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Revista de Geografía Agrícola

ISSN: 0186-4394
rev_geoagricola@hotmail.com
Universidad Autónoma Chapingo
México

Cervera, José T.
Agricultura. El maíz
Revista de Geografía Agrícola, núm. 35, julio-diciembre, 2005, pp. 163-165
Universidad Autónoma Chapingo
Texcoco, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=75703510

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AGRICULTURA
El Maíz
La Revista de Mérida. Núm. 10. 25 Enero 1871.

Este grano siempre ha sido, como el presente, un artículo de primera necesidad para todas las clases de
nuestra sociedad.

Los animales, así domésticos como los que se ocupan en nuestros trabajos, consumen también gran can-
tidad de él, siendo muy considerable la que se destina para la cría de los cerdos que es una de las industrias
rurales, que sostiene las fábricas de jabón, las de pan de trigo, y presenta también a las clases acomodadas
un artículo indispensable para condimentar sus alimentos.

Por todos estos motivos, hasta en épocas no muy lejanas, se ha considerado su cultivo como el más prefe-
rente a las otras ramas de nuestra agricultura, y porque cuando había escasez de este grano, no podía intro-
ducirse del extranjero como al presente.

En tiempo del gobierno colonial, cuando se presentaba una mala cosecha, habían muchos depósitos par-
ticulares y aún públicos en casi todas las poblaciones de la Península, y si éstos no bastaban para llenar las
necesidades de la población, sólo podía traerse de algún puerto de la Nueva España o de alguna otra colonia
española.

El primer maíz que se importó a Yucatán en uno de esos años de escasez, se trajo de Tuxpan; circunstan-
cia por la cual desde entonces hasta hoy se acostumbra comúnmente llamar maíz de Tuxpan a todo maíz ex-
tranjero o nacional que se importa.

Antes se pasaban ocho y diez años para que tuviésemos necesidad de ocurrir por este grano al extranjero,
y cuando llegaba ese caso, sólo se hacía para remediar un mal año de cosechas. Últimamente se ha importa-
do tres años consecutivos, y es de temer que continúe haciéndose esto, porque ocasionaría lentamente la pa-
ralización de nuestra agricultura y comercio. Es, pues, indispensable prevenir con anticipación tan terrible
mal; mucho más cuando poseemos terrenos magníficos para la producción de este grano.

Indicaré algunas causas que, en mi concepto, han contribuido para perpetuar su escasez: los grandes
agricultores o propietarios de fincas rústicas en toda la Península, se han ocupado de preferencia en el cultivo
de caña dulce y el henequén, y han abandonado el del maíz; y si algunos de ocupan de él, es en pequeño y
como un ramo secundario.

Sería muy bueno aquel sistema, cuando hubiesen otros muchos propietarios que se ocupasen exclusiva-
mente en producir aquel grano; pero esto no sucede en nuestra agricultura.

Yo apruebo el que las fincas en donde no se produce el maíz, prefieran el henequén; pero las fincas que
producen dicho grano no deben abandonarlo, y mucho menos los cultivadores de caña dulce que, en lo gene-
ral, poseen muy buenos terrenos propios para él. Deben tener muy presente que no les puede tener cuenta
seguir aquel sistema, porque teniendo que comprar maíz a precios subidos para el sostenimiento de sus sir-
vientes o establecimientos, el resultado sería que se recargarían de enormes deudas sus sirvientes, y tal vez
se arruinarían ellos mismos. Lo más conveniente es, que atiendan también el maíz, procurando asegurar el
necesario para su consumo, y si les fuese posible tener siempre en depósito un repuesto para cualquier even-
tualidad, sería mucho mejor. Tomadas estas precauciones, si tienen sobrantes y el precio del maíz es muy
bajo, no deben desanimarse, pues hay una industria en que pueden conseguir vender muy bien su maíz y es

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Cervera, José Tiburcio

para la cría de los cerdos que deben establecer en sus fincas o establecimientos, pues la experiencia me ha
probado con evidencia que es muy útil aquel género de industria rural y es como indispensable en las fincas;
particularmente en aquellas que se ocupan de la caña dulce. En otro artículo separado me extenderé sobre
este particular.

El azúcar, la panela y el aguardiente, no son artículos para nuestra exportación, y produciéndose en me-
nos cantidad, el agricultor queda compensado con el buen precio que adquiere en el mercado, y si éste fuese
muy subido, la gente pobre que compone la mayoría de nuestra población, podría vivir sin aquellos artículos,
lo que no puede suceder con el maíz; y, por último, cuando se considerase necesario, bien podría traerse de
nuestros puertos nacionales, beneficiándose en esto hasta el erario público, con los derechos de su importa-
ción.

La introducción del maíz extranjero ocasiona al erario público un gravamen terrible, como ha sucedido en
el año que acaba de terminar; sin poner en cuenta los prejuicios que han recibido los hacendados, los prole-
tarios y la industria.

