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EL DISCURSO
ANTISUPERSTICIOSOS EN LA ESPAÑA DE LOS SIGLOS XV A XVIII.
El mágico poder de las palabras: la superstición ha sido uno de los principios de clasificación utilizados a
lo largo de la historia de la cultura occidental.
Para asegurarse su unidad y construir su propia historia el poder dominante en las sociedades
jerarquizadas también trabaja mejor diferenciando y clasificando prácticas. Estas formas implican
necesariamente una esfera exterior a la propia subjetividad: los conceptos discriminantes nos clasifican
socialmente desbordando nuestra voluntad.
No existen supersticiones hasta que alguien utiliza el término para denotar prácticas y creencias de otros.
Las palabras conforman el material primordial de estas formas culturales discriminantes; los discursos
constituyen su espacio natural. La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia. El poder ideológico
no es solo cuestión de significado, sino de otorgar una utilidad de poder a ese significado.
El decir, y el decir discursivo, se expone a hacer existir en la realidad las clases lógicas construidas para
dar razón de la distribución de las prácticas, en 1º lugar en el cerebro de los agentes, bajo formas de
categorías de percepción, de principios, de visión y división. El poder de nominación, que al nombrar
hace existir, es una de las manifestaciones más típicas del poder simbólico, por el cual los agentes
sociales luchan.
Resulta ingenio suponer que este poder se halla repartido igualitariamente en el mundo social. La
clasificación social es mas que una transacción objetiva entre participantes de igualdad de condiciones, es
una dominación que supone una distancia infranqueable entre aquel que tiene el poder de nombrar y el
que es nombrado.
El discurso antisupersticioso de los teólogos cristianos, el mágico poder de sus palabras, no solo crea la
cosa superstición: crea el sujeto supesticioso, y lo convierte en objeto de análisis y reflexión. El poder
creador del discurso agustiniano dio vida a un homo supertitiosus, que justifico así, un extenso corpus de
decenas de tratados y manuales.
Pero la peculiariadad del sujeto homo supertituiosus cristiano reside en que los enunciados del discurso
antisupersticioso constituyen a individuos en sujetos que no remiten tanto a una sustancia como una
posición: esta podía ser ocupada por individuos diferentes, eventualmente por cualquier cristiano en
alguna circunstancia concreta de su vida. En esta peculiar flexibilidad residió sin dudas la funcionalidad
que esta construcción agustiniana ofrecía al pensamiento cristiano tradicional.
Así como la flexibilidad constituía su mayor fortaleza: el hombre supersticioso, cuya construcción
dependía de un complejo sistema de causalidades superpuestas, conformaba un claro ejemplo de sujeto en
proceso permanente de constitución. Esta inestabilidad dificultaba en la práctica, la identificación
concreta de las conductas y creencias supersticiosas.
Una ultima característica paradojal: la superstición no existe sino por el discurso antisuperticiososo que
toma la palabra para negarla. Decir la palabra es hacer algo más que designarla: es acusar, puesto que a la
designación se añade una toma de posición, un juicio que golpea.
Designar una práctica, creencia, conducta, individuo como supersticioso, es declararlo tal en nombre de
un poder que depende de una institución racional. Es en ella y por ella, la comunidad de filósofos, la
comunidad de teólogos, y la comunidad científica, que se realiza una separación entre la razón y su resto:
un resto que ese poder aspira a recuperar eliminándolo.
El hombre rebelde: homo superstitiosus o el anti – job:
¿Por qué la teología tuvo necesidad de construir una modelo cristiano de superstición? ¿Qué
funcionalidad tuvo para la nueva religión la noción de superstición?
En efecto las prácticas, reputadas como supersticiones revelan la persistencia de un núcleo duro de
disposiciones, que contradicen la lógica última del cristianismo allí donde este aspira también a penetrar:
en la vida cotidiana de los hombres.
El cristianismo es un fenómeno total. El monoteísmo produjo dos hechos revolucionarios. En 1º lugar, el
vaciamiento del cosmos de toda potencia sagrada. El supremo poder divino quedo confinado solo en el
ser de Dios, ninguna cosa u objeto pudo compartir dicha potestad. En 2º lugar, el judeo – cristianismo
produjo la aparición del dios personal, consecuencia de una religión que exigía una conversión profunda
del alma: es el monoteísmo ético de los profetas, que el cristianismo llevo a sus ultimas consecuencias.
Aun cuando se trata de actos profanos, las supersticiones no cultuales se oponen al ethos cristiano. El
habitus supersticioso contradice irreductiblemente la doctrina providencialista, contradice la peculiar
solución al problema de la persistencia del mal en el mundo pergeñada por el judeo – cristiano. Ante los
males concretos del hombre: la ideología cristiana propone dos soluciones posibles: por un lado, los
remedios naturales, derivados de las virtudes y efectos propios del mundo creado; por otro lado, el
socorro divino, implorado con humildad mediante oraciones y practicas devocionales. Si aun no obtienen
resultados previstos, los efectos buscados, al cristiano solo resta la resignación: los males que lo aquejan
son producto de la voluntad de la divinidad. Los designios secretos de Dios lograran finalmente que el
dolor y el sufrimiento redunden en la salvación eterna del alma de hombre justo – del creyente piadoso y
paciente. El supersticioso es el hombre que no acepta los designios sesteros de Dios. San Agustín pensaba
que el hombre supersticioso no es un hombre temeroso e ignorante: es un hombre soberbio. La soberbia,
consiste en proponer una solución al problema del mal en la tierra diferente a la propuesta por el
providencialismo judeo – cristiano. En este sentido, la lucha del cristianismo contra las supersticiones es
un combate plenamente ideológico. Por parte de los teólogos cristianos, supone la toma de conciencia de
que en este combate se hallan en juego representaciones del mundo diferentes. El accionar de los grupos
enfrentados adopta entonces la forma, más o menos explicita, de un intento de ordenamiento o
reordenamiento del mundo.
