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Teoría, crítica e historia literarias, Manual de teoría literaria.

Wellek y Warren.

El capítulo es una reseña de las diversas definiciones que se han propuesto para las ciencias de
la literatura. El de “investigación erudita literaria” parece excluir a la crítica y exigir rigor
académico, por lo que lo descarta. Para la concepción de Filología encuentra una diversidad
nocional con muchos fallos:

• Históricamente se ha utilizado el término para designar no solo a los estudios literarios y


lingüísticos, sino para el estudio de todo producto del espíritu humano. El término es aquí muy
amplio y de referencia muy ambigua para ser válido.
• Se ha usado como sinónimo de la conocida Historia literaria. En este caso, lo opuesto, el
término es reduccionista y está mal direccionado respecto de los intereses filológicos.
• Boekh la entendió como “ciencia total de la civilización” de la cual, los estudios literarios son
solo una rama. Nuevamente de una imprecisión conceptual inconveniente.
• El sentido aceptado suela vincularla a la lingüística, sobre todo a la gramática histórica y por
tanto estudio de las formas pretéritas de la lengua.

Por la falta de acuerdo en cuanto al término de Filología, decide no aplicarlo a las ciencias de la
literatura. Propone el término “investigación” para abandonarlo inmediatamente.
Distingue los tres ámbitos de las ciencias de la literatura: teoría, crítica e historia. También hace
una apreciación del concepto de literatura en sentido sincrónico y en sentido diacrónico, como
abstracción teórica y como serie de cuerpos textuales.

Teoría literaria: estudio de los principios de la literatura, de sus categorías, criterios, etc.
Crítica literaria: estudio de las obras concretas de arte literario.
Historia literaria: estudio de los contextos culturales de producción literaria.

Está claro que en muchas formas los límites entre las tres áreas no son rígidos, existen casos
de teoría sobre crítica o historia literarias, de crítica aplicada, de historia de la crítica o la teoría,
etc. Además, eventualmente las tres son interdependientes, ninguna es realmente posible de
operar sin las otras dos.
La teoría literaria no puede elaborar criterios, categorías y esquemas sin referir a obras
concretas y por tanto a la crítica, no puede ser una teoría del vacío. Lo mismo al revés, es
imposible hacer crítica sin un conjunto de principios orientadores para la labor, sin puntos de
referencia que pueden aportar la teoría o la historia. Todo el sistema de elaboración del
contenido sobre la literatura se asienta en esa dialéctica: una reelaboración constante fundada
en la relación de la teoría y la práctica.
Ha habido intentos de separar la historia de la triada literaria en función de una acepción más
neutra del trabajo del historiador frente al “crítico juez”. No obstante, se presentan algunos
problemas; la historia refiere a hechos reales pero nunca desde la objetividad pura, la selección
misma es una elección y su tratamiento no puede deslindarse totalmente del juicio humano en
tanto actividad del hombre en situación. Otro argumento para la segregación de la historia
literaria es la peculiaridad de sus métodos, según el “historicismo” que ve a esta ciencia como
una tarea de reconstrucción imaginativa de las distintas mentalidades de la época, un especie
de esfuerzo de empatía en el que el historiador debe “ponerse en el lugar” de su objeto de
estudio para poder comprenderlo. Existen dos posibilidades, o bien intentar descifrar las
intenciones del autor, o bien recrear las condiciones de recepción; la primera además de
nebulosa resulta irrelevante, pues no siempre las intenciones de un autor coinciden con sus
resultados. Por eso, suele apuntarse a la segunda, que adolece de dos problemas: es imposible
desprenderse totalmente de la sensibilidad propia y aún siendo posible, no es deseable. Si bien
los anacronismos no son buenos, un enfoque de historicista extraería mucho contenido a obras
literarias como Hamlet que en su época no fueron valoradas como lo son ahora, tras haber sido
analizadas bajo los grados de comprensión modernos. El sentido de una obra no puede
limitarse al que su autor y sus contemporáneos le otorgaron en un momento dado, “es más
bien el resultado de un proceso de acumulación, es decir, la historia de su crítica por parte de
muchos lectores en muchas épocas”.
Esta idea procesual de la historia intenta evitar el relativismo y el absolutismo doctrinales.
“Hemos de poder referirnos a la obra de arte en los valores de su época y de todos los períodos
que le han sucedido”; el relativismo extremo reduce la historia a una secuencia discontinua de
fragmentos que no reflejan la realidad histórica correctamente, el absolutismo suele basarse
por su parte en un ideal abstracto que no es justo con la variedad histórica. Propone como
solución Wellek y Warren un enfoque perspectivista que se niegue a ver la historia como un
constructo inconexo o como una realidad seccionada y aislada.
Lo mismo la crítica no puede caer en el relativismo extremo de los valores estéticos, dejando el
juicio librado a la anarquía del gusto arbitrario. Y tampoco, el absolutismo que adopta la forma
de elitismo puro. Por último, la crítica en relación a la historia literaria, debe integrarla si no
quiere caer en el calificativo caprichoso, y no debe excluir el estudio de “autores vivientes” por
el mero hecho de su evolución inconclusa, la simultaneidad de la crítica con su objeto de
estudio debe tomarse como una ventaja y no como un impedimento.

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