La relación entre ficción e historia es más compleja de lo
que jamás pueda decirse.
Paul Ricoeur
Es innegable la estrecha relación que podemos observar entre la Ficción y la Historia,
si consideramos sobre todo el problema de su organización discursiva. Sin intentar hacer aquí una historia de estas relaciones o de sus estrategias quiero traer a la memoria sólo algunos aspectos, que considero significativos para el tratamiento y mejor comprensión de la narrativa de Daniel Moyano. Historia y Ficción comparten la circunstancia de ser relato, de tener su esencia en el discurso. Al organizar la «realidad», «los acontecimientos» pre-textuales sin duda alguna, se lo hace extrayéndoles un primer sentido, que los relacione y permita encontrarles la coherencia ya sea en el nivel superficial o en el profundo. Elimina de esa forma la mera enumeración. Esa «puesta en intriga»2 hace posible la marcha del relato, su desarrollo desde un acontecimiento o situación inicial a una final. Es decir, entre los acontecimientos o lo que llamo «realidad» y el relato está el discurso, la escritura que mediatiza, otorga sentido e implica la tarea previa de selección, organización y modificación, por un lado y por otro, un pacto de lectura entre el autor y el receptor que elimina el problema de la verdad o verosimilitud. Lo primero no es pertinente en el discurso ficticio que se mueve en el mundo de lo posible, mientras que la Historia, en el de lo acaecido. Al poner en relación la Historia y la Ficción, el discurso se complejiza, se advierte la ambigüedad que la Ficción expande, por un lado, hacia los sentidos posibles del mensaje por sus múltiples focalizaciones y por otro hacia la relación Destinador- Destinatario por la no correferencialidad entre el discurso del autor y del narrador. Es decir, el relato ficcional permite observar siempre el desdoblamiento del narrador y a su vez, el surgimiento del texto como un espacio de confrontación de voces, de discursos y de ideologías. La diferencia se advierte en que un autor intenta un texto verídico como puede ser el caso del ensayo mientras el narrador, por su parte, construye un espacio ficcional que mediatiza su mensaje sin necesidad de que esta mediatización tenga como garantía la verdad del autor. De esa forma, el relato ficcional maneja multitud de estrategias que no siempre puede hacer el historiador como por ejemplo la superposición de planos, voces, tiempos, etc. En el caso de la Historia, Destinador y Destinatario tienden a desaparecer en bien de una mayor objetividad. En el relato ficcional el Tú-Destinatario, en general no es explícito pero siempre está implicado en el contrato de lectura, desde la organización misma del mensaje como proceso dinámico que alcanza su sentido final en la confrontación del discurso enunciador con el del receptor3. Es en esta relación donde se puede observar, quizá más claramente, una de las múltiples diferencias entre Historia y Ficción. En primer lugar, por lo dicho sobre la importancia de la relación Destinador-Destinatario, y en segundo lugar, por el permanente desdoblamiento del «Yo» narrador, que de autor real, protagonista o testigo de acontecimientos se convierte en el enunciador narrador que mediatiza su experiencia en el discurso y lo expone a permanentes confrontaciones con otros discursos textuales. El texto ficcional, entonces, pierde su unicidad superficial al troquelarse tiempos y voz narradora pero gana en densidad y plurivocidad en el mensaje. El objeto textual, al ser enfocado desde una multiplicidad de aristas permite una mejor comprensión de sí y de la realidad que lo origina. A partir de lo ficcional se accede de diferente forma al conocimiento de la realidad ya que no interesa el documento frío o meramente enunciativo para poner la atención desde la interioridad misma del objeto, en la visión que de él tienen multitud de anónimos personajes, en el rescate de su «tempo», en la relación de hechos no significativos desde la óptica del poder pero relevantes para el individuo y que devienen en simbólicos. Es una forma de complementar el discurso histórico al ofrecer muchas veces, el reverso de la historia oficial. Es decir, la Ficción toma como pre-texto el acontecimiento puntual, un determinado período pero lo mediatiza en el relato y le otorga múltiples sentidos que contribuyen a su configuración, a la comprensión e interpretación de una época. Es lo que ocurre en la actual narrativa argentina que deja de lado la novela histórica tradicional