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autor : Alejandra Laera

Para leer a un viajero colonial: la distancia poética


Derrotero y viaje a España y las Indias. 1535-1554, de Ulrico (Utz) Schmidl, Paraná, EDUNER, 2016. Introducción, cronología, bibliografía y notas
de Loreley El Jaber.

La introducción que hace Loreley El Jaber al Derrotero y viaje a España y las Indias de Ulrico Shmidl (publicado en 1567 en Frankfurt) tiene dos epígrafes. Quiero
decir: ella elige abrir su lectura, sus palabras sobre ese libro que preparó durante varios años pero que no escribió ella sino Ulrico, con dos citas. Dos citas que a primera vista son
bien diferentes. La primera dice así: “La distancia no es una zona segura sino un campo de tensión”. Y la segunda: “Ulrico: ... Ya no soy de mí”. La primera es de Theodor Adorno,
el filósofo alemán (del ensayo Minima moralia, 1951), y la segunda es de Diana Bellessi, la poeta argentina nacida en Santa Fe (la pieza poética “Ulrico”, 1985). No eligió Loreley,
como podría haberlo hecho entre opciones más previsibles, la cita de un historiador (Fernand Braudel podría haber sido, o Stephen Greenblatt) o de algún colonialista (¿por qué no
Rolena Adorno?) pero tampoco la cita cantada (Saer, como para elegir: El entenado o El río sin orillas). No. En cambio, elige estas dos bellas citas, la del filósofo alemán y la de la
poeta santafesina y, así, pone su lectura de Ulrico, de este soldado mercenario alemán entre conquistadores españoles y después entre indios, de este aventurero, de este “busca” que
no entiende la lengua, que quién sabe qué entiende, qué habrá entendido, la pone, decía, entre el ensayo teórico y la poesía.

En el medio, está ella, Loreley El Jaber, con su Ulrico, con sus datos, sus archivos, sus libros de historia, sus colonialistas, con sus fechas y con sus mapas y con sus
grabados, con sus investigaciones, con su bibliografía, con su erudición. Pero a esta editora (y gracias a ella, ¡a Ulrico!) la protegen la teoría y la poesía... La protegen del archivo
parlante, del historicismo autosuficiente. Como si dijéramos: la protegen con una sensibilidad que lo es a la vez del terreno de las ideas y del lenguaje. Loreley El Jaber hace otra
cosa, como ha hecho desde Un país malsano. La conquista del espacio en las crónicas del Río de la Plata (siglos XVI y XVII) (2012), o casi otra cosa, con esos maravillosos pero
serios, abigarrados, difíciles materiales de literatura colonial con los que viene trabajando desde hace casi veinte años. O en todo caso, lo que hace es internarse en la espesura de lo
maravilloso y ver qué encuentra ahí.

De Adorno toma la noción de “distancia”, entendida como “campo de tensión” y no como “zona segura”, para explotarla material y simbólicamente: la distancia en el
espacio que separa la Alemania de Ulrico de ese incomprensible Río de la Plata; la distancia en el tiempo que separa el retorno de Ulrico a su país de la escritura y la publicación
del Derrotero; la distancia, me animo a agregar impulsada por la propia introducción de El Jaber, entre ese soldado alemán que se suma a la expedición del adelantado español
Pedro de Mendoza con la fantasía de enriquecerse en tierras lejanas, y el hombre que, siendo ya otro hombre, aprovecha la oportunidad que increíblemente le da el mundo de los
libros, ante la creciente curiosidad por la literatura de viajes, de contar esa experiencia: la del viaje transatlántico, la del fracaso, el hambre, las muertes, la antropofagia, la de
conocer a unos indios que seguramente eran muy diferentes de lo que había imaginado.

