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Claudio Tolomeo

(Claudio Ptolomeo o Tolomeo; Siglo II) Astrónomo, matemático y geógrafo griego. Es muy poca
la información sobre la vida de Tolomeo que ha llegado hasta nuestro tiempo. No se sabe con
exactitud dónde nació, aunque se supone que fue en Egipto, ni tampoco dónde falleció.

Tolomeo

Su actividad se enmarca entre las fechas de su primera observación, cuya realización asignó al
undécimo año del reinado de Adriano (127 d.C.), y de la última, fechada en el 141 d.C. En su
catálogo de estrellas, adoptó el primer año del reinado del emperador Antonino Pío (138 a.C.)
como fecha de referencia para las coordenadas.

Tolomeo fue el último gran representante de la astronomía griega y, según la tradición,


desarrolló su actividad de observador en el templo de Serapis en Canopus, cerca de Alejandría.
Su obra principal y más famosa, que influyó en la astronomía árabe y europea hasta el
Renacimiento, es la Sintaxis matemática, en trece volúmenes, que en griego fue calificada de
grande o extensa (megalé) para distinguirla de otra colección de textos astronómicos debidos
a diversos autores.
La admiración inspirada por la obra de Tolomeo introdujo la costumbre de referirse a ella
utilizando el término griego megisté (la grandísima, la máxima); el califa al-Mamun la hizo
traducir al árabe en el año 827, y del nombre de al-Magisti que tomó dicha traducción procede
el título de Almagesto adoptado generalmente en el Occidente medieval a partir de la primera
traducción de la versión árabe, realizada en Toledo en 1175.

Utilizando los datos recogidos por sus predecesores, especialmente por Hiparco, Tolomeo
construyó un sistema del mundo que representaba con un grado de precisión satisfactoria los
movimientos aparentes del Sol, la Luna y los cinco planetas entonces conocidos, mediante
recursos geométricos y calculísticos de considerable complejidad; se trata de un sistema
geocéntrico según el cual la Tierra se encuentra inmóvil en el centro del universo, mientras que
en torno a ella giran, en orden creciente de distancia, la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte,
Júpiter y Saturno.

El universo geocéntrico de Tolomeo

Con todo, la Tierra ocupa una posición ligeramente excéntrica respecto del centro de las
circunferencias sobre las que se mueven los demás cuerpos celestes, llamadas círculos
deferentes. Además, únicamente el Sol recorre su deferente con movimiento uniforme, mientras
que la Luna y los planetas se mueven sobre otro círculo, llamado epiciclo, cuyo centro gira sobre
el deferente y permite explicar las irregularidades observadas en el movimiento de dichos
cuerpos.

El sistema de Tolomeo proporcionó una interpretación cinemática de los movimientos


planetarios que encajó bien con los principios de la cosmología aristotélica, y se mantuvo como
único modelo del mundo hasta el Renacimiento, aun cuando la mayor precisión alcanzada en
las observaciones astronómicas a finales del período medieval hizo necesaria la introducción
de decenas de nuevos epiciclos, con lo cual resultó un sistema excesivamente complicado y
farragoso. De hecho, el modelo heliocéntrico expuesto por Copérnico en Sobre las revoluciones
de los orbes celestes (1543), obra que inició la liquidación de la astronomía tolemaica, tenía en
su mayor simplicidad uno de sus puntos fuertes.

Como geógrafo, ejerció también gran influencia sobre la posteridad hasta la época de los
grandes descubrimientos geográficos. En su Geografía, obra en ocho volúmenes que completó
la elaborada poco antes por Marino de Tiro, se recopilan las técnicas matemáticas para el
trazado de mapas precisos mediante distintos sistemas de proyección, y recoge una extensa
colección de coordenadas geográficas correspondientes a los distintos lugares del mundo
entonces conocido. Tolomeo adoptó la estimación hecha por Posidonio de la circunferencia de
la Tierra, inferior al valor real, y exageró la extensión del contiente euroasiático en dirección
este-oeste, circunstancia que alentó a Cristóbal Colón a emprender el viaje que conduciría
al descubrimiento de América.

