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FABIAN CAMPAGNE. HOMO CATHOLICUS. HOMO SUPERTITIOSUS.

EL DISCURSO
ANTISUPERSTICIOSOS EN LA ESPAÑA DE LOS SIGLOS XV A XVIII.

Capitulo II. Pensar la superstición.

El mágico poder de las palabras: la superstición ha sido uno de los principios de clasificación utilizados a
lo largo de la historia de la cultura occidental.
Para asegurarse su unidad y construir su propia historia el poder dominante en las sociedades
jerarquizadas también trabaja mejor diferenciando y clasificando prácticas. Estas formas implican
necesariamente una esfera exterior a la propia subjetividad: los conceptos discriminantes nos clasifican
socialmente desbordando nuestra voluntad.
No existen supersticiones hasta que alguien utiliza el término para denotar prácticas y creencias de otros.
Las palabras conforman el material primordial de estas formas culturales discriminantes; los discursos
constituyen su espacio natural. La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia. El poder ideológico
no es solo cuestión de significado, sino de otorgar una utilidad de poder a ese significado.
El decir, y el decir discursivo, se expone a hacer existir en la realidad las clases lógicas construidas para
dar razón de la distribución de las prácticas, en 1º lugar en el cerebro de los agentes, bajo formas de
categorías de percepción, de principios, de visión y división. El poder de nominación, que al nombrar
hace existir, es una de las manifestaciones más típicas del poder simbólico, por el cual los agentes
sociales luchan.
Resulta ingenio suponer que este poder se halla repartido igualitariamente en el mundo social. La
clasificación social es mas que una transacción objetiva entre participantes de igualdad de condiciones, es
una dominación que supone una distancia infranqueable entre aquel que tiene el poder de nombrar y el
que es nombrado.
El discurso antisupersticioso de los teólogos cristianos, el mágico poder de sus palabras, no solo crea la
cosa superstición: crea el sujeto supesticioso, y lo convierte en objeto de análisis y reflexión. El poder
creador del discurso agustiniano dio vida a un homo supertitiosus, que justifico así, un extenso corpus de
decenas de tratados y manuales.
Pero la peculiariadad del sujeto homo supertituiosus cristiano reside en que los enunciados del discurso
antisupersticioso constituyen a individuos en sujetos que no remiten tanto a una sustancia como una
posición: esta podía ser ocupada por individuos diferentes, eventualmente por cualquier cristiano en
alguna circunstancia concreta de su vida. En esta peculiar flexibilidad residió sin dudas la funcionalidad
que esta construcción agustiniana ofrecía al pensamiento cristiano tradicional.
Así como la flexibilidad constituía su mayor fortaleza: el hombre supersticioso, cuya construcción
dependía de un complejo sistema de causalidades superpuestas, conformaba un claro ejemplo de sujeto en
proceso permanente de constitución. Esta inestabilidad dificultaba en la práctica, la identificación
concreta de las conductas y creencias supersticiosas.
Una ultima característica paradojal: la superstición no existe sino por el discurso antisuperticiososo que
toma la palabra para negarla. Decir la palabra es hacer algo más que designarla: es acusar, puesto que a la
designación se añade una toma de posición, un juicio que golpea.
Designar una práctica, creencia, conducta, individuo como supersticioso, es declararlo tal en nombre de
un poder que depende de una institución racional. Es en ella y por ella, la comunidad de filósofos, la
comunidad de teólogos, y la comunidad científica, que se realiza una separación entre la razón y su resto:
un resto que ese poder aspira a recuperar eliminándolo.
El hombre rebelde: homo superstitiosus o el anti – job:
¿Por qué la teología tuvo necesidad de construir una modelo cristiano de superstición? ¿Qué
funcionalidad tuvo para la nueva religión la noción de superstición?
En efecto las prácticas, reputadas como supersticiones revelan la persistencia de un núcleo duro de
disposiciones, que contradicen la lógica última del cristianismo allí donde este aspira también a penetrar:
en la vida cotidiana de los hombres.
El cristianismo es un fenómeno total. El monoteísmo produjo dos hechos revolucionarios. En 1º lugar, el
vaciamiento del cosmos de toda potencia sagrada. El supremo poder divino quedo confinado solo en el
ser de Dios, ninguna cosa u objeto pudo compartir dicha potestad. En 2º lugar, el judeo – cristianismo
produjo la aparición del dios personal, consecuencia de una religión que exigía una conversión profunda
del alma: es el monoteísmo ético de los profetas, que el cristianismo llevo a sus ultimas consecuencias.
Aun cuando se trata de actos profanos, las supersticiones no cultuales se oponen al ethos cristiano. El
habitus supersticioso contradice irreductiblemente la doctrina providencialista, contradice la peculiar
solución al problema de la persistencia del mal en el mundo pergeñada por el judeo – cristiano. Ante los
males concretos del hombre: la ideología cristiana propone dos soluciones posibles: por un lado, los
remedios naturales, derivados de las virtudes y efectos propios del mundo creado; por otro lado, el
socorro divino, implorado con humildad mediante oraciones y practicas devocionales. Si aun no obtienen
resultados previstos, los efectos buscados, al cristiano solo resta la resignación: los males que lo aquejan
son producto de la voluntad de la divinidad. Los designios secretos de Dios lograran finalmente que el
dolor y el sufrimiento redunden en la salvación eterna del alma de hombre justo – del creyente piadoso y
paciente. El supersticioso es el hombre que no acepta los designios sesteros de Dios. San Agustín pensaba
que el hombre supersticioso no es un hombre temeroso e ignorante: es un hombre soberbio. La soberbia,
consiste en proponer una solución al problema del mal en la tierra diferente a la propuesta por el
providencialismo judeo – cristiano. En este sentido, la lucha del cristianismo contra las supersticiones es
un combate plenamente ideológico. Por parte de los teólogos cristianos, supone la toma de conciencia de
que en este combate se hallan en juego representaciones del mundo diferentes. El accionar de los grupos
enfrentados adopta entonces la forma, más o menos explicita, de un intento de ordenamiento o
reordenamiento del mundo.
Pero el texto bíblico clave que resume la solución judeo cristiana al problema del mal es el Libro de Job.
El hombre supersticioso era un rebelde, un anti – Job. No se trata claro de una ruptura radical: los desafíos
cotidianos a la dominación simbólica suelen ser puntos de resistencia móviles y transitorios, pero revelan
a menudo, los límites objetivos de la penetración hegemónica.
Se propone en definitiva la construcción de un habitus católico, de una manera genuinamente cristiana. La
ortopraxis: el discurso cristiano no se limita a reprobar prácticas y creencias: propone en todo momento
una extensa nómina de alternativas de reemplazo. La iglesia cristiana pone, al servicio de las necesidades
materiales, la superabundancia de instrumentos simbólicos con los que cuenta para acceder de manera
legitima a los favores de la divinidad. (Mecanismos de aculturación).
Paul Ricoeur ha propuesto el análisis conjunto de las nociones de ideología y utopia.
Si la idolología es la legitimación de lo que es, la utopia actúa para destruir el orden dado. Desde esta
perspectiva, el discurso antisupersticioso cristiano ¿es ideología o utopia? Desde sus orígenes, el
cristianismo busco convertir en realidad sus pretensiones de fenómeno total, su rechazo a la existencia de
esferas autónomas de la realidad.
La historia de la cultura occidental, puede considerarse entonces como una lucha contra estas pretensiones
totalizantes. El secularismo – la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo personal, de desterrarla
del espacio público – puede considerarse la derrota del cristianismo como fenómeno total. La aparición de
la burguesía como clase en occidente aceleró en el segundo milenio un proceso que el 1º pareció
resolverse a favor del cristianismo.
El historiador Huizinga afirmo que la iglesia lucho y predico en vano durante dos milenios. Desde la
perspectiva de la historia del modelo cristiano de superstición, el autor coincide. Si la utopia, actúa para
destruir el orden dado, si presenta la fantasía de otra sociedad, entonces el modelo cristiano puede
considerarse como una de las mas ambiciosas y profundas utopías producidas por el pensamiento
cristiano a los largo de su historia.
Homo superstituiosus y homo catholicus: el otro – entre nosotros:

Si los resultados han sido limitados. ¿Por qué sostener en el tiempo un modelo de superstición destinado
al fracaso? ¿Por qué los teólogos españoles produjeron un extenso corpus de tratados antisupersticisos en
los siglos de la modernidad clásica?
Resulta lícito preguntarse por el sistema carcelario moderno que no evita delitos ni reforma delincuentes.
No obstante la creación del delincuente como sujeto patológico socialmente diferenciado posee enormes
ventajas ideológicas. Separa al pueblo del delincuente – a quien se muestra como enemigo de los pobres
– y produce una población marginalizada, utilizada para presionar sobre los ilegalismo que la sociedad
burguesa no esta dispuesta a tolerar.
La invención del otro como espejo, a partir del cual definir mejor la propia identidad, puede basarse en
supuestos ideológicos muy diversos.
Se trataba de otro entre nosotros. El homo catholicus podía devenir en homo superstitiosus, no se trataba
de un sujeto estático. Conformaban espacios que podían ocupar los mismo individuos de acuerdo con las
circunstancias, como dos caras de una misma moneda.
Para justificar la caracterización, el discurso insertara en su lucha en el tiempo largo de la historia de
salvación. Para ello, relacionara explícitamente las supersticiones profanas con la idolatría.
Una de las originalidades del cristianismo reside en que se funda en un relato, antes que en preceptos.
A modo de conclusión: el otro entre nosotros, o el estallido del espejo. El homo superstitiosus no fue el
único otro entre nosotros que los teólogos católicos construyeron en la modernidad. La cultura de la
taberna, los juegos, blasfemias, la cultura de la plaza pública y el carnaval, fueron demonizados en igual
medida por predicadores católicos y protestantes.
La cultura renacentista y barroca construyo innumerables otros entre nosotros como herramienta
omnipresentes de control social, como mecanismos internos de presión hegemónica. Solo quedaba un
paso por dar: algunos creyeron poder encontrar el otro EN – nosotros. Los místicos radicales avanzaron
con audacia por este camino. Los posesos y los santos son ahora los mismos individuos. Los mayores
tormentos reflejan los mayores grados de virtud. La yuxtaposición de los espejos es absoluta. El otro, el
máximo adversario se interesa solo por los más virtuosos. No es raro que estas ideas tuvieran pocos
seguidores ya que el espejo hubiera estallado en mil pedazos.

