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Dos Inmensas Importancias

Ed. Ramírez Suaza, P.Th

El amor es lo que da sentido a la existencia. El amor es la misteriosa manifestación


divina en todo lo que somos, hacemos.
Por esos infortunios a los que nos venimos acostumbrando no nos da extrañeza ver al
amor desvirtuado, despojado por completo de su verdadera naturaleza.
Algunas esposas por ejemplo, piensan que el amor es como lo caricaturiza los cuentos
de hada, cuyos “príncipes azules” nunca dejan de ser románticos. Nunca roncan ni
peen. No se fatigan ni dejan de sonreír todo el tiempo. Idealizan un esposo a la luz de
la fantasía y hacen del amor un demente desvarío que les lleva a reclamar una y otra
vez ese ingrediente ajeno al verdadero amor. Y parece ser que desconocen esta verdad:
¡el amor no es romántico!
Esposos -algunos- desvirtúan al amor en las medidas “90, 60, 90”, pretendiendo hacer
de las complacencias a todo apetito sexual al amor. Confunden amor con sexo.
Confunden emoción con sexo. No quieren amar, quieren sexo.
Los padres desvirtuamos al amor negándole a nuestro hijos lo que más necesitan:
tiempo. Pero les damos juguetes caros. Comidas en centro comerciales. Ropa de
marca. Mekato de etiquetas internacionales; pero no les damos tiempo.
Los hijos crecen con total confusión de lo que podría ser amor. No se entienden
amados, por tanto no saben ni les interesa amar, aunque todo el tiempo pronuncien,
publiquen o escriban la palabra “amor”.
La Iglesia desvirtúa al amor cuando relega a Dios. Lo olvida en su día a día y lo tiene
como un ritual de buena suerte los domingos que les augura un mejor futuro. Claro,
hay excepciones. La vida en comunidad también empieza a darle la espalda al amor,
ignorando adrede lo que pueda pasarle a su prójimo necesitado. Los egos nos están
eclipsando el gozo de amar.
No nos estamos dando cuenta que el amor es un acontecimiento excepcional.

Un “lunes santo” estaba Jesús aún en el templo respondiendo preguntas


controversiales que le hicieron algunos de los sacerdotes más influyentes de Jerusalén
y los principales jefes de Judá. Otras preguntas controversiales se las hicieron los
fariseos y herodianos. Otra de las preguntas controversiales se la hicieron unos
saduceos que eran escépticos con el tema de la resurrección.
Un escriba que estaba atento a las respuestas de Jesús estuvo de acuerdo con las
respuestas del Señor, así que con un corazón libre de prejuicios le pregunta al
Carpintero de Nazaret: ¿Cuál es el más importante de todos los mandamientos?
Veamos la respuesta que da Jesús en el evangelio según S. Marcos 12.28-34

Toda la ley de Dios se encuentra en el milagro y acontecimiento del amor.


DOS IMPORTANCIAS INMENSAS
amar a Dios; amar al prójimo

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Cuanto más cerca está Jesús de la cruz en los relatos de S. Marcos, las confrontaciones
con algunos sectores del judaísmo se agudizaban, claro está, en tanto ellos buscaban
un pretexto, cualquiera sea, para deshacerse de Jesús.
Lo que ninguno de esos interlocutores del Maestro se esperaba, era la sabiduría,
astucia, prudencia y contundencia de sus respuestas, que inclusive los dejaba
expuestos en sus pecados ante los testigos de esas confrontaciones. Como por ejemplo,
cuando le preguntaron si era lícito o no pagar los tributos al emperador romano el
César.

Un escriba, que sería como decir hoy un destacado teólogo, venía presenciando las
formas extraordinarias y bíblicas con las que Jesús respondía. Así que se acercó con
respeto y confianza para hacerle una pregunta, esta vez para nada capciosa: -¿cuál es el
mandamiento más importante?-
A primera vista uno juzga la pregunta como irrelevante. Uno siente que el tipo para ser
tan estudiado y respetado en teología, como que está haciendo una pregunta obvia. Es
como si un gran matemático preguntara, -¿cuánto es que es 2 x 2?-
Pero la pregunta no es tan simple en el mundo judío del siglo I.