Entre las demás obras de Tolomeo figura la Óptica, en cinco volúmenes, que versa sobre la
teoría de los espejos y sobre la reflexión y la refracción de la luz, fenómenos de los que tuvo en
consideración sus consecuencias sobre las observaciones astronómicas. Se le atribuye también
la autoría de un tratado de astrología, el Tetrabiblos, que presenta las características de otros
escritos suyos y que le valió buena parte de la fama de que gozó en la Edad Media.
Clemente de Alejandría
(Tito Flavio Clemente; Atenas, c. 150 - Antioquía, c. 213) Padre de la Iglesia griega. Discípulo
de Panteno, al que sucedió en la cátedra de la escuela catequética de Alejandría, se vio
obligado a huir a Capadocia por las persecuciones de Septimio Severo. Influido por el
platonismo medio, estudió las relaciones entre el cristianismo y la filosofía griega y fue el
iniciador de la elaboración científica de la teología. Es autor de El pedagogo, Protréptico a los
griegos y Stromata.

Primer doctor de la Iglesia, Clemente de Alejandría es una de las figuras más notables de la
literatura (y, en ciertos aspectos, también de la especulación) griega cristiana del siglo III.
Pagano e hijo de padres que también lo eran (aun cuando posiblemente iniciado en los
misterios), se convirtió al cristianismo no sabemos cuándo ni en qué circunstancias. Acerca de
ello, sin embargo, puede proyectar cierta luz una de sus obras, el Protréptico a los griegos (obra
apologética que exhorta a los paganos a abrazar el cristianismo), si tenemos en cuenta la
atormentada humanidad que se oculta bajo la estructura polémica y el ímpetu arrollador de su
victoriosa afirmación de la religión cristiana.

San Clemente de Alejandría

Clemente viajó prolongadamente por Grecia, Italia, Siria, Palestina y Egipto en busca de una
enseñanza que apagara su sed de verdad; la halló en la escuela catequética de Alejandría,
denominada "Didaskaleion" y dirigida por Panteno, cuyas tendencias místicas y a la vez
racionales, junto con su exégesis alegórica y filosófica, conquistaron muy pronto su inquieto
espíritu. Tras haberse dedicado con Panteno a la profesión docente, le sucedió a su muerte
(ocurrida hacia 190) en la dirección del famoso centro, que ya de él había recibido nuevo
esplendor.

Sus aproximadamente veinte años de enseñanza religiosa en el "Didaskaleion" constituyeron


el periodo más fecundo de su vida; a tal actividad, desarrollada ante una heterogénea
concurrencia de paganos, catecúmenos, retóricos, filósofos. jóvenes ricos y mujeres elegantes
que llenaba la escuela, se entregó con la vocación de un apóstol, movido casi por una
inspiración divina y poniendo en la conquista de las almas el ardor jubiloso de una fe sincera y
el encanto de su temperamento optimista, como un perfecto conocedor del mundo y la vida que,
precisamente por ello, se inclinaba a la indulgencia y a la comprensión.

Durante la persecución de Septimio Severo, en 202, hubo de abandonar Alejandría y buscar


refugio en otras partes; lo hallaría en Capadocia, por lo que no regresó ya jamás a aquella
ciudad. Clemente poseyó un amplio conocimiento de la literatura y la filosofía griegas, y fue
convencido y entusiasta defensor de la necesidad de conciliar o, más bien, aliar la cultura
filosófica helénica (juzgada por él una especie de preparación a la perfección cristiana) con la
religión de Cristo; y así, cabe considerar su fe como un cristianismo filosófico o una especie de
gnosis cristiana, como se desprende en particular de la tercera de sus obras,
las Stromata(Misceláneas), que con el Protréptico y El pedagogo, forma una trilogía.