para adentrarse por nuevos caminos en la desmitificación y desenmascaramiento de la sociedad y es asimismo el caso de Daniel Moyano quien no necesita apelar al documento oficial de datos y fechas concretas para otorgar a sus relatos el estatuto interpretativo de veinte años de gobiernos autoritarios, de exilios culturales que culminan en el exilio político, físico, en la pérdida de la identidad, de la tierra, del lenguaje. Ficción e Historia se funden en su discurso de forma tal que la Historia es la materia, el conocimiento objeto de interpretación de la Ficción. No se traduce esto en la reconstrucción arqueológica de una época, sino en un consciente alejamiento de los modelos de la novela realista. Hay un afán por «poner en intriga» aspectos de la realidad socio-político-culturales considerados claves para el conocimiento e interpretación de las últimas décadas del país. Estos hechos, puntuales e individuales trascienden lo anecdótico para devenir en simbólicos y golpear al receptor con mayor efecto, justamente porque golpea su condición esencial: la de la libertad. El discurso de Daniel Moyano se constituye como espacio de búsqueda de la palabra, de su sentido y de la memoria. Es el espacio en el que se confronta a partir de un presente el pasado y el futuro, la necesidad de la memoria y de la esperanza. El texto es así el punto de convergencia de diferentes espacios y tiempos, es el discurso en el cual el «Yo» enunciativo se toma a sí mismo como sujeto y objeto, puede desdoblar la mirada para poner en acto la escritura, receptáculo de la memoria y ser al mismo tiempo sujeto, testigo y contemplador reflexivo de una época. El texto convoca pues las estrategias literarias que funcionan como marcas defensivas que permiten una escritura que es una forma de exorcizar el pasado ya que «evitando hablar de ellos no vamos a suprimir su realidad. Existe, y ocultarlos es la peor manera de perdernos, seríamos cómplices de ellos en nuestra propia destrucción»4. El pasado queda fijado casi de manera ideal frente al caos de la realidad presente, a los profundos cambios que implican también para el sujeto el exilio pero a la vez es la fuerza que da sentido al sacrificio que supone lograr su libertad física y sobre todo, de pensamiento. El espacio discursivo a medida que es construido va perfilando la voz y la mirada de quien lo escribe a la vez que enlaza el acontecimiento histórico a lo subjetivo. De esa manera, el discurso histórico fundamenta y explica lo textual y se une a él mediante la versión del hombre protagonista, de su propia historia anónima, individual y de su interpretación de los sucesos. La Historia es así un eje isotópico del relato que accede a la superficie textual en una sucesión no organizada de fragmentos engarzados a lo personal. La enunciación mediante la simulación y el ocultamiento5 desenmascara una sociedad sometida a la arbitrariedad e injusticias del desmedido autoritarismo. Son formas que permiten que el sentido profundo del mensaje quede con mayor fuerza en el receptor. Valga el siguiente ejemplo. «No es la primera vez que vienen... Llegan de noche mezclando su percusión, sus ruidos, a los ruidos de la vida... Hay ruidos detrás, dicen; como respiraciones a destiempo, como percusiones... En las calles y en las fábricas cada habitante tapa su sonido... En el silencio colectivo salen claros los ruidos. Lo que parecía una respiración muy fuerte es una percusión arrítmica... Entonces llegan unas patrullas parlantes que recorren la ciudad dando gritos, día y noche sincrónicas las patrullas según las necesidades aparecen ululando, doblando en las esquinas como si se las llevara el viento, corriendo a disimular los ruidos en los barrios, corriendo y ladrando como grandes perros negros para que no se escuche la radio...»6. Simulación porque no utiliza formas léxicas propias del ámbito del poder. Transmite el mensaje mediante «percusiones», «ritmos», «ruidos», vocablos propios de la música pero que unidos a otros como «patrullas», «ululando», evidencian muy fuertemente el clima de terror, miedo, tortura. Por su parte la oposición entre los «ruidos de la vida» y los «ruidos de las patrullas» no hacen sino acentuar una oposición mayor: vida-muerte; sonidos armónicos, risas-sufrimiento, dolor. En el comienzo, a su vez, el narrador se oculta tras una forma impersonal «dicen» o «los hualacateños» pero su sentimiento hacia este tipo de situaciones lo traiciona y se incluye de pronto en esa enunciación «De noche no podemos