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(1) María (dice pablo VI) es una síntesis perfecta de las actitudes litúrgicas, que debemos
cultivar.
• La liturgia es oración, María es la Virgen orante que abre su espíritu en expresión de
glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza en el Magnificat.
• En la liturgia escuchamos la palabra de Dios, María es la Virgen oyente, que acoge con fe la
Palabra de Dios, y la medita en la fe.
• La liturgia es servicio, María fue a servir a su prima.
• En la liturgia ofrecemos y nos ofrecemos, María es la Virgen oferente, que hizo entrega de
su Hijo cuando lo presentó en el Templo y en la Cruz se asoció amorosamente a la Víctima que había
engendrado y la ofreció, Ella misma al Padre.
• La liturgia es súplica, María es la Virgen suplicante, e intercesora en Caná cuando suplica a
su Hijo que remedie esa necesidad.
• La liturgia es adoración, María no dejaba de adorar a su Hijo, cuando lo tenia en brazos, y lo
acunaba.
• La liturgia es Misterio de fe, y María es la Virgen creyente que por su fe y obediencia concibió
en su mente y engendró en su seno al Hijo Eterno de Dios.
(2) María está presente además en los Sacramentos, aunque siempre de una manera discreta.
• Por ejemplo, en el bautismo se la invoca en la letanías de los santos, y se la menciona en la
profesión de fe.
• En la confirmación no aparece más referencia que la que si contiene en la profecía de fe o
renovación de las promesas bautismales.
• En la Eucaristía encontramos la presencia de María, varias veces: en el “yo confieso”, en los
prefacios dedicados a ella, en las plegarias eucarísticas. En las fiestas litúrgicas dedicadas a María,
es más evidente su presencia.
• En los demás sacramentos las referencias a maría son, en general, muy sobrias.
(3) María está presente en la oración litúrgica llamada “liturgia de la horas”. Son frecuentes las
antífonas que aluden a María. Hay responsorios que se refieren con frecuencia a María. Hay lecturas
patrísticas muy ricas en el breviario, sobretodo en el Adviento.
(5) También María está presente en el ciclo santoral. El calendario está lleno de días dedicados
a la Madre de Dios.
• Unas veces se trata de solemnidades.
- 8 de diciembre: Inmaculada.
- 1 de enero: Maternidad.
- 25 de marzo: Anunciación.
- 15 de agosto: Asunción.
• Otras son fiestas.
- 2 de febrero: Presentación.
- 31 de mayo: Visitación.
- 8 de septiembre: Natividad de María.
• Otras memorias obligatorias.
- 22 de agosto: Virgen Reina.
- 15 de septiembre: Virgen de los dolores.
- 7 de octubre: Nuestra Señora del Rosario.
- 22 de noviembre: Presentación de María.
• Otras son memorias libres.
- 11 de febrero: Nuestra Señora de Lourdes.
- Inmaculado Corazón de María.
- 16 de julio: Nuestra Señora del Carmen.
- 5 de agosto: Dedicación de Santa María la Mayor.
Todo esto para poner de manifiesto el puesto de María en la liturgia. María está presente en la
liturgia por su estrecha cooperación en la obra redentora de su Hijo.
Es verdad, el puesto central de la liturgia sigue siendo Dios y su Hijo... pero ella está siempre junto
a su Hijo con su presencia discreta y amorosa.
Termino con el N° 22 de “Marialis cultus” cuando nos invita a contemplar a María y a darle nuestro
culto:
“Veneración profunda, cuando la Iglesia reflexiona sobre la singular dignidad de la Virgen,
convertida, por obra del Espíritu Santo en Madre del Verbo Encarnado; amor ardiente, cuando
considera la Maternidad espiritual de María para con todos los miembros del Cuerpo Místico;
confiada invocación, cuando experimenta la intercesión de su Abogada y Auxiliadora; servicio de
amor, cuando descubre en la humilde sierva del Señor a la Reina de misericordia y a la Madre de la
gracia; opresora imitación, cuando contempla la santidad y las virtudes de la llena de gracia;
conmovido estupor, cuando contempla en Ella, como en una imagen purísima, todo lo que Ella desea
y espera ser; atento estudio, cuando reconoce en la Cooperadora del Redentor, ya plenamente
partícipe de los frutos del Misterio Pascual, el cumplimiento profético de su mismo futuro, hasta el
día en que purificada de toda arruga y toda mancha, se convertirá en una esposa ataviada para el
Esposo Jesús”.