Resulta que los judíos, escudriñando la Torá, encontraron además de los 10


mandamientos 613 leyes mosaicas. Se implementó, gracias a los fariseos, escribas y
sacerdotes una campaña de obediencia a todas esas leyes. Como si fuera poco, ellos
mismos inventaron tradiciones religiosas que hacían más pesada la carga religiosa de
quienes quisieron vivir piadosamente. Así que de entre los 10 mandamientos, las 613
leyes de la Torá y las tradiciones impuestas por los líderes religiosos, ¿cuál es el
mandamiento más importante? Quizá el escriba éste ya se encontraba en el momento
de conciencia cuando comprende que observar la ley y la tradición judía es
humanamente imposible. Ni siquiera difícil; ¡imposible! Pues ya que es imposible
Señor cumplir todo eso, pues por lo menos que pueda obedecer el principal
mandamiento de todos ellos. Así que pregunta el escriba con anhelos de verdad: -De
todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?-

Jesús entonces le responde que el mandamiento más importante de todos es el amor


bidireccionado: amar a Dios y amar al prójimo.
Hermanos míos, el amor define a Dios (Dios es amor) y define lo que el cristiano es: “el
que ama. Ama a Dios y ama a su hermano; y al amar realiza el ser imagen de Dios.1
Desempaquemos un poco el amor a Dios.
La respuesta de Jesús es una cita de la tan reconocida y practicada oración judía, que
en la teología de Marcos empieza a definir el discípulo de Jesús: el Shemá. Está en el

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Martín Gelabert B. “Creados desde y para el amor.” Veritas, Vol. II, N° 16 (2007): 9-24
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libro del Deuteronomio 6.4-5 que dice, Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor es
uno. 5 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas
tus fuerzas.

La primera cualidad en esta respuesta de Jesús es la cualidad única de nuestro Dios:


¡él es uno! Más que “uno” como lo entendemos nosotros, el texto enfatiza que es único.
No hay otros dioses. No existen en la realidad universal. Los dioses tras los cuales
hemos caminado en pos, sólo pueden existir en el imaginario humano o en las cosas o
seres que amamos desmedidamente. El hecho de que ame desmedidamente mi celular,
no necesariamente hace de mi celular un dios. No es dios. Pero sí puede ser mi ídolo; lo
amo desmedidamente.

Heredamos de la fe judía la convicción más importante, hecha mandamiento: El Señor


nuestro Dios uno es. Único es.
De hecho esta iniciación del Shemá abraza los dos primeros mandamientos de la ley
mosaica: 1. no tendrás otros dioses delante de mí, 2. no te harás imágenes idolátricas
para adorar. El mandamiento más importante no concibe la más remota idea de
aceptar otra divinidad que no sea el Dios de Israel. Jehová.
Es tan fácil “tener otros dioses delante de nuestro Dios”. Escucha lo que dijo Timothy
Keller: “En el libro de Romanos, el apóstol Pablo escribió que una de las peores cosas
que Dios puede hacerle a una persona es entregarla a los deseos de su corazón (Ro.
1:24). ¿Por qué el máximo castigo imaginable consiste en permitir que alguien alcance
el sueño que más ansía? Se debe a que nuestros corazones convierten en ídolos esos
deseos.” Nuestro grave pecado en el siglo XXI es que traemos nuestros deseos
idolatrados delante del único Dios real. Sigo citando a Keller: “Dos filósofos judíos que
conocían a fondo las Escrituras llegaron a esta conclusión: “El principio central… de la
Biblia es el rechazo de la idolatría”. La Biblia, por lo tanto, está repleta de una historia
tras otra que habla de las innumerables formas y los efectos devastadores de la
adoración a los ídolos.”

Amar más algo o alguien que a Dios sólo trae destrucción a la vida. Desolación al
corazón. Desilusión al alma. Desdicha existencial. Condenación eterna.
No confíe en otra cosa o persona más que en Dios. No ame más a nada ni a nadie más
que a Dios. El Señor nuestro Dios uno es. Es decir, es único.