Esta distancia es en parte, creo, lo que Loreley toma de la cita de Diana Bellessi (“Ulrico: ... Ya no soy de mí”): un hombre que ha dejado de ser quien era, que ha
dejado de pertenecerse, que después de esos veinte años alejado de Europa ya es, él mismo, Otro. El relato de esa conversión, podríamos decir siguiendo el derrotero de Loreley en
este libro (que evoca también el derrotero fascinante de Un país malsano, en el que Ulrico convivía con Ruy Díaz de Guzmán y con Álvar Núñez), es este libro de viajes que
escribió Ulrico, en el que, a su vez, se entrega a sus lectores, quienes serán, para la época, muchos. Y serán bastante variados si tenemos en cuenta la cantidad de ediciones que
hubo desde la primera hasta las de finales del siglo XVI, y también las lenguas y modos en los que el texto fue presentado, notablemente, con las tan bellas como insólitas
ilustraciones de Hulsius para la edición en latín o las de De Bry para la edición en alemán. “Ya no soy de mí”, por lo tanto, quiere decir, además, que “soy” de esos lectores que,
aun cuando asistan a una conversión, contada discreta y parcamente, están atentos, ante todo, a lo que se cuenta de ese espacio distante, de sus habitantes, de sus costumbres, a lo
que se ofrezca como maravilla, aventura y exotismo, tal cual nos recuerda oportunamente la introducción.

¿Qué les interesará más a esos lectores? ¿El relato somero de la escena canibalista o antropofágica (que ha podido ser, aunque nunca llegó a serlo del todo, fundacional
para la cultura argentina), en el que unos españoles comen a otros para matar el hambre, o la historia de secretos y traiciones que debaten a Ulrico entre su capitán Domingo de Irala
o el nuevo Adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, reemplazante del ya ausente Pedro de Mendoza? ¿Qué les habrá interesado más a los lectores europeos? ¿Saber cómo era ese
mar lleno de “peces voladores”, como registra Ulrico casi al comienzo de su viaje, o enterarse de que esas mujeres lejanas, allá en Río de la Plata, como lo nombra, apenas cubrían
“sus partes” mientras dejaban ver sus cuerpos desnudos? ¿Y qué nos interesa hoy más? ¿El registro de las acciones conquistadoras o las descripciones en las que Ulrico insiste en
señalar que las mujeres eran lindas “a su manera” (expresión que usa muchísimas veces y que excede toda retórica: más bien ahí se puede leer un modo de expresar, si no todavía la
diferencia o la otredad, sí una cierta relatividad avant la lettre o directamente una novedad? En definitiva: en este casi medio milenio desde la escritura del Derrotero y viaje a
España y las Indias hasta hoy, ¿qué cambios hay, también, en aquello que buscamos en el relato de Ulrico Schmidl?

Y acá vuelvo a la cita de Bellessi. Porque así como ese “... Ya no soy de mí” supone la entrega a los lectores, además, y sobre todo, en la frase se cifra, creo, la historia
que cuenta Loreley que cuenta Ulrico en su relato de viajes. Ahora bien: ¿dónde está todo eso en la introducción, que como señalé es la lectura que hace Loreley del libro que
escribió Ulrico? Está precisamente en el modo en el que nos cuenta la historia de Ulrico: en el modo en el que combina un aparato erudito, un trabajo fino con los archivos, con
poesía, con una sensibilidad para comprender a ese hombre que dio a conocer su viaje a través de la letra. Radica en el hecho de que esa crítica que practica Loreley El Jaber, una
crítica que tiene como uno de sus rasgos la modulación teórica antes que histórica, está pasada por un tamiz explicativo en el que nada queda librado a una jerga ni teoricista ni
academicista. El Derrotero de Ulrico nos es entregado lleno de información, con todos los datos, pero a la vez claro, preciso, explicado. Y en medio de eso, de ese aire que la
explicación le da a la información, aparece la poesía, impulsada por, como anuncié, una sensibilidad particular. Porque Loreley (“... Ya no soy de mí”, decía el Ulrico de Diana
Bellessi) se hace de esa primera persona que se siente ajena y se la adueña. La poesía está, en parte, entonces, en un búsqueda por sentir lo que habrá sentido Ulrico: ¿qué habrá
sentido ese hombre, esos hombres, que no encontraron lo que buscaban pero encontraron otra cosa? El hambre, la antropofagia... pero, primero de todo, el río inútil... el Río de la
Plata, el de aguas inservibles para apagar la sed. En esa misma línea, uno de los momentos más sugestivos de la introducción es cuando se muestra que otro río, el Paraná, no puede
ser paisaje, no puede convertirse en tal por las mismas condiciones en las que está el viajero a esa altura de su viaje. Y digo que es sugestivo porque no se trata de que haber
asumido una perspectiva desde el río para reconocer que allí no hay paisaje sino que es solo un espacio; se trata, en cambio, de asumir la perspectiva del viajero y comprender por
qué ese hombre no puede ver allí, allí donde todos tenderíamos a ver un paisaje, allí donde de hecho se ve un paisaje al que podríamos llamar País del Sauce, como se llama la
hermosa colección de la editorial EDUNER dedicada al Paraná, que incluye entre sus títulos este nuevo Derrotero ulriqueano editado por Loreley El Jaber.

