trabajadores, también
tuvieron un papel trascendental los inmigrantes que ya poseían esa expe-
riencia, constituyéndose como el soporte de articulaciones entre ideología
y clase. A esto se sumó la existencia de las condiciones objetivas para el sur-
gimiento de estos conflictos de clase en las ciudades, es decir, la cuestión
social. Las diferencias entre los movimientos obreros argentino y chileno,
se sustentarían en las diversas formas de producción y concentración de
Trabajo de seminario “La Cuestión Social” (profesor Julio Pinto), Santiago, PUC,
2008.
Sergio Grez, Op. Cit., 146.
25
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María Francisca Giner Mellado
Bibliografía
Corpus documental
191
Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina
Libros y artículos
192
SECCIÓN III
Representar en América Latina:
colonialidad y modernidad en la
construcción de sujeto
Renato Hamel
195
Representar en América Latina
puede sino modificarla. Es por ello que las representaciones aquí expuestas
no pueden entenderse como edificaciones culturales definitivas. El contex-
to latinoamericano muestra diversos ejemplos de esta pluralidad jerarqui-
zada e inacabada: la problemática de la representación atraviesa los artí-
culos tratados en esta sección, a partir del análisis de las masculinidades
andinas, así como de la Patagonia, en tanto que espacio geográfico, en su
sentido físico y cultural. También, rebasando el marco temporal imperial
español, se analizarán ejemplos de representaciones literarias del niño en
la primera mitad del siglo XX chileno, y de las disputas por etiquetar lo
mapuche por parte de sus propios sujetos.
***
Cronológicamente, una de las primeras manifestaciones del imperia-
lismo español en términos de representación del ‘otro’ indígena fueron los
textos (en un sentido amplio) confeccionados por cronistas que acompaña-
ban y complementaban la misión de los conquistadores, y posteriormente
de las autoridades coloniales, en el continente americano. Estas crónicas,
al igual que otras manifestaciones de literatura colonial, tenían como ob-
jetivo relatar y nombrar principalmente aspectos novedosos de las socie-
dades dominadas, pero, en un análisis más allá de lo superficial, princi-
palmente revelan las estrategias discursivas utilizadas por sus autores, y
por ende, aquellas que probablemente eran consideradas válidas por los
receptores de esos textos.
Antes de abordar estas estrategias es necesario comprender ciertas
especificidades del imperialismo español, que contextualizan y dan sen-
tido a estas representaciones. Económicamente, la amplia disponibilidad
de recursos mineros en las regiones andinas y, en términos generales, la
disposición social de los conquistadores a evitar el trabajo manual físico,
confluyeron en la preferencia por establecer relaciones sociales de produc-
ción de tipo “contra-modernas”, vale decir, apoyadas en el trabajo coactivo
no remunerado, aunque en estrecha relación comercial con el mercado-
mundo en formación1. Por este motivo, las formaciones sociales colonia-
les andinas debían aspirar a asentar una dominación que no aniquilara a
la población local. Esta característica condicionó un modelo de conquista
1
Esta imbricación económica internacional, junto con el carácter de “empresa” de
la unidad social de la conquista, son las razones por la que se prefiere el término
“contra-moderno” por sobre el tradicional “pre-moderno”, que sugiere un modo de
producción feudal, idéntico al señorío europeo principalmente autárquico del Me-
dioevo.
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Representar en América Latina
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Renato Hamel
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Representar en América Latina
200
Renato Hamel
201
Representar en América Latina
Bibliografía
Ahmad, Aijaz, 1992. In Theory: Classes, Nations, Literatures. London: Verso.
Bhabha, Homi, 1994. The Location of Culture. New York: Routledge.
Dussel, Enrique, 1994. 1492: El encubrimiento del otro. Hacia el origen del
“Mito de la Modernidad”. La Paz: Plural.
Spivak, Gayatri Chakravorty, 1999. A Critique of Postcolonial Reason. Cam-
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White, Hayden, 1973. Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth
Century Europe. Baltimore: John Hopkins University Press.
Williams, Raymond, 1980. Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
202
Discursos masculinos en textos coloniales:
Etnohistoria andina y Estudios de
masculinidad
Álvaro Ojalvo
1
Grínor Rojo ya ha explicado que el Texto (indumentaria semiótica) es lo que con-
tiene los discursos. Encontramos que este término es más sugerente puesto que
engloba tanto a las crónicas, relaciones, historias, etc. Véase Grínor Rojo, Diez Tesis,
Santiago, Editorial LOM, 2001, 23.
2
Para una historia sobre los Estudios de masculinidad ver Nelson Minello Martini,
“Masculinidades: un concepto en construcción”, en Nueva Antropología, México,
vol. XVIII, n° 61, septiembre, 2002, 11-30. En http://redalyc.uaemex.mx/src/ini-
cio/ArtPdfRed.jsp?iCve=15906101 (Octubre)
3
Thelma Fenster, “Preface: Why Men?”, en Clare A. Lees (editor), Medieval Mascu-
linities: Regarding men in the middle ages, vol. 7, USA, University of Minnesota
Press, 1994, ix-xiii.
4
Michael Kimmel, “La producción teórica sobre la masculinidad: nuevos aportes”, en
Revista Fin de Siglo: género y cambio civilizatorio, Santiago, Isis International, n°
17, 1992, 129-138.
203
Discursos masculinos en textos coloniales
204
Álvaro Ojalvo
Se podría dar por medio de la descripción”. Arthur Danto, El cuerpo/el problema del
cuerpo: selección de ensayos, España, Editorial Síntesis, 1999, 140.
Estamos pensando en los textiles y en los queros. Para el primer caso, ver Verónica
10
claro ejemplo sobre la masculinidad del “otro”. Ver Maurice Godelier, La producción
de grandes hombres. Poder y dominación entre los Baruya de Nueva Guinea, Espa-
ña, Editorial AKA, 1982 y David Gilmore, Hacerse Hombre: concepciones culturales
de la masculinidad, España, Paidos Básica, 1994.
205
Discursos masculinos en textos coloniales
Ver Oscar Misael Hernández, “Estudios sobre masculinidad. Aportes desde América
latina”, Revista de Antropología Experimental, España, Universidad de Jaén, N° 7,
2007, 153-160. En http://www.ujaen.es/huesped/rae/articulos2007/misael1207.
pdf (Octubre)
R.W. Connell, Masculinidades, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
13
cept”, en Gender & Society, USA, vol. 19, n° 16, December 2005, 829-859.
Lydia Fossa, Narrativas Problemáticas. Los inkas bajo la pluma española, Perú, Pon-
16
206
Álvaro Ojalvo
nómica, 1991.
Franklin Pease, Las crónicas y los Andes, Perú, Pontifica Universidad Católica del
18
207
Discursos masculinos en textos coloniales
Ibíd, 35.
22
Raúl Porras Barrenechea, Los cronistas del Perú: 1528-1650 y otros ensayos, Perú,
23
208
Álvaro Ojalvo
Ibid, 113.
30
Carmen Bernard y Sergei Gruzinski, “Los hijos del Apocalipsis: la familia en Mesoa-
32
Oviedo los describe como “sodomitas abominables”. En el caso del primero ver,
Francisco López de Gomara, Historia general de la indias: “Hispania vitrix” cuya
segunda parte corresponde a la conquista de México, España, Editorial Iberia, 1965,
209
Discursos masculinos en textos coloniales
aquí una maldad / grande del demonio: las quales, que en algunos pueblos
comarcanos a Puerto Viejo, y a la isla de la Puna vusauan el peccado nefan-
do, y no en otros. Lo qual yo tengo que era assí, porque los señores Ingas
fueron limpios en esto”36 .
