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Profesores: Steffy Fernández, Epifanio Ayquipa, Dalia Valle, Rosa M. De la Cruz Grado: 3° sec.

A-B-C-D-E-F-G-H-I Área: Comunicación


—¿Estás viendo al Wamani
“Rasu-Ñiti” se estaba vistiendo. Sí. Se estaba
Estaba tendido en el suelo, sobre una cama de sobre mi cabeza? —preguntó el bailarín a su mujer.
poniendo la chaqueta ornada de espejos.
pellejos. Un cuero de vaca colgaba de uno de los Ella levantó la cabeza.
— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer,
maderos del techo. Por la única ventana que tenía la —Está —dijo—. Está tranquilo.
respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo
habitación, cerca del mojinete, entraba la luz grande —¿De qué color es?
contemplaron temblorosas.
del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un —Gris. La mancha blanca de su espalda está
—El corazón avisa, mujer. Llamen al “Lurucha” y a
lado de la cama del bailarín. La otra sombra, la del ardiendo.
don Pascual. ¡Qué vayan ellas!
resto de la habitación, era uniforme. No podía —Así es. Voy a despedirme. ¡Anda tú a bajar los
Corrieron las dos muchachas.
afirmarse que fuera oscuridad; era posible distinguir tipis de maíz del corredor! ¡Anda!
La mujer se acercó al marido.
las ollas, los sacos de papas, los copos de lana; los La mujer obedeció. En el corredor de los maderos
—Bueno. ¡Wamani2 está hablando! —dijo él— Tú
cuyes, cuando salían algo espantados de sus huecos y del techo, colgaban racimos de maíz de colores. Ni la
no puedes oír. Me habla directo al pecho. Agárrame
exploraban en el silencio. La habitación era ancha nieve, ni la tierra blanca de los caminos, ni la arena
el cuerpo. Voy
para ser vivienda de un indio. del río, ni el vuelo feliz de las parvadas de palomas en
a ponerme el pantalón. ¿A dónde está el sol? Ya
Tenía una troje. Un altillo que ocupaba no todo el las cosechas, ni el corazón de un becerro que juega,
habrá pasado mucho el centro del cielo.
espacio de la pieza, sino un ángulo. Una escalera de tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos
—Ha pasado. Está entrando aquí. ¡Ahí está!
palo de lambras servía para subir a la troje. La luz del racimos. La mujer los fue bajando, rápida pero
Sobre el fuego del sol, en el piso de la habitación,
sol alumbraba fuerte. Podía verse cómo varias ceremonialmente.
caminaban unas moscas negras.
hormigas negras subían sobre la corteza del lambras Se oía ya, no tan lejos, el tumulto de la gente que
—Tardará aún la chiririnka3 que viene un poco
que aún exhalaba perfume. venía a la casa del bailarín.
antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a
—El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy Llegaron las dos muchachas. Una de ellas había
oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a
oyendo la cascada de Saño. ¡Estoy listo! Dijo el tropezado en el campo y le salía sangre de un dedo
estar bailando.
dansak’ “Rasu-Ñiti”. del pie. Despejaron el corredor. Fueron a ver después
Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en
Se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero al padre.
la escalera y en los hombros de su mujer. Se calzó las
en que guardaba su traje de dansak’ y sus tijeras de Ya tenía el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su
zapatillas. Se puso el tapabala y la montera. El
acero. Se puso el guante en la mano derecha y rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido
tapabala estaba adornado con hilos de oro. Sobre las
empezó a tocar las tijeras. del cuerpo, resaltaba, porque todo el traje de color y
inmensas faldas de la montera, entre cintas labradas,
Los pájaros que se espulgaban tranquilos sobre el luces y la gran montera lo rodeaban, se diluían para
brillaban espejos en forma de estrella. Hacia atrás,
árbol de molle, en el pequeño corral de la casa, se alumbrarlo; su rostro cetrino, no pálido, cetrino duro,
sobre la espalda del bailarín, caía desde el sombrero
sobresaltaron. casi no tenía expresión. Sólo sus ojos aparecían
una rama de cintas de varios colores.