dormir». Los diferentes sujetos de estos espacios, ya sean Ismael, Víctor, Rolando, Nabu, etc. no pueden pues dar cuenta de los sucesos cronológicos completos, totales; por el contrario, sólo advierten aspectos de los acontecimientos que se presentan de manera troquelada. El sentido debe ser reconstruido a partir de sus versiones o vivencias individuales. No pueden asumir la totalidad, sin embargo la reflejan en su caoticidad. El momento histórico es recuperado entonces por los fragmentos que el desarrollo discursivo propone y sobre todo confronta una versión que impone un orden desde arriba, autoritariamente y que es la causa del exilio con una versión individual que al mismo tiempo involucra a la sociedad toda. Por ello el texto es el límite entre el vacío que implica el viaje obligado y el vacío que como ser social deja. Hay así una doble ruptura: la individual y la histórico-social. La conservación de la memoria que los personajes en mayor o menor medida afrontan con ahínco es entonces un acto de resistencia y el discurso biográfico es la memoria de la historia, una de sus estrategias, de lo que no debe ser olvidado para que no se repita. Es decir, la biografía propone de manera metonímica la representación de la Historia y la relación del presente con el pasado inmediato y cuya función referencial para nada es mimética o testimonial sino que cada uno de los discursos que la atraviesan proponen diferentes lecturas de la realidad en un afán de profundización interpretativa. Más que reconstrucción de episodios, importa el conocimiento quizá como por primera vez lo hace Sarmiento, de las causas morales que llevaron a la sociedad a ese estadio de barbarie. El texto enlaza la Ficción y la Historia al poner en relación una vida anónima con ciertos sucesos (censura, cárcel, exilio, etc.) vistos desde la versión individual. La función referencial no es por lo tanto mimética, sino que el texto se forma mediante el entrecruzamiento de multitud de discursos que al perder su ambigüedad se cargan de nuevos significados. Se oponen versiones, miradas, lecturas de la realidad que de pronto ha devenido extraña, incomprensible, falta de sentido. En ese caos que genera sentimientos de incomunicación, soledad, el discurso de Moyano «pone en intriga» la búsqueda de sí mismo, del otro, del cosmos espiritual y social. De esa forma, el mundo se le manifiesta como un orbe cerrado en el que imperan la violencia y el poder ejercido compulsivamente. A partir de allí, el conocimiento que constituye la esencia de su mensaje se estructurará mediante estrategias como la superposición temporal, la ruptura de la cronología en bien del tiempo personal y del mítico, la permanente vuelta a la infancia y a la adolescencia, imágenes del paraíso perdido que se constituyen en constantes de sus relatos. Reconstruir el lenguaje de la historia anónima, contestataria será el objeto de su discurso, reconstrucción que entraña no la duplicación sino el trasladarla al lenguaje, re- crearla, es decir, ponerla en escritura. El hombre, para Moyano, permanente exiliado de su realidad, busca en la palabra la forma de explicarse, de asumirse, de presevar sus raíces y es por lo tanto el eje de desarrollo textual. Al tematizar el problema de la identidad hay en el texto un proceso de desdoblamiento por parte del narrador que deviene en la mirada del «otro». Por lo tanto las estrategias que el narrador convoca: cartas, diarios de otros, recuerdos del pasado, guiones de títeres, la mirada en el espejo, que a sus personajes tanto les cuesta enfrentar -pensemos en Víctor, protagonista de El oscuro o Rolando en Libro... por ejemplo- son todas formas de la mirada necesaria del «otro» que los completa. Son las formas de constituir la identidad. El viaje sentido como una necesidad por sus personajes, ya sea dentro de la misma ciudad -Víctor- hacia ciudades diferentes pero aledañas -Ismael- a ciudades mucho más grandes -Triclinio- o hacia extranjeras -Rolando- adquiere así una doble carga semántica porque significa un verdadero traslado físico, como interior, psicológico. Refieren simbólicamente problemas de orden individual y social. En ambos la marginación y la incomunicación, el caos serán los estadios iniciales del conocimiento, la adquisición de sí, la aceptación y el recuerdo. En los textos de Moyano el viaje es una estrategia recurrente que lleva al receptor a la comprensión del papel del intelectual en una sociedad caótica. Una vez más es evidente para el lector, la oposición