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Carta de John Newton a un pastor amigo sobre la


controversia doctrinal
Jacobis Aldana M
11-14 minutos

Por John Newton, traducida por Jonathan Boyd

Esta carta fue escrita por John Newton (1725-1807) a un pastor amigo que quería escribir acerca de un error
doctrinal de otro pastor. La original se encuentra en “Letter XIX: On Controversy” en The Works of the Rev.
John Newton.

Nota: Los encabezados son agregados del editor y no hacen parte de la carta original, son puestos aquí para
facilitar la lectura.

ESTIMADO SEÑOR:

Dado que seguramente estás involucrado en controversia y que tu amor por la verdad está vinculado a un
carácter fuerte, mi amistad me lleva a sentir preocupación por ti. Tú estás del lado más poderoso; porque la
verdad es grande y tiene que prevalecer; de modo que una persona de capacidades menores a las tuyas podría
salir al campo confiado de la victoria. Por eso, no estoy angustiado por la batalla en sí, sino que quiero que seas
más que vencedor y que triunfes no solamente sobre tu adversario, sino sobre ti mismo. Si no puedes ser
vencido, puedes resultar herido. Para guardarte de tales heridas que te puedan hacer llorar sobre tus conquistas,
te presentaré algunas consideraciones que te servirán como una cota de malla, si las acatas. De tal armadura no
tendrás que quejarte, como lo hizo David de la armadura de Saúl, de que sea más incómoda que útil; pues
fácilmente percibirás que se saca del arsenal provisto para el soldado cristiano, la palabra de Dios. Doy por
sentado que no esperas ninguna disculpa por mi libertad, y por eso no la ofreceré. A fin de estructurar mis
consejos, los resumiré en tres puntos principales—con respecto a tu oponente, al público y a ti mismo.

En cuanto a tu oponente
En cuanto a tu oponente, deseo, antes de que empieces a escribir en su contra y durante todo el tiempo en que
prepares una respuesta, que lo puedas encomendar en oración ferviente a la enseñanza y a la bendición del
Señor. Esta práctica te ayudará a disponer el corazón en amor y compasión hacia él, y tal disposición será una
buena influencia sobre toda página que escribas. Si lo consideras un hermano, aunque muy equivocado acerca
del tema del debate entre ustedes, las palabras de David a Joab con respecto a Absalón se aplican muy bien:
“Tratad[lo] benignamente por amor de mí”. El Señor lo ama y lo soporta; por lo tanto no debes menospreciarlo,
ni tratarlo severamente. El Señor te soporta a ti de igual forma y espera que tú muestres ternura a otros, a raíz de
tu comprensión de la necesidad que tú mismo tienes de mucho perdón. Dentro de poco se encontrarán en el
cielo; entonces él será más querido para ti que el amigo más cercano de esta tierra lo es en este momento. Ten
presente ese periodo en tus pensamientos; y aunque tendrás que oponerte a sus errores, considéralo
personalmente como un alma afín, con quien serás feliz en Cristo para siempre. Pero si lo consideras una
persona no convertida, en estado de enemistad contra Dios y su gracia (una suposición que no debes estar muy
dispuesto a admitir sin evidencia clara), él es más propiamente un objeto de tu compasión que de tu enojo. ¡Ay!
Él no sabe lo que hace, pero tú sabes quien ha hecho que sean diferentes. Si Dios, en su placer soberano, así lo
hubiera designado, estarías tú como él está en este momento, y él, en vez de tú, habría sido puesto para la
defensa del evangelio. Los dos estaban igualmente ciegos por naturaleza. Si te ocupas de esto, no lo reprenderás
con dureza ni lo odiarás, porque le plació a Dios abrirte los ojos y no a él. De todas las personas que se
involucran en debatir controversias, nosotros, a quienes se les llama calvinistas, somos de las que son más
expresamente obligadas por sus propios principios a ejercer mansedumbre y moderación. Ciertamente, si los
que tienen diferencias con nosotros pudieran ellos mismos cambiar, si pudieran abrirse los ojos y ablandarse el
corazón, podríamos estar ofendidos con más justa razón por su obstinación; pero si creemos justamente lo
contrario a esto, nos compete no pelear, sino con mansedumbre corregir a los que se oponen, “por si quizá Dios
les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. Si escribes con el deseo de ser un instrumento para
corregir errores, tendrás por supuesto cuidado de no poner tropiezo en el camino del ciego, ni de usar cualquier
expresión que pueda exacerbar sus pasiones o confirmar sus prejuicios y así hacer sus convicciones,
humanamente hablando, más inconmovibles.