Capitulo V: el sujeto del discurso antisupersticiosas.


El artificio de la retórica:
Con frecuencia no resulta sencillo identificar al sujeto del discurso antisupersticioso con aquellos grupos
humanos tradicionalmente asociados con carencias de orden intelectual.
La asimilación de la superstición con carencias propias del intelecto es una de las características que
acercan entre si a los modelos clásico y científico racionalista de superstición. Los niños, las viejas, el
vulgo, etc., se convierten así en los homines superstitiosus genéricos.
La doble ficción del discurso antisupersticioso
La aplicación concreta del discurso antisupersticioso exigía la cooptación de amplios sectores de las
clases dominantes rurales y urbanas, de los párrocos y curas de almas, de los jueces, laicos y eclesiásticos,
de los médicos, de los juristas, de los filósofos, de los reyes y príncipes. Estos grupos, desconocían los
matices y sutilezas de la materia, ya que con frecuencia ellos mismos eran supersticiosos. Los
reprobadores se encontraron con un desafío complejo: debían adiestrar a los mayores del pueblo de Dios.
Los teólogos se vieron obligados a construir una doble ficción. En primer termino el vulgo de los
iletrados, el sujeto explicito del discurso. El 2º lugar, los lectores a quienes iban dirigidos los textos- ellos
conformaban el sujeto implícito, pues tenían que aprender la materia al mismo tiempo que la plebe a
quienes debían adoctrinar.
El monopolio en manos de un reducido grupo de representantes de la alta cultura teologal, convertía el
resto de la sociedad, en potenciales sujetos de la superstición, en potenciales.
La división tradicional del cuerpo social en una cultura de elite y en una cultura popular, resulta entonces
improcedente para la compresión del discurso antisupersticioso cristiano. La tipología social de los
reprobadores continuaba siendo la clásica oposición medieval entre clérigos y laicos.
Pero a esta división principista el discurso superpuso una segunda división de orden pragmático. En un
extremos se hallaban los teólogos, letrados de la lengua latina, en el otro los indoctos, el vulgo. Y en una
franja intermedia se ubicaban el resto de los grupos letrados: profesionales liberales que comprendían el
latín sin dominar la teología, así como los grupos letrados que no comprendían el latín. Esta franja
intermedia, conformaba el universo de lectores a quienes iba dirigido los tratados españoles de
reprobación, para difundirlo.
En efecto, esta misma oposición básica entre los guardianes de la doctrina y el resto del pueblo cristiano,
informaba la percepción del mundo que compartían los dignatarios del Tribunal del santo Oficio.
Por lo que hay entonces una doble ficción: 1º un hombre supersticioso genérico, a quien se lo relaciono
con el vulgo, por otro lado, la de una elite intelectual a la cual se asumía en términos ideales al margen del
pecado de superstición. A pesar de la conciencia a cerca de instruirlos.
Estos clivajes ficticios son un ejemplo claro de la irrupción de aquellas significaciones imaginarias, que
cumplen siempre un papel central en el funcionamiento ideológico de las sociedades. La sociedad se
permite la negación de reconocer que se instituye a si misma.
Mayores y menores en el pueblo de Dios.
En tanto que lo afirmado es un contenido explicitado por el locutor – el yo – y los sobreentendido es lo
que dejo deducir a mi oyente – el tu -, lo presupuesto es lo que se presenta como si fuera común a los dos
personajes del dialogo, el objeto de una complicidad fundamental el nosotros.
A causa de ello, el discurso anti supersticioso esperaba de su lector una actividad cooperativa para colmar
los espacios de lo no – dicho, para colmar los espacios de los ya dicho.
Los tratados de reprobación no eran si embargo, textos abiertos. La cooperación del lector se hallaba
prevista.
En definitiva con frecuencia los mayores del pueblo de Dios no resultaban confiables. En muchas
circunstancias, los reprobadores debían mostrar los errores supersticiosos de médicos, sacerdotes, juristas,
etc.