entre el poder y el arte. Uno es la carencia y el vacío de libertad, de armonía y del sentido de la vida; el otro es la vida. La literatura, la pintura, la música son las formas del cosmos en el caos y al mismo tiempo traslucen una sociedad dentro de otra. La una ruidosa, violenta, falta de vida a pesar de las risas estridentes, el movimiento y las luces; la otra, aparentemente marginada, creadora, buscadora incansable de la verdad. En este sentido el mensaje de Moyano se inscribe en la órbita del de Mallea al mostrar un país escindido; uno aparencial; otro, esencial; uno pleno de ruidos; el otro, silencioso pero no dominado. El arte crea y a la vez purifica, como en el caso de El trino del diablo. Triclinio como Hamelín, el flautista, puede con la música acabar con la tortura y su cacofonía. Rolando, por su parte, en Libro... con la escritura, puede dar vida tanto a su pasado como a su futuro mientras el pintor pone en su cuadro detrás de una sombrilla, hasta hacerlos desaparecer a los horrores del exceso de poder. La selección textual de determinadas figuras también se explican en este contexto como por ejemplo la de San Francisco Solano, no sólo por el papel religioso sino por el de artista para calmar con su violín los bajos instintos o la de Hamelín y su flauta mágica. El arte crea, exorciza, sublima; es decir, otorga sentido a la vida, saca al hombre del laberinto de la incomunicación. El discurso de Moyano evidencia de esta forma un verdadero entrecruzamiento intertextual en su dinámica producción. Mediante el proceso textual elabora respuestas que se constituyen en explicaciones ideológicas del referente histórico. Por lo tanto, su enunciación se nutre tanto de los tiempos de su ficción como del diacronismo del transcurrir histórico. Es, a la manera del ensayo, una profunda meditación sobre la conformación social y política del país y sobre los valores de la sociedad argentina, situación a la que contribuyó una lectura única de la Historia y a una manera de transmitirla sin saludables cuestionamientos. En el colegio nos enseñaban que la teoría era cierta, así que además de ser el país más rico y más valiente éramos de paso el origen del hombre. Con razón éramos buenos en todo, desde la guerra hasta el fútbol. Con lo de Ameghino y los dos goles... yo andaba por la calle sacando pecho... Florentino Ameghino. Quién diría no... Su teoría, un golazo... Con la única diferencia de que Ameghino estaba offside... Y vos qué querés; que con ese nombre de plaza de pueblo que tenía sus teorías fueran ciertas7. Entonces, de forma natural, la Historia, la Filosofía, la Psicología, la Política son algunos de los campos que se unen a lo estético en la conformación de su discurso. Importa el proceso mediante el cual este entrecruzamiento se transforma en discurso, la forma en que lo contextual deviene objeto del análisis a la vez que lo configura. El presente enunciativo que abre sus textos revela una crisis a partir de la cual todo el enunciado adquiere el valor de cuestionamientos que propician una nueva lectura del pasado y de sus consecuencias. De esa forma, enunciación y enunciado en permanentes toques y confrontaciones, develan al mismo tiempo lo personal-subjetivo y lo histórico- social con un tono en el que fácilmente se advierte el afán de pluralidad discursiva. Es decir, la decodificación es al mismo tiempo estética e ideológica. Los procesos de selección y organización son para el receptor hitos para la interpretación del mensaje: el arrancar las máscaras del autoritarismo, el encuentro consigo mismo. El lenguaje de Moyano, fuertemente afincado en la oralidad, en lo coloquial, va tornándose en este proceso ya metafórico, ya analógico a medida que el texto cobra características metonímicas al englobar el todo en las partes y permitir que el significado se expanda, adquiera densidad y que sea una lectura interpretativa del pasado, a partir de lo cual los acontecimientos particulares, «reales» pretextuales entran en el plano lingüístico, pertenecen ya al modelo textual. El discurso de Moyano es la posibilidad de recuperar tras un extenso ejercicio narrativo la palabra plena de sentido. Es la adquisición de un tiempo y de un espacio propios que es el de la identidad. Significa romper para siempre el vacío del exilio y de la historia mediante una escritura que exorciza los miedos y recupera el valor de la memoria. Es en definitiva una lectura del valor de la creación en la propuesta de una nueva escala de valores sociales.