En cuanto al público
Al publicar tu respuesta, te dirigirás al público, en donde tus lectores podrían ser clasificados en tres grupos.
Primero, los que no están de acuerdo en principio. Con respecto a ellos, te dirijo a lo que ya he dicho. Aunque te
fijas principalmente en una sola persona, hay muchas de la misma opinión que ella, y por eso la misma
argumentación se aplica, ya sea con respecto a una persona o a un millón. Asimismo, habrá muchos que no le
ponen suficiente atención a la fe, como para tener un sistema teológico propio, y sin embargo, serán dados a
aceptar las ideas menos repugnantes a la buena opinión que los hombres naturalmente tienen acerca de sí
mismos. Estos son muy incompetentes como jueces de doctrinas, pero pueden juzgar satisfactoriamente el
espíritu de un escritor. Saben que la mansedumbre, la humildad y el amor son las características de un
temperamento cristiano; y aunque ven las doctrinas de la gracia simplemente como nociones y especulaciones
que no tendrían ninguna aplicación a su conducta aun si las aceptaran, de nosotros que profesamos estos
principios siempre esperan actitudes que corresponden con los preceptos del evangelio. Rápidamente notan
cuando desviamos de tal espíritu y se basan en ello para justificar su menosprecio de nuestros argumentos. El
lema bíblico de que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” se confirma por la observación cotidiana. Si
nuestro fervor se amarga con expresiones de enojo, insultos o desprecio, podríamos pensar que avanzamos la
causa de la verdad, cuando en realidad solamente la desacreditamos. Las armas de nuestra guerra, las únicas
poderosas para derribar las fortalezas del error, no son carnales, sino espirituales: es decir, argumentos
correctamente sacados de las Escrituras y de la experiencia y expresados de una forma apacible, para así
persuadir a nuestros lectores de que les deseamos el bien espiritual y de que contendemos únicamente por amor
a la verdad, ya sea que se convencen o no. Si observan que actuamos conforme a estos motivos, nuestro punto
está medio probado. Estarán más dispuestos a considerar calmadamente lo que ofrecemos; y si discrepan de
nuestras opiniones, estarán obligados a aprobar nuestras intenciones.

Tendrás un tercer grupo de lectores, quienes están de acuerdo con tu posición y fácilmente aprobarán lo que
propones. Ellos podrán ser más establecidos y confirmados en su posición acerca de las doctrinas bíblicas por
medio de una explicación clara y hábil de tu tema. Podrás servir como instrumento para su edificación, si la ley
de la amabilidad y también la de la verdad controlan tu bolígrafo; de lo contrario les harías daño. Existe un
principio del ego que nos dispone a menospreciar a los que discrepan de nosotros, y frecuentemente estamos
bajo su influencia, aun cuando pensamos que estamos mostrando un fervor apropiado por la causa de Dios.
Creo firmemente que los puntos principales del arminianismo surgen del orgullo del corazón humano y se
nutren del mismo, pero me encantaría que lo opuesto siempre fuera verdad: que abrazar las doctrinas calvinistas
fuera una señal infalible de una mente humilde. Creo que he conocido a algunos arminianos, es decir, personas
que por falta de una luz más clara han sentido miedo de recibir las doctrinas de la gracia gratuita, pero que dan
evidencia de que sus corazones se han humillado en cierto grado ante el Señor. Y, lamento decirlo, hay
calvinistas quienes consideran su disposición para denigrar a la criatura y darle al Señor toda la gloria de la
salvación con sus palabras como una prueba de su humildad, pero que no saben de qué espíritu son. Cualquier
cosa que nos haga confiar que nosotros mismos somos sabios o buenos y que nos haga tratar con desprecio a los
que no concuerdan con nuestras doctrinas y no siguen a nuestro grupo, es evidencia y fruto de un espíritu de
propia justicia. La propia justicia se nutre de las doctrinas y también de las obras, y un hombre puede tener el
corazón de un fariseo, aun cuando la cabeza está llena de nociones ortodoxas de la bajeza de la criatura y las
riquezas de la gracia gratuita. De hecho, añadiría, que los mejores hombres no estamos completamente libres de
esta levadura, y por lo tanto somos demasiado dados a disfrutar las representaciones que ridiculizan a nuestros
adversarios y como consecuencia exaltan nuestras opiniones. Las controversias, por lo regular, se administran
para consentir y no reprimir esta disposición equivocada; y, por lo tanto en la mayoría de los casos son poco
provechosas. Provocan a quienes deberían convencer y envanecen a quienes deberían edificar. Espero que tu
desempeño sepa a un espíritu de humildad verdadera y que sea un medio para promoverlo en otros.

