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Uke acosador

Cap 1: un joven tentador…

Resumen:

soy el nuevo profesor de matemáticas así que me tiene que respetar, se matemáticas, física e
incluso química.

Soy un hombre intachable, seguidor de la ley, respeto las leyes y la moral así que no soy gay
por mucho que aquel mocoso tentador me llame la atención.

Solo porque me gusta su pelo rojo, sus labios de cereza y sus ojos marrones no quiere decir
que soy gay, además jamás me enamoraría de mi acosazos y ¡ni crea ese mocoso que caeré en
sus redes!

¡Primero muerto antes que admitir que me gusta ese castaño!

Uke acosador

Capitulo 1:un castaño tentador...

Cuando me avisaron que me transferirían a un instituto me sentí alegre pero también me sentí
muy triste. Ser transferido a un instituto era un gran progreso en mi carrera como profesor,
aspiraba ser educador en la universidad pero como dice mi madre; se empieza de abajo hacia
arriba así que mi carrera comenzó desde abajo.

Mi nombre es Yunho Torrealba, tengo veintitrés años de edad y estoy soltero y sin
compromiso.
Me gradué a los veinte años y empecé a trabajar como maestro, primero fui suplente siendo
muy paciente para poder tener un verdadero cargo… al ver mi gran desempeño me
contrataron y comencé dando a clases a alumnos de cuarto grado y así sucesivamente me fui
elevando.

Ya no fueron niños de cuarto grado, ahora de quinto y luego de sexto… hasta que por fin me
han transferido a un liceo. Comenzare dando clases a alumnos de bachiller y eso es un gran
avance.

Sin embargo me sentí triste de dejar a mis alumnos, los había guiado desde cuarto grado y me
dolía en el alma tener que dejarlos.

Siempre fue amante de la educación, cuando era pequeño deseaba con fervor ser profesor y
guiar a las futuras generaciones; deseaba enseñar valores, principios y guiar a
hombres/mujeres de bien hacia el mañana.

Era un sueño bello sin lugar a dudas y día a día trabajaba duro. Mi lema era “La educación no
tiene limites” y creía que cualquier ser humano podría ser educado sin importar cuan difícil
fuese el carácter de esa persona.

Todos merecemos educación.


Si, si, ya se; deben estar cansados de que hable de la educación y bla, bla, bla pero es que amo
la educación, me fascina enseñar ¡así que se la calan, punto! ¡Amo mi carrera y no me
detendré hasta idealizarla, y ustedes no son nadie para venir a decirme algo! ¿Estamos
claro?... ¡¡¡dije ¿que si estamos claros?!!! (Ya estaba respirando agitadamente debido a mi
exasperación, así que espero que les haya quedado claro mi amor por la carrera)

Bueno, (recuperando mi habitual actitud) como iba diciendo me transfirieron al instituto y


comenzaría a dar clases el día siguiente.

¿Qué si estaba nervioso?

No, que va… yo no estaba nervioso, lo que estaba era ¡aterrado!

Si, estaba terrado, me iba a enfrentar con alumnos de doce años en adelante y eso era difícil
debido a que esos alumnos están en esa etapa de la adolescencia y son difíciles de controlar.
Se creen que son los dueños del mundo y sus padres tienen, a menudo, muchos dolores de
cabeza a causa de esos mocosos rebeldes.
Mi primer día en el instituto “Ángel de la guarda” y ya estaba subiendo las escaleras, ahora
mismo tenia clases con alumnos de primero de ciencia, o sea cuarto año. ¡¡Bendito Dios, si me
estas escuchando; te pido que me ayudes a controlar esos muchachos!! ¡Les juro que las
piernas me temblaban, hasta me llegue a caer en las escaleras! Si, odiaba estar nervioso
porque no caminaba bien, parecía un robot ándate, cuando me caí me levante como si nada…

¿Qué…? Yo no me caí, claro que no así que muy digno me levante y me alise la ropa quitando
cualquier rastro de suciedad, o sea yo soy impecable y debía tener una buena imagen, visualice
a dos muchachos que me había visto y se estaban riendo por lo bajo, ¡les lance una mirada
asesina que los hizo huir despavoridos!

Al llegar a la puerta del salón de clases me detuve por un momento, la puerta estaba cerrada y
podía escuchar a los alumnos dentro de ella, gritaban y al parecer se estaban lanzando
papelitos.

Suspire hondo antes de entrar.

Y armado de mucho valor empuje la puerta.

— Buenos días jóvenes. — salude al entrar con una amplia sonrisa. Tenia que ser amable para
ganarme su confianza.

Los alumnos al verme tomaron sus respectivos asientos. Bueno, lo hicieron todos menos uno.
El único que se había quedado de pie me miraba como si yo fuese un adolescente que habían
pillado entrara en la casa de sus padres a las tres de la mañana.

Sentado sobre la mesa del pupitre me miraba fijamente con los brazos cruzados.

— llega tarde. — me dijo el alumnos bastante serio. ¿Qué había llegado tarde? Mire mi reloj
de muñeca y solo me había retrasado cinco minutos, me atrase porque me caí un par de veces
mas y practique bien el discurso que daría en el aula para caerle bien a todos los alumnos, solo
por eso me atrase. No crean que es por gusto simplemente los nervios me jugaron una mala
broma

— lamento el retraso pero se me presentaron algunos inconvenientes— le explique de manera


amable y respetuosa. El alumno no pareció muy convencido porque se cruzo de brazos. ¿Qué
iba a decirme ahora ese mocoso…? ¿Qué acaso me iba a dar un sermón? ¡Eso seria el colmo!

— pues la próxima llegue a tiempo. No me gusta que me hagan esperar. — ¡el mocoso se
atrevió a darme un sermón! Insolente, ya me las pagarías ese tripón.

Porque si, era un tripón. Calculaba que no me llegaba por encima del hombro, era un enano (lo
pensé por venganza porque tan bajito no era) su cabello era de color rojo, un fosforito como
decía mi tía, que en paz descanse. Bueno, también tenía unos increíbles ojos marrones, y de
piel blanca. Usaba de ropa el uniforme el cual consistía en un pantalón de gabardina azul
marino, el chaleco del mismo color y la camisa que se usaba por dentro que era de color
blanco. Además de que usaban una corbata de color rojo.

El uniforme en si era bonito, pero aquel muchacho tenia la corbata desarreglada y la camisa
blanca por fuera. En vez de estudiante parecía un delincuente rebelde y no tenia ni la menor
duda que se trataba de un muchacho malcriado y caprichoso pero estaban muy equivocados si
cree que conmigo iba a jugar a la pelota. ¡No señor! ¡¡¡A mi me tenía que respetar si o si!!! O
sea… yo soy el profesor, me tiene que respetar por ley o sino ¡Pun! ¡Le iba a lanzar el borrador
por la cabeza para que no fuese irrespetuoso conmigo! Pero me contuve en ese momento,
primero porque debía dar buena impresión a los alumnos y segundo… ¡porque no tenia el
borrador en la mano!

— Bueno, comencemos la clase— dije tranquilo ignorando por completo el comentario de


aquel

Alumno insolente, al parecer se dio cuenta porque sonrió con malicia y se fue a sentar en su
puesto.

¡Bien, le gane una!

Coloque mis cosas sobre el escritorio y procedí a presentarme.


— Soy Yunho Torrealba, su nuevo profesor de matemáticas— anuncie con voz firme. — hoy
comenzaremos con algunos ejercicios sobre trigonometría.

Solían decirme que tenía una sonrisa encantadora y ojos amables por lo que me gane la
confianza de la sección con facilidad. Con voz firme y caballerosa explicaba cada uno de los
ejercicios en la pizarra y expresaba con suma calma aquello que los alumnos no entendían.

A juzgar por sus rostros me atrevería a decir que estaban fascinados con mi apariencia y mi
estilo de explicar.

Los alumnos de esa sección no me dieron muchos problemas, si les llame la atención una o dos
veces a ciertos jóvenes que hablaban mucho y no prestaban atención pero de allí no pasaron,
aunque debo agregar que sus comentarios eran un tanto indecorosos en especial el de las
jovencitas. Escuche que murmuraron algo como un “Que buen trasero tiene”

Ante ese comentario me puse rojo pero no demostré mis nervios, no les dejaría intimidarme.

Algo que si me tenia realmente nervioso era ese alumno; Changmin, así se llamaba aquel
castaño, era que él que me miraba demasiado, aun de espaladas podía sentir su mirada verde
clavada en mi y en toda la clase no dejo de observarme.
Por momentos pensé que tal vez estaba vigilando mis movimientos para ver si fallaba y así
hacerme un nuevo reclamo pero aquella sonrisa traviesa en sus labios me decía todo lo
contrario.

Maldito mocoso, ni crea que va a asustarme con esas miradas indecorosas.

La clase termino y les deje unos ejercicios para que practicasen y me fui a mi siguiente clase,
las demás fueron un poco duras, los alumnos no me hacían caso y me sacaban de mis casillas,
y llegue a gritarles allí todos me tuvieron miedo y me llamaron “Demonio” así que mi
reputación de buen y gentil profesor se fue al carrizo, supongo que eso tenia un lado bueno ya
que comenzaron a temerme y a respetarme aun mas.

El resto el día pasó sin novedad alguna, excepto por el hecho de que me molestaba que ese tal
“Changmin” Me estuviera espiando, aquel insolente me vigilaba siempre manteniendo esa
sonrisa traviesa y observándome con sus ojos marrones juguetones.

Me ponía los nervios de punta pero yo sabia controlarlos. Era todo un actor fingiendo que me
era indiferente.

Grande fue mi sorpresa al saber que a última hora tenia que darles física a la misma sección y
por lo tanto aquel castaño acosador estaría allí.

Bien, no me dejaría intimidar por aquel muchacho y con toda dignidad me dispuse a dar clases.
Varias alumnas se alegraron de verme entrar al salón y pusieron cara de enamoradas mientras
me dignaba a dar la clase ignorando olímpicamente las sonrisas y miradas de aquel jovencito
castaño.

Podía sentir nuevamente su mirada en mi, era incomodo saber que te estaba mirando y a
saber yo que estaba mirando. Prefería pensar que estaba mirando mi espalda que otra cosa.

La mano me temblaba al tratan de escribir la formula en la pizarra, por suerte nadie se dio
cuenta de aquello.

Cuando termine de dar las clases los alumnos se marcharon, todos menos Changmin, él se
había quedado hasta que no hubiese nadie en el salón, al ver que el ultimo alumno
abandonaba el aula quise huir de aquel lugar para no quedarme solo con aquel sexy castaño,
por que si, era sexy. Con esa corbata desarreglada y el cabello desarreglado se veía erótico,
seguro que era todo un playboy, el don Juan del liceo.

En fin, decidí no huir porque entonces ¿Qué pensaría? Un profesor huir de un crío… ¡Jamás!

Mi dignidad y mi orgullo estaban primero, no seria un cobarde así que me quede, me sudaban
las manos pero me quede. ¿Verdad que si soy muy macho? ¡Claro que si! Cualquiera no se
queda con un joven que te espía a toda hora y que te mira como si te desnudara… aunque si lo
pensaba bien; hubiera sido muy buena idea huir... de hecho creo que hubiese sido una
excelente idea huir... con horror observe como aquel jovencito guardaba sus cosas en su
mochila mientras seguía observándome como diciéndome “de esta no te me escapas”

Ya no quería quedarme solo con aquel acosador ¡¿y si me violaba?! ¡¡Madre santa, ¿Por qué
no pensé en eso antes?!!

Ajeno a todo lo que pasaba por mi mente, aquel muchacho se acerco a mí mirándome con
muy poco pudor.

— me gustaría hablar con usted profesor. Claro, si tiene tiempo. — dijo de manera suave y
tranquila, aquella mirada lujuriosa había desaparecido y ahora me miraba como pidiendo que
me quedara, ¡hasta se había sonrojado! ¿Quien diría que aquel muchacho seria tan amable?
Hasta creí que se trataba de un ángel, aquella mirada suplicante, aquel sonrojo en sus mejillas
y sus labios de cereza me incitaron a querer besarlo pero me contuve.

Seguro que era un disfraz para que yo cayese en su trampa.

Era eso o yo estaba imaginando demasiado.

— claro joven Shim. ¿De que trata? — le respondí con amabilidad y mostrándole una sonrisa
made in Yunho.
— es que… me gusta alguien, profesor. — valla… ¿tanta confianza me había agarrado para
decirme aquello? seguro que no… allí había algo… ¿Qué se traerá entre manos?

— Oh, me alegra. Usted es joven y es normal que les gusten compañeras de su clase.

— es que… ese es el problema… no es una compañera, la persona que me gusta es… un


hombre. — ¡sabia que era gay! Ejem… quiero decir, ya lo sospechaba pero eso a mi no me
alegra ni un pelín

— Oh valla… eres homosexual…

— bisexual. — se apresuro en corregir. — el caso es que él no es mi compañero, es mi


profesor. — bien, no me esta gustando el ritmo que lleva esta conversación. No se si será cosa
mía pero ¡algo me huele mal! Y no soy yo porque yo me bañe esta mañana.

— eso no esta bien joven Shim, por su bien le recomiendo que olvide esa ilusión

— es que no quiero, me gusta mucho ese profesor. De hecho me gusta tanto que no me
importaría acosarlo con tal de que me preste atención. — esta mas que claro que no me gusta
esta conversación.
— no soy gay. — deje en claro, no era necesario ser adivino para saber que yo era esa persona.

El sonrió traviesamente.

— no me importa. Usted me gusta y no me detendré hasta tenerlo, porque lo que quiero lo


consigo sin importar que tan difícil sea. — o sea, ¿este mocoso estaba hablando en serio? ¡Es
un acosador! ¡Un psicópata! ¡Ni crea que voy a caer en sus redes, primero muerto!— usted es
muy sexy, me gusta demasiado. — se atrevió a decirme cerca de mi muy sensible oreja. Tras
eso la mordió levemente, lo aparte de manera educada

— esta equivocado joven, no cederé a sus hormonas alborotadas.

— usted es el único que las alborota, profesor Yunho. — dijo mientras se acercaba de forma
peligrosa mordiendo su labio inferior, su mirada gatuna me coloco aún más nervioso haciendo
que por movimiento involuntario retrocediera, unos pasos.

¡Un crío me estaba intimidando, eso era ridículo!


— no quiere jugar conmigo profesor?. — dijo atrevidamente, mientras se quitaba la corbata,
yo trague saliva un tanto nervioso

— N-No quiero jugar.

— ¿seguro? — pregunto haciéndome dudar… yo no era gay así que no iba a jugar con él. —
podemos jugar al caballito. — ¿jugar al caballito? A mi mente llego una imagen erótica; Yo
sentado en la silla con los pantalones bajo y él encima de mí subiendo y bajando por mi
miembro, dejando salir eróticos y sensuales gemidos.

¡¿Pero que cosas estoy pensando?! ¡Yo no soy gay!

El río bajito, seguro que advino mis pensamientos.

Siento su respiración cerca, muy cerca. Nuestros alientos se enlazan, observo que su labios de
cereza están tan cerca de los míos, su aliento los roza y yo espero a que los bese (¿Qué…? Yo
no soy de piedra… no me miren con esos ojos o sino les lanzo el borrador en la cabeza ¡esta
advertidos! Así que no se quejen después…) ejem, sigamos con la historia: y entonces me besa.

Algo en sus labios me hace anhelar mas... me hace desear mas... me sorprendo en un principio
u luego, y sin dudar mucho respondo con igual candor.
Nos seguimos besando y yo muerdo levemente sus labios sacándoles algunos gemidos de
placer.

De un momento a otro lo siento encima del escritorio, pensé que eso solo sucedía en las
películas pero al parecer también sucede en la vida real ¡Genial! En fin, Continúo mi recorrido
descendiendo por su blanquecino cuello, él no se niega y me permite que baje más.

— n-no tan rápido... — escucho que me dice en un hilo de voz pero no me detengo, tengo
hambre de tocar mas. — e-espera… — me detiene de repente y sonríe malvadamente, sin
saber como se pone de pie y me arrincona contra la pared

Ahora siento su respiración cerca de mi cuello, los vellos del cuerpo se me erizan, el poco a
poco comienza a desabotonar la camisa y comienza a lamer con su lengua mi piel, me excito
ante eso.

Changmin continúa hasta que llega a mi vientre, aun besando y lamiendo mi piel, desabrocha
el cinturón del pantalón y abaja el cierre. Yo solo suspiro de placer, Changmin baja mi pantalón
junto con mi ropa interior dejando libre mi miembro completamente despierto, esta de mas
decir que con todas sus caricias era normal que me excitase de ese modo, aquel castaño se
queda mirando con lujuria mi miembro erecto.

Entonces tomó entre sus manos mi miembro erguido y palpitante, masajeándolo ávidamente
pero yo no solo quería que me masturbase, quería otra cosa, quería que el cumpliera una de
mis tantas fantasías y al parecer adivino lo que deseaba porque comenzó a lamer sutilmente la
punta del miembro.

Como si de un dulce se tratase, Changmin comenzó a lamer toda la extensión, hasta


introducirlo completamente en su boca, succionándolo todo y comenzó a sacarlo y meterlo en
su boca. Yo estaba al borde de la locura, sujetaba con mis manos sus cabellos rojizos y
empujaba dentro de su boca preso de la lujuria

— ¡más rápido Changmin... ahhh...!! — mis deseos fueron cumplidos de inmediato, la boca del
castaño apresuró su ritmo y así continuo hasta que no pude mas y me vine en su boca,
completamente satisfecho de su trabajo.

Jamás en mi vida me habían hecho sexo oral y lo admito; había sido maravilloso.

El castaño no dejo derramar ni una gota y se puso de pie con una sonrisa traviesa y me beso
con prisa, yo correspondí con igual candor, quería tocarlo, hacerlo mío

¡¿Qué rayos me había dado ese mocoso para desearlo de aquella manera?!

Bien, ahora no me importaba mucho, solo quería tocarlo y me lance sobre él –literalmente-
asaltando su esbelto cuello, lamiendo y besando cada parte de ese pedazo de piel, quise ir mas
allá pero me detuvo.
— hasta aquí ha llegado esta sesión. — dijo traviesamente mientras se separaba de mi, yo le
mire incrédulo.

Changmin se acomodo sus ropas y antes de salir me dio un ligero beso en la boca.

— la próxima vez tal vez lleguemos mas lejos…—dicho esto salió sin mas, dejándome allí con
los pantalones abajo y con un deseo de tocarlo mas… y entonces caí en cuenta de lo que había
sucedido

¡¡¿Diosito, que hice?!! Pensé aterrado.

Las imágenes de Changmin haciéndome sexo oral invadieron mi mente.

La vergüenza ante mis actos me hizo llevar mis manos a mi rostro y sacudir mi cabeza
intentando dejar de pensar en ello.

¡Ese mocoso me había violado! ¡Maldito engendro! ¡Mocoso seductor! ¡¡¡Caí en sus redes…!!!
¡¿Pero que demonio se había apoderado de mi hoy?!

¡Yo un hombre justo, intachable, seguidor de la ley había caído como un vulgar casanova en las
manos de aquel crío tentador!

¡¡Ahhh, ¿que me había pasado?!!

Y tras esto me arregle mis ropas y salí de aquel instituto.

Mi primer día de clases si que había sido agotador y ahora tendría a un mocoso acosándome
pero ni crea que volveré a caer.

¡Nunca más! ¡Nunca mas! ¡No volveré a caer en sus garras nunca!! ¡¡¡Lo juro!!!

Lo que yo no sabia era que esa tarde había cavado mi propia tumbar y mi infierno/paraíso con
aquel mocoso tentador apenas estaba comenzando…

Cap 2: seducción… este niño es mi perdición

r: cielo caido
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Notas del capitulo:

Bueno, la verdad es que no tenia intenciones de continuar el fic y dejarlo como estaba, lo hice
porque era un “algo” que no me dejaba tranquila y necesitaba escribirlo y que no abarcaría
mas de un capitulo, sin embargo, su insistencia para una continuación me hicieron pensar en
que, posiblemente, a este fic podría sacarle jugo así que aquí esta la continuación… porque
ustedes lo pidieron así que disfrutadlo =)

Resumen del capitulo: y es que Changmin cuando quería algo lo conseguía y ese profesor de
pacotilla no seria la excepción, seria suyo sin objeción.

Tengo que advertirte, tienes que saber.

Que yo igual no estaré al amanecer

Crees que solo te quiero para una vez

¿Pero sabes que? Dos estaría bien.

-Panda-

Uke acosador.

Capitulo 2: seducción… este niño es mi perdición.

Esta de mas decir que cuando llegue a casa lo primero que hice fue reprenderme
mentalmente, no, de hecho eso lo venia haciendo durante todo el camino. No hubo un
segundo en que no me diera una patada mentalmente ante la estupidez que había cometido…

¡Me había dejado llevar por aquel engredo seductor!


Oh Dios, ¡apiádate de mí, cometí un pecado!

Tenia tantas ganas de ir a una iglesia a confesarme, en serio, ganas no me faltaban pero no fui
por vergüenza… ¿Qué diría el padre de mí si le dijera?

“Padre, en mi primer día de trabajo cometí un pecado, tuve sexo con uno de mis alumnos en el
aula de clase. Mi alumno; aquel sexy castaño me hizo sexo oral y me gusto y temo que volveré
a caer en sus garras…”

¡Ahhh! ¡¿Pero que cosas estoy pensando?! ¡Claro que no volveré a caer en el pecado! ¡Nunca,
no volveré a dejar que ese crío tome el control!

Pero… ¿y si volvía a suceder? ¿Y si volvía a dejar que me hiciese aquello….?

¿Cómo haré mañana para mirarle la cara a la coordinadora?

Y si ella me pregunta “¿Como le fue en su primer día de clase profesor?” Oh y yo le conteste


“Muy bien Coordinadora, me fue de maravillas como usted no se imagina, primero me caí de
las escaleras mas de dos veces y estaba aterrado de que los alumnos me tratasen mal, pero
eso no fue lo maravilloso, lo extraordinario fue que un alumno de la clase me estaba acosando
y usted no se dio cuenta ¡y de paso me violo al finalizar el día! ¡Me hizo sexo oral!, cosa que
nunca me habían hecho, y me agrado como ese condenado mocoso se metía mi “cosa” en su
boca y temo que posiblemente hoy suceda lo mismo, así que le agradecería que no me dejara
solo ante aquella tentación, usted sabe profe; la carne es débil…”

¡Dios que pienso! ¡Soy un enfermo!

Cansado de pensar en lo que sucedería mañana me deje caer en la cama y oculte mi cara entre
las almohadas blancas…

¿Qué seria de mí de ahora en adelante?

Ese mocoso me acosaría, de eso estaba seguro, y sigo sin entender que fue lo que me vio, digo,
no soy la gran cosa.

Si lo reconozco, soy alto; metro ochenta de altura, cabello castaño corto y ojos color miel, piel
tostada y tengo músculos, claro; yo voy al gimnasio de vez en cuando pero no es que
sobresalga mucho, es decir, hay muchos como yo y no se que fue lo que me vio aquel mocoso
castaño.
Y lo digo en serio, aquel niño es una preciosidad sin lugar a dudas creo que hasta debería
buscarse a alguien de su altura, él pareciese de esos príncipes de la antigüedad, seguro que si
se pondría uno de esos trajes pasaría por príncipe ante los demás… Oh y aquellos ojos
marrones, de verdad que era un deleite mirarlos, eran de un verde esmeraldas que te
embrujaban y lo admito; me perdí en ellos mas de una vez… su cuerpo no estaba mal, yo
suponía que no debía pasar los diecisietes, aun era algo bajo, según calculo debe medir como
uno sesenta y sin mucha musculatura en su cuerpo pero eso no quita el hecho de que sea
guapo…

Esperen. Que cosas digo, ¡ni que a mi me importara su físico! Si puede ser toda una
preciosidad pero no cederé a esas hormonas alborotadas

Adolescentes… lo único que buscan son experiencia y el hecho de que él las quieras no
significa que YO se las deba dar, claro que no, puede que sea su profesor pero joder, eso no
significa que yo deba enseñarle como tener sexo, aunque si lo pienso bien si que tenia
experiencia esta tarde… ni en mis peores pensamientos llegue a imaginar que él me haría eso…

En fin, tratare de no pensar mucho en el asunto, es por mi bienestar sexual, ¡digo! Mi


bienestar mental, ¡¿ven como me ha afectado ese mocoso?! Yo no era así, no pensaba cosas
pervertidas y ahora no dejo de pensar ¿que hará mañana?

¡El es que él único culpable de que sea así es aquel engrando del demonio! ¡¿Por qué rayos
tiene que ser tan endemoniadamente sexy?!

¡No pensare en él! ¡No pensare en él!


Y después de mi batalla interna se escucha que tocan el timbre, dejo mi pelea mental para otro
momento. Ahora necesito estar bien presentable para la visita.

Había olvidado comentarles que me mude a un nuevo apartamento, no es que sea nuevo en la
ciudad pero como me aumentaron el sueldo pues ya tengo lo suficiente como para haber
alquilado un apartamento, si bien aun no es propio pero al menos vivo yo solo.

Cuando había comenzado a trabajar vivía con un compañero en una pequeña habitación, no
piensen mal; ¡él y yo no tuvimos nada…! Solo compartíamos la habitación, él trabajaba en una
pizzería y yo era suplemente en primaria… ahhh como cambias los tiempos ¿no? Es que mi
madrecita tenía razón, las cosas se alcanzan poco a poco y eso quiero enseñarles a mis
alumnos!! Nada cae del cielo señores, se los digo yo, uno tiene que buscar las oportunidades,
si uno se gradúa no es que se va a sentar en una silla a esperar a que él trabajo te lo mande
Dios…

Por eso yo me fui de la casa de mi querida madre a buscar oportunidades y hasta ahora me ha
ido bien, claro, he tenido mis bajas pero ¿quien dijo que seria fácil? Estaba cociente de eso
cuando salí de casa… bien, seguro que ya están aburridos de mis anécdotas y las clases que
doy ¡pero es que yo soy así! Cada oportunidad que se me presenta enseño algo nuevo ¡y
ahora ustedes han aprendido que nada es fácil! Bueno, al menos no para los que somos
pobres…

En fin, me dirijo a la puerta para abrirla y recibir a mi invitado. Antes de hacerlo me arreglo un
poco, no vaya a ser que sea una linda muchacha y me vea en plena faena así que me acomodo
un poco el cabello, verifico que mi ropa este perfectamente ordenada e impecable y
compruebo que mi aliento no huela mal.
Después de confirmar que no haya algo desagradable en mí; abro la puerta con una gran
sonrisa en mi rostro pero esta se borra inmediatamente al ver quien era mi invitado.

Mis ojos no pudieron evitar agudizarse ante la exquisita imagen que se postraba ante mis ojos,
mi vista recorrió su figura de pies a cabeza y creo que hasta casi se me sale la baba.

En frente de mi no esta nada mas y nada menos que Changmin; mi sexy alumno castaño.

Yo le observo con la boca abierta sin poder creerme que él, precisamente él, sea mi vecino.

— Buenas noches profesor Yunho. — me dice en un tono bastante dulce, lo cual


combina perfectamente con él. Si bien antes me parecía sexy ahora me parecía caóticamente
sensual y atrevido.

El crío ese llevaba unos short de color verde militar que le llegaban a la mitad del muslo,
además llevaba puesta una amplia camiseta que le hacia ver frágil e inocente, (¡de inocente no
tenia nada ese mocoso!) como la camisa era un poco grade una de las mangas de esta se
deslizaba –sensualmente diría yo.- por uno de sus hombros dejando ese pedacito de piel al
descubierto y llevaba unas converse de varios colores junto con unas pequeñas medias
blancas, su cabello rojo estaba medianamente alborotado y varios mechones a modo de
flequillo caían por su frente dándole un aspecto juvenil y tierno y no solo eso, sus manos las
escondía tras su espalada lo cual lo hacia ver aun mas adorable…
¡Seguro que se puso así solo para provocarme!

¡Y valla que lo estaba consiguiendo!

En ese momento me provocaba caerle encima y quitarle esa camisa para recorrer su pecho
con avidez y hacerlo mío de una vez por todas

¡¿Ven como este mocoso me hace daño?!

Aquello era demasiado tentador para mí...

— B-Buenas noches, joven Shim. — salude de la forma mas cordial posible forjando un sonrisa,
no se porque pero aquel jovencito pecaminoso frunce el seño.

— después de lo que paso esta tarde en el salón pensé que ya no habría tanta formalidad. —
comenta un poco molesto y yo me le quedo mirando con cara de “¿Que…?”
¿Lo que había pasado esta tarde...?

Ah él se refiere a cuando tuvimos sexo…

¡¿Que…?! ¡¿Cómo que no le trate con formalidad?! ¡Ese jovencito sigue siendo mi alumno así
que ni crea que le tratare sin formalidad, estaría fallando al protocolo!

— Lo siento joven Shim pero me temo que se ha equivocado, lo que sucedió esta tarde no creo
que se vuelva a repetir y le agradecería que se olvidara de eso, es mejor para los dos.

— ¿Esta seguro? — Oh no, esa sonrisa traviesa y esa mirada lujuriosa han vuelto…

— Completamente seguro. — ¡no cederé a sus caprichos…! Si crees que puedes conmigo
mocoso malcriado estas muy equivocado

— eso ya lo veremos, en fin, usted es nuevo aquí y yo soy su vecino. Mi madre preparo este
delicioso pastel de chocolate para usted. —sonríe malvadamente y mi cuerpo empieza a
temblar. — mi madre no puede venir por lo que me mando a mi a entregárselo. ¿Me dejara
pasar?
— o sea que… ¿E-Estaremos solos? — pregunto con cierto temor, claro, lo disimulo bastante
bien.

— Así es, estaremos usted y yo solos…— ¿es mi idea o ese mocoso lo dijo de manera
insinuante? — ¿Qué sucede profesor? ¿Me tiene miedo? — ¿tenerle miedo yo a un crió que
no me pasa en estatura? ¡Jamás!

— pase adelante joven.

Valla, si que debo estar loco para haberlo dejando pasar… creo que este niño utiliza una
psicología conmigo porque siempre termino cediendo a todos sus caprichos…

El apartamento no esta del todo acomodado, solo he acomodado lo necesario y entre ellos
están los muebles, yo me siento y el jovencito se sienta delante de mí.

— necesito platos y un cuchillo. — me dice al dejar en la mesita un pequeño pastel de


chocolate, yo me levanto de mi asiento y me dirijo a la cocina, tomo lo que aquel niño necesita
y regreso, siempre manteniendo la guardia en alto, esta vez no caería… no caería… ¡No
caería…!
— aquí esta lo que necesitas.

— gracias.

¿Quién diría que fuera tan educado? Parecía un angelito, uno que ni rompía ni un plato pero lo
que no saben es que este “angelito” rompía la vasija completa.

— aquí tiene profesor, espero que le guste. Mi madre lo preparo con mucho cariño para usted.

Si lo preparo su madre estoy seguro de que no tiene alguna droga o algo parecido, ¿Qué…? No
me miren así, a saber yo de lo que este crío es capaz de hacer… ¡puede que hasta me drogue!
Bien, no me lo digan, estoy exagerando pero es que uno nunca sabe señores.

Oh grande fue mi sorpresa al probar que el pastel era una delicia, dulce y sabroso.

— esta rico ¿verdad? — escucho que me pregunta. Yo le miro y casi me da un infarto.


El demonio disfrazado de angelito comía el pastel de manera bastante sensual, un poco del
chocolate se le escurrió de entre la comisura de sus labios y poso su lengua por aquella zona
de manera excitante…

Yo solo me le quedo viendo como un bobo, sin reaccionar, él solo sonríe y en eso un poco de
pastel se cae un poco más debajo de cuello.

Y yo quiero quitar ese chocolate de allí, siento ganas de pasar mi lengua por esa zona y
terminar de comer el pastel en su piel…

¡¿Pero que pienso?! ¡Soy un morboso!

Sin saber como; lo tengo a un lado mío.

— ¿quiere comer mas pastel profesor? — lo dice con voz bajita y sexy. Yo trago saliva para
tratar de controlar mis instintos.

— A-Aléjate de mi s-satanás. — logro decir bastante nervioso, él solo ríe pícaramente y se


acerca mas…
— ¿Satanás? — ríe bajito y se me eriza el vello del cuerpo. — si, soy un diablito que esta
caliente.

¡Oh por mi madre, ¿porque dice esas cosas que solo me excitan?! ¡Engendro del demonio!

Siento que se me seca la boca cuando se lleva un trozo de torta a su boca y es ahí cuando mi
fuerza de voluntad termina.

Le asalto la boca con mis labios y lo acorralo debajo de mí, él solo ríe un poco y deja que le
bese.

Devoro sus labios y su boca como un animal hambriento, busco su lengua y la enredo con mía,
saboreando el dulce néctar del pastel y de sus labios.

Deja salir aquellos sensuales gemidos que me hacen volver loco, no lo dejo ni respirar, estoy
dominado totalmente por otro yo, alguien a quien no sabía que existía.

¡Oh no! ¡¿Y si los extraterrestres me secuestraron y ahora no soy yo, y es otro que se hace
pasar por mí?!
….

….

Nah, tampoco soy tan lunático ¿o si?

En fin, Introduzco una de mis manos bajo aquella camisa, acariciando su suave piel. Oh como
amo esa piel, no tardo en quitarle aquella estorbosa camisa y comienzo a devorar uno de sus
hombros, Changmin debajo de mi no deja de gemir mientras entrelazaba sus dedos en mis
castaños cabellos.

Mis manos ya estaban abajando aquel pequeño short junto con su ropa interior. Me urgía
tocarlo más y más.

Estamos en el mueble, yo encima de él.


Lo tengo completamente desnudo, ahora quiero que él disfrute de todo lo que me hizo esta
tarde.

Changmin se apoya con sus codos en el mueble y me mira de forma lujuriosa, sabe lo que voy
a hacer.

Me separo un poco de él y me pongo de rodillas para luego separarle un poco las piernas
observando que su miembro esta erecto ante mis caricias, rozo con mis dedos aquella zona tan
sensible y el suspira de placer, me agache hasta su miembro y pase mi lengua en la punta,
pude escuchar un sonoro gemido.

Lo mire un poco y me di cuenta de que tenia los ojos cerrados y las mejillas rojas, con sus
manos tomaba la tela del cojín con fuerza, su cuerpo temblaba levemente y sin hacerlo
esperar mas lo meto todo en mi boca recordando como él lo había hecho ayer.

Changmin arquea su cuerpo ante el placer que le brindo.

Saco lentamente su pene de mi boca y paso mi lengua por la punta para luego volver a abajar
lentamente.

— ¡L-Yunho...!! — gemía mi nombre y aquello me lleno el pecho de orgullo y satisfacción.


Ahora él estaba sentado con las piernas abiertas, mirando como succionaba su miembro.
Aumente mi ritmo y los gemidos llenaron la sala, me preguntaba ¿si alguien nos estaría
escuchando? — Lean...dro... n-no aguanto más...- gemía placentera y lujuriosamente mi
castaño, sabia que estaba cerca de su cumbre.

Mantuve el ritmo y entonces lleve uno de mis dedos a su caliente entrada, introduciéndolo con
cuidado. El chico gimió aun más fuerte y arqueo su espalda. Metí otro dedo y comencé a
meterlos y sacarlo mientras yo seguir succionando su miembro.

— ¡B-basta... ay.... ahh duele!! — Introduje un tercer dedo y los metía y sacaba con rapidez, su
entrada se contraía, quería volverlo loco y lo estaba haciendo, sus gemidos me lo decían. —¡
Lea...Lea... y-ya... ya no puedo más...!- seguía moviendo mis dedos con rapidez y de un
momento a otro acabo en mi boca.

Era la primera vez que hacia eso pero me había gustado, él se dejo caer en el mueble
completamente satisfecho.

Ya lo había preparado ahora solo debía entrar en él y calmar mis deseos. Desabroche la
bragueta de mis pantalones y separe sus piernas, guiando en el acto mi miembro a su entrada.

Changmin se sentó y me beso ligeramente en los labios, yo lo iba a tomar las caderas para
sentarlo encima de mi pero de repente aquel castaño se puso de pie y comenzó a vestirse, yo
me quede con cara de ¡¿What…?!
— lo siento cariño, tampoco será hoy. Mi madre ya debe estar preocupada. — y sin mas se
dirigió a la salida dejándome a mi con una erección bastante notoria.

— ¡¿me vas a dejar así…?!— reclame un poco alterado, él se giro solo un poco y río de manera
maliciosa; Yo aun continuaba en el mueble, desnudo y con una erección del tamaño de un
buque entre mis pierna.

— Tendrás que arreglártelas tu solo…— dijo maliciosamente mientras se iba y cerraba la


puerta tras de si.

Yo aun continuaba impactado, o sea, ¡aquel mocoso venia, me calentaba y me dejaba así no
mas…!

¡Ahhh, caí de nuevo!

Me jale los cabellos y me deje caer en él mueble, rayos… ¡¿ahora que iba a hacer?!

Bien, si caí la primera y la segunda vez, seguro que también caería la tercera, la cuarta y la
quita vez y todas las veces que ese mocoso quisiera…
Ese niño era mi perdición…

Bien, después me ocupare de eso, por ahora solo quería solucionar el problemas de mi
entrepierna, seguro que lo hacia mientras pensaba en aquel niñato.

¡Ahhh, ¿pero que pasa conmigo?! ¡Soy un psicópata, un degenerado, un enfermo, un corrupto
de menores de edad, me llevaran preso!

….

….

….

Suspiro cansado, da igual, seguro que me iré al infierno.....

Cap 3: enséñeme modales sensei


or: cielo caido

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Notas del capitulo:

Bien, aquí esta el capitulo n.n muchas gracias por sus comentarios, me hace muy feliz recibirlos
n.n

Resumen del capitulo: Changmin no se porta bien en la clase y Yunho debe darle un buen
sermón además de darle un castigo. ¿Cuál será el castigo que tendrá preparado nuestro
querido y exótico profesor?

Quiero tenerte encerrado en mi closet, cuando no este nadie alrededor,

Quiero poner tu mano en mi bolsillo, porque lo tienes permitido,

Quiero manejarte hacia la esquina, y besarte sin sonidos,

Quiero quedarme de esta manera por siempre, fuertemente lo diré,

ahora estas dentro, y ya no puedes salir.

Hot- Avril Lavigne.

Uke acosador.

Capitulo 3: enséñeme modales sensei…

Mentiría si no dijese que estaba disfrutando de las sensaciones que ocasionaban en mí, cerré
mis ojos disfrutando al máximo de todo aquello.
Al abrirlos me encontré con una imagen sumamente exquisita.

Mi alumno, Changmin, estaba encima de mi, completamente desnudo y agitado, su boca


entreabierta busca agitadamente aire y por su frente caían algunos mechones de su cabello,
estos se adherían a su frente debido al sudor.

Y no es para menos, era lógico que sudase con lo que hacia.

Changmin subía y abajaba por mi miembro erecto, enterraba en su carne aquella parte de mi
anatomía. Yo solo movía un poco mis caderas para incitarle a continuar.

— Yunho...—gemía mi castaño al sentir mi duro miembro en su interior. Sus ojos marrones


estaban lleno de pasión y lujuria, al mirar sus labios rosados se me antojaron repentinamente,
me senté en la cama con él sobre mi y saboree sus deliciosos labios, él ahogo un gemido en mi
boca al besarlo con hambre.

La habitación se lleno de sonoros gemidos y respiraciones profundas mientras yo hacia mío a


aquel niño pecaminoso.
Si, lo había hecho mío. No le iba a dejar irse así no más, claro que no. Lo retuve en contra de su
voluntad, yo era su profesor y tenia que obedecerme, así que si le ordenaba que me diera
placer tenia que dármelo.

Las penetraciones se hicieron mas profundas, sentía como el cuerpo de Changmin se tensaba,
estaba seguro de que llegaría a su cumbre pronto así que comencé a embestir con mas fuerza
su interior y comenzó un concierto de gemidos que eran música para mis oídos, lleve mi mano
hasta su intimidad y comencé a estimularlo sintiendo como su cuerpo temblaba ante las
sensaciones que yo le causaba.

Comencé a sentir sensaciones en mi cuerpo, acelere el ritmo y entonces ambos nos corrimos,
él en mi mano y yo en su interior, cerré mis ojos unos momentos para normalizar mi
respiración…

Y al abrirlos solo pude ver el techo blanco.

Me senté rápidamente en mi cama ¡solo para darme cuenta que todo había sido un maldito
sueño!

¡Rayos…! Aquel mocoso se había ido como si nada y me había dejado a mí con un gran
problema…
Al moverme un poco pude sentir la sustancia viscosa entre mis piernas. Maldije todo al darme
cuenta de que al tener aquel sueño húmedo me había venido en la cama, ahora me tocaba
cambiar de sabanas…

Maldito mocoso, condenado monstruo, pequeña rata inmunda, me las pagarías… me las
pagarías… ¡¡lo juro!!

Y con aquella rabieta procure cambiar las sabanas para dormir en lo limpio pero al acostarme y
cerrar mis ojos para conciliar el sueño lo vi a él nuevamente, desnudo debajo de mi, listo para
hacerlo mío.

Abrí mis ojos antes de llegar al clímax, no me vendría nuevamente en la cama, ¡no quería
volver a cambiar de sabanas! Totalmente acalorado me fue a hacer una taza de café.

¡Ese muchacho me había embrujado! ¡Estaba seguro de eso…! O sea, yo tener sueños
húmedos con mi alumnos... ¡Pero en ¿que clase de pervertido me había convertido?!

Y lo peor era que al querer dormir ese niñato siempre aparecía allí, tal como Dios lo trajo al
mundo. Hasta en mi sueño me provocaba… ¡eso es inaudito!

Decidí no dormir durante el resto de la noche, no dejaría que ese demonio se colara en mis
sueños.
No llevaba ni un día de conocerlo y mi vida ya era un infierno...

Si esto era el comienzo no me imagino que será del resto.

No pensare en ese mocoso, no pensare en él. Así que quise hacer algo para distraerme, pero
¿Qué…?

¡Ya se! ¡¡Ejercicios…! ¡Eso es… ejercicios!

Comencé a hacer flexiones, hice como cincuenta o más, no se, solo quería evitar pensar en él y
al terminar de hacer mis flexiones comencé a realizar como unas mil sentadillas, mi
pensamiento en todo momento era:

“¡Ejercicios! ¡¡Ejercicios!! ¡¡¡Ejercicios!!!”

Realice otro montón de ejercicios mas que me dejaron con la lengua de corbata, sumamente
cansado y exhausto pero no dormiría, ¡no lo haría! Así que comencé a limpiar el lugar donde
me había mudado, pase yo no se cuantos coletazos al piso dejando bien limpio y brillosito,
podría hasta jurar que veía estrellas en él, ¡hasta podía ver mi reflejo!

Tiendo a ser terriblemente obsesionado con la limpieza y el orden, para mi todo debía ser
perfecto... debía estar perfecto...

Al terminar de acomodar todo en su lugar eran las cuatro y media… todavía faltaba mucho
para que amaneciese… para distraerme me dispuse a arreglar las clases que daría el día de
mañana y así sucesivamente.

Al amanecer yo parecía un muerto viviente. Las ojeras bajo mis ojos eran mas que notorias,
mis pasos eran sumamente lentos… ¡necesitaba urgente una cama!

¡Maldito mocoso que no me dejo dormir toda la noche, mis desvelo era su culpa!

Ya estaba limpio, vestido adecuadamente, tome mi maleta y arrastre mis pies hasta la salía…
era un desastre…

En fin, no me importaba lo que dirían de mí por mi aspecto lamentable. Arrastre mis pies con
una cara de muy pocos amigos, olvide decir que cuando no duermo tiendo a tener un humor
bastante negro.
Pero mi sueño y mi mal humor se fueron al escuchar aquella melodiosa voz.

— Buenos días profesor Yunho. — todos mis sentidos se pusieron en alerta y con horror mire
detrás de mi. Allí estaba el culpable de mi desvelo… Ay Changmin como te odio— ¿se
encuentra bien? No tiene muy buen aspecto. ¿Le paso algo anoche? — me pregunto con
aquella carita llena de inocencia y preocupación. ¿A dónde se había ido el demonio?

¡Ni crea que me va a engañar con esa cara! ¡¡Seguro que es otro de sus disfraces!

Hizo un ademán de acercarse pero lo detuve.

— ¡aléjate de mi Satanás! — grite eufórico mientras lo señalaba, con mi dedo índice,


acusadoramente. El se sorprendió de mi actitud y yo proseguí. — ¡ya se que eres parte de una
secta satánica, me has embrujado ¿verdad?! ¡Mocoso tentador, hijo de lucifer, no dejare que
devores mi alma! ¡¿Me escuchaste? No dejare que devores mi alma con tus actos indecoros!

— pero…
— ¡nada! ¡Eso es todo lo que te diré, punto! — me di la vuelta y me dirigí al piso de abajo,
caminando con pasos armoniosos porque yo soy muy digno y mas cuando mi discurso esta
perfectamente elaborado.

Al llegar a la salida del edificio note que el sol brillaba esplendorosamente, llene mis pulmones
de aire aspirando fuertemente para después dejarlo salir con lentitud.

¡Que bonito día hacia!

— ¿a que se debe esa sonrisa de estúpido que tienes, maestro de pacotilla? — esa voz… esa
voz…me gire y al ver lo que estaba en frente de mi casi se me sale el alma por la nariz.

¿Como podía...? ¿Qué es lo que...? ¿Que mierda estaba...? ¿Desde cuando él...? ¿Y que es lo
que...?

¡Changmin estaba enfrente de mí con una bolsa de panes en su mano!

¡¿Por qué cojones Changmin estaba enfrente de mí si hace unos segundos estaba conmigo en
el último piso?!
¡¿Y ni siquiera llevaba el uniforme y la persona en frente de mi si?!

— ¡¿Qué rayos haces aquí?! ¡¿Cómo hiciste para cambiarte de ropa y bajar tan rápido?!

— ¿Qué…?— me miro como si me hubiera salido un tercer ojo.

— ¡no me digas…! ¡Tienes poderes de tele-transportación! — grite horrorizado, lo se, eso


sonó estúpido pero no se me ocurría otras explicación. Él me miro con cara de “¡¿what…?!”

— ¡Yunho de que dem...! — antes de que continuara yo lo interrumpí.

— ¡no! — me tape mis oídos como quien no quiere escuchar nada. — ¡no voy a escucharte,
no voy a escucharte, no voy a escucharte!

— ¡Yunho! — me zarandeo y yo nada.


— ¡lalala, no voy a oírte, no voy a oírte! — y tras esto me marche corriendo. Ya se lo que
ustedes están pensando, me deben creer loco y un crío pero sepan que a veces ese niño me da
miedo.

En fin, llegue al instituto bastante cansado y me dirigí a la coordinación para reportarme.

Mi día había comenzado.

Mis clases surgieron sin novedad alguna. Los alumnos me respetaban, claro, tenían que
hacerlo ¡yo era el profesor! Bueno, en realidad me tenían miedo ya que el día de hoy no
estaba de muy buen humor. Ya saben, no dormí bien anoche.

Los alumnos susurraban a mis espaldas que era la reencarnación del demonio. Al escuchar
aquello una vena de tamaño de la tierra apareció en una de mi sien.

¡¿Yo un demonio?! ¡¡Menuda estupidez!!!


¡¡Demonio era aquel alumno… aquel niño pecaminoso que desde ayer no había hecho otra
cosa que hacerme la vida imposible!!

Esta de mas decir que mi ira se encendió en el salón al escuchar mas de un comentario,
algunos alumnos hasta había sacados sus rosarios –a saber yo de donde lo habrían sacado- y
habían comenzado a rezar a Dios para que les salvase la vida.

Hasta me dio penilla ver a algunos pidiéndome piedad…

¡Pero es que ellos se lo ganaron…! ¡Eso es una lección para que aprendan a que conmigo no se
metan…!

Oh y mi dolor de cabeza no hacia más que aumentar al saber que nuevamente me tocaba
darle clases a Cuarto B, en donde estaba Changmin. ¿Porque rayos me había tocado tener que
dale clase dos veces seguidas a la semana? ¡Y de paso a última hora! ¡¡Quien sabe que pasaría
esta vez!

Suspire hondo y me dirigí al salón, al entrar lo vi sentado en el escritorio, con las piernas
cruzadas, mirándome como si me desnudara y tenia puesta aquella sonrisa traviesa que me
ponía de nervios.

No le di importancia y fingí amnesia.


— todos tome asiento. La clase comenzara. — ordene sin mucha amabilidad, si... Estoy
molesto y de mal humor ¡y ustedes saben porque!

Los rumores de mi mal humor no se hicieron esperar y mas con Changmin y sus cosas
indecorosas.

“Paciencia, paciencia, paciencia” me repetía mentalmente.

Los taquitos aparecieron, comenzaron a lanzarme papel y yo sabia muy bien quien era.

Empecé a contar hasta diez y al reverso para calmar la rabia que estaba comenzando a aflorar.

Los alumnos guiados por su impulso comenzaron a hablar entre si y no prestaron atención a la
clase.

¡Yo estaba hecho una furia!


Comencé nuevamente a contar mentalmente para calmarme…

Uno….

Los alumnos salían para afuera sin mi permiso y entraban cuando se les viniera en gana....

Dos….

Changmin se desarreglo el uniforme –comenzado a verse provocativo… muy provocativo…- y


comenzó a coquetear con algunos alumnos…

Tres….

El comenzó a besarse con un alumno mientras me miraba de soslayo… y los otros alumnos le
siguieron.
Cuatro…

Saben que… ¡al diablo con todo!

Golpee la mesa con mi puño mientras miraba de forma asesina a aquel alumno que se había
besado con el castaño desobediente y malcriado.

Todos guardaron silencio y se sentaron en sus respectivos asientos muertos de miedo.

— Largo todo el mundo— sisee de forma tétrica y amenazante, con voz baja pero audible. Al
escuchar eso los alumnos salieron del aula despavoridos por mi actitud y amenaza.

Y antes de que Changmin saliera le detuve.

— Tú te quedas.— dije en tono amenazante y con cara de pocos amigos. Changmin seguía
mirándome de esa forma impasible que me estaba desesperando.— Estas castigado por haber
armado e incitado semejante escándalo — ordene en voz neutra y firme.
Changmin se encogió de hombros y se fue a sentar a un pupitre.

Se sentó en su asiento y miro de forma aburrida la ventana murmurando un “estúpido


maestro de pacotilla…”

Mientras yo pienso. “maldito mocoso tentador…”

Y así nos quedamos, él en su asiento y yo en el mío.

Saque el periódico y me puse a leer las noticias, en realidad solo quería distraer mi vista, ni
siquiera sabia que estaba leyendo solo refunfuñaba por lo bajo cosas ilegibles.

El sol estaba muriendo por el horizonte, apenas sus rayos iluminaban el salón y se escuchaba el
sonido escalofriante de las cigarras… aburrido de tanto silencio mire por encima del periódico
a mi alumno.

Al hacerlo me di cuenta de que me miraba fijamente, nervioso volví a ocultarme entre las
paginas del periódico. ¿Qué tanto estaría mirando?
Curioso volví a mirar –con cuidado de no ser descubierto- por encima del periódico y observe
que todavía me miraba fijamente solo que esta vez me sonreía con aquella sonrisa picara. Me
oculte rápidamente totalmente aterrado.

Ay Dios… eso no era bueno, no era bueno. Algo estaba planeando.

Creo que no había sido buena idea haberlo dejado en su castigo. ¡Pero es que estaba muy
molesto!

—Porfesor Yunho...- dijo en tono sugerido.

Trague saliva nervioso

Y apreté el periódico en mis manos diciendome mentalmente que no caeria en su jueguito.


Sim embargo, cuando alce la vista la ya lo tenía frente a mi, casi di un respigno del susto.

— ya puede retirarse joven Shim. — dije en tono indiferente mientras me ponía de pie.

— ¿eso es todo? — dijo con aparente duda. Yo lo mire y asentí. — Pensé que me daría un
castigo mas fuerte sensei… — dijo con aquella voz seductora.

Ahora lo tenía cerca, muy cerca, tanto que podía sentir su aliento en mi rostro. Estaba a
centímetros del mío. — No tiene buena cara...—murmura sentándose en mis piernas.

Vamos Yunho que tu eres fuerte y no cederas a sus hormonas alborotadas.


Resiste, resiste, ¡resiste!

—¿que cree que hace?

Le observo tranquilo, por ahora no me siento nervioso por su cercanía, tampoco siento culpa
de tenerlo sentado en mis piernas. Su rostro sereno me transmite calma y aquellos ojos
marrones profundos como un lago me observan cuidadosamente.

— ¿Que es lo que quieres de mi?—pregunto tranquilo mirándole fijamente, es entonces que


aquella expresión serena y calmada que tenia antes cambia dramáticamente y aquel demonio
disfrazado de angelito regresa

—Quiero sexo.—susurra atrevidamente en mi oído. —esta tarde me porte muy mal, merezco
un castigo ¿no cree? — tras esto roza mis labios con los suyos mientras yo siento que me voy
perdiendo lentamente. Ya no coordino mis pensamientos, no se ni en que pienso porque
completo el beso uniendo mis labios con los suyos.

Siento que él también corresponde a mi beso, toco sus labios con mi lengua pidiendo permiso
para entrar y me lo concede, entro y juego haciéndole salir ligeros gemidos que me excitan...

Es un beso brusco, doloroso, caliente. En ese momento mande al infierno todos los axiomas,
reglas y teoremas y meti las manos bajo la camiseta, encontrándome con esa piel suave y tibia.

Si, lo se. Estaba perdido. Seguramente aparecería en los periódicos, como todos esos
depravados enfermos, en las revistas, en los noticieros... No me importaba en ese momento.

Siento como su mano entra en mi camisa y acaricia mi piel, no me quedo atrás y le quito
desesperadamente el uniforme, dejándolo libre de prendas para así acariciarlo sin temor, lo
hago con hambre, con deseo de tocar más, de querer más…
No se como fue que llegue a esto pero ahora lo tengo completamente desnudo a mi merced.
Él me acaricia con hambre, con deseo y yo no le oculto el mío.

Quiero poseerlo, penetrarlo hasta hacerlo gritar de placer.

Recorro su pecho con avidez, lamiendo partes de su pecho que lo hacen gemir de placer.

— m-me porte mal ahhh— logra decir entre jadeos y gemidos— merezco un c-castigo. — dice
juguetonamente, no se que es lo que se ha apoderado de mi pero solo sonrió con malicia.

— si, mereces un castigo, yo te enseñare a que conmigo no se juega. Porque soy tu profesor y
debes obedecerme — él sonríe satisfecho por mi respuesta.

— Si, enséñeme modales sensei…—dice con voz lujuriosa cerca de mi débil oreja, lo oigo
suspirar y prosigue. — soy un niño malo sensei… castígueme, castígueme. — esas palabras no
hacen mas que excitarme, se lo hago notar rozando mi sexo contra el suyo. No oculta su deseo
y me apega más a su cuerpo, deseoso de contacto. — ¿Cómo más me vas a castigar? —
pregunto de manera inocente mientras yo recorría su cuerpo con mis manos.

Ambos estamos de pie repartiéndonos caricias y besos apasionados. Lo tengo a mi merced y


puedo hacer lo que quiera.
Dejo de besarle por unos momentos y tiro las cosas que hay en el escritorio. Nuevamente me
posesionó de sus labios y lo dirijo al escritorio y sonrió con malicia al pensar en lo que le haré,
le doy la espalda y lo recuerdo en la mesa, su torso se pega contra el metal del escritorio.

Lo tomo de las caderas y froto mi miembro contra sus nalgas, dejándole notar lo excitado que
estaba, el solo se estremecía ante cada contacto. Levante una de sus piernas y la apoye contra
el escritorio, de esa manera podía entrar con facilidad.

Lo penetro con uno de sus dedos y comienzo a jugar con aquella caliente cavidad, el solo se
retuerce

Jadeaba cada vez más al sentir mis dedos en su entada.

Me incline y repartir besos por su espalda hasta que llego cerca de su oído.

— ¿quieres que te castigue? —susurro en su oreja para después morderla levemente.


— ¡¡si, si, castígame!! — responde desesperadamente, yo sonrió complacido con su respuesta.
— Anda… p-penétrame — pide entre suspiros y jadeos pero yo lo torturare un rato.

Masajeo sus redondas nalgas, comienzo a rozar la punta de mi miembro contra su entrada, sin
terminar de penetrarlo. Changmin hace movimientos con sus caderas, indicándome que esta
listo pero no quiero hacerlo, al menos no aun.

— ¿quieres que lo haga? ¿Lo quieres?

— Sí, sí... ya... quiero... por favor... penétrame—suplicaba exasperado, nuestros cuerpos
estaban perlados de sudor. No quise seguir torturándolo, yo también me moría por estar
dentro de él así que lo penetre de una vez, hundiéndome por completo en su interior.

Él gimió con fuerza con los ojos cerrados y aferrándose a la mesa de metal. Sus piernas
temblaron ligeramente.

— ¿mas…?

— oh si. Por favor, no pares— volví a penetrarlo con fuerza. Changmin se retorció de placer en
esa mesa, seguí penetrándolo con la misma intensidad. — ahhh… mas Yunho, mas… — Me
pide sin dejar de gemir, no tiene vergüenza de hacerlo. Lo hace complacido.
Mis embestidas eran despiadadas porque observe que sus manos temblaban y buscaba con
torpeza sujetarse del borde de la mesa.

Me movía intentando entra mas en él. Por fin lo había hecho mío.

Detuve mi ritmo y al parecer él se molesto.

— ¡¿porque te detienes…?!— pero antes de que me reclame lo hago ponerse de pie, él me


mira furioso.

Tal vez hasta debería dejarlo así como esta de excitado para vengarme por lo que me hizo
ayer pero no quiero hacerlo, solo tengo pensado hacer otra cosa.

Me siento en la silla del escritorio y lo acerco a mí pese a sus esfuerzos porque lo suelte y lo
hago sentarse en mi bulto, hundiéndome dentro de su carne cuando lo penetro de una sola
vez. Ambos gemimos.

A pesar del dolor que aquella abrupta penetración pudo ocasionarle no me importa y vuelvo
penetrarlo con más intensidad. Sus manos temblorosas sujetan mis hombros y sus ojos
llorosos los mantiene cerrados. Solo deja salir quejidos lastimosos y adoloridos mientras
continuo con mis embestidas.

De a poco el dolor lo deja de lado y es el mismo quien comienza a auto penetrarse, subiendo y
bajando, cabalgando a un ritmo rápido. Yo le ayudo sujetándolo de las caderas, ayudándolo a
subir y bajar con más velocidad, en tanto él se apoya de mis hombros, repitiendo mi nombre y
gimiendo sin cesar.

— Me vuelves loco Changmin. —Susurraba en su oído— Anda, gime más fuerte, déjame
escucharte— y él me complacía, sus gemidos eran bastante fuertes.

Mis manos recorrieron su espalda hasta llegar a sus nalgas, las cuales abrí aun más para que mi
pene entrara aun más en él.

Con rabia recuerdo que hace un momento otros labios se adueñaban de sus labios.

¿Cuantos más habrán estado en la misma posición en que lo tengo?

¿Cuantos mas habrán probados sus labios?

¿Cuantos más lo habrán hecho gemir así?


¿Con cuantos habrás coqueteado..., Changmin?

Sin poderlo evitarlo lo lastimo con mis envestidas y él deja salir un lastimoso y placentero
gemido.

— Gime solo para mí. — le ordeno con voz firme y ronca mientras le beso con furia para
después bajar por su cuello y detenerme en sus tetillas. Empiezo a succionar uno de sus
pezones, lo hago con rudeza y lamo la aureola y luego lo estimulo con mi lengua mientras me
deleito escuchando sus suspiros y sollozos, todo ocasionado por mí.

El placer era desbordante, me sentía en el cielo y pronto llegamos a nuestra cumbre, el gimió
mi nombre y yo lo hice con el suyo, quedando totalmente exhausto.

Busque su boca y la bese con desenfreno y el respondió con igual candor.

Me sorprendió que se quedara allí conmigo, en la misma posición en que habíamos terminado.
Sus delgados brazos los pasó por mi cuello y antes de que se recostara en mi hombro pude ver
una sonrisa tímida posada en sus labios. ¿Qué significaba eso?
Ya no había en el esa fogosa pasión ni lujuria, tan solo sentía la calidez de su interior y de sus
brazos, su respiración acompasada me hizo sentir un poco desconcertado. ¿Qué se supone que
haga ahora? ¿Debería abrazarlo también?

Y con las manos temblorosas me atreví a abrazarlo y apresar al pequeño Changmin contra mi
pecho. También me atreví a acariciar sus hebras rojizas que caían sobre sus hombros, él rio en
voz bajita por las cosquillas, como si fuese un niño pequeño, un niño juguetón… y entonces lo
dijo. Dijo aquello que me dejo aturdido.

—ahora eres mío.—me aclaro susurrándolo posesivamente cerca de mi oído. Abrí mis ojos
sorprendido. Y luego él volvió a recostar su cabeza en mi pecho, aun seguía sonriendo como un
niño travieso… mientras yo estaba anonado… ¿Qué representaban aquellas palabras?

Me sentí dentro de un círculo vicioso del cual ya jamás podría salir…

Dentro del juego de un niño con su juguete favorito…

Y antes de que pudiera seguir le empuje y él cayo al suelo mirándome apaciblemente, como si
hubiera esperado esa reacción.
Por toda respuesta él solo sonrió con sorna, como si hubiera esperado aquello, como si
estuviera satisfecho con mi reacción.

Luego de unos instantes él se levanto y comenzó a vestirse.

Yo aun seguía quieto por mi resiente actitud, no reaccione sino hasta que Changmin me arrojo
la ropa a la cara.

— vístete maestro pervertido, ya recibí mi castigo y puedo irme a casa. O ¿acaso tienes
preparado algo más? — pregunto sensualmente, yo recogí mi ropa y le mire.

— Puedes irte.— aclare sin ninguna intensión de caer en su jueguito pero visiblemente
aturdido. Mi semblante serio le hizo soltar un suspiro cansado.

Tras esto se alejo para mirarme detenidamente mientras yo me vestía.

¿Qué que había pasado conmigo?


Ni yo lo sabía

Suspire cansado y termine de vestirme mientras pensaba seriamente en que iba a hacer.

Tener sexo con mi alumno... eso es inmoral....

En todo caso debo buscarme algo que me ayude a repelerlo, en serio, temo que esto se
convierta en una adición, me pregunto si ¿no habrá algún sitio en donde ayuden a personas
que son adictos a niños castaños sexys con cara de angelito?

Tendré que buscar en google porque si hay ayuda para alcohólicos, drogadictos debe haber
ayuda para tipos como yo ¿no?

Changmin salió primero y yo le seguí mas atrás, al salir casi se me va el alma.

Frente a mi estaban dos Changmin.


Un escalofrió recorrió mi espalda al verlos sonreír ante mi impacto… no puede ser… no puede
ser….

Oh no… Ahora tendré doble infierno…

Cap 4: sentimientos incomprensibles

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

¡Hola! Espero que les guste este capitulo =)

Resumen: ¿Qué haces cuando tienes a dos seres tan idénticos en frente de ti? ¿Cómo
identificar entre ellos él que te vuelve loco? Y es aquellos gemelos eran peculiares,
definitivamente como esos dos no habían… aparte de que... algo extraño esta surguiendo.

Uke acosador.

Capitulo 4: sentimientos incomprensibles.

¿Será que yo necesitaba lentes? ¡Porque frente a mi estaban dos demonios y uno de ellos me
volvía loco!
Efectivamente mañana iré a buscar mis lentes, con urgencia los necesitaba.

Vamos Yunho no entres en pánico.

Respira, respira, respira…

Ok, esto no esta funcionando.

¡Que madres me importa!, ahora tengo que pensar en como salir de este lugar sano y salvo

— ¿p-por que hay dos? — me atreví a preguntar en un atado de nervios.

— en realidad no somos dos. — dijo de repente otra voz idéntica a la de Changmin, mire
detrás de mi ¡y había otro! — somos tres.

— mentira, somos cuatros. — aclaro otra voz, al lado mío había otro.

¡¿Qué estaba pasando?!

Mis sentidos comenzaron a alterarse a millón.

Y entonces escuche más voces, todas con la misma tonalidad.

“somos cinco” “no, somos seis”

Y de repente un montón de Changmines salían de todas partes, saltándome encima para saciar
la sed de sus hormonas alborotadas.

¡Me iban a violar!

¡Me iba a quedar seco!

¡Malditas hormonas alborotadas…!

Esto es una pesadilla…

¡Que alguien me despierte por favor!!!

En ese momento abrí mis ojos rápidamente, estaba agitado y sudaba bastante. Trate, en vano,
de regularizar mi respiración.

— ¿se encuentra bien profesor Yunho? — esa voz… mire a mi lado y me encontré con un par
de ojos marrones mirándome expectante.

Fue cuando me di cuenta de que estaba acostado en el suelo…

¿Qué me había pasado?

— se desmayo en cuanto me vio. — respondió a mi pregunta muda. Me apoye sobre mis codos
y lo mire anonado, era idéntico a Changmin, sus ojos, su boca, su piel, su cabello e incluso su
voz. ¡Se parecía en todo al uke acosador!

Iba a hacerle una pregunta pero en ese momento me echaron un vaso de agua en la cabeza.

— ¡Changmin! — regaño al ver que tenia la cara empapada de agua, eso si que me había
despertado. ¡Condenado mocoso!
— hasta que por fin te despiertas maestro inútil. — esa arrogante y magnate voz solo podía ser
de una persona. Mire a mi otro costado encontrándome con el “verdadero” Changmin,
mocoso malcriado; me había lanzado un vaso de agua en la cabeza. ¡Insolente! Pero no
importa, ya me las cobraría, de seguro que si. — si que eres patético, mira que desmayarte
porque viste a mi hermano.

¿Hermano…?

¡Cierto! Había dos iguales a él.

Mire al joven que estaba a mi derecha y este me sonreía de manera amable.

— creo que se sorprendió mucho. Lamento eso. — valla… si que era amable, eso me dejo
perplejo, no se parecía en nada a su hermano o… ¿también usaba disfraces? Sea como sea no
me iba a dejar engatusar por eso dos.

— mi hermano me estaba proponiendo que hiciéramos un trío. — me informo con una sonrisa
maliciosa, yo sentí como mi alma se me iba por la nariz.

¿Un… trio…?

Un trio…

Un trio...

¡Un trio!

¡Esto es inaudito!!!

O sea ¿YO en un trío?

¡Jamás de las nucas jamases!

Aunque la idea sonaba tentadora, muy tentadora.

— ¡Changmin, ya basta, vas a hacer que se desmaye nuevamente! — regaño el otro con
severidad, Changmin solo bufo y murmuro algo como un “aguafiestas…” y yo lo mire
incrédulo.

¿Había sido una broma?

— no se preocupe profesor Yunho, Changmin solo esta jugando, nunca le propuse eso.

¡Maldito enano!

¡Por su culpa estuve a punto de sufrir un paro cardiaco….! ¿O tal vez una hemorragia nasal?

¡Noooo! ¡Claro que no!

Solo estaba sufriendo un ataque de taquicardia, eso es todo,

¡No me crean pervertido porque no lo soy!!... bueno, solo un poquito, ¡pero solo un poquitico!

Ni que fuera un viejo verde para estar aceptando semejante propuesta tan indecente.

En fin, aquel mocoso, enano y malcriado niño me las pagaría.

¿Cuándo?... no se… ¡pero me las pagarías! Lo juro. O me dejo de llamar Yunho Torrealba

Espero que realmente pueda cóbramelas, no quiero perder mi nombre. Es muy bonito y me
gusta.

¿Qué…? No me miren así, me gusta mi nombre: es sofisticado y elegante como yo, por eso me
lo pusieron…

— ¿son gemelos? — si ya se, pregunta estúpida pero no me juzguen. ¡Estaba impactado!

— es tan obvio que es patético que lo preguntes Yunho. — si, hasta yo me sentía patético
preguntando semejante estupidez cuando había dos seres igualito conmigo.

Me había hecho quedar en ridículo…

Bah, ni que hubiera gente importante a quien lucirse.

Bueno, me puse de pie sacudiendo el polvo de mi ropa, no quería tener que llevar a la
tintorería para quitarle alguna mancha.

Por si no lo sabían soy muy refinado, pobre y todo pero muy ordenado, me encanta la
perfección por eso tiendo a tener demasiados dolores de cabeza cuando algo no me sale
perfecto. ¡En especial cuando dibujo!

¡Odio con toda mi alma cuando una cosa no me queda igual a otra….!

Lo que hago es arrugar el papel y hacerlo una bolita para luego batearlo lejos de mi vista.

Si, si, lo se. Me estreso con demasiada facilidad. ¡Pero no me culpen! Soy un perfeccionista por
excelencia y soy bastante calculador. Por tal motivo decidí ser profesor de matemáticas, en
ellas no hay errores (mas que el de los alumnos… ¿Por qué nunca la entienden? ¡Si serán
brutos! ¡En especial con a física… es tan fácil…!)

Por eso también me duele mucho la cabeza cuando las cosas no me salen como las planeo, un
ejemplo clarito seria que pensaba trabajar en este instituto tranquilamente, enseñándole
valores y principios a los alumnos, dando orden en el instituto y que hubiera paz… pero,
lastimosamente, nada salió como lo planeaba porque mi primer día de trabajo fui acosado por
un mocoso que no me pasaba ni en edad ni en estatura, el cual me intimidaba, y que termine
por acostarme con él.

El futuro que había ideado para mi se desmoronaba mas y mas… que desesperación
decepción… yo un hombre intachable me había convertido en un vulgar casanova que se había
acostado con su alumno… que bajo he caído…

Que humillación…He caído hasta el fondo… así que lo único que me queda es subir y alcanzar
la cima…

¡Lo lograre! ¡Si que lo haré, ya me veo en la cima…!


— Profesor, ¿realmente se siente bien?

— ¿eh? — fue allí que me di cuenta de que estaba en una pose de superhéroe— no se
preocupe joven... ahmm… — ¿Cómo es que se llama el otro gemelo? Ahora que me doy cuenta
no se su nombre.

— me llamo Aarón

— Ok, joven Aarón, no se preocupe por mí. Estoy perfectamente bien.

— obvio, con todo lo que me hiciste en el salón es mas que obvio que estés bien, maestro
pervertido.

¡¿Pervertido yo?!

— ¿y que fue lo que te hizo? — pregunto de manera inocente su hermano.

— tu que crees. Me follo hasta que se canso, ese era mi castigo por portarme mal. — dijo de
manera traviesa mientras sonreía libinosamente.

Bien… si debía darme un paro cardiaco ese era el momento indicado.

¡Pero como se atrevía a decir semejante cosa! ¡Y delante de su hermano, ¿es que acaso no
tenía vergüenza?!

— si superas todo lo que me hizo Aarón. — dijo de manera casi trágica mientras miraba a su
hermano con un ¿miedo? — él… él me violo.

¿Qué yo lo viole? ¡Pero si él fue quien lo hizo la primera vez!

Bien, yo estaba al borde de un colapso nervioso.

Seguro que ahora me denunciaban por acosador y violador de menores de edad

¡Esto me pasa por no saber controlarme, por dejar salir mi lado pervertido! ¡Juro que
encarcelaría a ese lado pervertido mío!

Ya podía verme tras las rejas y los padres de aquel mocoso encarcelándome y pagando a los
policías para que me pudriera allí.

¡Ni una fianza me podría salvar de aquel trágico y humillante destino!

Tanto que había trabajado para llegar hasta donde estaba y todo se iba a la mierda por no
saber controlarme

Hasta podía imaginarme a mi madrecita visitándome en la cárcel, llorando como magdalena


mientras me llevaba ropa limpia y yo tenia que irme a pudrir en la celda ¡y aguantarme todas
las violaciones que me hicieran…!

No…todo se fue a la basura…

Adiós cama…

Adiós ropa limpia y refinada…

Adiós a la buena comida…

Adiós a mi vida tranquila…


Todo se fue a la mierda por culpa de aquel mocoso

Mi vida como profesor de la universidad lo veía muy lejos… ¡Se había vuelto inalcanzable!

Yo sufriría horrores en la cárcel, caería en las drogas debido a mi depresión, después me uniría
a una banda, robaría y golpearía y futuramente me suicidaría al no soportaría tanta
humillación

La gente me recordaría como un pervertido y mi imagen se mancharía…

No… mi imagen, tanto que había trabajado en ella. Me crecería el cabello como un viejo y la
barba, apestaría a comida podrida y vivir en una caja de cartón con los ratones

¡La gente hasta me daría limosna...!

Si lo se, me había armado toda una película mental pero es que me había horrorizado

— ah ya veo. — la tranquilidad con la que lo dijo me dejo en blanco. — por eso cuando subí a
ver donde estabas escuche esos ruidos extraños. — relato con infinita calma.

— así que se escucho fuerte. Es que Lea es todo un tigre en la cama. — dijo ya con su habitual
sensual voz mientras me miraba sin pudor.

A mi se me había caído la mandíbula al suelo. ¡De eso estaba seguro!

— tus amigos me dijeron que un monstruo te había castigado.

— ah pero ningún castigo me había hecho tan endemoniadamente feliz. — se acerco a mi y


paso un brazo por mi cuello de manera amistosa mientras miraba a su hermano.

Yo seguía perplejo, sin ser capaz de hablar. — así de tranquilito y buena persona como lo ves,
este pillo es un salvaje en la cama, bueno, yo no diría propiamente de la cama sino del
escritorio.

— ¿lo hicieron en el escritorio?

— así es, y también sobre la silla. — añadió de manera lujuriosa. — Lo fueras visto hermanito,
estaba tan apasionado que no le importaba nada, fue un castigo tan excitante… — murmuro
cerca de mi oreja mientras una de sus manos se había adentrado en mi camisa.

¡Este muchacho si que es promiscuo…!

— me vuelves loco Lea. — era extraño pero aquel susurro en mi oreja hizo que todos los vellos
del cuerpo se me erizaran y comenzara a sentir cierto calor.

¿Era mi idea o la temperatura había subido?

¡¿Pero que digo…?! Había otro mocoso mirándonos, no debía pensar en cosas pervertidas…

Yo debía dar el ejemplo de buena conducta y en vez de eso estaba dando la imagen de un
pervertido que se deja calentar así no mas…

Bien, lo admito: Soy un pervertido.

Lejos de mi batalla mental, aquel muchacho ni se había alterado ni sonrojado por aquellos
indecoros comentarios, en cambio, tenia un semblante bastante relajado, como si no le
sorprendiera el hecho de que me haba acostado con su hermano.
Solo nos miraba con sus ojos marrones curiosos e inocentes, parpadeo un par de veces y hablo
con serenidad.

— la próxima vez Changmin trata de contenerte, se escuchaba bastante fuerte, menos mal que
están en el ultimo piso del instituto. Si la pilla la directora seguro que echan al profesor.

O sea… ¿le estaba hasta dando consejos a su hermano sobre la próxima vez?

— no te preocupes hermanito, la próxima seguro que lo haremos en el baño ¿no es así


“cariñito”?

Dijo con burla.

¡¡Pero que sin vergüenza!!

— Muchacho desvergonzado — dije molesto y sonrojado por todos sus comentarios


indecorosos. — ¡debería darte vergüenza decir todas esas cosas…! ¡¡Y tu Aarón no deberías
apoyar a tu hermano en esto!

— ah pero es que Changmin ya me había contado de cuando se quedaron solos la primera vez.
— me dijo con una sonrisa enigmática. — por eso no me sorprende mucho que lo hayan
hecho hoy.

— ¡¿pero que…?!— estaba impactado, con la mandíbula desencajada.

— no se preocupe, no se lo diré a nadie. Es la primera vez que Changmin hace esto con un
docente del instituto así que no piense mal de él por favor. — tomo sus cosas y se dispuso a
salir. — por cierto. — se devolvió y se acerco a mí y me extendió algo. — esto es para usted.

¿Pero que…?

¿Por qué él…?

¿Y porque yo…?

¡Me había dado un paquete de condones!

— es bueno protegerse y creo que ustedes no lo están haciendo. La próxima haga las cosas
bien. — dijo sin reproche en su voz mientras me sonreía, yo estaba anonado. — es hora de que
nos vallamos Changmin.

— si, nuestra madre ya debe estar preocupada. — tras esto tomo sus cosas y se comenzó a
alejar. — ¿no vienes Lea?

Somos vecinos, aprovecha la cola.

Y me dejo a mí con una cara de incredulidad.

¿Pero que rayos había pasado…?

¡Esos gemelos eran raros…! En serio, eran muy raros…

Días después de aquello no volví a ver a Changmin en mi clase… ¿A dónde se habrá metido? O
¿Qué es lo que estará tramando? O ¿tal vez este escondido en algún rincón del salón? No se
pero no debía buscarlo con la mirada y aunque me repitiese que no debía buscarlo con la
mirada cuando dictase algún problema matemático, seguía buscándolo inconscientemente.
Mis ojos escaneaban el salón en busca de esos ojos tan marrones pero no lo encontraba por
ningún lugar y me di cuenta que realmente no estaba allí ya que al pasar lista me di cuenta de
que nadie dijo “presente” al decir su nombre.

Entrecierro mis ojos pensativos, aquí debe haber algo… estoy seguro de eso.

Sin embargo no puedo evitar el hecho de extrañar eso y eso me preocupa, digo, ¿¡como voy a
extrañar yo esas miradas acosadoras?! ¡Definitivamente he enloquecido!

La clase termina y los alumnos salen, yo también salgo a mi siguiente clase pero siempre
manteniendo en la cabeza la pregunta de ¿Qué estará haciendo Changmin? O ¿Dónde se abra
metido ese mocoso?

Tras culminar mí siguiente clase continúo con la otra pero esa incertidumbre se mantiene en
mí, la duda esta carcomiendo mi alma.

El almuerzo llego y en toda la mañana no he tenido noticia de Changmin, ¡¿Dónde rayos se ha


metido ese mocoso?! Después de todo era un alivio no tenerlo encima de mí. Luego de unos
minutos tomo la decisión de “no buscarlo” y comienzo a recorrer el instituto para “no
buscarlo”

Quería tomar aire fresco y como “no lo estaba buscando” comencé a recorrer el patio, el aire
es muy fresco allí pero había demasiado muchachos y entre ellos no estaba la persona que “no
estaba buscando” así que me dirijo a las canchas de deportes y me asomo para ver que
estaban haciendo pero al observar que no estaba Changmin allí decido retirarme de ese lugar,
después de todo “no lo estoy buscando” ¿verdad?

Me asome en cada uno de los salones pero no tuve suerte, hasta deje pasar mi almuerzo y
seguí “no buscando” al chico, cosa que creo que había terminado por hacer.

— Buenas tardes profesor Yunho. — me doy la vuelta para ver al chico que me habla, es
igualito a él pero se que por su forma de hablar no se trata de la persona que “no estoy
buscando”

— Buenas tardes Aarón. — le devuelvo el saludo cordialmente. Si este gemelo esta aquí
significa que Changmin también lo esta ¿no?

— He observado que ha caminado por el instituto, ¿busca a alguien?

—¿eh? Ahmm... ¡no claro que no! — comienzo a balbucear incoherencias que no viene al caso,
¡es que me puse nervioso!

— Si busca a mi hermano le informo que él no vino a clases hoy.— me aclara de forma amable,
sonriéndome con esa sonrisa que da miedo, creo que hasta ilumina todo lo que esta a su
alrededor. ¡y esas florecitas y luces a su alrededor! ¡wuaa eso realmente da miedo!...

— ¿Por qué no vino a clase?

—Esta enfermo.

—Oh ya veo, así que esta enfermo… ¿y que tiene?—pregunto tratando de disimular mi
preocupación e interés.

— Pues, pesco un resfriado desde hace días y como hoy amaneció con mucha fiebre mi
madre dijo que no era conveniente que viniera a clases.
— Bien, como no vino a clases hoy iré a su casa a llevarles los apuntes de la clase de hoy. —
y no, no es una excusa para ir a visitarlo ¡claro que no! Yo solo soy un buen profesor que se
preocupa por las calificaciones de sus alumnos, solo eso ¡No piensen mal de mí!

— Oh pero si quiere yo puedo llevárselas, no hay problema.

— y tras esto me apresuro en contestarle.

— ¡¿eh?! ¡Oh no se preocupe, tengo la tarde libre así que yo se la llevare personalmente—
ok, ok, tal vez si sea una excusa para ir a verlo, ¡pero solo lo iré a ver porque es mi alumno!

Aarón me mira un poco sorprendido pero luego su mirada se serena.

— Este bien, entonces valla a visitar a mi hermano y, por favor, dígale que se tome sus
medicinas, ¿esta bien?

— Claro, yo le digo.

Tras esta extraña y corta conversación me dirigí a la casa de Changmin, no sabia si debía
llevarle algo especial, digo, si iba a aceptar liarme con todo esto al menos debería ser un poco
detallista ¿no creen? ¿Y si después se lo toma demasiado personal?

¿Y si se enoja si le llevo un regalo?

¿De verdad se enojara?

Y con más y más dudas en la cabeza compro el dichoso regalo.

No sabía muy que llevarle así que solo me limite a comprarle un osito de cristal del tamaño de
mi mano.

¿Eso seria exagerado?

Bah… solo es un osito, tampoco es gran cosa. Además esto es solo sexo, no voy a involucrarme
sentimentalmente con ese niño. Y solo es eso: un niño así que Yunho cálmate, ¡ni siquiera se
porque estoy nervioso, solo iras de visita! ¡De visita como profesor, nada mas como eso! Solo
deseaba regalarle algo hermoso, algo que pudiera atesorar…

Respiro hondo antes de tocar la puerta del apartamento en donde vive, toco una, dos y tres
veces. Tras unos segundos alguien abre la puerta y se trata de ese niño, él me mira un poco
sorprendido.

— ¿Yunho? ¿Qué haces aquí? — yo me coloco un poco nervioso, ¿Cómo explicarle algo que
ni siquiera yo entendía? ¡Ni siquiera se porque había venido a esa hora! ¡Bien podía venir a
verle en la noche, cuando su hermano estuviera pero no! ¡Tenia que venir justo ahora!

Se hizo a un lado y me dejo entrar, el apartamento en si era bonito, claramente cuidado por
una dama, dama que era su madre (persona a la cual no veía por ningún sitio)

— Yo… venia a verte. — él sonrió de medio lado y eso solo me coloco mas nervioso.

— Así que viniste a verme…—Una sonrisa infantil jugueteaba en sus carnosos labios.

— Pues yo debía que ven….

— Así que debías que venir— el tono de su voz era ligeramente divertido, ¡mocoso! ¡Solo
quería colocarme nervioso!
Así que trate de tranquilizarme interiormente (claro, no iba a demostrar mi nerviosismo
delante de ese niño para que se terminara de burlar de mi!)

— Tu hermano me comento que estabas enfermo así que vine a traerte los apuntes de la
clase. — al escuchar aquello puso cara de asqueado.

— Solo viniste a dejarme tarea. —dijo un poco ofendido y eso me hizo sentir un poco mal.

— también te traje un regalo. — solté de improvisto. Saque de una pequeña caja el osito de
cristal transparente y se lo mostré. Su cara de asombro me hizo sonreír ligeramente.

Lo tomo entre sus manos y lo miro con un brillo especial en sus ojos mientras yo me tomaba la
libertad de sentarme en el sofá.

Observe que mordió su labio inferior aun sonriendo y luego me miro y robo mi alma con
aquella mirada indescriptible, parecía ver hasta lo más oscuro de mi corazón, obnubilando mis
emociones.

—Yunho ha traído algo para mi…—dijo mirando el osito de cristal— Yunho trajo un bello
regalo para mi.

Oí la risa cristalina de niño emanar de sus dulces labios.

Lucia alegre y precioso.

—mereces un premio Yunho. —dijo con voz cálida mientras dejaba el osito en la mesa y luego
procedía a quitarse la camisa dejando su pecho al descubierto.

Me quede estático y con la boca ligeramente abierta por la impresión. Changmin se acerco a
mi con aquella sonrisa picara que le caracterizaba y se sentaba sobre el bulto de mis
pantalones.

— ¿quieres una recompensa? —me pregunto con aire juguetón cerca de mi oído. Trague saliva
nervioso sin llegarme a mover ni un musculo. — si te preocupa mi madre, ella no esta. Esta
trabajando.

— Entonces… ¿estas solo?

— Así es.

— Pero estas enfermo, tu madre debería cuidarte.

— Ya no soy un niño. Se cuidarme solo, además mi madre esta trabajando.

— En ese caso yo cuidare de ti— no me pregunten que fue lo que me pico hoy porque yo
tampoco lo se, las palabras me salieron espontáneamente que hasta yo me sorprendí y al
parecer no fui el único que se sorprendió.

— Yunho… cuidara de mí…— sonrió ladinamente— Realmente mereces una recompensa…

Y sin mas lamio lentamente mis labios con su lengua y después me beso y aquel beso era
suficiente como para tenerme a su merced.

Y correspondí a aquel beso prohibido tocando la piel desnuda de su espalda. Me sentí como un
peregrino que profana un lugar sagrado sin darse cuenta.
—Me perteneces Yunho…

Susurro agitadamente después de que culmináramos nuestro beso. — Eres mío, mío… mío…

Después de aquel día Changmin continuo enfermo. Tenía una infección en las amígdalas y cada
tarde procuraba estar allí con él, llevánedole regalos y él sonreía, fascinado por el brillo y los
colores de los regalos y las joyas.

Siempre sonriendo de esa forma traviesa.

Siempre sonriendo...

Y yo observaba fascinado cada una de sus expresiones.

Sintiéndome feliz cada vez que le veía sonreír.

Sin darme cuenta me estaba haciendo adicto a él…

Pero me preocupaba aquel aire posesivo que tenia conmigo, si bien lo de nosotros solo era
sexo… él lo dejaba en claro siempre… y sin embargo era tan posesivo.

Sus palabras seguían haciendo eco en mi cabeza:

—Me perteneces Yunho… Eres mío, mío… mío…

Creo más tarde que temprano descubriré que es lo que él quiere de mí.

Cap 5: feliz cumpleaños Lea

tor: cielo caido

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Notas del capitulo:

Espero que les guste la continuación n.n perdón si me demore pero he estado bastante
ocupada u.u además de que el capitulo me ha salido bastante largo -.- sorry por eso, se
suponía que debía publicarlo ayer perooooo no pude! T-T así que hagan de cuentas que HOY
es 31 de octubre, o sea que NO es primero de noviembre ¬¬ ¡Es 31 de octubre!!! ¡¿Ok?! ÒoÓ
Bien, aclarado eso disfrutad del capitulo ^-^

No soy la niña ejemplo

No habrá ternura en mis besos

Vas a pedirme cada vez más

Y te lo voy a dar

Niñas mal- Nikky Clan.

Uke acosador.

Capitulo 5: ¡feliz cumpleaños Lea!

Cuando el sol comenzaba a morir por la zona montañosa me fui hasta mi casa después de un
día arduo de trabajo. Lidiar con mocosos en la preparatoria no es nada fácil pero me divierto
torturándolos.

Los gemelos no venían conmigo pues tenían la tarde libre hoy así que me toco irme solito
hasta la estación del tren y de allí hasta mi casa. Cuando llegue hasta mi apartamento me
encontré con la grata sorpresa de ver a un jovencito de primorosa edad esperándome en la
puerta de mi apartamento.

Y no. No es Changmin si es lo que están pensando.

—Profesor Yunho— me llamo con dulce voz y cálida sonrisa.

—No esperaba verte por aquí.

—ah lo siento. Debí haber avisado— y saco la lengua infantilmente para después sonreír
cálidamente.

Ponce Mario es un jovencito que va en segundo de secundaria. Muy buen estudiante, dulce,
encantador, todo un ejemplo de como debe ser un buen alumno y ante todo ¡me respeta!
¡¿Qué es mucho pedir respeto por parte de los alumnos?! ¡¿Qué tiene de malo decir “Por
favor” y “Gracias”?! ¡No hay nada de malo en ser cortes! Pero este jovencito es la diferencia
entre todos esos adolecentes rebeldes, ¡él si sabe valorar mi esfuerzo! ¡No como ustedes que
lo único que hacen es estar en otro mundo y fastidiarme el día!

Bien, como iba diciendo, este joven es muy buen alumno.

Aunque yo no doy clases en su salón, lo conocí una vez que tuve que hacer suplencia a la
profesora de matemáticas que no había llegado. Mario demostró tener una gran destreza en
las matemáticas por eso me llamo la atención (¡y no en el sentido en que ustedes están
pensando!) y bueno, solo le di clase un día pero el joven, al parecer, se encariño conmigo (¡y
nuevamente, NO de la manera en que están pensando!) simplemente es un cariño fraternal,
me pide ayuda de vez en cuando y libros emprestado y yo se los empresto con mucho gusto.

—aquí le vine a traer el libro que me empresto el otro día. — saca un libro de su bolso y me lo
entrega. — me divertí mucho leyéndolo.

—me da gusto saber que ha sido de su agrado joven Ponce. —respondo mientras tomo el
libro.

—Profesor, esta bien si solo me llama por mi nombre, no hay problema en eso.

—uh, si claro ¿quieres tomar algo jov…, Mario?— el mencionado solo asiente con una sonrisa y
yo abro la puerta de mi apartamento para dejarlo pasar ¡y no piensen mal, él solo es un
alumno y no tengo malos pensamientos con él!

Que tenga una aventura sexual con uno de mis alumnos no significa que valla a tenerlo con
todos. Uh... eso sonó feo… muy feo

En fin, ya dentro le indico que se siente en uno de los muebles y voy en busca de una bebida
refrescante. Al regresar le sirvo un vaso de jugo y le hablo acerca del nuevo libro que leí,
“Perfume”, muy buen libro por cierto.

—Mañana es treinta y uno de octubre; Hallowen, ¿va a celebrarlo profesor?—ante esto


suspiro cansadamente.

— No me gusta Halloween. —respondo con desgano mientras doy un sorbo a mi bebida.


Mario se sorprende un poco y me mira incrédulo.

— ¿Por qué no?


—Porque ese día es mi cumpleaños. —en su boca se dibuja un pequeño “oh” lleno de sorpresa
y luego ensancha una sonrisa.

— ¡Pero es fantástico que cumpla años ese día!— no, créanme que no lo es y yo se porque lo
digo. — ¿va a celebrarlo? ¿Puedo traerle un regalo de cumpleaños?

— ¿eh? ¿Un regalo? Pues, no se, si así quieres pero no pienso celebrarlo. No me gusta el día de
mi cumpleaños. —tras esto termino de beber de mi bebida y me pongo de pie. — entonces ¿te
empresto el libro?

—si por favor.

De allí en adelante la plática se centra en otras cosas como el liceo, las tareas y los trabajos y lo
duro que es estudiar. Tras unos minutos le doy el libro y Mario se marcha.

Me siento en el mueble y me dispongo a leer nuevamente el libro que me entrego Mario, es


un libro bastante bueno. ¡Lo he leído, con esta, cinco veces! ¿Nunca les ha pasado algo así?
¿Qué leen y leen un libro y por más que leen no se cansan de leerlo? Pues a mi si, me pasa muy
a menudo. Soy amante de la lectura y de las buenas historias.

Y mientras sigo divagando en mi mundo la noche se me va volando y cuando menos espero


me quedo dormido en el mueble.

Escucho el ruido de los pajaritos cantar. Eso es raro. Los pájaros no cantan de noche ¿o si?

Para resolver dicho enigma abro mis ojos, aun estoy en el mueble. Me duele el cuello por la
mala postura en que quede, miro a la ventana y me doy cuenta de que ya ha amanecido.

Rayos… pase de largo anoche.

Bostezo y me estiro sobre el mueble. Realmente me duele el cuerpo.

—Buenos días dormilón. — ¿esa voz?

— ¿Changmin, que rayos haces aquí?—Changmin esta sentado en el mueble de al frente,


mirándome curiosamente. — ¿Cómo entraste?
—la puerta estaba abierta. —responde sin mas, tiene los codos apoyados sobre la piernas y
entre sus manos esta su cabeza. Se que esta aburrido, se le nota en su tono de voz. — ¿Y que
vas a hacer hoy?

— ¿Cómo que qué voy a hacer hoy?

—es tu cumpleaños menudo idiota. — yo parpadeo un par de veces. Eso es cierto, significa
que… oh no, no, no, no.

Pero… ¿Cómo él sabe que hoy es mi cumpleaños?

No tengo tiempo ni de pregunta porque en ese momento la puerta se abre sin previo aviso.

Y de repente siento un peso encima.

— ¡Feliz cumpleaños Yunho! — suenan un par de voces al uníoslo. Cuando me doy cuenta un
par de muchachitos están encima de mí.

— ¡Samuel y Lisandro dejen tranquilo a Yunho! — esta vez es una voz femenina la que se oye.

—cierra la boca Elisa y felicita a Yunho. ¡Es su cumpleaños!—regaña uno de estos jovencitos
mientras se pone de pie y mira fijamente a una adolecente de no mas de quince años frente a
él.

— ¡Mamá Lisandro esta siendo grosero conmigo! ¡Después no me regañes cuando le doy su
merecido!

— ¡Que infantil! ¡Acusándonos con nuestra madre, que poco madura eres Elisa!

— ¡Cállense, mocosos engreídos!

Y yo estoy con cara de pasmado. En eso una mujer de apariencia madura entra al
apartamento.
Si, se trata de mi madre y todos estos adolecentes extraños que penetraron la estancia sin
ningún permiso son mis hermanos.

—Hagan el favor de comportarse niños. No les da vergüenza comportarse así. —regaño


frunciendo el ceño. Todos ellos bajaron la mirada avergonzados y es entonces cuando posa su
mirada sobre mí. — Oh querido Yunho, ¡feliz cumpleaños!— y me da uno de esos abrazos de
oso. — ¡estas tan fuerte y guapo, seguro que debes tener a mas de una detrás de ti!

— ¡Madre!

—No te avergüences querido, sabes muy bien que ya estas en edad de tener una novia y tal
vez hasta de casarte y darme nietos. — y allí es cuando visualiza a Changmin, quien aun
permanece sentado en el mueble observando la escena bastante extrañado. —y este jovencito
¿Quién es? ¡¿No me digas que es tu novio?!—se altera un poco y luego se acerca a mi alumno
y lo detalla con la mirada. Changmin no parece molesto sino un poco sorprendido. —Esta muy
guapo Yunho, tienes buen ojo aunque. No sabia que fueras gay, ¿Por qué no me lo has dicho?
Sabes muy bien que no me importa de qué lado seas, siempre serás mi querido hijo sin
importar que genero te guste.

— ¡Madre!—replico avergonzado y colorado hasta las orejas.

—Pero no crees que es muy niño para ti, — y sigue con lo mismo, ignorándome
completamente. — ¿Cuántos años tienes jovencito? ¿Cómo te llamas?— Changmin abre la
boca para responder pero antes de que pueda responder mi madre lo azota con más pregunta,
algo muy característico en ella es que habla con demasiada rapidez. — ¿Dónde se conocieron?
¿Ya se han tenido relaciones? No crees que seas muy joven para eso, las relaciones sexuales se
deben tener a partir de los veinte años, teniéndolo a tu edad retrasas tu crecimiento. Pero se
están cuidando ¿verdad? Tiene que usar condones, ya saben para prevenir cualquier cosa
aunque tú no puedes quedar en cinta pero eso no importa, pueden casarse y adoptar, ¡seria
tan lindo tener nietos!

— ¡Madre ya basta!—la tomo de los hombros delicadamente y la alejo un poco de Changmin,


el pobre ya se estaba comenzando a avergonzar de tanta palabrería.

— ¿Qué sucede Yunho? ¡Es que nunca me ibas a decir que eras gay!

— ¡Yunho es gay, Yunho es gay!—canturrean mis dos hermanos menores, he de decir que
estos dos son gemelos ¡y me hacen la vida imposible! Tienen once años y son insoportables
cuando están juntos. Uno de ellos se llama Lisandro y el otro Samuel. Ambos con el color de
cabello castaño claro y ojos de color gris relámpago.

— ¡Cállense!— y ella es Elisa, un poco mayor que los gemelos. Cuenta con quince años, alta,
delgada –a causa de tanta dieta- y hermosa. Con un largo cabello castaño oscuro y ojos color
miel, con carácter fuerte y amante de historias extrañas.

Los gemelos le enseñan la lengua y Elisa se enfada aun más.

Y bueno, esa es mi familia… una verdadera joya ¿no?

En fin, cada año mi madre trae un pastel hecho por ella misma y ¡me obliga a ir con ellos a la
tienda de disfraces para comprar uno de esos estúpidos trajes para salir de noche a ir a pedir
dulces! ¡Y después en la noche tengo que acompañar a mis hermanos a pedir dulces! ¡Eso es
inadmisible!

Yo un profesor de matemáticas ir de casa en casa a pedir dulces ¡Y no suficiente con eso las
mujeres y/u hombres me hacen invitaciones indecorosas, eligiendo no dulces sino travesuras,
entendiendo por travesura una cosa bastante indecente!!! (Respirando agitadamente) ¡Por
eso odio Halloween, odio el día de mi cumpleaños!

Ok, ok, me calmo. Me calmo ¡pero es que es intolerable semejante comportamiento!

Y lo peor es que no puedo decir que no, así que después de seguir con preguntas y mas
preguntas y de que yo le presentara a Changmin y decirle que NO era mi novio sino mi vecino,
salimos como dice Elisa de “Shopping” para comprar un estúpido disfraz así que aquí me
encuentro; en una tienda de disfraces buscando uno para los condenados gemelos

Algún día seré libre, lo juro

Claro, quiero a mi madre y mis hermanos ¡pero a veces ellos se pasan!

Suspiro cansado.

No me queda de otra que seguir indagando entre estos disfraces.


Y buscando entre perchero y perchero oigo que una voz familiar me llama.

— ¿Yunho?— ¿esa voz? Oh no, ¡esa voz! ¡Por favor Dios, ya no me mandes más calamidades!
¡Que no sea quien estoy pensando!— ¡Oh pero si es mi querido Yunho!

Giro mi rostro con terror para ver detrás de mí a mi antiguo compañero de cuarto, si es que
trabajaba en una pizzería.

—Hombre chico, tiempo sin verte. —Me da una palmada en el hombro mientras sonríe
cándidamente. — ¿es tu cumpleaños hoy verdad? ¡Feliz cumpleaños! Ah que malo eres, ni una
carta me enviaste luego de mudarte. ¡Mal amigo! Pero no importa, lo que importa es que te he
encontrado nuevamente y ya no nos podremos separar nunca.

Su nombre es Alan, un muchacho de veinte años de edad, rubio de ojos azules, blanco, alto y
bien parecido. Que siempre carga en su rostro una enorme sonrisa, con gran sentido del
humor, mujeriego por naturaleza y gran dibujador, amante del arte, de las mujeres y de la
comida. Un obsesionista de las cosas bellas y hermosas.

Tenia que encontrármelo hoy, ¡precisamente hoy!... Odio el día de mi cumpleaños…

— ¿Y como estas celebrando tu cumpleaños? ¿Alguna chica linda?—pregunto emocionado


pasando su brazo por mi cuello amistosamente. — oh cierto, tu familia viene cada año. ¿Están
ahora contigo?

La pregunta fue respondida al escuchar una pelea con mis hermanos –los gemelos- camine un
pasillo mas y vi que ambos peleaban por un traje.

— ¡Es mío!

— ¡no es cierto, yo lo vi primero!

Ambos jalaban un traje, uno lo tenia de un lado y el otro por el otro extremo, en ese momento
sentí lastima por el pobre traje. Realmente debe ser duro estar en el lugar de ese disfraz (seee,
soy muy sensible que hasta pena siento por un estúpido disfraz, ¡¿tienen algún problema con
eso?! ¿¡No?! Que bueno)
En eso llega Elisa y toma a los dos por la cabeza y hacen que estas choquen, los gemelos
quedan anonados, viendo estrellitas y cometas. Yo solo hago una mueca de dolor, eso debió
haber dolido bastante.

— ¡Dejen de pelear!— y les quita el disfraz.

— ¡Elisa, rata inmunda, devuélveme ese traje!—protesta uno de los gemelos.

— ¡¿Cómo me llamaste?! ¡Discúlpate enano!—Si, Elisa tiene un fuerte temperamento.

Una lindura sin lugar a dudas.

— ¿Y esta lindura quien es? ¿Tu novia?— Se acerca a Elisa, la cual lo fulmina con la vista. Una
mirada bastante asesina que espantaría hasta los muertos. Alan retrocede un poco
atemorizado. —tiene el mismo genio que tu cuando estas malhumorado. —me susurra con
precaución, siento como una vena esta comenzando a crecer en mi sien. ¡Yo no tengo mal
genio! ¡¿Cuándo carrizos va a entenderlo?!

Alan nota eso y se rasca el cuello riendo nerviosamente.

—Cierto, tu no eres tan malhumorado, eres mas que todo un histérico y dramático que en
materia de exageración estas muy avanzado.

Hijo de perra.

¡Aquello lo dijo con tanta naturalidad como si estuviera hablando del clima! ¡Menudo idiota,
yo no exagero las cosas!

— ¿Alan? ¡Pero si eres Alan! ¿Cómo has estado?—mi se madre se acerco a nosotros y abrazo a
Alan como si se tratase de un hijo que no había visto en mucho tiempo, Alan por su parte
también correspondió al afectuoso abrazo con una gran sonrisa.

— ¡Señora Margarita, que gusto verla!


— ¡también me da mucho gusto verte muchacho! Mírate nomas eres todo un chico de revista.
¿Seguro que no eres modelo?

—No pero modelo en la pizzería. — tras esto ambos se rieron al unisolo. Mi madre y Alan
siempre se llevaron bien, yo suspiro cansado y me voy a otro pasillo mientras ellos siguen su
conversación, al llegar a otro pasillo me encuentro a Changmin.

Me acerco lo suficiente para ver que esta haciendo y me doy cuenta de que esta eligiendo un
disfraz. ¿Acaso el también salía en noche de brujas para pedir dulces?

— ¿Qué no estas muy grandecito para disfrazarte y pedir dulces?— pregunto burlonamente
poniéndome a su lado, es allí cuando me doy cuenta del traje que esta tomando. — ¡¿te vas a
poner eso?!

Pregunto alarmado y sonrojado. Changmin me mira y sonríe.

—creo que si, me encanta este disfraz.

Se trata de un traje de diablito, con diminutas prendas y una colita muy sugerente. De color
rojo, además de traer unos cuernos bastante adorables, Changmin se coloco el centillo que
tenia los cuernos y me pregunto como se veía.

¡¿Qué como se veía?! ¡Eso era lo único que le hacia falta para ser un demonio! ¡Sabia que él
era satanás! ¡Lo sabía, lo sabia!

— ¡pues eso es lo único que te falta para ser un demonio completo!

Changmin me mira sorprendido pero luego sonríe cínicamente.

—ah si, tienes razón. Soy un diablito que vino para hacerte caer en la tentación Yunho.—
responde con sensualidad para después morderse levemente el labio inferior.

Odio que siempre gane.


—pero no traje dinero para comprármelo. Me lo compraras tú, ¿verdad Yunho?— se acerca a
mi caminando gatunamente.

— ¡Por supuesto que no voy a comprarte un traje de esos para que andes exhibiéndote en las
calles!— respondo sin pensar y me doy cuenta de lo que dije. Me tapo la boca sorprendido.
¡Menuda boca la mía! ¡¿Por qué rayos no puede permanecer cerrada?! Changmin se
sorprende de mis palabras. — ¡Q-Quiero decir, n-no puedes andar así en la calle! ¡E-Ese traje
es muy osado, y vulgar!

— ¿Y que te parece este?— toma un traje bastante osado de cuero, a mi casi me da algo. —
anda Lea; cómpramelo y te daré un espectáculo esta noche, solo para ti.

Su voz era sensual y terriblemente incitante.

Fruncí el seño y lo mire.

Se muy bien cual es su plan.

“Ni creas que me vencerás de esta manera... niño malcriado...”

Me digo mentalmente dispuesto a resistir lo que sea necesario

—Creo que lo convencerías más si le muestras un traje de sirvienta francesa. — me sorprendí


de escuchar eso. Mire detrás de mi y allí estaba Alan en compañía de toda mi familia.

Me puse rojito como un semáforo.

—Bueno, eso es lo que me gustaría que te pusieras si me dieran escoger a mí para ponerte un
traje. — y tras esto le guiño el ojo a MI alumno, este lo pensó un momento y luego sonrío
pícaramente.

—así que quieres que use un tarje de sirvienta francesa. ¿Por qué no me dijiste Lea? Sabes que
amo complacerte.

¡Y yo estoy más que avergonzado!


— ¡N-No claro no! ¡Y-Yo no p-pensé eso! ¡No soy un pervertido!

—ay Yunho para que lo niegas si en el fondo te estas muriendo por verlo con ese disfraz. —
esta vez interfiere mi hermana Elisa.

— ¡Cierto, cierto!— canturrean los gemelos.

— Yunho querido, no sabía que tuvieras una fantasía sexual de tal magnitud. Temo que te has
convertido en un pervertido— ¡y esta vez es mi madre la que comenta! ¡Mi MADRE!

— ¡N-no, no es cierto, no soy un pervertido!!

Pero ellos me ignoran.

Y siguen comentando acerca de mis preferencias sexuales y del hecho que me he convertido
en un pervertido y yo los miro con ojos brillosos. ¡Quiero llorar!

¡Esto es horrible! ¡Solo a mi me pasan estas cosas!

Dios si me estas escuchando mándame un rayo

¿Qué es mucho pedir que me trague la tierra? ¡Solo te pido que elimines mi terrible y
vergonzante existencia!

Y mientras sigo torturándome mentalmente todos compras sus disfraces a costa MIA, incluso
Changmin se compra un disfraz (aunque no se bien cual se compro) y tras esto regresamos a
casa.

¡Incluso va Alan, mi madre lo invito!

Y al llegar allí mi madrecita insiste en cantarme cumpleaños. No me queda de otra que


aceptar.
Y mientras canta “Cumpleaños” yo estoy deprimido, ¡tal vez este es el peor cumpleaños de mi
vida! Y no solo con eso sino que hoy cumplo veinte cuatro años. ¡Me estoy poniendo viejo!

Ahora todos comen pastel y yo tengo un pedazo bastante grande pero no me apetece
comerlo.

Estoy viejo

¡Y lo peor es que soy un viejo verde!

Esto es tan deprimente…

Si, lo se. Es una niñería de mi parte ¡pero es que me estoy convirtiendo en un viejo y no solo
eso sino en un viejo verde!!

En fin, la noche llega y todos van a ponerse sus disfraces para salir a pedir dulces. Gracias a
Dios Alan se ofreció a acompañar a mis hermanos a pedir dulces así que no tengo que ir yo
¡Yupi! (¡Al fin hizo algo productivo ese mujeriego!)

Me estiro sobre el mueble, todos están a punto de irse.

—Bueno Yunho, nosotros nos vamos. — y mi madre también va con ellos y también esta
disfrazada junto con los demás.

Al cerrar la puerta canto de felicidad. ¡Por fin solo! ¡Yupi, yupi, soledad! ¡Hurra…!

En eso abren la puerta.

¡No, quiero estar solo!

¡Quiero estar en silencio!

Volteo a ver quien era para replicar que quería estar solo pero al ver allí a Changmin con aquel
disfraz la mandíbula se me desencajo y mis ojos se agudizaron.
— ¿Te gusta?— me pregunta sensualmente mientras camina hacia mi. Yo solo recorro con mis
ojos su apariencia tan exquisita.

—te ves tan… sexy…—logro decir sin medir mis palabras y sin dejar de mirarlo. Él sonríe
complacido.

Changmin esta vestido con unos pantalones de cuero que se ajustan perfectamente a su
cuerpo, una diminuta chaqueta sin mangas cubre apenas la parte de su pecho, una gorra lleva
de adorno en su cabello. Este al igual que la diminuta chaqueta son de cuero negro y yo estoy
idiotizado.

—¡No vas a salir a la calle con eso!— aclare alarmado y molesto.

— ¿y porque no? ¡Con esto puesto seguro que me dan muchos dulces!

— ¡no y no, no vas a salir con eso puesto!

— ¿Y que vas a hacer para retenerme?— sus ojos me miran con lujuria y de repente saca unas
esposas. (No tengo ni la menor idea de donde las habrá sacado, solo se que con ellas se ve mas
sexy de lo que ya es)— ¿Vas a esposarme a la cama?— me pregunta pícaramente.

— Si es necesario lo hare—aclaro bastante serio, mirándolo retadoramente, él sigue


sonriendo.

—uy que posesivo me saliste. — tras esto se acerca a mi. — ya que no me vas a dejar salir solo
me queda preguntarte algo Yunho. — yo parpadeo un par de veces sin comprender a donde
quiere llegar.

Changmin toma la taza en donde esta el trozo de pastel (que no probé) y se sienta en mis
piernas. Yo me pongo aun más nervioso sin saber cual será su próximo movimiento.

— ¿Dulce o travesura? — me pregunta cínicamente sin dejar esa sonrisa. Toma un poco del
suspiro del pastel con su dedo y se lo lleva a la boca tan provocativamente que de seguro me
dejo con los labios entreabiertos.
El dulce se derretía en su boca y algunos restos quedaron en sus labios, en ese momento aquel
pastel se me apetecía inmensamente. Trague saliva.

— ¿No vas a responderme? — y yo simplemente no puedo hablar ante la imagen tan erótica y
perfecta ante mis ojos. — ¿Quieres ambos? — sonríe y lleva un trozo de pastel a mi boca, yo lo
recibo con mucho gusto saboreando no solo aquel dulce sino también sus dedos, paso mi
lengua en ellos mirando fijamente a Changmin el cual solo sonríe aun mas.

Repite nuevamente la acción y esta vez un poco de pastel se cayó de mis labios y Changmin
lamio aquel trozo caído con mucha sensualidad.

Dejarse llevar es tan fácil...

No se en momento fue que aprese sus muñecas y lo tumbe sobre el mueble quedando de esa
manera encima de él y lo bese con fiereza.

Acariciaba su rostro mientras lo besaba.

Mis besos bajaron hacia su cuello y se depositaron ahí devorándolo. Changmin solo emitía
leves gemidos, repitiendo mi nombre en diferentes tonalidades sensuales.

Mi mano acariciaba su muslo por encima de la tela. Sentía que mi intimidad hacia rato que se
había despertado, aquel castaño definitivamente sabia como hacerme perder el control.

Lo íbamos a hacer allí, en el sofá de la sala.

¿Se han dado cuenta de que nunca hemos intentado hacerlo en una cama?

Siempre lo hacemos en otros lugares; como el escritorio del salón, el baño, el suelo ¡pero
nunca en la cama!

¡No tiene nada de malo hacerlo en la cama! Pero bueno, eso no importa ahora… ahora solo
quiero poseerlo y hacerlo mío durante toda la noche.
Él susurro algo como que “Él haría que yo dejase de odiar el Halloween” y definitivamente lo
estaba logrando, ¡mi día de tortura se estaba convirtiendo en el paraíso!

Los besos se hicieron mas ardientes, las caricias mas fogosas, la ropa estorbaba y el calor en
nuestros cuerpos era insoportable.

Definitivamente lo hubiéramos hecho allí mismo sino hubiera sino por el hecho de que en ese
momento se abrió la puerta de mi apartamento y mi familia junto con Alan entraron
encontrándonos in fraganti.

En ese momento desee con fervor que me tragara la tierra.

—valla, valla, valla, ¿Cómo y que no eres un pervertido? — pregunto burlonamente Alan
mirándonos divertidos.

Elisa no se de donde saco un cuaderno y comenzó a tomar notas.

— ¡¿Por qué estas escribiendo lo que están haciendo Elisa?! — pregunto alarmado uno de los
gemelos. Elisa lo miro con cara de frustración y respondió.

— ¡a mí nunca me dejan ver pornografía y necesito una fuente de información para mis
historias yaoi y ver esto en vivo es como haber cumplido uno de mis más grades sueños: ver
yaoi en vivo! — sus ojos brillaban de tal manera que me asustaban.

— ¿yaoi?

—Es pornografía gay, madre; pornografía gay.

— ¡No le digas así! ¡Es yaoi, es una forma mucho más decente de decir que veo pornografía
gay!!

—como sea, vámonos porque aquí sobramos. —comento Alan con diversión. — Changmin le
esta dando su regalo de cumpleaños a Lea, dejémosle disfrutar de dicho espectáculo. — me
guiño el ojo y yo estaba rojo como un tomate.
¡Mi día no podía ir de mal en peor!

¡Cuando crees que nada puede ir peor la vida se encarga de demostrarte lo contrario una y
otra vez!

Y esta es la conclusión a la que he llegado durante estos días:

¡La vida es una constante patada en las pelotas! ¡Y mas en las mías!

¡¡¡Odio el día de mi cumpleaños, te odio Halloween!!!

Cap 6: celos, celos, celos… esos malditos celos

or: cielo caido

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Notas del capitulo:

Perdon por la demora u////u espero que este capitulo les guste x)

Yo soy todo lo que quieras

Yo soy todo lo que necesita

Yo estoy dentro de todo lo que

Que te gustaría ser

Digo las cosas correctas

En el momento justo.

Everything You Want

–Traduccion-
Capitulo 6:

Celos, celos, celos... malditos celos.

Bueno, ya saben que mi cumpleaños fue un completo desastre. ¡Odio Halloween! Y si, si ya se
que ha pasado mucho tiempo desde entonces pero es que todavía me acuerdo y me da rabia.

Uy es que ni me dejaron disfrutar de mi regalo de cumpleaños -¿que? ¡Ya admití abiertamente


que soy un pervertido así que no me miren así!-

En fin, sigo pensando que la vida es una constante patada en las pelotas pero que más me da...
Bueno, desde aquel día mi compañero de habitación antigua, por si no se acuerdan es un rubio
de ojos azules bueno para nada, (si es un bueno para nada... ni siquiera de mal ejemplo puede
servir pero eso ya es otra historia)

Como venia diciendo ese amigo ha estado viniendo casi todos los días, dizque para visitarme. A
otro perro con ese hueso, seguro que algo trama. Él no es de los que visita por visitar.

Me huele a que algo se trae en mano, además de que anda haciendo amistades con Changmin,
dizque hablando de “cosas de la vida”, eso... eso no me lo creo. Y no, no estoy celoso solo algo
pero algo incomodo con que esos dos se anden juntando.

Es decir, que ahora aquel castaño antes se la pasaba acosándome, sin dejarme vida social y
que ahora ande atrás de mi “querido amigo” no significa que este celoso, claro que no, solo
estoy preocupado de que mi alumno ande con malas compañía... ya saben que Alan es un
bueno para así así que es por eso... ¡si por eso!

Suspiro cansado mientras entraba a aquella habitación tan conocida para mí.

Estaba seguro que uno de estos días iba a parar en un hospital psiquiátrico, ¿Qué…? ¿Creen
que estoy exagerando? Pues no señores, No estoy exagerando. Esa es la cruel y dura realidad:
iba a parar loco

— Hola Yunho, tiempo sin verte. ¿Cómo has estado?— me pregunto de forma monótona una
mujer frete a mi mientras yo me sentaba en un sofá delante de ella.

— pues ya caí en el séptimo circulo del infierno, gracias por preguntar. — conteste de forma
sarcástica sonriéndole de una manera un poco siniestra.

Bien, si creen que no estoy loco pues estoy en camino de volverme un profesional de tal cosa.
Ahora me encontraba frente a una psicóloga. Si, una psicóloga, no leyeron mal

Su nombre era Clarisa, era mi psicóloga desde la adolescencia (específicamente como a los
dieciséis años)… ahm… tenia problemas psicológicos, además de que sufrí de ciertos traumas
–que no recuerdo- que requerían de ayuda psicología así que desde mi adolescencia he venido
a esta psicóloga.
Ella es una mujer bien parecida, creo que tiene cerca de cuarenta años, es una mujer a la que
le tengo mucha confianza así que a menudo vengo para acá cuando creo que esos cables en mi
mente no están bien y como las cosas no están hiendo muy bien en mi vida, decidí venir para
acá para ver si ella puede ayudarme con mi “problema”

—parece que no estas de muy buen humor. — comento sin mirarme mientras sacaba esa
libretita y empezaba a escribir.

—valla, es usted toda una profesional. ¿Cómo le hace para saber tanto? — si lo se, estaba
siendo demasiado sarcástico pero no estaba de humor.

— Que te puedo decir Yunho, es mi trabajo, no se me escapa nada. — y una cosa que
detestaba de Clarisa era que también me siguiera el juego y respondiera con el mismo
sarcasmo que odiaba.

— ¡Ya basta quiere, no estoy de humor!

— Tú empezaste. — la mirada que le di fue suficiente para hacerla entender que ya dejara el
bendito jueguito, realmente me estaba cansando. — ¿y bien? ¿A que debo el honor de tu
visita? — se cruzo de piernas mientras me miraba fijamente.

— Bueno, para empezar conseguí un empleo en un instituto. Ahora soy profesor de física y
matemática.

— Me alegro por ti.

— ¿Alegrar? No, no se alegre mucho, mi vida allí ha sido caótica — grite exasperado. —
¡creo que trabajar allí fue una de las peores decisiones que pude haber tomado en mi vida! Es
como haber aceptado estar sentado en un cactus durante toda mi vida sin poder hacer nada —
finalice aquella oración respirando agitadamente. Clarisa ni se inmuto por mi comportamiento,
en vez de eso enarco una ceja y me miro por encima del cristal de sus lentes.

— Yunho querido, no te ofendas, pero tu siempre eres un dramático que exagera cualquier
situación.

— ¡¿Qué..?! ¡¿Yo un dramático?! ¡Jamás! yo nunca exagero nada, yo solo exagero cuando la
situación lo amerita... Claro, eso sucede muy a menudo… — esto último lo digo para mi mismo
en un susurro. — ¡pero ese no es el punto!

— ¿y cual es el punto?

— ¡el punto es que me estoy volviendo loco en ese instituto, ya ni consigo dormir con
tranquilidad! — ella abrió la boca para añadir algo pero hable antes de que me dijera lo que yo
sabia que me iba a decir. — ¡y no estoy exagerando!

— Bien, bien, relájate.

— ¿Qué me relaje? ¡Yo no puedo relajarme!

— ¿que es lo que paso esta vez para que estés así? — respire hondo un par de veces para
tranquilizarme, vamos Yunho relájate, ¡tu puedes, tu puedes! Eres un hombre decente que
sabe controlarse (si, claro... sobretodo tengo mucho autocontrol).

— ¡¡¡Yunho!!! — y es entonces cuando despierto de mi mundo.

— ¿eh?
— Cielos Yunho, uno de tus peores defectos es divagar demasiado. — si, si, eso ya lo se. Pero
no puedo evitarlo, incluso ahora creo que voy a empezar a divagar otra vez. — quiero que me
aclares algo: ¿Quién es Changmin?

— ¿Changmin? ¿Cómo sabe que se trata de ese mocoso? no me diga: ¡usted es bruja! — ella
solo se masajeo la sien mientras yo estaba anonado. — ¡lo sabia, lo sabia, usted es bruja! ¡Por
eso es tan buena en su trabajo, sabia que algo no era normal en usted!

— ¡Yunho!

— ¿Qué…?

— ¡ya basta quieres!

— Yo no hice nada. Usted me dijo que me relajara y eso dice, ahora relájese usted. — como
me encantaba devolverles las cosas, ella se la creía una sabelotodo pero hasta los sabelotodo
pierden de vez en cuando su paciencia.

Se puso de pie y fue por un vaso de agua, tras unos minutos de silencio y de completa
incomodidad en donde me vi torturado por sus miradas asesinas, por fin accedió a abrir la
boca. A veces creo que ella olvida que es mi psicóloga y en vez de reconfortarme lo que hace
es asustarme, esas miradas que lanzan son igualitas a las de mi madre.

— Bien, reanudemos esto, te preguntaba que ¿quien era Changmin? — pregunto con
tranquilidad fingida

— Y yo le pregunte que ¿Cómo sabia que se trataba de ese tripón?

— Yunho, esto no funciona así, la que hace preguntas aquí soy yo.

— Pero que le cuesta responder o es que ¿acaso le pesa mucho la lengua? — si, a veces
hasta a mi se me olvida que es mi psicóloga y debo respetarla, ¡pero es que ella se mete
mucho conmigo!... esto es solo una forma de desquitarme de sus burlas…

— De acuerdo, no me pesa la lengua así que te diré que pensaste en voz alta sobre esa
persona. Dijiste algo como: “Changmin, maldito mocoso, juro que un día me pagaras las
marrones y maduras que me has hecho pasar” — me dijo mientras leía esto último, yo solo
sonreí de forma nerviosa, ¿de verdad había pensado en voz alta? debo aprender manejar eso
—y bien, ¿me dirás quien es este curioso personaje?

— Es mi… alumno. — conteste con cierto ¿temor? Mientras me hundía más en el mueble.

— ¿tu alumno? ¿Y que hace tu alumno en tus pensamientos?

— Pues vera, él....ahm… como se lo explico… pues Changmin… uh…. — esto es


vergonzoso… ¡decir lo que había hecho con ese niñato era inmoral y poco ético! Pero lo tengo
que decir, vamos Yunho tu puedes, tu puedes. Tomo aire y lo suelto:— Yo…

— Si tu…

— Yo… ¡me acosté con Changmin, mi alumno el primer día de clases! — solté azorado y
rojísimo mientras mantenía mis ojos fuertemente cerrados, estaba avergonzado y con ganas
de esconder mi cabeza debajo de la tierra, tal como lo hacen las avestruz cuando algo las
acecha.
Abrí poco a poco mis ojos para ver a mi interlocutora, ella me miraba de forma sorprendida y
curiosa.

— Así que te acostaste con tu alumno… — me dijo con esa sonrisa burlona que me
exasperaba.

— ¡si!

— ¿y que es lo que han hecho? — pregunto de repente con repentino interés.

— Pues… ha pasado cerca de mes desde que lo conocí en el instituto y hemos tenido sexo
en más de una ocasión. — respondí no muy convencido de decirle eso, Clarisa sonrió de medio
lado y comenzó a escribir en su libreta.

Ella a veces me asustaba.

— ¿y como es el sexo entre ustedes?

— Pues… bien, supongo.

— Como que supones, ¿hay algo malo?

— No, claro que no. De hecho es bastante bueno pero… — ¡y caí en cuenta de lo que quería
saber esa psicóloga eran cosas pervertidas que no venían al caso! — psicóloga pervertida,
usted solo quiere curiosear mi intimidad con ese niño ¡Se supone que usted debe ayudarme!

— Oh vamos Yunho, no todos los días tengo a un paciente de confianza con el que puedo
reírme de su situación.

— ¡ah pero que mala es usted! No voy a responder a ninguna de sus preguntas

— ¿Quién es la doctora? — me pregunto con una sonrisa sádica y con vil burla.

— ¡tu! — y yo odiaba tener que darle la razón.

— Bien, bien, así me gusta. — tras esto miro su reloj de muñeca para ver la hora. — Yunho
entraste hace veinte minutos y no me has dicho nada de lo que deba ayudarte, el tiempo se
acaba mijito y no voy a darte tiempo extras así que habla de una vez porque allá afuera hay
personas que esperar a entrar y esas personas si tienen problemas, muchos mas graves que los
tuyos.

— ¡¿Qué acaso no escuchó nada de lo que dije?!

— Ahm… si, claro. Te acuestas con tu alumno. — me recordó como si eso fuese lo mas
natural del mundo. — eso sucede muy a menudo hoy en día, ya sabes como es la juventud;
siempre buscando experiencias pero no veo nada grave en eso.

— ¡¿Qué no ve nada grave?! ¡¿Cómo que no ve nada grave?! — grite nervioso y exasperado,
¿realmente ella estaba hablando en serio? — ¡lo que estoy haciendo es algo inmoral, poco
ético, en contra de la ley, una barbaridad, una calamidad, un desastre total que acabara con mi
carrera! ¡Terminare metido en la cárcel o en un manicomio y de seguro que ya tengo un boleto
para el infierno! ¡Nooo, no quiero conocer a Satanás! ¡Pero que digo…. Si ya lo conocí, ese
niñato es el propio diablo! —y así comenzó mi discurso sobre moral e inmoral, sobre lo que
esta bien y lo que esta mal, y sobre como iba a terminar mi vida y a donde iría cuando me
muriese.

¡Esta bien, lo admito! ¡Soy un dramático que exagera todo!

— Ok, Yunho. Ya entendí.

— no, usted no entiende nada. Usted no sabe lo que es ser acosado por un niño que ni me
pasa ni en estatura y me intimida. Usted no sabe lo difícil que es controlarme cuando lo tengo
cerca, y mas cuando el me provoca. Ya perdí la cuenta de cuantas veces lo hemos hecho
durante esta semana. En el baño del instituto, en el salón de clases incluso en un escaparate.
No se como hacer para no caer así que escriba en esa estúpida libretita que tiene en sus manos
y recéteme unos fármacos/drogas ¡o lo que sea! solo quiero librarme de esto.

— Espera un momento, ¿podrías repetir los lugares en donde lo hicieron? — ¡¿Qué….?! ¡De
entre todo lo que dije ¿eso fue lo único que capto?! ¡Saben que…! Ya me harte. Así que con
una rabieta me levanto del mueble y me dirijo a la salida. — ¿a donde crees que vas Yunho?,
aun no ha terminado la hora.

— ¡Me voy! me largo de aquí, usted no ayuda en nada

— Oh vamos Yunho, tampoco es tan “grave”, si puede que sea un acto de inmoralidad lo
que estés haciendo pero según lo que he odio cuando piensas en voz alta; ese niño no va en
serio, solo esta jugando contigo.

— ¡eso ya lo se! ¡Él me lo dijo, por eso quiero algo para no caer en sus redes, yo no soy
juguete sexual de nadie! — y me volví a sentar en el sillón para escuchar lo que ella me tenia
que decir.

Ustedes probablemente no lo saben pero Changmin me dijo que esto solo era una aventura
que viviría por el momento, que no quería nada serio hasta ahora ¡y eso era lo que me daba
rabia!

O sea, ¿Cómo me va a decir semejante barbaridad? Primero, es mi alumno, lo que estamos


haciendo esta prohibido por la ley.

Segundo, es un chiquillo menor de edad que solo quiere experiencias, pero eso no significa
que YO se las tenga que dar, hay muchos profesores en ese instituto que estarían dispuestos a
todo por estar con ese mocoso.

Ok, lo admito. Ese muchachito es bien parecido y tiene a más de uno babeando por él así que
mi pregunta es ¿Por qué a mí? ¡De entre todos los que pudo elegir tenia que ser precisamente
a mí!

— Debe ser porque tienes un gran atractivo sexual.

¡Maldita sea! Debo dejar de pensar en voz alta, esto se esta volviendo un grave problema.

— ¡como sea! El caso es que necesito que me diga que hacer con respecto a todo esto.

— Bien, como doctora te recomiendo que te salgas de ese juego porque las cosas no van a
terminar del todo bien, además de que ese niño es tu alumno lo cual implica que estés metido
en grandes problemas. —hablo con sabiduría mientras me miraba, yo asentí, ella tenia razón
pero es que era tan difícil resistirse, tal vez tendría que renunciar a mi trabajo y mudarme
nuevamente. — pero como amiga te recomiendo que sigas con esto.

— ¡¿eh?!

— Veras Yunho, tu nunca volviste a salir con alguien desde que Susana se murió, y al parecer
esta es la única manera de que te involucres con una persona. Ese chiquillo, Changmin, no
espero a que tu dieras el primer paso en vez de eso el se te lanzo, literalmente, encima y sin
quererlo se involucro contigo, claro no sentimentalmente ya que él solo ve esto como un juego
en donde ninguno sale perdiendo: él gana experiencia y tiene una buena historia que contar a
sus amigos y tu sales de esa aburrida vida que llevabas y por fin te involucras con alguien,
aunque solo sea para beneficio sexual.

— Puedo preguntar algo.

— Adelante.

— ¿usted se volvió loca? ¡No voy a hacer eso!

— Piénsalo Yunho, ninguno de los dos va a salir lastimado a menos que quieran involucrarse
sentimentalmente, aunque si lo piensas bien el cazador a veces termina cazado.

— ¡Pero…!

— No hay pero que valga en esto Yunho. Como doctora se que estoy cometiendo una locura
al recomendarle tal cosa a un paciente, pero ante todo soy tu amiga y realmente quiero que
sigas con tu vida. — iba a abrir la boca para protestar.

¡Como se atrevía a decir semejante cosa! ¡Yo si seguía con mi vida…!

Pero antes de hacerlo Clarisa se me adelanta

— y no me digas que “Trabajar, trabajar y trabajar” es una forma de seguir con tu vida porque
sabes tan bien como yo que eso no es así, ¡ni siquiera has tenido una relación seria desde
Susana! Así que me parece excelente que ese niño te atormente, ya era hora de que salieras
de ese mundo lleno de “perfección” en el que tu vivías y te lanzaras a aventurarte un poco, así
que te recomiendo que vivas esto mientras dure y olvida por un momento las consecuencias
de tus actos, por Dios Yunho, aquí nadie es perfecto y un desliz de vez en cuando no le hace
daño a nadie.

Me quede mirándola inquisidora mente, ¿realmente esta psicóloga me estaba recomendando


seguir con este jueguito?

Digo, eso realmente estaba mal así que lo que paso por mi mente en este instante que la que
verdaderamente necesitaba un psicólogo era ella porque al parecer yo estaba sano.

O sea recomendarme que me lanzara con ese mocoso a un jueguito y que por los momentos
no me preocupara de las consecuencias me daba a entender que Clarisa estaba mal de la
cabeza.

— ¿Me estas hablando en serio?

— Muy en serio.
Okey… esto es extraño… muy extraño… pero supongo que en cierta medida tiene razón, la
mayor parte del tiempo pienso demasiado en las consecuencias de mis actos, tal vez por esta
vez debería dejarme llevar… eso no le hacia mal a nadie (o eso creo…)

Me miro fijamente con una mirada seria, aun dudaba de que estuviera hablando en serio, tal
vez solo estaba molestándome y a la final me iba a decir que me estaba jugando una mala
broma.

— ¡No puede estar hablando enserio!—exteriorice de pronto—. Yo no puedo hacer eso


¡Claro que no!—espeté completamente aterrado.

— ¿Por qué no?

— ¡Porque es muy pronto para involucrarme con alguien!

— ¿Muy pronto? — pregunto con ironía. —Yunho, han pasado cerca de ocho años desde
Susana, ya es hora de que dejes de usar eso como excusa y enfrenta de una vez la realidad.

Recargué mi espalada en el mueble, una de mis manos reposó en mi mentón en gesto


analítico, baje mi mirada y observé la alfombra mientras meditaba.

Buscaba una manera de refutar lo que esa loca doctora estaba diciendo.

— Te lo pondré de esta manera; déjate llevar por esas emociones de momentos, vive esta
experiencia que te ha puesto la vida y luego de aceptar esta experiencia abiertamente, analiza
la situación y tras esto toma la decisión que creas conveniente, solo te pido eso, ¿de
acuerdo?— me quede callado un momento, mirándola retadoramente.

Entrecerré mis ojos analizando la situación, no sabia si aceptar o no.

Tras unos minutos suspire largamente antes de tomar una decisión.

— Uh, esta bien.

— Entonces tenemos un trato—dijo con una sonrisa sincera para terminar de convencerme.

Me extendió la mano para cerrar el trato, yo respondí al gesto no muy convencido de lo que
hacia pero que mas daba…

— Sí...

Y con un apretón de manos cerramos el trato.

Al Salir del consultorio me dirigí a mi casa, hoy había pedido el día libre para ir al medico y esa
medico resulto estar mas loca que yo.

Y cuando llego, abro la puerta. Inhalo y exhalo feliz y pienso: “Hogar, dulce hogar”

Ok seria más dulce si mi casa estuviera sola.


– Ay cariño ya llegaste. —dice una voz supuestamente masculina desde la cocina. Mi
semblante es deprimente. ¿Será que seria mucho pedir un poco de paz? Quiero llorar, yo
quiero estar solo en mi casa y no nunca puedo. Si no es Changmin es Alan.

Completamente apesadumbrado me dirigió a la cocina y miro a Alan cocinar. Tiene un delantal


blanco que le queda completamente ridículo.

– Si amor, ya llegue.- respondo con ironía mientras le miro con cara de pocos amigos.- ¿que
haces aquí? ¿Y como diantres entraste a mi casa?- él me mira curioso

– Pues... Changmin, mi lindura, me dejo entrar.- “¿mi... lindura....?” pienso con un tic en el
ojo.

– Él NO es tu lindura.

– Ah cierto, lo olvide. Es TU lindura.- dice burlón.- bueno, sea lo que ustedes dos sean él ya
tiene la llave de tu casa.

– ¡¿que...?!- me escandalice.- ¡¿y como carajos la obtuvo?!

– A saber yo- sigue con su labor.- ¿porque no le preguntas directamente?- dirigió su vista
hacía la mesa y es cuando me doy cuenta de que aquel jovencito pecaminoso, y digo
pecaminoso porque realmente es un pequeño muy pero muy pecador, no puedo creer que a
un crío como ese le guste tanto el sexo.

Lo veo. Changmin esta en la mesa sentado, sus pies se mueven de un lado a otro y mantiene
esa sonrisa de gato Cheshire y una mirada gatuna que me asusta... no, esperen, es mirada no
me asusta. ¡Un crío menor que yo no me intima y menos con esa miraditas!

Aja y eso, no me asusta, punto y final al tema

Ya va, esperen un momento. Déjenme procesar la información: Alan y Changmin en mi casa,


solos en la cocina.

Solos en la cocina. Solos en la cocina. Solos en la cocina.

Esperen, Alan un bueno para nada, vago por naturaleza y psicópata extremista solo, en MI
CASA, con Changmin, alumno obsesionado con el sexo y un vagabundo sin remedio ¡Solos en
la cocina!

Me siento mareado, todo da vuelta. ¡¿Pero porque Dios?! Yay siento que me va a dar un paro
cardíaco.

¡¿Que habrán sido capaces de hacer estos dos en mi casa, en mi cocina?! -lo miro horrorizado
sentado en la mesa- ¡¿o en la mesa?!

Juro que no volveré a comer sobre esa mesa, ¡lo juro!

– Esa cara no es buena- comento Alan.- ¿que crees que se estará imaginando?- pregunto con
cautela al condenado mocoso ese.

– Con lo pervertido que es seguramente algo terriblemente excitante.- contesta con aquella
sonrisa ladina que me descoloca.

Si me descoloca porque en un segundo ya se me olvida todo.


– Yunho, ¿estas bien?- me pregunta mi amigo algo preocupado.

– ¿eh?

– Que si estas bien.

– Oh lo estaré después de que termine mi monologo interno.

– ¿ah?- dicen los dos incrédulos.

¿En donde había quedado?

Ah si, en que si lo habían hecho sobre la mesa -vuelve el dramatismo.-

¡¡No, lo hicieron sobre la mesa!! ¡MI mesa, mi pobre mesa! ¡La han ultrajado, violado, la han...
ha.... arruinado! ¡Se supone que yo era el que debía usarla para eso, NO ellos!

– ¿crees que este loco?- pregunta bajito Changmin pero logro escucharlo.

– Si, es lo más probable.- responde con sinceridad.- así que Changmin, por favor, no le des
tanto sexo a este niño, mira que después me lo pones loquito.

– Esta bien, me moderare pero que quede claro que él de por si ya estaba loco. Siempre
habla solo.

– Nah, eso ya es maña. Creó que le gusta llamar la atención, eso es todo.

– ¿tu crees? A veces me preocupa.

– ¡¿A quien le están diciendo loco?!- les pregunto entre alterado y molesto.

¡¿Que nunca han visto a una persona hablar sola?! ¡Corrección: pensar en voz alta!

¡Yo solo pienso en voz alta, ¿en que idioma tengo que decirlo para que lo entiendan?!

Aunque si lo pienso bien debería dejar de hacer eso, siempre creen que estoy loco y yo estoy
en mis seis sentidos, si son seis porque ¿y la intuición? Aunque eso lo tienen las mujeres pero
que va, seguro que los hombres también tienen la suya, aunque es menos desarrollado que el
de la mujer, el caso es que nosotros también intuimos... -o eso creo yo- tal vez Alan tiene
razón, tanto sexo me esta dañando la cabeza.

Bueno, no importa, lo que importa ahora es saber que han hechos ese par en MI casa.

– Y tranquilo hombre, que no he tocado ni un pelín a este lindo nene.- responde


relajadamente.

– claro que no. Ni loco me acuesto con este idiota.- responde con aire ofendido.

Suspiro para mis adentros, menos mal que la mesa sigue intacta y claro, Changmin también. -
¡Yupi!- el control ha sido retomado.

Tanto control tampoco, cenamos en la mesa. Ellos bromeando y yo con cara de asco. Esos dos
definitivamente se llevan demasiado bien para mi gusto.

La noche transcurre sin preámbulos, todo absolutamente tranquilo, la paz por fin reina en mi
casa.
Me acuesto en mi cama. Necesito dormir, este día si que ha sido estresante. Tal vez debí
agarrar otra carrera que no fuera docencia, es tan agotador ese trabajo y tener que lidiar con
niños malcriados y caprichoso... ¡Adolescentes! Se creen que se la saben todas pero yo les
enseñare a que conmigo no se metan.

Menudos tripones, hoy me hicieron una jugarreta sucia.

¡Colocaron un borrador encima de la puerta para que cuando yo entrase me cayese encima!.
Pero ya verán, ya verán, esos mocosos me las pagaran. ¡Mañana los raspo a todo en el examen
que tiene! Estaré extasiado de marcar 01 con lapicero rojo sus calificaciones. Me las cobrare...

No esperen, mañana es domingo. ah... que mal... con lo bien que quería pasármela viendo sus
rostros lleno de sufrimiento y angustia porque les va a quedar la materia. Lastima, tendré que
dejar mi tortura para el lunes.

El lunes si que no se me escapan hombre

Si, si ya se que están pensando; que soy un profesor jodido y uno muy desgraciado que
disfruta y goza de ver el sufrimiento ajeno en sus estudiantes. ¡Pues si! ¡Me encanta ver el
sufrimiento plasmado en sus rostros, es tan divino poder disfrutar del poder! (creo que me
estoy pasando de psicópata, ¡esta decidido, no ver mas pelicular de horror, he dicho!) ah pero
es tan divertido verlos sufrir en un examen.

En fin, sigo divagando y divagando hasta que me quedo dormido.

Despierto al día siguiente con un dolor de cabeza horrible. Tenía migraña, en fin, me levanto
para ir a buscar una pastilla para mi sufrimiento y me encuentro con la sorpresa de que Alan,
el vago insensato, esta durmiendo en mi casa, en mi mueble de lo mas feliz.

¡SE supone que anoche se había ido a su casa!

– ¡Alan! ¡¿Que rayos haces aquí tan temprano?!- pregunto totalmente alterado. Ante aquel
ruido Alan abre un ojo soñoliento.

– Buenos días Lea.- saluda como si nada el muy vagabundo. Se sienta en el mueble y se frota
uno de sus ojos mientras bosteza.- ¿que hora es?

– ¡¿como que qué hora es?!- expreso malhumorado- ¡¿que haces aquí?!

– ¿como que qué hago? ¡Pues duermo idiota! ¿O es que estas ciego?- responde de lo mas
tranquilo. ¿Que no les dije que era un vago?

– ¡eso ya lo se pero mi pregunta es ¿porque?! Y no me digas que es porque tienes sueño


porque eso es obvio

– ¿Ah es que no te has dado cuenta que desde hace una semana vivo aquí? — me pregunta
con inocencia.

Yo estoy de piedra.

Él...él... él ha estado... viviendo aquí...

¡¿Pero como no me di cuenta?!


Respira Yunho, respira... es tu amigo -por no decir el único- tal vez este en problemas, tal vez
necesita ayuda, tal vez necesita un hogar o tal vez simplemente quiere molestarte así que
respira muchacho, respira... ok, esto no funciona así que tomo sus cosas y también a él.

– ¡Nooooo!!.

Una descripción gráfica de lo que sucede podría decirse de este modo: yo tratando de tirar a
Alan por la puerta de mi casa y él aferrándose al marco de la puerta para evitar ser enviado
lejos como el equipo Rocky (2)

– ¡Déjame quedarme en tu casa! — pide infantilmente entre lagrimas de cocodrilo mientras


se aferra al marco de la puerta.

– ¡Jamás! — respondo tratando de sacarlo de mi casa.

– Anda, no seas malito, Lea. Yo se que tu me quieres.

– ¡si, si te quiero ¿y sabes donde?! — Pregunto colérico.

– ¿En tu cama? — responde como si se tratara de una adivinación.

Ante aquello un leve sonrojo aparece en mis mejillas.

– ¡No! ¡Te quiero fuera de mi casa y...! — pero en ese momento mis palabras son
interrumpidas por la voz de un niño, uno muy conocido.

– Profesor Yunho- miro curioso al portador de aquella voz.

Se trata de Mario, un alumno de primer año. Educado, tierno, dulce y muy amable. No se si lo
recuerdan, es un alumno excelente, no como esos mocosos intolerables que se la pasan
haciéndome jugarretas sucias.

No Mario no es así, Mario es un joven muy agradable y dulce.

– ¡Oh pero que lindo!-exclama maravillado Alan. Algo dentro de mi me dice “¡Peligro,
peligro!”. Observo como los ojos de Alan brillan con algo que se me es imposible describir.

Se suelta del marco de la puerta y se acerca jovialmente al muchacho quien lo mira curioso. —
hola preciosura, me llamo Alan.

– Hola- responde Mario algo cohibido de que aquel vagabundo le este hablando. Conozco
muy bien a Alan, es el típico casanova que anda de flor en flor.

Probablemente nunca se los he dicho pero Alan es bi, si bisexual. Le encanta estar tanto con
hombres como mujeres, aunque le va más con las mujeres. Es un tipo de lo mas extraño, uno
que no se consigue hoy en día; es gracioso, divertido -o eso piensan, yo no le encuentro nada
divertido- social, agradable y un vago. Dejo la universidad cuando se dio cuenta de que esta es
demasiado difícil -cosa que realmente es cierta- así que al terminar el primer semestre decidió
dejar de estudiar y se puso a trabajar.

De su familia no se mucho. A Alan no le gusta hablar de ellos, si no mal recuerdo murieron en


un accidente y él quedo a cargo de su abuela, aquella señora se esforzó por sacarlo adelante
pero era muy estricta, solía pegarle con frecuencia por cualquier tontería por aquel motivo
Alan se fue de la casa de su abuela cuando tenía quince años, desde entonces ha estado
vagando en la calle.
Para sobrevivir trabajaba de cualquier cosa, desde zapatero hasta mesero, cualquier trabajo
que se le presentase lo tomaba, aunque a veces le aburría o se cansaba y dejaba de trabajar y
por ende a veces no tenía como pagar el alquiler de la pieza y se tenía que ir a vivir bajo un
puente. Nunca le importo mucho eso, me contó que alguna vez estuvo de delincuente y solía
robar en mercados. Pero gracias a Dios se salió de ese mundo y cuando lo conocí ya trabaja en
una pizzería.

Pero sea como haya sido su vida siempre mantenía esa sonrisa de casanova en su rostro. E
incluso intento ligarme -que malos recuerdos- si, intento ligar conmigo solo que yo nunca le
puse cuidado y se dio por vencido. Desde entonces siempre anda molestándome, le encanta
sacarme de quicio -con lo difícil que es hacerme enojar.

En fin, se tanta cosas de él que podría decirse que lo conozco como la palma de mi mano y se
que esos ojos brillosos solo significa que Mario le ha interesado lo suficiente como para
seducirle. Y como Mario es tan adorable -otras de las cosas Alan adora son aquellas cosas
hermosas. Con una estética fuera de lo normal- estoy seguro de que ese cabeza hueca va a
intentar enamorarle pero no le dejare hacer eso.

Pero antes de que pudiera hacer nada Alan le invita a pasar y Mario entra al apartamento con
aires de inseguro mientras Alan sigue sonriendo coquetamente.

Y ahora estamos los dos, sentados en el mueble en donde recientemente dormía aquel rubio
promiscuo. Mario esta en el sofá de enfrente, mirándonos con curiosidad. Alan esta al lado
mío, con los brazos apoyados en su rodilla y la cara entre sus manos, mira con mucha alegría al
niño en frente de nosotros.

Yo solo suspiro cansado.

– ¿Y como te llamas niño? — pregunta Alan entre curioso y entusiasta.

– Me llamo Ponce, Mario Ponce.

– Ah pero que lindo nombre. Te queda como anillo en el dedo.

— le guiña el ojo a lo que el joven Ponce vacila en sonrojarse.

– G-Gracias, creo.

– Ah es tan lindo.- sonríe encantado mi amigo. — me gustaría devorarte ¿puedo? —me atore
con el pedazo de durazno que comía. ¡Solo a Alan se le ocurre decir semejante cosa!

– ¡Alan!

– ¿que...? ¿Que no ves que este niño esta para devorárselo?

— me dice entrecerrando sus ojos. Yo siento que la vergüenza me embarca toda la cara. — si,
este nene esta demasiado exquisito, como para comérselo con chocolate y crema batida.—él
cierra los ojos imaginándose dicha escena. — tal vez ponerle algunas fresas estaría bien,
estaría demasiado bien.

- ¡Alan ya basta! — observo a Mario quien esta completamente rojo por la vergüenza.

– N-No quiero crema en mi cuerpo. — dice el pequeño con la vergüenza en su rostro


mientras mira horrorizado a Alan.
– Tranquilo, la crema te la puedo quitar con mi lengua. —y le guiño el ojo divertido. La cara
de Mario era todo un poema.

¡Pobre, estaba siendo acosado!

– Ya basta Alan, estas avergonzando al joven así que deja de acosarlo.

– ¡Pero es su culpa!

— ¿ah?

— no se para que se pone esa camisa tan sugerente y esos pantalones. ¡Y esa cara de
ingenuidad que tiene! — señalo acusadoramente al joven quien ya de por si estaba mas que
rojo. —No es mi culpa que sea tan violable. Mis hormonas se activan solas con tan solo verlo.
Más bien deberías agradecer que todavía no me lo haya robado. — suspire cansado al
escuchar aquella respuesta. Definitivamente hay cosas que nunca cambiaran.

– Alan, no tienes remedio... —me pase la mano por mis cabellos.

– No. No le tengo. Nunca he pretendido ser un príncipe azul, más bien soy un lobo feroz y
hambriento en busca de carne fresca. — El rubio de ojos azules lo miró como si tuviese un
instrumento de rayos X y Mario enrojeció hasta las orejas. —Entonces niño, ¿quiere salir
conmigo?

Mario con tan solo escuchar esa pregunta negó desesperadamente con la cabeza. ¿Quien en
su sano juicio querría salir con alguien que dice que quiere rociarte chocolate y crema batida
en tu cuerpo para después limpiarlo con su lengua? Solo un loco saldría con un pervertido
como Alan después de semejante declaración.

– Anda, sal conmigo. Te prometo que me porto bien en la primera cita. —sonrió como un
niño bueno. El joven Mario estaba azorado y los pensamientos pervertidos de Alan se le salían
hasta por las orejas.