Capitulo VII: Los mecanismos de aculturación en el discurso antisupersticioso.


El estruendo del combate:
El concepto aculturación engloba el conjunto de fenómenos de interacción que resultan del contacto entre
dos o más culturas. Sin embargo, la dimensión trágica de estos procesos no debe hacer olvidar el carácter
inestable de los contactos interculturales. En ningún caso se produce el aplastamiento de los grupos
sometidos. Las consecuencias posibles de los fenómenos de aculturación escapan a cualquier intento
reduccionista de tipificación. La concepción mecánica de los contactos interculturales olvida que la
civilización europea no era inmune a los procesos de aculturación por parte de civilizaciones
extraeuropeas. (Islam)
Los individuos y las culturas poseen mecanismos de asimilación fantásticamente poderosos. Estos
funcionan como enzimas, como agentes activos que permiten transformar la composición ideológica de
los cuerpos extraños. Todo grupo social tiende a organizar sus experiencias en un universo coherente.
Ninguna condición social, por extrema que sea, puede impedir completamente el trabajo de organización
simbólica: aun dominada, una cultura funciona como cultura. La hegemonía cultural es un proceso que
debe ser continuamente recreado, defendido, modificado, renovado. Porque, precisamente, es
continuamente resistido, limitado por presiones que de ningún modo le son propias. Por su propia
característica, la hegemonía supone siempre la existencia de corrientes contra hegemónicas, de
hegemonías alternativas posibles. (Raymond Williams). Si la verdadera condición de la hegemonía es la
efectiva autoidentificación con las formas hegemónicas, la misma no se apoya nunca en un resignado
reconocimiento de lo inevitable, de lo necesario.
Con la practica etnográfica, la cultura es un proceso de dialogo, en el cual los interlocutores negocian
activamente como proceso en marcha al que un acuerdo completo anularía. No se trata nunca de una
forma de imposición. El repertorio de bienes y servicios de la cultura hegemónica condiciona las
opciones de los grupos subalternos. Pero estos seleccionan y combinan los materiales recibidos – en la
percepción, en la memoria y en el uso – y construyen con ellos otros sistemas que nunca son el eco
automático de la oferta hegemónica.
Existen límites para las maneras según las cuales pueden articularse las ideas, pero estos límites no son
inherentes al sistema: derivan de circunstancias concretas y contingentes.
No existen culturas autónomas que estén fuera del campo de fuerza de relaciones de poder cultural y
dominación. Pero tampoco hay que sobreestimar el poder de la implantación cultural. La lucha por la
construcción de un sistema cultural hegemónico configura un campo de batalla permanente, en el cual
nunca se obtienen victorias definitivas, sino posiciones estratégicas que se conquistan y se pierden.
En la lucha simbólica, los dominados pierden de entrada pero los dominantes nunca tienen ganada la
partida.
La pedagogía del miedo: los mecanismos rígidos de aculturación:
Con frecuencia, mecanismos alternativos permitían conservar rituales y creencias, eliminando los
aspectos incompatibles con la doctrina cristiana. No obstante, en ocasiones resultaba imposible y se
recurría a mecanismos rígidos de aculturación, para extirpar sin contemplaciones.
La satanización y la atemorización fueron los mecanismos rígidos mas utilizados por la literatura anti
supersticiosa. Española.
El reemplazo de las prácticas y creencias supersticiosas:
La interiorización de los nuevos patrones de conducta no podía depender solamente de los mecanismos
rígidos. El éxito de la lucha se relacionaba con la capacidad del modelo cristiano para proporcionar
prácticas y creencias alternativas.
El mecanismo de reemplazo adquirió peculiar importancia en el XVI. La utilización de técnicas diversas
de aculturación era una de las características que diferenciaba al catolicismo de las iglesias reformadas.
La contrarreforma y el ascetismo puritano organizaron campañas de reprobación contra aquellos aspectos
de la cultura laica que más abiertamente se oponían a la moral cristiana: el carnaval, la taberna, los
juegos, etc. Sin embargo, las distintas confesiones cristianas recurrieron a estrategias diferentes. La
Reforma fue el 1º experimento educativo de la historia occidental, enmarcado en un proyecto sistemático
de implantación de nuevos valores. Correspondió, al catolicismo romano la recuperación de la antigua
estrategia de reemplazo. Los predicadores católicos no buscaron tanto abolir cuanto reestructurar las
costumbres y rituales populares. La diferencia de estrategias explica las resistencias que el protestantismo
hallo en las áreas rurales.
Y también se percibe en la implantación de las misiones en territorio extraeuropeo como los jesuitas.
Por ejemplo, las epidemias, las rabias granizo, etc. eran algunas de las preocupaciones que afectaban el
campo europeo preindustrial. Las aldeas españolas recurrían a los especialistas, a cambio los católicos
tenían que proponer remedios lícitos, como los remedios naturales.
Ofrecía una extensa lista de dispositivos sagrados que proporcionaban protección en cualquier trance.
Los reprobadores tenían a su alcance un tercer recurso; la naturalización de las supersticiones. En algunos
casos, debía demostrar que los fenómenos tenían causas naturales. En otros tenían que demostrar que eran
absurdos desde el punto de vista natural.
La clericalización del mundo sobrenatural:
Los objetivos primordiales para la Contrarreforma eran la imposición de la desacralización del mundo y
la clericalización del orden sobrenatural. Para la 1º se limitaba hasta sus últimos extremos la presencia de
la divinidad en el mundo de los hombres: su única manifestación material quedaba reducida a la especie
eucarística consagrada. La 2º suponía hacer efectivos los mecanismos por los cuales los límites de lo
sagrado debían ser exclusivamente fijados por el clero.
Junto con la atemorización, el reemplazo, y la naturalización, el cuarto grupo de mecanismos
aculturalizadores lo conforman aquellos dispositivos que tendían a limitar los excesos en la manipulación
de manifestaciones legítimas de lo sagrado. Las reliquias, las apariciones, los milagros, los exorcismos,
podían devenir creencias supersticiosas si escapaban del estricto control del estamento clerical.

