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3.1. INTRODUCCIÓN
La iniciación bautismal implica una serie de elementos que se irán desarrollado, enriqueciendo y
explicitando progresivamente:
• Proclamación de Jesucristo resucitado y anuncio de su evangelio de salvación por el don del
Espíritu y el perdón de los pecados.
• Respuesta de fe, adhesión a Jesucristo, conversión, compromiso de vida nueva.
• Administración del bautismo de agua - signación o imposición de manos.
• Incorporación a la comunidad de fe, que incluye catequesis, fracción del pan eucarístico y
comunión fraterna (compartir los bienes).
• Maduración personal en la fe y testimonio misionero.
En los cuatro primeros siglos, el proceso de iniciación cristiana se estructura en torno a:
• Catecumenado: preparación catequético - moral y ritual a la plena incorporación al misterio de
Cristo y su vivencia comunitaria.
• Ritos bautismales y post-bautismales (unción, baño de agua, imposición de manos, crismación
o signación, participación en la eucaristía).
• Catequesis mistagógica, sobre el sentido de los misterios celebrados e incorporación plena y
gozosa a la comunidad.
Hasta el siglo V, el obispo es el principal catequista y el único ministro de la iniciación cristiana, cuya
celebración sacramental preside solemnemente en la vigilia pascual4. El rito incluía el gesto bíblico
de imposición de las manos sobre la cabeza del neófito. Los ritos post-bautismales eran la unción
con óleo perfumado, bendecido por el obispo («crismación», signo de alegría y fortaleza) y la señal
de la cruz («signación» en la frente).
La tradición oriental, hoy vigente en la Iglesia ortodoxa, ha mantenido siempre esta praxis: el ministro
que bautiza (no necesariamente el obispo) administra inmediatamente la confirmación al neófito,
ungiéndolo con el myrion u óleo consagrado.
En occidente el bautismo de agua se separa desde el siglo V de los ritos post-bautismales de la
unción e imposición de manos y se reservan al obispo. Con lo que se separa y distingue el bautismo
de los antiguos ritos post-bautismales, que sólo el obispo efectuaba en sus visitas pastorales. Este
desmembramiento origina históricamente el concepto de confirmatio (confirmación), nuevo don
espiritual, signo de la comunión eclesial (centrada en el obispo) y del fortalecimiento en el Espíritu
necesario para perseverar en la vida cristiana. Ya en el 465, el obispo Fausto de Riez (en las Galias,
hoy Francia), compara al cristiano con un soldado bien armado para la lucha, justificando la necesidad
de la confirmación como un nuevo don que complementa al del bautismo.
Hay una ineludible relación entre bautismo y confirmación, que explica el progresivo desarrollo que,
en función de la praxis litúrgica, experimentara la catequesis y la reflexión teológica sobre ambos
sacramentos de iniciación.1
1
Dice Tertuliano: «se lava la carne para que se purifique el alma: se unge la carne para que se consagre el alma;
se marca la carne para que también sea protegida el alma; se somete la carne a la imposición de la mano para
que también el alma sea iluminada por el Espíritu; se alimenta la carne con el cuerpo y la sangre de Cristo, para
que también el alma se sacie de Dios» (Sobre la resurrección de los muertos, VIII, 3).
Su primera parte (capítulos 1-10) contiene una serie de normas litúrgicas, y en ella encontramos el
más antiguo testimonio no bíblico sobre el bautismo.
Precede al bautismo una preparación centrada en el ayuno y la catequesis o instrucción «sobre las
cosas dichas con anterioridad». El rito bautismal ordinario es el baño de inmersión en agua viva o
corriente (ríos o manantiales), y en caso de necesidad, bautismo por infusión. La triple inmersión y la
fórmula tomada de Mt 28,19 explicitan el sentido trinitario del bautismo. La teología bautismal de la
Didaché insiste en el sentido trinitario, eclesial y moral («los dos caminos») del primer sacramento
de la iniciación cristiana.