Es muy cierto que, si no hubiese sido el henequén, el Estado se hubiera visto en circunstancias mucho
más aflictivas; pero esta circunstancia no debe llenarnos de ilusiones, ni hacernos tocar los extremos.

El henequén, esa rica planta con que la providencia divina nos ha querido favorecer, debe cultivarse por
aquellos propietarios que no tienen terrenos para otras producciones; pero de ninguna manera debe introdu-
cirse su cultivo exclusivamente en toda la Península, porque el resultado sería que en pocos años tendría-
mos que ocurrir al extranjero no sólo por maíz y manteca, sino también por otros muchos artículos de nuestro
consumo: ¿Y qué sucedería si nuestro henequén llegase a abatirse por su precio en los mercados extranje-
ros, como otra vez ha sucedido y como aconteció con el algodón?

Por todo lo expuesto me parece más oportuno que los agricultores que poseen buenos terrenos en el inte-
rior, se ocupen, además del maíz para su consumo, en otros ramos de nuestra agricultura que también tienen
demanda entre nosotros y aplican a varias industrias y aún se suelen exportar, como el tabaco, la higuerilla,
el algodón, almidón, arroz, frijol y otros que se producen con violencia, lo que no sucede con el henequén.

Entiendo que esas producciones, según el precio que ahora tienen en nuestro mercado, tendrán en cuen-
ta a los productores, y con la exportación que se haría de ellas, se balancearían sus precios de modo que
nunca dejasen de tener utilidades los agricultores, y los industriales sin gravar a los consumidores, y por últi-
mo, sin tener que ocurrir por ellos al extranjero.

En cuanto al sistema seguido hasta los (ILEGIBLE EN EL TEXTO DEL QUE SE TOMÓ) por el cultivo del maíz
que es principal objeto de nuestro artículo, no se ha mejorado en nada, y por el contrario, miramos con aban-
dono algunas reglas que seguían los antiguos labradores, y que en una larga experiencia acreditó ser muy
necesaria en aquel sistema. Referiré, aunque ligeramente, algunas de esas reglas o costumbres, para ob-
servarlas, una vez que no podemos variar completamente de sistema, adoptando el que se practica en los
países civilizados del mundo y en muchos puntos de la República.

Los antiguos labradores cerraban con anticipación de uno o dos años los montes que destinaban para
milperías de maíz, y donde había ganado, antes de proceder a su recelo cercaban formalmente. Desde
agosto hasta diciembre, a más tardar, procuraban que todo el monte de la milpa estuviese ya rozado. Señala-
ban esa época para aquellas operaciones, porque en ella, todos los árboles conservan sus hojas y aún des-
pués permanecen pendientes de las ramas hasta cuando ya están secas. Los árboles derribados los
colocaban de Oriente a Poniente y sus ramas por ambos lados a lo largo del árbol. Tomaban todas esas pre-
cauciones con el objeto de que el terreno se quemase bien, que es el único abono para conseguir bajo aquel
sistema, una buena cosecha. Porque cuando las lluvias se retardan, se conserva el terreno limpio de yerbas,
que son las que perjudican mucho al maíz, principalmente en su nacimiento. Además, si la primera siembra
se pierde, siempre se encuentra el terreno dispuesto a recibir una segunda siembra: esta operación, así

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Agricultura - El Maíz

como la desyerba, las practicaban con mucho cuidado y en épocas convenientes; así mismo la dobla y la
cosecha, y, por último, hasta para entrojer el maíz podrá evitar que se pique y pueda durar algunos años,
tienen también ciertas reglas.

Al presente no observamos nada de esto, se rozan los árboles muchas veces cuando ya están despoja-
dos de sus hojas y ni se cierra y cerca con anticipación el terreno, y los árboles se talan y se tiran indistinta-
mente. Por último, la siembra, desyerba y demás operaciones, se hacen a la ligera y no en las épocas
convenientes, y todos estos motivos contribuyen para que no consigamos buenos productos.

Ya que no hemos podido introducir mejoras en aquel ramo, al menos, no debemos apartarnos de esas
costumbres y observaciones de nuestros antepasados. No conseguiremos nada con rozar y destruir muchos
montes y bosques anualmente para milperías de maíz, si los terrenos no se preparan con aquellas precaucio-
nes ni se cultivan bien y en épocas convenientes.

Creo he dicho todo lo necesario para que, en lo sucesivo, pongamos todos los medios de evitar los mu-
chos males que sobrevendrían a la Península toda, si continuásemos bajo aquel sistema tan contrario a las
buenas reglas de agricultura o economía rural, que son las bases más seguras para la prosperidad y engran-
decimiento de los Estados, y, si a pesar de nuestros esfuerzos, no conseguimos nada, entonces diremos lo
que un ilustre escritor dijo de un país: la (ILEGIBLE EN EL TEXTO DEL QUE SE TOMÓ) fue casi siempre infeliz,
pues un país fértil es a veces un desgraciado bien para el pueblo que lo habita.

Mérida, Enero de 1871


José T. Cervera

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