El Protréptico o "exhortación" constituye en efecto la primera parte de una gran obra apologética
que San Clemente se había propuesto escribir en defensa del Cristianismo. El autor se dirige a
los paganos demostrándoles lo vanos que son los mitos y las leyendas griegas y lo muy superior
que es la filosofía cristiana a la pagana: comienza atacando los misterios y los oráculos que de
tanta confianza gozaban entre sus contemporáneos y que tenían en la religión pagana
importancia tal vez mayor que las mismas divinidades; pasa después revista a todos los dioses,
desde los de la antigua mitología griega a los egipcios, y demuestra una vez más, como todos
los apologistas cristianos, el concepto expresado por primera vez por Evemero de Mesina de
que los dioses no son más que hombres divinizados.
Hablando de los cultos, de los sacrificios y de las imágenes, San Clemente nota con agudeza
la importancia que había tenido el arte en el desarrollo del paganismo para pasar a hablar luego
de la filosofía, que conoce los problemas y los tormentos del alma, pero no sabe encontrar para
ellos aquella respuesta satisfactoria que se encuentra, en cambio, en la Sagrada Escritura. La
obra se cierra con una larga y ardentísima exhortación a los paganos a abrazar el cristianismo,
la única fe en que el alma humana puede encontrar la paz y la serenidad: y esta exhortación
está dictada por un sentimiento verdadero, profundo y entusiasta, que se expresa en algunos
momentos con acentos verdaderamente líricos. Su estilo es más bien enfático, adornado con
todos los postizos atavíos del arte retórico al que el autor se muestra muy esquivo en sus obras
posteriores.

En El pedagogo, el autor se propuso no sólo componer un tratado sistemático de moral cristiana,


sino ofrecer a los neófitos un método práctico de educación, que consiste en ponerse
directamente bajo la guía del "Logos", el Verbo divino. El primer libro de la obra, que es el más
extenso, más original y más importante, está dedicado a la persona del pedagogo; Jesús, el
verdadero y sumo educador, ha guardado para sí el cometido de catequizar a los hombres, que
ante él se encuentran en la condición de niños necesitados de su palabra, sin las distinciones
de las facultades espirituales y de las capacidades que, creadas por la gran filosofía griega,
habían sido después precisadas por los gnósticos.

Objeto de la educación es, para Clemente, dirigir a los hombres según la verdad y conducirlos
a la suma beatitud, esto es, a la contemplación de Dios. En el segundo y tercer libros, el autor
pasa revista a los vicios más difundidos en la sociedad de su tiempo, esto es, el placer, el lujo
de la vida, de las casas, de los vestidos, el excesivo cuidado y culto de la belleza física. Además
de su valor moral, estos dos libros, que derivan probablemente de obras hoy perdidas, son
notables por su espíritu de observación y por la vivacidad realista con que el autor retrata
hombres, hechos y costumbres de la sociedad alejandrina de su tiempo.

A estos escritos debía seguir El maestro, que habría contenido toda la enseñanza doctrinal del
cristianismo, reservado a la aristocracia intelectual que se hallase bien dispuesta para ser
iniciada en los "grandes misterios". En lugar de este tratado, proyectado y repetidamente
anunciado por San Clemente, hallamos los Stromata, voluminosa y confusa obra en siete u
ocho volúmenes que contiene sin orden ni conexión aparente las doctrinas más dispares y los
asuntos más variados. El propio título, a primera vista tan extraño, enlaza esta obra con un tipo
de literatura en boga en tiempos del autor, fruto de la erudición y consistente en compilaciones,
antologías, manuales y colecciones de todo género, de asuntos y temas varios, yuxtapuestos
sin nexo de orden ni de estilo.

