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“Hay muchas razones por las cuales la gente cree que hay libros que “deben”
leerse”, afirma Mikita Brottman en Contra la lectura, “pero sospecho que (…)
pueden resumirse en inseguridad intelectual, esnobismo, temores residuales de
clase, egoísmo y una especie de folclore supersticioso arraigado en la tradición”.
Ya ven que el concepto de “placer” está ausente del listado. El deseo voraz de leer
Joyce, por el contrario, solo estudió y escribió. Era un purasangre académico, con
un currículum más lineal que el de Harold, mi erizo casero (nacido en cautividad).
La mayoría de cronistas le pintan como el repelente levanta-dedos de la clase,
gafudo y empollón. De los jesuitas fue a la universidad y de ahí a dar clases y
soltar filípicas. Ni azada, ni revólver ni inmunda escobilla de váter ensuciaron sus
delicadas manos [1]. Nuestro amigo, cada vez más hogareño, bibliólatra y
temeroso (de los perros, las tormentas, los caballos y tal vez incluso su ropa
interior), se mudó de ciudad europea a ciudad europea, conociendo solo a los
fulanos más funestos de cada destino (Ezra Amo a Hitler Pound, WB Odio a la
clase obrera Yeats, el envarado Wyndham Lewis…) y, suponemos, encargando
comida a domicilio para no mezclarse con la plebe. A lo largo de su vida estallaron
dos guerras mundiales, pero a JJ le pillaron fuera, y saltaba el contestador (de la
Gran Guerra solo comentó: “Ah, sí, he oído decir que hay una guerra por ahí”). JJ
murió en 1941 en Zúrich, ciudad neutral (cómo no), de una peritonitis. Su
fantasma, sin embargo, sigue atormentándonos gracias a los críticos literarios,
que lo sacan a relucir cada vez que de un texto no se entiende un pijo.
Solo existe una forma de entender qué farfulla Joyce en Ulises, y es hincando los
codos cual estudiante de medicina (¡oh, no!). El escritor recomendaba
familiarizarse con La Odisea antes de atreverse con su novela, y otros críticos
sugerían leer obras previas del autor como Dublineses y Retrato de un artista
adolescente. Tampoco está de más, según he podido comprobar, empaparse de
historia de Irlanda desde la guerra de las Galias, tener a mano un diccionario de
slang antañón, un Latín-Francés-Español robusto y, a ser posible, un submarino
microscópico con máquina del tiempo para viajar a 1921, al interior de la mente
del autor, y así estar seguros de que no se nos escapa nada. José María Valverde,
quien tradujo y anotó la edición de Lumen, llama a todo esto “apoyatura
Los otros dos personajes son Molly, esposa de Bloom, y el joven Stephen Dedalus
(estudiante pedantuelo e insufrible, dado a declamar sin provocación previa [4]).
Los tres hablan, comen, piensan y “flanean”, de un amanecer al siguiente. Ya está.
No combaten contra mortífagos ni amaestran dragones, ni siquiera pequeñitos. Si
a ustedes no les salen las cuentas (24 horas-717 páginas) no se preocupen,
porque, como ya les he dicho, no se trata de eso. Jamás sabremos si hubo una
historia ahí, debajo de las capas de erudición celulítica, pues no sobrevivió al
Tratamiento Joyce: un pesticida de culteranismo y rimbombancia que mataba
todo gozo y todo impulso.
Se lo ilustraré con un símil moderno: imaginen que Matt Groening decide lanzar
Futurama, pero con comentario obligatorio para cada referencia cultural o
histórica. Además, al empezar a grabar se vuelve loco y empieza a sonar como un
cineasta estonio de arte y ensayo. Gangoso. Aquejado de una rara modalidad de
glosolalia que consiste en hablar lenguas desconocidas en pentámetro yámbico. Y
pongamos que Groening, ahora cineasta estonio tartamudo (acabo de decidir que
lo era, además de gangoso), se cansa de comentar la serie, y sin previo aviso, a
mitad de capítulo, empieza a leer el listín telefónico de Tallin, el Manual Completo
de Mitos Griegos y la Biblia. Y a ratos, una lista exhaustiva de sus compañeros de
estudios desde P3. Y los nombres de los padres, del claustro escolar de cada
curso y de toda la AMPA. Y un nutrido bloque de bromas privadas que solo puede
comprender un antiguo compañero de piso llamado, pongamos, Heino Ivanov.
Fallecido. Y pongamos también que de repente Groening Cineasta Estonio
Afónico (una corriente de aire traicionera había sumado afonía a la gangosez y el
tartamudeo) se aburre del capítulo real, y lo apaga, dejando solo su comentario en
crudo. Y el comentario se extiende durante horas, y horas, y horas, mucho más
allá de los treinta minutos de metraje original, hasta tal punto que la historia
nuclear desaparece por completo, y solo queda el autor, hablando para sí mismo,
sin ninguna ambición de comunicar o emocionar o divertir. Solo él, allí, dando la
chapa y dándose aires.
Pues bien, eso es Ulises. Pónganlo en su pipa y fúmenselo, si les van esas cosas.
Les escucho carcajearse. Alguno en las últimas filas incluso ha cantado lo de
Despacito en modo reguetón. Es una reacción común, no se inquieten. Quiero que
comprendan que si este fragmento resulta hilarante no es porque esté sacado de
contexto. Todo el libro suena así. O peor. El propio JM Valverde, con palpable
desánimo, recomienda saltarse entero el capítulo 9 (una disquisición de Dedalus
sobre todas las obras de Shakespeare que les acercará al concepto de eternidad)
y, con la boca pequeña, añade que el capítulo 14 —escrito en forma de parodia
encadenada de todos los estilos de literatura inglesa— “no deja de tener algún
interés” para el lector hispano. Algún. Santo cielo, gracias por los ánimos, JM.
¿Cómo se supone que tenemos que llevar nosotros a buen puerto la lectura de
este artefacto, si su fan #1 y máximo valedor casi nos está confesando que está
hasta el moño de él?
Pero hay más. En el capítulo 12 entra un narrador sin nombre que luego se larga
sin haberse presentado. El 17 está escrito en forma de catecismo (Joyce, sin
ironía alguna, lo definió como “una sublimación matemático-astronómico-físico-
mecánico-geométrico-química de Bloom y Stephen”). El 10 son diecinueve
descripciones de personajes menores paseando por Dublín, sin razón aparente. Y
el 18, el definitivo Fuck You al lector, es un monólogo interior sin puntuación. De
cuarenta y cinco páginas.
No parece que quede mucho más que añadir. Lean Ulises si lo desean, pero sepan
que en cada página encontrarán párrafos como el que sigue (les invito a leerlo en
voz alta para sus amigos):
“Sus labios labiaron y boquearon labios de aire sin carne: boca para el vientre de
ella. Entre, omnienventrador antro. Su boca molde moldeó aliento que salía,
inverbalizado: uuiijáh: rugido de planetas cataráticos, globados, incandescentes,
rugiendo allávaallávaallávaalláva. Papel”.
[1] En 1904, por eso, se presentó a un concurso de canto y ganó el tercer premio. Abandonó el
escenario en plena rabieta, pues estaba en desacuerdo con algunas reglas del premio.
[2] Tuvo que inventarse un neologismo pedante para no utilizar “corriente de conciencia” o
“monólogo interior”, que eran los términos aceptados.
[3] Sí: hay salacidad a destajo en Ulises. Vaginas, onanismo, ventosidades. Pero ustedes no
disfrutarán nada de esto, porque está sepultado entre párrafos de jerigonza inexpugnable.
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