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Narfati {a Coleccion Papitos, con sus seis de pes narmtiva ensayo ys scr especial Records esa destinadaa promover increas eraraal dni lobe deescioes eonoeios joa ade pvenes de comprabada alent. @PUnoccio Egitonal Ly uverso%0 swon econ EL PATIO DEL VECINO Raquel Rivas Rojas (©2012 EDITORIAL EQUINOCCIO “Todas as abraspublieads bajo ues elo ‘ham sido sometidas aun proto de abirae Reseed ton lo derechos Coordinacén editorial Mariana Libertad Suirez Goordinacon de produccion Evelyn Castro Administracon [Nelson Gonzales Diagramacin | Cristin Medina {is Maler Correccton Isabel Femande= Impresion Gras Acca Tirsje 600 ejemplares Hecho el depo de ey Dees leal 1244201 28004245, ISBN 978-980-257.55.0 Nill de Sans, Barat, estado Miranda ‘Apartado postal 89000, Cracs 1080-4, Venezu. ‘llone (0212) 906316, fax DESI equinccciotuch ve iF G-20000063-5, Raquel Rivas Rojas El patio del vecino @FuInoccio 2012 Retrato de Isabel con hayacas’ para Alonzo Todo estaba listo sobre la mesa: las hojas de pla- tano, la masa ya preparada con onoto, caldo de gallina y su punto de dulce, el guiso crudo y los adornos, aceitunas, pasitas, cebollas y pimentones de dos colores. Isabel miré la mesa y se termino de secar las manos en el delantal. Nunca habia hecho hayacas sola y nunca fuera de su tierra. Pero el ri- tual de preparar la comida navidena estaba como metido en sus genes y no iba a renunciar a él por soledad o por distancia. Se sento frente a las hojas ordenadas por tamatios yel olor de aquel objeto casi vivo le trajo a la memoria todos los diciembres. Aquel diciembre en que nadie quiso celebrar porque hacia apenas unos meses habia muerto la hermana mayor. El primer fin de ario que "Nota: Siempre he dicho que escribo hayaca con “y" y no con “II* por ejer- fer el derecho a la anarqula ortogrifica, porque me suena mejor y porque Ime parece mas “indigena" que la versién castellanizada con doble ele. Pero, feguin me entero por Internet, la Real Academia acepta las das opciones... asi (ue, aunque ya no hay mucho lugar para la anarquia, la razon estética sigue tontando. 19 recibieron la Ilegada del solsticio de invierno en la granja, a cielo abierto, con fogata y ponche crema. La Navidad en la que decidio hacer de hija prodiga justo el dia en que estaban todos reunidos en la casa de la abuela haciendo hayacas. La tristeza de los di- ciembres pasados entre gente extrana, de costumbres diferentes. Las fiestas con los primos adolescentes, Ilenas de patinatas y de intercambios de regalos. Los dias pensando en la carta para el Nitto Jestis, la espe ra ansiosa la noche del 24 y el descubrimiento de los regalos frente al nacimiento. Los regalos siempre tenian que ponerse frente al nacimiento, porque el padre de Isabel se empe- faba en mantener las tradiciones propias, como ¢! decia. El arbolito es un invento gringo, proclama- ba a voz en cuello cada Navidad. Lo que nosotros tenemos que hacer es conservar las tradiciones: y por ahi se iba en un largo discurso que las nia se sabian de memoria y habian dejado de escuchar hacia afios. Ahora ya no hay tradiciones que defen- der. Todos sus nietos viven en un pats remoto den- de no solo el arbolito es el duenio de las navidades, sino que ademas celebran el dia de brujas, la noche de accion de gracias y tantas otras cosas ajenas que ya no vale la pena ni preocuparse. La tradicion es un borroso recuerdo de infancia. 140 Isabel habia hablado una semana atras con su papa y escuché su voz cansada, sus preguntas siempre iguales, la insistencia en que volviera a darle la di- reccion y el teléfono que tenia en el pais remoto al que se habia ido a vivir. “El afto que viene, si todo sale bien, te voy a visitar”, habia dicho el viejo. “Pero cuando no haga tanto frio”, insistié, como siempre que hablaban. Y después, como siempre, pregunto si estaba haciendo frfo y se convencid, como cada vez que hablaban, de que nunca dejaba de hacer frio en ese lugar cerca del polo. Entonces, como todas las veces que habfan hablado desde que Isabel vivia en el exilio, el padre deci 6 que tal vez estaba ya demasiado viejo para un viaje tan largo. Durante toda la infancia de Isabel la letanfa de la conservacién de las costumbres propias obligé al ri- tual del nacimiento. Habia que escoger un rincon de la casa que sitviera para armar el falso pueblito don- de naceria el nifio, Desde que Isabel tenia memoria usaban unas figuras de ceramica que representaban a José y Maria, la mula, el buey y los tres reyes. Se construia un pesebre a un lado del pueblo, donde esperarian con paciencia todas las figuras, y un de- sierto con aserrin por donde se irfan acercando poco a poco los reyes magos. El nitio solo aparecia en el establo el dia 24 a media noche y con él los regalos. 