Probablemente, el autor, en el momento de crear un tratado de la doctrina cristiana, juzgando


que sólo en la filosofía griega podía tomar el ejemplo de un método y un sistema, se encontró
en la necesidad de afrontar un problema bastante discutido por entonces, o sea el referente a
las relaciones entre la filosofía griega y el cristianismo. Los dos primeros libros de
los Stromata están dedicados a la resolución de este problema, concluyendo que el cristiano
debe y puede utilizar los resultados de la filosofía griega, puesto que ésta, a su vez, deriva de
la especulación profética hebrea. El estudio de la filosofía es, así, necesario a todo buen
cristiano. En el segundo libro insiste particularmente en la importancia de la verdad, que supera
todas las conquistas de la razón, y proclama la fe como fundamento de toda conciencia
verdadera.

Para definir la moral del buen cristiano, San Clemente de Alejandría comienza por hacer una
extensa digresión sobre la pureza conyugal y virginal, que ocupa todo el tercer libro;
seguidamente, en el cuarto, habla del martirio, desaprobando tanto a los gnósticos que no
consideraban pecado la apostasía como a los cristianos que buscaban voluntariamente el
suplicio. El quinto libro está dedicado a lo que San Clemente denomina los "símbolos", es decir,
los personajes que, en las religiones populares, en el Antiguo Testamento y entre los filósofos
simbolizan las verdades superiores; demuestra cuánto habían sacado los griegos de la filosofía
hebraica y cristiana, y es importante para la comprensión del método alegórico que Clemente
aplica a la interpretación de las Escrituras.

En el sexto y séptimo libros, dirigidos a los filósofos, el autor describe las características de la
religión del verdadero gnóstico (como él llama al verdadero cristiano), cuyo carácter moral había
precisado sirviéndose ante todo de pasajes de las Sagradas Escrituras, llegando después, en
el séptimo libro, que es el más claro y accesible de toda la obra, a desarrollar un tratado directo.
Posiblemente seguía un octavo libro, del cual se conservan fragmentos; en todo caso,
los Stromata no llegaron a terminarse; ello podría explicar parcialmente la gran desigualdad que
en el pensamiento y en el estilo ofrece esta obra, unas veces nítida y cuidada, otras confusa y
contradictoria; desigualdades, por otra parte, justificables en un escrito que, como el autor bien
sabía, abre un período completamente nuevo en la historia de la literatura y de la filosofía
cristianas.
Clemente había recibido una educación clásica de la que no quería renegar; de otra parte, no
estaba dominado por aquel fanatismo que consideraba toda la literatura profana y filosófica
como inspirada por el demonio; ante la necesidad de reconocer el justo valor de ésta, la justifica
como una forma de revelación y la interpreta como un medio de que dispone el cristiano para
llegar al conocimiento de la verdad suprema. Inicia así el período de la preocupación activa por
fundir la filosofía griega con la cristiana. La verdadera gnosis, según San Clemente, se basa por
tanto en la fe, pero la razón y la inteligencia no le son extraños y guían al fiel hacia el
conocimiento del bien, fin en sí mismo al que el verdadero gnóstico debe tender. Su discípulo
del "Didaskaleion", el gran Orígenes, continuó la labor de San Clemente, la cual, aun sin verse
condenada como la del discípulo, fue juzgada no obstante con recelo por la ortodoxia posterior.
Herodoto
(Herodoto o Heródoto; Halicarnaso, c. 484 a.C. - Turios?, c. 426 a.C.) Historiador griego, el
primero del mundo occidental.

Busto de Herodoto

En los nueve libros que componen su obra, titulada Historias, Herodoto narró detalladamente el
decurso de las Guerras Médicas (Grecia frente al todopoderoso Imperio persa), que terminaron
con la victoria de los griegos sobre Darío el Grandey su hijo Jerjes. Aunque un sentido moral y
religioso orienta su relato, en el que se intercalan frecuentes excursos descriptivos y
etnográficos sobre los pueblos bárbaros, ya la misma Antigüedad supo apreciar la novedad y el
valor de su obra, y otorgó a Herodoto el título de padre de la historia.
Biografía

Herodoto nació en Halicarnaso (actualmente Bodrum, pequeña ciudad turca del Asia Menor) en
fecha incierta, probablemente hacia el año 484 antes de Cristo. La colonia dórica de Halicarnaso
se hallaba por aquel entonces bajo dominio persa y era gobernada por el tirano Ligdamis; los
padres de Herodoto eran, por consiguiente, súbditos del Imperio persa, pero en sus venas corría
sangre griega, y de hecho es probable que la familia perteneciese a la aristocracia de
Halicarnaso.