– L-lo siento señor A-Alan— se disculpo rojito mientras se ponía de pie dispuesto a irse. —-
debo irme. Que tenga un buen día. —Alan se puso de pie.

– ¿ya te vas? Pero todavía no me has dado el si. —dijo algo descolocado. — ni siquiera me
has dado un besito. Lo siento pero no te dejare ir hasta conseguir lo que quiero. —allí fue
donde reaccione y le tomo del brazo.

– ¡Corre Mario, corre! — le dije mientras sostenía a Alan quien me miro sorprendido. Mario
asintió y se fue corriendo.

– ¡noooo, se fue! —comento sollozante. Luego me miro. — ¡que mal amigo eres, no me
dejaste seducirlo, ni siquiera había sacado mis ramas de seducción! Bien, como no me dejaste
conseguir mi objetivo me temo que tu pagaras las consecuencias.

Ok, eso no me gusto para nada.

Cinco minutos después estaba luchando contra Alan quien quería revisar mi agenda para
conseguirla dirección de Mario. Le grite que yo no la tenía pero no me hizo caso así que opto
por hacerme cosquillas hasta hacerme llorar para sacarme información.

Me revolvía en el sofá, desesperado por librarme de las cosquillas de Alan, quien solo sonreía
con malicia por la maldad que me estaba haciendo.
Desgraciado.

¡Sabe que soy débil para las cosquillas!

Siento que me duele la barriga y las lágrimas no dejan de escapar de mis ojos mientras no
puedo parar de reír.

– Y-Ya basta jajaja ya para jajajaja- y es que no se detiene. Malditas cosquillas. ¡Como las
odio! detiene sus cosquillas mientras yo trato de recuperar el aliento.

– Es tu última oportunidad Lea, ¿donde vive mi adorado Mario? —pregunta sonriente.

– ¡joder que no se! —expreso molesto y las cosquillas vuelven otra vez. — jajaja m-maldita s-
sea jajaja

En eso entra Changmin y Alan se detiene un momento para verlo, momento que yo aprovecho
para escapar.

– ¿Que esta pasando aquí? — pregunta algo extrañado de la situación. Yo me coloco a su


lado mientras me seco las lágrimas.

Malditas cosquillas.

– Changmin, nunca pensé decir esto pero... ¡Estoy tan feliz de verte! — expreso mi alegría
mientras le abrazo. De verdad que si él no hubiese llegado la tortura con las cosquillas hubiese
seguido. Changmin enarca una ceja. Luego mira a Alan.

– ¡es que no me quiere dar la dirección de Mario!

– ¡Ni muerto te la doy!

– ¡ah entonces si la tenias, Yunho maldito traidor!

– Púdrete —Le saco lo la lengua. Ok, estoy siendo muy infantil pero jamás, me oyen ¡jamás
se la daré!

– ¿Quien es Mario?- pregunta entre curioso y molesto.

– Es su adorable y violable alumno. Changmin dime que me de su dirección para ir a acosarlo.


¡Te esta quitando el puesto!

– Mario es un joven muy bueno como para caer en tus brazos, a ti solo te encanta follar, ¡y
estoy seguro de que solo lo quiere para pasar el rato y eso no lo permitiré! —lo señalo
acusadoramente.

– ¡¿ves?! ¿¡Vas a dejar que esto continué Changmin?! —Dice entre molesto y desesperado
pero Changmin no hace ni dice nada.

– jamás vas a conseguir su dirección depravado sexual.

– ¿Porque insistes tanto en proteger a ese tal Mario?

Misteriosamente Changmin esta demasiado serio. Creo que hasta me asusto esa seriedad.

– ¿como que porque? ¡Pues porque este promiscuo solo quiere pasar el rato y seguro que
solo se lo follara y se marchara! No dejare que le quites su castidad Alan pervertido.
– Yunho, me estas ofendiendo- dice con aire de monja ofendida— yo he cambiado. El
hombre de ayer no es el mismo de hoy, te lo aseguro. — y el Oscar es para... pienso con
sarcasmo, lo miro como quien mira a un verdadero mentiroso.

¡A otro perro con ese hueso mentiroso!

En ese momento la puerta se cierra bruscamente. Se trata de Changmin que se ha ido. ¿Que le
habrá pasado?

En fin, la pelea continua entre Alan y yo y es que no le voy a dar la dirección y como no quise
dársela entonces el muy hijo de su madre dijo que viviría conmigo de por vida. ¡Dios, como
sufro! Ahora me toca calarme a ese bueno para nada, pero todo sea por tratar de conservar la
castidad de Mario.

Los días pasan y pasan pero hay algo que me esta incomodando últimamente. Changmin esta
“Demasiado” cariñoso con Alan. Eso hasta cierto punto me incomoda. Bromeaban tan
alegremente todos los días que hasta nauseas me daban.

¡¿Porque tenían que conversar tanto?!

¡Hasta se mandaban mensajes de texto y yo no siquiera tenía el número de Changmin!

De entre todas las personas existentes en el mundo Changmin tenía que hacer precisamente
amistad con Alan.

No es que este celoso pero su amistad esta pasada, hasta ya parecen amigos con derecho.

Nuevamente voy de camino casa y cuando entro la escena hace que me hierva la sangre.

Alan esta encima de Changmin dándole un “supuesto” masaje.

Aquel niñato engreído esta sin camisa y Alan con el pantalón desabrochado y por supuesto
también sin camisa.

Aprieto los dientes para contener mi ira. Se supone que para un masaje no es necesario que el
masajista este a medio vestir ¿o si?

Ellos están bromeando y riendo sin percatarse de mi presencia.

– ¿Que esta pasando aquí? — pregunto seriamente mientras cierro la puerta, haciendo de
esta manera el ruido suficiente como para llamar su atención. Ellos me miran y se ríen por lo
bajo, cosa que me enfurece mas. — ¿que es tan gracioso?

Díganme el chiste para reírme también- suelto venenoso.

– No es nada Lea, solo que es lindo verte enfadado— dice divertido Alan.

– No estoy enojado.

– ¿Seguro? — pasa su brazo por el cuello de Changmin, veo como sus brazos rozan su piel.
Siento como la rabia aflora con más intensidad.

¿Quien se cree Alan para tocar aunque sea un poco su piel?

Aquel gesto tan amistoso para ellos para mi resulta una tortura.
Sin esperar más le quito de sus brazos a MI alumno, quien se sorprende ante esto.

– A este mocoso, malcriado, engreído y caprichoso. — digo con molestia. —Solo lo toco yo
¡¿me oíste?!

– Oye relájate- me dice sorprendido por mi repentino cambio de humor.

– ¡No me calmo ni nada!- allí si que comenzó a asustarse. Hasta Changmin se asusto. — vete
Alan. — sisee lo mas calmado posible. Al ver su cara de incredulidad volví a repetir. — ¡Vete!

– Alan vete. — sugirió Changmin nervioso. Alan aun sorprendido tomo sus cosas y se fue- y tu
Yunho cálmate, no estábamos haciendo nada. — me dice para calmarme pero lo cierto es que
aviaba en mi ese deseo irracional de tomar lo que fuera y aventarlo contra la pared, de golpear
los muebles y golpear hasta al pobre Alan que no había hecho nada.

Lo tome bruscamente del brazo. Tras esto lo lleve hasta la habitación en donde lo tire a la
cama sin delicadeza alguna.

Changmin solo sonrió desde la cama. Cosa que avivaba más mi ira.

Maldito mocoso.

Le tome de las muñecas y le bese ferozmente. Al terminar aquel beso lo mire fijamente.

– si yo soy tuyo, entonces tu eres mío. —Aclare con voz alterada mientras observaba que él
solo se reía por mi repentino ataque de celos. —Puedo hacerte lo que se me venga en gana.
Desde violarte hasta amárrate, no estas en posición de impedirlo.

Le arranco la ropa y lo atraje contra mi cuerpo para robarle un beso lleno de rabia. Mis manos
recorren su cuerpo con rudeza, marcando sus piernas, dándole a entender que de ahora en
adelante solo yo lo tocaría.

Quiero hacerlo sufrir un poco. Le oigo suspirar de placer y de impaciencia. Se que quiere que lo
haga mío, que entre en su interior y no quiero esperar mas. Siento como mi sexo esta
haciendo presión entre mis pantalones, los bajo lo suficiente como para sacar mi miembro
erecto.

Necesito entrar. Quiero entrar en él y hacerle entender que solo yo seré capaz de hacerlo
gemir de esa manera.

Lo tomo de las caderas y me adentro sin siquiera prepararlo y oigo como gime de dolor. Es una
forma sorpresiva y dolorosa de reclamarlo como mío. Su cuerpo se estremece y sus piernas
tiemblan, sin darle tiempo a acostumbrarse a mi penetración salgo lentamente y vuelvo a
entrar en él con más intensidad.

Le oigo gritar de dolor.

Comienzo a moverme con deliberada violencia. A cada envestida su cuerpo se retuerce, en


parte de dolor y en parte de placer.

Solo de recordar las manos de Alan sobre su hombro desnudo me enloquece. ¡Jamás dejare
que le vuelva a poner una mano encima! Ante este pensamiento me introdujo a su cuerpo con
más rapidez.

No entiendo mi comportamiento. ¡Se supone que esto es solo sexo! No me entiendo… ¡¡¡no
me entiendo!!!
—Ay… duele… ahhh ay… ay… —No lo dejo ni siquiera respirar. Solo lo necesito a él, solo a él.

Afirmo mis manos en sus caderas, haciendo que se mueva al ritmo de mis penetraciones
mientras hunde su cabeza en la almohada.

—No tienes ningún derecho de ir en brazos de otro. ¿De verdad pensaste que otro podría
tocarte cuando te apeteciera? Tú me perteneces Changmin, seguirás siendo mío…—mi voz
detonaba frustración, ira, despecho…— ¡No te permitiré traicionarme nunca! ¡No tienes
derecho a hacer eso!

Lleve mis manos hasta su intimidad y comencé a estimularlo. Estaba seguro de que ya había
perdido la razón. Ya no podía decir nada, solo gemía y apretaba mi mano sobre su intimidad,
haciéndome entender que siguiera estimulándolo de aquella manera que lo estaba volviendo
loco

— Di mi nombre. Que te quede grabado porque es lo único que dirás. —exigí en aquel vaivén
mientras besaba su cuello y luego le mordía.

– Lea...dro ahhh Yunho… L-Yunho…!!!

Sabía que si seguía así pronto se iba a venir, deje de estimularle así que ya iba a empezar
protestar cuando lo puse en cuatro y sin esperar mucho volví a penetrarlo. Exclamo mi nombre
con lujuria.

Lo envestí con más fuerza que la vez anterior, alcanzando más profundidad en el acto. Toque
un punto sensible dentro de él que lo hizo gemir con más fuerza. De aquella manera podía
penetrarlo por completo, sintiéndome completamente dentro de él.

Changmin fue el primero en venirse y después de un par de envestidas me vine dentro de él.
Su respiración era irregular.

Observo su espalda desnuda, mis manos viajan en ella. Su piel es suave y deseable. Acaricio
luego sus caderas, aun permanezco dentro él y aun continuamos en esta posición.

No quiero salir.

Aun no es suficiente.

Siento que mi sexo nuevamente se erecta con tan solo tenerlo así, por eso empiezo a
moverme nuevamente mientras él se estremece y comienza a sollozar.

Apasionado, violento… sensual.

Y mi nombre era lo único que podía decir en medio de aquel apasionante y voraz encuentro en
donde nuestras pieles se encontraron más de una vez, siendo marcadas por el fuego ardiente
que se encendía dentro de mí y que me incitaba a seguir tocándolo. A seguir marcándolo.

Changmin es mío y me encargare de recordárselo durante toda la noche.


Cap 7: faceta nueva

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola!!! ^_^ esta vez trate de no demorar tanto -.- espero que les guste este episodio *-*

Estoy en el puente

Estoy esperando en la oscuridad

Pensé que estarías aquí para ahora

No hay nada más que la lluvia

No hay huellas en el piso

Estoy escudando pero no hay ruido

¿No hay nadie intentando encontrarme?

¿Nadie me llevará a casa?

Es una maldita noche fría

Intentando descifrar esta vida

¿No me tomarás la mano?

Llévame a un lugar nuevo

No sé quién eres

Pero yo…estoy contigo

Estoy contigo

I'm with you- Letra traducida.


Capitulo 7: faceta nueva.

Apenas oía el canto de las aves. Había amanecido demasiado rápido para mi gusto y lo peor es
que sentía que no había dormido nada. Pese a que ya estaba despierto aun mantenía mis ojos
cerrados.

No quería abrirlos. Quería seguir durmiendo y como un niño berrinchudo me tape de pies a
cabeza con la sabana y me doble como un ovillo.

Hoy era domingo así que deseaba con todas mis fuerzas seguir durmiendo como un vago. Pero
al doblarme como un ovillo sentí en mi terreno de cama que había una pierna. Una pierna que
no era mía y que pertenecía a un individuo desconocido y luego caí en cuenta que no estaba
en la cama. Porque las camas son suaves y donde yo estaba se sentía como el suelo.

Abrí mis ojos a más no poder y me senté de golpe.

¡Estaba durmiendo en el suelo!

¡¿Pero como llegue aquí?!

Mire con horror la figura que dormía plácidamente a mi lado. Emitía un suave y pequeño
ronquido. Estaba cubierto de pies a cabeza.

Fue entonces que recordé la noche anterior. Me tome la cabeza con las manos horrorizado
por mis actos.

¡Diosito ¿pero que hice?!

¡Me había pasado con mi pupilo, de veras que había pasado!

¡Ah pero que me paso?! ¡¿Porque hice eso?!


Mire la habitación. Estaba hecho un verdadero caos, la ropa estaba tirada en todas partes. La
cama estaba desordenada, las sabanas y almohadas en el suelo junto a nosotros y de paso ni
recordaba como es que habíamos terminado en el suelo o cuantas veces lo hicimos en la
noche.

Tome mi bóxer que estaba cerca de mí. Mire con culpabilidad a Changmin quien dormía
tranquilamente. Seguro que le dolía todo el cuerpo.

Me coloque la ropa interior y tome mis pantalones y me los puse. Seguido de eso corrí a
esconderme al baño. Cerré la puerta y le pase seguro.

Me acerque al lavamanos y me lave la cara. Luego me mire al espejo.

Tranquilo Yunho, respira... respira.

Me repetía a cada segundo pero no podía parar de pensar que tal vez esta vez si me
denunciaban por violar a un menor. ¡Porque si; lo había violado!... aunque si lo pienso bien ese
mocoso no me detuvo en ningún momento así que también es su culpa.

Pero eso no importa; seguro que me meten en la cárcel y entonces tendré que decirle adiós a
mis sueños.

O tal vez Changmin se enoja de por vida conmigo por haber perdido el control.

Respiro hondo para tratar de calmar mis nervios alterados.

Creo que necesito un té de manzanilla para calmarme.

Abro un poco la puerta del baño y miro por la rendija de la puerta.

Changmin aun duerme. Abro aun más la puerta.


Es hora de enfrentarme con la realidad y armado de valor salgo del baño con las piernas
temblándome de pánico. Creo que en cualquier momento voy a sufrir un paro cardíaco.

Y para completar mi susto Changmin de la nada se despierta y se sienta de golpe. Me mira


soñoliento y yo estoy con el corazón en la boca.

– B-Buenos d-d-días— apenas logro decir en un atado de nervios. Aquel niño me mira
extrañado y parece imitar una mueca de dolor.

– Buenos días. —dice para después volver a acostarse.

– ¿e-estas bien? —pregunto un poco mas calmado.

– Por supuesto que no idiota. Me duele todo. —dice algo enojado, permanece acostado en el
suelo. Me asusto y me acerco a su lado.

– ¿Te duele mucho? — pregunto preocupado y algo alterado por mis nervios. El mantiene los
ojos cerrados, fingiendo dormir y tiene el ceño fruncido.

– ¡Claro que si, eres un bruto! — aquello me callo como un balde de agua fría. Abajo la
mirada apenado. De verdad que me pase anoche con él.

– Lo siento. No pude controlarme, de verdad lo siento. —hablo avergonzado por mis actos.
Tengo hasta ganas de darme contra la pared por aquel acto tan idiota.

¡Lo había lastimado! Changmin abre sus ojos y me mira con aquellos orbes marrones tan
hechizantes.

– No te preocupes, estoy bien. —Acota con tranquilidad pero aun sigo preocupado ¿que
podría hacer para ayudar a quitarle aquel dolor? —además; anoche estuviste increíble. Creo
que fue la mejor sesión de sexo de toda mi vida. —comenta con un tono y una sonrisa traviesa.
¡Pero hasta donde hemos llegado hoy en día! ¿Que acaso este niño es masoquista o que?!

En fin, suspiro cansado y empiezo a tronarme los dedos ante el nerviosismo. Cuando estoy
nervioso tiendo a ponerme a jugar con mis dedos o a tronarme los mismos, una mala maña
que tome pero me sirve para distraerme. Estoy pensando en una manera de quitarle el dolor
pero no se me ocurre nada, es entonces cuando recuerdo a Alan y salgo a buscarlo. Tal vez él si
sepa algo de esto.

– ¿A donde vas?- pregunta confundido Changmin mientras me ve salir de la habitación a toda


prisa.

– Ya vengo— le informo. Salgo de la habitación y me encuentro a Alan acostado en el sofá.


¿Que no se había ido anoche pues? Aun con la duda de saber que paso me acerco a él.

Alan esta con todas las luces apagada y esta viendo la tele. Creo que es una peli de horror por
los gritos que emiten los personajes. Alan esta comiendo cotufas y esta sumamente
concentrado en la peli. -Alan.- le llamo con serenidad. El muy idiota pega un brinco que casi
llega hasta el techo.

– ¡Yunho me asustaste! — me reclama mientras respira agitado por el susto. — ¡¿que acaso
quieres matarme de un susto?! — bueno, ganas no me faltan pero ese no es el caso de ahora
así que solo le observo como toma asiento nuevamente.

– ¿que no es muy temprano para estar viendo películas de terror?

– Si pero es una buena forma de empezar un domingo. — responde entusiasmado, a saber


porque.

– Alan, ¿que no te habías ido anoche?

– Si pero espere unos minutos afuera hasta que estuvieran en la habitación y cuando escuche
unos sonidos raros supe que ya era momento de entrar.

Hablaba como si estuviera contando una historia de un detective.

— Y bueno, cuando entre no había nadie en la sala así que me acosté en el mueble y me puse
a ver una porno— y ese es mi amigo. Yo tenía un tic nervioso en el ojo ante aquella
“asombrosa e impactante” historia. Así que nunca se fue sino que solo espero afuera hasta el
momento oportuno. — y trate de no hacer mucho ruido para que no se dieran cuenta de que
yo estaba aquí mientras ustedes tenían sexo salvaje. A todo esto ¿como esta tu alumno? Si que
le diste duro anoche hombre. —me puse rojo hasta las orejas.
– ¡¿se escucho mucho?! —pregunto alterado y avergonzado.

– Algo así. Ni me dejaron dormir anoche y no voy a decir que no fue excitante lo que escuche
por eso me fui a espiarlo. Que mejor que ver porno que ver una en vivo y directo. Asientos de
primera fila pues. — él sonreía triunfante. Desgraciado. Yo ni sabía en donde esconder mi
cabeza tras la vergüenza, menos mal que solo era Alan y no mi hermana pervertida.

– ya cállate.

– ahhh...ahh Yunho no te detengas. —imitada a Changmin con sonidos sensuales y se tocaba.


Eso solo aumentaba mi vergüenza. — si mas duro, mas duro. ¡Si así! ¡¡Ahhh!!! — me tape los
odios totalmente rojo.

– ¡cállate Alan, cállate! — solo escuchaba como se reía ante su broma de mal gusto. ¡Algún
día me las pagaría ese hijo de…!

– ok, me callo pero mas tarde te sigo torturando. —aseguro con burla. ¡Esto es horrible!! —
pero sabes de ahora en adelante te llamare “El ardiente”, oh si es un gran nombre para el
tímido Yunho ¿y para que “el ardiente” me llamo? — pregunto con esa sonrisa burlesca.

Había venido a preguntarle algo pero de seguro que se burlaba de mi si se lo preguntaba. Pero
si no lo hacía Changmin cargaría todo el día ese dolor y quería una forma de disminuir eso,
aunque fuese un poco.

Tenía que preguntárselo si o si.

Me puse rojo como tomate y le mire con vergüenza.

– Alan... ¿t-tu sabes que es b-bueno para el dolor? — me miro estupefacto. Al parecer no
esperaba que yo le preguntase semejante cosa. Después de cinco segundos de un mortal
silencio Alan, el muy desgraciado, estallo en risas ¡lo odio!

– T-tu me e-estas preguntando— y nuevamente comenzó a reírse como loco.


– ¡Ya deja de reírte y ayúdame! — exigí entre molesto y azorado. Pero pasaron varios
minutos para que dejase de reírse. Yo estaba avergonzado y molesto con Alan y conmigo. Con
Alan por burlarse de mi situación y conmigo por no haber sabido controlarme.

Pero es que anoche había sentido tanta rabia y no se porque.

¿Serían celos?

Que va. Yo no estaba celoso. ¿Porque habría de estarlo? Changmin solo era mi alumno y lo de
nosotros solo era sexo.

Si eso, solo sexo y punto.

Sin saber porque ese pensamiento me entristecía.

Solo era sexo...

Para ese momento Alan había parado de reír y daba grandes bocados de aire para calmarse.

– Bueno, creo que ustedes no usan lubricantes. —le mire extrañado.

¿Había dicho Lu que?

Ni sabía que era eso. Alan se dio cuenta de ello. — ¿no sabes lo que es un lubricante?

– ¡claro que si se!- mentí. Mi orgullo podía más. ¿Como es posible que un profesor como yo
no sepa que es eso? Mi amigo entrecerró los ojos.

– No sabes que es ¿cierto? —abaje la mirada avergonzado y humillado. Lo escuche suspirar.


—un lubricante te ayuda a que puedas deslizar tu pene con mayor facilidad dentro del culo de
aquel niño.

– ¡Alan! —reclame ¡¿Porque tenía que ser tan vulgar?!


– ¡que...! —enarco una ceja. — ¿que acaso no te encanta cogerte a ese niño? —oh si, claro
que me gustaba pero ese no era el caso. —en fin, creo que si le untas un lubricante puede que
le ayude a calmar el dolor o una crema. Vamos a una farmacia.

Le seguí sin decir media palabra. Yo no sabía nada de eso. ¡Y no me miren mal! Es que yo
nunca había estado con un hombre, y no, no es fuera virgen, hace mucho que la había perdido
¡solo había estado con mujeres pero no con hombres!

En fin, la cosa es que llegamos a una farmacia. Un muchacho de mi misma edad era quien nos
iba a atender. Me preguntaba en esos momentos como le iba a preguntar de forma discreta
sobre el producto que buscábamos. Digo, porque no es que iba a gritarle a los cuatro vientos
un lubricante ¿o si?

Alan se acerco a la caja y yo fue con él. Le sonrió amablemente al joven y luego le pregunto.

– Disculpe usted ¿donde están los lubricantes o una buena crema para el dolor?

– ¿Cual desea adquirir? —Alan pensó un momento y luego hablo.

– Pues uno que ayude a quitar el dolor del culo. —me puse rojo como un tomate. El joven le
miro sorprendido. —es que vera; mi amigo aquí presente. —Pasó su brazo por mi hombro de
forma amigable y tuve terror de lo que Alan diría — tiene un novio muy lindo pero anoche fue
un bruto en la cama y se lo cogió hasta el amanecer, imagínese que ni descanso le dejo y el
pobre ni puede sentarse así que buscamos algo que le quite el dolor. — sentí que mi alma se
fue por mi boca y descansaba ya en paz en otro mundo. ¡Solo a mi me pasan estas cosas, solo a
mi!

Trágame tierra, ¡por favor trágame!

Y luego de aquel episodio traumatizante nos llevamos a casa aquel lubricante. Yo iba cabiz
bajo. Mi reputación estaba arruinada. Me sentía humillado y con ganas de llorar.

Entre a la habitación donde aun permanecía Changmin. Aun estaba acostado de lado. Al verme
entrar en la habitación me miro.
– ¿A donde fuiste?- le sonreí algo nervioso.

– A comprar unas cosas. — me acerque a él y quede de rodillas a su lado. No sabía como


decirle lo que le iba a decir, era vergonzoso.- eh Changmin.

– ¿que?

– ¿Podrías…, podrías abrir las piernas? — le pregunte azorado. ¡¿Pero que clase de pregunta
era esa?! Mi alumno me miro ceñudo.

– ¡ni siquiera puedo sentarme y tú ya me la quieres meter!

– N-no es lo que parece. — me apresure a decir nervioso. —confía en mi. —Changmin me


miro desconfiado pero luego quito las sabanas de su cuerpo y abrió las piernas.

– ¿Así esta bien? — pregunto algo molesto. Había cerrado sus ojos ceñudo y estaba
sonrojado. Creo que él también sentía vergüenza de aquello.

– S-si así esta bien. — busque la crema que habíamos comprado y que guardaba en mi
bolsillo. Lo destape y un suave olor a fresa inundo el lugar.

A mi mente recordó el incidente tan vergonzoso que paso en la farmacia.


– Ya veo, este es el de mejor calidad ¿no?- el joven farmacéutico asintió.- ¿y tiene de olores?
— pregunto Alan curioso.

– Eh si. Hay de fresa y vainilla, son los que quedan. — respondió incomodo.

– Yunho que te gusta mas ¿fresa o vainilla? — ¡y encima me pregunta eso!

– ¡El que sea! — respondí azorado. El miro los dos frascos que tenia en su mano.

– ¿fresa o vainilla? — aquello lo dijo para si mismo. — a mi me gusta mas la fresa así que me
llevo el de fresa.

El joven asintió y coloco en una pequeña bolsa el frasco.

— Bien Yunho, untas este líquido en el traserito de Changmin. — comenzó a explicar en la


farmacia y en frente del joven. ¿Que acaso Alan no conoce la discreción o privacidad? — lo
haces como si fueras a prepararlo para cogértelo solo que esta vez no se lo meterás ¿de
acuerdo? — Asentí avergonzado. —¡y mira! Tiene sabor a fresa así que para que se te quiten
las ganas puedes pasarle la lengua por su agujerito. Ya sabes, para quitarte las ganas.

– ¡Alan!

– ¿que? Seguro que sabe a fresa. ¿O no te gusta la fresa?


Agite mi cabeza azorado. No era momento de pensar en eso.

Coloque un poco de crema en mis dedos y lo unte en su zona privada. (No me miren feo, así
suena mas lindo y decente) y en seguida introduje uno de mis dedos

en su parte intima.

– ¡Yunho, dijiste que no ibas a hacer nada!- reclamo.

– Es para quitar el dolor. Alan me lo explico. — me apresure a explicar. De verdad que en


esos momentos no tenía malos pensamientos. Solo quería que se le quitara un poco el dolor.
Mire de reojo a Changmin, me miraba muy fijamente. Me preguntaba ¿en que pensara? Sus
ojos marrones estaban serios pero a la vez serenos. No sabría muy bien como explicarlo.

– Eres muy atento conmigo. — dijo tranquilamente. No se a que vino aquello, digo era
normal que me preocupara por él ¿no? Aunque tuviésemos solo sexo no iba

a dejarlo tirado como un harapo por allí.

Y mientras divagaba en mi mundo seguía untándole aquel líquido.

Escuche un suspiro. Le mire confuso. Estaba levemente sonrojado, con los ojos cerrados y los
labios entreabiertos. Una visión erótica.

Dejo salir un gemido y no precisamente de dolor.

Un tic nervioso de poso en mi ojo. ¿Acaso se... estaba excitando...?

– Yunho...- dijo entre suspiro. Si efectivamente se estaba excitando ¡pero este muchachito si
que es sin vergüenza, es un falto de recato y vergüenza! Deje mi labor y saque mis dedos de su
entrada.

– ¿Eh?- me miro confundido.

– Ya termine. — le informe sereno. Tape la crema y comencé a ordenar mi habitación. Estaba


echa un caos total. Comencé a recoger su ropa. La doble y la puse en la cama, en cuanto a
Changmin se había metido en el baño.

En fin, termine de arreglar mi cuarto y me senté en la cama. Hoy era domingo así que no tenía
nada que hacer. Changmin se marcho a su casa, no es que quedase muy lejos pero su madre
probablemente no sabia que yo era su amante, y por supuesto que anoche ni siquiera tuvo
tiempo de avisar que no llegaría a dormir. Lo mas seguro es que estaría preocupada, en un
atado de nervios pensando en que le habían secuestrado el hijo, o le había pasado algo malo,
ya saben como son las madres que se imaginan de todo en materia de exageración.

No tenía nada que hacer así que me puse a leer mientras Alan seguía insistiendo en que le
diera la dirección de Mario. Ni loco se la daba. Que tal va y lo viola. Con lo psicópata que es
seguro que lo hace.
No, no y no. No dejaría que le quitase su castidad a Mario. ¡Si solo era un niño de doce años!
¡Alan pervertido! ¡Tenía veintiún años y quería liarse con un niño de doce!

¡Es un pedófilo!

Y como todo domingo aburrido salí a pasear un rato. Es una extraña maña que tengo: ir a
pasear al parque y quedarme sentado en las bancas observando el parque de niños. Nunca he
podido explicarme el porque de esa actitud mía, simplemente es algo que no puedo controlar.

Camine en el parque con las manos en los bolsillos. Observa como los niños reían y jugaban y
las madres les observaban cuidando de que no se lastimaran. Y luego camine largos caminos
viejos a orillas de la cera, con un aire taciturno y sintiendo nuevamente ese vacío en mi
interior.

Un pensamiento lejano invade mi mente... como si de un recuerdo turbio se tratase...

Tal vez estoy imaginando....

Tal vez estoy pensando demasiado...

Solo tal vez la risa de niño travieso que se cuela en mi mente solo es producto de mi
imaginación...

Y como todas las veces anteriores me senté en el parque mientras el sol moría por las colinas.
Esperaba a alguien… lo se… pero no sabia bien a quien esperaba… solo es una actitud que
tome luego de haber perdido muchos recuerdos.

Pero se que espero a alguien…

Lo se…

Pero ese alguien nunca ha llegado a mi encuentro.


Y así pasa otro domingo sin que esa persona desconocida llegue a mi vida…

Cuando ya eran las nueve de la noche regrese al apartamento. Subí las escaleras ensimismado
y cuando ya iba por el último escalón para llegar al piso en donde estaba mi casita escuche
algunos gritos.

– ¡¿donde pasaste la noche?!- era un hombre el que hablaba su voz era aguda y robusta.

– Y eso a ti que te importa.-esa voz me era bien conocida, era la voz de Changmin. Mi
alumno.

– ¡Contesta maldita sea!

– No me da la perra gana de responder las putas preguntas.- su voz era ácida y llena de
amargura.

– ¡Por favor dejen de pelear!- era la voz de una mujer. Suave y dulce como la miel.- ¡Ricardo
viniste a visitar a los muchachos no a discutir con ellos!

– ¡es que este mocoso engreído no ha cambiado nada, todo es tu culpa!

– ¡¿mi culpa?! ¡¿Quien fue el que se alejo sin muestras de afecto?! ¡¿Ah?! ¡¿Quien?!

La discusión cada vez se tornaba más fuerte. Suponía que aquel Ricardo era el padre de los
gemelos y la mujer que se escuchaba era su madre.

Sabía que no debía seguir escuchando. Era de mala educación sin embargo me preocupaba
como aquel hombre le gritaba a Changmin cosa fuertes, cosas que un padre no debería decirle
a un hijo.

– ¡¡cállense los dos!!- Changmin perdió la paciencia. Se escuchaba alterado, dolido,


enojado..- ¡me tiene harto con sus peleas! ¡Si solo vas a venir a regañarme entonces mejor no
vengas, me importa un rábano si no vienes!

– Changmin, niño mari...


– ¡¿que, niño de que?!! ¡Anda dilo, dilo, Di que soy una marica, anda dilo! ¡Atrévete a
decírmelo!

– ¡es que eso es tu culpa, no vienes ni a dormir aquí, seguro que estabas con un hombre!

– ¡¿y que si fuera así?! ¡Puedo estar con uno, dos, tres hasta cinco hombres a la vez,
tuneándolos para que me partan el culo y eso ti no te importa!

– ¡vete de aquí Changmin, lárgate!!

– ¡No Changmin, no te vallas…, Espera!!- en ese momento la puerta del apartamento donde
vivía Changmin se abrió y él salió de allí hecho una furia, cerro la puerta de un solo golpe. Se
veía bastante mal.

Recargo su cuerpo en la pared y se jalo sus cabellos rojizos. Al parecer no se había percatado
de mi presencia.

Escuche un llanto silencioso.

– ¿Changmin? —le llame dudoso. El alzo la mirada sorprendido de verme allí. En ese
momento algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Me partió el alma verlo así. El Changmin que yo conocía era alegre, pervertido, un chiquillo
malcriado y caprichoso pero de buen corazón. Jamás lo había visto llorar.

Se dio cuenta de que estaba llorando y en seguida se seco las lágrimas con rudezas.

– ¿desde cuando estas aquí? —su voz en ese momento era áspera, amarga. Como una mala
caricia y sus ojos me asustaron. Eran profundos e inteligentes, profundos como un lago.

– Desde hace rato. ¿Estas bien?

– Estoy perfectamente bien. —se puso pie erguido y con la barbilla en alto.
– ¡¿ves lo que haces?! ¡Changmin se fue! —dentro del apartamento la discusión nuevamente
comenzó.

– ¡Pues que se valla ese marica, ni siquiera merece estar aquí! — mire a Changmin, en ese
momento apretaba los dientes y sus nudillos.

Me preocupe.

– ¡¡cállate Ricardo!! ¡¡Por favor cállate, solo empeoras las cosas!!

– Vayámonos. —le oí decir a Changmin. Camino hasta mi apartamento, yo le seguí de cerca.


— ¿puedo quedarme hoy en tu casa? —me pregunto de forma ácida. Yo asentí, sorprendido y
triste de aquella faceta nueva. Era un nuevo Changmin para mí.

Cuando entramos en el apartamento Changmin de quedo parado en medio de la sala. Yo me


quede cerca de la puerta principal. En esos momentos solo veía su espalda. Quise comenzar
una conversación pero no se me ocurrió nada que decir.

Tras varios minutos de aquel silencio Changmin se dio vuelta se acerco a mi y me beso con
pasión. Me sorprendí de aquello pero le correspondí.

¿Porque me besaba en esos momentos?

Y entre besos y besos comenzamos a quitarnos la ropa mientras caminábamos hasta mi


habitación. Aunque seguía besándolo y quitándole la ropa no dejaba de pensar en lo que
acababa de ocurrir.

Changmin había discutido con su padre y luego quería tener sexo.

¿Porque?
Caímos en la cama. Aun cargaba puesto mi pantalón por lo que mi miembro erecto
permanecía apretado entre mis ropas. Mientras Changmin estaba ya desnudo en mi cama,
excitado.

Besaba sus labios, su cuello el que lamía con fervor, satisfaciendo mi hambre.

Sentí como desabrocho la correa y comenzó a abrir el pantalón con desesperación. Mi sexo
quedo a la vista. Alce sus piernas hasta mi hombros y me dispuse a entrar en él.

Fue entonces cuando le mire. Sus ojos estaban llenos de tristezas y melancolía.

¿Qué estoy haciendo?

Pese a estar excitado y con un erección bastante notoria me detuve. Changmin no necesitaba
sexo. Solo lo hacía como una manera de querer huir de sus problemas, olvidándose de ellos y
perdiéndose en el placer carnal.

– ¿Porque te detienes? — me pregunto algo molesto y confundido.

– No creo que sea bueno tener sexo en estos momentos. —le comente sereno. Changmin
pareció molestarse por eso.
– Entonces si no vamos a tener nada será mejor que me valla. —ya se iba a poner de pie
cuando le tome entre mis brazos.

– Que no tengamos sexo no significa que no puedas quédate. —le susurre al oído. Sentí que
se tenso un poco. — quédate conmigo hoy, aquí en mi cama sin hacer nada mas que dormir
¿esta bien? —propuse en tono coqueto. Su cuerpo se relajo

– pero...

– shhh... esta bien. Quédate... aquí... conmigo... —le aprese entre mis brazos sin importar
que quisiera liberarse. Su aroma durazno me hipnotizo. Me rodeo con sus brazos de forma
serena, ya no existía esa fogosa pasión, solamente la ternura de un niño que buscaba calor.

Y así nos quedamos, abrazados en la cama, disfrutando de un contacto tan inocente pero tan
necesario.

Me pregunte en ese momento si de verdad todo lo que había entre nosotros solo era sexo o si
yo me estaba enamorando de aquel niño.

¿Será que me estoy enamorando…?

Temía la respuesta porque tenia una voz en mi interior… una que me decía que si le daba mi
corazón él lo destruiría…

Cap 8: creo que estoy enamorado

r: cielo caido

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Notas del capitulo:


Hola, como lo prometido es deuda aquí estoy haciendo entrega de este nuevo episodio.
Muchas gracias por sus comentarios, me animan a seguir escribiendo esta loca historia. Espero
que les guste :)

Fueron tantas horas tan solo y triste hasta que te vi

Tu llenas mi vida, tu llenas mi alma

Por eso siempre quédate aquí.

Solo déjate amar -Kalimba

Uke acosador.

Capitulo 8: creo que estoy enamorado.

La semana había comenzado con exámenes. Un lunes con examen da realmente ladilla pero
como a mi me gustan torturar a los estudiantes con pruebas sorpresas pues realice una el
mismo día que ingresaron luego de vacaciones.

Sin embargo sentía que no estaba disfrutando de aquello. Algo me inquietaba. Entre a la
última hora que era con la clase de Changmin.

—así que la hipotenusa.- explicaba mientras escribía con elegancia sobre el pizarrón.

Algo iba mal. Muy mal.

Mientras continuaba con la explicación me fije en el ultimo asiento con disimulo, allí se
encontraba Changmin mirándome con cara de aburrimiento. La verdad su cara con cero
entusiasmos no me hizo divagar, lo que me hizo divagar fue aquella noche en la que discutió
con su padre y trato de buscar olvidar aquello conmigo, sin embargo yo no le hice nada.

Esa noche solo dormimos el uno junto al otro. Bueno, él durmió porque yo me quede la noche
meditando y observándole dormir. Su pecho subía y bajaba con lentitud, sus labios
entreabiertos incitaban a besarles, y aquellos orbes marrones jade se mantenían ocultos tras
los papados. Su rostro tranquilo trajo a mi alma una paz infinita que no sabría como explicar.

¿Porque esa noche no le hice el amor?

Corrección:

¿Porque esa noche no me decidí a tener solo sexo?


Si sexo porque nosotros nunca habíamos hecho el amor. Hacer el amor va más allá que
simplemente tener sexo. Hacer el amor implicaba que estuviéramos enamorados, que con
cada toque de los dedos fuese una caricia que incitara a algo mas que placer y estar unidos por
algo mas que nuestras intimidades y nosotros solo nos tocábamos para buscar ese placer
carnal, para llegar al orgasmo con cada toque y sentí el roce delicioso de su estreches en su
interior.

Cuando me día cuenta ya la clase había terminado.

El día si que había pasado rápido. Tan rápido como un suspiro.

—Te espero afuera. —me dijo antes de marcharse a la salida. Se había hecho una costumbre
irme con los gemelos al terminar las clases. Eran cerca de las seis cuando la clase termino y yo
subí a entregar mi reporte.

— Hola profesor Yunho ¿ya termino su clase? — me pregunto Sofía al entrar en dirección. Yo
asentí con la cabeza con tranquilidad.

Sofía era la coordinadora de aquel lugar. Suele quedarse hasta tarde en la oficina revisando
algunas cosas.

— Vendré mañana temprano. —le informo para dirigirme a la salida.

La verdad es que la dirección esta completamente sola y estar con esta mujer en ese lugar tan
solitario me da mala espina.

— ¿Tan rápido te vas?- su voz es sensual e incitante me pone los pelos de punta y no
precisamente de excitación.

— Eh si, si. Debo irme.

—Antes de que te vallas puedo pedirte un favor.

—Claro. —sonrió de forma nerviosa. Esto no me gusta.

Ella se levanta. Es una rubia de pechos grandes, muy grandes. Su pelo esta recogido en forma
de moño y tras el cristal de sus lentes se puede apreciar unos ojos hermosos de color azul
cielo.

Es linda pero no me gusta.

Se coloca frente a mí y yo tengo los nervios de punta.

Ella me mira, yo la miro y un silencio incomodo se posa en la estancia. A lo lejos oigo como los
alumnos bromean, se escucha como un pequeño murmullo, lejos... lejos.

Y entonces...

Ella se me tira encima -literalmente- yo estoy mas que absorto y trazo de forcejear. ¡Pero que
carajos...!

— ¡No Sofía... espera...! —pero sigue intentando besarme. ¡Dios mío... me va a violar! Así que
horrorizado ante este pensamiento solo me queda hacer una cosa por muy infantil que suene.
— ¡Auxilio.... ayuda! —grito desesperado intentando quitarme a es fiera de encima. De verdad
que cuando me pidió un favor nunca pensé que fuese a ser este. — ¡No Sofía, espera..., no
puedo hacer esto soy un gay! —trato de hacerla razonar y ante esto ella se detiene y me ira
sorprendida.

— ¿te g-gustan... los hombres?

—¡¡S-si!! —conteste azorado. La verdad no se si me gustan los hombres, yo solo se que me


gusta estar con Changmin, ¡punto!

—L-lo siento. —y antes de que pueda decir mas se marcha corriendo. Menuda loca. Salgo
corriendo también de esa oficina con el pensamiento de que tal vez busque algunas cadenas y
me amarre.

Ya al estar bastante alejado me acomodo mi ropa y mi cabello revuelto.

Actúa normal, me repito un par de veces antes de llegar junto a los gemelos que me esperan
en la salida.

—Te tardaste Yunho. — me dice con mala leche aquel mocoso engreído. ¡Hablarme así a mí...,
a mí que puedo rasparle un examen!

—déjalo Changmin. Ta vez estaba entregando algunos informes. ¿No es así profesor? — me
defiende Aarón. El siempre tan noble. Pero antes de que yo pueda decir algo mas una vocecilla
lejos irrumpe mi tranquilidad.

— ¡Ey Yunho! —escucho decir con entusiasmo. Con cierto terror miro como Alan se acerca a
donde estamos nosotros.

— Hola Alan.- saluda Changmin con una sonrisa.

—Hola Viloria. — saluda Aarón. ¿Desde cuando estos dos se conocen?

—Ah no me llames con mi apellido. —hace puchero Alan. — solo llámame por mi nombre de
pila ¿bien? Alan, dime Alan.

—De acuerdo Alan. —sonríe nuevamente con aquella dulzura que parece emanar en el aire.
Creo que hasta flores y brillos han aparecido en el aire. Aarón da miedo.

— ¿Y que haces por aquí Alan? — pregunto con cautela. Solo espero que no haya averiguado
que aquí estudia Mario.

—Bueno, cerca de aquí queda la pizzería donde trabajo. —Responde de manera natural y con
aquella sonrisa de casanova que tiene. — ¿tal vez algún día se animen a....? — de repente sus
ojos se llenan de sorpresa y emoción a la vez justo en el momento en que el portador de
aquella voz se acerca a nosotros.

— ¡Profesor Yunho, que bueno que lo alcanzo! —dice agitado Mario mientras ya esta junto a
mi. Me siento como Giru cuando presiente que algo malo va a pasar, se activa ese “¡peligro,
peligro, peligro!” (1) y antes de que pueda hacer nada Alan se acerca peligrosamente al joven
Ponce.

Quiero decir algo para que Mario corra, para que se aleje de aquel depravado, pero siento la
mirada de Changmin encima de mí.

Le miro algo nervioso.


No se porque tengo la sensación de que esa mirada me dice que me porte bien.

¿Tal vez son ideas mías?

Así que solo me queda ver y auxiliar a Mario si es necesario.

— ¡Hola! — Le saluda mi amigo con entusiasmo y comiéndoselo con la mirada. — ¿no sabía
que estudiabas aquí? Me da mucho gusto verte. —Mario le mira sorprendido y luego le
sonríe. — Oh Dios… me sonrió… Creo que cupido efectivamente me ha flechado el corazón—
comenta emocionado, cosa que hace que Mario enrojezca

— Hola joven Alan. —le saluda tímido.

—Solo dime Alan ¿de acuerdo? — Mario asiente mientras Alan se inclina absolutamente hacia
adelante sacando una placa mental a escala de todo el cuerpo del pequeño con sus mínimos
detalles y antes de que haga alguna jugarreta sucia; tomo a Alan de los hombros.

—Bien Mario. ¿Que querías decirme?

—Ah cierto. —busca algo en su mochila me pasa un DVD. —Es la película que le comente.-
tomo la película entre mis manos. Se trata de “El títere”, película de terror que ansiaba ver.

—Muchas gracias Mario. Esta noche la veré.

—Y yo la veré contigo. — expone con acidez Changmin. Le miro un poco sorprendido. ¿Esta
enojado? No lo se pero si se que si las miradas mataran Mario estaría tres metros bajo tierra.

El ambiente se tenso de repente.

Mario le miraba extrañado.

Changmin le miraba con molestia.

Aarón sonreía de aquella forma que daba miedo.

Alan miraba nervioso la situación.

Y yo... yo estaba más que nervioso y lance una risa nerviosa. Si muy nerviosa que hizo que
todos me miraron raros. Como si yo fuese un extraterrestre.

—Bueno, bueno. —dijo Alan para apaciguar la situación. —Vamos a tomar el metro que si no
después se llena horrible — miro a Mario — ¿tu también vas a tomar el metro? —el joven
asintió. — ¡entonces no se diga mas y en marcha. Próxima estación: ¡el metro! — dijo
entusiasmado como si nosotros fuéramos niños exploradores o algo así.

—Alan idiota. —murmuro molesto Changmin mientras comenzábamos a caminar.

Durante el recorrido al metro solo me dedique a observar. Alan conversaba animadamente


con Mario quien ya parecía no tenerle miedo, se reía de las idioteces que Alan hacía y decía,
mientras este último sonreía como casanova y le contaba anécdotas de su trabajo.

Luego pose mi mirada en los gemelos; ambos conversaban tranquilamente. Probablemente


contando cosas sobre lo que les había sucedido en el día. Me dedique a contemplar a
Changmin, su espalda era delgada y caminaba de manera recta sin parecer incomodo.

Su caminar era muy elegante. Durante un momento miro de forma disimulada para atrás y su
mirada verde y la mía se encontraron por varios segundos. No me daba vergüenza mirarlo y
mantenerle la mirada pero al parecer él si le avergonzó porque en ese momento sus mejillas se
tiñeron de un rojo bermellón y aparto la mirada.

Me sorprendió ese gesto.

Seguí mirándolo y pasados varios minutos volvió a mirarme. Esta vez de forma tímida pero sus
ojos mostraban cierta tristeza y culpa.

Me intrigo aquella mirada.

¿Porque me miraba así?

Sin saber porque, aquella mirada me dejo paralizado.

¿Que significaba aquella mirada de dolor y culpa? Me asusto saber la respuesta.

A partir de allí nuestras miradas no se volvieron a encontrar. El viaje en el metro solo era
animado por la voz de Alan y su forma de tratar de impresionar a Mario.

— ¡Las películas de asesinos son mejores! — argumentaba Mario.

— ¡Claro que no, las películas rosas y de amor son mas lindas! —dijo Alan en un puchero. —
además esas películas dan miedo. ¿Quien quiere ver sangre en una película? El drama y la
angustia son mejores. —olvidaba comentar que Alan es hemofobico. Le tiene pavor a la sangre
y tiende a desmayarse cuando ve aquel líquido rojo con sabor a metal.

—No sabes nada del buen cine. —le dijo con una sonrisa Mario, probablemente sorprendido
de que a un hombre como Alan le gustasen mas los dramas que las películas de suspenso. Yo
sabía perfectamente que mi amigo no soportaba ver ese tipo de películas de sangre,
normalmente salía vomitando o teniendo pesadillas en las noches.

— ¡claro que si se! — le guiño el ojo de forma amistosa.

Hacía mucho que habíamos salido del metro y ahora íbamos de camino a casa. Changmin
durante el recorrido ni me hablo ¿estaría molesto conmigo? ¡Pero yo no hice nada, lo juro! Me
porte bien y no deje que me violaran.

—Yo me debo ir por aquí. — informo Mario. El camino a su casa era contrario al de nosotros.

— ¿quieres que te acompañe? — sugirió Alan. Mario negó con la cabeza.

—No, estaré bien. —le sonrío dulcemente, cosa que hizo que Alan casi se derritiese como
mantequilla.

Antes de marcharse Mario pregunto. — Alan, ¿porque te interesas tanto por mi? — una
pregunta curiosa. Yo tenía la respuesta: porque Alan es un depravado que le gusta liar con
niños. Aunque yo no debería hablar mucho, creo que también soy un pedófilo ¡pero al menos
Changmin tiene más edad que Mario!

Alan sonrío y respondió algo que ni yo en mis más terribles sueños le escuche decir:

— porque desde que te vi creí en el amor a primera vista.- si fuera una chica diría cosas como
“wuaaaaa ¡que romántico!!” pero como soy hombre no digo nada y me aguanto la risa. ¡Quien
te viera Alan Viloria, tu enamorado!! Definitivamente este 2012 se va a acabar el mundo, si
señor.

Bien, queda de más decir que Maro nuevamente se avergonzó ante aquellas palabras y
azorado por aquello se despidió de forma rápida y se fue corriendo.

— Mas tarde iré a tu casa. — me informo Changmin de forma seca. ¿Seguía enojado?

En fin, me despedí de ellos y entre a casa junto con Alan, quien al entrar dejo salir un gran
suspiro.

— Me he enamorado Yunho ¡me he enamorado! — decía como si hubiese descubierto


América. Daba vueltas en la sala, de un lado aquí allá como si hubiese flores en la sala.
Menudo loco con el que me toca convivir. — ¡he conocido un ángel y ha dejado un agujero
aquí! — Señalo su corazón — ¡se ha llevado mi corazón y ni siquiera le ha importado!

Romanticismo de barato, es lo que digo. Alan siempre ha sido un dramático.

Y mientras me calo al loco y enamorado de Alan la noche llega acompañada de los cantos de
los grillos y las cigarras.

A las ocho en punto Alan se va, dice que le toca hacer el turno de la noche así que regresara
bien tarde mientras yo me preparo para ver la película.

Cocino palomitas de maíz. Sirvo refresco y me voy a la sala para sentarme en el mueble donde
duerme Alan.

Cuando llego a la sala allí esta Changmin, sentado en el mueble. Mirando la tele sin ningún
interés. Ya debería no sorprenderme pero me sorprendió su aparición en mi sala.

Me siento a su lado y la película pronto comienza a reproducirse.

Lleva puesta una camisa blanca que le queda enorme y unas bermudas no muy grandes. Sus
converses son rojas y esta en cierto lugares agujeradas y apenas se asoman unas tobilleras de
color blanco. Una muñequera de color negra con una araña en el medio de color blanco
adorna su mano izquierda.

— ¿que le dijiste a tu madre? — pregunto ya mas tarde. Los gritos de varios personajes se
escuchan de fondo mientras él responde.

— Nada. Ni siquiera sabe que estoy aquí.

— ¡¿que?!

— Aarón dijo que me haría la segunda para hacer que no se de cuenta de que no estoy en
casa. — ah hermanos, siempre tan alcahuetas (sin intensión de ofender a nadie) —además mi
madre llega cansada del trabajo normalmente se va a dormir temprano, así que antes de que
se duerma llegare a casa. Tampoco es que me quede tan lejos. — es cierto. Vivía al lado mío.

— ¿y porque simplemente no le dices que vas a ver una película de terror con el vecino?

—Porque así ya no sería tan excitante. — me mira y sonríe con esa sonrisa ladina que me
estremece. Se acerca a mí y me besa lentamente, primero rozando mis labios y luego
juntándolos de forma violenta.
Respondí al beso con igual fiebre. Pronto lo tuve sentado encima de mí besándole con pasión.
Recorría con mis manos su espalda, sus piernas sacándole suspiros de placer. Jadeaba bajito en
tanto yo le besaba su cuello.

Le sujete de la cintura y me puse de pie con sus piernas rodeando mis caderas en tanto no
dejábamos de besarnos, sus manos estaban alrededor de mi cuello y jugaba de cuando en
cuando con hebras de mi cabello.

Llegamos a la habitación, lo acorrale con fuerza contra la puerta al cerrarla. Nuestras lenguas
se enlazaban y jugaban de tal manera que me hacían sentir en el paraíso. Sus piernas
alrededor de mi me sujetaban con fuerza, como si temiera que me fuese a ir o algo así.

Desabrochaba con desespero los botones de mi camisa para después dejarla abierta pero sin
retirarla.

Nuevamente lo alce y lo lleve hasta la cama. Allí lo deposite con cuidado mientras nuestros
ojos estaban en contacto. Respiraba algo agitado y el sonrojo en sus mejillas le hacía ver
deseable. Mientras él estaba acostado en la cama yo estaba sentado en la orilla.

Pensando... pensando.

Sentía que hoy era diferente.

¿Porque?

Changmin se sentó en la cama y se quito la camisa. Dejo su torso al descubierto, luego con
timidez se acerco a mi cara. Yo acaricie una de sus mejillas y luego nos besamos, ya no había
esa fogosa pasión. En aquel beso había ternura.

Lo recosté nuevamente y me coloque encima suyo sin dejar de besarle. Mis dedos dibujaban
en su pecho algo ilegible que le hacía jadear en mi boca. Descendí con mis labios besando su
mentón, luego su cuello. Baje por su clavícula hasta llegar a sus tetillas, las cuales recorrí su
aureola con mi lengua dejándolos erectos y duros, lo mordí levemente.

Seguí bajando hasta su vientre plano. De allí las bermudas obstaculizaban mis recorrido. Con
lentitud comencé a abajar aquella prenda junto con su ropa interior dejando su cuerpo al
desnudo.

Abajaba aquellas piezas de ropa con paciencia, recorriendo sus piernas y en el acto besando
cada parte de aquel cuerpo prohibido. Llegue hasta los tobillos en donde los zapatos impedían
que le quitara la ropa por completo. Los quite rápidamente y acaricie la planta de sus pies con
mis dedos. Rió un poco pues el gesto le causo cosquillas.

Mis manos llegaron hasta su sexo y lo masajee lentamente, torturándole con el suave roce.

— L-Yunho t-te necesito ya. — Pidió retorciéndose de placer en tanto yo aumentaba el ritmo
de los masajes sobre su intimidad erecta. — ¡ahh Yunho...,! —me detuve cuando sentí que ya
estaba cerca de su cumbre y me acerque a su boca de cereza y lo bese con pasión. — te
necesito Yunho... te necesito...- me decía entre beso y beso pero yo tenía miedo de lastimarlo
nuevamente.

Me quito la camisa completamente y antes de lo pensado ya estaba como Dios me trajo al


mundo. Friccionándome contra su cuerpo, produciendo en el acto corrientes eléctricas que
recorrían nuestros cuerpos y nos incitaban a continuar besándonos.
Changmin tomo una de mis manos y beso cada dedo de la misma, con devoción, con ternura...
con amor. Sus ojos estaban cerrados mientras besaba cada dedo, sus labios sobre mis dedillos
hicieron que mi piel se erizara hasta límites insospechados.

Sus ojos se abrieron lentamente y me miro de forma tímida.

Esta también era una nueva faceta de Changmin, una que no conocía pero que me encantaba.
Cuando termino de besar mis dedos puso mi mano sobre sus mejillas, la acaricie temiendo que
se rompiera.

Mis dedos recorrieron su cara, en ese momento mi mano temblaba.

Era la primera vez que sucedía algo eso en tanto él solo cerraba sus ojos disfrutando de aquel
toque tan suave y gentil.

Pronto mis dedos recorrieron su frágil figura hasta llegar a su entrada. Recordé el lubricante y
lo busque. El líquido divago entre mis dedos y pronto se unieron a su entrada. Un dedo, luego
dos mientras Changmin solo suspiraba.

Rápidamente me posicione en sus piernas. Alce sus caderas y lentamente me introduje en su


interior.

Sollozó lentamente al sentirme entrar. Cuando estuve en su interior espere un momento para
que se acostumbrara a mi intromisión.

Comencé a moverme dentro de él con lentitud, saliendo casi por completo y luego volver a
entrar. Sus ojos estaban fijos en los míos mientras lo penetraba. Me acerque a su boca y
nuestras lenguas jugaron por largo rato hasta que el aire nos falto. Cuando nos separamos me
quede a escasos centímetros de sus labios mientras jadeaba al entrar a su cuerpo con presión,
los movimientos se hacían cada vez mas rápidos e incesantes.

No dejaba de mirar cada facción de su rostro. Observando con devoción cada expresión de su
semblante. Changmin tampoco apartaba su mirada de mí; gemía, suspiraba, sollozaba sin
dejar de observar mi rostro, sus ojos se cerraban de cuando en cuando, cuando el placer era
demasiado.

Su mirada no estaba llena de esa lujuria que normalmente estaba, ahora estaba llena de amor,
de eso estoy seguro. Tenían un brillo especial que me volvía loco y me hacía moverme con
más rapidez a cada segundo. Con una de sus manos rasguñaba mi espalda y con la otra
apretaba los músculos de mis brazos.

Necesitaba sentirlo mas cerca... mas cerca.

Le abrace y lo alce, de esa manera quedamos sentados en la cama.

Él encima de mí. Gimió con fuerza al sentirme todo en su interior.

Comencé a penetrarlo con más fuerza mientras él trataba de seguir mis movimientos. Sus
sollozos inundaron la habitación mientras mis manos se aferraban a sus caderas aumentando
los movimientos.

¿Porque necesitaba sentirlo mas cerca de mi?


¿Porque de pronto sentía la necesidad de verlo?

¿Porque de repente me encantaba ver sus ojos o su risa?

¿Porque no comprendía que me pasaba?

Comenzó a auto penetrarse apoyando sus manos en mis hombros.

Yo le veía subir y bajar con desenfreno. Su cuerpo estaba perlado por el sudor y sus gemidos
cerca de mi oído era la mas bella y armoniosa música.

Lo necesitaba, necesitaba a Changmin para respirar tranquilamente, cuando no le veía sentía


que me asfixiaba así que solo llegue a la conclusión de que estaba enamorado. Me había
enamorado de aquel niño malcriado.

Amaba al Changmin acosador, al Changmin tierno, al Changmin celoso y eso hasta cierto punto
me asustaba pero lo amaba en todas sus facetas, desde la más tierna hasta la más enojada.

Con aquella revelación los movimientos se hicieron bruscos. Sentía que vibrada dentro de su
cuerpo. Ya no estábamos teniendo solo sexo, ahora estábamos haciendo el amor y con
aquella perfecta posición nuestros cuerpos tocaban fibras que hacen que suspiremos con
fuerza y con una ultima estocada ambos llegamos a nuestra cumbre.

Nuestros cuerpos están sudados, ambos respiramos agitados, tratando de regularizar nuestras
respiraciones.

Aun esta sentado encima de mi y yo aun estoy dentro de él. Disfruto de ese momento de
calidez. Su cabello esta revuelto y varios mechones cubren sus ojos. Quito con delicadeza cada
cabello y le sonrió. Él traga saliva algo nervioso, mirándome de aquella manera tímida y
agitada. Sus labios entreabiertos buscan desesperadamente aire y al sentir el toque de mis
dedos cierra sus ojos y trata de regularizar su respiración.

El es la enfermedad y la cura al mismo tiempo.

De verdad estoy enamorado. Parezco idiota sin embargo eso no me importa y le beso con
ternura y luego beso cada parte de su sonrojado rostro; sus mejillas, su frente, la punta de su
nariz… y luego tomo sus manos y beso el dorso de la misma. Él me mira agitado y
avergonzado.

— Changmin... —le llamo dulcemente acariciando sus mejillas rojas. Él se tensa ante mi
contacto y el tono de mi voz, y pronto oculta su rostro en mi cuello, impidiéndome ver su
hermoso rostro. Trato de buscar su cara para besarlo pero no quiere, esta allí escondido sin
dejarme ver sus hermosos ojos marrones.

Que tortura no poder mirarlo directamente.

— No Yunho, no lo digas... por favor no lo digas… —su suplica suena dolorida, como si tuviera
miedo de escuchar lo que le voy a decir pero Changmin no entiende que una vez revelado mis
sentimientos me es imposible ocultarlos.

Y por eso estoy decidido a decírselo.

Recorro su espalda con la ñema de mis dedos y sonrió un poco al ver como se estremece.

—Changmin... — susurro cerca de su oído. —Te amo…— le digo por fin con infinito amor y
ternura en mi voz.

Siento su cuerpo tensarse y tras varios segundo siento como sus lagrimas están bañando mi
cuello.

¿Estaba llorando?

¿Porque?

— No Yunho, no me ames... no lo hagas... no merezco ser amado por ti. — me dijo entre
lastimosos sollozos mientras aun mantenía su cara oculta y me abrazaba con fuerza.

Quería creer que lloraba de felicidad pero su llanto ahogado estaba lleno de dolor y sus
palabras estaban cargadas de tristeza, de agonía y lastimaron mi alma.

En ese momento le abrace temiendo el motivo por el cual lloraba. Sentí que mi corazón se
rompió un poquito en pensar que nada volvería a ser igual que antes.
Te he buscado tanto, y hoy que te he encontrado, se, que no hay nadie mas…

Cap 9: dudas, amor y recuerdos

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Bueno, por aquí me tienen actualizando ^^ muchas gracias por sus comentarios, me alegran la
vida :Despero que este capitulo les guste.

Ah y lo siento; el capitulo me salió híper largo :/sorry por eso u.u

Uke acosador.

Capitulo 9: dudas, amor y recuerdos.

La abuela siempre insistía en que la acompañara a la iglesia. Nunca fui de esos católicos fieles,
normalmente iba cuando eran días feriados pero mi abue insistía en que quería presentarme
con sus amigas de la iglesia.

— ¡pero abue…!

— ¡Lea me vas a acompañar a la iglesia, punto! — recalco mi abuela con tono infantil y
entrecerrando sus ojos. Yo suspire cansado. No tenia caso discutir con ella. Tendí mi brazo
hacía su persona como un caballero, ella sonrío y acepto el gesto tomando mi brazo como una
dama. — ¡seguro que a mis amigas les vas a simpatizar mucho! — comento alegre mientras
íbamos de camino a la iglesia.
Y cuando llegue a la iglesia todas sus amigas se acercaron y me comenzaron a pellizcar mis
mejillas hasta ponerlas roja como tomate. En tanto yo trataba de liberarme de sus brazos para
huir y así prevenir que me descuartizasen. Decían cosas como “¡que lindo nieto tiene
Marieta!” “¡definitivamente es un buen mozo igual que su hermano!” “¡pero que cosa mas
bonita!” y cuando el ataque acabo ya yo estaba sentado en una de las bancas de la iglesia.
Esperando a que la misa comenzara.

Mire a mí alrededor buscando a alguien en específico. Mi hermano era miembro del coro y por
eso siempre venia a la iglesia, por su puesto que venia mas temprano que de costumbre para
ensayar junto a los niños que conformaban el canto de la iglesia.

Lo vi a lo lejos, cerca de la tarima. Allí con él estaban unos niños; de diferentes tamaño y
edades. Me hizo señas para que me acercara antes de que la misa comenzara.

Mi hermano es mayor que yo por tres años. Tiene el cabello castaño y ojos claros como la miel,
piel tostada. Tiene casi mi misma apariencia solo que él es un poco más alto que yo y más…
social que yo. Yo soy un asocial por naturaleza, no me gusta mezclarme demasiado con las
personas pero él es perfecto para asociarse con la gente, bueno supongo que es normal para
una persona de dieciocho años.

— ¡ey hermanito! Así que la abuela te obligo a venir— yo asiento a mi pesar. Miro a cada uno
de los miembros del coro, algunos parecen no tener interés en nada y conversan con sus
compañeros, otros simplemente repasan las letras de las canciones a cantar pero hay uno que
en especial llama mi atención.

No logro visualizarlo bien, su silueta es poco visible pero me veo que esta sentado en una de
las bancas y mece sus pies de un lado a otro. Mi hermano posa una de sus manos en los
hombros de aquel niño. Me lo presenta, él niño sonríe y me mira. Creo que dice su nombre
pero no logro escuchar con claridad lo que dice.

Le dice algo a mi hermano pero tampoco escucho que dice. En eso la campana suena
anunciando que la misa va a comenzar y yo me dirijo a mi puesto, junto a la abuela. Observo
que el niño de antes mira para atrás sentado desde su banca y me dedica una enorme sonrisa.
Yo le respondo el gesto y el canto de la iglesia comienza ante la entrada del padre…
Comencé a abrir mis ojos con pesadez. El despertador acababa de sonar y resonaba en mis
oídos. Odio los despertadores y tenia unas ganas tremendas de tirarlo y partirlo pero como no
tengo plata para comprarme otro despertador soy paciente y lo apago delicadamente.

Suspiro cansado. Había soñado con mi hermano mayor, hace mucho que no le veo. Él se había
ido a las fuerzas armadas. Dijo que quería ser militar y nunca mas volvió a asistir a la iglesia y
pocas veces lo veo durante sus vacaciones pero ahora lo que me intriga es ese niño… ¿Quién
seria?

Y mientras sigo divagando recuerdo lo acontecido anoche.

Anoche… anoche había tenido una revelación; mientras hacía el amor con Changmin.

Me había dado cuenta de que amaba a Changmin en todas sus facetas y se lo había hecho
saber, solo que no me había esperado aquella reacción.

Él lloro al escuchar mis sentimientos. El motivo no lo se, solo se que le dolió saber lo que yo
sentía y eso me preocupaba hasta limites insospechados. Después de aquello no dejo que le
besara y nos recostamos en la cama sin ningún deseo de hacer una segunda ronda. Y sin más
nos quedamos dormidos y no me explico el motivo de su llanto.

Supongo que ahora debía despertarlo y hacerle saber que tenía que ir a su casa a cambiarse
para ir a la preparatoria. Miro al lado mío; esta arropado de pies a cabeza, me esta abrazando.
Eso lo se porque sus brazos están alrededor de mi cuerpo.

Pero algo me da curiosidad. Sobre la almohada están dispersos varios mechones dorados…
Changmin no tiene el cabello rubio sino rojizo. Con curiosidad descubro las sabanas y me doy
cuenta que quien esta en mi cama es Alan...

¡¿Qué coño hacía Alan en mi cama?!

Ante la sorpresa doy un respingo que me hace caer de bruces al suelo junto con algunas
almohadas. ¡Estoy aterrado! ¡¿Qué hace Alan en mi cama?! ¿¡Que no se supone que anoche
dormí con Changmin…?!

¿Será…?
¿Será que fue un sueño todo…?

El ruido que causa mi caída es suficiente para que Alan se despierte y me mire soñoliento.

— Yunho ¿Qué haces en el suelo? — pregunta extrañado. Se sienta en la cama y esta sin
camisa. ¡Oh Dios! ¡¿Será que me acosté con Alan?! ¡Noooo que horrible!! ¡Seguro que me
emborracho y abuso de mí!!!

¡Pero eso no es posible…! ¡Anoche estuve fue con Changmin, estoy segurito de eso!!

¡Dios si estas allí respóndeme, ¿Qué hice anoche?!!

— ¡¿Qué…, Que haces en mi cama…, y desnudo?!— pregunto alterado. Siento que estoy a
punto de sufrir un ataque de pánico total.

— ¿eh? No estoy desnudo. — se quita la sabana y veo que esta con bóxer. Cosa que no me
ayuda mucho. — Y tranquilo hombre, no te hice nada. — Comenta despreocupado. — aunque
si hubiera sabido que estabas desnudo hace rato que te hubiera metido mano.

¿Desnudo?

Me miro y me doy cuenta de que estoy como Dios me trajo al mundo. Con rapidez tomo una
de las almohadas que cayo conmigo al suelo y me cubro mis partes privadas.

— ¿Qué haces aquí en mi cuarto Alan? ¿Y donde esta Changmin?— el muy perezoso esta
estirándose como un gato sobre MI cama.

—cuando llegue como a las doce vi que estaba saliendo de tu casa. Me dijo que debía ir a
dormir en su casa. Me sorprendió, pensé que se quedaba contigo después de sus sesiones de
sexo.

— ¡No digas así bestia!— le lanzo una almohada. El siempre es tan vulgar.

—ya, ya. No seas tan sensible.


— ¿y porque estas en mi cama? — pregunto mientras enarco una ceja. Alan se levanta y
vuelve a estirarse para colocar cada hueso en su lugar.

—anoche hacía un frio tremendo y como ya no estabas con tu alumnito pensé en venirte a
hacer compañía. Ya sabes, el calor corporal de otra persona quita el frio y que mejor cuerpo
que el tuyo cariño.

Solo a Alan se le ocurre decir esas cosas. No le digo nada y me quedo mirando el techo un rato.
¿Por qué Changmin lloraría anoche? ¿Tan mal era el hecho de que lo amara?

—Oye, ¿estas bien?— pregunta Alan, cuando miro al frente me encuentro con sus ojos azules
mirándome curioso, cosa que me sorprende y nuevamente doy un respingo. — cálmate
hombre que no te voy a violar. — me dice con burla. Luego me mira detenidamente. —aunque
ganas no me faltan.

Desgraciado.

Busco mi ropa interior y me la coloco sin mayor preocupación de que me vea desnudo. Da
igual. Alan me mira extrañado.

— ¿estas actuando raro hoy?

— ¿Por qué dices eso?

—normalmente me das uno de tus discursitos de moralidad cuando te digo cosas como esas o
te enfadas si me vez en tu cama pero no me has dicho absolutamente nada, estas demasiado
silencioso. ¿Será que te gusto verme en tu cama?

No es que este raro. Solo que no tengo ganas de hablar hoy.

No le respondo a sus dudas y continuo vistiéndome.

— ¡¿ves?! ¡No me dijiste nada!—comenta con cierto horror.


—ya basta Alan. —digo con tranquilidad, cosa que le aterra aun mas. Se coloca frente a mí y
me mira con curiosidad.

— ¿Quién eres y que has hecho con Yunho?— rodo mis ojos ante aquella pregunta absurda. —
¡oh no, han secuestrado a Yunho y me han dejado a un extraterrestre! ¡Santa cachucha, los
ovnis existen!

—ya basta Alan. Nadie me ha secuestrado, solo estoy un poco… anonado… por una revelación
que tuve anoche. —explico serenamente mientras me pongo mis pantalones.

— ¿una revelación? ¿Qué revelación?— me pregunta con curiosidad mirándome con aquellos
ojos azules que ahora estaban redondos ante la curiosidad. Parecía un niño pequeño a punto
de que le explicaran como nacían los bebes.

No sabia si decirle… pero era mi único migo así que al final decidí contarle sobre los
acontecimientos ocurridos.

—anoche… anoche me di cuenta de que estoy enamorado de Changmin.

— ¿Qué no lo sabias?— enarco una ceja. Lo mire sorprendido.

— ¡¿tu lo sabias?!— Alan me miro extrañado y asintió— ¡¿y porqué no me lo habías dicho?!—
pregunte molesto.

—pensé que tu lo sabias. Era obvio ¿no?—pregunto algo confundido. — es como preguntarme
a mi si me gusta tener sexo… es obvio… ¿verdad?— esto ultimo lo dijo para él mismo dudando
de su propio análisis.

¿Qué era yo el único que no se había dado cuenta de mis sentimientos? Bufe molesto y me fui
al baño a asearme. Mientras me bañaba pensaba en él, en aquel niño que se me había calado
hasta por debajo de los huesos.

Era curioso ver como me había enamorado de aquel niñato falta de vergüenza. Si porque
Changmin era un sin vergüenza pero así le quería. Me fui a la preparatoria sin siquiera
desayunar, me sorprendió el hecho de que los gemelos no me hubieran esperado y eso que no
me había retrasado, normalmente nos íbamos y veníamos juntos pero hoy no me esperaron.
Supongo que tenían cosas que hacer.
Durante los próximos días me di cuenta de que dejaron de esperarme y venirse conmigo, en
especial Changmin. Su distancia se hizo notoria, dejo de venir a mi casa y de acosarme. En
clase ni siquiera me miraba y me evadía a todo momento.

Aquello comenzó a lastimar mi corazón, me hería el hecho de que la persona que amaba ahora
solo me ignoraba.

¿Había hecho algo malo?

Meditaba en silencio… pensando constantemente en mis hechos…

Tal vez esto seria lo mejor, un profesor con alumno no seria visto con buenos ojos. Eso era lo
lógico; separarme de él era lo correcto pero me dolía tanto, tanto. Sentía una presión en el
pecho que me impedía respirar, como si tuviera a alguien sentado en mi pecho. No lo se, solo
se que esa sensación era horrible.

Odiaba sentir eso porque entonces no conseguía concentrarme en mis cosas, a cada momento
su sonrisa traviesa, sus ojos tímidos, su voz de niño infantil, sus berrinches, todo.
Absolutamente todo de él llegaba a mi mente, torturándome de una manera dulce.

Si, era una dulce tortura porque era delicioso, era hermoso imaginarme sus distintas facetas,
su sonrisa de niño necio y su piel suave al toque de mis dedos.

Lo extrañaba.

No quería admitirlo pero extrañaba a mi acosador.

Cosa que era bastante extraña. ¡¿Cómo es posible que uno extrañe a un acosador?! ¿será que
soy masoquista o algo así?

No, no creo… es solo que le quería demasiado como para admitir a tiempo que estaba rendido
a sus pies sin regreso alguno.

Alan estaba más que preocupado por mi sereno carácter. Normalmente le gritaba por dejar la
ropa tirada en el suelo o la toalla mojada, no es que la toalla no se moje pero es normal que
uno la tienda para que se seque ¿no? Y Alan no la tendía, cosa que me enfurecía pero que
durante los últimos días deje de reprocharle esas cosas. Solía decirme que los extraterrestres
realmente me habían secuestrado y que ya era un viejo amargado.
¡Más bien debería agradecer mi tranquilidad! Se que ese idiota solo esta preocupado pero yo
simplemente ando como en la luna ¿Qué cosa mas extraña verdad?

Mario venia de vez en cuando a visitarme o tal vez a visitar a Alan, quien sabe. Esos dos se
están llevando de maravilla aunque sigue preocupándome la castidad de Mario pero cada vez
que me siento en la sala como un buen samaritano mientras ellos hablan, me siento como un
mal tercio o sino siento la mirada asesina de Changmin aunque él no este en la sala. Seguro
que son ideas mías pero sentir esa mirada sobre mi me hace sentir intranquilo.

Ahora es de noche y Mario ha venido con nosotros. Ahora es él juntó con Alan quienes me
acompañan después de salir de la preparatoria, ya los gemelos no volvieron a esperarme.

¿Estaría Changmin molesto conmigo?

Sin embargo yo no hago nada para acercarme a él ya que siento que no tengo derecho a eso.
Nosotros no éramos nada…

No éramos nada…

Y esta relación tal vez solo debería limitarse a profesor-alumno.

Estoy en la sala, mirando detenidamente como Alan habla sobre cosas triviales con Mario, este
sonríe. Veo en sus ojos ese brillo especial mientras Alan habla.

Tal vez ellos si se quieren… no como Changmin y yo que solo teníamos sexo, creo que lo de
ellos es mas profundo aunque no han llegado mas lejos que un simple abrazo o un roce de
manos.

¿Seria malo sentir envidia hacia ellos?

No les deseo mal sin embargo desearía tener algo parecido a ellos con Changmin.

Desvió mi mirada y salgo para afuera dejándole solos.


Cuando ya estoy afuera suspiro largamente. Creo que debería dar un paseo. El ascensor esta
dañado por lo que me acerco a las escaleras para abajar y grande es mi sorpresa al ver a
Changmin sentado en uno de los escalones.

—Buenas noches. — saludo un poco nervioso.

—Buenas noches. — saluda indiferente mientras me observa. Siento que las piernas
comienzan a temblarme a medida que abajo los escalones. Las manos me sudan mientras las
poso en la pared para ayudar a sostenerme y no caerme. Los aleteos de esas mariposas en mi
estomago me hacen sentir aun mas nervioso. ¡Si lo se, son esas emociones que surgen cuando
uno ve a la persona que le gustan!

¡Estúpidas emociones que me hacen caminar como si yo fuera un robot!

Odio sentirme tan estúpido pero al mismo tiempo me da tanto gusto verlo.

Siento la mirada de Changmin tras de mi. Su mirada verde se fija en mi espalda y yo solo puedo
sentir que me voy a caer de las escaleras ¡porque a mis estúpidas piernas le dan por temblar
de emoción y de pánico!

¡Contrólate Yunho! ¡Por Dios, ya no eres un adolecente para ponerse así! eres un adulto, con
titulo de profesor y licenciado así que actúa normal

—Yunho— le oigo llamarme y eso es suficiente como para que pierda el equilibrio y caiga por
las escaleras.

¡Lo único que me faltaba: hacer el ridículo delante de la persona que amo! ¿Que nunca les ha
pasado que uno quiere impresionar a ESA persona y solo terminas por hacer idioteces? pues
eso me pasa justamente hoy. Maldita suerte la mía.

— ¡Yunho ¿estas bien?!— lo veo correr por los escalones hasta llegar a mi. Yo estoy al final de
las escaleras, tirado en el suelo y creo que con el tobillo doblado. Genial, lo que me faltaba.

¿Por qué Dios, porque haces esto?


No, no fue Dios fui mi estupidez la que hizo que me cayese al suelo. Soy un idiota, un tarado
y… y… oh sus ojos son tan lindo, tan hechizantes.

Observo que ahora esta verificando si estoy en buen estado.

—Estoy bien Changmin. — le digo para calmarlo, se le ve alterado.

— ¡¿Qué acaso eres idiota o que?! ¡Como te vas a caer de las escaleras así como así!

—lo siento…

—idiota.

Bufa molesto y me ayuda a levantarme. Si, definitivamente creo que me doble un tobillo. Pasa
uno de mis brazos por su cuello y me ayuda a subir las escaleras.

Esto es tan penoso.

Mi corazón de acelera de solo tenerlo así de cerca y temo que él escuche mis laditos. ¡¿Podrías
callarte de una buena vez corazón loco?! ¡¿Te va a oír si sigues latiendo así de fuerte?!

Me sorprende que me lleve a su casa y me coloque sobre el mueble de su casa.

—en tu casa esta Mario ¿no?— los nervios se me ponen de punta de solo oírlo hablar con
desprecio.

— E-El vino a ver al i-idiota de Alan— me apresuro a aclarar en un atado de nervios. — ellos,
ellos se llevan muy bien y creo que Alan le va a pedir que salgan o algo así.

Changmin desvía su mirada y se va a buscar un botiquín de primeros auxilios. Al poco regresa y


comienza a revisar el tobillo de mi pie lastimado.

Comienza a aplicar una crema y tras esto coloca unas vendas. Todo lo hace en un absoluto
silencio. Cosa que me pone aun más nervioso. Cuando hubo terminado se sentó a mi lado y yo
estaba entrando en pánico, sentía que me ponía rojo de solo tenerlo así de cerca. Tragaba
saliva incomodo sin saber que decir o hacer ahora.

¿Qué se suponía que debía hacer?

Comienzo a tronarme los dedos como cuando estoy nervioso. Es ahora o nunca.

—Changmin ¿Por qué me estas evadiendo?— veo que se tensa, ni siquiera me mira.

—yo no te evado.

— ¡Claro que si lo haces!- le reprocho molesto. — me evades a toda hora, en cualquier lugar.
Es una suerte que no me hayas dejado morir en las escaleras

—no seas exagerado.

—No exagero, solo digo la verdad. — le mire pero él no. Me acerque a él y le tome de la mano.
— ¿hice algo malo? ¿Te lastime esa noche nuevamente? O ¿solo te molesta que te haya dicho
mis sentimientos?

Al decir esto último soltó mi mano y se puso de pie, me dio la espalda. Deduje que si era esto
ultimo.

—Changmin yo…

— ¡Cállate, cállate, No quiero oírlo!— seguía sin mirarme. Aquello me entristecía.

—pero yo te amo. — se dio la vuelta y me miro con rabia.

— ¡pues no deberías amarme, yo te odio ¿me oyes?! ¡Te odio!

No dije nada y solo le miraba comprensivo.


—y yo tea amo.

— ¡¿eres idiota o que?! ¡¿Qué no oíste que te dije que te odiaba?!— me grito furioso.

—lo oí pero eso no cambia el hecho de que te ame aun mas.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué que?

— ¿Por qué me amas?

—no lo se; tal vez por ser un niño increíblemente malcriado y adorable o por ser una persona
tan obstinada y a la vez amable. Lo que se es que me has cautivado completamente—sus
mejillas se tiñeron de un rojo bermellón y luego lleno sus mejillas de aire como niño
berrinchudo. Yo le observaba fascinado. Le sonreí y el se sentó a mi lado molesto, cruzo sus
brazos y no me miraba.

Si, él era un niño malcriado. No entendía cual era el problema en que lo amara.

— ¿No crees en el amor? — le solté de repente. Al principio le sorprendió mi pregunta pero


luego me miro pero no respondió. Mantenía ese semblante serio pero a la vez sereno. Sus ojos
escrutaban los míos como buscando una respuesta a algo. Eso me ponía incomodo.

Me coloque de pie para irme. No habría nada que hacer allí además ya no me dolía tanto el
tobillo así que podía irme a mi casa por mi cuenta. Cuando iba a dar una paso para irme sentí
la mano de Changmin tomar la mía.

—No te vallas…—le oí susurrar. Le mire sorprendido. Mantenía su cabeza baja pero cuando la
elevo para mirarme note que sus ojos brillaban con intensidad, como aquella noche. No pude
resistir la tentación de tocar sus labios con el pulgar de mi mano, de delinear la figura de sus
labios, estos estaban entreabiertos y sentía su cálido aliento rozar mis manos.

—Yunho… ¿me perdonas?— eso me inquieto.


— ¿Por qué me pides perdón?

—no importa. Solo perdóname.

Le mire tratando de saber cosas de él pero no pude ver nada. Solo culpa en sus ojos. Sus
mejillas sonrojadas.

Aquel rostro era demasiado inocente para mí…

Me acerco a sus labios y los rozo sin llegar a besarlo completamente. Noto como su respiración
se acelera de repente, como si estuviera a punto de sufrir un paro respiratorio pero se que se
debe a mi cercanía. ¿También me querrá como lo quiero yo?

Deseo saberlo y junto mis labios con los suyos, en un beso codicioso y hambriento.

Me abalance sobre él y devore sus labios, aquellos que tanto había anhelado por todo este
tiempo. Su cuerpo, su calidez, su timidez al entregarse. Sus labios sobre mi piel me hacían
estremecer y decir su nombre entre suspiros. Mis manos tocaban cada parte de su cuerpo.

Mi cuerpo y mi alma lo deseaban como nunca antes y me urgía calmar aquella sed con el dulce
sabor que la piel que Changmin me entregaba.

No se en que momento fue que la ropa desapareció de nuestros cuerpo o como fue que
terminamos en la alfombra de su casa pero si se que disfrutaba cada toque de sus manos
contra mi cuerpo.

Le tomaba de las piernas mientras me introducía con deliberada fuerza en su cuerpo, cada vez
con mas rapidez. Su cuerpo temblaba ante cada estocada, se aferraba a mí como un
salvavidas. Sus manos temblorosas recorrían mi desnuda espalda y sus ojos los mantenía
cerrados, disfrutando del placer y el amor que le brindaba.

—Me hechizaste — Le dije en medio de jadeos, mirándole directamente a los ojos sin dejar de
entrar en su cuerpo — Por más que quiera no puedo dejar de pensar en ti, te metiste en lo
más profundo de mi ser y no puedo sacarte ¿Qué me hiciste?— pregunte suavemente
mientras depositaba un tierno besos en sus dulces labios sonrosados. —Te amo, te amo tanto.

Y nuevamente lloro esa noche al oír mis palabras de amor. Las lágrimas perladas se deslizaron
por sus tibias mejillas y en medio de su llanto me beso con desespero.
Mi dulce amor… mi tierno amor…

Lo senté sobre mi regazo sin salir de su cuerpo. Bese su rostro y lo mire con infinita ternura.

—no llores criatura…, no llores…— le pedí entre beso y beso.- mi bello niño... mi dulce niño...

Le amaba. Eso lo tenía claro. Creo que era el ser más estúpido del universo al dejar que esto
acabase sucediendo nuevamente pero no podía dejar de amarle; no podía dejar de mirar sus
ojos marrones, de sentir su risa; sus gemidos, sus suspiros, sus jadeos y oír su mi nombre en su
boca me hacían completamente feliz.

Llegue a la conclusión de que ya no podía alejarme de él…. no quería alejarme de él…

Regrese a casa como a las nueve de la noche. Mario ya se había ido y Alan estaba viendo una
de esas novelas dramáticas de color rosa. Yo estaba en las nubes, completamente feliz. Note la
ropa tirada en el suelo.

— ¡Alan puerco! ¡Levanta esa ropa y ponla en la ropa sucia, ¿y que esta toalla mojada?!
¡Tiéndela cochino!

Alan me miro sorprendido. —valla, has vuelto Yunho. Aunque creo que era mejor cuando no
me decías nada. —le arroje la ropa sucia a la cara.

—idiota, ordena esta sala antes de que te mate.

Sonreí mientras veía como Alan ponía todo en su lugar mientras refunfuñaba por lo bajo. Así
debía ser. Bien, supongo que Changmin y yo ahora estamos bien o eso espero.

No deseo dejar de sentirlo cerca...tal vez, tal vez esto es el principio de algo, de algo que se va
a desarrollar.

Tal vez de un cuento que empezara por el “érase una vez...”


***

La memoria era nublosa. Todo casi borroso pero si podía ver la sangre en mis manos. Roja y
cálida. ¿Por qué tenia sangre en mis manos? La persona frente a mi gritaba. ¿Por qué? No
podía oírlo, no oía nada pero si vea varias personas correr y a alguien frente a mi. No podía
verle el rosto pero se que era un niño, un niño que lloraba y también tenia sangre en sus ropas.

—No entiendo –le dije distraídamente al mirarlo pero su rostro me era borroso, solo veía sus
lágrimas correr por sus mejillas

—Lo siento. —Pude finalmente oír su voz pero no ver su rostro. — ¡perdón, perdón! fui un
niño malo. — alguien le tomo de la mano y se lo llevaba por la fuerza. Yo no podía hacer nada
pero aunque intentaba quedarse se lo llevaban… sus ultimas palabras…—Cuando crezca te
buscare. ¡Y, y, y te cuidare. Tomaré todas las decisiones correctas!

–El niño se alejaba cada vez mas.- ¡lo siento Yunho, lo siento…!

Cap 10: ¿mal de amores?

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola! –w- por un momento pensé que hoy no iba a actualizar, el capitulo ni lo había escrito y
ayer llegue demasiada cansada del viaje T-T pero como escribir me relaja –y aparte de eso
libero mis furia y estrés con el pobre Yunho haciéndole la vida imposible xD- en fin… aquí esta
la continuación, espero que les guste ^^ y muchísimas gracias a todos por sus comentarios =)
siempre me animan a seguir esta loca historia ñ.ñ

Ha pasado el tiempo y ya no te quiero escuchar

Todos tus caprichos me los tengo que aguantar

Solo quiero disfrutar Y no verte nunca más

Ya no puedo soportar

Tu cara de niñita arrepentida


Malanga. (1)

Uke acosador:

Capitulo 10: ¿mal de amores?

Últimamente tenia mucho estrés debido a que mi trabajo había aumentado, además de que
los parciales estaban llegando y debía prepararme para hacer un buen examen que
atormentara a los alumnos, si ya lo se; soy malo

¿algún problema con eso?

Sin embargo aquí me encuentro, sentado en el sillón de mi casa revisando una revista de
moda. Ni idea de porque lo estoy leyendo pero parece interesante. La moda de hoy en día es
una tragedia. Y lo digo en serio, ¿Qué es esta ropa que se usa hoy en día? Madre mía; la
juventud si que ha cambiado. Y lo digo no solo por la moda sino también porque ahora los
jóvenes piensa y tienen sexo antes del tiempo, ahora ya a los trece han experimentado
semejante acto. Recuerdo que yo a los trece veía el laboratorio de Dexter… hombre, si que ya
no es igual.

Algunos ruidos llaman mi atención y aparto mi vista de la revista para observar como Alan esta
arreglando un par de cosas; entre ellos un block de dibujo y algunos lápices y carboncillos.
Ahora mismo se encuentra sacándole punta a un lápiz con una navaja. Alan se va a poner a
dibujar, es una de sus pasiones. Por lo general solo dibuja cosas que le resultan fascinantes y
hermosas.

Ahora mismo usa un pantalón que le queda holgado y una franela blanca. La gorra que usa la
tiene para atrás y algunos flequillos dorados se asoman en su frente. Se pone de pie y se va a la
cocina a buscar no se que, en ese mismo instante que veo a Alan dirigirse a la cocina siento
que la puerta del baño se abre y poco a poco se va a asomando una pequeña figura. Esta
mirando a los lados como cerciorándose de que nadie lo esta viendo.

—Alan se fue a la cocina.

Le informo sereno. Parece suspirar de alivio y tras esto veo que sale del baño. Se trata de
Mario, quien ha venido a mi casa. Los motivos por los cuales esta aquí hasta a mi me
sorprende. ¿Qué porque vino? Pues seguro que ni se lo imaginan… ha venido para que Alan le
dibuje desnudo. ¡Si, si desnudo!
Cuando me lo dijo Alan no le creía pero ahora que veo a Mario salir de baño con apenas una
pequeña toalla cubriendo sus partes privadas sigo sin poder creerlo.

No me pregunten como fue que paso porque ni yo mismo lo se, no encuentro una explicación
lógica a este acontecimiento tan inesperado pero Alan me dijo que le pidió a Mario si podía
posar “desnudo” para dibujarlo y Mario acepto. ¡Estoy seguro de que Alan lo soborno de
alguna manera! Pero bueno, ya no puedo hacer nada más que estar aquí para impedir que
Alan lo viole o algo por el estilo.

Mario se sienta a mi lado, nuevamente suspira cansado. Tal vez no quiere hacer esto.

—Mario, si no quieres hacer esto no lo hagas. —le comento casual mientras sigo leyendo la
revista.

—no, si quiero hacerlo. — afirma sin siquiera mirarme. Como lo dije antes; la juventud ha
cambiado. ¿Quién en su sano juicio posa desnudo ante una persona que tiene deseos de
violarte? Yo no lo haría, ni que me pagaran un millón.

Alan regresa a la sala y sonríe al ver a su victima en paños menores. Mario parece tensarse
ante su mirada.

—vamos a empezar. No quiero perder mucho tiempo. — comenta con aquella sonrisa de
casanova.

— ¿q-que debo hacer? — pregunta nervioso mientras se pone de pie. Alan le mira de arriba
abajo, analizando quien sabe que.

—primero debes quitarte la toalla. — la cara de Mario era todo un poema. Hasta me dieron
ganas de reírme pero no lo hice porque eso incomodaría más al chico. —vamos, te pongas así,
solo es un dibujo. No te hare nada. — trato de tranquilizarlo Alan. El chico lejos de sentirte
mejor solo se puso rojo como tomate y dejo caer la toalla que lo cubría quedando como Dios lo
trajo al mundo.

No voy a decir que no mire porque si lo hice, ¡pero no piensen mal! En ningún momento
ningún pensamiento sucio y cochino invadió mi mente, mire mas por curiosidad que por otra
cosa así que no me miren mal.
— ¿En que posición me pongo? —ante esta pregunta oculte mi rostro en la revista. ¿Pregunta
con doble sentido?

Seguro que la cabeza de Alan estaba a punto de explotar, de eso estoy seguro.

—seguro que en muchas. —pensó en voz alta Alan.

Ven que no soy el único con este problema.

— ¿Cómo?

—nada, nada. —rio de manera nerviosa de modo que se ocultaran sus pervertidos
pensamientos, porque seguro que estaba pensando puras cosas pervertidas. —puedes
ponerte como quieras.

El chico se coloco cerca de la ventana recostándose en la pared y de esta manera dejando su


espalda al descubierto, una de sus manos divago entre el marco de la ventana y la otra se
quedo quieta en la pared. Miraba por la ventana con un aire melancólico. El viento mecía
suavemente sus cabellos y las cortinas dando de esa manera un ambiente casi angelical y
digno de admirar.

— ¿Así esta bien?

—si, esta perfecto.

Alan tomo el lápiz y comenzó a dibujarlo. Por un momento pensé que Alan solo iba a bucear su
cuerpo desnudo pero la concentración que tenia era perfecta, sus ojos clavados en toda la
longitud del cuerpo de Mario, cada roce del lápiz con el papel trataba de que fuera mágico,
quería dibujarlo perfectamente sin dejar ni un detalle.

Mientras dibujaba yo me concentre en seguir leyendo la revista que estaba buena. Creo que yo
necesitaba actualizarme, tal vez si, tal vez no, quien sabe… en fin, paso el tiempo que debía
pasar y termino de dibujar a Mario; el resultado fue impactante, realmente era bastante real y
hermoso. Hay que reconocer que al menos para esto sirve Alan.
Mi “querido” amigo se dirigió al baño y no me pregunten para que, no quiero saberlo. De solo
imaginarlo los pelos se me ponen de punta así que dejare a su criterio que es lo que “hacia”
Alan en el baño después de haber dibujado a Mario desnudo.

Mario en cambio suspiro aliviado de que ya todo hubiese terminado. Ahora se dirigía a donde
había dejado la toalla para ponérsela, en ese mismo instante, la puerta de mi casa se abrió y
entro Changmin.

Mi mala suerte no puede ir de mal en peor.

O sea me encontró solo en la sala con Mario y este encima estaba desnudo, casi
aproximándose a donde yo estaba para tomar la toalla.

Ok, es una situación MUY incomoda.

Podía escuchar claramente el grillo hacer ese sonido de cuando nadie habla.

Las palabras se me atoraban en la garganta.

—Creo que estoy interrumpiendo algo. — comenta con un rostro inexpresivo. Eso es malo,
muy malo.

—Buenos días. — le dice Mario de lo mas tranquilo sin notar el ambiente pesado que se ha
instaurado. — no se preocupe, ya terminamos y yo ya me iba.

— ¿Ya terminaron? — pregunto de forma siniestra. Creo que esa palabra estaba significando
otra cosa en su cabecita.

—si, ya terminamos. Creo que al profesor le gusto ¿verdad?

— ¿le…gusto? — ahora sentía que un aura maligna estaba rodeando el ambiente. Yo estaba
pendiendo de un hilo para sufrir un colapso.

¡No es lo que piensas Changmin, no estábamos haciendo nada! ¡Lo juro por Diosito!
—bueno, creo que si le gusto— respondió Mario inocente, ajeno a todo lo que pasaba por la
mente de Changmin. — Me dijo que quedo fascinante. — ¡No Mario, no sigas, las estas
cagando! —aunque pensé que íbamos a durar mas. Fue algo muy rápido. Nunca creí que fuera
tan rápido, debe ser la práctica. ¿También lo ha hecho contigo?

A este punto mi alma ya había ido a descansar a otro mundo. Me dieron ganas de salir
corriendo ante la mirada asesina que me dirigía Changmin y lo peor de todo es que no puedo
decir nada para defenderme, las palabras las tengo atorada en la garganta.

—seguro que quieren repetirlo. — aseguro Changmin mas serio de lo normal.

—pues no se. Me da pena hacer esto nuevamente. ¿Usted que cree que deba hacerlo otra vez
profesor?

—yo…y-yo… este… n-no se… no se.

— ¡Pues entonces los dejo a solas para que decidan! — y tras esto cerro la puerta fuertemente
ocasionando un gran estruendo.

—creo que se molesto. ¿Dije algo malo?

No Mario, no es que hayas dicho algo malo, es solo que hay personas que no son del todo
inocentes y toman las palabras en doble sentido.

Fue allí que por fin reaccione y salí corriendo detrás de aquel jovencito que me quitaba el
sueño. Logre alcanzarlo antes de que entrara a su casa.

Le tome del brazo.

— ¡espera, puedo explicarlo! — me miro con odio.

—me parece que todo esta claro.

— no es lo que parece.
— ¿ah no? A mi me pareció que ese niño lo explico perfectamente bien.

— ¡es que…! Es que Alan lo estaba dibujando desnudo. ¡Eso es todo!

—que excusa mas patética.

—en serio, te juro que es la verdad.

—Oh en serio— ironizo— y que chévere que tu también aprovecharas para ver su cuerpo ¿no?
Debió ser un deleite.

—pero Changmin…

—no te estoy reprochando absolutamente nada. ¡Es más; puedes ir y seguir viendo el cuerpo
de aquel niño! — y tras esto me cerró la puerta en la cara.

Golpee la puerta para que me abriera pero solo escuche un “¡¡Lárgate Yunho, no quiero ver tu
cara de trasero!!”

Ese fue un insulto muy infantil pero aun así insistí.

— ¡Changmin abre la puerta! ¡No es lo que parece, de verdad! ¡Changmin, Changmin! — pero
nada, aquel jovencito se negaba a escucharme.

Escuche unos murmullos y cuando me di cuenta un par de viejitas que vivían en unos de
apartamentos de este piso murmuraban entre si el pecado que estaba cometiendo al amar a
un hombre. ¡Me da igual!

Suspire cansado.

Tras esto me fui a mi apartamento.

—lo siento mucho Alan. —escuche cuando entre en mi apartamento.


— ¡pero…!

—l-lo siento. Debo irme. — y solo pude ver como Mario salía de mi apartamento dejando a un
Alan sentado en el mueble con ojos llorosos. ¿Qué habrá sucedido?

— ¿Alan? — me miro con sus grandes ojos azules. Eso me incomodo. — ¿paso algo…malo?

—No me quiere. — contesto con ojos llorosos. Le mire sin comprender. — él no me quiere
junto a él Yunho.

Y fue allí que comprendí que esta vez Mario lo había rechazado seriamente. Suspire cansado
al verlo así. Pocas veces lo veía en ese estado por no decir nunca. Me senté a su lado y pose
una de mis manos en sus hombros.

—Lo siento.

Durante los próximos días mi relación con Changmin también se deterioro y todo por una
pelea absurda. ¿Qué tan difícil era comprender que todo había sido un malentendido y que
entre Mario y yo no había nada? Una de las cosas que descubrí de Changmin es que puede
resultar muy posesivo y obstinado como ninguno.

¡Por Dios! Ya me estaba cansando de mendigar por amor.

Por eso lo seguí hasta la biblioteca, era medio día y por lo general no había mucha gente por
allí a esa hora. Mayormente se iban a almorzar y aprovechando esa mínima oportunidad de
soledad decidí hablar con él ya que me esquivaba. Eso era bastante infantil proviniendo de una
pelea tonta.

La biblioteca de la preparatoria era enorme. Algunos rayos del sol se colaban por entre las
rendijas de aquel lugar que era enorme con pasillos creados por grandes estantes que la
dividían como si de un laberinto se tratase.

Encontré a Changmin en una de las esquinas mas alejadas de la biblioteca. Leía un libro de
literatura.
—Changmin, necesito hablar contigo. — aclare mientras me aproximaba a él. Le incomodo mi
presencia, lo se porque se tenso y cerro el libro de golpe.

—No se me ocurre nada de que le deba hablar contigo. — utilizo ese tono serio e infantil que
me molesta…

—me parece que si tenemos algo que hablar. Se que aun sigues molesto conmigo. Me evades
e ignoras y eso ya me esta cansando, ya te he dicho que no paso nada.

—tu ya tienes un nuevo juguete así que ya no me jodas.

Hasta allí llego mi fuerza de voluntad. Antes de que se marchara y me dejara hablando solo
como retrasado (yo se que pienso en voz alta pero eso no es un defecto, solo es una mala
maña)

Lo acorralo contra el gran estante, aprisionando sus muñecas a los costados de su cabeza. La
fuerza con que la hago es suficiente como para que varios libros se caigan. Changmin me mira
sorprendido, sus ojos marrones se abren ante la sorpresa pero luego frunce el seño.

—Suéltame. — dice amenazador.

—no voy a soltarte.

— ¿Qué vas a hacer? ¿Violarme? — ante esto un tinte rosa vacila posarse en mis mejillas. ¡Por
supuesto que no voy a hacer semejante cosa en la biblioteca! Respiro hondo para calmarme, lo
menos que quiero es un ataque de rabia. —deberías alejarte de mi Yunho.

¿Alejarme? No, ya no podía alejarme de él. Le mire a los ojos seriamente.

—deja de mirarme así maestro de segunda. —lo aprisione aun mas con mi cuerpo. Changmin
se tenso y sentí como su cuerpo temblaba levemente. Ahora solo era un animalito temblando
en mis brazos, dominado por algo mas que la fuerza. Pese a que sus ojos centellaban fuego y
mantenía la mirada firme; sus pies decían todo lo contrario dando pequeños tiritones que está
trataba de controlar.
Ahora lo comprendía un poco mejor. No estaba enojado por lo que había visto, eso tan solo
era una tonta y patética excusa para estar “supuestamente” enojado y hacer que yo me aleje
de él.

Eso me enfureció. ¿Por qué motivo quiere que me aleje de su lado? ¿Por qué no me permite
estar cerca de él y conocer más de su persona? ¿Tan mal esta que lo ame? ¿Por qué me haces
esto Changmin? ¿Por qué? ¿Qué me estas ocultando que me impide amarte completamente?

—estas fingiendo que estas molesto. — Sus ojos marrones me miraron sorprendidos. — si
pretendes que nada pasa entre tu y yo estas equivocado. Es mas que sexo y solo porque tienes
miedo a quien diablos que no me rendiré. — le fulmine con mi mirada. —no voy a dejarte ir
ahora que he descubierto mis sentimientos. Te amo y no me cansare de decírtelo ¡me oyes!

Mi alumno desvió la mirada mas ninguna expresión apareció en su rostro.

—eres mío y no te dejare ir—-había sentenciado firmemente apretando mas su cuerpo contra
el mío. Dejo salir un gemido de sorpresa y me miró desconcertado, con sus marrones ojos
abiertos todo cuanto podían estarlo.

—deberías alejarte de mi Yunho.

—no, ya es tarde para eso. —y lo bese sin su permiso. Un beso quemante y abrazador que
encendía nuestros labios, me introduje en su cavidad con la necesidad de buscar aliento en
ella. Marcaba sus labios como míos y que ya nadie nunca más podría tocar. Lo sentía forcejar
mas no lo soltaba.—me estoy muriendo por tenerte para mi. Solo para mí. —murmure cerca
de sus labios una vez que hubo terminado el beso. Respiraba agitado. —Aunque lo intente no
podre sacarte de mi corazón así que hazte responsable de lo que has causado en mí porque
eres el único culpable de mis sentimientos. Por tu culpa es que estoy así. ¡Maldición! ¡Tú fuiste
el que no debió acercase a mi! — Changmin no me decía nada. ¡Me exasperaba!
Permanecimos en silenció, un tranquilo silencio que inundaba el lugar de cierta paz y
quietud…solo nosotros dos mirándonos a los ojos— si tu me quisieras todo seria diferente…

Y tras esto lo solté y lo deje solo en la biblioteca. Estaba herido por su silencio, ¡¿Por qué no
me decía nada?!

Salí de la biblioteca. Mi turno había terminado así que podía irme a casa. En la salida me
encontré a Mario. Esa era otra historia, el muchacho ya ni se iba conmigo y evitaba a Alan.
Hasta ese punto podía entender a mi amigo quien al parecer estaba comenzando a sufrir una
depresión mortal.
—Buenas tardes profesor Yunho.

—ya te he dicho que solo me digas Yunho. —El chico asintió.- ¿te vas a tu casa?

—no, tengo clase en la tarde. Solo regresaba de almorzar.

—ya veo. Entonces nos vemos luego. —estaba cansado y herido y solo quería dormir un rato
para olvidar.

—Yunho. — me llamo Mario antes de que me fuera. Detuve mi andar para escucharlo. —
¿Cómo esta Alan?

—un poco dolido pero se pondrá bien. —le sonreí. Vi en sus ojos culpa. —no te sientas
culpable. Nadie manda sobre los sentimientos.

—sabe, Alan es una de las pocas personas que ha sido amable conmigo. No es justo que yo no
pueda aceptar sus sentimientos.

— ¿estas diciendo que no puedes? ¿Por qué? — por algún motivo esa pregunta me causo
curiosidad. Quería saber porque.

—no puedo decírselo.

—Entonces… ¿si quieres a Alan más que un amigo? —le vi enrojecer y asentir levemente. —si
lo quieres y el también entonces ¿cual es el problema?

—no puedo decírselo. —estaba a punto de estallar. ¡¿Por qué no simplemente lo aceptaba y
ya?! ¡Lo mismo pasaba con Changmin, se que me oculta algo pero se niega a decirme que!

—escúchame bien Mario. No se que motivos te haya arrastrado para que hayas herido a Alan
de esa forma pero si tu lo quieres deberías luchar y no quedarte estancando porque estas
siendo un cobarde en no poder ser valiente y aceptarlo. ¡Que importa lo que diga la sociedad!
¡Que importa lo que diga el mundo! ¡Que importa lo que digan todos! ¡Lo único que importa
es disfrutar del momento mientras se pueda! ¡¿Tan difícil es entender eso?!
Y me fui, si lo se. Fui cruel y duro pero no pude contenerme pero lo que pensaba con respecto
a Changmin y Mario.

Llegue a mi hogar agotado, no quería más guerra, al entrar pude escuchar la música en la
radio.

Perdona es que yo caminaba por aquí y en tu alcoba vi la luz

Perdona mi actitud quizá debí llamar y no presentarme así

Perdona la ocasión así lo decidió y de vuelta estoy aquí

Creo que me equivoqué

Que bella que te ves

Ya no puedo seguir

Suspire cansado. Alan no estaba muy bien que digamos de he decir que no fue muy
carismático, su animo había decaído un poco aunque siempre intentaba sonreír, solo que esa
sonrisa resultaba muy falsa. Hasta a mi me deprimía verlo en ese estado; se ponía a escuchar
música para cortarse las venas como esas que ahora estaba escuchando.

Mi vida eres tú y solamente tú

Tratando de explicar su mano le tomé

Y la intenté besar

—Hola Yunho. Llegaste temprano. —me saludo con una débil sonrisa.

—Hola. — salude sin muchos ánimos. Estaba sentado en el sofá escuchando música. Deje las
llave sobre la mesa y me senté a su lado con pesadez. La música seguía sonando.

—Sabes, hoy salí a pasear un rato— comenzó a relatar con tranquilidad. — Y me encontré con
una amiga. Bueno, mas que amiga era mi amante. Me llevo a su casa, tu sabes quería que lo
hiciéramos en un rapidito. Acepte gustoso, a fin y al cabo no tenia nada que hacer pero cuando
la besaba, acariciaba no sentía nada. No me excitaban su voz o su cuerpo. ¿Puedes creer que ni
siquiera se me paro? — se revolvió sus dorada melena desconcertado.

Me limite a observarlo y prosiguió— era una oportunidad única con una rubia de grandes tetas
y ni siquiera eso me movió algo. En todo momento la imagen de Mario estaba en mi mente y
no pude hacer nada. —Sonrío irónico.- es increíble que no haya hecho nada con lo mucho que
me gusta follar culos pero no hice nada. Me hecho de su casa diciendo que ahora era una
marica. — se echo a reír, con una mezcla de diversión y amargura. Una risa que había sonado
dolida pero no precisamente por lo que aquella chica le había dicho. —Yunho, creo que me
eche a perder…

Si lo se, yo también me eche a perder y no precisamente porque nos hayamos enamorados de


personas del mismo sexo si no por el hecho de estar enamorados y no poder hacer nada para
remediarlo.

—voy a buscar unas cervezas. En momentos como estos solo quiero caer desmayado de lo
borracho pero me termo que eso no será posible. — Se paro y se fue a la cocina a buscar
dichos productos. Yo en tanto me quede sentado allí en el mueble, divagando en el gran
problema romántico que estaba teniendo.

Mire el portarretratos que había en el centro de mesa. Era una linda chica de grandes ojos
azules y cabello negro ondulado. Su sonrisa encantadora aun me traía paz. Se trataba de
Susana, una querida amiga de mi infancia que por mucho tiempo ame. Ella fue mi primer
amor… sufrí mucho con su perdida.

Murió en circunstancia que ahora mismo no recuerdo.

De hecho no recuerdo mucho de mi pasado, mi psicóloga dicen que son recuerdos reprimidos,
he de suponer que fue un golpe muy duro el de su muerte porque que me llevo a exiliar mis
recuerdos pero ahora con las terapias poco a poco voy recuperando mis recuerdos, aunque
estos son demasiados difusos y confusos, como lo es él recuerdo de aquel niño en mis sueños.

Cerré mis ojos y tome una decisión con respecto a Changmin.

En ese momento el timbre sonó. Me levante y abrí la puerta, me sorprendió ver a Mario allí.

— ¿Sucedió algo malo? — pregunte confundido. El negó con la cabeza.


—Estuve pensando en lo que dijo —comenzó a relatar. —y creo que tiene razón. Soy un
cobarde por no ser lo suficientemente valiente para admitir mis sentimientos.

—lamento lo que te dije. No fue mi intención ser tan duro. —Me disculpe, realmente nunca
debí pagar la rabia con el chico.

—no, esta bien. Me sirvió para aclararme.

—Entonces, ¿viniste para declararte? — pregunte divertido y a la vez algo emocionado. Él


enrojeció hasta las orejas y sonreí ante aquella inocente muestra.

— ¿estaría bien que diera yo el primer paso? — asentí y lo deje pasar.

¡Estoy emocionado! Un drama romántico esta a punto de pasar antes mis ojos y yo seré el
primer espectador.

En ese momento Alan regresaba de la cocina con un par de cervezas en la mano. Se sorprendió
de ver a Mario allí.

—Bueno, creo que es mejor que los deje solos. — y con una sonrisa de oreja a oreja me fui al
cuarto. Si, no era muy lejos pero no iba a irme de mi propia casa además así podía escuchar la
declaración.

Nada entre al cuarto me dispuse a escuchar algunas cosas.

— ¿Esta todo bien en tu vida? — esa era la voz de Alan.

—estaría mejor si tu estuvieras en ella. — wuaaa eso si que fue lanzado. Me sorprendí un poco
y para escuchar mejor acerqué unos cuantos pasos de forma precavida, pegándome a la
puerta pero sin querer me apoye demasiado abriéndola del todo. De forma estridente mi
cuerpo se acopló con el suelo fue entonces cuando sentí dos pares de miradas sobre mi
cuerpo.

Yunho tu eres un desastre.


Me dije interiormente mientras observaba nervioso como las dos personas frente a mi me
miraban sorprendidos pero eso no impidió que Mario siguiera con su declaración.

—Lamento si herí tus sentimientos pero en este tiempo me di cuenta de que… yo… te quiero.
— Su cara enrojeció hasta las orejas. — y…me preguntaba… si tu… si tu querías… ser mi novio.

¡Mi madre! ¡De verdad que la juventud si ha cambiado! ¡¿Qué esperas

Alan idiota para decirle que si?! Me comía las uñas de los nervios. Al final Alan sonrió.

—esto si que no me lo esperaba pero esta bien. — sonrió pícaramente. —Acepto ser tu novio.
— y le giño el ojo a Mario, quien abajo la mirada apenado.

Yo sonreí feliz.

¡Viva, viva, viva!

No me pongan cuidado es solo que es tan lindo verlos juntos. —bien, como novios oficiales
¿Qué te parece si tenemos nuestra primera cita mi pequeño novio?

Mario asintió y yo me sentía como que estaba viendo un drama coreano súper emocionante.
Ellos salieron y yo me quede mirando como se iban. ¡Ah que lindo es el amor!

Cuando iba a cerrar la puerta vi a lo lejos Changmin. Acababa de llegar de la preparatoria. Lo


mire fijamente recordando lo que había decidido con respecto a ese niño malcriado:

No volvería a mendigar por amor.

Esta vez él seria él que suplicaría por mi atención.

Ya no mas Yunho, ya no mas…

Changmin esta vez jugaremos a los besos.


Tú te enamoras y yo te dejo…

Cap 11: vacio por amor

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola gente linda, hasta que por fin me digno a aparecerme por aquí. Seguro que ni me
extrañaron pero no importa; igual los quiero owo

Y perdón por la demora a quienes todavía siguen por aquí, es que se me presentaron tantas
cosas D: por momentos sentí que me iba a cortar las venas con papas fritas x.x pero sobreviví y
aquí estoy ^^ espero que este capitulo sea de vuestro agrado.

Me sostengo de tu cuerda

Me mantiene a 10 pies del piso

Estoy escuchando lo que dices pero no puedo hacer ningún sonido

Tu me dices que me necesitas

Entonces vienes y me cortas, pero espera

Tu me dijiste que lo sientes

No pensaste que me daría la vuelta, y te diría...

Es demasiado tarde para pedir disculpas,

Es demasiado tarde

He dicho que es demasiado tarde para pedir disculpas,

Es demasiado tarde...

Apoligize (Letra traducida)


Uke acosador.

Capitulo 11: vacío por amor.

Había muchas personas alrededor. El murmullo de las personas apenas era audible, lo que si
podía distinguir eran sonrisas y miradas alegres. Al parecer era una especie de festival.

— ¡yo quiero ir contigo Yunho! —exclamo entusiasmado el mismo niño de todos mis sueños.
Su rostro apenas era visible siendo una imagen bastante borrosa de lo que debería ser su
rostro.

—Valla, te me has adelantado. — Dijo una voz suave y dulce como la miel. —yo iba a pedirle lo
mismo. — mire a quien me hablaba. Se trataba de Susana y su enigmática sonrisa.

— ¡no! ¡Yunho va a ir conmigo! —expreso enojado el pequeño mientras me tomaba de la


mano.

—Pero puedes ir con mi hermano— sugerí amable.

— ¡pero yo quiero ir contigo! — sus ojos suplicantes me hicieron vacilar en mi respuesta.


Abajo su mirada cristalizada por las lágrimas. —yo quiero ir contigo… —apenas murmuro en un
hilo de voz. Sentí pena. Quería ir con Susana; ella era la persona que me gustaba pero aquel
niño muy difícilmente me dejaría ir.

—Bien, iré contigo— elevo su mirada y me miro sorprendido. Tras unos segundos una sonrisa
amplia y alegre se extendió en su rostro. Mi corazón se lleno de calidez. —Pero Susana
también vendrá con nosotros ¿te parece? Igual pueden formarse grupos de tres. — ante
aquello su sonrisa se desdibujó por completo.

— ¡¿Por qué siempre ella?! —Me sorprendí por su repentina pregunta— ¡la odio, siempre esta
de por medio!
— ¡Elías, no hables así de Susana o sino no iré contigo! — reproche molesto por su falta de
cortesía. Mi regaño le hirió porque me miro con dolor y soltó mi mano que hasta ahora no la
había soltado.

La expresión del niño cambió de 'herida' a 'ira'

— ¡no me importa! ¡No te gusto porque soy pequeño! — exclamo molesto mientras me
miraba rabioso. — ¡Siempre la prefieres a ella, siempre…!— miro a Susana. —¡Eres fea, te
odio! — y tras esto salió corriendo hasta perderse de mi vista.

Sin lugar a dudas era un niño caprichoso y mimado…

***

Abrí mis ojos lentamente. Tenia la cabeza recostada sobre un escritorio y la boca ligeramente
abierta y de esta forma un poco de baba se escurría de entre las comisuras de mis labios.

Enfoque mi vista en donde estaba y me sorprendí.

Rápidamente me incorpore de golpe.

¡Me había quedado dormido en el aula de profesores en mi hora de descanso!

Todos a mi alrededor me miraban curiosos y yo sentía mis mejillas arder por la vergüenza.

— ¿se encuentra bien profesor Yunho? — me pregunto curiosa y preocupada una de mis
colegas. — llamaba en sueños a un tal “Elías”
— ¿Elías? — parpadee confundido. Ella asintió segura. Me quede pensativo.

¿Quien era Elías?

Aquella muda pregunta se respondió ante el sueño extraño que había tenido. Elías era aquel
niño desconocido que últimamente se colaba demasiado en mis sueños. ¿Quién era?

No lo sabia pero aquello ya me estaba preocupando. Tal vez era algún conocido en mis años de
juventud junto con Susana. Al menos ahora recuerdo su nombre.

No recuerdo muchas cosas sobre esos tiempos; mi mente bloqueo acontecimientos


importantes durante mi vida y tan siquiera solo recuerdo el rostro, la sonrisa y mirada borrosa
de Susana. Se que le tenia gran aprecio y que estaba enamorado de ella… ella a su vez poseía
una sonrisa encantadora, una mirada noble y un carácter amable. Creo que era demasiada
perfecta para estos tiempo sin embargo no puedo estar del todo seguro de eso.

Aunque no la recuerde a la perfección mi corazón siente gran calidez al recordar tan siquiera
una parte de ella. Eso significa que debió haber sido muy importante en mi vida, por eso le
recuerdo apenas con mucho cariño.

Aun sigo sin saber la razón por la que mi mente bloqueo esos recuerdos y aun sigo sin querer
saber la razón de eso. Hay cosas que prefiero no recordar o eso es lo que me dice mi mente.

Hay secretos que deben permanecer en secreto…

Normalmente cuando alguien tiene recuerdos perdido busca la manera de recuperarlo; yo he


vivido todos estos años sin querer saber que sucedió… algo dentro de mi me dice que lo voy a
lamenta así que refiero no saber y no lamentarme de cosas que ya sucedieron.

En fin; decido no darle tantas vueltas al asunto. Miro mi reloj de muñeca y noto que mi horario
en el instituto ha terminado. Recojo mis cosas y me dispongo a irme, ahora son cerca de las
doce.

Aunque haya veces en que los gemelos se van conmigo esta ha sido una excepción. A veces mi
horario de trabajo me permite salir temprano, otras veces no. Hoy me voy temprano, lo que
quiere decir que los gemelos no irán conmigo. Conociendo su horario hoy deben salir como a
las cinco.

Mi relación con Changmin no ha avanzado mucho que digamos, si bien lo veo todos los días
pero ya no es lo mismo. Yo dije que no mendigaría más y estaba dispuesto a cumplir con
aquello y eso, al parecer, estaba molestando al crio acosador ya que frunce el seño cuando le
ignoro o cuando no lo busco.

Tal vez esto de ignorarlo estaba dando resultados…

O eso quiero creer.

Llegue a casa exhausto. Estaba cansado y por ahora quería recostarme un momento para
dormir, cosa que se me hacia imposible estando Alan allí.

Si antes tenia que calármelo como un loco y vago ahora me tocaba loco-vago-y-enamorado.
Un plus completo y eso equivale a cero paz.

Nada mas meter la llave en la cerradura pude escuchar sus delirios de amor.

— ¡me ama…, me amaaa! — ok, ignoren eso. Hasta yo trato de ignorar eso pero se me es
bastante difícil hacerlo cuando el loco vive en mi casa.

Suspiro cansado y entro a mi casa. Allí veo a Alan acostando en el mueble abrazando una
almohada mientras sigue diciendo lo mismo con una sonrisa de oreja a oreja. No me pregunte
porque esta así; ni yo quiero saberlo pero algo me dice que tiene que ver con Mario.

Siento que el ambiente se llena de brillos, de corazones y de un olor a romance bastante


fuerte. Y no, no exagero, ¡es en serio! Hasta veo corazones caminar de un lado a otro, van con
parejas tomados de la mano y otros simplemente se dedican a flotar en el aire llenando mi
casa de un extraño romance.

Y no estoy exagerando.

Ignoro todo eso y me dirijo a la cocina para beber un poco de agua.


A lo lejos sigo escuchando sus delirios. Suspiro; hasta cierto punto me da envidia su relación
con Mario.

Es un vago y todo pero pareciera como si viviera un cuento de hadas; bueno, no precisamente
un cuentos de hadas pero al menos es una historia de amor decente… o eso creo.

Mientras sigo sumido en mis pensamientos siento que alguien se cuelga de mi cuello.

— ¡Alan idiota, suéltame!

— ¡Yunho te quiero mucho! — no se ni a que viene eso. Creo que esto del amor le esta
dañando unos cuantos tornillos en su cabeza.

— Alan suéltame, ¡me estas asfixiando! — Y en serio, me estaba asfixiando con su abrazo
sobre-humano. — ¡Alan!

Por fin se digno a soltarme y dejarme respirar normal. Se separo de mi empezó a imaginar
todo tipo de cosas. Yo me asobe el cuello; de verdad que casi me esnuca el muy tarado. Lo
mire como si fuera de otro mundo.

—oye… ¿tu estas bien? — pregunte algo preocupado. Su actitud ya me estaba comenzando a
asustar. Realmente el amor le hizo daño.

El continúo en su mundo mientras me decía. — ¡¿que si estoy bien?! ¡Que si estoy bien!
¡¡Estoy perfectamente bien, a la merced del paraíso!! —exclamo mientras extendía sus brazos
y cerraba sus ojos.

Por un momento imagine que estaba en la orilla de un barranco; mirando el océano a lo lejos y
sentir el salado aroma del mar mientras observaba como se ocultaba el crespúsculo.

Mmmm creo que estoy imaginando demasiado.

—anda, pregúntame si me ha pasado algo bueno.

— ¿ah?
— ¡solo pregúntame!

Resople molesto.

— ¿te ha pasado algo bueno? — pregunte fastidiado.

—no-te-lo-diré— respondió con una sonrisa de oreja a oreja. Aquello me pareció absurdo, ¿si
no me lo iba a decir para que coño me hacia preguntárselo? — Lea di: anda no sea así y
cuéntame. (1)

Sentí como si una piedra me hubiera caído encima y me aplastaba muy cruelmente pero decidí
seguirle el jueguito.

—anda no sea así y cuéntame.

—es-un-secreto— y aquello fue la gota que rebalso en vaso porque ya me había lanzado a él a
punto de ahorcarlo. — ¡ah esta bien, esta bien, te cuento, te cuento!

Lo solté y respire hondo para calmarme.

—es que… ese día ¡lo bese! ese día sentí fuegos artificiales, el pulso apresurado, era el volcán
en erupción más explosivo de la historia humana. — comento con tanto entusiasmo y
determinación; como si hubiera descubierto américa o algo así. Solo esperaba que no se lo
hubiese violado. —nuestro beso... nuestro primer beso... fue… ¡¡fue perfecto, cien por ciento
perfecto!!!

Luego de eso su móvil sonó. Creo que le llego un mensaje. Lo leyó y después de un segundo
nuevamente andaba cursi. — me amaaaaaa me amaaaaaaaa... ¡lo sabía!...

Y allí estaba delirando de nuevo. Creo que la gente tiene razón en decir que el amor idiotiza a
las personas; bueno Alan de por si ya era idiota, ahora era mas idiota de lo que ya era.

Yo estaba enamorado de Changmin pero yo no actuó así.


¿Yo no me veo así verdad?

Pensé horrorizado de que actuara de un modo tan extraño. Aparte esos pensamiento; yo no
actuaba así; yo soy normal contrario a Alan.

¿O tal vez sea al revés?

¡¿Y si soy yo el que actúa extraño?!

¿Y si tenía que comportarme así ante Changmin?

¡Pero qué rayos estoy pensando!

Creo que mi mente presenta un estado patético, inaceptable e inadmisible...

No, que vah… soy un profesor. Yo nunca actuaria así. Voy a ignorar de qué forma me he
golpeado la cabeza para especular semejante atrocidad...

¡Nunca actuaria así!

Por Dios, es un comportamiento intolerable e ilógico para alguien destacado como yo.

Carraspeo por lo bajo y dejo a Alan en su mundo. No quería ni imaginar que cosas hicieron ese
día que salieron juntos.

Mario era como un hermano pequeño para mí y saber que se besuqueo con Alan me daba
escalofríos. Realmente no deseaba averiguar que habían hecho; era como imaginar que tus
padres tenían relaciones sexuales y eso era traumatizante y en más de un ocasión vi a mis
padres en plena faena.

Hice una mueca de desagrado ante tales recuerdos. De verdad que hay cosas que prefiero no
recordar.

Me senté en el mueble y prendí la televisión. Necesitaba distraerme con algo aunque en ese
momento era que empezaban las novelas.
No tengo televisión por cable así que me toca calarme semejante novelas rosas… para eso veo
a Alan…

Pero ver a Alan era mas…, no se…, mas perturbador así que mejor veo novelas.

— ¡no Horacio, no podemos estar juntos! Soy tu hermana. — dijo ella entre lagrimas mientras
veía a su amor imposible.

— no me importa Luisa, te amo. — respondió el seguro. Creo que no la iba a dejar ir así como
así.

—Horacio…

—Luisa…

—Horacio…

—Luisa…

Ya, ya. Suficiente drama. ¿Qué no pueden hacer una novela mejor? En ese momento, como un
rayo, Alan entro a la sala y se sentó a mi lado.

Observando detenidamente la televisión. Como si estuviera viendo la mejor película del


mundo.

— ¡No puede ser! ¡¿Luisa Angélica de lo altos Camorucos Palacios Santos le dijo a Horacio
Martin Porras de piña que era su hermana?!

—si…

— ¡¿y Horacio Martin Porras de piña le dijo a Luisa Angélica de lo altos Camorucos Palacios
Santos que eso no le importaba?!
—Si… —esto estaba comenzando a molestarme. Un tic nervioso estaba colocándose en mi ojo
derecho. Con que volviera a decir algo como eso le lanzaba el cojín del sofá.

— ¡Por Dios, eso quiere decir que Luisa Angélica de lo altos Camorucos Palacios Santos y
Horacio Martin Porras de piña va a…!

—¡¡cállate!! —le lance el cojín en la cara. ¡Eso ni siquiera eran los nombres de los personajes!
¡Solo lo decía para molestarme! Alan se empezó a reír mientras apartaba el cojín de su cara. —
idiota… —murmure divertido.

—lo siento. Me metí en la trama de la novela.

—si claro. Sobre todo eso— ironice.

— ¿y eso que no esperaste a los gemelos? Normalmente te quedas allí hasta tarde tan solo
para venirte con ellos. —me hundí en el sofá. Realmente no deseaba hablar sobre aquello. —
¿se pelearon o algo así? Es que ha pasado mucho tiempo desde que los vi en acción. —mi cara
enrojeció notablemente al escuchar la palabra “acción” había olvidado completamente que
Alan era muy salido.

—No ha pasado nada. —dije en un tono apenas audible.

— ¿no le has dicho tus sentimientos?

— ¡Claro que si se los dije, otra cosa es que él no los acepte! — me apresure a decir molesto.
Alan me miro fijamente, como queriendo escrutar entre mis pensamientos. Eso me incomodo.

—bueno, ya que no tienes sexo con tu alumno siempre puedes contar conmigo. — me sugirió
el muy desgraciado con una sonrisa demoniaca. Le lance otro cojín. — Es broma, es broma. —
dijo entre risas. — Bueno, si quieres puedo obsequiarte estos lindos muñequitos para cuando
este solo.

De la nada había sacado un par de muñequitos, eso no era lo asombroso, lo asombroso era
que ese par de muñequitos me eran familiares; uno se parecía mucho a Changmin y el otro a
mi, ambos desnudos. Un tic nervioso se coloco en mi ojo. ¿Cómo había conseguido eso?
—Cuando estoy aburrido me pongo a jugar. — sonrió con malicia y comenzó jugar. — oh
Yunho mas... Dame más duro…— dijo imitando la voz de Changmin mientras juntaba a los dos
muñecos en una posición nada decente. — ¡¡si, si así ahh…!!! ¡Mas, mas fuerte… ahhh!

—¡¡¡¡Alan!!!! —creo que el grito que le di se escucho en todo el edificio porque escuche a lo
lejos un “¡cállate tarado!” pero es que solo a Alan se le ocurren hacer semejante cosa. Estaba
rojo de la rabia y de la vergüenza. El me miraba como si nada.

— ¿No te gustan los juegos eróticos? — ¡pregunto como si nada el muy hijo de…, su madre!

— ¡no! ¡Y deja de pensar cosas libidinosas como esas! — le quite los muñecos de su mano.
¡Por Dios, realmente algo iba muy mal con él!

—porque te avergüenzas. ¿Que no haces eso mismo con tu alumnito? — ¡ese no era el caso!
Se recostó en el mueble como si nada mientras veía la tele y colocaba sus pies en la mesita que
había frente a nosotros. — igual ya estas hecho toda una loca. —comento como si nada. ¡Te
odio Alan, de verdad te odio! — ah pero a mi me gustan pensar en cosas extremadamente
excitantes. —eso me callo como una piedra en mi cabeza

— Estás perturbado..., no me gusta cómo alucinas..., y será mejor que vayas dejando de pensar
en esas cosas para concentrarte en tu trabajo menudo idiota... — murmure molesto y
avergonzado. Alan solo sonrió de medio lado.

La tarde paso sin mayor preocupación. Solo Alan y sus cursilerías y de pronto era el Alan
pervertido. Prefería no preguntar que cosas se imaginaba con Mario, prefería no saber por el
bien de mi salud mental. Suficiente tenía conque me dijera lo que pensaba sobre Changmin y
de mí.

No quería ni imaginarme que cosas podría hacerle a Mario. Lo que esperaba al chico

Pobre, se vino a meter en la boca del lobo.

Alan se marcho a su trabajo y yo me quede viendo programas. Eran cerca de las siete de la
noche cuando escuche que tocaron el timbre.

Fui a abrir, probablemente era Alan alegando que se le había olvidado algo, para mi sorpresa,
frente a mi, estaban los gemelos. Aarón parecía alegre mientras Changmin parecía molesto de
estar allí.
—Buenas noches profesor Yunho. —dijo Aarón con una deslumbrante sonrisa. Si, esa que me
ponía los nervios de punta— disculpe que lo molestemos pero hay algunos ejercicios de física
que no comprendemos y nos preguntábamos si usted podría explicárnoslo.

—claro. No hay ningún problema. Pasen adelante y pónganse cómodos. No hay mayor honor
para mí que explicarle dichos ejercicios. — respondí amable sin pretender que la presencia de
Changmin en mi casa me alegraba en demasía. Era mejor pretender que no pasaba nada y su
presencia me era nula y al parecer capto la indiferencia con que lo trate porque me miro
fijamente; como diciéndome si ese era el trato que merecía.

Ambos entraron a mi casa y se acercaron al sofá para mi desgracia los estúpidos muñecos que
tenia Alan estaba sobre el sofá.

Había olvidado guardarlos o botarlos.

Aarón pretendió que no vio nada y coloco los muñecos sobre la mesa para sentarse y actuó
como si nada y Changmin miraba un tanto asombrado aquellos objetos y yo quería me tragara
la tierra.

Solo un pensamiento cruzo mi mente: “¡Alan maldito bastardo, rubio degenerado, desgraciado
hijo de la grandísima madre pagaras por esto!”

Tome los muñecos con la mayor rapidez posible y lo oculte tras mi espalda. Sonreí nervioso.

—Ya vengo, iré a buscar un par de libros. — y tan rápido como dije eso me metí en mi cuarto a
guardar aquellos vergonzosos muñecos. ¡Juro que voy a matar a Alan cuando regrese! ¡Lo juro!

Deje los muñecos en la cama y me apresure a buscar los libros.

Antes de salir pude escuchar una conversación un tanto extraña.

—bien ya estamos aquí. — era la voz de Aarón. Lo sabía. —por fin tienes una excusa creíble
para hablar con él así que aprovéchala.

— ¿Vas a dejarme aquí solo? —su voz se escuchaba alarmada.


—ni que fuera la primera vez que te quedas solo con él. Ya deberías estar acostumbrado ¿no?

—no es lo mismo. Ahora todo es diferente.

— ¿Por qué? — pregunto Aarón. Me pegue mas a la puerta para escuchar con mas atención;
también quería saber porque.

—porque él me ama. Me lo dijo y no se como debo actuar ante eso.

— ¿y no sientes tu lo mismo por él?

—ese no es el caso.

— ¿y entonces cual es el caso? Si no sientes ni el mínimo aprecio por él ¿porque simplemente


no te alejas? — silencio. Changmin no decía nada y eso me estaba exasperando. ¿Qué era lo
que ese niño quería de mí? —Changmin si no lo quieres ni siquiera deberías estar aquí. Habla
con él y dile que no lo quieres, que esto del amor no va contigo, que prefieres tener solo sexo
anal a tener algo serio, que no es el que eres tú. ¡No se Changmin! Solo se sincero y así evitaras
que ambos se hagan daño. Tal vez solo deberías alejarte de él.

— ¡es que no quiero! ¡No quero alejarme de él! — Expuso molesto y dolido. —¡¿Por qué?! ¡No
lo se! ¡Pero ya esta; no quiero alejarme de él aunque solo le ocasione daño!

—ni siquiera te dignas a decirle la verdad sobre ti. Eres un egoísta Changmin.

—lo se…

Dejaron de hablar. Suspire molesto. ¿Qué era todo aquello? ¿Cual verdad? ¿De que estaban
hablando?

Con tantas dudas en la cabeza salí del cuarto y fue hasta ellos sonriéndoles fingidamente.

—Lamento la demora, no conseguía los libros. — mentí


—No se preocupe profesor Yunho. — me sonrió Aarón. — Sabe, acabo de recordar que madre
me pidió que hiciera unas compras. — ese era un mentira muy conocida. — así que me temo
que no me quedare a la explicación, de todas maneras Changmin de va a quedar así que puede
explicarle a él que mi hermano después me explica a mi. — se levanto del sofá y fue hasta la
salida. — hasta pronto.

Y sin más se fue dejándonos solos.

¿Qué se supone que iba a hacer ahora?

Pensé y pensé y llegue a la conclusión de que debía fingir que no había escuchado nada y que
ahora solo iba a explicarle los ejercicios que no entendía.

Me senté a su lado y empecé a revisar el libro.

—estos fueron los ejercicios que les deje como tarea. ¿Qué es lo que no entiendes? —
pregunte como si nada.

—No entiendo nada…— sabia que eso no era del todo cierto, a pesar de todo Changmin era un
excelente alumno. Sacaba buenas calificaciones.

—Entonces te explicare desde el principio… —y comencé a explicarle.

La noche apenas estaba comenzando y sentía que iba a ser una muy larga.

—y para despejar la “X” debemos…

Algo no iba bien. Le explicaba detenidamente acerca de cada ejercicio, incluso resolví algunos
por lo cual la tarea se le reducía pero Changmin no estaba ni poniendo la pizca de atención.
Solo estaba mirándome fijamente, con sus ojos marrones. Escrutando algo en mí que se me
era imposible definir.

—veo que no me estas poniendo la debida atención.


—Puedo ponerte toda la atención que quieras. —respondió en tono sugerente. Sabía a donde
quería llegar.

—no estoy hablando de ese tipo de atención.

— ¿y si yo quiero que me de ese tipo de atención profesor? — Me miraba con cara de “Tu…
yo… sexo… ¡ahora!” me puse de pie y fue a guardar los libros. No quería caer nuevamente en
sus redes.

—por ahora le que explicado lo suficiente. Puede ir a casa y resolver perfectamente los
ejercicios. —me disponía a ir a mi habitación cuando sentí que sus brazos rodearon mi
estomago.

— ¿Por qué huye profesor? Se que desea esto tanto como lo deseo yo.

—lo único que deseo es que se ponga a estudiar.

— bien que puedo estudiar. — siento su respiración rápida en mi lóbulo. Antes de que diga
algo, el sonríe pícaramente y sus manos que rodeaban mi estomago comienza a desabrochar
mi camisa. — Puedo estudiar su cuerpo profesor…— su mano sigue desabotonando los
botones y me siento incapaz de reaccionar. — Si quiere puede estudiar el mío. — susurra
mientras siento que sus manos desnudas recorren mi pecho con suavidad.

Sus manos poco a poco deslizaron mi camisa por entre mis brazos hasta hacerla caer en el
suelo. Sentí sus labios besar mis hombros pero yo aun seguía sin moverme. ¿Qué se supone
que debería hacer?

Hasta cierto punto estaba molesto porque no sabía que era lo que quería este mocoso.
¿Amor? ¿Compañía? ¿Sexo? No se, de verdad no se que es lo que quiere. De a poco voy
correspondiendo a sus caricias. Le tome de la barbilla y fundí su boca con la mía, saboreando el
exquisito sabor de sus labios, aquello que me había negado a responder.

Fue cuando entreabrí mis ojos y vi la foto de Susana sobre la mesa. Probablemente ella si era
una persona que me amaba, no como Changmin que al parecer solo quería jugar.

Detuve bruscamente el beso y me separe de él. Me miro sorprendido.


—Será mejor que te vallas a casa Changmin. — dije mirando fijamente la foto de Susana. El
castaño miro en la misma dirección y observo el retrato.

Se acerco a la mesita de noche y tomo el portarretrato en sus manos. Examinando


cuidadosamente cada detalle; no sabría como describir su vista en ese momento: enojada,
seria, melancólica, triste… había demasiados sentimientos en sus ojos que se me fueron
imposible de describir.

— ¿Te detuviste porque viste esta foto? — pregunto de forma seria. Apretaba fuertemente
los dientes haciendo que su mandíbula estuviera tiesa.

—Eso no tiene importancia, por favor márchate. — conteste lo más seria y educadamente
posible.

—Entonces fue por ella. —más que una pregunta fue una afirmación. —aun después de
muerta sigue estando de por medio…

Aquello me sorprendió a más no poder ¿Qué…había dicho?

— ¿Qué quieres decir con eso? —me acerque a él y le tome del brazo. Escrutándolo con mis
ojos. Él me devolvió la mirada igualmente.

— ¡Que solo estabas preocupado de lo que pensara esta tonta mujer! —respondió con rabia.
Sus ojos marrones me perforaban. Por un momento vi a aquel niño de mis sueños que estaba
celoso de Susana.

¿Changmin estaría celoso de un recuerdo?

Imposible…

—No hables así de Susana. —recalque molesto por su actitud. Ni siquiera la conocía para
hablar así de ella.

— ¡Vete al demonio! —Se soltó de mi agarre — ¡eres un inútil que no se da cuenta de nada!
— ¡basta Changmin!

— ¡no! ¡¡Miserable bastardo eres un cabezota, una bestia, un frío pedazo de hielo que nunca
se da cuenta de nada!!

— ¡¿pues entonces dime de que me tengo que dar cuenta?! — también comencé a gritarle,
perdiendo la poca paciencia que tenía.— ¡no consigo comprenderte, lo intento pero no te
entiendo! ¡Y si no me quiere ni decir en que parte estoy ciego pues lo siento pero no soy
adivino!

— ¡cállate! ¡Tu que sabes de mi! ¡Ni siquiera siento que te quiera! —aquello no se si se le
había salido pero si me hirió. Sentí que una parte de mi corazón se rompió. Me costo respirar.
El se dio cuenta de lo que dijo y abajo su mirada. — lo siento yo… no te quiero.

—sabes todos mis problemas tienen tu nombre. Una mierda con eso —mis manos temblaban
y sentía que todo mi cuerpo también. — ¡Si no sientes aprecio por mi ni siquiera deberías estar
aquí! pero en cambio te quedas aquí con tu cara de cordero degollado y dices “Lo siento, no te
quiero”. ¡¿Entonces que quieres de mí?! ¡¿Qué?!

— ¡solo quiero sexo, solo eso imbécil!

Mi pecho se comprimió como jamás lo había hecho. Sentí que la rabia afloro con mas
intensidad.

¿Solo quería eso? ¿Solo sexo? Mis puños se tensaron hasta tal punto que me hice heridas con
las uñas en la palma y adopte una mirada oscura, seria y amenazante.

—bien, entonces vamos a darte lo que quieres. — le tome con fuerza del brazo y lo lleve hasta
la habitación mientras el trataba de zafarse de mi agarre.

— ¡suéltame! ¡Bruto! ¡Bestia inmunda! ¡Le diré a la policía lo que me piensas hacer, les diré
todo! ¡A mi madre también se lo diré, a la directora para que te boten de tu trabajo! ¡Estarás
acabado! ¡Lo digo en serio...!

Sin importarme sus berrinches lo arroje a la cama sin sutileza alguna.


— ¡Eres un animal! — se quejo desde la cama mientras yo desabrochaba mis pantalones y me
disponía a hacerle aquello que tanto quería.

—no se de que tantos te quejas. ¿Qué acaso no es sexo lo que querías? — me miro asustado
— pues te daré tan duro que ni vas a querer mas de mi. — dije en un tono que hasta yo me
asuste pero que en ese momento no me preocupo. Mi voz cargada de odio, dolor, rabia e
impotencia le dejaron inmóvil.

Me abalance sobre él, sujetando sus muñecas con fuerza. — ¡basta Yunho, basta! ¡Suéltame!...
así no… así no… — suplico quedadamente sin dejar de forcejar mientras yo prácticamente le
arrancaba la ropa. Le inmovilice con la facilidad de quien lucha contra una cría de ciervo, en
aquel momento mi agarre era cruel y rudo.

Si lo se, estaba enojado y dominado por un yo completamente diferente. Quería hacerle sentir
el dolor que me habían causado sus palabras y lo cruel que había sido.

Removí mis manos inquietas por todo su cuerpo, dejando marcas visibles. Por todos los
medios posibles intente no besarle aunque uno que otro beso salvaje le daba en ocasiones
para callarlo.

Abrí sus piernas y sin previa preparación me introduje en su cuerpo. Escuche su gemido lleno
de dolor mientras apretaba sus nudillos. Me detuve por un momento, esperando a que se
acostumbrara pensando en que había caído demasiado bajo pero mi rabia podía mas.

Quería sexo pues sexo iba a tener. Nada de besos llenos de amor ni de mi entrega total a su
cuerpo. Ahora solo buscaba placer y tranquilizar sus hormonas.

Tras varios minutos comencé a moverme con brutalidad.

A cada envestida siento como su cuerpo tiembla y se retuerce. Cada vez mas las penetraciones
se hacen mas aceleradas, mas violentas. Su cuerpo se sacude y sus gemidos llenos de dolor y
sus sollozos inundan la habitación.

Como puedo lo pongo de espaldas y sigo con mis movimientos frenéticos. Observo como
hunde su rostro en la almohada e intenta vanamente agarrarse del borde de la cama.

Intenta incorporarse pero cuando intenta moverse, presione su espalda con mi mano,
chocándolo contra el colchón, impidiéndole moverse mientras mi pene en su interior lo
introducía con mas fuerza.
Sangre... Estaba sangrando. Le resbalaba tibia y roja por los muslos pero eso no me impidió
seguir con mis frenéticos y rudos movimientos.

Al cabo de varias embestidas más logre llegar al clímax. Dejando mi semen dentro de su
cuerpo. Salí de su interior sin siquiera esperar un poco. Changmin permaneció acostado boca
abajo en el colchón, jadeando del cansancio, intentado recuperar el oxigeno que le pedían sus
pulmones. Yo me levante de la cama y me subí los pantalones.

Me quede de pie junto a la cama un momento, mirando su cuerpo herido sin ninguna
expresión en mi rostro. Podía escucharlo, lloraba. Aun lloraba… sollozaba y mojaba la
almohada con sus lágrimas.

—Eso te pasa por andar buscando lo que no se te pierde— le informe impasible y sin ninguna
delicadeza en mis palabras. Changmin se aferro mas a la almohada llorando quedadamente e
intento cubrir su cuerpo herido con las sabanas manchadas de su sangre.

Me subí el cierre del pantalón y me acerque a la mesita de noche y me serví un vaso de


whiskey.

Necesitaba un trago y me lo tome de un solo golpe. Sintiendo como aquel liquido quemaba mi
garganta, sin importarme eso serví otro trago y mire a Changmin, quien aun seguía acostando
en mi cama.

Apreté el vaso con fuerza mientras me acerca a la cama.

—ya esta. — dije seriamente mientras lo miraba. Él me miro con sus ojos llorosos sin
comprender porque dije eso. — querías sexo ¿no? Pues ya esta, te di lo que querías ahora, si
eres tan amable, vete de mi casa.

—no quiero irme. — dijo con la voz quebrantada.

—vete Changmin, vete. — mis manos temblaban de la rabia. — No te quiero ni en mi casa, ni


en mi cama ni en mi vida. Bien puedes buscarte a otro para que te folle.
Contrario a lo que le decía él permanecía allí acostado mirándome con algo que se me era
difícil definir.

— ¡maldita sea, ¿que parte de “vete” no entendiste?! — exprese con ira.

—Lo siento Yunho. — las lagrimas nuevamente bañaron su pálido y triste rostro. Yo sonreí
sarcástico.

— ¿lo sientes? — Lo mire seriamente. — si lo sintieras tendrías al menos la decencia de


dejarme en paz sabiendo mis sentimientos hacia ti. — tome un sorbo de aquel licor. — No
Changmin, tú no conoces esa palabra.

—Lo siento. — repitió herido, cosa que me ofusco. Aquí yo no era el malo de la película.

— ¿Por qué aun sigues aquí? ¿Quieres más?— respiraba agitado. — ¿acaso quieres que te
haga sangrar mas y te parta en dos? — Changmin me miro aterrado.

Yo respiraba tan fuerte que sentía que el aire rompía mis pulmones. Apretaba con más fuerza
el vaso en mis manos e incluso escuche un leve crujido que avisaba que el vaso se estaba
rompiendo ante la fuerza que estaba poniendo en el objeto. Pronto sentí algo tibio en mis
manos y supe que era la sangre de mi mano ante el vidrio roto pero eso no me importaba.

—estas sangrando Yunho. —ignore su pregunta, él no respondía a las mías. Se puso de pie y
observe los moretones que había ocasionado en su cuerpo. Era una bestia. Hizo un ademan de
acercarse.

—No te me acerques. — sisee dominado por la cólera. No sabía que seria capaz de hacer. —
¿Te gusta lastimarme? ¡Responde! ¿Te gusta verme sufrir? Tú no me quieres como lo hago yo
e insistes en quedarte aquí ¡Tanto te gusta verme sufrir! ¡No tienes derecho de hacerme sufrir!
No finjas ahora que te importa la herida de mi mano — y tras esto avente el vaso contra la
pared. Él retrocedió asustado. —Vete antes de que te haga algo peor. — y tras esto me
encerré en el baño que estaba en mi habitación.

Me deje caer sobre la pared y deje que mi cuerpo reposara en el suelo. Estaba herido tanto
física como mentalmente. Odiaba lo que estaba haciendo con mi vida.
Odiaba el haberle ocasionado esas heridas en su preciado cuerpo.

Odiaba el hecho de haberle gritado.

Pero sobre todo odiaba no poder odiarlo y seguir amándolo con cada trozo de mi roto corazón.
Mire la herida de mi mano, sangraba pero no mas que mi corazón. Dolía pero no mas como
dolía mi alma.

¡Si el amor dolía tanto, si sentir algo así por otra persona ocasionaba tanto sufrimiento
entonces deseaba volverme de piedra y no volver a amar el resto de mi existencia!

La puerta del baño se abrió y Changmin entro por ella. Ahora vestía sus bóxer y mi camisa.