14h Cuando eran pequefias, Isabel y sus hermanas tenian que estar en la cama antes de media roche, porque si no el nifto no dejaba regalos. O al menos esa era la amenaza con la que se iban a la cama sin ganas y sin suefio. Con el tiempo ya #0 fue necesario mantener el ritual al pie de la letra y to- das se quedaban despiertas ayudando a poner los regalos en el piso, frente al pueblito y las figuras de ceramica. En alguna de las muchas mudanzas las figuras se quebraron por tltima vez y ya nadie quiso repararlas. Fl ritual de los regalos era mas divertido cuando se reunian todos los primos y tios en la cas* de la abuela. Los primos grandes se encargaban dé man- tener en pie el cuento del Nifto Jestis para ls pr- ‘mos mas pequenos. Los sacaban a todos al patio & mirar las estrellas y a ver quién veia bajar al Nino, mientras dos 0 tres ayudaban a la abuela y alos tlos a desparramar cajas envueltas en papeles de colores por toda la sala. Cuando estaban todos juntos los regalos eran muchos y no habia nacimiento niatho- lito que aguantara tantos peroles al pie. Lo que a Isabel mas le gustaba era la prepara cion de la comida. Las ensaladas, los dulces, lon pastelitos de la abuela, y sobre todo las hhayacas. El ritual habia sido dirigido por mucho tiemp® PoF la oe abuela paterna. Pero ahora que Ja abuela no estaba, los preparativos se hacian muchas veces en casa de la otra abuela, bajo el férreo comando del padre. Hacer hayacas era todo un ejercicio de poder y sa- biduria, una escuela en la que se iba avanzando ano a ato, y el certificado de graduacion lo otor- gaba el padre cuando permitia que el aspirante al- canzara el grado mayor de envolvedor de hayacas. Pero antes de llegar a ese supremo puesto en la cadena de labores, habia que pasar por las bolitas de masa, el picado de alitios, la seleccion de hojas, el amarre y, finalmente, llegaba el afto en que se enfrentaba la primera prueba de aprender a envol- ver. Si todo salia bien, al afio siguiente se conser- vaba el sitial y el honor intacto. Si el jefe supremo tenia dudas sobre el desempetio de la aprendiz, con una simple orden podia degradarla a posicio- nes anteriores. El padre de Isabel dirigia estas operaciones ante un ejército de mujeres. Aunque habia tios y primos, el género femenino predominaba. Estaba su mujer y sus cuatro hijas y un numero indeterminado de so- brinas y cuftadas, amigas de la familia y la abuela, que por un par de dias cedfa con cierta reticencia el comando de su casa y su cocina, aunque se Te- servara el privilegio de dirigir las operaciones del 43 preparado de pastelitos. En ese mundo de muje- res, el padre rein por un tiempo, Pero llego el dia inevitable en el que su autoridad tuvo que cede: Todo comenzé lentamente, como sucede con los cambios mas profundos y definitivos. Las hijas'se quejaban del exceso de érdenes y contra érdenes, del tono en que las ordenes eran dadas, de la dure- za, la insistencia y las arbitrariedades. Sentada frente a la mesa, con la primera hayaca envuelta y amarrada, Isabel pens6 que a partir ile esos tiempos de rebelion, el mundo habia cambia- do. Pero su padre seguia dando ordenes, cansadas y huecas, pero érdenes al fin. La semana anterior, cuando lo llamo para saber como estaba y pregun- tarle qué iba a hacer en las fiestas de fin de aniofle conto que por primera vez se habia quedado solito en Navidad y que no iba a hacer hayacas. Aunque habia pensado que este ano tal vez no valdria‘la pena hacer tanto esfuerzo, ese dia Isabel decidid que continuaria la tradicion, como si obedeciera una orden de su padre. “Yo si voy a hacer hayacas’, le dijo. Entonces ¢l le dio instrucciones, como todos los atios. “No le pons gas carne de res al guiso, solo cochino y gallina. Pollo también sirve, pero lo que le da gusto de verdad es la gallina’. Isabel sabfa que no lograba nada insistiéndos 144 le en que no se consiguen gallinas en este otro lado del mundo, donde los pollos vienen empaquetados y listos, sin especificacién de género. “Claro, cochino y gallina’, se limito a decir Isabel. “Y no cocines el guiso, en Apure hacemos las hayacas con el guiso crudo”, Si, el guiso crudo. “Y amasa la masa con el caldo de gallina para que quede mas gustosa”. Si, la masa con el caldo. “Y ponle al guiso bastante ajf dul- ce, y al caldo también’. “Aqui no hay aji dulce, papa”. “gh?! gno hay ajf dulce?”