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El 24 de marzo de 1976 un golpe de Estado derrocó al gobierno encabezado por María Estela
Martínez de Perón e instaló en el poder una junta militar, inaugurando así el autodenominado
Proceso de Reorganización Nacional. La junta militar se conformó con los comandantes de cada
una de las fuerzas armadas: Jorge Rafael Videla por el ejército, Emilio Eduardo Massera por la
marina y Orlando Ramón Agosti por la aeronáutica, y delegó el cargo de presidente de la Nación
en el jefe del ejército. Este golpe militar se diferenció de los anteriores en una cuestión
fundamental: el rol asumido por las fuerzas armadas. En las intervenciones militares producidas en
1955 y 1962 el objetivo fundamental de los militares fue interrumpir el funcionamiento de las
instituciones democráticas debido a su férrea oposición a los sectores políticos en el poder, pero
previendo regresar en un plazo corto o medio a la institucionalidad democrática. En 1966 el golpe
no fue dado por un sector del ejército, sino por unas fuerzas armadas cohesionadas e imbuidas de
la Doctrina de la Seguridad Nacional, e invocando metas de modernización y transformación
estructural. Para evitar la fragmentación de las fuerzas armadas, el personal del golpe se reclutó
entre civiles “técnicos y apolíticos” y militares retirados. Se sostenía que las fuerzas armadas eran
el respaldo de la Revolución Argentina pero que no gobernaban ni cogobernaban. (p.15)
A través de este diagnóstico las fuerzas armadas se ubicaron en el lugar de salvadoras de una
nación en permanente caos, producido por el desgobierno, la corrupción de sus gobernantes, la
primacía de los conflictos e intereses sectoriales y, especialmente, por el flagelo de la subversión.
El golpe del 24 de marzo fue presentado y justificado como una intervención destinada a salvar a
Argentina de una situación de caos y desorden. Las fuerzas armadas aparecen en este discurso
como la única institución que ha permanecido incorrupta e incontaminada, debido a la
persistencia de sus valores de heroísmo, moralidad, orden y patriotismo. (p.16)
se sostenía que “los subversivos” atentaban contra los valores intrínsecos del ser nacional, de los
cuales las fuerzas armadas se erigían en garantes. En los propios militares radicaba además la
definición misma de la subversión: ¿quiénes eran subversivos para los militares? ¿Qué imagen de
ellos construyeron? ¿Qué características definitorias poseían? Los subversivos eran
delincuentesno sólo por portar armas y llevar a cabo atentados terroristas, sino también por
incitar, mediante sus ideas revolucionarias, a otras personas a realizar actos contrarios a la moral
occidental y cristiana. Según declaró el general Videla “el terrorismo no es sólo considerado tal por
matar con un arma o colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas contrarias a
nuestra civilización occidental y cristiana a otras personas” (Clarín, 18-12-77). Ampliando tal
definición, la subversión no era identificada sólo con la violencia política: “Es también la pelea
entre hijos y padres, entre padres y abuelos. No es solamente matar militares. Es también todo
tipo de enfrentamiento social” (Gente, 15-4-77). La subversión abarcaba así, como ha sintetizado
Marcelo Cavarozzi, toda forma de activación popular, todo comportamiento contestatario en
escuelas y fábricas y dentro de la familia, toda expresión no conformista en las artes y la cultura,
todo cuestio-namiento a la autoridad. Los militares golpistas concibieron a un enemigo
inconmensurable, al que, según afirmaban, sólo se podía derrotar a través de la guerra. (p.17)
En definitiva, durante el período dictatorial coexistieron dos relatos en pugna. En primer lugar, el
del régimen militar, que intentó monopolizar el discurso público sobre su propio accionar a través
del miedo, la represión y la censura. Este contexto parecía propicio para cerrar la cuestión de la
“guerra interna” como un hecho del pasado que le había permitido al país recuperar la paz y la
libertad.
El accionar de los organismos de derechos humanos impidió que la cuestión se cerrara. Ellos
postularon un discurso diferente, que otorgaba otra significación a los mismos procesos. Sólo tras
la derrota de Malvinas segmentos más amplios de la sociedad argentina mostraron una
disposición mayor a escuchar las voces de los que denunciaban el accionar represivo estatal. De
hecho, tal acontecimiento marca la primera transformación significativa en las representaciones
del pasado dictatorial. (P.25-26)
-ley de pacificación nación, decreto de autoamnistía por parte de la junta militar (septiembre
1983)