—Creo que quedo bastante claro mi desprecio a tu presencia. — comente ácidamente


mientras tensaba la mandíbula.

—Tu mano esta lastimada. — comento mientras se dirigía al cajón que estaba debajo del
lavamanos. Allí había una caja de primeros auxilios.

—Si no te importa el dolor de mi alma ¿porque debería importante el dolor de mi mano? — ni


siquiera me respondió y se arrodillo frente a mí. Examinando mi mano para después empezar a
quitar la sangre con el algodón lleno de alcohol. No le detuve pero me quede mirándole
fijamente mientras él hacia su labor. — ¿Por qué haces esto?

No respondió.

— ¿Por qué insistes en quedarte sabiendo que tu presencia me lastima?

Seguía sin responderme.

— ¡maldita sea di algo! — dejo a un lado el algodón y aplico una crema, tras esto me vendo la
mano. Seguía sin responder hasta que abrió su boca y me dijo:

—No quiero alejarme de ti. — me miro. — si quieres y puedes aléjate tu, yo…, no puedo y no
quiero alejarme…
Y mis lágrimas acabaron por mis mejillas al escuchar su respuesta.

— ¿Acaso… quieres…destruirme? — si, eso es lo que pensé. No encontraba otra respuesta


porque él sabía que no podía alejarme de él. El labio inferior me tembló mientras sentía como
las lágrimas no paraban de salir de mis ojos.

—Perdóname Yunho, perdóname… —Me miraba con aquella mirada que se me era imposible
describir —Te prometí que no te haría daño nunca y eso es lo que hago siempre, perdóname,
lo siento tanto…— su habla se quedo en los sollozos que soltó.

No pude soportar un segundo más y le abrace. Cerré mis ojos y lo acune entre mis brazos. En
ese instante el mundo se redujo a nosotros dos.

Me preguntaba ¿en que momento me había prometido eso?

¿Cuándo me había prometido no lastimarme?

No lo sabía y en ese momento no me importo.

Se separo de mí un momento y delineo suavemente mis labios. Tras esto me beso, no fue un
beso candente fue mas como un roce y sentí que con eso la vida volvía. Apoyo su rostro en mi
hombro y ante aquel silencio, él comenzó a susurrar una canción… una que después supe que
era su favorita:

—y aunque fui yo quien decidió

que ya no más

y no me cansé se jurarte

que no habrá segunda parte

Me cuesta tanto olvidarte

me cuesta tanto olvidarte…

Y solo me quede escuchando aquella canción. Preguntándome hasta donde llegaría mi amor
por Changmin.
¿Me quería?

Tal vez si. Tal vez no.

Acaricie sus cabellos pensando que puede que él siga huyendo.

Tal vez de mí…

Tal vez de ti…

Cap 12: con sabor a recuerdos

or: cielo caido

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Notas del capitulo:

Como lo prometido es deuda pues por aquí me tienen actualizando ^^ muchas gracias por sus
comentarios, ya hemos llegado a los cien!! eso me hace tan feliz!!! siempre me animan a
seguir escribiendo =D puede que al final del capitulo se revele una de sus tantas dudas pero
estoy segura de que despertara otras xD

Sí solamente pudiera convertirme en un pájaro…

Nada podría lastimarme más.

Nadie me hundiría con su odio.

Atrapado en una jaula….


Incluso si no me amas, estaré bien.

Si sólo tuviera permiso para vivir a tu lado.

Seguramente sólo en eso

Encontraría la felicidad.

Homerun Ken

Boku ga kimitori ni naritai

Uke acosador.

Capitulo 12: con sabor a recuerdos.

El sonido del despertador interrumpió mis sueños. Que molesto. Aun desde mi cama y con los
ojos cerrados, busque el despertados a ciegas que estaba en la mesita de al lado de mi cama.
Tantee parte de la madera hasta hallar dicho aparato y apagarlo.

Hoy era domingo así que podía seguir durmiendo.

Con este pensamiento en mente me arrope de pies a cabeza y me puse la almohada sobre la
cara para evitar que la luz del sol me diera de lleno en el rostro, después me iba a quitar mi
amado sueño.

Sin embargo mi plan se vio frustrado cuando sentí que la puerta la abrían con cuidado. Eso fue
suficiente como para ponerme en alerta. Tal vez era mi hermano mayor que venia a
fastidiarme o mis hermanos pequeños a venir a gastarme bromas pesadas.

Fuese lo que fuese estaba preparado.


Pero no paso nada, en vez de eso escuche pasos lentos que se acercaban a mi cama y de a
poco sentí como parte de la cama se hundía. Alguien se había subido. Yo aun continuaba con
los ojos cerrados, en un intento en vano de querer dormir pero sentí como alguien estaba
gateando con cuidado en la cama o mejor dicho; debajo de las sabanas porque fuese quien
fuese se había escabullido debajo de las sabanas y ahora gateaba en la cama.

Tras varios segundos sentí que ese “algo” se acostaba al lado mío acompañado de una
pequeña risa traviesa.

No me moví ni tampoco abrí los ojos. No había que ser adivino para saber quien estaba en mi
cama.

Pasado varios minutos me sentí incomodo; esa persona que estaba acostado al lado mío me
miraba fijamente, yo no le veía pero si sentía su mirada en mi. Lentamente abrí mis ojos y me
encontré con unos brillantes ojos marrones y una amplia sonrisa. Casi me caigo de la cama del
susto.

—Buenos días Yunho. — saludo tiernamente aquel mismo niño. Aunque ahora podía ver sus
ojos; eran de un verde intenso pero el resto de cara se me era borroso.

—Que susto me diste. — dije mientras me ponía una mano sobre el corazón, sintiendo el ritmo
acelerado de este ante el susto. — ¿Qué acaso quieres matarme? —cuestione algo irritado
mientras volvía a acostarme en la cama

—lo siento… es que me gusta verte dormir. — enarque una ceja ante esa respuesta.

— ¿Por qué?

—porque mamá dice que ver dormir a la persona que te gusta significa que la amas. — tras
esto sonrió tímidamente. Suspire cansado.

— Elías aun eres un niño para saber lo que es el amor. —argumente mientras le miraba y
observaba que ponía cara de fastidio. — además, hoy es domingo y son las siete de la mañana
¿Qué haces aquí en mi casa a esta hora? Que no se supone que deberías estar en la iglesia con
Luis.
— ¡No soy un niño! — exclamo molesto sin levantarse de la cama y mirándome fijamente. —
¡te quiero y eso lo se!—cerro sus ojos testarudamente y se arrope de pies a cabeza.
Nuevamente suspire cansado. — y no fui a la iglesia porque quería dormir contigo.

Un tinte rosa vacilo posarse en mis mejillas.

— ¡oye, aun eres un mocoso como para dormir con un adulto!

— ¡Pero las personas que se quieren duermen juntas!— destapo su rostro y me miro entre
enojado y sonrojado. — ¡y me voy a quedar en tu cama te guste o no!— tras esto se arropo
normal y fingió dormir con el ceño fruncido. ¡Pero que niño tan terco y abusador!

— ¡Ah esta bien, haz lo que quieras! — dije resignado. El niño abrió sus ojos y me miro con
alegría, tras esto se lanzo –literalmente- a mis brazos; abrazándome casi de manera ofusca. Le
devolví el abrazo y deje que usara mi brazo como almohada mientras ese pequeño se
acurrucaba en busca de calor.

—Te quiero Yunho…— susurro ante de caer dormido.

Casi al mismo instante de escuchar aquellas palabras mis ojos se abrieron pesadamente.
Aquellos sueños ya eran demasiado concurrentes. ¿Seria algún aviso…? Digo, es que como la
gente dice que cuando se sueña demasiado con algo es signo de que algo va a pasar o algo así.

No se, la gente tiende a creer muchos cuentos.

Casi con la misma pesadez sentí mis parpados caer. Como quería seguir durmiendo… sin
embargo me dolía todo el cuerpo y no estaba en un lugar cómodo. Nuevamente abrí mis ojos y
me di cuenta de que estaba durmiendo en el suelo del baño.

Con tristeza recordé todo lo acontecido anoche; la visita de los gemelos, la pelea con aquel
mocoso, el “no te quiero” de Changmin y luego le forcé a estar conmigo, en realidad no lo
forcé, eso era lo que él quería ¿no? Aunque en aquel instante me gritaba que me detuviera y
yo hice oídos sordos. Además estaba el hecho de haberlo corrido de mi casa y de mi vida y el
hecho de que el no quería irse.

Ante este último recuerdo sentí que mi corazón se oprimió, como un leve vértigo o un rasguño
instantáneo.

Cerré mis ojos con fuerza. Sentía estos mismo arder debido al llanto de anoche. Él también
había llorado y había curado mi mano

¿Y después que pasó…?

Suspire cansado y trate de acurrucarme en el suelo y entonces sentí algo a mi lado. Un poco
desconcertado abro mis ojos y observo que Changmin esta a mi lado, completamente dormido
mientras esta acurrucado a mi lado buscando calor.

Pensé que se había ido y por eso me sorprende que este a mi lado; durmiendo en el suelo. Le
observo por largos instantes. Tal vez ese niño de mi sueño tenía razón: ver dormir a la persona
que te gusta significa que la amas…

Si, probablemente tenía mucha razón. Le observo mientras un suave ronquido sale de sus
labios mientras estos están ligeramente abiertos y se escurre un poquito de baba por la
comisura de sus labios.

Una delgada sonrisa se posa en mis labios, viéndolo así parece una persona muy tierna.
Después de clavar mi vista en su rostro sigo descendiendo por su cuello; noto como varios
botones de la camisa están abiertos dejando su pecho descubierto; aprecio con cierta tristeza
varios moretones en ellas.

Eso me hace sentir culpable pues he sido yo quien ha dañado aquel cuerpo. Sigo bajando mi
vista por su cuerpo, la camisa esta manchada de sangre no se exactamente si es mía o es suya,
noto que solo lleva su bóxer puesto. Lo mas seguro que es que debe tener mucho frio.

Con temor paso mi mano por sus muslos notando que su piel esta muy fría. Casi helada y no es
para menos si estamos durmiendo en el suelo y sin nada que nos cubra mas que la escasa ropa
que llevamos porque yo solo llevo mis pantalones puestos, del resto la ropa esta regada en el
suelo.
Pego mí frente a la suya con cuidado de no despertarlo y me quedo observando su rostro
sereno en eso sus aprieta un poco sus ojos y tras esto los abre lentamente.

Verde.

Sus ojos son marrones como los de ese niño. ¿Serian la misma persona…?

Imposible.

Nunca antes había conocido a Changmin, además de que aquel niño se llamaba Elías no
Changmin. La persona que esta ante mi es un alumno que conocí hace poco. Uno que convirtió
mi vida en un paraíso y la vez en un infierno. ¿Cómo era posible que una persona pudiese
transmitir semejantes sensaciones?

—Buenos días Yunho — apenas dice algo dormido.

—Buenos días. — le saludo bajito, solo limitándome a observarle.

— ¿Qué hora es?— cierra sus ojos y se acurruca en mi pecho.

—no lo se, probablemente las seis o las siete.

—Quiero dormir… —murmura apenas. Con temor paso mis brazos por su cuerpo atrayéndole
en un abrazo, no me rechaza, al contrario, aceptan el abrazo y esconde su rostro en la
curvatura de mi cuello.

— ¿Estaría bien que te llevara a la cama? — pregunto sin intensiones mas que de acostarlo en
la suave cama y que duerma mejor. Siento su cabeza subir y bajar; eso es un si.

Me levanto con cuidado y lo cargo entre mis brazos. Él aun permanece con los ojos cerrados,
no dispuesto a abandonar su amado sueño. Salgo del baño y noto que la habitación esta hecha
un caos total; la ropa regada en el suelo, los vidrios del vaso roto, sangre en el suelo y
resquicios de sangre en la cama. Esto ultimo se que no se trata de mi sangre, es la sangre de
Changmin.
Con pasos lentos camino de entre el desastre para recostarlo suavemente sobre la cama aun
así escucho un leve quejido.

—Me duele todo— le hoyo decir bajito.

—lo siento, es mi culpa.

—también es mi culpa…

Se que la mayoría del dolor de su cuerpo es por mi causa, porque le obligue anoche. Noto que
en sus muñecas hay rastros de pequeños morados, signos de lo fuerte que agarre sus muñecas
anoche. Suspiro cansado mientras me dejo caer en la cama, justo a su lado.

—Yunho. —me llama en n hilo de voz. Le miro dándole a entender que puede seguir hablando.
—¿estaría bien que me quedara a tu lado?

Aparte mi vista de su rostro y me dedique a mirar el techo con absoluto silencio, como si de
repente esto fuera lo más interesante del mundo. Meditaba mi respuesta aunque ya la sabía
de antemano. ¿Por qué me preguntaba aquello si anoche me había dicho que no quería
alejarse de mí?

Por más que busque comprender sus acciones simplemente se me son difíciles de entender.
Nunca puedo llegar a comprender el porque de sus actos o el porque de sus palabras.

— ¿Para ti esta bien permanecer a mi lado?— respondí con otra pregunta que seguro que ni al
caso venia. Le vi dudar un segundo y luego asintió. —Entonces, estaría bien que te quedaras a
mi lado… —dije tranquilamente sin llegar a verle.

Quédate a mi lado Changmin. Te necesito; como un corazón necesita un latido…

Pensé en esos momentos sin embargo no se lo hice saber. Él era el causante de muchos de mis
males y sin embargo se me era difícil irme de su lado. Comprendí entonces aquello que decían
sobre que el cuando amas le das el poder a esa persona para lastimarte… si, yo le había dado
demasiado poder a Changmin sobre mi.
Sin importarme mucho lo que estuviera pasando entre nosotros sentí como su cuerpo se
pegaba contra el mío, sintiendo como la calidez regresaba a su cuerpo tras las sabanas. Él me
estaba abrazando.

Y en ese momento me sentí como un niño perdido, desprotegido y me deje abrazar. Lo amaba
demasiado por para alejarlo de mi. Cerré mis ojos sintiendo la calidez de su cuerpo.

Así de cerca quería sentirlo siempre, siempre. A pesar de que él solo quería sexo, a pesar de
que me haya lastimado tanto, a pesar de todo eso aun le sigo queriendo, con cada pedacito de
mi corazón destruido, con cada pedacito de mi alma adolorida, con cada pedazo de mi ser le
amaba.

—se que quieres solo sexo pero… ¿estaría bien que sea yo quien quiera hacer el amor? —
pregunte cerca de su oído. Tener sexo era tan vacío. — Déjame hacerte el amor cada noche
Changmin ¿esta bien? — lo sentí asentir varias veces. Sonreí, se que no se entregaría igual que
yo, que lo suyo era netamente placer carnal pero yo quería algo mas, aunque tengo claro que
el amor de uno no basta pero quiero intentarlo… quiero intentarlo y esperar a que algún día
pueda corresponder mis sentimientos.

Y allí estaba yo, amándole con devoción; ofreciéndole mi más puro amor, el más cristalino, el
más bonito que nunca nadie le haya ofrecido.

Si lo se; soy un idiota. Un idiota enamorado pero ¿quien dijo que el amor era cuerdo?

Y así, dejándome embriagar por su aroma me quede abrazándole, perdiendo la noción del
tiempo y pensando que la realidad todavía podía esperar.

No se cuanto tiempo transcurrió pero me quede dormido nuevamente en sus brazos y esta vez
no fue el despertador lo que sonó sino mas bien el sonido que hace alguien al tocar la puerta,
solo que esta vez la estaban tocando casi con desesperación.

Abrí mis ojos rápidamente. ¡Seguro que era Alan! ¡¿Pero que rayos le pasa…?!

El sonido incesante del toqueteo de la puerta me exaspera y me levanto deprisa.


— ¡Yunho! ¡Yunho! ¡¡Yunho ¿estas despierto?!!— esa era la voz de Alan. Menudo idiota. Lo
matare por muchas cosas; en primera estancia por haberme dado esos muñecos desnudos que
consiguieron los gemelos y segundo ¡por interrumpir mi amado sueño!

Abro la puerta con rudeza y le mire con cara de pocos amigos pero esta desaparece al verle
totalmente pálido y con los ojos mas abierto de lo normal.

— ¡tu abue esta aquí! — me dice algo bajito y alterado sin dejarme hablar siquiera. Ante esto
siento como de repente el color de mi rostro pierde su color y me quedo pálido.

Que… que mi abue… ¡¿Qué…?!!!

Miro por encima de su hombro y noto como que mi abue esta dirigiéndose hasta mi
habitación.

Probablemente ustedes no lo saben pero mi abuela es la típica mujer súper católica así que no
creo que le haga mucha gracia encontrar a su nieto favorito en un cuarto desordenado, lleno
de sangre y con un niño a medio vestir durmiendo en su cama. Oh no, dudo que eso le guste.
¡Además es una anciana, tiene como sesenta años y no quiero que le de un paro cardiaco por
mi culpa!

Sin saber que hacer solo atino a cerrar la puerta de mi cuarto sin que ella llegue a ver adentro
siquiera.

—Yunho ¿Por qué me cerraste la puerta? ¡Yunho! — escucho como toca la puerta
incesantemente. Yo estoy en un atado de nervios.

¿Qué hago? ¿Qué hago? ¡¡¿Qué hago?!!

—Yunho ¿Por qué tanto alboroto? — pregunta Changmin desde la cama sin siquiera dar señal
de querer levantarse, al contrario, sigue refugiándose aun mas entre el calor de las sabanas y
las almohadas.

Me dirijo rápidamente hacia él.


— ¡levántate Changmin! ¡Levántate! — le digo bajito y algo alterado mientras lo zarandeo
suavemente.

—No, quiero dormir. — y se arropa sin más de pies a cabeza.

— ¡no es momento para dormir, tienes que esconderte Ahora! — digo sin levantar mucho la
voz, no quiero que mi abue escuche todo.

— ¡¿y porque tengo que esconderme?! — pregunta molesto pero sin abrir los ojos y sin
levantarse de la cama.

— ¡porque mi abuela esta aquí y no puede encontrarte!

—Ah la señora Maite esta aquí — dice de lo más tranquilo mientras se acomoda en la cama. —
dale saludos de mi parte.

¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡¿Cómo podía estar él allí tan tranquilo?! ¡Y de paso
mandándole saludos a mi abue!

—¡¡¡Yunho, Yunho!!!— mi abuela sigue tocando sin cesar la puerta de mi cuarto.

¡Por Dios!!

Le quito la sabanas de un solo jalón a Changmin quien, al verse despojado de sus sabanas se
hace un ovillo buscando calor.

— ¡Por Dios Changmin, mi abuela no puede encontrarte aquí! — le explico mientras trato de
ponerlo de pie. — ¡Es una abuelita de sesenta años, seguro que le da un infarto si sabe que su
nieto es un homosexual!

Pero mis intentos de ponerlo en pie son en vano. No se como es que este mocoso de repente
se volvió tan pesado y además él no esta ayudando, no hace el mas mínimo esfuerzo de
ponerse en pie ¡¿es que no escucho todo lo que dije?!

—¡¡¡Changmin, levántate!!!
—no quiero.

— ¡Por Dios Changmin levántate!

—Oblígame. — dice como un niño berrinchudo mientras se aferra a la cama y al que le va a dar
un paro cardiaco es a mi.

La puerta sigue sonando incesantemente.

— ¡Yunho ábreme la puerta en este instante!!

Bien, es seguro que hoy a va a haber un muerto. Así que por favor respetad mi última
voluntad, estoy seguro de que me iré al infierno pero aun así os dejare mi testamento. Os dejo
a cargo de mi casa al odioso de Alan, mis revista de deporte a Aarón (quien parece ser fanático
de estos deporte). Mis libros y novelas de suspenso se los dejo a Mario y aquel gato que nunca
compre se lo dejo a Changmin, para que me recuerde con cariño.

Oh si, también dejo varios exámenes a mi siguiente sucesor en el instituto para que los
alumnos sigan odiándome con aquel fervor que los caracteriza y que sigan diciéndome viejo
para que vean que en la noche los fastidiare y les jalare las patas.

¡Adiós mundo cruel, adiós a todos! ¡Por favor, recordadme con cariño! ¡Y…!

—Esta bien, me voy a esconder. — oyó que dice Changmin con desgano. Entonces escucho
como el cielo me ilumina y oyó aquella canción de “Aleluya…”

¡Gracias Dios, gracias! ¡Sabia que no podías ser tan malo con un alma tan buena como la mía!

Veo como Changmin se pone de pie con dificultad.

—Eres un salvaje. — le oyó decir molesto mientras lo ayudo a esconderse en el armario. Creo
que ese puede ser un buen escondite mientras yo me siento culpable a más no poder por lo
que le hice anoche.
—lo siento. Prometo compensarte. — le digo mientras lo cargo para llevarlo al armario mas
rápido.

Estando allí lo dejo y cierro la puerta y me dedico a recoger un poco el desastre que hay en mi
cuarto.

— ¡Ya voy! — contesto mientras me dirijo a la puerta y la abro algo agitado.

Observo como mi abuela me mira de pies a cabeza.

— ¿Por qué tardaste tanto?

—e-es que estaba arreglando un poco mi cuarto. — respondo apenas.

—ya… me sorprende que tu siempre tan ordenado ahora tengas hecho un desastre tu
habitación.

—bueno abue, siempre hay una primera vez para todo ¿no? — Dice Alan algo nervioso
mientras me mira algo preocupado. El sabe conoce perfectamente a mi abue y sabe que es un
católica de por vida. Alan entra y mira disimuladamente a todas partes, supongo que buscando
rastros de Changmin o algo así. —Pero ya ve que esta algo ordenada, tampoco es que se haya
echado a perder. — tras esto lanza una risotada mas bien nerviosa y poco contagiosa.

Mi abuela entra a mi habitación y estoy hecho un manojo de nervios. Solo espero que no
revise mi armario.

— ¿Que te paso en el cuello y en la espalda? — me pregunta algo extrañada, hasta entonces


me doy cuenta de que no me puse camisa y sigo tal y como estaba anoche y lo que ella señala
no son más que producto de una noche de sexo salvaje; rasguño, chupones y entre otras
cosas.

Me pongo rojo hasta las orejas.

— ¡N-No es nada abuela! — me apresuro a decir mientras voy por una camisa.
—Abue que tal si vamos a la sala. — Le sugiere Alan nervioso mientras trata de guiarla a la
salida.

—un momento. — dice mientras se suelta del brazo de Alan y se comienza a pasear por mi
habitación de un lado a otro, como buscando algo y ese algo no se que es. ¿Será que mi madre
le dijo a mi abue que tengo por amante a un niño de dieciséis años?

—Bien, parece que no hay nada mal. — Dice entornando sus ojos en mí. Sus ojos, entonces, se
suavizan y me miran como la abuela que es. — te he echado mucho de menos mí querido Lea.
Lamento no haber venido el día de tu cumpleaños y por eso he venido hoy. — comenta con
alegría y la sonrisa propia de una chiquilla.

Yo sonrió para mis adentros. Aunque mi abuela a veces sea severa en ocasiones parece una
chiquilla de cinco años. De pequeño siempre me ayudaba a esconderme cuando mi madre
perdía la paciencia y quería castigarme. Era mi cómplice.

—bueno, traje un rico pastel de fresa. ¡Vamos a comerlo! — anuncia a legre mientras se
encamina a la sala pero en su curso algo la detiene. — ¿Que significa ESTO Yunho?— pregunta
algo seria mientras levanta a dos muñequitos, desnudos y uno de esos “supuestamente” soy
yo.

Bien, creo que hasta aquí ha legado mi agonizante existencia. Estoy de pie frente a ella, como
una estatua de piedra.

Los ojos de mi abuela seguían mirándome expectantes. Una embarazosa pausa siguió a
continuación. El tiempo pasaba. Los grillos cantaban. Y los ojos de mi abuela aun me
observaban.

Y yo completamente rojo hasta las orejas, sin saber que decir o hacer.

—eso… eso… ¡eso, pues es mío Abue!— dijo Alan arrancándole de repente los muñecos
vergonzoso de sus manos. Ella le miro alzando una de sus cejas. — errr pues ya sabe, cuando
estoy aburrido me pongo jugar. — nuevamente soltó aquella risa nerviosa. — Oh querida
Martha, he estado esperándote por mucho tiempo. – imito Alan mi voz. Yo tenia un tic
nervioso en el ojo y mi abuela le miraba con ambas cejas alzadas por la sorpresa. — no te
preocupes Manu que puedes hacer lo que quieras conmigo.
— ¿Ese muñeco es una mujer? — dijo dudosamente señalando a el muñeco que se parecía a
Changmin.

—Si, se llama Martha. — dijo alegremente mientras lo alzaba para que lo viese mejor, solo que
había un detalle…

—pero tiene… — si, si, tiene una cosita que no se llama vagina. Alan idiota.

Este por su parte sintió que le cayó una piedra encima. Si no se había dado cuenta los muñecos
estaban desnudos y ambos se veía perfectamente que ambos eran varones y yo estaba que me
moría.

Alan simplemente la estaba cagando.

—ajajajaja es que… es que… pues, ¡es que no había sexo femenino y por eso compre dos del
mismo sexo! — se excuso tontamente. — ¡pero eso no tiene nadita que ver, se siguen
queriendo igual de siempre!

—Ya veo… — dijo mi abue poco convencía. Nuevamente se dirigía a la salida de mi habitación
cuando se escucho unos sonidos provenientes del armario y luego…

— ¡Puta madre! — Y tras esto la puerta del armario se abrió prácticamente y Changmin cayo al
suelo y después de eso una cucaracha voladora salió del armario, ese detalle casi nadie lo
noto.

Todas las miradas se posaron en Changmin quien estaba en el suelo, estaba seguro de que él
sentía todas las miradas posadas en él, lentamente levanto su rostro sonrojado para posarlos
en las personas presentes.

¡Mierda!

Pensé aterrado mientras lo veía.

—este… la cucaracha... Me estaba molestando. — dijo apenas. Changmin se puso de pie


rápidamente mirando con algo de horror a mi abue, quien le miraba de pies a cabeza; miraba a
Changmin y después miraba el muñeco de Alan, miraba a Changmin y luego al muñeco y así
pasaron varios segundos mirando a mi alumno y después al muñeco con su parecido.

Mi abuela encuentra a un niño de dieciséis años, escondido en mi armario con solo un bóxer
azul rey y mi camisa blanca con algunas manchas rojas por la sangre después de haber
encontrado mi habitación algo desastrada y varias marcas en mi cuerpo. Y luego estaban esos
muñecos indecentes… No había que ser genio para sacar conclusiones de lo que pasaba allí.

—Así que es cierto lo que tu madre me dijo… — comento serenamente mientras me miraba
seriamente. Yo sentí que había disminuido de tamaño y le llegaba a los tobillos y ella podía
aplastarme en cualquier momento. — eres gay Yunho…

Ok, creo que ese es la gota que rebalso el vaso.

Adiós mundo cruel, adiós estúpido Alan, adiós querido Changmin, ¡adiós a todos…! Seguro que
me llevan a la horca o me queman vivo.

¡Esta bien, acepto mi castigo y háganme Yunho a la parrilla! (aunque si lo pienso bien solo me
van a quemar así que en ese caso seria Yunho asado) ¡ah que importa! ¡Yunho a la parrilla o
Yunho asado igual tendrá su castigo!

—ahmmm creo que aquí estamos sobrando.- dijo Alan mientras tomaba a Changmin de la
mano.- mejor dejémosle solo para que hablen tranquilamente.- y tras esto se fueron de la
habitación. Yo me quede con la cara en blanco sin atreverme a mirar a mi abue.

Al menos no le ha dado un paro cardiaco…

Pensé nervioso sin llegar a mirarla.

—ese niño… es tu amante ¿verdad? — ¡que clase de pregunta es esa!!! Abaje el rostro rojo por
la pena. —Yunho, mírame. — me ordeno sin levantar la voz pero yo no me atrevía a eso. No
quería su rechazo, era mi abue preferida. — tu madre y hermanos me comentaron sobre lo
sucedido. ¿Para ti esta bien estar con ese chico?

No me atrevía responder por miedo a ser juzgado. —Vamos mi niño, responde, no voy a
juzgarte…— su voz tranquila y serena me animo a levantar el rostro y mirarla.
— ¿Cómo va a estar bien eso abuela? ¡Es una relación prohibida por muchas razones..., ambos
somos hombres..., es mi alumno..., y encima es menor de edad...! Además que dirá su madre,
la sociedad, ¡que dirán todos!

—No he preguntado por la sociedad o el mundo entero Yunho. — me miro severamente. — te


pregunte específicamente a ti si estaba bien estar con ese niño. Solo a ti.

Abaje el rostro apenado. ¿Para mi estaba bien querer a ese mocoso malcriado?

Suspire sabiendo la respuesta de antemano.

—…si, para mi esta bien estar con el. Lo quiero… no, lo amo y me siento pleno a su lado. — Me
atreví a decir con toda sinceridad. Le mire temeroso de algún rechazo mas ella solo suavizo sus
ojos y me sonrió ampliamente.

—Si para ti esta bien entonces lo demás es cuento. — dijo sinceramente mientras posaba una
de sus manos en mi hombro. — no hay nada que temer mi querido Lea, te quiero y eso no va a
cambiar solo porque ahora tengas gustos diferentes.

—Abue…

—Bien, ustedes dos ya pueden dejar de escuchar. — dijo alzando un poco la voz. No se de que
iba eso pero enseguida comprendí que Alan y Changmin escuchaban todo tras la puerta.
Sonreí tranquilamente.

—y yo que pensé que era un excelente espía. — comento Alan divertido mientras entraba a la
habitación junto con mi alumno.

—tengo muchos mas años que tu jovencito, eso me cataloga con mas experiencias. — Alan
solo rio y se rasco el cuello nervioso. Luego poso su vista en Changmin. — no nos hemos
presentado aun. —se acerco a él. — mucho gusto, soy la abuela de Yunho; Maite Kenwood.

—mucho gusto señora, soy Changmin Vázquez. Un placer conocerla. — ambos estrecharon sus
manos mientras mi abue sonreía como una niña encantadora.
—Eres un niño encantador. — me miro. — después de todo tienes buenos gustos, es una
preciosidad, solo espero que no seas muy brusco de noche eh…— dijo pícaramente y yo
enrojecí hasta las orejas.

—abuela, créame que esos dos no son ningunos santos. Si usted los viera de noche… parecen
animales salvajes comiéndose entre ellos… — dijo el bastado de Alan con diversión.

— ¿en serio? Uh eso mismo me dijeron mis nietos. —malditos mocosos de mis hermanos.
Cuando fuese a la casa lo amarraría y dejaría por fuera sin alimentos durante varios días.

—pensé que le daría un paro cardiaco en cuando viera al pequeñín de Changmin— comento
divertido Alan.

—no, por supuesto que no. Ya estaba preparada para algo así aunque se de alguien a quien le
daría un paro cardiaco si se entera que tienes novio.

Suspire cansado. Se que quien habla y seguro que le da mas que un paro cardiaco en cuanto la
noticia llegue a sus oídos.

— ¿en serio? ¿y esa o ese quien es? ¿El padre de Leandrito? — pregunto mi rubio amigo con
interés y mucha curiosidad. Mi abuela solo sonrió algo cansada.

—no claro que, el padre de Lea hace mucho tiempo que se fue — dijo con cierto toque de
tristeza. — pronto conoceréis a esa persona que protege tanto a Yunho y que, en cuanto sepa
esta noticia, vendrá como un rayo a la velocidad de la luz, él siempre arma un escandalo
cuando Yunho tiene pareja… pero bueno, eso es lo de menos, yo vine a celebrar el
cumpleaños de mi nieto ¡así que esta noche haremos una gran fiesta!

— ¡¿de verdad abue?! — dijo Alan con los ojitos brillándole. — ¡adoro las fiestas!

— ¡claro que si mijo! ¡Puedes traer a quien quieras y bastante alcohol que ya veras que armara
la grande! — exclamo entusiasmada.

No, no y no. ¡No pueden hacer una fiesta en mi casa!


— ¡wow abue, usted es de las mías! ¡Ahora mismo comprare todo el alcohol que quiera!
¡Invitare a medio mundo! — y salió corriendo.

Ah no, ¡eso si que no! ¡En mi casa no se armara ningún escandalo! Y con ese pensamiento
salgo corriendo detrás de Alan para evitar que valla a traer a media docena de mundo a mi
casa; sin darme cuenta de que había dejado a mi abue y a Changmin solos en mi cuarto y que
tuvieron una conversación, una que seguro no me fuera a enterar nunca…

—Ahora que estamos solos supongo que debemos dejar de fingir…— dijo tranquilamente el
joven de melena roja mientras observaba serenamente a la mujer mayor frente a si.

— ¿de que hablas querido Changmin? — dijo confusa mientras miraba al muchacho de piel
blanca y ojos marrones.

—Le agradezco que no le haya dicho nada a Yunho — respondió distraídamente sin llegar a
levantar la voz. —Pero se que desde el momento en que me vio supo quien soy.

La dama mayor no se molesto, al contrario; le sonrió educadamente. —tienes razón… fingí que
no te conocía por el bien de mi querido Lea…

Adopto una posición mas seria y dijo casi con nostalgia al muchacho frente de ella.

— nunca pensé que volvería a verte Changmin… o debería decir querido Elías.

Cap 13: feliz cumpleaños atrasado

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola a todos! Bueno aquí esta la continuación como lo había dicho, es un capitulo bastante
largo sí que sorry ;-;
Capitulo 13: feliz cumpleaños atrasado.

El día estaba esplendoroso, si era un día realmente hermoso. El sol brillaba, los pájaros
cantaban y yo respiraba sin embargo mi mañana se veía turbada.

¡Idiota Alan desiste de esta idea inmediatamente!

La imagen gráfica que podría describir ahora mismo seria yo en medio de la puerta tratando
de impedir que Alan saliera ¡a hacer quien sabe que!

— ¡tu no sales me oyes! ¡No sales! — aclare alterado mientras bloqueaba la salida.

—No seas infantil Yunho. — dijo Alan mientras se acercaba a mi. — tu abue dijo que quería
una fiesta ¡y aquí se va a armar en grande esta noche! — dijo con un entusiasmo que me
asusto.

— ¡ah no, eso si que no! ¡Tú no vas a botar mi casa por la ventana y a traer cuan desconocido
se te atraviese en el camino!

—no seas exagerado. Solo traeré a mis amigos. — aclaro con una sonrisa un tanto maliciosa.
¡Ok eso no me gustaba ni un pelín!

Seguro que traería una manda completa que destruiría mi casa

—anda di que si.

— ¡no!

—anda, no seas malo y déjame ir a comprar mucho licor.

— ¡¿y que te hace pensar que voy a aceptar eso?!


—Pues porque lo dijo tu abue. — Respondió tranquilamente mientras señalaba el cuarto en
donde se habían quedado mi abue y Changmin solos. — además de soy tu amigo y me
quieres.

—Si claro... Mi amigo. — Le mire entrecerrando mis ojos. — ¡dije que no!

¡Esperen un momento…!

Mi abuela… y Changmin… solos… en mi cuarto…

Mi mente se activo diciéndome: ¡peligro!

En seguida me quite de la puerta sin percatarme de que Alan aprovecho eso para salir, yo en
tanto me dirigí al cuarto corriendo.

— ¡Abuela! — dije en atado de nervios al ingresar a la habitación. Lo que vi me dejo


boquiabierto: mi abuela conversando amenamente con Changmin y este riéndose de sus
bromas.

—Oh Yunho querido, le contaba a Changmin sobre la vez que ingresaste a la universidad y
estaba más histérico de lo normal. — me informo con una gran sonrisa en sus labios mientras
me miraba. Changmin en tanto me miraba conteniendo la risa.

¡Pero que horrible que le este contando semejantes actos! Eso es lo malo de que los parientes
se junten con la pareja de uno; empiezan a contarle de todo sin importar si te avergüenzan

— Abuela no le cuentes esas cosas— reclame avergonzado.

— ¡pero que dices! ¡Además fue este joven quien me pidió que le contara cosas de ti! ¡Se ve
que no se han comunicado mucho! — entrecerró sus ojos molesta. — ¡deberían ser mas
comunicativos en vez de solo estar teniendo sexo!

Pero si es justamente eso lo que quiere Changmin…

Pensé tristemente.
Y después regrese a la realidad.

— ¡¿y desde cuando ustedes dos se llevan tan bien?! — pregunte entre molesto y curioso.
Ambos se miraron y después rieron.

—Cosas de la vida querido, cosas de la vida… — respondió mi abue sin contestar muy bien mi
pregunta. Yo me quede con un montón de signos de interrogación en la cabeza. — además
pensé que te habías ido a detener a tu amigo. Él parece muy entusiasmado con tu fiesta de
cumpleaños.

¿Amigo?

Ah si el idiota de Alan…

¿A dónde se habrá metido?

Procesando información…. Y entonces…

¡Oh rayos…olvide que Alan se fue!

Me coloque los zapatos rápidamente y me arregle algo para no salir como un completo loco.
¡Seguro que se fue a una tienda de licor!

Y sin pensarlo detenidamente salí de allí a toda prisa en busca de ese loco. Debería meterlo en
un manicomio.

Lo encontré en el camino. Iba cantando una de sus canciones preferidas muy alegre.
— ¡Ey Lea, viniste a acompañarme! — comento alegre. Después pasó su mano por mi hombro
y señalo hacia el horizonte. — esta noche será una noche muy especial.

—nada de especial, ahora mismo desiste de esta fiesta.

— ¡pero tu abue…!

— ¡ah tu conoces a mi abuela; es una viejita que le encantan las fiestas…!

—Y es católica… — comento confuso.

— ¡si ya lo se! Y conociéndola como la conozco seguro que será todo un escandalo, no se que
será capaz de hacer en esta idiotez —me revolví los cabellos desesperado.

—Ya, ya… relájate. — sonrió de lo lindo. Odio que haga eso. — esta noche será divertida. Tu
abue solo quieres que te distraigas un rato de tus deberes, además de compensar el hecho de
no haber estado en tu cumpleaños ¿Cómo crees que se sentirá ella? — Puso cara de cachorrito
triste — seguro que se pone muy triste si sabe que su nieto no la quiere en su casa y que no
quiere uno de sus regalos.

Maldito bastardo. ¡Estaba haciéndome sentir culpable y lo estaba logrando!

— ¡Pero…!—trate de objetar pero se me adelanto poniendo una de sus poses dramáticas.

— ¡que triste es que tu familia no te acepte un regalo! ¡Cuánto daría yo por tener una abue
como la tuya! — y fingió llorar el muy bastardo.

—no sabes apreciar lo que tienes. Ya puedo imaginar a tu abue con lagrimas en sus ojos — y el
Oscar es para… pensé con sarcasmo mientras le miraba en su dramatismo.

— ¡ah esta bien! — condenado. ¡Logro convencerme! — Vamos a hacer la fiesta pero solo
entre nosotros de acuerdo, nada de gente extraña

— ¡ah pero que aburrido eres!


—ya dije. Nada de gente extraña.

— ¿al menos puedo llevar a Mario?

—Esta bien ¡pero nada de violaciones! —Bromee—porque te denuncio.

—Mira quien habla de violaciones. —Cruzo los brazos tras su espalda. — ¡además yo soy el
que debería denunciarlo por todo lo que hace en mi mente! —Puso cara de dramático.- ¡es tan
difícil contenerme! A veces me provoca alanzármele encima y quitarlo toda esa ropa. ¡Es tan
lindo sin ropa! —le di un golpe seco en la cabeza. — auch... No tenías porque pegarme.

— ¡pues eso te pasa por andar de pervertido! — reclame molesto y avergonzado. Este nunca
aprendería.

— Como si yo fuese el único pervertido aquí... seguro que también le haces cosas pervertida
a tu alumno. — me miro con la picardía propia de un pervertido y yo le di otro golpe.

Después de eso regrese a casa. Debía alistarme para ir a mi trabajo, si bien no quería ir pero
debía hacerlo si quería conservar mi empleo así que apresure mi paso pues debía ir a dar
clases a las diez de la mañana y no faltaba mucho para que esa hora llegara.

Al llegar a casa mi abuela también había salido a comprar quien sabe que, no quiero ni
imaginar que tiene pensado hacer esta noche. Así que en la casa solo estábamos aquel mocoso
y yo.

Me sorprendí de verlo allí, pensé que ya se había ido.

— ¡¿y como me voy a ir si no tengo ropa?! — me grito molesto una vez que le pregunte. — ¡te
recuerdo que fuiste tu quien la destrozo!

Ah cierto... había olvidado ese detalle.

Sin querer suspiro. Anoche había sido una noche larga, trágica y triste para ambos y que sin
embargo había un detalle que la hacía especial.
Supongo que todas las parejas pelean pero las nuestras son temas bastante controversiales.
No debería culparlo, Changmin sigue siendo un niño, que va a saber de relaciones serias...,
aunque si lo pienso bien tampoco es que haya tenido muchas, de hecho creo que ninguna.

Siempre fueron pasajeras, no más de dos meses juntos y luego terminábamos. Tal vez debe ser
porque nunca sentí más que afecto y aprecio por esas personas pero con Changmin era
diferente.

Lo amaba. Realmente lo amaba y lo quería a mi lado a pesar de todo el daño que me había
ocasionado.

— ¿Yunho? —me llamo mi alumno mientras me miraba fijamente.

—ah lo siento. Estaba divagando. — sonreí algo forzoso. Los recuerdos de anoche aun me
dolían pero quería aparentar que todo estaba bien pero al parecer el lo noto porque desvió su
mirada llena de tristeza.

—Mamá ya se debe haber ido a trabajar. — comenzó a relatar sin mirarme a los ojos. —
Aarón probablemente le invento una excusa creíble del porque no llegue a casa. — hizo una
pausa mientras observaba como un leve sonrojo aparecía en sus mejillas. — No puedo salir así
como estoy así. — cierto, si salía con un bóxer azul y mi camisa blanca a medio cerrar la gente
pensaría cosas muy mala. Aunque no creo que fuera eso lo que le preocupara sino más bien
que su hermano lo viese así, además estaban visibles aquellas marcas que les deje.

Una punzada de culpabilidad me invadió de repente.

Trague saliva mientras observa como se frotaba las muñecas con nerviosismo.

— Ve a mi cuarto y tráeme algo de ropa. — dijo para después tragar saliva. — ¡Y ni se te


ocurra revisar mis cosas!— ordeno sonrojándose a mas no poder y entregándome las llaves de
su casa.

Las tome no muy seguro.

—pero ¿y tu hermano no esta allí?


—no. Tiene clases a primera hora así que la casa esta sola.

Parpadee perplejo.

Sin decir nada me fui a su casa. Un poco nervioso entre. Con la gran suerte que tengo temía
que su madre llegase y me considerara un ladrón así que rápidamente fui a las habitaciones,
no sin antes apreciar lo bonita que era la casa por dentro, la primera vez que entre aquí fue
cuando Changmin enfermo así que no la detalle mucho pero ahora que la veía bien era una
casa muy hermosa.

Me apresure a la habitación, antes ya había estado allí así que no se me hizo difícil localizarla.
Cuando entre no me sorprendí de ver afiches de estrellas de música pegados en la pared ni de
que el cuarto estuviera desordenado, a fin y a cabo seguía siendo un mocoso.

Las palabras de mi abuela resonaron en mi cabeza: ¡deberían ser más comunicativos en vez de
solo estar teniendo sexo!

Así que quería saber un poco y aproveche la oportunidad de ojear un poquito.

Revise sus discos y me di cuenta de que le gustaba de todo un poco; desde el rock hasta el
reggaetón. Fruncí el seño ante esto ultimo, para mi el reggaetón era una música desagradable
y denigrante.

Pero sonreí levemente al encontrar discos como Mecano, James Blunt y Rudy Da Escala. Deje a
un lado lo discos y mire su habitación; definitivamente este cuarto estaba totalmente lleno de
ese niño malcriado, incluso podía oler su olor en la habitación.

Me asome a su cama desordenada y sonreí un poco a encontrar en su cama un osito de


peluche, era de un color marrón bastante oscuro y parecía desgastado por el pasar de los años.
Tal vez lo conservaba desde su infancia.

Lo deje a un lado y un curioso objeto llamo mi atención... era un cuaderno. Lo abrí por mi
curiosidad y encontré escrito en la primera página “Cuaderno de notas”

¿Cuaderno de notas?
Movido por mi curiosidad leí las primeras líneas; relataba algunas cosas de sus vida y
comprendí que ese cuaderno de notas era en realidad un diario aunque él lo llamase de otro
modo, igual sigue siendo un diario.

¿Escribiría algo sobre mí?

Adelante unas cuantas hojas y comencé a leer.

Dicen que si amas déjalo libre....eso es una gran mentira. Entonces tal vez lo que yo sienta no
sea amor, tal vez sea obsesión... si, tal vez sea eso. Una obsesión por tener su perdón.

Me quede confundido ante estas líneas. ¿De quien estaría hablando? ¿De mi?

Por un momento solo quisiera que estos recuerdos no me atormentaran. Tal vez sea egoísta.
No, yo soy egoísta porque no quiero dejarlo libre a pesar de que lo lastimo tanto, no quiero
que se que se vaya de mi lado otra vez... no quiero que me olvide... otra vez.

Un ruido en la sala me hizo cerrar aquel cuaderno rápidamente. Tal vez su madre había
llegado. Aterrorizado con esa idea guarde el cuaderno y me asome a ver quien era pero no
había nadie, tal vez el viento tumbo algo.

Respire aliviado y regrese al cuarto. Esta vez solo a buscar su ropa; nada de andar husmeando
aunque ganas no me faltaban pero estaba irrespetando el espacio privado de alguien así que
mejor dejar el asunto por la paz.

Sin embargo aun seguía en mí la espinita de saber de quien estaba hablando.

Busque algo de ropa y se la lleve.

Él me miro inquiridoramente como buscando inicio de que había revisado su habitación pero
disimule muy bien así que no sospecho nada.

El resto del tiempo me dedique a vestirme e irme a la secundaria. No nos dirigimos media
palabra.
Durante la tarde me la pase suspirando. Lo de anoche retumbaba en mi mente una y otra y
otra y otra vez sin cesar, martirizándome.

¡Changmin era mi desesperación! ¡Y además estaba lo de mi abuela!

¡Dios mi abuela!

¡Ustedes no conocen a mi abuela y yo sí, por eso me preocupo!...

Usará su imaginación y de solo pensarlo se me ponen los nervios de punta

Respira Yunho, respira porque o sino te vas a volver loco.

¿Porque será que eso nunca funciona conmigo?

Bien no importa. Ya ha llegado la hora de mi salida así que me dirijo a casa. Espero no
encontrar algo vergonzoso.

Además solo es una fiesta y entre pocas personas; si lo cuentos somos Changmin, Aarón,
Mario, Alan, mi Abue y yo.

Ah no son muchos, eso es bueno pero creo que con Alan y mi abuela es mas que suficiente

No entres en pánico, no entres en pánico. Todo va a estar bien.

Y con esa idea me dirijo a mi humilde y no solitaria casa.

Me sorprende que al llegar no se escuche ningún ruido. ¿Será que me equivoque de casa? Es
que con mi abuela allí estaba seguro de que seria un escandalo total y para mi no sorpresa al
ingresar dentro del apartamento las luces estaban apagadas y de la nada salió un “¡Sorpresa!”
gritado por los pocos presentes que estaban en la fiesta.
En realidad no fue ninguna sorpresa porque tan solo con entrar y ver las luces apagadas
supuse de que iba la cosa.

— ¡Feliz cumpleaños atrasado Lea! — dijo Alan mientras me colocaba un gorrito de eso de
cumpleaños. Eso era ridículo. Se supone que eso solo es para niños y yo ya tenia veinticuatro
años.

Me di cuenta de que todos cargaban gorritos como ese, incluso mi Abue y Changmin.

— ¡bien ahora si puede empezar la fiesta de verdad! — dijo mi abuela en un tono que me
asusto.

—Hola profesor Yunho. — me saludo Mario alegre. Yo le sonreí.

—me alegra que hayas venido.

—es que Alan me obligo. — me comento con una mirada preocupada. — no puedo quedarme
pero Alan no me deja ir.

—Entiendo. — mire por el rabillo del ojo a mi amigo que parecía muy feliz de estar repartiendo
bebidas alcohólicas.

Le coloco una cerveza en la mano a Mario. — ¡pero soy muy joven para beber! — dijo algo
alterado. Alan lo medito.

— ¡es cierto mi Canario! Eres muy pequeño para estas cosas. — le quito la cerveza y en
seguida le busco un refresco. — esto esta mejor. — y le sonrió ladinamente y tomo al pequeño
Mario del brazo. —mejor de tengo amarrado a mi. No vaya a ser que te me escapes.

Y sin más se fue a poner música. Yo solo observe que la fiesta tampoco era un escandalo. Creo
que exagere un poco.
Mientras Alan colocaba la música sentí un escalofrió recorrerme la espalda. Mire en una
dirección especifica y me di cuenta de que aquel mocoso me miraba con algo parecido al
enojo. Sonreí nerviosamente.

¿Por qué me estaría mirando así?

Y sin más se cruzo de brazos y al parecer se dirigió al baño. Le seguía de cerca.

— ¿Qué quieres Yunho? — espeto molesto cuando me vio entrar al mismo lugar que él.

— ¿estas molestos?

— ¡Claro que no! ¡¿Por qué debería estar molesto?! — me fulmino con su mirada verde
intenso. — ¡¿Por qué ese niño también vino?!

Parpadee unos segundo… tal vez… ¿hablaba de Mario?

— ¿Estas celoso de Mario? — mi pregunta le tomo por sorpresa.

— ¡Si! — me respondió mirándome enojado. Yo me sorprendí por su sinceridad. — ¡no debes


mirar a otro lado porque tu eres mío, mío, mío y de nadie mas! Porque a mi nadie me quita lo
que es mío por derecho. Porque siempre consigo lo que quiero. ¡Porque soy un crio del
demonio, con mal genio, carácter retorcido, celoso y un posesivo sin remedio! — y tras esto
lleno sus sonrojadas mejillas de aire cual niño malcriado y se cruzo de brazos mientras miraba
a otro lado.

Yo estaba anonado, con las cejas alzadas por la sorpresa. Realmente es un posesivo sin
remedio. Un acosador. Suspiro un poco y sin querer una leve sonrisa se posa en mis labios. Los
celos del chico se me presentaban con un sabor exquisito

Iba a decir algo pero en ese instante entra Alan tomándome del brazo.

— Ey ¿Qué hacen aquí? ¡La fiesta de verdad esta a punto de empezar!

— y sin mas nos llevo a rastrar a la sala en done me sentaron en el mueble de la sala.
Mire confundido a Alan.

—Solo espera un tantito. — dijo con una sonrisa y lo vi alejarse. Suspire cansando
preguntándome que había planeado el idiota, mire a mi lado y me encontré con la mirada
divertida de Aarón; eso no me gustaba.

— ¡Feliz cumpleaños Yunho! — casi me grito divertido. Yo lo mire extrañado; eso no era
necesario y después tomo la cerveza que estaba en la mesita y se la tomo completamente.

Tal vez el licor ya se le subió a la cabeza.

Pensé mientras veía como se tomaba la cerveza.

—oye ¿no estas muy joven para tomar eso? — pregunte algo preocupado. Aarón me miro algo
confundido, como si no pudiese procesar lo que había dicho.

Miro la cerveza y después me miro a mí. Nuevamente miro la cerveza y después me miro.

—Disculpe ¿Qué dijo? — me pregunto confundido tras varios minutos.

Le quite la cerveza que tenia en la mano. — ¡oiga! — me reclamo.

—Será mejor que dejes de beber. — me miro sin entender nada. ¿Será que el alcohol le daño
las neuronas?

—Iré a buscar otra. — Anuncio mirando el piso. — oishh si tan solo ese piso dejara de moverse
¡¿Qué acaso hay un temblor?! —pregunto molesto mientras me miraba.

Alce una ceja. El piso no se estaba moviendo.

— ¿Aarón estas bien? —pregunto Changmin al ponerse frente a su hermano. El aludido le miro
unos segundos y después sonrió.
— ¡Hermanito, tenia tiempo sin verte, sabias que te quiero mucho! — el enojo se le había ido.
Definitivamente el alcohol dañaba a las personas. Changmin en cambio se sorprendió.

—O-k-e-y será mejor que dejes de tomar.

—nooo, no seas aburrido…, se buen hermano y tráeme otra de esas. — Señalo la cerveza que
tenía en mis manos. — lo haría yo pero es que ese piso se mueve mucho.

Changmin negó con la cabeza., en ese preciso momento las luces se apagaron y unas
parpadeantes luces iluminaron mi sala.

Y lo que paso después me dejo sin aire.

Dos hombres y una mujer completamente vestidos de una manera erótica entraron a mi casa,
una extraña melodía inundo el ambiente y esas personas extrañas comenzaron bailar
sensualmente.

Yo me quede con cara de pasmado.

— ¡yujuuuu!!! —oí decir a Alan en alguna parte de la sala. Todo estaba oscuro así que no veía
bien.

Y de repente comenzaron a quitarse la ropa.

No puede ser, ¡eran nudistas!

Esto no puede estar pasando en mi casa.

Pensé aterrado mientras el sostén de aquella mujer impactaba en mi cara y dejaba a relucir
sus… bien formados pechos.

— ¿esas cosas son reales? —pregunto confundido Aarón mientras la miraba fijamente.
Yo en un acto de reflejo le tape los ojos al muchacho.

— ¿eh? ¿Por qué todo esta tan oscuro? —pregunto. Mire a Changmin el cual estaba tan
sorprendido como yo mientras uno de aquellos hombres le bailaba en frente y… se quitaba la
ropa.

Oh por Dios…

Si la policía viniera en este instante me meterían preso por anda de corrupto de menores.

¿Menores?

¡No! ¡Mario!

Mire a todos lados y vi al muchacho rojo como tomate mientras veía perplejo como aquellas
personas se desnudaban.

—oiga… ¿puedo tocarlas?

¿Eh? Mire a mi lado y Aarón se había quitado mi mano de sus ojos y miraba divertido a la chica
que solo sonrió por la petición.

— ¡Aarón! — regaño Changmin sorprendido.

— ¿Quep? — el chico sonrío como niño bueno y tambaleándose se puso de pie. — wow son
muy pero muy suaves… — comento sorprendido mientras… se las tocaba. Yo estaba con la
quijada en el piso. ¡Pero que chico tan osado! — ¿son de verdad?

La chica asintió.

Changmin se golpeo la frente con la palma de su mano. Yo en cambio me bebí la cerveza que
tenia en la mano a todo millón.

Yo sufría al ver a esa tipa bailar casi desnuda frente a mí y Aarón bailando al lado de ella.
¡Esto es de locos!

A los lejos Alan se reía como idiota por todo lo que pasaba. Al parecer la situación se le hacia
divertido.

Desgraciado, todo lo que es sufrimiento ajeno le divierte en demasía, maldito sádico…

Uno de aquellos tipos se puso frente a pobre Mario quien no sabía en donde esconder su cara
y empezó a bailarle con el bóxer aun puesto.

El chico solo atino a taparse los ojos y allí fue cuando Alan reacciono.

—Ah lo siento pero este chico es mío. — dijo poniéndose al lado de Mario quien aprovecho
para esconderse detrás de él y mirar avergonzado al tipo enmascarado. —porque mejor no le
va a bailar a la abuela… — y miro a un punto cualquiera buscando a mi abue.

¿eh? ¿Y mi abue?

— ¡ah cierto, la abuela se fue a dormir! — anuncio Alan apenado.

Genial… mi abue arma un escandalo en mi casa y ni responsable se hace. ¡Es que mañana se
las va a ver conmigo!

Observo que Changmin también comienza a beber un poco alterado por los sucesos mientras
Aarón sigue bailando, riéndose por su borrachera y la ropa interior pronto sale volando para
todas partes.

Si, es definitivo. Aparece en periódicos, en revistas, en la televisión y en todos los medios de


comunicación por andar de extorsionista de menores de edad.

Genial Yunho, tu reputación terminara en la cárcel. Genial simplemente genial.

Solo espero que esta noche no termine en tragedia


Pienso aterrado mientras Alan me pasa un vaso de whiskey sin hielo y yo me lo tomo sin
pensarlo dos veces.

Pronto los nudistas terminan su “espectáculo” y se van. ¡Gracias Dios, gracias…!

— ¡Vamos a cantar! — anuncio Alan mareado de tanto alcohol. — ¡Yo empiezo! —


tambaleando se subió a la mesita. Se aclaro la garganta y comenzó: — Yo sé bien que estoy
afuera pero el día que yo me muera sé que tendrás que llorar.

—Llorar y llorar… llorar y llorar… — le siguieron Aarón y Mario (quien también había bebido) y
ahora cantaban al unisolo.

Yo me tape la cara con resignación. ¡Por Dios esa canción esta más vieja que el maíz amarillo!

— Dirás que no me quisiste pero vas a estar muy triste y así te me vas a quedar. —Siguió
cantando esa canción mientras traba de mantenerse en pie. — Con dinero y sin dinero yo hago
siempre lo que quiero y mi palabra es la ley. — y tras esto se callo de la mesa.

—auch eso dolió.

Se quejo desde el piso sin siquiera levantarse. Solo se puso de pie con la ayuda de un muy
mareado Mario y un borracho Aarón.

Alan se puso de pie casi con victoria mientras se sostenía del hombro del gemelo mayor. Pero
eso no impidió que siguiera cantando

—No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda pero sigo siendo el rey. — esta ultima
palabra la enfatizo mucho y la voz se le desafino produciendo un ruido muy feo a mi parecer.

Lo que a mi me molesto a los dos muchachos les causo demasiada gracia porque estaban en el
piso riéndose.

Yo miraba la situación realmente chasqueado, aunque también estaba muy mareado. Para ese
entonces eran la una de la madrugada.

—sshhh… no se rían del rey. — dijo Alan bajito a saber yo porque…

—Rey ¿y la corona? — Alan se toco el cabello como buscando algo.


—cierto… mi corona… — miro a todos lados. — ¿Dónde se habrá metido?... corona ven
aquí…ven vamos, que no te voy a hacer nada — y después hizo el sonido de como llamar a un
perro. Lo mire alzando una ceja.

—Alan idiota…—murmure apenas

—shhh vs a espantar a la corona del rey. — y tras esto se quito los zapatos. A mi no me
pregunten porque solo se los quito y ya. — ¡oh cierto! No tengo corona... bueno, no importa.
¡Me voy a hacer una! — y sin mas se fue al cuarto.

Cuando regreso traiga con el un pedazo de cartulina, tijeras y un cinta adhesiva. Yo aun
continuaba en el mueble, mirando curioso la escena, esta bastante mareado y sentía unas
ganas inmensa de orinar pero tenia flojera de pararme.

—Cortando por aquí y cortando por allá voy a lograr tener una coronita… — canturreo
emocionado mientras recortaba el pedazo de cartulina. — ¡auch…! ¡Me corte!

—idiota…

— ¿estas bien…?— pregunto algo preocupado Mario al revisar el dedo que se había cortado.
Alan le miro unos segundos atentamente.

— Si supieras cuanto te pienso, me denunciaras por acoso mental— murmuro para después
besarlo, aunque creo que mas que besarlo se lo estaba comiendo.

—Wuaaaak ya déjalo. — dijo Aarón asqueado. — le estas haciendo una limpieza bucal.

Pero no le hizo caso y siguió…, comiéndoselo con la boca.

— ¿Están usando la lengua verdad? — me pregunto Aarón curioso. Yo me puse de pie


rápidamente, tambaleándome en seguía.
—epa, epa, epa… ¡ya déjalo respirar! — le ordene mientras los separaba. Me di cuenta al
tomar al chico que tenia fiebre, creo que el licor le afecto mucho. —Vamos a llevarte a la
cama… — le dije no muy seguro. En ese momento veía a dos Marios mirarme confundidos.

—Tu cama esta ocupada. — me informo Alan mientras trataba de ponerse en pie. — allí esta
durmiendo tu abue… llévalo a mi cama.

—ya quisieras tu…

—Pero si mi cama esta llena de buenas intensiones. — sonrío maliciosamente mirando a


Mario. — y… malos pensamientos pero no voy a hacerle nada al chico. Tampoco estoy tan
borracho.

Aja… y yo nací ayer…

¿Yo nací ayer?

Ya va… ¿Qué día es hoy?

¡Pero que estoy pensando, claro que no! El alcohol ya se me esta subiendo a la cabeza.

— ¡Yo duermo con Mario…! — anuncio Aarón alegre. — es que él me cae bien…— aclaro para
después reírse como loco.

Bien, bien…

Esta mas que claro que nunca mas volveré a hacer una fiesta con menores y que este un
pervertido de por medio.

—ah bueno, duerman en mi cama que el rey duerme en el mueble.

Bueno, creo que no se los he comentado pero mi apartamento tiene dos habitaciones; en una
duermo yo y en la otra comenzó a dormir Alan hace poco.

Y agarrándonos de las paredes (como si fuéramos el hombre araña) llegamos a la habitación.


Mario se tumbo en la cama mientras Aarón se quedo mirando su reflejo en un espejo.

— ¿Tu también vas a dormir con nosotros hermanito? — pregunto Aarón al espejo.

Lo que me faltaba, un borracho hablando con un espejo.

—Ya va…. ¿dijiste hermanito? A todo esto ¿Dónde esta Changmin?

—Dijo que iba a mear — me aclaro Aarón mientras caminaba no muy seguro a la cama. — y
después no volvió. — se acostó en la cama abrazando una almohada. — creo que se lo trago el
monstruo de la poseta (1) y… que sueñes con los angelitos. — y tras esto se durmió. Mario
también había caído rendido nada mas tocar la cama.

Sin más me fui a buscar a Changmin, seria mejor que lo encerrara allí también.

Fue a la sala pero no había regresado. Alan seguía haciendo su corona mientras seguía
cantando aquella absurda canción: — Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era
rodar y rodar…rodar y rodar…rodar y rodar…

Lo mire confundido un momento y después me fui al baño. Aarón dijo que estaba allí y
nuevamente como spirdeman me fui caminando agarrándome de las paredes mientras
pensaba en aquella canción: mi destino era rodar y rodar…rodar y rodar…rodar y rodar…

Si, definitivamente si no me agarraba de las paredes iba a rodar y rodar…rodar y rodar…

Me comencé a burlar de mi propio pensamiento. Hasta me detuve para agarrarme el


estomago de tanto reírme: — voy a rodar y rodar…rodar y rodar…

Canturrie divertido mientras me agarraba de las paredes y me iba al baño a buscar a mi bello
niño castaño.

Cuando llegue al baño estaba todo oscuro. ¿Será que de verdad si se lo trago el monstruo de la
poseta?

Que vah… eso son solo cuentos de niño pero por si acaso pregunte.
— ¿monstruo de la poseta? ¿Estas allí? — pregunte divertido mientras tanteaba la pared
buscando el interruptor. Escuche un leve gruñido. Me asuste. — ¿monstruo de la poseta?

Pregunte, esta vez, un poco desconcertado de que un monstruo me estuviese hablando.

Prendí la luz y lo encontré, solo que no era el monstruo sino que se trataba de mi bello niño,
estaba sentado en un rincón abrazando un portarretratos.

— Ah Changmin eres tu, pensé que era el monstruo de la poseta— comente con una sonrisa
divertida. — ¿Estas bien? — pregunte mientras me acercaba a él tambaleándome, quise llegar
a su lado pero de un segundo a otro me caí por culpa de un jabón que estaba en el suelo y que
no vi.

— ¿Yunho? — me pregunto confundido mientras alzaba su cabeza (que estaba escondida


entre sus piernas) y me miraba extrañado.

Levante mi mirada del suelo y le mire. Estaba sonrojado prueba de que no estaba en sus
cabales.

— ¿Qué haces en el baño? — le pregunte mientras trataba de sentarme.

—no se… — y después empezó a llorar. —quería… quería orinar pero… — abajo la mirada
mientras yo iba gateando por el suelo hasta llegar hasta él y finalmente logre sentarme a su
lado. — Pero no pude porque me caí… — relato con suavidad.

—Ya…no llores. — Dije con suavidad, acariciando su mejilla con infinita ternura— ¿y porque no
te levantas?

—tengo flojera…

Creo que esa es la explicación mas extraña que he escuchado en mi vida. Y sin más comencé a
reír mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
— ¡No te rías! — abrazado el portarretrato y yo me sentí mal de hacerlo llorar. Tal vez el
alcohol lo puso sensible.

—Por favor… por favor… no llores, mira que te amo demasiado y si lloras por mí podría hacer
cualquier disparate…— le dije suavemente mientras buscaba sus labios para besarlo.

Solo era un besito… nada fuera de lo normal y seria muy abusador de mi parte si intentara algo
mas pero encontré que pensar y mantener la calma mientras lo besaba desesperadamente era
mucho más difícil de lo que había imaginado…

— ¿Vas a violarme? — le oí decir apenas. Ya lo tenia acostado en el suelo y yo estaba encima


suyo mirándole atentamente. Me miraba sin ningún reproche.

—Sería indigno aprovecharme de ti en el estado en que estas.

—los dos estamos borrachos.

—y borracho no cuenta. — complete la frase.

—Si lo vas a hacer no seas tan bruto como anoche… — murmuro suavemente. — aun me
duele…

—lo siento. Fui muy brusco anoche. Prometo que a la próxima seré más gentil y cuidadoso— el
alzo el dedo meñique, mostrándolo tímidamente.

— ¿promesa de meñique?

—promesa de meñique. — prometí uniendo su meñique con el mío. Y sin mas nos quedamos
mirándonos a los ojos y entonces me fije en el portarretrato que había sido dejado de lado
cuando empecé a besarlo. Me di cuenta de que en el estaba la foto de Susana.

¿Qué hacia Changmin con una foto de Susana?


—nunca me cayo bien…— murmuro respondiendo a mi pregunta muda. Yo le mire sin
entender. —Siempre estando junto a ti… — hizo una pausa casi dolorosa y volvió a hablar.- no
quiero… no quiero compartirte… me niego… yo solo te quiero para mi.

—No conoces Susana… —le dije tranquilamente. — era una buena persona.

—si…, lo era… —y sin mas se quedo dormido abrazando nuevamente aquel portarretrato en
tanto yo ya estaba cansando y también cerré mis ojos para dormir.

Una cosa era cómica: nuevamente estábamos durmiendo en el piso del baño.

***

Un ruido extraño me despertó. Seguro que eran como las cinco o seis de la mañana. Me dolía
la cabeza a horrores.

Me levante tratando de no hacer ruido y me fui hasta donde provenía el sonido extraño. Era
de la habitación de Alan.

En el mismo instante que llegue a la sala observe una pequeña figura salir del cuarto de Alan a
toda prisa. Estaba todo oscuro así que no veía bien.

— ¿Mario? —le llame confundido. El aludido me miro asustado.

—t-tengo que irme. — anuncio. La voz le temblaba y pude ver varios rastros de lágrima.

—ya pero…

—Debo irme. — y sin más se fue. Me quede perplejo. ¿Qué fue eso?

Mire la sala y observe que Aarón estaba durmiendo en el mueble.


¡Esperen…! ¿Aarón durmiendo en el mueble?

¿Dónde esta Alan?

Me dirigí al cuarto del idiota de mi amigo. Abrí la puerta con cuidado y lo encontré sentado en
el borde de la cama sin camisa.

— ¿Alan…? — entre no muy seguro. Alan ni me miro. Su silencio me preocupaba — ¿Qué


sucede? —pregunte mientras me acercaba a él.

—La cague… —murmuro apenas. Yo me senté a su lado—anoche no pude controlarme.

—Alan ¿Qué hiciste? — pregunte preocupado imaginándome de todo.

—Lo obligue Yunho. — abrí mis ojos a mas no poder y el aire se me fue. En ese momento aquel
rubio me miro fijamente con sus ojos azules serio. — anoche mientras estaba en mi cama viole
a Mario…

Cap 14: malentendidos

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola queridos lectores ^^ quiero agradecerle a todos los que se molestaron por dejarme un
lindo comentario owo me alegraron mucho el día! No pensé que se fueran a reir tanto del
pobre Aarón, el chico no estaba en sus cabales y pudieron comprobarlo. Veamos como
reaccionara hoy ante sus actitudes del día de la fiesta xD

Espero que este capitulo les guste :3


Ella sabia que el sabia

que algun dia pasaria

que vendria el a buscarla

con sus flores amarillas

No te apures,

no detengas,

el instante del encuentro

esta dicho que es un hecho

no la pierdas no hay derecho

no te olvides

que la vida

casi nunca esta dormida..

"Flores Amarillas"

Capitulo 14: Malentendidos.

— ¿Alo?

—Buenos días profesor, disculpe que lo moleste a tan temprana hora pero es que aquí en la
entrada esta un tipo de lo mas raro. Dice que es su hermano.

— ¿Mi hermano?

—Si dice que es su hermano. — ¡en ese momento se escucho un pequeño alboroto tras al otro
lado de la línea, palabras como “¡Soy su hermano y tengo derecho a verle” o cosas como
“Coño… que son brutos o que!” llegaron a mis oídos.- ¡pero que agresivo!- escuche que se
quejo el vigilante mientras se oía otra voz que decía “¡Deme eso!” al parecer le quitaron el
teléfono y otra voz se escucho en lugar de la del vigilante.

— ¡Hermanito, que bueno que te encuentro!


— ¿Quién habla?

— ¡¿Cómo que quien?! ¡Pues quien mas, soy yo!

— ¿Quién es “yo”?

— ¡Yunho soy yo!

—ah lo siento. Numero equivocado.

— ¡No… espera…!— y sin dale tiempo de hablar corte conteniendo la risa, casi al instante el
teléfono volvió a sonar. Rodé los ojos y cogí el auricular.

— ¿si, diga?

— ¡Yunho déjame entrar!

—Numero equivocado. — y volví colgar conteniendo la risa nuevamente.

El teléfono volvió a sonar. Esta vez con más insistencia.

— ¡Yunho maldito enano de cuarta conque me vuelvas a colgar juro por lo mas sagrado que
voy a ir para arriba y te pateare tu trasero de porquería y te dolerá tanto que hasta a tus
ancestros les dará asco y luego te hare picadillo y los pondré en bolsitas individuales y se los
daré a los buitres para que te coman, me oyes!!!

—solo un ser despreciable habría de tener la osadía de dirigirse a su majestad de esa manera
tan terrible. — le dije n tono irónico conteniendo la risa, era tan divertido molestar a mi
hermano mayor.

— ¡ni que majestad ni que nada! ¡Me dejas entrar por la maldita puerta o…! — las palabras se
quedaron en el aire ya que, al parecer, en ese momento le quitaron el teléfono. —disculpe
profesor Yunho. ¿Dejo entrar a este terrible individuo? — me pregunto tranquilamente el
vigilante. A lo lejos oía la voz exasperante de mi hermano decir: ¡¿A quien le dice terrible
individuo vigilante de mierda?! ¡El único ser terrible eres tu que me prima de ver a mi
“adorado” hermano menor!

Yo estaba que no contenía la risa así que lo más serio que pude le dije.

— lo siento, desconozco a ese individuo. Será mejor que lo lleve tras las rejas aguacil. — tuve
que tapar el auricular con mi mano para que se evitara escuchar mi carcajada ante las
maldiciones que me proporcionaba mi querido hermano.

¡¿Qué…?! ¡¿Cómo que no me conoce?! ¡Desgraciado, hijo de lucifer, hijo de la generación de


mil demonios! Yunho de mierda me las va a pagar y…y….y…. voy a tirar esa puerta de
porquería si no me dejas entrar, mocoso insolente, vulgar, verdugo!

Y mas insultos a mi persona fueron dirigidos por aquel peculiar individuo. Cosa que solo me
causaba más risa. Tras varios segundos de escuchar sus maldiciones le dije al vigilante que si
conocía a ese “Terrible individuo” ocasionando con esto que Luis me dijera: ¡Eres una mierda
Yunho! ¡¡¡Una mierda!!!

Colgué el teléfono y después me empecé a reír. ¡Es que era tan divertido hacer enoja a mi
hermano! Aunque seguro que horita me espera una tortura. Mi risa se detiene cuando siento
un par de miradas sobre mí. Con lentitud giro mi rostro para encontrarme conque Alan y
Changmin me miran extrañados.

Sonrió nervioso y luego carraspeo tratando de disimular mi repentino ataque de risa.

Changmin solo arqueo una ceja y después miro a su hermano quien esta dormido sobre el
mueble boca abajo y Alan le hacía piqui piqui en la cabeza con una ramita de árbol para ver si
estaba vivo… ya eran las nueve de la mañana y pobre muchacho aun no se paraba, seguro que
hoy se muere pero de la resaca.

Changmin se había levantado hace cinco minutos muriéndose de un dolor de cabeza y


preguntando que coño hacia durmiendo en el suelo del baño. Yo también me hice esa
pregunta. La verdad es que si apenas recuerdo que hice anoche.

Y Alan… pues Alan era una historia aparte…


— ¡¿Qué tu que…?! — pregunte totalmente sorprendido de sus palabras.

— ¿estas sordo o que? Dije que…, abuse de él… —esto ultimo lo dijo con un deje de tristeza
bastante notorio.

Yo estaba de piedra... eso no podía ser cierto… no, no podía ser cierto...me miro exasperado

— ¡anoche me lo cogí de todas las formas posibles! ¡Lo penetre una y otra vez, una y otra vez
hasta que mi cuerpo ya no dio para mas ¿ahora lo captas?! — me abalance sobre él y le di un
golpe y luego otro y otros mas siguieron y el idiota de Alan no hacia nada para detenerme; solo
se dejaba golpear.

Apenas y pude oír lo que dijo —búscalo Yunho… ve por él y ayúdalo porque lo mas seguro es
que él no quiera volverme a ver…

Mario…

Pensé angustiado.

No espere ni un segundo y salí como un loco de la habitación a buscar a Mario. Corría de un


lado a otro tratando de localizarlo pero nada, no lo veía por ningún lado. Corrí toda la
extensión de la manzana y más allá de esta pero no pude encontrar al joven de cabello rubio
pálido.

Me detuve un momento para tomar aire y mire a todos lados.

Ni siquiera sabía donde vivía el joven.

No me di por vencido y seguí buscando hasta que se hicieron las ocho de la mañana pero no
conseguí dar con él. Frustrado y cansado decidí regresar a casa y seguir reprendiendo a Alan
por su insensatez.
Y bueno, eso fue todo. No pude conseguir a Mario pero tenia la esperanza de hablar el lunes
con el joven porque hoy era sábado y no había clases. Me tocaba esperar un tanto angustiado.

Mire a Alan quien desvió la mirada. Le mire molesto. ¡Esto era su culpa por no calmar sus
hormonas alborotadas y sus instintos carnales!

Un silencio infernal se apodero de la habitación. Nadie decía nada y ni siquiera el grillo que
siempre se escucha cuando hay silencio sonaba.

— ¿Por qué hay tanto silencio aquí? ¿Acaso se murió alguien? — pregunto Changmin
extrañado.

— ¡es que él idiota este…! — no pude terminar mi frase porque en ese momento mi abuela
estaba entrando a la habitación. La señale acusadoramente — ¡esto es tu culpa! — mi abue me
miro sin entender.

— ¿eh? ¿De que hablas Yunho querido? — me pregunto haciéndose la tonta. Me acerque a
ella con un aura maligna.

— ¿Cómo que de que? ¡Anoche organizaste una fiesta en mi casa y ni responsable te haces!

—ah eso… ¿Cómo la pasaron? — me pregunto sonriente. ¿Cómo la pase? ¡Ni siquiera me
acuerdo bien que fue lo que hice anoche!

—abue, anoche te pasaste — dije en tono serio. No quería regañarla pero tampoco hacer de
cuentas de que no había pasado nada — armaste un escandalo con bailares y stripper en mi
casa, con menores de edad de por medio, con alcohol sin supervisión y te tu te acuestas a
dormir sin saber que coño hacíamos en medio de nuestra borrachera. ¡Dormí en el piso del
baño y no se como llegue allí! — le dije exasperado mientras levantaba mis brazos haciendo
muecas raras.
—ah pero la pasaron bien ¿no?

— ¡¿Cómo que bien?! ¡Anoche sucedió una tragedia!

—Tragedia dices. — me miro sorprendida y luego miro a todos lados; como cerciorándose de
que cada cosa estuviera en su lugar… aunque, bueno, la casa estaba hecha un caos — bueno, si
llamas tragedia el hecho de que tú casa esta hecha un desastre estoy de acuerdo contigo.

— ¡no eso no! ¡La tragedia que paso fue que…!

Nuevamente mis palabras quedaron al aire cuando el timbre de la puerta de mi casa sonó.
Alan fue a abrirla.

— ¿eh? ¿Será que me equivoque de casa? — pregunto confundido una voz tremendamente
familiar.

—Se le ofrece algo. —le pregunto Alan un poco desconfiado al mirar a aquel individuo
parecido a mí; teníamos el mismo cabello castaño de color claro pero a diferencia de mi; sus
ojos son de un color caramelo mientras que los míos son de un color miel bastante oscuro.

— ¿Este es el piso cinco? — Alan asintió — ¿apartamento cinco B? — Nuevamente Alan asintió
— ¿será que me dieron la dirección mal?

—pregunto mas confundido que antes mientras se rascaba la barbilla el señal de incredulidad.
Me acerque a la puerta y aquel individuo me miro; primero sorprendido y después sonrió
ampliamente.

— ¡Pero si es mi hermanito! — y sin permiso entro a mi casa. — no sabia que vivías con un
hombre…, o con tres — dijo después de mirar dentro del apartamento y ver a Changmin
sentado en uno de los muebles y a Aarón acostado boca abajo en el mueble grande, y bueno
Alan permanecía parado al lado de la puerta mirando extrañado a aquel individuo.

Después se dio cuenta del estado deplorable en el que estábamos cada uno; yo sin camisa y
con el pantalón desarreglado. Changmin con la camisa a medio abrir y los pantalones
desabrochados, Alan sin camisa y con apenas sus pantalones puestos y el cabello revuelto y
Aarón muerto en el mueble.

Mi hermano me miro horrorizado. — ¡no me digas que anoche te montaste una orgia!

Ante aquella insinuación mi rostro enrojeció como tomate. Sin darle tiempo a que especulara
mas le di un zape en la cabeza.

— ¡no tenias porque pegarme! — se quejo como un niño chiquito mientras se sobaba la
cabeza.

— ¡pues te lo tienes merecido por insinuar algo así!

—ya, ya no te enfades. ¡Aunque tengo derecho a molestarte todo lo que quiera por lo que me
hiciste pasar abajo!

— ¿Qué hiciste con el abajo Lea? — me pregunto un tanto preocupado mientras miraba a mi
hermano.- ¡no me digas que te lo violaste!

— ¡¿Qué…?! No hice nada y deja de insinuar semejante cosa; él es mi hermano

— ¡Cierto! — apoyo mi hermano. — Además si fuera a acostarme con Lea yo no seria el uke,
seria el seme por naturaleza; soy el mayor. — se jacto como si eso fue lo mas normal del
mundo. Ni que yo me quisiera ir a coger con mi hermano, eso es repulsivo.

— ¿uke…? ¿Seme…? ¿Qué coño es eso? —pregunte confundido. Mi hermano me miro con
cara de “¡no puede ser, te coges a un hombre y no sabes que es uke y seme!” — si, si no se
que es eso. Así que habla chapulín (1).

—bueno el seme proveniente de la palabra "Semeru", que significa "echar semen" en japonés
y como su nombre indica es el que se encarga de meter "la carne en el asador", ya me
entiendes... El seme suele ser más alto, más musculoso y todo eso. — explico serenamente
mientras Alan y yo estábamos de piedra. — y el uke proviene de la palabra "U-ke-dolor", y
como su nombre indica es al que más "embutidos" le regalan en navidad. El uke suele ser más
bajo y tiende a tener el pelo de color amarillo (2)
— ¿De donde sacaste eso? — pregunte totalmente incrédulo.

—Si de donde — me siguió igual de sorprendido Alan.

—Ah lo busque en Wikipedia. — me dijo todo sonriente mientras me señalaba su móvil con
dicha información. Yo le mire totalmente sorprendido y se suponía que él es un militar.

— ¿y como supiste eso de uke y seme? — mi hermano medito y luego empezó a relatar.

—bueno, todo comenzó una mañana muy tranquila cuando…

— ¡Eli voy a usar tu computadora! — le informe a mi adorada hermana menor mientras me


dirigía a su cuarto. Entre y como estaba prendida solo tenia que presionar el buscador de
google.

Pero algo llamo mi atención antes de que pudiera apretar el botoncito para buscar el google y
eran imágenes raras…, si muy raras.

— ¡por Dios ¿Qué es esto?! — me pregunte totalmente sorprendido mientras observaba una
imágenes de unos hombres haciendo… “eso”.

Salí corriendo despavorido de la habitación gritando un: —¡¡Eli eres un enferma…!!


—Y fue así como conocí esto del yaoi. — termino su relato de lo mas sonriente. — al principio
me traume pero después Eli me dijo que si no veía uno de sus yaois con ella me iba a amarrar y
a cortar mis cositas con púas y eso sonaba muy doloroso. Por eso me puse a ver uno de sus
animes y ¡moalac! No resulto ser tan malo como esperaba.

Aja… y a mí me dicen raro. Si lo soy no se que será mi hermano.

—Por cierto, no nos hemos presentado — dijo mi hermano con una sonrisa amplia y radiante.
— mucho gusto, mi nombre es Luis y soy el hermano mayor de Yunho.

Y sin más comenzó a presentarse ante cada uno, estrechando su mano con Alan, después con
Changmin y después se la iba a dar Aarón pero el pobre estaba más muerto que vivo.

— ¿y quien es la bella durmiente? — refiriéndose a Aarón.

—es el hermano mayor de Changmin conteste. Por cierto, ¿a que viniste?— puso cara de
pensativo y coloco sus manos sobre su cintura.

—vine a buscar a la abuela. Hoy tiene cita con el medico. — Hizo una pausa y después dijo
alzando la voz — ¡abue se que estas aquí…! ¡Sal del cuarto de Yunho que bien clarita te vi
cuando te escondiste allí!

—Ya voy, ya voy…— se oyó la voz resignada de mi abuela mientras salía del cuarto mirando
enojada a Luis. — no tenias porque venir a buscarme. Se perfectamente que debo ir al medico
hoy.

—Si claro… mejor vámonos antes de que pierdas tu cita. — Y sin mas tomo a mi abuela del
brazo y se la llevo. — ¡Te vengo a visitar luego hermanito! — me informo pero reaccione antes
de que se fueran, quien sabe cuando podría volver a verlos.
— ¡esperen…! Hay algo que quiero preguntarles. — mi abue y mi hermano se detuvieron antes
de salir y me miraron curiosos. Además de eso Alan y Changmin también me miraban, me sentí
nervioso ante tanta gente observándome fijamente cosa que era ridículo siendo yo un
profesor.

Le reste importancia a eso y me dispuse a preguntar algo que me estaba carcomiendo el alma.

— ¿Quién es Elías? — ante mi pregunta mi abue y mi hermano se pusieron pálidos.

— ¿Qué sabes tú de Elías? — pregunto serio mi hermano. Eso me descoloco un poco.

—no mucho, de hecho casi nada pero siempre aparece en mis sueños así que me supongo que
tiene que ver con mis recuerdos perdidos ¿no?

— ¿Por qué no me habías dicho nada de esos sueños Yunho? — esta vez fue mi abuela quien
me hablo, su seriedad también me sorprendió.

—oigan ¿Por qué tan serios? Son solo sueños, no es una cosa de otro mundo. —Comente algo
desconcertado mientras los miraba pero al parecer ellos no pensaban lo mismo. — además no
han respondido mi pregunta ¿Quién es Elías?

—Elías es… un niño que conociste en la iglesia… — mi hermano respondió no muy seguro de
lo que decía. —te hablo luego para que me cuentes mas sobre esos sueños. Ahora tengo que
irme.

Y sin más se fueron dejándome con más dudas que antes.

— ¿eh? ¿Y eso que fue? — pregunto Alan curioso.

—no se pero no me da buena espina. — comente mientras miraba fijamente la puerta por
donde se habían ido. Quién será Elías Para que hubiera reaccionado de esa manera,
seguramente debió ser parte importante de mis recuerdos ¿Por qué no lo recordare?

Suspire cansado.
—Oye ¿estas bien? — me pregunto Alan un poco preocupado, él sabe de mis recuerdos
perdidos pero nunca le he comentado del hecho de que hace poco he empezado a recordar
cosas, o más específicamente a una persona: Elías.

—No te preocupes Alan, estoy bien. — le tranquilizo con una sonrisa. En ese momento dirigí
mi mirada a Changmin quien me miraba fijamente con un extraño brillo en los ojos… y después
aquel brillo cambio a uno amargo; con un deje de melancolía y tristeza pero aun así pareciera
como si anhelara algo.

Tal vez son ideas mías…

Changmin desvió la mirada hacia su hermano quien estaba comenzando a despertar.

—Ahhh… quiero agua… — murmuro apenas sin levantarse del todo. Apenas levanto a cabeza y
nos miro extrañado a cada uno. — ¿Dónde estoy?

—Estamos en la casa de Yunho. — le informo su hermano sereno. — anoche tuvimos una


fiesta y te emborrachaste.

— ¿Me emborrache…? — todos asentimos y él se sentó en el mueble soneteándose la cabeza.


— la cabeza me va a explotar.

—pues quien te manda a estar abusando del alcohol, anoche conocí a un Aarón que nunca
antes habías visto. —comento divertido Alan. —Si fuera tú no me lavaría la mano izquierda.

—siento como… si hubiese cometido un crimen. — dijo confuso Aarón mientras miraba su
mano, aquella con la que había tocado el seno de aquella chica. — ¿Qué hice anoche?

—Seria más fácil decir que no hiciste anoche. — respondió mi amigo a punto de estallar en
risa. El pobre muchacho le miro horrorizado.

— ¡¿me acosté contigo?! — pregunto totalmente alarmado y olvidando el terrible dolor de


cabeza que cargaba. — ¡oh por Dios, perdí mi virginidad con el amigo del novio de mi
hermano!

Creo que entro en una crisis de nervios.


— ¡No esto no puede ser! — Lloriqueo— ¡yo quería perder mi virgo con una muchacha; no con
un hombre!

—tranquilo Aarón; el único que salió desvirgado aquí fue Mario. — respondí sin medir mis
palabras y después caí en cuenta de lo que dije.

Eso fue suficiente como para que Alan se fuera a un rinconcito totalmente deprimido por mis
palabras.

—Alan fue capaz de…— empezó a decir mi alumno pero no termino su pregunta cuando ya yo
estaba asintiendo. — idiota. —fue lo que le dijo Changmin en modo de reproche.

— ¿Entonces no me violaron? — pregunto Aarón esperanzado. Yo negué con la cabeza. — que


alivio... por un momento pensé que me iba a volver gay. — y rio nerviosamente. – aunque que
mal por Mario… él me cae bien… — dijo a nadie en particular. — ah eso explica los gemidos
raros de anoche.

— ¿Y no pudiste ir a ver que pasaba? — pregunte algo molesto. Si hubiera escuchado algo
extraño hubiese detenido al idiota de mi amigo.

—ah lo siento, estaba muy ocupado vomitando. — dijo de pronto tomándose la garganta,
como si sintiera un sabor extraño en la boca. — nunca mas volveré a tomar. Lo juro.

Medite sus palabras; en mi casa solo hay dos baños, el que esta en mi cuarto y el que esta en
el pasillo. Mi abuela estaba durmiendo en mi cuarto por lo que en ese baño no pudo vomitar y
en el otro baño estábamos dormidos Changmin y yo así que si hubiera vomitado lo hubiese
escuchado así que ¿Dónde vomito?

—Aarón ¿Dónde vomitaste? — pregunte temeroso de la respuesta. El se rio nerviosamente.

—en el… lavaplatos.

— ¡¿Qué…?! — corrí a la cocina y vi que el lavaplatos estaba hecho un desastre. — ¡mi cocina!
Mi amada cocina… ¡Aarón tu vas a limpiar esto!
— ¡no, que asco, no quiero limpiar eso!

— ¡Lo vas a limpiar porque tu lo vomitaste! — le grite desde la cocina.

— ¡no es justo, estaba borracho; no sabia que hacia!

—Pues de eso estoy seguro, tanto así estabas que ni te acuerdas de que le tocaste las tetas a
una nudista. — le dijo tranquilo Changmin mientras yo regresaba a la sala.

— ¡¿Qué yo hice que…?! — se alarmo totalmente y se miro la mano. — ¡por eso…por eso
siento como si hubiera hecho algo malo!

—Si Aarón, cometiste un crimen. — Dijo Changmin con una sonrisa maliciosa— seguro que te
meten preso ¿Qué vas a hacer ahora?

— ¡¿P-Preso…?!

—ya déjalo, no lo van a meter preso. El que van a meter preso es a mí si abren la boca. — dije
serio y algo nervioso. A mí si me iban a meter preso si alguien se enteraba de lo que paso en
este apartamento anoche.

El móvil de alguien sonó y en seguida Aarón contesto.

— ¿Alo? — contesto sin mucho ánimo. — ¡mamá! — miro a su hermano horrorizado— eh hola
mamá, buenos días… pues, en una fiesta… si, si… esta bien, esta bien pero!... ¡no fue mi
culpa!... que si mamá… aja…. Si pero ya sabes que…

Aarón continuo hablando por teléfono mientras yo comenzaba a arreglar mi apartamento.


Alan salió de su estado depresivo y comenzó a ayudarme al igual que Changmin. ¡Por nada del
mundo iba a arreglar este desastre yo solo!

Bien, el resto del día paso sin novedad alguna, tan solo interrumpido por la depresión de Alan
que se hacia cada vez mas grande.
El día lunes llego y tuve la esperanza de poder hablar con el joven Mario sin embargo este no
se apareció allí ni por asomo.

Pensé que tal vez iría al día siguiente pero tampoco fue.

Comencé a preocuparme; Mario no estaba yendo a clase.

Alan seguía trabajando pero cada día que pasaba esperaba saber noticias del joven pero nada
de nada y era obvio que su depresión ya me comenzaba a afectar a mí también.

Nuevamente comenzaron a escucharse esas cancioncitas para despechados y ya el idiota de


Alan me estaba contagiando con eso.

Él se sentía desesperado sin saber nada de Mario, conforme aumentaba la distancia,


aumentaban los días en vela, las lágrimas evitadas, las lágrimas secretas.

No comía y pillaba que a veces hasta ni dormía.

Cada vez que llegaba a casa él esperaba a que yo trajese alguna información de Mario;
cualquier cosa deseaba saber pero que podía decirle yo si ni quiera había visto a aquel niño de
ojos color miel.

Changmin y su hermano también comenzaron a preocuparse. Ya habían pasado cinco días


desde entonces y no sabíamos nada.

Changmin me ayudaba en tratar de localizar al joven, Aarón también. Le preguntábamos a sus


compañeros si sabían donde vivía pero al parecer no tenía muchos amigos porque nadie sabía
nada de él.

Solo nos quedaba esperar… y esperar... Aquella palabra ya a mi me asustaba y a Alan le


enfermaba.

Esperar… esa palabra hasta me daba alergia.

Esperar conllevaba sufrir, conllevaba demasiado tiempo.


Pero Alan decía que esperaría; que lo quería demasiado y por eso, le esperaría. Todavía no
tenía claro qué era lo que tenía que esperar, pero lo haría, pasase lo que pasase.

Decía que pese a que no lo quisiera ver por lo que hizo quería al menos despedirse de él. Al
menos poder decirle adiós… o al menos probar por última vez sus labios.

A veces me sentía triste por la manera en que hablaba. Parecía ausente y el brillo feliz de sus
ojos había sido reemplazado por uno de angustia.

Nuevamente era sábado por la tarde y no sabíamos nada de nada.

Era como si la tierra se hubiera tragado a Mario.

—Mi canario…— murmuro tristemente— ¿Dónde te has metido?

Tras esto Alan esbozo una sonrisa, pero no una sonrisa cualquiera; Era la amarga sonrisa que
se esboza cuando se añora algo que aun se tiene pero que se sabe algún día se perderá y para
mala suerte de él ya lo había perdido o eso pensaba él.

— ¿Por qué no vas a buscarlo? — pregunto molesto Changmin. Alan le miro.

—ya lo he buscado por todas partes ¿A dónde mas quieres que lo busque?

—no es cierto. No lo has buscado por todas partes. — contradigo Changmin molesto. Le mire
sin comprender su actitud. — me moleste que la gente se de por vencida tan fácilmente. — se
puso de pie y miro al rubio mas molesto que antes — ¡¿Están en la misma ciudad y no puedes
buscarlo?! ¡Eres un idiota!

Alan y yo le mirábamos realmente sorprendido.

— ¡En este mismo instante vamos a ir a buscar a ese niñato! — y sin mas tomo del cuello de la
camisa de Alan y se lo llevo a rastras ante la mirada sorprendida de Alan y la mía.

Así que por iniciativa de Changmin comenzamos a buscarlo nuevamente.


Eso me sorprendido, por lo general a Changmin no le cae bien Mario.

Alan fue por un lado y nosotros por otro. Si nos separábamos probablemente hubiese más
oportunidades de encontrarlo.

Pero quien diría que la suerte nos sonreiría y encontrásemos a Mario de camino a la
panadería.

— ¡Mario! — le llame antes de que se fuera. El joven ante su llamado giro a vernos y sonrió un
poco.

—Profesor Yunho, joven Changmin… hola, que gusto verlos. — nos saludo con su siempre
tierna sonrisa y sus ojos claros amables.

Yo no sabia como comenzar una conversación, ni siquiera se si debería mencionarle lo de la


violación que cometió Alan contra su persona.

— ¿Cómo has estado Mario? — fue lo único que se me ocurrió para iniciar una conversación.

— ¿yo? Pues… bien, supongo — rio un poco y empezó a buscar algo con la mirada. — ¿y…,
Alan? — pregunto tímido al darse cuenta de que el rubio no estaba con nosotros.

—Esta buscándote. — respondió el castaño seriamente. Con tal que no se le saliera de forma
sorpresiva lo de la violación. Quise hablar para que el ambiente no se notara pesado pero
Changmin volvió a hablar. —dice que quiere disculparse por haberte violado.

Tal vez hubiera sido buena idea decir eso con mas sutiliza pero seria mucho pedir.

Mario le miro un poco sorprendido e incrédulo.

— ¿vio…lado? —Dijo algo confuso. — Alan no ha hecho eso.

— ¡claro que si, el día de la fiesta! Alan no los dijo todo.


— ¡¿T-Todo…?! — se sonrojo bastante. Supuse que algo no estaba encajando en la historia.

—Mario… ¿Qué fue lo que paso esa noche? Según la versión de Alan él te obligo a estar con él.
— pregunte tomándolo de los hombros. Ni siquiera me miro, mantenía su miraba fija en sus
zapatos; como si estos de pronto fueran la cosa mas interesante del universo.

—yo… esa noche, me desperté porque el joven Aarón no se sentía bien… por eso llame a
Alan…

—No me siento bien…— murmuro Aarón acostado en la cama y haciéndose un ovillo. — creo
que voy a vomitar…

Mario, quien estaba durmiendo a su lado escucho los quejidos de su compañero y le llamo
suavemente.— Aarón, Aarón ¿Qué tienes?

—Creo que… voy a vomitar. — respondió tapándose la boca. El joven de cabello rubio pálido
se levanto como pudo. Aun estaba tomado y apenas conseguía mantenerse en pie.

Fue hasta la cocina buscando a alguien que pudiese ayudar a su compañero pero no vio a
nadie, excepto a Alan quien permanecía acostado en el suelo durmiendo con un pedazo de
cartulina en manos.

—Alan... Alan…— le movió suavemente tratando de despertarle. El joven mesero abrió un ojo
y le miro — Aarón no se siente bien. —le informo. Alan se sentó en el suelo algo confundido.

— ¿Qué hora es?

—no se… pero ayuda a Aarón, quiere vomitar.


Eso fue suficiente como para que Alan se pudiera de pie y fuera a socorrer al muchacho. No
quería vómitos en su cuarto.

—Veamos… el baño del cuarto de Lea esta ocupado— murmuro sosteniendo al joven castaño
del brazo. — y en el otro baño están durmiendo los dos tortolitos… así que vamos a buscar
algo en lo que puedas vomitar, no se, una taza tal vez… — y así entraron a la cocina.

Alan dejo al joven Aarón sentado en una de las mesas del comedor y se dirigió a la platera para
buscar un pote en donde pudiera vomitar.

— ¡Ah este servirá! — Anuncio alegre mientras tomaba el objeto indicado para que vomitara
pero cuando se giro para dárselo ya era muy tarde; al joven este ya estaba vomitando en el
lavaplatos —genial… ese también es un buen lugar para vomitar — murmuro un poco
asqueado de escucharlo vomitar.

Salió de la cocina y se fue a la sala a seguir durmiendo pero se encontró con la sorpresa de que
su Canario estaba sentado en el sofá cabeceando.

—Mario ¿estas bien? —el joven le miro algo soñoliento

—tengo sueño…

Y sin mas Alan lo guio hasta la habitación para que durmiera mas cómodo. — ¿Vas a dormir
conmigo? — pregunto cuando estuvo acostado en la cama. — no quiero dormir solo…

Alan le miro por unos segundos. Observando como su pequeño novio tenía la camisa
semiabierta, el cabello revuelto y los ojos entrecerrados. Una visión demasiado turbadora. Se
le seco la boca al ver sus labios entreabiertos; como pidiendo ser besados y devorados.

Acaricio su rostro hasta llegar a sus labios. Repasó estos mil veces. Se le antojaron
repentinamente demasiado deliciosos. Demasiados perfectos, demasiada... tentación.

Solo un poco, solo un poco.

Se dijo antes de besarlos y unir sus labios con los del chico.
Sus labios estaban tibios a causa de la fiebre que tenia. Exploro aquella cavidad con su lengua y
experimento que el licor sabia más delicioso dentro de aquella boca.

Se separo un poco, tan solo para respirar un poco. Estaba apenas a centímetros de sus labios
así que sentía la respiración del chico chocar contra su piel, no pudo reprimir el deseo de
querer besarlo de nuevo y así lo hizo, saciando su sed de mas y mas…

—Alan… —gimió el chico en sus labios. Eso fue suficiente como para detenerse antes de
cometer una locura.

—lo siento… me deje llevar. Así que no te asustes querida ovejita que el lobo no va a comerse
su presa hoy — comento divertido mientras intentaba ponerse de pie.

— ¿y si… la oveja quiere ser comida hoy?

Alan le miro sorprendido. El color azul de sus ojos contra el color miel de los ojos de su chico.

Permanecieron en silenció, un tranquilo silencio que inundaba el lugar de cierta paz y


quietud…solo ellos dos mirándose a los ojos… hasta que Alan se decidió por besarlo
nuevamente y dejarse llevar por los dulces labios de Mario.

—Y bueno… el resto usted lo sabe. — término su relato con la cara roja como tomate, sin
atreverse a vernos la cara. Al parecer estaba demasiado avergonzado como para mirarnos.

Changmin y yo estábamos mas que sorprendidos.

—si no fue violación y fue mas por voluntad propia ¿Por qué te fuiste llorando? — pregunte
algo desconcertado.
—nada… no fue nada solo recordé que… no debí haberme quedado… a mi tío no le gusta que
me quede en casa ajena. — contesto con un tono sombrío que me preocupo. —por eso… no
fui a la escuela… estaba castigado… mi tío se entero que estaba con alguien así que me castigo
severamente. En medio del castigo pensé que tal vez… Alan y yo, deberíamos terminar y… —
no pudo terminar porque sus palabras se vieron interrumpidas por su llanto.

Nuevamente se interpuso ese silencio infernal. Nadie decía nada y eso me incomodaba.

—ya veo… entonces ve a ver al tarado de Alan y dile lo que realmente paso. —Esta vez fue el
turno de Changmin para hablar — el idiota ese tiene un cargo de conciencia bastante grande
por lo que el supuso que te hizo y ya me canse de su parloteo de chiquillo llorón y despechado
a punto de suicidarse. — Miro molesto a Mario. — Así que por tu propio bien te sugiero que
vallas tras ese idiota y aclares las cosas antes de cometa una locura.

—no… lo mejor es que él y yo terminemos.

— ¿Qué acaso no quieres al idiota ese?

— ¡claro que si! Pero…

— ¡sin peros! ¡En este mismo instante vas a ir con él y le dirás lo que sientes y lo que sentiste
esa noche, ¿oíste?! —Le espetó. Mario le miró con una mirada cargada de lágrimas — cuando
dos personas se quieren deben luchar sin importar que se interponga. ¡Nunca nadie dijo que
seria fácil! —le miro con sus ojos marrones centellantes. Yo estaba absorto y tan sorprendido
como Mario por animarle a seguir con Alan. — A veces el amor es complicado, pero a pesar de
ello es ese sentimiento el que nos da fuerzas para seguir luchando... y aquel amor que no a
sufrido ni llorado en el camino jamás se hará fuerte en el futuro... por ello aunque se doloroso
vale la pena todo lo sufrido pues es parte de tu vida.

Wow… nunca imagine que diría eso. La quijada prácticamente se me desencajo.

Mario sonrió, como no lo había hecho en días y asintió con un rostro sereno y la mirada llena
de lágrimas.

—Gracias joven Changmin… — y sin mas se marcho corriendo. Changmin sabía a donde iba, yo
también lo sabia.
Mario quería mucho a Alan, de eso me di cuenta en ese instante y por eso, Mario corrió lo
más rápido que pudo, con todas sus fuerzas hasta el parque que estaba cerca de allí.

Allí, encontró a Alan, quien estaba sentado en el césped con la vista perdida en el inmenso
cielo así que el joven de cabello rubio pálido se acerco a él con la respiración entrecortada.

— ¡Mario! — dijo un sorprendido Alan al ver a su pequeño novio. Changmin y yo


observábamos todo escondido tras algunos arboles que adornaban el parque.

—Lo siento mucho. —fue lo único que dijo Mario.

—no yo soy el que lo siento. No debí haberte obligado… ¡de verdad yo quería esperara que
estuvieras listos pero…! Me deje llevar, lo siento.

—Alan yo…

—esta bien si no quieres verme. —Se apresuro a decir Alan nervioso, al parecer no quería
escuchar de los propios labios de Mario que habían terminado. — me alejare de ti si así lo
quiere y... yo solo quería despedirme de ti.

Mario solo sonrió y sin pensarlo dos veces el joven Ponce se abalanzó sobre él, y supuse que le
dio el abrazo que había querido darle desde hacía mucho tiempo.

Alan estaba perplejo.

— No quiero alejarme de ti… —susurro y después levanto su vista. — tu eres mi superhéroe,


yo... Te amo.

Alan sonrió ampliamente. — ¡yo también te amo Mario!


Changmin a mi lado sonrió un poco. Supongo que feliz de que sus palabras al menos le
hubieran dado fuerza a alguien.

—superhéroe… — susurre las mimas palabras de Mario. Por alguna extraña razón esa palabra
se me era demasiado familiar ¿Por qué?

—Tu también eres mi superhéroe Yunho… — dijo bajito Changmin y no entendí el porque de
sus palabras. En ese momento me abrazo así que yo solo respondí a sus gestos, feliz de tenerlo
en mis brazos.

¿Estaría comenzando a sentir amor por mí?

Tenia la esperanza de que si.

Por eso lo abrace por más fuerza, sintiendo su calor y los latidos acelerados de su corazón.
Latidos que eran para mí.

Observe a Alan y vi que estaba besando a Mario.

¡Suficiente!

Sin detenerme me dirijo a Alan y lo separo de Mario. ¡Se lo estaba comiendo! Ok, tal vez
estaba dando mala leche pero fue suficiente.

— ¡Ahhh Yunho déjame disfrutar de mi reconciliación! — expuso Alan haciendo un berrinche.

—nada de eso. Deja al muchacho respirar, por Dios si ya estabas a punto de comértelo.

—es que quería comérmelo.

— ¡Alan!

—Que… solo estoy diciendo la verdad.


Se cruzo de brazos y después sonrió.

— bien, mi Canario y yo ya avanzamos a segunda y tercera base. Eso esta bien, esta muy bien.
— sonrió de esa forma sádica. Mario hasta se asusto y se sonrojo violentamente.

En serio, no se que fue lo que Mario le vio a Alan.

En fin… el idiota ese iba a caminar pero se cayó a saber con que, lo cierto es que se cayó y se
doblo el tobillo así que suponen quien debía cargarlo.

— ¡no voy a cargarte!

—Anda Lea, mira que estoy enfermo, además eres mi súper amigo y como súper amigo estas
en derecho de cargarme. — se jacto de lo mas orgulloso. — además, que pensaría Changmin y
Mario si no me ayudas, ¿Qué no eres tu el que se jacta de querer ayudar a las personas
necesitadas? ¡Pues anda y ve a hacer la buena obra del día!

No me quedo de otra que tragarme mi orgullo y ayudar al idiota de Alan. ¡Tuve que cargarlo
sobre mi espalda!

— ¡Arre caballito arre! — dijo el muy desgraciado sobre mi espalda. — ¡corre como el viento
tiro al blanco! (3)

¡Suficiente!

Sin importarme un bledo su pie torcido lo tire al suelo y me fui porque soy muy digno en tanto
Alan se quejaba de que era un mal amigo.

¡Para lo que me importa!

Y como la gente me miraba raro tuve que devolver y ayudar al idiota ese.
Después de eso los corazones que vivían en la casa se hicieron mucho más grandes y yo tenía
que alimentarlo, encima de que estaban viviendo en mi casa también tenia que alimentarlo.

Además estaban esos delirios de Alan que me hacían cuestionarme si la estupidez humana era
infinita.

Dos semanas después de eso el humor de mi amigo cambio; fue aquella noche en la que
comenzó su extraño comportamiento.

Eran pasada las doce de la noche cuando escuche ruidos provenientes de la habitación de
Alan, me dirigí allí esperando no encontrar a Alan y Mario en plena faena, si era así entonces
esta noche correría la sangre de Alan.

Mi sorpresa fue encontrarme a Alan solo y no solo eso sino que estaba destrozando toda su
habitación, las manos las tenía llena de sangre pues al parecer había roto varios vidrios.
Preocupado fue a calmarlo pero solo me empujo y me grito cosas como “¡vete a la mierda
Yunho!” y “¡puto mundo que se encarga de joderle la vida a todos!” Y tras esto salió de la
habitación batiendo la puerta y se fue de la casa a esa hora.

Me quede sumamente preocupado por su comportamiento preguntándome que coño le había


pasado.

Lo que yo no sabia era que mi amigo estaba cerca de cometer una locura, esas que se hacen
por amor.

Cap 15: decisiones ¿correctas o erradas?

r: cielo caido

15. Capítulo 15: decisiones ¿correctas o erradas?

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Notas del capitulo:

¡Hola! =) perdón por actualizar tan tarde Dx es que he estado un poquitín ocupada jeje me
alegra que en anterior capitulo les haya caído bien Luis, el hermano de Yunho, es un personaje
curioso y creo que le sacara una sonrisa a mas de uno xD o eso espero… en fin he de decir que
este era uno de los capítulos que ansiaba escribir y que a la vez no quería; me causaba tristeza
=( pero a la vez felicidad :) así que se me hizo difícil describir los sentimientos de Yunho con
respecto a lo que sucederá en este capitulo.

Espero que les guste o disguste tanto como a mi me gusto y disgusto (un dilema total)

Dedicado especialmente a Takukun y Soku quienes parecen sentir un apego por la pareja de
Alan y Mario :3

Así que si tienes un minuto por qué no nos vamos a hablar de ello a un lugar que sólo nosotros
conozcamos?

Este podría ser el final de todo

Así que si tienes un minuto por qué no nos vamos a hablar de ello a un lugar que sólo nosotros
conozcamos?

Somewhere Only We Know

-Traduccion-

Capitulo 15: decisiones ¿correctas o erradas?

Eran cerca de la una de la tarde y se había ido la luz así que realmente hacia un calor
insoportable. Mi habitación apenas y era alumbrada por la luz del sol pues aun no había
corrido las cortinas así que realmente no había mucha luz colándose en el cuarto.

El silencio era internado en el edificio y se escuchaba claramente a lo lejos un bebe llorando,


cubiertos del comedor o algún otro desvarió de algún joven. Todo se oía con claridad en el
silencio que se había instanciado en el edificio y en alguna zona cerca de este, sin embargo yo
no era capaz de escuchar otra cosa que no fuera los jadeos y gemidos de mi pupilo.

— Por... favor... – suplicó con ojos llorosos mientras me miraba con sus hermosas orbes
marrones, jadeante y cubierto en un manto de sudor.

Tenía a un Changmin jadeante y muy excitado debajo de mi cuerpo. Estaba casi desnudo y era
cubierto nada mas por la camisa del uniforme, esta estaba abierta y se pegaba a su cuerpo
como una segunda piel a causa del sudor así que el resto de su cuerpo estaba carente de
ropa.

Sonreí un poco y roce mi miembro erguido cubierto aun con la ropa puesta en su entrada
haciendo que el gimiera y se aferrara con fuerza a mis brazos. Volví a repetir la acción divertido
de ver como se retorcía de placer debajo de mí.

—Bas-ta... ¡Yunho, no hagas eso! — reí un poco ante su desespero mientras lamia la piel
expuesta del cuello blanquecino que se mostraba tentador frente a mi. Di algunos mordiscos
en todo el contorno de este.

¿Qué como habíamos llegado a esto?

Pues…

Todo empezó cuando llegue a mi casa de la preparatoria y…

Era la hora del almuerzo así que regrese a mi casa para prepararme algo de comer y de paso
bañarme y cambiarme. Odiaba estar empapado de sudor.

Cuando llegue no me sorprendí de no ver a Alan, últimamente no estaba mucho en casa y eso
hasta cierto punto me preocupaba.

En fin… me fui a la cocina y tome un vaso de jugo, luego me fui al sofá a ver algo de televisión.
Si bien había venido a preparar algo de comer pero ahora tenia flojera.

Prendí el televisor mientras colocaba mis pies sobre la mesita del frente del sofá y bebía un
poco del jugo. Pase varios canales pero en ninguno estaba pasando nada bueno así que solo
me dedique a ver las noticias.

Casi al instante la puerta de mi apartamento se abrió y en ella entro aquel castaño que desde
un principio estuvo acosándome. No me sorprendí de verlo allí, ni siquiera le había preguntado
como fue que consiguió la llave de mi casa.

No le di mucha importancia y seguí viendo las noticias.

—Tengo hambre — me informo mientras se sentaba a mi lado.

—yo también. — respondí sin mirarle. —pero tengo flojera de cocinar…

—Voy a pedir algo de comer. — cogió el teléfono sin siquiera preguntarme y llamo a una
pizzería o tal vez comida a domicilio… no se… pero pidió comida y luego colgó. — La traen
dentro de veinte minutos.

—Aja… — sorbí un poco del jugo mirando sin ningún interés en particular las noticias.

Changmin se puso de pie y fue a tomar varios libros del estante a saber yo para que… solo se
que paso frente a mi y eso fue suficiente como para captar mi atención.

Cargaba puesto la camisa blanca del uniforme, holgada y con los primeros botones abiertos
pero no llevaba el uniforme completo, en vez del pantalón escolar llevaba un diminuto short de
color verde militar que dejaba ver sus largas y formadas piernas a causa del deporte y como
siempre cargaba esas converse de colores mezclados y rotas (no se porque pero de llevar dicho
zapatos rotos era una moda, no le veo el sentido pero bueno…)
Una imagen muy turbadora y, por supuesto, tentadora.

Trague saliva.

Se volvió a sentar al lado mío y se puso a leer pero yo estaba más concentrando en ver sus
piernas descubiertas.

Cerró el libro y fue por otro, nuevamente pasó frente a mí y no pude evitar deleitarme con su
vestimenta.

La acción se repitió un par de veces hasta que finalmente se quedo quieto al lado mío y empezó
a leer más de aquel libro que de los otros que había tomado recientemente.

— ¿Qué tanto estas mirando — me pregunto algo fastidiado sin apartar la vista del libro.

— Nada —respondí inmediatamente cuando descubrió mis pensamientos indecorosos hacia su


persona.

— ¿Te gusta lo que ves? — esta vez su voz se escucho divertida y con un toque de travesura. Le
mire molesto. Todo lo estaba haciendo a propósito.

Maldito mocoso tentador.

Iba a protestar cuando de repente se apago el televisor y todo quedo en silencio.

Se había ido la luz.

—Genial. — murmuro malhumorado mi pupilo mientras se ponía de pie e iba a poner el libro
en el estante.

Me dedique a mirar su figura desfilar delante de mi pero no regreso a sentarse a mi lado, por
el contrario se quedo cerca del estante y se apoyó en la pared sobre un hombro, mirándome
fijamente con un aire pensativo.

Al pasar los segundos y minutos el calor se hizo realmente insoportable y el sudor comenzó a
hacerse presente en nuestros cuerpo, cosa que no paso desapercibida ante mí al ver como la
tela de la camisa del uniforme se pegaba al cuerpo de Changmin.

Contrólate Yunho… contrólate…

Me repetía mentalmente a cada rato sin apartar la vista de su cuerpo, recorriéndolo a cada
instante.

Me pare y fui a abrir un poco la ventana para que entrara aire fresco y Changmin se acerco a
mí.

—Hace calor… —comento como quien dice como esta el clima.


—si, mucho calor…— y hasta allí llego mi fuerza voluntad, no pude resistir la tentación de
atraerlo hacia mi y robarle un ardiente beso pero no era tan robado si esa persona te
correspondía ¿cierto? Mis manos no paraban quietas y recorrían ansiosas el cuerpo del aquel
joven, quien contenía suspiros de placer.

—Yunho…n-no…. Para…— gemía mientras comenzaba a quitarle aquel short tan sugerente y
adentraba mi mano en su ropa interior. —t-tengo clases… y….ahhh— creo que era la primera
vez que me pedía que me detuviera, cosa me incitaba a continuar.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo hicimos?

Creo que mucho tiempo, tal vez demasiado…

Creo que desde aquella vez que le obligue a estar conmigo a la fuerza.

Si, desde esa vez no volvimos a hacerlo. Temía tocarlo pues tenia miedo de lastimarlo otra vez,
cada vez que lo veía me reprimía mis deseos carnales y evitaba estar a solas con él… pero
ahora nada me importaba.

Demasiado tiempo lejos de aquel vicioso cuerpo. Necesitaba estar dentro de él. Me urgía
tocarlo y apegar su cuerpo contra el mío.

Hecho su cabeza para atrás dejando expuesto su cuello el cual lamí con devoción, sintiendo el
sabor salado del sudor pero también el sabor exquisito de su piel. Podía sentirlo
temblando. En efecto, cada vez que mi lengua pasaba por la piel de Changmin podía escuchar
un ligero quejido saliendo de su boca.

Delicioso, simplemente delicioso.

—llévame a la cama. — me pidió entre jadeos. Se acerco a mi oído y susurro lujuriosamente. —


hazme el amor.

Eso fue suficiente como para que perdiera la poca razón que me quedaba y lo alzara sin dejar
de besarle, el por su parte rodeo mi cintura con sus piernas y se abrazo a mi cuello mientras lo
llevaba a la cama.

Y así fue como llegamos a esto.

Él aun continuaba con la camisa de su uniforme; me gustaba ver como se pegaba a su cuerpo.
Era excitante ver eso.

En cambio yo no me había despojado de nada de mi vestimenta, solo mi camisa estaba abierta


y mis pantalones desabrochados.

Bese sus labios con un beso demandante y profundo mientras mis manos tocaban su dulce
intimidad, haciéndolo estremecer

—Aahh...L-Yunho...c—oncedió un delicioso gemido y de su miembro comenzó a brotar un


liquido pre-seminal. El movimiento rápido e incesante de mi mano lo hacia perder la razón con
facilidad.

Deje de estimularlo, cosa que no le pareció bien ya que dejo salir un quejido de molestia.

Me pare de la cama y comencé a desvestirme.

El se sentó en la cama con las piernas abiertas mientras me miraba con deseo.

Sin prisas, me quite la camisa y los pantalones de color negro, quedando solo en unos bóxer
que también eran negros. Tome un frasco que estaba en el buró, y manche con las sustancia
un par de mis dedos.

Tome mi lugar en la cama — ¿Qué estas esperando Yunho idiota? — me pregunto entre
molesto y ansioso. Sonreí un poco y lo hale de las piernas mientras él aun continuaba sentado.
— ¿Qué…? — Pero no le deje hablar cuando mis dedos invadieron su parte intima, entrando y
saliendo en un ritmo lento.

Su respiración era errática, el sudor empezaba a brillar en su piel, dándole ese toque aperlado.

Observaba fascinado su rostro lleno de placer y dolor. Aun no había terminado de prepararlo
cuando no pude esperar más y libere mi erección de la apretada ropa interior. Mi cuerpo pedía
a gritos poseer ese cuerpo que se me era entregado.

Tome con fuerza la base de mi erección y la dirigí a la pequeña entrada de mi pupilo. Toda
caricia ceso, pase mis brazos por debajo de sus piernas, haciendo que este afianzara su agarre
en mi cuello, mientras quedaba casi sentado sobre mi regazo.

El momento había llegado.

Comencé a entrar sintiendo como la estrechez de las paredes de su cavidad estrujaban mi


sexo. Jadee de placer mientras Changmin me abrazaba aun con más fuerza.

Su interior era maravilloso, era exquisito y su calidez impresionante. A mitad de camino lo deje
caer completamente sobre mi sexo. Changmin gimió con más fuerza a saberse todo dentro de
él.

—L-Yunho… ahhh…— Sus uñas se clavaban en mis hombros. Lo levante casi con suavidad para
después volver a envestirlo, esta vez llegando un poco mas profundo.

El choque entre nuestras caderas cada vez fue más intenso, los movimientos más rápido y
firmes, las respiraciones cada vez más erráticas, la vista se nublaba a cada momento…
toque un punto sensible dentro de él que lo hizo gemir con más fuerza. Golpee de nuevo ese
punto y Changmin respondió ascendiendo y descendiendo con rapidez sobre mi… las gotas de
sudor hacían que sus mechones rojizos se pegaran a su frente.
Sentía sus paredes contraerse. Mi propio miembro palpitaba. Me acerque a su boca y lo bese
mientras sentía como su cuerpo se estremecía aun más. Aumente la velocidad de mis
penetraciones sabiendo que pronto se correría mientras Changmin ahogaba sus sollozos en mi
boca.

Pronto su cavidad se contrajo violentamente y sentí el líquido tibio en mi vientre. Había


llegado a su clímax y sus músculos se habían contraído estando dentro de él estrujando mí
pene en su interior, con una última y potente embestida me vine dentro de él.

Respire agitado mientras escondía mi rostro en la curvatura de su cuello, aspirando el aroma


tan propio que tenía Changmin.

Hice el amago de salir de él pero me detuvo. —quédate así… un poco mas. — me había pedido
sin llegar a mirarme. No pude decirle que no, creo que nunca seré capaz de hacerlo así que me
quede un rato más dentro de él.

Permaneciendo sentados encima de la cama y las sabanas revueltas, él sentado sobre mi sexo;
abrazando mi cuello y apoyando su cabeza en mi hombro mientras yo tocaba la suave y tersa
piel de mi pupilo con la yema de mis dedos.

Él era mi paraíso personal.

Cerré mis ojos disfrutando de ese contacto tan intimo que estábamos compartiendo en ese
momento.

El calor era insoportable pero en ese momento no me importaba. Escuche de repente como el
aire se prendía y el cuarto se llenaba de un aire frio. Pronto se escucho el grito de varias
personas en el edificio, gritando de alegría pues la luz había llegado.

—Auch, ¡Eso duele! ¡No te muevas así! — me recrimino Changmin. Me detuve al darme
cuenta de que estaba retorciéndome bajo él y que le estaba lastimando porque aún estaba en
su interior.

—Lo siento. — me disculpe mientras lo acostaba suavemente sobre el colchón y salía de su


interior. Le tome de las piernas para cerciorarme de algo.

Changmin se sonrojo violentamente al ver mi acción.

— ¡¿pero que estas haciendo maestro pervertido?!

¿Por qué se sonroja si ya se me de pies a cabeza su cuerpo?

Lo miro extrañado y después vuelvo a dirigir mi mirada a su entrada. No estoy haciendo nada
pervertido solo quería asegurarme de que no le había lastimado, de que no estaba sangrando.

Suspire aliviano al ver que no había rastros de sangre ni en la sabana ni en su cuerpo.


—Sigues siendo muy atento… — le mire sin comprender sus palabras.

—es normal ¿no? Te amo y no quiero lastimarte. — en ese momento sus mejillas se tiñeron de
un rojo bermellón.

—Yunho yo…— Le vi pensar atentamente en algo. Tal vez… ¿Lo iba a decir? ¿Me iba a decir
que me amaba también? De repente desvió la mirada y lo vi negar con la cabeza. — No, no es
nada.

Suspire un poco decepcionado. Me tocaría esperar un poco más

— Lo siento… — oí que murmuro apenado. Sonreí un poco. No me importaba seguir


esperando. Me incline sobre él y aparte unos mechones rojizos de su frente y bese ese lugar.

—No importa. — le dije con una sonrisa mientras lo abrazaba. — cuando te sientas listo...
dímelo... yo lo sé... pero si tú lo dices... entonces será diferente...

—Yunho…

—te quiero y eso es lo que importa. Quiero que seas mío completamente— le susurre en el
oído. — me tienes loco por ti Changmin, totalmente loco… Déjame tocarte… quiero
acariciarte… una vez mas…

Roce mis labios contra los suyos mientras pasaba una de sus piernas por mi cintura, rozando su
sexo contra el mío. Como respuesta un suave gemido me dio luz verde para proseguir con mis
toques sin embargo un ruido fuera de la habitación me interrumpió.

— ¿Qué es eso? — cuestiono Changmin curioso.

Se escucho un nuevo ruido, esta vez como si varios libros se hubieran caído. Fruncí el seño.
¿Qué estaba provocando eso?

Me levante de la cama y me coloque mis pantalones para ir a ver que ocasionaba el ruido
mientras Changmin se iba al baño a limpiarse.

Lastima… y yo que quería una segunda ronda.

Salí del cuarto y me dirigí a la sala y mientras me acercaba escuchaba cosas como: “gato tonto,
¡quédate quieto!” o cosas como “¡Felino inmundo, obedéceme!” además de que esa voz se me
era sumamente familiar.

—Luis ¿Qué estas haciendo? — pregunte cuando llegue a la sala y observe como mi hermano
mayor trataba, inútilmente, de sostener a un gato.

— ¡Ey hermanito! — Me sonrió ampliamente. — te traje un regalo. — alzo al gato de color


negro con las patitas blancas y la nariz en forma de corazón de color rosado. — ¿a poco no es
una lindura? — Luis seguía sonriendo como un niño bueno mientras el gato trataba de
liberarse de sus brazos.
— ¿De donde sacaste ese gato? — pregunte algo incrédulo.

—ah lo conseguí en la calle. El pobre estaba tirado en el parque y me dio cosita dejarlo allí. Ya
sabes que tengo debilidad por los animales así que como no puedo llevármelo decidí
regalártelo ¿Qué tal?—abrazo al felino ganándose algunos rasguños sobre su cara. — ¡auch!
¡Pero el gato no me quiere! Vengo peleando con él durante todo el camino. — Soltó al felino
quien en seguida se coloco a mi lado y empezó a ronronear. —¡ey, eso no es justo! ¡Yo te
salve, deberías quererme a mí y no al mi tonto hermano!

—como sea… no quiero gatos en mi casa.

— ¡¿Qué…?! ¡¿Vas a rechazar un regalo de tu querido hermano mayor?! — me apunto


acusadoramente. — ¡Yunho conque me devuelvas el gato no te regalo nada nunca mas en mi
corta vida!

En ese momento tocaron la puerta y fue a abrir.

—se muy bien que esta aquí. — dijo un Aarón muy molesto mientras entraba a mi casa sin
permiso.

—Se dice hola primero. — -acote algo cansado, nada mas abrí la puerta y sin permiso se
infiltro a mi casa.

Me ignoro olímpicamente mientras miraba de un lado a otro. Como si buscara algo.

— ¿Dónde esta Changmin? — me pregunto algo molesto mientras me miraba.

—Esta… bañándose… —conteste no muy seguro.

En ese momento Changmin entro a la sala secándose el pelo con una toalla.

— ¡ah, se suponía que tu debías hacer el almuerzo hoy! — expuso el gemelo mayor algo
enojado. Changmin por su parte miro a otro lado como si no le estuvieran hablando a él.

—no se de que estas hablando. — contesto mi pupilo tratando de disimular la sonrisa burlona
que estaba escapando de sus labios.

— ¡y encima lo niegas! ¡Me toco hacer comida y eso no es justo, yo la hice ayer y hoy te tocaba
a ti!

Así que por eso vino a mi casa. — ¡además ya van a ser la dos y no estas listo para que nos
vallamos!

—Ya voy mamá… —dijo Changmin irónico mientras rodaba los ojos.

—Ya cálmate niño. — hablo mi hermano tratando de calmar a un muy enojado Aarón. — Te
vas a poner viejito antes del tiempo. — dijo para después darle una palmada en su trasero a
modo de que se relajara pero solo consiguió que el joven diera un respingo ante tal
atrevimiento y lo mirara de forma asesina.

—Usted no se meta. — le informo Aarón bastante molesto mientras lo fulminaba con la


mirada. Cosa suficiente como para hacer retroceder a mí hermano algunos pasos y reír de
forma nerviosa.

Bien una cosa es segura; Aarón estaba muy pero muy molesto, anotare mentalmente nunca
mas hablarle cuando este enojado, con razón dicen que las aguas pacificas son las mas
peligrosas.

Aunque al parecer los únicos asustados éramos mi hermano y yo ya que Changmin parecía de
lo más relajado.

—buenas tardes gente linda. — anuncio Alan mientras entraba al apartamento. — valla, una
reunión familiar. — dijo al observar a mucha gente dentro del apartamento. — ¿Qué
celebramos? — pregunto mientras se acercaba al gemelo mayor pero al ver que este lo miraba
de forma asesina se fue por la tangente y saludo a mi hermano, quien lo miro extrañado por su
comportamiento.

Definitivamente los jinetes del apocalipsis eran adorables niñitos montados en poni
comparado con la furia de aquel joven. Creo que el aura asesina que desprendía de él era
suficiente como para que ninguno quisiéramos acércanos a semejante cólera. Creo que ese
joven detesta la irresponsabilidad.

—Nos vamos. — anuncio Aarón seguro y firme mientras se daba la vuelta para dirigirse a la
salida. Changmin solo bostezo y lo siguió pero en su recorrido se detuvo a mirar al suelo.

Todos observamos a Changmin quien se puso pálido al mirar una mancha en el suelo.

— ¿Qué pasa? — pregunto su hermano al darse cuenta de que no lo seguía y ahora lo miraba
con una ceja alzada.

—cu…cu…cu… — no lograba completar la frase así que Alan se acerco a él y miro la mancha del
suelo algo curioso.

— ¿Cucaracha? — trato de alentarlo Alan.

—¡¡¡Cucaracha!!! – completo finalmente en un atado de pánico mientras se escondía detrás de


Alan.

—ah pero tampoco es para tanto, si solo es una cucarachita. — comento divertido Alan, en ese
momento aquella cosa saco un par de alas y la cucaracha, ahora voladora, comenzó a
perseguir a Alan quien se puso pálido y comenzó a correr de un lado a otro gritando. —
¡cucaracha! ¡Cucaracha! ¡Cucaracha!

— ¡Mátala, mátala, mátala! — exigía Changmin escondido detrás del mueble mirando
asustado como Alan corría de un lado a otro y la cucaracha detrás de él.
— ¡Si, mátenla! — aprobó Alan colocándose a su lado y observando como aquel animal se
quedaba quieto en el suelo.

— ¿Qué la mate? — pregunto algo sobresaltado Aarón mientras se acercaba al animal.

— ¡Si, mátala! — exigieron al unisolo mi pupilo y mi mejor amigo. Aarón tomo un zapato de
quien sabe donde y miro con lastima al insecto. — ¡¿Qué estas esperando?! ¡Mátala!

—L-Lo siento… — murmuro un poco triste antes de lanzarse a matar al pobre animal. — ¡Ahhh
lo siento, lo siento, lo siento! — dijo mientras aplastaba una y otra vez al animal con el zapato
y mantenía sus ojos fuertemente cerrados.

Mi hermano y yo observábamos la escena con las cejas alzadas. Creo que esta es la escena mas
extraña que haya presenciado en mi vida.

Aarón se detuvo y dejo el zapato encima del animal ya aplastado. Respiraba agitadamente
mientras algunas góticas de sudor surcaban su frente. Casi al instante se llevo una mano a la
boca y se puso pálido.

—Creo que voy a vomitar… — murmuro apenas.

—Tanto escandalo por una cucaracha-— dijo sorprendido mi hermano mientras sostenía el
gato en sus manos.

—no es solo una cucaracha ¡es una cucaracha voladora! — explico Alan alarmado mientras nos
miraba con sus ojos azules nervioso pero al ver la pasividad en nuestros rostros de apresuro a
acotar. — ¡¿Qué acaso no le tiene pánico a las cucarachas voladoras?!

Mi hermano y yo nos mirábamos.

Solo es una cucaracha… pensé tranquilo.

— ¡Suficiente trauma, me voy! — anuncio Changmin mientras tomaba del brazo al pobre
Aarón, quien ya tenia la cara verde por las nauseas que sentía y se dirigían a la salida. — tengo
clase a las dos y no me he vestido. — me miro. — ¡y tu también deberías arreglarte que tienes
que dar clases maestro de pacotilla!

Creo que ver un pobre insecto lo puso de mal humor.

Tras aquello se marcho llevándose con él a su hermano pero antes de salir le lanzo una mirada
¿extraña? A mi hermano quien solo le sonrió y se despidió de él agitando levemente la mano.

—Yo también tengo que irme. — anuncio Alan. —solo vine a recoger mi bolso que se me
olvido.

— ¿Cómo…?
—que me voy a trabajar.

—pero acabas de llegar de tu trabajo.

—y tengo otro.

—Alan no es por decirte nada pero ya tienes con este tres trabajos. – eso era cierto, trabaja en
la mañana en un biblioteca, en la noche en la pizzería así que al menos debería descansar en la
tarde pero ahora también había buscado otro trabajo en la tarde. ¡Eso era mucho! Y no me
refiero al dinero si no al cansancio tanto físico como mental.

¿Qué estas haciendo realmente Alan?

Aquel rubio de ojos azules tomo su mochila y se despidió con una sonrisa vacía. Me quede
mirándolo algo preocupado. ¿Qué esta tramando?

—Oye. — me llamo mi hermano. — ¿Qué no tenias que irte a trabajar?

—¡¡¡Verdad!!! — me exalte y corrí a mi cuarto a darme una ducha rápida. Faltaba poco para
las dos y no estaba listo… ni siquiera había comido y todo por estar teniendo relaciones con mi
alumno.

Hablando de eso… ¿llegaría la comida que había pedido Changmin? Seguramente si llego pero
no escuche nada porque estaba muy “ocupado”

En fin… me di un baño de paloma y me vestí rápidamente. Tome mis cosas y me dirigí casi
corriendo a la salida. Ya casi cuando llego a la salida vi a mi hermano aun sentado en el mueble
y con el gato en sus manos.

—por cierto… ¿a que viniste? — pregunte algo curioso.

—Ah venia a hablar sobre Elías. — al escuchar eso sentí como me subieron y me abajaron de
repente.

— ¿Qué…?

—pero en vista de que tienes que ir a trabajar tendremos que postergar esta conversación.

—no pero…

—Tranquilo que podremos hablar sobre ello mas tarde con tranquilidad así que tu happy,
happy, happy — canturreo feliz mientras acariciaba la espalda del gato. —pero claro, eso será
en una semana mas o menos porque tengo que salir de viaje.

— ¡pero quiero saber sobre Elías!

—y lo sabrás pero a su debido tiempo. Ya saben lo que dicen sobre la paciencia: mas sabe
diablo por viejo que por diablo. — alce una ceja.
—Eso no tiene nada que ver con la paciencia. — le informe.

— ¿En serio? — me pregunto incrédulo mirándome curioso. Yo asentí. — ah entonces ¿A la


larga la lima se come el hierro? — esta vez dijo el dicho sin estar muy seguro si eso se apegaba
a lo que estaba diciendo.

Solo suspire cansado, a veces mi hermano es bien caído de la mata.

—Nos vemos después Luis. — me despedí tranquilamente.

— ¡Adiós hermanito! — me dijo con animo. —y no tengas tanto sexo que te vas a quedar seco.
—escuche que dijo después de haber cerrado la puerta, me sonroje violentamente así que en
ese momento me pregunte ¿en que instante llego mi hermano al apartamento? ¿Escucharía
todo? ¿O parte de ello? ¡Ahh como sea! No tengo tiempo de divagar.

Mire el reloj de mi muñeca dándome cuenta de que faltaban pocos minutos para las dos. ¡Voy
a llegar tarde!

Como un correcaminos me dirijo al instituto “Ángel de la guarda” corriendo.


***
Esa tarde al llegar a casa estaba sumamente cansado. Había llegado tarde al instituto y a esa
hora los alumnos de mi clase tenia un examen pero como llegue tarde no pude hacérselo.
Condenados. Se salvaron de lo que les tenia preparado.

Esa misma tarde Mario se había acercado a mí preguntándome por el tarado de mi amigo.
¿Qué no se suponen que son novios y saben al menos algo sobre tu pareja? En fin… la cosa es
que Mario tenía días sin verlo y estaba un poco preocupado y por supuesto pude notar que
también estaba triste a causa de su ausencia.

Intolerable.

Alan más te vale que tengas una buena excusa para poner en ese estado al pequeño Mario.

Hoy definitivamente hablaría con Alan sobre su comportamiento. ¿Qué estaba pasando con
él? ¿Habría peleado con Mario sobre algo?

—Idiota. — murmure preocupado a la nada en particular.

Sin embargo se hicieron las diez, las once, las doce, después la una y finalmente las dos de la
madrugada y Alan nada que daba señales de vida ¡¿pero donde carajos se habrá metido este
cabeza de chorlito?!

Me senté en el sofá de la sala dispuesto a esperar lo que tuviera que esperar. Fruncí el seño;
parecía madre esperando a su hijo después de una fiesta ¡pero es que me preocupo por el
idiota ese! Realmente esta actuando extraño; que si tanto trabajo, Alan es un flojo y no
necesitaba tanto dinero además de que le gusta descansar y tampoco es de aquellos que se
den mala vida así que ¿Por qué tanto empeño en trabajar tanto?
Bueno, primero tal vez sea porque quiere invertir su tiempo libre en algo o tal vez se endeudo
y necesita dinero urgente… pero él no es de lo que se endeuda así como así… tal vez esta
aburrido y quiere hacer algo con su vida… tal vez este reuniendo dinero para estudiar en una
universidad… mmmm… tal vez quiera dinero para comprarse algo… no se ¿una casa? … no,
no… lo dudo… ¿para que demonios necesita trabajar tanto?...

¡ahhh estoy cansado de especular sobre la situación! ¡Sera mejor que ese rubio casanova
tenga una buena explicación para abandonar a Mario de esa manera! No dizque estaba
enamorado así que ¿entonces?

¿Por qué estaría haciendo algo así?

¿De que estaría escapando?

¿Habrían tenido una discusión?

¿O es que se había cansado finalmente del pequeño rubio y ahora no sabio como decírselo?

Pero no pude continuar en mis divagaciones y en mil formas de asesinar a Alan porque en ese
momento ese chapulín entro al apartamento.

— ¿Qué son estas horas de estar llegando? — pregunte molesto, Alan me miro sorprendido
de verme allí.

— ¿Ahora eres mi esposa? — pregunto divertido con una sonrisa burlona. Fruncí el seño. — ya,
ya… no te enojes. Solo era una broma. — me quede mirándole fijamente esperando una
respuesta a lo que le había preguntado anteriormente, Alan suspiro y rodo los ojos. — llegue
tarde porque me quede haciendo trabajo extra.

— ¿Mas trabajo? — pregunte algo preocupado. —Alan en serio, me estas preocupando ¿Qué
estas haciendo con tu vida?

En ese momento su rostro se sombrío y eso me preocupo aun mas.

—estoy bien Yunho. No te preocupes con algo tan banal como eso; solo es trabajo.

— ¿Solo trabajo? — ironice. — no me parece eso. Te estas destruyendo.

—No es destrucción. —me miro con sus ojos azules centellantes en rabia. — no tiene nada de
malo que trabaje ¿Qué no eres tu él que me dice que haga algo productivo? ¡Pues bien, estoy
haciendo algo productivo! —me contesto lo mas seriamente posible.

—eso no esta siendo del todo productivo. Estas olvidándote de las cosas importantes. —trate
de hacerlo entrar en razón. — por ejemplo estas olvidado a Mario. —al nombrarle a dicho
personaje su mirada se suavizo.

—mi canario… ¿que pasa con él?


—eso lo deberías saber tu ¿no? Eres su novio o eso creo. —desvió su mirada. Me molesta que
no me miren a los ojos mientras hablo.

—solo he estado un poco ocupado. No tiene nada que ver con él. — y tras esto se del
apartamento sin dejarme si quiera terminar de hablar.

—Alan. ¡Alan! — le llame pero fue inútil. ¿Pero que coño tiene en esa cabeza? Además ¿A
dónde ira a estas hora de la madrugada?

Aun preocupado por su extraña actitud me fui a la cama pero debo confesar que no pude
pegar el ojo en toda la noche, solo especulaba y especulaba en lo que estaba pasando con
aquel rubio.

Llego el día y me di cuenta de que no regreso a dormir ¿Dónde pasaría la noche?

Fui al trabajo pero no pude concentrarme bien. Estaba como ido, pensativo, taciturno.

— ¿esta bien profesor Yunho? — pregunto Aarón en el metro al verme ausente. — parece ido.

—todo el día ha estado así. — acoto Changmin algo preocupado.

—estoy bien. No se preocupen. — trate de tranquilizarlos con una sonrisa pero la verdad es
que ni yo mismo me creía eso.

Cuando llegue a casa eran las ocho de la noche. De camino a casa había una enorme cola y por
eso llegue tarde sin embargo creo que no estaba lo suficientemente preparado para lo que
sucedería.

Supongo que esa noche nunca podre olvidarlo.

Era el cumpleaños de Mario. Lo sabía porque Alan lo había comentado más de una vez y se
preguntaba feliz que debía regalarle a su pequeño novio.

Eso era antes de que su comportamiento extraño comenzara y me preguntaba si realmente


con todo su trabajo se habría acordado del cumpleaños del pequeño Mario.

Llegue a casa y me sorprendí de ver la casa impecable. A lo lejos podía escuchar un suave
canturreo.

—I walked across an empty land. I knew the pathway like the back of my hand—aquella
melodia provenia de la voz de Alan. —i felt the earth beneath my feet. Sat by the river and it
made me complete. — la voz salía de su cuarto. Me sorprendí un poco de verlo tan temprano
en casa, normalmente llegaba a eso de las doce o pasada esa hora.

Con pasos lentos me acerque a lo que era su cuarto y lentamente abrí la puerta.

— ¿Qué estas haciendo? — pregunto algo alarmado y preocupado. Alan estaba empacando
sus cosas y la habitación estaba vacía de sus cosas, todas ellas estaban dentro de varias
maletas. Alan me miro tranquilo.

—Bienvenido a casa Yunho. — me dijo de lo más sonriente para después seguir doblando su
ropa y meterla dentro de la maleta. Entre a la habitación algo preocupado mientras él seguía
cantando aquella canción que era una de sus favoritas. — Oh simple thing, where have you
gone? i´m getting old and i need something to rely on. So tell me when you´re gonna let me in.
i´m getting tired and i need somewhere to begin.

—Alan… ¿Por qué estas empacando todo? — volví a preguntar esta vez algo alarmado. Mi
amigo detuvo su labor y respondió sin siquiera mirarme.

—Sabes, esa canción también es su favorita. — me miro pero yo no comprendía nada. —


también es la favorita de Mario. Me sorprendí al principio pero no era para menos si ambos
anhelábamos lo mismo.

— ¿de que estas hablando Alan?

—el es una persona maravillosa pero yo ya no puedo mas. No puedo seguir con esto. — las
manos le temblaban. — es demasiado para mi.

Yo me quede en silencio. No entendía de que hablaba mi amigo pero me suponía que algo
bueno no era.

El viento soplaba suavemente meciendo las palmas de las matas de coco que estaban fuera del
edificio. Además de eso estaban los sonidos de la noche, seguramente tranquilizándome para
que lo pronto oiría.

Era algo así como la calma antes de la tormenta.

—Su tío abusa de él. — le oí decir en un murmullo. — abusa de mi querido Canario. Lo hace
casi todas las noches.

Yo abrí mis ojos a más no poder ante aquella terrible noticia.

— Él me lo conto todo hace dos semanas y yo… yo no puedo hacer nada… nada para ayudarlo.
— me miro a los ojos pero yo estaba mudo. — por eso decidí irme. Me voy lejos de aquí.

— ¡¿Qué…?! ¡¿Te vas justo cuanto mas te necesita?! — grite estérico y furioso. Sentía la sangre
hervir a mil por hora. Lo tome con fuerza del cuello de la camisa. — ¡Eres un cobarde! ¡¿Cómo
te atreves a abandonarlo de esa forma?! ¡Vas a terminar de destruirlo con eso!

—Te equivocas — me miro seriamente. —A Mario me lo llevo conmigo.

— ¿Qué…?

—voy a huir con él Yunho. Me lo llevare lejos de aquí donde nadie pueda lastimarlo.
Yo lo miraba sorprendido.

— ¿estas loco…? No puedes llevártelo, es menor de edad. Te meterían preso por secuestro.
Hay otras maneras de poder ayudar a Mario.

—No, no la hay. — se soltó de mi agarre. —que no entiendes, al mínimo hecho de que lo


denunciemos es capaz de lastimar a Mario. Según lo que me ha contado él su tío esta
obsesionado con él y es capaz de todo. La policía seguro no haría nada porque él también es
parte de ella.

— ¡peor aun, te conseguirán y te meterán preso que no entiendes!

— ¡no! ¡El que no entiende eres tú! ¡¿Qué no ves que no hay otra salida?! Me he machado las
neuronas en busca de otra solución en estas dos semanas pero no la hay ¡¡no la hay!! ¡Estoy
cansado de no poder hacer nada por él, de no poder ayudarlo porque teme que su tío tan
celoso que es me mate! …

Le mire sorprendido y sin aun creer la información que se me acababa de dar.

— si lo denunciamos la policía tardara demasiado en reaccionar, aunque le den una orden de


restricción en contra de ese sujeto no funcionara. Lo se Yunho, eso no funcionara, si esta tan
obsesionado como Mario me dijo no descansara tranquilo en esta ciudad… por eso… por eso
tome la decisión de trabajar y trabajar hasta recolectar suficiente dinero como para poder
huir. — abajo su mirada. — hoy es su cumpleaños… cumple trece años… me dijo que en este
día su tío le deja en paz como regalo… por eso, decidí que seria bueno escapar hoy…

—Alan…

—se que crees que es una locura, que es algo insensato pero yo… lo quiero y no quiero verlo
sufrir por culpa de ese malnacido. —cerro su maleta. Había terminado de empacar todo. Se
quedo un rato en silencio y tras varios segundos continúo hablando. — cuando era un niño
pequeño soñaba con encontrar a una persona que me quisiera por como soy… pero al crecer
me fui dando cuenta de que había sueños que no podían ser realidad y que no había gente con
tanta bondad. Eso lo supe después que murieron mis padres y me vi envuelto en un caos
familiar… y me vi relacionado con demasiadas mujeres en busca de satisfacción personal y en
esa búsqueda de esa persona especial

Hizo una pausa y se acerco a la ventana. Mirando con nostalgia la luna a través del cristal de la
ventana.

—Pero a pesar de los continuos sinsabores y la incomprensión seguía buscando esa persona.
Así que mientras la encontraba lo único que me quedaba era continuar. Comencé con
personas que buscaban placer carnal y después con aquellas que buscaban solo compañía y
después con las que solo querían pasar un rato pero sin lugar a dudas todas ellas y ellos eran
personas hermosas…

Sonrió con algo de ternura, como si estuviera recordando cosas que son hermosas y que al
hacerlo te sacan una sonrisa.
—y después conocí a Mario, una personita con un corazón blando y frágil, que solía espiarme
de niño en la pizzería. — ante este comentario rio un poco ante sus recuerdos de aquel niño.

—creí que solo era un amor infantil pero cuando lo encontré de nuevo supe que aun albergaba
sentimiento hacia mi… con él supe lo que era la amistad... El cariño... lo increíble...Y me
enamoré de él. Aunque el fuese un niño y yo un adulto pude sentir el cariño que desde hace
tanto tiempo buscaba.

Volvió a la cama en donde sus cosas estaban empacadas. Yo tenía un nudo en la garganta ante
sus palabras. Alan sonrió un poco y tomo sus cosas.

—deberías estar feliz Yunho. Por fin estoy pensando en anclarme a alguien y dejar de volar.
Voy a llevarlo conmigo y viviré sus sueños y los míos, lejos de aquí. Lejos de todo y de todos…

—Alan ¿podrías…?

—no. No pudo quedarme. Esta es la única salida. — se dirigió a la puerta con sus cosas. — él
merece que lo arriesgue todo… por él podre hacerlo… ¿no harías tu lo mismo por Changmin?

Eso fue suficiente como para hacerme callar y entender que Alan solo quería salvarlo del
infierno que Mario secretamente vivía en su casa.

—Hay algo que quiero pedirte.

— ¿Qué puedo hacer por ti?

—voy a recoger a Mario y después nos vamos a la estación de tren pero nos vamos en auto y el
auto no es mío. Es de Gabriel, mi amigo. ¿Podrías venir con nosotros y quedarte con el auto
para que se lo devuelvas? Es que yo no podre hacerlo.

Asentí lentamente. Alan sonrió y yo le ayude a cargar una de sus maletas. Cuando salimos nos
dimos cuenta de que Changmin estaba fuera del cuarto. Creo que habrá escuchado todo.

—Así que te vas con el mocoso. — no fue una pregunta sino una afirmación pero aun así Alan
asintió y Changmin le miro con tristeza. Supongo que él también lo extrañaría.

Los tres nos dirigimos al auto que estaba debajo. Yo conduje hasta la casa de Mario mientras
Changmin estaba en el asiento del copiloto y Alan estaba en el asiento de atrás, mirando las
calles de noche por la ventana oscura del auto.

Alan me dijo que me quedara a una cuadra de la casa del pequeño rubio, pues no quería
levantar sospechas. M amigo salió y se fue por un callejón oscuro hasta la casa de su pequeño
novio.

El barrio al que habíamos entrado era bien conocido como peligroso así que rezaba en silencio
para que ningún malandro saliera a nuestro encuentro y arruinara el plan.
Respiraba tranquilo. Manteniendo mis manos en el timón del auto. Nervioso de que algo
saliese mal y de que el tío de Mario estuviera en su casa y no en algún bar como Alan había
dicho.