... y asi, lo mismo cada ano. Pero esta vez habia una diferencia. El papa de Isa- bel no iba a hacer hayacas y el afio entrante cumpliria ochenta afios. Esta renunciando poco a poco, pensé Isabel. Las hayacas se amontonaban en la mesa y al contarlas Isabel records el ritual de anunciar a voz en cuello cuantas hayacas iban, en las maraténicas se- siones que empezaban el dia anterior, picando el gui- so y montando el caldo. En la noche del dia siguiente todavia estaban sacando hayacas de la inmensa olla que se montaba en el patio sobre una hornilla de campamento. Cuatrocientas, quinientas, seiscientas hayacas se contaban en esos dias en que la familia entera se reunia para picar, amasar, envolver, ama- rar, probar y, claro, comer y beber. Solita en su cocina Isabel escuché las voces, las risas, la musica y sintio que estaba recordando un 145 tiempo remotisimo que tal vez solo habia existi- do en sus suenos. Puso las hayacas con cuidado dentro del agua hirviendo y tap6 la olla. Miré el reloj y marco sesenta minutos en el cronémetro del horno. Escucho la voz de sus tias cantando la hora, “Ya va media hora! jno destapen la olla! jhay que esperar que se cumpla la hora completa porque el guiso esta crudo! Es peligroso comer cochino cru- do...” ¥ escuchs otra vez la voz de su padre, “una hora es més que suficiente”. Isabel se sirvio un té con leche y miré por la ventana calentandose las manos con la taza hus meante. Afuera estaba todo blanco. Habia nevade por cinco dias seguidos en los que Isabel se habfa negado a asomar la nariz a la calle. Solo se habia animado a caminar las dos cuadras que separaban su casa del abasto, para comprar leche y pan. Pero cuando decidio que iba a hacer hayacas, no le que- dé otro remedio que hacer, en medio de la nieve, la larga excursién por la ciudad que era necesaria para comprar la Harina Pan y las hojas de platano, © ms bien de bananas, como le dicen aqui. , Cuando se sacaba los guantes para pagar a la vendedora del abastico tailandés, que la miré ¢xe tranada por la cantidad de paquetes que se estaba Ilevando, record6 el olor a hojas tostadas de aquella 146 vez en que se antojaron de ahumarlas en el mismo patio de la casa. Al entrar en la tienda de produc- os latinoamericanos donde conseguta la harina de maiz se quits el gorro y se aflojé la bufanda para poder sentir mejor el aroma a café colombiano y a tostadas mexicanas, la mezcla de olores que le recordaban que su tierra existia del otro lado del mundo, en un lugar mas oloroso y menos frio. Con su cargamento a cuestas habia llegado al minimo apartamento en el que vivia y habia lena- do la diminuta cocina de carne y aliitos, hojas de platano y harina de maiz. Ahora que comenzaba a oler a hayacas se sentia menos sola y le pare- cia increible que alla afuera, los nifios que jugaban en la nieve, hablaran en un idioma que su padre apenas podria entender. Era como si por un mo- mento, mientras el olor a hayacas inundaba la casa, dos tiempos y dos mundos se juntaran. Sons el te- léfono y al oirlo, Isabel sintio que solo uno de esos mundos era real —Al6 —dijo. No habia dejado de responder en espanol. Era su hermana. Llamaba desde el otro lado del Aulantico. Ella también estaba haciendo hayacas, pero su casa estaba Ilena de gente, de hijos y nietos, de vecinos y amigos. Compararon recetas y matices, 147 precios y selecciones de ingredientes. Su hermana le conté los planes que tenian para la Noche Buena y el fin de afo, los regalos que habian comprado, lo alta que estaba la nieve, las fotos que acababan de subir a Facebook. Comentaron las conversaciones con el pa- dre, los viajes prometidos siempre y nunca cumplidos, las demas novedades. Cuando Isabel colgé el teléfono, el sonido del cronémetro le record6 que habia pasado una hora y ya podia sacar del agua las hayacas. Puso cada una inclinada sobre la rejilla de se- car los platos para que se escurrieran. Eligio una bien armada y la abrié para probar. Se senté en la mesa y mir6 la masa firme y del color exacto de las mejores hayacas que habian hecho tantas y tantas veces todos juntos, hace tiempo y alla lejos. Probé el primer bocado, Reconocié una vez mas el sabor de la nostalgia, su consistencia tibia, Miro por la ventana el cielo blanco. Habia comenzado a nevar otra vez. Diciembre, 2010

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