Describir a los incas como “limpios” generó una frontera moral en la
que el cronista describía quiénes estaban más cerca del orden moral-sexual
cristiano. En otras palabras, enunciaron a los incas como los dominadores
del Tahuantinsuyu como parte de la estrategia discursiva para reafirmar
su poder y establecer que los conquistadores hispanos vencieron a los más
fuertes del territorio, “el hombre ‘realmente hombre’ es el que se siente
obligado a estar a la altura de la posibilidad que se le ofrece de incrementar
su honor buscando la gloria y la distinción en la esfera pública”37.
Enunciar a los incas como menos fuertes que los españoles y a los otros
andinos como faltos de una moral cristiana ayudó a construir una imagen
al público lector del español como el “Gran Hombre”38 , es decir, el sujeto
valiente que conquistó el territorio andino y que debía imponer el orden de
género cristiano hispano.
La llegada del Virrey Francisco de Toledo presentó una tercera etapa en
este proceso textual y discursivo donde no sólo se enunciaron a los incas
como “tiranos”39 para legitimar políticamente la presencia española, sino
que establecieron normativamente la figura del hispano como el sujeto que
debía controlar las conductas morales y sexuales a través de una “buena
policía”40 , es decir, se impuso una “política de la masculinidad”. En otras
palabras, la monarquía española fue “una institución masculina, y decir
217 y Gonzalo Fernández Oviedo, Historia general y natural de las indias, Vol. 5,
Madrid, Editorial Atlas, 1959, 97.
Pedro de Cieza de León, Crónica del Perú: Primera Parte, Perú, Pontifica Universi-
36
21-22. Con respecto a este término Pease señala que en el periodo toledano, “se
discutía si las autoridades andinas carecían de legitimidad”. Franklin Pease, Op. cit,
74.
Ver Francisco de Toledo, Disposiciones Gubernativas para el Virreinato del Perú,
40
210
Álvaro Ojalvo
2000.
Juan de Matienzo, Op.cit. 196.
43
211
Discursos masculinos en textos coloniales
Bibliografía
Libros y artículos
212
Álvaro Ojalvo
213
Discursos masculinos en textos coloniales
214
Álvaro Ojalvo
215
Las conexiones entre el pensamiento de
Alejandro Malaspina y la representación
visual de la expedición en la Patagonia
(1789-1794)
Gabriela Álvarez
Introducción
Gran parte de la navegación española hacia América transcurrió por
las costas patagónicas. Al parecer, el mito de la tierra indócil habitada por
gigantes constituye una imagen obsesiva que el europeo desea y rechaza a
la vez1, mientras que los intentos por instalar una colonia, frustrados debi-
do a la complejidad del clima, exigían una revaloración distinta de la zona,
lección no comprendida a tiempo por estas exploraciones. De esta manera,
los informes de viaje afirman el sentido desértico-hostil de la tierra y la
espectacularidad de sus habitantes para poder justificar de alguna forma
sus fracasos.
La organización visual sobre el “otro” se articuló según el modelo cul-
tural que enmarcaba los viajes hacia la zona americana. Reiterar mitos,
imágenes o tópicos constituyeron un procesos de construcción social de
como los sujetos percibían lo real (los imaginarios sociales). Es decir, son
composiciones sociales de ordenación de la percepción2 que remiten su
campo de acción al plano de la representación: es viable dar cuenta de los
imaginarios en y a través de su materialización discursiva (las represen-
taciones). En otra esfera, Lacan, al reflexionar sobre los imaginarios en el
área del inconsciente, describe este concepto como “el discurso del Otro”,
1
Homi Bhabha, El lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, 2002, 111-119.
Homi Bhabha resalta el sentido de ambivalencia en la actitud del sujeto colonial
frente al otro, como la figura del mimetismo, que es una forma de representación
del reconocimiento de la diferencia y a su vez de renegación, por el deseo de ver al
otro reformulado a la altura de los patrones institucionales.
2
Manuel Antonio Baeza, Los caminos invisibles de la realidad social. Ensayo de so-
ciología profunda sobre los imaginarios sociales, Chile, Ril editories, 1995, 13-35.
217
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
218
Gabriela Álvarez
5
Juan Pimentel, Ciencia y política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspi-
na (1754-1794), Madrid, Universidad de Complutense de Madrid, 1994. Materias
que imparten este curso: geometría, física teórica y experimental, astronomía y cur-
so de avanzada en la filosofía natural.
219
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
6
Ministerio de Defensa, Museo Naval, La expedición Malaspina 1789-1794, Madrid,
Lunwerg editores, 1987.
7
Darío Manfredi, Alejandro Malaspina: La América imposible, Madrid, Compañía
Literaria, 1994, 12.
8
Incluso redactó el manual de comportamiento y la dieta alimenticia para evitar el
escorbuto.
220
Gabriela Álvarez
221
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
”Para ellos Chile no sólo fue un finis térrea geográfico, sino tam-
bién una periferia en la cual comenzaba a usar, a desdibujarse
la presencia española en América, con todos los potenciales
riesgos y amenazas que esta realidad podía tener para la corona
española”.13
Íbid., 156.
15
222
Gabriela Álvarez
En el Discurso Preliminar que publica anterior al diario oficial del viaje expone:
16
“Emancipadas, digámoslo así, las colonias por manera que deban considerarse una
parte alícuota más bien que una parte secundaria de la Monarquía (…) Organiza-
dos de este modo los límites y la defensa así externa como interna de cada parte
ultramarina de la Monarquía y dejadas a ella misma los medios de atender a su
prosperidad local y aquella administración sencilla de policía y de justicia, que jamás
pudiera ligarse con una pauta uniforme para todas las provincias, o con una inmuta-
bilidad perpetua, por cuanto varían las circunstancias y las necesidades” (Malaspina
en Manfredi, Op. Cit., 15).
El título del texto es: Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas
17
223
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
224
Gabriela Álvarez
presentes en los registros visuales de la Patagonia por José del Pozo (1789-
1790), y observar cómo su trabajo visual se conecta con el pensamiento
malaspiniano, en lo que respecta al enfoque sobre la organización social
del indígena austral y su posición en la radiografía del estado político de
las colonias americanas.
Malaspina solicitó a Don Francisco de Bruna, Oidor Decano de la Aca-
demia de Sevilla, la recomendación de un pintor sevillano. De acuerdo a
su misiva −del 26 de diciembre de 1788– debe reunir algunos requisitos
como: fortaleza física, conocer las técnicas de la perspectiva y habilidad
descriptiva: “…que representen al vivo aquellos objetos, que ni aun las plu-
mas más lustras pudieran describir cabalmente”21. La cercanía del oidor
con el padre de José del Pozo posibilitó el embarque de este último hacia
América, pues al momento de su nombramiento, era el conserje de la Real
Escuela de Bellas Artes en Sevilla, lugar donde su padre (hasta su muerte)
ocupó el cargo de director; lo que habla de una tradición familiar ligada
al arte español: “excelente sujeto para pintar perspectivas, de muy buena
educación, algún caudal de geometría y una gran robustez sobre una edad
de 32 años”.22
Del estilo pictórico de José del Pozo, Carmen Sotos menciona la
preeminencia por la decoración y el uso del color en el afán de acentuar lo
agradable de la vista: “fue un buen retratista, un tanto amanerado, pero
con un gran defecto: su extraordinaria irregularidad, capaz de hacer tra-
bajos de gran calidad junto a otros que parecen más de un aprendiz que
de un pintor de su categoría”.23 Irregularidades que se pueden entender
por el contexto de trabajo, ya que el movimiento constante obliga al pintor
captar rápidamente los esbozos, las líneas generales de un dibujo que se
interrumpe por la situación de tránsito; o bien, se acepta la conjetura del
desinterés del pintor a mitad de 1790, que motiva el quiebre con el capitán
y su posterior despido.