La mujer del bailarín y sus dos hijas que hundidos como en un mundo, entre los colores del
La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los
desgranaban maíz en el corredor, dudaron. traje y la rigidez de los músculos.
pies. ¡Estaba ya vestido con todas sus insignias! Un
— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese —¿Ves al Wamani en la cabeza de tu padre? —
pañuelo blanco le cubría parte de la frente. La seda
canto de dentro de la montaña? —preguntó la mayor. preguntó la mujer a la mayor de sus hijas.
azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja del
—¡Es tu padre! —dijo la mujer. Las tres lo contemplaron, quietas.
pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que
Porque las tijeras sonaron más vivamente, en —No —dijo la mayor.
fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del
golpes menudos. —No tienes fuerza aún para verlo. Está tranquilo,
indio Pedro Huancayre, el gran dansak’ “Rasu-Ñiti”,
oyendo todos los cielos; sentado sobre la cabeza de
Corrieron las tres mujeres a la puerta de la tu padre. La muerte le hace oir todo. Lo que tú has
cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era luz de
habitación. padecido; lo que has bailado; lo que más vas a sufrir.
las fiestas de centenares de pueblos.
—¿Oye el galope del caballo del patrón?
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—Sí oye —contestó el bailarín, a pesar de que la junto a las campanas. Bajó luego. Desde dentro de la familias. Los pueblos grandes estaban a pocas leguas.
muchacha había pronunciado las palabras en voz torre se oía el canto de sus tijeras; el bailarín iría Tras de los músicos venía un pequeño grupo de
bajísima—. ¡Sí oye! También lo que las patas de ese buscando a tientas las gradas en el lóbrego túnel. Ya gente.
caballo han matado. La porquería que ha salpicado no volverá a cantar el mundo en esa forma, todo —¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el
sobre ti. Oye también el crecimiento de nuestro dios constreñido, fulgurando en dos hojas de acero. Las dansak’ desde la habitación.
que va a tragar los ojos de ese caballo. Del patrón no. palomas y otros pájaros que dormían en el gran —Sí, lo veo. Es cierto. Es tu hora.
¡Sin el caballo él es sólo excremento de borrego! eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre —¡“Atok’ sayku”! ¿Lo ves?
Empezó a tocar las tijeras de acero. Bajo la sombra “Untu” se balanceaba en el aire. Cantaron El muchacho se paró en el umbral y contempló la
de la habitación la fina voz del acero era profunda. pequeñitos, jubilosamente, pero junto a la voz del cabeza del dansak’.
—El Wamani me avisa. ¡Ya vienen! —dijo. acero y a la figura del dansak’ sus gorjeos eran como —Aletea no más. No lo veo bien, padre.
—¿Oyes, hija? Las tijeras no son manejadas por los una filigrana apenas perceptible, como cuando el —¿Aletea?
dedos de tu padre. El Wamani las hace chocar. Tu hombre reina y el bello universo solamente, parece, —Sí, maestro.
padre sólo está obedeciendo. lo orna, le da el jugo vivo a su señor. —Está bien. “Atok’ sayku” joven.
Son hojas de acero sueltas. Las engarza el dansak’ El genio de un dansak’ depende de quién vive en — Ya siento el cuchillo en el corazón. ¡Toca! —le
por los ojos, en sus dedos y las hace chocar. Cada él: ¿el “espíritu” de una montaña (Wamani); de un dijo al arpista.
bailarín puede producir en sus manos con ese precipicio cuyo silencio es transparente; de una cueva “Lurucha” tocó el jaykuy (entrada) y cambió
instrumento una música leve, como de agua de la que salen toros de oro y “condenados” en andas enseguida al sisi nina (fuego hormiga), otro paso de la
pequeña, hasta fuego: depende del ritmo, de la de fuego? O la cascada de un río que se precipita de danza.
orquesta y del “espíritu” que protege al dansak’. todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, “Rasu-Ñiti” bailó, tambaleándose un poco. El
Bailan solos o en competencia. Las proezas que o un insecto volador que conoce el sentido de pequeño público entró en la habitación. Los músicos
realizan y el hervor de su sangre durante las figuras abismos, árboles, hormigas y el secreto de lo y el discípulo se cuadraron contra el rayo de sol.
de la danza dependen de quién está asentado en su nocturno; alguno de esos pájaros “malditos” o “Rasu-Ñiti” ocupó el suelo donde la franja de sol era
cabeza y su corazón, mientras él baila o levanta y “extraños”, el hakakllo, el chusek, o el San Jorge, más baja. Le quemaban las piernas. Bailó sin hervor,
lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes negro insecto de alas rojas que devora tarántulas. casi tranquilo, el jaykuy; en el “sisi nina” sus pies se
con leznas o camina en el aire por una cuerda tendida “Rasu-Ñiti” era hijo de un Wamani grande, de avivaron.