A lo lejos se oía el ladrar de un perro, cosa que me colaba aun mas nervioso pues hacia eco en
el silencio de aquel lugar. Me ponía los nervios de punta.

Pasado varios minutos vi a dos figuras acercarse. Temí que fueran delincuentes pero solo eran
Mario y Alan quienes venían a toda prisa.

—Bien, vamos a la estación del metro. — dijo Alan una vez que estuvo dentro del auto. Mire
por el espejo que Mario estaba a su lado y tenía una mirada asustada, como la de un pájaro a
punto de morir.

Mario nos miro a Changmin y mí y sonrió algo penado. —hola… —murmuro apenas.

—Feliz cumpleaños Mario. — le dije cariñosamente.

—Gracias…

Encendí el auto y nos marchamos toda prisa.

Todo iba transcurriendo en un tranquilo silencio, Mario estaba muy nervioso. Observaba como
las manos le temblaban, el muchacho estaba demasiado nervioso así que para calmarlo
mientras llegábamos Alan le canto aquella canción que le gustaba tanto.

—oh simple thing, where have you gone? i´m getting old and i need something to rely on. so
tell me when you´re gonna let me in. i´m getting tired and i need somewhere to begin

Mario sonrió un poco y se acurruco en el pecho de mi amigo mientras este cantaba


suavemente cerca de su oído al mismo tiempo en que acariciaba su cabello.

Pronto llegamos a la estación del metro. Era bastante tarde así que cerca de esa hora no había
casi nadie esperando el metro. Alan ya había comprado los boletos y la tenia en mano.

La inminente despedida había llegado y yo aun no lo podía creer.

Un nudo se me formo en la garganta al ver que Alan me extendía la mano. La estreche con
fuerza y Alan sonrió con sinceridad, no era una sonrisa que veía a menudo pero si era
reconfortante y cálida.

—Lamento haberte causado tantas molestias Yunho.

No idiota, no te despidas así. Me vas a hacer llorar.

—fuiste un gran amigo y me ayudaste cuando mas te necesitaba. No eres de lo que se


encuentra fácilmente Yunho.
Mis ojos se habían llenado de agua pero no iba a dejar salir mis lágrimas. Los hombres no
lloran. Trague saliva para tratar de desanudar el nudo de mi garganta.

—Sigues siendo un idiota Alan. — le dije sin dejar que la voz se me quebrantara. Alan me miro
divertido.

—Y tú sigues siendo el amargado de siempre. — reí un poco y después mire al pequeño


Mario.

—Cuídate mucho Mario. No dejes que este profanador de cunas haga demasiadas cosas
pervertidas contigo ¿de acuerdo? — Mario asintió un par de veces mientras las lágrimas se
deslizaron con facilidad sobre sus mejillas.

—Usted también cuídese mucho profesor Yunho. — Miro a Changmin. — gracias a ti por todos
tus consejos. También le echare de menos. – y tras esto le sonrió tímidamente. Changmin le
miro algo triste.

—Tú también cuídate mocoso. — respondió mientras le revolvía el cabello.

La voz en la bocina anuncio que los pasajeros debían abordar el metro ahora.

—Bien, llego la hora. —anuncio Alan mientras tomaba sus maletas pero antes de que se fuera
le extendí un sobre.- ¿Qué es esto?

—es dinero.

—Yunho, no es necesario.

—no importa. Recíbelo para que Mario no le pase nada… y a ti tampoco. Recíbelo o te lo doy a
la fuerza. — Alan sonrió un poco y tomo el sobre. —mas te vale que cuides bien de Mario o
sino te daré una paliza.

—gracias Yunho. Y no te preocupes que si lo cuidare, te lo prometo. — miro a Changmin y le


sonrió pícaro. — y tu deja de ser tan pervertido y no me seques a mi querido amigo.

A toda respuesta Changmin solo sonrió con los ojos cargados de lágrimas.

El adiós definitivo…

— fue un placer coincidir contigo en esta vida Yunho. — me dijo con dificultad aquel rubio
casanova y tras esto ambos entraron al metro. Este estaba en su totalidad vacío así que se
sentaron en los primeros puestos.

Desde la puerta aun podía verlos. Alan contenía las lágrimas y Mario decía adiós agitando
levemente la mano.

Las puertas del metro se cerraron y en ese momento supe que ya no había marcha atrás.
Aquel loco se iría y yo lo echaría demasiado de menos. El labio inferior me temblaba y las
lágrimas dudaron en deslizarse por mis mejillas al ver que el metro comenzaba a moverse.

Mientras este estaba moviéndose con lentitud seguía con pasos su curso; observando a Alan y
Mario quienes se habían cubierto con una manta del frio. El tren fue mas rápido y en su curso
comencé a correr con él para no perder de vista a aquellos dos personajes que formaban parte
importante de mi vida.

— ¡Mario! ¡Alan! — grite desesperado mientras el tren se acercaba al túnel que los llevaría
lejos de aquí. Vi que Mario lloro nuevamente y mi amigo sonreía aunque las lagrimas también
le habían traicionado.

Mario, una persona tierna, fuerte y amable que me acompaño en un corto tiempo pero que
aun así se gano mi confianza. Mi respeto y mi cariño.

Y durante muchos años considere a Alan una molestia pero con el tiempo se fue ganando mi
cariño y confianza. Sus bromas, sus malos chistes y sus bromas pesadas constituyeron de él
una personalidad divertida y única. Un pervertido de primera pero con un gran corazón.

Y en ese momento tuve que admitir avergonzado que Alan era una persona mucho mas fuerte
y decidida que yo…

Porque ahora él mismo estaba haciendo una prueba inminente de amor.

Finalmente no pude correr más ya que el tren se termino de ir por el túnel y con él se fue mi
mejor amigo y el dulce Mario.

Lagrimas y mas lagrimas se acumulaban en mis ojos pero me rehusaba a llorar.

Echaría de menos a ese loco.

Sentí que alguien tomo mi mano. Mire a mi lado con los ojos lloroso y pude ver que Changmin
lloraba en silencio y sus orbes marrones me miraban con tristeza.

Entrelace sus manos con las mías con fuerza y lo abrace. Changmin correspondió a mi abrazo.
En ese momento no pude contener más mi llanto y deje que las lágrimas se suicidaran por mis
mejillas.

—Ellos van a estar bien. — me dijo Changmin con la voz quebrantada. Yo asentí.

Esperaba que así fuera.

Mientras tanto me quede así; abrazando Changmin con necesidad y pensaba que echaría de
menos al chiflado de Alan y al pacífico Mario.

Odio las despedidas. Nunca me ha gustado decir adiós.

Pensé al tiempo en que recordaba sus últimas miradas mientras se marchaban...


Esas fueron para mí...

Sus últimas palabras...

—Adiós querido amigo...

Crear vínculos es algo maravilloso y la amistad es uno de esos vínculos.

Amigos… son pocos a los que puedo considerar de esta manera y Alan y Mario eran uno de
ellos… uno de los que no se si algún día volvería a ver…

Y en mi silencio y tristeza silenciosa pude escuchar la voz odiosa de Alan cantado aquella
última frase que se compenetraba hacia donde ellos iban…

Somewhere only we know

Somewhere only we know...


Cap 16: memorias perdidas

r: cielo caido

16. Capítulo 16: Memorias perdidas.

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Notas del capitulo:

Hola queridos lectores! Lamento haberme atrasado una semana T-T es que enferme
horriblemente y estaba al borde de la muerte por una infección grave en la garganta x.x pero
ya mejores y hoy les traigo la continuación, espero que les guste. Y muchas gracias por todos
sus comentarios ¡me emocione! Nunca antes había recibido tantos! Y me alegra mucho de
que esta historia tenga una buena acogida, me da mucho gusto y se que a algunos les dolió
mucho la partida de Alan y Mario =( a mi también me dolió.

En fin… espero que este capítulos les agrade, creo que complací a algunas personitas con este
capitulo así que espero que lo disfruten xD

Capitulo 16: Memorias perdidas.

—Más te vale que seas gentil. —me aclaro mirándome con sus ojos marrones. Se notaba que
estaba algo asustado. — con que me hagas sangrar te denuncio. Estas advertido.

—tranquilo. Tampoco soy tan bruto.

— ¡claro que si lo eres!

—oye, mas respeto. —Dije algo indignado por su falta de confianza. — Además fuiste tu quien
viniste para que te ayudara con tu problema. —se quedo callado y desvió la mirada. Yo suspire
cansado y me dispuse a hacer mi trabajo. — Bien, voy a sacarla.

— ¡no… espera...! ¡No la saques todavía, me duele!

—pero no es tan grande.

— ¡¿Qué no es grande?! ¡Yunho es enorme, la mas grande que se me ha clavado dentro!


—no seas exagerado, además no es la primea vez así que ya deberías estar algo
acostumbrado.

—Bueno, bien que puedes meterte una tú y después hablamos. — me dijo de forma sarcástica
aquel mocoso malagradecido. Viene a mí por ayuda y encima me sale con su sarcasmo cuando
estoy en medio de ayudarlo.

—ya, ya… esta bien. Ahora calmarte y no te muevas mucho. — le informe algo irritado y
comencé a sacarla, me miraba algo nervioso y se asusto mas cuando empezó a sentir el liquido
tibio y rojo brotar de su interior.

— ¡Te dije que la sacaras con cuidado! — me recrimino mientras sentía el liquido carmesí en su
piel. —ni para esto eres cuidadoso.

—ya deja de quejarte que bien que la saque. — Le dije mientras le señalaba la “enorme”
estaca que había sacado de su dedo índice.

¿Qué pensaron ustedes pervertidos?

¿Qué estaba teniendo coito a las diez de la mañana?

Pues no, les informo que tampoco soy tan pervertido.

Era miércoles por la mañana y no había habido clase porque los alumnos habían tomado el
instituto así que no se pudo dar clases… en fin, Changmin había venido esa mañana
porque -según él- se había clavado una “enorme” estaca y no podía sacársela, así que yo
amablemente, con una “enorme” aguja en mano le ayuda a sacar dicha estaca.

Ahora estábamos en la sala de mi casa y aquel castaño me miraba molesto por no haber sido
suficiente cuidadoso al sacar aquello. Igual le iba a doler.

— ¿Qué estas haciendo? — pregunte un poco desconcertado al ver la acción que hacía.
—Limpiándome la sangre idiota — me respondió malhumorado mientras terminaba de
limpiarse la sangre con la lengua, totalmente inconsciente del mensaje subliminal que me
estaba mandando.

Trague saliva.

¿Qué tal mal sabría su sangre?

¿O que tan buena…?

A toda respuesta solo atine a atraerlo a mi y lo bese profundamente, tomándolo desprevenido


por lo fuera de lugar del gesto. Seguro que se sorprendió de mi acto pues en primer lugar no
me respondió pero a los pocos segundos de haber caído en cuenta de que le estaba besando
comenzó a corresponderme.

El cuerpo de Changmin se curveo ante mi beso demandante.

A los pocos minutos me separe de él por la falta de aire. Mi boca tenía el sabor metálico de la
sangre de Changmin. No me gustaba el sabor de la sangre pero si venia de mi pupilo era obvio
que la encontrara más que deliciosa.

En tanto Changmin me miraba algo agitado, con las mejillas rojas tanto por el esfuerzo como
por estar tan cerca de mí.

—Me encanta tu sabor— le comente en tono malicioso.

—Eres un vampiro. — me dijo avergonzado.

Sonreí un poco y volví a besarle con igual pasión, él me respondió de la misma forma; esta vez
paso sus brazos por mi cuello, aferrándose al mismo mientras yo lo acorralaba contra la pared.

Esta bien, lo admito, si soy un pervertido por querer poseer a Changmin a esta hora de la
mañana.
— ¿Qué no es muy temprano para estar haciendo eso? — una voz conocida y molesta
interrumpió mi acto de la mañana.

Me separe de Changmin y mire hacia la puerta. Para mi desgracia allí se encontraba mi


hermano en compañía de dos niños; uno más pequeño que él otro. El mas pequeño lo cargaba
en brazos, suponía que el bebe debía tener unos seis meses aproximadamente y el otro era un
poco mas grande llegando a aparentar unos cinco años de edad y mi hermano le tapaba los
ojos para que no viera el acto tan “indecente” que estábamos a punto de cometer.

—Que sinvergüenzas salieron ustedes dos, mira que venir a hacer eso a semejantes hora de la
mañana y de paso ser visto por niños. — mi hermano hizo un gesto de no-no-no con los dedos.
— eso esta muy mal hermanito, muy mal. Que clase de ejemplo le estas dando a tus sobrinos.

En ese momento me separe a toda prisa del cuerpo de Changmin quien bufo molesto por la
interrupción.

— Papi, ¿Qué estaba haciendo el tío? — pregunto la pequeña niña de cinco años mientras
halaba la camisa de mi hermano.

—Buena pregunta. — dijo mi hermano conteniendo la risa. — Mariana porque no se lo


preguntas a tu tío directamente. — respondió de forma divertida mientras sonreía de forma
maliciosa.

Yo trague saliva algo preocupado. Explicarle a una niña de cinco años que es el sexo no era
cosa fácil y además no era sexo común entre un hombre y una mujer sino sexo entre dos
hombre lo que implicaba explicar sobre la homosexuales y las diferencias que hay entre sexos.

Bien, bien… que buena forma de empezar el día Yunho.

La pequeña niña me miraba curiosa con sus grandes ojos grises, llenos de pureza e inocencia,
esperando una respuesta que no sabía si estaba seguro de darle.

— ¿querían hacer bebes?

No supe que decir. Mi hermano estaba conteniendo la risa al ver mi cara en blanco. ¿Cómo
explicarle a una niña pequeña que entre dos hombres no se puedes hacer bebes? Por cierto,
¿Qué no es a esa edad cuando se suponen que creen que los bebes los trae la cigüeña? ¿Cómo
es que sabe el verdadero método?

Me asusto saber la respuesta.

La pequeña abrió su boca y respondió a mi pregunta muda.

—Sé que los bebés se hacen porque el papá pone una semilla en la mamá… porque el papá
tiene un pene y la mamá una vagina. Lo que no me cabe es cómo hará el tío para poner su
semilla dentro del muchacho — señalo a Changmin quien también estaba pálido al igual que
yo.

— ¿C-Cómo sabes de…que es lo que…?

—tu tienes un pene y ese muchacho otro. Porque los dos son hombres por eso ¿Cómo vas a
colocar tu semilla en su panza? — La pregunta fue dirigida a mí con total naturalidad que me
petrifico.

Mi hermano no pudo más y estallo en risas. Yo le mire molesto. ¡¿Qué clase de padre le explica
esas cosas a una niña de cinco años?! ¡Le ha arruinado su infancia!

En tanto la pequeña miraba a su padre y después me miraba a mí… y después miro a


Changmin.

—Mariana, cuando ya sea un poquito más grande te lo explico ¿si va? — le dijo mi hermano
guiñándole el ojo de forma amistosa. La pequeña frunció el seño pero después de un rato
asintió. — ahora pídele la bendición a tu tío que desde que llegaste no has hecho mas que
torturarlo con preguntas.

Luis colocó fraternalmente un brazo sobre el hombro de la pequeña de cabello negro y ojos
grises y la hizo caminar hacia adelante hasta llegar hasta donde estábamos Changmin y yo.

—Bendición tío Yunho. — dijo la pequeña en una melodía dulce. — disculpa haberte
molestado.
— ¿eh? Ah no pasa nada. — reí un poco mientras le echaba la bendición.

—Bien, bien. Entonces Mariana… preséntate ante el novio de tu tío. — la pequeña miro a
Changmin y le extendió la mano.

—Mucho gusto. Mi nombre es Mariana Torrealba, un placer conocerle.

—Changmin Vázquez —dijo mi pupilo, incrédulo ante la pequeña. Ese no era el tipo de cosas
que una niña tan pequeña fuera a decir, aunque me supongo que Elizabeth es una madre
bastante estricta y mi hermano también lo es, presumo que le enseñaron desde pequeña las
bases de protocolo y algo de etiqueta ya que Elizabeth es una abogada de gran calibre, además
de que mi hermano es un honorable militar, sospecho que sus hijos deben inspirar el mismo
respeto que ellos dos infunde.

—Muy bien Mariana. — dijo mi hermano sonriente. — Ahora les presento a mi otro hijo. —
miro al pequeño niño de seis meses que cargaba en brazos. —este es Marcos Torrealba. Mi
hijo menor. — yo mire al pequeño que nos miraba curioso tanto a Changmin como a mi.

Si bien conocía a Mariana desde que era una niña pequeñita y la había visto crecer, a Marcos
bien poco lo conocía ya que después de que mi hermano y Elizabeth se separaron esta se fue a
vivir a otra cuidad y no pude ver con frecuencia al pequeño Marcos.

Elizabeth es la ex –esposa de mi hermano. Una mujer alta y esbelta, de cabello liso y de


color negro azabache, poseedora de una mirada determinada de color azul, con una actitud
recta y difícil de domar. Además de ser la hija de un famoso abogado y como hija única heredo
el buffet de su padre al caer este enfermo. Mi hermano y ella se conocieron en un
restaurante; cuando ambos buscaban un momento de paz. Con el tiempo se enamoraron y
casaron pero tras varios años las cosas no resultaron como ambos esperaban y hace un año se
separaron, en su matrimonio concibieron a dos niños:

La pequeña Mariana de cinco años, que nació al año de haberse consumado el matrimonio.
Una pequeña idéntica a su madre tanto en apariencia como en carácter. Y el pequeño Marcos
de seis meses, que nació después del divorcio. Ninguno sabía la existencia de aquel niño así
que se habían separado sin saber que Elizabeth estaba embarazada. Su cabello castaño se
asemeja con el de mi hermano y sus ojos azules, igual que su hermana y madre, despiden
inocencia y ternura.
— ¡Bah… bah! — dijo mientras me extendía los brazos para que lo cargara.

—Mucho gusto pequeño, soy tu tío Yunho. — le dije con una enorme sonrisa mientras lo
tomaba en brazos. Como me encantaban los niños.

—No sabia que tenia hijos —comento Changmin mientras le pellizcaba una mejilla al bebe.

— ¡Bah! ¡Ba-ba-bah! — le recrimino el bebe mientras le daba un manotazo para que le dejara
de pellizcar su mejilla.

—Es lindo— dijo divertido Changmin mientras el bebe le miraba molesto.

Coloque al bebe sobre mis hombros. El pequeño Marcos ahora tenia una vista panorámica de
todo así que pataleó con sus piernas juguetonamente.

—me alegra que te haya caído bien Marcos pero debo advertirte que…— no tuvo oportunidad
de continuar ya que en ese momento el pequeño Marcus eructo sonoramente expulsando
restos de alimento que fueron a parar en mi cabello recién lavado y parte de mi cara. — acaba
de comer así que debiste expulsarle un poco de gas antes.

No tuve tiempo de protestar cuando el pequeño Marcos le dio un viscoso mordisco a mi mano.
Tuve que morderme los labios para no gritar al sentir sus pequeños dientes clavarse con fuerza
en mis dedos. — por cierto; le están saliendo los dientes así que cuidado.

Me informo divertido mi hermano. – Gracias por informarme tarde. — murmure molesto al


tiempo en que le lanzaba una mirada asesina.

—ah y antes de que se me olvide; si no te has dado cuenta necesitan que lo cambien de pañal.
— fue en ese momento que un olor nada agradable inundo mis fosas nasales y deduje que un
regalito marrón me esperaba.

— ¿Luis?

—dime.

—Te odio. —le informe con una mirada asesina, y él solo sonrió en respuesta.
—si, lo se.

Mientras cambiaba el pañal de mi sobrino, Luis me decía que por esta semana tendría a sus
dos hijos a su cuidado. Normalmente Elizabeth y el compartían la custodia aunque era
Elizabeth con quien mas estaban los niños.

Había venido a mi casa a presentarme el sobrino que no conocía y después los llevaría a casa
de nuestra madre para que ella también le conociera. Mientras cambiaba al bebe sobre el sofá
grande me di cuenta de que había un llavero escondido de entre los cojines. Lo tome y me di
cuenta de que era el llavero de una mujer desnuda.

Ese llavero pertenecía a Alan y sus morbosidades. No pude evitar dejar salir un suspiro
nostálgico.

En verdad que nunca espere extrañar demasiado a ese chiflado.

Había pasado cerca de una semana desde que Alan y Mario se habían marchado. Desde
entonces no había sabido nada de ellos. Ni una llamada, ni una carta. No sabía nada de nada.

A la mañana siguiente después que ellos se fugaron oí que tanto su tío como su padre estaban
furiosos y lo había buscado por toda la cuidad sin éxito alguno. Supe que no informaron a la
policía sobre eso, no se porque no lo hicieron pero me aliviaba que así fuera, aparte de eso el
tío de Mario se había suicidado tres días después de que se fueron, tal vez su obsesión era
demasiado grande como para soportar que su sobrino ya no estaba a su lado.

Se que era malo pero me alegre que ya no estuviera en este mundo, aunque me hubiera
gustado que hubiera sufrido mas por todo lo que hizo a Mario. La muerte más que un castigo
era un descanso.

La casa se sentía sola y silenciosa sin la presencia de Alan y sus constantes bromas. La
habitación que antes ocupaba se veía tan desolada que me daba tristeza entrar en ella y
observar las pocas cosas que había dejado.

Los primeros días de su ausencia llore patéticamente mientras veía películas sobre la amistad.
Si lo se, demasiado gay pero me dolía que personajes tan importantes en mi vida se hubiesen
marchado de un momento a otro. Sin previo aviso, sin previa preparación. Todo fue tan
repentino que aun me cuesta creer que se hayan ido.
¿Dónde estarán ahora?

¿Estarán bien?

Si tan solo llamaran para decirme que estaban bien estaría mas tranquilo.

Espero algún día saber algo de ellos… aunque sea algo.

— ¡Yunho! — Salí de mis pensamientos para mirar a mi hermano quien me miraba molesto. —
Mariana te esta preguntando si puede ir a ver la televisión.

Mire a la pequeña que me miraba con sus ojitos inocente. Asentí y ella prácticamente se fue
corriendo al sofá a prender el televisor.

Ahora estamos en el comedor, son las doce y mi hermano había comprando pizza, una
demasiado grande para nosotros tres –Mariana, mi hermano y yo- por eso le pedí a Changmin
que se quedara a almorzar y que de paso llamara a su hermano para nos ayudara a comernos
esa tremenda pizza ya que con nosotros tres iba a sobrar mucho.

Mariana había terminado de comer y se había ido a ver televisión. Marcos en cambio se había
comido una taza de puré de frutas junto con su biberón y tras esto se había dormido y ahora
descansaba cómodamente en mi cama, de esa manera solo quedamos nosotros cuatro en el
comedor aunque ahora el ambiente era bastante tenso por así decirlo.

Les diré porque el ambiente esta tenso… lo que sucede…. Lo que sucede es que… bueno no, en
realidad no se que pasa, les juro que no se de que va el asunto solo se que por alguna razón
del destino Aarón odia a mi hermano, y es que de verdad lo odia; desde que llego no ha hecho
otra cosa que fulminar a mi hermano con su mirada.

Si por él fuera Luis estaría tres metros bajo tierra… pero ignoro que le habrá hecho Luis para
merecer semejante odio si Aarón es un muchacho muy tranquilo y pocas cosas le perturban.
Muy diplomático y responsable así que me supongo que Luis le habrá hecho algo muy malo
como para ganarse su odio.

—Oye… ¿Por qué me miras así?— le pregunto mi hermano un poco nervioso de que esa
mirada verde de repente quisiera fulminarlo y borrar su existencia de la tierra.
— ¿Qué acaso ya lo olvidaste?— contesto de forma fría y seria con otra pregunta. Esto nos
desconcertó un poco a todos.

— ¿te hice algo malo?

— ¡Eres un imbécil! — ladro molesto mientras comía de la pizza con mas rapidez.

—¡pero que te hice para que me odies tanto! —expuso mi hermano preocupado, Luis es de los
que le gustan que le digan las cosas en la cara y Aarón no hace mas que dar vueltas al asunto
sin decir completamente de que va. — ¿yo hice algo malo? — esto ultimo lo dijo mas para si
mismo, se paso una mano por sus cabello tratando de recordar algo que pudiera enfadar al
hermano mayor de Changmin.

El silencio se instauro en el lugar.

Luis rió nerviosamente por esos ojos marrones mirándolo furiosos. Una embarazosa pausa
siguió a continuación.

El tiempo pasaba.

Los grillos cantaban.

Y los ojos marrones de Aarón aún lo observaban.

— ¡ya dime de una vez que te hice!— pregunto Luis ya desesperado por el suspenso del lugar.
Aarón le miro fijamente y después le señalo acusadoramente.

— ¡tu destruiste al señor copito!


— ¿Copito?— dijimos todos al unisolo, tratando de recordar a aquel personaje.

—Ah ya recuerdo; Copito…— dijo Changmin como si de repente se le hubiese encendido una
lucecita en la cabeza.— había olvidado por completo aquel muñeco de felpa que te regalaron
de niño.

— ¡si! ¡Y este individuo grotesco y falto de recato lo destruyo, es el causante de todas mis
desgracias!

— ¿Yo lo destruí? — se pregunto confundido mi hermano señalándose así mismo. —¿en que
momento? Además solo era un muñeco, que no podías comprarte otro.

—es que Aarón desde pequeño le da miedo la oscuridad por eso papá le compro ese conejo de
felpa para que durmiera con él cuando nos separaron — comenzó a relatar Changmin con
serenidad. — ese conejo siempre durmió con él y por eso ya no tenia pesadillas pero como tu
lo destruiste desde entonces no ha podido dormir bien, de allí a que tu seas el causante de
todas sus desgraciadas.

— ¡¿eh?! Que no estas bastante grandecito para dormir con osos.

— ¡cállate! ¡Además no era un oso era un conejo!!

—como sea, además tampoco es para tanto; solo era un muñeco.

— ¡¿Qué no es para tanto?! — casi grito furioso. De un momento a otro estampo su mano en
la mesa como si de repente quisiera orden en la sala. — ¡por tu culpa he tenido millones de
noches de insomnio!

— Bueno, si ese es el caso bien que puedo reemplazar a tu conejito. — dijo Lis de forma
sugerente con una sonrisa picara adornando su rostro. Yo solo atine a suspirar cansado por la
situación ¿es que nunca se podrá comer en paz en mi casa? Si no es una cosa es otra…

Cansado de la situación mire al gemelo mayor el cual estaba rojo; no se muy bien si era por la
vergüenza que causaba las palabras de mi hermano o por la ira que le daba el que le dijera
semejante cosa.

—No soy gay. — dijo de forma tajante y fría.


—oh pero bien que podrías disfrutarlo; seguro que te encantara saber lo que se siente morder
las sabanas.

Los ojos esmeraldas se abrieron de golpe.

—No puedes hacer eso –chilló molesto.

Luis rio en respuesta mientras decía. — ¡Acabé de hacerlo!

Y esa fue la gota que derramo el vaso.

Se empezó a extender un aura asesina por toda la cocina, un aura que mataba a las plantas y
demás objetos con tan solo tocarlo. Mire atemorizado al gemelo mayor temiendo por la
seguridad de mi hermano y la mía.

Aarón apretó los dientes, sus ojos ardían en dirección a mi hermano – lo mato…— siseo
furioso— ¡yo lo mato!

Changmin tuvo que tomar a su hermano para que no le cayera encima Luis y lo moliera a
golpes por su atrevimiento.

—uy ya alborote el avispero. Yo como que mejor me voy. — comento Luis como quien dice del
clima.

— ¡¿A dónde crees que vas cobarde?! — bramo furioso Aarón mientras era sostenido por
Changmin.

—Algo me dice que aquí corro peligro. — me comento ignorando olímpicamente al joven que
quería asesinarlo. — mejor le hago caso a mi sexto sentido y me voy. Mariana nos vamos. — y
se fue a buscar a Marcos mientras Aarón trataba de soltarse de su hermano para moler a palos
a Luis.

Al poco rato Luis salió de la mas tranquilo con el bebe en brazos.


— nos vemos después hermanito. — se despidió sonriente mientras tomaba la mano de
Marianita. Antes de irse miro por última vez a Aarón y le sonrió maliciosamente.

—nos vemos después bella durmiente versión tétrica (1) —comento divertido.— oh y cuando
quieras puedo enseñarte lo bien que se siente morder las sabanas. ¡Hasta luego!

— ¡Yo…yo lo odio! ¡¡Lo odio!!

Y mientras Aarón continuaba con su berrinche yo me quede sumido en mis pensamientos,


pensando nuevamente que Luis se había escapado de decirme la verdad sobre Elías… ¿cuando
podre descubrir la verdad? Tantas veces ha venido a mi casa y siempre encuentra una excusa
para irse y no explicarme nada.

Me revienta que se empeñe tanto en ocultarme cosas. Él sabe más de lo que debería y aun así
se niega a contarme todo.

Detesto no saber nada de mi pasado.

Los recuerdos últimamente son más constantes, casi hasta convertirse en pesadillas.

¿Quién eres Elías?

¿Quién?

***

Suave. Sedoso. Maleable. Rizado y largo.

Así era el cabello de aquella chica llamada Susana. Mis dedos acariciaban sutilmente su larga
cabellera negra, desatando con paciencia la trenza de su cabello.
Mis dedos de cuando en cuando acariciaban su cuello y su espalda. Una caricia tan tierna como
apasionada.

Aquel día no habíamos tenido clase porque hubo algunas huelgas y era peligroso permanecer
en esa área, por eso nos regresamos a casa como a eso de las diez de la mañana. No había
nadie en mi casa

Mi madre estaba trabajando. Luis estaba en la escuela militar, mi abue probablemente estaba
con sus amigos y mis demás hermanos en la escuela.

Yo quería mucho a Susana… estaba seguro de que la amaba y ella a mi, por eso no sentí que
hacia nada malo al querer estar con ella aunque eso significase que nuestra amistad acabase y
llegásemos a ser algo mas que amigo, a fin y al cabo eso era lo que yo quería: llegar a mas que
amigos con ella.

Por eso esa mañana quisimos experimentar, me suponía que no había nada malo en ello;
éramos adolescentes y la curiosidad era normal a esa edad… además estaba el cariño de por
medio así que simplemente no seria solo sexo sino que había algo mas… por eso tampoco sentí
remordimiento cuando mi espalda toco el colchón de mi cuarto y ella se sentó a horcada
encima de mi…

Ella estaba casi desnuda, cubierta tan solo por su ropa interior y los sostenes que cubrían sus
senos, su largo cabello cubría su espalda y disfrutaba de ver su blanca e impecable piel. En
cambio yo aun cargaba puesto mis pantalones del colegio pero estaba sin camisa y ella recorría
tímidamente con sus manos mi pecho haciéndome suspirar.

Lentamente llego a mi rostro y me quito los lentes de cristales transparentes.

— ¿Estas nerviosa? —le pregunte bajito mientras sentía como retiraba los lentes de mi vista.

—un poco ¿y tú? — me respondió de forma tímida. Yo sonreí un poco para calmarla.
—también estoy un poco nervioso…

—Mas te vale que seas gentil conmigo Yunho— me informo de forma serena pero no en forma
de broma — es la primera vez que voy a hacer esto.

—también es primera vez.

Ella suspiro aliviada de saber eso. Probablemente por el hecho de que no seria la única
inexperta allí.

Era la primera vez de ambos y me hacia feliz saber que yo seria el primero en ella… sin
embargo aquella primera vez con nosotros dos nunca llego. En ese momento en que ella me
fue a besar de escucho a alguien llorando.

Era un quejido bajito, como si la persona que llorara no quisiera que la escucharan pero se oía
claramente el llanto.

Un poco desconcertado me senté en la cama y trate de agudizar mis sentidos para ver de
donde salía el llanto.

—Creo que viene del armario. — me informo un poco preocupada Susana mientras se tapaba
su cuerpo con la sabana de la cama.

Me puse de pie al tiempo en que me subía el cierre del pantalón y me dirigía al armario para
descubrir a la criatura que había osado interrumpir tan mágico momento.

Lentamente abrí la puerta del armario con un semblante serio pero mi rostro de seriedad
cambio a uno de incredulidad al ver la pequeña figura que se mantenía oculta en el armario.
Se trataba del mismo niño de siempre, su apariencia seguía siendo borrosa para mí pero aun
así podía ver claramente sus movimientos. En este momento sus pequeñas manos ocultaban su
rostro empañado de lágrimas y gimoteos.

— ¿Qué haces allí? — pregunte algo preocupado.— ¿viste todo?

El niño quito las manos de su rostro y me miro con sus ojos cargados de lágrimas y tristeza.

—Te quiero Yunho.— apenas dijo entre hipos y lágrimas, observándome con una mirada
cargada de tristeza y abatimiento — pero tú la quieres a ella.

Esas palabras bastaron para romper mi corazón ante aquella frase.

Las lágrimas perladas en el pálido rostro de aquel pequeño se deslizaron con tristeza.

No supe que hacer.

Solo abaje la mirada sintiendo el más desgraciado de todos los mortales.

—Lo siento… — le dije con un nudo en la garganta mientras lo atraía a mí y le abrazaba. Aquel
pequeño sollozó descontroladamente, haciendo temblar todo su pequeño cuerpecito. Me fusilo
con aquel llanto descontrolado y en ese momento sentí que había hecho un acto horrible al
haber querido esta con Susana… me sentí el mas miserable de todos al haber hecho llorar a
una criatura inocente e indefensa…

Aquel sueño, uno de tantos que he tenido y supongo que el mas triste hasta ahora.
—Yunho…

Me perturba no saber quien es él…

—Yunho.

Necesito saber quien es… ¿Por qué no puedo recordarlo?

—¡¡¡Yunho!!!

¿Eh?

Salí de mi ensoñación para dirigir toda mi atención a quien me llamaba.

—eh, lo siento. Estaba divagando en mi más reciente recuerdo.— le informe de forma serena
mientras miraba a mi psicóloga.

Ella solo suspiro cansada. Se cruzo de piernas y me miro atentamente.

—así que últimamente has empezado a recordar cosas.— mas que una pregunta era una
afirmación… una afirmación con un deje de preocupación.

—si, ya se lo he dicho. Pero mas recordar cosas solo recuerdo a una persona, a ese niño que
siempre aparece en mis sueños.

—Entiendo. — dejo de mirarme para anotar algo en su libretita. No se que tanto escribía. —y
dime ¿desde cuando empezaron a regresar estos recuerdos?

¿Desde cuando?

Nunca me había preguntado eso. Así que me puse a echar cabeza para saber exactamente
cuando es que había comenzado todo, sin embargo no pude saber exactamente desde cuando
habían empezado mis extraños sueños…

—Yunho, hay un detonante que esta haciendo que tus recuerdos reprimidos regresen a tu
mente.

— ¿Qué quiere decir con detonante?

—un detonante es aquello que activa Yunho, en este caso ese detonante esta logrando
despertar aquellos recuerdos dormidos y ocultos en lo mas profundo de tu ser. No se
exactamente que o quien esta produciendo esto pero sea lo que sea ejerce una fuerza
bastante grande sobre ti como para que empieces a recordar cosas que supuestamente
“nunca” ibas a poder recordar nuevamente.

Me quede pensativo ante sus palabras. ¿Qué estaría activando mis recuerdos?

Me puse a pensar en las cosas mas reciente que me han sucedido. Primero que todo estaba el
hecho de haberme mudado y haber comenzado una nueva vida en la capital pero eso no tenia
nada que ver con mis recuerdos, nunca antes había estado en la capital así que eso no podía
ser, no había nada aquí que me hiciera “activar” mis recuerdos perdidos.

Otra novedad seria el hecho de haber conocido a Changmin y haber comenzado una relación
escondida y prohibida con uno de mis pupilos ¿eso seria suficiente como para empezar a
recordar?

¿Pero que tenia que ver lo uno con lo otro?


No tenia sentido.

Tenía que haber algo más… algo que de repente comenzara a despertar mis memorias
perdidas. Algo que me hiciera sentir como si de repente me hubiera caído en sueños y lo
sintiera en la vida real haciéndome sobresaltar ligeramente… algo así estaba pasando
conmigo.

La sesión había ya casi estaba terminando así que para molestarme empezó a tocar ese tema
que me sacaba de quicio.

—oye… ¿y que tal van las cosas con tu amor prohibido?

— ya va a empezar con eso otra vez. — me puse de pie no dispuesto a satisfacer sus preguntas
acerca de mis relaciones con Changmin.

—Oh vamos. — sonrió como niña encantadora— tu madre me hablo hace poco. Dice que tu
relación con aquel muchacho es intensa. — me miro pícaramente. — ¿Qué tan intensa es?

Me puse rojo hasta las orejas ¡yo sabia a donde iba a llegar eso! ¡Y de paso mi madre
expandiendo noticias sobre mi reciente relación! ¿Qué es mucho pedir discreción?

— no voy a responder eso.

—oh ya veo. Eso lo dice todo. ¿Entonces hacen muchas cosas pervertidas?

— ¡cállese! Se supone que es psicóloga, ni siquiera debería estar preguntándome esas cosas.
— le reproche molesto e indignado.— además, hace rato que estaba preocupada y de repente
cambia de humor. No me lo tome a mal pero es demasiado bipolar para ser psicóloga.
—Yunho, sabes que antes de psicóloga soy tu amiga—respondió de forma decente.— y por lo
de psicóloga ya sabes que dicen que nosotros estamos locos así que quien soy yo para hacer la
excepción. — y tras esto empezó a reírse como desquiciada.

Y me dicen loco a mí…

Ella es la que debería ir a un psicólogo, no yo.

En fin… antes de siguiera acosándome con sus preguntas me marche de allí, no sin antes
escuchar sus ultimas palabras antes de concluir nuestra terapia.

—Yunho ¿no crees que es mejor dejar todo atrás? Deberías comenzar una nueva vida al lado
de ese joven sin mirar al pasado. Tu mente bloqueo esos recuerdos por algo, además pasado
es pasado y aunque lo recuerdes no podrás hacer nada por cambiarlo. Me gustaría que ya
dejaras de especular tanto en eso y continúes, no te quedes estancado en el tiempo.

Sus palabras se quedaron gravadas en mi mente, sin embargo ella no comprende. Se que
pasado es pasado y no podre hacer nada para cambiarlo pero necesito saber… lo necesito o
sino me volveré loco, ya no consigo dormir con tranquilidad sin poder comprender de que va
todo.

Me siento incompleto sino recuerdo quien era antes y hacer una conexión con el quien soy
ahora.

Hay ciertas cosas que no te puedes arrancar de la mente a veces... recuerdos que llegan y
como que te roban el aire, como que te hacen sentir angustiado, apresado en un torbellino de
miedos y temores y pocas certezas.

Por eso… por eso no puedo olvidar tan fácilmente, si antes no quería saber nada de mi pasado
ahora si. Lo necesito. Necesito saber que paso para poder vivir en paz o de lo contrario jamás
podre ser capaz de estar tranquilo conmigo mismo.
Camine hasta el centro comercial y me senté en una de las bancas. Normalmente me gusta
sentarme así y ver a la gente pasar de un lado para otro. Me es tranquilizante y fascinante
observar a cada una de las personas que pasa frente a mí.

Un ruido llama mi atención. Es una melodía. La melodía de una caja de música. Agudizo mi
sentido del oido y cierro mis ojos para poder disfrutar de aquel sonido tan peculiar. Es una
melodía suave, hermosa… triste… me llena el pecho de una sensación de angustia y nostalgia.

Ese sonido me es familiar y sin saber porque siento ganas de llorar. Demasiado familiar ese
sonido.

Y es entonces cuando un recuerdo acude a mi mente…

El mismo niño esta sentado debajo de un árbol. Esta vez mantiene abrazadas sus piernas
mientras su cabeza la tiene oculta entre ellas. Parece triste… ausente… una caja de música
permanece a su lado, casi como si la melodía le acompañara en su tristeza.

Mi alma se encoje al verlo en tal estado y siento un nudo formarse en mi garganta.

Es de día y el viento mecía suavemente las hojas del gran árbol que le brindaba sombra a aquel
pequeño en tanto yo solo lo observaba de lejos. Escuchando el suave murmullo del viento bailar
con las hojas y la triste melodía de la caja de música.

Me acerco a él con pasos lentos. Me hinco hasta quedar a su altura. Digo algo pero no soy
capaz de oír mi propia voz. Aquel pequeño levanta su rostro aun borroso para mí y me dice
algo pero tampoco escucho nada.

La conversación continua sin embargo lo único que oigo es el sonido de la caja de música que
aquel niño tiene en sus manos.

De un momento a otro tomo su rostro entre mis manos y sin duda alguna deposito un casto
beso sobre sus labios.

Dulce y suave resultan ser sus labios. Tanto que un solo beso no basta. A cada rato, a cada
instante, a cada momento me permito besarle una y otra vez sus pequeños y delgados labios.
Sus mejillas sonrosadas me indican que le gusta que lo bese y lo sigo haciendo mientras la
melodía triste de la caja de música aun continua…

Me sobresalte ante aquel recuerdo o sueño o lo que sea… ¡oh Dios, soy un pedófilo! Mira que
besar a un niño de apenas nueve años de edad no esta bien visto por la sociedad…

Me pase mis dedos por mis labios recordando claramente la textura de los labios de aquel
niño. ¡Por Dios! Espero no haber llegado a más… ¿Qué hiciste Yunho? ¿Qué hiciste después de
ese beso?

Me levante algo agitado de siquiera pensar en mas pero de repente uno a uno los recuerdos se
fueron repitiendo en mi mente. Desde aquel momento en que lo conocí en la iglesia hasta el
último recuerdo que fue del beso.

Cada vez se repetía con más frecuencia, con más intensidad… con más rapidez que me sentí
mareado. No podía siquiera ponerme en pie.

Su voz chillona y dulce a la vez resonaba en mi cabeza incesantemente.

Te quiero Yunho, te quiero.

Te quiero Yunho, te quiero.

Te quiero Yunho, te quiero.

Te quiero Yunho, te quiero.


Te quiero Yunho, te quiero.

¡Dios me estoy volviendo loco! ¿Quién eres Elías? ¡¿Quién?! ¡¿Por qué me atormentas de esta
forma?!

Eran recuerdos que me golpeaban mi mente. Me rompía los nervios. Me crispaba los vellos
del cuerpo.

Su voz incesante seguía resonando en mi cabeza una y otra vez, esta vez repitiendo
constantemente:

¡Lo siento Yunho, lo siento…!

Y aquella melodía que me ponía nervioso. Me entristecía.

— ¿Se encuentra bien?— me pregunto una joven al percatarse de mi estado. Yo respiraba


agitadamente mientras me tomaba la cabeza con una mano. Una migraña terrible se había
apoderado de mi cabeza junto con todos los recuerdos que de pronto parecían azotarme.

Era como si de pronto tuviera una herida que no cicatrizaba. Que ardía. Que sangraba. Era
como un agujero que nada lo puede llenar.

Sentía nauseas y mareos.

—esta muy pálido. Iré a buscar ayuda.

—no se preocupe… estoy bien… — sentí en ese mismo momento la sensación de que estaba
cayendo por un precipicio... Vacío total e impensadamente la oscuridad eterna... y todo se
oscureció.

Cuando desperté eran las ocho de la noche. Me informaron que me había desmayado.
Agradecí diplomáticamente a aquellos que me habían socorrido y regrese a casa. Aun me
sentía mal pero no tanto.

Sentía muchos mareos y nauseas pero como pude regrese vivo a casa. Abrí la puerta de mi
casa y la cerré dejándome caer sobre esta hasta llegar al suelo. Sentado allí cerre mis ojos y
trate de tranquilizarme.

Definitivamente necesito saber la verdad o sino enloqueceré. Lo juro, enloqueceré… si nadie


me dice la verdad entonces yo mismo la buscare.

¿Cómo?

No lo se… pero con esta duda no me quedare. De alguna manera buscare respuesta a aquello
que se empeñan en ocultarme.

Abrí mis ojos apesadumbrado y me di cuenta de que Changmin estaba acostado en el mueble
grande, su cuerpo descansaba en lo largo del sofá. Me levante cuidadosamente y llegue hasta
él. Sonreí un poco al darme cuenta de que estaba dormido.

Seguramente estaría esperándome. Algo como eso me hizo sonreír como idiota.

Me retire a buscar una cobija para arroparlo pero cuando regrese estaba sentado sobre el
mueble.

—lo siento. Te desperté. — me disculpe con una débil sonrisa. Él me miro con sus ojos
marrones penetrantes, como si quisiera buscar algo.

—Te ves terrible. — yo suspire cansado ante eso y abaje mi cabeza derrotado.

—si lo se…— me senté en el extremo del sofá.

— ¿estas bien? — se acerco a mi.


—no lo se… no se como me siento. —Changmin me miro comprensivo. — hay algo que no te
he dicho Changmin; yo… no recuerdo nada sobre mi pasado… nada de nada… pero
últimamente me estas invadiendo recuerdos y estos me están lastimando demasiado. Casi
como si quisieran cortarme. Siento como si de repente los recuerdos que alguna vez quise
recuperar me asfixiarán y me impidieran respirar con tranquilidad… la incertidumbre me esta
matando.

—Doy lastima… — susurre.

—no, no das lastima. — me dijo totalmente seguro de sus palabras. Yo le mire en tanto
Changmin se acerco aun más y se sentó sobre el bulto de mi pantalón, haciéndome olvidar
todo, desde la realidad, hasta los sueños…

Delineo mis labios con sus finos dedos mientras yo quedaba embelesado con su presencia.
Hechizado completamente por sus ojos marrones. Entregado totalmente a lo que me
brindaba.

— ¿Qué quieres que haga por ti?

—Nada. Sólo quédate a mi lado. — pedí y después comencé a embriagarme con sus labios, mi
lengua se apodero de su boca permitiéndome degustar del divino sabor de su cavidad. Su olor
era embriagante, adormecía mis sentidos introduciéndome en un mundo paralelo en donde él
y solo él era capaz de calmar la tempestad que había en mi alma.

Mis manos los despojaron de sus ropajes permitiéndome sentir el calor de su piel que ante la
oscuridad reinante seguía brillando tersa, blanca, sedosa, hermosa…

Lo lleve a mi cama y besé cada centímetro de su cuerpo. Recorriendo cada parte de su cuerpo
que se me hacia infinito.

Mis labios no paraban de besar su piel. Su dulce intimidad era estimulada por mis manos
haciéndole gemir suavemente.

Su respiración agitada y la calidez de su cuerpo me brindo un momento de paz.

Me perdí en la inmensidad de sus ojos marrones y me deje arrastrar a un mundo tejido de


bellos sueños y encantadores colores.

Su dulce voz llamándome en diferentes tonalidades llegaban a mis oídos como una dulce y
tierna melodía.

Acaricie su rostro mientras dejaba besos pequeños sobre sus ojos.

Acaricie los hilos de su cabello y enrede mi mano en ellos cuando sentí la cumbre del éxtasis
cerca.

Apretando su mano junto a la mía grito mi nombre en medio de su delirio y se dejo embriagar
por la placidez que nos brindaba el momento.

En la habitación tan solo se escuchaba la respiración errática de ambos. Bese su frente, sus
ojos, su nariz, sus mejillas hasta llegar a sus labios y donde los devore con pasión.

—Te amo Changmin… te amo. — le dije para después volverlo a besar con la misma pasión de
antes. No esperaba respuesta, esta vez estaba preparado para no esperar un “yo también”

Hice el amago de salir de su cuerpo sin embargo sus piernas alrededor de mi cintura me
impedían salir de su interior.

Nuevamente intente salir pero me retuvo con sus piernas. Sus brazos pasaron por mi cuello y
me atrajo a él para besarme cálidamente.

Sonreí de medio lado.

—Lo siento pero hoy no habrá segunda ronda. — le informe divertido. — tengo que corregir
muchos exámenes y planificar la clase de mañana.

Sin embargo no me dejo ir, en vez de eso cerro fuertemente sus ojos como si temiera algo y en
sus mejillas se reunió la sangre haciéndole sonrojar preciosamente.

— ¿Pasa algo?— pregunte algo confundido por su comportamiento.

Él abrió sus preciosos ojos marrones y me robo la vida con ese brillo indescriptible en su
mirada.

— has esperado demasiado y me sorprende ver que aun estas aquí conmigo. — por fin hablo.
Su voz serena y tranquila le brindó calidez a mi alma. — Yo se que mereces mas que sexo por
eso te pido perdón

—esta bien. No tienes porque disculparte.

—yo… — sus mejillas se pudieron aun mas rojas que antes si eso era posible. Una imagen
demasiado hermosa para mi; su frente sudada hacia que sus mechones rojizos se pegaran a su
frente, sus mejillas rojas, sus ojos brillosos, un Changmin totalmente nervioso debajo de mí…
era una imagen digna de recordar — yo te amo Yunho… — tan metido estaba en mis
divagaciones que pensé que lo que él dijo había sido producto de mi imaginación.

Solo me quede viéndole sorprendido preguntándome si había sido real lo que había
escuchado.

— ¿Cómo? — pregunte perplejo.

— Que... te amo — volvió a repetir esta vez cerrando fuertemente sus ojos.

Una sonrisa boba se extendió en mi rostro.

— ¿No vas a decir nada?— me pregunto algo temeroso y nervioso por mi silencio. Yo sonreí
un poco y conteste.

— ¿Qué quieres que diga?— al parecer eso le molesto un poco porque frunció el seño y desvió
su mirada molesto. Sus piernas por fin se soltaron de mi cintura.

—sal de mi interior. Me voy a casa.

— ¿Estas molesto? — pregunte divertido por su reacción.

— ¡cállate! ¡Y sal te dije! —Se removió inquieto debajo de mi esperando a que yo saliera pero
solo me limite a sonreír divertido. — ¡¿Qué es tan gracioso?! ¡Y ya sal!

—No voy a salir. — le susurre a su oído haciendo que se aquietara. —esta noche te hare el
amor tantas veces que no podrás levantarte mañana.
Changmin se sonrojo aun mas mirándome algo sorprendido por mi comentario.

—E-Eres un pervertido.

—lo se — conteste con una sonrisa mientras sentía como una nueva erección crecía. Me
acerca a sus labios al tiempo en que sujetabas sus piernas para ponerlas a mis costados, aun
permanecía dentro de él por lo que solo tuve que empujar otra vez, Changmin emitió un
gemido de sorpresa. —te amo Changmin, te amo. Te amo. Te amo. Y esta noche serás
completamente mío.

Un nuevo vaivén comenzó.

Nunca me cansaría de hacer esto. Era increíble la manera en que me hacía latir el corazón con
sólo un roce, y claramente él sentía lo mismo, pues sus mejillas estaban cálidas al igual que
todo nuestro cuerpo.

Sus manos se aferraban a las sedosas sabanas en buscar de aplacar su calor mientras yo seguía
empujando con ímpetu, con desenfreno, con deseo. Mi boca paraba en sus labios, buscando
respirar por medio de ella.

Esa noche escuche tantos te amo, recibí tantos abrazos de su parte que sentí que estaba en el
paraíso… no me basto con hacérselo una vez, dos veces… no, yo quería hacérselo tantas veces
como mi cuerpo me lo permitiese.

***

—Lo siento ¡perdón, perdón! fui un niño malo. Cuando crezca te buscare. ¡y, y, y te cuidare.
Tomaré todas las decisiones correctas! ¡Lo siento Yunho, lo siento…!
¡Lo siento Yunho, lo siento…!

¡Lo siento Yunho, lo siento…!


¡Lo siento Yunho, lo siento…!

¡Lo siento Yunho, lo siento…!

Me levante agitado por aquel sueño que parecía repetirse una y otra vez… y aquella melodía
que parecía clavarse como una daga en mi alma. A mi lado Changmin dormía plácidamente.

Mire el reloj y para entonces eran las tres de la mañana. Me levante procurando no hacer
mucho ruido. Me coloque el pantalón y fue por algo de agua para calmar mis nervios. Las
manos me temblaban ante aquel sueño y mi cuerpo daba ligeros espasmo de mido.

Me senté en el sofá de la sala y me pase la mano por mis cabellos.

Dios… realmente voy a enloquecer…

Entonces algo llamo mi atención. Al lado donde estaba sentado estaba n cuaderno, un
cuaderno que claramente había visto con anterioridad.

“Cuaderno de notas”

El diario de Changmin.

¿Y si le echaba un vistazo?
Uno pequeñito ¿a quién le va a hacer mal?

Tan malo no podría ser...

¿O si?

Además tenía una curiosidad inmensa de saber que escribía ese jovencito que me robaba el
sueño. Estaba más que feliz porque por fin me había dicho aquello que tanto anhelaba.
No debería siquiera leer su diario, si tenia algo oculto el mismo me lo diría ¿no?

Solo tenia que ser un poco paciente sin embargo… sin embargo tenía unas enormes ganas de
leerlo así que sin importarme nada me abalance sobre aquel cuaderno y empecé a hojear las
ultimas hojas.

Me parezco a las hojas de otoño; llevadas por el viento y sin ningún lugar en particular, es
como si de repente mi mundo estuviese balanceándose… entre lo que esta bien y lo que esta
mal… ¿Qué debo hacer? La tristeza es un mar profundo que parece ahogar mi corazón en un
abismo oscuro y sin retorno…

Mientras leía estas líneas sentí mi corazón achicarse. Por un momento la imagen de aquel niño
bajo el árbol llego a mi mente y la melodía triste de la caja de música acompaño aquellas letras
que mi alumno tan secretamente escribía.

Pareciera como si el cuento del castillo estuviese armándose otra vez… y tengo miedo de que se
derrumbe como los castillos hecho de arenas, temo que el mar tenebroso regrese y derrumbe
aquel sueño perlado que nuevamente construí en mi mente… posiblemente el castillo se
derrumbe como aquella vez en donde el rey termino lastimado y herido y el príncipe exiliado
del cuento y la princesa muerta.

El cuaderno fue quitado de mis manos abruptamente y me di cuenta de que Changmin me


había quitado el cuaderno de mis manos impidiéndome seguir con la lectura.

Aquel castaño me miraba dolido, furioso, molesto… demasiados sentimientos había en su


mirada que me hicieron temer por mi seguridad.
Mi bello niño se había levantado pero eso no era lo malo, lo malo era que me había pillado
leyendo su diario secreto.

Yunho, esta noche eres hombre muerto.

Cap 17: mi niño mimado

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola a todos! :) Primeramente que todo muchas gracias por sus lindos comentarios, la verdad
es que me animan a seguir continuando esta loca y extraña historia xD ya vamos por los 171
comentarios! Wow cuando empecé a darle trama a esta historia no pensé en llegar a tantos
comentarios TwT muchas gracias!!!! Sin vuestro apoyo no hubiese llegado tan lejos :D

Sus comentarios están respondido ^-^

Ahora si; la continuación de esta historia, disfrútenla!!!

Capitulo 17: mi niño mimado.

El tictac del reloj no cesaba aunque rogaba que lo hiciese. Sentía que ese sonido ya me estaba
volviendo loco. Suspire largamente al tiempo en que miraba al techo.

¿Cuánto tiempo había pasado?

¿Una hora? ¿Dos? ¿Tres?


No lo se… pero si se que desde que Changmin se encerró en mi cuarto el tiempo pareciera
pasar mas lentamente.

Como me gustaría poder estar acostado en mi cama, calentito bajo las sabanas junto con el
tibio cuerpo de Changmin que me brindaría calor y no se, tal vez hacerlo una vez mas para que
nuestros cuerpos no se enfríen ante la tormenta que ahora mismo se desata afuera y sin
embargo aquí estoy: sentado en el frio suelo, la poca ropa que llevo penas me abriga del
inmenso frio que hace; a mi lado esta la puerta que da a mi cuarto pero no puedo entrar en el.

Suspiro una vez más.

¿Cómo es posible que me haya echado de mi propio cuarto?

Eso es inadmisible.

Seguro que ahora mismo debe estar acostado en mi cama, acobijado con mis sabanas y
durmiendo profundamente en un mar de placidez mientras yo aquí fuera de mi cuarto me
congelo y sin siquiera una cobija encima para poder abrigarme. A este punto voy a agarrar una
pulmonía.

En fin… supongo que me lo tengo merecido por andar hurgando en cosas que no debo pero es
que no pude evitarlo.

¡¿Cómo no leer su diario?!

¡Es como si te pudiera tu postre preferido en frente y te dijeran que no puedes comerlo, eso es
casi imposible de resistir!

Tu postre te diría algo así como: cómeme… cómeme…

Bueno, eso mismo me decía el diario: léeme… léeme…

Y pues eso: lo leí. Punto.

Y ahora tenia que atenerme a las consecuencias.


Aun ahora puedo escuchar su voz preguntándome el motivo de haber osado leer su diario
personal:

— ¿Por qué? —su voz había sonado tan neutra que me crispo los nervios, pese a que no me
había gritado y no me había golpeado sus ojos marrones estaban chispeante en ira. Su cuerpo
entero temblaba ligeramente a causa de la rabia. Me miraba de forma reprobatoria. Respiro
hondo antes de volverme a preguntar — ¿Por qué estabas leyendo mi cuaderno?

¿Por qué?

Había muchas respuestas para eso. Primeramente que todo estaba el hecho de la curiosidad
¿a quien no le gustaría saber lo que piensa secretamente tu amante?

¿Qué no te gustaría saber lo que escribe de ti?

¿O de lo que oculta?

¡Por Dios, era obvio que me matara la curiosidad!

Y bueno, la pasividad con la que me había preguntado se fue al caño cuando no le respondí. Su
labio inferior temblaba como señal de su próxima reventazón. Me grito. Me dijo de todo:

¡¿Cómo te atreves a leer mis cosas?! ¡Maldito bastardo; que no conoces la privacidad! ¡¡Vete
al demonio!!... te odio... ¡eres un inútil, un frío pedazo de tempano que no tiene corazón, un
febril pedazo de estiércol que se encarga de cagarme la vida! ¡Púdrete maestro pervertido!
¡Ojala y el diablo te lleve a la zona vip del infierno y te puye ese trasero!

Y me dijo otros apelativos que ahora mismo no recuerdo, creo que lo que le falto fue decirme
del mal que me iba a morir. Y después de eso se encerró en mi cuarto. Le grite que me abriera
por las buenas o sino lo haría yo por las malas pero lo único que tuve en respuesta fue:

¡¡¡Ni se te ocurra abrir esa puerta a la fuerza por que te aviento el ropero, la cama y la
lámpara en esa cabeza estúpida que tienes!!!
No le hice caso y abrí la puerta a la fuerza y el condenado ese cumplió con su amenaza. Me
aventó de todo lo que había en el cuarto, casi me rompe el cráneo con un florero que me
lanzo. Mocoso condenado.

Cerró la puerta con llave ¡y no le importo dejarme medio moribundo en el suelo!

Enano siniestro.

Aun puedo sentir el chichón que me hizo con ese florero.

—Algún día me las pagaras mocoso… — susurre a la nada en particular.

— ¿Cuándo se te quitara la maña de hablar solo?

Con prisa mire de donde provenida aquella voz. — ¿Cuánto tiempo llevas allí Luis?

Mi hermano mayor se encogió de hombros y respondió con simpleza. — acabo de llegar y te


encontré hablando solo.

—no estaba hablando solo, solo pensaba en voz alta. Además no es muy tarde para que
vengas a mi casa. — me levante del suelo y seguí a mi hermano quien ahora se dirigía a la
cocina.

— ¿tarde? ¡Pero si son las ocho de la mañana!

— ¡¿Qué?!

—que son las ocho de la mañana.

— ¡ya te oí tarado!

No lo dije para que me repitiera la pregunta sino que estaba incrédulo. ¿Tanto tiempo había
pasado?
—Oye, ¿no tienes nada de cereal para el desayuno? — me pregunto Luis mientras revisaba la
nevera.

—no como cereal en la mañana Luis, normalmente me hago un desayuno saludable.

— ¡el cereal es saludable!

—pero no me gusta, por eso no lo compro.

Luis me miro con el ceño fruncido. Ahora mismo cargaba su uniforme de militar; la camisa
verde que se ceñía un poco en sus brazos debido los músculos por el entrenamiento militar, la
camisa hacia juego con los pantalones del mismo color y las botas de cuero negro, además
usaba la gorra, que también era verde, y que tapaba en su mayoría sus mechones castaños
aplastando su flequillo. Se veía bien con su uniforme, para mi era bien pero supongo que para
muchas chicas ese “bien” seria demasiado poco ante como se veía.

— ¿Por qué el uniforme? ¿Te vas otra vez?

—yo ya termine de pagar mis servicios Yunho. Hace un mes si no mal recuerdo. —respondió al
tiempo en que buscaba que desayunar en las gavetas. — me lo puse para que el vigilante de
mierda no me mantuviera allí abajo hasta que tu te dignaras a dejarme pasar. — en ese
momento me miro y sonrió maliciosamente. — que mejor forma de sobornar a alguien que
con tu intimidante presencia. — ante esto ultimo acaricio el arma que cargaba colgando en el
cinto.

—si ya no eres militar ni siquiera deberías estar usando ese uniforme; estas abusando de tu
poder.

— ¿y eso importa?... oye de verdad tengo mucha hambre. Haz algo bueno por la patria y
aliméntame.

—Ja— fue toda mi respuesta, ni que yo fuera sirviente suyo para hacerle comida, por mi que
se busque una esclava.

— ¿no vas a hacer el desayuno?


—Prefiero morirme de hambre antes que hacerte comida. — respondí con una sonrisa
maliciosa, ante esto mi hermano hizo un puchero y me recrimino que era un mal hermano
menor que no quería a su hermano mayor.

— ¡que cruel eres con tu hermano mayor! ¡Te vas a ir al infierno!

—eh si, eso me dijeron anoche. — dije de lo mas tranquilo recordando las palabras insultantes
de Changmin “¡te vas a ir a la zona vip del infierno!” Si, esas fueron sus palabras exactas. —
porque mejor no compras el desayuno, tengo flojera de cocinar.

—Yo también tengo flojera de cocinar y de salir a comprar comida y más con este palo de
agua que esta cayendo. — Puso su mano sobre su mentón a modo de pensar. — ¡ah ya se!

La cara se le ilumino y sonrió como un niño bueno. — Ya vengo… —fue todo lo que dijo
mientras salía de la casa a buscar yo no se que, me le quede viendo con un montón de signos
de interrogación en la cabeza.

Al poco tiempo se escucho un leve escandalo en el pasillo de afuera.

¡Bájame! ¡Animal! ¡Bestia sucia!

Esto y otras cosas era lo que venia gritando alguien. No se de que iba la cosa pero los gritos se
acercaban al apartamento en donde yo estaba.

Al instante la puerta del apartamento se abrió y entro mi hermano cargando a Aarón por la
cintura sobre su hombro. El pobre chico pataleaba para que lo abajaran. — ¡Suéltame salvaje!

Luis le abajo con una sonrisa victoriosa en el rostro.

—muy bien chico. — dijo mientras le lanzaba un delantal. — ve a hacerme algo de comida.
Muero de hambre.

A Aarón casi se le cae la quijada al suelo por aquella semejante petición. Yo también estaba
impresionado.
— ¿Qué…? — dijo completamente anonado el gemelo mayor. Luis le miro y le regalo una
sonrisa maliciosa.

—Que vallas a hacerme comida… niño. — y tras esto le dio una palmada en el trasero como
una forma de que se apresurara. — y apresúrate que me hago viejo.

El ambiente se torno pesado y en seguida supe que en ese momento y en mi casa se iba a
armar un campo de batallas.

Aarón le miraba de forma molesta y desprendía un aura asesina que mataba a las cucarachas
con tan solo pasar por allí.

— ¿Qué tu quieres que yo haga que…?— pregunto con una molestia muy mal disimulada.
Aquella pregunta fue dicha con un tono asesino y frio que me dieron escalofríos.

—Que quiero que me hagas comida—Aarón lo miro como hiena enjaulada. — ¿Cuántas veces
voy a tener que repetirlo para que entiendas?

Y eso fue la gota que colmo el vaso.

— ¡Eres… eres… eres un desgraciado!!!

Y bueno; ya se imaginaran lo que paso después; una guerra de muertos y heridos se desato en
frente de mi. Yo me escondí detrás del mueble temeroso de mi vida mientras veía como mi
hermano era golpeado, machacado y pulverizado por un niño de apenas dieciséis años.

— ¡ojala te mueras imbécil! ¡Llamare a la parca y hare que te lleve, apostare tus huesitos con
ella y después hare que te lleve el mismísimo demonio desgraciado!!! — decía mientras lo
pisoteaba una y otra vez mientras mi hermano tirado en el suelo estaba casi inconsciente. —
¡muere, muere, muere!!!!

— ¡Auxilio! ¡Ayuda! — me pidió mi hermano. Yo negué ferviente con la cabeza.


Ni que estuviera loco para ir a salvarlo; anoche casi me rompen la cabeza con un florero así
que no me iba a arriesgar a que terminaran de rompérmela horita el otro hermano. No señor,
perro macho se escapa una vez.

Nota mental: jamás hacer enojar a ninguno de los gemelos.

Mi hermano quedo casi moribundo en el suelo mientras Aarón se sacudía las manos como
quien se sacude el polvo. Me miro y yo me petrifique.

—Buenos días profesor Yunho. — me saludo con una sonrisa resplandeciente. — ¿Cómo
amaneció?

—B-Bien…—respondí asustado y sin salir detrás del sofá, solo por precaución.

— ¿Y ya desayuno? — Negué con la cabeza. — Changmin sigue dormido ¿verdad? Entonces le


preparare algo de comer.

— ¡¿queee?! — mi hermano que estaba casi muerto de repente se recupero y miraba a Aarón
incrédulo. — ¿Por qué le haces comida a él y a mi no?

— ¡eso es porque tu me caes mal!

Eso fue suficiente como para que mi hermano se fuera a un rincón a sollozar patéticamente
diciendo que “nadie lo quería… que nadie lo respetaba…” y otras cosas que no tienen
importancia.

En fin… Aarón se metió la cocina y empezó a hacer el desayuno. Se le veía feliz y


resplandeciente, tanto que daba miedo. Lo dije y lo vuelvo a repetir: Aarón da miedo.

Me senté en una de las sillas del comedor mientras le veía realizar el desayuno; la verdad era
que se lo agradecía inmensamente, casi nunca desayunaba en casa por lo que era rara la vez
cuando lo hacia. Normalmente desayunaba de camino al instituto.

—Changmin siempre duerme hasta tarde. — comento mientras comenzaba a freír unos
huevos. — ama dormir y lo hará durante algunas horas más ya que estamos de vacaciones.
Ama dormir…

Esas palabras se quedaron grabadas en mi mente. Eran pocas las cosas que conocía sobre él, ni
siquiera se cual es su color favorito. Dirigí mi mirada a las servilletas que estaban sobre la mesa
del comedor.

Era triste no saber casi nada sobre él.

Lo amaba pero… ¿a quien amaba en realidad? ¿Se puede amar a una persona que no conoces?
Se que le gustan las matemáticas así como la biología, que ama jugar futbol y la natación, que
ama dormir, que le encanta tener sexo…se que es un crio del demonio, un posesivo sin
remedio, un niño malcriado y mimado… no le gustan que mire a otra persona que no sea él y
ahora se que no le gustan que hurgue sus cosas sin su permiso.

Sonreí un poco.

No me importaba mucho si no lo conocía del todo. Era Changmin, mi querido niño mimado.

—Buenos días…— saludo quien ocupaba mis pensamientos en ese momento.

—Hablando del rey de roma. — comento divertido su hermano. Changmin le miro incrédulo de
que estuviera allí su hermano.

— ¿estaban hablando de mi?

—solo le decía a Yunho lo mucho que te gusta dormir.

—Ya veo… — se limito a decir sin siquiera mirarme y me aplico la ley del hielo ya que en ese
momento paso a un lado mío y ni me saludo, ni una miradita de reproche si quiera… y creo que
eso fue lo que mas me dolió.

—Buenos días Changmin. — le salude amablemente.


Nada.

Ni siquiera se inmuto ante mi saludo.

—Aquí tiene. — me dijo cordialmente Aarón mientras colocaba el plato con el desayuno sobre
la mesa, justo en frente de mi.

— ¡Gracias! — dije animadamente al ver el suculento desayuno. Aarón coloco otro plato con
aquel suculento desayuno en frente de Changmin y luego coloco el suyo cerca de su hermano.

— ¿Y yo? — pregunto incrédulo mi hermano al ver que a él no le servían. Casi me dieron ganas
de reír por la forma en que lo dijo y la cara de confusión que tenia. Aarón le miro molesto.

—Para ti no hay. — le contesto de forma tajante. A Luis le salieron grandes lagrimones


mientras gimoteaba que él tenia hambre. Luego de unos segundos Aarón bufo molesto y se
levanto de su puesto para ir a buscar algo para mi hermano.

Al cabo de unos segundos puso en frente de Luis un plato con un desayuno diferente, si el de
nosotros estaba suculento él de Luis se llevaba el premio. Casi sentí envidia de que mi
hermano disfrutara de algo mucho mejor que él que comíamos nosotros.

Supongo que aquello estaba hecho exclusivamente para mi hermano.

— ¿Para mi? — pregunto esperanzado Luis mientras le brillaban los ojos. Aarón asintió. —
¡Muchas gracias! — le dijo mientras le sonreía como un niño al que le dan un dulce. Un tinte
rosa vacilo en posarse sobre las mejillas del gemelo mayor.

El desayuno transcurrió con calma, a diferencia de Luis que comía como si nunca lo hubiesen
alimentado, no se porque motivo pero paro de comer y me miro curioso.

—por cierto Leandrito ¿Dónde esta el gato que te regale?

—Ah eso. — dije con total calma y proseguí con la misma tranquilidad. — se murió.

— ¿queeee…?— la cara de Luis era todo un poema. Uno muy desconcertante. — se… murió…
—aja… lo tire a la basura. No quería que mi casa se llenara de malos olores. — respondí
totalmente seguro de mis palabras pero no pude evitar que en mis labios se curveara una
sonrisa burlona.

— ¡no puede ser! ¡Eres un animal! ¡Y…, te estas riendo! ¡¡¡Te estas riendo!!! — y se me
salieron las risas burlonas al tiempo en que veía como el gato entraba a la cocina y maullaba
para que le dieran de comer. —¡Te odio Yunho!

Bien, creo ya mucha gente me odia así que una raya mas al tigre no hará diferencia.

Tome al gato en mis manos; era un gatito bastante bonito. Maulló una vez más y le di algo de
comer.

En un principio había pensado en regalarlo pero después desistí de esa idea. Una mascota no
estaría mal ¿o si?

Changmin me miro directamente a los ojos. Le sostuve la mirada sin embargo su mirada de
reproche me hacia sonreír algo nervioso, casi sentí que disminuí de tamaño y le llegaba a los
tobillos y que él, en cualquier momento, podría aplastarme como si yo fuese un insecto.

—Gracias por la comida. — dijo Changmin sin rastro alguno de emoción en su voz. Se levanto y
fue a lavar su plato. — ¿mamá ya se fue a trabajar?

—si y vas a tener que buscar alguna forma de escabullirte sin que mamá te vea. Anoche casi
me estrangula cuando le dije que te ibas a quedar en casa de un amigo. Ya no creo poder
seguir mintiéndole.

Changmin asintió sin decir nada. Era extraño que estuviera tan callado, probablemente siga
enojado conmigo.

— ¿y porque viniste hasta acá?

— ¡pues porque esta bestia humana me trajo a la fuerza! — contesto mirando mal a mi
hermano. Luis le miro confuso. — quería que le hiciera desayuno ¡ni siquiera había
desayunado cuando este salvaje interrumpió la calma de mi hogar! —extendió la mano a mi
hermano como quien esta exigiendo algo. — ahora págame.

— ¿ehhh? ¿Qué te pague? — Luis se llevo una mano a la barbilla y se puso a pensar. Al cabo de
un segundo una luz pareció iluminarle el rostro. — creo que si tengo una forma de pagarte.

Se acerco al chico quien lo miro de forma insegura.

¿Qué pensaba hacer Luis?

Mi respuesta llego clara y concisa al ver como tomo el rostro del chico y le dio un beso en los
labios. Aarón tenía los ojos abiertos como plato ante el asombro, se había quedado petrificado
ante semejante acción mientras mi hermano movía sus labios sobre los suyos.

Changmin y yo observábamos la escena anonados, asombrados, sorprendidos. Pinche con el


tenedor el huevo frito y me lleve una parte a la boca sin poder creer lo que pasaba ante mis
ojos; Ahora Aarón forcejeaba para que lo soltara y a los pocos minutos logro zafarse.

— ¡que asco, me metiste la lengua! — le recrimino completamente sonrojado mientras se


limpiaba la boca con el antebrazo y miraba de forma reprobatoria a Luis. Este sonreía
divertido.

—pero te gusto.

— ¡claro que no!

El gato se había acercado hasta Aarón y le miraba con mucho interés. — ¿Y tú que me ves? —
le pregunto molesto el gemelo mayor al darse cuenta de que el gato lo veía curioso.

El gato maulló
— ¡Nada!... no pasa nada… ¡Y no me gusto ese beso, me oyes!

El gato volvió a maullar

— ¡Te dije que no me gusto!

Y sin más se fue de la casa sin decir nada. Changmin le siguió de cerca. — ¡Changmin espera…!

Pero nada, el mocoso ese me cerró la puerta en la cara. ¡Tratarme así a mí… a mí!

— ¿Por qué será que siempre nos buscamos personas complicadas? — pregunto mi hermano
a la nada en particular.

Yo solo suspire cansado en respuesta.

Si verdad ¿Por qué?

Quien sabe… el destino es muy caprichoso y le encanta jodernos la vida.

Hablando de joder vidas…

—Luis ¿A dónde crees que vas? — mi hermano se dirigía sigilosamente a la puerta.

—ah… mmm… yo… ¡pues tengo cosas que hacer! Adiosito. — y se marcho corriendo dejando
una nube de polvo detrás de él.
— ¡Luis espera…! ¡¡¡Luis!!!

Desgraciado.

Se marcho porque sabía que le haría preguntas sobre Elías.

Maldita sea.

***

Los días transcurrieron con normalidad. Como ya había vacaciones no era tan necesario ir al
instituto, yo iba de vez en cuando a resolver algunas cosas pero como ya no daba clases poco
veía a Changmin. Ese mocoso se había dispuesto a ignorarme olímpicamente.

¿Todavía estaba enojado?

¡Pero ya haba pasado una semana!

Que rencoroso es…

Pero voy a hablar con él quiera o no. Tampoco era para tanto, si ni siquiera llegue a leer la
cuarta parte de ese cuaderno, si acaso unas líneas y eso porque Dios es grande.

Por eso aquel día en la mañana me decidí a seguirlo. Lo había espiado antes y sabía que ese día
iba a la lavandería. Según Aarón ellos se repartían los quehaceres. Una semana le tocaba lavar
a su madre, la siguiente a Aarón y la siguiente a Changmin y hoy le tocaba a aquel castaño.

La lavandería quedaba en el mismo edificio, solo que estaba en el piso de abajo. Los miércoles
no iba mucha gente por eso la familia de Changmin había decidió que esos días eran los
indicados para lavar la ropa.

Cautelosamente llegue a la lavandería y me escondí detrás de unas lavadoras. Capaz y me ve


aquí y se marcha. Pero esta vez no vas a escapar Changmin.
Casi al instante de haber pensado eso aquel castaño entro a la lavandería.

Muy bien Yunho, ahora ve y acósalo con preguntas. ¡Estas en todo tu derecho de saber que
carajos era a lo que se refería en ese diario!

¿Verdad que si estoy en mi derecho?

¡Claro que si! ¡Somos novios, amantes… lo que sea y compartimos mucho mas que sexo! Así
que Yunho se valiente y enfréntate a ese mocoso y no te dejes seducir por sus artes de
seducción.

Y Yunho armado de mucho valor salió de su escondite para enfrentarse a la bestia salvaje que
era su amante.

Narre en mi mente mientras me acercaba a aquel jovencito.

Vamos Yunho; tu puedes, tu puedes.

Changmin me miro.

¡No! ¡No puedo!

Estuve tentado a salir corriendo ante su mirada reprobatoria.

— ¿Qué haces aquí? — me pregunto con voz neutra.

—Necesitamos hablar. —dije por fin cobrando valor para enfrentarme a lo que tuviera que
enfrentarme. —lo que escribiste en ese diario.

— ¡Eso no te importa! — me interrumpió. — ¡lo que escribí allí era cosa mía, no tenias derecho
a leerlo! — exploto. Estaba tan furioso que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba
gritando. Respiraba agitadamente debido a la fuerza con la que había hablado pero pese a eso
me seguía mirando con tal reproche.
— ¡pero si tu nunca me dices nada, era obvio que quisiera saber mas de ti!

— ¡pues pudiste haberme preguntado!

Y dejo la cesta de ropa en la lavadora y salió de la lavandería. Ya dije que no le dejaría escapar
y lo seguí.

—no hemos terminado de hablar.

—Para mí esta conversación termino hace tiempo. — respondió sin siquiera detener sus pasos.
Yo le seguía de cerca reprochándole todo. —¡y ya deja de seguirme!

—no hasta que hablemos.

Tenía tanto que decirle, y tanto más que reprocharle... no pensaba ceder, ni siquiera un
poquito, iba a hacerle sentir toda la rabia que llevaba dentro, y que se había multiplicado tanto
en los últimos días

—Changmin. — habíamos llegado al apartamento en donde vivía. Ahora impedía cerrara la


puerta, sujetándola con mi brazo. —Quiero hablar contigo. ¡Necesito hablar contigo!

—No se me ocurre nada que puedas querer discutir conmigo. — Respondió insolentemente,
mientras intentaba con todas sus fuerzas cerrar la puerta.

— ¡Changmin!

Él resopló molesto. —Está bien, pasa. — me dijo soltando la puerta. — Si quieres que
hablemos, vamos a hablar

Bueno, eso ya era un gran avance.


— ¿Qué es lo que tantos me ocultas? ¿Por qué no puedes decírmelo? — note que su cuerpo se
tenso en ese momento. —por favor dímelo. No te juzgaré sea lo que sea.

Trate de alentarlo pero él seguía mudo. Sin mirarme, sin hábleme y sin ninguna expresión en
su rostro.

—Necesito saber más de ti. — Dije casi desesperado. — no se quien eres en realidad. No se las
cosas que te gustan. No se las cosas que odias. ¡Por Dios solo leí ese cuaderno porque quiero
saber más de ti!

Explote finalmente tomándolo de lo hombros y zarandeándole levemente. — ¡di algo, lo que


sea!

Su silencio me exasperaba. Tanto que hasta me lastimaba.

Apretó fuertemente sus nudillos. Entreabrió sus labios y hablo finalmente.

—mi color favorito es el rojo. Amo leer libros de suspenso y misterio. Me gusta acostarme
tarde mientras escucho música de rock. Me encanta bañarme por largas horas hasta que se me
arruguen los dedos de las manos, también me encanta quedarme mirando el techo por largas
horas mientras divago. Instrumentos como el piano y el violín son mis favoritos aunque no se
tocarlos a la perfección.

Mientras decía todo esto mantenía sus ojos cerrados y aquel sonrojo adorable adornaba sus
mejillas. Yo sonreír ligeramente mientras seguía escuchando las cosas que me decía sobre su
persona.

—no tengo ninguna comida en preferencia pero no paso las cebollas así como tampoco paso la
lechuga; me sabe amarga. Las matemáticas así como la física me resultan fáciles pero soy un
asco en ingles y en lenguaje. Me gusta vestirme provocativamente para hacerte caer ante mí.
También me gusta molestarte y hacerte sacar de quicio.

Esto ultimo ya lo sabia; él siempre es tan provocador.


—Me gustan todas las posiciones en que hacemos el amor pero mi favorita es cuando estoy
encima de ti y tengo el control. — Ante esta confesión sus mejillas se pusieron mas rojas y yo
también me abochorne por esto último. — no me importa mucho en donde lo hagamos; cama,
baño, sofá… mientras lo haga contigo cualquier lugar esta bien. Me gusta que me mimes y me
hagas cariños así como también me gusta cuando pierdes el control.

Suspiro levemente y continúo. —detesto que revisen mis cosas sin permiso así como también
odio que las tomen y no me las devuelvan. No me gusta dormir temprano. No me gusta eso del
Facebook y twitter; son redes sociales demasiados chismosas. Me disgusta leer historias con
errores ortográficos. Me disgustan las historias chicles. No me agrada cuando alguien más te
mira así como tampoco me agrada que andes prestándole atención a alguien que no sea a mí.
Odio ser tan celoso pero no puedo evitarlo; lo que es mío, es mío. Punto. Te guste o no así soy.

Y con esto dio por terminada su confesión. Mantenía sus brazos cruzados y su mirada molesta
no estaba dirigida a mí; miraba el suelo como si esto fuese lo más importante del mundo. Creo
que estaba sumamente avergonzado de decir tantas cosas de él en un solo día.

Yo solo sonreía. Estaba más que feliz por todo lo que me había dicho. —así que tu posición
preferida es cuando estas encima de mi. — comente divertido, Changmin se puso rojo hasta
las orejas.

— ¡¿de todo lo que dije eso fue lo único que te quedo?! ¡Pervertido!

Le mire de forma tierna. Nuestros ojos entraron en contacto. Una especie de corriente nos
recorrió por el cuerpo. Nuestros corazones latiendo tan fuerte, tan rápido, que se podría
pensar que iban a romperse de un momento a otro. La sangre circulando a toda velocidad por
nuestros cuerpos y… esas mariposas en el estómago.

Casi inconscientemente atraje su cuerpo al mío, suavemente besando sus rosados labios.
Acariciando su lengua con la mía. Robándole suspiros y miradas tiernas.
— ¿algo mas que quieras decirme? — le susurre en el oído, Changmin se estremeció al sentir
el aliento cálido de mi boca chocar contra su piel.

—Cuando tenia nueve años cometí una especie de crimen — comenzó a relatar con serenidad.
Me sorprendí un poco ante esto ultimo pero deje que hablara. — mamá me había regalado un
pollito, de esos de colores, y me dijo que tenia que asearlo constantemente.

Su voz estaba bajita y como lo tenía abrazado a mi no veía su rostro. — Estaba muy feliz de
tener una mascota pero no sabía mucho de animales. Lo bañe para mantenerlo limpio pero no
sabia como secarlo. Pensé que era como la ropa que se le exprime para sacarle el agua así
que…, exprimí al pobre animal y…, se murió.

Termino su narración y la sala se quedo en silencio. Yo estaba luchando para no reírme ante
aquella anécdota tan cómica, si lo se; era cruel que me riera de aquello pero solo le
encontraba gracia a aquella historia.

No pude mas y estalle en risas, creo que hasta se me salieron las lagrimas de tanto reírme.
Changmin me miraba molesto.

— ¡No te rías, tuvieron que llevarme al psicólogo por eso!

Mejor que no me hubiese dicho esto ultimo porque con mas fuerza empecé a reírme. Mi
querido niño mimado se cruzo de brazos y lleno sus mejillas de aire como muestra clara de su
enojo. — ¡Ya cállate!

Pero es que no podía parar de reír. ¿A quien se le ocurre exprimir a un pobre pollito?

No, es que por donde lo vera me resultaba demasiado gracioso.

—Es que… es que es muy gracioso. — dije entre risas. — ¿no te parece gracioso?

—No es gracioso. — sin embargo una línea semejante a una sonrisa se curveo en sus labios.

—Se quiere reír. — canturree alegre y Changmin no pudo mas y también comenzó a reírse.
Lo atraje a mí nuevamente y lo abrace. — y que ¿también le hiciste una tumba a ese pobre
animal? —pregunte divertido.

— ¡claro que si! Era un niño. Le hice una tumba y Susana me ayudo a cavarla, ella también se
rio mucho. Me moleste con ella por eso.

— ¿S-Susana? ¿Cuál Susana? —pregunte temeroso sin saber porque y como Changmin aun
seguía ensimismado en aquel recuerdo me respondió sin dudar.

—Pues Susana, tú amiga de la infancia. — ante esto me separe de él y Changmin se dio cuenta
de que había hablado de mas.

— ¿Conociste a Susana? — pregunte incrédulo.

Changmin se quedó helado de terror, comprendiendo de pronto había dicho algo que no
debió haber dicho.

—yo…

— ¡¿la conociste?! ¡Changmin dime, dime si tú sabes que fue lo que paso con ella! — le tome
de los hombros para que no huyera de mi — ¡conociste a Elías! ¡¿Lo conociste?! ¡Habla!

—S-Suéltame Yunho.

— ¡no! ¡Dime lo que sabes, tiene que ver con eso que escribiste en ese cuaderno!

— ¡Suéltame Yunho!

En ese momento la puerta de la casa de Changmin fue abierta. Una hermosa mujer de largo
cabello rojo y ojos azules entro. Cuando me vio me miro de forma sorprendida. Me suponía
que era la madre de Changmin por el parecido tan grande que tenían.

— ¿Qué hace usted aquí? — me pregunto sorprendida pero eso ni siquiera me importaba. No
me importaba conocer a mi suegra en semejante condición, yo lo que necesitaba eran
respuesta. Respuestas a mi pasado.
Si ella es la madre de Changmin y Changmin conoció a Susana significa que su madre también
debió conocerla ¿no?

—La conoció verdad. — dije acercándome a ella. La señora se sorprendió aun más. Yo estaba
casi desesperado por saber. — conoció a Susana ¿verdad? Y también a Elías.

— ¿Elías? ¿Aun no le has dicho nada sobre Elías? — esta pregunta no fue dirigía a mi sino a
Changmin. Mi alumno me miro con sus ojos llenos de pavor.

Él lo sabía. Él sabía todo.

— ¡¿lo sabes todo?! ¡Dímelo Changmin, tengo derecho a saberlo! ¡Dímelo! —ante toda
respuesta Changmin solo negaba con la cabeza una y otra y otra vez sin decir media palabra. —
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no me lo quieres decir…?! — mire a su madre. — ¡dígamelo usted! ¡Por
favor, por favor, necesito saber que paso!

—lo lamento joven pero no es algo que a mi me concierna decirle.

¿Qué…?

Aarón entro en ese preciso instante. Había estado afuera todo el tiempo y había escuchado
todo. — ¿tu tampoco vas a decirme nada verdad?

El negó con la cabeza.

¿Nadie me va a decir nada?

¡Maldita sea!

¡¡Maldita sea!!!
No se que paso después, solo se que Changmin me decía algo pero no era capaz de escucharle
debido a la ira que cargaba. Me fue de allí antes de que hiciera algo de lo que posiblemente
me arrepentiría después.

Camine sin rumbo alguno. La rabia se acumulaba dentro de mi que se me hacia absolutamente
insoportable.

Detesto que nadie me diga nada.

Detesto que se empeñen en ocultarme cosas.

No se cuanto tiempo camine, solo se que caminaba y caminaba en busca de aplacar la rabia
que parecía morder mi alma.

Tome transporte sin saber a donde iba. Solo quería despejar mi mente atormentada.

Ya iban a ser la tres de la tarde y yo ni sabia donde estaba. Caminaba confundido en un


vecindario tranquilo. No había gente en la calle, todos permanecían encerrados en sus casas y
yo me preguntaba donde carrizos había ido a parar.

Caminaba por la acera en donde grandes arboles estaban en fila, su sombra era agradable. Un
viento tranquilo meció las hojas de los arboles y yo me quede contemplando el como varias de
ellas se iban.

Me resulto tan familiar esa escena.

Estaba siendo llevado por unos paramédicos en una camilla… no sabía donde estaba, salíamos
de mi una casa, pude reconocer los árboles con los que me crié de niño y que mi madre me
guitoneaba por colgarme de las ramas y además de eso estaba la brisa cálida. Todos a mi
alrededor se juntaban pero no oía nada, tan solo escuchaba el murmullo del viento llevarse las
hojas de los arboles y sentía el sol cálido colarse a través de las hojas de los grandes arboles.

En ese momento fue que reconocí el porque me resultaba tan familiar ese vecindario.

Entonces ¿es aquí donde vivía anteriormente?


¿Es este vecindario donde me crie junto con Susana?

¿Fue en este vecindario donde conocí a Elías?

Con curiosidad mire la casa que estaba en frente de mí. Hermosa y extrañamente la encontré
nostálgica.

¿Quién viviría allí?

—Dichosos los ojos que te ven Yunho. — una voz desconocida me hablo. Mire a un lado y me
di cuenta de que era un joven de cabello negro y ojos color azul. Suponía que debía tener la
misma edad de mi hermano, cargaba con el algunas bolsas de supermercado.

— ¿Te conozco? — pregunte confundido. Era obvio que él me conocía ya que sabía mi
nombre.

— ¿no te acuerdas de mi? ah ya recuerdo el porque… aun tienes amnesia ¿no? Que lastima;
nosotros por aquí aun te recordamos con mucho cariño. Soy Gabriel.

— ¿Gabriel?

—Aja… —comenzó a acercarse a la casa que estaba mirando anteriormente. — soy el primo
de Susana y amigo de tu hermano Luis. – me sorprendí ante eso.

Probablemente él tenga las respuestas a todas mis preguntas.

— ¿quieres pasar?

Por supuesto dije que si, sin embargo un nudo se me formo en la garganta al querer entrar.

Mis piernas comenzaron a flaquear y la respiración se me agito.


— ¿estas bien?

Había una voz en mi interior… una que me rogaba que no entrase en aquella casa.

Pero la ignore, y ajeno a todo lo que estaba a punto de sucederme entre a aquella casa que se
me resultaba tan extremadamente familiar.

El corazón me bombardeaba a una velocidad impresionante que creía escuchar mis propios
latidos cerca de mi oído.

La respiración a cada segundo se hacia mas acelerada.

Así que al poner un pie dentro de la casa un montón de sentimientos embargaron mi alma:
tristeza, soledad, llanto, dolor… todo sentimiento abatible inundo mi alma —oye… ¿de verdad
estas bien? Yunho. ¡Yunho!

¿Qué si estaba bien?

No… no, lo estaba… todo esta mal… esta mal.

Dentro de aquella casa solo podía ver sangre en el suelo.

Escuchaba a alguien llorando.

¿Quién lloraba?

¿Porque lloraba?

Y me di cuenta que, dentro de aquella casa, estaba mi propio reflejo de años atrás, de aquello
cuando tenia dieciséis años, estaba arrodillado en el suelo llorando.
La tristeza y el miedo que me produjo aquella escena fueron tan grandes que los ojos se me
llenaron de lágrimas.

— ¡es tu culpa! ¡Es tu culpa, tuya y de ese niño estúpido!

Cerré los ojos con fuerza, borrando mi visión del mundo y repitiéndome en mi mente que
aquello no estaba sucediendo.

Que era una pesadilla, sólo eso.

Una pesadilla.

Tenía que serlo.

No obstante aquella escena se empeñaba en reclamar mi atención.

Ahora el pequeño Yunho de dieciséis años forcejaba contra alguien. Seguía llorando… y seguía
clamando perdón…

Sentí el sabor a cobre en mi boca. Alguien me había golpeado en el estomago.

¿Como podía...? ¿Qué es lo que...? ¿Que mierda estaba...?

— ¡No, suélteme...! — grito aterrado mi yo actual como si puede sentir los mismo forcejos que
mi yo de haces años.

Pero la realidad era que alguien si me estaba agarrando y ensimismado dentro de aquella
visión me hice la idea de que mi yo del pasado y mi yo del presente estaban forcejando con las
mismas personas, por eso golpeaba a quien me estuviera tratando de abrazar.

Yo no podía verlo, pero me estrechó contra su pecho, yo estaba desquiciado, seguía gritando la
misma frase. — ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! ¡Suéltenme!
No comprendía lo que estaba pasando. Mi cabeza parecía haber bloqueado los pensamientos
para ahorrarme sufrimiento.

Escuchaba alguien que me decía:

— ¡Tranquilízate por Dios!

Pero otra voz de acero me inundaba los oídos y los hacia sangrar. Las manos manchadas en
sangre se empeñaban en lastimarme mientras la voz cálida trataba de aplacar mi momento de
crisis.

Todo sucedía entre brumas y confusión, entre forjeceos que no encontraban blanco y mi
propia garganta gritando algo que mi mente no entendía.

Y pronto volví a la oscuridad de mi mente.

Al abrir los ojos me encontré nuevamente con las hojas de los arboles. Se mecían lentamente a
causa del viento. La luz del sol apenas y se colaba por las hojas e iluminaban de a poco mi
rostro con aquella luz cálida.

Parpadee unos segundos antes de darme cuenta de que estaba sentado en la banca de algún
parque. Mire a todos lados pero no había nadie, los columpios estaban vacíos. El subibaja
estaba desolado así que todo permanecía en calma y en absoluto silencio.

—Esto… ¿es un recuerdo? — murmure levemente a la nada en particular. Observe que en las
ramas del árbol que me brindaba sombra había unos pajaritos haciendo su nido.

—Yunho. Deberías de dejar de buscar respuestas.

Aquella voz…
Mire a mi lado y me di cuenta de que estaba Susana.

—por algo tu mente bloqueo esos recuerdos ¿no crees?

No me inmuto su presencia pero enseguida supe que esto no era un recuerdo.

—yo… necesito saber sobre mi pasado… quiero saber sobre Elías…

— ¿Elías?

—si… Elías… ¿Dónde estará?

— ¿Qué no lo sabes? — la mire algo confundido. Ella miro el cielo y me dio una respuesta que
nunca espere. — Changmin es Elías…

Cap 18: el borde entre la luz y la desesperación

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Ey… por aquí estoy trayéndoles la actualización, una muy tarde pero la traje ^-^ pensé que
esta semana tampoco actualizaría así que estoy feliz de poder actualizar, con todas las cosas
que tengo que hacer ha sido un milagro que pudiera escribir ;-;

Me supongo que este debería ser el antepenúltimo capitulo pero aun dudo con respecto a
eso… además de que he incorporado a un nuevo personaje.
No los distraigo mas y disfruten de este escrito ^-^ aquí se rebelaran algunas cosillas que
dejaran a mas de uno algo aturdidos jujuju

Capitulo 18:

El borde entre la luz y la desesperación.

—Yunho. Deberías de dejar de buscar respuestas.

Aquella voz…

—por algo tu mente bloqueo esos recuerdos ¿no crees?

—yo… necesito saber sobre mi pasado… quiero saber sobre Elías…

— ¿Elías?

—si… Elías… ¿Dónde estará?

— ¿Qué no lo sabes?... Changmin es Elías.


Abrí mis ojos rápidamente. Aquel sueño otra vez. El sudor corría a prisa por mi frente y me lo
seque con el dorso de la mano. Me acomode un poco mejor en la cama y suspire cansado al
tiempo en que cerraba de a poco los ojos.

Ese sueño repetitivo.

¿Changmin es Elías?

Una angustia se apodero de mí. Sentía como cada parte de mi cuerpo se estremecía ante eso.
Mi respiración se agitaba y sentía que hiperventilaba.

Dios… ¿Cómo puede ser cierto eso?

Mi mente entraba en una especie de conflicto que se me es imposible describir. Solo se que la
angustia y el miedo eran los protagonista en ese momento.

El dolor en mi estomago se hizo mas fuerte. Sabia lo venia a continuación. Me lleve las manos
a la boca; sentía que iba subiendo. Sin pensarlo dos veces fui al baño y vomite en el
lavamanos; no me dio tiempo de llegar al inodoro.

La garganta me dolía mientras vomitaba lo poco que había comido esa mañana.

Solté un suspiro de alivio al ver terminada mi tan desagradable acción del día. Odiaba vomitar,
me quedaba el sabor amargo y desagradable en mi paladar, además de eso también estaba el
sabor a cobre. Últimamente había comenzado a vomitar sangre.

Abrí el grifo de agua y deje que este se mezclara con aquella asquerosa sustancia.

No me sorprendí de ver sangre. Normalmente cuando me estreso demasiado tiendo a vomitar


sangre.

Y en este caso estoy realmente estresado por todo este asunto de mi pasado, de Susana,
Changmin y Elías…
Me lave la boca y me cepille nuevamente. Detestaba ese sabor que tenia en la boca.

Habían pasado dos días desde que me había enterado de que Changmin tenia algo que ver con
Susana, la conocía…

Dos días en que me fui de la casa muerto de rabia…

Dos días en que llegue a un lugar desconocido y conocí el primo de Susana…

Dos días en que, sin saber como, había despertado en casa de mi madre…

Aquel día no se muy bien lo que sucedió. Solo se que al poner un pie dentro de aquella casa
me invadieron un montón de recuerdos extraños y hasta dolorosos. Era como si ese lugar
reavivara aquello que mi mente se negaba en recordar.

Y durante ese corto tiempo alguien forcejeaba conmigo, no se realmente con quien, solo
quería que me soltaran y al cabo de unos segundos colapse. Cuando desperté me encontré con
el techo blanco de una habitación… una habitación que era muy bien conocida para mi y que
me recordaba mis años de juventud. Era la misma habitación que ocupaba cuando vivía aun
con mi madre y hermanos.

Confundido me pregunte si todo había sido un sueño. Me levante de la cama en busca de


respuesta. Me encontré con la mirada curiosa y preocupada de otro de mis hermanos; su
nombre es Santiago y es medico. Me dijo que ese día había ido a casa de Gabriel para revisar a
la madre de este, pues esta estaba mal de salud y que se sorprendió mucho de verme allí. Fue
él quien me sujeto en medio de mi crisis y que me trajo a casa luego de haber colapsado.

—Me diste un gran susto…— me informo Santiago con una sonrisa de alivio.

Quise regresar a mi casa pero mi madre no me dejo alegando que nunca la iba a visitar y que
ya era hora pues estábamos de vacaciones. No pude decirle que no y me quede. Desde
entonces habían pasado dos días.

No les cuestione nada sobre Elías; los conocía lo suficiente como para saber que no me dirían
absolutamente nada. Para ellos el tema de mis recuerdos reprimidos era tabú. Por aquellos
años de mi juventud había decidido no preguntarle nada a mi madre pues cada vez que
mencionaba el tema ella se echaba a llorar culpándose de algo que no sabia, lo cierto es que
ella decía que era mejor que no recordara nada. Me sentí un miserable al hacerla llorar y deje
el asunto por la paz continuando con mi vida sin mirar hacia atrás.

Pero ahora… ahora necesito saber que paso… necesito saberlo o sino nunca podre estar en paz
y mas con esos contantes sueños que parecieran gritarme que recordara.

Salí del baño y me dirigía la cocina mientras pensaba en una forma de localizar a Gabriel.
Estaba seguro de que Santiago no abrirá la boca así que debo encontrar otra manera de
localizar a dicho personaje. Seguramente tendrá la respuesta a varias de mis dudas.

Sin embargo en mi trayecto la cocina me encontré con cierta personita.

— ¿desde hace cuanto que vomitas? — me cuestiono una voz clara y varonil.

—Deja de espiarme. — respondí malhumorado.

—no te espiaba. Pasaba de casualidad por tu cuarto cuando te oí vomitar.

—mentiroso.

—esta bien, esta bien. Venia a ver como estabas pero veo que amaneciste con pésimo humor.
— Comento con una sonrisa— venga; cuéntame desde hace cuanto que vomitas.

Suspire resignado. No me iba a dejar en paz si no respondía, me andaría acosando con


preguntas estúpidas y lo que mas detesto es que me persigan. Le mire unos segundos;
Santiago es mayor que yo por dos años y menor que Luis por uno, teniendo entonces veintiséis
años.

Se graduó en medicina y trabaja como doctor en otra ciudad. Ahora mismo esta
especializándose en cardiología. Somos del mismo tamaño aunque nuestras similitudes son
diferentes, tiene el cabello mucho mas claro que el de Luis y el mío llegando a ser parecido a
un color rubio bastante pálido, además de ser él el único que heredo los ojos claros de mi
abuela teniendo entonces dos gotas de agua clara por ojos. No estaba casado pero si sabia que
vivía con su novia, me suponía que venia a visitar a mamá.

Santiago seguía esperando una respuesta. Nuevamente suspire resignado, realmente él era
demasiado terco y persistente cuando se lo proponía.
—solo he vomitado hoy— mentira. Llevaba días vomitando sangre pero eso ni loco se lo digo.
—tal vez algo me cayo mal en el desayuno.

—Pequeño mentiroso. — me dijo con una sonrisa burlona. — Vi la sangre ayer así que deja de
mentir — esta vez su tono fue mas serio y grave. Rodé los ojos y entre en la cocina, allí alguien
nos recibió muy “cordialmente”

—Pero mira nada más y nada menos a quien tenemos aquí— otra voz muy familiar hablo. — el
doctorcito Santiago ha bajado de su trono y ha decidido visitar a los pobres. — dijo con burla y
diversión el mayor de nosotros dos. Luis estaba cerca de la nevera y sonrió al vernos entrar a la
cocina.

Me sorprendí un poco de verlo… supongo que acabara de llegar.

—Luis, hermano. Cuanto tiempo sin verte. — comento Santiago sarcástico mientras yo me
sentaba en una de las sillas del comedor.

—Pues es tu culpa por nunca bajar de la cúspide del cielo. — recrimino con enojo fingido. —
pero has recapacitado y has venido a visitar a tu amada y querida familia, en especial a tu
hermano mayor así que ven y dale un abracito. — dijo Luis para después sonreír como niño
bueno. Santiago puso cara de “¡te volviste loco!”

—No gracias. — dijo lo más cortésmente posible. Luis se cruzo de brazos como un niño
berrinchudo e inflo sus mejillas.

—Bien, como no quieres recibir mi cordial bienvenida entonces te sugiero que aceptes mis
insultos: ve a comerte un saco de mierda.

Santiago soltó una carcajada.

—No gracias. — volvió a decir, esta vez con burla y superioridad.

Me recordó aquellos años de niñez en la que esta se vio traumada por culpa de esos dos.
Siempre se la pasaban molestándome cuando era pequeño pues ellos eran más grandes que
yo. Cada vez que me cortaba en algún lugar me traumaban diciéndome que se me iban a salir
las tripas.

“ay Dios Yunho, ay Dios ¡Se te van a salir las tripas!”

Desgraciados.

Sin importar cuan pequeña fuese la cortada siempre me decían eso y yo me ponía a llorar
como un pendejo pues no quería que se me salieran las tripas.

O como aquellas veces en que me metía en sus cuartos y los desordenaba y rompía afiche y
todo lo que se me pusiera en frente. Siempre me encontraban in fraganti así que yo rogaba en
silencio por mi vida.

—que dices Luis. ¿Le sacamos la sangre a Leandrito? — esa era una frase típica en Santiago. La
decía mientras sonreía maliciosamente y golpeaba su puño contra su palma en señal de
violencia. En esos momentos yo tragaba nerviosamente. Preocupado por mi vida.

—Si. Vamos a sacarle la sangre. — le seguía el juego Luis con burla y malicia mientras me
arrinconaban y me miraban de esa manera en que te hace sentir como un bicho pequeño.
Hasta sentía que disminuía de tamaño en aquellos momentos.

Sonreí un poco ante aquellos recuerdos. Esos dos realmente traumaron mi infancia.

—Si me fuese a dejar abrazar— dijo Santiago sacándome de mis recuerdos— solo dejaría que
lo hiciera mí adorado hermano pequeño: Yunho. — y tras esto le saco la lengua cual niño
pequeño.

—Pues te informo que Yunho ya tiene novio y seguro que a este no dejara que le abraces tan
cariñosamente. —Santiago me miro perplejo.

— ¿Tienes novio? — me pregunto perplejo — ¡preséntamelo!

—cuidado Lea. Ya sabes que Santi es un puto y te lo puede quitar.


—A callar esa jeta. — dijo indignado. — no soy puto. Soy doctor y para tu información no me
vienen los hombres.

—oh pero seguro que te vendrán después de conocer a la lindura que tiene por amante.

— ¿ah poco es mas lindo que yo?

—Santi no te ofendas pero cualquier cosa es mas bonita que tu.

—que bestia eres Luis. Yo soy una de las criaturas mas dotada de belleza dentro de este
planeta. — dijo al tiempo en que se echaba los cabellos rubios hacia atrás con sensualidad.
Hasta juraría que vi brillitos en el aire. — nadie se resiste a mi mirada sexy.

—Sigues siendo un maldito narcisista. — comento Luis al tiempo en que dejaba soltar una
carcajada.

—Pero bien que tengo de donde lucir. — respondió con orgullo y superioridad. — las chicas en
el consultorio se babean ante mí.

—y seguro que mas de una te habrá dado un buena patada en los huevos.

—eso es lo peor. Hubo una que me llamo sabandija y me dijo que mis ojos eran lo único bonito
que tenia. Es obvio que no ha visto a mis hijos.

—tu no tienes hijos Santi.

—Cierto. Pero hay uno que viene en camino.

Luis y yo nos quedamos con cara de ¡¿what?! ¿Cómo que uno venia en camino? Luis algo
atemorizado se atrevió a preguntar.

— ¿a quien preñaste Santiago Torrealba?


—no hay de que preocuparse. No fue ninguna de mis pacientes. Fue a mi ex, ambos quisimos
pasar un rato ¡y el maldito condón se rompió! — explico con molestia. — me insulto y casi me
rompe el cráneo con una botella que me lanzo pero después que se le paso la rabia dijo que
iba a tener el bebe. Bien, ahora ya saben que van a ser tíos y yo voy a ser padre, me encargare
de la criatura que saldrá con toda mi belleza y esplendor.

Finalizo su relato de lo más tranquilo y sonriente.

—pero tenia entendido que vivías con tu novia ¿Qué paso con eso? — pregunte algo
confundido interviniendo en la conversación por primera vez.

—ah eso…— dijo como si ese tema no fuera importante. Lanzo un bostezo y continúo. — no se
como pero se entero de que le había sido infiel con mi ex y que de paso la había dejado
embarazada. Se puso como fiera y casi me rompe el cráneo con una plancha que me lanzo. Me
dijo desgraciado, me boto la ropa y me corrió de mi casa. Miserable ¿Cómo me corre de mi
propia casa? Ah no importa. Da igual, me comprare otra.

—realmente eres un puto.

— ¡joder, que no soy puto!

Se ve que mi hermano es de los que nunca tiene nada serio. Me recordó un poco a Alan, solo
que Alan no es tan narcisista. Luis abrió la nevera y saco una manzana.

—pero no me cambien el tema. ¿Cómo es eso de que Lea tiene novio? Pensé que le iban las
mujeres.

—pues ya ves que este enano siempre nos da sorpresa.

— ¿a quien le llaman enano? — pregunte molesto. Yo ya no era bajito y bien que casi los
pasaba en estatura.

—eso no importa. ¡Exijo conocer a ese chico!

Ah no. Eso si que no. Santiago no conocerá a Changmin, le conozco bastante bien como para
saber que es capaz de azotarlo con preguntas indebidas hasta atosigarlo. Siempre que llevaba
una novia a la casa él era el primero en tosigarlas con preguntas, las pobres se iban de la casa
despavoridas y eso no esta bien. Se supone que debe ser al revés. Que deben ser los hermanos
de ellas quienes me saquen a patadas de la casa.

Es que Santiago es demasiado celoso. Recuerdo cuando Luis se iba a casar, parecía un histérico
rememorando los mandamientos y eso que él no es católico ni cristiano, es mas bien un
libertino. No me imagino como se pondrá cuando Elisa, nuestra hermana menor, traiga el
novio a la casa, me imagino que pegara un grito al cielo.

—a mi me gusta la diversión. — dijo de pronto Luis con malicia. — así que Santi, si quieres
conocerlo te digo que en la sala esta el novio de nuestro hermanito.

Casi me atraganto con el vaso de agua que estaba comenzando a beber.

— ¡¿Qué hace Changmin aquí?!

— ¿Cómo que qué hace aquí? ¡Ese día te fuiste y no diste señales de vida! Es obvio que
estuviera preocupado ya que no te has aparecido por allá en dos días. — me mostro con los
dedos el numero dos, como si estuviera haciendo el símbolo de “paz y amor” — ¡hasta yo me
preocupe al ver que no aparecías! Fue un verdadero alivio el verte aquí, es mas, hasta había
pensando en ir a reportarte como desaparecido.

—no seas exagerado.

—Mira quien viene a hablar de exageraciones.

— ¿dijiste que se llamaba Changmin? — Pregunto mi otro hermano algo molesto. — Yo asentí
y Santiago frunció el ceño. —no me gusta ese nombre.

Ya empezó otra vez con eso…

—Iré a conocer ese chico. — dijo determinado saliendo de la cocina.

—Esto se va a poner bueno. — comento Luis con diversión mientras iba detrás de Santiago.
Era obvio que no me quedaría en la cocina así que les seguí esperando que Santiago no pusiera
la cómica.
En mi recorrido a la sala no pude dejar de pensar en Changmin.

¿Qué no lo sabes?...

Se repitió en mi cabeza aquel abrumador sueño.

Changmin es Elías

¿Cómo es eso posible? Entonces ¿Changmin me ha estado engañando todo este tiempo?
¡¿Hasta que punto me ha mentido?!

Pero no podía confiar en un sueño. No tenia pruebas tangentes que me permitieran reclamarle
algo. Solo sabía que él conocía a Susana.

Al llegar a la sala pude verlo. Estaba sentado en uno de los sofás en compañía de su hermano
gemelo. Se veía precioso vestido de aquella manera, no era provocador pero si vestía
decentemente pero aun así se veía demasiado bien ante mis ojos.

Al verme pude ver en sus ojos aquel brillo anhelante. Si no fuese por como están las cosas
correría a abrazarlo y mantenerlo cautivo en mis brazos pero la situación es diferente. No se
como reaccionar después de todo.

— ¿Quién de ustedes dos es Changmin? — pregunto Santiago seriamente. Changmin algo


confundido se puso de pie y dijo que ese era su nombre — así que tú eres mi rival…

5 minutos después

—muy bien jovencito. ¿Cuáles son tus intenciones para con mi hermano? — casi me caigo de
espaldas al escuchar aquella pregunta.

¡¡¡No soy una dama presentando las intensiones de su novio!!!


Estábamos reunidos en la sala, cada quien sentado en una parte del sillón. Los gemelos
enfrente de nosotros y nosotros sentados enfrente a los gemelos. Luis del lado izquierdo y
Santiago del lado derecho quedando yo en el medio.

Changmin miraba a Santiago como si le hubiese salido un tercer ojo.

— ¿solo quieres coger o va en serio la cosa?

Esto es humillante…

Muy humillante…

¡Por favor Dios, abre la tierra y trágame!

—Ya déjalo en paz — dije molesto. — es mi vida privada así que no se metan.

—Es solo que este chico no me da buena espina Leandrito. — dijo sabiamente Santiago. —
eres mi hermanito pequeño y tengo que cuidarte.

—se cuidarme solo— dije entre diente conteniendo las ganas de golpearlo.

—Mentira —dijo divertido Luis. — ¡sigue Santiago, es tu deber como hermano! — maldito
Luis, solo esta poniéndole mas lecha al fuego.

— ¡cállate Luis! Porque no le dices que también te gusta alguien y ese alguien es el hermano
de Changmin. — ahmmm… eso último se me escapo. No quería decirlo. Luis me miro de
manera asesina y a Santiago le brillaron los ojos al mirar al joven Aarón, este se cohibió ante
aquella mirada.

—Valla, valla, valla…, tengo a los dos pretendientes de mis hermanos frente a mí. — Dijo
seriamente. — ahora tu ¿Cuáles son tus intensiones para con Luis?

Si. Si. Santiago tiene complejo de hermano mayor. Es una molestia cuando se lo propone. Esta
loco de remate, yo creo que lo dejaron caer en cuanto nació.
— ¡a mi no me gusta ese descendiente de lucifer! — se apresuro a contestar enojado.

—No te pregunte si te gustaba. — dijo algo confundido Santiago. Aarón enrojeció hasta las
orejas. — pero veo que te gusta. Te pregunte cuales son tus intenciones.

— ¡mis intenciones! ¡Mi intención es matar a ese desgraciado! — estallo en rabia. — ¡Voy a
hacerle brujería para que se le caiga! — Luis se cubrió instintivamente con las manos su zona
privada.

—oye… si ya no se me para como te voy a hacer morder las sabana.

— ¡ven, por eso lo odio! ¡A mi nadie me va a hacer morder las sabanas! ¡Lo odio, lo odio, lo
odio!

Antes de que el campo de muertos y heridos se desatara en la sala una voz flotó desde la
distancia. — ¡Luis! Oh, ¡Luis! — Mi hermano mayor dejó caer la cabeza.

—Madre —suspiró bajo su aliento. Se puso de pie. Mi madre acababa de llegar del
supermercado y cargaba un montón e bolsas en sus manos.

—oh Luis ¡Es bueno verte salir al aire libre! — su expresión resplandeció. Luego sus ojos se
posaron en mí. — cariño, me alegra que aun sigas aquí. ¡Y tu también Santiago! ¡Estoy tan feliz
de que mis tres hijos mayores visiten a su madre! — Su sonrisa brilló —los tres son tan guapos.

Luis frunció el ceño y observó el suelo incómodo. — Madre —dijo bajo su aliento de nuevo.

— ¿Estás avergonzado? ¡Que lindo! Pero no te avergüences eres tan guapo como tus
hermanos. Y esos brazos lleno de músculos. Seguro que tienes a más de una a tus pies.

—De hecho madre estamos frente a los pretendientes de estos dos— acoto Santiago mientras
Luis se acercaba a nuestra madre y la ayudaba con las bolsas.

— ¿pretendientes? —fue entonces cuando se fijo en la presencia de Changmin y Aarón. Una


mirada amarga se poso en sus ojos. — Ya veo…— aquella tristeza antes vista fue tan rápido
que estoy seguro de que pocos se dieron cuenta de aquella fugaz reacción, reacción que no
paso desapercibida por mi. —un placer verlo nuevamente joven Changmin. Bueno, iré a hacer
el almuerzo. Pueden quedarse si gustan. Luis ayúdame a llevar esto a la cocina.

—si.

Y ambos se marcharon de la sala. Changmin me miraba y yo lo miraba a él pero ninguno decía


nada. Nosotros permanecimos en un tranquilo silencio hasta que Santiago hablo nuevamente.

—Así que te gusta Luis.

— ¡No me gusta ese puerco espín! — Santiago sonrió algo divertido y busco entre sus ropas
algo.

—Dime ¿Qué opinas de esta foto? — le entrego una foto que era muy bien conocida por mi.
Me masajee la sien en busca de calmar la tremenda migraña que estaba atormentándome; en
aquella foto Luis salía desnudo. ¡Si desnudo! estaba de espaldas y estaba que entraba en el
baño así que solo se veía su espalda desnuda y su trasero, su cabeza estaba medio ladeada así
que se veía medio rostro. Su mirada denotaba un gesto de sorpresa ante la foto sacada.

Recuerdo claramente que esa foto Santiago la tomo a escondidas para chantajear a Luis. Eran
demasiado jóvenes así que el chantaje era parte de su juventud. Luis estuvo cabreado por
varios días y nunca pudo arrebatarle esa foto.

Solo esperaba que no tuviera una foto mía escondida por allí…

— ¿y…?

— ¿y que…?— Aarón miraba la foto indiferente.

— ¿Qué opinas?

— ¿Qué quieres que te digas? — Goteo sarcasmo y prosiguió hablando sin dejar de mirar
atentamente la foto— ¿Qué esta buenísimo? ¿Qué tiene un trasero precioso y que dan ganas
de mordérselo?
Pero no se percato que en ese instante Luis entraba nuevamente a la sala y había escuchado
todo. Sus cejas se alzaron con sorpresa ante lo ultimo dicho.

—Así que quieres morderme el trasero…— comento Luis divertido. Aarón se puso blanco y
alzo la vista nervioso. —puedo mostrártelo cuando quieras pero eso si; nada de mordidas, eso
debe doler… —propuso con tono travieso por la situación.

— ¡N-no…! Yo, yo, yo n-no quise decir eso…, es decir…, no es lo que parece ¡lo juro! —
balbuceo en un manojo de nervios. Santiago reía divertido de la situación. De verdad que esos
dos son uso desgraciados pero aun así tampoco pude evitar reírme bajito. La situación era muy
cómica y Aarón no sabia como escapar de ella.

—tan inocente que te ves pero en el fondo eres todo un pervertido… mira que querer verme el
trasero… y morderlo de paso.

Aarón se quedo sin argumentos y solo negaba una y otra vez con la cabeza.

— anda niño; dile a Luis que esta más bueno que el pan. — alentó travieso Santiago. La
situación le divertía en demasiado. Creo que a todos nos divertía ya que estábamos esperando
atentos la respuesta de Aarón quien miraba el suelo muerto de vergüenza.

—vamos Aarón dímelo. Estoy esperando. Ya sabes que todo macho alfa necesita que lo
idolatren de vez en cuando para elevar su ego.

Eso fue suficiente como para que la sangre volviera a correr por la sangre del gemelo mayor y
le mirara con odio. — jamás diré eso en voz alta. — aseguro con voz determinada y gélida.

—ah pero si lo piensas en voz baja ¿no? —las defensas de pobre muchacho quedaron bajas
ante eso. Se había delatado solo. Luis para hacer la situación mas divertida apego el cuerpo del
muchacho contra el suyo y sonriendo descaradamente le dijo. — quieres que te bese verdad.
Anda dilo: bésame Luis y te besare.

El pobre muchacho estaba más que rojo por aquella osada petición. Hasta Changmin sonreía
divertido de ver a su hermano así.
—yo…

—dilo. Vamos dilo: bésame Luis. — alentó en voz baja mientras quedaba escasos centímetros
de los labios del muchacho. Desde donde estaba podía ver los labios entreabiertos de Aarón,
casi como si suplicasen un beso en silencio pero Luis quería torturarlo y machacar su orgullo.

—No. ¡No necesito tus asquerosos besos! — y tras esto se separo bruscamente de él y tomo el
jarrón que mi abuela trajo de México y lo aventó con todas sus fuerzas a mi hermano gritando
como descocido que era el imbécil mas grande de la historia humana, y que él, Aarón: amo y
dueño de todas sus emociones, jamás se rebajaría a pedir algo tan vulgar como un beso con
lengua, que era un bandido, un bárbaro egocentrista, y bien que podía irse con su hermano
(Santiago) a las mismísimas painas del infierno.

Luis algo atemorizado se agacho y esquivo profesionalmente cada uno de los objetos lanzados
en su contra.

— ¡Muérete maldito imbécil! — y tras esto el joven de melena rojiza se marcho de la casa.

—uy que carácter. —comento Santiago.

—Si. Es una bestia indomable pero ya veras como estará comiendo de la palma de mi mano.

—y me dices narcisista a mi.

—Pero es que tu te pasas de narcisista.

—Eso no es cierto. Solo digo la verdad; para que veas pon un refresco Coca-Cola ante mi y
veras como se pone caliente a medida que pase el tiempo.

—Puto narcisista.

—No tengo la culpa que Dios me haya hecho tan perfecto.

Y mientras ellos continuaban con su conversación Changmin se puso de pie. Creo que iba tras
su hermano. ¿Qué debería hacer? Aun estaba enojado con él por haberme ocultado cosas y lo
menos que quería era hablarle. Se que cuando estoy molesto digo cosas hirientes, cosas que
después me arrepiento así que prefiero esperar a que se me pase la rabia.

—ey, ey… ¿A dónde crees que vas novio de Yunho?

—Me llamo Changmin por si no lo recuerda. —Contesto malhumorado— me voy a casa. Solo
quería ver que… no importa. Vi lo que quería ver. Ahora me voy.

Y Changmin tan frio con sus sentimientos como siempre.

No voy a negar que me doliera que no dijera nada. Y más con ese “no importa” fue como un
rasguño a mi corazón.

— ¿Vas… a quedarte aquí…?— me pregunto algo temeroso.

—Si. — fue mi corta y pronta respuesta. Me quedaría en casa de mi madre pero no porque no
quisiera verlo. Aquí podría buscar respuesta a las preguntas que nadie se digna a contestar.

Siento que de alguna manera esta casa me acercara a esas respuestas que tanto anhelo. —
Vendré después. —me informo frio y después se fue.

No corrí tras Changmin. Había algo en nosotros que parecía haber cambiado. Una pared
invisible se había formado, como una muralla inquebrantable. Parece que ambos teníamos
miedo de abrir la puerta de la verdad, teníamos miedo de las palabras que íbamos a usar, de
las miradas que nos íbamos a lanzar.

Así que de esa forma me quede; Varado en la mitad de la sala observando como Changmin se
marchaba. Una ultima mirada me dedico, sus ojos marrones parecían angustiados. “¿no vas a
seguirme?” parecían decirme.

No. No voy a seguirte Changmin.

Y así, ambos tuvimos que comprobar cómo nos íbamos destruyendo poco a poco. Y lo peor de
todo, es que el remedio residía en cada uno de nosotros pero la debilidad pudo de nuevo con
el corazón.
— Cuídate. — le dije serenamente y él se fue.

Y eso se sintió terrible; sentí como si la casa se me iba a caer encima de la cabeza, como si el
mundo se iba a derrumbar encima de mí.

El nudo en mi garganta me impedía respirar con tranquilidad pero estaba decidido a buscar
respuesta. Nadie me las diría, entonces, yo mismo las buscaría.

Perdón Changmin pero si no vas a decirme nada lo mejor será no vernos hasta que encuentre
la verdad.

Lo que yo no me di cuenta en ese instante fue en la mirada que Santiago le dedicaba a


Changmin; una mirada impertérrita, una mirada azul y oscura como el fondo de un lago.

— ¿Se fueron los jovencitos? — Pregunto mi madre al entrar en la sala y ver que estábamos
solos. — que lastima…, y yo que pensé que se quedarían.

—no te preocupes por eso madre. Ya regresaran en algún momento. — paso su mano por mi
hombro de forma amistosa. — mientras tantos vamos a probar de tu deliciosa comida.

Mire una ultima vez hacia la puerta donde segundo antes se había marchado aquel que se
había colado hasta por debajo de mi piel. —No te preocupes. Ya volverá. — me animo mi
hermano. — para animarte te daré un besito de vaca. (1)

—Ni se te ocurra besarme Santiago. —amenace pero no me dio tiempo de proseguir ya en que
en ese momento sentí una viscosa y húmeda lengua recorrer mi mejillas. — ¡wuaak que asco!!

— ¿Qué tal otro besito?

—¡¡¡no!!! ¡Aléjate de mí!

—un besito de vaca. Un besito de vaca. — canturreo feliz mientras yo luchaba como podía
para quitarme a ese narcisista encima de mí.
— ¡¡¡no mas besos de vaca!!!

Durante los siguientes días me dedique a buscar recuerdos que guardasen en algún lugar de mi
cuarto; fotos, diarios, lo que sea. Tenia que tener algo que guardase en esa habitación sin
embargo, por más que buscaba y buscaba no encontraba nada de nada.

Parecía que todo se lo hubiese tragado la tierra, apenas había conseguido algunas fotos pero
en ella solo aparecía Susana ¿Qué hay de Elías? Él también era una persona importante, de eso
estoy seguro. Lo recuerdos que últimamente he recuperado me demuestran que Elías era un
personaje muy presente en las cosas que hacia.

Siempre detrás de mi…

Siempre a mi lado…

Siempre sonriendo y mostrando ese carisma…

Tal vez… tal vez mi familia se encargo de destruir las cosas que me recordaban a Elías. Tal vez
lo escondieron… tal vez lo botaron… no se…

Changmin me visitaba a menudo pero no nos decíamos nada. Sus ojos me gritaban que
volviera a casa, mas no iba a regresar sin saber nada.

Uno de esos días entre a la habitación de mi madre. Estaba cociente que ese lugar era
sumamente sagrado para mi mamá y que allí guardaba cosas preciada. Nunca le ha gustado
que entremos allí sin su permiso, probablemente encuentre algo.
Me asegure de que no hubiese nadie observándome y entre a hurtadillas y antes de que mi
madre volviera comencé a registrar cada una de los documento que guardaba, siempre
manteniendo la guardia en alto para que no me descubrieran.

Desparrame los documentos en la cama de mamá y comencé mi búsqueda.

Recibos de luz, recibos de agua, recibes médicos, constancias de trabajo, constancia de


estudios, placas medicas, exámenes de salud. Todo esto y mas eran los documentos que mamá
tenia guardado pero esas cosas no eran de mi interés. Repasaba rápidamente las hojas frente a
mí buscando algo que me diera una pista.

Revise hasta la agenda de mamá. Ella siempre usaba una pues tenia una pésima memoria igual
que Luis. Se que no es un lugar donde alguien guardase algo pero debo revisar cualquier cosa.

Y si, encontré algo.

Una dirección.

“martes:

Visitar a Gustavo García.

Centro psiquiátrico “Gracias de Dios”

¿Un centro psiquiátrico? ¿Gustavo García? Si no mal recuerdo “García” es el apellido de


Susana. ¿Un familiar de ella? ¿En un centro psiquiátrico?

Medite en silencio.

¿Qué podría decirme un loco?

Incoherencias probablemente.

Sin más cuestionamientos en mi mente anote la dirección. Algo era algo.


Continúe mi búsqueda, esta vez revisando las fotografías que guardaban. Pero prácticamente
una perdida de tiempo; no pude encontrar nada. Era casi nulo. Lo único que encontré fue una
foto rota. En ella aparecíamos Susana y yo sentados en una las bancas del parque del este.
Claramente se observaba que había una tercera persona allí sin embargo esta había sido
cortada de manera muy poco delicada. La foto hasta se veía maltratada y el corte que le
habían hecho era bastante resiente.

¿Alguien se me había adelantado?

Mi corazón dio un vuelco ante esta idea. ¿Quién se me adelanto? ¿Quién se dio cuenta de que
venia para la habitación de mamá a buscar pistas?

Escuche que la puerta de la habitación se abrió. Nervioso guarde la foto entre mi ropa.

— ¿Buscas algo? —preguntaron. Suspire un poco y trate de serenarme.

—No. Solo observaba las fotos. — respondí mientras comenzaba a guardar todo. Sentía la
mirada azulina de mi hermano Santiago tras de mi. Me ponía nervioso.

Coloque todo encima del armario como estaba antes y me dirigí a la salida. Santiago aun
estaba allí; parado en medio del marco de la puerta, mirándome serenamente. — ¿Pasa algo?
— pregunte algo irritado.

—nada. Solo recordaba. — respondió tranquilamente para después girar sobre sus talones y
marcharse.

Yo en tanto respiraba aliviado de que se hubiera ido. Mas tarde me aliste y fui a la dirección
que había anotado.

Cuando llegue a la ciudad rápidamente tome un taxi para que me llevase a dicho lugar pues
desconocía donde quedaba. El chofer me dijo que me cobraría caro pues el lugar era bastante
alejado. Acepte. Solo quería ir a ese sitio.

La clínica mental estaba a unos kilómetros de la ciudad, la única forma de llegar era a través de
unas serpenteantes carreteras que la comunicaban con la autopista.
Lo demás…

Bosque.

Me recordaba esas películas de terror cuando el protagonista esta llegando a una mansión
embrujada y cuando llegue por fin al dichoso lugar me dije que era idéntico a esas películas de
antaño.

El bosque. El edificio viejo y oscuro. El día lluvioso.

Fruncí el seño. Ese lugar no me daba buena espina… Tal vez era el día gris que le daba un
aspecto siniestro o tal vez sus ventanas con barrotes, su fachada empedrada y la hiedra que
trepaba por él…

Para poder entrar me exigieron un montón de documentos que no tenia. Al final negocie y me
dejaron pasar. Aquel lugar me producía escalofríos; las paredes blancas… el silencio infernal
interrumpido por un “¡un, dos, tres toca la pared…!” de algún paciente o la canción de cuna de
“duérmete mi niño…” que me daba escalofríos…

Y estaba ese olor a medicina. Ese olor a desesperación. El aire se oprimía en mis pulmones.
¿Cómo podían vivir aquí esos pacientes?

Mis pasos hacían eco en el pasillo, eco que resonaba en mis oídos. ¿Por qué me era tan
familiar este lugar?

Siento… siento como si ya hubiera estado aquí.

Había conseguido la información de la habitación en donde estaba el señor García.


Inmediatamente me dirigí a aquel sitio. Quería salir de ese lugar lo antes posible así que
apresure mis pasos.

Mi propia respiración se veía alterada al estar en ese lugar. Aunque se empeñasen en poner
cuadros, dibujos de los pacientes y carteles por los pasillos… y pintasen con colores alegres las
paredes.
Daba igual. Seguía teniendo ese mismo aire de desesperación… ¿o tal vez eran ideas mías y el
desesperado era yo?

Como sea. Llegue a la habitación indicada y sin que nadie me diera permiso me introduje
dentro de esa habitación.

Al entrar en su cuarto aquel aire a medicina me azotó como un huracán. Todo mi cuerpo se
estremeció imperceptiblemente y cerré los ojos para acallar aquellos retazos de miedo.

No iba a echarme para atrás ahora.

Las paredes blancas del sitio no me abrigaron para nada. El aire frio se calaba en mis huesos
haciéndome tiritar. El cristal de mis lentes se empañaba, saque el trapito que uso para
limpiarlos y con delicadeza limpie el cristal de mis lentes. Me los puse de nuevo.

Respire hondo y observe.

A fondo, cerca de la ventana, estaba el señor García. Miraba sin ver el patio de afuera. Había
comenzado a llover y él contemplaba la caída suicida de las gotas de lluvia, que se
amontonaban en charcos en el suelo del patio.

— ¿Señor García? — mi voz hizo eco entre las cuatro paredes y pronto el eco de mis pasos se
sumó al silencio del sitio. — ¿señor García?

Finalmente llegue a él. Por mas que lo llamara él no respondía. Parecía decir algo pero solo
movía sus labios sin llegar a hacer sonido alguno. Amablemente pose una de mis manos en su
hombro.

— Necesito hablar con usted. — me había enterado que él era el padre de Susana y que tras la
muerte de esta tuvieron que internarlo.

Me habían contado, además, que se había intentado suicidar en su casa.

¿Tan mal se había puesto después de la muerte de su hija?


Me di cuenta de que en sus manos cargaba un montón de periódicos. Más que periódicos eran
recortes de los mismos. Sin querer alterarlo tome unos cuantos trozos y leí.

Mis ojos recorrieron con sorpresa la imagen que se mostraba ante mí; era Susana mas no
estaba en las condiciones que yo la recordaba, cosas como “violada y ultrajada” “Asesinada y
tirada al rio” “aun se busca un posible sospechoso” “El asesino del vecindario El Pilar”

Solté aquellos recortes sin poder creer lo que mis ojos habían leído. Entonces pude entender lo
que aquel personaje decía “Debo matarlo… debo matarlo…” era lo que decía el señor García en
voz silenciosa.

— ¿Cómo entro? Usted no debe estar aquí. —una de las enfermeras había entrado y yo ni
cuenta me había dado. — por favor salga. Este paciente no recibe visitar internas.

—por favor, deje que me quede. Necesito hablar con él.

—lo siento joven pero no debe estar aquí. Esta prohibido.

— ¡pero…!

—llamare a seguridad si no sale.

No me importo que llamara a seguridad. — ¡Señor García, señor García, dígame, dígame por
favor que sucedió ese día! — pedí mientras lo zarandeaba suavemente. La enfermera me
jalaba pero yo permanecía allí.

A lo lejos se escuchaba paso acelerado de los guardias.

“Me van a sacar”

Pensé mientras trataba, en vano, de sacarle información a aquel personaje demente. Este solo
decía: — él la mato… él la mato…

— ¡¿Quién?! ¡¿Quién?! ¡¿Quién la mato?!


Pero antes de que pudiera responderme me sacaron. Me vi arrogado a las afueras de aquel
centro psiquiátrico y no me volvieron a dejar entrar.

Derrotado volví a casa de mi madre. Al menos allí había encontrado algo. Cuando iba de
camino a casa me di cuenta de Changmin venia en la misma dirección que yo, solo que él iba
un poco mas adelantado. Quise llamarlo pero la voz no me salió así que solo me dedique a
mirarlo de lejos, él caminaba con pasos tranquilos bajo la sombra de los arboles que se
espacian armoniosamente sobre la cera de los peatones.

Él el único que era capaz de calmar mi alma atormentada.

Suspire cansado y seguí observando. Ahora el viento movía tranquilamente sus cabellos
rojizos.

Llego a casa primero que yo. A los pocos segundos llegue junto a él.

—Yunho…— su voz fue música para mis oídos.

—Hola. — solo pude decir. — ¿Quieres pasar? — pregunte al tiempo en que abría la puerta.
Asintió sin decir nada.

Nos sentamos en la sala y nuevamente se formo esa barrera. Él sentado al lado mío y sin
embargo sentía que estábamos a kilómetros de distancia.

— ¿Por qué simplemente no puedes olvidar todo? — dijo de pronto algo herido. Yo le mire
indiferente. Él mantenía la cabeza baja y los puños tensados. —¿Por qué te empeñas en buscar
respuestas que solo te destruirán? — esta voz su tono no solo era herido sino también lleno de
rabia. — ¡¿Por qué?! —me miro con sus ojos cargados de lagrimas y el rostro enojado.

—porque si no lo hago enloqueceré.

— ¿No vas a volver nunca? — pregunto entrelazando sus dedos con los míos. —yo…te
extraño... te dije que te amaba ¿no es suficiente para ti?
—No se trata de decirlo sino de sentirlo. — Dije molesto— si me amaras me dirías la verdad y
no me estarías haciendo sufrir de esta forma tan miserable…. Tu lo único que quieres es coger
y ya. Eso no es amor. — si, lo se. Mis palabras sonaron tan hirientes que me arrepentí de
haberlas dicho pero no pedí disculpas.

Changmin tenso aun los puños hasta dejarlos blancos. Estaba molesto, lo se por las facciones
en su rostro. Trago saliva

— Yo te amo y no quiero solo coger. — su voz fría y gélida no me inmuto. Se se sentó en mis
piernas. — ya no tengo miedo de demostrarte mis sentimientos. — Me dijo al tiempo en que
llevaba una de mis manos a su corazón, este latida desbocado, como si estuviera corriendo un
maratón— ¿lo sientes? Solo se pone así cuando estoy cerca de ti.

Él era mi debilidad…

Sin esperar más lo acerque bruscamente a mí y le bese como había deseado basarle en todos
estos días en que no hablamos. Recorrí su boca con desesperación.

—Olvida esto Yunho… —me pidió cuando nos separamos en busca de aire. — Olvida esto y
comencemos otra vez… por favor, te extraño… —no le deje continuar y me apodere de sus
labios nuevamente. El beso se me era devuelto con la misma intensidad.

¿Olvidar todo esto?

Mis labios recorrieron su esbelto cuello sacándole ligeros suspiros de placer. Mis brazos
abrigaban su figura, mis manos ya tocaban por debajo de la ropa la piel suave y caliente.

—te amo Changmin… te amo. —le dije mientras lo recostaba en el sofá. Un beso suave en sus
labios y me separe.— pero no puedo olvidar.

Me miro sorprendido.

Yo apoye mi rostro en su hombro, cerré mis ojos en busca de paz. Estaba cansado, realmente
cansado de todo esto y hasta me había visto tentado a olvidar pero sabia que cosas como esas
no se olvidan tan fácilmente.
— ¿Cómo puedo confiar en ti si me ocultas tantas cosas?... no se quien eres… no se lo que
quieres… lo siento, no puedo olvidar. — tras esto me puse de pie y le acomode la ropa.
Observaba que hacia un esfuerzo sobrehumano para no llorar, el labio inferior le temblaba y
las pupilas marrones llenos de agua estaban. Miraba el techo fijamente con un semblante
serio.

Quise besarlo nuevamente pero ladeo su cara para impedir mi acción.

Él estaba molesto y yo herido.

Acaricie su rostro tiernamente. Suspire cansado y me puse de pie.

—Lo siento. — dije para después irme de la sala. Había olvidado que estaba en casa de mi
madre, menos mal que me detuve en última estancia. Solo me extrañaba que en casa no
hubiera nadie.

Un poco desconcertado fui a la habitación de Santiago, que al parecer es él único que no sale
de la casa pues quiere descansar lo más posible antes de regresar con sus deberes.

Pero antes de poder ingresar dentro escuche la voz de Luis.

—tarde o temprano se va a enterar de todo Santiago. No es algo que puedas evitar para
siempre.

—Tu estabas aquí primero que yo— esa era la voz de Santiago— debiste impedir que se
mesclara con ese niño. Sabes lo perturbador que es.

¿Niño? ¿Changmin?

—pues lamento informarte querido Santi que Yunho ya llevaba bastante tiempo con él. No
habría manera de separarlo. Es mas, hasta tuve tentado a decirle la verdad— su tono era serio
y frio. Algo muy inusual en Luis. — Yunho ya no es ningún niño y bien que puede afrontar esto
él solo. Es un hombre hecho y derecho, merece saber que paso.

— ¿Y porque no se lo contaste? — la pregunta goteaba sarcasmo y molestia.


—porque no encontré manera de empezar.

—así que al final te acobardaste…, y te haces llamar militar.

—Cierra la boca idiota. Si fueras tu él que tuviese que contarle todo ¿Cómo se lo dirías? — mas
que una pregunta era un reto. —lo que paso ese día fue un accidente. Nadie tiene la culpa de
ello.

—sabes tan bien como yo que eso no es lo pensara Yunho. No me arrepiento de nada de lo
que hice.

—Típico de ti que no te pesa la conciencia. — la voz de Luis estaba llena de amargura— en


cambio yo he tenido que arrastrar esta cruz toda mi vida.

—Ella ya estaba muerta Luis. No había nada que pudiéramos hacer y solo fue por el bien de
ellos dos.

—y ese supuesto “bien” nos salió bien caro a todos.

—cállate Luis, por favor cállate. Si por mí fuera jamás se lo diría.

— ¿decirme que…? —entre a la habitación. No pude seguir escuchando más. —¿Qué es lo que
tanto están ocultando?!

Mis hermanos me miraban entre sorprendidos y horrorizados.

—como bien dijo Luis: no soy un niño. Soy un hombre hecho y derecho y tengo derecho a
saber la verdad— expuse fríamente mientras le miraba con fuego gélido. Santiago me miro
seriamente— así que bien, díganme que es lo que no quieren decirme.

—Decirte que ese niño que esta atrás tuyo puede ser la peor de tus pesadillas— respondió
Santiago serio. Yo mire para atrás y estaba Changmin con la cabeza baja— Elías.
—Elías…

Changmin me miro con sus ojos cargados de angustia. Luego se mordió el labio inferior con
fuerza, tanta que la sangre brotó más roja y abundante de la herida. Sus puños se tensaron
hasta tal punto que se hizo heridas con las uñas en la palma y luego las lagrimas se deslizaron
por sus mejillas.

—Changmin.

—¡¡no!! — y se fue corriendo de la casa.

— ¡Changmin! — corrí tras él sin importar el llamado de mis dos hermanos mayores.

Así que aquel sueño siempre tuvo razón… pensé mientras iba tras aquel niño. Ya no sabía
quien era él… Changmin… Elías… ¿a quien amaba en realidad?

Por fin lo alcance y le tome con fuerza del brazo. Respiraba agitado.

— ¡Suéltame! — me exigió molesto y sin mirarme, tratando de zafarse de mis brazos. —


¡¡suéltame!

— ¡cállate! — Grite furioso— ¡no voy a soltarte, no hasta que me digas todo! No se a que viene
esa actitud fría— susurre iracundo— si ese es el juego que prefieres jugar me parece bien, si
sigues teniendo esa actitud conmigo me parece perfecto. Me importa muy poco como me
trates, me vas a decir la verdad quieras o no— sentencie lleno de rabia.

El me miro, aun con sus ojos llorosos y llenos de rabia.

Mi corazón latía fuertemente, golpeando mi pecho y mi mirada pedía a gritos piedad y que me
devolviera calma ante la verdad.

Aquel niño hipaba de vez en cuando ante los sollozos. Apretaba los puños fuertemente. — No
voy a decirte nada— sentencio para después empujarme e irse caminando iracundo.
Le seguí de cerca. No iba a dejar que se fuera. El seguía llorando de la rabia y gritándome que
dejara de seguirlo, que era un maldito acosador, un pervertido, un canalla…

Las personas en la calle nos miraban extrañado. Estaba empezando a llover pero pese a eso él
seguía caminando sin rumbo alguno y yo detrás de él.

Al final llegamos a un lugar demasiado reconocible para mí. Un parque lleno de muchos…
muchos arboles gigantes, de diferentes tamaños y especies. La lluvia se había echo mas fuerte,
temía que Changmin cogiese un resfriado o algo parecido. Pronto nos adentramos entre los
grandes arboles y allí desaparecimos de la vista de las personas.

Él insultándome y yo permaneció en silencio, sin importarme un bledo sus malditos insultos.

Mi cara inmutable le enfurecía más.

— ¡maldita sea deja de seguirme!

—te dije que me ibas a decir la verdad y no voy a dejar de seguirte hasta que me digas todo.

Soltó un grito exasperado y sollozo con más fuerza.

— ¡te odio, te odio tanto… no sabes cuanto te odio! — me dijo mientras seguía llorando bajo la
lluvia. Intente abrazarlo pero solo me gane unos golpes en mi pecho. — ¡aléjate de mi maldito
pervertido! ¡¿Crees que puedes venir y abrazarme cuando se te de la gana?! ¡Vete, déjame
solo!

A pesar de todos sus esfuerzos porque le soltara al final termine abrazándole. Seguía
golpeándome el pecho vociferando maldiciones contra mi persona.

—Voy a besarte. — le dije sereno. Ya no me importaban sus gritos.

— ¡¿y que estas esperando para hacerlo bastardo?! — pregunto colérico sin dejar de
golpearme. Yo sonreí un poco por la situación. Me parecía hasta cómico.
Con un fuerte movimiento lo atraje hacia mí y le robe un beso a pesar de sus forcejeos. Al poco
tiempo me correspondió algo desesperado, su lengua se entrelazaba con la mía con ansias, con
hambre. Mis manos cobraban vida y acariciaban su piel por encima de la ropa mojada.

Changmin respondía gimiendo en voz baja, regalándome caricias a lo largo de mi espalda. Lo


acorrale contra el tronco del árbol e intercepte mi pierna en medio de las de él, sintiendo
como aquella parte de su anatomía despertaba. Changmin gimió en respuesta pero luego mis
labios lo acallaron.

Mi cuerpo y mi alma lo deseaban como nunca antes y me urgía apaciguar aquella sed con el
dulce sabor que la piel de Changmin me entregaba.

Le di la vuelta quedando de esta manera él de espalda. Regalaba caricias en su cuello, sentía


como los vellos de su piel se erizaban ante mi contacto con su piel. Adentre mi mano en su
pantalón y acaricie su sexo con delicadeza.

Los gemidos de Changmin no hacían más que torturar mi frágil autocontrol y en este punto me
supe imposible de detenerme. Ansiaba apagar el fuego que me estaba consumiendo por
dentro, le abaje los pantalones hasta las rodillas y masajee aquella entrada que pronto me
recibiría.

Cuando estuvo listo empuje mis caderas y de un firme y certero movimiento lo penetre. Mis
manos en sus caderas afirmaban los movimientos cada vez más erráticos y profundos. La lluvia
incesante caía como filos de aguja en nosotros pero en ese momento el calor de nuestros
cuerpos era suficiente como para mantenernos ocupados.

Su espalda se arqueo victima del goce al llegar a la cumbre del placer.

Salí de su interior y arregle sus ropas aunque estas estuvieran empapadas por el agua. Incluso
le abroche la camisa hasta el cuello.

Él me miraba abochornado. Le sonreí, había aprendido en todo este tiempo que si quería
hablar con él tenia que ser paciente, muy paciente.

— Vas a contarme todo Changmin… todo…— susurre para después besarlo. Él asintió
suavemente en silencio.
Me tomo de la mano y me guio en medio de aquel pequeño bosque hasta un barranco, desde
allí se podía ver hasta abajo. No era muy alto pero si tenia unos cuantos metros.

—Este… fue el lugar donde nos vimos por primera vez. — susurro nostálgico.

—pensé que había sido en la iglesia.

—ese fue la segunda vez que me viste. — aclaro seguro. Me miro y después volvió a mirar bajo
el barranco, allí se extendía un camino directo a los juegos de niños.

— ¿que temes?

—temo que me abandones…

— ¿Por qué tienes tanto miedo de contarme?— pregunte mientras afirmaba el agarre en
nuestras manos.

Se quedo en silencio.

—vamos Changmin cuéntame. ¿Por qué temes contarme la verdad?

El dio un largo suspiro.

—porque yo soy el culpable… de que hayas matado a Susana…

Cap 19: punto de quiebre (parte 1: susana)

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

¡Hola! Se que dije que actualizaría el viernes 03/08 pero no conté conque me enfermaría =( así
que lo único que había querido en todos estos días era estar acostada en mi camita a causa de
la fiebre.

Este capitulo esta dividido en tres partes debido a lo largo =P

Hubo una vez un país de miel con tejados color bermellón

Donde yo era reina y él era el rey en un reino de cuentos de amor

Mi mágico castillo en el aire, brillaba transparente bajo el sol

Hubo luego aquella tormenta cruel y el castillo del aire cayó

A la luz de un rayo se abrió a mis pies el abismo de su corazón

Entonces pude verlo tal cual era y lo que descubrí me destrozo

Mi rey era un monstruo de piedra

Con el corazón de piedra

Pagó por mi amor con piedras

Rompió mi ilusión con piedras...


Amanda Miguel- Castillos.

Capítulo 19: Punto de quiebre.

Parte I:

Susana.

Cuando era pequeño Luis y Santiago tendían a molestarme mucho, era el mas pequeño de los
tres y era el menor. Ellos se la pasaban fastidiándome conque era el bebe de nuestra madre.
Hasta quería que les pidiera la bendición solo porque era unos cuantos años mayor que yo
pero siempre me las ingeniaba para devolverle una cucharada de su propia medicina.

— ¡no, devuélveme mi pelota! ¡Es mía! — reclamaba a mi hermano mayor Luis quien me había
quitado la pelota que papá recién me había comprado. En ese entonces contaba con siete años
de edad. Luis era mucho más alto que yo y siempre se divertía quitándome mis cosas y
alzándola para que yo brincara para poder alcanzarla.

En ese momento saltaba una y otra vez para agarrar la pelota que Luis sostenía en el aire.

—vamos enano, alcánzala. Si saltas así te aseguro que crecerás más rápido. — solía decirme
con malicia mientras elevaba más la pelota.

Fruncí el seño molesto por aquello. Recordé las palabras de madre que decía que si un ladrón
te quitaba algo se le debía dar una buena patada en los huevos, yo no sabia que eso de
“Huevos” pero ella siempre señalaba el medio de las piernas así que sin dudarlo ni un segundo
propicie una buena patada en aquella parte.

Sonreí victorioso cuando Luis soltó la pelota y se echo al suelo en forma de ovillo. Solo
balbuceaba algunas cosas y yo me pregunte que tanto le había dolido como para caerse en el
piso.
Me encogí de hombros y tome la pelota y me fui a jugar con Santiago.

Pero había veces en la que no me salía con la mía y eran ellos quienes me torturaban, mi punto
vulnerable siempre fueron las cosquillas, nada más me tocaban y yo ya estaba muriéndome de
risa.

—No más, no más, por favor. —pedía casi al borde del llanto. Santiago me sostenía las manos
con una mano y los pies con otra mientras Luis me propiciaba cosquillas en el cuello, en la
barriga y en la planta de los pies. — ¡por favor, por favor, por favor no mas cosquillas!