Capitulo VIII: El vuelo de las brujas: el discurso antisupersticiosas en la encrucijada:


La casa de brujas en la Europa moderna:
La peculiar actitud de los hechos atribuidos a las brujas, adoptada por la Inquisición española a los largo
de los siglos XVI y XVII, provocó diversas dificultades a los reprobadores de supersticiones. El discurso
antisupersticioso español se hallaba en una encrucijada. La demonización profunda de la definición
agustiniano – tomista de superstición, impulsaba a los reprobadores a aceptar naturalmente la realidad de
los hechos atribuidos a las brujas. Sin embargo, el escepticismo manifestado por los inquisidores los
obligaba a reconocer el carácter supersticioso de la creencia en vuelos nocturnos y aquelarres.
Los especialistas confirman acordaron que en 1420 se marca el inicio convencional de juicios masivos. Si
bien hay picos, podemos decir que la caza de brujas fue siempre un fenómeno excepcional, sustentado en
una sucesión de psicosis colectivas muy concentradas en tiempo y espacio.
La geografía de las persecuciones revela un alto grado de concentraciones espacial. El corazón estaba en
Flandes, norte y este de Francia, las provincias renanas, el sur de Alemania, los cantones suizos.
Causas: existen polémicas entre los historiadores
Cohn propone una explicación psicohistórica: las persecuciones masivas fueron una rebelión inconsciente
contra la ascética rigidez de la moral cristiana.
Otros historiadores suponen la importancia de alucinógenos y drogas en el inicio de las sicosis colectivas.
Behringer considera que las catástrofes económicas sociales de la crisis del XVII produjeron una
transformación en la mentalidad de las elites gobernantes, en el sentido de una profundización de los
temores y de las obsesiones apocalípticas.
Clark se ha centrado en el análisis de la lógica intrínseca de los discursos demonológicos. Para ello
propone considerar la existencia de una causalidad autónoma en el seno del discurso, basado en
oposiciones radicales que enfrentaban a la divinidad con su adversario supremo.

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