Si escudriñamos temporalmente el trabajo pictórico de José del
Pozo a inicios del siglo XIX 24 , verificamos una importante carrera artís-
Íbid., 75.
23
José Del Pozo no retornó jamás a España, a pesar que su contrato estipulaba esta
24
225
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
Torre hizo un catastro general del trabajo artístico de José del Pozo,
en particular los datos técnicos −material utilizado– y las dimensio-
nes. El ordenamiento de su presentación fue utilizado por el Pabellón
de la Marina de Guerra Española en la exposición Ibero-Americana en
Sevilla (1920-1930). El tamaño de los cuadros no sobrepasa los 65 cm,
quizás por la necesidad del dibujante de cambiar rápidamente de lugar
como observaremos en un autorretrato de Del Pozo en el ejercicio de
su oficio. Los comentarios críticos de las obras son exiguos, resalta la
falta de prolijidad en las terminaciones y que La reunión amistosa con los
Ricardo Kusonoki, “Matías Maestro, José del Pozo y el arte en Lima a inicios del si-
25
226
Gabriela Álvarez
Enrique Valdearcos, “El arte neoclásico y Francisco de Goya”, en Clio, n° 33, 2007.
28
227
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
El espacio patagónico
El material es una aguada en colores, de 59 X 37 cm, cuya fecha de con-
fección es el 2 de diciembre de 1789. Único cuadro que se tiene conocimien-
to de una vista panorámica del paisaje patagónico creado por Del Pozo.
El cuadro (Fig. 1)29 nos sitúa en la posición de un testigo que toma
nota visual del arribo de las embarcaciones españolas a Puerto Deseado.
Mediante el contraste de tamaño −barco/geografía– el sevillano cuantifica
la magnitud del paisaje austral. El uso de una paleta de colores análogos en
todos sus componentes respondió a la búsqueda de una coherencia com-
positiva y a la sencillez del trazado según la propuesta neoclásica; aquí la
objetividad se apropia de la escena. El autor procuró con esta armonía re-
presentacional, borrar el carácter exógeno de los barcos y acentuar la natu-
ralidad del paso de autoridades monárquicas por sus reinos ultramarinos.
La amplitud de la visión del puerto y los tonos variados del suelo coincidía
con la percepción de Malaspina de comprender los cambios geográficos se-
gún el punto de vista y la heterogeneidad constitutiva de la tierra:
“Desmenuzando más el punto de perspectiva pareció (compren-
diendo todos los objetos bajo una rápida mirada) que se presenta-
ban a la vista, en primer término, costas no cubiertas de vegeta-
bles verdes y lozanos, sino leñosos, verde-amarillentos, raro. En
segundo término, situada en la misma costa y como en aparente
dirección NS por las revueltas del puerto, una barranca escar-
pada, con asurcamientos perpendiculares y manchas blancas. Ya
las aguas hurtan a las tierras, ya las tierras a las aguas, y sobre-
salen varias puntas y ensenadas. Finalmente, tercer término, es
el fondo del puerto, en él una barranca blanquisca y una loma en
barda (con barranquita blanca en su cresta) en dirección NS en
que termine el horizonte”. 30
El cuadro traza un mar con leves tintes de color, sin insistir en las ca-
racterísticas que históricamente se le asignó (tempestuoso e innavegable),
coincidente con la observación de Malaspina que apuntó a un examen más
exhaustivo del mar según la posición geográfica, el comportamiento de las
marejadas y los momentos estacionales, elementos que varían las condi-
ciones de cabotaje:
228
Gabriela Álvarez
“(…) las puntas de los islotes y costas rechazan sus aguas y le dan
mayor violencia. Donde el cruce ensancha es más suave la co-
rriente. Al abrigo de las islas y ensenadas es casi plácida y serena
especialmente en ciertos parajes, donde crecen en abundancia los
sargazos”. 32
Ibíd., 194-195.
31
Ibíd., 215.
32
Antonio Pineda y Ramírez (1753-1792) murió antes de retornar a España; era ofi-
34
229
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230
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231
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
Alejandro Diz, “Nueva Axiología de la España del siglo XVII en el contexto europeo”,
38
232
Gabriela Álvarez
233
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
234
Gabriela Álvarez
del mito, es que había un consenso para considerar la zona austral como
regio gigantum, imagen que se mantuvo hasta el siglo XVIII44 , ya que el
europeo afirmaba la monstrificación del indígena del sur, ya sea por su
aspecto físico o sus prácticas culturales:
“los monstruos son expresiones del pecado de ser lo otro, forman
parte de una información general sobre lo extraño, introducen el
exotismo y simbolizan el paganismo. Por otro lado, lo monstruo-
so solo existe en relación a un orden establecido como oposición
a una cultura superior, es decir, lo monstruoso representa la asi-
métrica relación que existe entre la ‘naturaleza americana’ y la
‘civilización europea’.45
235
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
bado (siglos XVII-XIX), en Ictus Legere, Santiago, Universidad Adolfo Ibáñez, año 7,
Vol. 2, 2004, 133-149.
Ibíd., 139.
48
su paso por la tierra patagónica. De igual forma, el trabajo de Juan Pimentel que
hemos citado anteriormente, se refiere a las lecturas del capitán de las teorías del
pensamiento francés, entre ellos Rousseau.
236
Gabriela Álvarez
Conclusiones generales
Investigar las directrices centrales perseguida por la expedición de Ma-
laspina, permitió articular los imaginarios sociales y las representaciones
(textuales y visuales) en la comprensión –más allá de su materialización
discursiva-, de las coincidencias y divergencias con los imaginarios sociales
pre-existentes como, de aquellos en procesos de formación que represen-
tarán a la Patagonia durante el siglo XIX. Un punto a destacar, es el grado
de legitimidad que alcanza la función práctica del científico en la visión de
Malaspina: obtener información bajo otras bases que desplacen la imagen
del explorador colonial por el indagador de la realidad, a través de la razón.
La retórica ilustrada articulada en el alero de nuevas teorías europeas, in-
fluye en la constitución del imaginario en el sur, ya que el relato científico
Rafael Sagredo y José González, Op. Cit., 176.
50
Ibíd., 223.
51
237
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
238
El discurso educativo a fines del siglo XIX…
Gabriela Álvarez
Bibliografía
Libros y artículos
239
Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina
240
Claudio Guerrero
El siglo XX ha sido, entre otras cosas, el siglo del niño. Desde su cre-
ciente visibilidad en la cultura occidental moderna producto de proyectos
políticos, sanitarios, económicos y educativos, hasta ser protagonista in-
evitable de la literatura de los últimos siglos, el niño/a se erige como una
figura cuya representación siempre da cuenta de las querencias, motivos y
crisis de una época. En este sentido, la presencia de niños en la literatura
está directamente relacionada con el nivel de alienación del individuo en
una sociedad que está rápidamente modernizándose1. En el caso de Chile,
esto se aprecia en especiales periodos de cambio, en medio de una socie-
dad de creciente complejidad, y que puede comenzar a ser develada en su
urdida trama a partir de algunos de los espacios y discursos construidos
desde la literatura.