desde la cima de un árbol a la torre del pueblo. una montaña con nieve eterna. Él, a esa hora, le —¡El Wamani está aleteando grande; está
Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro y había enviado ya su “espíritu”: un cóndor gris cuya aleteando! —dijo “Atok’ sayku”, mirando la cabeza
rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una soga espalda blanca estaba vibrando. del bailarín.
movediza en el cielo, tocando sus tijeras. El canto del Llegó “Lurucha”, el arpista del dansak’, tocando; le Danzaba ya con brío. La sombra del cuarto empezó
acero se oía más fuerte que la voz del violín y del seguía don Pascual, el violinista. Pero el “Lurucha” a hen-chirse como de una cargazón de viento; el
arpa que tocaban a mi lado, junto a mí. Fue en la comandaba siempre el dúo. Con su uña de acero dansak’ renacía. Pero su cara, enmarcada por el
madrugada. El padre “Untu” aparecía negro bajo la hacía estallar las cuerdas de alambre y las de tripa, o pañuelo blanco, estaba más rígida, dura; sin
luz incierta y tierna; su figura se mecía contra la las hacía gemir sangre en los pasos tristes que tienen embargo, con la mano izquierda agitaba el pañuelo
sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos también las danzas. rojo, como si fuera un trozo de carne que luchara. Su
rendía, iba del cielo al mundo, a los ojos y al latido de Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok’ montera se mecía con todos sus espejos; en nada se
los millares de indios y mestizos que lo veíamos sayku”4, el discípulo de “Rasu-Ñiti”. También se había percibía mejor el ritmo de la danza. “Lurucha” había
avanzar desde el inmenso eucalipto de la torre. Su vestido. Pero no tocaba las tijeras; caminaba con la pegado el rostro al arco del arpa. ¿De dónde bajaba o
viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la cabeza gacha. ¿Un dansak’ que llora? Sí, pero lloraba brotaba esa música? No era sólo de las cuerdas y de
torre cuando el sol encendía la cal y el sillar blanco para adentro. Todos lo notaban. la madera.
con que estaban hechos los arcos. Danzó un instante “Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de veinte —¡Ya! ¡Estoy llegando! ¡Estoy por llegar! —dijo con
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voz fuerte el bailarín, pero la última sílaba salió como más impulso para seguir el ritmo lento, como el otros indios estaban mudos; permanecieron más
traposa, como de la boca de un loro. arrastrarse de un gran río turbio, del yawar mayu éste rígidos. ¿Qué iba a suceder luego? No les habían
Se le paralizó una pierna que tocaban “Lurucha” y don Pascual? “Lurucha” ordenado que salieran afuera.
—¡Está el Wamani! ¡Tranquilo! —exclamó la mujer aquietó el endiablado ritmo de este paso de la danza. —¡El Wamani está ya sobre el corazón! —exclamó
del dansak’ porque sintió que su hija menor Era el yawar mayu, pero lento, hondísimo; sí, con la “Atok’ sayku”, mirando.
temblaba. figura de esos ríos inmensos, cargados con las “Rasu-Ñiti” dejó caer las tijeras. Pero siguió
El arpista cambió la danza al tono de Waqtay (la primeras lluvias; ríos, de las proximidades de la selva moviendo la cabeza y los ojos.
lucha). “Rasu-Ñiti” hizo sonar más alto las tijeras. Las que marchan también lentos, bajo el sol pesado en El arpista cambió de ritmo, tocó el illapa vivon (el
elevó en dirección del rayo de sol que se iba alzando. que resaltan todos los polvos y lodos, los animales borde del rayo). Todo en las cuerdas de alambre, a
Quedó clavado en el sitio; pero con el rostro aún más muertos y árboles que arrastran, indeteniblemente. Y ritmo de cascada. El violín no lo pudo seguir. Don
rígido y los ojos más hundidos, pudo dar una vuelta estos ríos van entre montañas bajas, oscuras de Pascual adoptó la misma actitud rígida del pequeño
sobre su pierna viva. Entonces sus ojos dejaron de ser árboles. No como los ríos de la sierra que se lanzan a público, con el arco y el violín colgándole de las
indiferentes; porque antes miraba como en abstracto, saltos, entre la gran luz; ningún bosque la mancha y manos.