Pero el texto bíblico clave que resume la solución judeo cristiana al problema del mal es el Libro de Job.
El hombre supersticioso era un rebelde, un anti – Job. No se trata claro de una ruptura radical: los desafíos
cotidianos a la dominación simbólica suelen ser puntos de resistencia móviles y transitorios, pero revelan
a menudo, los límites objetivos de la penetración hegemónica.
Se propone en definitiva la construcción de un habitus católico, de una manera genuinamente cristiana. La
ortopraxis: el discurso cristiano no se limita a reprobar prácticas y creencias: propone en todo momento
una extensa nómina de alternativas de reemplazo. La iglesia cristiana pone, al servicio de las necesidades
materiales, la superabundancia de instrumentos simbólicos con los que cuenta para acceder de manera
legitima a los favores de la divinidad. (Mecanismos de aculturación).
Paul Ricoeur ha propuesto el análisis conjunto de las nociones de ideología y utopia.
Si la idolología es la legitimación de lo que es, la utopia actúa para destruir el orden dado. Desde esta
perspectiva, el discurso antisupersticioso cristiano ¿es ideología o utopia? Desde sus orígenes, el
cristianismo busco convertir en realidad sus pretensiones de fenómeno total, su rechazo a la existencia de
esferas autónomas de la realidad.
La historia de la cultura occidental, puede considerarse entonces como una lucha contra estas pretensiones
totalizantes. El secularismo – la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo personal, de desterrarla
del espacio público – puede considerarse la derrota del cristianismo como fenómeno total. La aparición de
la burguesía como clase en occidente aceleró en el segundo milenio un proceso que el 1º pareció
resolverse a favor del cristianismo.
El historiador Huizinga afirmo que la iglesia lucho y predico en vano durante dos milenios. Desde la
perspectiva de la historia del modelo cristiano de superstición, el autor coincide. Si la utopia, actúa para
destruir el orden dado, si presenta la fantasía de otra sociedad, entonces el modelo cristiano puede
considerarse como una de las mas ambiciosas y profundas utopías producidas por el pensamiento
cristiano a los largo de su historia.
Homo superstituiosus y homo catholicus: el otro – entre nosotros:
Si los resultados han sido limitados. ¿Por qué sostener en el tiempo un modelo de superstición destinado
al fracaso? ¿Por qué los teólogos españoles produjeron un extenso corpus de tratados antisupersticisos en
los siglos de la modernidad clásica?
Resulta lícito preguntarse por el sistema carcelario moderno que no evita delitos ni reforma delincuentes.
No obstante la creación del delincuente como sujeto patológico socialmente diferenciado posee enormes
ventajas ideológicas. Separa al pueblo del delincuente – a quien se muestra como enemigo de los pobres
– y produce una población marginalizada, utilizada para presionar sobre los ilegalismo que la sociedad
burguesa no esta dispuesta a tolerar.
La invención del otro como espejo, a partir del cual definir mejor la propia identidad, puede basarse en
supuestos ideológicos muy diversos.
Se trataba de otro entre nosotros. El homo catholicus podía devenir en homo superstitiosus, no se trataba
de un sujeto estático. Conformaban espacios que podían ocupar los mismo individuos de acuerdo con las
circunstancias, como dos caras de una misma moneda.
Para justificar la caracterización, el discurso insertara en su lucha en el tiempo largo de la historia de
salvación. Para ello, relacionara explícitamente las supersticiones profanas con la idolatría.
Una de las originalidades del cristianismo reside en que se funda en un relato, antes que en preceptos.
A modo de conclusión: el otro entre nosotros, o el estallido del espejo. El homo superstitiosus no fue el
único otro entre nosotros que los teólogos católicos construyeron en la modernidad. La cultura de la
taberna, los juegos, blasfemias, la cultura de la plaza pública y el carnaval, fueron demonizados en igual
medida por predicadores católicos y protestantes.
La cultura renacentista y barroca construyo innumerables otros entre nosotros como herramienta
omnipresentes de control social, como mecanismos internos de presión hegemónica. Solo quedaba un
paso por dar: algunos creyeron poder encontrar el otro EN – nosotros. Los místicos radicales avanzaron
con audacia por este camino. Los posesos y los santos son ahora los mismos individuos. Los mayores
tormentos reflejan los mayores grados de virtud. La yuxtaposición de los espejos es absoluta. El otro, el
máximo adversario se interesa solo por los más virtuosos. No es raro que estas ideas tuvieran pocos
seguidores ya que el espejo hubiera estallado en mil pedazos.