En este artículo intentaremos dar cuenta de algunos de esos imagina-
rios construidos a lo largo del siglo XX tanto en novela como en poesía. La
metodología que se ha escogido es la de una revisión cronológica que parte
desde la figura central del periodo, Gabriela Mistral, para a partir de su po-
sición consular realizar una mirada de los principales poetas y narradores
chilenos que hicieron visible al niño y la niña en sus representaciones. Se
intenta aportar, además, con elementos contextuales que sirvan para com-
prender de manera más global las problemáticas que se plantean.
Rosemary Lloyd, The Land of Lost Content. Children and Childhood in Nineteenth-
1
241
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
mente en los brazos de la mujer, como en el poema “El niño solo”, que habla
de un niño encontrado a la puerta de un rancho y que rompe en llanto en
busca de un alimento que no viene, y que se termina durmiendo en los
brazos de la mujer que lo ha encontrado, cuyo pecho queda “enriquecido”2.
Otro de los temas presentes es la exaltación del mundo infantil, de quie-
nes parecen “un granito”3 , como expresa en el poema “Manitas”. Dentro de
este poemario aparecen otros poemas, rondas y canciones que despliegan
variantes temáticas como la que expresa el anhelo de una mujer en edad
fértil por tener un hijo, como se señala en el “Poema del hijo”, dedicado
a la poeta argentina Alfonsina Storni. Anhelo que se evidencia aún más
en el poema “Serenidad” en el sueño de dar pecho “a un hijo hermoso /
sin dudar”4 . En cuanto a las canciones de cuna propiamente tal, éstas son
numerosas dentro de su obra, no sólo en este poemario, y todas expresan
de manera más o menos similar la idea de una voz adulta que establece una
estrecha relación con el infante, quien se convierte en un acompañante
tierno, “un velloncito de mi carne”5 como dice en el poema “Apegado a mí”,
pero también un recipiente de las penurias y temores del adulto quien se
descarga emocionalmente delante del niño o la niña, mientras estos están
siendo mecidos, como se expresa en el poema “Yo no tengo soledad”: “Es
el mundo desamparo / y la carne triste va. / Pero yo, la que te oprime / ¡yo
no tengo soledad!”6 . Otros poemas similares a este son “Canción amarga”
y “Miedo”, que hablan de madres solitarias que se refugian en sus hijos y
añoran un amor real, en el primer caso, y sienten temor del día en que se
queden solas, en el segundo caso.
Ternura (1924), a diferencia del libro anterior, es un poemario entera-
mente dedicado a la infancia, siendo los niños y niñas objetos de repre-
sentación, en cuanto actores de un mundo casi únicamente hecho para
ellos. Respecto a las canciones de cuna, se repiten algunas y aparecen otras
nuevas, ampliando su espectro, pero manteniendo el mismo tono descrito
anteriormente. En cuanto a las rondas, estas destacan por su musicalidad:
son poemas para ser cantados, y en ellos los niños y niñas aparecen en li-
bertad en medio de colinas y cerros, en armonía con la naturaleza como en
“Todo es ronda”, llenos de alegrías y esperanzas como en “Dame la mano”,
2
Gabriela Mistral, Desolación, Santiago, Andrés Bello, 1979 (1922), 15.
3
Ibíd., 39.
4
Ibíd., 73.
5
Ibíd., 91.
6
Ibíd., 91.
242
Claudio Guerrero
243
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
Gabriela Mistral, Magisterio y niño. Santiago, Andrés Bello, 2005 (1979), 55.
9
10
Ibíd.
11
Ibíd, 63.
244
Claudio Guerrero
tener la tasa de mortalidad infantil más alta del mundo, siendo en 1925 de
un 40%12. De estos, hacia 1937, la mitad eran “huachos” o “ilegítimos”13 .
De ahí la costumbre de bautizar a un nuevo hijo con el mismo nombre
del fallecido recientemente. Y relacionado con esto, también, la tradición
de entierros de angelitos, otro de los imaginarios construidos en torno
al niño. Esta celebración, declarada pagana por la Iglesia y prohibida por
el Estado, consistía en el entierro festivo de niños y niñas fallecidos con
pocos años de edad que se creía eran reclamados por “el cielo”. En él, se
comía, bebía, bailaba y cantaba. Al niño muerto, vestido entero de blanco,
pintado sus mejillas y boca con colores vivos, adornado con una corona de
flores de papel plateado y provisto de unas pequeñas alas, se le solía atar a
una silla y era subido a una especie de altar, en donde se le rezaba por una
o dos noches antes de ser conducido al cementerio14 . En el libro de Rodolfo
Lenz, Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile. Contribuciones al
folklore chileno (1894), se transcriben algunos de los versos tradicionales
que utilizaban los cantores.
245
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
246
Claudio Guerrero
Ibíd., 22.
19
Ibíd., 142.
20
247
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
248
Claudio Guerrero
por glacial fruición de muerte”23 , rostros que han sido únicamente amados
por la noche.
Todos estos poetas chilenos de la primera mitad del s. XX le dedicaron
algunos de sus mejores poemas a la infancia. Tan es así, que muchos de los
poemas que aquí citamos han formado parte de la larga serie de textos es-
colares con que los estudiantes chilenos tienen sus primeros acercamientos
a la literatura. Por cierto, se trata de una antología incompleta, breve, que
probablemente debiera ser bastante más engrosada. Sin embargo, creemos
que con esta pequeña selección –lo mismo ocurre para la narrativa– damos
cuenta de una parte importante de la producción literaria chilena de la
primera mitad del s. XX referida a la infancia como tema de representación.
Su contextualización nos permite abrir un pequeño panorama sobre las
ficciones de infancia que debe ser profundizado, pero que ayuda a explicar
la relevancia de este tema dentro de la literatura nacional.
La infancia en la narrativa
Encontramos en la narrativa chilena de la primera mitad del s. XX
dos vertientes de desarrollo respecto a la infancia. Por una parte, aquellos
relatos que insertan a niños y niñas con roles protagónicos en medio de
una trama social que da cuenta de las carencias y problemáticas políticas,
económicas y educativas de este periodo. Con un tono realista, crudo y
descarnado, las narraciones de este tipo muestran a los niños como vícti-
mas de las circunstancias sociohistóricas que aquejan a la nación, en cu-
yos cien años de vida independiente republicana mantiene y profundiza
con desolación muchas de las desigualdades que entorpecían el ansiado
paso a una sociedad más desarrollada. Por otra parte, en este periodo tam-
bién encontramos expresiones narrativas cuyo tratamiento más estético
del argumento retrotrae al niño y la niña de sus circunstancias históricas
inmediatas, para explotar en él otro tipo de invenciones menos ligadas a
determinismos y más relacionadas con ideas abstractas y preocupaciones
de corte existencial o vital.
Entre los autores que consideramos forman parte de la primera ver-
tiente, que denominamos narrativa social de infancia, encontramos a
autores como Baldomero Lillo, Mariano Latorre, Joaquín Edwards Bello,
Alberto Romero, Nicomedes Guzmán y Alfredo Gómez Morel. Estos escri-
tores ficcionalizaron una infancia entroncada con las realidades sociales,
249
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
588.
250
Claudio Guerrero
Ibíd., 262.
26
251
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
el río Mapocho. El roto (1920), de Joaquín Edwards Bello, es una novela que
da cuenta de la realidad social del burdel. En este relato, aparecen niños
envueltos en medio de una trama sórdida y pobre de infancia abandonada,
como en este caso, con Violeta y Esmeraldo, los hijos de Clorinda, quien
trabaja en una conocida quinta de recreo del barrio San Borja, próximo a la
Estación Central de trenes. En ese espacio poco apropiado para ellos, estos
niños son criados en medio de la vida miserable y violenta del ambiente
prostibulario y sufren las consecuencias de un ambiente desprotegido que
marcará sus vidas: para ella, reflejado en el naturalizado encauzamiento
que va adquiriendo su vida mientras se va haciendo mujer y, para él, en la
naturalizada vida de la calle, del vagabundeo y pandillaje.