— ¿Quién tiene el poder ahora? —me pregunto Luis con esa sonrisa malvada que lo
caracteriza.

—Tú lo tienes, tú lo tienes. — me apresure a decir antes de que las cosquillas volvieran.

— ¿y que mas?

—Eres el amo y dueño del universo. — respondí tragándome mi orgullo. Luis sonrió aun más y
volvió a hacerme cosquillas, yo me retorcía en el suelo; carcajeándome sin parar hasta casi
llorar. Luchaba para librarme pero aun era muy pequeño y Santiago tenía mas fuerza que yo.
Este sonrió por su parte antes de decirme:

—pide cacao Yunho.

— ¡cacao, cacao, cacao!

En esos momentos no podía ponerme orgulloso y tenía que decir lo que ellos me ordenaran si
quería que el ataque de cosquillas terminara. Pese a todo eso ellos dos siempre insistían en
protegerme, en especial Santiago quien parecía ser un posesivo y celoso sin remedio. Él se
molestaba mucho cuando me iba a jugar con otros niños y hacia un drama alegando que ya no
lo quería.

En aquellos tiempos al lado se había mudado alguien. Lo sabía porque ya el perro del vecino no
estaba y Luis se sentía triste por eso. A mi hermano mayor le encantan los animales, sentía un
amor profundo por ellos. Mamá siempre lo regañaba porque llevaba a la casa gatos y perros
que encontraba en la calle y cuando mamá no se los aceptaba Luis los escondía debajo de la
cama.
En el cuarto que compartíamos nosotros tres (Luis, Santiago y yo) había una pecera con
muchos peces, tanto que ya los pobres ni podían nadar con libertad, aparte de eso tenia una
caja con una pequeña tortuga dentro. También tenía a varias mariposas encerradas en frascos,
además estaban los gatos y perros que escondía debajo de la cama y en los armarios. Luis era
todo un caso. A veces lo chantajeaba conque si no me abajaba las galletas le diría a mamá la
cantidad de animales que ocultaba en el cuarto y él, mi hermano, accedía a regañaduras a
obedecer mis más tontos caprichos.

Recuerdo que una vez Luis consiguió a Cheshire (su gato favorito) con bolsas amarradas a cada
patita del pobre animal, este intentaba quitársela con todas sus fuerzas pero era inútil. El nudo
que le habían hecho era casi perfecto tanto que Luis duro como dos horas para poderle quitar
semejante cosa al pobre Cheshire.

La causante de semejante crueldad era la niña que vivía al lado y que se había mudado hacia
unos meses. Por los gritos que a veces se escuchaban supe que se llamaba Susana. Al parecer
era una niña muy revoltosa ya que siempre la regañaban y prueba de ello fue el como le hizo
aquella travesura al gato de Luis. Cuando mi hermano se entero que fue ella la odio desde ese
momento y creo que hasta hoy la sigue odiando por lo mismo.

Susana… ella… ella era linda. Las pocas veces que la había visto me miraba con suspicacia,
como si yo fuese un bicho raro al que no estaba de acuerdo de encontrar de su agrado. Yo la
ignoraba, no me iba a pelear con una niña de nueve años, puede que tuviéramos la misma
edad pero bien que mis padres me habían enseñado a respetar una dama… aunque esta te
mirase como un insecto.

Cuando jugaba en el patio de la casa me daba cuenta de que me miraba por encima de la reja,
dando ligeros saltitos para mirar hacia donde yo estaba pues era muy pequeña. Me hice el
indiferente y seguí jugando metras solo; Luis y Santiago estaban en la escuela y yo no había
tenido clase.

Un golpe en la cabeza me hizo girarme rápidamente hacia ella. Me había tirado una piedra.

Molesto seguí jugando e ignorando la risa traviesa que apenas se escuchaba.

Otra piedra impacto en mi cabeza.

“Tonta”

Pensé al tiempo en que tomaba mis cosas y me dirigía hacia el interior de mi casa. Había
decidido ponerme a ver televisor a que aguantar las travesuras de esa niña sin embargo no
pude llegar a mi destino, una piedra mucho mas grande impacto en mi frente y esta vez casi
me noquea. Me dejo mareado y perdí el equilibrio cayendo en el césped del patio.

Apenas y escuche un grito de exclamación.

A los pocos segundos abrí mis ojos y me di cuenta de los ojos azules que me miraban curioso y
asustados.

— ¿Por qué me tiras piedras? — cuestione mientras me sentaba y me sobaba la parte


golpeada. Se había formado un chichón.

—Lo siento. —le escuche decir, fue cuando la mire y pude observarla mejor. Era pequeña, muy
pequeña para ser tan traviesa, de largo cabello negro y ondulado. El flequillo le tapaba la
frente y me pareció un perro ovejero con el flequillo de ese tamaño, apenas y podía ver sus
ojos azules.

—esta bien. No pasa nada. — le tranquilice, en ese momento ella sonrió y me di cuenta de que
le faltaba un colmillo, se veía bastante graciosa así; una cara bonita con un diente menos. No
pude evitar reírme. — ¡aun mudas dientes!

— ¡Y eso que tiene de malo! — Dijo con un puchero— ¡es culpa del gremlin asalta nucas!

— ¿el que…? —pregunte perplejo. Ella me miro como si viviera debajo de una roca.

— ¡¡Ya sabes el gremlin que viene en la noche y te afloja los dientes de leche cuando duermes
con la boca abierta!! — explico exasperada por mi falta de conocimiento.

Yo trague saliva nervioso, así que fue culpa de ese tal gremlin que se me cayeran los dientes y
también es culpa del hada de los dientes por llevárselos y no dejar que me los pegara con pega
blanca. Y yo que pensaba que solo eran fantasías…

A partir de ese momento nos volvimos amigos. Ella era muy traviesa metiéndome en sus
diabluras y por ende metiéndome en problemas. Descubrí que estudiábamos en la misma
escuela y de por pura casualidad estudiábamos en el mismo salón. Nos volvimos grandes
amigos.
—Yunho… —un susurro con mi nombre y un leve toque en los hombros me hizo girar la cabeza
hacia el pupitre de atrás en donde estaba mi compañera de estudios. Estaba en clases y ahora
mismo estábamos resolviendo unos ejercicios de matemáticas, Alicia me sonrió un poco antes
de pasarme un papelito doblado.

Lo tome y me incorpore en mi asiento. Desdoble el papel. “Te quiero” leí en el papel.


Instintivamente gire mi cabeza hacia atrás y mire el último pupitre en donde estaba sentada
Susana, ella me sonreía ampliamente. Mire el papel nuevamente y sonreí un poco.

“Te quiero” releí otra vez, sonreí y debajo de eso respondí con un “yo también”…

Pese a que yo le gustaba y ella me gustaba nunca llegamos a más que un beso en la mejilla.
Tampoco hice el esfuerzo por más, me gustaba la amistad que teníamos. Ella no era una chica
del que le gustaran las cosas tiernas y lindas, consideraba esas cosas muy cursi para su gusto
así que cuando llegaba su cumpleaños se me dificultaba mucho encontrarle un regalo ya que
no le gustaban las flores, ni las cartas bonitas ni los chocolates.

Sabía que le encantaba ver esos muñequitos japoneses. Cuando lo decía así ella me arrojaba
un libro en la cabeza diciéndome que no eran “¡muñequitos, que eran animes…!” a mi me
daba igual… no se que tanto le veía a esas cosas, yo ni le encontraba emoción pero ella parecía
feliz cada vez que se realizaba una convención y se compraba de todo gastándose los ahorros.
Que si chapas, que si camisas, que si peluches de Naruto, que si bolsos… en fin… era un caso
perdido tratar de hacerla entrar en razón de que eso una perdida de dinero pero no, ella no
decía lo mismo y fastidiaba a su abuelo para que le diera dinero.

En fin… seguro que un DVD de algunas de sus series preferidas la hacia feliz así que procuraba
saber cuales eran sus gustos y compraba varios DVD y se los daba en una bolsa de regalo. Ella
me abrazaba efusivamente mientras decía “¡gracias, gracias, gracias!” y yo me sentía feliz de
verla contenta.

El tiempo fue pasando y la niña que conocí fue transformándose en una señorita con curvas
enloquecedoras y voz melodiosas pero, aunque su cuerpo cambio, ella no lo hizo y seguía
siendo infantil y una fanática a los animes, Susana me decía que era una Otaku, yo ni sabia que
era eso así como también desconocía otros términos que ella usaba para describirse. A veces
me obligaba a disfrazarme de esas cosas y a asistir a unas cosas raras allí que no recuerdo
como se llamaba. ¿Cómo es que era que se llamaba…?
— ¡Vamos Yunho, tu vas de Jack y yo de Alice de Pandora Hearts! — me decía mientras trataba
de quitarme la ropa y ponerme aquellas vestiduras raras.

— ¡Joder, que no iré así! ¡Los disfraces son para niños, que no estas grandecita para eso! —
reclamaba tratando de que no me quitara la ropa, no solo para que no me vistiera así sino
también me daba vergüenza que me viera desnudo, de por si ya no éramos niños y ambos
habíamos crecidos.

— ¡no es una fiesta de niño es un codplay! — aja “Codplay” esa era la palabra…

— ¡Esta bien, esta bien pero yo me lo pongo solo! — asegure antes de que me quitara el
pantalón.

—uy parece que van a violar a Yunho. — Luis entro a mi cuarto y me encontró en semejante
escena.

— ¡¿Qué van a violar a quien?! —Esta vez Santiago entro como un rayo a mi cuarto y al ver la
escena se quedo de piedra sin poder asimilar nada. —¡no, no puede ser, Lea ya no es virgen y
lo peor es que la perdió con la niña de al lado! Pero óyeme bien Yunho: ¡Te quiero tanto que
ninguna chica será suficientemente buena para ti! — me aclaraba mientras me abrazaba de
forma asfixiante. En esos momentos luchaba para quitármelo de encima. Odiaba que me
abrazara de esa forma y después de eso me daba un dichoso “beso de vaca”, cosa que
detestaba con toda mi alma pues me dejaba el cachete lleno de baba

— ¡ya Santiago, ya entendí, ya entendí! ¡Yo también te quiero así que suéltame garrapata!

— ¡No quiero! — inflo las mejillas con aire y se aferro a mis piernas con más fuerza. Yo solo
bufaba molesto, mi hermano era realmente fastidioso cuando se lo proponía —si me dices que
soy bonito te dejo ir.

— ¡¿Qué…?!

—dime que soy bonito.

— ¡¿y para que quieres que te diga eso si ya lo sabes?!


—anda… dime que soy bonito.

— ¡nunca!

—si no lo dices no te soltare nunca.

— ¡Santiago! — y seguía luchando contra la garrapata que se aferraba en mis piernas. — ¡esta
bien! Eres bonito ¿contento? —Santiago me miro unos segundos y luego sonrió con malicia.

—no es suficiente. Debes decir más adjetivos que califiquen lo hermoso que Dios me hizo.

— ¡Eres un narcisista! —reclame molesto y ofuscado. — eres bello, precioso, una magnifica
creación hecha por Dios, tus cabellos son hilos de oro y tus ojos un espejo hacia en mar.
¡¿Suficiente?!

Los ojos de mi hermano brillaban emocionados. Creo que casi salta de alegría al escucharme
decir todo eso mientras yo estaba más que avergonzado por decir aquello. Juro que nunca más
volveré a decir algo como eso. Susana miraba la escena divertida y Luis rodaba los ojos harto
de todo eso.

— ¡soy lindo! — exclamo dando saltitos. — eso ya lo sabia pero siempre es bueno que te lo
digan. Es obvio que soy bello y que mis cabellos son hilos de oro. Oh y que decir de mis ojos,
realmente soy un encanto. Bueno, no es que me envanezca demasiado de mi físico pero hay
que admitir que Dios hizo un excelente trabajo conmigo.

Yo miraba incrédulo el como Santiago se idolatraba. No se porque sigo sorprendiéndome de


algo como eso si ya se como es él. Con dieciséis años y ya se cree superior a todos. Él puso una
pose de “Soy el mejor” y prosiguió con su discurso de hombre perfecto hecho por Dios
todopoderoso.

—ay Dios… que alguien calle a ese tarado. — dijo Luis al tiempo en que miraba a Santiago
como si este fuese un extraterrestre. Mi hermano Santiago pasó uno de sus brazos por su
hombro.

— ¡Luis escuchaste lo que me dijo Lea, dijo que soy lindo, una magnifica creación de Dios! —
informo mas que emocionado. Luis rodo los ojos— soy hermosísimo realmente lo soy ohhh
que adorable me veo cada vez que me miro al espejo ¡¡soy príncipe muy sexy!! Es natural,
vengo con el combo de perfección completo.

— ¿Por qué Dios? ¿Por qué? —preguntaba Luis. — ¿Por qué me mandaste a hermano chiflado
y narcisista? ¿Qué no había nadie mejor arriba?

Errr creo que esas son mis líneas…

—oye, ¿Qué te pasa? Un hermano tan perfecto y bello como yo no lo encontraras ni en la


mismísima corte del rey así que ven, arrodíllate ante mí y pide perdón por tu osadía.

—ni de coña hago eso.

—Yunho ya cumplió en decirme que soy bello. Ahora es tu turno.

—Anda pa que te lamba un burro— dijo Luis hastiado mientras Santiago iba exigiéndole que le
idolatrara y admirara su extrema belleza.

— Ya cállense ustedes dos —ordene molesto y mas que avergonzado mientras me ponía de pie
y tomaba las ropas raras esas. Seguro que hoy será un día muy largo…

—No olvides la peluca— dijo pasándome una peluca extraña de color rubio.

— ¡no voy a ponerme una peluca y menos una rubia!

—Claro que si te lo pondrás. — Me dijo maliciosa— y también te pondrás las lentillas de color
verde.

— ¡¿que...?!

Al final Luis y Santiago me obligaron a vestirme. Esos malditos ociosos disfrutaban con el
sufrimiento ajeno y si yo era la victima de dicho sufrimiento ellos lo gozaban aun más. A pesar
de todo sonreía encantado de tener una familia como esa; Luis un fanático de los animales y
niño bueno, Santiago un celoso y un narcisista sin remedio y Susana una chica amante del
anime pero con un gran corazón… no podía pedir mas… eso que tenia era perfecto, para mi
todo era perfecto y no podía sentirme mas que feliz, a mis catorce años consideraba que todo
lo que tenia era suficiente. No pedía riquezas, ni una casa grande, tampoco una novia
exagerada… solo pedía tener a aquellos que amaba allí, junto a mí; peleando, divirtiéndonos…
ese castillo en el cielo se me era imposible romper…

Susana se mudo a tres cuadras de la casa y en su lugar una nueva familia se instauro al lado
pero pese a eso mis lazos con mi querida amiga no se rompieron y seguimos siendo buenos
amigos… pero hasta allí llegan mis recuerdos con respecto a Susana, lo demás una película
borrosa imposible de descifrar.

Y ahora… ahora este chico frente a mi llamado Changmin o Elías me dice que yo fui quien
acabo con la vida de mi querida Susana.

Este chico que un día conocí en el instituto y que desde un primer momento vivió acosándome
me dice una verdad imposible de creer.

Este chico que ser robo de a poco mi corazón y me volvió un idiota enamorado me revela así
como así una verdad que cae en mi como una Lozada….

Imposible…

Imposible…

¡Yo no pude haberle quitado la vida Susana! a la Susana tierna y amable…

A la Susana infantil y amante de los animes…

A la Susana traviesa…

A la Susana que amaba…

No… no es cierto… tiene que ser una mentira. ¡¡Debe ser una mentira!! ¡Una cruel y vil broma
para no decirme en realidad lo que paso en aquellos tiempos!

Estaba en blanco… sin saber que decir… sin saber que hacer…

Eso… eso… eso debía ser mentira ¿verdad? Yo no pude haberla matado, eso no es cierto.
No soy un asesino.

Es mentira…

Tiene que ser mentira…

— ¿pero que mierda me estas diciendo? — Pregunte entre dientes conteniendo el enojo.
Changmin solo agacho la cabeza

—¡¡¡Fue un accidente!!! ¡Fue un accidente! Un accidente. Un accidente… un… accidente… —


se cubrió el rostro— nadie tuvo la culpa; ni tu, ni tus hermanos.

— ¿mis hermanos? ¿Que tienen que ver mis hermanos con esto? — Changmin elevo su mirada
hacia mí y me miro con aquellos ojos acuosos, llenos de culpa y mucho dolor.

Retrocedí al recordar algo.

Los recortes del Señor García en aquel centro psiquiátrico:

“violada y ultrajada” “Asesinada y tirada al rió” “aun se busca un posible sospechoso” “El
asesino del vecindario El Pilar”

Lo mire horrorizado.
—Que hicieron ellos… —dije con un hilo de voz. Mi propia respiración se vio agitada ante una
posible hipótesis. — No… ellos no pudieron hacer eso…

— ¡Hablemos! ¡Te juro que te lo explicaré todo!

— ¡No! —me cubrí el rostro.

— ¡Por favor! ¡Hay justificación en todo esto, te lo prometo! — su voz se escuchó


desquebrajada.

¿Que estaba pasando?

¿Qué habían hecho ellos?

¿Qué había hecho Changmin?

¿Y que había hecho yo?

Y comprendí el porque todo este tiempo mi mente y cuerpo se negaba a buscar la verdad de
mi pasado. El nudo de mi garganta cada vez se hacía más grande. Changmin me hablaba pero
yo no escuchaba nada, no podía oír su voz sino el zumbido de las voces del pasado que me
atormentaba.
Fue como ser un espectador ante mis propios recuerdos, aquellos que parecían despertar al
observar el lugar en donde aquel castaño me dijo que nos vimos por primera vez....

Aquel día que lo conocí estaba cumpliendo quince años. Recuerdo que me levante un poco
malhumorado, como estaba cumpliendo quince años mis hermanos no perderían la
oportunidad de molestarme con ese tema así que me levante con la guardia en alto.

Cuando vislumbre la habitación observe un paquete, un GRAN paquete en el suelo.


Desconfiado me acerque a eso y lo abrí.

No supe si gritar o romper lo que allí había dentro. Una nota decía

“para nuestro querido Yunho, por cumplir quince maravillosas primaveras...

Con amor Luis y Santiago”

Estaba encima del vestido de quinceañeras que estaba dentro de la caja, era de color rosa
pastel junto con una linda tiara.

Desgraciados.
Ni crean que me pondré este horrible vestido rosa.

Guarde la caja con el vestido y lo metí debajo de la cama. Me había preparado para este día así
que saque el pedazo de torta que guardaba de entre los cajones y lo coloque en la mesita de
noche; veamos quien caería primero.

Me asee y me fui a la cocina por mi desayuno, al verme mi madre sonrió encantada y me


felicito, incluso me dijo que si fuese una niña celebraría en grande el hecho de cumplir quince
años mientras yo quería ya tener dieciséis pues Luis y Santiago me molestarían durante todo el
año.

— ¿te gusto el regalo que te hicimos Lea? —pregunto Luis burlón.

— ¿Cuál regalo? — Pregunte haciéndome el inocente — arriba no había ningún regalo.

— ¡claro que si! ¡El regalo que estaba en el suelo!

—Pues lamento informarte querido Luis que allí no había nada de nada. —asegure con
determinación. Luis puso cara de confusión, dejo el desayuno sobre la mesa y fue hasta el
cuarto. — ¡por cierto...! No te comas el pastel que esta sobre la mesa ¡es mío!— le grite antes
de que se fuera.

A los quince minutos después fui a la habitación y como predije el pastel no estaba. Bien que
iba a disfrutar mi dulce venganza. Luis estaba sentado en el borde de la cama terminándose el
último bocado.

— ¡Te lo comiste todo! — le dije algo asustado al tiempo en que le quitaba el plato de sus
manos, allí solo quedaban migajas. Luis sonrió un poco relamiéndose los labios.

—es tu culpa por poner esa tentación así de fácil.

—Ay Luis que hiciste. — le dije medio asustado. —te dije que no te lo comieras porque el
pastel tiene veneno de ratón. —allí fue cuando Luis se puso pálido.

— ¿C-Como? —Pregunto entre nervioso y preocupado — ¿V-Veneno?


—Ay Dios Luis y ahora que vamos hacer. Eso te pasa por salido. ¡Hay que llevarte al hospital!
Ese pastel era un experimento para el colegio.

— ¡Ay Dios, me voy a morir! — Dijo Luis aterrado— ¡mamá tengo que ir al hospital! — camino
de forma torpe hasta la salida del cuarto. — Dios mío, creo que ya me dio fiebre. —y era
cierto, lo toque y ya tenia fiebre, me sorprendí del efecto que mi broma tenia porque el pastel
no estaba envenado. —oh no, todo se esta oscureciendo. — afirmo atemorizado mientras se
agarraba de la pared. — ah me muero. Yunho… Yunho lamento todas las bromas que te hice,
dile al idiota de Santiago que si es bonito, toda una perfección hecha por Dios y, y, y…

Y yo estaba que no aguantaba la risa ¡Luis realmente es muy ingenuo!

Él siguió con su testamento oral:

—también dile a mamá que la quiero mucho y a Cheshire y… ¡¿te estás riendo?! ¡Es una
broma!

— ¡Claro! ¿Cómo se te ocurre que hare algo como envenenar un pastel? — mi risa se
transformó en carcajada, una vil carcajada estridente y burlesca que lo ofuscó.

—Te mato. — Susurro molesto.- ¡¡¡yo te mato!!!

Y allí fue cuando corrí fuera de la habitación. Creo que me pase un poquito y Luis estaba que
echaba fuego por la boca pero no me di cuenta que Santiago estaba entrando a la habitación
con un pastel en manos y yo al tratar de correr a la salida me tropecé con él y el pobre pastel le
cayo en su “Divina” ropa. Me miro furioso.

—¡¡¡Yunho!!!

El grito creo que se escucho hasta en Plutón.


—Yunho ¿Qué pasa? ¿Por qué Santi esta gritando? — me pregunto mi madre al verme
ponerme los zapatos con prisa.

—no es nada mamá. Tengo que irme. — y como un loco salí de la casa, lo último que escuche
decir a mi mamá fue “ay ya empezaron ustedes a matarse. Un día de esto me van a poner
loca”

Y por toda la cuadra corrí como un loco, seguro que si esos dos me agarraban me
despellejaban vivo y bien que quiero vivir un poco mas, al menos hasta perder mi virginidad.

En fin, corrí varias cuadras, muchas creo, hasta que llegue a una especie de parque desde allí
una especie de barranco me daba una buena vista del parque de niños. Me detuve para coger
aire, tras un breve momento me subí a unos de los arboles mas grande y allí, entre las ramas,
me oculte.

A lo lejos oía la voz venenosa de Luis y la irritada de Santiago. Trague saliva. Si esos dos me
encontraba tendría que decir “Adiós mundo cruel”. A los pocos minutos se cansaron de
buscarme por esos lados y se marcharon en mi búsqueda, yo suspire aliviado.

Casi al instante de querer abajarme del árbol observe que un niño no mayor de nueve años se
acercaba prácticamente corriendo hacia donde estaba el parque. Supuse que tenia prisa por ir
a jugar sin embargo no pudo llegar a su destino ya que un grupo de niños mas grandes que él
lo alcanzaron, allí supe que no es que tenia prisa por ir a los parques sino porque estaba
huyendo. Lastimosamente lo alcanzaron y tiraron de las cosas que llevaba, después le hicieron
una zancadilla que lo hizo caer al suelo.

No pude ver más porque me abaje del árbol y corrí en dirección a ellos.

Cando llegue a él pude detener al niño mas grande que estaba a punto de golpearle el rostro.

—Metete con alguien de tu tamaño. — amenace con voz seria mientras le fulminaba con la
mirada. El niño me miro horrorizado y en seguida se fue corriendo junto con los otros. —¿estas
bien? —le pregunte al pequeño que estaba tirado en el suelo. Elevo su cabeza y asintió.

Me di cuenta de que era un niño castaño, con los cabellos alborotados en la cabeza. La mirada
verde me recordó las fotografías esas del mar caribe, la nariz llena de pequeñas pequitas color
café con leche le daban un toque mas aniñado. Lloraba, las lágrimas perladas bajaban por sus
sonrosadas mejillas y el labio inferior le temblaba.
—Ya, no llores. —dije algo incomodo. No sabia de que manera consolarlo, me incline hasta su
altura y saque un pañuelo para limpiarle los restos de tierra que tenia en la cara. Le ayude a
ponerse en pie.

Aquel pequeño de tan baja estatura se limpio las lágrimas con el dorso de la mano y después
se limpio las mismas en las rodillas del pantalón. — ¡muchas gracias Señor! — me dijo al
tiempo en que abrazaba mi cintura. Realmente era pequeño. Solo atine a sonreír un poco y
palmearle un poco la cabeza.

—de nada pequeño y no soy “Señor” todavía no soy tan viejo— aclare divertido, él me miro un
poco apenado, sus pequeñas mejillas se tiñeron de rojo bermellón a causa de la pena.

—Lo siento— solté una carcajada.

—tranquilo. No importa —mire la hora en mi reloj de pulsera— me tengo que ir. Cuídate— me
despedí mientras emprendía mi marcha a la casa de Susana. Tenía días que no la veía y quería
verla. Recién se había mudado y hoy seria su segundo día en aquella casa nueva.

Sabrá Dios quien será nuestro nuevo vecino. Pensé mientras llegaba a la entrada de la casa de
Susana.

— ¡Yunho, feliz cumpleaños! — salió ella a mi encuentro. Me abrazo y dio un beso a mi mejilla.
— ven conmigo, te daré tu regalo.

Me tomo de la mano y me guio hasta el interior de la casa. Era una realmente bonita. Mientras
entrabamos me dedique a admirar la arquitectura de tan buen gusto que otorgaba un toque
elegante a la casa.

— ¡Sorpresa! —me dijo cuando llegamos a la sala, frente a mí un piano de cola estaba. La mire
confundida. Yo no sabía tocar piano y no tenia intensiones de aprender. — te enseñare a tocar
el piano, ese será mi regalo.

—pero yo no quiero aprender a tocar el piano. Prefiero tocar la guitarra eléctrica ¡auch! ¡¿Por
qué me pegas?!
—La música clásica es más bonita que esas pandillas de rock que escuchas— me aclaro
molesta.

—a mi me gusta el rock, punto.

— ¡¡pero vas a aprender a tocar el piano porque es mi regalo ¿entendido?!! — me informo


molesta mientras me zarandeaba de un lado a otro. Yo asentí varias veces un poco
preocupado, bien que ella es un ogro cuando se molesta. Rápidamente cambio su cara de ogro
a una sonriente y feliz— ves que a mí siempre se me ocurren buenas ideas.

Me daba miedo su repentino cambio de humor.

—ah pero la lección es gratis solo por semana porque es tu cumpleaños, a partir de los
siguientes días me tendrás que pagar ¿entendiste?

— ¡¿Qué…?!

—así como lo oyes jovencito. 100 Bs.F la semana.

— ¡pero yo no quiero aprender a tocar el piano! ¡Además, se supone que es mi regalo; las
lecciones deberían ser gratis!

—ya te lo dije; solo por esta semana es gratis así que ya la semana que viene me pagas por
enseñarte. ¡Soy excelente con el piano! — exclamo emocionada mientras se sentaba en el
banquito enfrente del piano y me hacia lugar para mi.

—Eso no es justo…

—Nada en esta vida es justo. — Sonrió maliciosamente —ven, siéntate junto a mi y


empecemos con esta maravillosa travesía.

—Hablas como si estuvieras relatando una gran aventura de televisión. — dije apesadumbrado
mientras ocupaba un lado en la banca.

—esta, mi querido amigo, es una maravillosa aventura digna de televisión.


Suspire cansado. Ella y sus narraciones descolocadas…

Busco entre unos papeles unas cosas raras, me comenzó explicando que si la blanca es esta,
que si la negra, que si Sol. Que si lo uno, que lo otro ¡no estaba entendiendo ni J!

Me rasque la cabeza algo descolocado.

No había entendido nada de nada. Creo que si me explicasen en latín hubiese entendido más
que el lenguaje de la música. ¡Era muy complicado!

— ¡No seas exagerado! —me dijo molesta— tampoco es tan difícil

Eso lo dice porque ella conoce muy bien ese lenguaje. Yo soy un analfabeto de la música
clásica. Ese día me dio un libro y dijo que me pusiera a estudiar ¡y yo con tantas cosas que
hacer como para ponerme a leer otro libro! Bien que tenía suficiente con ponerme a leer
“Doña Bárbara” y “Cien años de soledad” para la clase de Lenguaje.

Estúpido libro.

Y no pude negarme. Me lleve el tonto libro y en la noche me puse a estudiar música.

De los vecinos de al lado solo sabia que era una madre y su pequeño niño. Del resto nada y
como la mayor parte del tiempo me lo pasaba en el colegio y en casa de Susana así que no los
veía mucho de día.

En fin… poco a poco fui aprendiendo el lenguaje de la música, aprendiendo a tocar grandes
clásicos como lo eran Beethoven. Susana me decía que tenia talento pues aprendía muy rápido
aunque al inicio me costo bastante entender el ritmo de la cosa.

Luis se había unido a la iglesia y dirigía el coro de niños, a él le encantaban los niños y le
gustaba enseñarles a cantar. Tocaba la guitarra mientras otros tocaban la pandereta y al sin y
son de la guitarra le daban gloria a Dios.
Santiago era un libertino y no le gustaba ir a la iglesia, prefería quedarse en casa durmiendo
hasta tarde.

Yo no es que fuese libertino pero pocas veces asistía siendo estos los días feriados y también
iba cuando la abuela me obligaba. Unos de esos días fue que vi por segunda vez a aquel niño
que ayude en el parque hacía unos meses.

—Yunho te presento a Changmin. — Luis dijo mientras miraba al pequeño y le sonreía. —


aunque todos le conocen por el nombre de Elías.

— ¿Elías?

—si, Changmin le gusta que lo llamemos así porque, según él, interpreto una obra y le toco el
papel de Elías, al parecer lo hizo tan bien que todos empezaron a llamarlo así, desde entonces
exige que se le llame por ese nombre— comento con una sonrisa. El niño me sonrió
tímidamente— él dijo algo así como que eras su héroe…— trato de recordar Luis.

¿Héroe?

Ah debe ser por lo de la otra vez.

— ¿Murmuraste que era tu héroe verdad? — le pregunto algo confundido al pequeño quien le
miro muerto de vergüenza. Al parecer eso era algo que él no quería que yo supiese. Rodé los
ojos: Luis y su indiscreción. — ah bueno, eso. Que eras su héroe jeje oh y también es nuestro
vecino, seguramente no te has dado cuenta ya que siempre andas detrás de la falta de
Susana.

Lo fulmine con la mirada ante esto último. Yo no andaba tras la falda de Susana, solo éramos
amigos. Luego mire al pequeño, solo lo había visto aquel día.

La campana sonó dando avisos que la misa estaba punto de comenzar. Me despedí y me fui a
sentar al lado de la abuela mirando fijamente la melena rojiza que se movía suavemente con el
viento. Él niño se volteo, me sonrió y luego volvió su vista al frente.

Con el pasar de los días pude comprobar que si era nuestro vecino, ese pequeño llamado
Changmin alias Elías era la cabeza rojiza que había visto asomarse por encima de los arboles
del jardín, era las medias pequeñitas que observaba tendidas en el patio o los llantos triste que
se oían cada vez que un señor mayor llegaba a la casa de aquella señorita que vivía al lado,
supongo que esa señorita será su madre, una muy joven como para desempeñar un buen
papel de mamá.

—Ey ¿Por qué lloras? — le pregunte un día en que iba de salida y lo encontré sentado en la
acera de su casa. Él me miro con sus ojos marrones acuáticos cristalizados por las lágrimas y
sin decir nada me mostro su dedo meñique: tenía una estaca y su mamá no estaba en casa y
no sabía como sacarla. Que le dolía mucho y le estaba saliendo sangre.

Me senté a su lado en la acera y le ayude a sacarle la estaca. Al principio lloro porque le dolía,
le puse una curita y le dije ese canto que les dicen a los niños para que se tranquilicen: sana
sana curita de rana sino sana hoy sanara mañana…

Y eso fue suficiente como para que dejara de llorar.

— ¿Y tu mamá? — el se encogió de hombros dando a entender que no tenia ni idea de donde


estaba mientras miraba detenidamente la curita sobre su dedo— ¿y tu estas solo en tu casa?
— me alarme, no era bueno que un niño de siete u ocho años estuviera solito en casa.

Él me miro fijamente. Me incomodo— ¿Sucede algo? —pregunte algo incomodo por aquella
mirada.

— ¿Te quedaras conmigo? — pregunto con su voz infantil sin llegar a ser chillona. Allí estuve
en una encrucijada: tenia que ir a las clases de piano con Susana pero no podía dejar a aquel
niño solo. ¿Y si le pasaba algo? Por otro lado si no iba con Susana estaba seguro de que
mañana seria hombre muerto.

Suspire cansado.

—Claro, me quedo aquí contigo— dije sereno mientras miraba el cielo azul. Al rato me puse de
pie —mejor vamos adentro, hay galletas y leche ¿quieres?

Asintió en silencio. Se puso de pie y sin ningún permiso agarro mi mano firmemente, como si
temiera perderse.

—Tengo hambre —dijo sin mirarme.


Sus zapatillas de colores manchados y su short verde olivo reposaban sobre los cojines
grandotes de forma cuadrada. Sentado sobre el sillón, Changmin miraba, supuestamente, la
televisión y digo supuestamente porque en realidad no miraba la televisión sino que me
miraba fijamente a mí.

Me ponía nervioso eso. Lleve a mi boca el vaso de leche y con dificultad trague.

— ¿No te gustan las caricaturas? — pregunte nervioso sin mirarlo. En ese momento pasaban
“Tom y Jerry” en el canal por cable y aquel pequeño ni la mas mínima atención le ponía.

—no se que es eso. En mi casa no esta esa caja con muñequitos dentro.

— ¿no hay televisión en tu casa?

— ¿televisión?

—Eh si… ya sabes, la caja cuadrada con muñequitos —el negó con la cabeza sin dejar de
mirarme.

Me aclare un poco la garganta

— ¿Qué te parece si jugamos un rato?

A los pocos minutos estábamos en el patio. Ambos cargábamos gorras, él cargaba un bate
pequeño y yo un guante junto con la pelota. Quería enseñarle algo de baseball.

—muy bien Changmin o prefieres que te llame Elías— se encogió de hombros, le daba igual—
muy bien Changmin, yo te lanzare la pelota y tu lo que tienes que hacer es tratar de golpearla
con el palo que tienes en la mano ¿entiendes?

Él me miro extrañado. Nunca antes había jugado ese juego y yo quería enseñarlo, tan solo por
este día quería desempeñar el papel de hermano mayor. Claro que tenia una hermanita
pequeña llamada Elisa pero era tan pequeña y a ella le gustaba jugar con muñecas.
—prepárate. Te la lanzare suave. — me puse en posición y tire la bola al aire, el agito el bate
pero no logro darle a la pelota. Frunció el seño. — hagámoslo otra vez.

Cinco veces la lance y cinco veces fallo. Vi que sus mejillas estaban teñidas de rojo, el labio
fruncido en un gesto de molestia. Las cejas estaban arqueadas de forma fruncida y sus ojos
centellaban fuego.

—Allá va… —dije mientras volvía a tirar la pelota. Esperaba que esta vez si le diera. La pelota
avanzó imparable hacia Changmin, quien mantenía el bate en una posición firme. Apenas fue
un segundo, en el que observe que movió el bate y... ¡clang!, la pelota salió despedida hacia el
lugar que menos me espere.

Solté un grito mientras quede tendido en el césped en posición fetal con los ojos casi
desorbitado. La pelota había impactado en medio de mis piernas.

— ¡Yunho viste, le di a la pelota! —dijo extasiado y con una gran sonrisa mientras se
arrodillaba ante mi —¿Yunho?

Ese día me conto que su mami estaba separada de su papi y que él (su papá) se había llevado a
su hermanito (Su gemelo) por eso vivía solo con su mami y que veía a su hermanito pocas
veces. Que a él le gustaba jugar con Aarón (su gemelo) pero ahora estaba solito.

Al finalizar el día la madre había tocado la puerta preguntado preocupada si su pequeño hijo
estaba allí. Changmin al verla se lanzo en sus brazos. Pude ver un brillo en los ojos marrones
acompañados con una gran sonrisa.

Sonreír un poco. El rostro de aquel castaño era el de alguien a quien por fin le dan la única cosa
que más quería en el mundo.

—oh mi pequeño niño ¡estaba tan preocupada de no verte en casa! Lamento haberte dejado
solito, sabes que mamá tiene que trabajar. Vamos a casa pequeñín, te hare tu comida favorita.

—Puedes venir cuando quieras. — le dije ante de que se fuera y ese “Cuando quiera” se lo
tomo muy en serio. Los próximos días estaba metido en mi casa, le gustaba jugar baseball y
durante esos días no pude ir a la casa de Susana.
El niño se pegaba a mí como una sanguijuela. Me celaba incluso mas que Santiago y fulminaba
con la mirada a todo ser que osaba tan siquiera mirarme. Una vez mordió a Santiago solo
porque este me dio su dichoso “besos de vaca”, el pobre grito de dolor cuando los firmes
dientes se clavaron en su brazo y Changmin no lo soltaba como diciendo “de aquí yo no me
muevo” desde ese día Luis lo denomino “la piraña” y Santiago la “Amenaza andante” el niño
castaño era un demonio cuando se lo proponía pero cuando se trataba de mi siempre sonreía
y se pegaba a mi brazo alegremente.

Yo no le decía nada aunque si le dije que tenía que dejar de ser así (posesivo) y ser un poco
más amistoso.

El día que conoció a Susana lleno sus mejillas de aire cuando. Aquel día fuimos hasta su cuarto
porque estaba muy ocupada (en realidad fue su abuelo el que nos hizo pasa porque ella ni se
asomo)

—oh vamos, por favor, por favor, por favor.

— ¿Eh Susana? —pregunte un poco extrañado mientras observaba a mi amiga frente a su


computador sin siquiera mirar a donde yo estaba.

—vamos bebe, vamos… tiene que… Tiene que….cinco, cuatro. ¡Ahora! Vamos, a la cuenta de
tres: ¡Tres… dos… uno!… ¡Ahora!.... —Susana hablaba con el computador. Si, con el
computador. Creo que ni se había percatado que el pequeño castaño y yo habíamos invadido
su espacio privado (entramos a su habitación) — ¡Maldita porquería! — Estallo mientras le
gritaba y zarandeaba al ordenador de un lado a otro— ¡te voy a golpear ¿me oyes? te voy a
hacer trizas y golpearte hasta hacerte cachitos y destrozar hasta el ultimo circuito de tu
interior si no me descargas el bendito manga!... ¡anda… solo uno mas y ya…! ¿Qué te cuesta?
Uno solito y ya…. ¡pc de porquería!

—Ya te perdimos Susana— dije un poco cansado de esa rutina. Era mi culpa, quien me mando
tener una amiga amante del anime y manga, una loca aficionada al anime, encima es una
degenerada y sin pareja. Susana me miro.

— ¡Yunho! Que lindo es verte…

Recuerdo que ese día Susana me regaño y me exigió saber el porque había faltado tanto.

Mi problema tenía nombre y apellido y era el niño que se escondía detrás de mí y que lleno sus
mejillas de aire en muestra clara de enfado, se pego a mi brazo y le dejo bien en claro algo a mi
amiga: ¡Yunho es mío!
— ¡Pero que lindo! — exclamo ella al ver a la lindura de niño— realmente eres un preciosidad,
Dios te cuide por se un primor —exclamo extasiada mientras pellizcaba sus mejillas. Changmin
chillo como un pequeño gatito al sentir que los pellizcaban. Miro molesto a Susana mientras de
un manotazo le quitaba sus manos.

—Señora esta arruinando mi cara— espeto molesto mientras fruncía el seño. Susana solo
sonrió más.

—Realmente eres lindo. —Se agacho y lo miro con un brillo extraño en sus ojos— seguro que
te verías precioso vestido de Wolfram o de Yue o, o, o tal vez vestido de Usui que lindo te
verías así.

El pequeño Changmin le miro extrañado, él no sabia de que hablaba ella mientras mi amiga
seguía diciendo un sinfín de nombres extraños. Yo solo suspire cansado.

— ¿Y como te llamas? — Changmin la miro dudoso. No sabia si responder a eso o quedarse


callado, opto por la segunda opción y de sus labios no salió ni un silbido.

—se llama Changmin.

—ya veo, así que te llamas Changmin, es un lindo nombre.

—-¡no me llames "Changmin", soy ELIAS para ti! — espetó el niño parándose en el suelo y
levantando la cabecita para mirar a Susana con aire de superioridad. Susana rio en respuesta
para después abrazarlo y seguir diciendo que era un niño muy lindo mientras Changmin
trataba de librarse de los brazos de esa “Bruja” –según Changmin-

Desde ese día nunca pude quitármelo de encima. Se empeñaba en seguirme a todos lados y no
le gustaba para nada esas muestras cariñosas que tenia con Susana, ella al principio le causaba
gracia que un niño estuviese colgado a mí. Decía algo como que éramos Shota-con y ella se
divertía disfrazando al pobre Changmin que luchaba con dientes y uñas (cosa que era inútil) al
final acaba vestido (disfrazado) de unos de esos personajes que amaba aquella chica que era
mi mejor amiga.

La entrada de año nuevo trajo con él un nuevo personaje llamado Lucas. Un joven muy amigo
de Santiago que disfrutaba de las bebidas y las fiestas a montón. A todos nos caía bien, incluso
a mí… pero el tenia un defecto grande, muy grande y era que consumía drogas. No me
sorprendió, en más de una ocasión había pillado tonteando con ese polvo… incluso Santiago
andaba en los mismos pasos…

Mi hermano me decía que solo era por curiosidad, no había mas allá que eso y que hasta Luis
la había probado una vez (solo una vez) para matar la curiosidad. Yo no quería saber nada de
eso y Santiago también me lo había prohibido (no lo hice por él, mi hermano en ese momento
no tenia ética para reclamarme algo con respecto a ese polvo) pero si sabia de alguien que
había aceptado eso…

—tranquilo Lea. Es solo para probar, te prometo que lo hare solo una vez y no lo volveré a
hacer. —me dijo ella con una sonrisa traviesa al recibir el polvo obsoleto en un papel blanco—
hasta tu hermano Luis lo hizo y él no se volvió adicto.

No pude frenarla…

No pude detenerla…

— ¿a quien elijes Yunho: Susana o Changmin?

Y fue a partir de allí que comenzó la pesadilla… una pesadilla que termino en tragedia cuando
me dieron a elegir entre dos personas que amaba con toda mi alma…
recordar es volver a vivir... me dijeron una vez y recordar todo aquello me hizo despertar una
parte de mi ser, una parte que se sentía triste, solo, preocupado.... era una parte de mi que
estaba agonizando pues comenzaba, no solo recordar a Changmin, sino también recordar lo
que paso y lo que llevo a exiliar mis recuerdos.

Fue como si de la nada me hubiera caído un balde de agua fría y me golpearan las rodillas con
un madero, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera hacía atrás. Lleve instintivamente una
mano a mi pecho, donde esa presión me dificultaba respirar.

— ¿Yunho? — la dulce y preocupada voz de mi niño me hizo girar a verlo. Me miraba


preocupado. Recordé ese día en que paso todo y que su mismo rostro se vio cubierto de
lagrimas y sangre.

Y recordar eso fue como un golpe desgraciado.

Mis lágrimas fluyeron involuntariamente en medio de la lluvia.

Me sentía mal…

…muy mal…
Fue cuando me di cuenta que necesitaba estar completamente solo…

—Tengo que irme— dije apenas con la cabeza dándome vueltas— tengo que irme.

—no Yunho, no te vallas. No me dejes otra vez— me pidió con desespero en su voz. Su mano
fuertemente sostenía la mía.

—Lo siento— dije antes de soltarme de su agarre y dejarlo allí, varado en medio de la lluvia.

¿Qué era aquello que sentía? Que sentía... ¿hacía quién? Tenía la cabeza hecha un lío. Mi
propio mundo daba vueltas sin sentido. Mis ojos se nublaban a cada rato.

No sabía si Changmin me seguía o no, solo sabía que caminaba cada vez más rápido en medio
de aquella llovizna ¿hacia donde iba? No lo sabia pero de repente sentía la necesidad de
querer salir de allí y de querer correr para librarme de todo.

Recordé todo. Absolutamente todo.


Todo, todo llego a mi mente como si se reprodujera una película fatídica; el puente, la sangre,
el disparo.... el momento en que lo conocí... el momento en que se lo llevaron de mi lado... el
instante en que quede postrado en esa cama, en esa jodida cama, las malditas pastillas, los
malditos médicos, y la maldita oscuridad.

Hay ciertas cosas que no te puedes arrancar de la mente a veces... recuerdos que llegan y
como que te roban el aire, como que te hacen sentir angustiado, apresado en un torbellino de
miedos y temores y pocas certezas…

—escucha Yunho. El piano es un instrumento que te permite conectarte con tu alma— solía
decirme Susana mientras acariciaba cada tecla del piano— debes tocarlo como si tocases el
cuerpo de otra persona. Debes amarlo, respetarlo y sentir cada una de sus tonadas.
—solo es un objeto.

—claro que no. Es más que eso. — Me decía mientras me pegaba en la cabeza con una regla.
— debes aprender que... ¿esperas a alguien?

— ¿porque lo preguntas?

—Porque estas mirando mucho la hora. —me rasque la cabeza.

—Es que Changmin quería venir hoy conmigo pero como tenía clase y me toca recogerlo— ella
frunció el seño al escuchar mi explicación. —Es que su mamá no puede cuidarlo— me apresure
a decir.

—deberías ponerle un alto a esa señora, se aprovecha de ti.

—a mi me gusta cuidarlo. No le veo inconveniente.

— ¡Pero desde que ese niño entro en tu vida nunca tienes tiempo para mi! — exploto. La mire
algo sorprendida, ella se sorprendió un poco por sus palabras ya abajo la vista avergonzada. —
no quise decir eso... es que... él siempre pareciera acaparar toda tu atención.
No dije nada porque no tenía nada que decir.

— ¿Yunho... tu me quieres todavía? — me pregunto tímidamente.

—claro que te quiero —respondí sinceramente— ¿porque me lo preguntas?

—por nada. Vamos para mi cuarto— sonrío y me tomo de la mano. Eso me sorprendió. ¿Que
íbamos a hacer en su cuarto? —mi abuelo no esta y mi primo salió con tu hermano Luis a
averiguar unas cosas... estamos solos... —mi informo cuando llegamos a su cuarto.

— ¿Y que quieres que haga en tu cuarto? — pregunte inocentemente.

—pues vamos a hacer los que las personas hacen cuando se quieren— me guiño el ojo y me
sorprendí de aquella petición.

Así que… íbamos a tener sexo…

Respire hondo.

Comencé a soltar la su suave cabello trenzado en una trenza. Suave. Sedoso. Maleable. Rizado
y largo.
Así era el cabello de aquella chica llamada Susana. Mis dedos acariciaban sutilmente su larga
cabellera negra.

Mis dedos de cuando en cuando acariciaban su cuello y su espalda. Una caricia tan tierna como
apasionada.

No creo que hubiese nada de malo en eso ¿o si? éramos adolecentes y la curiosidad era
normal a esa edad… además estaba el cariño de por medio así que simplemente no seria solo
sexo sino que había algo mas… por eso no sentí remordimiento cuando mi espalda toco el
colchón de mi cuarto y ella se sentó a horcada encima de mi…

Ella estaba casi desnuda, cubierta tan solo por su ropa interior y los sostenes que cubrían sus
senos, su largo cabello cubría su espalda y disfrutaba de ver su blanca e impecable piel. En
cambio yo aun cargaba puesto mis pantalones del colegio pero estaba sin camisa y ella recorría
tímidamente con sus manos mi pecho haciéndome suspirar.

Lentamente llego a mi rostro y me quito los lentes de cristales transparentes.

— ¿Estas nerviosa? — le pregunte bajito mientras sentía como retiraba los lentes de mi vista.

—un poco ¿y tú? — me respondió de forma tímida. Yo sonreí un poco para calmarla.
—También estoy un poco nervioso…

—Mas te vale que seas gentil conmigo Yunho— me informo de forma serena pero no en de
broma — es la primera vez que voy a hacer esto.

—también es primera vez.

Ella suspiro aliviada de saber eso. Probablemente por el hecho de que no seria la única
inexperta allí.

Era la primera vez de ambos y me hacia feliz saber que yo seria el primero en ella… sin
embargo aquella primera vez con nosotros dos nunca llego. En ese momento en que ella me
fue a besar de escucho a alguien llorando.

Era un quejido bajito, como si la persona que llorara no quisiera que la escucharan pero se oía
claramente el llanto.

Un poco desconcertado me senté en la cama y trate de agudizar mis sentidos para ver de
donde salía el llanto.

—Creo que viene del armario— me informo un poco preocupada Susana mientras se tapaba
su cuerpo con la sabana de la cama.
Me puse de pie al tiempo en que me subía el cierre del pantalón y me dirigía al armario para
descubrir a la criatura que había osado interrumpir tan mágico momento.

Lentamente abrí la puerta del armario con un semblante serio pero mi rostro de seriedad
cambio a uno de incredulidad al ver la pequeña figura que se mantenía oculta en el armario.

Se trataba de Changmin. En este momento sus pequeñas manos ocultaban su rostro


empañado de lágrimas y gimoteos. No supe en que momento fue que llego allí…

— ¿Qué haces allí? — Pregunte algo preocupado— ¿viste todo?

El pequeño quito las manos de su rostro y me miro con sus ojos cargados de lágrimas y
tristeza.

—Te quiero Yunho— apenas dijo entre hipos y lágrimas, observándome con una mirada
cargada de tristeza y abatimiento— pero tú la quieres a ella.

Esas palabras bastaron para romper mi corazón ante aquella frase.


Las lágrimas perladas en el pálido rostro de aquel pequeño se deslizaron con tristeza.

No supe que hacer.

Solo abaje la mirada sintiéndome el más desgraciado de todos los mortales.

—Lo siento…—le dije con un nudo en la garganta mientras lo atraía a mí y le abrazaba. Aquel
pequeño sollozó descontroladamente, haciendo temblar todo su pequeño cuerpecito. Me
fusilo con aquel llanto descontrolado y en ese momento sentí que había hecho un acto
horrible al haber querido esta con Susana… me sentí el mas miserable de todos al haber hecho
llorar a una criatura inocente e indefensa…

Susana ya se había vestido y miraba la escena de lejos sin atreverse a acercarse…

El resto del día Changmin estuvo con un semblante triste, afligido, abatido…

—ya se le pasara. — me decía Susana para tranquilizarme mientras yo observaba a la pequeña


personita que estaba sentada debajo de la sombra de un árbol, mantenía con él aquella caja
de música que su papá le había regalado y que llevaba casi siempre con él.

Mi alma se encogía al verlo en tal estado y siento un nudo formarse en mi garganta.


—Si… ya se le pasara…— susurro en respuesta. Susana se aleja y yo me quedo allí, varado en la
ventana observándolo.

En ese momento el viento mecía suavemente las hojas del gran árbol que le brindaba sombra
a aquel pequeño en tanto yo solo lo observaba de lejos. Escuchando el suave murmullo del
viento bailar con las hojas y la triste melodía de la caja de música.

Dave Jones…

Ese es el susurro que me trae el viento… una melodía tan linda como trágica…

Tal vez si hablo con él comprenda la situación…

Me acerco con pasos lentos. Me hinco hasta quedar a su altura.

— ¿Changmin? — Levanta su rostro que esta oculto en medio de sus piernas— ¿te sientes
mal?

—no lo se…— su mirada esta dudosa. —Pero me duele… aquí —señala su pecho con su
pequeña mano. Luego la vuelve a posar en la caja de música y la melodía continua. — No se
porque me duele, no me golpee y no me lastime allí ¿será que estoy enfermo? — me pregunta
con curiosidad. Yo me siento a su lado.
La verdad es que no se que tiene… o si lo se y no quiero entenderlo.

No es posible que un niño profese amor por alguien como yo…

— ¿Susana y tu… que estaban haciendo? — allí es cuando los colores se me suben a la cabeza,
como podría explicarle esas cosas sin llegar a detalles xxx.

Me rasque la cabeza incomodo. Se supone que esa lección se la deberían dar sus padres.

—pues, veras… esas cosas la hacen las personas que se quieren.

—Oye, no me tomes por tonto. — Frunció el seño— Se que eso lo hacen porque tu la quieres
lo que no me cabe es que es lo que iban a hacer.

—ahm… pues… creo que íbamos a hacer el ¿amor?

— ¿Hacer el amor? — su voz denoto mas que curiosidad. Sus ojos brillaban— ¿y eso como se
hace?

—no voy a explicarte eso. Estas muy pequeño para saberlo —frunció sus labios en un tierno
puchero— pero te digo que para hacerlo debes querer mucho a esa persona y sentirás una
extraña sensación, aquí, en tu pecho— explique tranquilamente para después sonreírle.
A Changmin toda la sangre ya se le había subido a la cabeza y sus mejillas estaban de un rojo
tomate—. ¿Qué pasa? — pregunte algo confundido de su reacción, no podía ser que él sintiera
vergüenza por algo que todavía no me había atrevido a explicar.

— ¿Una extraña sensación aquí? — señalo su pecho. Miro el suelo algo incomodo y tras un
silencio extraño me miro— ¿Cómo esto? — Llevo una de mis manos a su pecho y pude sentir el
ritmo acelerado de su corazón— ¿lo sientes? Verdad que es raro, es como si tuviera un tambor
adentro— me informo mientras movía mucho las manos. Y abría los ojos hasta hacerlos ver
muy redondos a causa de la sorpresa

Me reí ante sus concurrencias ¿un tambor en el pecho? Si que hay que ser inocente como para
creer eso. Puse cariñosamente una mano en su cabeza y revolví sus cabellos rojizos.

—si, es cierto. Es como si tuvieras un tambor adentro.

Me miro horrorizado.

— ¡no se como me lo trague! —Me dijo algo preocupado— ¿tu crees que me muera por eso?

—No, claro que no te vas a morir por eso. —Volví a reírme ante su inocencia— además, así se
pone tu corazón cuando quieres a alguien.

En su boca se dibujo un pequeño “oh” lleno de sorpresa — entonces, yo quiero a Yunho. ¿No
oyes? Suena así cuando estoy contigo— sentí que un tinte rosa vacilo en posarse sobre mis
mejillas— ¿cuando sea grande Yunho hará conmigo lo que quería hacer con Susana? — me
pregunto esperanzado.

— ¿pero que cosas dices Changmin? Aun eres muy niño para estar pensando en eso.

— ¿pero esperaras a que yo crezca? ¿Esperaras a que sea grande para que pueda hacer el
amor contigo? Anda, di que si.

—esta bien… esperare— le dije con una sonrisa. De un momento a otro tomo su rostro entre
mis manos y sin duda alguna deposito un casto beso sobre sus labios; como sellando una
promesa.

Aunque para mi era más que una simple ilusión lo que él sentía para Changmin era diferente.
Él era un niño muy suspicaz siendo bastante inteligente y persistente…

Se volvió una personita indispensable en mi vida, tanto o más que Susana.

Una sonrisa de él era todo para mi… un rayo de sol…

Paso cerca de un año, las bromas de Luis y Santiago con respecto a que fuese un quinceañero
cesaron porque ya tenía los dieciséis, mientras yo seguía siendo el mejor amigo de Susana y la
admiración de Changmin.
Los tres juntos siempre a donde íbamos, Susana quería mucho a Changmin, solo que este no lo
dejaba que le dijera Changmin, prefería que le dijese Elías. Su nombre de pila era algo que solo
su madre y yo teníamos el privilegio de decir.

Por supuesto que él pequeño Changmin o Elías –como se hacia llamar- seguía siendo un
posesivo sin remedio. Era un niño caramba… no podía culparlo así que esperaba
pacientemente a que aquella ilusión tenia con respecto a mi pasase; creía que era algo de la
edad…

—Ey Yunho, ven acá— me llamo mi hermano Santiago al llegar del colegio— te quiero
presentar a una gran amigo y camarada: el es el Lucas, mejor conocido como el bambi
aguado— dijo haciendo de gala su sobrenombre, el chico de cabello negro y ojos del mismo
color se inclino de forma exagerada para después soltar una risotada.

—cabron, te dije que dejaras de decirme bambi aguado— reclamo él sonriendo. Yo también
sonreí ante ese sobrenombre.

—Pero es cierto que eres un bambi aguado— aclaro Santiago riéndose— todos en la
universidad te dicen así, no es mi culpa que te encontraran follando en el baño de damas y que
cuando te encontraron se te pusiera el pene flácido, como un bambi aguado.

—mira tarado, se me puso el pene así del pánico ¿Qué coño querías que hiciera? No la podía
mantener parada si la excitación se me fue para el carajo. ¿Qué harías tú si fueses encontrado
en semejante faena?

—Estas equivocado amigo; a mí nunca me encontrarían en semejante faena, soy demasiado


guay como para caer tan bajo— se mofo burlonamente.

—Dios… realmente te ganas el titulo de narcisista extremo.


—no soy narcisista pero hay que admitir que estoy demasiado bueno.

—Mire señor narcisista, haga el favor de ahorrarse sus “estupendos y maravillosos”


comentarios con respecto a usted que, estoy seguro, que a nadie le interesa escuchar— no
pude evitar soltar una carcajada ante eso. Era cierto, a nadie le interesa escuchar cuando
grande es Dios por haberlo hecho perfecto.

—No te lo tomes a mal hermano pero ambos sabemos que no eres perfecto— mi hermano me
miro con ojos asesinos; como diciéndome que no dijera mas pero yo quería seguir, cualquier
momento es bueno para molestarlo— o es que no le has dicho a nadie sobre la verruga que
tienes cerca de las tetillas.

— ¡¿Qué…?! ¡No puedo creerlo, tienes una verruga! — Dijo divertido el amigo de Santiago
mientras este estaba mas rojo que el tomate —¡esto va para el face! ¡Y para el twitter…, y para
todas las redes sociales! ¡Ahh no me imagino que cara pondrás tus fans cuando se entere que
el señor perfecto tiene una verruga! — mientras decía todo esto ya había sacado su celular y
se disponía a entrar en las redes sociales.

— ¡Dame esa mierda! — Exclamo enojado y avergonzado Santiago mientras trataba de


quitarle el celular— ¡conque te atrevas a hacer eso eres hombre muerto! —y le quito el
celular.

—ah que chimbo eres. — le dijo para después sacarle la lengua. – y yo que quería divertirme
un rato.

—Tranquilo, puedes usar el mío para publicarlo. — le ofrecí maliciosamente mientras le


entregaba mi celular. Mi hermano se quedo con cara de pasmado.

— ¡mas fino! – dijo al tiempo en que me quitaba el celular y salía corriendo para que Santiago
no lo alcanzara.

— ¡Yunho!

Al final publico eso en todas las redes sociales existentes y se retorcía de risa en el piso
mientras mi hermano trataba de borra aquello que había publicado.
—Chico me caes excelente— me dijo mientras estrechábamos nuestras manos— ¡me parece
que tu y yo nos vamos a llevar muy bien!

—lo mismo digo.

A partir de ese momento nos volvimos amigos. Lucas (alias bambi aguado) se gano el cariño de
todos, era una persona muy amigable y divertida que encajaba en cualquier lugar. Susana lo
quería mucho siendo él quien la acompañaba en varia de sus travesuras e idioteces que a
veces hacen los adolecentes. Yo me sentía ajeno a eso, a veces me decían aburrido pero bien
que cuidaba a Changmin cuando su madre no estaba en casa y disfrutaba poder enseñarle
alguna que otra cosa sobre la escuela. Nunca mas me atreví a besarlo otra vez, era un niño y
me sentía como un pedófilo (y bien que lo era… es deprimente saber eso)

Sin embargo aquello dulce y feliz no duro mucho tiempo…

— ¿Quieres Yunho? —me pregunto una vez Lucas en una fiesta que habíamos ido (una fiesta
de universitarios en la que Susana insistió en ir y yo no podía dejarla sola)

Yo le mire desconfiado. Era un polvo blanco…

—vamos, no me mires así. Veras que te gustara.

—no quiero. Gracias.

—oh vamos, solo un poco. Para matar la curiosidad.

— ¿No pasa nada si la cogemos una vez verdad? —pregunto Susana curiosa.

— ¡Susana!— exclame molesto.

— ¿Qué? No pasa nada si solo la usamos una vez.

—Por favor Susana, deja eso. Sabes muy bien las consecuencias— dije arrebatándole la bolsa.
Me miro reprobatoriamente. — ¡por Dios Susana, de verdad vas a consumir!
—Que tiene de malo. Además solo será una vez.

Y la discusión entre el “si voy a hacerlo” y el “¡no te dejare hacer eso!” continúo hasta que ella
tomo otra bolsa y me dijo:

—Tranquilo Lea. Es solo para probar, te prometo que lo hare solo una vez y no lo volveré a
hacer— me dijo ella con una sonrisa traviesa al recibir el polvo obsoleto en un papel blanco—
hasta tu hermano Luis lo hizo y él no se volvió adicto.

Después de ese día no volví a ver a Lucas con ojos amables… Susana por su parte continuo con
su vida como si nada o al menos eso creía yo hasta que encontré aquello que odiaba en su
mochila, me explico que solo de vez en cuando lo usaba y que no era para tanto.

¿Qué no era para tanto?

¿Pero en que mundo vive esa niña?

Ella no quería que su abuelo se enterara que consumía (sus padres estaban separados y ella no
quería irse con ninguno, de allí la razón por que viviera con sus abuelos) temía que si su madre
se enteraba se la llevaba y ella no quería irse del barrio, que ella le gustaba mucho vivir aquí y
térneme como amigo.

Cada vez más, cada vez con más frecuencia, en más cantidad, se volviendo una adicción. Pero
solía llorar en mis brazos sin saber como detenerse. Sus lágrimas perladas empapaban mi
camisa ante su llanto. Nadie se daba cuenta de nada, ni siquiera Lucas pero yo si sabia de todo
esto porque era su mejor amigo y como mejor amigo me sentía en la necesidad de ayudarla.
Odie a Lucas, la arrastro en ese mundo.

Ella se hundía. Lo sabía porque a veces se desesperaba cuando no tenia nada que consumir,
incluso llegaba a vender artefacto queridos para ella para poder tener dinero.

La sensación de placidez que le transmitía aquella cosa era demasiado para ella y hacía todo lo
posible por conseguirla. Según ella nunca antes se había sentido tan bien… reía y daba vueltas
como loca con aquella sonrisa congelada en su rostro.
Me asustaba cuando se ponía así, me daba pánico pensar en que pudiera lastimarse y hacer
una locura y por eso siempre iba tras de ella, procurando que no hiciera nada malo y tratando
de ocultar esa realidad a los ojos del mundo.

Pero incluso si trababa de ayudarla ella no hacia más que seguir consumiendo, se seguía
hundiendo… Con los días fui perdiendo voluntad para todas las cosas que no fuesen ayudarla.

Descuidaba completamente mis labores.

A veces ella misma me arrastraba a su sopor. Pareciera como si me estuviera hundiendo con
ella. Cuando la encerraba en su habitación destruía todo, gritaba como loca. Yo lloraba en
silencio, suplicando a quien me escuchase que aquello acabase ya, que se terminase por favor,
que ya era suficiente de tanto sufrimiento y dolor, que por favor volviera a ser la Susana de
antes; la Susana tierna y amable, la Susana revoltosa, la Susana fanática de animes.

Pero esa Susana nunca volvió, en cambio de eso se convirtió en una adicta a las drogas. En una
muchacha que pareciera andar siempre a las carreras, que vendía lo poco que tenia para tener
dinero, que me lastimaba constantemente en sus ataques de locura.

— Demos vueltas— me pidió sonriente mientras me tomaba de las manos. La mire


tristemente, nuevamente se había inyectado una cantidad considerable de droga y por eso la
había llevado a mi casa, para que nadie la viera en ese estado. Normalmente en mi casa no
solía haber nadie; mis hermanos en la universidad, mi madre en casa de la abuela, y mi padre
trabajando.

— ¿te sientes bien? —pregunte algo preocupado. Era obvio que no estaba bien.

— ¡claro que si, me siento estupenda! ¡Vamos a dar vueltas, muchas, muchas, muchas vueltas!
— Empezamos a dar vueltas, ella con esa sonrisa leve, una expresión de diversión congelada
en su cara.

Tardé un poco en darme cuenta que estábamos dando demasiadas vueltas.

— ¡Mas rápido! — Gritaba enardecida, loca de alegría—¡mucho más rápido!


Todo daba vueltas, demasiada vueltas. Y de repente caímos. Ella en un extremo de la
habitación y yo en el otro. Me golpee la cabeza con el extremo de la cama y me la raje, cuando
abrí los ojos algo mareado lo veía todo rojo.

De mi cabeza manaba abundante sangre cubriéndome el rostro.

Vi que Susana se acercaba a mi, la mire apenas; me dolía la cabeza y estaba mas que mareado.
Ella por su parte me miraba sonriendo, pero era una sonrisa congelada.

—Susana… ayúdame… estoy sangrando… —pedí con la boca seca, tenia nauseas a causa de la
abundante sangre que comenzaba a perder. Se inclinó hacia mí y lamió mi sangre. —¿Susana?

—tengo que ir a comprar mas. —Me dijo en el tono más inocente.—tengo que irme— y se
puso de pie para dirigirse a la salida

—Susana, no te vallas… ayúdame…

—Tengo que irme— y se fue sin importarle la herida que me ocasionaba un desangramiento.

Escuche que la puerta se cerro y yo me hice un ovillo en el suelo, si me ponía de pie todo se
oscurecía y me mareaba, por eso me quede en el suelo, tratando de contener las nauseas y la
migraña que amenazaba con explotar mi cabeza.

Pensé que... tal vez si desaparecía todo seria mejor… que tal vez se solucionaría y no tendría
que ver como mi amiga se destruía a sí misma.

Una herida como la que tenia no era profunda pero si perdía mucha sangre entonces las cosas
se complicarían. Debía ir a un hospital de inmediato y que me cerraran la herida pero estaba
tan mareado.

¿Y si me dejaba morir?

Eso seria tan fácil; quedarme allí en el suelo perdiendo sangre hasta que finalmente ya no
pudiese más.

Sonreí ante ese pensamiento.


Mi cuerpo en el suelo… con la cabeza abierta… Llenándolo todo de sangre… Y sonriendo.

Seguro que a Santiago le da un infarto. Pero eso no importaba porque entonces si me dejaba
morir todos los problemas se acabarían.

¿De verdad lo iba a hacer?

¿De verdad me iba a dejar morir?

Es que era tan condenadamente fácil. Simplemente… quedarme allí en el suelo… ¿Seguirían
pensando las personas que nada pasaba conmigo? ¿Cuando vieran mi cuerpo creerían que
había sido un accidente, no algo intencional…?

Sonreí ampliamente. Seguro que con eso las cosas cambiarían un poco.

Pero no. No podía irme y dejar que todo se hundiera, resistiría hasta que fuese denigrante,
hasta que mi cuerpo ya no pudiera más. En ese momento me sumergía en ideas extrañas,
tristes, macabras y retorcidas. Acumulaba todo mi dolor, lo comprimía para después guardarlo
en el más alejado rincón de mi mente. Así era como conseguía soportar todo ese sufrimiento.

Y cerré mi vista enrojecida por la sangre y espere. Espere que hubiera un milagro y alguien
pudiese venir a ayudarme.

Pero supongo que hubiese sido mejor idea dejarme morir porque si lo hacía entonces no
hubiese tenido que haber presenciado todas las desgracias que pronto iban a venir.

La pesadilla nada mas estaba comenzando y el castillo de cristal que una vez idee se desplomo
y se destrozo en el suelo en muchos pedacitos y del solo quedaron ruinas…

Solo tristes y denigrantes ruinas…

Cap 20: punto de quiebre (parte 2: secreto de familia)


: cielo caido

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Notas del capitulo:

Bueno… disfruten del capitulo revelador :D

“Me sentía como si estuviera al borde de un precipicio,

Sin nadie que me ayudara a no caer."

Titanic

Capitulo 20: Punto de quiebre.

Parte II:

Pecado, castigo y secreto de familia.

Dde haberme recuperado de aquel accidente ella pidió disculpas de todas las formas posibles;
tomando mi mano y besando el dorso de la misma muchas veces, luego apretó su mano junto
a la mía y volvió a llorar como tiempo atrás. No me sorprendía, tan solo la miraba tristemente
porque esa historia se repetía con frecuencia.

Yunho, Yunho, perdón, perdón. No volveré a hacerte daño, te lo juro. Ya no quiero seguir en
esto ¿Cómo puedo parar? ¡Ayúdame por favor! No, no, no podemos buscar ayuda profesional.
Te imaginas que mi mamá o mi papá se enteraran, seguro que les echan la culpa a mis abuelos.
Ellos no tienen la culpa Yunho… ellos son ángeles… no quiero dañarlos Yunho… ¡que hago, que
hago! Quiero parar… no puedo parar… si, si… yo se que tu me lo advertiste y lo siento… no, por
favor, no me regañes, no se lo digas a nadie… debes ser una tumba ¿me oyes? ¡Una tumba!
Nadie puede saberlo… Yunho estoy cayendo en un abismo, es como tierra movediza que me
esta tragando… hay oscuridad, mucha Yunho, tengo miedo… le tengo tanto miedo a la
oscuridad… necesito dinero para comprar mas… me asfixio si no sigo consumiendo… me
desespera Yunho, ¡me desespera no tener mas!... ¿me quieres Yunho? ¿Verdad que me
quieres a pesar de mi enfermedad? Si yo se que tu me quieres y por eso me perdonas ¿verdad
que me perdonas por lo que te hice ayer, verdad que si me perdonas?

Observe su rostro demacrado y las lágrimas que se resbalaban sin cesar, escuche cada una de
sus palabras llenas de disculpa y también la perdone como solía hacerlo siempre.

Era triste observar que alguien a quien quieres mucho se hunde cada día más…

Ella estaba mal, muy mal y yo la pasaba peor porque tenía que ayudarla. La Susana bonita y
dulce se había convertido en una adicta sin remedio que pedía ayuda a gritos y que parecía
hundirse en su propia miseria…

Susana trataba de fingir que era feliz pero por dentro parecía pudrirse con cada día que
pasaba… y lo peor era que Changmin observaba todo aquello, no podía despegarlo de mi; él
nunca quería irse de mi lado y por ende observaba todo… a veces lloraba junto a ella… otra
veces parecía alejarse porque le daba miedo cuando se ponía agresiva… le asustaba que ella se
desesperara por mas…

Susana no cumplía su juramento de no volver a consumir, de no volver a lastimarme. Yo sabía


que era mentira y sin embargo, en el fondo de mi corazón, deseaba ferviente que cumpliera su
palabra. Y no solo ella se hundía, parecía que el círculo de amigos que un día tuve también se
hundían en esa miseria. Incluso Santiago parecía haberse contagiado de ese aire de podrición.
A veces Luis y él discutían tanto, tanto que me tapaba los oídos para acallar sus gritos.

El lienzo de pureza que una vez creí puro se estaba manchando… parecía y creía que ya nada
podía ser como antes, ya no había diversión, ni risas, ni siquiera había conversaciones, ni
siquiera silencio, solo se escuchaba gritos y solo se podía respirar desesperación por donde
quier

La paz solo paso a ser una palabra en mi familia. Estando allí sentía que me asfixiaba, que me
ahogaba, tormento era todo lo que podía verse en mi casa así que cuando buscaba un
rinconcito en donde pudiera respirar, entonces, me iba en autobús y me paseaba por toda la
ciudad sin rumbo fijo.

Pero a veces solo me sentaba en el columpio de nuestra casa y me quedaba añorando los
viejos tiempos.

La única pureza que ahora conocía era la de los ojos marrones de aquel dulce niño de cabello
rojizo.

—Yunho ¿Por qué lloras? ¿Te duele la barriga?— pregunto inocentemente el pequeño
Changmin. Yo me limpie las lágrimas y le sonreí.

—no, estoy bien.

— ¿estas llorando por Susana? ¿Se puso mal otra vez y te lastimo?— pregunto tomándome de
las manos.— no llores Yunho, ella se pondrá bien y no volverá a lastimarte. Yo tampoco lo hare
nunca.— Me sonrió tímidamente con las mejillas sonrojadas.— prometo que nunca voy a
lastimarte.

— ¿Lo prometes?

—Lo prometo— alzo su dedo meñique y lo unió con el mío.

—Prometido y jurado….

Esa promesa me dio un poquito de fuerzas. Necesitaba algo que me diese consuelo, palabras,
gestos, lo que sea que me permitiese seguir adelante.

Nunca antes me había sentido tan perdido…

Changmin, mi bello niño, era la única cosa pura que quedaba en medio de aquella mugre. Por
favor, que esa pureza jamás desapareciera de sus ojos, que esa pureza nunca sea mancillada.

Tome sus pequeñas manitas y las bese, prometiéndole que no dejaría que el mundo
mancillado en el que se estaba criando, le quitase aquella pureza de sus tímidos ojos
marrones.

Aquel día en que era el último de mi querida amiga, la invite al festival que se realizara en la
noche. Un festival que empezaba desde la seis hasta las once de la noche, creía que ese festejo
le despejaría la mente un rato y la haría olvidarse de sus problemas.

Muchos juegos habían en el función de aquella noche y uno de esos consistía en buscar un
objeto en medio del campus, se debía ir en pareja o en grupo de tres, la idea era que
encontrasen el objeto mas pronto de lo indicado y se ganarían un premio.

— ¡yo quiero ir contigo Yunho! —exclamo entusiasmado Changmin mientras tomaba mi mano.

—Valla, te me has adelantado. — Dijo una voz suave y dulce como la miel.—Yo iba a pedirle lo
mismo— mire a quien me hablaba. Se trataba de Susana y su enigmática sonrisa.

— ¡no! ¡Yunho va a ir conmigo!— expreso enojado el pequeño mientras me tomaba de la


mano.
—Pero puedes ir con mi hermano— sugerí amable.

— ¡pero yo quiero ir contigo! — sus ojos suplicantes me hicieron vacilar en mi respuesta.


Abajo su mirada cristalizada por las lágrimas.— yo quiero ir contigo…—apenas murmuro en un
hilo de voz. Sentí pena.

—Bien, iré contigo— elevo su mirada y me miro sorprendido. Tras unos segundos una sonrisa
amplia y alegre se extendió en su rostro. Mi corazón se lleno de calidez.— pero Susana
también vendrá con nosotros ¿te parece? Igual pueden formarse grupos de tres— ante aquello
su sonrisa se desdibujó por completo.

— ¡¿Por qué siempre ella?!—Me sorprendí por su repentina pregunta— ¡la odio, siempre esta
de por medio!

— ¡Elías, no hables así de Susana o sino no iré contigo! — reproche molesto por su falta de
cortesía. Le decía Elías cuando me molestaba con él. Mi regaño le hirió porque me miro con
dolor y soltó mi mano que hasta ahora no la había soltado— has entendido que no debes
hablar así de Susana.

La expresión del niño cambió de 'herida' a 'ira'

— ¡no me importa! ¡No te gusto porque soy pequeño!—exclamo molesto mientras me miraba
rabioso. — ¡Siempre la prefieres a ella, siempre…!— miro a Susana— ¡Eres fea, te odio porque
siempre lastimas a Yunho! — y tras esto salió corriendo hasta perderse de mi vista.

Sin lugar a dudas era un niño caprichoso y mimado…

—Será mejor que lo busquemos— le dije a mi amiga quien asintió.

La noche se ceñía sobre nosotros y nada que daba con el niño malcriado.

—Ah mira, allí esta Leandrito— susurro una voz en la noche oscura, tras los arboles inmensos y
oscuros. Mire despectivamente como Lucas venia tomado de la mano junto con Changmin—
ves, te dije que lo encontraríamos— nos miro a Susana y a mi con ese carisma que lo
caracterizaba— lo encontré cerca del puente, estaba perdido y lo traje para acá.
—Changmin, ven conmigo— lo llame y el hizo amago de acercarse sin embargo la mano de
Lucas sobre su pequeño hombro se lo impedía.

—Yunho, necesito pedirte un favor— me dijo con tono misterioso— quiero que me prestes
dinero.

—No tengo dinero que prestarte así que lo siento, busca a otro para que te ayude— respondí
tajante acercándome para tomar a Changmin de la mano. Su mamá debía estar preocupada de
no verlo en el festival.

—Entonces, iremos a tu casa a buscar algo de valor— me indicio alejando al niño de mi. La
navaja que tenia escondida de entre el cinto del pantalón me hizo retroceder— no soy
agresivo pero cuando la situación lo amerita hay que ponerse extremos ¿no crees?—comento
mientras acariciaba lascivamente el rostro de Changmin con el dedo pulgar.— tu, ven aquí…—
ordeno señalando a Susana, ella temerosa de que algo le pasase al pequeño Elías se acerco —
buena chica—dijo al tiempo en que ella se puso a su lado— supongo que serás un buen
adelanto para mis deudores…

— ¿Qué…?

Antes de que pudiera reaccionar un par de sujetos mas llegaron y la sujetaron, Susana me miro
horrorizada.

—Quieto allí niño de cara bonita—siseo Lucas al sacar su navaja— no queremos que el
pequeño Elías sufra una contusión ¿o si?

—Yunho— murmuro Changmin preocupado.

—Quédate allí, todo va a estar bien— le tranquilice mientras le observaba. Pronto uno de
aquellos sujetos me sujeto a mí, pasando mis brazos por mi espalda y apresándolos con fuerza,
el otro se acercó a Susana y le levantó la falda. Sentí aquella rabia incombustible se reavivaba
cuando el chillido alarmado de mi amiga me perforó los oídos.

Forcejee contra el sujeto, pero sólo conseguí lacerarme las muñecas y él al ver mis intensiones
me propinó un puñetazo en el estómago, cortándome la respiración. El dolor fue tanto que
me doble sobre mi mismo, ahogando un jadeo entre los dientes apretados.
—Observa Yunho— me dijo maliciosamente Lucas mientras apoyaba la navaja sobre el cuello
blanquecino de Changmin.—observa como tu amiga es lastimada, si no lo haces el niño sufrirá
las consecuencias.

Aquellas miradas ufanas y estoicas se posaron en Susana como quién observa un diamante en
un escaparate. Mire horrorizado como la ropa era despejada con rudeza de su cuerpo, me
quede helado de terror, comprendiendo de pronto de qué iba todo aquel juego.

—no, no ¡basta! ¡Déjenla!

— ¡Que te calles!— una patada en el estomago me corto dolorosamente la respiración y


tumbo sobre el suelo pero no me calle.

—¡No...!— Grite aterrado, forcejeando y pataleando— ¡Suéltenla malditos...!— Uno de mis


pies impactó en el rostro de mi captor y le partió la nariz, desviándole el tabique nasal. No me
arrepentíde aquel ataque, pero el golpe me fue devuelto con tal contundencia que me partió
el labio superior y me llenó el paladar de un desagradable sabor a cobre y antes de que
pudiera reaccionar, una mano surgió de la oscuridad y me obligó a incorporarse a base de
jalarme el cabello castaño

—observa niño bonito.

Ordenaron, la sangre resbalaba de mis labios y aun así apretaba los dientes por la frustración e
impotencia ante aquello que sucedía.

Susana en tanto cerraba sus ojos fuertemente y se dejaba hacer. Ella sabia que si forcejaba
solo produciría mas dolor, además de que si se resistía se corría el riesgo de que Changmin
terminara mas que lastimado.

— ¡Cierra los ojos Changmin!— grite para que no presenciara aquella terrible escena que se
mostraba ante mis ojos. El niño asustado cerró fuertemente sus ojos ante la sonrisa sádica de
Lucas y la mirada espantada por parte de mí.

Mi corazón se estrujó violentamente, y por unos segundos me olvide hasta de respirar. Cerré
los ojos. No quería que ninguna imagen de aquellos horribles minutos quedara gravada en mis
retinas, mancillando aun más mi visión del mundo pero me obligaron a presenciar aquella
escena, mis ojos se inundaban de lágrimas.

Todo estará bien… esto es una mala broma…


Me dije para mis adentros mientras ella, Susana, era inmovilizada con tanta facilidad, sus
frágiles brazos eran sujetados con una fuerza brutal. La ropa era quitada dejando su piel a
relucir.

Ella es una muchacha fuerte, muy fuerte…

Eso no evito que las manos feroces dejaran marcas en sus muslos, en sus piernas y que se las
separaran con brutalidad. Su agarre era tan cruel como las manos que me laceraban las
muñecas.

Todo esto terminara. Ella se olvidara de las drogas y volverá a ver animes…

Me obligue a recordarme cuando la penetración comenzó y ella no pudo evitar gritar de dolor
mientras la música alegre del festival hacia un fondo cruel con lo que estaba pasando con
nosotros.

Me vestiré de todo lo que ella quiera e iremos a esas convenciones animes que tanto ama…

Estaba sangrando. La sangre resbalaba por sus muslos como agua mientras sus cabellos eran
sujetados con fuerza obligándola a mantener esa posición tan humillante. Me mordí el labio
inferior con tanta fuerza que la sangre broto más abundante.

Susana…

Odie el olor de sangre mezclado con sudor cuando todo termino, o al menos eso creía. Ella
quedo tendida en el suelo con una herida física y mental… no sabia si se iba a recuperar.
Acostada en el suelo en una posición fetal, tratando de cubrir las marcas de su cuerpo
lacerado.
Me soltaron y corrí hasta ella para ayudarla… pero no podía hacer mucho mas que brindarle
palabras de que todo estaría bien… ¿realmente todo estaría bien? Y lo peor era que todo
estaba por comenzar porque apenas era el inicio de una lenta tortura que me esperaba.

Changmin aun mantenía los ojos cerrados y se había cubierto los oídos ante el escandalo. Lo
que paso luego no lo recuerdo con claridad, solo se que aquellos sujetos se marcharon
alegando que regresarían por el resto del dinero. Me supuse que un adelanto era el que le
quitasen la honra a mi querida amiga… sin embargo Lucas no soltó a Changmin, lo mantuvo
allí a su lado, amenazando con cortarle el cuello si hacia algún movimiento involuntario.

La casa estaba llena de cosas de valor; el televisor, el DVD, la computadora, la laptop y todo lo
que fuera objetos de valor quería llevárselo.

Susana en tanto parecía ausente, caminaba adolorida y con una vaga expresión en su rostro.

—Sabes Yunho, le pedí ayuda a tu hermano Santiago— comenzó a relatar mientras se


sentaban el mueble de la sala y sentaba Changmin en sus piernas— le dije que me ayudara
porque cometí un robo y en medio de ese robo la victima salió lastimada... tanto que murió —
prosiguió mientras pasaba la navaja por la mejilla sonrosada del pequeño castaño, parecía
sumido en sus recuerdos mientras yo estaba un metro de distancia, no quería que me acercara
mas— pero no, tu estúpido hermano se negó a ayudarme y me dijo que me iba a acusar con la
policía—su expresión se volvió agria y molesta—los amigos no hacen eso... ¿verdad que no?
Los amigos se ayudan entre si y se hacen favores ¿verdad que si Yunho?

Asentí mientras mi mirada seguía en la navaja que insistía en recorrer la mejilla del niño.
Changmin me miraba asustado, sabia que lo estaba. Sus ojos marrones cristalizados por las
lagrimas, su rostro pálido apenas cubierto por un grácil rubor en sus mejillas producto del frió
de la noche. Susana por su parte estaba mas que ausente, estaba a mi lado pero su mente
divagaba lejos de aquí, se abrazaba a si misma mientras algunas lagrimas perladas resbalaban
por sus mejillas.

—pero tu me vas a ayudar ¿verdad que si Yunho?— me miro fijamente con aquellos ojos tan
oscuros como la noche— tu me vas a ayudar a esconder el cuerpo y me ayudaras a conseguir
dinero para la deuda que tengo— termino su relato y se puso de pie con Changmin a cuestas—
trae cuerdas.

Eran cerca de las nueve de la noche. No había nadie en mi casa a causa del festival, incluso mis
hermanos habían salido por la misma razón. El vecindario estaba solo, desolado como nunca
antes lo había estado, como si se preparara para estar como único testigo esa noche. Fuimos a
la cocina y tuve que amarrar a Susana a una silla, las cuerdas apretadas le imposibilitaban
moverse, según él para que no escapara pero estaba seguro de que ella no podía escapar aun
cuando lo quisiera porque se sentía rota por dentro.

Mientras más rápido ayudara a Lucas mas pronto terminaría todo esto

— ¿Que harás con Changmin?

—Ah él, se quedara cerca de mí. Ya sabes, por si te pones cómico— en ese momento se
escucho que la perilla de la puerta fue abierta.

—Yunho— escuche el llamado desde la sala — ¿estas aquí?—era la voz de Luis la que me
llamaba. Lucas me hizo seña de que me callara y que no emitiera un silbido.

—Parece que todavía esta en el festival— comento Santiago. Yo escuchaba todo desde la
cocina, rogando en silencio para que no entraran a la cocina o sino las cosas se complicarían
aun mas— será mejor que regresemos al festival—si por favor, regresen al festival... rogué en
silencio, aguardando la respiración

Pero creo que Dios nunca esta de mi lado...

En ese momento la voz de Luis se escucho mas cerca de lo normal.

—Beberé agua, después nos vamos para seguir buscando...— la puerta de la cocina se estaba
abriendo mientras mi respiración se aceleraba y apretaba los puños en impotencia. Lucas
sonreía con aquel aspecto tan siniestro, había sacado una pistola, no se donde rayos la tenia
pero la mantenía en alto apuntando hacia la puerta en donde Luis estaba a punto de entrar—
ya vez que la madre de Changmin esta buscándolo como loca y... —la palabra se quedo
suspendida en el aire al entrar y ver el arma apuntándole.

— ¿Que pasa Luis?— pregunto mi otro hermano, acercándose cada vez a un destino que
quería evitar.

—Parece que tenemos visitas— comento ácido Luis mirando despectivamente al personaje
que le apuntaba, a su lado Changmin permanecía quieto como una estatua de mármol.
Observo, luego, que Susana yacía amarrada en una esquina y que yo permanecía a su lado.
—¿Visitas? ¿A estas horas? ¿Quien puede ser? — entro a la cocina y observo la terrible
situación en que nos encontrábamos todos—valla, pero si es una tremenda sorpresa.— ironizo
frunciendo el entrecejo

Pronto tuve también que amarrarlo a ellos del modo en que había amarrado a Susana,
sujetándolos con más fuerza aun. Tanto Santiago como Luis miraban con profundo odio a
aquel ser que tranquilamente les apunaba y que mantenía cautivo a una personita tan
importante en mi vida.

Me sentía como una marioneta sin posibilidad de escape... al mínimo movimiento Lucas
amenazaba con quitarle la vida a mi preciado niño.

—Me la vas a pagar maldito— siseo dominado por la cólera Santiago.

—No, te equivocas. El que la va a pagar eres tú. Se supone que los amigos se ayudan entre si
pero tú me negaste tu ayuda, por eso... por eso debes pagar—amenazando mientras yo ponía
una cinta metálica sobre los labios de mi hermano, haciendo que se callara.

Lo fulmine con la mirada al tiempo que notaba cómo la cólera se inflamaba en mi pecho.
Sentía que iba a volverme loco.

—Bien, se que iré a la cárcel, eso lo se. Unos tipos me vieron mientras robaba, definitivamente
eso del robo no se me da— relato apesadumbrado mientras sentaba a Changmin en una silla,
cerca de donde estaba Susana— lo peor es que saben quien soy así que se que ya me
reportaron ¡pero! Me llevare a uno de ustedes conmigo, si yo caigo, tu Yunho, caerás
conmigo.— finalizo mirándome. No sabía que quería decir con eso y me lanzo algo.

Retrocedí asustado cuando el arma callo en mis manos, era como si el solo contacto con
aquelaparato me hubiera quemado. Le mire abriendo mis ojos a causa del espanto. Acababa
de percibir un nuevo matiz en la mirada negra de mi captor.

Algo definitivamente escalofriante.

—yo se que estas cansado Leandrito, se que estas cansado de toda esta mierda; se que tu
amiguita se droga y que te hace daño, se que tus hermanos se pelean a cada rato, que en tu
casa ya no hay paz y que, sobretodo, estas agobiado de no poder ayudar a tu amiga y no
quieres admitir que ella es una carga para ti ¿Por qué lo es verdad? Ella es una carga para ti.
Abaje mi vista sin poder reprochar nada. Las palabras se me atoraron en la garganta ¿Cómo
podía contraatacar si aquello era más que cierto? Nunca quise admitirlo y hasta me espantaba
pensarlo pero era cierto: Susana se había convertido en una carga para mí.

—tomare tu silencio como un si. —dijo burlón. —también se que quieres a Elías, que lo quieres
mucho pero también quieres a Susana.

Aquello también era cierto.

—Bueno, ya vez que como soy buen amigo te librare de esa duda. Esta noche por fin te
quedaras con uno.

Me quede helado de terror, comprendiendo de pronto de qué iba todo aquel juego.

— Así que elige Yunho— me informo mientras él ya estaba al lado de mis hermano,
nuevamente, amenazando con lastimarlos y esta vez con un arma— ¿Susana o Elías?

Me pregunto con aquella sonrisa ladina que me resulto espeluznante en ese momento. Un
miedo sin precedentes se expandió por cada fibra de mi ser, desatando puntos de tensión cuya
existencia desconocía. Nunca había sentido un terror semejante, y lo peor era que ni siquiera
sufría por mi mismo.

Las manos me temblaban mientras sostenía el revolver que, según él, tenia solo una bala.

—Apunta—ordeno al tiempo en que él mismo apuntaba en la sien de Luis, este me miraba


pasmado, sin creer lo que sucedía. Levante el arma pero no apunte a ninguno de los dos.
Observe mi reflejo irregular en el espejo que estaba detrás de Susana, roto tiempo atrás. Seis
reflejos me devolvieron la mirada aterrorizada desde diferentes ángulos ¿que iba a hacer
ahora?

—Elige Yunho... vamos que te estoy dando la facilidad de decidirte por fin. — Alentó alegre—
ya vez que soy buen amigo y te estoy ayudando con esta terrible indecisión.

Al ver mi indecisión un disparo hizo eco. El grito silenciado de Luis me puso en alerta, la sangre
broto de su pierna como un chorro de agua y yo temí derrumbarme allí mismo, que la pena y
la incertidumbre me apresaran y no me dejaran marchar nunca más. Aún así me obligue a
mirar a aquellos dos seres que amaba con toda mi alma:
Susana mirándome preocupada, con aquel brillo asustado como quien mira a un monstruo y
Changmin temblando en esa silla, con lagrimas resbalando de sus mejillas y sollozando en
silencio haciendo temblar todo su pequeño cuerpecito.

Quite el seguro del arma aun sin apuntar directamente a alguien.

El nudo en mi garganta se hizo presente cada vez con más fuerza.

¿A quien elegir?

Eso... Eso era una decisión más que cruel y difícil.

Un nuevo disparo resonó en mis oídos, esta vez le había disparado a Santiago en el brazo.

—El próximo lo daré en el corazón— amenazo y yo me desespere. La solución esta en mis


manos... pensé ácidamente, él realmente quería hundirme al ponerme en una encrucijada
como esa.

Mire a Susana y a Changmin y sentí un dolor tan profundo dentro de mi. Había tomado mi
elección y las lágrimas se deslizaron y resultaron ser tan hirientes como hierro fundido
corriendo por mis mejillas.

—perdón…— susurre al tiempo en que apunte a mi querida amiga y apreté el gatillo.

Supongo que... jamás expondría la vida de Changmin… nunca dejaría que nadie le lastimara…
se lo prometí… le prometí besando sus manitas pequeñas que no dejaría que nadie le
lastimara y quitaran la pureza de sus ojos. Lo siento Susana… lo siento tanto… nunca podre
compensar el haber antepuesto mi amor a nuestra amistad.

Ella grito de dolor. Un grito que aun hoy parecía sucumbir en mis oídos. Las manos me
temblaban y el impacto del disparo me empujo un poco hacia atrás. Aun mantenía el arma en
alto y las lagrimas corriendo a toda prisa en mi rostro. Changmin había cerrado sus ojos y había
tapado sus oídos con fuerza.

Respiraba agitado sin moverme, la sangre corriendo a toda velocidad por mis venas que podía
sentir que podría sufrir un paro cardiaco en cualquier momento.
—Muy bien Yunho— casi le oí aplaudir. La sangre se me helo en las venas y casi por inercia le
apunte a aquel personaje repulsivo que me condujo a un callejón sin salida. Él solo sonrió en
respuesta— ¿vas a matarme a mi también? Recuerda que el arma solo tenia una bala… no
tienes mas…— me informo divertido sin levantar el arma que tenia contra mi… él sabia que
estaba aterrado, que las manos que retemblaban, que parecía transpirar dolor por cada poro
de mi piel y que mi rostro evidenciaba que mi sufrimiento era muy grande.

Maldita la hora en que sucedió todo esto…

¡En la casa se habían dado tres disparos ¿y nadie escuchaba nada?!

¡¿Dónde estaban las autoridades cuando se necesitaban?!

La rabia afloraba en mi a cada instante, a cada rato la sentía hervir en mis venas y que llenaba
de una sensación que se me hacia intolerable.

Si el arma tuviese una bala mas no dudaría en dispararle… aunque eso signifique que me pudra
en el infierno…

Apreté el gatillo con rabia y para sorpresa de todos, el arma disparo. Hasta yo me quede mudo
cuando la bala impacto en su brazo y la pistola que tenía en su mano salió disparada en
dirección contraria a la de él.

Se apretó el brazo con fuerza pues la sangre salía a toda prisa manchando su camisa mientras
Changmin había corrido hacia mí, le sujete con fuerza. Grande fue mi pensamiento egoísta:

“Al menos estas a salvo…”

Él no dejaba de llorar. Lucas seguía revolcándose en el suelo por el dolor. Me separe de


Changmin para liberar a mis hermanos, al liberar a Luis este se fue directo al arma de fuego
que había caído lejos y la mantuvo en alto, la bala interceptada en su pierna hacia que saliera
mucha sangre; sus pantalones estaban cubiertos por la misma sustancia roja y cojeaba al
caminar.
— ¿Qué vamos a hacer ahora?— pregunto apesadumbrado Santiago mientras se cubría el
rostro.

Lucas fue interceptado antes de que pudiera hacer algo. Yo me acerque a Susana, estaba
seguro de que no le había dado en ningún punto vital así que seguramente solo estaba herida.

— ¿Susana?— la llame pero no respondió, estaba durmiendo o eso quería creer yo… me
horrorice al verla en ese estado y luego… la cuerda manchada de sangre. Y después llegó el
dolor, candente e insoportable, profundo como una enfermedad corrosiva, y grite conociendo
la causa me di mi dolor.

La había matado de verdad… quise correr a socorrerla pero Santiago me sostuvo.

— ¡No la toques!— Le mire sin comprender— no podemos dejar que tus huellas estén sobre el
cuerpo muerto… ¡Él quiere destruirte Yunho! Y no dejare que lo haga…

Lucas, a pesar de la situación, seguía sonriendo mirando despectivamente a cada uno de


nosotros.— hagas lo que hagas él se hundirá conmigo…—comento sereno.

— ¡Cierra la maldita boca!— grito Luis frustrado y con mucho estrés acumulado.

—Dios ¿que vamos a hacer Luis?

— ¡maldita sea Santiago lo estoy pensando, lo estoy pensando!— apretaba con fuerza el arma
en sus manos y apremiaba con querer apretar el gatillo que le daría muerte a Lucas pero eso
solo generaría mas problemas.

La puerta de la cocina se abrió y por ella entro la madre de Changmin, se aterro al ver la
escena en la cocina y la sangre en el piso. Se tapo la boca para no gritar.

—escúcheme bien señora: cierre la maldita puerta y no emita ningún sonido ¡me oyó!— dijo
seriamente el mayor de nosotros. Changmin corrió a los brazos de su madre quien le recibió y
le abrazo con fuerza, como si quisiera protegerlo de nosotros—muy bien tu tarado ponte de
pie—ordeno sin dejar de apuntarle—ahora desata el cuerpo de la muchacha.

Ni Santiago ni yo comprendíamos nada… Lucas desato el cuerpo de Susana que cayo inerte en
el suelo.

—Santiago pásale los trapos de la cocina para que limpie el cuerpo de la chica.
— ¿Qué estas tramando Luis?

—Solo pasa los malditos trapos— Santiago obedeció dudoso. Lucas miro los trapos en su mano
y comenzó a limpiar el cuerpo muerto de mi amiga— Los guantes… los guantes de látex que
tiene Santi búscalos. Vamos a botar ese cadáver lejos de aquí y ni se les ocurra dejar alguna
huella en su cuerpo, las únicas huellas que estarán serán las del bastardo de Lucas…

Santiago fue a buscar los guantes, yo fui a ayudarle ya que tenía un brazo maltratado por la
bala. Busco, de paso, el botiquín que guardaba en el cuarto, él había comenzado sus estudios
en medicina y procuraba comprar de todo un poco.

Solo paso algodón con alcohol en la pierna de Luis y en su brazo sin llegar a sacar la bala, no
había tiempo para eso, yo vende su brazo y la pierna herida de Luis. La madre de Changmin se
mantenía en la sala abrazando a su pequeño niño sin atreverse a mirarnos, Luis le ordeno que
se quedara allí y que no dijera absolutamente nada o sino se arrepentiría. No me gusto verlo
en ese estado aunque comprendía que todo estábamos estresados.

Me puse los guantes de látex y ayude a cargar el cuerpo inerte de mi amiga con Lucas, quien lo
hacía porque Luis le amenazaba con un arma. Santiago por su parte fue a ver que no hubiese
moros en la costa y nos hizo seña para que avanzáramos, el cuerpo estaba metido en una
bolsa negra por lo que la sangre no salía.

Caminábamos a prisa para que nadie nos viera mientras Lucas me sonreía perversamente cada
vez que me veía.

— te vas a hundir Yunho… se que te vas a hundir…—me dijo con voz misteriosa, en ese
momento no comprendí la magnitud de sus palabras.

Llegamos al puente, uno que estaba bastante alejado del festival y que era muy poco
concurrido, debajo solo había una canal con aguas turbulentas.

—Lánzalo— ordeno a Lucas con voz amenazante— hazlo— Lucas suspiro aburrido y tiro el
cuerpo al agua, este al principio se sumergió como una piedra tirada al agua para después
flotar en ella e irse con el agua.

Caí de rodillas al ver partir ese cuerpo ¿Cuánto tiempo tardarían en encontrarlo?
—ahora tu turno— dijo Luis y mire incrédulo como disparaba por ultima vez al cuerpo de Lucas
y como este se precipito al agua de forma estridente. La sangre hizo una mancha grande en el
agua.

—Ni una palabra de esto a alguien ¿entendieron?—Dio a entender seriamente Santiago


mirándonos a cada uno— debemos ir a casa y limpiar el desastre que hicimos, quemar esos
guantes de látex junto con las cuerdas… no debemos dejar ni una evidencia que nos delate.

Luis y yo asentimos y nos fuimos a casa, grande fue nuestra sorpresa al ver a nuestros padres
allí, observando con horror la sangre en el suelo y exigiendo una explicación. Yo comencé a
relatar lo que había sucedido y el como habíamos terminado, Luis culmino mi relato con lo que
a él se le ocurrió. Tanto mi madre como la madre de Changmin lloraban… nuestro padre tenia
un semblante serio y se pasaba la mano por el rostro desesperado.

Era un homicidio, si… un crimen, no.

Me quise acercar a Changmin pero su madre no me lo permitió.

— ¡Eres un asesino!— me grito abrazando a su hijo de forma protectora… aquello callo como
una Lozada en mi… un asesino… era un asesino… — ¡no te acerques a mi hijo animal!

—lo siento, lo siento tanto pero ¡por favor! No se lo lleve, no lo quite de mi lado… —suplique
casi desesperado al ver que se iba, ocultando a su hijo entre sus brazos.— por favor, no se lo
lleve… no se lo lleve… no se lo lleve…

Pero no, ella no hizo caso a mis suplicas y se lo llevo. Se lo llevo lejos de mí en tanto yo
continuaba suplicando que no lo arrebataran de mi lado y él se fue… aquel niño castaño que
un día conocí y que salve de unos grandotes se fue de mi lado, dejando un hueco en mi
corazón imposible de llenar con algo.

Esa noche mis hermanos volvieron a discutir y la discusión se volvió gritos y puños. En medio
de aquella noche turbulenta llovió y la lluvia trajo consigo un tormentoso cielo oscuro…

Las autoridades buscaban el cuerpo desaparecido de una joven llamada Susana, sus abuelos
estaban en crisis por no poder encontrarla en ninguna parte y con una cara impasible tuve que
decir que no conocía su paradero porque si se enteraban de lo que había sucedido de verdad
mis hermanos iban presos porque ellos eran mayores de edad y a mi seguramente me
mandarían a un reformatorio… mi madre sufriría horrores y mi padre también.
Con el pasar de los días las pesadillas se hicieron mas abundantes que nunca sometiéndome a
crisis nerviosas y ataques de pánico que me despertaban a media noche. Abrazaba mis piernas
en busca de una paz interior pero nada… en mi ya no había paz…

Sentía que mi pecho se llenaba de dolor, de un profundo dolor que no se iba, sino que crecía y
se expandía por cada fibra de mí ser. Formaba ya parte de mí, entrelazado mi cuerpo como un
castigo eterno.

Tenia tanto estrés que ya no comía, me jalaba los cabellos desesperados de ya no ver a
Changmin ni a Susana… por mi culpa ahora ellos dos estaba lejos de mi lado…

Quería que el dolor desapareciera, como deseaba que alguien me dijera cuanto uno tenía que
esperar para que los recuerdos dejaran de doler… ¿Un mes? ¿Dos? ¿Un año? ¿Cinco? ¿Una
década? ¿Una vida entera?

¿Cuanto?

¿Cómo?

Sólo quería una solución a mi angustia, no podía continuar así, ver como se me pasaban los
días y seguir estancado en la misma parte.

Mis hermanos cada vez más preocupados de mi desinterés en comer. “Todo esta bien” me
decía Santiago “todo va estar bien pronto”

No, no era cierto. Ya nunca nada estaría bien…

Mi padre no resistió el estrés y se fue de casa… mamá estuvo tan triste y lloraba
desconsolada… Luis se fue a la escuela militar para formarse como uno.

Santiago continuaba su carrera como medico…


Yo era el único que parecía estancado en el tiempo, en los recuerdos, el único que no sabia
como superar la muerte de Susana y la partida de Changmin de mi lado. Me desesperaba la
idea de no volverlo a ver nunca…

Los recuerdos me hacían sentir inexistente, impalpable, casi como un pequeño suspiro, ycomo
me sentía así, la gente comenzó a olvidarme también, a ignorarme, a mirar a donde yo estaba
y no ver nada

… sólo Yunho y sus pensamientos.

… solo Yunho y el olvido.

Ese bastardo había logrado lo que quería: me estaba hundiendo ¡por Dios que me estaba
hundiendo! Era un "algo" horrible lo que me sucedía, al cual no le podía hallar nombre.

Quería desaparecer. Quería que alguien me borrase de esta historia. No era más que un
elemento secundario, que finalmente no entraba en los planes de nadie.

Que el autor de mi vida me borrase, por favor. No haría daño a nadie.

Y mi límite llego el día en que encontraron el cuerpo de Susana. No pudieron hacerle un


funeral digno ya que el cuerpo estaba demasiado descompuesto, la autopsia rebelo que había
sido violada y dado por muerta a causa de un disparo.

Sus abuelos lloraron desconsoladamente mientras recocían el cuerpo de su nieta.

Me sentí como un desgraciado y mas miserable me sentí el día en que, al parecer, todo acabo
para mi…

Ese día fui a darle el sentido pésame a su abuelo, este lloro tan tristemente en mis hombros
que me sentía como un hipócrita. Me fusilo con se llanto desconsolado, yo bien sabia que ellos
la habían criado desde niña y que para ellos era como una hija. Su esposa (la abuela de Susana)
había recién muerto de un paro respiratorio a causa de la muerte de su nieta.

—Muere conmigo Yunho— me dijo al tiempo en que sacaba un revolver que guardaba en su
casa—vamos, yo se que tu también quieres verla, vallamos al lugar que están mi esposa y
Susana. ¿Querías a Susana verdad? Yo se que la querías y mucho por eso muere, muere
conmigo Yunho.

Aquel día fatídico le dije que había que ser fuerte y que superaríamos esto pero no, él dijo que
no lo superaría. Me agarro fuertemente del brazo y me acuso de haber abandonado a su nieta,
que era mi culpa que ella estuviera muerta porque la había dejado de lado por culpa del niñato
ese…

Y me sentí al borde de un colapso cuando el apunto el arma en su sien y se despidió de mi.

Un golpe muy desgraciado ver como se suicido en frente de mis ojos… la sangre salpico por
todas partes y ensucio mis lentes mientras yo me sentía en un shock…

Y entonces caí en cuenta de que lo había destruido todo… todo, todo…


Mi familia…

Mis amigos…

Mí querido Changmin…

Todo se fue a la borda por mi culpa… no debí haber disparado, debí haber muerto yo en su
lugar, si yo hubiese muerto nada de esto estaría pasando.

Pensaba todo esto mientras veía como su cuerpo caía lentamente al suelo, como una cámara
lenta y cuando callo sentí que todo se detuvo. Se pararon los grillos, se paró el reloj; se paró el
mundo. Se paró todo menos lo que yo pensaba que debía pararse: mi corazón, quien seguía
latiendo pausadamente sin sentir que se había roto para siempre…

Si pudiera comparar con algo la sensación que sentía en ese instante, era algo similar a una
presa que se desquebrajaba para arrasar con sus aguas. Si algo así era, aquel dolor que había
estado comprimiendo hasta entonces se libero.

Me deje caer de rodillas al suelo… en un estado de shock… mirando sin mirar el cuerpo del
Señor García, aquel abuelo que siempre me recibía con una sonrisa… y me quede en el mismo
sitio, inmóvil, sintiendo una angustia inmensurable en el pecho. Aquel dolor en mi cuerpo me
hacía pensar que estaba roto por dentro.

Tenía tanto frío...

Cuando fui cociente de todo a mí alrededor estaba siendo llevado por unos paramédicos en
una camilla… no sabía donde estaba, salíamos de una casa, pude reconocer los árboles con los
que me crié de niño y que mi madre me guitoneaba por colgarme de las ramas y además de
eso estaba la brisa cálida.

Todos a mi alrededor se juntaban pero no oía nada, tan solo escuchaba el murmullo del viento
llevarse las hojas de los arboles y sentía el sol cálido colarse a través de las hojas de los grandes
arboles.

Y deje de oír…

Y deje de pensar…

Mi mente inerte yacía en un rincón olvidado de mi memoria… tan solo recordaba la dulce
sonrisa de Changmin y las travesuras de Susana…

No podía siquiera llorar… mi bote de lagrimas se había secado, no había ya mas lagrimas que
derramar, solo quedaba el silencio, el mutismo dominando mi alma sumida en una profunda
oscuridad…

Y la habitación blanca era lo único que tenia, mi cuerpo descansaba allí, postrado sobre una
cama de sabanas blancas, el olor a medicina, el olor a médicos… el olor a recuerdos… Y así
pasaron lo días, los turbados días en mi mente que a su vez era todo tan inerte, haciendo que
los recuerdos atormentaran mi sanidad mental. Llegué al punto de que no comí nada, todo lo
escondía, lo vomitaba, y me recostaba con el cuerpo desvanecido…
Respiraba y mis pulmones dolían.

¿Cómo puedes vivir cuando te duele tanto que hasta cuesta respirar?

No conocía la respuesta y no sabia como encontrar una solución a mi sufrimiento.

Santiago y Luis me visitaban siempre

¿Dónde estaba?

No lo sabía… pero los días transcurrían con tanta lentitud. Creo que estaba demasiado
debilitado como para analizarlo bien, y estar cien por ciento consiente de mi estado.

Changmin…

Susana…

Santiago me visito y ese día lloro, apretando su mano junto a la mía, pidiéndome perdón por
no ser un buen hermano.

— ¡perdón Yunho, perdóname! No fui un buen hermano… no pude protegerte… si no hubiese


llevado a Lucas a casa… si no lo hubieras conocido nada de esto estaría pasando… perdón...

Su llanto descontrolado hacia eco en mis oídos, apretaba mi mano con fuerza y me pedía que
regresara, que fuera fuerte, que no volvería a molestarme mas, ni Luis ni él… hablaba entre
sollozos mientras yo permanecía en la cama, ajeno a todo y todos, mirando el techo sin interés
alguno.

Y me perdí en el tiempo, en la vida, y bordee la muerte, pensando en Changmin y Susana, sólo


en ellos dos, aquellos momentos hermosos y en mi mente solo resonaba la voz de niño de
Changmin y su canción preferida:

—WitsiWitsi araña tejió su telaraña— susurre apenas con los labios secos y partidos, y la vista
perdida en algún recuerdo. Santiago continuo llorando—vino la lluvia y se la llevó…

Cap 21: punto de quiebre (parte 3: como un callejón sin salida…)

: cielo caido

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Notas del capitulo:

Bien, bien, como dije este martes actualizo y aquí estoy cumpliendo C: falta una hora para que
sea mieroles pero aun sigue siendo martes! (aunque seguro que me parecerá como que he
actualizado el miércoles ¬¬)

En fin… me alegraron muchos los comentarios que recibí, me hicieron feliz saber que al menos
leyeron el capitulo (pensé que no lo leerían, es que como esta muy largo x.x) pero lo leyeron y
eso me hizo happy, happy, happy :) en fin… este capitulo es el penúltimo (siii… ya se nos acaba
esta historia T-T) espero que les guste tanto como a mi me gusto escribirla ;-;

Capitulo 21: Punto de quiebre.

Parte III:

Como un callejon sin salida...

Miedo. Tristeza. Melancolía. Dolor… estos y más sentimientos siempre estaban presentes
dentro de aquella habitación blanca. Estaba sin hambre, sin frío, tirado en la cama con los ojos
secos, con el corazón acongojado y ausente de todo a mí alrededor.

Todo era ajeno a mí, hasta mis propias sensaciones… si tan sólo mis sentimientos
desapareciesen de esta forma, sería tan simple vivir en paz…

Pocas eran las cosas que recordaba del exterior… pocas eran las voces de mi familia que
llegaban a mi…

De esos pocos momentos uno se quedo grabado y es que sentí una mano que tomaba la mía
con fuerza, mis ojos se fijaron en esa persona.
—Perdóname… - me dijo Santiago sin dejar de mirarme con los ojos rojos de tanto llorar.

— No importa…- susurré con la boca seca. El rió, y no pudo controlar el silencioso llanto.

— Estoy tan arrepentido, es mi culpa…

—sabes, el tiempo pasa muy rápido ¿recuerdas como era yo?...- respire hondo.- no quiero
seguir… estoy roto, siempre lo estaré. Tengo el corazón vacío…

Me quede mirando el techo, el silencio de aquel lugar eran tan escalofriante, tan torturante
que hasta mi propia respiración hacía eco.

— ¿Santiago?

—estoy aquí contigo.

— ¿Crees que… podre caminar solo?- Era una pregunta retorica. La mano de mi hermano
seguía sujetando la mía con fuerza. — Quiero olvidar –confesé apesadumbrado. – Quiero
desprenderme de estos recuerdos que me atormentan... –murmure apenas soltando su mano
y hundiéndome en la oscuridad de mi mente.

Parecía transpirar dolor por cada poro de mi piel.


El crujir vago y escalofriante de la puerta al cerrarse me hizo entender que estaba de nuevo
solo. Pasado algún tiempo leve, sentí que los ojos se me humedecían. ¿Qué podía ser eso?
¿Mis lágrimas? imposible… hacia tiempo que había dejado de llorar, mi bote de lagrimas se
había secado…

Ya no quería seguir recordando, mis propios recuerdos se ahogaban en mi mente y


experimentaban un dolor agudo. Mi cabeza dolía a horrores bajo la densa lluvia que caía y
golpeaba mi piel sin piedad.

Mis labios entreabiertos dejaban salir el vaho por el frio de estar empapado sin embargo
seguía caminando a toda prisa, sin saber a donde iba. Solo quería caminar y despejarme de
esos recuerdos, de ese dolor que parecía estar en cada parte de mí ser. Camine por el cemento
de una vereda abandonada, creí oír a un perro que con furia ladraba a mi persona, más no me
perturbó ni por lo repentino que fue su ladrido, mi mente estaba en la estratosfera oscura de
nuestro cielo lejano…
Recordando…

Recordando…
Y recordando…
Escuchaba los pasos apresurados venir desde el pasillo. De un segundo a otro la puerta fue
abruptamente abierta, la persona que entro me miro de manera incrédula, con la respiración
agitada, con el pecho subiendo y bajando debido a su carrera.

— ¡Yunho!- dijo al tiempo en que casi se me lanza encima.- ¡¿estas bien?! ¿¡No te duele
nada?!

—Estoy bien Luis y estaría mejor si dejaras de estar encima de mi.- dije con dificultad mientras
me lo quitaba de encima.

Aquel día había despertado en un lugar extraño, no era mi cuarto de eso estaba seguro, mi
cuarto no era tan blanco y además esa no era mi casa. Desorientado pedí explicaciones de
forma amable a la persona que vino a interrumpir mis confusos pensamientos.

Esa persona me dijo que doctora y que estaba aquí porque estaba enfermo. Yo no recuerdo
haber estado enfermo, además se supone que si estaba enfermo no debería estar en un
hospital así que no comprendía que hacía en un lugar que parecía un manicomio pero a pesar
de todas mis preguntas nadie respondió nada, nadie me dio respuestas y ni siquiera me
dejaban salir al exterior.

Justo ahora estoy en la oficina del medico que me atendió. Me hizo un par de exámenes, me
pregunto muchas cosas extrañas y después comenzó a anotar algo en su libreta. ¿Será
piscología? Probablemente sea psiquiatra…

— ¿Esta diciendo que no recuerda nada?- aquella pregunta me saco de mis pensamientos.

—Dime Yunho.- dijo después mirándome con seriedad. Frente a mí, tras el escritorio cubierto
de papeles por todas partes, se encontraba la doctora o psiquiatra o lo que fuese. La mire por
un momento y luego mire hacia la ventana.- ¿Qué es lo último que recuerdas?
Medite en silencio. ¿Lo ultimo que recuerdo?

A mi mente llego la sonrisa de Susana antes de irse.

—lo ultimo que recuerdo es que… Susana se mudo y en su lugar una nueva familia se mudo.-
dije pensativo para después posar mi miraba en los papeles en el escritorio. Suponía que la
mitad trataban sobre mi mismo. Un informe la mar de completo, un historial largo… - creo que
es una madre con su pequeño hijo, no estoy seguro.

Luis me miro incrédulo, como si no diese crédito a lo que escuchaba. La doctora a su vez anoto
algo en su libreta, hablo con Luis, después me hizo un par de preguntas mas y volvió a mirarme
con esa seriedad, como si tratara de averiguar si estaba mintiendo o no. Por mi parte me
entretuve un rato con un hilo sobrante del uniforme, lo jalaba, lo volvía a poner en su lugar, lo
volvía a jalar, lo enrollaba en mi dedo índice cortando la circulación y después lo volvía a soltar.

—¡Yunho!- oí decirle en voz alta, me saco nuevamente de mis pensamientos. Ella suspiro.- te
estoy hablando.

—perdón, estaba divagando.

Uno de mis grandes defectos.

A los pocos segundos Santiago llego, a mi me pidieron que esperara afuera porque iban a
hablar en privado la doctora y mis hermanos. No entendía de que iba la cosa, solo quería irme
de ese lugar. Suspire cansado y no quise ponerme a esperar en el pasillo de aquel lugar y
comencé a recorrerlo.

Pasó cerca de una semana tras eso, a mí me mantuvieron allí para seguir evaluándome,
después de eso me dieron de alta y ya podía irme casa.

“tuviste un accidente” eso me había dicho Luis mientras íbamos en el auto. Yo miraba distraído
por la ventana “es por eso que perdiste parte de tu memoria”
Yo no me terminaba de creer ese cuento chino, no era idiota y sabia que había pasado algo
mas sin embargo una parte de mi me pedía a gritos que continuase y no mirase atrás... y eso
hice.

Me informaron que había pasado cerca de un año desde el accidente y durante ese tiempo
estuve internado, mi madre se había mudado junto a la abuela en otro vecindario y Luis ya no
vivía con nosotros a causa de que se fue a la guardia. Santiago por su parte seguía en la
facultad de medicina y tenia uno de los mejores promedios.

En mi regreso a casa mi madre me abrazo fuertemente, llorando a mar tendido y agradeciendo


a Dios que ya estuviera bien. Me preparo mi comida favorita y se me quedaba mirando por
largo tiempo pero sabia que no era a mi quien veía, probablemente veía a aquel Yunho que no
había perdido parte de su memoria.

Grande fue mi sorpresa saber que tenía dos hermanitos más, eran gemelos y tenían cerca de
seis meses. Mi padre se había ido de casa mucho antes de saber que mi madre estaba en
estado, aquello me entristeció. Elisa por su parte estaba más grande y era una niña muy
dulce.

Me entere que además Susana estaba muerta. Aquel fue un golpe muy duro.

Me sorprendió que frente a su tumba no se derramase ni una lagrima, la opresión en el pecho


estaba pero solo salió un suspiro de mis labios... ni un lamento.

Aquel día el viento mecía las copas de los arboles mientras yo me quede observando la lapida
que estaba en el suelo, aquel que tenia el nombre y apellido de Susana… el cementerio era
muy bonito, las lapidas estaban todas en el suelo de forma que si no sabias que ese lugar era
un cementerio fácilmente podrías confundirlo con un solar lleno de césped verde.

—Susana.- murmure apenas sin apartar la mirada de su lapida.


No me creía el cuento que habían inventado sobre su muerte, era demasiado extraño e
inexacto… había tantas lagunas... tanto en la historia que me contaban como en mi mente.

¿Qué había pasado conmigo?

Los días transcurrían y en mi parecía haber un vacío imposible de llenar, era como si algo
faltase. Caminaba largas horas por los parques; vagabundeaba por rumbos desconocidos,
cruzaba calles… y caminaba por la orilla de una ciclo vía, buscando una respuesta a aquel vacío
que parecía crecer con cada día. Pasaba mis dedos sobre las rejas de las grandes casas con un
aire taciturno.

Era tan extraño sentir esa sensación. ¿Qué me falta? ¿A quien busco? ¿Por qué me siento así?
Los suspiros de cada día eran los únicos que me acompañaban en mi respuesta a una pregunta
que no sabia bien como formular, era un no se que lo que faltaba, como una pieza de puzle,
como un pieza al rompecabezas…

Miraba el atardecer, observaba los rayos anaranjados esconderse y difuminarse en el cielo


azul.

… ¿Dónde estas?

¿Dónde esta quien?

Era un impulso extraño aquel que me llevaba a visitar grandes parques, a quedarme horas
sentado en la banca esperando.

Puedo verme, silencioso, recluido, insignificante. ¿Qué me ha pasado?


La única música que resonaba en mis oídos era “Witsi, Witsi araña subió a su telaraña, vino la
lluvia y se la llevo…”

¿Se llevo a quien?

Los anaranjados colores del cielo me hicieron sentir seguro un momento al sentarme a
esperar, pero los cinco minutos que duró aquella puesta se agotaron y el mundo que estaba
quieto comenzó a moverse; volvía a la realidad con la oscuridad.

Es ilógica la actitud que estoy tomando. Es ilógico que espere y busque a alguien que no
conozco. Y en las noches meditaba y me quedaba horas mirando el techo de mi habitación…
mis recuerdos, donde estarán, a donde habrán parado.

¿Qué es... lo que mas amo en este mundo?

La respuesta nuevamente quedo en el vacío mientras yo cerraba los ojos y me arrastraba al


mundo de los sueños.
Logre salir de la vereda y me dirigía a la avenida. Quería salir de ese barrio, aquel que me traía
tantos recuerdos, aquel donde conocí a Changmin y a Susana. La lluvia apenas y había cesado,
dejando una suave llovizna en su lugar.

Estornude y luego tape mi boca. Nuevamente las nauseas volvían. Cerré mis ojos con fuerzas,
odio vomitar… odio todo lo que paso… odio no haber recordando antes todos estos sucesos.
Mi mente los reprimió y me exilio a un mundo al cual no pertenecía.

El, Changmin, siempre lo supo todo… siempre, por eso se acerco a mi en un principio, por eso
nunca se fue de mi lado.

Un detonante es aquello que activa Yunho, en este caso ese detonante esta logrando
despertar aquellos recuerdos dormidos y ocultos en lo mas profundo de tu ser. No se
exactamente que o quien esta produciendo esto, pero sea lo que sea ejerce una fuerza
bastante grande sobre ti como para que empieces a recordar cosas que supuestamente
“nunca” ibas a poder recordar nuevamente.
Recordé las palabras de mi piscología.

¿Desde cuando empezaron a regresar estos recuerdos?

Y al fin pude recordar desde cuando, desde esa vez que me di cuenta de que lo amaba, aquella
vez que luego de hacer el amor le confesé por primera vez mis sentimientos y él lloro
tristemente sobre mi regazo, abrazándome y suplicándome que no lo amara… supongo que
ahora entiendo porque…
— ¡Atrápala Yunho!- la pelota giro en el aire y al poco rato aterrizo en el suelo. Iba tras ella así
que cuando aterrizo la patee con mi pie y la pelota de futbol siguió su curso. Pronto estuve en
posición y finalmente la patee con mas fuerza hacia la portería, el portero se lanzo en el aire
para detenerla sin embargo la pelota no choco contra la maya de la portería sino contra el tuvo
metálico que estaba en la esquina de la misma. La pelota giro y voló lejos de donde estábamos
jugando.

— ¡Voy a buscarla!- informe al tiempo en que iba detrás de la pelota. Era sábado y junto con
los muchachos del barrio jugábamos un partido de futbol. Habíamos comenzado como a las
cuarto y ya iban a ser la seis, el juego estaba divertido y jugábamos un partido tras otro.
Santiago se unió a nosotros en el último partido pues acababa de llegar.

Corrí hasta la pelota, estaba tirada en el suelo, cerca de un arbusto. A su lado un nido de
hormigas estaba, procure no pisarlo. Tome la pelota y sonreí.

—Yunho.- una pequeña voz de niño me llamo. Mire a quien me llamaba, se trataba de un niño
que presentaba cerca de diez años. Me llamo la atención el oscuro verde de sus pupilas, me
hizo recordar el mar caribe.

—lo siento ¿te conozco?- pregunte curioso, el abrió mucho sus ojos, entre sorprendido y
horrorizado.

—Soy… yo.- dijo tan bajito que apenas pude oírle. Se acerco a mí y vi como sus ojos se
cristalizaron. Tomo mi mano y aquello fue como un contacto quemante. Sus lagrimas, su
miedo y luego estaba la sangre entre mis manos.

¿Por qué había sangre?

—vámonos Changmin. Vámonos.- su madre lo tomo de la mano y yo olvide por un momento


lo que había visto en mi mente. Lo ignore y desterré de mis memorias. Le sonreí al niño.

—aquí esta tu madre, ya no tienes porque sentirte triste.- dije al tiempo en que me ponia de
pie.- adios pequeño.- revolvi sus cabellos y me marche.
Me agarre de la pared, todo estaba tan oscuro debido a que las nubes habían tapado el sol.
Estaba mareado, desorientado… estaba seguro de que en cualquier momento iba a vomitar…

Las personas pasaban de un lado a otro, con paraguas en la mano bajo la llovizna y la luz de los
faroles que iluminaban la ciudad.

— ¿Yunho? Oh valla eres Yunho.- levante mi vista. Un saco negro cubría su cuerpo, los zapatos
lustrosos estaban manchados de barro por la lluvia y un paraguas negro cubría su cabeza. —te
ves muy mal ¿te llevo a casa?- señalo su auto de color negro. Le mire confundido.- soy Gabriel,
el primo de Susana, tan rápido te olvidaste de mi.

Cierto. Gabriel.

El cosquilleo subió por garganta y aparte mi vista de su rostro sonriente para posarla en el
suelo y llevarme la mano a la boca. Me sentí tan mareado.

—ven, te llevare a mi casa. La otra vez tu hermano vino a buscarte, supongo que puedo
llamarlo para que venga de nuevo.- me dijo mientras me tomaba de los hombros y me guiaba
hasta el auto.

—No… no lo llames.- dije con dificultad.- no quiero ver a nadie. Quiero estar solo.

A los pocos segundos iba en el auto. Gabriel hablaba y hablaba mas yo no lo escuchaba. No
deseaba oír nada, suficiente tenia con los gritos en mi cabeza, con aquellos recuerdos que se
reproducían como una película en mi mente. Y lo peor llego cuando al bajar del auto me
encontraba de nuevo en la casa de Susana, aquella donde su abuelo se disparo frente a mí…
—No… no quiero entrar allí.- dije atemorizado. Aun no superaba aquel suceso… aun no
asimilaba del todo que lo que allí había ocurrido había sido culpa mía.

—venga que si no entras coges un resfriado y valla que estas empapado.

Y me quede varado en la puerta. No podía entrar allí… no podía… no podía…

Un leve empujón de parte de Gabriel y ya estaba dentro. Nuevamente los oía los gritos cerca
de mi, la agonía del Señor García, su suplica, su llanto y luego el disparo.

—Basta.- murmure bajito.

— ¿Quieres café?- me pregunto Gabriel ajeno a todo lo que a mi me estaba pasando. Estar
dentro de ese lugar me asfixiaba, no podía siquiera concebir la idea de sentarme en el mueble
de la sala, aquel en donde el Señor me había dicho: “Muere conmigo Yunho…”

Era como si estar dentro de ese lugar me invadiera una ráfaga de sentimientos oscuros, de
miedo, de vergüenza, de soledad… de tristeza. Dolor. Odio. Era una mezcla de sentimientos tan
repentina y tan desagradable.

—Sabes, esta tarde cuando fui a visitar el abuelo me dijeron que alguien con tu descripción
fue a visitarlo.- relato serenamente mientras colocaba su abrigo en el perchero, yo miraba el
suelo con cierto horror, apenas escuchando lo que él decía.- tu fuiste a visitarlo ¿verdad?

Asentí levemente.

— ¿Cómo llegaste allí? Digo, es que como no recuerdas nada.

—Solo… fui a visitarlo.- respondí.

Gabriel continuaba hablando de Susana y de su abuelo, aquel no había muerto por el disparo.
Había dado en otro punto pero tras recuperarse tuvieron que internarlo en el centro
psiquiátrico mientras yo sentía que estaba paralizado. Trague hondo.

No es real. No es real. No es real.


Me repetía mentalmente mientras observaba en el suelo el cuerpo sin vida del Señor García. Di
un paso hacia tras, la sangre de su cuerpo se espacia como un charco de agua en el suelo, no
quería que si quiera esa sustancia carmín tocara mis zapatos, si lo hacía estaba seguro de que
enloquecería otra vez.

No es real. No es real. No es real.

Cerré mis ojos en un intento en vano de desaparecer esa imagen de mi vista. No es real. Volví a
repetir al tiempo en que abrí los ojos y el cuerpo seguía allí y la sangre tratando de alcanzarme.

—puedes llevarte el piano si quieres, aquí nadie sabe tocarlo así que solo esta de adorno.- oí
que dijo mientras tocaba una tecla de piano.- se que sabes tocarlo, ella te enseño. Por favor
llévatelo y dale buen uso.

Temblé al oír eso. ¿Llevarme el piano de Susana? ¿El piano que ella amaba con tanta
devoción? No lo merecía… no merecía siquiera tocar ese piano con mis sucias manos. Empecé
a respirar con dificultad. Tenía que salir de allí. Me iba a volver loco.

—No…- murmure apenas antes de que pudiera entrar en una crisis de pánico.- no lo quiero.-
informe para después encaminarme con rapidez hacia la salida, sintiéndome mareado,
desorientado, me faltaba el aire.

Antes de darme cuenta ya estaba fuera de aquel lugar. Intentando escapar de mis tormentosos
pensamientos. Acelere mis pasos intentando despejar mi mente, pero nada tenía sentido.
El piano es un instrumento que te permite comunicarte con tu alma.

La voz de Susana…

Cuando se grande ¿harás el amor conmigo Yunho?

La voz del pequeño Changmin…


Elije Yunho ¿Changmin o Susana?

La voz de Lucas…
Muere conmigo…

La voz del señor García.

En mi mente resonó el disparo de ese momento.

Y comencé a correr. Quería llorar. Quería gritar hasta que me faltase la voz. Quería librarme de
todo lo que tenía dentro de mi mente ahora mismo. Demasiadas preocupaciones, demasiadas
cosas que no se irían si seguía así.

Y corrí y corrí, como nunca antes lo había hecho, corrí como si mi vida dependiera de ello, corrí
por correr, por que me nació hacerlo, por que necesitaba desprenderme de algo.

Para cuando me di cuenta hacia donde iba estaba acercándome al mirador, uno que estaba
muy alto, uno que estaba en la torre más alta de la ciudad. No dude en ir allí. Mis manos
temblaron cuando entre ascensor para oprimir el botón, mi respiración acelerada resonaba
mientras el ascensor subía.

El ultimo piso donde estaba un mirador. Solía ir mucha gente para ir a tomarse un café a la
altura del edificio bajo la fresca y agradable brisa, debido a la altura no se escuchaba ni el más
mínimo ruido de la ciudad, tan solo se escuchaba el leve murmullo de las personas y las risas
contagiosas que se perdían con el viento. Pero hoy no había nadie en el último piso, todo
estaba desolado. Solitario. Vacío. Incluso la pequeña cafetería que allí estaba se encontraba
cerrada. Con pasos lentos me cerque a la baranda, la suave llovizna estaba pero no me
preocupe de seguir mojándome, había cosas peores por las cuales preocuparme. Con mis
dedos toque el frio metal y los repase una y otra vez, y otra vez.

Witsi Witsi araña tejió su telaraña vino la lluvia y se la llevó…

¿A dónde me llevaría la lluvia a mí?

Me obligue a mi mismo a reaccionar. ¿Qué estaba haciendo?

Sentí los dedos adormecidos debido al frio. Apreté la baranda con mi mano. La pegunta es…
¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué se supone que deba sentir o que se supone como debería
reaccionar?

¿Era cruel?

¿Debía sentir pena?

Me pase las manos por cabellos desesperados, casi como si quisiera arrancármelos. Lo que se
apodero de mi no fue miedo sino desesperación. Cerré los ojos con fuerzas.
Yo… no quiero enloquecer otra vez. No quiero volver a ese centro psiquiátrico. Sentía mi alma
arder, sangrar, quería olvidar pero si olvidaba lo olvidaría a él también. No quiero olvidar a él…
no otra vez…

El dolor de mi alma y de mi cuerpo era candente e insoportable, profundo como una


enfermedad corrosiva, sentía mi mente desvanecerse como el humo, como la sal en el agua,
me dolía el cuerpo a horrores así que el dolor físico había pasado a ser algo que me mantenía
anclado al suelo, como un alambre que me atara a la cordura

Apoye los brazos en la branda y después apoye mi cabeza en ellas. El abatimiento me ganaba y
me estaba limitando a desangrarme por dentro. Aquella perpetua debilidad parecía pesarme
en los hombros más que nunca, y las emociones que estallaban en mi corazón me dejaban
desorientado, lento para asimilar los acontecimientos

Levante la vista y observe la ciudad humedecida. El tráfico estaba peor que nunca y ya no
había casi gente por las aceras de la ciudad. Suspire largamente y busque entre mis ropas
aquel trozo de fotografía. Mire atentamente la foto en donde estábamos Susana y yo, el trozo
que habían quitado posiblemente era Changmin de niño.

¿Quién pudo haberla roto?


Poco a poco la fotografía fue mojándose con las pequeñas gotas de lluvia sin embargo la lluvia
pronto se detuvo pero solo donde yo estaba porque en el exterior seguía lloviendo. Perplejo
mire hacia arriba; un paragua me cubría la cabeza, estaba lo suficientemente alto como para
saber que atrás de mi había otra persona.

—Si sigues bajo la lluvia pescaras un buen resfriado.- dijo con voz amable.- y eso a Santiago le
enfadaría bastante, con lo sobreprotector que es.

— ¿Qué haces aquí Luis? Quiero estar solo. —un suspiro lastimero por su parte resonó cerca
de mí. Nuevamente dirigí mi mirada a la ciudad que parecía que en poco tiempo se echaría a
dormir.

—tan egoísta como siempre… todos están preocupados por ti y a ti solo te interesa estar solo.
– mire la foto en mis manos. La parte faltante ¿Dónde estaba? Me sorprendí un poco cuando
la parte faltante fue completada por otro trozo de fotografía, uno que tenia Luis.

—Estoy seguro de que pensaste que fue Santiago quien la rompió.- por minutos pensaba que
fue él…- en realidad fui yo quien la rompió. Aquella vez cuando nos dijiste a la abuela y a mí
quien era Elías entre en una especie de pánico. – me informo sereno. Yo le observe impasible,
el mantenía su rostro tranquilo, su sonrisa de niño bueno, mirando la ciudad bajo el manto de
lluvia.- aquella vez me aterrorice que todo se descubriera y que no pudieras asimilarlo. Me
daba pánico pensar que volverías a ese centro psiquiátrico. La primera vez que vi a Changmin
en tu apartamento me asombre demasiado… fui yo quien le pidió que no se acercara a ti, por
mi fue que él se alejo pero volvió… ese niño es muy terco, también es muy egoísta. Siempre
detrás de ti… siempre…

Ni siquiera me inmute cuando dijo todo eso: seguí manteniendo en mi rostro aquella expresión
apática que parecía cincelada en mármol, aunque mi interior rugía de rabia y terror.

—sabes… después de que oyeras nuestra conversación salimos a buscarte. No sabíamos por
donde comenzar así que fuimos al lugar donde probablemente comenzó todo, allí solo
encontramos a la amenaza andante.
Se llama Changmin.

—se veía bastante mal. Nos dijo que ya sabias todo y que no sabias a donde habías ido. Le dije
que te esperara en tu casa, estaba mojado y triste, cogería un resfriado a esas alturas. Santiago
y yo volvimos a buscarte pero no se nos ocurría ningún… hasta que recordé que te gusta venir
aquí para pensar.

— ¿Por qué me dices todo eso?- pregunte sin emoción alguna mientras miraba la foto que ya
estaba completada. El se rasco el cuello y rio un poco nervioso.

—es que no se que decir en estos momentos. — entonces no digas nada Luis. Guarda silencio
por favor, pensé en silencio.- ¿Qué harás ahora?

Reí irónicamente ante esa pregunta. — sinceramente no lo se.- respondí

—se que por lo que estas pasando es bastante duro y crudo pero… nuevamente estas en la
posición de elegir entre Susana y Changmin.- le mire incrédulo.- ya sabes… te quedas aquí
varado pensando en todo lo que hiciste y en todo lo que paso junto con el recuerdo de una
Susana muerta o… vas a tu casa a ver a ese niño que te esta esperando, uno que sigue vivo y
que parece quererte mucho. – Suspiro un poco antes de decir.- elige Yunho ¿Changmin o
Susana?

Aquella pregunta me cayó como un balde de agua fría. Nuevamente tenia que elegir… apreté
la fotografía en mis manos, esta se arrugo un poco.

A quien elegir.
¿Qué es... lo que mas amo en este mundo?

La respuesta era obvia. Él y siempre él… aunque sonase egoísta siempre lo elegiría a él. Una
sonrisa de él era todo para mí. Una mirada, un sonrojo, un berrinche…

—Lo elegirás a él porque le amas.- dijo Luis sonriendo. —Y no te arrepentiría nunca de amarle,
porque ésa es tu decisión.

—¿Qué hora es?

—¿eh? Pues…- miro la hora en su reloj de muñeca.- son las ocho de la noche.

Que día tan largo…

Suspire al tiempo en que pensaba.

Lo elegiré porque lo amo….

Porque esa es mi decisión por muy egoísta que pudiera sonar….


Y por eso, corrí hasta hasta el ascensor lo más rápido que pude, con todas mis fuerzas.

— ¡Ey… ¿adonde vas?!- me pregunto en la lejanía Luis.

La respuesta era obvia.

Lo elegiría porque lo amaba….

No es como si hubiera superado todo. No es como si de un solo golpe me hubiese tragado


todo. No es como si lo hubiese olvidado, la herida seguía ahí, no cicatrizaba. Ardía. Sangraba.
Como un agujero que nada lo puede llenar pero por los momentos comprendía que a él no lo
quería lejos de mí.

Velaría por sus sueños, lo cuidaría en la constancia de los días, en la estancia de mi habitación.
Acariciar sus cabellos y hacerle saber que aun seguía allí y que, por ahora, no quería olvidar…

Y cuando finalmente pude llegar en taxi hasta el edificio donde vivíamos me apresure a ir hasta
donde estabas, hasta donde seguramente estarías esperándome sentado en el mueble;
abrazando tus rodillas y animándote a permanecer despierto… como cuando eras niño y me
esperabas en la entrada de mi casa cuando llegaba del colegio.
Siempre esperándome.

Siempre…
Cuando estuve frente a la puerta de mi apartamento dude. Tenían miedo de abrir la puerta.
Tenía miedo de las palabras que iba a utilizar, de las miradas que se iban a lanza.

Así, de esta forma, me quede observando el metálico picaporte de pie, en la misma posición
en la que había llegado. Dirigí una mano hacia el objeto metálico, la apoye en él. Suspire
largamente y me decidí por, finalmente, abrirla.

Tal como lo había imaginado él estaba allí, sentado en el mueble, abrazando sus piernas y
hundiendo su rostro en medio de ellas. Me acerque a él sin prisa alguna. Él levanto la vista
vidriosa por las lágrimas contenidas en sus ojos.

Tenia miles de palabras atorada en la garganta; llenas de disculpas, de perdón pero ni un


silbido salió de mis labios. Me quede parado frente a él, mirándolo fijamente.

— ¿Yunho…?- trago saliva.- te acuerdas de mi ¿verdad?

—no se quien eres.- su mirada se lleno de pavor y en seguida me retracte de mi broma de mal
gusto.- es broma, claro que me acuerdo de ti.

Su mirada sorprendida me observo por unos instantes antes de cambiar a una llena de rabia e
impotencia.
— ¡¿pero quien mierda te crees para decir eso?! ¡Te parece muy gracioso eso, maldito imbécil!
¡¿Qué clase de broma bizarra es esa?!

—lo siento.

— ¡tu lo siento no me sirve de nada! ¡Te odio, ¿Por qué te fuiste y me dejaste allí?! ¡Que crees
que eres el único que ha sufrido por todo esto!- creo que de verdad lo había echo enojar, trate
de estrecharlo en mis brazos pero el seguía gritándome como desquiciado.- ¡eres un egoísta y
has hecho las cosas a tu parecer! ¿¡Que hay de mi?! ¡¿Qué acaso no te importo ni un poquito?!
¡¿Por qué siempre quieres estar solo sin importar lo que los demás sientan?! ¡Todos sentimos
el mismo dolor cuando perdemos algo!- seguía forcejando conmigo, sus lagrimas ya corrían
libremente por sus mejillas.

—perdón.

— ¡cállate! ¡¿Por qué tienes ese extraño afán autodestructivo?! ¡Todas tus palabras, todos tus
sentimientos hacia mí…! ¡Eres un maldito! ¡Te odio! ¡Púdrete en el infierno imbécil! ¡Cobarde!

Y se alejo de mí. Se seco las lagrimas con una fricción tan violenta que la vista le quedó
muchísimo más enrojecida que antes.

— ¡pero que te quede algo claro Yunho: no me voy a ir, me importa muy poco si me odias!
¡Me voy a quedar aquí, porque…!

Me aclaro determinado mientras me miraba con esa seguridad en sus ojos. Sonreí débilmente
ante eso, tan típico de un acosador como él y sin importarme su rabieta me acerque a él, se
asusto un poco y comenzó a retroceder…

— ¡porque…porque tu eres mío! — Cada paso que yo daba era uno que él retrocedía. —
¡Porque a mi nadie me quita lo que es mío por derecho! — Choco contra la pared. Ya no tenia
a donde huir, llegue frente a él y comenzó a temblar como un débil pajarito. — ¡porque
siempre consigo lo que quiero! —y lo abrace nuevamente, se quedo estático sin hacer nada.
— ¡Porque soy un crio del demonio! —La voz se le estaba comenzando a quebrantar y los ojos
se le llenaron de lagrimas —con mal genio… — con timidez paso sus brazos por mi y se aferro
con fuerza… —carácter retorcido…— comenzó a flaquear— un celoso y… —y comenzó a
sollozar sin dejar de abrazarme. —…y un posesivo sin remedio…

Se acabó el ataque.
Lo estreche con mas fuerza, sintiendo como su aroma se impregnaba en mi piel. Y nos
quedamos así abrazados sin cometer pecado alguno y por un momento me sentí como un niño
desprotegido. Mis manos se deslizaron por su espalda atrayéndolo mas, apoye mi cabeza en su
hombro y cerré mis ojos para disfrutar de esa cálida sensación. Changmin siempre me había
otorgado paz.

—Lo siento.- dije sin dejar de abrazarlo.- tu debiste haber sufrido mucho mas al saber que no
podía recordarte.- se aferro a mi mas fuerza.- perdón por haberme tardado tanto…¿Para ti
esta bien quedarte conmigo?- pregunte bajito, casi temiendo la respuesta.- mis manos están
sucias. Te puse en peligro y seguro te cause algunos traumas.

Se deshizo del abrazo y tomo mis manos entre las suyas, mirándolas con culpa y nostalgia—
Tus manos están manchadas de sangre por mi culpa- Agregó besándome las palmas- por mi
culpa sufriste mucho. Lo que paso fue un accidente.

—no fue un accidente. Fue mi elección.

—Yunho… estas mal, debes hablar con alguien.

—lo se... pero no ahora.

—Tu problemas es que no quieres hablarlo con nadie.- me miro a los ojos y apretó sus manos
entre las mías- tu solo no puedes. Necesitas ayuda.

Lo se pero simplemente no sabia como expresar esa infinita tristeza, un dolor tan intenso que
estrujaba cada parte de mi ser. Las lágrimas no salían, era como si de un solo bocado me
hubiese tragado todo. Me sentía hueco. Vacío. Estaba seguro de que si ponía su oído en mi
pecho no oiría latidos sino que se oiría cuando pones tu oído en un caracol; el vacío silencioso
del océano.

—déjame ayudarte… déjame ser la persona que cure tus heridas. — dos lágrimas resbalaron
por sus mejillas. Él se acercó a mí con una expresión de tristeza y dolor. Suavemente poso sus
labios sobre los míos. —estas mojado. Te quitare la ropa.

Miedo. Vergüenza. Timidez. Todo esto y mas había en sus ojos cuando comenzó a desabotonar
con parsimonia los botones de mi camisa. Las manos le temblaron cuando la camisa cayo por
hombros y fue a dar en el suelo.- déjame amarte…- pidió sin mirarme, con la cara sonrojada y
las manos temblándole.

Sus manos frías vagaban por mi espalda, libremente, sin que nada las detuviera.

—Te amo—le dije cuando mis manos vagaron por su cuerpo.- Te amo…- repetí aferrándome a
él. Mi cuerpo pegado al suyo lo hacía temblar y mi cálido aliento se vaciaba sobre su piel
haciéndolo suspirar.

Seguramente no es el mejor momento para estar con el pero necesitaba sentirlo en esos
momentos. Necesitaba tenerlo cerca de mi, sentir su aliento, sentir su cuerpo, escuchar sus
gemidos y ver su rostro lleno de amor.
Mi boca busco la suya con urgencia, casi devorándolo. Mi boca recorrió cada uno de los
puntos de placer de Changmin quien solo podía gemir.

Sobró la ropa entre nosotros y nos amamos, entre la luna de aquella noche lluviosa, siendo
testigos las estrellas escondidas tras las tenues nubes, a la hora en que nada existe y todo
duerme.

Bese su cuello. Bese sus dedos. Bese su vientre… su cuerpo.

—te amo…–susurro entre lagrimas al momento en que entre en el. Presione su cuerpo contra
el mío, invadiendo lo mas profundo de su ser. Lo bese y el vaivén suave comenzó.

Penetrarlo era como entrar en el cielo.


Aquel castaño se me entregaba con devoción y mis manos no dudaron en recorrer su cuerpo.
Mis manos en su cuerpo, sus manos en el mío, unidos, fundidos en un mismo ser. Su interior
contrayéndose a cada instante hasta que finalmente llego el momento. La respiración agitada.

El cuerpo sudado de ambos, la cálida sensación de bienestar… de sentirme completo


finalmente.

No quiero olvidar esta sensación.

—Tócame más—suplicó.

No quiero olvidarlo a él.

Mientras volvía a entrar en él repartía besos en sus hombros y cuello. Salí de su interior y lo
hice gritar de placer cuando volví a introducirme con deliberada fuerza. Se retorcía de placer
cada vez que repetía esa acción.

Se agitaba con cada penetración…


Lo amaba tanto. Amaba sus manos alrededor de mi cuerpo. Amaba sus ojos entrecerrados. Sus
temblores… sus gemidos… amaba la respuesta de su cuerpo ante cada uno de mis
movimientos pero sobretodo lo amaba a él, al Changmin caprichoso, al Changmin tímido…
cada una de sus facetas mostradas y por mostrar las amaba y dudo que de eso me arrepentiría
algún día.

—Más… más…- pidió aferrándose a mí. No dude en complacerlo y pronto volvimos a


experimentar aquel sentimiento que me permitía sentirlo completamente mío.

Y nos besamos y nuestros corazones latieron al unisolo. En una mezcla de amor y dolor.

Y cuando finalmente se durmió le observe. Su perfume y su esencia se sentía por todas partes.
Era parte de mí… aunque me hubiese ensuciado las manos, aunque hubiese destrozado a mi
padre, a mi madre, a mis hermanos, al Señor García, aunque hubiese hecho sufrir a mucha
gente aun así quería estar con él.

Y aunque estuviera deteriorándome por dentro no dejaría que lo apartaran de mi lado. Y


aunque estuviera desangrándome por dentro no lo olvidaría…

Por muy egoísta que eso sonara quería estar con él a pesar de todo…

Lo siento Susana… lamento aun seguir eligiendo la vida de Changmin por encima de todo,
incluso por encima de ti…
Lo siento…

_______________________________________

—Despierta…- esa voz… aquella voz… la que una vez perdí y una que nunca volveré a
escuchar…- ¡Despierta Yunho!

Abrí los ojos rápidamente al reconocer esa voz.

—ahh babeaste el piano.- dijo de forma lastimosa.

Me di cuenta que tenia la cabeza recostada sobre el piano que ella tanto amaba.- limpia las
teclas, las llenaste de baba porque te quedaste dormido.

¿Me quede dormido?