Cuando todavía era un niño, y con motivo de una revuelta contra Ligdamis en la que murió
Paniasis, tío o primo del futuro historiador, la familia de Herodoto hubo de abandonar su patria
y dirigirse a Samos. Allí pudo Herodoto tener un contacto más estrecho con el mundo cultural
jonio. Según la tradición, fue en Samos donde aprendió el dialecto jónico en el que redactó su
obra; pero los investigadores modernos han comprobado que este dialecto era empleado
también comúnmente en Halicarnaso.

Es casi seguro que, poco antes del 454 a.C., Herodoto regresó a Halicarnaso para participar en
el derrocamiento de Ligdamis (454 a.C.), hijo de Artemisia, representante de la tiranía caria que
dominaba en aquella época la vida política de la colonia. La siguiente fecha conocida con
certeza de la biografía de Herodoto es la de la fundación, en el 444-443 a.C., de la colonia de
Turios, junto a las ruinas de Síbaris. No se sabe si Herodoto formó parte de la primera
expedición fundadora (que dirigió Pericles), pero sí que obtuvo la ciudadanía de la colonia.

Algunos de sus biógrafos informan de que, entre esos diez años que median entre la caída de
Ligdamis y su llegada a Turios (454-444), Herodoto realizó viajes por varias ciudades griegas,
en las que ofrecía lecturas de sus obras; incluso se dice que recibió diez talentos por una lectura
ofrecida en Atenas, dato que hoy parece bastante improbable, aunque manifiesta la buena
acogida que tuvo Herodoto en la ciudad.

Su estancia en la Atenas de Pericles le permitió contemplar el gran momento político y cultural


que vivía la ciudad: en Atenas, Herodoto pudo conocer a Protágoras, abanderado de la
revolución de la sofística, y a Sófocles, el gran poeta trágico que tanto influiría en su obra
histórica. También en la época previa a la fundación de Turios Herodoto hizo aquellos viajes de
los que nos habla en su obra: se sabe que estuvo en Egipto durante cuatro meses y que,
después, fue a Fenicia y Mesopotamia. Otro de sus viajes le llevó al país de los escitas.

Todos estos viajes estuvieron inspirados por el deseo de aumentar sus conocimientos y de
saciar sus ansias de saber, acicates constantes del pensamiento de Herodoto. Éste aparece a
través de su obra como un hombre curioso, observador y siempre dispuesto a escuchar,
cualidades que combinaba con una gran formación enciclopédica y erudita. Sus
peregrinaciones continuarían después de establecerse en Turios, donde residió al menos unos
cuantos años, si bien se sabe muy poco acerca de esta última etapa de su vida.
La parodia que realizó Aristófanes de la obra de Herodoto permite suponer que ésta era ya
conocida en torno al año 425 a.C. Los últimos acontecimientos mencionados en las Historias de
Herodoto acerca de Grecia se refieren al año 430 a.C.; se piensa que el historiador falleció en
Turios entre los años 426 y 421 a.C.
Las Historias de Herodoto

La obra por la que Herodoto de Halicarnaso mereció el sobrenombre de padre de la historia no


recibió de él ni el título ni la división; la división actual, en nueve libros, cada uno de los cuales
aparece bajo la denominación de una musa, procede de los eruditos alejandrinos. Los cinco
primeros libros describen los aspectos de fondo de las Guerras Médicas; los cuatro últimos
contienen la historia de la guerra, que culmina con el relato de la invasión de Grecia por el rey
persa Jerjes, y las grandes victorias griegas de Salamina, Platea y Micala.