En cuanto a ti mismo
Esto me lleva, por último, a considerar tu interés en este proyecto tuyo. Parece un servicio loable el de defender
la fe una vez dada a los santos; Dios nos manda contender ardientemente por ella en contra de los que
contradicen. Si tal tipo de defensa ha sido oportuno y apropiado, parecen serlo en nuestro día, cuando los
errores abundan por todos lados, y toda verdad del evangelio o se niega directamente o se representa
equivocadamente. A pesar de esto, encontramos que pocos escritores en las controversias no se han lastimado
por ellas. O crecen en su concepto de su propia importancia, o absorben un espíritu rencilloso e iracundo, o
retiran su atención de lo que es el alimento y la fuente inmediata de la vida de fe y gastan su tiempo y su fuerza
en asuntos, que por mucho, son de importancia secundaria. Esto indica que si el servicio es honorable, es
peligroso. ¿Qué aprovechará al hombre si ganara su causa y silenciara a su adversario, si al mismo tiempo
perdiera el espíritu humilde y tierno en el cual se deleita el Señor y sobre el cual se promete su presencia? No
dudo de que tus propósitos sean buenos, pero necesitas velar y orar porque encontrarás a Satanás a tu mano
derecha para resistirte. Tratará de corromper tu punto de vista; y aunque empieces en defensa de la causa de
Dios, si no te fijas continuamente en el Señor para que te guarde, podría llegar a ser tu propia causa y podría
despertar en ti sentimientos no consecuentes con la verdadera tranquilidad de mente, y seguramente obstruirán
tu comunión con Dios. Ten cuidado de no permitir que entre nada personal en el debate. Si crees haber sido
maltratado, tendrás una oportunidad de mostrar que eres un discípulo de Jesús, quien, “cuando le maldecían, no
respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba”. Este es nuestro patrón y así debemos hablar y
escribir por Dios, “no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo,
sabiendo que fuisteis llamados” a esto. La sabiduría que es de lo alto no es solamente pura, sino también
pacífica y amable, y la falta de estas cualidades, como la mosca muerta en el frasco de ungüento, echará a
perder el sabor y la eficacia de nuestras labores. Si actuamos con un espíritu equivocado, le llevaremos poca
gloria a Dios, haremos poco bien a nuestros semejantes y no recibiremos ni honor ni consuelo para nosotros
mismos. Si te contentas con una demostración de tu inteligencia y tu sentido de humor, tienes una tarea fácil;
pero espero que tengas un propósito mucho más noble, y que, al ser sensible a la importancia solemne de las
verdades del evangelio y a la compasión que necesitan las almas de los hombres, prefieras quitar prejuicios de
un solo tiro, en vez de obtener el aplauso vano de millares. Sal pues, en el nombre del Señor de los ejércitos,
hablando la verdad en amor; y que él te permita dar un testimonio en muchos corazones de que eres enseñado
por Dios y favorecido con la unción del Espíritu Santo.

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