Levante la cabeza lentamente. Me dolía el cuello por la incomoda posición en la que tenia mi
cabeza. Sin querer presione varias teclas del piano al mismo tiempo produciendo un sonido
horrible debido a que no rimaban.
—te lo voy a decir otra vez Yunho. ¡No babees mi piano!

Me regaño poniendo sus manos en su cintura y frunciendo el seño. Me limpie la boca y limpie
las teclas con el pañito que ella me dio.

¿Otro recuerdo?

—Eres un caso perdido.- dijo entre suspiros mientras se sentaba a mi lado.- debes aprender a
amar los instrumento Yunho, así que debes cuidar de mi piano cuando te lo lleves.

“Puedes llevarte el piano si quieres, aquí nadie sabe tocarlo así que solo esta de adorno. Se
que sabes tocarlo, ella te enseño. Por favor llévatelo y dale buen uso”

La voz de Gabriel resonó en mi cabeza.

—mas te vale que cuides bien de mi bebe.- dijo con dramatismo al tiempo en que abrazaba el
piano.- si le haces algo malo iré a tu casa y te jalare las patas.- amenazo divertida.

La mire unos instantes. Luego mire el piano. Y luego mire el lugar donde estábamos. Era su
casa, tenía las mismas decoraciones que cuando estaba viva.

— ¿esto… no es un recuerdo verdad? — pregunte algo confundido. Ella sonrió un poco y me


guiño el ojo.

—si que eres lento para estas cosas.- volvió a tomar su lugar a mi lado, en la banca que estaba
frente al piano. Toco una tecla del mismo.- extraño tocar piano.

—Susana yo…
—esta bien. No digas nada. Yo lo se.- dijo con una sonrisa nostálgica.- no necesitas disculparte
por mi muerte.

—pero…

— ¿Por qué estás sufriendo tanto, Yunho?- me pregunto tocando otra tecla, el sonido se
quedo en el aire tras mi silencio. ¿Por qué…? ¿Porque sufría tanto?

Porque la había matado… a mi mejor amiga, a ella a quien una vez ame… a ella a quien
consideraba mi mejor amiga, mi confidencial… mi compañera… y sin embargo no podía
arrepentirme de dejar a Changmin con vida, no porque a él lo amaba mucho mas.

—Te veo sufrir tanto… estas tan atormentado por todo.- toco otra tecla mas. Su cabello estaba
suelto y se espacia por su espalda como una cascada.- no te odio Yunho si es lo que piensas.
Nunca podría odiarte.

A mi se me formo un nudo en la garganta.

—se que me amabas… pero también se que lo amabas mucho mas a él… Aunque ese dia hizo
mucho frío y mi cuerpo parecía desvanecerse cada vez mas, no tuve miedo cuando descubrí
que iba a morir.

Sonrió con nostalgia y sus hábiles manos tocaron una melodía. Siempre supe que ella tenía
tanto talento para la música… sus hábiles manos… hubiera sido una excelente pianista.

—Recuerdo que cuando me disparaste sentí tanto dolor pero no miedo. Era un dolor físico.
Saber que todo lo que tenia se desvanecería fue un gran alivio. Te había hecho tanto daño con
mis vicios… te llegue a lastimar tanto que no sentí rencor de que eligieras al pequeño Elías…
esta bien Yunho… esta bien.

—No tenía derecho a quitarte la vida.

—Pero no tuviste elección.- detuvo la melodía y me miro fijamente.- recuerdo que lo ultimo
que escuche antes de que mi cuerpo cayera fue tu grito lleno de agonía. No sufras Yunho, ya
no. Se que sufriste mucho a causa de mi muerte pero Dios quiso hablar conmigo un poco
antes, no había nada que hacer.

Miro las teclas del piano.

—Tuve una buena vida... y me has amado como a nadie... por eso... tiende tus manos al aire y
deja partir mi recuerdo… es hora de que ya sigas. Cuando te atrevas a dejarme ir de tus
pensamientos y de tus culpas, entonces, podre partir lejos.

Suspire largamente. Tanto dolor reprimido dentro de mí que no sabía como dejar salir. Todo se
acumulaba y me daba vueltas.

—Te ayudara… el pequeño Elías te ayudara a recuperar tus sensaciones, a saber vivir con el
pasado. Te lo diré de una vez: No habrá una vida normal para ti. No cuando no seas capaz de
afrontar tu pasado.

—lo se pero es muy difícil.

—Lo se pero ya no estas solo. No temo a nada, Yunho...Ni siquiera temo atu olvido... así que ya
deja lamentarte, la vida es tan bella... y hay tantas cosas que aun tienes que ver y sentir.

Ella se puso de pie y cogió unos papeles, aquello que tenía impreso el lenguaje de la música.
—Toca para mí.- me dijo serenamente. La mire sorprendido, hacia tanto que no tocaba que
sentía que estaba oxidado. Viendo la duda en mis ojos propuso algo- hagamos una apuesta, si
puedes tocar el piano te estaré atormentado cada día en tus sueños hasta que lo consigas
pero… si logras tocarlo me iré y dejare que llenes de rosas rojas mi tumba.

Siempre he querido llenar su recuerdo de rosas pero no me atrevía porque sabia que ella
odiaba las cosas cursis y bonitas como las rosas.

Sonreí un poco.

—Trato hecho.- puse mis manos en las teclas sin llegar a presionarlas aun. Los ojos se me
humedecían.- ¿Qué quieres que toque?

—Sadness and Sorrow- suspire cansado. Odiaba esa melodía y nunca pude tocarla bien, era
una de esos dramas de sus animes preferidos. Siempre buscaba inculcarme su pasión por
aquello pero nunca lo consiguió.- vamos a ver si finalmente puedes tocarlo correctamente.

No tenia el papel ese frente a mis ojos así que tenia que ingeniármelas para recordar los pasos
y las teclas indicadas que debía tocar. Presione la primera tecla. Y luego otra… y luego otra.

La melodía pronto resonó. La vi sonreír con nostalgia.

—Esta es la última vez que nos vamos a ver Yunho.- me dijo. No deje de tocar. Cada tecla
presionada transmitía ese dolor de un adiós…
“El piano te permite comunicarte con tu alma…”

Casi la oí decir eso con enaltecimiento.

—espero que ya no haya mas tormentos para ti…

Dijo mientras me besaba la mejilla. Continúe tocando.

—le hablaré de ti a Dios... le diré todo... le contaré cómo nos conocimos y por qué no puede
llevarte a ti... le pediré que siempre te guíe…- dijo con alegría en su voz pero con los ojos llenos
de lagrimas.- es hora de irme…

Poco a poco se fue alejando de mí y finalmente llego a la puerta. Antes de irme dijo.

—Te quiero Yunho… te quiero tanto.- abrió la puerta.- no temas llorar, ya no te reprimas esos
sentimientos dolorosos y tormentosos que parecen agrietarte.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y el labio inferior me tembló.

—Por cierto… felicidades: tocaste el piano perfectamente. Espero esas rosas en mi tumba.

Ante eso ultimo las lagrimas contenidas, aquella que pensé que ya no vería, se deslizaron por
mis mejillas.

—Adiós Yunho…

La puerta se cerró en un leve chirrido. Se había ido.


Las lágrimas saladas y agrias seguían derramándose de mis ojos mientras yo tocaba las últimas
tonadas de aquella melodía que me parecía tan trágica y dramática.

Adiós Susana.

Adiós…

Cap 22: sonrisas para mi acosador

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Aquí esta; el capitulo final. Dedicado a Mirashi Uchiha, moonrose, Princess Natsu, Terta,
Marcianita, valexxitta, Soku, Purpleline, semewill01, gothicSrock, mente Fluorescente,
aranxitha, Artemis, Phae, rikikchan, bamsh, sasket17, perikita, Gisel, angelica, a todos los
anonimos y a todos ustedes por seguirme hasta aquí.
Muchas gracias!!! (^-^)//

"Te quiero.

Te quise desde el primer momento en que te vi.

Te quise incluso antes de verte por primera vez."

Un lugar en el Sol

Capitulo 22:

Sonrisas para mi demonio.


Estaba allí, de pie frente al gran árbol, mirando tristemente como las hojas de los arboles
parecían caerse cada vez mas. Me daba tanta tristeza cuando llegaba esa temporada en que
los arboles perdían sus hojitas y se quedaban sin nada.

Una hoja caía.

Luego otra.

Y otra.

Aquel árbol grandote estaba en nuestro patio, era uno que florecía rara vez pero que si tenia
muchas hojas marrones. Era alto, muy alto y grueso, por eso papá había guindado un columpio
de las ramas del árbol,me peleaba con mis hermanos para pasear en el.

Me di la vuelta y corrí hasta la casa con los pies sucios, el piso se lleno de tierra y mamá me
regaño. En ese momento su regaño no importaba, tenia que salvar al árbol del patio, me
gustaba pasearme en el columpio y no quería que se muriera. Busque entre mi mochila de la
escuela y encontré el pegamento blanco, nuevamente corrí de vuelta al árbol y agarre todas
las hojas que pude.

Una a una fui llenándole de pega la puntita y luego la pegaba al tronco. Tenia que salvar al
árbol. No podía morir, de solo pensar en esa idea sentía que los ojos se me llenaban de agua,
como cuando uno va a llorar. Me frote los ojos y en el acto me llene la cara de pega pero no
importo, solo importaba salvar el árbol. Pegue otra hoja, y otra, y otra… y otra.

— ¿Yunho, que estas haciendo allí?—escuche como mi hermano se acercaba cada vez más, lo
sabía porque las hojas secas bajo sus zapatos crujían cada vez más cerca. Levante la vista y vi a
mi hermano acercarse, corrí hasta él.

— ¡Hermano, hermano, ven, tienes que ayudarme!— le dije mientras lo empujaba hacia el
árbol. — ¡hay que pegar todas las hojas que se le han caído!
— ¡¿pegar las hojas?!—Pregunto sorprendido dejándose llevar por mi— Yunho, no podemos
pegar todas las hojas.

—no, si podemos. ¡Que no ves!—Dije señalando el árbol— se le cayeron todas las hojitas y no
puede taparse del sol, por eso se esta secando— explique algo alterado y con los ojos muy
abiertos. Santiago me miraba sorprendido— si se seca el árbol se va a morir y se va a caer—
nuevamente los ojos se me llenaron de agua.

Era pleno medio día y yo estaba apenas con una sudadera y un pantalón, descalzo y con la cara
llena de pega. Santiago, que era mucho más alto que yo, me limpio la cara y después revolvió
mis cabellos.

—vamos para adentro, aquí hay mucho sol—me dijo sonriente. Que no entendía que teníamos
que salvar al árbol.

— ¡No, tu no entiendes, hay que salvar al árbol!—explique moviendo mucho las manos.

—Yunho, aunque le peguemos las hojas no funcionara—me explico inclinándose hasta mi


altura—la pega no es igual que la savia que une cada uno de sus componentes. Pegar las hojas
con pega solo será una perdida de tiempo, el árbol igual se va a secar.

Le mire con muchos signos de interrogación en mi cabeza, no sabia que era eso de savia ni de
sus componentes, era muy pequeño para entenderlo pero si sabia que la pega pegaba todo así
que tenia que servir.

Fruncí el seño y me acerque al árbol. Tome la pega. Las hojas. Y volví con mi labor. Lo haría yo
solito.

—Ven, deja eso— dijo tomándome de la mano.


— ¡no! — me solté y volví a llorar. — ¡no quiero que se muera!

Sentí la cálida mano de mi hermano revolver mis cabellos. Le mire sentado desde el suelo con
los ojos llorosos y sollozando cada vez mas.

—No te preocupes Lea—dijo sonriendo. — todos pasamos por esto.

Las lágrimas se detuvieron. No entendía que quería decir con eso.

—Mamá dice que solo es una temporada— explico arrodillándose a mi lado—es necesario que
pase por esto para que después se renueve mucho mejor, hasta las hojas le van a salir mas
verde y se va a poner bonito y, entonces, ya no tendrás miedo de que se seque.

— ¿De verdad?— Santiago asintió sonriendo mientras me ayudaba a ponerme de pie— pero
ya no se volverá a secar ¿verdad?—pregunte con una expresión angustiada. Mi hermano miro
nostálgicamente al árbol.

—siempre habrá una temporada en que se secara y perderá todo, incluso las esperanzas, pero
la primavera se encargara de renovarlo todo pero…— se quedo en silencio observando las
ramas secas del árbol. —pero habrá una temporada en que ya no volverá a florecer— me
angustie por eso.

— ¿se va a morir?

—Si Yunho. Llegara un momento que ya no va a ponerse verde. Se secara y se caerá— me


miro—es parte de la naturaleza, es parte de todos. Algún día eso también nos pasara a
nosotros.

—pero yo no quiero que muera. —lo ojos se me volvieron a llenar de agua.


—no tienes que preocuparte por eso. Papá dice que la muerte es parte de la vida, ojala no
fuera así…— su expresión era triste y nostálgica. Me tomo de la mano— algún día también
sufriremos lo mismo.

— ¡¿también vamos a morir?!— pregunte alterado y preocupado apretando la mano de


Santiago.

—no quiero morir, ni quiero que tampoco nadie lo haga pero así son las cosas—mire el árbol
con tristeza, tarde o temprano el moriría sin importar la tempestad.

— ¿yo también me voy a secar como el árbol?— pregunte inocentemente mirándolo.

—todos en algún momento nos secamos.

— ¿Y como me secare? — comenzamos a caminar de regreso a la casa. — no tengo hojas ¿Qué


se me caerá?

Él rio en respuesta.

—bueno, cuando llegue la hora de secarte creo que empezaras a perder las esperanzas y la fe.
Es algo así como cuando algo se deteriora— puso un dedo en su mentón algo preocupado—
no se como explicártelo para que entiendas— continuamos caminando. Luego volvió a
mirarme y sonrió. —Pero no te angusties, cuando llegue el momento en que comiences a
secarte, ya veras que te renovaras y entonces seguirás creciendo cada vez mas y mas.

Lo mire con ojos brillosos.

—Hermano, tu si sabes— dije casi con adoración.

—Obvio, soy tu hermano mayor. Tengo que saber estas y muchas otras cosas—dijo con
orgullo. — un obra de arte como yo siempre sabe cosas, muchas cosas. Estos ojitos azules no
solo se crearon para admirarlos y…— y comenzó a envanecerse de su físico y de que era mas
grande que yo.
Solo reí en respuesta. Me causaba gracia que se quisiera tanto. Cuando llegamos a la casa, él
se fue corriendo a su cuarto a jugar con Luis y yo me quede en la cocina, sentado sobre la
repisa y mirando desde la ventana al gran árbol al que se le caían las hojas.

—Yunho, ¿que pasa cariño?—me pregunto mi mamá que estaba lavando los platos en el
fregadero.

—nada mami, solo pensaba que algún día yo también me voy a secar— respondí sonriente.
Ella me miro sin comprender de qué hablaba— pero será solo una temporada, después pasara.

Dije al tiempo en que me abajaba de la repisa y me iba corriendo hasta Luis, quien me llamaba
para que fueranos a jugar.

Cuando abrí los ojos me di cuenta de que estaba completamente solo en mi habitación. Tal vez
lo de anoche seria un sueño… pero no, el olor, la esencia de Changmin estaba impregnada
sobre las sabanas y almohada. Supuse que se había ido a su casa. La cabeza me dolía horrores
además de que también me dolía la garganta ¿me daría gripe por andar ayer casi todo el día
bajo la lluvia? Esperaba que no aunque si sospechaba que me habría resfriado. La temperatura
de mi cuerpo no era la misma, estaba mas caliente, tal vez tenia un poquito de fiebre.

Me lleve las manos a la boca al sentir el mismo dolor de días atrás y al igual que en aquellas
ocasiones mis manos se mancharon de sangre.

Odio vomitar.

Pensé al tiempo en que me iba a lavar las manos y la cara. Cuando cerré el grifo del agua me
quede con la mano puesta allí, apretando con fuerza la llave, preocupado mire mi reflejo en el
espejo frente a mí, una figura borrosa. Imposible de definir.

¿Quién es Yunho?
No lo se…

¿Quién fue…?

No lo se.

Solo se que el Yunho de antes nunca volverá… ¿y como es el Yunho de ahora?

Tampoco lo se. No consigo definir quien soy frente a un espejo.

Suspire cansado mientras salía del baño y me echaba nuevamente sobre la cama con un aire
apesadumbrado.

Mi mente aun continuaba perturbada. Invadida por imágenes triste y dolorosas. Cerré mis ojos
y evite pensar en eso. Quería tener mi mente en blanco pero eso hasta parecía imposible.

Suspire largamente. Tenia que aprender a vivir con eso, era parte de mi vida y aunque aun no
lo asimilaba del todo debía aprender a aceptarlo.

Y aun en mis grandes ansiedades no me desesperare…

Recordé las palabras que mi madre repetía continuamente en cada uno de sus sufrimientos.

Me sentía extraño, no sabia como debía actuar, como debía comportarme con los demás. La
angustia, esa mañana, se hizo presente a primera hora. Pero no solo eso… se sentía… extraño,
muy extraño. La parte faltante de mi había vuelto, aquellos recuerdos perturbadores que
habían sido exiliados habían vueltos, la pieza de puzle finalmente estaba completada, sin
embargo, aun no veía con claridad la figura que se debía formar… supongo que con el tiempo
la vería.
No podía y no quería mirar el pasado pero tampoco sabía como mirar el futuro.

Bostece un poco y me di la vuelta en la cama poniéndome la almohada sobre la cabeza. Pronto


escuche que la puerta se abría lentamente. Quite la almohada de mi vista y observe como la
figura de Changmin se adentraba dentro de la habitación.

—perdón, te desperté— dijo sereno. Estaba vestido de forma informal, con unas bermudas
verde olivo y una sudadera blanca, solo cargaba una medias de colores puesta sin lo zapatos.

— ¿Qué haces aquí?—pregunte un poco perplejo. El frunció el seño.

—Ya te dije que eso no me parece gracioso— siseo molesto al tiempo en que cerraba la puerta
tras de él. Me quede un poco pensativo ante su respuesta.

—no me refiero a que no se quien eres o algo así, sino que pensé que estabas en tu casa.— me
apresure a decir. No dijo nada y se quedo en el mismo sitio, abrazaba algo, eran como libros…
posiblemente un álbum de fotos.

—solo fui a casa a cambiarme y recoger unas cosas.

— ¿tu mamá…?

—Esta furiosa— respondió antes de que llegara a terminar de formular la pregunta— me dijo
que porque estaba detrás de ti de nuevo, que te dejara en paz. Que la última vez todo término
mal; paraste a un manicomio y que casi te volvías loco— me informo frio. Vacío. Hueco. Con
voz mecánica y con el flequillo cubriendo su rostro. —le dije… le dije que ya recordabas todo—
sus brazos se aferraron con mas fuerza al álbum que tenia en brazos. No podía ver sus ojos
pero aseguraba que estaban llenos de lágrimas que no quería dejar salir.

Sumido en ese mutismo, Changmin,comenzó a atravesar la habitación con paso lento hasta
detenerse a pocos centímetros de mí. Mantenía la mirada gacha así que no podía ver aquella
mirada verde que parecía hipnotizarme siempre.

Elevo su mirada hasta mí. Me miraba suplicante, dolido, triste, no animándose siquiera a
parpadear
—también le dije que… no estaba dispuesto a rendirme. Que no iba a aceptar una ruptura así
de fácil— Guardo silencio un breve instante como ara cobrar valor, respiro profundamente—
Yo… quiero decirte que tu eres el único culpable de mis sentimientos.

— ¿Eh?—le mire perplejo y casi con la boca abierta. ¿Que parte de la película me perdí? Él
frunció el seño. Instintivamente levantó la barbilla como desafiándome

—tu causaste esta reacción en mi así que te vas a responsabilizar de mis sentimientos. ¡Me veo
tan estúpido enamorado de ti! Tu maldito bastardo eres mi perdición— yo seguía de a seis, de
piedra o de hielo.— Por tu culpa mi juventud no vale nada y a pesar de todo… ¡a pesar de
todo!...—abajo la cabeza y clavo su mirada al suelo. Las mejillas tenuemente sonrojadas pero
el rostro sereno. Respiro hondo y prosiguió— pero a pesar de todo estoy feliz de amar a
alguien tan idiota como tu.

Sentí que la temperatura volvió a la normalidad en mi cuerpo y sonreí ante sus confesiones.

—se que es demasiado egoísta pedirlo pero no quiero a nadie mas. Solo te quiero a ti…no
puedo dejar de pensar en ti— informo molesto, mirándome fijamente.—contigo mi mente se
pone en blanco, mis sentidos se nublan y me dejo llevar hasta donde tu quieras y me gusta.
Me gusta demasiado. Pero te veo allí, se que tienes miedo de tomarme. Lo se. Tus ojos me lo
dicen…

Era cierto; tengo miedo de perderlo todo de nuevo. Tengo miedo de perderlo a él porque si se
lo llevan de nuevo hasta allí llegare.

Lo observo quieto. Mudo, allí parado frente a mi cama, con aquel semblante serio y con los
rasgos aniñados. Me parece increíble como ha crecido tanto, me parece sorprendente que sea
ese mismo niño que iba tras de mi y que siempre buscaba la manera de ser mi centro de
atención.

Su sonrisa cálida, su mirada inocente, aquella pureza de su alma se había desvanecido aquel
mismo día en que aquella terrible pesadilla comenzó, una que no tuvo un final feliz y que cada
vez que pensaba en ello mi mente se auto-torturaba.

¿Seguía siendo el mismo niño?


Aun me costaba asimilar eso. Me costaba creer que lo tuviera allí y que siempre lo tuve allí. El
mismo jovencito que me acoso desde mi primer día de trabajo era el mismo niño que me
perseguía de pequeño a todas partes y que se negaba a ir a un lugar sin mí.

Un pequeño acosador.

Un niño travieso.

Uno que se robo mi atención y mi mirada, se adueño de mis sentimientos y sensaciones y me


permitió profundizarme en su ser. Me permitía poseerlo cada vez y experimentar esas
sensaciones que me decían que estaba vivó.

—Tus ojos me anhelan tanto que te da miedo estirar la mano y tomar lo que aspiras— se
acerco un poco mas a mi. —Porque lo sabes ¿verdad?— sus ojos marrones brillaron con
aquella angustia que parecía mordisquear su alma y lo hacia sufrir, incluso mi miedo lo hacia
angustiar. —Sabes que si extiendes tus manos, me tienes a tus pies ¿verdad?

Una verdad imposible de negar.

Mi alma descubierta ante sus manos.

Mi interior se estremeció ante mi realidad desnuda.

Tomar lo que era mío… me daba miedo estirar la mano y que se desvaneciera como un
espejismo. Que cuando lo fuera a tocar no fuera más que un dulce sueño. Que me
acostumbrara a su calor y después, de un momento a otro, me lo arrebataran...

Porque su madre me odiaba por lo que había hecho.

Porque él era menor de edad y su madre se lo podía llevar.

Porque yo era su maestro y él mi alumno.

Porque yo era mucho mayor que él siendo Changmin un niño todavía.

Porque me sentía un depravado tocar su cuerpo con mis sucias mano. Aquel cuerpo angelical y
al que siempre besaba suavemente.

— ¿Por qué no lo haces Yunho…? ¿Por qué no me tomas…?Te pertenezco… soy tuyo…

¿Eres real? ¿No es producto de un sueño o de la locura verdad?

Parecía mentira que lo tuviera para mi… él diciéndome que era mío y que lo tomara porque yo
también era suyo.

Cerré mis ojos para calmar los latidos acelerados de mi corazón. Y con la misma lentitud los
volví a abrir.
No era un sueño.

—Se que tienes tanto dolor dentro de ti… se que soy muy egoísta queriendo tenerte solo a ti
pero… ¿Cómo podría hacer para que me elijas por sobre todas las cosas?

Pronto las lágrimas perladas que habían estado luchando por permanecer en su lugar se
deslizaron libremente por aquellas pálidas mejillas. Quise ponerme de pie y recorrer con la
punta de mis dedos el recorrido y las huellas de aquella lagrimas, limpiarlas y en su lugar
depositar castos besos que hicieran olvidar que su alma también sufría.

Yo quería ocultar el deterioro de mi alma de sus ojos pero parece que eso no será posible
porque pareciera que ve a través de mí. Sus ojos marrones escrutan lo más profundo y ve
cosas que aun me niego a aceptar. Porque él lo entiende todo, lo sabe todo.

Me observa, pensativo, inmóvil, dudoso. Podía ver todo a través de sus ojos.

—Ya te he elegido a ti—le informe sereno. —siempre te he elegido a ti.

Me miro sorprendido. Yo me puse de pie pero no me acerque a él, temía que de verdad fuese
un sueño. No quería tocarlo y que, entonces, se evaporara y sólo me quedara su aroma, su
perfume, su viveza… no, no quería eso. Si se esfumaba agonizaría en un dolor intenso. No
deseaba que desapareciera justo después de haberlo encontrado.

—Algodentro de mi te desea, teansía desesperadamente, te reclama…— le dije sonriendo


débilmente. — eso es porque tu eres mío.

Y ante esa aclaraciónme miro. Sorprendido los ojos marrones se abrieron con mucho
desconcierto, y poco a poco se llenaron de agua, el labio inferior tembló solo un momento y
con la vista nublada solo atino a abajar la mirada y que el flequillo cubriese su aspecto.

— ¿Changmin?

En respuesta alzo sus brazos hacia mí. Allí no dude en tomarlo entre mis brazos y apretarlo con
fuerza. Seguridad era todo lo que podía darle aunque yo mismo estaba inseguro. Y nos
mantuvimos en silencio. Sobraban las palabras con tan solo verlo en mis brazos.
Me separe un poco de él y le sonreí. Me miro dudoso al momento en que abaje un poco y
acerque mi oído a su pecho. Cerré los ojos y me dispuse a escuchar los acelerados latidos de su
corazón, también sentía la respiración apresurada y de como el pecho subía y bajaba con prisa,
casi como si fuera a sufrir un ataque cardiaco.

—es como si tuviese… un tambor adentro.— comente sosegado sin apartar mi oído de aquel
lugar. Lo sentí tragar saliva y sonreí por eso, no lo veía pero sabía que estaba sonrojado.

— ¿lo recuerdas?

—solo se pone así cuando estas cerca de alguien a quien quieres. — informe mientras
comenzaba a ascender hasta llegar frente a él. —Me gusta que suene así solo porque estoy
cerca de ti. Estos latidos— coloque mi mano en su pecho.—…Son míos.

Como consecuencia aquellos latidos se descontrolaron aun más. Casi podía oírlos resonar en
mi oído.

—Yunho.

Lo bese. Aprontándolo más entre mis brazos. Qué dulce es la miel de su boca, que suaves son
sus labios. Cada caricia que le regalaba, cada abrazo, cada gesto son muestras sinceras de mi
infinito amor. Se separo un poco de mi y comenzó a hablar, yo solo cerré mis ojos y me
dedique a escuchar su melodiosa voz que parecía darle calma a mi alma. Me pregunto ¿en
que momento me convertí en el esclavo de la persona que estaba abrazando? ¿Cómo era
posible que lo necesitase tanto, tanto?

Trague saliva.

Odiaba sentirme así… tan entregado, tan necesitado, tan dependiente a él. Busque sus labios
casi con desespero y volví a posesionarme de su cálida boca, de su lengua, de sus labios.
Pareciera como si la única forma de respirar estuviera dentro de él. Me separe solo un poco de
él para respirar un poco, quedando a escasos centímetros de sus labios. Sus ojos seguían
cerrados y respiraba por la boca buscando agitadamente aire para sus pulmones.

Me acerque nuevamente para besarlo pero no llegue a completar el beso, me limite a rozar
mis labios contra los suyos sintiendo como su respiración se aceleraba cada vez mas.
—Changmin…— susurre bajito, así, cerca de sus labios, los cuales estaban rojos por la
intensidad con la que lo había besado. El trago saliva y después volvió a entreabrir sus labios,
casi como una invitación pecaminosa.

—Bésame— me ordeno sereno cerrando sus ojos. No dude en complacerlo y volví a besarlo
con mas intensidad, su cuerpo se curveo debido a mi beso demandante.

Un adulto sometido a los caprichos de un niño.

No me importaba, me gustaba estar así con él.

—No me dejes ir— me dijo bajito después de besarlo

—no te dejare ir…

Cuando el sentimentalismo te guía es cuando estas perdido pero también es cuando te sientes
mas vivo.

— ¿Yunho?

Lo abrace fuertemente.

—creo que te necesito demasiado…

El ruido seco de algo cayéndose obtuvo mi atención. El libro o lo que fuese que cargaba en su
mano cayó al suelo. No era muy grande, de un tamaño mediano. Lo observe atentamente.

—Es un álbum de fotos— me informo tranquilo separándose de mi y recogiendo el álbum del


suelo. Me lo entrego.

Dudoso, en un principio, me atreví a ojear aquello que allí estaba; fotos y más fotos de cuando
era niño, pero no solo eso yo también aparecía en esas fotos… y ella también… pase una y otra
vez las fotos que ante mi estaban. Recuerdos implantados sobre un papel. Repasaba con mis
dedos la figura de ambos. Repasaba con mis dedos los lugares que visitamos.

Y me sumergí en un mundo lleno del sonido del océano a través del cascaron de un caracol.

Todo a mí alrededor dejo de oírse. Tan solo se escuchaba el sonido concurrente que hace el
columpio al moverse, o también se escuchaba el de la brisa rozar las hojas y llevársela y
también… la risa de Changmin…

WitsiWitsiaraña tejió su telaraña vino la lluvia y se la llevó…

Luego estaba el sonido de las gaviotas perderse en el infinito cielo mientras el parque de la
esquina quedaba solo, sin niños, sin gente y Changmin aun continuaba paseándose en el
columpio y ella lo mecía una y otra vez. Las risas de ellos dos eran suficientes como para
contagiar el parque y no hacerlo ver tan solitario. El sol caía y la puesta se veía hermosa
sonrosando el cielo y yo… yo observaba sentado desde una banca todo lo que sucedía.

—Es hora de ir a casa…— decía con una aire taciturno mientras el manto de estrella se ceñía
sobre el cielo oscurecido.

Y entonces, estaba el sonido ensordecedor de las pisadas que hacían crujir las hojas muerta
bajo el columpio.

Y nuevamente llego el dolor en mí ser al verlos venir. La sonrisa de Susana pronto se convirtió
en un lamento y la mirada cálida de Changmin se lleno de lágrimas y de angustia.

El sonido del arma al ser disparada hirió mis oídos hasta ensordecerlos y en vano grite de
dolor.

Su cuerpo tumbado al suelo sin vida junto con la macabra canción de la muerte.

Changmin alejado de mí en brazos de su madre.

Y todo se derrumbo. En cuento que una vez idealice se convirtió en mi peor pesadilla.

En vano suplique perdón. En vano pedí misericordia. En vano pedí ayuda por que nadie asistió
a poner fin a mi sufrimiento.

—Yunho…— aquella voz de hombre y de niño me saco de mi ensueño. De nuevo volvía a la


realidad con los ojos humedecidos.
No me había dado cuenta de que me había sentado en el borde de la cama y que mantenía
aquel álbum de recuerdos en mis piernas. Changmin se sentó a mi lado y recostó su cabeza en
mi hombro. Me sorprendí primero y después cerré mis ojos, posando mi mano sobre la suya,
eso fue suficiente como para que la tormenta dentro de mí se calmara un poco.

Cuando el destino te ha alejado de aquellos a quienes amas no se necesita traducir lo que


representa la tristeza.

—Poco a poco…—le oí susurrar mientras cerraba el álbum de fotos y lo quitaba de mis manos.

Los próximos días estuve en casa. Me había resfriado a causa de estar demasiado tiempo bajo
la lluvia, aunque no era el único; Changmin también se había resfriado, por esto mismo
Santiago venia casi todos los días. Con lo sobreprotector que era… sin embargo solo hablaba
de temas triviales, temas banales, evitaba mirarme a los ojos y casi siempre parecía tener prisa
por irse.

—tendrás que ir a la clínica para que te hagan los exámenes.— dijo al terminar de
examinarme.— esos vómitos con sangre no me agradan.

—a mi tampoco pero no es grave. Solo es estrés.

— ¡Y te parece poco!— resoplo molesto. — ¡Ey... ¿A dónde vas?!

—vamos a caminar.— propuse mientras me calzaba los zapatos y me iba. Sabia cual era el
motivo de su evado.

No te preocupes Santiago lo recuerdo todo, todo pero no te juzgo.

—no puedes salir aun.— me recrimino molesto mientras me seguía en las escaleras.

—estoy bien. Además, estar tanto tiempo encerrado me asfixia.

Eso fue suficiente como para que dejara de regañarme y se limitara a guardar silencio.
Caminamos en silencio sin rumbo alguno. Cruzamos calles, recorrimos vías desconocidas y bajo
la sobra de una fila de arboles en la cera nos limitamos a caminar con pasos lentos,
observando con templanza el como el viento se colaba por en medio de las hojas.

—por lo general hablas demasiado de ti.— comente mientras metía las manos en mis bolsillos
y seguía contemplando como las hojas se movían. — pero hoy no has dicho ni una palabra.

Silencio.

Al parecer no tenia nada que decir pero al mirar su rostro pude ver la amargura que se
asomaba en él. La angustia reprimida que luchaba por no salir y mostrar su deterioro.

—no pasa nada Santiago. Por ahora estoy bien…— informe para calmar su angustia. El trago
hondo, como si se tragara todo.—una vez dijiste que… todos en algún momento nos secamos.

Sus ojos azules se abrieron por la sorpresa de mis palabras.


—dijiste que eso nos pasaba a todos. Que era parte de la vida—rememore utilizando aquellas
mismas palabras que me dijo cuando era un niño.—también me dijiste que yo algún día me
secaría… que secarme como el árbol grande del patio era como perder las esperanzas y la fe…
como cuando algo se deteriora.

No lo miraba mientras decía esto pero sabia que me estaba observando. Yo en tanto me
dedique a mirar con devoción como un pajarito formaba su nido. Formaba un nuevo hogar.

—ahora mismo siento que me seque…— comente con cierta nostalgia.— las esperanzas, los
sueños, todo lo que un día tuve se desvaneció como polvo entre mis manos… todo lo perdí y
yo me perdí en el tiempo… incluso ahora siento que estoy perdido pero… también me dijiste
que no me angustiara porque eso también pasaría, que seria solo una temporada y que, luego,
me renovaría y, entonces, seguiría creciendo cada vez mas y mas.

Gire sobre mis propios talones para mirarlo de cara. Frente a frente. Mirándolo fijamente.
Santiago, con la vista nublada, no aparto su mirada.

Sonreí. Supongo que es mi turno de decirlo.

—no te preocupes Santiago.— dije al tiempo en que pose mi manos sobre su cabello y los
revolví. Fue mi turno de hacerlo. —Esto también pasara… solo es una temporada…

Dije. Me di la vuelta y continúe mi camino mientras él se quedo allí, varado en mitad de la


cera, con las lágrimas contenidas.

—Yunho.

Detuve mis andar unos pasos delante de él.

—lo siento… lo siento tanto…

Y el viento me trajo el oír de su llanto silencioso.

—eras tan pequeño la primera vez que te vi. Cuando mamá llego del hospital, después de
darte a luz, te sostuve entre mis brazos antes que lo hiciera Luis. Pensé que una cosa tan
pequeña, arrugada y blanca como la nieve no podía ser mi hermano.

Reí ante ese comentario.

—pero cuando tomaste mi dedo aquel día. Cuando finalmente abriste tus ojos y me miraste
me sentí feliz de ser mayor que tu para poder protegerte. —Su voz parecía quebrantarse a
cada instante. — desde entonces quise cuidarte de todo y de todos… cuando eras niño me
veías con adoración, con admiración, como si yo fuese un súper héroe, que me esforcé porque
esa imagen se mantuviera. Pero creciste, dejaste de ser ese niño travieso, ese niño preguntón,
ese niño curioso y te convertiste en un joven con un mundo más grande… tu mundo ya no se
limitaba a nuestra madre, a nuestro padre, a Luis y a mi, tu mundo se extendió mucho…

Hizo una pausa para respirar hondo y proseguir.

—Fue triste ver como ya no necesitabas de mí ni de Luis… pero también me sentía feliz de que
ver como crecías cada vez más… pero entonces, la luz de tus ojos pronto se apago tras aquel
incidente. Fue una pesadilla verdadera ver como estabas internado en ese lugar hundido en la
miseria… cada día que iba suplicaba que regresaras pero no lo hacías, en ves de eso te exiliabas
de todo… la odie a ella, como no tienes idea, también lo odie a él, a Elías, porque ellos dos te
habían hundido en ese lugar… pero mas me odie a mi mismo por no poderte ayudar.
Allí fue cuando su voz se termino de quebrantar. Y hablo entre sollozos.

—No sabes lo horrible que fue verte deprimido. Sin posibilidad de acceder a tu mundo.
Perdón… Nunca debí haberte presentado a Lucas. Debí ser más fuerte y no dejarte caer en esa
oscuridad. Lo siento, no pude hacer nada…

Aquel relato, esa faceta de él que no cocina… comprendí la angustia y el terrible desasosiego
que había vivido. Y me di cuenta lo egoísta que había sido al querer olvidar todo…

Supongo que de alguna manera, todos, se echan la culpa por lo sucedido.

Mamá… “es mi culpa por no haber llegado ese día temprano a casa, lo siento hijo”

Luis… “es mi culpa por no haber sido un mejor hermano, perdón Yunho”

Santiago… “Es mi culpa por haberme presentado a mi amigo Lucas, lo siento tanto”

La madre de Changmin… “Es mi culpa por no haber protegido a mi pequeño hijo”

Changmin… “Es mi culpa por haber huido de ti y dejar que él me encontrara…”

Y yo digo que… es mi culpa por no haber sido más fuerte y decidido.

Un largo suspiro salió de mis labios acompañados de una sincera sonrisa.

Y ahora que había logrado escuchar su disculpa después de mucho tiempo, por fin, puedo
disculparlo.

—no te preocupes Santiago. —Dije sonriéndole con sinceridad— estaré bien… además,
siempre fuiste y serás un excelente hermano mayor.

Y después de haber escuchado su lamento volvimos a caminar sin rumbo alguno. Esa ápice de
amargura continuaba pero, por lo menos, ya no era tan grande. Sonreía e hizo lo que siempre
hacia: envanecerse de su físico y de su vocabulario. De su genialidad. Y yo sonreí ante sus
concurrencias como cuando era niño y me hacia gracia su actitud de narcisista.

Supongo que… esta bien sonreír…

Antes de darme cuenta estábamos caminando rumbo al cementerio, aquel en donde el cuerpo
de Susana reposaba. Detuve mi andar al visualizar la entrada desde lejos.

— ¿vas a… entrar?— pregunto Santiago con un aire ligeramente preocupado.


—No— respondí seguro. Me di la vuelta— aun no…

No, aun no estaba listo para sellar aquella despedida en sueños. No me sentía preparado para
colocar rosas sobre su tumba y concluir aquel adiós definitivo.

Aun no…

El pasar de los días se hizo constante. Cada vez me perdía en mis pensamientos, y sentía que
me desvanecía en la tenacidad de dolor que agobiaba, pero Changmin siempre estaba allí,
tomando mi mano. Diciéndome ese: “no desaparezca…” que me anclaba a la cordura.

Plácidamente te observaba cuando mirabas el cielo y parecía ser tu el que recordaba viejos
tiempos. Te observaba en aquellos momentos en que tranquilamente limpiabas los cuadros
colgados en la pared... en que doblaba mis trajes con devoción, cuando barrías mi estancia...

Tanta paciencia en la luz de tus ojos esmeraldas…

Tanto amor en la dedicación de tus actos.

Yo no me atrevía a interrumpirte cuando tranquilamente hablabas y sonreías.

¿Puedo confesarte que de esas noches en que mirabas animado las estrellas, y formabas
constelaciones con tu dedo, tomé nuestros mejores recuerdos?

Y cuando me acosabas e insinuabas situaciones placenteras, susurrándola atrevidamente cerca


de mi oído cuando la lujuria te dominaba.

Mis dedos sobre tu cuerpo era sentir el paraíso en la tierra…

Contemplaba fascinado el como tus ojos tímidamente huían de los míos a la hora de hacer el
amor. Cuando entreabrías tus labios en busca de oxigeno ante cada agitación. El como
cerrabas tus ojos con fuerza cuando tocaba un punto placentero dentro de ti y gritabas
entregado al placer.

Te confieso que amo aquella mirada brillosa, verde y deseosa que pones cuando llegas a tu
cumbre, cuando en medio de la agitación me dices que me amas y me besas con locura.

Cada uno de esos momentos juntos, cada una de tus sonrisas, de tus enojos, de tus miradas las
atesoro en mi mente.

Tu mano junto a la mía, apretándola fuertemente.

“Aun estoy aquí…” parecieras decir.

Atado a tu cintura, el tiempo, la soledad y el miedo, comienzan a disparse.

—Le-Yunho… —gemías suavemente mi nombre cada vez que entraba en tu ser y te poseía.
Besaba tu frente, tus mejillas, tu mentón y la punta de tu nariz hasta finalmente llegar a tus
labios y sellarlos juntos a los míos y comenzar con aquel vaivén que tu y yo conocemos muy
bien.

Y aquella grieta en mi corazón poco a poco se sellaba con un beso, con un abrazo, con una
caricia… con una sonrisa. Incluso con una mirada tuya...

Se que parezco terriblemente cursi pero es verdad…

Se que no soy un príncipe azul, nunca llegaría a serlo pero al menos deseaba ser la persona
que gobernase y fuese dueño de tu corazón.

Se que lo soy… tus ojos me lo dicen. Tú también lo haces; cada vez que me dices: soy tuyo…
tuyo, tuyo, tuyo.

Y yo perdía en control de mis actos cada vez que me susurrabas esas palabras.

Pero no solo era sexo… era también las pequeñas cosas de la vida las cuales se quedaban en mi
mente y que me hacían amarte cada vez mas y olvidar que algún día te llevaron de mi lado.

Deseaba quedarme entre la esencia de tus cabellos, en nuestra alcoba tranquila y tibia, en la
cocina en los olores de lo que hacías con todo tu corazón.

El piano de cola ocupaba la sala. Lo había ido a buscar, no te molesto que en nombre de ella
me lo llevase a casa. Te gustaba que tocara el piano para ti y que tocara pensando solo en ti…
tan posesivo y celoso como siempre. No tienes porque preocuparte, mis pensamientos tienen
tu nombre y tu apellido.

La melodía resonaba en la sala y te dormías en el mueble cuando tocaba por horas y horas sin
cansarme. Me perdía entre las teclas y me gustaba ver tu sonrisa.

Verte dormir fue uno de los mayores goces que pude ver. Velaba embriagado de éxtasis tus
sueños.

Comencé los recorridos de largos caminos que se perdían en el horizonte. Visite lugares que no
recordaba pero que conocía a la perfección. Fui a la antigua casa familiar, en el barrio
tradicional donde mi padre me enseño a limpiar el patio y en donde mi madre me enseño las
primeras letras.

Observe absorto el columpio guidando en el patio trasero, aquel por el que me peleaba con
mis hermanos y que, al final, terminaba por lanzarles piedras para que se fueran.

Ahora el columpio esta solo… allí esperando a ser usado…

También observe al gran árbol de marrones hojas.

Sus hojas marrones estaban allí, su tiempo de sequia no estaba y en su lugar grandes flores
reposaban sobre sus ramas.

Estando allí vi como una ilusión las veces en que Luis ocultaba los gatos bajo la cama… y de
como mamá lo regañaba cuando lo pillaba in fraganti.

Observe y me sonreí cuando visualice a Santiago de joven sacándole una foto semi desnudo a
Luis y este, al darse cuenta de eso, lo perseguía para quitarle la foto…
Incluso pude oler la sopa que mamá hacia todos los domingos y de las cuales nos obligaba a
comer. Escuche su llamado mientras mis hermanos y yo jugábamos en el patio.

Escuche, también, cuando papá llegaba de su trabajo y todos corríamos a su encuentro para
ver si nos habría traído dulces…

Y mire con nostalgia aquella vez en que a mis se presento aquella imagen de cuando la conocí
por primera vez. Aquella vez en que ella me arrojo una piedra a la cabeza…

Transité las calles de mi pueblo olvidado, las personas me saludaron pero ninguna de ellas
sabían verdaderamente el incidente. Solo sabían que mi mejor amiga Susana había sido
asesinada por un drogadicto, que había sido violada y encontrada muchos días después de su
desaparición en el canal.

Y eso lo sabían porque esas fueron las noticias en el periódico…

También sabían que yo solo había enloquecido al ver al Señor García tratar de suicidarse frente
a mí…

Ninguna de esas ancianas y abuelos sabían el verdadero motivo de mi locura.

Eso… eso era secreto de familia. Uno que jamás debía salir de nuestros labios y que debía
quedarse en el olvido…

Recorrí los antiguos salones de mi escuela primaria y me sentí niño una vez más. Luego paseé
tranquilo por los salones del instituto y recordé aquella vez en que ella me mando una nota
diciéndome: “Te quiero”

Y yo le había respondido: “Yo también…”

También volví a vivir el momento en que conocí a Changmin y repase eso mil y una vez…
atesorando en mi mente esos recuerdos para nunca olvidarlos nuevamente…

Cada día, cada hora, cada minuto, incluso, cada segundo que pasaba procuraba guardar todo y
aceptarlo como era.

Aquel día finalmente me decidí a concluir todo. A por fin avanzar. Es hora de que deje partir su
recuerdo de mis dudas y culpas.

El rocío de aquel día, curiosamente me impulso a salir aquella mañana de antaño. En una
tienda, en la que un señor mayor atendía, compré el primer café de la temporada, arrojé las
monedas al mesón, tomé mi compra y me dirigí al cementerio. Al cruzar la calle di el primer
sorbo a aquella sustancia.

Las rosas las escogí rojas. Changmin me acompaño, estaba a mi lado cuando finalmente las
compre todas. Casi parecía un abuso que hubiese comprado tantas pero cada una de ellas
figuraba tener una disculpa.

—Ve. Te espero aquí.— dijo con un semblante quieto.— ya yo he pedido disculpas, e incluso le
dije adiós hace mucho tiempo.
Me informo al ver la duda en mis ojos.

Tome las rosas y con pasos temerosos me acerque hasta donde yacía su cuerpo, solo su cuerpo
porque su alma hacia mucho que se había ido de allí.

—aquí esta el pago de mi apuesta — mi voz era triste. — me imagino que si estuvieras aun con
vida me gritarías eufóricamente que las rosas son muy cursis, en especial las rojas. Perdón por
haber tardado tanto… me costaba entender que por mi culpa ya no estas aquí… pero esta bien,
no te preocupes, aun estoy en proceso de aceptar lo que ya paso. No es algo que se olvide de
un día a otro pero… he aprendido a vivir con eso. A verlo todo y aceptarlo. A no desvanecerme
con el tiempo.

Me quede en silencio. Observando la lapida con su nombre. Ese día hasta los pájaros
mantuvieron el más estricto de los silencios.

—se que dijiste que no temías a mi olvido pero yo nunca seré capaz de olvidarte. Nunca. Pero
al menos, ahora, he decidió dejar partir tu recuerdo y recordarte, no como aquella chica que
se hundía con las drogas, sino como la chiquilla revoltosa que eras— suspire largamente
mientras me arrodillaba y colocaba una a una las rosas sobre la tumba.

—estoy seguro de que estas molestas porque nunca pudiste ver el final de aquel muñequito
raro, perdón, de aquel anime raro— casi podía oír su voz molesta diciéndome que se llamaba
¡a-ni-me! y no muñequitos raros.

Reí ante ese pensamiento.

—no te preocupes, veré por ti el capitulo final de esa serie del chico zorro, creo que era
zorro…— dije dudoso— en fin, cuando emitan el final lo veré y después vendré a contártelo
¿te parece?

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

¡Más te vale que lo veas!


Escuche claramente como si alguien me hablase al oído.

—esta bien, esta bien.— dije al viento al momento de terminar de ordenar las rosas sobre su
lugar de reposo. Me puse de pie y sonreí con nostalgia. —ya no llorare tu ausencia. Aprenderé
a vivir con tu recuerdo.

Algunas rosas desprendieron muchos pétalos haciendo una llovizna olorosa de rosas.

—ya se que no te gustan las rosas pero por lo menos conservarlas hasta la tarde.— reclame
divertido. Mire hacia atrás, Changmin aun seguía esperándome en la entrada del
cementerio— debo irme ahora, estaré visitándote pronto. Tal vez te traiga rosas blancas eh.

Dije divertido al tiempo en que me alejaba de allí justo al momento en que una sacudida del
viento se llevo varias rosas.

—No te molestes por eso, era broma… —susurre bajito con una sonrisa sincera y una mirada
nostálgica mientras caminaba de regreso hacia donde estaba Changmin. No podía estar seguro
pero sentía que ella estaba allí, parada frente a su tumba mirando asqueada las rosas rojas
para luego mirar a donde yo iba y sacarme la lengua.

No estoy seguro de eso pero… así lo sentía…

El adiós irrevocable. Y definitivo.

— ¿Yunho, estas bien?— pregunto Changmin al verme llegar hasta él.

—estoy bien.— le respondí con un aire nostálgico.—vamos a casa…

Dije al momento de salir del cementerio y encaminarme a caminar por allí. Como lo hacia
siempre, por rumbos desconocidos. Y recorrimos lugares en silencio, otras hablando. Fuimos a
comer y después continuamos caminando. Al final de la tarde nos fuimos a casa.
Mientras subíamos las escaleras del edificio Changmin me comento que su madre estaba
siendo más condescendiente con él y que ya no le recriminaba tanto que se pasase tanto
tiempo en mi casa, pero le había dicho que por los menos en las noches debía ir a dormir en su
hogar y que debía comer con ellos. Cosa que solo hacia a veces.

—iré a ver si mi madre ya llego.— me informo mientras habría la puerta de su casa. Yo fruncí el
seño al reconocer la música que estaba pasada de volumen y cuya música salía de mi casa.

—Ese Luis.—dije entre dientes molesto.— Le dije que no pusiera música a todo volumen en mi
casa…— comente a la nada mientras trataba de abrir la puerta de mi apartamento.

Al entrar el sonido tan fuerte de la música casi me bota nuevamente por la puerta –en sentido
figurado- ¡es que la música estaba a todo volumen y detesto eso! Me gusta el silencio…

Cuando entre pude visualizar a Luis y Aarón en el sofá de la sala. Sentado uno frente a otro
jugando al monopolio. Y no solo eso… había un perro pequeño en la estancia. Solo espero que
ese perro no se quede en mi casa o sino Luis lo va a lamentar, suficiente tengo con Cheshire (el
gato que me regalo Luis aquella vez)

Me acerque a ellos pero no parecieron darse cuenta.

—no me explico porque vamos perdiendo.—Dijo Aarón al pequeño perrito que estaba sentado
al lado de él, uno muy tierno pero que esperaba que no fuera a aquedarse en mi casa. El perro
ladro una vez y a Aarón parecieron brillar los ojos.— que buena idea.

Luis por otro lado miraba desconfiado el como el gemelo mayor susurraba con el perro. Tal vez
ya se volvió loco… suspire cansado. Iba a llamar a Luis cuando este también hablo entre
susurros.

—Oh no, si ves Cheshire, están planeando algo… — le susurro al gato con aire preocupado.—
Pues nosotros también…— el pequeño gato comenzó a lamerse la patita—Deja de comerte las
manos Cheshire. —El gato le miro curioso y después comenzó a lamerle la mano a él—Este no
es momento para eso ¡necesitamos ganar!

¿Por qué me tuvo que tocar una familia loca?

Creo que es mucho pedir normalidad…

— ¡ey Lean, no te había visto! —dijo alegre al visualizar mi imagen.

— ¿Por qué el equipo de sonido esta a todo volumen? — pregunte molesto sin moverme.

—no es mi culpa. Es de Santiago— se apresuro a decir mientras movía otra pieza del juego.
—Oh Yunho ya llego.—dijo mi otro hermano saliendo de la cocina. Suspire molesto. ¿Desde
cuando mi casa es un lugar al que todo el mundo puede entrar? ¡¿Y como diablos entraron?!

No importaba. Cambiare la cerradura. Con pasos lentos me acerque al equipo de sonido y lo


apague. Nada de fiestas ruidosas en mi casa, la última que hubo aquí estuvieron stripper, play
boys, cervezas y había menores de edad, de paso termino mal con violaciones y no se que mas.

—¡ey… ¿Quién apago el radio?!

Esa odiosa voz.

Salió de la cocina y al verme sonrió ampliamente.

—oh pero si es Yunho.

—Alan…— murmure casi incrédulo. El cargaba ese ridículo delantal puesto. Seguía teniendo
cara de idiota.

— ¡¿el profesor Yunho ya llego?!—una melodiosa voz que hizo eco en mis oídos. La pequeña
cabecita asomándose por la puerta de la cocina, el cabello rubio pálido ligeramente más largos
y los ojos miel llenos de inocencia se abrieron ampliamente al verme. La cabeza rubia volvió a
esconder y casi al instante salió la pequeña figura de él, aun seguía siendo perplejo.

Mario…

Él salió de prisa, trayendo con él una cantidad considerable de golosinas. Llego frente a mí con
una tímida mirada.

—este… yo…— y comenzó a hablar con una rapidez increíble y mientras lo hacia comenzó a
entregarme uno a uno todas las golosinas que cargaba con él hasta finalmente dejarme
repleto de dulces que ya no sabia como cargar. Por ultimo me entrego una tableta de
chocolates que puso encima de otras golosinas. Sonrió ampliamente y dijo.— ¡me da mucho
gusto verlo profesor Yunho!

—Mario…

Aun seguía sin poder creer que estuvieran allí, ellos dos.

Solté las golosinas y aun perplejo lo tome de los hombros.

— ¿Mario, eres tu?

—que si hombre.—dijo Alan divertido.—ya pareces disco rayado repitiendo “Mario… Mario…”

Se mofo en muy imbécil. Pero no importaba, me sentía feliz al tenerlos allí de nuevo. No pude
ocultar mi alegría abrazando al pequeño Mario.

—ey, ey no te pongas cariñoso con mi novio— recrimino Alan fingiendo molestia. —eso solo
lo hago yo.—se jacto orgulloso señalándose a sí mismo.

—Idiota—dije sin dejar de borrar esa sonrisa de mi rostro

—Así me quieres… —canturrea feliz.

— ¿Cuándo llegaron? ¿Se van a quedar aquí? ¿Cómo les fue? ¿Dónde se quedaron?

—calma, calma. Esas son muchas preguntas.


En ese preciso instante la puerta se abrió. Changmin entro ensimismado, con un aire
ligeramente aturdido.

—Mi madre no esta en casa, aun no ha llegado. Pero Aarón no esta en casa ¿Dónde podrá…?—
la pregunta quedo en el aire, y al igual que yo se quedo absorto al ver a esos dos personajes
en la casa.

Mario al verle se separo de mi y fue hasta la cocina. Al poco rato volvió nuevamente con una
cantidad impresionante de dulces. Y como lo hizo conmigo, deposito cada uno de los dulces en
las manos de Changmin hasta dejarlo repletos de chocolates, caramelos, tableas de dulces en
sus brazos.

—también me da mucho gusto verlo a usted joven Changmin.

Dijo con una tímida sonrisa. Changmin aun seguía impresionado.

— ¡Alan, Mario!

— ¡sorpresa!—canturreo feliz Alan mientras lanzaban serpentinas.—a puesto a que me


extrañaron, bueno, ¿Quién en su sano juicio no me extrañaría?

Se acerco a nosotros dos y nos abrazos a ambos con aquella sonrisa encantadora que lo
caracterizaba.

—ah como los extrañe.—dijo apretujándonos mas.— estoy tan feliz que podría cantar.

—no, cantar no. Eres pésimo cantando.

No me hizo caso y pareció buscar una canción adecuada en los registros de su mente.

— ¿Cómo era esa canción?... ¡ah ya se!—cerro los ojos sonriente y pareció mecernos como si
fuese a cantar una canción de cuna.—te quiero yo y tu a mi.

Oh no… esa estúpida canción.


—Somos una…—se quedo en silencio—¿Qué viene después?—pregunto desconcertado. Todos
nos encogimos de hombros. —bueno importa, soltémonos esa parte. ..Con un fuerte abrazo y
un beso te diré: mi cariño es para ti.

Odio a barnie.

— ¡ya deja de cantar eso, es horrible!

—a mi me gusta.

—Yunho, ¿Quiénes son estas personas? — pregunto Luis desde el mueble, con el gato en
manos.—cuando llegamos Santi y yo, ellos, ya estaban aquí.

Y les relate quienes eran ellos. Alan y Mario, dos de mis mejores amigos. Unos que pensé que
nunca volvería a ver. Antes de poder reclamarle del porque no me habían siquiera llamado,
Changmin, se me adelanto sermoneando a Alan de que era un tarado, un imbécil sin
escrúpulo. Que porque no había llamado o avisado. ¡Lo que sea! Y estaba muy preocupado y
demás cosas.

Alan solo sonreía nervioso y se rascaba el cuello perezosamente argumentando que había
vendido su celular y había perdido todo contacto, además de que si quería avisar pero no sabía
como. Me recrimino el hecho de que no tuviese Facebook ni estuviera registrado en ninguna
red social para avisarme. Es que no me gustan esas cosas.

Habían llegado hoy mismo y que solo venían de visitas, estaban muy bien donde estaban y
querían permanecer allí. Les insistí en que podían regresar pero no quisieron. La sonrisa
inocente de Mario me hizo entender que estaban bien, la voz de Alan relatándome como
habían a un hotel porque no tenían donde quedarse, de como después se fueron de allí hacia
un lugar mas lejos.

Todo y cada una de sus aventuras me las contaron entre risas y enfados. Luis seguía jugando al
monopolio pero estaba perdiendo, Aarón le llevaba la delantera. Santiago por su parte se
estaba llevando bien con todos, seguía enalteciéndose a si mismo y haciendo esa competencia
con Alan a ver quien era mas narcisista, por supuesto Santiago gano, pero en materia de
perversión Alan a nadie le ganaba.

— ¡mi regreso a este lugar hay que celebrarlo con mucho alcohol!
Esa noche Alan hizo de las suyas, comprando alcohol argumentando que:

— ¡yo no hago stripper sin alcohol de por medio!

Y con esa idea compro todo el alcohol que quiso. Santiago, quien también es amantes de las
fiestas, lo acompaño y dio dinero para comprar en grande. No pude decir que no, estaba feliz
de tenerlos de vuelta. Después de tanto tiempo un momento de alegría entre nosotros.

Supongo que... esa bien un momento de alegría después de tantas cosas que han pasado...

Incluso esta bien porque ellos han regresado, aunque solo fuese de visita habían regresado.

—Yunho, te tengo un regalito— dijo mi amigo rubio animado, ya mareado de tanto alcohol. La
manera en que lo dijo no me gusto nada— ¡taran! —Saco de la mochila que había traído con el
un par de muñequitos que conocía a la perfección—seguro que los extrañaste.

— ¿eh? ¿Y es que es? — pregunto Santiago gateando por el suelo hasta Alan. Al parecer estaba
demasiado mareado como para caminar como la gente normal— se parece a Yunho en
miniatura—dijo tomando en sus manos el par de muñecos.

—Es que es Yunho en miniatura—informo divertido Alan mientras volvía a tomar aquellos
objetos en sus manos.

— ¿Y porque están desnudos?

—Oh ya veras.

— ¡dame eso Alan!— luche para quitarle eso de sus manos.

—Nooo— me evadió ágilmente y sonrió malicioso y coloco eso en una posición nada
decente— mira Santiago: oh Yunho dame mas, mas, mas.
Yo sentí que todos los colores se subieron a la cabeza.

No fui al único que se le subieron los colores. Mi hermano Santiago parecía un tomate a punto
de explotar.

— ¡¿Lo has visto haciéndolo?!— pregunto aterrado.

—Ah ya perdí a cuenta. Verlos en acción es mejor que ver porno comento —el muy
desgraciado.—bien, continuo.

— ¡No, no continúes!—le corto Santiago.— ¡que no sabes lo traumático que es escuchar lo


que hace tu hermano en la cama! —su cara mostraba verdadero trauma.—saber que hace
todo eso mi hermano menor, el bebe de la casa, el chico de mami ¡es tan traumático saber que
creció tan rápido!

—nah no seas dramático… deberías verlo en acción, ahí si te vas a traumar. —comento
malicioso.— te darás cuenta de que ya no es un niño chiquito y de que sabe muy bien donde
meterla.

—¡¡¡Alan!!!

Bien, definitivamente estos momentos eran los que menos extrañaba de él. Por otro lado, Luis
apenas y había tomado. No le gustaba beber porque el alcohol nunca le caía bien, en mano
todavía estaba el tercer vaso de whisky.

Aarón por su parte también había bebido (aunque él juro y requeté juro que no volvería a
probar eso) se había terminado la decima cerveza de la noche y ya con eso estaba listo, con las
mejillas rojas a causa de eso y peleando con Luis para que le diera otra cerveza.

— ¡dame eso!

— ¡Que no te dije!—alzo la botella lo mas alto que pudo para que el chico no la tomara.— ¡y
ya deja de beber!
—no seas aburrido... has algo bueno por la patria y dame eso.

— ¡que no, y ya deja de insistir! ¡Ya estas borracho!

—Yo no estoy bo-rra-cho— dijo entre risas al tiempo en que perdió el equilibrio y caía sentado
en el suelo. — ¡ay eso dolió, bruto animal, salvaje, infeliz me tumbaste!

— ¡yo no hice nada!

— ¡Claro que si!— y arrastro la palabra “i” bastante haciéndola sonar algo muy raro. Luis le
miro preocupado cuando el muchacho, sentado en el suelo, comenzó a quitarse la camisa

— ¡Ey, ¿Qué estas haciendo?!

—tengo… mucho… calor…

— ¡No te quites la camisa!— con prisa coloco la camisa en su lugar.

— ¡Tengo calor!

—ay Dios… ya estas agonizando

La noche pasaba rápida, entre música, chistes y cantos desafinados por parte de Alan que
animaban la pequeña reunión que allí se desataba.

Mario también había tomado y ya no estaba en sus cabales y como aquella vez se reía de todas
las bromas de Alan, este, se acerco al estéreo y coloco música a todo volumen. Agarró a
Santiago sin su permiso para bailar con él. Ambos rieron y empezaron a payasear danzando
juntos exageradamente y Mario se retorcía de la risa mientras intentaba, con todas sus
fuerzas, mantener el equilibrio.

—no me había dado cuenta pero…—dijo Santiago de pronto dejando de bailar. Miro a todos
extrañados. —estoy en una fiesta de gays.
—ah muy tarde para eso.

—No, no. Tú no entiendes. Yo no soy gay —aclaro con aire borracho y caminando (mejor
dicho: tambaleándose) quiso caminar hasta la salida—yo como que mejor me voy…—no llego
muy lejos. Debido a la borrachera se cayo con la alfombra y allí quedo— bueno, puedo irme
mañana—dijo antes de acomodarse en el suelo y caer dormido.

— ¿Se durmió tan pronto?— Pregunto Alan mirándolo—vah ustedes no sirven para beber
¡había que quedarnos hasta la cinco de la mañana!

—Alan, son las tres de la mañana.—le informe sereno mientras me servía una vaso de whisky.

— ¡¿las tres?!—Asentí mientras daba un sorbo— ¡ah ves, tu si eres un buen amigo porque has
durado conmigo hasta esta hora!—dijo poniendo su mano en mi hombro, su aliento apestaba
a alcohol. Pronto también él caería en sueños— ¿Mario, que estas haciendo?

El pequeño Mario estaba acostado en el suelo, con los brazos extendidos y agitándolos en el
suelo, como cuando uno esta en la nieve y quiere hacer un angelito de nieve.

—estoy haciendo un angelito de aire.

Definitivamente estaba borracho.

—oh ¡yo también quiero hacer uno!

—nooo, esta idea es mía—hizo un puchero—¡mejor baila para mi! —y eso ultimo lo dijo con
una cara no muy inocente. Tal vez el pequeño Mario no es tan ingenuo después de todo…

— ¿y que quieres? ¿Qué me ponga falda y baile ulaula?(1)

—siii…

Trate de ignorarlos, si sucedía otra violación ya no era mi culpa. Con este pensamiento mire
como Aarón se acercaba hasta donde estaba mi hermano. Luis dormía plácidamente sobre el
sofá grande, el gemelo lo miro unos segundos antes de pegarle para despertarlo. Luis abrió los
ojos y le miro ceñudo.
— Ay ¿Por qué me pegas?—se quejo como un niño chiquito.

—Tengo sueño— se limito a decir soñoliento. Mi hermano le miro perplejo unos segundos y
después hizo espacio en el mueble acostándose de lado, Aarón miro el espacio un segundo y
después se acostó allí, junto a Luis, y le abrazo— buenas noches— le oí decir antes de que se
quedara dormido.

Ah definitivamente algún día me van a meter preso por andar prestando mi casa para
corruptos de menores. Saldré en periódicos, en revista, en la televisión y en todos los medios
de comunicación existente.

¡Ah que importa, púdranse todos!

Pensé al momento en que la copa llego hasta mis labios al elevar mi brazo derecho, en un
movimiento rápido, tome de un sorbo todo el líquido que contenía en su interior.

Hablando de corruptos de menores ¿Dónde esta Changmin?

No me digan que esta en el baño durmiendo.

Con esa duda paso mis ojos por la casa. Lo veo. Esta cerca del estéreo, bailando solo al son de
la música. Me quede mirándole, no me perdía ningún movimiento, absolutamente ninguno. Él
a ver que lo miraba hizo sus movimientos más sensuales que antes, comenzó con ese
movimiento de caderas, bajando y subiendo, mientras sus manos se movían al compás, a veces
al lado de sus caderas, otras por encima de su cabeza.

Ah Yunho, Yunho, Yunho. Realmente estas perdido con ese niño.

Pensé mientras me ponía de pie e iba hasta él. Le tome de las caderas y comencé a bailar
pegado a él al ritmo de la música. Creo que ya el alcohol se me subió a la cabeza.

—Pensé que me dejarías bailando solo— me susurro al oído. Sonreí provocativamente.

—eso seria un delito.

—Tenía una sorpresa para ti hoy pero no pensé que íbamos a tener invitados—dijo casi con
tristeza.

— ¿Una sorpresa?—sonrió con picardía y se alejo de mí. Aquella bolsa, que traía con el y que
estaba en la mesa del sofá, la tomo y llego hasta a mi. Saco algo de ella.

Le mire sorprendido y tome con sorpresa lo que había sacado:

Medias de encaje blanco.

—la ultima vez no termino muy bien así que pensé que podríamos intentarlo de nuevo. — dijo
sugerente. Era cierto, la ultima vez no terminado nada bien… absolutamente nada bien… no
pregunte porque, eso es otra historia. —Pero supongo que esto tendrá que esperar—dijo con
tristeza.

—No creo que eso sea necesario—dije al tiempo en que lo besaba, mis manos se fueron
debajo de la camisa del castaño.

—Yunho…—el suspiro murió en mi boca. Lo arrastre conmigo hasta la habitación. Mientras


íbamos no dejaba de besarlo. Lo tumbe en la cama y proseguí con mis toque en sus puntos
vulnerables. – La p-puerta.— dijo con dificultad.
Me levante y fui a cerrar la puerta con pasador, ningún pervertido (llámese Alan) vendría a
espiar lo que haría con Changmin y con las medias de encaje blanco.

Que lindo… medias de encaje blanco…

Que importaba los medios. Que importaban lo que pensaran los demás, él era mío. No
importaba los demás; seguro que saldría…

Me gire con una sonrisa suficiente pero se borro al momento de ir a la cama y verlo dormido.

— ¿Changmin? Ey, no te duermas.

—No estoy dormido—dijo soñoliento y con los ojos cerrados. —solo estoy descansando los
ojos.

Si claro, sobre todo eso…

—continua…— dijo mientras bostezaba. No me convenció mucho pero proseguí.

Al poco rato de no escuchar ni siquiera un quejido de él me detuve.

Suspire cansado.

Se había dormido y ahora roncaba suavemente.

Sonreí un poco al verlo allí. Me acomode en la cama, justo a su lado, por inercia el se acurruco
junto a mi buscando calor y, aunque me había dejado con una erección del tamaño de un
buque, no pude evitar abrazarlo y perderme en el perfume de su cabello (aunque su aliento
apestaba a alcohol)

Experimentaba de nuevo esa satisfacción, no aquella de deseo sexual sino de sentirme


completo. De sentirme feliz junto a su lado.

—No me des ir.— murmuro bajito.

—No te dejare ir…—le dije.

Dicen que esta mal hacer de una persona tu todo, porque cuando la pierdes se lleva todo de
ti… es verdad… Un día perdí todo, lloré, me hice pedazos. Todo lo que un día tuve desapareció
y se fue como el agua entre mis manos... En ese momento perdí el perfume de las flores. Perdí
el aleteo de las aves. Perdí la belleza de la noche. Perdí las esperanzas.
Perdí, incluso, los sueños…

Y todo se volvió una pesadilla.

Las flores dejaron de ser preciosas, las sonrisas ya no tuvieron sentido, y al final las vistas mas
sublimes ya no eran sublimes...

Reencontrarme a mí y a mis sentimientos, fue la mayor travesía de mi vida. Ver y aceptar todo
tal y como era fue un proceso difícil… aun lo sigue siendo… pero por ahora mi todo esta entre
mis brazos y eso es suficiente para mi porque a su lado la adversidad y sus dolorososmales se
manifiestande una manera menos terrible.

Todo dolía menos…

—Yunho…— murmuro en sueños.

Lo abrace más fuerte.

—aun estoy aquí… enamorado como un loco de ti…

¿Qué es… lo que más he amado en este mundo?

La respuesta tiene nombre y apellido: Changmin Vázquez, mi acosador personal…


Secretos de familia

Cap 1:

or: cielo caido

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Notas del fanfic:

Hola queridos lectores. Por fin me he dignado a escribir la segunda y ultima temporada de esta
saga de escritos :D he de confesar que me da pánico empezar con este nuevo proyecto y
espero recibir vuestro apoyo u.u

Y para los nuevos lectores le advierto que para entender esta historia es necesario que hayan
leído la mayoria de la serie de "Saga de Uke acosador"

Mi twitter: Angel travieso


Notas del capitulo:

Hay un fuego en el interior

de este corazón, un disturbio

está a punto de explotar en llamas

Hurricane- 30 second to mars (1)

Un perro al fondo del callejón ladraba sin parar, produciendo un eco terrible en el lugar. Los
sonidos de las noches le acompañaban, los grillos comenzaron a cantar y la briza silbaba de
forma espeluznante.

Una joven de apenas dieciséis o diecisiete años caminaba a prisa por las calles de aquel barrio
tan peligroso. Tenia cogida de la mano a un pequeño niño que parecía estar asustado y en sus
brazos cargaba otro. Ambos idénticos, solo que el que estaba cargando estaba dormido.

—¡Vamos Aarón, camina un poco más de prisa! —pidió en voz baja en la oscuridad de la
noche. El niño apenas asintió algo tembloroso y trato de seguir el ritmo de la mujer con sus
cortas piernas, pero estas apenas le daban para caminar todo lo que podía.

—¿Por qué tardaron tanto? — exigió saber otro joven de unos diecinueve años mientras
ayudaba a cargar el niño que la joven cargaba dormido, este estaba esperando en la esquina
de aquel callejón oscuro

—Lo siento. No pude salir antes— se excuso mientras cargaba a Aarón.

Caminaron deprisa y llegaron al otro lado de la calle. Estando allí se apresuraron a tomar un
taxi e irse lejos de aquel lugar tormentoso y oscuro.
Secretos de Familia.

Capitulo 1: detonador.

El tic-tac del reloj no cesaba aunque él rogase que lo hiciese. Un silenció tan tenso que hacia
que ese sonido se repitiese en su cabeza sin cesar.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac

Se repetía tanto que estaba pensando que pronto iba a perder la cabeza.

Respiró.

Sentía la nariz congelada y le empezó a doler la cabeza.

Maldito examen de física.

Miro la hoja de ministro y volvió a repasar los ejercicios mentalmente.

Las clases habían sido muy practicas pero le era un poco más que imposible concentrarse en lo
que decía su profesor.

Aquella voz varonil viajaba por el aire y traspasaba sus oídos y le hacia perder noción de todo
lo que hacia. No sabia si sus compañeros de clase se daba cuenta de eso, pero que importaba
¡que se fueran todos al diablo!

A él le gustaba el profesor. Punto.


Y claro que él sabia que el profesor gustaba de él, por algo se quedaba observándole por
minutos. Una mirada depredadora que le hacia suspirar.

Y por las noches esa misma mirada le devoraba, y sus manos fuertes se encargaban de
desnudarlo sobre el lecho que compartían.

Y su voz masculina le hacia cerrar los ojos cuando le susurraba en el oído un “Te voy a
poseer…”

No sabía muy bien como explicar la lo que le causaba la modulación de esa voz aguda. Solo
sabia que su mente se ponía en blanco, una espesa neblina nublaba sus sentidos, le hacia
perder la noción del tiempo y se perdía en sus labios. En su boca. En sus ojos. Se perdía en esa
piel como el ébano.

Sus manos en su cuerpo. Y las de él en el suyo.

Susurrándose en el oído. Compartiendo íntimos y profundos besos en la oscuridad de la noche.

Y muy pocas personas conocían lo que él hacia con el profesor de matemáticas y física cuando
la noche se ceñía sobre el cielo.

Tal vez algunas dirían que él se estaba revolcando en la cama del profesor para que le pasase
la materia.

Mentira.

El desgraciado profesor ese ni le había dejado ver el examen que iba a hacer al día siguiente.

Y como él, Adrián Vázquez, no había estudiado (y todo por andar en el apartamento del profe)
pues ni se molesto en ojear el cuaderno. Y ahora lamentaba no haber ni revisado los ejercicios
que habían hecho en clases.

—se acabo el tiempo

Mierda.
La hora se había terminado y ni siquiera había logrado completar el segundo ejercicio.

Vah que importaba. ¡Que Leandro y su estúpido examen se fueran al demonio!

Con desgano se levanto de su puesto y fue a entregar su examen en blanco.

Menudo sermón el que le esperaría.

—El examen esta en blanco— le dijo su profesor cuando observo a medias la hoja de ministro.
Leandro con sus lentes de montura delgada le observo serio a través del cristal transparente—
¿Por qué no estudiaste?

—¿Sera porque me la vivo metido en tu cama? — le respondió Adrián, ligeramente divertido


ante la cara sorprendida del otro.

Menos mal que el salón estaba vacío. Los estudiantes habían ido a la siguiente clase en otro
salón.

—no digas eso tan alto, recuerda que estamos en el instituto. —dijo el castaño tras un suspiro.

Adrián sonrió aun más divertido y se le acercó, provocativo. Se pego a su cuerpo y paseó los
dedos por los botones de la camisa blanca de su profesor.

—tal vez así puedas ayudarme con el examen.

—El que estemos saliendo no significa que valla a pasarte la materia— aclaro divertido al ver la
cara de decepción de su alumno.

—Eres una persona muy mala— dijo infantilmente.

—¿a que viene ese tono?

—Bueno, — comenzó diciendo mientras le rodeaba el cuello con sus bracitos desnudos y
Leandro se llenó del calor de ese cuerpo adolescente, revolucionado —a ti te excita que me
comporte de manera infantil— el profesor frunció el seño. Era verdad.— ¿Sabes cómo se llama
eso? — El chico se le pegó aun más a su cuerpo y apoyó las manos sobre sus muslos y las fue
subiendo hasta la entrepierna— Se llama «ser un pervertido»— Presionó con delicadeza el
sexo por encima de los pantalones

—Adrián aquí no. —lenta y educadamente retiro esas manos de su parte intima. Si seguía así
iba a perder el control e iba a desnudar a su alumno allí encima del escritorio, y después lo
violaría una y otra vez hasta que se acabara el mundo. Así que por el bien de Adrián y el suyo
propio tuvo la prudencia de alejarse a una distancia sensata— Eres un niño muy precoz.

El pelirrojo lo miro diciéndole con los ojos “Aburrido…”

—Al menos dame un beso— demando con gesto de enfado.

Leandro rio bajito. Miro hacia la puerta y después miro al pelirrojo, se rasco la cabeza un
momento, y seguidamente se inclino y le dio un beso, suave, pero profundo, y se separo
despacio.

El pelirrojo le guiño un ojo y se marcho corriendo a la próxima clase. En tanto Leandro se


dirigió a su escritorio y metió el resto de los exámenes en el maletín. Cuando hubo terminado
tomo el maletín, metió una de las manos dentro del bolsillo del pantalón y camino despacio
hacia la puerta, pero se dio cuenta de algo.

—Lo sabia—había dicho alguien al entrar dentro del salón. Leandro parpadeo un par de
veces— ¡sabia que tenía una relación prohibida con su alumno!

Oh oh

Estaba metido en unos cuantos líos.

Aarón estaba en clases igual que su hermano gemelo. Estaba en clase de deporte, era su
materia favorita porque podía jugar futbol, jugar tenis y hacer muchos ejercicios. A él le
gustaban los deportes y por eso recibía mensualmente una revista con dicha información.
Cada vez que llegaba el fin del mes le llegaba por correo la revista de deporte y eso lo hacia
feliz.

Sin embargo últimamente ni la revista le hacia feliz, ni siquiera el deporte y por lo mismo se
encontraba alejado de sus compañeros de estudios, quienes jugaban alegremente al futbol;
ensuciándose y pateando la pelota sin cesar.

Un suspiro abandono sus labios. No tenía ánimos de ir a jugar. El profesor de educación física
se preocupo un poco, Aarón Vásquez era uno de los mejores en las clases de deporte pero en
las últimas clases lo había visto tan desanimado. Tal vez se sentía mal y por eso lo mando a
descansar, así que allí se encontraba; sentado en uno de las bancas alejado de la cancha de
deportes.

No entendía porque se sentía así. No quería sentirse así y menos por alguien. Un nuevo suspiro
salió de sus labios. Se sentía un poco más que estúpido que todos sus pensamientos se
dirigieran a una persona en específico ¡es que no entendía que había sucedido!

La situación era la siguiente; desde la muerte de la abuela de los Torrealba, Luis se había
tornado algo extraño…, no sabía si extraño era la palabra correcta pero la cosa era que no se
comportaba como habitualmente lo hacía, es decir, Luis era un ególatra, un estúpido cerdo
que le encantaba joderle la vida, que lo sacaba de quicio cada vez que quisiera y que era,
sobretodo, un seductor. Pero últimamente seguía siendo un ególatra, un estúpido cerdo que
le encantaba joderle la vida, que lo sacaba de quicio cada vez que quisiera pero…, ya no lo
seducía. Ya no lo buscaba en la intimidad de la noche cuando la luna se asomaba. Ya ni siquiera
le hacia bromas en cuanto a querer hacerle morder las sabanas.

Y no entendía porque.

Durante los primeros días de la muerte de la abuela lo comprendió, estaba de luto y muy
dolido por la partida de su abuela. Le había costado recuperarse pero la vida seguía ¿no? Y
después de un mes Luis seguía sin tocarlo. Sin siquiera lanzarle una de esas miradas lujuriosas
tan propias de él.

Y eso le había extrañado demasiado, por lo general ese militar salvaje era un adicto al sexo.

Él suponía que la situación debería de agradarle porque así era como había querido las cosas
en un principio: sin sexo ni caricias de por medio, solo trabajo. Nada de sentimentalismo ni de
contacto físico.
Pero ahora que tenía eso se sentía irritado de que ya Luis no anduviera detrás de él.

Y es que de verdad no entendía porque.

Por momentos había pensado que ya no estaba interesado en él pero aquella vez que le vio
semi desnudo, semanas después del entierro, pudo notar la erección de Luis medio oculta
gracias a sus pantalones... y con eso supo que Luis aun gustaba de él.

Entonces había pensado de forma todavía más obsesiva.

¿Por qué?

¿Por qué si se excitaba, si se le paraba, si lo deseaba... por qué no se lo…?

—¿Qué porque no te coge?

Se sorprendió al escuchar eso en voz alta. Por momentos pensó que era su voz pero no lo era,
era la voz de su hermano que también era idéntica a la suya, por algo eran gemelos.

Adrián se sentó a su lado de forma perezosa y bostezo aburrido.

—¿aun sigues pensando en eso?

—No estaba pensando en eso— mintió y frunció el seño. Odiaba que su hermano le leyera la
mente.

—Oh vamos Aarón, se exactamente que era lo que estabas pensando. No has hecho otra cosa
que pensar en cuando Luis te la volverá a meter. —Aclaro con una sonrisa traviesa— eso se
resuelve fácil, solo te pones de a cuatro y le dices que te de parejo toda la noche.

—¡Adrián! — reclamo avergonzado mirando a su hermano gemelo, ese que tenia el mismo
color de cabello que él, que tenia los mismos ojos verdes profundos, las mismas motitas de
color café que salpicaban la nariz, los mismos labios fino. Eran dos gotas de aguas idénticas,
pero Adrián era todo lo diferente a él. Era alguien sumamente caprichoso y malcriado, era
excesivamente franco y que disfrutaba como nada de una obscena plática sobre temas
sexuales.

Y él, Aarón Vásquez, era todo lo contrario.

Pero su hermano tenía razón y odiaba que tuviera razón porque era cierto que no había hecho
otra cosa que pensar cuando Luis volvería a acercársele de esa manera.

—si tanto quieres saber porque dejo de cogerte porque no le preguntas directamente. —
sugirió mirando aburridamente como jugaban futbol los demás estudiantes.

Pero lo que a él le había resultado algo completamente normal para Aarón era algo
completamente alarmante.

¡¿Preguntarle a Luis eso?!

¡¡No!! ¡Nunca se lo iba a preguntar! Ni que es tuviera rogando por una caricia ¡claro que no!
No necesitaba de eso.

—yo no estoy saliendo con él. —aclaro molesto. Nunca le había dicho a nadie que había tenido
sexo, ni tampoco le había dicho a nadie que estaba enamorado de Luis y que se moría porque
este le mostrara tan siquiera algo de afecto, algo que fuera mucho más allá del sexo que pocas
veces tenían.

Su hermano por su parte rio divertido.

—Puede que no estés saliendo con él y que ni siquiera tengan una relación formal— le dijo
mirándole con aquella sonrisa de Chesire— pero se que tu estas loco por él, ¡estas
enamoradísimo! El amor se te sale hasta por las orejas y que, por ende, el fue el que le puso el
cartelito de “abierto” a tu trasero.

—¡Eso… eso..., eso es…,! — eso era cierto. Estaba rojo hasta la punta de las orejas. Empezó a
balbucear incoherencias. No sabia que decir en su defensa, estaba alterado y avergonzado, el
único que, hasta ahora, sabía de ese día era Leandro. Y eso fue porque lo encontró llorando,
porque si ese profesor nunca se hubiera interpuesto en su camino nunca nadie sabría que
había pasado exactamente, aunque bueno, tampoco es que le hubiese contado con lujos de
detalle aquello, pero suponía que el profesor Leandro se había formado una hipótesis de lo
que había sucedido.

Odiaba hablar del día de su primera vez. Había sido horrible en todos los sentidos. Se había
sentido sucio, ultrajado, utilizado…, nunca podría perdonarle lo que Luis le hizo a él y a su
cuerpo. Nunca podría perdonárselo. Pero no podía evitar quererlo. Era un sentimiento que le
nacía en el pecho y le hacia brincar el corazón cuando Luis le sonreía o le regalaba algo. Era
inevitable que las estúpidas mariposas revolotearan sin control en su estomago. Y que su
mente se nublase cada vez que los labios del mayor le besaban con autoridad, le temblaban las
piernas y el cuerpo entero. Y a veces terminaba en la cama de él, con la ropa en el suelo y las
piernas abiertas, mientras Luis hurgaba lo más profundo de su ser y tocándole esos punto que
lo enloquecían.

—nunca me contaste que fue lo que pasó ese día.

—y no voy a hablar de eso— aclaro poniendo un gesto de enfado— a ti tampoco te gusta


hablar de la primera vez que tuviste sexo.

Adrián se puso serio.

Aquel comentario había sido un golpe muy bajo.

Él odiaba hablar de ese fatídico día, ese día en que sus ilusiones y sueños se vieron arrojados al
suelo, en donde su corazón se partió en muchos pedacitos. En donde su actitud se vio más fría
de lo normal…, aquel día perdió la inocencia, la pureza de sus ojos y sintió que su cuerpo
quedo sucio para siempre.

El agua se había llevado el semen y la sangre de su cuerpo pero él no lo sentía así; sentía que
aun tenia semen dentro de el, que las manos sudorosas de aquel hombre le laceraban las
muñecas y dañaban su cuerpo.

No había sido una violación, claro que no, aquello lo había decidido por voluntad propia. Nadie
le había puesto un cuchillo en la garganta o un revolver en la sien amenazándole conque se
quitara la ropa. Él mismo fue quien desabotono la camisa que llevaba. Fue el mismo quien se
abajo los pantalones. Fue el mismo quien, consiente de lo que hacía, le abrió las piernas a
aquel individuo. Pero también era cociente de que no había tenido elección.

Un nudo se le atravesó en la garganta.


—Tal vez deberías seducirle tu— dijo poniéndose de pie sin mirar a su gemelo. Tenia una
sonrisa triste— no se, juegos eróticos, vístete de algo sexy, una cena cursi ¡que se yo! tal vez
hasta podrías amarrarlo en la cama y hacer que te violara— rio ante su comentario. — hay una
tienda de sex-shop a tres cuadras, si quieres vas allá y busca ideas.

Y tras este comentario se marcho caminando lentamente. Con la vista gacha y el nudo en la
garganta.

Observo como la persona frente de si anotaba lo que decía, tal vez para después sacar una
conclusión acerca de lo que “de verdad” quería decir.

Miro sus zapatos incomodo. No le gustaba hablar con extraños. Además de que no entendía
porque tenía que ir allí, es decir, él no estaba loco.

“los psicólogos no son solamente para los locos Luis, para eso están los psiquiatras” Le había
dicho su hermano menor y se había dejado convencer de ir a ese lugar.

—entonces ¿Por qué estas huyendo de tu pareja? —pregunto la mujer de edad madura con
tono profesional.

—ya le dije que no es mi pareja. Solo tenemos sexo ocasional. Es todo— respondió algo
inseguro de sus palabras.

—no estas respondiendo a mi pregunta: ¿Por qué estas huyendo?

—no estoy huyendo…, es solo que… ¡ahhg no se! pero…, no quiero quedarme en la cama con
él después de una sesión de sexo ardiente. — hacia dos meses que había muerto su abuela y
desde entonces no se había acercado a Aarón, al menos no de la forma en que deseaba. Le
pagaba al chico para que fuera a buscar a sus hijos porque le tenía confianza, no confiaba en
los servicios de niñera que brindaban algunas instituciones. El chico no le daba problemas; se
llevaba bien con sus hijos, los mimabas, le hacia la comida, los bañaba y a veces cuando se
quedaba les contaba un cuento para dormir.

Era un perfecto niñero y estaba satisfecho de su trabajo, estaba seguro de que no tenía porque
preocuparse.

El problema era… era… era que… no entendía que estaba sucediendo con él. Solo quería tener
sexo con Aarón pero el chico quería más…, y en el fondo, tenía muchísimo miedo de darle
más…

—en otras palabras ¿quieres romper esa barrera que te impide expresar enteramente tus
sentimientos?

—¡no, eso no! Quiero algo que me ayude a forjar esa barrera, que la convierta en una muralla
china que nadie pueda derribar— explico calmada y pausadamente.

La psicóloga le observo por muchos minutos, analizando lo que había dicho. — solo quiero
volver a tener sexo con él pero sin preocuparme de corresponder sus sentimientos

La psicóloga seguía mirándole, con sus ojos de águila. Luis ya estaba nervioso, tal vez ella
estaba pensando ahora como mujer y no como psicóloga y como mujer seguramente estaría
pensando algo como: “pero que hombre mas perro y sucio. Ojala le monten los cuernos y lo
hagan sufrir hasta el cátcher”

—o sea que tienes miedo de decirle que…

—¡no lo diga! —La había interrumpido antes de terminar la frase— yo no dije que tuviera
miedo de… ¡de eso! —dijo un poco alterado. Respiro hondo y recupero su actitud habitual—
solo quiero tener sexo sin preocupaciones ¿entiende?

La psicóloga suspiro y comenzó a anotar algo.

—¿alguna pastilla que pueda ayudarme con eso? — pregunto inocentemente mirándola con
su cara de niño bueno. Ella aparto la vista de sus anotaciones y lo volvió a observar con sus
ojos de águila.
Eran las diez de la mañana. A las once debía de volver al instituto, tenia que hacer un examen
de matemáticas.

Por eso esperaba que su hermano saliese rápidamente, después de todo ya llevaba una hora
allí metido.

Cuando su hermano le comento que algo le inquietaba y que necesitaba hablar con algún
profesional Leandro le sugirió que fuese a una psicóloga. Ella no le diría que hacer porque seria
algo poco profesional sino que le daría las herramientas necesarias como para que él
resolviera sus inquietudes por si solo.

Pero Luis nunca de los nunca jamases había ido a un psicólogo así que él, el hermano menor,
tuvo que llevar a su hermano mayor a visitar a uno.

Eso era patético, y por eso se encontraba en la recepción del consultorio, esperando a que su
hermano saliese de allí.

Suspiro hondo. No le gustaban los sitios de consulta. Cuando hubo perdido sus memorias y
salió del centro psiquiátrico visito a innumerables psicólogos y había visitado a una cantidad
considerable de psiquiatras. Había tomado muchas pastillas. Todo para poder resolver el
enigma que aturdía a su mente insana. Y justo después de que recupero sus recuerdos no
volvió a pisar un consultorio medico.

Ya no lo necesitaba.

O eso creía…

La puerta del consultorio se abrió y su hermano salió.

—oh tenia tiempo sin verte Leandro, ¿vienes a una consulta como los viejos tiempos? —
pregunto la mujer de edad madura, aquella que había sido su psicóloga por mucho tiempo.

¿Qué si venia a una consulta? Oh no, claro que no. Nunca más iría a ninguna.

“pero debes ir querido” le susurro una voz al oído. “sabes que estas mal y necesitas ayuda” era
la voz de su abuela quien yacía sentada a un lado de él, solo que nadie la veía.
No dijo nada porque no estaba bien hablar solo y menos cuando estaba su hermano mayor
frente a él.

—ya no necesito más terapias—respondió con una sonrisa — ya me siento bien.

Salieron del consultorio. Afuera llovía. Luis hablaba de que odiaba los días de lluvia y un poco
de como le había ido pero en realidad no escuchaba, más bien escuchaba como su abuela le
regañaba por no ir a una consulta cuando realmente lo necesitaba.

Él no creía que necesitase ayuda. No estaba loco. O si lo estaba pero su locura no era delicada,
después de todo hablar con parientes muertos no le hacia daño a nadie, el truco estaba en que
nadie se enterase de eso, o sino sus hermanos lo llevaban a rastras a aquel centro psiquiátrico
que tanto odiaba.

Cuando llovía la ciudad se volvía un caos, las personas parecían hormigas intentando escapar
de la tormenta. Corrían a refugiarse en sus hogares, en alguna tienda o simplemente sacaban
sus paraguas e iban a tomar un bus público.

El hospital también se volvía caótico. La gente se desesperaba más, se llenaban las suelas de
los zapatos de barro y así entraban y ensuciaban el piso, entonces los bedeles tenían que
volver a pasar el coleto con irritación.

Santiago escribió unos medicamentos en un récipe y luego se lo dio a la mujer que lloraba
delante de él. Había tenido un accidente y su esposo estaba un poco delicado.

—muchas gracias doctor. — dijo la mujer un tanto desanimada. El apenas le sonrió y se


aproximo a ver a su siguiente paciente. Así era la vida en un hospital; gente que llegaba a cada
rato con una herida mortal de bala, o con una herida de navaja, o tal vez un accidente en
donde hubieron muchos muertos o como en otras ocasiones que se formaban coliseos en las
cárceles y entonces los presos llegaban casi al borde de la muerte.
Pero a él no le importaba demasiado. Había elegido esa vida. Le gustaba ayudar a la gente. La
mejor parte era cuando podía ayudar a alguien y entonces ese alguien le agradecía
infinitamente su ayuda y él se sentía más que feliz por eso.

Con el tiempo se había acostumbrado al ajetreo que brindaba el trabajo, a las noches de vela,
a los accidentes de tráficos, a los delincuentes heridos…, a las muertes…

Eso era lo que menos le gustaba de su trabajo; las muertes. Odiaba cuando una persona daba
su último suspiro de vida mientras estaba haciendo una operación o estaba tratando de
salvarle la vida. Su abuela había muerto en sus brazos, cuando intento ayudarla pero nada
pudo hacer, ella espiro por última vez.

Esa imagen de ella le quedo grabada en sus retinas, y en las noches cuando dormía tenia
pesadillas con ese día. Pesadillas con la muerte. Y cuando estaba solo las palabras de su abuela
le hacían eco en los oídos y se repetían una y mil veces. Eso le asustaba y por eso no quería
estar solo, prefería estar en el hospital rodeado de gente que le sacaba conversa, y no en su
solitaria casa en donde las paredes parecían enormes.

Le había empezado a temer a la soledad…

Suspiro largamente. Eso era un poco cobarde lo que estaba haciendo, pero no quería estar
solo en su casa…, tal vez si tuviera compañía… tal si hubiera alguien que estuviese a su lado…

—Vamos a almorzar— escucho que le decían, apenas alzo la vista y la vio a ella allí. La madre
de los gemelos, ella era enfermera. Puso cara de aburrido. — ¿estas sordo o que? — dijo esta
vez con acides. Él la miro largamente, ¿Por qué tenia que ser ella precisamente quien tenia
que invitarlo a ir a almorzar? Aunque bueno, no se le podía llamar almuerzo. Eran las dos de la
tarde. Y a las dos de la tarde no se almuerza, eso más bien vendría siendo como una pre-
merienda.

—¿y porque querría ir contigo a almorzar?

—si no quieres ir no me importa, pero deja de poner esa cara de deprimente a punto de tirarse
de un edifico. Asustas ¿sabes? — y tras esto se dio la vuelta y procuro marcharse.
—¡E-Espera…!—la siguió. — esta bien, voy contigo. — Santiago creía que era mejor estar con
mala compañía que estar solo.

Ella solo suspiro un poco fastidiada. Ese narcisista era todo un dilema. Ni siquiera lo espero y
continúo caminando. Al poco rato Santi le alcanzo y caminaron de la par. Justo afuera la
esperaba un taxi que la llevaría a algún restaurante, afuera llovía por lo que saco el paragua, se
cubrió y fue hasta el auto. A Santi no le importo mucho mojarse, tampoco es que odiase a la
lluvia sin embargo no entro en el auto, se quedo frente a la puerta del copiloto esperando.

—¿y ahora que? — pregunto ella al ver que no entraba y entonces sus ojos se abrieron con
ligera sorpresa. — no me dirás que ahora también quieres que te abra la puerta.

—soy un príncipe ¿Qué esperabas? — la mujer rodo los ojos. Ese sujeto era alguien irritante.
Era alguien con un ego que flotaba muy cerca de los satélites Aqua y Terra, o quizás un poco
más arriba. Cansada de tanto melodrama se subió al auto. —esta bien, esta bien. Solo estaba
bromeando. — se apresuro a decir mientras entrada a prisa dentro del taxi. —por cierto,
también tienes que invitarme el almuerzo. No tengo ni un centavo en el bolsillo.

Ella suspiro nuevamente. Quien la había mandado a decirle que fueran juntos a almorzar.

El sonido de las caricaturas llenaba la casa. La niña veía Tom y Jerry mientras el niño estaba en
su corral entretenido con los juguetes.

Ya era bastante tarde pero no podría irse a su casa debido a la lluvia.

Continúo lavando los platos.

—¿y como hiciste para ir a recoger a los niños? —pregunto Luis quien yacía sentado en una de
las sillas del comedor, observando como el niñero lavaba los platos.

Aarón recordó que hoy soltaban a los niños a la misma hora por la lluvia y no podía estar en
dos lugares a la vez, o tal vez si podía, al menos físicamente.
Tenía un gemelo. Alguien completamente idéntico a él.

Por eso le pidió ayuda a su gemelo y que su hermano buscase a la niña Mariana mientras él
buscaba al pequeño Marcus.

—le pedí a mi hermano que me ayudara.

—ah cierto. Tu hermano. Después de todo ustedes son gemelos y pueden intercambiar de
lugares… —el castaño apoyo la cara en una de sus manos. Una pregunta se formulo en su
mente.

Los gemelos Vásquez.

Eran tan idénticos que seria muy difícil identificar cual era cual. Lo que los delataba era el
carácter, la actitud que tomaban antes las situaciones. Pero si ellos querían muy fácilmente, y
con una buena actuación, podían tomar el lugar del otro y hacerles bromas pesadas.

—¿nunca has intercambiado de lugar con tu hermano? —la tacita de porcelana que Aarón
lavaba se callo de su manos. Los cristales rotos crujieron en el suelo.

El sonido de la porcelana al romperse hizo eco en la cocina.

Luis se extraño.

—S-Solo lo hicimos un-una vez —se apresuro a decir bastante nervioso mientras se agachaba
para recoger los cristales rotos. —solo fue una vez…, una vez… ¡y nunca hice nada malo!

—¿Aarón, estas bien? — se asustó al ver la imagen del pelirrojo, todavía de rodillas en el suelo,
recogiendo la porcelana rota y temblando, como si tuviera miedo...

Se acerco a él.
—oye te estas lastimando. Déjame ayudarte. — le quito la porcelana rota. Se había lastimado
con ella y ahora le estaba saliendo sangre de la herida.—tranquilízate. Solo era una pregunta.

Pero el pelirrojo no lo escuchaba del todo y seguía hablando:

— Adrián se enojo tanto conmigo… —su voz denotaba cierta tristeza y amargura— no tuve
elección, ¡pero solo fue una vez!…una vez…

—¿no me digas que…, te has acostado con mi hermano haciéndote pasar por Adrián?

—¡no, no…! ¡Yo…, no hice nada malo! ¡Solo fue una vez!... un juego… solo fue una vez, una
vez… una vez… no hice nada malo

Pero seguía sin mirarle a los ojos y con las manos temblándole.

Estaba demasiado nervioso y eso a Luis le pareció muy extraño.

Eran las seis de la tarde. Las seis con cero, cero minutos. Y estaba lloviendo. Era casi una
tormenta.

Maravilloso.

Aparto la vista de su reloj de muñeca y contemplo con interés la forma en que las gotas de
lluvia caían desde el cielo, formando luego un charco en el suelo.

A su parecer eran gotas suicidas…

Ellas se tiraban del cielo, y morían en el suelo.


Fascinante ¿no?

Pero su reflexión realmente no importaba demasiado; los pensamientos en los días de lluvia
iban y venían a la velocidad de la luz. Por momento pensaba que el cielo estaba cansado de
cargar tanta agua y la soltaba, otras veces pensaba que un cielo gris daba señales de mal
augurio pero otras veces pensaba como hoy; que las gotas de lluvia eran suicidas.

Tal vez eran pensamientos vacíos e incoherentes pero le agradaba pensar en eso.

—Un genocidio climático— susurró mirando la lluvia desde la ventana. Sentía el frío del cristal
bajo su mano. La humedad del vaho mojó su piel pero no le importó. Y cuando apartó la mano
del vidrio se quedó mirando su propia huella…, que luego se borro con el vaho que se deslizo
de sus finos labios.

Era temporada de lluvia. Le encantaba esa temporada porque sentía que podía dormir bien. De
pequeño se quedaba dormido cuando las gotas de lluvia tocaban tímidamente el techo de zinc
de su casa, pero a veces la lluvia era brusca y ruda con su toque, lo maltrataba y entonces el
techo de zinc, en protesta, se hacia resonar con toda su fuerza.

Pero al fin y al cabo ese sonido era el que más le gustaba de la naturaleza. Por eso odiaba las
casas de platabanda, con sus techos elaborados de concreto, con esos techos nunca podía
sentir cuando la lluvia llegaba.

Así que tenia que conformarse con el sonido que hacia al repicar en la ventana de cristal.

Grandes y gruesas gotas de lluvia tocaban con rudeza el cristal transparente, casi como si
quisiera romper la ventana para poder alcanzarle.

Rio vacíamente ante su pensamiento.

Si claro, como si la lluvia quisiera tocarle.

—llevas veinte minutos en la misma posición. — aquella voz lo saco de sus divagaciones.
Acostumbraba a divagar demasiado para su propio bien. Apenas giro la cabeza para mirar a su
interlocutor. Observo la larga cabellera ondulada de color negro y los ojos azules que le
miraban divertido.

Sintió todos los músculos en tensión. Desvió la mirada hacia la ventana. Ella no podía estar allí,
no podía. El respirar se hizo difícil y empaño de vaho la ventana nuevamente.

—ah ya se que vas a decir. Puedo adivinarlo. No pensaste que viniera a verte hoy ¿cierto?

No respondió y siguió contemplando la lluvia. Trataba de convencerse que ella no estaba allí.

—¿Qué haces aquí? —indagó con la voz temblorosa—. ¿Qué quieres? Déjame en paz.

Desde hacia tiempo que veía a sus parientes muertos. Pero a ella no la había visto y en el
fondo no le agradaba verla. No quería verla. Apretó sus nudillos.

—dijiste que ibas a dejarme en paz después de dejar esas rosas en tu tumba.

—ah si, claro. Las rosas. Como olvidarlas.

Justo entonces la puerta se abrió y la cabecita de Adrián se asomo por la rendija. Observo
curioso dentro del cuarto de su amante; todo estaba en penumbras, la lámpara apenas
iluminaba el cuarto.

Pero eso no fue lo que le extraño.

—¿con quien estabas hablando? — pregunto con la incertidumbre dominando su mente.


Leandro, respiro tranquilo, se alejo de la ventana y fue hasta su amor.

—con nadie. Solo pensaba en voz alta— respondió con una sonrisa encantadora.

Adrián no se creyó ese cuento.

—No es cierto. Estabas hablando con alguien. Lo se, te escuche conversando. —lo miro
fijamente. Él no era idiota, en esa habitación estaba alguien más pero ¿Quién?
—si desconfías puedas revisar la habitación. No hay nadie.

Adrián prendió las luces del cuarto para ver mejor y rápidamente recorrió el cuarto en busca
de ese alguien… reviso debajo de la cama pasando por el closet para terminar revisando el
baño que estaba en el cuarto pero no encuentro a nadie. Sólo las cortinas ondeando, el aire
gélido que son lo único que está fuera de lugar…

Ahora se sentía un poco desconcertado.

Aun sin creerse eso se acerco a la ventana, la abrió a pesar de la ruda lluvia que hacia. Estaba
desconcertado, no lo creía posible, si alguien entró pues no podría saltar del quinto piso así no
más.

Solo los gatos saltaban así y caían de pie...

—Te dije que no había nadie— dijo Leandro cerrando la ventana para que su niño mimado no
se mojara.

Adrián frunció el ceño.

Con la duda plasmada en sus ojos miro a su amor quien se había alejado para buscar una
toalla.

—No seas paranoico. Ya revisaste el cuarto y te diste cuenta de que no hay nadie —dijo
Leandro un poco cansado secando los cabellos rojizos del chico.

Anda ¿Qué pasaba allí? Adrián no era estúpido y algo estaba ocurriendo a sus espaldas.

Estaba convencido de que Leandro conversaba con alguien.

Estaba seguro de que había alguien más.


Mientras Leandro, secando el cabello de su niño, pensaba que las cosas se estaban saliendo
poco a poco de control. Adrián no se quedaría de brazos cruzados, lo conocía lo suficiente
como para saber que de ahora en adelante prestaría más atención en los momentos en que el
se “encontraba” solo.

Debía de tener cuidado. No quería que lo pillaran hablando solo, no quería que Adrián se
enterase de eso, le causare mucho dolor y muchas preocupaciones. Pensó que, tal vez, eso que
le estaba sucediendo se volvería algo insostenible, y no deseaba caer otra vez a lo más
profundo del pozo.

En ese momento empezó a temer que, quizás, tenía demasiados vidrios rotos dentro de su
cabeza…

Cap 2: secretos

tor: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola queridos lectores!! Me he dado cuenta de que hay personas que están empezando a
seguir esta historia y que han sido fan desde el principio y eso me emociona mucho! :D muchas
gracias por su seguimientos, por sus comentarios tanto por acá como a través de twitter y por
sus apoyo incondicional ^-^ me animan a seguir adelante con este proyecto.

Oh por cierto, hay una leve escena lime de una pareja a la que lo le he escrito lemon -.- me da
penita pero igual lo escribí aquí, es muy leve pero igual os aviso para que no quedéis
traumados cuando lo leáis jajaja

He visto que varios lectores están confundidos pero calma señores, calma, pronto las cosas se
desvelaran pero mientras tanto seguiré confundiéndolos aun más xD He aquí el segundo
capitulo de esta historia:
Y tú todavía no respondes…

Still Doll (1)

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Capitulo 2: Secretos

Habían llegado a un hogar nuevo. Una casa no muy alegre, que no tenía friso en la pared pero
si había gatos, muchos gatos.

—¡que lindos! — exclamo entusiasmado el niño señalando uno de los pequeños animales. Se
acerco corriendo al gato y lo abrazo como si fuera un oso.

Estaba atardeciendo y al fin habían encontrado un lugar donde quedarse, al menos


temporalmente.

Estaba cansada de ir y venir hacia lugares.

La mujer de cabello rojizo se sentó en la orilla de la cera. Cerró los ojos un momento,
analizando el lugar a donde habían ido a parar.

La casa no era bonita. Ni siquiera llegaba el agua como debía pero confiaba en que pronto
todo se iba a solucionar.

Ahora estaba fuera de la casa, sentada en la orilla de la cera. Miro a los niños gemelos.
Al menos los había sacado de ese lugar…

— ¿nos vamos a quedar aquí? —pregunto el niño con el gato en sus manos.

—yo creo que si—dijo con un suspiro la joven dama.

—¡oíste Aarón, por fin nos vamos a quedar en un lugar! —exclamo alegre el niño mirando a su
hermanito.

—Niños vengan acá—llamo algo cansada. Debía poner algo en claro. —no quiero que se
llamen por sus nombres ¿entendieron? —hubo dicho cuando los gemelos se le acercaron.
Tenía una expresión seria en el rostro. —de ahora en adelante ambos se llamaran diferentes,
no deben dejar que nadie sepa sus nombres.

—pero… ¿Por qué? —pregunto intrigado uno de los niños

—porque yo se los digo. —los niños asintieron no muy seguros de como tomar aquello—
Adrián, tu te llamaras Elías. Y tu Aarón te llamaras Manuel

—¿y a él como lo llamaremos? —pregunto el gemelo que tenía el gato en las manos,
señalando al hombre que acababa de salir del lugar que se seria su hogar. La mujer miro a
quien señalaba el niño. Luego miro a los infantes.

Y con un tono un poco menos que lastimero respondió.

—a él lo tienen que llamar «Papá »

Adrián no era la clase de persona que pensase demasiado, era más bien de esas que actúan
rápido y a veces eso estaba mal, porque era mas satisfactorio pensar antes de reaccionar, que
reaccionar antes de pensar… pero como no era de ese tipo de personas entonces reaccionaba
demasiado rápido. Odiaba eso porque luego quedaba en ridículo.

No se había detenido a pensar la primera vez que vio a Leandro en su instituto y prácticamente
se le lanzo a los brazos.

Tampoco se detuvo a pensar si su presencia en realidad lastimaría a su amor.

Y mucho menos se detuvo a pensar si lastimaría a alguien con el hecho de que estuviera con la
persona que él quería.

Y por supuesto tampoco se había detenido a pensar cuando escucho que Leandro hablaba con
alguien. No se lo había pensado ni una vez antes de entrar rápidamente al cuarto para
descubrir al usurpador o a la usurpadora que estaría metida en el cuarto de su amante.

Por un momento la idea de que Leandro estuviese con alguien más en la habitación que
compartían, le enloqueció momentáneamente. Pero reviso el cuarto y no había nadie…

“dijiste que ibas a dejarme en paz después de dejar esas rosas en tu tumba” eso había dicho
Leandro. Pero ¿a quien le había regalado rosas el estúpido ese? ¿A quien le estaba hablando?

No entendía que sucedía.

Al revisar el cuarto no había nada.

"pero estoy seguro de que alguien estaba en la habitación" se dijo a sí mismo mientras el
cuerpo de Leandro, desnudo a su lado, se removía entre sueños.
Era tarde. Muy tarde, casi las doce de la noche pero se obligo a sí mismo a mantenerse
despierto hasta que llegara. No se iba a dormir. No señor. Tenia que esperar a Alan, por eso
siguió mirando el noticiero en la televisión.

Todas las luces estaban apagadas y con la lluvia hacia un frio enorme, pero no se fue a la cama,
en cambio se quedo allí, sentado en el suelo mientras abrazaba las delgadas piernitas.

Escucho el cerrojo abrirse.

Y finalmente pudo respirar tranquilo en cuanto vio la melena rubia entrar por la puerta, a
pesar de que todo estaba oscuro pudo verlo claramente. Millones de veces había dibujado su
silueta en su mente y su sonrisa se le había quedado grabada en la memoria, como un cd que
repite todo el tiempo la misma canción.

—¿Mario? ¿Qué haces despierto a esta hora? —un poco preocupado se acerco a su canario.

—¿Dónde estabas? —había ignorado su pregunta. Es más, estaba casi seguro de que más que
una pregunta era una orden. Suspiro un poco. No quería empezar una discusión.

—Tuve trabajo de más— respondió mientras miraba las piernas desnudas del niño, aquella
visión le hizo olvidar por un momento lo que estaba diciendo. Pero él sabía contenerse, por
muy lindo que fuese su canario.

Mario se dio cuenta y se cubrió las piernas con la manta que tenia

—No me hace gracia que estés tan tarde en la calle —replicó el niño avergonzado poniéndose
de pié— Me voy al cuarto.

No le hacia nada de gracia que llegase cuando quisiese. Había estado tan preocupado por el. Ni
un mensaje. Ni una llamada para avisarle que estaba bien y que llegaría tarde. Nada de nada.
Por eso había discutido un par de veces.

Y es que a veces no soportaba la idea de tenerlo demasiado tiempo lejos. Tenía miedo. A pesar
de que su tío estaba muerto. A pesar de que no le importara demasiado a su padre, tenía
miedo. Miedo de que en cualquier momento un oficial o alguien vinieran a busca a Alan por
corruptor y secuestrador y entonces se lo llevaran a una cárcel.
Y por eso, cuando llegaron a ese modesto lugar en el vivían actualmente, habían dicho que
eran primos. Y cuando Alan salía temprano del trabajo y lo iba a buscar en la secundaria y sus
compañeros preguntaban, él les decía que Alan era su tío.

Todo para que nadie descubriese que tenían una relación. Que eran parejas. Que tenían sexo
igual que todas las parejas… que se querían a pesar de que Alan fuese casi ocho años mayor
que él.

Pero estaba seguro de que la gente, sus vecinos, sus compañeros no se creían demasiado ese
cuento de que eran primos. De que eran familias.

Tenia miedo de que alguien se diese cuenta de lo que sucedía en realidad y entonces llamarían
a la policía para denunciar al depravado sexual que se acostaba con niños. Para denunciar al
pedófilo. Porque es que él era tan pequeñito, tan jovencito que seguro pensarían que estaba
allí obligatoriamente y no porque realmente quería estarlo.

Se encerró en el cuarto y se acostó en la cama.

Alan lanzo un suspiro entristecido, realmente no la estaba pasando bien desde que a Mario
entro en la dichosa adolescencia y le habían empezado a picar los celos y los miedos. Entendía
el porque y por eso se fue al cuarto, se quito los zapatos, la camisa y se acostó al lado de su
canario, pero él seguía molesto, lo sabia porque le estaba dando la espalda.

—Te quiero Mario— le dijo en un tono dulce de miel derretida. Mario cerró los ojos
fuertemente, negándose a aceptas sus disculpas y tratando de controlar los desesperados
latidos de su corazón que se apresuraron al escuchar aquella declaración. Quería estar más
enojado con él pero eso era casi imposible. Se dio la vuelta para verle la cara. Estuvo cara a
cara con él pero siguió con los ojos cerrados y en cambio, le apretó la mano sin querer soltarle.
Quería estar enojado con él por más tiempo… pero no era tan orgulloso, pero a veces si
deseaba ser un poco más orgulloso. Con el enojo aun lado se atrevió a preguntar:
—¿Alan, me das un beso? —pregunto a pesar de que se moría de la pena por preguntar algo
así.

—todos los que quieras mi canario.

Otra noche sin que sucediese nada. Luis había decidido dormir en el mueble mientras él
dormía en la cama. De verdad que no entendía que sucedía así que ahora no dejaba de pensar
qué habría pasado, si habría hecho algo mal, o tal vez se había cansado de su mal carácter, de
sus labios y de su cuerpo.

Creyendo que tal vez su imagen no le atraía se había empezado a perfumar y a esmerar un
tanto más en su apariencia.

Incluso había venido hoy más arreglado de lo normal. Un poco más atrevido pero ni así le
miraba. ¿Acaso Luis estaba saliendo con alguien? ¿Acaso ese bastardo le gustaba otra
persona? ¿O es que ya no le atraían los hombres? ¿O tal vez ya no le gustaban los niños como
él? ¿O tal vez es que, por fin, había sentado cabeza y quería dedicarse única y exclusivamente
de sus hijos?

A pesar de todas las dudas que surgían en su cabecita no era capaz de preguntarle nada ¿Qué
iba a decirle? ¿Qué esperaba que le dijera? Su relación siempre fue así, no había palabras.
Además de que temía la respuesta. Por alguna extraña razón sabia que si preguntaba sus
dudas serian saciadas pero también estaba seguro que si sabía la respuesta el corazón se le iba
a partir en mil pedacitos.
Tal vez debería seguir el consejo de su hermano y seducirle, pero sentía que si hacia eso iba a
caer muy bajo. Se suponía que Luis es el que debería estar detrás de él y no al revés.

Tal vez podía hacer una cena un poco romántica… al menos así no delataba tanto sus
sentimientos o eso creía. Una cena común pero con un toque romántico. Tal vez hasta con
unas velas, o algo de champagne.

Pero era algo estúpido porque ellos no tenían una relación formal. Aceptaba que su relación
no tenía ningún sentido, que era completamente extraño el que se preocupase tanto por una
persona que no hacía ni el mínimo esfuerzo por agradecérselo. Pero no podía evitarlo. Por más
que quería no podía dejar de pensarlo.

Frunció el seño.

Lo estaba haciendo otra vez. Estaba pensando demasiado en vez de dormir.

Miro el reloj de mesa. Dos de la mañana.

Suspiro cansado.

Otra noche de insomnio.

Se removió en las sabanas. Cuando dormía Luis a su lado el insomnio desaparecía y sentía que
por fin podía dormir tranquilo sin que nada le molestase.

Y eso le fastidiaba.

Incluso allí ese militar estúpido estaba entre sus pensamientos.

Se sentía un poco más que enfadado, es decir, esa bestia se había adueñado de todo con
referente a si mismo; había usurpado su vida robándole besos. Después había usurpado su
mente con su imagen. Había usurpado su cuerpo, sometiéndolo a dolorosas placenteras
sesiones de sexo. Había usurpado casi todo de él, ¡hasta había usurpado su cocina! Pues,
desde que comenzó a trabajar para él, le cocinaba no solo a los niños sino también a ese
bastardo y, en aquellos momentos moría de ganas de que le dijera que la comida había estado
deliciosa. Y justo ahora usurpaba sus pensamientos pues no hacia otra cosa que pensar en
aquel desgraciado.

Y por su mente desfilaron escenas censurables entre Luis y él, ideas que apartó con una fuerte
sacudida de la cabeza.

Estaba empezando a creer que su hermano tenía razón: tenía la mente sucia.

Se levanto de la cama y fue a averiguar su Luis dormía. Se asomo desde la puerta y vio que el
militar dormía a pierna suelta.

—esta dormido—susurro. Se devolvió al cuarto y empezó a registrar todo con calma. Debía de
haber alguna huella o evidencia de que Luis tenía una amante. Reviso los cajones del cuarto. El
closet, reviso en la ropa sucia, cada una de las camisas del castaño, las olio buscando algún
rastro de perfume de mujer o incluso alguna huella de un beso hecho con lápiz labial pero no
había nada. O tal vez alguna nota escrita en una servilleta con el número telefónico de alguien.

Un poco decepcionado de fue a la cama para ver si podía dormir. De verdad que se estaba
volviendo un poco mas que paranoico.

De rodillas, el jovencito se apoyo sobre la cabecera de la cama cuando su rubio amante se


disponía a prepararlo. Soltó un jadeo en el mismo instante en que aquellos enormes dedos
embarrados de lubricante entraron en su cuerpo. Respiró hondo para tratar de controlar los
acelerados latidos de su corazón, el cuerpo entero le temblaba tanto lleno de emoción como
de una pizca de miedo.

Cerró los ojos con fuerza y expulso agitadamente el aire retenido en sus pulmones cuando los
dedos comenzaron a moverse.
Un gemido abandono sus labios. Agacho la cabeza y las puntiagudas mechas de su cabello se
balancearon en el aire.

Entonces, ladeo la cabeza y observo como su entrada era abandonada por aquellos dedos y en
cambio el cuerpo del mayor se pego al suyo. Sintió el calor emanar de todo el cuerpo y la
respiración se agito aun más. Sus normalmente pálidas mejillas se tiñeron de carmín cuando
lo sintió tan cerca. Suavemente su amante poso una de sus manos en su frente y le apoyo la
cabeza en su pecho. Le tomo de las caderas y empujo suavemente para acabar de entrar

— Aah…—gimió un poco sorprendido mientras las piernitas y el cuerpo entero le temblaba.


Pero se sintió feliz de tenerlo dentro de si, notaba la intrusión de aquel sexo con una claridad
que le aturdía, podía percibir su calor y su dureza.

Apenas uno segundos bastaron para que su cuerpo se adaptase al diámetro de aquel pene. Y
luego la carne de su amante salió lentamente de su interior y luego se enterró en su interior
con fuerza, y ese procedimiento se repitió una y otra vez, una y otra vez, y otra, y otra... tanto
que se tuvo que sujetar con fuerza para no flaquear. Las embestidas eran duras y rápidas,
constantes como si el hombre fuera una máquina incapaz de parar, descansar o simplemente
variar de ritmo antes de lograr su relajo.

—Te quiero Mario— jadeo el rubio con el sudor impregnando su frente y sin detener sus
constantes y erráticos movimientos.

— Aah, Alan…

En la mañana Leandro fue a dar clases de física y matemáticas como solía hacerlo desde hacia
un año. Suspiro largamente, aun no podía creer que hubiese pasado casi un año desde que se
reencontró con el chico de cabello rojizo y muchas pequitas en la nariz. Ese niño que conoció
de dieciséis años ahora contaba con diecisiete, lo había cumplido el mes anterior y lo habían
celebrado con algo de alcohol, fresas y nata y mucho sexo.
Incluso aun podía oír la forma en que su alumno jadeaba su nombre cada vez que golpeaba sin
piedad su próstata. Por eso mismo no se podía centralizar.

Eran las nueve con diez minutos de la mañana e intentaba explicar algunos ejercicios de física y
se estaba trabando a mitad de cada frase. Le estaba costando bastante trabajo concentrarse
en lo que decía.

—Tienen que utilizar la ley de Adrián— Los alumnos lo contemplaron confundidos, ¿Ley de
Adrián? ¿En que momento habían visto esa clase? Leandro se dio cuenta de su error— Perdón,
la Ley de Newton. —Y se oyó suspiro colectivo. Los chicos se sumergieron en sus cuadernos y
el profesor respiró aliviado.

Sin embargo había una mirada divertida en uno de los estudiantes que no le hacia nada de
gracia.

Pronto culmino la hora y los alumnos salieron en estampida hacia su siguiente clase. Leandro
guardo sus cosas en el maletín. Estaba mentalmente fatigado, se sentó a su escritorio.

Pensó en lo que había sucedido ayer…

—¡sabia que tenía una relación prohibida con su alumno! —Leandro parpadeo un segundo
antes de darse cuenta de lo que realmente acontecía. El joven que acababa de entrar tendría
la misma edad de Adrián o tal vez más. Los cabellos rubios formaban rulitos en su cabeza y los
ojos azules le miraban de forma demasiado divertida, el profesor reconocía que ese era un
alumno del instituto y al cual daba clase constantemente — siempre supe que había algo raro
entre ustedes.

—¿de que esta hablando, joven? —Leandro trago saliva un tanto nervioso. Quería hacerse el
loco con lo que sea que estuviese pasando por la cabeza de aquel jovencito.

—¡pues del beso que se dio con Vásquez, de que más!


—¿Cuál beso? No me he besado con nadie— trataba de mantener la calma y fingir que no
sabia de que estaba hablando, pero ya estaba comenzando a sudar frio.

—¡claro que si! —Afirmo con gesto de enfado el muchachito de los rulos— Vásquez le pidió un
beso y usted se lo dio, ¡usted le metió la lengua en la boca! —El profesor sintió que se le abajo
la presión sanguínea. “Que alguien llame a la puerta…” suplico el castaño con el corazón
bombardeándole a mil “que suene el teléfono por favor, que se abra la tierra y me trague…
¡huracán!... ¡terremoto!... ¡maremoto! ¡Lo que sea Dios, lo que sea!! — ¡es más, Vásquez
hasta le agarro el pene por encima de la ropa! ¡Yo lo vi!— con esa aclaración fue suficiente
como para que el alma de Leandro fuese a descansar atormentado en otro mundo.

El muchachito sonreía triunfal.

—así que no me niegue nada porque yo lo se todo— aclaro mientras le sacaba la lengua
infantilmente. —Lo estaré vigilando profesor Leandro…— dicho esto se dio la vuelta y se
dirigió a la puerta metiéndose las manos en los bolsillo del pantalón gabardina.

—Espera— demando Leandro aparentando seriedad. El chico se detuvo— no se lo dirás a


nadie ¿cierto?

—eso lo veremos mañana…

Dijo antes de proseguir con su marcha.

Leandro todos los días en el instituto tenia que lidiar los niñitos de mamá, el club de fans
femenino y los delincuentes juveniles que había en el instituto. Y ahora también tendría que
lidiar con cierta personita que lo había visto besarse con su alumno.

—Debe ser realmente emocionante tener una relación de ese tipo— “pensando en el rey de
Roma…” Leandro levanto la vista hacia su interlocutor y lo miro lánguidamente.

Menudo lio en el que se había metido.


Los ojos claros como el agua se fijaron en él de forma divertida.

—¿Qué es lo que quieres para que guardes el secreto? —pregunto guardando el celular en el
bolsillo del pantalón. —¿dinero? ¿Puntos extras? ¿Qué te pase la materia?

El chico con el uniforme del colegio lo miró con curiosidad.

—no querrás que me acueste contigo ¿cierto? — pregunto con el escepticismo, el horror y la
duda embargando su tono.

—¿acostarme con usted? — se había sonreído burlón por la forma en que lo había dicho. Lo
miro detenidamente y se lo pensó por un par de minutos, y al fin se dignó a responder con una
sonrisa ladina aún adornando su rostro— Bueno...no se lo tome a mal profe, pero usted no es
mi tipo.

Por supuesto que Leandro no se tomaría eso a mal. De hecho hasta era un alivio saber eso.

—por alguna extraña razón me gustan los militares o los policías. Es una extraña aberración. —
comento distraídamente. — una vez salí con un tipo que era militar y la tenia enorme. Era
casado, no lo sabia, y su esposa nos encontró follando. Sabrá Dios que habrá sido de ese tipo…
tal vez su esposa lo castro.

—esa historia me parece familiar pero preferiría que no fuese tan detallista. Sigo sin entender
su punto. ¿Qué es lo que quiere?

—Sólo quiero hablar contigo un rato

—¿Hablar?

Leandro parecía incómodo. Suspiro un poco y saco un paquete de chocolatinas de su maletín,


Oh si, Leandro era un goloso, siempre andaba con algo de comer, por lo que comenzó a comer
los dulces, unos caramelos de chocolate despacio, mirándolo fijamente.

—¿de que quieres hablar?


—pues de como se la mete a Vásquez—Leandro se atoro con el caramelo de chocolate y
empezó a toser incontrolablemente debido a la sorpresa y el shock que le había causado
aquella pregunta.

—¿Qué…?— aun estaba anonado y sorprendido. Pero el chico ni pendiente estaba de lo que él
pensaba y en cambio continúo preguntando, manteniendo aquella sonrisa traviesa y
juguetona.

—usted la debe tener grande ¿verdad? Si, estoy seguro de que la debe tener grande. ¿A
Vásquez le duele cuando se la mete? ¿Chilla? ¿Grita? ¿Llora?

—No estarás hablando en serio— ¡él no podía creer que ese chiquillo de diecisiete años le
estuviera preguntando semejante cosa! ¡Pero que juventud la de ahora, Madre Santísima! Casi
hasta sentía deseos de santiguarse.

Leandro realmente estaba en estado de shock.

—¡claro que estoy hablando en serio! Yo quiero hablar de las cosas vergonzosas que le hace a
Vásquez. —respondió como si fuera lo más natural del mundo, pensando más bien en que
comenzaba a darle hambre—si no me sacia la curiosidad me temo que le acusare con la
directora.

El profesor cerró los ojos con fuerza durante unos segundos. Contando hasta diez y al reverso
para no perder la paciencia. Al abrirlos, el joven Méndez aún seguía ahí, mirándolo con su
expresión sonriente y maligna.

Mierda.

—¿Por qué quiere saber todo eso Joven Méndez?

—Le doy permiso para que pueda llamarme por mi nombre; soy Asdrúbal por si no lo sabe—
acoto tranquilamente. Leandro se negó a hacer eso, porque eso seria empezar a
“familiarizarse” y Leandro no quería eso. No quería un segundo Alan irrumpiendo en su
privacidad y lo que hacia en la cama con su amante. Suficiente tenia con su mejor amigo que,
ahora, estaba bien lejos de donde estaba.
Además de que como podía olvidar el nombre de “Asdrúbal”. El siempre tan ordenado y
perfecto siempre recordaba todos los nombres e incluso sentía que su mente los archivaba
todos en un archivero y estos lo ponían en categoría. Y también por orden del alfabeto. Y por
supuesto que el nombre de Asdrúbal estaba en su casillero mental, era un nombre que
empezaba con “A” de avión” al que le seguía la letra “S” de sopa y que estaba almacenando en
su memoria en la categoría de “niños de mami”, “saboteador de clases”

El chico siguió hablando, contestando, esta vez, la pregunta que le había hecho anteriormente:

—y el del porque quiero saber esto pues…. no se ¿morbo? ¿curiosidad tal vez?… es que este
instituto es tan aburrido que nunca pasa nada bueno, y ahora, por fin, ha pasado algo bueno,
extraordinario, increíble y emocionante: he descubierto que usted mantiene relaciones
sexuales con Vásquez. Seguro que hasta tuvieron sexo en la primera cita...

Una mínima porción de tinte rosado vaciló en posarse sobre las mejillas del profesor pensando
en que ni siquiera tuvieron una “primera cita” antes de que tuvieran intimidades.

Carraspeo un par de veces.

No estaba dispuesto a saciar la curiosidad de ese joven.

— Disculpe usted, joven Méndez pero no puedo saciar su curiosidad con esta bochornosa
conversación. No se que es lo que le ha llevado a realizar dichas preguntas, por lo que ignoro
de qué forma se ha golpeado la cabeza para decir pensar semejantes barbaridades... pero no
deseo averiguarlo...no voy a platicarle sobre mis intimidades.

Dicho esto se puso de pie y tomo sus cosas, se estaba disponiendo a ir a su próxima clase.

—¡¿Qué?! ¡¿Y porque no puede decirme todo eso?!

—porque me sentiría a la mar de incómodo

—¿entonces, no me vas a decir nada?

— Me niego categóricamente.
En ese momento estaba sonando su celular, signo de que alguien le estaba llamando ¡al fin!
Dios había escuchado finalmente sus oraciones y le había mandando una llamada. ¿O caso tal
vez era Dios que lo estaba llamando? ¿Qué podría decirle, algo como: Leandro deja tus
pervertideses y encamínate en el camino de la verdad y rectitud?

Que vah, ni que fuese un santo para que Dios le llamara directamente.

Apartando sus desvaríos de su loca cabeza se dispuso a contestar.

—Buenos días— hablo con voz cotidiana y educada. El chico Asdrúbal le hizo seña con las
manos, como diciéndole “te estoy vigilando” tras ese gesto se marcho a su próxima clase.
Leandro supo que ese chiquillo no se iba a quedar con esas. Suspiro un poco y escucho la voz
tras el auricular. Era Santiago. — Nunca pensé decir esto, pero estoy realmente feliz de que me
hayas llamado— comento con una sonrisa. De verdad que agradecía a Dios el haberle
mandado esa llamada.

—¿y eso porque? — pregunto con curiosidad la voz suave de Santiago. Le sorprendía que su
hermano le dijese algo como eso.

—nada en especial. ¿Y porque llamas? — Santi del otro lado de la línea, se apoyo en la pared
más cercana y observo con curiosidad la mancha de barro que había osado ensuciar sus
lustrosos y negros zapatos.

Menuda lluvia que siempre dejaba charcos.

Se metió una de sus manos dentro del bolsillo de la bata blanca. Luego miro la hora en el reloj
que estaba en la pared.

Nueve y media de la mañana.

Finalmente hablo después de un largo silencio.

—Quería saber si hoy puedo quedarme en tu casa— respondió un poco nervioso. Hoy le
tocaba día libre. Podía ir a descansar pero no quería ir a dormir a su casa. No en ese lugar en
donde las paredes parecían enorme y la soledad se hacia presente.
Todavía Leandro no respondía. Santi suponía que estaba pensando en que responder.
Finalmente la respuesta llego.

—por mi no hay problemas. —respondió tranquilo su hermano menor. El rubio doctor cerró un
momento los ojos. Estaba tan cansado, estresado y la voz de Leandro, en la mañana, era suave
y como un tranquilizante que le ayudaba a dormir.

Era como una pastilla que le sosegaba todo los nervios.

Luego frunció el seño al recordar algo.

—pero ese niño no va a estar en tu casa ¿o si? — pregunto con un toque de desprecio en su
voz.

—¿niño? ¿Te refieres a Adrián?

—a quien más.

—no estoy seguro… todo el tiempo esta allá así que no sabría responderte con precisión.

—entonces no iré. Si voy a quedarme en tu casa no quiero andar oyendo gemidos y gritos si te
lo vas a follar—espeto malhumorado ¿Por qué su hermano tenía que tener novio? ¿Por qué
simplemente no se quedaba soltero y ya? Pero no, su hermano tenia que tener pareja. Nunca
le había agrado ninguna de las novias que había tenido su hermano menor y por supuesto,
tampoco le agradaba el “novio” que tenia actualmente.

Respiro hondo. Seguro que del otro lado de la línea Leandro estaba bastante cortado por
semejante respuesta.

—Disculpa mi atrevimiento— dijo cuando el silencio se hubo hecho muy grande

—no, esta bien. Supongo que tienes razón. ¿Qué harás ahora?
—creo que llamare a Luis…

—ya veo. Tengo que irme. Tengo que ir a dar clases. —Santi lamento escuchar eso. No quería
que cortara la llamada. Pero no podía hacer nada.

—esta bien. Te llamo luego. — colgó y con un suspiro entristecido miro el celular, el cual tenia
de fondo una foto.

Después de mirar un par de minutos el fondo de pantalla, procedió a ir al menú de “contactos”


y busco el nombre de “bastardo” y pulso la tecla de llamar.

—¿alo? ¿Luis?

Del otro lado de la línea el castaño bostezo, puso cara de aburrido.

—tu llamando a estas horas. Debes de estar muy necesitado— se burlo el militar mientras, con
su mano libre, ordenaba de a poco las carpetas sobre el escritorio.

—Gracias por tus buenos días— contesto sarcástico la voz de Santi— te aviso que voy a ir a
dormir a tu casa.

—Así no más me lo pides— puso gesto de enfado— ni siquiera me pides permiso.

—pues tampoco me pedís permiso para cuando te quedabas en mi casa, y encima llevabas
mujeres.

Luis se mordió la lengua para no decirle ofensivas. Maldito. Siempre le sacaba eso en alto de
cuando llevaba mujeres a su departamento, pues que Santiago se pudriera.

—ya, siempre me sacas eso en cara.

—de alguna manera tengo que sobornarte.


—ya entendí. Ya entendí. —suspiro cansado, a pesar de que era el mayor de los tres, ni
Santiago ni Leandro le respetaban. A veces sentía que nadie lo respetaba, ni siquiera Aarón. —
¿a que hora vas? Ahora mismo no hay nadie allá; Mariana esta en la primaria y Marcus esta
con mi madre.

—¿y tu amante?

—Que no es mi amante— aclaro malhumorado— la bella rebelde no llega hasta las tres de la
tarde, que es la hora en que sale hoy. Normalmente se queda allá hasta las cinco y después se
va a buscar a los niños.

—uh pero si Aarón ya esta hecha toda una ama de casa y tu estas al pendiente todo lo que
hace— se burlo el rubio. Luis torció los labios algo molesto. Él se sabia de pies a cabeza el
horario de Aarón, lo que hacia cuando se levantaba en la mañana; iba al baño y se quedaba
unos cinco minutos recostado en la puerta del baño, después se metía a la ducha, y por ultimo
se cepillaba. No desayunaba. Se iba a la secundaria y se sentaba en los primeros puestos de la
clase como todo un niño nerd. Apuntaba la clase, prestaba atención, hablaba con sus
compañeros, sonreía, jugaba al futbol, iba a ver a su hermano gemelo.

Si era lunes salía a las once de la mañana. Si era martes salía a las cuatro y media de la tarde.
Si era miércoles salía a las tres de la tarde. Los jueves tenia libre en la tarde y los viernes todo
el día sin clase. Si era lunes salía de la secundaria e iba a su casa maternal, ordenaba sus cosas,
hacia el almuerzo y dormía hasta las dos. Si era martes salía de la secundaria e iba directo a
buscar a los niños. Si era miércoles salía de la secundaria e iba a su casa, se acostaba en el
mueble y se ponía a pensar. Si era jueves se iba a su casa al salir de la secundaria. Si era viernes
se quedaba hasta las tres en su casa y después salía a caminar un poco y terminaba buscando a
los niños.

Le molesto saber tantas cosas. Se supone que no debería saber todas esas cosas.

—me pasare como a las cuatro, más o menos. Así no te asustara quedarte a solas con el chico.

Luis soltó un bufido cuando su hermano colgó. Ni siquiera adiós le había dicho. Luego miro,
aburridamente, la cantidad de carpetas puestas en su oficina. De verdad que encargarse de un
bufete no era cosa fácil.

Ah como extrañaba esos días en que simplemente era un militar. Pero ahora, con la muerte de
su esposa, él había quedado encargado de todo porque estaban casados y el bufete le había
quedado a su cargo ya que Elizabeth no tenía más parientes. Así que ahora tenía más
responsabilidad que antes.

Si, el había estudiado para ser abogado. Tenia el titulo y todo pero muy pocas veces había
ejercido esa profesión y ahora le tocaba lidiar con abogados y casos a cada rato.

En la clase de salud habían dado una charla acerca de la homosexualidad y las enfermedades
venerias, por dicho motivo sus compañeros de clases habían estado fastidiándole y
molestándole durante toda la mañana; imitando jadeos y gemidos para sacarlo de quicio.

«—Me dijeron que eres gay y que te acuestas con tu tío ¿es cierto, Ponce? ¿es cierto que dejas
que tu tío te la meta? ¿Tan duro te dieron anoche como para que camines así? ¡Que marica
eres!»

Mario había hecho oídos sordos a todo lo que decían. Prefería ignorarlos que ponerse a
discutir con ellos. Llevaba utilizando aquella táctica desde hacia cinco meses cuando sus
compañeros de estudios sospecharon que no era normal (heterosexual) y que seguro
mantenía relaciones sexuales con el tipo que siempre lo venia a buscar (Alan). Desde entonces
no había tenido una vida muy normal en el instituto al cual asistía.

Era un verdadero infierno calarse aquellos acosos. Ya estaba harto. Harto de que sus
compañeros se burlaran de su ropa, de sus dientes, de su cara de niña, de sus pulseras de
canutillos...de que fuese diferente…

Pero no se atrevía a decirle nada a Alan. Tenía miedo de la forma en que reaccionaria y por eso
se callaba todo lo que le sucedía en el instituto.
Antes que ir al instituto Mario prefería quedarse en la casa, en brazos de su amante. Allí sentía
que nada le lastimaría, se sentía protegido, se sentía querido. La casa era acogedora y
disfrutaba del aroma a limpio. Aunque últimamente habían tenido un par de discusiones… a
veces porque Alan llegaba demasiado tarde. Otras en cambio discutían sobre el hecho de que
sus compañeros de trabajo eran demasiado cercanos con él. Que las mujeres se le insinuaban
en la cara al rubio y Mario no podía hacer nada porque, para el barrio, el instituto y en el
trabajo, ellos eran familias y por tanto no tenían nada. Ante ellos no podía reclamar nada y se
tragaba todo eso.

Y a veces sentía rabia. Tristeza. Celos. Tantos sentimientos oscuros que nunca pensó sentir. Y
le daba miedo cambiar porque él no era así. Él siempre había sido una persona tranquila que
no se dejaba llevar por sus emociones pero a veces sus mismas emociones se salían de control
y actuaba de manera egoísta.

El cielo estaba nublado y amenazaba con llover muy pronto, por eso mismo se fue corriendo
hasta llegar a su casa. Últimamente las lluvias eran casi diluvios y era mejor que esta lo pillara
cuando estuviese en su cama, con las medias puestas y un chocolate caliente en las manos.

Subió las escaleras para llegar hasta el apartamento donde vivía pues el ascensor estaba
dañado.

Tenia gesto de enfado, y en realidad lo estaba. Estaba enojado, primero no había estudiado
suficiente para el examen de Castellano y estaba seguro de que había reprobado. Segundo no
había visto a su hermano gemelo en toda la mañana, no tenia ni idea de donde estaba metido
Aarón. Tercero; tampoco había visto demasiado seguido a su amante, aparte de que le habían
llegado rumores de que “al parecer” su profesor había tenido una conversación muy amena
con uno de sus compañeros. Y por último, ni su hermano ni el estúpido de Leandro, le habían
esperado para que fueran juntos a casa.
Sabia que esto último era un poco injusto, a fin de cuentas Aarón salía de clases a las tres de la
tarde y Leandro tenía la tarde libre, pues hoy solo daba clase en la mañana y al parecer no se
había quedado en la tarde solo para cumplir horario.

Llego a su casa. No había nadie, no estaba ni su madre ni Aarón. Un poco aturdido se fue a dar
una ducha con agua tibia, el frio era espantoso y no se iba a arriesgar a bañarse con agua fría.
Apenas hubo salido del baño se coloco una camiseta y unos bermudas, se calzo las zapatillas y
fue hasta el apartamento de al lado.

Con la llave que tenia guardada entro sigilosamente, tal vez para descubrir si Leandro estaba
conversando con alguien y esta vez, posiblemente, si descubriría con quien conversaba.

— siendo sincero no se que es lo que le sucede.—era la voz de Leandro. Conversaba con


alguien—¿Será que tiene problemas de impotencia?—sigilosamente se acerco a la puerta de la
cocina y espió, esta vez si pensó antes de actuar.

—También lo pensé… pero… —Adrián sorprendido no se dio cuenta de que prácticamente


había abierto de par en par la puerta al escuchar la voz de Aarón.

Leandro estaba cocinando algo, Adrián ignoraba que. Más bien miraba a su hermano con los
ojos muy abiertos, quien permanecía sentado en una de las sillas del comedor, con las manos
apoyadas en la mesa.

—¿Qué haces aquí, Aarón? — su pregunta emanaba confusión y desconfianza. El gemelo


mayor miro a su hermano sin entender a que se debía ese tono de voz.

—vine a platicar unos asuntos. Nada de otro mundo. —respondió mientras le daba un sorbo a
la taza de chocolate caliente.

—¿quieres chocolate caliente? —pregunto el profesor ajeno a lo que sucedía allí.

—No quiero chocolate— respondo cortante mirando a su hermano fijamente. — pensé que
estabas en casa del hermano de Leandro.

Aarón recordó que Santi había llegado a apartamento de Luis. Había llegado junto con los
niños por lo que se ahorro el trabajo de ir a buscarlos, Santi también le comento que iba a
quedarse, así que él cuidaría a los niños por lo que no tuvo excusa para quedarse allí. No tenía
una razón para quedarse en el apartamento de Luis.

—El doctor Santiago fue a recoger a los niños. Dijo que el iba a cuidarlos hoy. —Adrián seguía
mirándole con desconfianza.

—¿de que han estado hablando?

Aarón apretó un poco la taza de porcelana. Entendía el porque de aquel tono, el porque de
aquella desconfianza. Entendía el porque a su hermano no le gustaba que hablara a solas con
el profesor.

“no te atrevas a tomar mi lugar otra vez” parecía decirle con aquella mirada.

Si Leandro lo supiera… Si Leandro se enterara de aquello… ¿seguiría queriendo a Adrián de la


misma manera? ¿Qué es lo que cambiaria?

Una pizca de remordimiento invadió su mente.

Nunca volvería a hacer algo como aquello.

—nada de lo que tengas que preocuparte. —respondió por fin con voz suave mirando como el
malvavisco se derretía dentro del chocolate tibio. — tengo tarea que hacer.

Así como llego así se marcho. Adrián miro luego a su amante.

—¿de que estaban hablando? — insistió. El profesor suspiro cansado.

—tus celos no tienen fundamento alguno. Aarón es tu hermano. Además de que el esta
enganchado con Luis ¿no? Así que deja tanto melodrama.

El chico torció los labios y se cruzo de brazos.


—Tu eres de mi propiedad. No dejare que nadie te toque, ¡además aun no me has dicho con
quien estabas hablando ayer!

—ya te dije que solo pensaba en voz alta. —Leandro camino hasta la sala, Adrián lo seguía de
cerca.

—¡eso es mentira, hablabas con alguien! ¡Atrevido! ¡Engañador! ¡Monstruo! —bramo


enojado, con las mejillas coloradas debido a la rabia. —¡y me dijeron que te vieron hablando
con Méndez, no quiero que hables con Méndez! ¡Él es un…, un..., un arrastrado!! ¡Así que te
prohíbo hablar con él!

A Leandro le gustaría seguir eso. Pero es que era un poco difícil debido a las circunstancias en
que se encontraba. Circunstancia que aun no había hablado con la pequeña bomba explosiva.

Y que aun no hablaría de eso. No quería meter a Adrián en líos. Primero vería si podía
enmendar aquel desastre él solo.

—¡¿y donde has estado toda la tarde?! ¡Se supone que siempre te quedas a cumplir horario!

—solo salí porque quería ir a ver las estrellas. —respondió con la voz algo lejana, sentándose
en el mueble de la sala y encendiendo la televisión.

Aquella respuesta descoloco un poco al pelirrojo

—¿las estrellas? Pero las estrellas solo salen de noche.

—las estrellas también pueden salir de día.

Eso no tenía sentido alguno.

Leandro, sin darse cuenta de sus propias palabras, miro el gato blanco con manchas de color
marrón que jugaba con su pelota favorita de cuando era niño.

Y aquel gato era el gato de Luis. Él gato que le había regalado su padre. El gato al que Susana le
había amarrado las patitas con bolsas de platicos.
Vio al gato jugar una y otra vez y de pronto desapareció, como una ilusión. Como un sueño que
se desvanece entre las manos. Como la sal al deshacerse en el agua.

— Ayer, sobre las escaleras, encontré a un hombre que no estaba ahí— susurro con voz lejana
mirando al lugar donde debería de estar el gato, pero que ahora no estaba ni la pelota ni el
animal que en un principio había visto. — Tampoco hoy estuvo allí— prosiguió. El corazón de
Adrián latía un poco asustado— Deseo, deseo que se vaya lejos...

—¿qué te sucede? — Adrián lo miro abatido y confundido, con los ojos llenos de preguntas y el
corazón repleto de dudas

La voz de Adrián fue como un detonante que lo despertó de un letargo. Miro a su niño y le
sonrió perceptiblemente.

—¿Por qué no me respondes? Te pregunte que te sucede.

—no me pasa nada. Solo recitaba un poema. —respondió tendiéndole la mano. Adrián la tomo
y se sentó a su lado.

Sus ojos verdes miraron un poco preocupados a Leandro. Observo que la mirada del profesor
era lejana y distante, y sintió en ese momento, que el corazón de Leandro estaba lejos, a un
lugar en donde él no podía estar.

Y ahora lo que se apoderaba de él no eran los celos, sino el miedo. El miedo a que Leandro se
alejara, pero no de la forma que él pensaba. Estaba pensado en que su amor se iba a alejar…
de forma irreversible y macabra.

Cap 3: mi canario

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola a todos los que aun pasan por aquí =P bien, se que hoy no es viernes y la actualización
toca mañana pero como mañana se me acaba el inter pues decidi actualizar hoy juju

Este capitulo esta dedicado a una pareja en especial, por el nombre del capitulo usteden
pueden intuir de quienes se trata, en fin, no se si Takukun aun lee en silencio o ya no se pasa
por aquí, la cosa es que espero que no lea esto porque ella parecia amar esta pareja y con esto
es posible que despues me odie y no quiero eso :c

Disfruten el capi los que aun leen :D

Por favor, por favor perdóname,

Pero no estaré más en casa.

Missing- Evanescense

(1)

________________________________________________

Capitulo 3:

Mi Canario.

—¡no quiero! —Espeto enojado el niño— ¡no quiero irme otra vez! ¡Quiero quedarme aquí,
¿Por qué no podemos quedarnos aquí?!
—¡Adrián, basta! ¡Te iras con tu madres quieras o no y ni un lloriqueo más, ¿entendiste?! —
aclaro con voz aguda y profunda un hombre de unos veinticinco años.

—¡No, no quiero irme, quiero quedarme con Aarón!

—¡Te dije que te callaras!

—¡no quiero irme, no quiero!

—Adrián soy tu padre y me estas haciendo perder la paciencia— espeto con seriedad y
haciendo acopio de su paciencia para no pegarle al infante de siete años— si no cierras la boca
juro por Dios y por el cielo que te callare como sea, así tenga que pegarte.

—¡Tu no eres mi papá! — le saco la lengua y se fue corriendo.

—que niño. —murmuro malhumorado. —deberías de darle una lección. En fin…—miro al otro
gemelo que estaba a su lado. Le miraba curioso y a la vez intrigado. Se acerco y le dio un
conejo como regalo, tal vez para mitigar su dolor y que no se resistiese tanto a la hora de
llevárselo.

— ¿te gusta tu regalo? —pregunto con voz grave. El pequeño niño de cabello rojo asintió feliz
mientras continuaba abrazando a aquel conejito de peluche.