MARIA EN LA LITURGIA MERCABA
Otro hecho que ha desarrollado el interés por la presencia de María en la liturgia —del que la MC 1-
15, después del concilio, ha trazado con autoridad el inventario— es la reciente reforma litúrgica: la
reordenación de las fiestas marianas en el ciclo del año litúrgico ha ofrecido puntos de apoyo para
una renovada atención al tema. Es cierto que no han faltado andanadas polémicas de parte de
quienes han querido leer tal reforma como si hubiese sido inspirada por una óptica "antimariana";
pero el juicio global que se da es positivo, especialmente cuando se mira a la variedad y a la riqueza
de los nuevos textos eucológicos, muy superiores por estilo y contenido a los anteriores a la reforma
(aunque estén en continuidad lógica y dinámica con los mismos): sería una reducción indebida el
buscar el enriquecimiento mariano adquirido por la liturgia solamente a nivel de la heortología del
año litúrgico.
No se puede ignorar a este propósito que en la base del enriquecimiento doctrinal de los textos
marianos de la liturgia renovada está toda la doctrina mariana del Vat. II [-> infra, 2, a]: a veces dicha
doctrina se recoge en su misma formulación verbal. Los nuevos textos litúrgicos marianos o los
tradicionales eventualmente retocados son, en fin, más sensibles al dato bíblico y se sitúan dentro
de una teología mariana que se mueve en esas tres dimensiones que son características también de
la liturgia: la dimensión trinitaria, con particular atención a las relaciones Cristo-María y Espíritu
Santo-María; la dimensión eclesial, que se hace así fecunda, mediante la tipología María-iglesia, para
la reflexión teológica sobre el rol preciso de María y de la iglesia en la liturgia; y, finalmente, la
dimensión antropológica, que se preocupa de hacer surgir una imagen de María que sea plenamente
fiel, además de a los datos bíblicos, también a la sensibilidad actual de la iglesia. Y de este modo
ciertos textos de la liturgia renovada, que a veces se inspiran en las fuentes antiguas, han alcanzado
vértices de alta teología y de noble expresión.
La reciente reforma ha podido hacer uso también de una amplia contribución de la tradición antigua.
Vemos sus efectos en el notable enriquecimiento cuantitativo de lecturas patrísticas mariológicas
en el ámbito de la liturgia de las Horas, en el recurso a textos venerables como el Rótulo de Rávena
(s. vi) para algunas fórmulas de la liturgia de adviento y en la utilización de la himnografía antigua
(pero dejando la posibilidad de adaptación a las diversas situaciones culturales). En un perfecto
equilibrio entre el maximalismo de las liturgias orientales clásicas —desde la bizantina, más
conocida, a la etiópica, tan característica por su sencilla ingenuidad— y el minimalismo de los
protestantes, tan reacios a admitir en sus servicios divinos el dato mariano por temor a oscurecer la
centralidad de Cristo, el rito romano ha conservado su noble característica de sobriedad en sus
referencias a María: en ellos se dice todo lo esencial sin ceder al minimalismo, al que obliga la
voluntad de encontrar compromisos a toda costa, y sin caer en excesos que son ajenos a su
tradición.