Las Guerras Médicas y sus preliminares son, pues, el tema de esta primera gran historia
narrativa de la Antigüedad. Pero si se renuncia a la simplificación, hay que advertir que la
crónica de Herodoto, múltiple y compleja, es difícil de resumir: su finalidad y sus narraciones
son varias y muy diferentes entre sí, por lo que, en un primer momento, cuesta ver el principio
unificador de tan diversos materiales.

Herodoto

Para reunirlos, Herodoto recurrió a sus muchos viajes a lo largo del mundo conocido; de ellos
extrajo sus fuentes de información y sus datos: unas veces, Herodoto recoge aquello que ha
visto con sus propios ojos; otras, lo que le han contado; otras muchas, el resultado de sus
pesquisas e indagaciones tras contrastar las tradiciones orales recibidas con los restos
arqueológicos y monumentos o tras recurrir a los sacerdotes y estudiosos de los lugares
visitados. Así, por ejemplo, su investigación sobre el mito de Hércules le llevó hasta Fenicia.
Llama la atención ver cómo Herodoto va engarzando estos elementos tan distintos entre sí y
cómo, en ocasiones, los recoge aun cuando, en su opinión, no son fiables: "Mi deber es informar
de todo lo que se dice, pero no estoy obligado a creerlo todo igualmente" (lib. 7, 152).

Ya desde el comienzo de la obra, el propio Herodoto anuncia que su cometido es narrar los
sucesos y hazañas de los hombres y, más en concreto, la guerra entre bárbaros y griegos. El
núcleo central del relato es, ciertamente, la narración de las Guerras Médicas, aquellas que
enfrentaron a Oriente con Occidente, pero ello da pie a Herodoto a insertar a lo largo de su obra
numerosas digresiones. Éstas permitían a su público acercarse a esos países extraños y
alejados, que estaban relacionados en mayor o menor medida con los persas. De esa manera,
su narración no es unitaria, sino que se rompe siguiendo un principio asociativo, según el cual
los distintos países y regiones aparecen en el momento en que se relacionan de algún modo
con los persas.

Sin embargo, si bien estas digresiones son especialmente frecuentes en los primeros libros de
la obra, se observa que disminuyen en la parte central de la misma, aquella en la que se narra
el enfrentamiento entre Grecia y Persia. Se inicia entonces un relato bastante más escueto y
objetivo, con un análisis e investigación mucho más detenida de los datos. Se descubre de este
modo en la obra de Herodoto una gran multitud de estilos en dependencia directa con sus
fuentes: para su descripción de países exóticos, Herodoto tuvo que recurrir a sus viajes y a
informaciones de segunda mano, bien orales o bien escritas (como los relatos de otros
logógrafos); por el contrario, para narrar la guerra, centro de su relato, Herodoto dispuso de
documentos más accesibles y fiables sobre esos acontecimientos. Herodoto aúna así las dotes
de un gran narrador y las de un historiador (esto es, investigador) en su intento de dilucidar la
verdad a través de la maraña de sus múltiples fuentes.

De la etnografía a la historia
Esta heterogeneidad de materiales ha permitido aventurar hipótesis sobre la génesis de la obra.
Así, las características internas y externas de los estudios dedicados a los diversos pueblos que
sucesivamente fueron sometidos por los persas se explicarían con la premisa de que debieron
originalmente coordinarse en una descripción etnográfica e histórica del imperio persa, y que
no se convirtieron en parte de la obra hasta que, en el desarrollo de la narración, Herodoto se
vio arrastrado por el apasionante interés que para él y para sus lectores tenía el conflicto militar
con Grecia.