—si, me gusta mucho. —respondió sonriente. —pero papá ¿porque no le regalas uno a mi
hermanito? —la curiosidad detonaba en cada una de sus palabras. Miro al conejito blanco en
sus manos y después miro a su hermano que permanecía oculto tras la pared de la cocina
observando todo con el ceño fruncido.

—porque Adrián se porto mal conmigo, además no quiere irse y prefiere quedarse con su
mamá. —respondió seco mientras miraba al pequeño Adrián pelarle la lengua nuevamente—
bueno, será mejor que nos vallamos. Despídete de tu madre.

Ordeno severo.

Aarón asintió no muy seguro. Él quería quedarse con su mamá y su hermanito pero su padre
siempre se lo llevaba. Según lo que le habían explicado sus papás iban a separase, y cada uno
había tomado a uno de los gemelos, su mamá se quedo con Adrián y él se quedaría con su
papá.

—vámonos. —dijo al momento de tomar la maleta con todas las cosas del pequeño Aarón y
cargar al niño de ocho años.

Adrián salió de su escondite y tomo la mano de su hermano para que no se fuera.

— ¡no, no, no te vallas! —suplicaba el pequeño Adrián sujetando la manita de su hermanito.


Los mocos transparentes resbalaban de su nariz y las mejillas estaban mojadas por las
lágrimas. —no te vallas Aarón, no te vallas.

—No dejes que Elías vea lo que llevas y ten cuidado con eso, el barrio a donde vas es
peligroso— dijo el hombre sin prestar atención a las suplicas del niño. La madre de los niños
asintió segura y aparto al niño que lloraba tristemente la partida de su reflejo.

El pequeño Aarón cargado por su padre, recostó su cabeza en el hombro de su papá y abrazo
al conejito con una mano mientras con la otra agitaba levemente la mano en un ademan de
adiós con el rostro triste.

—Adrián te dije que no le dijeras “Aarón” a tu hermano, el ahora es Manuel, recuérdalo.

—¡no entiendo…! ¡No entiendo..!––murmuro una y otra vez mientras seguía llorando.

La joven sintió el corazón encogerse. No era justo separar a los pequeños aun cuando ellos
habían nacido juntos. Pero eso era lo adecuado. Abrazo maternalmente al pequeño.

–algún día lo entenderás…


Las mariposas tenían una belleza extraordinaria. Muy sutil y frágiles, demasiado tal vez pero
poseían la hermosura del cielo en sus alas, otras poseían los anaranjados y rojos del cielo al
atardecer, en cambio otras tenían en sus alas el color verde de la naturaleza.

Desde que era pequeño le habían gustado las mariposas. Y le habría gustado coleccionarla y
clavar alfileres en su cuerpo cuando hubieran muerto pero no lo hizo. Le daba tanta pena
encerrarlas hasta que murieran. Ellas no habían sido creadas para estar encerrada; su misión
en este mundo era vagar de flor en flor, oliendo el polen y siendo perfectas bellezas que
fueran admiradas y cortejadas.

—¿te gustan las mariposas? —pregunto la voz dulce y suave de su Canario. Aparto la vista del
jardín de la vecina y miro a su interlocutor.

—siempre me han gustado, pero jamás las he dibujado. —aquello sorprendió un poco a Mario,
por lo general Alan dibujaba aquellas cosas y objetos que destacaran con una belleza estética
fuera de lo normal. Las mariposas también pertenecían a esa categoría, pero no comprendía
porque no las pintaba o dibujaba como hacia con todo lo que estuviera a su alrededor.

—¿y eso porque? —pregunto con curiosidad. Alan cerró la puerta de la casa con llave y se
guardo la misma en el bolsillo del pantalón. Eran las seis de la mañana y se disponía a
acompañar a su canario a la secundaria.

Caminaron hasta la salida y de allí continuaron el camino por la cera. La brisa fría y gélida de la
mañana les había impulsado a usar abrigos muy gordos para resguardarse del frio.

—bueno, siempre he creído que las mariposas son libres y odiaba la idea de atraparlas y
mantenerlas encerradas. Por eso no las pinte, porque si lo hacia es como si estuviera
atrapando su imagen para siempre hasta morir. —respondió caminando junto con Mario hasta
la parada que quedaba a unas tres cuadras. Solían salir a esa hora porque el autobús no
pasaban tan lleno, además de que estaban bastante lejos de la ciudad y llegar temprano
siempre era bueno.

Acompañaba a su canario hasta la secundaria. Después se iba caminando a pie hasta su


trabajo, pues allí entraba a las ocho y cuando dejaba a Mario apenas eran las siete.

—No comprendo bien lo que quieres decir—dijo confundido el jovencito con las mejillas
pintadas con un toque de carmín debido al frio de la madrugada. — ¿si pintas algo es porque
lo haces tuyo y no lo dejas salir jamás? ¿Y por eso no pintas a las mariposas porque no quieres
encerrarlas?
—¡exacto!

—pero me has pintado a mi. ¿Acaso no deseas que sea libre?

—Tu eres mío, mi canario—aclaro deteniendo su paso y mirando al joven rubio, este también
se detuvo unos pasos delante de él y le miro con los ojos abiertos—No voy a entregarte a
nadie más. No te dejare ir nunca—explico con aire posesivo. Mario se sonrojo aun más de lo
que estaba al escuchar aquellas palabras.

—y si algún día quisiera irme ¿Qué harías? —pregunto mirándole fijamente, aun tenia las
mejillas coloradas debido a la vergüenza que le producían las palabras de Alan. El de ojos
claros miro un momento a su canario, se acerco a él y le acaricio la mejilla con una sutileza y
delicadeza que le pareció increíble.

— Te cortaría las alas antes de dejarte ir. No permitiré que me abandones… eres mío, no te
entregare a nadie más—Mario abrió muy grandes los ojos ante aquella respuesta. El rostro de
Alan estaba serio y sus palabras estaban llenas de firmeza.

El rubio al ver la reacción de su pequeño se echo a reír.

—¡Estoy bromeando Mario! Por su puesto que nunca te haría algo así— aclaro el rubio cuando
su estómago había dejado de convulsionarse en potentes carcajadas. El color volvió a las
mejillas del muchacho quien se había puesto pálido. — tu me perteneces, no te dejare ir... a
menos que tú lo desees. No soy nadie para retenerte a la fuerza, así que si un día quieres
marcharte respetare tu decisión.

El chico respiro más tranquilo.

—¿Me das un beso, Alan?

—La última vez que me pediste un beso me salí de control—comento sonriente y con un toque
pervertido. Le estaban poniendo el pecado en bandeja — ni siquiera podías caminar bien al día
siguiente. —desde aquella vez había pasado cerca de una semana.
A Mario se le puso la cara de mil colores y empezó a balbucear incoherencia. El rubio miro
hacia los lados para ver si alguien venia, pero no había nadie. Aun era demasiado temprano.
Sin moros en la costa miro a Mario, se rasco la cabeza un momento, los labios de su canario
tenían un sabor que le hacia perder el control con facilidad, era mejor cumplir aquella petición
cuando estuvieran solos y entonces él podía hacer lo que quisiera. En la calle a veces no sabía
como controlarse, pero aun así se arriesgo a cumplir aquella dulce y tentadora petición

Le acomodó los rubios cabellos a su canario detrás de la oreja. Por dios que lindo era,
demasiado para su cordura y su ética moral.

“contrólate Alan… nada de hacer nada en la calle”

Se dijo mentalmente.

Le miro fijo y se inclino a besarle la frente, luego se acerco a sus labios y le dio un beso,
hundiendo su lengua en la boca del menor.

—Mario, esta noche quiero hacer cosas más vergonzosas contigo ¿puedo? —pregunto cuando
se hubo separado. El joven rubio asintió a pesar de que se moría de la vergüenza por aquella
proposición. ––deseo ver nuevamente tu carita colmada de placer...

–¡¡Alan!!

El mayor le miro, y sonrió de lado, mordiéndose el labio inferior, viéndole con una sonrisa, le
acaricio el cabello, acomodándoselo con cuidado, y sonrió.

–Es una linda carita...– susurro lascivo.

–¿t-te gusta?

–Claro que si precioso… Claro que si...

“contrólate Alan…contrólate” se repitió…


Y con esa sonrisa que lo caracterizaba cobro la compostura.—cambiando de tema, ¿te va bien
en la escuela, mi pequeño novio?

«Me dijeron que eres gay y que te acuestas con tu tío ¿es cierto, Ponce?

—Si, me va bien. Tengo buenos compañeros.

—¿no se meten contigo o si?

«¿Es cierto que dejas que tu tío te la meta?»

—No. No me hacen nada.

—Me alegra escuchar eso. Si se meten contigo no más avísame para darle su merecido.

—Ya te dije que no se meten conmigo.

«¡Que marica eres, Ponce!»

Ooo

Había pasado varios minutos desde que había llegado. No sabia que hacer y por eso había
decidido que era mejor hablar con alguien, pero lo que en un principio le había parecido fácil,
ahora le parecía absurdo e irreal.

—Y bien ¿de que quieres hablar? —pregunto mientras buscaba una olla pequeña para calentar
agua. Iba a hacer chocolate caliente.

No sabía como responder aquello. Como podría empezar.


Estaba nervioso por lo que empezó a mover la pierna sin darse cuenta ¿Cómo podría iniciar
aquella conversación?

—Profesor Leandro, a usted nunca se le han quitado las ganas de estar con mi hermano
¿verdad? —Leandro no sabía como tomar aquella pregunta, estaba desconcertado ¿Por qué
ahora a todo el mundo se le ocurría preguntar lo que él hacia con Adrián en la cama?

Aarón se moría de la pena por preguntar algo así pero no sabia de que otra manera iniciar
aquella conversación. Necesitaba algunas respuestas a las dudas que últimamente invadían su
cabeza. Necesitaba hablar con alguien; ¿con su madre? Imposible, seguro que le daba algo en
cuanto supiese que ya mantenía relaciones sexuales y más con alguien tan mayor como Luis.
¿Con su hermano? ¡Más imposible aun! Seguro que le sugería estrategias indecorosas que le
llevarían a situaciones incomodas y vergonzosas. Ya de por si había tenido suficiente con la
platica que habían tenido en Educación Física.

“Tal vez hasta podrías amarrarlo en la cama y hacer que te violara”

Efectivamente no. Adrián era la persona menos indicada para hablar de esas cosas.

Necesitaba hablar con alguien que no fuera a juzgarlo o a sugerirle ideas pervertidas. Aunque
sabia que el profesor Leandro no era ningún Santo pero suponía que al menos era mucho más
sensato y discreto que Adrián o su madre.

—¿a que se debe tu pregunta? — dijo con un suspiro cansado tras montar la olla con agua en
la cocina. Esperaría a que hirviera y después pondría varias cucharaditas de leche, y por ultimo
varias cucharaditas de chocolate en polvo.

—es que… —trago saliva. No sabía como decir algo tan vergonzoso. —hace tiempo que Luis y
yo no hacemos…. ya sabe… eso…

Leandro parpadeo un par de veces. Nunca se imagino que Aarón tan jovencito y pudoroso le
estuviera hablando de esos temas, aunque no debería de sorprenderse demasiado.

—¿y quieres que te ayude con…?— pregunto con el escepticismo y la duda embargando su
tono. No comprendía a donde quería llegar Aarón.
—¡No! ¡No es eso..,! Es que… —suspiro mientras Leandro se había levantado a ver el agua
hervida. Busco la leche el polvo y la agrego, segundos después también echo unas cuantas
cucharadas de chocolate el polvo. — me gustaría saber que fue lo que sucedió para que dejara
de hacer… eso… ¡y n-no piense mal, no es que este ne-necesitado, ni nada de eso, solo quiero
comprender! — se apresuro a decir en un atado de nervios

—¿quieres saber si esta saliendo con otra? —no pudo responder a eso. Tomo el chocolate
caliente que Leandro le ofrecía y se calentó las manos que las tenia frías. —pues ahora que no
le queda de otra que hacerse cargo del bufete dudo que tenga tiempo para una amante…

—¿usted cree…? —Leandro se puso de pie. La lluvia siempre daba hambre, así que procedió a
hacerse un sándwich.

—¿quieres uno?

—no, no tengo hambre.

— siendo sincero no se que es lo que le sucede. ¿Será que tiene problemas de impotencia?

—También lo pensé… pero… — y justo en ese momento había entrado su hermano gemelo.

Después de que Adrián regresara a casa le había exigido que le dijera lo que habían estado
hablando y no lo hubo dejado en paz hasta conseguir una respuesta satisfactoria. Y el
momento en el conservador Aarón le había contado sobre lo que habían hablado, a Adrián no
le había quedado otra opción que echarse a reír

—¿Y qué vas a hacer entonces? — había preguntado cuando su estómago había dejado de
agitarse en poderosas carcajadas.

—No tengo idea…— había respondido él sin muchos ánimos.


—¡oh ya se! Leandro una vez estuvo en algo similar, él estúpido ese seguía viéndome como un
niño y no se atrevía a tocarme— comento naturalmente— para poder hacerlo salir de ese
trance hice una cena súper romántica con muchos juegos eróticos y juguetes sexuales.

Precisamente por eso Aarón no había querido hablar de eso con su hermano. A él se le
ocurrían unas ideas súper retorcidas que no sabía de donde salían.

Después parpadeo un momento.

—espera… ¿esa no fue la vez que el profesor termino con un brazo enyesado?

—¡silencio! — ordeno con la cara colorada debido a la vergüenza. — ¡mis planes siempre
funcionan!

—No te preocupes, ya veré como me las arreglo— se disponía a marcharse antes de que a su
hermano se le ocurriera una idea estupendamente… pervertida…

—a donde crees que vas, aun no te he dicho lo que harás. —Siseo con una sonrisa maligna—yo
te voy a ayudar con eso

– ¿Cómo?– a Aarón no le gusto nadita el tono de voz que uso su hermano.

–Ya lo verás, hermanito.

– ¿Por qué será que tengo esta extraña sensación de que harás lo que no quiero que hagas?––
pregunto algo atemorizado.

Ooo

Había salido temprano de la secundaria pues la profesora no había llegado. Salió y tomo el bus
hacia el trabajo de Alan. Quería verlo y lo que le había dicho es mañana de “hacer cosas más
vergonzosas” le abochornaba en demasía sin embargo le parecía bien. Había pasado una
semana desde la última vez que lo habían hecho, durante esa semana no había dejado que
volviera a tocarle. No porque no quisiera sino porque no quería viera una pequeña sorpresita
que tenia.

Suspiro un poco. ¿Qué haría Alan si viera aquello?

Cuando se hubo echo el piercing sin decirle nada, Alan casi pego un grito al cielo. Y ahora se
había hecho un tatuaje sin decirle nada… se lo había hecho en uno de los costado del vientre.
Era una mariposa, una hermosa mariposa de color negro y azul.

“¿quieres que coloque algún nombre?” le había preguntado el hombre que le dibujaba la piel.
“¿el nombre de alguna chica por ejemplo?”

El único nombre que le gustaría escribir en su piel era el de Alan.

“¿Alan? Pero ese es un nombre de hombre”

“En realidad ese es su nombre” había respondido a prisa la persona que lo había acompañado.
“ese es el nombre que te puso tu madre ¿no?”

Y Mario había asentido. Por supuesto que la persona que lo acompañaba sabia que eso no era
cierto, que no se llamaba Alan sino Mario, y que el nombre de Alan pertenecía a la persona
que más quería.

Simplemente ese chico que lo acompañaba sabía todo lo referente a ellos por el simple motivo
de que los había visto “accidentalmente” besarse y el chico les había jurado guardar el
secreto.

Y se había hecho amigo de Alan, ambos trabajaban juntos y se llevaban bien. Y con un secreto
guardado no le molestaba guardar otros más. Él también lo había acompañado a hacerse el
piercing, pues necesitaba de un adulto en compañía para poder hacérselo, no se lo había
pedido a Alan porque quería darle una sorpresa.

Y por eso mismo le había pedido al mismo chico que lo acompañara a hacerte el tatuaje aquel
día, no permitían hacerlo a un menor sin autorización de un mayor.

“es una linda Mariposa. A Alan le gustan las mariposas” y él había asentido feliz.
Y de eso había pasado una semana.

Anuncio su parada cuando llego al lugar que quería. Apenas hubo abajado pudo visualizar al
rubio atendiendo unas mesas. Trabajaba de mesero en un restaurante, allí trabajaba hasta las
una y después se iba a otro trabajo que tenía unas cuadras más abajo. A Mario eso lo hacía
sentir mal, no quería que Alan trabajase tanto pero así era él.

Entro al modesto lugar pero ya no pudo visualizarlo. Trato de buscarlo en todas partes pero no
lo vio. Incluso reviso a fuera, cerca de la bodega del restaurante pero tampoco estaba.

—eh Mario ¿y eso por aquí? —la voz conocida de aquel chico que sabía de su relación le llego
a los oídos.

—uhmm busco a Alan. Creo que ya le toca descanso ¿no? —pregunto algo inseguro de sus
propias palabras.

—ah si. Le toca descanso de quince minutos pero ahora mismo le han mandado a hacer un
recado. Viene dentro de unos veinte minutos.

Mario se desilusiono.

—eh pero no pongas esa carita que seguro ya llega dentro de nada. —Le sonrió mostrándole la
dentadura en hileras perfectas—¿y el tatuaje?

—ya no me duele y lo he limpiado todas las noches como me dijo el señor. —comento
mientras el joven metía unas cajas en la bodega.

—Déjame verlo— metió la ultima caja y miro divertido al jovencito.

—¿Qué…?

—que me dejes ver el tatuaje. — explico tranquilo el joven como si fuera lo más normal del
mundo. —venga, no pongas esa cara de preocupación que no voy a hacerte nada, solo quiero
ver el tatuaje. Soy experto en estas cosas así que tu confía ¿si? — Mario se levanto la camisa
del uniforme y apenas se abajo un poco el pantalón, y deslizo un poco el elástico del bóxer
haciendo notar la pequeña mariposa de color azul y bajo ella rezaba el nombre de “Alan”. El
joven se inclino y observo la obra de arte— valla, si que quedo bonita. ¿Aun no se la has
mostrado?

—no, aun no.

—ya decía yo que aun no me había gritado en los oídos—comento mientras seguía observando
la mariposa dibujada sobre la piel — ¿y cuando se la piensas mostrar?

—Esta… noche…—respondió avergonzado. El chico hizo un sonido como si silbara y lo miro


divertido.

—así que esta noche eh… seguro que Alan mañana llegara súper cansado y con mucho
sueño—Mario desvió la mirada apenado —yo también llegaría cansado y con sueño si tuviera
un lindo novio como tu y que encima se haga un tatuaje en una zona tan sugerente —comento
mientras con la punta de los dedos recorría la silueta que formaba la mariposa. Sintió la tibia
carne bajo sus dedos y la suavidad del mismo. A Mario no le gusto ese gesto y dejo caer la
camisa.

El joven solo sonrió sugerente.

—parece que tu novio llego— anuncio tranquilo mientras escuchaba la voz revoltosa del rubio
a lo lejos

Su sonrisa se agrando y fue hasta él. Hubiese querido que lo recibiera con un fugaz beso pero
eso era un poco imposible dadas las circunstancias pero se conformo con que Alan le sonriera.
Durante esos quince minutos que tenia libre Mario aprovecho para comer junto con su amado
y compartir sinceras sonrisas. Por ahora ninguna usurpadora se había acercado a Alan con
otros fines. Por ahora nadie en su presencia le había coqueteado al rubio… por ahora…

Los quince minutos se fueron fáciles y Alan tuvo que regresar a trabajar, sin embargo él se
quedo allí observando a la cantidad de canarios amarillos que había en las jaulas y de las cuales
adornaban el lugar.

Los observo revolotear y cantar. Era un sonido hermoso y los niños se entretenían con eso.

Alan de vez en vez lo miraba y le sonreía con esa sonrisa tan propia suya. Hoy no había
discusiones ni celos… ni miedo… hoy estaba bien y quería que el día siguiese así.
Y mientras observaba a los pajaritos, Mario se dio cuenta de que aquel joven que sabía su
secreto se acercó a Alan y susurró algo a su oído.

Mario nunca supo que era lo que ese hombre le había dicho a Alan.

Y los canarios en sus jaulas revolotearon asustados, como si presintieran que algo bueno no
había de venir.

Ooo

Durante todo el camino solo se dedico a mirar vagamente por la ventana. Había tomado un
taxi pues al lugar al que quería ir no pasaban transportes públicos, de hecho era un lugar al
cual no pasaban casi carros. Era un lugar que estaba alejado de la ciudad y de los habitantes…
como un sitio abandonado por Dios…

Pronto el paisaje de la ciudad cambio, y en cambio se vio sumergido en una calle donde a sus
costados se extendía pinos altos, arboles de todas especies que parecían formar un bosque.

Pasaron unos minutos que a Leandro le parecieron eternos y de a poco empezó a asomarse el
edificio gris y viejo a lo lejos.

No le apeteció entrar una vez que se abajo del taxi, de hecho pensó en darse la vuelta y salir de
ese escalofriante lugar. Había una suave llovizna lo cual le proporcionaba al lugar un aire
pesado.

Observo en silencio la fachada empedrada y la hiedra que trepaba por él. Nunca le había dado
buena espina ese lugar y pensar que estuvo encerrado casi un año en una de esas siniestras
habitaciones. Incluso desde afuera podía oír a los locos gritando, unos más que otros.

Suspiro un poco antes de atreverse a entrar. La única excusa, el único pretexto por el cual se le
permitía estar allí era porque visitaba al Señor García, el abuelo de Susana.

—Buenos días Señor Torrealba—saludo amablemente la recepcionista— ¿viene a ver al señor


García?
Asintió mirando con desconfianza aquel lugar lleno de paredes blancas.

¿Cómo fue que sobrevivió allí un año?

Ah cierto. Él no estaba del cociente de donde estaba. Su mente se había sumergido en una
espesa neblina que hacia que los recuerdos atormentaran su sanidad mental.

—sígame, por favor — la enfermera lo guio a través de los pasillos. Leandro se sabia de
memoria aquel lugar pero no porque lo recordase sino porque las memorias de su cuerpo se lo
indicaban.

Mientras caminaba detrás de la enfermera escucho a los locos, a esos que lloraban. A esos que
cantaban canciones de cunas. A esos que estaban gritando.

¿Cómo habría sido su comportamiento aquí?

¿Habría gritado?

¿Habría llorado?

¿Habría pataleado?

¿O simplemente se habría quedado postrado en la cama como en estado vegetativo?

El único que, posiblemente, sabría la respuesta seria Santiago. Él había sido el único que había
estado aquí acompañándolo… ni su madre ni Luis le habían visitado tan seguidamente, ese
lugar les daba miedo. Les daba una sensación de escalofríos que no podían apartar.

Y no los culpaba. Él mismo percibía ese aire al estar allí.

Miro a su alrededor; paredes blancas por dondequiera.


Realmente odiaba ese sitio. Siempre hacía frío.

Miro luego las bombillas que estaban en el techo. Miro a cada una, y todas poseían esa luz
cegadora, esa que escandaliza las pupilas cuando uno las mira directamente. Demasiado
brillante pero aun así no aparto la vista.

Odiaba a los locos que hacían ruidos.

Pero a veces sentía como si su cuerpo se acercara cada vez más a ellos, intentando olvidarse
de todo. Pero siempre reaccionaba. Leandro no quería volverse así. Él era alguien… antes…
Antes… …

¿Antes de qué?

—Aquí es.

Reacciono.

—No le hemos cambiado de habitación— le señalo una habitación que estaba más aislada que
todas. La reconoció en seguida, era la misma habitación en la que había estado.

—Gracias— susurro con voz neutra. Entro al cuarto y de fondo, al lado de la ventana, observo
al Señor García sentado en una silla de ruedas.

Se acerco despacio, casi como contando los pasos.

—Buenos días Señor García— arrastro una silla y se sentó a su lado. Observo que en la
comisura de los labios se resbalaba un hilo de baba.

Saco su pañuelo azul y le limpio la boca.

Lo miro detenidamente.

Le daba lástima.
Seguramente el señor García no sabía que estaba loco.

¿O tal vez él loco era el mismo y los demás eran los cuerdos?

— he venido a leerle un poema.

De vez en ves miraba al abuelo pero este parecía no prestarle atención, más bien estaba
ausente. Refugiado en una burbuja creada por el mismo en donde nadie podía entrar.

¿Acaso él llegaría hasta ese punto? ¿Iba a terminar así?

“Estoy vigilando los progresos de tu locura y esperando el momento en que te considere digno
de ser llevado a mi país de las maravillas, querida Alicia”

¿El país de las maravillas seria ese manicomio?

¿Acaso quien sabría de lo que le sucedía le estaba avisando que así como el señor García
terminaría?

“mi locura es más poética… y menos peligrosa”

Se convenció y continúo leyendo aquel poema.

Oo

A Alan siempre le había gustado dibujar. A veces pasaba horas y horas dibujando. Dibujaba
rosas, sonrisas, y sobre todo lo dibujaba a él, a Mario, y él nunca se negaba a posar para sus
cuadros. A veces lo dibujaba con el roció matutino de la mañana, otras mirando el atardecer,
otras sonriéndole y otras veces lo dibujaba desnudo… en esos casos ya no le daba tanta
vergüenza.
A veces cuando terminaba de dibujar lo besaba, le hacia mimos, cosquillas y a veces
terminaban en la cama, enredados entre sabanas mientras sus pieles se encontraban una y
otra vez y sus labios no paraban de besarse.

Y cuando eso sucedía Mario se sentía feliz, Alan le decía que nunca se cansaría de quererlo y
volvía a enterrarse en su interior una y otra vez.

Cuando llego a la casa se aseo y perfumo como no lo había hecho antes y espero dócilmente a
que llegara la noche para poder disfrutarlo. Sin embargo aquella noche, por primera vez, Alan
no llego a casa. Mario se sintió tan triste y preocupado.

¿Dónde estaba?

Y no se atrevió a cerrar los ojos, prefirió pasar la noche en vela, aguardando el regreso de Alan.

Y cuando se hicieron las siete de la mañana el corazón del pequeño parecía explotar lleno de
miedo ¿acaso le habría sucedido algo?

Justo cuando se decidió a salir a buscarlo el rubio apareció en el umbral de la puerta. Parecía
cansado y las ojeras bajo sus ojos claros eran bastante notorias.

Mario casi muere de alegría al verle y corrió hasta él y lo abrazo con todas sus fuerzas. Había
estado tan preocupado que temió lo peor sin embargo, el abrazo no le fue devuelto, en
cambio la voz fría y monótona de Alan le preguntaba que qué hacia allí y no en la secundaria.

—Estaba… esperándote…—respondió con los ojos empañados por la forma tan fría en que le
hablaba.

—Mario, ve a la escuela. Estoy cansado y quiero dormir.

No lo había llamado “mi canario” como solía hacerlo siempre. Tenía una piedra atravesada en
la garganta pero aun así no dijo nada. Tomo su amor tierno y asintió en silencio cuando Alan le
dijo que fuera a estudiar.

Aquel día no pudo concentrarse en ninguna clase. Sus compañeros de clase, como siempre, le
hastiaban y por primera vez a Mario no le importo lo que habían dicho.
Y con tristeza se dio cuenta de que esos días parecían repetirse constantemente. Como el reloj
que siempre da vuelta en los mismos números. Ni un beso, ni una mirada. No comprendía que
sucedía para que aquello estuviese sucediendo.

¿Acaso había hecho algo malo?

El corazón se le encogía cada vez que Alan se iba sin dirigirle una mirada. Sin decirle nada y él
no podía detenerle. Pronto dejo de acompañarlo a la secundaria, dejo de buscarlo al atardecer
y dejo de besarlo en las noches.

A veces ni llegaba y Mario se sentía morir de angustia. Se convirtió en alguien que pensaba
demasiado. ¿Volvería a casa en algún momento? ¿Si estaría bien? ¿Comería? ¿Dormiría?
¿Pensaría en él?

Se estaba volviendo loco de tanto pensar. Pero no se atrevía a hacer nada, a pesar de que lo
siguió en más de una vez Alan seguía haciendo lo mismo; se iba al restaurante donde trabajaba
como mesero y a las tres se iba al otro trabajo que tenia como bedel.

Pero en las noches… en las noches Mario no sabia que hacia porque no podía seguirlo. Nunca
lo conseguía y volvía a casa solo. Y Alan regresaba más tarde pero otras veces no llegaba. Pero
aun así, Mario tranquilamente limpiaba el cuarto... doblaba sus ropas, barría tu estancia...

Sentía que así demostraba cuáles eran sus sentimientos por él. Cocinaba en silencio y
aguardaba su regreso aunque la cena se enfriara esperándolo.

Un día Alan llego a las siete de la noche. Tanto tiempo había tenido sin llegar temprano…

Sin decir nada se fue a acostar a la cama. Mario no le dijo nada pero se asomo tímidamente
por la puerta. El rubio de ojos claros se había quitado la camisa y estaba acostado boca arriba
con los brazos extendidos, miraba el techo fijamente, con un semblante sereno que no
concordaba con la situación.

No se atrevió a acercársele. Tenía miedo de su rechazo.

—Ven aquí, mi pequeño canario.


Escucharle decir aquel apodo con aquella voz llena de amor hizo que los ojos de Mario se
llenaran de agua. Y aunque Mario se sintió morir de pena, se acercó en silencio a su amado y
se recostó a su lado tímidamente. Alan lo abrazo y acaricio sus cabellos.

La canción de los dos brotó de los labios del rubio mayor.

Mario se abrazo con todas sus fuerzas al cuerpo de ese hombre, hundió su rostro en su pecho
desnudo y las amargas lágrimas brotaron de los ojos al escuchar la canción de los dos.

—tranquilo mi pequeño amor, todo esta bien. —susurro tranquilamente besando su cabello.
— todo esta bien.

¿Realmente todo estaba bien?

Mario no sabia si creerlo, pero no le importo demasiado en aquellos momentos. Se quedo así;
abrazando a su amor toda la noche, sin cometer pecado alguno, sin querer soltarlo porque
sentía que si lo soltaba Alan se iría y lo dejaría solo… increíblemente solo…

Y con tristeza puedo comprobar que a la mañana siguiente Alan no estaba. Otra vez se había
ido.

¿Por qué Alan lo torturaba de aquella forma tan despiadada?

Con el corazón destrozado se dedico a esperarlo cada noche.

Y la casa que compartían y que, antes era cogedora y cálida, se convirtió en un lugar frio y
solitario, con un jovencito de cabellos rubios y ojos tristes que parecía estar siempre pegado a
la ventana, aguardando el regreso de su amado.

“Alan no está… Alan ha salido…”

Se repetía todos los días.

Y un día simplemente se canso de esperar. De aguardar el regreso de alguien. Finalmente


quería poner un punto final a su sufrimiento.
Aquel día fue a la secundaria. Hizo todo lo que los profesores le pidieron. Ya al atardecer,
cuando se dirigía a la terraza, observo que los chicos de su clase le alcanzaron, le hicieron una
zancadilla que lo arrojo al suelo, y después se marcharon riéndose.

Mario trago saliva y tomo su mochila que había caído lejos de él.

Con el corazón en vilo por no poder ver a la persona que quería se fue a la terraza. Estando allí
sus manos se aferraron al duro metal de la baranda, como si de verdad no quisiera hacer
aquello.

Pero estaba decidido. Ya no quería más indiferencia.

Con los ojos empañados miro abajo, los alumnos salían en manadas, se veían como si fueran
hormigas pequeñas e iban a sus casas. Todos con sonrisas en el rostro, alegres de volver a su
hogar y de que por fin aquel día de escuela había terminado. Pero Mario no quería volver a la
casa.

Ese lugar que estaba tan solo, que se había vuelto tan frio. Los recuerdos allí se reproducían
una y otra vez como en cámara lenta y él era un espectador que miraba todo aquello con suma
tristeza.

Quería a Alan… pero si él no estaba de nada serviría ir a ese lugar.

Alan lo había salvado del infierno de su casa pero en cambio, lo había sumergido en uno peor.
En un infierno solitario donde moría lentamente y el brillo de sus ojos parecía acabarse con
cada día que pasaba. Sus alas estaban desgastadas al igual que sus ilusiones.

Se sentó en la baranda y siguió observando a los alumnos que se iban. Todos se marchaban
menos él.

El atardecer llegaba, y los rayos del sol estaban comenzando a morir en el horizonte… quería
morir justo ese día en que se ocultaba el sol, pero a diferencia de este él no brillaría mañana.

Sonrió triste y balanceo sus piernas en el aire.


¿De verdad lo iba a hacer? ¿De verdad pondría punto final a aquella angustia que consumía su
alma?

¿De verdad…, se iba a tirar…?

Quería hacerlo… pero a la vez tenía tanto miedo.

¿Qué había después de la muerte?

¿Castigo, infierno, soledad o nada?

Mario quería pensar que la muerte era como presionar el botón de “off”, que se apagaba y ya
no había nada. Ni dolor, ni sufrimientos, ni pensamientos.

Siguió balanceándose, cada vez más el equilibrio era precario.

Quería vivir… pero también quería morir…

Las piernas se balanceaban con fuerza cada vez más. Solo un impulso más fuerte y caería hacía
atrás.

¿Qué pensarían sus compañeros que lo molestaban cuando viesen su cuerpo destrozado en la
entrada del instituto?

¿Qué pensaría Alan? ¿Lo extrañaría? ¿Lloraría?

¿Cuánto quedaría hasta perder el equilibrio?

Volvió a moverse un poquito más fuerte…

—¡¡¡Mario!!! —El gritó fue como un detonante para que se detuviera, haciendo que quedara
sentado en la barandilla muy recto.
Observo con los ojos muy abierto a su amor en la puerta que llevaba a la terraza. Estaba
sudado y agitado, posiblemente producto de correr tanto. En menos de lo que pensó, Alan le
tomo toscamente del brazo y lo jalo haciendo que se alejara de la baranda.

—¡Alan yo…!—iba a excusarse. A disculparse pero no le dio tiempo.

Con el dorso de la mano el mayor golpeó fuertemente la mejilla de Mario.

El chico no lo podía creer y lo miro con los ojos muy abierto, lleno de lágrimas.

Entonces la mirada de Alan se enturbió de pronto. Nunca antes le había pegado a su canario.
Pero no se disculpo. Tomo con fuerza la mano de su canario y le obligo a salir del instituto.

Ni una palabra, ni una mirada.

El sonido de las cigarras llorar fue lo único que los acompaño durante su camino a casa.

El jovencito se mantuvo en silencio, sin ser capaz de mirar a su amado a los ojos.

Alan había aflojado el agarre de la muñeca por lo que esta ya no le dolía. Pero le dolía el
corazón, el pecho. Aquel amor le dolía tanto que le costaba respirar. Aquel amor se le había
clavado en su corazón muy parecido a los clavos que Cristo tenia en sus manos.

Cuando llegaron a la casa se instauro un silencio aniquilante.

—lo siento…—finalmente dijo el de ojos claros, aun le daba la espalda por lo que Mario no
pudo ver su rostro lleno de arrepentimiento, pero aun lo tenia tomado de las manos. El
pequeño también apretó el agarre de sus manos, temía que lo soltara y se volviera a ir como el
agua entre sus dedos. —Pero no tenias ningún derecho a hacer eso— su voz era fría, llena de
rabia contenida. –te lo dije ¿no?

Mario lo miro sin comprender a que se refería

–tu eres mío. No te dejare ir… no a menos que tú quieras, pero no dejare ir de esa manera. —
Finalmente lo miro a la cara ––¡No tenías ningún derecho a querer quitarte la vida! ¡¿Qué
acaso te volviste loco?! — Le preguntó mirándole ferozmente a los ojos. Mario no sabia que
decir.

Tenía tantas palabras de amor, de quejas y disculpas atoradas en la garganta. Pero ninguna
abandono sus labios. Se quedo en silencio mientras seguía apretando la mano de su amado,
negándose a quitar la calidez que le transmitía.

–estoy tratando de hacer lo posible porque esta relación funcione. Para que estés a salvo. Para
que nadie te haga daño. Y tú tratas de suicidarte.

Sus palabras eran peor que una puñalada y herían profundamente el corazón del joven.

–¡Eso fue tu culpa! ¡Prometiste que nunca me harías daño…!–– las palabras finalmente
brotaron de sus labios. Toda la rabia, el dolor contenido se libero–– ¡tu fuiste él que me
dejaste, el que me dejo a la tempestad, el que dejo en un mar de dudas sin siquiera saber
nadar solo!... ¡yo solo quería librarme de ti…!

Silencio largo e infernal. No lo miro a los ojos pero sabía que aquellas palabras lo habían
herido.

–No te dejare ir. Eres mío Mario ¡Mío!

Fueron las palabras de Alan antes de robarle un beso lleno de rabia. Lo apreso entre sus brazos
dispuesto a poseerlo. A marcar aquel pequeño cuerpo hasta hacerle a entender a Mario que
era suyo.

Y aunque al principio se negó a entregarse, los besos de Alan le incitaron a continuar, así que
dócilmente Mario se entrego a aquella pasión que le profesaban.

Aquella noche, enredados entre sanabas azules y blancas, Alan le pidió disculpas. Por haberlo
dejado así, por haberlo lastimado, por haberle pegado… le pidió disculpas por absolutamente
todo, y su canario decía “si, sí” mientras no dejaba de abrazar aquel cuerpo masculino que le
besaba con aquella posesividad.

No se resistió cuando se vio despojado de su ropa. Ni se resistió cuando Alan, sorprendido en


un principio, observo la hermosa mariposa dibujada sobre la piel y la delineo con la punta de
los dedos.
Y había tanto amor en sus ojos como en la punta de aquellos dedos…

Se estremeció cuando noto los labios finos y fríos de Alan besar suavemente la mariposa
dibujada.

Se estremeció aun más cuando los besos descendieron hasta llegar a su intimidad. Y la boca de
Alan se deposito allí, devorándolo. Mario cerró sus ojos fuertemente mientras las mejillas se le
coloraban hasta límites insospechados. Se le contraían los dedos de sus pies.

–Te quiero…– confeso el rubio revoltoso antes de empezar a embestirle. Mario tenía los ojos
cerrados y apenas oía lo que le decía. Alan se había inclinado, le había besado rudamente en la
boca y había comenzado a hacerle el amor.– te amo…– pronuncio con dificultad mientras salía
y entraba una y otra vez, y otra vez, y otra… –Mi canario.

Piel con piel, labios con labios. Con sus corazones latiendo al mismo ritmo, y sus cuerpos
formando uno solo. Mario podría sentirse de nuevo junto a Alan, arriba de Alan, abajo de Alan
y con Alan.

–No vas a irte ¿cierto?–pregunto cuando hubo terminado, apresándole contra su pecho.

Mario no respondió pero le sonrió con esa extraña sonrisa suya, clara como la mañana, y
melancólica como no había visto ninguna otra.

–no te vallas…–pidió en tono lastimero– no quiero estar sin ti.

Su voz sonó tan frágil como el corazón de Mario al romperse.

El amor y el sufrimiento tenían bastante semejanza.

¿Acaso iban a seguir así…?

¿Cómo podía mantenerse así?


¿Acaso plegaria sus alas en el aire y partiría?

No sabía si el amor que sentían el uno por el otro seria suficiente para mitigar el dolor que
hacia añicos el corazón de ambos.

Alan nunca presencio un amanecer tan triste como aquel, en que el cielo se veía con un azul
frio y gélido, y por ende todas las cosas y personas se veían así. Aquel momento de despertar
observo que el frágil cuerpo de su amor no estaba a su lado. Tan solo en la cama quedo huellas
de su noche de pasión.

Se levanto a prisa y lo busco en toda la casa. En ese momento eran las cinco de la mañana pero
no lo encontró en ningún lado de la casa.

¿Se había ido su canario?

Más sin embargo, toda la ropa y sus cosas permanecían intactas…

Más asustado que otra cosa se puso los pantalones y una sudadera sucia. Corrió por la calles a
buscarlo.

Cuando se hicieron las siete fue a la secundaria para encontrarlo, pero nunca nadie le dio
información de su paradero, ni siquiera había venido a la escuela.

Busco toda la mañana… toda la tarde… y toda la noche…

Incluso busco los días siguiente pero nunca más supo de su paradero.

Al parecer su canario había decidido salir y escapar de aquella jaula de cristal.

¿De verdad Mario lo había abandonado?

¿De verdad lo había dejado?


Y un día las cosas de Mario ya no estaban y en cambio dejaron una flor en la cama que solían
compartir. Una flor azul y hermosa que era llamada “no me olvides”

El alma se le escapó a Alan en aquél momento…

Esa fue la prueba definitiva para que se diese la idea de que no volvería a ver a su canario.

Y las lágrimas inundaron su rostro. Lloro inconsolablemente mientras arrodillado apretaba la


flor azul entre sus mancillados dedos.

Aquella flor. Aquella “no me olvides” significó una mortal agonía.

Nunca en su vida lloro tanto como aquella vez en que postrado en una cama abrazo la
almohada que celosamente Mario se negaba a compartir.

Tanto bellos momentos juntos desfilaron en su casa y Alan se dio cuenta de algo; esa casa
ahora era un lugar frio y solitario y los recuerdos atormentaban desfilando a cada minutos
frente a sus ojos.

Se dio cuenta de que lo paso su Mario… y lamento profundamente todo lo que había sucedido.

Mario se había ido. Mario no estaría más en casa y, tal vez eso, era para siempre…

Perdóname… mi canario….

Cap 4: ecos del pasado

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

No tengo mucho que decir, spero que les guste...

Estoy perturbado, pero todavía no estoy loco

Terror Train-Demons & Wizards

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Capitulo 4:

Ecos del pasado

Al menos la casa nueva era una casa más bonita que la de antes. Estaba frisada y tenía un color
bonito en las paredes. Un color alegre. Además de que tenia baño y agua, así que podía
bañarse mucho mejor que antes.

La cama era inmensa, antes solía compartirla con su hermano pero ahora que estaba solo, no
tenía con quien compartirla. Ni siquiera tenía un oso de peluche. Tampoco tenía muchos
juguetes, si acaso unos carritos que le habían traído de navidad.

Su madre aun desempacaba su ropa así que salió un momento afuera. Era un vecindario con
muchas casas al lado, y muchas de las casas tenían jardines afuera. Su casa no tenia jardín pero
la de al lado de si. La reja le impedía verlo del todo por eso dio varios saltitos para poder ver el
otro lado, pues era muy pequeño.

Dando varios saltitos apenas pudo ver un rosal blanco y una mujer que lo regaba.

Dando otros saltitos se dio cuenta de que había una cabellera de color castaño pero no sabia a
quien pertenecía.

-Me parece que hay alguien saltando del otro lado de la cerca– era la voz de una mujer. Adrián
continuo dando saltitos para verla mejor pero la reja de madera era muy alta y el era muy
bajo.

––si, también lo creo. Iré a ver–– esa era una voz masculina. Apenas pasaron unos segundos
hasta que vio que una persona se asomo por la reja, era una persona mucho más alta que él
pues no estaba saltando ni nada para poder verlo.

Los ojos de color de la miel sin depurar lo observaron curioso.

––Es un niño.––dijo, tal vez hablándole a la mujer que regaba las rosas. ––¿Vas a vivir aquí,
niño?––le pregunto mirándole. Él asintió mirando a aquel extraño que se parecía a alguien. ––
¿Cómo te llamas?

Adrián se lo pensó un segundo. ¿Cómo era que su mamá le había dicho que tenía que
llamarse?

––me llamo Elías.

––¿Elías? Es un bonito nombre. Yo me llamo Luis y vivo aquí al lado. Somos vecinos––le sonrió
ligeramente–– soy el mayor y tengo otros dos hermano; el que me sigue es un bueno para
nada y el menor anda detrás de la falda de una muchacha, por eso no los vas a ver muy
seguido por aquí.

El niño pensó en como serian los hermanos. Si también serian tan alto como aquel que se
llamaba Luis o si, tal vez, había niños pequeños como él.

––¿tienes tu hermanos, Elías?


En ese momento se oyó un portazo y la cabeza pelirroja de la madre se asomó jardín afuera.

––¡Adrián, entra a la casa que ya es tarde!–– El niño bajó la cabeza.

Luis alzo una ceja.

––dijiste que te llamabas Elías.

––Participe en una obra––respondió sin mirarlo y recordando las palabras de su mamá––y me


gusto el nombre.

––ya veo… ¿y prefieres que te llame como?

––Elías

––muy bien Elías, si tu o tu mamá necesitan algo no más avísame ¿si?

Y tras aquello el joven se marcho. Adrián pensó que estaba mal mentir pero no le quedaba
más opción que decir lo que su madre le dijera.

Estaba fastidiado. Enojado. Enfadado. Aparte de haber sacado 03 en el examen también tenia
que calarse aquello.

Miro el pizarrón negro del salón, Leandro dibujaba con tiza blanca la fórmula del triángulo
rectángulo. Luego miro reprobatoriamente a las alumnas de la clase. Casi todas estaban con el
cuerpo inclinado hacia delante, prestando atención a cada una de sus palabras. Pero Adrián
sabía que la trigonometría no despertaba ese tipo de reacción en ellas y eso era lo que le
molestaba profundamente. Seguramente estaban sacando una placa mental a escala de todo
el cuerpo del maestro con sus mínimos detalles.
“malditas zorras” pensó enojado. Si, él sabia que estaba mal pensar así pero no podía evitarlo.
Venga que no podía armar una escena de celos allí pero es que a veces le molestaba que sus
compañeras de clases se lo comieran con los ojos.

Aunque tampoco podía culparlas tanto, en aquel instituto la mayoría de los profesores eran
viejas pasadas de la edad y viejos regordetes, así que Leandro era carne nueva. No obstante el
estúpido ese no se diferenciaba tanto de los demás. Si, si. Adrián sabia que tenía un cuerpo al
que provocaba lamerle el pecho y muchas cosas más. Pero era el típico profesor desgraciado,
que no aceptaba retrasos, gustaba de trabajos pulcros, originales, y amaba como nadie el
sufrimiento ajeno (mejor dicho, el sufrimiento de los alumnos) y también gozaba y reía
maquiavélicamente tachando con marcador rojo un “0” bien grande, justo como el que le
había puesto a su examen.

Viéndolo de ese modo a Adrián no le pareció tan sexy.

Tosió un poco y carraspeó algo fastidiado.

Mientras Leandro trataba de ignorar adecuadamente las preguntas. A fin de cuentas era otro
día como cualquier otro. Ir al instituto y dar clases. Aguantarse a los jovencitos caprichosos y
saboteadores de clases, a los que se dormían mientras explicaba los ejercicios de física o
matemáticas, y también tenia que aguantarse las preguntas del club de fans femenino.

––¿profe, usted es casado?

––¿tiene hijos?

––¿Qué signo es?

Leandro no se inmuto y seguía explicando el ejercicio, haciendo oídos sordos a aquellas


preguntas.

–– Si el ángulo es treinta entonces la tangente sería...

Continúo diciendo.

––¡Profe!––reclamo colectivo.
––respuesta incorrecta. Recuerden que el opuesto a treinta es sesenta y los valores de los
lados son...

––profe, no ignore las preguntas.

Leandro suspiro cansado.

––no estoy casado ni tengo hijos ¿ya? Ahora, volviendo al tema, la cantidad que debemos
colocar aquí en la tabla de valores es...

––¿y no tiene novia?

––Como no están prestando atención, tendrán que llenar la tabla de valores desde el principio.

––¡¡profe!!

Leandro se lo pensó un segundo ¿tenía novia? No, no tenía novia. Pero si tenía novio; un dulce
amante. Pero no podía decirles eso a las estudiantes, aunque tal vez si les decía su verdadera
orientación sexual, posiblemente, lo dejaran en paz y dejarían de enviarles cartas confesando
su amor, o como otras veces en que había chicas mas osadas y se le declaraban en la cara.

Lo único que faltaba era que lo invitaran a su boda.

––¿profe, tiene novia?––siguieron insistiendo.

––Si, tengo novia–– o mejor dicho, tengo novio

––¿No quiere otra?–– sin quererlo se rio en voz alta. ¡Que juventud la de hoy! Hombre que ya
tenia suficiente con Adrián como para buscarse otra novia.

––no, no quiero otra. Me basta y sobra con lo que tengo–– y les sonrió con esa sonrisa
encantadora suya, una sonrisa dulce adornada por unos carnosos labios color rosa que hacia
que se le hundiera un hoyuelito en la mejilla derecha–– ya fue suficiente. Pónganse a estudiar,
quiero esa tabla de valores para hoy. ¿Entendieron?
Hubo un suspiro colectivo lleno de cansancio y fatiga.

Y pronto los alumnos se sumergieron en sus cuadernos a cumplir la tarea, mientras él


observaba con un poco de temor a Adrián, el cual tenia una cara de enojo muy mal disimulada
y un aura maligna que mataba a todo ser que osaba pasar cerca de el.

Sonrió algo nervioso mientras salía del aula de clases. Se excuso un momento con los alumnos
y fue hasta el baño. Suspiro más aliviado y se acerco al lavamanos.

Observo su rostro en el espejo. Las ojeras estaban empezando a notarse bastante, la fatiga y
falta de sueño eran cada vez más. Abrió la llave de agua y se lavo las manos, segundos después
se lavo la cara.

Apenas miro por la ventana pequeña del baño. Estaba lloviendo otra vez. Reflexiono
duramente mientras buscaba en sus bolsillos las pastillas para el dolor. Tenía una migraña
horrible que amenazaba con explotarle la cabeza.

Destapo la pastilla y se la tomo con ayuda de un vaso de agua. Cerró los ojos un momento, tal
vez esperando que por arte de magia el dolor desapareciera. Pero el dolor de cabeza no se iba.
En cambio percibió un olor a vainilla. Le era conocido. Abrió los ojos para darse cuenta de que
la figura sonriente de Susana estaba detrás suyo, la podia ver por el espejo frente de si.

Frunció el seño.

––Vete––murmuro malhumorado.

––¿No te alegra verme?

––No––respondió secamente. Su mirada se turbo un poco; recordó la mirada preocupada de


Adrián, él estaba empezando a sospechar que algo no andaba bien con él y no quería darle
preocupaciones, no quería que Adrián le temiera, por eso había decidió que, de ahora en
adelante, ignoraría los momentos en que Susana o su abuela aparecieran frente de si. Ellos no
eran reales y esa idea tenia que metérsele en la cabeza.
Se lavo nuevamente la cara convencido de que no había nadie en el baño. De que Susana no
estaba allí y le miraba curiosa. Se estaba convenciendo de que “eso” no era real––tu no eres
real. No eres real––se dijo a si mismo––Estas muerta.

––Pero estoy aquí.

––No es cierto––respondió serio mientras se secaba el rostro para después ponerse los lentes.
Miro el espejo frente de si, y ella seguía atrás de él––no se si estas en el cielo o en el infierno.
No me interesa. Pero esta Susana de ahora no es mi amiga. No es real. Estas muerta. Tu solo
eres producto de mi imaginación.

Aclaro y con esto se marcho del baño dando un leve portazo.

Ooo

––Quiero besarte––aclaro acercándose a él.

––No estoy aquí para eso––respondió fríamente, pero aún así quedándose en su lugar y
entreabriendo los labios cuando sintió los del otro muy cerca de los suyos. Lo beso sin saber
muy bien si eso era lo que quería el pelirrojo. Hundido su lengua en la pequeña boca experta y
que, golosa, no se quedaba atrás en aquella batalla húmeda. Aarón rodeó con sus brazos el
fino cuello del más alto y pegó su cuerpo al del mayor, estrechando el abrazo en el que se
encontraban.

No se lo pensó dos veces antes de alzarlo y llevárselo a la cama.

Sentir la suave y tibia carne del muchacho era glorioso. Enredaba sus dedos en aquellos
cabellos cobres y asaltaba sin piedad su boca, dejándole sin aire.
Le gustaba la cara que ponía cuando empezaba a penetrarlo. Era un rostro colmado de placer.
Se le ponían las mejillas coloradas y le evitaba la mirada, siempre con el rostro ladeado a pesar
de que le pedía que lo mirase a los ojos.

Nunca lo miraba a los ojos cuando se acostaban juntos. Y si estaban cara a cara el chico
cerraba los ojos fuertemente y solo emitía suaves y frecuentes gemido que lo excitaban y lo
obligaban a marcar un ritmo frenético.

––auch…––dijo apenas saliendo de su ensoñación.

Alguien le había pegado con un periódico en la cabeza.

––Luis, mientras estés conmigo ten la amabilidad de no pensar cosas libidinosas.––pidió Santi
con cara de aburrido–– pones una cara que da miedo.

––No estaba pensando nada malo–– se defendió sin muchos ánimos. Hacia mucho tiempo que
no tenía sexo y eso de la abstinencia le estaba pegando.

––Si claro, y yo soy un santo.––dijo irónicamente alzando una ceja–– más bien concéntrate en
porque estamos aquí.

El mayor miro la fila de autos que estaban frente de si. Se rasco la cabeza sin saber que hacer o
a cual elegir.

––solo elige uno hombre, que no ves que tengo cosas que hacer––se quejo el rubio. Estaba allí
porque Luis le había pedido que lo acompañara a elegir un auto. ––porque no te compras uno
de esos deportivos.

––si el dinero fuera mío hasta me comprara un Ferrari, pero ese dinero es del bufete de
Elizabeth.

––El bufete que era de Elizabeth––corrigió. Luis frunció el ceño–– recuerda que ella esta
muerta, ahora que te quedaste como dueño de ese lugar, estas forrado de dinero, así que no
seas pichirre y compra un buen auto.
––aun así, no me gusta gastar el dinero de ella de esa forma. Solo compro el auto porque ya
me andan exigiendo que ande presentable para la compañía–– recordó que desde la muerte
de su esposa él se había quedado como dueño de ese lugar, ya que no había más parientes
vivos, sus hijos, por supuestos, eran los herederos de aquello pero hasta que ellos no
cumpliesen la mayoría de edad él se quedaba a cargo. Y faltaba mucho, pero mucho para que
eso sucediera si Marianita apenas tenia siete años. Le faltaban once años para que se hiciera
responsable, y eso si quería hacerse responsable porque no sabía si su hija querría ser dueña
de ese bufete o si quería ser abogada igual que su madre.

Así que mientras el tiempo pasaba él tenia que hacerse cargo de todo.

Eso le paso por no haber firmado los papeles del divorcio, pero es que el nunca imagino que
Elizabeth muriera. Vale que él sabia que la gente se moría todos los días pero, a pesar de que
la muerte es algo natural en la vida, nunca se esta preparado para cuando llega.

Aquello le entristeció un poco. Era militar y había visto a muchos compañeros morir. Su
profesión estaba muy cerca de la muerte y de la locura. Pero ahora no podía darse el lujo de
arriesgar su vida. Sus hijos habían quedado huérfanos de madre, no quería que también
quedasen huérfanos de padre.

––¿y bien, cual te llevas?

––¿ah?

––El auto Luis ¡el auto!––dijo Santi fatigado de que su hermano fuese bien caído de la mata––
¡solo escoge uno!

––es que esta difícil. No quiero un auto que demuestre que disfruto del dinero de Elizabeth
pero tampoco un auto que me baje de categoría ¿entiendes? Uno de los socios de la compañía
me dijo, o prácticamente me ordeno, que mi imagen reflejara lo representable que es el
bufete y que, por ende, fuese una persona de categoría y bla, bla, bla. ––explico asqueado de
recordar al tipo tan desagradable que era socio del bufete ¿Por qué Elizabeth había escogido a
ese tipo por socio? Menuda piedra en el zapato se estaba convirtiendo el tal Alfred ese.

Ooo
Leandro no podía creer el difícil día que había tenido. Mientras subía las escaleras hacia su
apartamento miro cansadamente a los dos chicos que le seguían. Uno pelirrojo que tenia gesto
de enfado. Y el otro rubio de muchos rulos en la cabeza y que parecía emocionado.

El pelirrojo le había pillado hablando con el mocoso chantajista. Y por supuesto Adrián estaba
que lo mataba, gracias a Dios que no había nada cerca que pudiera utilizar como proyectil para
arrojárselo.

Y el mocoso de rulos dorados más que molestarse parecía emocionado. Dijo algo como “¡que
emocionante! la primera pelea de parejas”

Se habían quedado un poco perplejos al ver la emoción del chico por una simple pelea. Si que
era raro.

“si el profe no me quiere contar lo que quiero, entonces me lo contara el otro ¿no?”

Había preguntado con una sonrisa maligna. El pelirrojo no entendía ni J. ¡¿que carajos era lo
que tenia que contarle?!

Adrián había mirado con el ceño fruncido a su amante y le dijo que quería que le dijera que
mierda estaba pasando.

Leandro había suspirado y no lo quedo más que contarle todo. Absolutamente todo.

Así que allí estaban, rumbo a su casa para saciar la curiosidad de ese joven.

Suspiro mientras abría la puerta de su apartamento, sin embargo le extraño encontrar todo el
apartamento en penumbras, por lo general siempre dejaba la luz de sala encendida.

Entro tanteando la pared para buscar el interruptor.

––pensé que siempre dejabas la luz encendida.

––lo hago, tal vez se quemo el bombillo.


Por fin encontró el interruptor y lo apremio.

––parece que aquí esta el motivo de las penumbras––aclaro Adrián con voz monótona.
Leandro se acerco hasta el chico y miro el mueble.

––Oh no… esto no puede estar pasando…––se dijo a si mismo en tono lastimero. En el mueble,
boca abajo y con un aura sumamente deprimente yacía Alan, tal vez dormido... o tal vez
muerto. Leandro no lo sabía.

––¿Quién es?––pregunto el otro chico con la curiosidad embargando su voz.

–– Es el pederasta corruptor de menores.––respondió Leandro haciéndole piqui, piqui con una


ramita para ver si Alan estaba vivo. Este se empezó a reír, primero bajito, opacados porque
estaba boca abajo. Leandro pensó que seguro le estaba haciendo cosquillas con la ramita.

Alan se puso boca arriba y se empezó a reír como maniático. Elevando los brazos y con la
mirada brillosa––JAJAJAJAJAJAJAJAJA!

––¿y a este que le pasa?

––el doctor lo dejo caer cuando nació.––respondió Leandro sin entender que le pasaba. Y ya
con los nervios crispados y algo asustado de que “eso” sea contagioso. Si el era loco entonces
no sabia que era Alan.

––¿y a ti que te pasa? ¿Te golpeaste la cabeza o que?––pregunto Adrián alzando una ceja.

––Me pasa que jajajajajajaja!–– reía sin parar. Hasta que en un momento se tiro sobre su
Leandro llorando–– ¡¡pasa que Mario me dejo!! ¡No me quiere!!

Levanto la cara y miro a los presentes con grandes lagrimones en los ojos y los mocos
saliéndole de la nariz.

––Buda querido, anda has que mi pequeño canario vuelva––clamo sus grandes ojos claros
mirando el techo.
––Alan, ¿porque le pides a Budas?

––¡pues para ver si me hace el milagrito!––respondió como si fuera lo más normal del mundo–
– hombre que ya ando cansado de estar de rodillas rezando haber si me hacen el milagro. Ya le
rece a Jesús, a Maria, a Ala ¡y a todos lo santos! Pero nada de nada, así que ahora pruebo
suerte con Buda para ver si funciona–– y continuo de rodillas, con las manos unidas rezando
nuevamente–– Anda Budita lindo, has que mi Mario vuelva. Te prometo que si mi Mario
vuelve lo voy a emborrachar con unas cuantas cervezas para dar rienda suelta a todas mis
perversas fantasías sexuales cuando no este en posición de defenderse.

––esa no es manera de orar ¿o si?––pregunto en voz baja el pelirrojo mientras Alan seguía
enumerando las cosas que le iba a hacer a su canario, y de las poses con las que soñaba para
hacerle el “amor”

Leandro frunció el seño y le atizo un golpe en la cabeza con un libro. ––esa no es manera de
orar inepto.

––¡auch, eso dolió! ¡y no me interrumpas mientras estoy rezando!!––protesto como un niño


pequeño mientras se sobaba la cabeza. Tremendo chichón le saldría. –– ¡que no ves que Mario
me dejo!

––¿y eso como que porque?––pregunto esta vez Leandro sin terminarse de creer aquel cuento
de que Mario lo había dejado.

––¡y yo que se!... tal vez es porque soy un idiota…––respondió no muy seguro.

––Alan, no me lo tomes a mal pero siempre has sido idiota. Tu madre lo sabia, tu abuela, mi
familia ¡hasta el gato que me regalo Luis sabe que eres idiota! Incluso Mario lo sabía cuando se
fue contigo así que dudo que se haya ido por eso.

––oye, no me estas ayudando en nada.––puso cara de pocos amigos. Una charla de como era
él no era necesaria.––me dejaron y tu me restriegas en la cara que soy idiota. ¡Para eso no son
los amigos!

Leandro lo miraba con escepticismo no pudiendo creer que Mario lo hubiese abandonado.
––Y según tu ¿para que son los amigos?

––¡¡Para apoyarnos cuando más lo necesitamos!!––Dijo con una sonrisa de oreja a oreja

Asdrúbal miraba la escena como un espectador que mira una telenovela. Y por alguna extraña
razón del destino (llamada flojera) se sentó en el cálido regazo del sofá y, apoyando los codos
en sus rodillas descaso la cara entre sus manos. Miraba primero al profesor Leandro y después
miraba al rubio que rezaba a todas las religiones, ese era extraño, Asdrúbal no dudaba de que
estuviese loco o al menos debería de tener unas cuantas tuercas de la cabeza floja. No le
sorprendería si en cualquier momento se empezara a rezarle a cultos paganos.

Luego miro a Adrián, este tenía cara de aburrido como si no le sorprendiera que ese tal “Alan”
estuviera lloriqueando sobre los pies del profe. Parecía una escena de telenovela barata. Pero
no le cabía duda de que la escena era comprometedora y divertida. Agradecía a todos los
dioses, incluyendo a Ala y a Buda, haber descubierto esa relación tachada de prohibida entre el
profe y su compañero de clase.

“Erase una vez un hombre que gustaba de violar a su alumno, eran vecinos y al jovencito le
encantaban esos arrebatos de locuras de su profesor…lo hacían en la cama, en el sofá, en la
mesa del comedor, en el baño…”

¡Ah! Dulce amor, como le gustaba soñar y fantasear con lo que hacían esos dos. Vale que eso
era insano y enfermizo pero resultaba divertido imaginárselos juntos. Su casa era tan aburrida
y su familia también lo era, además de que todos sus primos eran heterosexuales así que sus
relaciones resultaban muy convencionales; que si besitos, que si peleas absurdas, que si “mi
amor, te extraño bebe”, ¡menuda estupidez! eso pasaba con todas las parejas ¡¡que aburrido!!
Él quería pasión, sexo ¡sangre!! Bueno, tampoco para tanto, es que como él nunca había
tenido un romance verdadero le picaba la curiosidad si lo de ellos lo era, sus amores siempre
resultaban tan pasajeros como el agua y jamás volvían.

Suspiro esperanzado. Tal vez hoy por fin podría ver algo de acción. Dejo sus pensamientos de
lado y siguió contemplando la escena no convencional entre dos amigos, o si era convencional
el nunca había tenido amigos así de…locos…

Alan siguió hablando como sabio mientras lo señalaba con su dedo de la justicia.

–– Y como buenos amigos que somos vine para que me consolaras––respondió sonriente
olvidándose por un momento del despecho que lo agobiaba. A Asdrúbal se le encendió una
bombilla en la cabeza.
––así que el profe, después de todo, es prostituto. ––a Leandro casi se le cae la quijada al suelo
al escuchar la palabra “prostituto”

––¡¡no soy prostituto!!––aclaro irritado. El jovencito Asdrúbal, en principio, lo miro un poco


sorprendido. A él no le sorprendería si el profe era prostituto, tal vez así la relación seria
menos convencional, es decir “Pero el profesor pederastas se dio cuenta de que el dinero del
instituto no era suficiente para los caprichos del joven Adrián, así que para poder seguir juntos
el profesor tuvo que empezar a prostituirse… y bla, bla, bla…”

––pero consuela a la gente ¿no?

––¡¡pero no en ese contexto!!

Leandro respiro hondo y se masajeo la sien para no perder la paciencia. ¿Qué tenía en la
cabeza ese jovencito? Hombre, si había que tener una mente muy insana para llegar a esa
conclusión tan errada de un palabra tan simple (y compleja) como lo era “consolar”, aunque si
lo pensaba detenidamente la palabra “consolar” se asemejaba mucho a la palabra
“consolador”. Sacudió la cabeza un par de veces para apartar esas ideas extrañas y pervertidas
de su mente. ¡Él no era prostituto y no consolaba a la gente con sexo o consoladores! ¡Él no
era tan pervertido! Vale que si lo era ¡pero no tanto! En el interior todavía era santo, muy pero
muy en el fondo… en alguna parte. Leandro estaba convencido de que en alguna parte era
santo, aunque seguro era una parte muy pequeña, demasiado pequeña.

––oh ¿y este quien es?––pregunto Alan dejando sus lamentaciones para mirar curiosamente al
joven que estaba sentado en el sillón sin permiso alguno. En ningún momento se había fijado
que había alguien más en la casa.

Leandro suspiro fatigosamente. No quería decir quien era, porque si lo decía Alan lo molestaría
el resto que le quedaba de existencia.

Asdrúbal adivino los pensamientos del joven profesor y se adelanto para presentarse el
mismo.

––Mi nombre es Asdrúbal Méndez. Estudio con Vásquez––Alan tenía cientos y cientos de
signos de interrogación en la cabeza sin entender de que iba todo aquello–– soy la persona
que vio al profesor y a Vázquez darse un beso, y concluí que tenían una relación prohibida. ––
aclaro sonriendo como niño bonito. En la boca de Alan se formo un “Ohhh” lleno de mucha
sorpresa.
––¿y estas aquí para…?

–– ¡Para verlos en acción!––clamo victorioso.–– y si ellos no me dan lo que quiero ¡los acusare
con la directora!!

Leandro siguió masajeándose la sien buscando aplacar la migraña que, otra vez, amenazaba
con explotar su cabeza. Adrián lo miro como hiena enjaulada, casi a punto de tirársele encima
y arrancarle los rulos y quitarle esa sonrisa de niño victorioso. Alan por el contrario parecía
emocionado por la situación.

––Ara, ¿y de verdad van a hacer escenas xxx delante del chiquillo?––pregunto el rubio con la
emoción contenida.

––¡¡¡no!!!–– gritaron irritados Leandro y Adrián.

––¡ey, no me griten! Miren que estoy muy sensible–– Saca un pañuelo y se seca una de sus
falsas lágrimas–– en fin, entonces ¿Por qué lo trajeron aquí?

––Para negociar…––respondió resignado el profesor. Aun no podía creer que todo eso
estuviese sucediendo.

––¡que negociar ni que nada! ¡Lo único que aceptare son escenas xxx!––aclaro enojado el
carajito. Los presentes lo miraron con las cejas alzadas.–– Dios... lo dije pero qué vergüenza...
ojojojo... ––se avergonzó y tímidamente se cubrió el rostro como si fuese blancanives. Al ver
que los presentes no decían nada y que en la habitación solo se escuchaba un grillo cantando,
se destapo la cara y miro a los presentes con cara fastidiada. Se suponían que ellos debían
decir un “awwwww que lindo”–– ¿Lo repito? Quiero ver escenas xxx––los presentes seguían
de a seis–– Quiero ver escenas xxx, Quiero ver escenas xxx, ¿qué hay algún problema con eso?
¿No tienen orejas o que? no creo ser la primera persona que quiera ver pornografía en vivo, o
si?

––oye niño, ¿y que fue lo que te llevo a querer esto?

––Bueno––empezó a explicar tranquilamente–– por causa de una insana colección de mangas


homosexuales (es decir, yaoi) me he forjado una idea demasiado buena del sexo. Ya saben, de
las violaciones del activo hacia el pobre e indefenso pasivo, del sadomasoquismo entre ambas
parejas. De la relación amor/odio entre los dos. Se de las sonrisas pervertidas del seme, de su
insaciable apetito sexual y sus manías eróticas pervertidas además de personalidad posesiva,
ególatra, obsesiva y compulsiva... y también se de la voz suave, sutil y delicada del uke. De los
llantos mientras y gritos mientras lo penetran y que, al final, acaba perdidamente enamorado
del seme. Esa es la esencia del amor sexual... ¡¡Y no aceptaré un centímetro menos de eso!!

Leandro, Adrián e incluso Alan estaban con los ojos muy abiertos al escuchar tal explicación. Ni
en sus más retorcidas pesadillas Leandro imagino escuchar semejante cosa.

–– No voy a hacer comentarios. ––susurro el profesor atónito.

––pues yo si le voy a dar su merecido––aclaro enojado Adrián arreglándose el manga de la


camisa dispuesto a una “pelea” con el niño de mami ese que lo tenia hasta los cuernos. ––
¡suéltame Leandro, que me sueltes te digo!!

El profesor lo tenía sujetado por los brazos. ––¡Adrián, peleando no se arreglan las cosas!!

––¡¡suéltame!!

Asdrúbal actuaba como si eso no iba con él y más bien se limpiaba la mugre de las uñas.

Mientras Adrián continuaba con su pataleta, Alan se acerco al chiquillo y le dio una palmadita
en el hombro.

––pues lamento desilusionarte chico pero Leandro… uh, digamos que no es el típico “Activo”
como tu lo llamas.––Asdrúbal lo miro sin entender–– veras mi amigo aquí presente es el típico
tipo intelectual, que gusta del orden, del silencio y sobretodo de hacerle “el amor” a su lindo
novio sin llegar a sadomasoquismo.

––¡¿Qué…?! ¡Eso no es verdad, a todos los activos les encanta someter a sus amantes!!

––Oh bueno, y Adrián tampoco es el caso del típico “pasivo” inocente. Yo creo que es aun más
pervertido que Leandro. Y siempre se le ocurren unas ideas súper retorcidas y eróticas que
dejarían loco a más de uno.

––No puede ser… ¡¿y como sabes tu eso?!


Alan parpadeo un segundo.

––Oh eso es muy simple. ¡He sido testigo de sus ardientes noches de sexo!––aclaro triunfante.

––¡Alan, cierra la boca!

––oh no. Ahora que he hablado no puedo callar––hablo con voz de sabio–– he sido testigo de
innumerables noches de pasión entre esos dos. He visto como mis ojos como se devoran el
uno con el otro.

Los ojos de Asdrúbal estaban muy grandes y miraba con admiración a Alan.

––si quieres saberlo todo niño tienes que consultar conmigo. Te lo diré todo.

––¡¿de verdad?!

––¡claro! Siempre es grato compartir anécdotas terriblemente excitantes con personas que
compartan el mismo gusto que yo por las escenas xxx––aclaro de lo más sonriente–– incluso te
puedo contar de la vez que estos dos, queriendo hacer realidad una fantasía sexual,
terminaron en el hospital. ––¡ah! Alan se lamentaba terriblemente no haber estado ni cerca
para presenciar aquello, pero siempre se había enterado de eso por rumores de sus hermanos,
aunque nunca iba a ser igual como verlo en persona. Moriría porque eso pasara otra vez, pero
dudaba que Leandro quisiera quedarse, otra vez, con un brazo enyesado.

––¿Cómo supiste eso?––pregunto Adrián anonado.

––¡ah! Rumores amigos míos… rumores…

––eh ¿y porque terminaron en el hospital? ¿Qué cosillas pervertidas hacían?

––no estoy muy seguro pero se que tenían que ver con medias de encaje blanco––A Asdrúbal
se le salieron todos los litros de sangre por la nariz al siquiera imaginarse lo que habían hecho.
––¡Pero que sucios!––comento sonriente Asdrúbal–– ¡incluso puedo seguir imaginándome
escenas xxx del profe y el alumno, tal vez una escena de “castígueme profe” oh si, eso
realmente debe de ser muy motivador!

––¡Oh, me encanta este chico, es tan pervertido como yo! ¡Es como el hermano pequeño que
nunca tuve!––Clamo Alan feliz––¡si hasta tenemos el cabello rubio y los ojos azules! ¡Ah, ya se,
Asdrúbal debe de ser mi hermano perdido! Y como mi hermano perdido recién encontrado te
daré un regalito––anuncio mientras buscaba algo entre las maletas que había traído. De
pronto saco algo sumamente familiar para Adrián y Leandro. Asdrúbal miro con los ojos muy
abiertos el regalo debido a la emoción.––¡El mini Leandrito y el mini Adriancito!–– aclaro
poniendo los muñecos que siglos atrás había comprado para fastidiar a su amigo.

––¡oh, es increíble! ¡No puedo creer que ahora los tendré en miniatura!

––Y aun hay más––le quito por un momentos los mini muñecos y les empezó a quitar la ropa––
ya vez que puedes cambiarles de ropita, ¡puedes vestirlos como quieras! Desde vestir a Adrián
de una sirvienta francesa como hasta de esclavo Jojojo

Asdrúbal estaba que casi teniendo un derrame nasal.

Adrián tenía la cara de mil colores ¡como podían comentar eso delante del sádico de Asdrúbal!
Al pobre Leandro el alma comenzó a escapársele por la nariz.

––además los muñecos son muy flexibles y puedes ponerlos a hacer cosas sumamente
indecentes y terriblemente excitantes ¿ves?––dijo colocando a las figurillas en una posición
muy indecorosa. ––oh y también puedes imitar los gemidos; algo así como: oh sii, más, más,
¡más! ¡Oh si dale allí, justo allí! ¡siii!

Leandro si ya de por sí estaba mal, después de escuchar aquello lucía pálido como el papel y
pequeñas burbujas de saliva emanaban de su boca, tan grande era el shock de escuchar todo
aquello.

––¡Leandro, Leandro!––llamo Adrián mientras los otros dos aun continuaban hablando de las
cosas que podían hacer los dichoso muñecos, ¡hasta le podían comprar una casa de muñeca y
compartirla con Barbie!

En ese momento la puerta se abría. Aarón observo la situación de lo más extrañado; su


hermano estaba echándole aire con un papel a un inconsciente Leandro, este se había
desmayado desde hacía rato. Yacía en el piso mientras echaba espuma por la boca
inconscientemente. Después estaba Alan, no sabia en que momento había vuelto pero no veía
por ningún lado al pequeño Mario. Y luego estaba ese chico rubio, lo había visto varias veces
en el instituto, se llamaba… uh… ¿Asdrúbal?

––¡oh, mira, llego mi querido amigo Aaroncito!––se acerco al chico y paso afectuosamente su
brazo por el hombro del pelirrojo, suavemente lo empujo hasta que caminara hasta donde
estaba el rubio menor–- Asdrúbal, te presento a Aaroncito, el gemelo de Adrián.

––si, ya se quien es. Estudio con él––respondió en tono tedioso

––pero lo que no sabes es que el también tiene una relación prohibida y nada más y nada
menos que con el hermano mayor de Leandrito.–– Aarón se sonrojo violentamente. Anda que
no quería gritar a los cuatro vientos que era gay y que le gustaba un hombre que casi le
doblaba en edad. Iba a protestar, a mandarle a cerrar la boca pero su voz se había quedado
escondida en algún sitio.

Alan de verdad que si sabía como avergonzar a la gente.

––¡¿en serio?!

––¡por supuesto que si! Su relación es no-convencional.

––¿y tu no tienes una relación no-convencional?

––¡Por supuesto que si!––se jacto de lo más orgulloso–– mi dulce canario… te podría contar
tantas cosas de él que nunca acabaría, te hablaría de su piel limpia con el agua diáfana…
blanquísima como si fuese un copito de nieve. Te hablaría de su sonrisa, amable sin lugar a
dudas, y pura como no he visto ninguna otra––hablaba como poeta enamorado, Asdrúbal le
miro curioso y observo los corazoncitos que salían de Alan y que empezaban a poblar el
apartamento yendo de aquí a allá en parejas.

Incluso, más de uno, se acerco a Leandro y lo despertaron y ahora este los espantaba con las
manos. Es más, hasta había sacado una escoba y estaba empezando a correrlos para que
dejaran de llenar la casa de tanto amor.

Que cosas tan raras…


Siguió mirando a Alan que hablaba de su canario tan apasionadamente.

–– Podría contarte que le gustaba andar descalzo, que tenía los pies pequeñitos y que durante
el frio movía los deditos sin darse cuenta. Su nariz… sus ojos, sus cejas, sus orejas... Su carita
colmada de placer y sus mejillas sonrojadas es el mejor cuadro que he visto en mi vida. Ni
siquiera con lápices y pinceles podía llegar a dibujar exactamente lo que era él, es que nunca
jamás nadie podría ver lo que yo veía, por mucho que gaste lápices dibujándolo. ––Seguía
fantaseando, con los ojos brillándole y el corazón latiéndole a mi. La casa de había llenado de
romance, de corazones y extraños brillos que flotaban en el aire.––¡ah, que deliciosa es la miel
de su boca, que idilio es la suavidad de su piel, que apasionada es la forma en que se me
entrega, en que mirándome a los ojos me pide que lo bese! ¡Ah, hasta las bufandas le
quedaban muy bien, por Dios que lindo era!

––¡parece algo maravilloso!––comento Asdrúbal con una sonrisa grande––¿y donde esta?

Fue allí que el romance se vino abajo. Los brillos se esfumaron mientras Alan fue a refugiarse
en una esquina gris y la depresión lo hizo llorar de forma patética al recordar que su canario lo
había abandonado.

Asdrúbal lo miro extrañado. ¿A que se debía ese cambio de actitud tan radical? Y parecía
mejor no preguntarle, no valla a ser que se fuese a tirar por la ventana allí mismo así que
decidió que había sido suficiente por el día de hoy, había obtenido un poco más de
información sobre el profe, sabía donde vivía, que era vecino de Adrián, que hacían cosas
sucias sobre las ventanas, incluso había obtenido unos muñecos muy similares a esos dos así
que era suficiente por hoy.

––por hoy es suficiente. Ya mañana veré que quiero de ustedes––dijo mirando a Leandro y a
Adrián, este ultimo puso cara de perro rabioso.––me marcho

Anuncio yéndose hacia la puerta. Justo cuando abrió la puerta un extraño casi iba a empezar a
tocar la puerta. Parpadeo un segundo, el sujeto se le hacia familiar pero no recordaba de
donde. Tal vez era porque se parecía al profesor.

––¿Se le ofrece algo?–– pregunto curioso sin dejar a pasar a los dos sujetos que estaban frente
a la puerta.

––¿Esta Leandro?––pregunto Luis con la duda y desconfianza embargando su voz. A ese


chiquillo no lo había visto nunca y esperaba no haberse equivocado de apartamento.
––ah si, esta por allá––respondió señalando con el pulgar hacia atrás. Y sin más salió del
apartamento y se fue. Santi y Luis se miraron, después se encogieron de hombros y entraron al
apartamento.

Eran las tres de la tarde y como tenia pinta de llover decidieron pasar un rato por la casa de
Leandro hasta que pasara la llovizna.

Dentro del apartamento encontraron a un Alan muy deprimido en un rincón.

––¿y a ese que le paso?

––ni idea. Dice que Mario lo dejo pero no se si me estará tomando el pelo con eso––respondió
Leandro tomando las maletas del rubio para ver si no había ropa o pertenencias del pequeño
Mario.

Al inclinarse la cadena de color dorado relució en vista de todos. Luis frunció el seño.

––¿Qué es eso?––señalo serio la cadena. Leandro observo lo que señalaba y tomo el medallón
en sus manos.

––es una cadena de oro.

––ya lo se tarado, pero me refiero a que qué haces con eso. Se supone que lo habías perdido.

El castaño recordó que cuando eran niños su madre tenía la extraña costumbre de ponerles
cosas de oro. Según ella para espantar el mal de ojo o algo por el estilo, lo cierto era que a
cada uno, al nacer, le colocaba la cadena de oro enrollada en la manito y ya cuando se tenia
una edad más madura (como para no ahorcarse con el collar) lo desenrollaba de la mano y se
los colocaba en el cuello.

Cada uno de los hermanos tenía una. Incluido él. Pero la suya se había perdido, junto con la de
Santi y la de Leandro.

Por eso al ver ese collar allí, en el cuello de su hermano menor le hizo surgir un mar de dudas.
––Revisando mis cosas la encontré.––Luis no podía creer eso. Imposible… ese medallón… ese
medallón… no, no era posible que ese medallón estuviera allí. Debía de ser mentira

Desvío la mirada sin atreverse a mirarle a los ojos. ––por cierto ¿Quién era el chiquillo que
salió de aquí?

El profesor suspiro mientras volvía a acomodar las cosas de Alan en la maleta. Sus hermanos le
harían la vida de cuadrito en cuanto supiese quien era aquel mocoso chantajista. Aun no podía
creer que alguien les hubiese visto. Bueno, eso era cuestión de tiempo de que alguien se
enterase y menos mal que había sido un alumno y no un profesor, si hubiese sido un profesor
ya estuviera en la cárcel por andar de pervertido con menores de edad y peor aun; con un
alumno.

––no era nadie. ¿Y que hacen por aquí?

––pasábamos por aquí y Santi quiso venir a visitarte. Supongo que tendrá sus motivos.

––¡Claro que los tengo!––aclaro sentándose en el sofá––pero ya lo diré después… ah estoy


cansado. ¡Se supone que debería estar en el hospital salvando gente! Y en vez de eso
acompañe a Luis a escoger un auto del que todavía no se decide a comprarlo.

Luis se rasco la barbilla un poco confundido. Al final no había elegido ningún auto. Es que
estaba difícil, no sabia que auto elegir. ¡Todos eran tan hermoso!... y caros… pero a la vez no
quería un auto. Eso de tener carro le resultaba muy ostentoso, además de que la velocidad lo
ponía loco.

––no te quejes tanto. Mañana igual tendrás que venir a ayudarme a escoger un auto.

––¡¿Qué…?!

––como que qué. Mañana vas conmigo.

––¡oye, tengo responsabilidades!


––responsabilidad un carajo. ¡Vas conmigo y punto!––Santiago casi se jalo los pelos ¡ir con su
hermano a escoger un puto auto era lo peor! ¡Es que Luis era tan indeciso!

––¿Vas a comprar un auto?––pregunto Aarón confundido, fue entonces que el castaño reparo
en la realidad de que Aarón también estaba allí. Se sintió nervioso, menos mal que había gente
y no estaba solo. Carraspeo un par de veces para recuperar la voz y la compostura.

––si... la compañía me esta pidiendo que me convierta en alguien de prestigio y que sea... uh…
presentable––Leandro hablaba con Santi sobre lo indeciso que era y sobre lo loco que era para
manejar. Era cierto. La velocidad cambiaba sus pensamientos, se sentía libre. Se volvía un
salvaje con 180 km/h, por eso no quería comprar un auto. Pero eso no era precisamente lo
que pensaba, más bien observaba la cadena de oro… ¿Cómo había llegado hasta allí?

––Es verdad. Luis se vuelve psicótico con la velocidad––murmuro Santiago aburrido.––bueno,


si se mata al menos me dejara criar a los niños.

––Por supuesto que no.––aclaro Luis desviando la mirada del collar para mirar al rubio doctor–
– si muriera los niños se quedarían con mi madre. Mi segunda opción seria Aarón pero él
todavía es menor de edad––el nombrado se sonrojo un poco y trago saliva nervioso. Luis lo
miro un momento y después volvió a mirar la cadena de oro. Frunció el seño y volvió a desviar
la mirada––así que pensé en Leandro. Es un obsesivo con el orden y la limpieza, es profesor,
educado ¡y hasta lava la ropa por colores! Es una perfecta ama de casa.

Leandro no sabia si eso era un cumplido o era una burla pero sea como sea miro con cara de
pocos amigos a su hermano. No le hacia nadita de gracia que se burlaran de su forma de ser.
Si, si, Leandro sabia que era un obsesivo compulsivo con la limpieza, el mínimo desorden lo
perturbaba. Y si, lavaba la ropa por colores ¿Quién no lavaba la ropa por colores? Primero los
blancos, después los rojos, negros, naranjas, etc. Oh y también los ponía en orden de pequeño
a mas grande cuando iba a tenderlos. Y vale, también planchaba hasta la ropa interior y la
doblaba cuidadosamente cada prenda. Incluso ordenaba sus Cds por género; rock, baladas,
pop, y de acuerdo a este orden los ordenaba por alfabético.

Viéndolo de ese modo Leandro se sintió un enfermo de la perfección. Se rasco la cabeza un


poco anonado de su reciente “descubrimiento”

––Además creo que seria bueno para darles una buena educación sexual––Ja se lo decía al
maestro que se acostaba con uno de sus alumnos. Oh si, realmente era un ejemplo de
educación. Leandro sentía que su hermano mayor se burlaba cada vez más de su forma de ser,
seguía mirándole con cara de pocos amigos–– Santi, tu serias un padre chapado a la antigua
¡seguro que ni siquiera hablarías de sexo ni con Mariana ni con Marcus!
––¡ey, soy doctor, claro que le daría una buena educación sexual!––se defendió–– ¡¡seré un tío
excelente!! Es más, hasta le enseñare a ponerle un condón a un pepino

Silencio colectivo.

––ves Santi, por eso no te dejare cuidar a mi hijos.

––¡ah que cruel eres!

Todos los presentes se rieron por la forma infantil e inmadura que actuaba Santiago, excepto
Alan, el pobre todavía seguía en su rincón llorando dramáticamente la partida de su canario sin
percatarse de la conversación que los demás estaban teniendo.

Mientras Luis se sentía la mar de incomodo. No solo porque Aarón estaba cerca de él, riendo y
hablando tan entretenidamente con los demás, sino también porque el brillo dorado que
resplandecía de la cadena de oro lo perturbaba. Le molestaba. Y no podía disimular su
molestia.

––Tiene cara de perro bravo––acoto Adrián juguetón. Leandro rio divertido

––es cierto ¿te molesta algo?

––quítate esa cadena.

––¿ah?

––quítate esa cadena––repitió malhumorado––me molesta.

––no me la voy a quitar. Solo porque tu no consigues la tuya no significa que deba quitarme la
mía–– respondió Leandro sin ningún tono en especial, arqueando una ceja y pensando más
bien en que mosca le había picado a su hermano.

Luis se puso de pie y salió afuera, dejando a todos con dudas en la cabeza. El pelirrojo se
preocupo un poco ¿Qué sucedía con el militar ese? Sintió deseos de ir tras de él y preguntarle,
pero no se pudo poner en pie.
Pasados unos segundos los demás continuaron con la conversación argumentando que Luis
quería estar solo un momento. Pero Aarón aun tenía deseo de ir tras de él. Apretó las manos
sobre su rodilla y se levanto. Iría un momento con él. No sabía si los demás se dieron cuenta de
eso, o si se había reído porque iba tras un idiota o si ignoraban su breve desaparición de allí
pero en ese momento no le importo demasiado.

Cuando salió fuera del apartamento lo encontró con las manos descansando sobre la baranda
del balcón. Con pasos lentos se acerco, pero no llego hasta Luis. Apenas se quedo unos pasos
tras de él.

––¿estas bien?

––Estoy bien.––su voz fría y desinteresada le hizo entender que Luis no iba a hablar. Bueno
que más daba. Se dio la vuelta para adentrarse dentro del apartamento, sin embargo la voz de
Luis hablándole le detuvo–– es que… aun hay pecados sin confesar ––murmuro bajito. Aarón
no entendió sobre que hablaba pero ladeo la cabeza para mirarlo.–– aun hay pecados sin
confesar…––repitió Luis en un suspiro.

Ooo

Otro día más. Respirar, levantarse, ir al instituto… sin embargo hoy no era un día como otros.
Hoy por fin se había decidido ir a ese lugar que odiaba, hoy había decidido someterse otra vez
con psiquiatras.

Pero apenas escuchaba lo que ella le decía porque en realidad no le había estado prestando
atención a sus palabras. Miraba más bien el reloj de pared.

Tic-tac

Tic-tac

Tic-tac

Menudo sonido de fondo. Le crispaba los nervios y le hacia perder la poca concentración que
tenía.
––Entonces te tomaras estas pastillas… ––su doctora seguía hablando con una voz suave. Pero
seguía sin escucharle correctamente.

Tic-tac.

Maldito sonido de fondo. Maldito reloj que le hacia perder la cabeza.

––Ten…––era el récipe con los fármacos. Las drogas que apagarían sus voces.

Malditas pastillas.

Leandro bordeaba el límite del mundo de la imaginación, pero no lograba entrar en él. Se
acercaba... se acercaba... los exponentes eran cada vez menores... -9, -10, -11...

––Leandro, concéntrate en lo que digo.

Cero. Fue atraído desde la inconsciencia hasta ese sitio. Hasta el consultorio medico, en donde
le había confesado a la psiquiatra sobre que escuchaba las voces de su abuela y amiga muerta.
No le llego a decir que también podía verlas, hablar entretenidamente con ellas y tocarles
música de piano.

Si le decía eso, probablemente, lo internarían de una vez en aquel sanatorio mental. Ese sitio
demencial con paredes blancas.

––Lo siento–– dijo. Mentira. No sentía nada en absoluto.

––Te decía…–– empezó a decir lentamente––esas pastillas ayudaran acallar esas voces.

Asintió tomando el récipe. ¿De verdad eso le ayudaría? Esas drogas que le obligaba a pensar
diferente, a no ser él. Eran horribles.
Acordó su próxima cita. Se verían una vez a la semana. A Leandro le pareció bien, él había
buscado ayuda. No quería seguir así. Quería ser normal… normal... normal… pero eso, al
parecer, no estaba en su diccionario.

Salió del consultorio para ir a la farmacia. Debía de comprar esos medicamentos pronto. Pero
en su salida se encontró con alguien familiar.

––¿Vienes a ver a la psicóloga?––pregunto un poco incrédulo. El pelirrojo, que había


terminado de hablar con la recepcionista, lo miro un poco sorprendido de verlo allí.

––Vine para hacer una cita––respondió Aarón igual de incrédulo.––me toca la otra semana.

Ambos salieron juntos del consultorio, aun sin creer demasiado en aquel encuentro tan casual.

––Nunca imagine que vinieras a un psicólogo––comento atónito Leandro––¿y vienes aquí


por…?

––Ah problemas de infancia––rio un poco nervioso–– aun siguen afectándome algunas cosas.
¿Y usted?

––También. Problemas que perturban

Aarón bajo la vista. Se daba una idea o una hipótesis de cuales podrían ser esos problemas,
aunque suponía que nunca podría imaginar cual grande era la magnitud de esos problemas. Él
también tenía problemas, y tal vez los suyos eran similares a los del profesor Leandro.

Sintió su celular vibrar. Nunca lo tenía en timbre porque le molestaba el sonido que hacia. Lo
saco del bolsillo del pantalón y reviso. Sus ojos verdes se abrieron un poco sorprendidos.

“Sí que te has escondido bien. Pero al fin te encontré” leyó en voz baja. El número era un
remitente desconocido.

Sintió que la respiración le falto por unos instantes y miro a los lados una y otra vez.
Probablemente buscando al dueño de aquel mensaje. Pero no había nadie. Un mareo le hizo
ver que todo daba vueltas, que nada era como debía ser.
Se obligo a sí mismo a cobrar compostura. A pensar detenidamente, sin embargo… aquel
mensaje… no. No podía pensar con claridad. Estaba aturdido. Aterrado.

Leandro continúo caminando sin percatarse del leve ataque de pánico del pelirrojo.

––¿Pasa algo?––pregunto curioso cuando percibió que Aarón le tomaba de la mano con
fuerza, aferrándose a él como si tuviera miedo de caminar solo. Tenía las manos frías.

El chico negó con la cabeza. Trago saliva forzosamente.

––¿me acompaña a mi casa profesor Leandro? no quiero ir solo––apenas dijo titubeando un


poco la voz.

––Esta bien––respondió Leandro no muy seguro del comportamiento del chico. Suspiro un
poco. Suponía que los fármacos esperarían un poco más.

Continuaron caminando y Aarón continuaba tomándole de la mano, como un niño que no


quiere soltarse de la mano de su mamá por temor a perderse.

Aarón pensaba en las palabras de Luis “Aun hay pecados sin confesar…”

Era cierto. El suyo todavía no había sido confesado y aquel mensaje era la prueba de ello.

“Sí que te has escondido bien. Pero al fin te encontré”

Cap 5: infierno personal (parte 1: el tonto de los demas)

or: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola queridos lectores! Mis mas sinceras disculpas por el retraso :c he tenido cosas que hacer,
cosas que pensar y por eso no había completado este capitulo, además de que siento que es
un capitulo complicado, las palabras se me recienten y son como una amante resentida: se
niega a hablarme y a ponerme atención así que disculpen si el capitulo no les transmite lo que
debería de transmitir.

Disfrútenlo.

Nunca fue y nunca será

No eres real y no puedes salvarme

De algún modo ahora tú eres el tonto para los demás

Everybodys fool- Evanescence

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Capitulo 5: Infierno personal.

Parte I:

El tonto de los demás.

Su madre hablaba por teléfono. Sonaba como molesta y a la vez preocupada. Dejo de jugar
con los carritos en la sala y se asomo al cuarto de su madre, mirando tímidamente por el
resquicio de la puerta.

Observo que, aparte de hablar por teléfono, ella metía dentro de una mochila varios paquetes.
Eran unos polvos blancos metidos dentro de bolsas plásticas. Adrián recordaba haber visto
esos paquetes en varias ocasiones pero a su madre no le gustaba que indagara y mirara lo que
hacia con esos paquetes. Misteriosamente, de la noche a la mañana, desaparecían.
Ella termino de meter aquellas cosas en el bolso y se dirigió a la salida. Rápidamente se alejo
de la puerta para evitar que ella le viera, por eso se fue corriendo hasta la sala y siguió jugando
con los carritos.

Su madre paso por la sala. Iba a salir, Adrián lo supo porque no llevaba la ropa que se ponía
para andar en la casa.

–Adrián, voy a salir–le dijo ella colgándose la mochila en el hombro–no le abras la puerta a
nadie y quédate quietecito aquí ¿de acuerdo?– asintió no muy seguro.

–mami ¿A dónde vas? ¿Por qué siempre tengo que quedarme aquí? ¿Hoy puedo ir contigo?–la
mirada de la joven se turbio un poco. No quería dejarlo solo como siempre lo hacia pero no
podía llevárselo.

–No Adrián, no puedo llevarte. Te quedaras y no le abrirás la puerta a nadie–ella se inclino y le


dio un beso en la frente–regresare pronto.– Y ella se fue y cerró la puerta con llave. El pequeño
suspiro entristecido. Guardo sus carritos. Si bien su madre le había dicho que no saliera pero
no le gustaba estar solo… y encerrado… abrió la ventana; esta no era tan grande pero era
suficiente como para que su pequeño cuerpo pudiera salir, pues no tenía barrotes.

A duras penas salió, es que ya estaba creciendo y eso de escaparse por la ventana ya no le iba
a servir demasiado cuando cambiara de estatura.

Corrió hasta la casa de al lado. Hasta la casa de su vecino: Leandro. Esperaba que estuviera sin
embargo se llevo una gran decepción al descubrir que el susodicho estaba en el instituto.

“Los siento cariño, no hay nadie aquí. Santi y Luis están en la universidad. Y Leandro esta en el
instituto” le había dicho la mamá de Leandro cuando toco la puerta.

Seguro que Leandro llegaba tarde. Seguro que llegaría como a las cinco. Pero aun así quiso
esperarlo y por eso se sentó en la puerta de la casa del castaño a esperar. Esperaría todo lo
que hiciera falta. Abrazo sus pequeñas piernitas y miro entristecido el cielo teñido de nubes
negras.

Iba a llover.

Oculto su rostro entre las piernas y se dedico a esperar.


–ey ¿Qué haces allí?– ¿era Leandro? pero no, no podía ser él, porque la voz era diferente. Alzo
la mirada. Lo primero que vio fue unos cabellos negros alborotados sobre una cabeza.–si te
quedas allí te vas a mojar ¿no vez? Ya esta empezando a lloviznar. Sera mejor que entres para
que no pesques una gripe.

–estoy esperando

–¿Esperando?–parpadeo varias veces el extraño– ¿esperando a quien?

–a Leandro.

–Ya lo veo… ¿Por qué lo esperas?–Adrián miro al extraño. ¿Qué porque esperaba a Leandro?
¡Pues porque a él le gustaba estar al lado de Leandro! además de que…

–quiero cantarle una canción. Me la enseñaron en la escuela.

–¡canciones infantiles!!–se rio divertido–¡a mi me encantaban las canciones infantiles! ¿Te


enseño mi favorita?–Adrián asintió, le gustaba aprender canciones nuevas– bueno allí va, pero
no te rías porque no tengo buena voz para cantar.– se aclaro la garganta y canto. Canto
aquella canción que se le quedo grabada en la memoria. Canto esa canción que después se
convirtió en su favorita, en una canción que empezó a cantar a cada minuto. –¿Te gusto?–
asintió feliz. Le había gustado esa canción.– ahora tienes que cantarla tu.

La canción era corta y concisa. Se le grabo con solo escucharla.

–Witsy Witsy araña tejió su telaraña,–la voz infantil hizo sonreír divertido al extraño– vino la
lluvia y se la llevo…

Abrió la nevera y saco lo que quería: un par de cervezas. Al instante les quito la chapa y se fue
a la sala en donde su invitado lo esperaba. Tomo un sorbo de una de las cervezas y al llegar a la
sala le dio la segunda a su compañero.
–Pensé que no guardabas cervezas en tu nevera–comento desconcertado el invitado–ya sabes,
por los niños.

–de ves en cuando no le hace daño a nadie. Además de que Mariana no agarra estas cosas y
Marcus esta muy pequeño como para abrir la nevera. – Luis se sentó en el mueble, al lado de
su compañero de trabajo y coloco los pies sobre la mesita de en frente, luego tomo otro trago
de cerveza y a continuación eructo en la cara de su compañero.

–Eres un cerdo–se quejo un hombre de su misma edad. Luis rio y siguió bebiendo de la
cerveza. Era casi las seis de la tarde y había salido temprano del trabajo por lo que él mismo
fue a buscar a sus hijos tanto en el kínder como en la guardería, por tal motivo le había
mandado un mensaje vía celular a la bella rebelde para que no se molestase en pasar por los
niños.

No quería que estuvieran solos es su casa. Y no, no es que le tuviese miedo al pelirrojo rebelde
era solo que… ni el mismo lo sabia, solo entendía que le costaba concentrarse cuando ese niño
estaba cerca. Y lo peor era que no podía quitarle el ojo de encima, sentía que en cualquier
momento se le iba a tirar encima y arrancarle toda la ropa para hacerlo suyo sobre la mesa y
eso… eso estaba mal, muy mal. Vale que ya había tenido relaciones con el chiquillo en varias
ocasiones y el sexo no era malo, de hecho era bastante bueno pero había un problema. Un
problema grave y era que el sexo era demasiado bueno. Tanto que no quería dejarlo ir, que se
quedara en su casa, que se mudara a su casa. Que se quedara siempre y que nunca se
marchara.

Y recientemente preguntas como: ¿le gustaría alguien en el instituto? ¿Cómo había sido su
infancia? ¿Qué tipo de amigos había tenido? ¿Dónde habría nacido? ¿Les presentaría a sus
padres? ¿Se llevaría bien con ellos? ¿Iría a visitarlos para la Navidad? ¿Aarón aceptaría
mudarse con él?

Y con tales preguntas sus sentidos se pusieron en alerta roja. Anda, que pasaba allí. Luis no era
idiota y quería ignorar lo que esas preguntas representaban.

Tomo otro trago de cerveza más nervioso que nunca.

“¡Alerta! ¡¡Alerta!!”

Le gritaban sus sentidos mientras sentía su corazón correr a millón y bombardear sangre por
todas sus venas.
–¿eh? ¿Y este quien es?–la pregunta lo saco de su mundo y miro a su compañero.

–¡Serás cabron!–bramo malhumorado tratando de quitarle la billetera. No se había dado


cuenta de que Gabriel se la había quitado y ahora la estaba revisando y por desgracia había
encontrado una foto tipo carnet del pelirrojo que, celosamente, guardaba en la billetera.

–¡ah, no me digas que ese crio es el que te tiene con dolores de cabeza!– exclamo el pelinegro
estupefacto. Luis enrojeció como un tomate mientras trataba de quitarle la foto que se había
“robado” del bolso de la bella rebelde– ¡Luis pero si es nene, debe de tener como quince o
dieciséis años, eres un pedófilo!

–¡Cállate y dame eso!–le quito la billetera y la foto.– no es nada mío. Es el niñero de los niños.

–Pero te gusta– dijo en tono pícaro.

–deja de joder, ese crio no me gusta. Solo tenemos sexo.

–Si es así entonces ¿Por qué tienes una foto de él?– Gabriel sonrió mientras veía como su
amigo de infancia estaba entre la espada y la pared. – Por cierto, ¿ese nene no es Elías?– el
castaño parpadeo un par de veces– ya sabes ¡Elías! El niño que seguía a tu hermano menor por
todas partes y que no le agradaba Susana.

–¡ah, él! no, no es Elías. Es su hermano gemelo.

–Uh, no sabia que tenia un gemelo–se rasco la barbilla algo anonado– en fin, ya me aburrí.–se
puso de pie mientras terminaba de beberse la cerveza– cuando veas a tu hermano Santiago le
dices que me llame. Es para acordar cuando puede venir a la casa a revisar a mi madre.

Luis asintió. En ese momento tocaban a la puerta.–yo abro. Así aprovecho y me voy, y ya
sabes, le dices a tu hermano mi recado.

–Que ya entendí…– Gabriel se estiro como un gato mientras continuaban tocando la puerta.
–Ya voy, ya voy–abrió la puerta–ah Leandro. Eres tu, pasa.– sonrió al verlo, pero luego se
percato de otra persona que lo acompañaba. “El otro gemelo” pensó al ver al pelirrojo, era el
mismo que Luis tenia en la foto.– tu debes ser Aarón ¿no?– el chico ni le había escuchado.
Miraba el suelo como absorto. Y estaba tan pálido…

–esta un poco nervioso.–lo excuso Leandro con una sonrisita un poco forzada. –Gabriel ¿mi
hermano esta en casa?

–ah, si. Esta sentado por allá– respondió apenas mirando al joven que estaba más blanco que
una hoja– yo me tengo que ir. Un placer haberte hablado Leandro.

Leandro entro al modesto apartamento. Vislumbro a su hermano sentado en el sofá como si


fuera una morsa, además de que estaba bebiendo una cerveza ¿light? ¿Desde cuando Luis
hacia dieta?

–Por cierto Leandro–dijo Gabriel antes de irse– dile a tu hermano Santi que me llame ¿de
acuerdo? Le dije a tu otro hermano pero conociéndolo como lo conozco capaz se le olvide–
acoto irónico mirando al aludido el cual silbaba disimuladamente como si eso no fuera con él–
otra cosa. Mi tía, la madre de Susana, le gustaría que fueras a la casa a tocar piano. Ella pocas
veces tuvo la oportunidad de oír a Susana y como ella te enseño, ahora, a mi tía le gustaría
escucharte a ti– Leandro trago saliva nervioso. Esa idea no le gustaba. Gabriel seguía
sonriendo– ella dice que es como tratar de enmendar su error de nunca haber escuchado a su
hija y como tu eres prácticamente su discípulo pues ya vez…

– ¿y ella vive en…?

–en la casa, por supuesto. Hace poco se mudo con nosotros y trajo un piano que le pertenecía
a Susana cuando vivía con sus padres. Entonces, ¿le digo que si vas?

El castaño asintió a duras penas, aunque no sabía si seria capaz de entrar en aquel lugar. Hasta
ahora no podía entrar en esa casa sin sofocarse.

–dale, entonces quedamos así. Yo te llamo para que vallas ¿si va?–asintió otra vez– nos
estamos llamando. Adiós.

Hizo un ademan de adiós con la mano y se marcho. El ruido de la puerta al cerrarse retumbo
en los oídos de Leandro.
–¿Y para que han venido ustedes dos?– era la voz de Luis. Sonaba irritado y de verdad lo
estaba. Ver tomado de las manos a esos dos lo ponía de un humor de perros. Además de que
su hermano menor ni le había prestado atención a sus palabras y en vez de eso acompañaba a
que la bella rebelde a que se sentara en el sofá y trataba de que el pelirrojo le soltara la mano.
Pero nada de nada, Aarón parecía que no quería soltarle la mano a Leandro. Eso hizo que Luis
pusiera un gesto de enfado.

¿Celoso?

No que iba a ser...

Sólo por que el de cabellos rojos antes le ponía atención a él no quería decir que estuviese
celoso de que ahora no quería soltarle la mano a su hermano.

Carraspeo un par de veces molesto.

–¿les pregunte que qué hacen aquí?–repitió irritado terminándose de beber la cerveza. Aarón
finalmente solo al profesor, este se dirigió a su hermano.

–Ah Luis. Necesito hablar un momento contigo… en privado.–el hermano mayor enarco una
ceja y con pereza se levanto.

De un momento a otro Leandro le tomo del brazo y prácticamente lo arrastro hasta la


esquina.

–Necesito que calmes a Aarón.

–¿Ah…?

–Que lo calmes bestia–Luis seguía sin entender que quería decir. Leandro miro un momento al
joven pelirrojo. Luis también lo miro y se dio cuenta de su estado; estaba pálido, los labios los
tenía blanco y temblaba ligeramente. ¿Qué le había pasado?
Leandro suspiro un entristecido. Conocía esos síntomas: hipertensión, la taquicardia, la
dificultad para respirar bien, los mareos e inestabilidad. Todo eso lo conocía. Eran ataques de
pánico, durante su juventud los había tenido muy seguido, y en la actualidad seguía
teniéndolos. Aunque Aarón solo presentaba nauseas y dificultad para respirar, pero sabia que
estaba entrando en crisis y no sabia como calmarlo. Tampoco sabía que era lo que había
ocasionado aquello.

–esta bastante nervioso y no se como calmarlo. –Comento mirando a su hermano.– así que lo
traje acá para que lo calmaras.

–¡¿y como se supone que debería de calmarlo?! –pregunto alterado pero en tono bajo.

–¡¡serás idiota!!– el castaño se masajeo la sien. Su hermano era un estúpido, de eso no cabía
duda– Tu eres para Aarón una de las personas más importante, Luis. Seguro que si le pides que
se calme o se tranquilice te hará caso.– pidió lo más calmado posible, con el antojo de pegarle
en la cabeza a su hermano por ser tan idiota y no darse cuenta de algo tan obvio– Así que ve y
ayúdalo

Luis se rasco la cabeza algo inseguro, no sabia muy bien que hacer.

–¡Solo habla con él!–pidió ya exasperado–¡o es que es también quieres que te ayude con esto!

–¡claro que puedo! En serio que no necesito una mano con esto, tan inútil no soy.

–Pues eso no es lo que dicen las leguas.– el mayor no captaba la indirecta – un pajarito esta
preocupado porque el pequeño Luis no esta trabajando.

–¿con pequeño Luis te refieres a...?–Leandro señalaba su entrepierna. Luis se quedo -


literalmente- con la boca abierta y se cubrió sus partes íntimas.

–¿el pequeño Luis todavía funciona? Si ya se murió siempre esta la opción del viagra para
hacer resucitar al pequeño Luis

–¡claro que funciona! ¡¡Y no es pequeño Luis, es Grande Luis!! –Leandro rodó los ojos

–Pues entonces ponlo a trabajar o sino un pajarito creerá que el pequeño Luis se ha muerto.
Dicho esto se fue a la cocina de su hermano mayor para preparar un te de manzanilla.
Mientras Luis maldecía por dentro a su hermano menor, se acerco a la bella rebelde.

El chico seguía pálido, mirando a saber que cosa en el celular. En cuanto Luis estuvo frente a el
guardo celosamente el celular en el bolsillo de su pantalón.

–Cuéntame que te pasa, Aarón– pidió con voz suave. El chico le miro unos segundos y luego
abajo la mirada. No podía. Por Dios que no podía decirlo. Las manos aun le temblaban con solo
recordar aquel mensaje.

Luis se dio cuenta de que no iba a hablar. Sea lo que hubiese pasado el chico estaba decidido a
guardarlo bajo llave y candando. Bueno, al menos debía de calmarlo.

Se inclino en frente del pelirrojo, alargó una mano hacia él y le coloco el cabello tras las orejas,
luego paso su mano hacia el rostro, acariciándole la mejilla. Una caricia tan suave y gentil, y
finalmente llego a los labios; rosados y húmedos, no eran ni demasiado gruesos ni demasiados
delgados. Eran unos labios perfectos, tentadores. Le acaricio el labio inferior con el pulgar. ¡Ah,
como deseaba besarlo! Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había degustado
su sabor y su textura.

Trago saliva mirando esos labios fijamente.

¿Y si lo besaba?

Seria tan fácil robarle un beso. De esos que eran largos y húmedos, pero no era el momento
indicado para un beso hambriento y lleno de deseo. El chico aun estaba nervioso y no debía de
aprovecharse de eso, aunque ganas no le faltaban. Aarón estaba vulnerable y seguro que no se
defendía cuando quisiera manosear su preciosa cintura, y le besase algo más que los labios.

Vale, que no era momento para pensamientos libidinosos.

Suavemente le besó en la frente, en los párpados y, finalmente, en lo labios. Poco a poco, sin
prisas, profundizó esa caricia hasta que estuvo seguro de que la tensión de Aarón había
disminuido.
Aarón dejó que su calidez lo envolviera, calmándolo y dándole fuerzas. Suspirando, apoyó su
cabeza en el hombro del mayor.

–Luis–llamo en un murmullo. El nombrado presto atención–¿recuerdas que ayer me dijiste


que…, aun hay pecados sin confesar?–el castaño no asintió pero tampoco le negó. El chico
tomo eso como un si–¿Cuál es tu pecado Luis?

El militar se puso de pie abruptamente.

–¿Y cual es el tuyo?–arremetió mirándolo ferozmente. Aarón abrió mucho los ojos,
sorprendido.–todos tenemos algo que ocultar. Yo no soy la excepción y tu menos– el chico
abajo la mirada y se miro los zapatos. Abrió los labios, iba a decir algo. Tal vez a responder a
aquella pregunta, sin embargo Leandro llego con la taza de té de manzanilla en aquel preciso
momento.

–¿Ya te sientes mejor o…?–cuestiono colocando la taza de té en sus manos.

–ya estoy bien. Disculpe que le haya causado molestias. – le sonrió efectivamente agradecido.
Luis se sorprendió y se olvido momentáneamente de la ferocidad que se había apoderado de
su mente hacia un instante; observo cómo los labios se le curveaban, las mejillas se le pliegan
ligeramente. Era una sonrisa, y la sonrisa era bonita. Dientes blancos, ojos brillantes...verle
sonreír removió algo dentro de él, casi nunca sonreía y podía contar las veces en que eso
sucedía con una sola mano. Pero después frunció el seño, por supuesto que esa sonrisa no era
para él… era para su hermano menor. Si serás tonto Aarón, ¡¡él que lo había ayudado a calmar
los nervios era él!! No el tonto de su hermano menor.

Soltó un bufido.

–uh, bueno mejor me voy– anuncio Leandro con una sonrisa algo nerviosa. Por alguna extraña
razón sentía el ambiente pesado. –¿te quedas o te vas?

–no, yo me voy a mi casa.

Luis estaba de a seis ¡y encima se iba el muy desagradecido! ni siquiera un “gracias” le había
dicho. De verdad que la ingratitud de Aarón lo dejaba indignado. Pero si lo pensaba
detenidamente eso era lo mejor. Si Aarón no estaba no tendría el pecado en bandeja de oro,
así se le quitarían las ganas de desnudarlo y forzarlo hasta dejarlo en coma, y todo por los dos
meses de abstinencia que tenían.
Ooo

No le sorprendió ver a Adrián sentado en el mueble de su casa viendo televisión como si nada.
No sabia como ese chiquillo había conseguido la llave de su casa, y tampoco sabia como era
que los demás entes (llámese Luis, Santiago, Alan y Aarón) también tenían una copia. ¡¡Lo
único que faltaba era que la madre de los gemelos también tuviera una!! Por eso mismo
tampoco se sorprendió de ver las cosas de Santiago en su casa.

“Esta en la cocina” le había dicho Adrián molesto. Suspirando se fue a dicho lugar, no
comprendería porque esos dos nunca se iban a llevar bien.

Se recargo en el marco de la puerta. Cruzo los brazos y miro tranquilamente como Santiago
registraba sin cuidado alguno los cajones de su cocina.

–¿Qué es lo que buscas?–el rubio doctor dio un respingó del susto sin embargo continuo
buscando.

–estoy buscando la…–las palabras se quedaron en el aire cuando encontró lo que buscaba: la
caja de medicamentos. Rápidamente la abrió bajo los tranquilos ojos de su hermano menor.

–Me tomo cada una de las pastillas, incluso el omeplazol–comenzó diciendo Leandro sin dejar
de mirarlo.– y las pariet me las tomo cada ocho horas.– a pesar de aquella aclaración Santiago
reviso cada medicamentos, contando el numero de pastilla que estaban en cada caja para
verificar que lo que decía Leandro era cierto.

–¿Y los vómitos?–pregunto aun contando las pastillas dentro de la caja.

Leandro miro por encima del hombro a Adrián, continuaba viendo televisor. Suspiro y miro a
su hermano nuevamente.

–Disminuyeron.

–Mentiroso– apretó la caja de medicamento. No se creía lo que decía su hermano– se que


vomitas en las mañanas.
–Te he dicho que han disminuido. El tratamiento para la ulcera funciona de maravilla así que
despreocúpate. –Leandro se encogió de hombros. Había ido al doctor por aquellos vómitos,
era una gastritis crónica que se había convertido en ulcera pero la habían tratado a tiempo por
lo que ya no vomitaba tanto. Solo debía de cuidarse un poco de las cosas que comía y pronto la
ulcera se cerraría.–estoy bien, en serio.

Él rubio se tranquilizo un poco y con calma fue colocando cada pastilla en su debida caja, con
la misma calma las guardo dentro de la caja de medicamentos. Debería de dejar de ser tan
sobreprotector, Leandro ya no era ningún niño y él no tenía ningún derecho de revisar su
medicación de aquella manera. Su hermano ya era un hombre hecho y derecho que constaba
con veinticuatro años… había crecido… y ya no le necesitaba.

Ese pensamiento le causaba pesar. Con un suspiro entristecido guardo la caja de


medicamentos.

–¿vas a quedarte a cenar?

Le encantaría pero no. No era apropiado.

–debo ir a trabajar. Mi turno comienza esta noche.

Santiago salió de la cocina y se fue, mientras Leandro aun continuaba recargado en el marco
de la puerta. Con calma saco del bolsillo de su pantalón un medicamento más: Thorazine

“esas pastillas ayudaran acallar esas voces”

Recordó las palabras de su psiquiatra.

Vale, había mentido a su hermano y a los demás, después de todo no estaba bien… nada bien.
Su salud mental estaba deteriorándose otra vez, pero él estaría bien…

“Estaré bien” se dijo a si mismo mientras veía con recelo la figura de su amiga Susana sentada
en una de las sillas del comedor. “muy pronto estaré bien”

Ooo
Santi camino por los pasillos de aquel edificio al salir de la casa de Leandro. Estaba cabizbajo. A
pesar de que se había asegurado de que su hermano estaba tomando la medicación como
debía sentía que algo no encajaba. Que algo estaba mal pero no sabia que.

–¡ah, mejor dejo de preocuparme tanto!– se dijo a si mismo mientras empezaba a abajar las
escaleras.

– Y encima hablas solo– Santi frunció el seño y miro por encima de su hombro detrás de él. Era
la bruja.

–En este punto creeré que me estas siguiendo.

–Como si fuese a perseguir a un narcisista estúpido – argumento sin ningún tono en especial.
El rubio quiso tener algo en la mano para arrojárselo. De verdad que esa mujer le caía muy
mal, peor que una patada en la entrepierna y sin embargo no pudo evitar fijarse en como iba
vestida la mujer, con unos pantalones ajustados y a la caderas, de esos que estaban de moda y
que eran de colores, en su caso era de color morado. La blusa tenia varias capas y el cabello lo
llevaba suelto, eso era raro, estaba acostumbrado a verla siempre con un chongo en la cabeza
pero el cabello suelto le sentaba bien, bastante bien. – ¿que? ¿Tan mal me veo?– pregunto
enarcando una ceja.

–No. De hecho te ves muy linda–La mujer se cohibió al oír tal halago y Santi se dio cuenta de
que había hablado de más– ¡es decir, te ves bien! ¡Eso, solo eso! ¡No te enojes, no me vallas a
pegar!!– y cubrió su cara con sus brazos.

–¿Porque habría de enojarme por un halago?– Santi se destapo la cara y la miro un poco
confundido. Vio que ella le sonreía –nunca pensé que de verdad fueses todo un caballero.

El rubio no pudo evitar sentir algo en el estómago al ver a la pelirroja mirándolo desde arriba.

Ella continuo abajando las escaleras sin mirarlo y el sonido tac-tac-tac se sus tacones resonó en
los oídos de Santi mientras pensaba que era extraño tener una conversación civilizada con
aquella mujer.

Ooo
Respiró. Así lento y fuerte, sintiendo como entraba ese aire para salir luego. Cada día que
pasaba se le era difícil mantenerse atado a la cordura. Cada día que pasaba el fantasma de su
pasado atormentaba, cada vez más, su sanidad mental. Cada día que pasaba la figura de
Susana se aparecía con más frecuencia.

Los primeros días estaba bien, porque era un momento fugaz cuando ella aparecía, apenas
saludaba y después se marchaba pero ahora, ahora sus apariciones eran más prolongadas. Se
quedaba por horas en donde estaba y por eso le costaba concentrarse. Él sabia que ella no era
real, que era producto de su imaginación y por eso debía de fingir que no estaba allí.

Y cuando ella empezaba hablar las cosas se complicaban, porque ella le hablaba en lugares
públicos, en lugares donde había gente y él no podía reprocharle ni ordenarle que guardara
silencio porque, en realidad, no había nadie ante los ojos de los demás a quien ordenarle
silencio.

–profesor ¿esta bien?– pregunto una de las alumnas cuando el profesor de repente detuvo la
explicación de la clase sin motivo alguno.

–¿Eh?– miro a los alumnos, varios estaban preocupados, con muchas dudas en sus ojos.
¿Cuanto tiempo había estado absorto?

–¿Se siente bien?– pregunto otra vez con ese deje de preocupación.

–Si, si, estoy bien– sonrió apenas y miro la formula que había estado escribiendo. ¿Que
formula era esa? ¿Cual era la clase que estaba dando? ¿Era matemática o física? No lo
recordaba. Frunció el seño. ¡No recordaba en que clase estaba!

Inspiro hondo y miro a los alumnos. Todos ellos estaban esperando a que reaccionara, como si
hubiera transcurrido demasiados minutos desde que se hubiera sumido en su mundo de
preocupaciones.

–Disculpen, me he distraído– se excuso mientras dejaba el borrador sobre el escritorio y se


masajea la sien, tenia dolor de cabeza– en la siguiente clase continuaremos el ejercicio de hoy.

Los alumnos se miraron entre si confundidos. Si apenas llevaban quince minutos de clase y lo
regular eran dos horas. Pero no dijeron nada y guardaron sus cosas para salir del aula de
clases.
Cuando el aula estuvo vacía, Leandro se sentó pesadamente en la silla. Se sentía agotado y con
muchas dudas en la cabeza.

–¿Te sientes bien, Leandro?– era Susana. Se cubrió los ojos con ambas manos, parecía
angustiado. Ese fantasma... ese fantasma del pasado que lo atormentaba...

–¡Vete de aquí!– vociferó molesto sin mirarla. –¡No eres real! No eres real... No eres real...

–Pareces muy angustiado–Su tono fue muy dulce casi sedoso, tanto que Leandro se sintió
culpable– puedo ayudarte Leandro, déjame ayudarte– la miro y observo que ella le sonreía de
oreja a oreja– recuerdas cuando veíamos anime juntos ¡oh y cuando íbamos a las
convenciones, eran muy divertidas!– ella parecía emocionada. El castaño sonrío ligeramente al
recordar aquel tiempo. Esos eran bonitos recuerdos aunque el odiaba las convenciones pero
Susana era feliz. Era la Susana bonita, la Susana alegre...– estoy aquí por ti, Leandro. Vamos–
ella le tendió la mano amistosamente y le seguía sonriendo.

Miro esa mano por muchos minutos. Y luego, por fin, se decidió a tomarla. Levanto su palma y
quiso dejarla caer sobre la mano tibia de su compañera, sin embargo, a la hora de posarla
sobre la de ella, su mano traspaso la piel de Susana. Se sorprendió y un segundo después se
dio cuenta de que estaba solo en el aula de clases. Increíblemente solo.

Susana no estaba. Susana había desaparecido. O mejor dicho, nunca había estado en el salón
de clases.

Leandro tembló ante la idea de que las alucinaciones de estaban volviendo demasiado
frecuentes. Empezó a respirar con dificultad. Tenía que salir de allí. Se iba a volver loco. Se
levanto de un tirón que casi hace caer la silla y camino hacia la entrada, sintiéndose mareado,
desorientado, le faltaba el aire.

Realmente estaba mal, muy mal.

Sus manos temblaron cuando intentó encontrar entre sus cosas las pastillas.

“esas pastillas ayudaran acallar esas voces”


Saco una pastilla a prisa y se fue en busca de un vaso de agua. Debía de clamar esos delirios ya.
O sino se convertirían en algo peor.

Odiaba esa medicación porque le hacia pensar lento. Como si no fuera él. Al tomarla sintió un
amargo sabor en el paladar que nada tenía que ver con la pastilla que se había tomado. El
amargo provenía de su propia angustia, de su desespero por ver que esos delirios insanos
desaparecieran y lo dejaran en paz.

No se sentía para nada bien, por eso pidió permiso para retirarse, los más seguro era que se
quedara encerrado en su cuarto. Tal vez pensando en una forma de hacer desaparecer esas
repentinas alucinaciones.

Antes de irse del instituto pudo ver la figura de Adrián a lo lejos. Jugaba fútbol en la hora de
educación física, seguro que se molestaba al no verlo en ninguna parte. Ya le daría
explicaciones después...

Camino de prisa intentando despejar su mente, pero nada tenía sentido. Eran las nueve de la
mañana pero el sol, ese día, estaba que quemaba. Bien, sabia que era temporada de lluvia
pero aquel día el sol brillaba inmensamente. Alzo los ojos hacia el sol y pensó que era un día
bonito. Aquello le produjo amargura, era un día de esos en lo que no era justo estar enfermo.
Era un día de esos en que las personas sanas sonreían y se sentían felices de lo que tenían, los
niños salían a jugar, la gente a trabajar, a trotar, a hacer una vida. Un día como aquel le hacia
saborear algo que no tenía: normalidad.

Si, porque desde que había recuperado sus recuerdos sabía que ya nada iba a ser igual. Quería
volver a ser el de antes pero no podía. Su “yo” del pasado, aquel muchacho tranquilo que
sentía que la vida le sonreía no volvía.

Después de haber salido de aquel centro psiquiátrico y no recordar nada se sentía incompleto,
como si faltase una pieza dentro de él. Y pensó que una vez que pudiese recordar todo,
entonces… entonces podría tener una vida normal porque todas las partes iban a estar juntas;
iba a ser él de nuevo… sin embargo, la dura realidad era otra.

Había recuperado sus recuerdos y le parecía excelente pero en vez de estar completo
finalmente, ahora se sentía en muchas partes, como un rompecabezas sin armar. Tenia su “Yo”
de joven, aquel risueño muchacho con muchas aspiraciones que fueron destruidas por culpa
de su amiga y su adicción, después tenia su “yo” que salió del centro psiquiátrico sin recuerdos
y que hizo una nueva vida, y finalmente estaba su “yo” actual, aquel que sabia todo, que
recordaba todo pero ahora había un problema todavía más grande: no sabía como juntas
todos esos “yo” para poder ser él mismo otra vez.
¿Cómo se supone que debía de actuar?

Esa duda había carcomido su alma durante muchos segundos, minutos, horas, días y semanas.
No encontraba una respuesta coherente. No encontraba como pegarse todas esas partes para
finalmente avanzar. Pero había decidido seguir caminando, a seguir buscando respuestas
ocultas en profundas tinieblas, estaba intentando encontrarse a sí mismo, comprender quién
era Leandro y como avanzar en la vida, y creía que lo había estado haciendo bien hasta ahora.
Cuando parecía que había rehecho su maltrecha autoestima, el fantasma del pasado que era
Susana había vuelto a su vida.

–Lamento que mi presencia te lastime–ella caminaba a su lado tranquilamente, como si no


tuviera culpa de estar allí. Frunció el seño molesto. Quería que se fuera, que se largara de su
vida de una puta vez pero no era saludable gritarle en la calle a alguien que no existía.

–Déjame en paz.

Camino a prisa, dejándola atrás. Aquello no era sano. No podían seguir así, él tenía planes,
quería una vida al lado de Adrián, quería una vida lejos de los recuerdos tormentosos. Y estaba
decidido a hacerla, por eso no podía permitir que Susana volviese a arremeter con toda la
fuerza de su presencia contra él.

Llego a su casa más rápido de lo que pensó y cerro la puerta con llave, como si con eso pudiera
dejar el fantasma de su pasado afuera. Pero la realidad era otra. Podría aprender a vivir con los
recuerdos de Susana pero siempre iban a estar allí, agazapados, saliendo a la luz del día en los
momentos más vulnerables. Se dejo caer en el suelo, se cubrió el rostro. Se preguntaba porque
le dolía tanto verla. Eso no había sucedido con su abuela, con ella sintió alegría, felicidad de
hablarle… pero con Susana era historia aparte, cuando la veía le entraba un sabor amargo en el
paladar, el dolor se le oprimía en el pecho y esa piedra atravesada en la garganta que le
impedía respirar bien.

Verla a ella le producía dolor. Angustia. Soledad… tristeza.

Y comprendió en ese momento porque todo esos sentimientos.

¿Por qué le dolía tanto verla?


La respuesta era simple: porque Susana representaba todo lo feo, malo, catastrófico que le
había pasado en la vida.

Verla significaba volver a enterrarse en el pasado con adicción y drogas.

Verla le recordaba que su cordura, que su sanidad mental no iban a volver lo mismo que su
seguridad y su vida normal.

Verla le hacia entender que los de ellos siempre había sido un tira y afloja hasta que uno de los
dos se rompiera y el que se rompió al final fue él.

Pero sobretodo, verla, significaba recordar que era un asesino, que tenía las manos manchadas
de sangre y eso nunca se iba a borrar, por mucha terapia que hiciera, por mucho a
psicoanálisis que se sometiera aquello no se iba a olvidar.

–¿Qué quieres de mi, Susana? ¿Qué más quieres quitarme que no me hayas quitado antes? –
hablaba por su autoestima, por su dignidad, por su corazón roto en pedazos. Hablaba por todo
aquello que sentía que había perdido aquella noche de ocho años atrás.

–Déjame ayudarte, Leandro. Soy tu amiga.– aquello le pareció el colmo de los colmos. Se echo
a reír, con una mezcla de diversión y amargura. Eso mismo le había dicho él a ella cuando
había estado sumergida en ese mundo de porquerías.

– Déjame ayudarte, Susana, soy tu amigo. Quiero ayudarte– pidió tomándole de la mano,
mirándola con tristeza al ver que una dosis de vulgar heroína estaba corriendo por su sistema–
¿te sientes bien?

Era obvio que ella no iba a estar bien y nunca lo iba a estar.

— ¡claro que si, me siento estupenda! ¡Vamos a dar vueltas, muchas, muchas, muchas vueltas!
— le tomo de las manos. Leandro estaba resignado a ese tipo de comportamiento. Y
empezaron a dar vueltas, ella con esa sonrisa leve, una expresión de diversión congelada en su
cara. — ¡Mas rápido! — Gritaba enardecida, loca de alegría—¡mucho más rápido!
Todo daba vueltas, demasiada vueltas. Y de repente cayeron. Ella lo soltó de un tirón que hizo
que se golpeara la cabeza contra los azulejos y se resbalara hasta caer al suelo. Cuando abrió
los ojos se sintió mareado, lo veía todo rojo.

La sangre emanaba de su cabeza cubriéndole el rostro.

Susana se acerco a un herido Leandro, este la miro pidiéndole ayuda. Le dolía la cabeza y
estaba más que mareado. Ella por su parte ignoro lo que le sucedía y siguió sonriendo, pero
seguía siendo una sonrisa congelada.

—Susana… ayúdame… estoy sangrando… —pidió con la boca seca, tenia nauseas a causa de la
abundante sangre que comenzaba a perder. Pero ella seguía ignorándole—¿Susana?

—tengo que ir a comprar mas. Tengo que irme

—Susana, no te vallas… ayúdame…

—Tengo que irme— y se fue sin importarle nada.

Hecho un ovillo en el suelo Leandro pensó muchas cosas pensó que tal vez si desaparecía todo
seria mejor… que tal vez todo se solucionaría y no tendría que ver como su amiga se destruía a
sí misma.

Pensó en dejarse morir, en dejarse allí en el suelo perdiendo sangre hasta que finalmente ya
no pudiese más.

Pensó en su cuerpo muerto… con la cabeza abierta… Llenándolo todo de sangre… Y sonriendo.

Pensó en que si moría finalmente todos los problemas se acabarían.

–Leandro–aquel llamado de su amiga. Invitándolo tal vez a la cordura.–soy tu amiga.


–¡¡mentira!! – Las amistades estaban para apoyarse, para ayudarse en momentos críticos, no
para hundirse mutuamente– fuiste todo menos una amiga…

Era verdad. Por el contrario de una amistad había tenido mucha soledad, mucho egoísmo, y
muchos gritos muertos dentro de él. Se masajeo la sien, el dolor de cabeza estaba allí de
nuevo.

–¿quieres que me disculpe?

–No. Los muertos no se disculpan–siseo– a los muertos se les recuerda con cariños y yo decidí
recordarte así ¡¿Por qué apareces ahora para destruir eso también?!

El dolor de cabeza aumentaba mientras ella guardaba silencio. Su mente estaba divida en dos y
en su corazón gobernaba una tormenta de emociones.

“Por favor vete, no me hagas daños. No, no, no vuelvas, por favor, por favor márchate. Aléjate.
No vuelvas”

Esa parte de él sollozaba, lloraba y trataba de huir del dolor. Suplicaba y pedía perdón.
Mientras la otra parte solo decía:

“te odio, te odio, te odio”

¿Cuál sentimiento era el que iba a gobernar?

–Quiero que me dejes solo.–suplico, con dolor, con rabia– No te quiero ver, tu estas muerta.

–¿Qué quieres hacer? ¿Maldecirme? ¿Odiarme?

– ¡¡Te mereces mucho más que eso!!

Rabia, ira, despecho contenido en un solo cuerpo.


Esa parte llena de rabia de él quería herirla. Quería lastimarla tanto como ella lo había
lastimado a él. Quería hacerle sentí toda la rabia, todo el llanto reprimido, el dolor aglomerado
que luego exploto y quebró sus sentidos, quebró su mente y su corazón, tanto, tanto, que
ahora le encontraba reconocerse a sí mismo.

Esa parte de si exigía justicia y era una parte de él que le costaba controlar, dominar porque
esa parte odiaba y él sabía que no estaba bien odiar a un muerto. A un fantasma. Pero era una
parte irracional que nada escuchaba de lógica sino que se dejaba llevar por el dolor ocultado.

Y esa parte irracional de momento gano en aquel momento.

Busco algo, un cuchillo, un arma ¡lo que fuera! Porque quería lastimarla. Deseaba hacerle
daño.

A lo lejos escuchaba la música de “Fur Elisa” de Beethoven. La canción favorita de Susana


tocada en piano.

Leandro supo que eso era una alucinación auditiva porque en realidad nadie tocaba el piano,
pero eso no fue impedimento alguno para seguir buscando algo filoso.

Ooo

Busco por cada rincón del instituto pero no lo encontró por ninguna parte. ¿Dónde se había
metido? Sentía una angustia lastimarle el pecho. Sentía que algo no estaba bien, su sexto
sentido se lo decía pero estaba tratando de ignorar aquella sensación.

¿Dónde estaba Leandro?

Saco su móvil y llamo varias veces pero nadie respondió del otro lado de la línea.

La angustia pareció crecer aun más.


–El profesor se retiro temprano, al parecer no se sentía bien–le había dicho una de las
alumnas.

Presintió que algo bueno no había de venir.

Ooo

Las traiciones, el abandono, la soledad sentidas por culpa de alguien resultan ser peores que
una apuñalada en el corazón. Y cuando alguien nos lastima también queremos herir a esa
persona. Lastimarlas para que ellas también sientan lo que nosotros hemos sentidos. Por eso
mismo Leandro quería lastimar el fantasma de su pasado, para que ella sintiera toda la
angustia que el sintió de joven. Toda la rabia reprimida.

Encontró un maso. Pequeño pero servía. Estaba en el cuarto del ático. Salió y fue hasta donde
provenía la maldita música. Destruiría todo lo que ella representaba, no dejaría que le jodiera
la vida otra vez con su presencia. ¡No! Esta vez no se dejaría hundir con ella, por ella, y gracias
a ella. Esta vez él no iba a terminar hundido.

–¿Qué vas a hacer, Leandro?–pregunto asustada su tormento que no era nada menos que
Susana.

–Voy a destruir tu recuerdo–respondió con rabia. Ardor. Dolor.

Miro el piano blanco de cola que pertenecía a su amiga fallecida. Maldito piano. Maldito el
momento en que decidió ayudarla y en cambio recibió mucho dolor.

Dio el primer golpe, las teclas del piano resonaron en una melodía brusca, dolorosa.

–¡No, Leandro! ¡¡No!–estaba dañando un objeto que era preciado para ella.

No le importo. Siguió golpeando.

De joven se había dedicado a pensar mucho. Demasiado.


Golpeo la madera que componía el piano, al instante la madera blanca se empezó a
desquebrajar.

Cuando Susana se marchaba, él pasaba las noches pensando en si estaría bien.

Acumulo toda su rabia en aquello golpes. En dejar salir la rabia reprimida por mucho tiempo.

Pensaba en si regresaría en algún momento a casa.

Destruyo con el mazo cada pedazo de ese piano, tratando de herirla a ella.

Pensaba en esos momentos en que ella le hacia sentir completamente abatido, sucio,
asqueado... miserable.

A pesar de que el piano ya estaba destruido siguió golpeando. Como si con eso pudiera dejar
salir todo el sentimiento negativo dentro de él.

A lo lejos, como una alucinación acústica, escuchaba el llanto de su amiga. Aquel era su piano
preferido y él lo había destruido.

No se arrepintió ni sintió pena por haber hecho semejante crueldad. Se había desquitado, pero
aun no era suficiente.

No era suficiente…

Y con una expresión vacía, insana, se fue a buscar gasolina y un mechero. Desesperado
buscaba en la cocina un fosforo, un encendedor, lo que fuese que sirviese para prender fuego.
Finalmente lo encontró. Y luego fue en busca de gasolina, pero no tenia, lo que si tenía era
kerosén. Eso servía. Nuevamente se acerco al piano hecho añicos, y roció la madera
destrozada con el kerosén. Se alejo a una distancia prudente y lanzo el mechero encendido.
Las lenguas rojas y amarillas de fuego azotaron el instrumento destruido, empezando a
redecirlo en cenizas.

En esos momentos él no era él. Su cabeza se desconectaba de todo pensamiento positivo,


recuerdo agradable o idea de ánimo. Acumulaba todo su dolor por el hecho de haber perdido
todo por culpa de Susana, por culpa de Lucas y lo mal que lo habían tratado. De sus esfuerzos
en vano y de su inocencia olvidada en el polvo blanco de la droga.

Entro a su casa como pudo. Por supuesto, ella no le siguió pero si pidió perdón aunque él no la
escucho. En sus oídos solo retumbaban los latidos acelerados de su corazón. Estaba mareado y
sentía náuseas. Entro deprisa al baño, se aferró con todas sus fuerzas de la taza del retrete y
vomitó las barritas de cereal que había comido en la mañana.

Lo que había hecho aquel día había sido más que repugnante. Aun sentía el sabor de aquel
líquido en su boca. El hecho de recordarlo le produjo más nauseas y su estomago se
convulsiono mientas seguía vomitando. Fuera del baño el pequeño Adrián le miraba
preocupado.

Vomito hasta que no le quedo nada en el estomago. Vomito hasta que sintió el sabor parecido
al de la bilis en su boca. Se lavo, se cepillo infinitas veces y luego fue a su cuarto. No podía
seguir así.

Entro al cuarto que compartía con Santiago. No había nadie así tomo la poca ropa buena que
tenía, el poco dinero ahorrado que poseía, su mochila, sus únicas pertenencias importantes, se
calzó las zapatillas, se colgó la mochila al hombro y se dispuso a salir corriendo. Iba a huir.
Lejos, lejos. No quería quedarse a ver como su amiga se hundía.

Lo había tomado todo a prisa y sin cuidado y había salido corriendo de aquella casa, pero no
conto con que el pequeño Adrián estaba siguiéndole, tratando de marcar su ritmo con sus
cortas piernas.

–¿puedo ir contigo? ¿Me llevas? Por faaa


–No puedo llevarte Adrián, quédate con tu mamá– pidió con el corazón en la mano sin detener
su paso apresurado. Pero el chiquillo no lo escuchaba, seguía siguiéndole. A Leandro le partía
el corazón la manera en que Adrián intentaba seguirle los pasos con su cotas piernitas. Paro en
seco de pronto–– Tu mamá ¿Dónde esta?

El niño se encogió de hombros. Leandro se acerco al niño y lo cargo.

–vámonos. –estaba dispuesto a llevárselo. A no dejar que el mundo mancillado terminara de


destruirlo. Tomo un autobús de color rojo y permanecieron allí adentro hasta que se detenía
en la terminal. Abrazo al niño, queriendo protegerlo de todo lo malo y asqueroso que había en
el mundo.

No era justo. Nada era justo.

Pero cuando iba a tomar el bus en el terminal que lo llevaría lejos se detuvo. No podía hacer
eso. No podía llevarse al pequeño Adrián así como así. No podía abandonar a su amiga.

Y regreso, tan solo para ver como el mundo se vino abajo, como un castillo de naipes bajo la
tormenta.

Mientras observaba las lenguas de fuego recordaba triste y melancólicamente cuando ella
llegaba a su casa murmurando incoherencias, a veces gritando, a veces llorando, a veces
riendo como histérica

Definitivamente no eran buenos tiempos.

Susana había sido su mejor amiga, pero también había sido la peor.

Años después seguía atormentándole la existencia con su presencia. Sonrió irónico, tal vez ese
era un castigo por haberla matado, por haberla dejado morir. Tal vez el infierno y el castigo por
sus pecados no se le darían después de la muerte sino ahora. Quizás el infierno consistía en
seguir eternamente en recordar las cosas que más odiaba.

Tenia sentido… siendo así, tendría un infierno único y terrible. Su peor pesadilla.
Se tumbo en el suelo y recostó su espalda en la pared más cercana, junto a él una botella de
whiskey escoces estaba. Miro distraídamente el fuego consumir la madera destruida mientras
se tomaba otra pastilla. En su interior esas dos partes de si seguían discutiendo, una parte
lloraba “perdón, lo siento, lo siento tanto. No quería hacerte daño” pero la otra se rebosaba de
rabia “te odio, te lo mereces. Eso y mucho más”

Ooo

Finalmente la hora de salida había llegado, Aarón había salido más temprano que él por lo que
no se preocupo mucho. Seguro que se había ido a la casa de Luis.

Corrió a prisa a la estación del tren y estando dentro del mismo rogo porque se apresurara y
llegase rápido a casa.

En la parada corrió hasta el edificio donde vivía. Corrió también en las escaleras y con aire
agitado finalmente llego al apartamento de Leandro.

Rebusco entre su mochila para encontrar la llave. No la conseguía ¡maldita sea! Tuvo que tirar
todo al suelo hasta que la consiguió. Metió sus cosas rápidamente y con nerviosismo introdujo
la llave en la cerradura.

Entro y encontró el apartamento en penumbras. Un terrible hedor a kerosén y a algo quemado


inundo sus fosas nasales ¿Qué significaba aquel hedor tan espantoso?

–¿Leandro?–llamo nervioso. Nadie contestaba. Continúo caminando y encontró a su amor


sentado en el suelo, con una botella al lado y con los ojos cerrados. Se acerco con pasos lentos,
tragando saliva ¿Qué había pasado?–¿Leandro?– volvió a llamar pero seguía sin responder. Se
acerco a prisa temiendo lo peor.

–Sabes una cosa Adrián–la voz de Leandro sonaba cavernosa, apagada, prueba de que había
estado bebiendo. Adrián se acerco y quedo frente de él– El mundo está lleno de cosas
horribles y lo peor, está lleno de humanos…–su voz sonaba amarga, como la hiel al caer en el
paladar

Abrió los ojos y miro a su niño mimado. Este le miraba asustado de su actitud, seguramente no
se imagino que lo encontraría en semejante estado. Hacia mucho que Susana se había ido, por
fin la pastilla había hecho efecto con ayuda del alcohol pero ahora sentía el cuerpo
entumecido, dormido. Suponía que debía de estar borracho pero no tanto como para no
recordar donde estaba y porque había llegado allí.

Desvió su mirada al techo. ¿Qué hora serian? Concluía que como la seis ya que Adrián estaba
allí.

–Estás mal. Lo sabes, ¿verdad?– Leandro se quedó mudo. Era verdad. Adrián se había dado
cuenta pero esperaba que no supiera de sus recientes delirios.

El castaño alargo su mano e hizo un ademán para que Adrián se acercara más y cuando éste lo
hace, Leandro solo atina a tomarlo por la cintura en un abrazo, apoyando su cabeza en el
vientre del menor… Adrián cepilla con sus manos el cabello de su pareja. Sabe que Leandro
esta sufriendo y no sabe que hacer para mitigar esa agonía que parecía achicar su alma.

–Susana comenzó a consumir y no pude hacer nada para detenerla, ese hecho me hizo abajar
la mirada–relato serenamente, aun abrazando al pelirrojo. Este solo se concentro en escuchar–
tome la decisión de matarla, ese hecho me hizo agachar la cabeza… y cuando el señor García
se quiso suicidar frente de mi, me hizo disminuir de tamaño. Me volví pequeño, como un
suspiro olvidado.

En esos momentos Leandro se sentía acorralado como un animal herido, quería correr lejos,
muy lejos y lamerse en soledad las heridas.

–se llevo lo que era, lo que fui… y yo, no se como hacer para unir todos los trozos de mi… no se
como hacer para ser yo… otra vez… pero no dejare que ella y Lucas me hundan de nuevo.

Y desvió su mirada hacia el piano de cola destrozado. Adrián no sabia de que hablaba Leandro.
No comprendía sus palabras. Y miro a donde miraba Leandro y tuvo que contener un gemido
de sorpresa e incredulidad.

El olor ha quemado. El hedor horrible provenía del objeto destruido.

–Ella no es real, esta muerta y no puede salvarme, pero no dejare que me quite lo poco que he
recuperado…

Los ojos de Adrián se cristalizaron, se llenaron de lágrimas de tristeza al ver así a Leandro. Él
sabía la verdad sobre su pasado, sobre el cimiento de ese odio inexpresivo que Leandro
ocultaba y que trataba de sustituir por bondad pero era imposible, él la odiaba, no como se
odia a un enemigo a muerte sino un odio que se cierne sobre alguien que te ha quitado algo
precioso. Era un odio doloroso porque era algo que había pasado hacia mucho tiempo atrás y
porque él no quería odiarla, un odio reprimido que exigía a gritos salir a la luz y Leandro los
reprimía. Había pensado que la peor parte ya había pasado pero no era cierto, recuperar la
memoria y seguir como si nada era un buen augurio. Era cierto que los primeros días se le veía
deprimido pero luego se recupero y guardo bajo candado los gritos que se guardo de joven,
de catatónico en un manicomio y ahora esos gritos estaban rompiendo las barreras y Leandro
estaba haciendo todo lo posible por ocultarlo y eso le estaba pasando factura.

En ese momento Adrián lloro en silencio por el mismo y por su amor, porque sabia que dentro
de Leandro había algo profundamente herido en su interior.

Cap 6: miedos

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola queridos lectores!! se que les debo una disculpa del tamaño de la tierra así que perdón
por la enorme demora, de verdad que lo siento pero he tenido problemas de inspiración por lo
que no he avanzado mucho .___.

Espero que este capitulo les guste.

Capitulo 6: miedos.

Con el mayor de los pesares abrió los ojos. Dios, como le dolía la cabeza. Suspiro un poco antes
de girarse en la cama, quería encontrar algo de comodidad para seguir durmiendo, menos mal
que estaba en ropa interior y así la comodidad era más. Abrió los ojos de golpe al notar ese
detalle. ¡Carajo! ¡Él no se había quitado la ropa! ¡Es más, ni siquiera recordaba haber llegado a
la cama! se sentó rápidamente en la cama ¿Cómo había llegado allí? Lo último que recordaba
era haber estado bebiendo y Adrián lo había encontrado en un estado deplorable.

“¡Adrián!” pensó alarmado. Dios, el chico había visto su lado más miserable. Se levanto de
golpe sintiendo al instante como todo daba vueltas. Sentía que le faltaba equilibrio por lo que
comenzó a caminar a tropezones. Seguro que aun tenía los efectos del licor y la pastilla juntos.
El cuerpo aun lo sentía entumecido… y esas nauseas…

A duras penas llego al baño de su cuarto, se abrazo al inodoro mientras vomitaba lo poco que
había comido. Su estomago convulsionaba cada vez que sentía el vomito subir por la garganta
y acabar en el inodoro

Cuando finalmente termino de vomitar hasta el estomago, se levanto tanteando el suelo.


Estaba mareado. Y apestaba a licor. Se lavo la boca y, a pesar del mareo, quiso buscar a
Adrián, seguro que el susodicho estaba molesto, pero no fue necesario buscarlo ya que al salir
del baño lo pudo ver; estaba sentado en la cama, con los brazos cruzados (prueba de que
estaba molesto) y le miraba fijamente como reprochándole alguna conducta inapropiada.

Ay Dios… ¿Qué habría hecho?

–¿Qué hora es?– fue lo primero que se le ocurrió preguntar.

–La una de la madrugada–respondió frio, serio. Leandro trago saliva.

–¿Qué pasó exactamente hace unas horas?– se atrevió a preguntar en tono casual aunque le
urgía saber la respuesta. Adrián le miro aun más severamente, como si no tolerara que encima
se hubiese olvidado de lo que había dicho. Leandro rezaba en silencio por que Adrián hubiese
llegado después de que hubiese quemado el piano, recordaba que el joven había llegado hasta
él pero no sabia con precisión si había llegado antes o después de su ataque de locura.

–¿De verdad no te acuerdas?–desvió la mirada. Recordaba muchas cosas, pero lo último era
haberlo abrazado, a partir de allí toda la memoria se volvía nublosa, borrosa, algo imposible de
descifrar– cuando llegue estabas fatal, tirado en suelo y ebrio. ¿Qué rayos te pasa?

Leandro seguía sin mirarlo.

–¿Por qué te fuiste del instituto?


El castaño no respondió

–¿Por qué destruiste el piano de Susana?

Seguía sin haber respuesta.