Nuevo leitmotiv de la actual teología mariana en sus relaciones con la liturgia es la representación
de la Virgen como modelo de la iglesia en el ejercicio del culto divino. Así la figura de María aparece
en el centro de una obligada recuperación de la conciencia de que nuestra participación en la
celebración de los santos misterios debe estar impregnada de fe, esperanza y caridad teologales,
disposiciones todas en las que María es modelo para la iglesia (MC 16). A partir de esta afirmación
[sobre la que volveremos -> infra, V, 2], Pablo VI ha podido enumerar una serie de actitudes
marianas típicas que son ejemplares para la iglesia en su ejercicio del culto divino: la escucha de la
palabra (MC 17), la oración (MC 18), la oblación (MC 20), el ejercicio de la maternidad espiritual (MC
19). En esta prospectiva las referencias explícitas o implícitas a María que hallamos en la liturgia no
sólo constituyen "un sólido testimonio del hecho de que la lex orandi de la iglesia es una invitación
a reavivar en las conciencias su lex credendi, y viceversa, la lex credendi de la iglesia requiere que
por todas partes se desarrolle lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo" (MC 56); sino
que resultan también estimulantes para la comprensión de la lex vivendi, en cuanto que la liturgia
exige ser vivida con actitudes teologales (de las que María es modelo), que luego se convierten en
culto espiritual en la vida cotidiana, ya que "María... es sobre todo modelo de aquel culto que
consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua... que cada uno puede volver
a escuchar..., pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando ella, anticipando en sí
misma la estupenda petición de la oración dominical: `Hágase tu voluntad'(Mt 6,10), respondió al
mensajero de Dios: `He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1,38)" (MC 21;
cf 57). María aparece, por consiguiente, como el modelo de una celebración litúrgica que luego sabe
traducirse en compromisos de vida evangélica, típica del verdadero discípulo del Señor 6. [Pero
sobre todo esto, como se ha indicado, volveremos más adelante.]
Adviértase, finalmente, que la plena recuperación teológica de la relación entre María y la iglesia
lleva consigo una nota de equilibrio en la devoción a la santísima Virgen. También en este campo
incumbe a la liturgia la tarea de ser culmen et fons (cf SC 10), por consiguiente momento fontal y
final de toda expresión de devoción mariana, y al mismo tiempo escuela de una devoción regulada;
y por tanto modelo también para otras formas de piedad, tanto en sus contenidos como en las
formas expresivas y en los consiguientes compromisos de vida. Sin querer restringir toda devoción
mariana a la sola liturgia, es necesario privilegiar su papel y hacer hincapié en el culto mariano
litúrgico con sus expresiones genuinas, seguras y ricas de doctrina y de piedad [-> infra, V, 3].
a) El magisterio de la iglesia. Los textos más significativos del Vat. II que establecen las bases para
una reflexión teológica en el sentido indicado son los siguientes: SC 103, sobre la presencia de María
en el año litúrgico; LG 66-67, sobre el culto de la santísima Virgen en la iglesia. A éstos se pueden
añadir LG 50, último párrafo, que recuerda la comunión de la iglesia terrena con la iglesia celeste en
la liturgia eucarística con una cita del canon romano; y UR 15, sobre el culto de los orientales a la
Madre de Dios.
De estos textos el más importante es sin duda SC 103, en cuanto establece un principio teológico
que va más allá de la referencia específica al año litúrgico. LG 66 traza brevemente el fundamento
del culto a María, que brota de su divina maternidad y del hecho de que ella "tomó parte en los
misterios de Cristo"; indica significativamente los orígenes de tal culto y su desarrollo a partir del
concilio de Efeso (431); precisa su naturaleza y finalidad. LG 67 establece algunas reglas pastorales,
entre las cuales sobresale la referencia a la liturgia como fuente y expresión genuina de este culto a
la Madre de Dios.