A esta altura, es preciso aclarar por qué esta insistencia en hablar de la introducción de Loreley, de su mirada crítica, del modo en que nos entrega, o devuelve, este
Ulrico, y no tanto del propio Ulrico. Y es que estos libros, los libros de la colección El país del sauce son algo más que ediciones anotadas: son libros de autor/a. Y lo son como
cuando uno habla de cine de autor: porque allí puede observarse una marca personal, puede reconocerse una mirada, una mano especial. Es cierto que no es algo que se aclara sobre
la literatura, aun cuando sea de un autor mercantilizado, pero sí puede aplicar a una edición, a una edición amorosamente cuidada, como lo es en este caso por Loreley El Jaber, que
la convierte exactamente en eso, en lo que estoy llamando un libro de autor/a.

Este Derrotero de Ulrico Schmidl editado por Loreley tiene, además de la introducción, tres apéndices que lo acompañan e ilustran: documental, cartográfico e
iconográfico, que entablan un diálogo fluido y enriquecedor con el relato de Ulrico y con la presentación de la editora. Así, el volumen consta de un tupido apéndice documental
con relevantes documentos y hasta mapas; de las escenas hermosamente ilustradas en los grabados de Hulsius y de De Bry (el hambre y el sitio en Buenos Aires; los timbúes y los
carios; los combates y el naufragio, entre otras); y consta de numerosas notas al pie y al final. En primer lugar, aquellas puestas al pie, correspondientes a la traducción de Edmundo
Wernicke de 1938 y a la corregida por él de 1950, cuyo texto es el utilizado en esta ocasión. En segundo lugar, otro cuerpo de notas, ubicadas al final del texto, que son las que
redactó especialmente la editora tras una investigación exhaustiva y que sirven, como suele ocurrir, a modo de explicación, comentario o aclaración del cuerpo textual principal.
Pero hay algo más: estas notas, que son más de doscientas pequeñas entradas (históricas, culturales, geográficas, filológicas, biográficas, literarias), pueden leerse de corrido
prescindiendo no del texto de Ulrico pero sí del cotejo con ese texto. Imbuidos del relato de Ulrico, los lectores podemos sumergirnos después en las notas escritas por Loreley y
pasarla bárbaro (¡y nunca mejor usada la palabra!). Todo esto (la introducción, los apéndices, la cronología, las notas) hacen del Derrotero y viaje por España y las Indias de Ulrico
Schmidl de la colección El país del sauce, un libro especial y único: un libro de autora. Un libro que, además de un público más amplio, aquel atraído por los libros de viajes,
tampoco puede dejar de leer el público académico que conoció Un país malsano, el libro sobre los cronistas coloniales en el Río de la Plata. Porque entre ambos hay un diálogo en
voz baja, una conversación.
Pero si Un país malsano, que también participaba de ese tono peculiar de Loreley El Jaber, se jugaba, obviamente, por la argumentación académica, este Derrotero se
juega por una tercera persona con entonación entre ensayística y poética que la lleva directamente a la poesía, una poesía que, anunciada en algunos poemas de La espesura (2016),
ahora parece abrirse a una nueva exploración. Y es la poesía de ella misma que avanza en otro escrito, que poco después de la aparición de su edición de Ulrico decidió compartir
por Facebook. Me refiero a su “Historia del río”, con la que bien puede culminar la aproximación a esta nueva publicación del Derrotero y viaje a España y las Indias:

Y de repente
el río se desmadra
los hombres caminan
se hunden
sienten el barro
en su sangre
El agua marrón
es el único escenario
y la pesadez de sus piernas
la espesura
cada vez más gruesa
cada vez más oscura
De vez en cuando alguno
levanta la cara y mira esa tierra
hecha agua
y se mira
luchando contra un río
impetuoso
y se sabe
desdibujado triste
perdido
En esa caminata en la que
casi no
se avanza
en ese sendero aguado
en ese río fuera de cauce
hay una historia
unos cuerpos amarronados
deshechos en silencio
Un relato.

(Actualización mayo – junio / BazarAmericano)

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