El conventillo, como construcción arquitectónica que involucró haci-
namiento, promiscuidad y extrema pobreza, fue el espacio ideal para la
construcción de diversas ficciones narrativas dentro de las cuales partici-
paban niños y niñas. Algunas de las obras ambientadas en esta realidad
donde aparecen niños con roles protagónicos pertenecen a Alberto Rome-
ro y Nicomedes Guzmán. De Romero es la novela La mala estrella de Peru-
cho González (1935), la cual está ambientada en un conventillo del barrio
Franklin y que relata la vida de un niño con siete hermanos, que se une
a una pandilla y vive en la calle una serie de raterías para luego volver al
hogar y enderezar en algo el rumbo, ya adolescente, trabajando como mozo
de un restaurante, para luego ser acusado injustamente de robo. La vida de
Perucho transcurre predestinada a la miseria y a la mala fortuna, sin po-
sibilidades ni oportunidades para cambiar de “estrella”. El tono pesimista,
por tanto, es el predominante para teñir la vida de este niño destinado a
un futuro poco auspicioso. Opuesta, en cambio, es la sensación que deja
la novela de Guzmán, La sangre y la esperanza (1943), cuyo protagonista
es un niño de familia obrera que logra superar las adversidades a través
del esfuerzo, pese a sus condiciones marginales, prevaleciendo en él una
conciencia proletaria que lucha por la educación, la organización y la lucha
social y política.
Las problemáticas ligadas al río Mapocho, por último, creemos que
aparecen muy bien ficcionalizadas en la novela El río (1962), de Alfredo
Gómez Morel. Escrita en clave autobiográfica, se trata de una historia so-
bre un pequeño delincuente que ha pasado su infancia entre orfanatos,
casas de menores y las caletas del río Mapocho, en medio de la pobreza y
la necesidad de sobrevivir en medio de un mundo hostil que no es eficiente
ni solidario con los niños al margen de la sociedad. De todas partes sale
252
Claudio Guerrero
golpeado, herido, sin comprender muy bien por qué las cosas toman el giro
que le toca, aunque él sabe que muchas de las cosas que le pasan tienen
que ver con él: “En la penumbra de mi infancia recuerdo a una monjita que
me pegaba en las posaderas, porque según ella, yo era la reencarnación del
Diablo. Ponía mucho de mi parte para alimentar esa creencia: era sucio y
feo”27. Tenía seis o siete años cuando decide irse del orfanato por primera
vez, luego aprende a leer y escribir en la escuela del mismo orfanato, pero
ahora al amparo de una mujer de dinero a quien llama su “madre”, para más
adelante, ya instalado en Santiago con su verdadera madre que lo había
entregado en adopción, vivir el abandono y poco a poco comenzar una vida
callejera, creciendo a golpes en las más duras condiciones y mostrando al
lector la génesis de una vida en donde el abandono marca el descarrila-
miento social de quienes, por algún motivo u otro, no logran subirse al ca-
rro del progreso social de un Chile lleno de hoyos en materia de seguridad
y protección social.
En definitiva, estas narraciones de infancia de índole social cumplie-
ron no sólo un rol estético ficcionalizador, sino que también sirvieron
como actos de denuncia de las condiciones sociales en que vivían muchos
niños de distintas zonas del país, y fueron tomados incluso por los pro-
pios autores –ligados a determinados partidos políticos o ideologías– como
banderas de lucha para la obtención de mejoras en la vida social. Estas
narraciones sociales de infancia, también, adquieren hoy un profundo va-
lor cultural como reflejos de una época de la cual quedan pocos vestigios.
Como señalan Salazar y Pinto28 , en 1904, el 40% de los delitos de Santia-
go y Valparaíso lo cometían niños. En 1928, así escribía Gabriela Mistral
en un breve texto titulado “Infancia rural” sobre la vida del niño en las
ciudades: “Entre las razones por las cuales yo no amo las ciudades –son
varias– se halla esta: la muy vil infancia que regalan a los niños, la pau-
pérrima, la desabrida y también la canallesca infancia, que en ellas tienen
muchísimas criaturas”29. En Santiago, muchos de los pequeños delincuen-
tes surgidos de los suburbios insanos fueron los llamados “niños del Ma-
pocho”, pandillas de infantes y adolescentes que habitaban y habitan hasta
hoy las caleteras bajo los puentes del río que cruza la capital de Chile. San
Alberto Hurtado, en su camioneta verde, los solía recoger y los llevaba a
su Hogar de Cristo, fundada por él en 1944, en donde les daba alimento,
253
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
254
Claudio Guerrero
255
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
256
Claudio Guerrero
Consideraciones finales
Avanzadas las primeras décadas del s. XX, muchas de las situaciones
sociales y políticas anteriormente descritas comenzaron a cambiar muy
lentamente. Recién en 1917 se dictó la ley que establecía el descanso domi-
nical para los niños que trabajaban en las fábricas. De diciembre de 1916
es la ley que estableció que los talleres que empleaban a 50 o más mujeres
mayores de 18 años, debían contar con Salas-Cunas35. De 1920 es la Ley
de Instrucción primaria obligatoria, pero debieron pasar años antes de ser
efectivamente puesta en práctica. En 1923, apenas el 25% de niños en edad
escolar asistía a una escuela 36 . Sin embargo, con lentitud, esta ley y la refor-
ma educativa de 1928 lograron importantes avances en la tarea de hacer
que el niño saliera de la calle y entrara en la escuela bajo el plan de una
educación integrada, orientada hacia los diferentes tipos de producción de
acuerdo a las necesidades del país. A nivel literario, este proceso se ve refle-
jado en la novela Hijuna (1934) de Carlos Sepúlveda Leyton. En esta obra
narrada en primera persona, un joven de un barrio popular de San Miguel
relata su infancia transcurrida en las calles y cómo con la ley de instrucción
primaria tuvo que entrar a la escuela, los cambios que esto generó en su
persona y cómo ayudó a su formación como profesor normalista.
Hacia los años ’30 y ’40 comienza a generarse un panorama libresco
que sin duda marcó a las nuevas generaciones de niños. Durante esos años
se extiende la publicación de revistas dirigidas a niños y adolescentes y
la publicación de clásicos de la literatura hermosamente ilustrados para
atraer a los lectores, producto de una expansión de la industria del libro
de factura nacional que alcanzaba una treintena de casas editoras, siendo
las más grandes (con más de 50 empleados), Zig-Zag y Ercilla, fundadas
en 1905 y 1928, respectivamente. Esta época de oro del libro en Chile no
solo creó hábito lector, sino que también posibilitó la masificación y co-
nocimiento por parte del público –especialmente en las capas medias– de
autores nacionales y extranjeros, a bajo costo y a través de distintos puntos
de venta 37. De entre las revistas, la más exitosa de todas fue, sin duda, El
Peneca, bajo la dirección de Elvira Santa Cruz (Roxane) y con ilustraciones
de Mario Silva Ossa (Coré), llegando a editar 180 mil ejemplares en 1940.
Cecilia Urrutia, Niños de Chile. Santiago, Quimantú, 1972, 50.
35
257
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
61.