En todo caso, permanece fundamental el primer texto mariano del Vat. II, SC 103, donde se ofrece
el fundamento teológico de la relación entre María y la liturgia como celebración del misterio de
Cristo.
b) Unida con lazo indisoluble a la obra salv(fica de su Hijo. Estas palabras de SC 103 son esenciales
para la reflexión teológica que estamos haciendo y ofrecen la clave de comprensión de muchos
otros textos marianos del Vat. II. "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo,
la santa iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida
con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella la iglesia admira y ensalza el fruto más
espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella
misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103). Este texto, leído a la luz del precedente n. 102,
sobre la teología del año litúrgico como celebración del misterio de Cristo, y del siguiente 104, sobre
la memoria de los santos en el ciclo anual, explica bien el porqué de una presencia de María no tanto
en un ciclo litúrgico especial, sino en el único ciclo, que es el de la celebración del misterio de Cristo
y de la iglesia
El texto, no obstante, va más allá de la justificación de una presencia de María en el año litúrgico
para convertirse en el fundamento de la memoria de la Virgen en la liturgia en cuanto memorial,
presencia, actualización de la obra salvífica de Cristo, a la que María está indisolublemente unida.
Sobre el trasfondo de los nn. 5-8 de la SC, donde la liturgia viene descrita como misterio pascual de
Cristo y su presencia en la iglesia, el recuerdo de María en la liturgia adquiere un alcance mayor y
específico. María está indisoluble y activamente unida al cumplimiento del misterio de Cristo en la
encarnación, en la pasión-muerte-resurrección, en pentecostés, como ha desarrollado en otra
perspectiva LG 55-59 hablando de la función de María "en la economía de la salvación". También LG
66 alude a ello cuando afirma: "María... tomó parte en los misterios de Cristo". Allí donde se
recuerda y se hace presente la obra salvífica de Cristo, es justo que se recuerde igualmente a la
Virgen Madre, que estuvo unida indisolublemente con esta obra salvífica. La contribución personal
de María, querida por Dios, a la economía de la salvación se conmemora y se hace presente donde
se actualiza el misterio del Hijo. El principio enunciado en SC 103 permanece por ello válido no sólo
para el año litúrgico, sino también para la liturgia en general.
Por consiguiente, antes aun de hablar de una veneración dirigida específicamente a María en la
liturgia, se debe hacer resaltar su unión con el misterio de Cristo y su ejemplaridad con respecto a
la iglesia. Antes de ser objeto de culto María —como Cristo, pero en total dependencia del misterio
de Cristo— es sujeto de la liturgia, y siempre inspira las actitudes con las que deben vivirse los
misterios celebrados. Por eso "la santa iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre
de Dios..., en ella admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y... contempla
gozosamente... lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).
Esta centralidad de María en la liturgia junto con Cristo halla su confirmación en el hecho de que en
la génesis del culto mariano las primeras expresiones en las que María aparece vinculada a la liturgia
hacen referencia [como se verá -> infra, II] a la celebración de la eucaristía y del bautismo, al misterio
de la encarnación y al misterio pascual. El recuerdo de María resultará así normal siempre que la
predicación de la iglesia dentro de la liturgia hable del misterio de Cristo —como ocurre en la
homilética de los padres— y cuando el año litúrgico se desarrolle como celebración global de todo
el misterio de la salvación.
En la base de la reflexión teológica sobre el misterio de María celebrado en la liturgia está, por
consiguiente, su unión con el misterio y con los misterios de Cristo y su ejemplaridad respecto a la
iglesia. De aquí se sigue la especial veneración y el especial recuerdo de la Virgen María, ya que en
la liturgia se celebra la obra de la redención y María es su fruto más espléndido, en la liturgia se
espera la realización de las promesas de Cristo y en la Virgen se contempla ya el icono escatológico
iglesia. Todo esto ha hecho nacer, a través de múltiples factores de desarrollo, los textos eucológicos
marianos y las festividades marianas; pero los riachuelos no deben hacernos perder de vista el
manantial, que es la unión de María con el misterio de Cristo en el Espíritu y su cooperación a la
economía de la salvación; ni deben desviarnos de la meta, que es su ejemplaridad en la participación
en este misterio salvífico.