sin precisar a nadie. Ahora se fijaron en su hija mayor, las rocas de los abismos les dan silencio. “Rasu-Ñiti” movió los ojos; la córnea, la parte
casi con júbilo. “Rasu-Ñiti” seguía con la cabeza y las tijeras este blanca, parecía ser la más viva, la más lúcida. No
—El dios está creciendo. ¡Matará al caballo! —dijo. ritmo denso. Pero el brazo con que batía el pañuelo causaba espanto. La hija menor seguía atacada por el
Le faltaba ya saliva. Su lengua se movía como empezó a doblarse; murió. Cayó sin control, hasta ansia de cantar, como solía hacerlo junto al río
revolcándose en polvo. tocar la tierra. grande, entre el olor de flores de retama que crecen
—¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me dice Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas. a ambas orillas. Pero ahora el ansia que sentía por
que eres de maíz blanco. De mi pecho sale tu tonada. —¡El Wamani aletea sobre su frente! —dijo “Atok’ cantar, aunque igual en violencia, era de otro sentido.
De mi cabeza. sayku”. ¡Pero igual en violencia!
Y cayó al suelo. Sentado. No dejó de tocar las —Ya nadie más que él lo mira —dijo entre sí la Duró largo, mucho tiempo, el “illapa vivon”.
tijeras. La otra pierna se le había paralizado. esposa—. Yo ya no lo veo. “Lurucha” cambiaba la melodía a cada instante, pero
Con la mano izquierda sacudía el pañuelo rojo, “Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu. Parecía no el ritmo. Y ahora sí miraba al maestro. La danzante
como un pendón de chichería en los meses de viento. que tocaban campanas graves. El arpista no se llama que brotaba de las cuerdas de alambre de su
“Lurucha”, que no parecía mirar al bailarín, esmeraba en recorrer con su uña de metal las arpa, seguía como sombra el movimiento cada vez
empezó el yawar mayu (río de sangre), paso final que cuerdas de alambre; tocaba las más extensas y más extraviado de los ojos del dansak’; pero lo
en todas las danzas de indios existe. gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo oírse entonces el seguía. Es que “Lurucha” estaba hecho de maíz
El pequeño público permaneció quieto. No se oían canto del violín más claramente. blanco, según el mensaje del Wamani. El ojo del
ruidos en el corral ni en los campos más lejanos. ¿Las A la hija menor le atacó el ansia de cantar algo. bailarín moribundo, el arpa y las manos del músico
gallinas y los cuyes sabían lo que pasaba, lo que Estaba agitada, pero como los demás, en actitud funcionaban juntos; esa música hizo detenerse a las
significaba esa despedida? solemne. Quiso cantar porque vio que los dedos de hormigas negras que ahora marchaban de perfil al
La hija mayor del bailarín salió al corredor, su padre que aún tocaban las tijeras iban agotándose, sol, en la ventana. El mundo a veces guarda un
despacio. Trajo en sus brazos uno de los grandes que iban también a helarse. Y el rayo de sol se había silencio cuyo sentido sólo alguien percibe. Esta vez
racimos de mazorcas de maíz de colores. Lo depositó retirado casi hasta el techo. El padre tocaba las tijeras era por el arpa del maestro que había acompañado al
en el suelo. Un cuy se atrevió también a salir de su revolcándolas un poco en la sombra fuerte que había gran dansak’ toda la vida, en cien pueblos, bajo miles
hueco. Era macho, de pelo encrespado; con sus ojos en el suelo. de piedras y de toldos.
rojísimos revisó un instante a los hombres y saltó a “Atok’ sayku” se separó un pequeñísimo espacio, “Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo.
otro hueco. Silbó antes de entrar. de los músicos. La esposa del bailarín se adelantó un La montera le alumbraba con sus espejos.
“Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué tomó medio paso de la fila que formaba con sus hijas. Los “Atok’ sayku” salió junto al cadáver. Se elevó ahí
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mismo, danzando; tocó las tijeras que brillaban. Sus “Lurucha” inventó los ritmos más intrincados, los “Rasu-Ñiti”.
pies volaban. Todos estaban mirando. “Lurucha” tocó más solemnes y vivos. “Atok’ sayku” los seguía, se —No muerto. ¡Ajajayllas! —exclamó la hija menor
el lucero kanchi (alumbrar de la estrella), del wallpa elevaban sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus —. No muerto. ¡Él mismo! ¡Bailando!
wak’ay (canto del gallo) con que empezaban las espejos, su montera, todo en su sitio. Y nadie volaba “Lurucha” miró profundamente a la muchacha. Se
competencias de los dansak’, a la media noche. como ese joven dansak’; dansak’ nacido. le acercó, casi tambaleándose, como si hubiera
—¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, —¡Está bien! —dijo “Lurucha”—. ¡Está bien! tomado una gran cantidad de cañazo.
aleteando! —dijo el nuevo dansak’. Wamani contento. Ahistá en tu cabeza, el blanco de —¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues,
Nadie se movió. su espalda como el sol del medio día en el nevado, necesita cóndor! ¡Dansak’ no muere! — le dijo.
Era él, el padre “Rasu-Ñiti”, renacido, con tendones brillando. —Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es
de bestia tierna y el fuego del Wamani, su corriente —¡No lo veo! —dijo la esposa del bailarín. Wamani.
de siglos aleteando. —Enterraremos mañana al oscurecer al padre

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


Nació el 18 de enero de 1911 en Andahuaylas, Apurímac.
Hijo de hijo del abogado Víctor Manuel Arguedas Arellano un abogado y de y de Victoria Altamirano Navarro, de acaudalada familia. A los dos años de edad quedó huérfano de madre. Criado por sirvientes indios,
aprendió lenguas andinas.
Cursó estudios de primaria en San Juan de Lucanas, Puquio y Abancay y los de secundaria en Huancayo y Lima. Licenciado en Literatura en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, en 1931;
posteriormente cursó Etnología, recibiéndose de bachiller en 1957 y doctor en 1963.
Fue encarcelado de 1937 a 1938 por participar en las protestas contra la visita del general italiano Camarotta, jefe de una misión policial de la Italia fascista del dictador Benito Mussolini.
Ejerció como profesor de Literatura en la Universidad de San Marcos de Lima y como etnólogo en la Escuela Normal de Investigaciones etnológicas.
En 1947, fue nombrado Conservador General de Folklore del Ministerio de Educación, después sería Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo Ministerio (1950-1952).
Trabajó como funcionario en el Ministerio de Educación. Fue Director de la Casa de la Cultura (1963-64) y Director del Museo Nacional de Historia (1964-1966).
Consagró su vida a la literatura y al estudio de la vida y la cultura de los indios quechuas. Riguroso y entusiasta universitario, políticamente se definió como marxista.
Considerado uno de los más destacados escritores peruanos, Entre sus obras destacan: "Agua",(1935), relato de dos mundos contrapuestos, el del dueño de la hacienda y el del indio aferrado a su tierra y a su
cultura indígena; "Canto quechua" (1938); "Yawar fiesta" (1941); "Cuentos mágicos-realistas" (1953); "Diamantes y pedernales" (1954); "Los ríos profundos" (1958); "El sexto" (1961), relato biográfico en el que
denuncia su estancia en la cárcel a causa de una manifestación en apoyo de la República española.
En 1968 publicó una obra de tipo etnográfico, "Las comunidades de España y Perú". En 1971 apareció "El zorro de arriba y el zorro de abajo.
Casado con Celia Bustamante Vernal el 30 de junio de 1939. Se divorciaron en 1965 y se relaciona con la chilena, Sybila Arredondo, con quien contrajo matrimonio en 1967.
José María Arguedas se suicidó disparándose un tiro de pistola en la sien en Lima el 28 de noviembre de 1969. Tras cinco días de agonía falleció el 2 de diciembre de 1969.
Fue enterrado en el cementerio El Ángel. En junio del 2004 fue exhumado y sus restos fueron trasladados a Andahuaylas, lugar de su nacimiento.
Obras seleccionadas
1935 – Agua 1941 - Yawar Fiesta
1954 - Diamantes y pedernales 1955 - La muerte de los Arango
1958 - Los ríos profundos 1961 - El Sexto
1962 - La agonía de Rasu Ñiti 1964 - Todas las sangres
1965 - El sueño del pongo 1967 - Amor mundo 1971 - El zorro de arriba y el zorro de abajo.

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