258
Claudio Guerrero
Bibliografía
Libros y artículos
259
Imaginarios de infancia en la literatura chilena
260
Lecturas en torno a la migración mapuche
Enrique Antileo
Introducción
La situación de la población mapuche en Santiago de Chile se ha
transformado en un punto de reflexión para dirigentes, organizaciones e
intelectuales de lo que llamaremos el movimiento mapuche. Directamente
emparentada con sus demandas políticas y territoriales, reviste una fun-
damental relevancia a la hora de abordar las problemáticas actuales de la
sociedad mapuche. En Santiago reside aproximadamente cerca del 30% de
la población mapuche a nivel nacional, lo que deriva de históricos procesos
migratorios y de asentamiento en la capital.
Durante los noventa y hacia adelante, parte del movimiento mapuche,
principalmente en términos de producción escrita, ha interpretado el es-
cenario migratorio y de residencia santiaguina recurriendo al concepto de
diáspora, caracterizando de esa manera a la población que ha debido salir
de su territorio por las diversas condiciones materiales que impidieron e
impiden su continuidad en él. La diáspora indudablemente es un concepto
problemático para la discursividad mapuche actual, sobre todo en relación
con el concepto de nación y las demandas colectivas que forman parte del
proceso reivindicativo contemporáneo.
En el presente artículo intentaremos ver cómo se despliega la diáspora
en tres textos de intelectuales mapuche contemporáneos, y cómo también
se entiende a la luz de la discusión sobre la nación y el colonialismo. Los
documentos corresponden a tres artículos publicados en el marco 1990-
2010, temporalidad relacionada con una nueva etapa abierta en el movi-
miento mapuche post-dictadura. Los textos son los siguientes: La diáspora
mapuche: una reflexión política de Pedro Marimán1; El retorno al país mapu-
che. Preliminares para una utopía por construir de José Ancán y Margarita
1
Pedro Marimán, “La diáspora mapuche: una reflexión política”, En Liwen, 4, 1997.
261
Lecturas en torno a la migración mapuche
Tensiones iniciales
Hablar de mapuche que viven en ciudades puede parecer reiterativo,
sin embargo, aún creemos en la necesidad de darle vueltas al tema y, aun-
que sea en estas pocas páginas, en la urgencia de preguntar y evidenciar
las tensiones que emergen de esta situación, así como visibilizar ciertos
caminos que sean esperanzadores para el movimiento mapuche. El asun-
to tiene que ver con la lógica de las distancias y con la politización de una
realidad social que pocas veces logra un espacio en los proyectos políticos
que enarbola nuestro movimiento; tiene que ver con las posibles formas de
abordarlo y con las relaciones internas de nuestro pueblo.
Nos gustaría destrabar la discusión sobre los “mapuche urbanos” y si-
tuarlo en otra esfera, a saber: mapuche fuera del/dentro de Wallmapu. Efec-
tivamente, se trata de observar, desde el lugar en que estamos, un vínculo
con lo que se ha estado definiendo como territorio. No decimos acá que los
problemas de la migración y de la urbanidad no sean relevantes, porque
tienen sus propias complejidades y en sus propios carriles constituyen tó-
picos de investigación, pero preferimos observar con otro lente este nudo
en la discusión mapuche. Partimos del dato no menor de que hay mapuche
urbanos no sólo en Santiago, sino en Valparaíso, Viña del Mar, Rancagua y
también en Concepción, Cañete, Temuco, Valdivia, Osorno, etc. Según los
censos, la mayoría de nosotros vivimos en ciudades y no en las reduccio-
2
José Ancán y Margarita Calfío, “El retorno al país mapuche. Preliminares para una
utopía por construir”, En Liwen 5, 1999.
3
Víctor Naguil, “Autogobierno en el País Mapuche. Wallmapu Tañi Kizungunewun”,
En Azkintuwe, 14, 2005.
262
Enrique Antileo
4
El concepto lof alude a las comunidades mapuche tradicionales. Posee una enorme
complejidad social, lingüística, geográfica, política y cultural que no son materias de
este artículo.
5
Peñi es “hermano” y lamngen “hermana” en mapudungun.
263
Lecturas en torno a la migración mapuche
264
Enrique Antileo
En el caso particular del pueblo Mapuche las cifras son símiles, el 62,4%
habita en la urbanidad y el 37,6% en espacios no urbanos7.
En Santiago habitan 182.963 mapuche, vale decir, un 30,37% de la po-
blación nacional mapuche (604.349 personas). La mayoría, un 33,62%, la
posee en la Región de la Araucanía, correspondiente a 203.221 personas.
La región de los Lagos tiene un 16,60% de la población mapuche y la región
del Bío Bío un 8,78%. La población mapuche de la Región Metropolitana
es la segunda de mayor importancia a nivel nacional. Un altísimo número
ya evidenciado en el Censo de 1992 (44%). Claramente, esto se relaciona
con un contexto continental y quizás mundial, caracterizado por altos con-
tingentes de población asentada en grandes ciudades, lo que se condice
con el crecimiento de la urbanización y la global reducción de la población
rural 8 .
Si bien el patrón urbano se repite en el territorio histórico mapuche 9,
lo relevante acá es la particularidad de Santiago, entendido como un lugar
fuera del territorio y como el espacio donde preferentemente se ha instala-
do la diáspora mapuche. Las ciudades y pueblos del sur, pese a sus índices de
población mapuche urbana, se encuentran en el Wallmapu; Santiago no10.
Por otro lado, concomitante con las cifras poblacionales, la diáspora ma-
puche en Santiago ha vivido procesos organizativos desde los albores del
siglo XX, pasando por diversas etapas hasta llegar a la actualidad, donde
gran diversidad de asociaciones, posturas y discursos coexisten en el mis-
mo espacio
Demográficamente, la población mapuche en Santiago en los años
treinta era menor que hoy. En esas primeras fases del proceso migratorio,
mapuche que vive en zonas urbanas. La Región del Bío Bío presenta un 68,1% de
población indígena urbana; la Región de la Araucanía posee un 29,1% (situación
más proporcional con el mundo rural) y la Región de los Lagos un 47,08% (INE-
Mideplan, 2005), lo que da cuenta de la extensión del fenómeno hacia el Wallmapu.
10
Debe reconocerse acá que hay algunas organizaciones que reivindican el concepto
de Pikum Mapu (gente del norte) y, por lo tanto, aún piensan en Santiago como
parte del territorio mapuche y en la posibilidad de reivindicarlo.
265
Lecturas en torno a la migración mapuche
266
Enrique Antileo
Editorres, 1976.
267
Lecturas en torno a la migración mapuche
268
Enrique Antileo
las latitudes del continente, se hace necesario para este trabajo mencio-
nar la relevancia de factores de explotación que generan condiciones ma-
teriales proclives a los desplazamientos de masas indígenas a los centros
urbanos. Es ahí donde situamos los puentes entre la realidad mapuche,
localizada en Chile, con los procesos desarrollados a nivel latinoamericano.
Esta problematización va de la mano con la literatura específica sobre
migración mapuche y la particularidad del caso santiaguino. Sobre este
asunto, la bibliografía existente se ha concentrado en elementos descripti-
vos, en reflexiones acerca de la identidad y la cultura mapuche en los espa-
cios urbanos o bien en procesos asociativos, enfocados en organizaciones27.