Después de compuestos, estos pasajes fueron incorporados al programa narrativo de


las Historias con varios aditamentos: algunos fueron situados en el lugar por completo
adecuado, según la crónica de la expansión persa (como el referente a los atenienses en Egipto,
que tanto interés encerraba para él); otros, como el que se refiere a los lidios, fueron cambiados
de sitio según las exigencias del nuevo tema; otros, finalmente (y así sabemos que sucedió con
uno sobre los asirios) fueron suprimidos. Es bastante seguro, pues, que cierto número de
pasajes, concebidos originariamente como lógoi o relatos independientes y destinados a la
lectura ante un auditorio, fueron sometidos con posterioridad al plan historiográfico de la obra.

Herodoto

Tal explicación de la génesis de la obra de Herodoto da idea de su principal originalidad, ya que


nos permite comprender cómo el autor fue pasando de la especulación teológica y de la
curiosidad de los compiladores de noticias geográficas y etnográficas a la investigación de los
hechos humanos averiguables mediante una tradición digna de fe. Antes de él, los escritores
en prosa, que fueron denominados logógrafos, se habían preocupado meramente de investigar
y sistematizar, siguiendo el ejemplo de la poesía épica, los míticos relatos de los orígenes
divinos y humanos en genealogías y crónicas, y de recoger noticias sobre los sucesivos
descubrimientos geográficos.
Naturalmente, Herodoto se halla todavía muy cerca de los logógrafos, tanto por su estilo fácil y
fluido de narrador como por su lengua (escribe todavía en dialecto jónico), y también por su
mentalidad. Si, en realidad, concede escasa importancia a la mitología, la concede muy grande,
en cambio, a las noticias geográficas y etnográficas, sacando provecho de sus múltiples viajes.
Sobre todo, sus intereses en el terreno de la geografía y la etnografía se orientan hacia todo
cuanto le resultaba extraño y maravilloso, y sus descripciones, en sustancia, son un índice de
las curiosidades recogidas, directamente o de oídas, sobre pueblos y países. Y como le atrae
el detalle concreto y pintoresco, sin sutilizar demasiado sobre la importancia de los hechos
referidos o sobre su credibilidad, su obra tiene a veces el encanto de una fábula.

A pesar de los rasgos arcaicos de su historia, su método era ya decididamente crítico: supo
relativizar las noticias que le llegaban sobre Egipto o distinguir los acontecimientos de los que
él mismo había sido testigo (autopsía) de aquellos que le fueron contados o que había conocido
por tradición oral. De hecho, el término historia deriva de un vocablo griego, ístôr, que
designaba al que relata algo que ha visto personalmente, aquello de lo que ha sido testigo. No
por ello está exento de subjetividad (se han hallado huellas, incluso, de la enseñanza sofística),
pero sólo en raras ocasiones se permite dar su opinión, y prefiere que el lector juzgue por sí
mismo.

Herodoto comete también errores, y graves, por mera precipitación o por ignorancia; pero las
tentativas repetidamente hechas para demostrar una mala fe han fracasado. Incluso en la
historia humana busca lo maravilloso: los grandes fenómenos políticos, sociales y económicos
encierran para él escaso interés. Los acontecimientos registrados en un reino se diluyen
frecuentemente en la biografía anecdótica del rey o de los principales personajes; las causas
primeras de los grandes acontecimientos, que, sin duda, no ignoró Herodoto, quedan relegadas
tras las causas secundarias o personales. También en los hechos más importantes, como la
batalla de Salamina o la de Platea, desbordan los detalles acerca de aventuras individuales, de
heroísmos, astucias y frases memorables, que casi hacen olvidar la visión de conjunto.