El Dios único es también amor. El mandamiento más importante del Dios que es amor
es amar. ¿A quién debe amar? En primer lugar, a Dios que es amor. El gran amante
pide ser amado por sus criaturas capaces de amar.
El primer indicio del amor a Dios es evidente en la fidelidad: no tener otros dioses o no
inventarlos. El mandamiento más importante es serle fiel a Dios. En el mismo paquete
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de la fidelidad, el amor se expresa en el todo. Sí, todo el corazón. Toda el alma. Todas
la mente y todas las fuerzas. Estos “todos” refuerzan la idea de la fidelidad, porque
quien ama con todo no deja espacios para algo o alguien más.
El mandamiento más importante es “amar al único Dios con todo”.
Amar a Dios con todo incluye lo afectivo, lo sentimental, lo demostrativo y lo
inteligente. Amar a Dios no enceguece la razón humana. Amar a Dios no vela la
inteligencia humana. Pretender amar a Dios sin inteligencia es pecado.
Dios nos ha dado mente. Una mente dotada de capacidades extraordinarias, todas ellas
pueden ser encausadas por el canal del amor. Se precisa de una mente en ejercicios
cabales de sus capacidades para amar.

La otra dirección del amor, como parte fundamental del mandamiento más importante
es “amar al prójimo”. El amor siempre necesita de otro, uno distinto a quien amar.
El amor ha recibido un extenso abanico de modalidades para ser manifiesto. Ejemplo,
el amor familiar. El amor a los hijos. El amor a los amigos. El amor a las cosas, en fin.
Jesús para responder la pregunta del escriba sólo hace referencia al don del amor que
proviene del Padre eterno. Dios es amor. Dios nos concede el privilegio de amar como
ama él. No existe otra manera de amar. Si no amamos como ama Dios, entonces no es
amor. El amor de Dios es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se
envanece; 5 no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; 6 no
se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. 7 Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Cor. 13.4-7).

El escriba al escuchar la respuesta de Jesús, queda más identificado con él, sabe que el
amor es lo más importante y a la larga, lo único.
10 mandamientos. 613 leyes. Decenas de tradiciones judías. ¿Quién y cuándo podrá
con todo ese peso religioso? Ni siquiera los mismos sacerdotes pueden cumplir todo lo
que exigen a los demás, religiosamente hablando. Pero en Jesús encuentra la
confirmación de lo que el escriba estaba intuyendo: el amor es más que todo eso.

Yo sospecho, y mi sospecha parte desde mis mismos fracasos para amar, que queremos
llenar los vacíos que provocamos por no amar con otras cosas. Y las otras cosas no
llenan el vacío que deja la falta de amor.
Nuestros hijos no serán plenos si tienen el mejor TV, el último Play Station, la última
versión del más sofisticado teléfono y los paseos cada puente a un lugar diferente pero
sin amor. Nuestros cónyuges no vivirán la experiencia de plenitud si, teniéndolo todo
en casa, hace falta el amor. Nuestras vidas serán cada vez más caóticas,
existencialmente hablando, si nuestro amor no toma el rumbo correcto: a Dios y al
prójimo.

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Si se fija bien, estamos amando las cosas. Peor aún, le estamos dando cualidad de
prójimo a los perros y a los gatos, a quienes amamos más y mejor que a nuestros
hermanos en la fe y a nuestros familiares.
El gran fracaso de esta humanidad “desarrollada” es que desterró de su proyecto de
vida al amor.
Traemos hijos al mundo sin amor. Nos casamos sin amor. Oramos sin amor. Hacemos
el amor sin amor. Trabajamos sin amor. Nos congregamos sin amor. Regresamos a
casa sin amor. “No todos, pa’ que no se enojen”.
S. Pablo en la 1ra carta a los corintios cap. 13 dijo: sin amor no soy más que un metal
que resuena o un platillo que hace ruido. Sin amor nada soy. Sin amor todo de nada
me sirve.

El mandamiento más importante de la toda la Biblia acoge al ser humano en amor y


para el amor. Dios nos envuelve en su amor. Restaura nuestra humanidad en su amor.
Él se nos ha donado inmerecidamente como el más grande amor y luego nos pide
amar. Amarlo con todo. Amarlo sin reservas. Amarlo sin poner delante de él
competencias. Y como acto seguido y consecuente, amar a quienes Dios ama.
Quien ama a Dios, ama a quienes son de él.

Amar no es difícil; es hermoso.

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