No obstante, otros autores han enfatizado mucho más la dimensión políti-
ca del establecimiento mapuche en Santiago, ya sea desde sus condiciones
Véase: José Ancán, “Los urbanos: un nuevo sector dentro de la sociedad mapuche
27
contemporánea”. En Pentukun, 1, 1994; José Ancán, “Rostros y voces tras las más-
caras y los enmascaramientos: los mapuche urbanos. En Actas del Segundo Congre-
so Chileno de Antropología, Tomo I, Valdivia, 1995; Geraldine Abarca, “Mapuches
de Santiago. Rupturas y continuidades en la recreación de la cultura”, En Revista de
la Academia, 7, 2002; Andrea Aravena, “La diáspora invisible”, En Número especial
del Correo de la UNESCO (Preparado con ocasión de la Cumbre Mundial contra el
Racismo, realizada en el mes de septiembre en Sud-África), 2001; Andrea Aravena,
“El rol de la memoria colectiva y de la memoria individual en la conversión identi-
taria mapuche”, En Estudios Atacameños, 26, 2003; Álvaro Bello, “Migración, iden-
tidad y comunidad mapuche en Chile: entre utopismos y realidades”, En Asuntos
Indígenas, 3-4, IWIA, Cophenague, 2002; Clorinda Cuminao y Luis Moreno, “El gi-
jatun en Santiago: una forma de reconstrucción de la identidad mapuce”, Tesis para
optar al Título de Antropóloga. Universidad Academia de Humanismo Cristiano,
Santiago, 1998; Eduardo Curilén, “Organizaciones indígenas urbanas en la Región
Metropolitana”, En Tierra, territorio y desarrollo indígena, Temuco, Instituto de
Estudios Indígenas, Universidad de La Frontera, 1995; Felipe Curivil, Asociatividad
mapuche en el espacio urbano 1940-1970, Tesis para optar al grado de Licenciado
en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 2006; Ramón Curivil, “Los Cambios
Culturales y los Procesos de Re-Etnificación entre los Mapuces Urbanos. Un Es-
tudio de Caso”, Tesis de Magíster en Ciencias Sociales, Universidad Academia de
Humanismo Cristiano, 19941; Ana Millaleo, “Multiplicación, y multiplicidad de las
Organizaciones Mapuche Urbanas”. Tesis para optar al título de Socióloga. Univer-
sidad Arcis. Santiago, 2006; Sonia Montecino, “Invisibilidad de la mapuche urbana”,
En Cuaderno Mujer y Límites, 1, 1990; Carlos Munizaga, Estructuras transicionales
en la migración de los araucanos de hoy a la ciudad de Santiago, Santiago, Notas del
Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Chile,1961; Liber Osorio,
“Inche Mapurbe Ngen. De chorizo a weichafe: nuevos elementos culturales en la
identidad mapuche de Santiago, 1997-2009”. Tesis para optar al grado de Licencia-
do en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 2009.
269
Lecturas en torno a la migración mapuche
270
Enrique Antileo
271
Lecturas en torno a la migración mapuche
José Ancán, “Los urbanos…op. cit.; José Ancán, “Rostros… op. cit.
37
272
Enrique Antileo
post-dictadura”, 1997.
273
Lecturas en torno a la migración mapuche
Diáspora y nación
En volumen compilatorio de diversos artículo sobre diásporas, escritos
durante las últimas dos décadas, las autoras Jana Evans Braziel y Anita
Mannur sostienen dos premisas importantes en los estudios sobre en la
materia. Por un lado, la diáspora nos obliga a repensar las rúbricas de la
nación y el nacionalismo; por otro, nos ofrece múltiples sitios deslocaliza-
Víctor Naguil, op. cit., 14.
42
Sergio Caniuqueo (et al.), Escucha winka. Cuatro ensayos de Historia Nacional Ma-
43
274
Enrique Antileo
contention in diaspora studies”, en Jana Evans Braziel y Anita Mannur (eds.), Theo-
rizing Diaspora, Oxford: Blackwell Publishing, 2003.
Stuart Hall, “Introducción: ¿Quién necesita identidad?”, en Stuart Hall y Paul du
45
275
Lecturas en torno a la migración mapuche
ción y las diferentes formas en que es articulada por parte del movimiento.
El despliegue de la nación mapuche es un constante tránsito, ida y vuelta,
entre nacionalismos étnicos, posturas aperturistas, posiciones esencialis-
tas y antiesencialistas, posturas democráticas, liberales, entre otras acep-
ciones, estando muchas de ellos simultáneamente en disputa.
En el caso mapuche, sin el concepto de nación es muy complicado en-
tender la diáspora, porque ésta funciona preferentemente en la dimensión
política. La nación es lugar desde donde la mayoría de los referentes orga-
nizados y los intelectuales se expresa, y no es antojadizo, considerando
el desarrollo que ha tenido el término desde inicios de los noventa. Es la
nación que apela al sentido de comunidad histórica; es la nación que ha sido
caracterizada por algunos autores como nacionalismo étnico o etnonaciona-
lismo47. Evidentemente no se trata de una concepción de nación ligada a
principios de unidad política (Hobsbawm48) ni tampoco puede compren-
derse desde las críticas postcoloniales que deconstruyen o manifiestan sus
distancias con estas formas de articular la identidad. Habría que buscar
meticulosamente en cuál o cuáles perspectivas históricas de la nación (pre-
moderna, moderna y postmoderna) que revisa Grínor Rojo se encuentra el
caso mapuche49, ya que –con grupos que poseen ciertos tintes esencialistas
y otros que avanzan en un nacionalismo más aperturista o precavido de
odiosidades (Wallmapuwen50; Caniuqueo et al. 51)– en el movimiento ma-
puche, insistimos, hoy coexisten distintas maneras de vivir la nación y de
desplegar estrategias políticas con ella.
De todas maneras, el pensarse como nación permite al movimiento
actuar con una noción de colectividad-comunidad y en ese sentido resul-
ta pertinente el acercamiento de Grínor Rojo, Alicia Salomone y Claudia
Zapata desde el sentido de comunidad histórica. Aunque largo, conviene
revisar este planteamiento:
Véase: Rolf Foerster, ¿“Movimiento étnico o movimiento etnonacional mapuche?”,
47
en Revista Crítica Cultural, 18, 1999; Rolf Foerster y Jorge Vergara, “Etnia y nación
en la lucha por el reconocimiento. Los mapuche en la sociedad chilena” En Hans
Gundermann, Rolf Foerster y Jorge Vergara, Mapuches y aymaras. El debate en
torno al reconocimiento y los derechos ciudadanos, Santiago, RIL Editores, 2003.
Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barceloa, Crítica, 2000.
48
mapuwen.cl, 2006.
Sergio Caniuqueo, op. cit.
51
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Diáspora y colonialismo
El origen de la diáspora, en los autores abordados, está situado en el
episodio histórico que marca la relación colonial entre el Estado chileno y
el pueblo mapuche. Por ello, para entender el uso del concepto colonialismo
por parte del movimiento mapuche es necesario relacionarlo con la nación y
con la interpretación mapuche sobre la anexión militar de sus territorios a
los Estados chileno y argentino a fines del siglo XIX. Ese ha sido un patrón
común en las aproximaciones de los intelectuales que hemos revisado.
La idea principal es que tanto la sociedad mapuche como muchos otros
pueblos indígenas de Latinoamérica viven una continuidad colonial pos-
terior a las independencias del siglo XIX. Éste ha sido un tema instalado
por las intelectualidades indígenas del continente y su utilización en el
contexto mapuche no es la excepción, aunque con algunas diferencias. Las
particularidades de la Campaña del Desierto en Argentina y de la Ocupa-
Boyarin, Daniel y Jonathan Boyarin, “Diaspora: generation and the Ground of Jew-
54
ish diaspora”, En Jana Evans Braziel y Anita Mannur (eds.), Theorizing Diaspora,
Oxford, Blackwell Publishing, 2003.