La perspectiva ética y religiosa


La filosofía de la historia de Herodoto tiene sus raíces en las ideas morales y religiosas del viejo
mundo jónico. La expansión imperialista persa termina con una catástrofe porque así lo desean
los dioses, envidiosos de la excesiva prosperidad humana; ninguna fuerza del mundo, ningún
suceso, podía salvar a los hombres, que habían incurrido en la envidia de los dioses; tal es su
moral, semejante a la de las tragedias de Esquilo.
Herodoto es un espíritu religioso arcaico, e impone a su historia un esquema de hybris o
desmesura (Jerjes desafiando los condicionamientos de la naturaleza al tender un puente de
barcas entre Oriente y Occidente, o atreviéndose a azotar el mar) que se hace merecedora de
un castigo, de una némesis o redistribución por parte de los dioses, que restablecen una
situación equitativa. Los dioses desempeñan aún un papel importante en la narración de
Herodoto, en la medida en que son envidiosos de la fortuna humana, sumamente frágil e
inestable, como se desprende de la historia de Creso y Solón en el libro I.
Políticamente destaca su repulsa de las tiranías griegas y su inequívoca toma de partido por la
libertad, que hizo posible aquella autodisciplina libremente querida que posibilitó la victoria de
los griegos frente al despotismo oriental. En cuanto a su posible parcialidad, se observa que
Herodoto expresa con frecuencia una cálida simpatía hacia los griegos en general y los
atenienses en particular, engendrada probablemente durante el período en que residió en la
Atenas de Pericles, y exalta la superioridad ética de las libertades cívicas griegas y el heroísmo
que su cultivo permitía a sus ciudadanos; pero con la misma frecuencia admira la cultura de los
pueblos que él reúne bajo el calificativo de bárbaros, y así exalta el poder persa, las grandes
figuras de sus reyes o los admirables hechos de sus soldados.

La crónica de Herodoto se cierra precisamente con un elogio, por cierto bellísimo, de los persas
(que prefirieron ser pobres, dominando a los demás, que vivir en la comodidad, pero sirviendo
a otros), elogio que guarda semejanza con el tributado a los héroes de Maratón ("En Grecia, la
pobreza fue siempre congénita, pero con el valor, con el buen sentido, con la fuerza de las
leyes, los griegos combatieron no sólo la pobreza, sino también la sumisión al extranjero"),
detalle que parece poco adecuado para terminar una historia de griegos y persas escrita por un
griego. Pero todo lo que era grande atraía la simpatía de Herodoto, que con su arte
aparentemente ingenuo sabe comunicarla al lector.

Su influencia
A pesar del enorme éxito obtenido por Herodoto, pronto comenzaron las críticas por parte de
los historiadores posteriores, que le acusaban de ser poco riguroso con los datos. Uno de sus
primeros críticos fue Tucídides, quien se refiere a su método como algo efímero y válido sólo
para un instante, es decir, apto únicamente para la lectura y el disfrute.

Lo cierto es que Herodoto se convirtió en una fuente inexcusable para todos los historiadores
del mundo antiguo, que poco a poco fueron rectificando algunas de sus informaciones sobre
países lejanos y exóticos. Con el helenismo, la obra de Herodoto adquirió una mayor relevancia
gracias al carácter un tanto novelesco de algunos relatos (algo muy del gusto de la época); un
célebre estudioso alejandrino, Aristarco de Samotracia, realizó un comentario de sus obras. Así,
la obra de Herodoto fue siempre, como se ha dicho, un punto de referencia, bien como modelo
consciente o simplemente como anti-modelo.

También los romanos se rindieron ante la figura de Herodoto; fue Cicerón quien lo llamó "el
padre de la historia". Muchos historiadores romanos se sirvieron de él como fuente, y abundan
las citas sacadas de las Historias. Durante la Edad Media, período en que la lengua griega se
convirtió en un verdadero arcano, Herodoto dejó de leerse, aunque de una manera indirecta,
gracias a los historiadores latinos, se conocieron algunas de las anécdotas insertas en sus
relatos. Su estrella volvió a brillar gracias a los logros del humanismo: fue Lorenzo Valla el
primero que se atrevió a traducir su obra al latín, y, ya a comienzos del siglo XVI (en 1520), salió
de las prensas de Aldo Manuzio la primera edición de sus Historias, con lo que el texto original
de Herodoto entró de nuevo al caudal de la erudición de los siglos siguientes.

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