Paul Gilroy, “The black Atlantic as a counterculture of modernity”, En Jana Evans
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Conclusiones
Vivir en Santiago, en medio de una metrópolis con ritmos avasallado-
res, vislumbra las enormes contradicciones en las que estamos insertos.
Nos situamos en una identidad mapuche cruzada con múltiples otras iden-
tidades que viven en nosotros, que son parte de nuestra experiencia. Por
eso el mismo acto de nombrarse mapuche ya es un proceso complejo, so-
bre todo considerando ese enorme grupo de personas cuya diferenciación
mapuche se encuentra difuminada en las esquinas de las poblaciones, en
algún trabajo, en el estadio o en cualquier escenario que se nos presenta.
Pablo González Casanova, op. Cit.
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En fin, residir en Santiago, tanto para los primeros migrantes como para
las generaciones jóvenes actuales, es el retrato de una vivencia llena de
matices y cambios históricos que nuestra sociedad no había experimenta-
do antes. La pregunta es: ¿Cómo observar estas transformaciones sin caer
en reduccionismos de ningún tipo y pensando en proyecciones políticas
futuras?
Efectivamente, para entender todas estas situaciones se hace necesario
quizás tener una mirada más amplia, que contemple y analice estas expe-
riencias en términos de un futuro para nuestro pueblo, siendo capaces de
reconocernos en este presente histórico. Esos discursos que fomentan la
diferenciación racial o que caen en un esencialismo cultural sólo redundan
en una miopía que niega nuestras propias contradicciones e intenta vernos
en un hoy inmanente, no contaminado, sacralizando una serie de prácticas
y despojándolas de su historicidad. Esos discursos, fuera de guardar una
lectura limitada de nuestra historia, no tienen la capacidad para resolver
ni proponer políticamente herramientas y horizontes para las reivindica-
ciones mapuche. Escindir lo mapuche por criterios biológicos o utilizando
el ya manoseado término awinkamiento para enjuiciar cada práctica “sospe-
chosa”, es un camino sin salida, donde un grupo reducidamente puro, casi
salvífico, lideraría la liberación.
Preferimos adherirnos a lecturas mucho más políticas. Las lecturas de
la diáspora que revisamos pusieron el tema de Santiago en la discusión (y
más allá de Santiago también), le dieron cuerpo al problema de la diáspora y
se aventuraron a la reflexión sobre uno de los más difíciles tópicos contem-
poráneos: el retorno. Aunque con mucha ingenuidad y demasiadas caren-
cias, unos pusieron mayor énfasis en la necesidad de construir esa utopía
pensando en el país mapuche, otros dándole un método a la urgencia de
repoblar el Wallmapu. Esa forma de comprender la realidad santiaguina
y de tantos mapuche que vivimos fuera del territorio que se reivindica,
permite una apertura para asumir y reinterpretar el significativo cúmulo
de transformaciones que lleva nuestra historia urbana y diaspórica y ce-
ñirlo al deseo de continuar viviendo como pueblo. Se trata no de reducir lo
mapuche a una contabilidad de atributos, a un medidor de awinkamiento o
mapuchicidad, sino de ampliar el sentido de comunidad histórica y ver cómo
podemos pensar para mañana, cómo nos liberamos, con quiénes y cómo
nos descolonizamos. Muchas veces encontramos la reproducción de un
acto colonial –el de la clasificación– al aplicar definiciones cerradas sobre
el ser mapuche. Dichas definiciones son las que quiere, y las que impuso,
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Bibliografía
Libros y artículos
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Conceptos políticos como problemas. Una lectura crítica del concepto de nación…
Silvana E. Ablin
Enrique Antileo
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Enrique Antileo
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Lecturas en torno a la migración mapuche
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Enrique Antileo
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Autores
Gabriela Álvarez
Enrique Antileo
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Giorgio Boccardo
Pierina Ferretti
Alejandro Fielbaum
Yvette García
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en Sociología, Universidad Marc Bloch (Estrasburgo), Licenciada en So-
ciología, Universidad de Concepción. Afiliada al Laboratorio “Cultures y
Sociétés en Europe”, UMR 7236, unidad investigativa asociada al CNRS.
Sus líneas investigativas abarcan la sociología de las migraciones, sociolo-
gía de género, sociología del trabajo y el exilio político. Entre sus publica-
ciones destaca: “De diferentes formes d’engagements. Itinéraires d’exilées
chiliennes en Frances”, en Galloro Piero (Dir.), L’exil des Sud-américains
en Europe francophone, Nancy, Presses Universitaires de Nancy, 2010;
“Itinerarios militantes, profesionales y familiares de exiliadas chilenas
en Francia. Un análisis en término de relaciones sociales”, en Actas de las
Jornadas de Trabajo sobre Exilios políticos del Cono sur en el siglo XX,
Agendas, problemas y perspectivas conceptuales, La Plata, Editorial de la
Universidad de La Plata, 2013.
Francisca Giner
Claudio Guerrero
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tinoamericana, con énfasis en las estéticas de la infancia y la memoria, y
la relación entre literatura y medios de comunicación. Es Investigador Res-
ponsable del proyecto FONDECYT de Iniciación N° 11121276, “Represen-
taciones de infancia en la poesía chilena de la segunda mitad del siglo XX”,
2012-2015. Entre sus publicaciones destaca: “En el País de Nunca Jamás:
la infancia en la poesía de Jorge Teillier”, en Aisthesis N° 52, Pontificia
Universidad Católica de Chile, 2012; “La antropofagia como rito final de la
infancia en El regreso de Efraín Barquero”, en Revista Chilena de Literatu-
ra, N° 77, Universidad de Chile, 2010; “La infancia como espacio fantasmal
en la poesía de Enrique Lihn”, en Acta Literaria, Vol. 40-1, Universidad de
Concepción; “Infancia, romanticismo y modernidad”, en Revista de Huma-
nidades, Vol. 17-18, Universidad Nacional Andrés Bello, 2009.
Renato Hamel
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coautoría con Paula Raposo y María Graciela Acuña, “Habitando El Monti-
jo Sur. Historias de vida de mujeres pobladoras”. UAHC, Santiago, 2014; en
coautoría con Francisca Giner “Los estudiantes y la lucha por la democra-
tización de la Universidad”, en Democracia y participación universitaria,
Senado Universitario de la Universidad de Chile, Santiago, 2012.
Alvaro Ojalvo
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María Fernanda Stang
Mariana Signorelli
Mónica Villarroel
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nadora de difusión y extensión de la Cineteca Nacional de Chile. Su línea
de investigación se refiere al cine silente en Chile y Brasil y el cine latinoa-
mericano. Entre sus publicaciones destacan la autoría del libro “La voz de
los cineastas: cine e identidad chilena en el umbral del milenio”, Cuarto
Propio, Santiago, 2005, la coautoría del libro “Señales contra el olvido. Cine
chileno recobrado”, Cuarto Propio, Santiago, 2012, y la coordinación del li-
bro “Enfoques al cine chileno en dos siglos”, Cuarto Propio, Santiago, 2004.
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6677p - poder de la culturaprod.pdf 1 25-11-14 14:56
El poder de la cultura.
Espacios y discursos en
América Latina
Universidad Alejandro Fielbaum
de Chile
Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz Sociólogo y Licenciado en Filoso-
fía. Docente e investigador. Magís-
(Editores)
ter en Estudios Latinoamericanos,
Facultad de Filosofía y Humanida-
des, Universidad de Chile.
Renato Hamel