–Tiene que ver con esa persona con la que estas hablando.

–Ya te dije que no he estado hablando con nadie–finalmente hablo pero seguía sin mirarlos a
los ojos.

–¡¡mentiroso!!– bramo furioso, levantándose. Estaba que echaba chispas y relámpagos–¡Has


estado hablando con alguien, lo se! –Iba a decir algo en su defensa pero Adrián no le dejo ni
hablar– ¡y no me digas que no hablas con nadie porque eso no es verdad, te he escuchado!

Respiraba tan fuerte que se agitaba. Apretaba los puños y le miraba fijamente. Realmente
estaba molesto. Leandro suspiro y quiso acercarse a él, tal vez para abrazarlo y decirle todo iba
a estar bien, pero el joven lo aparto de un manotazo.

–¡que te jodan!

–Adrián…

–¡No! ¡Pensé que estabas bien! ¡¡Yo creí que estabas bien!! ¡Y tu, tu, tu…!–su voz dejo de
sonar iracunda y en cambio se vio llena de dolor y tristeza– ¿Por qué no me dices que te pasa?
¿Por qué no confías en mí?

El pelirrojo negó lentamente con la cabeza, ¿Por qué Leandro no confiaba en él lo suficiente
como para contarle que le sucedía? Y eso le causaba un pesar enorme.

–estas mal, lo sabes ¿cierto?– tragó saliva indignado y se dirigió a la puerta. Estaba molesto y
no se iba a quedar a dormir allí.
–Espera…

–cuando te dignes a contarme de una maldita vez lo que te pasa, hablaremos.

La puerta al cerrarse hizo eco en los oídos de Leandro, este respiro hondo y a continuación se
tumbo en la cama boca arriba, se paso la mano por la frente quitando todo rastro de sudor.
Cerró los ojos apesadumbrado. No podía contárselo, lo creería chiflado y la verdad es que lo
estaba, pero debía de contárselo a alguien, se estaba volviendo loco con todas las cosas que le
estaban pasando.

Se destapo los ojos y alzo las manos en el aire, las miro detenidamente, como si examinara
alguna bacteria o algo por el estilo, pero la verdad es que observaba con curiosidad la
sustancia roja que manchaba sus manos.

Era sangre. Viscosa, tibia y roja.

Cerro los ojos un momento y tras suspirar los volvió abrir. La sangre en sus manos no estaba,
había desaparecido. Dejo caer sus brazos a sus costados. Y pensó, mirando el techo, que las
cosas se estaban empezando a salir de control.

Luego miro a un costado, en donde estaba la mesita de noche, y observo serenamente el


frasco de pastilla.

Esas cosas no estaban funcionando como deberían.

-:-

Había llegado un nuevo paciente al hospital. Un niño de escasa edad. Tenían que hacerle un
trasplante de corazón. Santi se acerco a la habitación del paciente, dispuesto a hacerle una
revisión.

–¿Eres un doctor?– pregunto el pequeño medio adormilado. Santi sonrió un poco.

–Así es– respondió tomando el estetoscopio que descansaba en su cuello, se puso las olivas al
oído y acerco la membrana al pecho del niño para escuchar los latidos del corazón
Escucho cada latido con atención, no mostraba indicio de dejar de latir ahora pero el rubio
supo que pronto dejaría de latir si no se hacía el trasplante con rapidez. Se quito el
estetoscopio y miro al niño.

–¿Usted me va a poner un corazón nuevo?

Sonrió a su pesar. No tenía un corazón que darle, pero el chico estaba en las primeras lista de
trasplante pero parecía que eso no era suficiente para el niño, lo miraba esperanzado, como si
el fuera un superhéroe que iba a salvarlo de la muerte.

Le enterneció esa mirada. Mucho tiempo atrás alguien le había mirado de la misma manera.

–Esperemos que ese corazón llegue pronto– respondió con una sonrisa ligera. Las ilusiones del
niño decayeron de pronto, Santiago sintió una puñalada de culpa en el pecho mientras el
pequeño abajo la mirada y torció los labios– no pongas ese gesto, ya veras que pronto tendrás
un corazón.

Sabía que decir esas cosas resultaba poco ético pues no se le era permitido enfundar
esperanzas en los pacientes. Sin embargo, le dio pena ver al niño en ese estado, tan joven y
estaba más cercano de la muerte de lo que lo estaba él.

–¿Yo también me secare al igual que ese árbol?–pregunto temeroso el niño, mirando por la
ventana el árbol seco y deteriorado que estaba fuera del hospital. El rubio doctor se
sorprendió un poco ante esa pregunta. Sintió algo así como un deja vú

Se sentó en el borde de la cama.

–Lo que le sucede al árbol es solo una temporada–comento tranquilo.–es necesario que pase
por esto para que después se renueve mucho mejor, hasta las hojas le van a salir mas verde y
se va a poner bonito.

El niño lo miraba no muy convencido.

–Los arboles también tienen segundas oportunidades.–insistió, tratando de infundirle


esperanzas– y tu también las tendrás.
–pero… ¿y si no hay segundas oportunidades? Un árbol no tiene siete vidas como los gatos–
explico angustiado. Santiago pensó que el chico era inteligente, perspicaz– ¿y si solo hay una
oportunidad? ¿Si un corazón nuevo no me hace nada, que hare? ¿Moriré?

–No digas eso. Los arboles siempre tienen una temporada en que se secara y perderá todo,
incluso las esperanzas, pero la primavera se encargara de renovarlo.

–Pero llegara un momento en que ya no se ponga verde ¿verdad?– Santiago trago saliva, no
quería llegar a ese punto– el árbol algún día morirá y se caerá. Yo creo que… yo también me
caeré…

–No–se puso de pie– no dejare que caigas aun. Hare todo lo que sea necesario para que tu
también tengas otra oportunidad.

Se encamino haber los siguientes pacientes pero antes se detuvo un momento para mirar por
la ventana, observo el árbol seco y oscuro que se torcía de manera espeluznante debido a la
lluvia, se retorcía de manera que Santi pensó que se estaba resistiendo a que el viento se
llevara su ultimo suspiro de vida.

“eso es” pensó “no dejes que se lleve tu ultimo suspiro. Tienes florecer de nuevo” miro al niño.
“tu también vas a florecer de nuevo”

-:-

–Perdón, Adrián–susurró.

Obtuvo un "humph" como respuesta. Así que decidió tratar de nuevo. –por favor no te enojes
conmigo.

–No estoy enojado– dejo en claro con una calmada respuesta, pero Leandro sabía que el chico
estaba molesto. ¡Claro que lo estaba! su lenguaje corporal lo decía. Ya hacia casi una semana
que el muchacho estaba molesto y no le dirigía ni la mirada. Justo ahora trataba de hacer las
pases pero el pelirrojo era testarudo.
Pero no se rendiría.

–Perdóname por ser tan egoísta. No quería preocuparte– la suavidad, y él modo "solo entre
nosotros" en que lo dijo hizo que ciertos vestigios de ira se marcharan de los ojos verdes.
Leandro sintió que tenía un punto a su favor, Adrián solía casi rendirse ante sus susurros, ante
la suavidad y la modulación de su voz, estaba seguro que pronto lo contentaría.

–Entonces, ¿me vas a decir que te sucede?–cuestiono Adrián bajito, con voz suave, tranquila, y
comprensible. Los rastros de enojo finalmente se habían esfumado.

–Estoy bien, ya te lo dije–bien, sabía que había perdido el punto a su favor. La expresión de
Adrián cambio de herida a ira y Leandro tuvo que esquivar ágilmente la grapadora que por
poco le rompe la cabeza.

–¡te crees que soy idiota o que!– ladro molesto. Leandro le hizo seña de que bajara la voz, de
que no gritara para no llamar la atención porque estaban en la dirección a la hora en que no
había nadie pero el chico no le escucho y en vez de eso le arrojo un grueso libro que encontró
a su disposición. El castaño de milagro logro evadirlo, ese gordo libro de pasta gruesa seguro
que lo dejaba inconsciente.

El pelirrojo resoplaba como un toro furioso. Levanto la barbilla en señal de orgullo y se marcho
de la dirección sin siquiera dirigirle la mirada.

El profesor exhaló ruidosamente de nuevo, contentarlo no iba ser cosa fácil. Pero se dijo que
algo haría. Aprovecho la hora del almuerzo para salir un rato, el día estaba nublado pero al
menos no llovía con fuerza, aunque eso no era gran impedimento ya que le gustaba la lluvia.

Cruzando la calle sintió que le pasaban el brazo amistosamente por el hombro. Al principio se
sorprendió pero luego se dio cuenta de que su amigo simplemente había vuelto.

–Mi buen mejor amigo–dijo Alan juguetonamente, arrastrando a Leandro con él––¿A dónde te
diriges?

–a un lugar donde no estés tú. – Alan rió en voz alta.

–¡yo también te quiero mucho Leandro! –dijo alegremente, dándole un beso ruidoso en la
mejilla.
–¡ah, no hagas eso!–se limpio con la mano la mejilla derecha mientras Alan seguía riéndose
porque la gente los miraba raro en la calle.–la gente pensara que somos gays.

–amigo mío; somos gays.–aclaro con una sonrisa burlona.

–eso ya lo se, pero no significaba que valla como una loca besándome con mi amigo en la
calle–frunció el seño, con Alan las cosas nunca eran normales, aunque bueno, su vida no era
nada normal. –¿A dónde vas a tu?

–Hacia donde el viento me lleve–contesto con una expresión de mirar al horizonte. Leandro lo
miraba con cara de pocos amigos, hombre ¿Cuándo seria el día en que Alan se tomara algo en
serio?–Ya, ya. No te enojes. Voy a una tienda a comprar ciertas cosillas.

–¿Qué vas a comprar?– su repentino interés capto la atención del rubio

–Ohh ya veo. También quieres comprar algo. Me figuro que ha de ser para contentar a
Adriancito.–el castaño iba a preguntar algo pero Alan se le adelanto.– llegue como a las doce
de la noche del trabajo. Los oí discutir–respondo a la pregunta muda de Leandro, se encogió
de hombros y dijo– estoy seguro de que al paraíso al que voy es perfecto para buscarle un
obsequio que contente al peligroso de Adrián.

–¿Y a donde…?–a pregunta se quedo en el aire cuando Alan, prácticamente, lo jalo del brazo y
se lo llevo corriendo hacia la tienda “mágica” que haría que Adrián cambiase su humor de
perros.

Lo que Alan llamaba “el paraíso” no era más que la tienda de sex-shop que quedaba a unas
cuadras de allí. Leandro arqueo una ceja en cuanto vio unas bolitas chinas.

–Esto servirá–miro a Alan y vio que exhibía en sus manos un pene de juguete bastante grande.
Casi sintió ganas de vomitar.

–no me digas que te vas a violar tu solo.

–ohh–Alan le miro curioso con sus grandes ojos azules–acaso quieres ayudarme con eso.
–¡¡No!!– de verdad que debía de tener muchas tuercas flojas. Carraspeo molesto. Quería salir
de allí.

–ah pero que cruel, yo seria muy feliz si tu me violaras– el castaño se dijo mentalmente que no
haría ningún comentario con respecto a eso– a todo esto ¿no vas a comprarle nada a Adrián?–
Leandro le miro como si se hubiera vuelto loco– anda que seguro se pone feliz si le llevas un
pene de juguete.

–No voy a comprar esa cosa.–dijo molesto.

–no te ofendas, no te estoy diciendo que lo tienes pequeño– a Leandro casi se le cae la quijada
al suelo– no pongas esa cara, ya te dije que no lo tienes pequeño. Pero seguro que a Adrián le
gustara tener otro pene dentro de él, aparte del tuyo claro.– el rubio exhibió nuevamente el
juguete y se rio tontamente al ver que se balanceaba de un lado a otro– ¡parece un bambi
aguado jaja!

Esa imagen estuvo en la cabeza de Leandro durante unos segundos y quiso vomitar. Dios, que
ese lugar no era sano.

–Alan, no voy a comprar nada aquí.

–pues yo si voy a comprar una cuantas cosas– dijo determinante mientras metía el juguete en
la cesta que tenia en las manos, y luego comenzó a meter todo tipo de juguetes sexuales que
Leandro deseo no haber visto y por lo mismo tampoco se atrevió a preguntar en quien
utilizaría eso, prefería tener el beneficio de la duda pues temía que la respuesta lo fuese a
traumar de por vida.

Cuando salieron el castaño se dijo que un sitio como ese era una total perdición. Allí no estaba
nada que le permitiese mostrar su culpa. Él ya había tenido en mente un regalo en particular
pero aun no estaba decidido si lo que quería comprar era lo adecuado.

Suspiro un poco al entrar en la tienda que tenia en mente, pensando en que tal vez no seria
tan buen regalo para Adrián. Miro a su amigo Alan, para ver su reacción.

–Oh por Dios– exclamo el rubio boquiabierto– ¡le vas a pedir matrimonio!
Leandro quiso taparle la boca para que dejara de gritar, las personas dentro de la tienda le
miraron extrañados.

–¡Cierra la boca Alan!–ordeno bajito pero irritado tapándole la jeta–¡y no, no voy a pedirle
matrimonio a nadie!–aclaro soltándolo, el rubio tomo varios bocados de aire, por un momento
había pensando de Leandro lo iba a asfixiar.

–¿Y porque estamos en un tienda donde venden muchos anillos de compromisos?–pregunto


con curiosidad, apapachándose a su lado para oír el secreto.–¿alguien se va a casar?

–No–respondió seco, hizo a un lado a Alan y se fue a las vitrinas a observar mejor los anillos
mientras Alan tenía muchos signos de interrogación en su cabeza, si nadie se iba a casar o a
pedir matrimonio ¿Por qué estaban allí? Se acerco a su amigo para azotarlo con preguntas,
necesitaba respuestas y las necesitaba ¡ya!

–¿y para que vas a comprar un anillo? ¡No entiendo nada!–se rasco la cabeza anonado. El
castaño frunció ligeramente el seño.

–Soy un chicle–murmuro con pesadez Leandro.

–¿Ah?

–Soy un maldito chicle…–se lamento el castaño sin apartar la vista de los anillos. El rubio, aun
perplejo, se inclino para también admirar las joyas exhibidas.

–Si, es verdad. Eres un chicle porque le vas a pedir matrimonio a un chico.

–Ya te dije que no es matrimonio. Si compraría una de estas cosas se lo daría a Adrián como
símbolo de una promesa.

–¿Promesa?

–Si, una promesa. –no dijo más al respecto y siguió contemplando mientras Alan le miraba un
tanto sorprendido. Luego poso su vista en la vitrina, con una sonrisa ligera.
–La verdad no creo que seas tan chicle.

Domingo. Su único día libre y quería pasarlo de lleno al lado de su Canario. Este revoloteaba a
su lado lleno de alegría, entusiasmado y con ese brillo inocente en los ojos que lo había
enamorado.

Paseaban juntos por las calles de aquel solitario parque.

No temió tomarle de la mano porque no había nadie a su alrededor para recriminarles. Por eso
le gustaban los domingos, casi siempre las calles estaban desoladas y el silencio inundaba la
ciudad. Las personas normalmente estaban en sus casas, acobijados bajos las sabanas tibias de
la cama, viendo televisión o asando carne. Pero el prefería salir un rato junto con su pequeño
novio y tomarle de la mano.

Con ese hecho tan pequeño era feliz.

Sin darse cuenta habían llegado a la iglesia pero no se soltaron de la mano pues todo mundo
estaba dentro de la capilla en donde se celebraba una boda, por tal motivo las personas ni
estaban pendientes en lo que sucedía fuera de la iglesia.

–una boda…–murmuro Mario

Alan miro la construcción de la misma, era una iglesia con estilo gótico, con las cúpulas altas
como si quisiera alcanzar el cielo y la campana en la cima hacia mucho que había dejado de
sonar y en cambio se eso de escuchaba la voz de Padre por medio de los altavoces, anunciando
a la pareja que iba a desposarse.

–A mi me gustaría casarme contigo, Mario–murmuro escuchando las palabras del Padre. El


matrimonio había sido un tema tabú por mucho tiempo para él, pero cuando conoció a Mario
y probó sus labios supo que no quería besar otros labios que no fuesen los de su canario.– ¿no
te gustaría casarte conmigo ahora?

El chico lo miro con sus ojos de miel confundido mientras Alan buscaba algo, le sonrío antes de
tomar su mano, enrollando en su dedo una de las hojas de palma que hasta entonces no había
soltado.
La voz del párroco de pronto ceso y le dio el pase al hombre que iba a casarse. Alan escucho
detenidamente y luego repitió las palabras dichas por el novio:

–Yo, Alan Viloria, te tomo a ti Mario Ponce como mi legitimo esposo, para amarte y
respetarte.– el menor abrió los ojos lleno de sorpresa al escucharle decir aquello, se quedo
mudo y apretó la mano de Alan.– En lo prospero y en lo adverso. En la riqueza y en la pobreza.
En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.

Mario sonrió emocionado e hizo lo mismo, atando delicadamente en el dedo aquella hoja en el
dedo anular.

–Yo, Mario Ponce, te tomo a ti Alan Viloria como mi legitimo esposo, para amarte y respetarte.
En lo prospero y en lo adverso. En la riqueza y en la pobreza. En la salud y en la enfermedad,
hasta que la muerte nos separe.

– Que el Señor en su bondad fortalezca su consentimiento para llenarlos a ambos de


bendiciones. Lo que Dios ha unido, el hombre no debe separarlo–Declaró el sacerdote y ellos
se tomaron las palabras para si.

–Amén–Respondieron los chicos mientras se miraban a los ojos, perteneciéndose el uno al


otro.

–Que el señor bendiga estos anillos como signo de su amor y fidelidad.–ambos se miraron
desconcertado, pues se habían colocado los anillos antes de lo indicado. Sonrieron juntos y
Alan beso el anillo hecho de hoja y le sonrió.

–En cuanto tenga dinero te comprare uno de verdad. Te lo prometo. –el pequeño asintió y
antes de que el Padre hubiese dicho ese dichoso: “Puede besar a la novia”, en este caso
“novio”, el de ojos claros se adelanto y tomando el rostro de su canario le plantó un beso
delicado en los suaves labios.

Saco del bolsillo del pantalón una diminuta caja, con cuidado la abrió y observo con suavidad el
anillo de hojas hecho pero que ahora no lucia un color verde sino un color marrón y oscuro
debido al tiempo pero que aun así seguía representando aquello que había dicho fuera de la
iglesia.
–Algún día le comprare uno de verdad–murmuro bajito, mirando el anillo para luego
guardárselo con cuidado. Aquello era uno de sus tesoros más preciado.

–En serio Alan ¿Qué paso con Mario?– una sombra cubrió la vista del de ojos claros pero fue
tan fugaz que ni Leandro se dio cuenta.

–Ya te dije que decidió visitar otros cielos–respondió con una sonrisa triste– después de todo
ha sido mi culpa, yo lo forcé a mis deseos.– el castaño le miraba sin comprender, a veces le
daban ganas de golpearlo por haber dejado ir a Mario pero no sabia si eso es lo que quería el
jovencito de ojos miel. Le preocupaba ¿Dónde estaba el pequeño Mario?

“Visitando otros cielos…”

Recordó las palabras de Alan pero eso no evitaba sentirse preocupado.

–No pongas esa cara, Hombre. Mario donde quiera que este estará bien, aunque no lo creas es
más fuerte que tu y yo juntos– le sonrió ampliamente y luego miro la vitrina– mejor
preocúpate por recuperar a Adrián y comprarle un anillo bonito, ¡ah! Que tal ese– señalo uno
que reposaba sobre una tela de terciopelo azul– es bellísimo, hasta yo me casaría contigo con
ese anillo.

El castaño miro el anillo que señalaba Alan. Una hermosa piedra, solitaria, que brillaba como
un diminuto sol resplandeciente. Contemplo absorto el anillo. Era perfecto.

–¿Quiere que se lo muestre?– pregunto la vendedora con una sonrisa cordial. El castaño
asintió y en menos de un segundo tenia el anillo en sus manos. –¿Se va a casar usted pronto?–
le pregunto curiosa la vendedora, con los ojos brillándole de alegría.

–el dice que no se va a casar– respondió el de ojos claros en su lugar– pero a mi me parece que
es bastante obvio que aquí va a haber compromiso.

El castaño no dijo nada al respecto y observo más detenidamente el anillo. Con una sonrisa lo
aprobó y dijo que si lo compraría

–¡un momento! ¡Stop! ¡Stop!–se adelanto el rubio antes de que la vendedora envolviera el
anillo–– yo debo de aprobar el anillo primero antes de que lo compre– Leandro rodo los ojos y
antes de que pudiera replicar algo, Alan ya le estaba extendiendo la mano– haber, pídeme
matrimonio.

–¿Qué…?

–que me pidas matrimonio.

–¡No voy a hacer eso!

–claro que lo harás, de lo contrario no te dejare comprar el anillo. –el profesor suspiro con
frustración, si no hacia eso probablemente Alan lo fastidiaría todo el santo día. Le arrebato el
anillo a la vendedora y con gesto impaciente le pregunto:

–¿quieres...–pero fue detenido por el rubio.

–No, así no. Yo quiero el circo completo; con eso de arrodillarte y poner gesto de enamorado–
Leandro estaba que le arrojaba el anillo en la cara y a decirle que se fuera a la mierda pero
respiro hondo y decidió complacer al rubio o sino se volvería obstinante.

Se arrodillo como si estuviera ante la realiza, alzo el anillo ante él y con gesto de felicidad
fingida le pregunto:

–¿te casarías conmigo? –las damas y caballeros en la tiendan miraban la escenas sorprendido,
otros sonrieron burlón, y otros hicieron gesto de negación ante semejante acto tan ridículo.
Alan sonrió de oreja a oreja y se le lanzo encima.

–Oh Dios, ¡claro que me casaría contigo cielo! –ambos cayeron en el suelo. El castaño se
recordó que nunca más invitaría al rubio a algún sitio. Dios, ¿Cómo fue que se le ocurrió
traérselo para comprar un regalo? La ultima vez había terminado avergonzado en una farmacia
por culpa del rubio y ahora esto. –si quieres hasta podemos adelantar la luna de miel. En
frente de la tienda hay un hotel, llévame cargado al estilo novia nupcial y dejare que me hagas
de todo– le guiño el ojo. Aquello era totalmente inadmisible.

El castaño rodo los ojos irritado y se lo quito de encima, luego le dio el anillo a la vendedora.

–Me lo llevo.
–Que poco tierno eres, mira que tirarme al suelo.–Alan se puso de pie y se estiro como un gato
perezoso. –Yo me tengo que ir, hay cosillas que tengo que hacer con “esto”–alzo la bolsa de
color negro que contenía los juguetes sexuales.–Nos vemos después Leandrito.

-:-

–esas pastillas no están funcionando– le dijo mientras caminaba de un lado a otro– no están
eliminando las voces.

La psiquiatra le miraba tranquilamente el como caminaba de un lado a otro, impaciente,


angustiado. Como un león enjaulado.

–Llevas unos días tomándotela, dale más tiempo.

–no–paro en seco y la miro– usted no entiende. Esto se esta saliendo de control y no se por
cuanto tiempo más puedo sostenerlo.

–¿nadie sabe sobre lo que te sucede?

–No se lo he dicho a nadie.

–¿Por qué?

–No es obvio; no quiero preocupar a nadie.–continuo caminando de un lado a otro mientras


explicaba tranquilamente– estoy tratando de manejar esto por mi cuenta para evitar falsas
alarmas.

–Pero esto no es una falsa alarma Leandro–dijo cruzando las piernas y mirándole
tranquilamente– se esta convirtiendo en algo más y tu lo sabes, solo que no quieres admitirlo.
No quieres dejarte ayudar por nadie, ni siquiera por mí.

–Estoy aquí para que usted me ayude.


–No es cierto. Estas aquí porque sientes que de alguna manera te libra del peso de contarles
algo a tus familiares. Quiero ayudarte y para hacerlo necesito que me cuentes todo. –Observo
que su paciente estaba en una encrucijada por lo que continuo– delante de mi solo veo una
parte de tus problemas, es como si estuvieras escondiendo algo, como si temieras pronunciar
“eso” en voz alta. No me muestras todo tu “yo” porque no confías en mi, sientes que voy a
repudiarte o a recriminarte una conducta inapropiada.

Leandro se paso la mano por la barbilla pensativo. Era verdad. Nunca le había dicho todo, solo
una pequeña parte del gran problema que tenia en frente. Luego se sentó en el mueble y junto
las manos pensativo.

–Yo… cometí un pecado terrible. Muy terrible.–dijo mirándola a los ojos–y no me arrepiento
de ello.

–No se cual es tu pecado Leandro, no se que es “eso” tan terrible que hiciste pero te esta
atormentando. Dices que no te arrepientes pero sientes culpa. ¿Porque?

Abajo la mirada. Como decirle a su psiquiatra que él había matado a su amiga con sus propias
manos y que no se arrepentía de ello porque la vida de Adrián valía más para él.

Pero sentía culpa, no la culpa de haberla matado sino la culpa de haberse librado de una carga
extra pesada, y en el fondo… muy en el fondo agradeció que ella estuviera muerta, porque así
la quería él: muerta.

Es que habían sido tan tormentosos momentos los que habían vivido que a veces deseo que
ella no existiera, que desapareciera, que se esfumara y no regresara. Y cuando lo consiguió,
cuando ella se esfumo finalmente se sintió miserable, la culpa de haber deseado la muerte de
alguien le carcomía el pecho, la culpa de que todo lo que había sucedido era a causa de él.

Por eso verla le causaba un enorme pesar. Le recordaba todo lo malo y frustrante. Le
recordaba lo asfixiante. Lo miserable que lo hacia sentir. Cerró los ojos un momento, y en ese
breve instante pudo escuchar el sonido del arma dando de lleno en el corazón de Susana,
luego llego el olor a pólvora del arma. Sintió la misma angustia de años atrás, vio la sangre
expandirse en un charco alrededor del cuerpo sin vida.

Abrió los ojos lentamente y la vio a ella, al fantasma de su pasado que lo atormentaba.

–Son más que voces ¿cierto?– pregunto la psiquiatra cuando el silencio se hubo hecho
demasiado grande, pero no se atrevió a responder aquella pregunta– si no quieres contármelo
esta bien. Pero debes hablarlo con alguien, con tu pareja por ejemplo– él la miro como si
hubiese dicho una barbaridad– ¿tampoco confías en él?

–Claro que confió en Adrián.

–¿Y confías lo suficiente como para contarle que te sucede? ¿Le hablas acaso de lo difícil que
te resulta recordar a tu amiga muerta? ¿Le hablas del accidente que tuvo en el cual murió y tú
estuviste presente? ¿Le hablas sobre la decisión del abuelo de tu amiga de tratar de suicidarse
delante de ti? ¿Le hablas acaso de tus recuerdos sobre tu encierro en el manicomio?

–No se trata de confiar, es algo más. – no era necesario decirle todas esas cosas al pelirrojo
porque él ya las concia de antemano, había estado junto a él el momento en que decidió
dispararle a Susana y dejarlo con vida a él.

Dirigió su mirada hacia ella. Hacia Susana. Le dolía el pecho. No soportaba esa cara, estar
frente al fantasma de la persona que amo. Sentía que se asfixiaba– lo siento, lo siento yo…

Balbuceo con la voz temblorosa. Se puso de pie bajo la preocupada mirada de la psiquiatra.

–Debo irme. Tengo que irme.– tomo sus cosas con prisas. Necesitaba salir de allí.

–Leandro–llamo antes de que se fuera– hay muchos gritos muertos dentro de ti, será mejor
que empieces a dejarlos salir.

La única respuesta que obtuvo fue la puerta cerrarse firmemente.

-:-

Sentía una extraña sensación, como si alguien lo observase y lo hacia sentir incomodo. Se
removió en la silla un tanto molesto. Esa sensación no se iba. Suspiro irritado y trato en los
documentos que tenia en mano, era un casi importante y debía encontrar un modo de
solucionar las cosas.

–Tienes cara de estar molesto– comento Gabriel al entrar en la oficina y poner sin cuidado las
carpetas sobre el escritorio.– ¿pasa algo malo?
Luis dejo de leer y miro lastimosamente las carpetas que Gabriel prácticamente le había tirado
en la mesa. Seguro que eran más casos. ¡Ah, quería vacaciones!

Luego miro a su amigo, a ese que tenia la mirada gris como un relámpago y el cabello oscuro
como la noche. Torció los labios en una mueca de disgusto.

–Tengo una extraña sensación– comento ojeando nuevamente las páginas. El chico de cabello
negro alzo las cejas un momento, luego se inclino hacia delante y con una mirada curiosa le
pregunto:

–¿Qué, que cosa? ¿Mariposas en el estomago?– Luis le miro con los ojos entrecerrado, era esa
mirada de odio y de “cierra la boca” – a mi no me mires así, últimamente has estado tan
distraído que lo único que se me ocurre es que estas enamorado.

–No vuelvas a repetir semejante cosa ni en tus sueños– ordeno molesto, con el ceño fruncido.

–¿entonces, cual es esa “extraña” sensación?

–No se… es–en ese momento tocaron la puerta de la oficina, y seguidamente una exótica rubia
de falda ajustada y largas piernas entro a la oficina. Luis no pudo evitar desviar la mirada del
rostro hacia el tremendo busto que se gastaba la mujer.

–Aquí están los informes que me pidió Señor– dijo ella, modulando la voz con su exquisito
acento francés. El castaño alzo las cejas sorprendido y pensó “¡wow!”, mientras Gabriel estaba
que no aguantaba la risa ante la cara sorprendida de su mejor amigo.

–Eh muchas gracias Ámbar–dijo cobrando la compostura.

–Con permiso– dijo y luego salió de la oficina.

–Tremendas tetas tiene esa mujer– fue lo único que pudo decir el castaño impresionado–
¿Serán de verdad?
En ese momento sintió aquella sensación con más ímpetu que lo hizo sentir como un bicho,
una cucaracha y hasta sentía ganas de disculparse. Esa sensación no se iba.

–Me decías sobre la sensación que sientes… –Le alentó a continuar el chico de ojos grises

– ah si, te decía que solo tengo esa incomoda sensación de que alguien me esta vigilando. Es
como esas miradas que me da Aarón cuando esta molesto y me dice con la mirada “¡Pórtate
bien, animal de dos patas!”–Razono rascándose la cabeza sin entender porque de repente
sentía esa impresión– creo que Leandro por fin logro pegarme su paranoia

En otra parte Leandro estornudaba pensando en quien demonios estaría hablando mal de él.

–En fin, creo que son cosas mías. Sigamos trabajando.

-:-

Primero paso por la tienda de dulces, se compro unos paquetes de chocolate, otras de galletas
oreos y muchos dulces más. Después paso por la panadería y se compro un pastel de fresas.
Ahora si podía ir a casa.

“la gente apaga las penas con alcohol” Pensó caminando de regreso a su casa “yo apago las
penas con dulces”

Suspiro resignado. No tenia remedio. Pero que vah, no le hacia daño a nadie con comer
golosinas, tal vez sus muelas sufrieran un poco pero nada que una buena cepillada con crema
dental no solucione.

Miro el cielo, tan azul y claro que no había indicios de que lloviera. Era una pena, los días
lluviosos resultaban mejores. Después de haber salido del consultorio fue a tomar aire fresco
en la cafetería que estaba en el último piso de “La torre de David”, allí la altura le permitía
pensar con tranquilidad y la taza tibia de café le despejaba los pensamientos.

Estaba huyendo. Lo sabía. Le costaba enfrentar las cosa de frente porque era un no se que lo
que le sucedía. Como en el pasado. Y eso le asustaba porque sentía que todo se estaba
repitiendo, las mismas dudas, las mismas preguntas, los mismos miedos y hasta la misma
angustia. Y si eso se repetía ¿no se repetiría también su encierro en ese centro psiquiátrico?
“Aunque camine hacia la otra esquina, sigo estando muy cerca de aquellos recuerdos Aunque
me encierre en la habitación, apenas puedo huir tres metros”

Sabía que tenia que encontrar una forma de luchar contra esos pensamientos, contra esos ir y
venir que estaba su mente. Pero no había libro ni información que le instruyera en que debía
de hacer. Tal vez las respuestas se encontraban en el limbo.

Tenía que recuperar el control de su mente.

Pero seguía sin encontrar el método.

Los miedos… pueden llegar a ser el peor enemigo de uno cuando no se encuentra manera de
domarlo. Todos sentimos miedo, pero quizá hay miedos más grandes que otros y el de Leandro
era perderlo todo otra vez. Perder el control de sus pensamientos, perder el control de sus
emociones, perder la cordura… sentía que estaba perdiendo todo. Incluso la confianza de
Adrián y era culpa suya por dejar que eso pasara. Pero exteriorizar lo que sentía significaba
alertar a todos de que algo no estaba bien con él. Antes no sentía nada, pero ahora sentía de
todo, y eran tantas emociones que resultaba imposible meterlas dentro de un frasco,
encerrarlas y luego votarlas lejos de él, eso era imposible porque las emociones estaban allí, no
eran algo tangible como para botar y por eso seguían allí, dentro de él, gritando, clamando por
atención. Gritaban tanto, tanto que pronto había dejado de oír lo que pasaba en el mundo
real. Pero Leandro no quería dejar de ser él, no quería ponerle atención a esas emociones tan
insistente que lo arrastraban hacia un precipicio. Eran emociones peligrosas.

“A veces me siento arrastrado a su sopor. Mi cuerpo esta intentando olvidarse de todo. Pero
siempre reacciono. Yo no quiero volverme así…”

–Disculpe, no la vi– reacciono cuando hubo chocado contra alguien en el centro. La señora lo
miraba con mala cara y apenas acepto sus disculpas. Leandro camino despacio hasta su casa,
casi llegaba al edificio donde vivía. Se sorprendió un poco cuando empezó a subir las escaleras
y vio a los gemelos subir las mismas a unos pisos más que él. Iban junto a Alan y junto a otra
persona que no pudo ver ¿irían a su casa? Frunció el ceño. Solo esperaba que no fuesen a
hacer una locura en su apartamento, hombre que él limpiaba bien limpiecita su casa y la
ordena perfectamente como para que el idiota de su amigo la fuera a desordenar.

Subió con pesadez cada uno de los escalones hasta el piso numero cinco que era donde vivía.
Tomo varios bocados de aire preguntándose cuando demonios arreglarían el bendito ascensor.
Arrastro los pies hasta el apartamento 5C y metió la llave en la cerradura con la esperanza de
comerse todas las golosinas hasta explotar pero al abrir la puerta solo pudo ver al cuarteto, es
decir a Alan, Adrián, Aarón y el pervertido de Asdrúbal (le pareció curioso que todos tuvieran
el nombre que comenzase por la letra A, cosa que no había notado hasta ahora)

Dejo de divagar y se concentro en mirar sin expresión alguna el como Alan había esparcido
todos los juguetes sexuales en el suelo, Asdrúbal había agarrado un par y los miraba de lo más
emocionado, mientas Adrián estaba sentado al estilo indio junto a su hermano gemelo, quien
estaba rojo de vergüenza mirando aquellas cosas vergonzosas, explicándole quien sabe que
mientras le enseñaba un vibrador.

Leandro pensó que aquella escena resultaba de lo más perturbadora. Cerró la puerta de golpe
cuando Alan le sonrió. Negó varias veces diciéndose a si mismo que debía de volver a cambiar
la cerradura de su casa. Se giro sobre sus talones dispuesto a irse a yo no se donde, pero
mientras fuera lejos de aquella escena estaba bien pero sus deseos se vieron truncados
cuando, de repente, una mano le tomo de los hombros y prácticamente lo obligo a entrar a su
apartamento. No tuvo que adivinar quien era porque ya lo sabía de antemano.

–Lo siento cielito lindo pero no puedo dejarte ir– dijo la voz casanova de Alan– te necesitamos.

–No voy a quedarme para ver la atrocidad que quieren cometer– dijo en su defensa dispuesto
a irse nuevamente pero esta vez había un obstáculo mayor.

– ¡lo tengo, lo tengo!– dijo Asdrúbal abrazándole las piernas.– ¡amárrenlo!

– ¡¿que...?!– dijo alarmado al ver que no solo era Asdrúbal sino también Adrián quien le
sostenía. Intento zafarse y casi lo logra de no ser por:

– ¡Háganle cosquillas, háganle cosquillas!–indicó Alan mientras le amarraba los pies. Los chicos
casi al instante comenzaron a meterle mano para hacerle cosquillas. Leandro quedo vulnerable
y solo pudo reír sin parar, carajo que habían descubierto su punto débil.

–¡Eso es trampa!–les recrimino cuando las cosquillas hubieron parado y darse cuenta de que
estaba bien amarrado a la silla giratoria del escritorio.

–En el amor y en la guerra todo se vale– canturreo divertido Alan


–¡¿Que clase de conspiración es esta?!– exigió tratando de zafarse pero estaba demasiado
bien amarrado a la silla– ¡esto es inadmisible, secuestrado en mi propia casa!

–Lo siento profesor Leandro– se disculpo Aarón bastante culpable pero sin intenciones de
querer soltarlo– les dije que esto no era necesario pero insistieron.

–Nada de eso. Esto es sumamente necesario. Lo siento Leandrin pero te necesitamos para
darle lecciones de sexo a Aarón.

–¡¿Que...?!

–Así como lo oyes querido mío– Alan puso cara de ser profesor y comenzó diciendo– el pobre
Aarón tiene meses sin tener nada de nada, anda que es humano y tiene sus necesidades.

–¡Eso no es verdad, no estoy necesitado!– se defendió el chico nombrado. Asdrúbal le tapo la


boca para que “el maestro” siguiera hablando.

–Como te decía, tiene sus necesidades y nosotros el grupo “pene feliz” hemos tomado la
drástica decisión de darle una buena charla de sexo y sus prioridades– Los miembros del grupo
(léase Adrián y Asdrúbal) asintieron varias veces– Debe aprender como seducir, como ser
coqueto y volver loco a su pareja, en este caso al tarado de Luis. Y como Aarón es nuevo en
esto del ser sumiso y no sabe nada de complacencia hemos decidido enseñarle a dar una
buena mamada– anuncio alegre, alzando el dedo de la justicia– le prestaría mi verga para que
practicara pero soy demasiado fiel a mi canario como para hacer semejante cosa, así que
pensé que podía practicar en ti.

Leandro sudaba frío, temiendo lo peor ¡¿acaso iba a ser violado?! Vale, el sabia que el sexo
oral no era violación ¡pero igual, eso era violación!

–Relájate, descarte esa idea cuando entendí que si Adrián no me deja meterte mano mucho
menos dejara su hermano gemelo lo haga.–Razono pensativo, mirando curiosamente al
castaño– pensé entonces en Adrián pero el tampoco puede porque son hermanos y eso seria
incesto. Luego pensé en Asdrúbal pero seguro que la tiene muy pequeña en comparación con
Luis.

–¡Ey!– se quejo el nombrado a lo lejos. Alan no puso cuidado y continuo.


–Así que como no había nadie disponible para se trabajo pensé en ¡esto!– mostró el pene de
juguete que había comprado en la sex-shop– puede practicar con esto incluso cuando este en
el baño. En su cuarto. En su cama. Oh y también le enseñaremos como debe usar la lengua en
ello, para ello hemos diseñado un moderno y atractivo manual de instrucciones del cual estará
a cargo Adrián. ¿Y que te parece nuestro novedoso plan?

–¡Están completamente locos!– dejo en claro molesto ¿pero que mierda tenían en la cabeza
ese cuarteto?

–Pero tienes que admitir que es una buena idea.

–Primero durmiendo bajo un puente que dándole la razón a alguno de ustedes ¡y ya,
suéltenme!– Alan hizo un gesto de “no-no-no” con el dedo.

–Ya te dije cariño que te necesitamos para llevar acabo este suculento plan. Además tú eres el
único que piensa que es una mala idea, nuestro grupo dice que es genial, muy novedosa y que
funciona de maravilla ¡si hasta tenemos la página en Facebook! Ves– el rubio le mostró el
celular de Asdrúbal el cual tenia instalada la aplicación de Facebook y en ella se mostraba el
nombre de la pagina de la misma red social titulada: “pene feliz”, ya la pagina tenía más de mil
seguidores y en todas las imágenes puestas había demasiado “me gusta”. Además había
encuestas como: “¿cuando crees que volverá a tener sexo Aarón?”, o “El próximo de lemon
¿de quien crees que sea?”

La cara de Leandro era como esas tarjetas de master card: no tiene precio.

Estaba totalmente anonado al saber hasta que punto habían llevado aquella situación.

–Están completamente locos– murmuro aun sin salir de su sorpresa.

–Locos o no llevaremos a cabo este plan. Si hasta ya Aaroncito esta aprendiendo– dijo
señalando unos binoculares– fuimos a espiarlo y en conclusión sacamos que:

–La secretaria de Luis tiene cara de zorra– dijo Asdrúbal– y que Luis es un cerdo.

–Bien, bien– asintió Alan aprobatoriamente.– gracias a los binoculares de Adrián pudimos
descubrir muchas cosas. Era de esperarse con un acosador como Adrián.
–No es acoso– dijo frunciendo el ceño– es saber todo, absolutamente todo sobre tu pareja, la
gente le llama acoso pero no es acoso, es amor. Y yo se absolutamente todo lo que hay que
saber con respecto a ese tema, si me se desde el numero de talla de ropa interior de Leandro
hasta los cm que mide su pene.

Todos lo miraron con los ojos muy abiertos. Incluso Leandro le miraba sorprendido. El chico al
ver la reacción de todos solo enarco una ceja.

–¿Acaso..., se lo has medido?– pregunto Alan cauteloso.

–Pues claro, se lo medí con una regla mientras dormía–confeso de lo más tranquilo mientras
se encogía de hombros.

–¡¿que...?!–Leandro estaba más que sorprendido ante semejante cosa, no sabia si sentirse
indignado o ultrajado. Habían invadido su privacidad mientras dormía, a la próxima tendría
más precauciones. Los demás aun seguían sorprendido pues nunca imaginaron hasta que
punto Adrián era capaz de acosar.

–no se de que se sorprenden, seguro que todos ustedes también se han medido el pene con
una regla, incluso Aarón lo ha hecho– comento Adrián aburrido mientras su hermano gemelo
estaba completamente rojo.

–Muy bien Aarón, ya escuchaste a tu hermano: un acosador debe saber todo sobre su amante,
incluso los cm que mide su pene, así que cuando Luis este durmiendo tu buscas una regla y se
lo mides– dijo sonriendo pícaramente– a todo esto, ¿cuanto mide el de Leandro– se acerco al
pelirrojo y este le susurro algo al oído, segundos después el rubio sonreía de oreja a oreja,
satisfecho de lo que escuchaba.

–Era de esperarse viniendo de Leandrito, y supongo que aumenta de tamaño cuando se erecta
¿no?

–Así es.

–¡Oigan aun sigo aquí!–Protesto el castaño avergonzado de que estuvieran hablando de su


intimidad– ¡no pueden hablar así de mi como si no estuviera aquí!
–oh es cierto, olvide Leandrin estaba escuchando–carraspeo un par de veces y sonrío
triunfante– no hay que permitirnos divagar, es mejor seguir con el plan. Bien Aarón después
del acoso y saber espiar a tu amante viene enseñarle como lanzar indirectas. Él es que tiene
que tomar la iniciativa y no tú. Haber Asdrúbal, enseñarle a Aarón como se hace.

–Las indirectas son mensajes disfrazados que envías con señales, gestos o palabras. En estos
caso las palabras pueden tener doble sentido– explico el muchacho caminando de un lado a
otro– dichas señales las envías para no quedar avergonzado al decir que quieres algo o en esta
situación quieres sexo.

–¿Por ejemplo?

–Un ejemplo seria acostarte tranquilamente en el sofá, mirar el techo– Asdrúbal hizo lo que
decía y se acostó boca arriba en el sofá, mirando distraídamente el techo– y decir
tranquilamente: me siento tan vacío, me gustaría que algo me llenara.

Lo había dicho con un tono dulce de miel derretida. Alan le aplaudía su gran actuación.

–Otra indirecta podría ser cuando tu pareja te diga que va a salir, puedes poner una cara
indiferente y decirle que puede: salir y entrar, salir y entrar cuantas veces quiera.

–Esto va para twitter– se dijo divertido el de ojos claros que ya no se aguantaba la risa–
Asdrúbal eres el maestro de las indirectas– miro al pelirrojo– si las indirectas no funcionan
entonces tendrás que lanzarte tu. Pero recuerda, siempre con una devastadora seducción.
Adrián es tu turno, enséñale a tu hermano como se hace.

El pelirrojo nombrado miro a Leandro a los ojos, aquel magnifico verde en su mirada brilló
divertido y una sonrisa algo maliciosa asomó entre sus comisuras.

–Aarón toma nota– dijo Alan y le dio una libreta con un lápiz al otro gemelo.

–¡No tomes nota!– dijo ofuscado Leandro– ¡ustedes están dementes!


–Leandrito, cariño mío, conque sigas quejándote me temo que tendré que pegarte tirro en la
boca– amenazo el rubio revoltoso señalando el tirro plateado– bueno, Adriancito necesita
inspiración y para eso compre ¡esto!– puso frente al castaño una mascara negra estilo zorro.

–Ni creas que me voy a poner semejante cosa– declaro con la mirada seria– no voy a utilizar
ese antifaz que has usado en quien sabe que sucias circunstancias...

–Lo siento pero tu no tienes voto aquí– aclaro divertido el rubio quitándole los lentes de
montura delgada y poniéndole el antifaz.

–Hijo de perra– siseo Leandro. Pero ya no pudo decir nada porque Alan le puso un pedazo de
tiro en la boca.

–Te dije que no te quejaras tanto– dijo de lo más divertido– haber Adrián, que te parece
Leandro en su versión sado.

El pelirrojo se puso rojo hasta las orejas y tuvo que desviar la mirada para disimular sus
perversos pensamientos. Se esforzó en pensar en cosas bonitas pero le resultaba casi
imposible, con ese antifaz estaba pensando que se dejaría hacer de todo por su profesor. La
cabeza le iba a estallar pensando en algún ritual de erotismo.

–Adrián, has lo tuyo– ordeno Alan, mientras llevaba a rastras la silla hasta el cuarto. Adrián y
los demás le seguían de cerca mientras Alan decía:– relájate, veras que vas a disfrutar esto
tanto como nosotros.

Los demás entraron a la habitación mientras Leandro y Alan se quedaron en el umbral de la


puerta.

–¿Que es lo primero que hay que hacer?

El pelirrojo no tuvo que decir nada porque su lenguaje corporal lo decía, era de flirteo y su
sonrisa brillaba. Leandro casi quedo embobado, conocía esa sonrisa y no se cansaba de verla.
Observo detenidamente como el pelirrojo se dio la vuelta y camino lentamente hasta la cama,
con pasos armoniosos y mientras lo hacia se empezó a quitar la franela blanca que llevaba.

El castaño estaba enloqueciendo con el contorneo de esas caderas, con esas atenciones que
se daba y con esos labios.
Adrián se sentó en la cama coquetamente y lo miro con aquellos ojos verdes que parecían
hechizarlo.

–Una vez dijiste que te pediría que te acuestes conmigo y que lo iba a disfrutar...bien
Leandro... quieres escucharlo... ¿deseas oírlo ahora?

Leandro estaba inmóvil ante la devastadora sensualidad de su amante. Este se acarició su


pecho de piel blanquecina y se extendió sobre la cama.

–Ven ahora... y tómame... eso es lo que quiero... deseo tenerte dentro de mi y sentí tu calidez.

Si no estuviera amarrado y amordazo Leandro estaba seguro de que se hubiese devorado al


sensual pelirrojo que peligrosamente se extendía expuesto en su cama, dispuesto a recibir
todo lo que él fuese a darle.

La curvatura de sus caderas se le antojo particularmente exquisita. Deseaba darle momentos


de gozo en el cual lo satisfacían el dulce cantar de los gemidos de Adrián. Deseo enterrarse en
sus entrañas y abrigarse con el calor de las mismas.

Pero salió de su ensoñación cuando se escucharon un par de aplausos. Era Alan– bravo, bravo.
Estoy impresionando de ver tanta sensualidad, uf si hasta ya hace calor aquí ¿no creen?–
Adrián se puso de pie y busco la franela para colocársela de nuevo– bueno Adriancito, lograste
lo que queríamos: una erección. –Señalo la entrepierna del castaño– ahora si podemos pasar
a la siguiente parte.

Leandro abrió muy grande sus ojos.

¡¿Siguiente parte?! ¡¿Había una segunda parte?!


Llegaron nuevamente a la sala, lo dejaron a él cerca mientras Alan le daba el pene de juguete a
Aarón. ¡¿Pero que rayos pensaban hacer esos dementes?! Seria mentira si Leandro no pensara
que estaba algo preocupado.

El pelirrojo al ver esa “cosa” en sus manos quiso tirar eso lejos de él.

–Imagínate que es el de Luis– lo aleto su hermano.

–Si, imagínatelo– le siguió Asdrúbal– solo tiene que darle un buen lengüetazo, mira así–el
chico de rizos agarro el juguete y le paso la lengua por todo la longitud del juguete. – incluso
puedes apretar suavemente el glande, eso resulta muy placentero.

Leandro estaba empezando a sentirse enfermo al ver eso, su estomago se revolvió y quiso
taparse los ojos. Eso no estaba bien. Una vez que todo acabara, este suceso lo estaría
atormentando por meses.

–Después puedes ir metiéndotelo poco a poco en la boca, despacio pero saboreando.– oh


Dios, Leandro de verdad quería taparse las orejas, le iban a sangrar los oídos.

–Si, solo tienes que darle suavecito par abajo, para abajo, para abajo– canturreo divertido
Alan– y después tienes que darle suavecito para arriba, para arriba, para arriba.

Leandro recordaba esa canción. Era vieja, muy vieja, y resultaba chiclosa.

–Y después tienes que dar un sensual, movimiento sensual, sensual un movimiento muy sexy.

Después que todo terminara Leandro haría como que aquello nunca paso, así que estén claros
¡esa escena nunca existió! ¡¡Nunca!! Eso solo había sucedido en un mundo paralelo, en otra
dimensión.
–Bueno, yo quiero que ya comience la acción– dijo Asdrúbal. Adrián suspiro un poco y dijo que
esto solo lo hacía por el bienestar sexual de su hermano. Se acerco al profesor e iba a
comenzar a desabrocharle el pantalón.

–¡un momento, un momento!– el rubio salió disparado para el cuarto, cuando regreso a la sala
traía una puesta una boina al estilo director de cine, junto con unos lentes oscuros y una
cartulina doblada que simulaba ser una bocina– Asdrúbal, ¿tienes la cámara lista?

No había ni que preguntar pues el muchacho ya tenia en alto su celular galaxy preparado para
gravar cualquier escena de índole sexual que fuese extremadamente placentera.

–Estoy listo maestro– dijo lo más orgullosamente posible.

–Bien, Aarón toma nota de todo lo que haga tu hermano– el chico no estaba muy seguro pero
en el fondo se moría de curiosidad por ver lo que iba a acontecer.–¡Ahora si!– Alan se sentó en
un banquito a estilo director de Hollywood– ¡mouse, cámara, acción!– dijo hablando por
medio de la dizque bocina hecha de cartulina.

–Maestro, así no se dice– susurro Asdrúbal.

–¡Es cierto!– se dio un golpecito en la frente– eso me pasa por andar viendo tanto Disney
Channel– razono ensimismado, negó un par de veces y esta vez lo dijo como se supone que
debió de haberlo dicho:– ¡Luces, cámara, acción!

Adrián respiró profundo un par de veces y se inclinó sobre la silla giratoria donde estaba el
mayor, se acerco al cuello y con sus finos labios beso la piel bronceada. Uno a uno fue
desabrochando los botones de la camisa blanca que el mayor tenía puesta.

El pobre Leandro estaba que le daba algo ¡¿le iban a practicar sexo oral delante de todo
mundo?! A él le gustaba el sexo oral ¡pero no cuando todo el mundo lo veía!

Pero eso pareció incomodarle solo a él porque los demás estaban muy ansiosos de que el
show continuara. Contuvo el aliento cuando notó cómo su amante lamía su entrepierna. La
tela del pantalón le impedía sentir aquél contacto de forma directa, pero aun así no se sintió
excitado, fue todo lo contrario. Sintió los nervios de punta porque Adrián, después de todo, si
le iba a practicar sexo oral delante de todo el mundo.
Las manos de Adrián abajaron con lentitud el cierre de su pantalón par encontrarse con su
sexo y darle placer con sus labios.

Oh no, Dios. Que alguien llamara por teléfono, que tocaran la puerta. ¡Terremoto...,
maremoto..., huracán, lo que fuese Dios, lo que fuese!

Y tal vez Dios se apiado de él y mando a alguien que tocase la puerta, o más que la abriera
porque dicho ser también tenia llave de la casa de Leandro, fue en ese momento que el
profesor prefirió que continuara el show pues jamás imagino que fuese a ser su hermano
mayor junto con su mejor amigo entrar a su casa.

La escena en si era momento kodak.

–Ave Maria purísima– dijo anonado Gabriel, levantando las cejas sorprendido– sin pecado
original concebida.

–Sabia que eras un pervertido Leandro, pero nunca imagine que te dejaras hacer eso delante
de unos nenes–él hablaba por Aarón y el chico de los rizos que no conocía.– lamento
interrumpir tu acto de porno pero necesito hablar contigo.

Sin decir más empujo la silla giratoria y se llevo a Leandro hasta la cocina.

Gabriel miro incomodo a los presentes, no conocía a ninguno o eso creía hasta que vio los ojos
azules del chico Asdrúbal. Esos ojos..., los conocía. Abrió los ojos sorprendido al darse cuenta
de que si lo conocía.

–¿Ricitos... de oro?– murmuro atónito, el chico al escuchar aquel peculiar apodo se giro y lo
miro. Oh si, también lo conocía.

Mientras en la cocina Luis le quitaba de un solo tirón el tirro de la boca. – ¡Mierda!– exclamo
dolorido Leandro, carajo, que eso si dolía. – Luis vas a tener que hacer algo con Aarón, no se
dale un somnífero y viólatelo ¡yo que se! ¡¡Pero ya se esta pasando de la raya y es tu culpa!!

–Ese antifaz te queda sexy.– dijo con burla quitándole la mascara.


–Oh, cierra la boca.

Lejos de ponerle cuidado, Luis le ignoro y en respuesta dijo:–necesito que me des tu secreto.

–¿Que..?– Leandro no entendía de que hablaba.

–Si, tu secreto– Luis se inclino hacía él y susurro– ya sabes, cuando antes no tenías nada con
Adrián tu hacías algo mentalmente para no tirártelo de una vez. –Leandro entrecerró los ojos
mirando reprobatoriamente a su hermano mayor. Pero al ver que la cara de Luis era seriedad
completa, signo de que estaba hablando en serio, suspiro y respondió.

–Solía contar el alfabeto griego.

–¿El griego? ¡Yo no me se el alfabeto griego!

–Y para que demonios quieres saber eso.

–Necesito resistir.

–¿Resistir?– parpadeo confundido.

–Si, ya sabes ¡resistir!– le hizo seña con los ojos hacia la sala, el castaño comprendió que
hablaba de Aarón.

–No necesitas resistir. Necesita lanzártele encima con todo y déjalo hasta inconsciente.–pero
Luis no le escuchaba. Luis pensaba, cosa rara en él pero pensaba.

–¡Ya se!– anuncio alegre– no me se el alfabeto griego pero puedo decir el rosario, me lo se de
memoria, la abuela me obligaba a rezarlo siempre y ni que decir de Gabriel, antes iba a ser
sacerdote y siempre se la pasaba orando y de paso me llevaba a orar a mi– recordó con gesto
aburrido, pensando que al menos el rosario le serviría de algo más que sacar a las almas del
purgatorio.– muchas gracias por tu consejo hermano– Leandro ni siquiera había dicho nada.

–¡Espera.., no te vallas!–trato de detenerlo pero Luis se fue, ah que mal, y él que le iba a pedir
que lo soltara.
Luis llego a la sala. Miro a Aarón, bien al menos había encontrado una manera de distraer su
mente cuando estuviera con el chico. En ese momento Gabriel se le acerco y le dijo en voz
baja.

–Es ricitos de oro– Luis le miro sin entender pero le sonaba ese nombre. El chico de mirada gris
le indico con la mirada que mirase frente a él. El castaño desvío su mirada hacia el grupito,
estaba Adrián, Alan y Aarón con gesto de enfado, oh y también estaba el mismo chico que
había visto la otra vez, el chico rubio de cabellos ondulados. Él lo miro con sus ojos de agua
clara. Fue allí que algo hizo en su mente un “clic” y todo tomo forma. Abrió los ojos
estupefactos. Esa mirada, ese azul, el chico del bar, sonrisa coqueta y sensual... la primera vez
que se llevaba a la cama a alguien de su mismo sexo. Se giro dándole la espalda al chico,
estaba pálido, no entendía que hacia él allí.

Aarón a lo lejos presentía que algo estaba sucediendo. Luis estaba nervioso, lo sabia porque le
estaba dando la espalda y murmuraba quien sabe que con el tal Gabriel ese. Además de que
Gabriel le había dicho a Asdrúbal “Ricitos de Oro” y desde entonces el muchacho nombrado se
había puesto algo inquieto y evitaba mirarle a los ojos.

¿Que estaba pasando?

Luis en cambio, se sentía morir un poco de la angustia.

–Es ricitos de oro– afirmo en un susurro. Gabriel asintió un par de veces.

–¿Ricitos de oro? ¿Que no era así como le decías al primer amante hombre que tuviste?–dijo
Alan, quien se había escabullido hasta ellos, él también se había dado cuenta de que algo
sucedía y no se iba a quedar con la curiosidad. Pero al decir aquello, en voz alta, alerto a
Aarón. El chico no tuvo que ser un genio para armar las piezas y darse cuenta de lo que
sucedía.

Miro a Asdrúbal, el muchacho solo suspiro cansado.

–Yo no sabia que tu Luis era el mismo Luis que conocí hace como dos años.– respondió a su
pregunta muda.
El pelirrojo fulmino con la mirada al mayor. Luis sintió que se encogió como un bicho hasta
llegarle a los tobillos de Aarón y que este podía aplastarlo como una cucaracha en cualquier
momento.

–Puedo explicarlo– dijo con cautela pero Aarón ya no le escuchaba sino que se había levantado
furioso y se había marchado del apartamento.

–Así que fuiste tu quien llevo a Luis por el mal camino– comento Alan de lo más tranquilo al
chico de rizos.

Luis salió tras Aarón pero este solo le dijo un: –¡vete a la mierda!– y le cerro la puerta en la
cara.

–¡Ni siquiera te conocía cuando lo conocí a él!– le explico tocando la puerta para que le
abriera– además deberías de agradecérselo, si no fuera por él nunca me hubiera acostado con
un hombre.

De un momento le abrieron la puerta y le lanzaron un vaso de agua fría en la cara. Vale, él


sabia que aquel había sido un pésimo comentario.

Dentro de la casa el muchacho estaba que quería lanzarle el televisor en esa cabeza idiota que
tenía. Él sabia que no debía de reaccionar así, no porque Luis y él no eran nada, pero no podía
evitarlo, los celos se lo comían. De solo imaginárselo con Asdrúbal le daban nauseas, sentía
que se volvía loco.

Y no solo por eso, sino que también se sentía herido.

Luis solía llamar “Ricitos de Oro” a Asdrúbal, su antiguo amante. Y a él lo llamaba “la bella
durmiente”, por momentos se había sentido especial con ese sobrenombre porque había
pensado que era el único al que llamaba así, pero ahora descubría que ese infeliz cavernícola
tenía el extraño fetiche de colocarle sobrenombre de cuentos a sus amantes... amantes, no, ni
siquiera eran eso. Los amantes se dan cariño, se besan, se abrazan y ellos no tenían algo así.

Se sentó obstinadamente cerca de la puerta para escucharlo lamentar. Luis se tendría que
quedar allí hasta que se le fuera la voz porque no pensaba aceptar sus disculpas. No señor,
tendría que rogarle mucho y hasta pedirle perdón de rodillas.
–Ya Aarón, lo siento ¿si? No sabia que estudiabas con él, ni siquiera sabia que eran amigos– el
tono que utilizo fue muy dulce, casi sedoso que hizo sentir culpable a Aarón.

Se acerco a la puerta gateando y medio abrió la puerta.

Luis del otro lado de la puerta vio eso como un gran progreso.

–De verdad lo siento, no volví a encontrarme con él desde que Elizabeth me cacho y casi me
castra– ups, mal comentario, Aarón volvió a enojarse y casi volvía a cerrarle la puerta en la
cara. Es que si Luis no embarraba la empataba.– ¡esta bien, esta bien, lo siento, fue un pésimo
comentario!– se apresuro antes de que le fueran a cerrar la puerta en las narices. Aarón tenía
una sombra en los ojos.

–No quiero que te vuelvas a ver a solas con él– pidió en tono lúgubre. Luis trago saliva.

–Esta bien.

–Ni tampoco que le vuelvas a decir “Ricitos de Oro”

–De acuerdo.

Y después el chico le miro a los ojos, con esa mirada verde y brillante que parecía mirarle el
corazón. Luis se quedo paralizado pensando en que Leandro tenía razón: esa mirada
embrujaba. ¡Si hasta sentía deseos de besarlo! Incluso se inclino hasta a él, Aarón no lo detuvo
y en cambio le ofreció disimuladamente sus labios de cereza. Y estuvo a punto de besarlo de
no ser porque en su memoria se coloco la palabra “alfabeto Griego”, él no se sabía el alfabeto
griego pero si sabía rezar el rosario.

–Hoy es viernes así que contemplaremos los misterios dolorosos.–dijo de pronto, cortando el
aire de romance. El pelirrojo le miro sorprendido.– Primer misterio: la agonía de Jesús en el
huerto. Padre nuestro que estas...

Aarón simplemente no entendía porque Luis había comenzando a rezar.

–¿Que estas haciendo?– pregunto algo incrédulo.


“estoy protegiéndote” respondió mentalmente el castaño– estoy rezando– dijo tratando de no
mirarlo a los ojos porque si lo hacia seria su perdición.– hay que rezar por las animas ¿sabias
que si rezas un rosario sacas cinco almas del purgatorio? Así que hay que rezar, hay que rezar–
le tomo de la mano aun sin mirarle a los ojos y con el corazón bombardeando sangre con
fuerza dijo– Dios te salve Maria, llena eres de gracia...

Y aunque Aarón no entendió nada le siguió el ritmo rezando. Esperando en vano el beso que
nunca llego.

Cap 7: al menos actua como un ser humano

or: cielo caido

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Notas del capitulo:

Si, lo se, soy una muy mala persona por venir a actualizar ahora :c es que no he tenido mucho
tiempo libre .___. las clases ocupan mucho de mi tiempo y ahora trabajo los sabados así que
menos tiempo tengo ahora, los viernes ya no los tengo libre por lo que actualizare los lunes (mi
unico dia libre ;-;) pero no se si podre actualizar cada dos semanas, tal vez las actualizaciones
se den por mes D:

(No me maltraten T-T)

Espero que les guste este capitulo ^^

“Sobre eso no hay duda: es sincero con ella. Porque le cuenta cosas feas, cosas sucias, cosas
terribles. Como si supiera que el amor de ella es capaz de aceptar ese lado negro de su ser, esa
zona del diablo que nunca muestra a nadie totalmente.”

Mario Benedetti
Capitulo 7:

Al menos actúa como un ser humano.

Habían caminado a prisa varias cuadras. No sabía a donde iban pero Leandro parecía enojado,
frustrado, y muy triste. Le tomaba de la mano con fuerza, como si temiera que se fuese a
perder o como si alguien fuese a apartarlo de su lado. No pregunto nada porque no quería
poner más triste a Leandro. Al final llegaron a una casa que quedaba a unas cuadras de allí, el
vecindario era sombrío, lúgubre y le daba miedo. Los chicos se amontonaban en un rincón y
parecían susurrar maleficios. Otros fumaban y miraban divertido el hecho de que hubiesen
llegado.

–¿Donde esta?– pregunto Leandro al chico de cabello negro que estaba sentado en la orilla de
la cera. Fumaba un cigarrillo y al ver a Leandro se había puesto de pie.

–Esta en problemas– respondió el joven despreocupado, lanzando el cigarrillo en el suelo y


luego lo piso con el zapato. Adrián supo reconocer ese joven como “Witsy araña”

–Cuando es el día en que ella no esta en problemas.– respondió ácidamente. Adrián miro a su
alrededor. No le gustaba ese barrio, era muy sombrío y los jóvenes de allí no tenían cara de ser
amables.–¿Donde esta ella?

–Adentro– señalo con el pulgar hacia una casa– dicen que ella les prometió un pago y ellos
están esperando ese pago. Y creo que tú sabes a que me refiero.

–No me digas que...

–Si, eso mismo–el pequeño vio que Leandro apretó los dientes y una sombra se había posado
sobre sus amables ojos de color miel.

–Cuidare al pequeño Elías si quieres– sugirió cauteloso. Leandro le miro fijamente y hubo un
largo silencio.
–No te atrevas a hacerle nada– siseo mirándole ferozmente a los ojos.

–Tranquilo, hombre, tranquilo– Lucas levanto las manos cual delincuente apuntasen con un
arma– te prometo que no le haré nada, además de que Elías y yo ya hemos hablado antes ¿a
que si, verdad?– miro al niño y le sonrío un poco. Adrián asintió.

–El es Witsy araña– dijo no muy seguro. Leandro solo suspiro un poco preocupado, aun sin
decidirse a dejar el niño en manos de su enemigo. Miro al infante, no podía llevárselo a dentro
de esa casa.

–Esta bien. Adrián quédate aquí. Ya vengo.

–No tienes porque hacer esto Leandro, ella se lo busco, así que deja que ella misma pague sus
errores, eso seria una manera de que aprendiera.

–No puedo dejarla sola, soy su amigo.

–Exacto, eres su amigo. No su verdugo.

El pequeño pelirrojo no entendía de qué hablaban pero le preocupo mucho que Leandro se
marchase con esa expresión de tristeza. Quiso ir detrás de él pero Witsy araña no lo dejo.

–Espéralo aquí niño, ya lo oíste ¿no? Él viene horita–se sentó en la orilla de la cera e hizo que
él se sentara al lado suyo, y aunque muchas veces intento ir a ver Lucas no se lo permitió.

Paso mucho tiempo antes de que Leandro saliera, no sabia lo que había pasado pero Leandro
tenía mal aspecto. Se veía desaliñado, como mareado, desorientado. Detrás de él venia Susana
con la mirada gacha.

–Vámonos a casa Adrián– su voz había sonado hueca, vacía, sombría. Asintió no muy seguro y
le siguió de cerca. En el camino Leandro no le hablo a Susana aunque esta quiso sacarle
conversa.

–¿Estas bien?– pregunto ella con preocupación.


–Estoy bien– respondió fríamente el castaño.

Cuando llegaron a casa y Susana se hubo marchado Leandro se fue al baño y se apoyo en el
retrete cuando empezó a vomitar todo lo que había comido ese día. Cuando termino abajo la
tapa y la palanca y se quedo allí pensando en lo que había ocurrido y en todo lo que había
perdido, el solo hecho de recordar aquello hizo que nuevamente levantara la tapa para
vomitar hasta la bilis.

A Adrián no le gustaba verlo así, no le gustaba cuando Leandro tenía que hacer cosas feas por
Susana. No le gustaba porque Leandro hacia todo por ella.

-:-

Alan se despidió de sus amigos de trabajo con una sonrisa. Quería quedarse a tomarse unas
cervezas pero debía de llegar a casa. Eran las doce de la noche y no le dio miedo caminar solo
en la calle, ya se había acostumbrado a deambular solitariamente con la visita perdida en el
firmamento oscuro de aquella noche. Observo absorto las estrellas.

Su cuerpo caminaba pero su espíritu y sus pensamientos estaban en otro lugar.

Extrañaba a su canario, trataba de no pensar en él pero su mente lo traicionaba, en cada cosa


que hacía su canario estaba presente. Su sonrisa. Sus ojos. Sus labios con sabor a miel. A veces
sentía que se iba a volver loco de desesperación, su cuerpo temblaba ante la idea de no
volverlo a ver. Cada día, cada hora, cada segundo se le hacia eterno ante su ausencia.

¿Donde estaba Mario?

Quería saberlo para ir a buscarlo, para colmarle su carita de besos y prometerle que no
volvería a hacerle daño. Quería abrazarlo y decirle que lo iba a proteger de todo lo malo de
este mundo.
Quiso echarse a llorar allí mismo porque la angustia parecía ganarle pero se dijo que llorando
no conseguiría nada y solo por eso se contuvo. Respiro hondo y saco su celular. ¿Y si llamaba?
No. No podía llamar porque no tenia nada, en cuanto tuviese algo seguro que podría hablar
con el y escuchar su voz suave.

-:-

Apenas había caído una suave llovizna por lo que la mañana amaneció fría pero eso no fue
impedimento alguno para que saliese al cementerio a visitar a alguien. No llevo un ramo de
flores porque sabía que no le gustarían así que camino y en cuanto llego a la tumba indicada se
arrodillo a su lado.

La bufanda que cargaba para resguardarse del frío se agito en el aire mientras él, arrodillado
en el césped verde, miraba con interés el nombre de la lapida “Susana Bustamante”. Repaso el
nombre con la punta de sus dedos. Luego limpio la lapida y quito el ramo de rosas que estaba
marchito.

–Por favor– dijo en voz baja y en tono lastimero cerrando los ojos– déjalo en paz. No lo
atormentes, suficiente tuvo con el pasado como para que también lo atormentes ahora.

No sabia si eso era una plegaria, no acostumbraba a rezar y menos rezarle a un muerto. Abrió
sus ojos y suspiro. No sabia que más decir, eso de rogar no era para él pero no sabia que otra
cosa hacer. Desde aquella vez en que Leandro había destruido el piano de Susana le había
confesado borracho que el recuerdo de Susana siempre le atormentaría.

–No dejare que te lo lleves ¿me oyes? No te lo daré así de fácil, te lo peleare con uñas, garras y
dientes, no me lo quitaras así no más. Nadie lo va a apartar de mi ni mucho menos un muerto.

Escucho los pasos detrás de él. Alguien se acercaba despacio, contando los pasos sin embargo
no se giro para ver quien era. El olor a rosas rojas inundo sus fosas nasales y en menos de lo
que espero los pasos se detuvieron justo al lado suyo.

–A ella no le gustan las rosas rojas– comento Adrián sin mirar a su acompañante–solía decir
que odiaba el color rojo.

–no se que cosas le gustaban por eso siempre traigo rosas, suponía que eso era lo que le
gustaban a las mujeres.
–Ella era diferente al resto–se puso de pie y miro a su reflejo– ¿has sido tu el que siempre ha
traído rosas rojas aquí, Aarón?

–Si…

–¿Por qué?

–Pensé que le gustaría–Adrián cerró los ojos.

–¿Cómo podría gustarle a un muerto las rosas? No ven nada, no oyen nada, no huelen nada–
Aarón notaba el desprecio en su voz pero no comprendía el porque de su repentino enojo.
Adrián aparto la vista de la cara confundida de su gemelo y la poso sobre la lapida– ella no
siente nada porque esta muerta y así debería quedarse: muerta.

Luego de esta aclaración giro sobre sus talones y se dispuso a marcharse de allí bajo la mirada
atónita de Aarón. Este al ver que su hermano ya se había marchado miro la tumba donde
reposaba el cuerpo de una muchacha muerta. Suspiro un poco y poco a poco se inclino en el
suelo para acomodarlas mejor. A veces sentía remordimientos por lo que le había sucedido a
esa muchacha pero por lo que sabía había sido alguien de suma importancia para Leandro.

Miro a todos lados, tal vez buscando a alguien más pero en aquel cementerio ya no había
nadie, la figura de su hermano hacia mucho que se había ido y temía estar en ese sitio solo
porque sabia que alguien lo estaba viendo, lo estaba observando, detallando cada cosa que
hacia y eso no le gustaba. Lo peor es que no se decidía a contarle nada a nadie sobre aquel
mensaje, su mente se negaba a creer que quien le había mandado aquel mensaje no era más
que un desconocido, alguien que se había equivocado de numero, pero en alguna parte de su
corazón sabia que no era un mensaje equivocado, que era un mensaje muy acertado

–no se que hacer…–murmuro abatido, angustiado. En su iris verde se acumularon lágrimas. Es


que tenía tanto miedo. Sin saber más que hacer, se arrodillo en el suelo, juntos sus manos
como si fuera a hacer una plegaria y cerro los ojos. –Por las benditas ánimas todos debemos
orar– dijo en voz muy baja– que Dios las saque de pena y las lleve a descansar. Ayúdala buen
Jesús, ayúdala sin cesar, que Dios las saque de pena y las lleve a descansar...

-:-
No fue necesario que Luis tocara la puerta porque él tenía llaves de la casa de Leandro. Entro
al modesto apartamento y el olor a café le hizo entender que su hermano menor estaba en la
cocina. Abrió más la puerta para poder entrar con la caja que tenía en manos: era un regalo y
seguro que a Leandro le gustaba.

Cerró la puerta y termino de entrar en puntillas, como si fuera un ladrón. Dejo la caja en el
suelo y suspiro un poco. El maullido del gato lo saco de sus pensamientos, observo al gatito
que antes era pequeño pero que ahora estaba más grande y muy gordo, seguro que sufría de
obesidad por culpa de su hermano.

–Y como no va a estarlo si Leandro se la pasa dándole kilos de carne –comentó a la nada en


particular mirando al gato lamerse las patas–pero eso es un buen indicio, significa que Leandro
cuida de los animales y eso es bueno. Es muy bueno.

–¿Que quieres a esta hora de la mañana?– pregunto Leandro desde el umbral de la puerta,
aun llevaba el pantalón de la pijama y en sus manos una taza de café caliente le entibiaba la
palma.

–Oh Leandrito, te traje un regalo– sonrío encantadoramente y al castaño no le agrado eso de


“regalo”. Luis nunca regalaba nada a nadie a menos que fuera para tirárselo, y Leandro dudaba
que quisiera tirárselo a él, eran hermanos por todos los cielos, así que solo opto por la segunda
opción que era que cuando Luis regalaba algo a un familiar lo más seguro es que fuera a un
pobre animal que encontró en la calle–¡Taran!–Abrió la caja y en efecto; había un animal
metido en la caja– ¿no te parece precioso? Cuando lo vi en la calle no dude en traerlo aquí,
seguro que tu lo cuidas bien.

Leandro quería lanzarle el café caliente en la cara. Anda que su hermano creía que su casa era
un albergue para mantener a otro animal, suficiente tenía con Cheshire que comía más que
una gata ladrona. El condenado gato ese era sifrino y solo comía carne de la mejor calidad.

–¿Me ves cara de mamá lechera o que?–expresó molesto. Luis ni caso le hizo y saco al
cachorrito de la caja, mostrándoselo aun más, era Grifón de Bruselas, un perrito de color café
con las orejitas y la barba negra. (1)

–anda, cuídalo. Seguro que ni te da problemas.

–si es así ¿porque no te lo llevas a tu casa? Ya suficiente tengo con el gato.


–sabes que no puedo, tengo niños pequeño y Marcus parece ser alérgico a los perros y gatos–
Dejo el animal en el suelo y miro el reloj de su muñeca–y mira que tarde es. Seguro que
Gabriel me mata, así que adiosito– y se marcho de allí como alma que lleva el diablo.

– ¡Espera Luis..., espera te digo!–pero Luis se había ido dejándole al cachorro –¿Y ahora que
hago?–se pregunto así mismo mientras miraba cansadamente al perrito acostado en el suelo y
que se tapaba los ojos con las dos patitas delanteras. El gato no se sentía a gusto con un perro
en la misma casa y mostraba su enfado erizándose contra su enemigo. El perrito se destapo los
ojos y le ladro un par de veces, pero era un ladrido pequeño, de cachorro pero aun así al gato
no le gusto y prácticamente se le arrojo encima, el perro corrió a esconderse detrás de
Leandro y el gato tras de él.

Mientras tanto Aarón subía las escaleras, era sábado y por ende no tenían clases. No tenía ni la
menor idea de donde habría ido su hermano gemelo, dudaba que a casa del profesor pues, al
parecer, estaban peleados o algo así, Aarón no lo sabía con precisión. Miro lo que le quedaba
de escalones para subir al siguiente piso, hombre, cuando demonios arreglarían el bendito
ascensor. Escucho pasos a prisa, alguien abajaba las escaleras con rapidez, alzo la mirada y vio
a Luis.

–Hola–saludo anhelante. Luis se quedo petrificado al verle, no había esperado encontrárselo.

–Hola– Luis le devolvió el saludo sin saber que más decir.

–¿y los niños?

–Están con mi madre, me pidió que se los llevara para pasar el día con ellos.–el pelirrojo se
desilusiono un poco, siendo así ya no tendría ninguna excusa para ir a la casa del animal de dos
patas.

–Así que no puedo ir a verte...–pensó sin darse cuenta de que eso lo había dicho en voz alta, se
percato de ese detalle inmediatamente y quiso que se lo tragara la tierra

–¿Que?–el castaño estaba perplejo, sintiéndose idiota ante aquel comentario.

–¡Nada!–más abochornado que otra cosa Aarón subió a prisa las escaleras, sin detenerse ni
girarse hacia atrás para ver al cavernícola del que estaba enamorado. Abrió la puerta del
apartamento y entro en seguida. Suspiro más tranquilo cuando estuvo dentro y se dejo caer de
espalda en la puerta hasta caer sentado en el suelo. Ahhh ¿porque había tenido que salírsele
semejante comentario? Seguramente ahora el idiota de Luis pensaría que era un tonto, y lo
más probable es que se burlara de él la próxima vez que le vea.

Miro el techo y respiro hondo, estas cosas del amor si que eran complicadas pero tuvo que
regresar a la realidad en cuanto escucho el pequeño alboroto. Dirigió su mirada hacia el
causante de aquello y ante la sorpresa de aquella escena no pudo hacer más que parpadear un
par de veces: El profesor Leandro trataba de separar al gato de un pequeño cachorro que
antes no había visto. El gato se aferraba al cachorro y este estaba quejándose y lo demostraba
tratando de morder al gato, el castaño por su parte hacia acopio de toda su fuerza para
apartar al gato gordinflón que parecía querer aplastar y rasguñar a un indefenso y pobre perro.
Y después de unos cuantos arañazos al rostro de Leandro y un par de mordidas en su mano,
finalmente, logro separar a ambos animales.

–¡Y te quedaras allí hasta que aprendas a que ese cachorro no es un juguete!– regaño al gato,
poniéndolo en “el rincón de los castigos”. Leandro estaba molesto, muy molesto. El gato lo
miro y le maulló–¡esa no es excusa, puede que sea un perro pero es un perro pequeño, así que
estas castigado hasta que te disculpes!–el gato seguía mirándole, seguía maullándole a su
dueño pero Leandro no flaqueo– ¡que no te dije, allí estarás quince minutos de castigo por
abusón y por rasguñarme, mira nada más como me dejaste la cara; parezco una pista de hielo
con tanto arañazo!!– se quejo en tono lastimero mirándose en el espejo más cercano, bien el
sabia que no era narcisista pero que un gato le rasguñase la cara y le dejara tanto arañazos no
era algo de lo que enorgullecerse.

Bueno, al menos no le había dañado los lentes. Las monturas estaban caras y tampoco tenía
tanto tiempo libre como para ir por allí a buscarse unos lentes nuevos.

–Y con lo caro que me salieron– comento sin percatarse que alguien más lo observaba.

–No creo que sea buena idea convivir con un perro y un gato en la misma casa– la voz de
Aarón lo saco de sus cavilaciones y miro al jovencito que estaba sentado en el suelo, cerca de
la puerta

¿En que momento había entrado?

– Pues van a tener que aprender a convivir porque a partir de ahora viviremos aquí los tres–
dijo seriamente mirando al gato y luego mirando al cachorro– y en mi casa no hay espacio para
peleas ni desorden ¡entendieron!–planto con fuerza el pie en el suelo, como tratando de dar
orden al asunto, ambos animales se asustaron ante el tono severo de su amo; el cachorro se
cubrió los ojos y el gato se arrullo más a la pared del rincón donde estaba castigado.
Aarón pensaba que a veces el profesor Leandro era muy excéntrico. Se levanto del suelo y
tomo la pequeña caja que había traído. Se acerco al profesor y se lo dio, este desconfiado miro
la caja. La última vez que le habían dado una caja contenía un pequeño cachorro que ahora
viviría con él.

–Espero que no sea una lagartija o un pájaro, suficiente tengo con un gato y un perro–
cauteloso el castaño abrió la pequeña cajita pero en el interior no había ningún animal, en vez
de esos estaban unas deliciosas delicateses. Miro al chico– ¿Y crees que esto es suficiente
como para que te perdone por lo que me hicieron ayer?

–oh por favor, discúlpeme–puso su mejor cara de arrepentimiento–nunca pensé que lo fueran
a amarrar a una silla, además de que estos son las últimas que quedaban, le prometo que en
cuanto traigan más le traigo una montaña llena.

–Bueno, siendo así estas perdonado–le sonrió ampliamente, la propuesta resultaba tentadora,
tener dulces gratis no era algo que le daban todos los días–supongo que vienes por lo mismo
de ayer ¿no? Es decir, no a que te explique como hacer eso que te estaban explicando–
informo abochornado y no queriendo hablar de ese asunto, era algo que había tratado de
reprimir de su mente–pero óyeme bien Aarón: yo no te voy a explicar como hacer sexo oral. Lo
que trataron de hacer conmigo ayer es algo inadmisible.

–¡No, no vine para que me explicara eso!–se apresuro a decir el jovencito en un atado de
nervios– estoy seguro de que sus consejos con respecto al problema son más sensatos y
prudentes–Leandro miro al chico parcamente, luego pensó en algo. La verdad es que ese
asunto con Luis y su abstinencia era fácil de romper. Leandro sabía como, era algo tan obvio
que le resultaba patético analizar ese asunto.

–Es simple lo que tienes que hacer–dijo levantándose y yendo para la cocina para guardar las
delicateses. El pelirrojo se quedo en la sala, sentado en el suelo estilo indio y espero la llegada
del profesor Leandro. Casi al instante este volvió pero con una rama de cebollín en la mano–
solo tienes que domesticar a Luis.–dijo sentándose al lado suyo y mirando la rama de cebollín
que tenia en las manos, Aarón no comprendía muy bien que era lo que quería decir.

–no comprendo muy bien a que se refiere.

–Veras Aarón, cuando Luis se fijo en ti tu eras toda una… uh como decirlo ¿fiera? Si, si eso, una
fiera con carácter bastante fuerte. Me supongo que aun lo tienes pero Luis logro amansarte–el
profesor se sentía incomodo hablando así, pero la sinceridad era primordial en esa
conversación mientras Aarón también se sentía incomodo y se sonrojo ante las aquellas
sinceras palabras
¿En que momento Luis le había domesticado?

–Con sexo–explico el profesor a su pregunta muda– sin darte cuenta cada vez que ustedes
tenían “eso” Luis se llevaba una parte de ti, era una parte muy pequeña por lo que nunca te
diste cuenta cuando la tomo––hablaba por experiencia propia, él sabia que la gente a veces
tomaba parte de uno, se llevaba trozos importantes y que esos trozos costaba recuperarlos.–
Y no solo fue con sexo, también fue con su forma de ser y tratarte. Lo que tienes que hacer es
volver a subir tu guardia y demuéstrale que tu también puedes llevarte fragmentos de él sin
que se de cuenta–Leandro sonrió divertido, era obvio que Aarón también se había llevado
fragmentos de Luis sin que se diese cuenta, solo tenía que abrir los ojos y darse cuenta de lo
que eso significaba– maltrato un poco, si Santiago es narcisista entonces Luis es algo
masoquista– Aarón lo miraba sorprendido, hoy había descubierto más verdades de lo que
hubiera descubierto buscando en internet– solo tienes que hacerle saber quien manda y en
menos de lo que esperas estará comiendo de tu mano.

Mientras Aarón asimilaba todo aquello Leandro miro la rama de cebollín que tenía en manos,
tenía una idea en mente y pensaba llevarla acabo y para eso llamo al cachorro––ven acá Luis,
ven acá cachorrito–– y le silbo para que el perrito se acercara.

–¿el perro se llama Luis? –Leandro sonrió por la curiosa pregunta mientras el cachorro ya se
había acercado.

–creo que el nombre le hace honor al bastardo de mi hermano. Aunque pobre perro, Luis ni
siquiera puede asemejarse a tan hermosa criatura–se sonrió burlón por su propio comentario–
pero es un nombre pasajero mientras pienso en un buen nombre– miro al cachorro como
buscando un nombre que se pareciera a animal– ya se, te podre Jugo de naranja– era pésimo
colocando nombres.

–ese no es un nombre de perro.

–Pero es el único que se me ocurre, además de que así se llamaba el orangután de la película
esa (2). Y como a mi me gusto la película me parece un buen nombre–tomo al cachorro en sus
manos– así que tu te llamaras Jugo de naranja–nuevamente dejo al cachorro en el suelo y
agito la barita de cebollín delante del cachorrito, este se emociono y empezó a perseguir la
supuesta barita––haber, ve por ella jugo de naranja– alzo la vara de cebollín y la lanzo lejos, el
perro fue tras ella– ¡eso es, tu vas ser un perro vegetariano, he dicho!

Mientras Leandro seguía teniendo su emocionante episodio Aarón meditaba en silencio las
palabras que le habían sido entregadas. Era palabras muy ciertas, Luis sin saberlo se había
llevado fragmentos de su alma, eran formas muy pequeñas que nunca la hubiese notado
porque en realidad no le hacían falta mientras estuviera cerca de él, porque cuando estaba
lejos esos fragmentos “robados” de su ser le hacían falta aunque nunca entendió bien que era
lo que le hacia falta.

Leandro en realidad no estaba tan sumido en su propio episodio, miraba de reojo las
reacciones de Aarón. El chico estaba enamorado de Luis, lo sabia porque buscaba cualquier
excusa para ir a ver a su hermano, y si este posaba sus ojos sobre el pelirrojo sus mejillas se
ponían muy rojas y desviaba la mirada.

–Si eso que te dije no funciona entonces prueba con decirle lo que sientes–el pelirrojo abrió
muy grandes los ojos, mirándole sorprendido– Mi hermano a veces es muy indeciso con
respecto a sus emociones, es el tipo de persona a la que le encanta que le digan las cosas en la
cara, ya sea un insulto, un inapropiado, o un sentimiento. Creo que Luis abrirá sus ojos si le
dices lo que realmente sientes por el.

El pelirrojo bajo la vista ruborizado ¿decirle a Luis lo que sentía? ¿Acaso eso no seria caer muy
bajo? Suspiro, la verdad es que ese “te quiero” lo tenia atorado en la garganta y a veces sentía
la inmensa necesidad de hacérselo saber pero tenia miedo… ¿y si Luis lo rechazaba?

–Mi hermano también es así–murmuro bajito, Leandro le miro sin entender de que hablaba– a
Adrián le gusta que le digan las cosas en la cara sin importar si sea una noticia buena o una
noticia mala. Se que no es de mi incumbencia pero me parece que están peleados. No se que
paso pero Adrián parece triste– el castaño se sintió terrible por eso, saber que él era el
causante de las penas de Adrián le causaba un enorme pesar. ¿Cómo podría remediar eso?–
¿esta usted bien, profesor?

–eh, si. Estoy bien.

–Adrián no lo cree así.

–¿Él te ha dicho algo?–Aarón negó con la cabeza preocupado– ¿le has dicho que he estado
yendo otra vez a terapia?–el chico volvió a negar–no se lo digas, por favor.

–Esta bien, pero insisto en que debería decirle que sucede. Se que mi hermano es obstinante,
celoso y muy caprichoso pero es porque tiene miedo. No se a que, pero creo que tiene miedo
a perderlo ¿debido a que? Quien sabe, pero él necesita respuestas y le sugiero que se las de.
Dígale en la cara como se siente, no tenga miedo de compartir su lado oscuro. Estoy seguro de
que Adrián, a su manera, lo sabrá entender.
Si, justamente eso le había dicho su psiquiatra. Pero él también tenía miedo de mostrarle esa
zona oscura de su alma, porque, tal vez, en el fondo era un monstruo lleno de sentimientos
oscuros y odio reprimido. Adrián podría asustarse y quizá podría huir de él. No deseaba que
Adrián tuviera miedo de él.

–¿Esta en tu casa?–pregunto poniéndose de pie.

–Creo que si–le tendió las llave de su casa.

–¿Y tu mamá?

–Casi nunca esta en casa. Es enfermera y eso toma mucho de su tiempo–Leandro suspiro un
poco y tomo la llave. Hablaría con Adrián, trataría de decirle todo y esperaría la reacción de su
niño. Palpo el anillo que había comprado que estaba en el bolsillo de su pantalón y se
encamino hasta el apartamento de al lado. No fue necesario tocar la puerta porque tenía las
llaves. Lo primero que oyó al entrar fue que alguien se estaba bañando, cerró la puerta con
cuidado y se dirigió a la habitación del pelirrojo.

–Seguramente esta bañándose–se sentó en la cama y esperaba a que Adrián saliese del baño.
Al poco rato el chico salió del baño completamente desnudo y fue dejando un camino de
mosaicos mojados sin percatarse de la presencia que estaba en su habitación. No se había
secado por eso buscaba una toalla en el armario, dándole la espalda a Leandro. Este le miro
largamente. Sus ojos se posaron en la cabellera mojada, y fue bajando por el cuello ambarino,
recorrió con la vista la estrecha espalda y le pareció exquisita la curvatura de aquellas caderas.
Luego estaban los glúteos redondos, miro con descaro el lunar en el lado izquierdo de la
cadera, a unos centímetros más arriba de su nalga.

“Es un lunar lindo” pensó alzando las cejas.

Continúo mirando más abajo; los muslos frescos y suaves, blancos. Después estaban esas
largas piernas elásticas que había acariciado más de una vez. Y volvió a subir la vista hasta el
cabello mojado.

Adrián encontró una toalla azul, la tomo y la deslizo por el cabello mojado tratando de quitar la
humedad del mismo. Cerró los ojos y sintió esa extraña sensación. Sintió esa impresión de que
alguien lo estaba observando, cuando se dio vuelta vio que Leandro estaba mirando su cuerpo
desnudo. Se quedo paralizado mientras la toalla había ido a parar al suelo, en sus pies.
–¿Qué haces aquí?–pregunto tembloroso ante la intensa mirada de su amante que ahora
exploraba con la mirada su cuerpo de frente. Leandro se puso de pie y se acerco a un
sonrojado Adrián que no se movió ni un milímetro ante la cercanía del mayor. Leandro acerco
su mano hasta el rostro y lo deslizo lentamente hasta llegar a la curvatura del cuello, Adrián
sintió que su respiración se agitaba de apoco pero no dejo de mirarle a los ojos, como
retándole con su mirada seria–¿Cómo entraste a la casa?

–¿Por qué te pone nervioso que te vea desnudo?

–Yo no estoy nervioso–mentira si lo estaba y mucho, se sentía indefenso estando desnudo y


muy vulnerable ante esa mirada tan aguda. El pelirrojo no hizo nada para detener aquella
mano que se deslizo más abajo hasta llegar a sus tetillas. Leandro acaricio la aureola con la
punta de sus dedos y luego se inclino y beso con cariño aquel botón de color durazno. Adrián
se sobresalto ligeramente, quedándose sin aliento–No lo hagas–pidió quedadamente, Leandro
levanto la cabeza y le seguía mirando con aquellas luces intensas brillando en sus ojos pero no
le obedeció, al contrario, siguió besando la piel que se erizaba ante el contacto con sus labios.

El cuerpo estremecido de su niño le apasionaba así que fue subiendo y subiendo hasta llegar a
sus labios y apoderarse de ellos. Se acerco a su oído y susurro con voz ronca de amante su
nombre que hizo que el pequeño cuerpo temblase emocionado–detente…–pidió Adrián,
sintiendo como la parte masculina de Leandro se endurecía contra su cuerpo–aun estoy
enojado contigo así que vete de aquí–el castaño se separo de él y lo miro suplicante.

–¿de verdad quieres que me valla?

–¡Si, vete!––se alejo de Leandro y le dio la espalda tratando de vestirse apresuradamente– ¡no
quiero verte, no quiero hablar contigo idiota!– tomo la lámpara que estaba en su cuarto y
amenazo con estrellársela en la cabeza pero cuando iba a enfrentarlo este ya se había ido. Él
corazón le latió tembloroso y solo pudo escuchar la puerta de su casa cerrarse con un sonido
hueco.

Fuera del apartamento Leandro quería golpearse la cabeza contra la pared. Si hubiese seguido
frente a la gloriosa desnudez de Adrián no hubiese dudado en tomarlo a la fuerza, pero él no
había ido a verlo para que tuvieran sexo.

–¡Así que no te emociones!–hablo enojado a su entrepierna que visiblemente mostraba el


bulto sobresaliente en el pantalón. Había venido a hablar seriamente con el pelirrojo y había
salido con una erección ¿en que mundo de locos ocurría eso? Bien, bien, él sabía que algo así
podría ocurrir y en especial cuando tenías varios días de abstinencia.
El sonido de su celular lo saco de sus pensamientos. Fatigado mentalmente contesto. Era
Gabriel y le pedía que fuera a su casa a tocar piano pues su tía deseaba escucharlo. El castaño
trago saliva. No le gustaba la idea de ir a ese lugar, estaba tan lleno de recuerdos y la mayoría
de ellos no eran buenos.

–Entonces ¿si vas a venir?– el corazón dio un brinco mucho más fuerte que los anteriores,
asustado y nervioso.

–Claro, ya voy para allá– una sentencia.

Las palabras habían salido por si solas, tanto que ni se dio cuenta de que las había dicho, tan
solo escuchaba el latido pausado y fuerte de su corazón retumbar en sus oídos.

En cada paso que daba sentía que su corazón empezaba acelerarse, cada vez más y con mayor
ímpetu. Creía que podría reventarse allí dentro. Los pulmones succionaban aire
desesperadamente como si les costara que el aire llegara. Leandro pudo sentir todos los
nervios de su cuerpo en tensión en cuanto llego al lugar indicado. Era normal. Simplemente su
cuerpo estaba preparando un mecanismo de defensa para echarse a correr en cualquier
momento de ese lugar, su cuerpo ya estaba preparado para defenderse ante cualquier ataque
aunque Leandro sabia que nada lo iba a atacar, aquello simplemente era un leve ataque de
pánico que alertaba sus músculos y todo su cuerpo de que se aproximaban a algo peligroso.

Pero la casa en la que había vivido Susana no era peligrosa. Había muchos recuerdos, si. Y la
mayoría de ellos lo hacía sentir intranquilo, nervioso y con mucho miedo.

Se acerco a la casa y observo la fachada de afuera; era una casa sencilla sin demasiados
ornamentos, un pequeño jardín parecía brindarle más vida al lugar. Observo ese lugar
incomodo. No le gustaba estar allí.

Cualquiera pudiera pensar que esa casa traía bonitos recuerdos, momentos felices llenos de
placidez y belleza, pero cualquiera no había vivido lo que él vivió. Cualquier persona hubiese
cosechado bonitos recuerdos mientras que él cada recuerdo que tenía estaba teñido de
amargura, con mala sangre, con amarga bilis bien mezclado todo aquello con vergüenza y
culpabilidad, aunque Leandro sentía que no debía de sentir culpabilidad porque ese era un
peso que otros debían soportar.

–Ah Leandro, que bueno que llegaste, pasa– Gabriel le recibió con una sonrisa sincera, el
castaño entro no muy seguro a aquel lugar y sintió un escalofrío que viajaba desde su cuello
hasta lo largo de las vertebras de su espalda. El pulso se le acelero, no se sentía cómodo en
ese lugar. Dentro del lugar estaban un par de personas, suponía que una de ellas debía de ser
la madre de Susana. No tuvo que adivinar quien era pues con tan solo verla supo quien era. El
cabello largo y ondulado, los ojos alegres y la sonrisa sincera eran idénticas a las que tuvo su
amiga alguna vez– Ella es Mildred, por su apariencia intuyo que sabes quien es.

–Un placer conocerla señora– no se sentía tranquilo en ese lugar y menos estrechando la
mano de la madre de su amiga, ni siquiera podía mirarla a los ojos.

–El placer es mío. ¿Tocara para nosotros?–asintió con una sonrisa forzada. Lo guiaron hasta el
piano de cola, el primero que tuvo Susana y pudo sentir que los recuerdos llegaron más
dolorosos que nunca.

Toda una vida....

Todo un infierno...

Poso cuidadosamente un dedo en unas de la tecla. El sonido hizo eco en el lugar, un sonido
inquietante y que le resultaba turbador. Levanto el dedo y volvió a dejarlo caer sobre la misma
tecla y el resultado fue el mismo: solitario y gélido, era como el sonido triste y vago de las
hojas muertas del parque al ser pisadas. Era como los espectros fríos que mordisqueaba su
alma dudosa y espesa. Era como el crudo recuerdo de una noche sin lluvia.

“El piano es un reflejo de tu alma” pensó, recordando las palabras de su amiga.


“Probablemente así sea yo como el sonido vago del piano… como el de un recuerdo lejano, un
suspiro olvidado”

Así cavilaba Leandro sentado sobre aquel banco de madera, mirando fijamente las teclas de
aquel antiguo piano. La negrura y la profundidad de sus pensamientos fue suficiente como
hacer que dejara de escuchar lo que sucedía a su alrededor. Una mano suave y amable se poso
sobre su hombre y delicadamente le agito un par de veces.

–¿Se siente bien, joven?–Leandro volvió al mundo real y la miro un poco sorprendido de estar
donde estaba– Susana dijo que con este piano aprendieron a tocar juntos y que usted fue el
mejor amigo de todos

–Si, éramos buenos amigos…


Respiro hondo, estaba aterrorizado. Pero no podía huir de nuevo. Ya no tenía lugar a dónde
correr.

-:-

Ocho de la noche y ya era hora de llevar a los niños a la cama. El niño hacia rato que se había
dormido en sus brazos así que simplemente debía de llevarlo a la cama. En cambio la niña
Mariana había que leerle un cuento:

–Y la princesa se despertó con aquel dulce beso que el príncipe le obsequio y luego vivieron
felices para siempre– termino de relatar Luis a su hija pequeña. Mariana, acostada en su cama,
miraba a su papá de lo más curiosa–¿Aun no tienes sueño?– negó con la cabeza. Luis abrió
otro libro y se dispuso a contarle otro cuento pero Mariana no escuchaba, más bien se
preguntaba porque la bella durmiente no estaba con ellos.

–Papi ¿porque la bella durmiente no durmió más contigo?–Luis casi se atraganto con su propia
saliva al escuchar esa preguntar.

–¿Porque preguntas eso, Mariana?– estaba nervioso y no sabia que debía de decirle a
Mariana, a fin y al cabo la niña se había encariñado bastante con Aarón.

–Es que hace tiempo que no duermen juntos– esta vez Luis le miro sorprendido.

–¿Como sabes que dormimos juntos? ¡Es decir! Bueno si, duerme en mi cuarto pero nunca
pasa nada, me oyes. Nada de nada, y no dormimos juntos, él duerme en la cama y yo en el
suelo– explico resignadamente.

–¿Porque te preocupa dormir con él? Si duermes junto a la bella durmiente no tendrías que
preocuparte porque la bella rebelde no puede tener bebes porque es un hombre ¿verdad?

–No se como haces para saber esas cosas– acoto Luis sin extrañarse de que su hija supiera esas
cosas, aunque sospecho que tenía que ver con su hermana y su adicción a las relaciones
homosexuales, al fin y al cabo Elisa, su hermana menor, era una magíster en el yaoi. Bien,
tendría que dejar de llevar a su hija junto su madre y su hermana, porque su pequeña hija ya
estaba siendo una yaoista en progreso y eso, obviamente, no era nada bueno– será mejor que
duermas.
–Pero papi ¿es que nunca vas a volver a dormir con el muchacho bonito?

–No lo creo, y será mejor que dejes eso y te concentres en las princesas y en los cuentos
bonitos con príncipes.

–Pero al final todos ellos tienen sexo ¿no?

–¡Mariana! Efectivamente no volveré a llevarte con Elisa.

Salió de cuarto y llego a la sala. Cuando estuvo allí suspiro un poco cansado al ver a la bella
rebelde sentado en el sofá de la sala, veía televisión mientras abrazaba sus piernas. Estaban
pasando “Two half and men” en Warner chanel. Se sentó a su lado mientras bebía un vaso de
jugo con dificultad.

Mientras Aarón sentía los nervios de punta, el corazón acelerado. Hoy esta noche, había
decidido que pondría en marcha lo que le había dicho Leandro.

-:-

Los músculos aun seguían en tensión a pesar de que ya había salido de aquella casa infernal.
Todos ellos habían insistido en que se quedara a cenar y no pudo hacer más que aceptar
aquella oferta con una sonrisa forzada y con el temor latiéndole en el pulso. El tiempo lo
torturaba pasando lentamente y miles de recuerdo azotaron su memoria pero no lloró, no
tenía porque hacerlo.

Tampoco se quejó porque él era fuerte, y no quería preocupar a nadie.

Las manos aun le temblaban y la música vacía de un piano aun resonaba en sus oídos como
una tortura lenta y dolorosa que lo agobiaba.

Entro a su casa pero todo estaba oscuro, como en tinieblas y apenas llego a la mesita de luz
pero no la encendió porque la oscuridad era mejor. Si todo estaba oscuro no podría verla a
ella.
“Susana no quiere irse. Susana quiere quedarse”

Pero tuvo que encender la pequeña lamparita de la mesa pero todo aun se veía muy nebuloso
así que se preguntaba ¿Por qué? ¿Por qué no podía superar la tragedia de hace ocho años?
¿Por qué no podía recuperar lo que había perdido? ¿Por qué le costaba tanto seguir adelante?
¿Por qué se estaba ahogando en un vaso de agua? Se estaba haciendo demasiado difícil fingir
que estaba bien.

“Ella no va a dejarme en paz nunca”

A pesar de haber recuperado sus recuerdos, a pesar de que hubiesen pasado ocho años, aun
dolía pero Leandro quería creer que eso pasaría pronto, que una vez pasado los días que
debían de pasar el sufrimiento se calmaría y todo estaría bien pero no. El tiempo pasaba y
pasaba y nada en el cambiaba ¿Por qué? ¡¿Qué demonios tenía que hacer para superar algo?!
Los recuerdos se empeñaban a perseguirlo a donde iba, torturaban su sanidad mental y
amenazaban con enloquecerlo otra vez y Leandro no quería enloquecer, por Dios bendito que
no quería ir a ese sitio. Le aterraba la idea de estar encerrado en cuatro paredes blanca, de
solo pensarlo sentía que se asfixiaba.

“Eso es porque yo la mate y esta molesta conmigo”

Leandro lo juraba, de veritas que juraba ir a ver a su psiquiatra todo los días, juraba tomarse
cada una de las pastillas y no saltarse ninguna, juraba tomarse todos los frascos que le
mandaban pero por favor que no lo encerraran allí, él no estaba loco.

“Por eso quiere atormentarme, quiere que me castiguen”

Tenía una expresión seria en el rostro que no delataba sus tormentosos pensamientos. Estaba
tan concentrado sirviéndose un vaso de whiskey que no se había dado cuenta de que un
individuo estaba observándolo en las tinieblas de su casa. Saco las pastillas que no
funcionaban para nada y se la tomo. Seguramente su psiquiatra diría algo como que se estaba
revolcando en su propio dolor, encerrado con fantasmas y negándose a vivir. Pero eso no era
verdad. Leandro quería salir de ese cuarto gélido y frio que se había sumergido su mente y
llenarlo de colores pero no lo pudo conseguir cuando tenía dieciséis años y ahora tampoco
encontraba como deshacerse de los oscuros pensamientos, simplemente seguía sin conseguir
el método.

“Estoy tan cansado de esto…”


Un ruido le alerto de que no estaba solo pero se negó a despejar la vista del vaso de licor.
Apretó el cristal con fuerza que este amenazo con romperse pero no lo hizo, aguanto la
presión mientras la mirada de Leandro se había tornado sombría.

–¿Qué quieres ahora?–su voz sonó lúgubre, oscura, herida y fría–Cuantas veces tengo que
decirte que te vallas–seguía teniendo un tono rudo y áspero en cada una de sus palabras,
como si no soportara la presencia de quien estaba allí–Vete. No me importa a donde vallas, de
verdad que no me interesa tan solo deseo que te marches y me dejes solo.

–Pero…

–¡pero nada Susana, vete de aquí!–ahora si que la miro furioso, con rabia porque ella no
quería marcharse y dejarlo vivir tranquilo pero no se encontró con los ojos azules de su amiga,
más bien se encontró con una mirada verde, el brillo de aquellos ojos era el característico de
un animalito cuando esta asustado.

Aquello era genial, simplemente genial. Le había hecho saber de la peor manera a Adrián que
era un maldito enfermo mental. Sintió un horrible nudo en su garganta. El vacío en su
estómago era ahora más grande, más pesado, más insoportable.

–¿Qué haces aquí, Adrián?–seguía manteniendo un tono frío en indiferente pero Adrián no
respondió, seguía sorprendido y alarmado ante la idea que se cuajaba en su mente. Fue allí
que supo que algo en su pareja estaba terriblemente mal, muchísimo peor de lo que hubiese
creído posible en un principio. Leandro le había llamado Susana pero Susana no podía estar en
la misma habitación porque ella estaba muerta.

“Dijiste que ibas a dejarme en paz después de regalarte esas rosas”

A la única a la que le había regalado rosas era a Susana. Con un clic mágico todo tomo forma
en la cabeza de Adrián. Tembló ante la idea y no pudo evitar mirarle como un pajarillo
asustado. Leandro observo su rostro asustado.

–¿Por qué estás tan asustado?- pregunto con una mezcla de diversión y crueldad en sus
palabras– ni que me hubiese pillado hablando con alguien muerto– El comentario destilaba
ironía por todos lados. Ironía fría y cruel. Adrián seguía sin habla–¿que, me tienes miedo?

–No…–contesto apenas pero era una mentira, no se había sentido tan aterrado en años.
–Pues deberías ¿o es que acaso no te has dado cuenta de que amas a un demente? Querías
saberlo ¿no? Lo que me sucedía y me supongo que por lo que escuchaste y por tu mirada
debes de concluir de que la veo siempre, en todos lados, en mis sueños, en mis pesadillas. La
veo a ella, a Susana, al parecer tiene la habilidad de atormentarme aun después de muerta,
increíble ¿no?

Adrián lo veía tan tenso, tan nervioso que dudaba que ese Leandro que estaba frente a él
fuese el mismo Leandro que lo amaba con locura. La sonrisa cálida y amorosa había sido
usurpada por una sombra cruel.

–Vete.

Aquella palabra se le clavo como una estaca en el corazón y lo hacia sangrar porque Leandro
no quería ser ayudado, se negaba a recibir ayuda y se hundía solo. Los ojos se le llenaron de
lágrimas.

–No–respondió sin un ápice de duda en su voz–Soy más cabezota que tú. Y aguantó mucho
más que tú también. Y no me iré, no te dejaré.– las lagrimas inundaron sus ojos pero se negó a
llorar. Inmóvil como una estatua apretó los dientes y contuvo el llanto. No se iba a ir, no lo
haría porque él era obstinado, porque era un mocoso malcriado, porque conseguía todo lo que
quería y porque lo amaba más que a nada en el mundo. Lo miro a los ojos con gravedad– Es un
hecho, así que asúmelo de una maldita vez.– respondió con una voz de hombre y de niño.

–¿Qué puedes saber tú de mi dolor, de mis temores?

–¡entonces dímelo para poder ayudarte!

– ¡No, nadie puede ayudarme! ¡Nadie puede entenderlo, nadie!!–Respiraba agitadamente,


Adrián seguía observándole con la mirada cristalizada– la gente se empeña en decirme que me
hundo en un vaso de agua ¡pero, maldita sea! ¡¡No es un vaso de agua, se trata de mi vida!!

El castaño desvió la mirada y cerro la boca por un momento. Una parte de su mente le gritaba
que se callara y se guardara todo, porque al final la verdad no lo iba a liberar, todo lo contrario
lo iba a apresar aun más. Después de todo la verdad era más de lo que podía soportar.
Pero la otra parte de su ser, esa que gritaba y clamaba por atención le exigía que dijese todo,
que dijese la verdad aunque la verdad fuese terrible. Que hablara de una vez por todas
porque no podía estar callado por más tiempo.

–Leandro…

–Creía que podía superarlo, creí que como ya estaba grande el dolor no seria igual que antes –
su voz había dejado ese deje de ira para pasar a una voz hueca, vacía– todos los días me
convencía que el dolor pronto se iría porque ya era mayor, porque ya era maduro y debía de
afrontar mejor las cosas, ya no era un niño sino un adulto pero a pesar de eso el pasado seguía
doliendo igual, ni una gota más ni una gota menos de sufrimiento, el dolor seguía allí como
hace ocho años.

Él había tratado de ignorar ese miedo. De seguir adelante pretendiendo no saber ni sentir
nada con aquello ocurrido. Había pensado que esa herida había cicatrizado pero en realidad no
era así.

–Justo después de recuperar mis recuerdos ella apareció. Llego a mi sueño y me dijo que
estaría bien, dijo que quería ser mi amiga, que me iba a ayudar y de tonto creí en sus palabras
pero mintió como siempre lo hizo. Su corazón sigue siendo débil y embustero como el de
todos los demás–Frustración, ira, despecho... Su herida era tan profunda… que no había modo
de reparar la.– mi vida nunca había sido perfecta pero después de aquello los días se volvieron
más grises que nunca y desee estar muerto, desaparecer porque si cosas así me iban a suceder
no quería vivirlo, así que cuando Lucas me dio a elegir fue duro pero la respuesta era obvia y
tome la decisión de matarla. Él día que hice eso supe que me había liberado de una gran carga,
de que por fin podría ser libre y ya no tendría miedo de que ella te lastimaría a ti o a mi.

La risa metálica del castaño, fue como una bofetada para el pelirrojo

–Después de tanto tiempo creí que ya podía soportarlo y que el pasado seria solo eso: pasado.
Pero ella regreso y no quiero verla, no quiero oírla, quiero que se vaya y me deje ser feliz
porque yo tengo derecho a ser feliz sin su presencia pero Lucas y ella se encargaron de que
nunca pudiera recuperar lo que perdí… aun ahora... Aun ahora–se miro las manos–veo la
sangre en mis manos. Por más que me las lave, por más que me empeñe a pensar que no es
real sigue allí. Esa sensación no se va, no desaparece, esa sensación sigue allí –su tono fue ido,
vacío– Me hace sentir tan… sucio. Todo el tiempo me siento sucio– Después de todo, las
heridas viejas nunca jamás sanan –Así que no importa a donde valla, a donde corra. Siempre,
sin importar qué, esos recuerdos y esas sensaciones me perseguirán hasta la muerte…y no
puedo cambiarlo por más que lo desee…
Se dio la vuelta para irse, no quería estar frente a la persona que amaba y saber que este le
temía por estar demente, pero la mano de su niño mimado tomándole de la manga de la
camisa se lo impidió.

–No me dejes solo ¡te juro que te amo! ¡Que lo he hecho todo por ti!–le tomaba con fuerza y
no lo dejaría ir, no ya que si lo hacia lo perdería para siempre– ¡hiciste que te amara y me
aceptaste en tu vida! ¡Estoy aquí por ti!–la voz se le quebrantaba y los ojos le ardían– ¡Dijiste
que quería recuperar tus recuerdos y lo hiciste, dijiste que querías seguir conmigo, que me
elegiste a mi! ¿Pero me vas a dejar solo, porque? ¡¿Ya no me amas y vas a irte con Susana?!

Leandro le tomo del brazo y tiro del y lo atrajo contra su cuerpo para robarle un beso lleno de
rabia. Un beso rudo. Doloroso. Ardoroso y violento. Luego lo abrazo con fuerza. Las manos le
temblaban y la piedra en su garganta se resistía. El pelirrojo dejo de protestar y se trago un
sollozo.

–Te amo solo a ti–dijo desesperadamente el castaño–te amo con las pocas fuerzas que me
quedan, con los pocos sentimientos puros que tengo– Hundió su rostro en los cabellos rojizos
para buscar tranquilizarse con su aroma.

Los ojos verdes estaban bañados de lagrimas, él sabia que el dolor no merecía llorar por él
porque la felicidad era un motivo más bonito pero no podía evitarlo, le dolía la situación por la
que atravesaban y temía perder a Leandro.

¿En que momento había comenzado a amarlo demasiado? ¿Cuándo fue que Leandro se
apodero de todo su ser hasta disminuirlo a nada? ¿Y porque le dolía tanto el pecho con tan
solo amarlo de aquella manera?. Lo miró a los ojos, en sus brazos volvía tener al Leandro que
conocía, pero aun había una sombra en sus ojos que no se había ido.

–Déjame ayudarte Leandro. Hare lo que tu quieras, te daré lo que tu quieras.

–Te quiero a ti–el tono de su voz era lastimero.

Miro el rostro de su amante y pensó que a veces creía que ya no podía amar más porque ya lo
amaba hasta el limite en que una persona pueda amar a otra pero hoy lo había amado un
poquito más de lo que ya lo amaba y eso dolía.

Al parecer el castaño se dio cuenta de sus pensamientos y el pelirrojo vio que los ojos se le
humedecían. ¿Qué podía ser eso? ¿Sus lágrimas? Adrián lo sabía, sabia que Leandro se auto
torturaba a si mismo todos los días y que se negaba a dejar que los demás vieran el deterioro
de alma y ahora le había mostrado todo, le había dado a conocer ese lado oscuro de su ser,
esos pensamientos espesos y retorcidos que inundaban su cabeza y que lo hacían sentir como
un monstruo. Hería mortalmente su ego por haberlo involucrado en algo que solamente debía
de afectar a Leandro. Dos lágrimas resbalaron por las mejillas del castaño y cayeron en el
rostro de Adrián. Eran lágrimas de reproche, culpabilidad, vergüenza…

Si que dolía…

–Te amo Leandro Torrealba, no tienes porque llorar porque no has hecho nada malo, no eres
una mala persona. Estoy aquí por ti… seguiré aquí por ti…

Se apego más a él y este le devolvió el abrazo, ambos buscando tranquilizar sus corazones
desesperados, tratando de darse seguridad y calor.

-:-

Tarareaba tranquilamente una canción vieja, de esas pasadas de moda pero que a él le
gustaban. La habitación estaba en penumbras, apenas era iluminada por una lámpara vieja
pero eso no fue impedimento para observar con absoluta calma la cadena de oro que
reposaba en sus manos. Brillaba entre sus dedos. Miro con curiosidad el medallón pequeño
que tenía por foto a “Jesús de Nazaret”, detrás del medallón estaba tallada sobre el material la
letra “L” que simbolizaba el nombre de la persona a la que le pertenecía aquella cadena, a
continuación guardo con suma calma la cadena de oro en un estuche e hizo un perfecto moño
hecho con cinta azul.

–¡Listo!– se dijo mientras veía el paquete que se veía hermoso. Luego saco de su bolsillo de
pantalón otra cadena de oro, y esta tenia por medallón a la imagen de “La Virgen Maria”, giro
el medallón para ver que letra tenía talla, era la letra “S” , luego guardo también la cadena en
un estuche y también le coloco un perfecto moño pero esta vez la cinta era de color plateada.

Sonrió con sorna.

Muy pronto sus respectivos dueños tendrían en sus manos aquello que les había sido quitado
así como el dueño de la cadena de “San José” ya tenía el suyo…

-:-
–Esto lo compre para ti–dijo el castaño sacando un anillo del bolsillo de su pantalón, al ver el
rostro estupefacto del otro se apresuro en añadir–no es que te este proponiendo matrimonio
ni nada de eso–respiro un poco–solo quiero dártelo como símbolo de que no te olvidare

Leandro se quito la cadena de oro que sensualmente reposaba en su cuello, a continuación


metió la cadena por en medio del anillo y lo coloco con cuidado sobre el cuello del otro. El
castaño besó cariñosamente una de las blancas manos del pelirrojo.

Él sabia que no estaba bien inmiscuir a Adrián en su mundo porque Adrián seguía siendo un
niño y nada entendía de su dolor pero no podía dejarlo ir, no quería dejarlo ir. Y es que lo
amaba tanto, tanto que temía que arrastrar a su bello niño con él a ese mundo de tinieblas y
oscuridad permanente. Después de todo cuando se ama mucho no sabes hasta que punto eres
capaz de llegar. ¿Cómo sabes cuando demasiado es demasiado?, ¿demasiada información?,
¿demasiado amor?, y… ¿cuando es demasiado para soportarlo?

Leandro prefirió no pensar demasiado en eso.

–Mi madre nos daba una prenda de oro a cada uno de nosotros al nacer, según ella para alejar
el mal de ojo y cosas así, para las cadenas de oro iban acompañadas con un dije de algún
Santo–explico calmadamente mirándole– el mío tiene a “San José” y ahora te la doy a ti junto
con este anillo que simbolizada mi sinceridad.

–Pero esta te la regalo tu madre ¿esta bien que me la des?

–Si.

Beso cariñosamente los tiernos labios de su amante y abrazo el cuerpo fino y sensual del
pelirrojo, aferrándose a él con fuerza y necesidad.

–¿Leandro, todo estará bien?

–Todo estará bien, te lo prometo.

Una mentira piadosa…


Después de todo ¿Como se puede sostener algo que no esta

Cap 8: esos lazos que nos atan

tor: cielo caido

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Notas del capitulo:

¡Hola! Espero hacer feliz a alguien con este capitulo. Este capitulo esta dedicado a la pareja
Luis y Aarón, y también a los lectores que parecen amar esta pareja.

Disfrútenlo.

No me iré

No dormiré

No puedo respirar

Hasta que estés descansando aquí conmigo

"Here with me"- Dido

Capitulo 8:

Esos lazos que nos atan.


Era extraño que pasase un día con su mamá y con su hermano gemelo. Normalmente su papá
prefería que no estuviesen juntos pero por alguna extraña razón del destino su padre le dejo ir
al festival que se ejecutaría cerca de donde vivía su mamá.

–¿Tienes hambre?– pregunto la dulce voz de su mamá. Elevo la mirada y negó con la cabeza,
realmente no tenia hambre. Luego miro a los lados buscando a su hermano gemelo pero no lo
encontró por ninguna parte, además de que también era un poco difícil ubicarlo dado a que
ese lugar estaba repleto de personas caminando y de personas que tenían tiendas vendiendo
dulces, algodón de azúcar, globos y demás cosas. No le extraño; era un festival después de
todo.

–¿Dónde esta mi hermano?– pregunto con tono suave. Su madre le miro y luego miro a los
lados. Al cabo de unos segundos suspiro cansadamente.

–Al parecer anda jugando con ese muchacho.

–¿Muchacho?

–Si, el vecino. Creo que se llama Leandro– llegaron a un puesto de algodón de azúcar y ella
pidió uno– le he dicho más de mil veces a Adrián que no se junte con él pero ese niño es más
terco que una mula y nunca me hace caso– ella puso gesto de enfado mientras esperaba el
algodón de azúcar. Aarón miro a su mamá y trato de comprender porque no le gustaba que su
hermano se la pasase con aquel muchacho, a fin y al cabo él lo conocía y no parecía mala
gente.

Miro nuevamente a los lados y fue cuando vio a Adrián corriendo. Por reflejo más que otra
cosa se soltó de la mamo de su mamá y fue corriendo tras Adrián. Cuando finalmente lo
alcanzo lo encontró en un rincón llorando a moco suelto.

–Adrián–le toco el hombro y lo zarandeo suavemente–Adrián– siguió llamándole al no obtener


respuesta.

–No me quiere– dijo entre sollozos, mirándole con la carita llena de lagrimas y la nariz llena de
pecas–Leandro no me quiere.

– ¿Por qué dices eso?– Aarón se sentó a su lado y abrazo sus piernas mientras miraba a su
hermano curiosamente.
– ¡Porque es un tonto!

– ¿Quieres que lo busque?

– ¡No!

Aarón parpadeo un par de veces; es que Adrián solía ser muy malcriado y si estaba enojado no
reconocería que quería algo aun cuando quería ese algo. Era muy contradictorio.

–Ya vengo. Iré a buscarlo– se puso de pie mientras su gemelo asentida con la cabeza. Corrió de
nuevo al festival pero en su regreso frenético tropezó con alguien. –Lo siento– se disculpo
rápidamente.

–Ah eres tu pequeño Elías, ¿a que se debe tu frenética carrera?– miro al joven con quien había
tropezado, no lo conocía pero lo había llamado Elías, así que seguramente conocía a su
hermano y seguramente no sabía que su hermano tenía un gemelo. No era la primera vez que
los confundían. No le importo mucho eso.

–Buscaba a Leandro.

–Ya veo, vamos te acompaño a buscarlo, a mi también me gustaría verlo y charlar un par de
cositas con él –él tenía el cabello negro y una sonrisa grande que transmitía tranquilidad y
sosiego. Se veía confiable – Entonces ¿vamos?– le tendió la mano, tenía la palma de la mano
grande con unos dedos alargado y delgados. Las uñas eran cortas y la única larga era la del
meñique. Lo miro unos momentos antes de darle su mano, pero era una mano pequeñita y
blanca como la leche, con las uñas bien cortadas y que, delante de la mano de aquel joven, se
vio diminuta, insignificante y delicada, como la mano de un niño. Como la mano del niño que
era y que habían confundido con Elías, su hermano gemelo.

-:-

Leandro estaba sentado en el comedor, las luces de la cocina estaban encendía y la cafetera
hacia poco que se había apagado, miraba fijamente su reflejo borroso en el líquido tibio de la
taza de café. Suspiro un poco y dio un sorbo a la taza. Era casi media noche y había sido un día
muy difícil. Demasiadas cosas en un día que lo dejaron agotado.
Se quito los lentes y los dejos sobre la mesa del comedor mientras se masajeaba el puente de
la nariz. Luego de pensarlo detenidamente y de muchas noches en vela había llegado a la
conclusión de que no podría huir nunca más de sus emociones. Ciertamente una parte de él
estaba muy resentida y llena de discordia. Pero la otra parte quería conformarse. Ésa era la
parte que le decía que no podía esperar a que sus heridas sanaran porque jamás lo iban a
hacer, que siempre iba a ser así, que tendría que seguir viviendo con ese dolor, que respirara
hondo y que esperara a que ese dolor se calmara.

–Perdonar y olvidar…–murmuro resignadamente–Es un buen consejo, pero no es muy práctico


que digamos– se levanto de la silla colocándose nuevamente los lentes. El televisor en la sala
aun se escuchaba por lo que concluyo que Adrián estaba despierto, sin embargo cuando llego
a la sala solo pudo ver a un pelirrojo acostado a lo largo del mueble durmiendo a pierna suelta.

“Se quedo dormido…”

Con cuidado lo tomo en brazos y lo llevo hasta el cuarto para que durmiera mejor. Lo acostó
con delicadeza y procedió a quitarle la ropa; le quito los converse rotos y la medias blancas,
luego le quito los pantalones azules. El chico apenas se removió en sueños. Doblo los
pantalones con cuidado para luego ponerlo en la esquina de la cama, después le trato de
quitar el jersey rojo que llevaba puesto, cuando lo consiguió lo doblo.

–se que nos hemos reconciliado pero no quiero tener sexo, quiero dormir–Leandro dio un
respingo porque el chico se había despertado y lo había asustado. Le sonrío para tranquilizarlo.

–No voy a hacerte nada, solo te quitaba la ropa para ponerte algo más cómodo.

–Mentiroso, eres un pervertido y querías violarme–reclamo sin muchos ánimos de discutir


mientras se acomodaba mejor en la cama y disfrutaba de la suavidad de las sabanas contra su
piel desnuda– No quiero más ropa, me gusta dormir así– No dijo más porque en seguida se
durmió. Leandro le miro un momento, repasando con su mirada a la persona semi desnuda
que yacía acostado en su cama.

“Y después dice que yo me aprovecho de él”

En aquel instante el celular sonaba. Eso le extraño ¿Quién llamaría a las doce de la noche? Se
extraño aun más cuando vio al remitente de la llamada, esperaba que no fuese algo malo.

–Hola Aarón ¿Qué sucede?


–Hola profesor Leandro… uh, yo…. um quería saber ¿Cómo le fue con mi hermano?– su voz
sonaba ligeramente nerviosa.

–Le dije casi todo–suspiro un poco– tenías razón cuando me dijiste que él lo iba a entender a
su modo–Leandro respondió por educación, él sabía que Aarón no era el tipo de personas que
llamaba a media noche solo para saber si se había reconciliado con su hermano. El castaño no
era idiota y sabia que tras esa llamada había algo más– ¿y que tal te fue con mi Luis?– trato de
que la pregunta fuese sonada casualmente.

–Bien… supongo

–¿le dijiste sobre tus sentimientos?

–¡No, por supuesto que no!– se apresuro a decir nervioso. Luego suspiro tristemente– es que…

El castaño espero pacientemente a que el gemelo terminara de hablar. Mientras del otro lado
de la línea Aarón se debatía entre decirle sus problemas al profesor o no decírselo. Solía ser
una persona solitaria con sus sentimientos, nunca le había gustado que los demás supiesen
que sentía él o si le gustaba alguien, así que la segunda vez que se rompió en mil pedazos por
culpa de alguien (llámese animal de dos patas: Luis) el profesor Leandro lo había ayudado
muchísimo y le había brindado todo su apoyo, así que era confiable sin embargo aun le
costaba asimilar el hecho de que tuviera a alguien de confidencia.

–Es que tengo miedo– respondió finalmente– ¿Qué le diré si me dice que me valla? ¿Cómo
actuare si me dice que no quiere volver a verme? ¿Qué hare… si no me quiere?– estaba lleno
de dudas, de miedos, de pocas certeza. Angustiado como nunca antes espero la respuesta de
la persona en quien confiaba.

Leandro cerro los ojos un momento para pensar y saber que decir. Sabía que Aarón no
confiaba en mucha gente y que si le decía aquello era porque verdaderamente se sentía
horrorizado ante la idea de lo que pudiera suceder después de confesar sus sentimientos.
Sabía que el chico tenía miedo, y por experiencia comprendía que las palabras no se pueden
guardar siempre y menos palabras de amor.

–Aarón, escucha–dijo de manera afectuosa– uno nunca puede anticipar un hecho–el pelirrojo
contuvo el aliento– no puedes saber como va a reaccionar Luis y mucho menos como vas a
reaccionar tu. No puedes prepararte para un impacto repentino. Uno no puede prepararse.
Simplemente te golpea de la nada y en el momento dado e indicado actúas de una forma que
no sabías anticipar. Haces cosas que no pretendías hacer. Dices cosas que nunca esperaste
decir y si vemos un camino; lo tomamos, incluso cuando no tenemos idea de a donde eso
podría llevarnos.

Aarón se sintió desanimado e incluso sintió ganas de llorar por Luis y por él mismo.

–¿Qué hago entonces?– tenía la voz quebrantada.

–No lo se…– Leandro entendía que la situación era difícil y había mucho en riesgo pero no
podía decidir por el pelirrojo, esa decisión solo le concernía a él– cuando llega el momento de
actuar estas completamente solo con la espalda apoyada contra la pared y la única voz que
importa es la que está en tu cabeza.

–Probare primero con lo que usted me dijo esta mañana, si no funciona le diré lo que siento.

–Buena suerte– el chico colgó y suspiro resignado. Estaba en la cocina, se acerco a la puerta y
miro por el resquicio; Luis aun veía televisor. Se aparto un poco y respiro hondo. Era ahora o
nunca.

Luis sintió cuando la bella rebelde se sentó a su lado. Se sintió un poco incomodo pues el chico
había llegado justo en el momento en que pasaba una escena de sexo y eso era peligroso para
su propio autocontrol. Miro de soslayo a Aarón para ver su reacción; si estaba intimidado,
incomodo o asqueado pero el chico tenía un rostro impasible, como si no le diese vergüenza
mirar aquella escena.

–No pensé que esa película tuviera ese tipo de escena–comento tratando de sonar casual para
que Aarón le pasase el control remoto y así cambiar de canal.

–La había visto antes. Tampoco es como si las escenas de sexo fueran muy exageradas.

Luis abrió muy grandes los ojos. ¡¿Cómo que no eran “muy” exageradas?! Mientras como
sonido de fondo solamente se escuchaban los gemidos dramatizados de la mujer en la
televisión.
– ¡¿Cómo que no son exageradas?! A cualquiera podría excitarle los gemidos de esa mujer y
esas escenas.

–He visto película con mejores escenas que esa. Además de que si soy gay porque debería de
excitarme los gemidos de una mujer. Prefiero oír los de un hombre.

Luis se quedo, literalmente, con la boca abierta. ¿Realmente era Aarón el que estaba sentado a
su lado? No, no era posible. Tal vez era Adrián haciéndose pasar por Aarón; la bella rebelde no
era tan directo. Bueno, en realidad si era así de directo pero no con cosas vergonzosas como
esas. Posiblemente las malas influencias (Alan, Asdrúbal y Adrián) estaban afectando el modo
de ser del pelirrojo rebelde.

– ¿O es que a ti si te excita oír los gemidos de esa mujer?– su voz denotaba un ligero enojo.
Luis trago saliva.

–No, por supuesto que no – se apresuro a decir. La expresión de Aarón volvió a suavizarse.
Luego le miro y en tono sugerente le pregunto.

– ¿No te gustaría oír los gemidos de un hombre?

El castaño abrió muy grande los ojos. ¿Era idea suya o Aarón le estaba lanzando una indirecta?
Se acomodo el cuello de la camisa con ligero nerviosismo. Estaba empezando a sentir calor lo
cual indicaba que estaba entrando en terreno peligroso.

–Creo que es mejor que nos vallamos a dormir- se levanto velozmente y buscaba con la vista el
control remoto para quitar esa escena.

–¿Solo a dormir?

¡¿Pero que rayos…?!

–Si, solo a dormir

–Bien. Entonces nos vemos mañana– se levanto y se dirigió al cuarto. Al poco rato se dio
cuenta de que Luis le venia siguiendo– ¿A dónde vas?
–Al cuarto. A dormir–hizo énfasis en la última palabra. Aarón enarco una ceja.

–Tú vas a dormir en el mueble.

–¡¿Qué…?! ¡Pero voy a morir de frio allí!– el pelirrojo se encogió de hombros.

–Hay sabanas en la ropa sucia– y tras esto le cerró la puerta del cuarto en la cara. Luis no lo
podía creer ¡había sido echado de su propia habitación!

-:-

Se había acostumbrado muy rápido a la cafeína. Su trabajo le exigía muchas veces que
estuviera despierto por días así que el café era un gran amigo en esos momentos. El hospital
había estado bastante ajetreado el día de hoy, y la noche también por lo que no había tenido
mucho descanso y ese ratito libre era el único respiro que disfrutaba.

–Gracias–dijo cuando la vendedora le dio un vaso grande que tenía la etiqueta de nescafé–Me
da otro para llevar– pidió acordándose de la persona que también necesitaba un café.

Cuando le dieron el otro vaso se marcho a paso lento. La cafetería estaba bastante concurrida
a pesar de ser de madrugada. Eso era algo normal en un hospital lleno de gente enferma y
necesitada.

Subió las escaleras y continúo subiéndolas hasta llegar al piso superior. La terraza siempre
resultaba un lugar solitario y frio pero era el lugar perfecto si querías descansar.

–Toma– le ofreció el café a su compañera. Ella le miro un segundo un poco extraña y luego
tomo el vaso caliente.

–Gracias– dio un sorbo y luego miro de reojo la muñeca de su compañero; llevaba puesto un
reloj de Mickey Mouse– lindo reloj

Santiago miro su reloj y un leve tinte rosado amenazo con posarse en sus mejillas.
–Ni se te ocurra burlarte de mi reloj–amenazo nervioso y enojado– me lo regalo alguien y es
especial para mi– aclaro dando por terminado ese tema. Dio un trago al café y agradeció que
estuviera caliente pues hacia un frio enorme.

Ella le miro unos segundos y luego miro el manto oscuro del cielo.

–La persona que te gusta… creo que se quien es– Santi no dijo nada. Permaneció en silencio
sin inmutarse si ella sabia sobre aquello. Ella tampoco espero respuesta. Así era como habían
aprendido a comunicarse; entre preguntas y silencio. A veces guardas silencio por
incomodidad. A veces guardas silencio porque no sabes que decir. Pero a veces eso es lo único
que queda: silencio– Creo que será mejor que regresemos

Santi asintió pensativo. Ella se dirigió a la puerta y en ese momento el rubio miro el cielo. Abrió
los ojos sorprendido de ver aquello.

– ¡Espera!– la mujer se dio vuelta para mirar el cielo y solo alcanzo a ver un destello.

–Una estrella fugaz– murmuro.

–Es mía–aclaro él como un niño pequeño–yo pediré mi deseo– la pelirroja se rio en voz alta.

–No estas muy grandecito para eso–pero el no la escucho y le hizo seña para que se callara
mientras él cerraba sus ojos y pedía su deseo. Le miro unos momentos, realmente ese rubio
era tonto y un niño idiota. A los pocos segundos abrió sus ojos y ensancho una sonrisa triunfal.

–¡Listo!

–¿Qué pediste?

–Si te lo digo mi deseo no se cumplirá– la pelirroja negó con la cabeza mientras una discreta
sonrisa se formo en sus labios.

–Realmente eres un niño.

– ¡Y tu eres una vieja bruja!


–No soy una bruja–resoplo molesta– me llamo Viana por si no lo recuerdas–hizo hincapié en
ese ultimo comentario. Conociendo la fama de mujeriego que se gastaba Santiago no le
sorprendería si a esas alturas aquel idiota se había olvidado de su nombre.

–¡Ya lo se! ¡¿Cómo podría olvidar el nombre de la bruja, que encima se atrevió a
abofetearme?!

–¡Lo hice porque te estabas metiendo con mi hijo!

Era extraño que en todo el día no hubiesen peleado.

–¡No me importa, el crimen aquí es que te atreviste a golpear mi hermosa cara!

Viana lo dejo hablando solo mientras el rubio doctor la seguía y le recriminaba el hecho de
haber cometido sacrilegio contra su persona en haberle golpeado no una sino varias veces.

-:-

Es que no lo podía creer, de verdad que no. Aarón lo había mandado a dormir en el mueble sin
él haber hecho algo malo. No le había montado los cuernos, claro que no. Como iba a montarle
los cuernos si no eran nada y aun si fueran algo tampoco, porque es que Luis cada vez que
trataba de fornicar con alguien la imagen de Aarón aparecía en su mente y terminaba por no
hacer nada. Y es que si no pensaba en Aarón su pene no se levantaba ¡Por el amor de Dios, que
lio estaba hecho por culpa de ese pelirrojo! No importaba si tuviera en una habitación llena de
mujeres desnudas y bien formadas porque su pene no se emocionaba

Estuvo a punto de querer arrancarse los cabellos en su desesperación. Realmente estaba


hecho un lio. Suspiro derrotado, no iba a decirle nada de eso a Aarón, tal vez el chico allí se lo
tomaba en serio y buscaba un chuchillo y terminaba por castrarlo o posiblemente aquello le
diera luz verde para poder pensar que realmente sentía algo por él. Vale, él sabia que el chico
se le había metido hasta por debajo de la piel pero una cosa era saberla y otra muy distinta era
decirla.

Nunca pero de los nunca jamases le diría a la bella rebelde lo que sentía.
Hecho un vistazo por la ventana. Ya era de día. Con pesar se levanto y fue al baño. Cuando
termino de hacer sus necesidades y salió, Aarón ya se había levantado y preparaba algo de
café. Desgreñado como estaba se sentó en el comedor y espero a que el pelirrojo le sirviera
una huméctate taza de café.

– ¿Y mi café?

–Sírvetelo tu– respondió indiferente. Luis dejo caer la cabeza ¿Qué le había pasado al apacible
y tranquilo Aarón? Se levanto y sin decir nada se sirvió su taza de café– anoche estuve
pensando…–comenzó diciendo el muchacho

– ¿En lo cruel y malo que fuiste al dejarme dormir en la sala?– la pregunta destilaba ironía por
todas partes.

–No. En que necesito un aumento– el castaño se atraganto con el café.

– ¡pero te aumente el mes anterior!

El chico se encogió de hombros indiferente.

–Necesito más. El doble tal vez. O puede que quieras que te cobre por lavarte, planchar,
cocinar porque qué yo sepa mi único trabajo es cuidar a los niños, no hacer de ama de casa.

–Ya entendí, ya entendí–suspiro derrotado– al menos podrías prepararme un sándwich, de


esos con bastantes vegetales y bien ricos que tú haces– su voz sonaba esperanzada y hasta se
le hacia agua la boca de solo pensar en semejante majar. El pelirrojo le miro un momento.

–Hoy tengo flojera de cocinar. Mejor come afuera– Luis casi se cae para atrás con semejante
respuesta. En serio ¡¿Qué le Habían hecho a Aarón?!

–¡Pero te estoy pagando para que me cocines!– reclamo como un niño pequeño al que le
quitan un dulce. Aarón extendió su mano hacía él.

–entonces, dame un adelanto.


Luis casi que hace pucheros.

–Aarón ¿porque haces esto? Sabes que te amo y que no necesitas que…–las palabras se
quedaron en el aire mientras el castaño se quedo de piedra al saber que había hablado de
más. El pelirrojo estaba sorprendido y no daba crédito a lo que sus oídos habían escuchado.

–Dijiste que… me amas…–Luis estaba pálido y con la boca seca.

–No, yo no dije eso.

–Dijiste que…

–Sabes, creo que tienes razón, es mejor que coma afuera–hablaba rápido y nervioso sin
mirarlo a los ojos. Se ponía los zapatos con rapidez y sin ponerse bien la camisa salió disparado
fuera del apartamento. Mientras tanto Aarón continuaba en la cocina, aun con las palabras de
Luis resonando en sus oídos.

–Dijo que me ama– murmuro para si mientras una discreta sonrisa se curveaba en sus labios.

-:-

Había una música que le estaba taladrando los oídos. Leandro maldijo el día en que decidió
comprar un equipo de sonido. “Maldita música” Era Alan y su música deprimente que ponía a
tan tempranas horas de la mañana. Resoplo entre dientes y se levanto.

–Quiero dormir– se quejo Adrián soñoliento mientras se colocaba la almohada en los oídos
para no escuchar la música.

Alan tenía el radio a todo volumen, reproduciendo música romántica a la par que preparaba el
desayuno entretenido.

–Es que tu eres igual, a esas que hay por allí– canto a todo pulmón. En ese instante vio que
Leandro salía del cuarto, le sonrió afectuosamente a la vez que le daba los buenos días,
aunque con el ruido que hacía eso fue lo menos que se escucho. El castaño con su cara de
pocos amigos camino hasta el equipo de sonido y desconecto el diabólico aparato– ¡Ey!– se
quejo el rubio.
–No quiero andar escuchando esas canciones empalagosas que algún día me darán caries–
aclaro molesto mientras se sentaba en el comedor. Alan le sonrió.

–Las canciones románticas, empalagosas y bien cursi son lo mejor– Leandro le miro con su cara
de “Vete al diablo” en ese instante sintió una como una bola de pelo le acaricia la pierna. Era
el gato. Luego llego el cachorro corriendo hasta sus pies y le ladraba al gato– Pensé que estaba
dormido cuando vi al perro pero ahora veo que es real. Ha de ser obra de tu hermano.

– De quien más. Luis cree que mi casa es un albergue– justo en ese momento el mencionado
entraba a la casa y llegaba a la cocina, su cara parecía maniaca pues tenía varios días sin
afeitarse–Hablando del rey de roma… –lo miro de arriba hacia abajo con petulancia– ¿y a ti
que te paso, te robaron?

–No, peor que eso. ¡Sucedió algo terrible!

Tenía una expresión de horror, como si realmente hubiese sucedido algo malo, catastrófico
que podría cambiar el curso de la humanidad. Leandro formulo todo un escenario dramático
en su cabeza.

– ¿Se te apareció la virgen Maria?–indago curioso el menor de los Torrealba.

–No.

– ¿Los ovnis intentaron secuestrarte?

– ¡No!

– ¡Ya se!– la cara de Leandro se ilumino– ¡Viste el fantasma de Elizabeth!

–¡¡No Leandro, fue algo peor!!– el profesor se rasco la barbilla pensativo, tratando de adivinar
que cosa tan grave había sucedido.

–Oh no Luis, no me digas que ya llevaste a la quiebra el bufete de Elizabeth–lo miro


desaprobatoriamente– ella es capaz de venir del más allá con tal de solo atormentarte.
– ¡Tampoco es eso!– El hermano mayor estaba que echaba humo por las orejas. Obstinado se
sentó al lado de su hermano menor y en voz muy baja susurro– le dije a Aarón que lo amo.

Leandro no parecía sorprendido en lo más mínimo.

– ¿Solo eso? bah y yo que pensé que era algo grave que podría cambiar el curso de la
humanidad como lo es que se te aparezca la virgen Maria. ¿Por qué habría de aparecerte a ti
siendo tú un pecador? No es que diga que sea un Santo pero si yo voy al infierno no se a donde
iras tu.

–Leandro.

–O tal vez que los ovnis hayan querido secuestrarte. Pobre de ellos, no podrían sacar nada
bueno de ti.

– ¡Leandro!

–O que Elizabeth se te haya aparecido. Eso si seria grave, habría que ser muy masoquista para
venir del más allá a visitarte, es decir, tú le montaste los cuernos con hombres y mujeres, le
quitaste la castidad a Aarón y ni responsable te hiciste de eso, en otras palabras eres un
desgraciado.

–¡¡Leandro, basta!!– Se harto el hermano mayor– ¡deja de divagar, esto es grave; le dije a
Aarón que lo amo!!

Alan que también estaba en la cocina expulso el café que tomaba y lo miro como si hubiera
visto la luz divina, de fondo se escuchaba la canción “Aleluya”

–Creo que hoy recibiré muchas notificaciones en mi página “Pene feliz” –dijo contento para
después irse de la cocina mientras decía: – iré a despertar a Adrián, hoy tenemos muchas cosas
que hacer.

Luis miraba a su hermano como preguntándole de que hablaba ese loco pero Leandro negó
con la cabeza como diciéndole que era mejor dejar ese tema por la paz. Se levanto y continúo
con lo que Alan estaba cocinando. El mayor de los Torrealba solo dejo caer la cabeza en la
mesa y esperaba que la tierra se lo tragara en algún momento.

–Te digo que es necesario que vallamos– era la voz de Alan la que se escuchaba a lo lejos.

–Más te vale que sea así porque sino me encargare yo mismo de arrancarte las pelotas y
dársela a los cuervos– amenazo Adrián malhumorado porque lo habían despertado. Leandro
se asomo por la puerta y solo pudo ver a un rubio que llevaba a rastras a un pelirrojo con cara
de perro.

Luego miro a su hermano; el pobre desdichado se veía fatal, como si quisiera tener un reloj
que retrocediera el tiempo y así poder enmendar lo que había dicho. Leandro sonrió como un
niño bueno, realmente la venganza era muy dulce.

–Y dime Luis ¿Qué fue lo que te llevo a decirle eso al pequeño Aarón?– Luis no levanto la cara
de la mesa pero respondió desanimado.

–Yo que se… debería de coserme la boca.

–Estoy de acuerdo contigo– el profesor se coloco el delantal y comenzó a preparar el


desayuno. Quería hacer unas crepes de vegetales y preparar un nutritivo jugo de melón.

– ¡Es que no entiendo!– levanto la cabeza y se miro las manos confundido– todo iba bien y de
repente comenzó a tratarme mal– los labios de Leandro se curvearon en una sonrisa burlona.

– ¿ah si? ¿Y que paso después?

–No me dejo dormir en el cuarto y me dejo muriendo de frío en la sala–comenzó a relatar


apesadumbrado– luego me pidió un aumento. No me quiso servir café ni tampoco preparar el
desayuno, de paso estaba muy frío conmigo y fue cruel. Realmente no se que le sucedía. Es…
es como si alguien le hubiera dicho que me tratara así– Leandro estaba conteniendo la risa,
ayer había pasado un día realmente fatal pero hoy el día parecía tranquilo y el hecho de que
Luis estuviera con su cara de perro arrepentido le daba su toque de humor a su día, seguro que
se divertía en grande torturando a su hermano– me pregunto ¿Quién seria el desgraciado que
le daría esa idea?
–Si verdad, ¿Quién seria?– continuo el juego como quien no quiere la cosa pero seguía
teniendo esa sonrisa burlona. Luis le miro un instante y en ese segundo todo tomo forma en su
cabeza.

–Fuiste tú, verdad–Luis no podía creer que su hermano le había jugado sucio.

– ¿Quién? ¿Yo? No como crees– sus lentes estaban empañados misteriosamente. A Luis no le
cupo la menor duda de que su hermano menor lo había traicionado. Se levanto de la silla
furioso.

–¡Fuiste tu, Leandro!– lo señalo con el dedo de la justicia– ¡¿Cómo pudiste hacerme eso?! ¡Se
supone que tienes que estar de mi lado; eres mi hermano, sangre de mi sangre!

–En el amor y en la guerra todo se vale– fue su simple y burlona respuesta.

–Eres una mierda Leandro, una mierda– se dejo caer en la silla, su rabia se había esfumado y
solo quedo las ganas de arrancarse la cabeza. ¿Cómo pudo haberle sucedió aquello? ¿Cómo
era posible que le hubiera dicho lo que sentía? ¿Qué se supone que iba a hacer ahora? ¿Fingir
amnesia? ¿Decirle que había sido un error decirle aquello? No, no podía decirle eso a la bella
rebelde, le partiría el corazón y no quería eso. Ya suficiente lo había hecho sufrir con todas las
cosas que le había hecho en el pasado.

Suspiro derrotado. No quería involucrarse con Aarón, involucrarse con él conllevaba


demasiadas cosas.

Leandro le miro unos momentos y casi sintió pena de lo desgraciado que se veía en ese
momento su hermano. Su pelo estaba despeinado, descuidado, como si hubiera pasado la
noche despierto en la mesa de trabajo y tenía un par de días sin afeitarse. Parecía un
indigente.

–Vamos Luis, no pongas esa cara. No es el fin del mundo. Es bueno que por fin le hayas dicho
lo que sientes.

–No. No es bueno; es doloroso–dijo con una suavidad que a Leandro le extraño. Su hermano
siempre había sido de los que hablaban con firmeza y sin titubeos, de modo que escuchar su
voz tan quebrada por la derrota le resulto raro.
–Luis, siempre es bueno tener a alguien. Incluso si duele. Incluso si es lo mas doloroso que
tengas que hacer. Creo que es mejor tener a alguien. Y Aarón es una excelente oportunidad, es
un buen chico y te quiere– aquel comentario es ves de animarlo lo desanimo aun más. Casi se
encogió en la silla y rezo a quien fuese que aquello no fuese más que un sueño.

El olor a crepes inundo sus fosas nasales y le recordó que aun no había desayunado; sus tripas
gruñeron a modo de protesta

– El desayuno pronto estará listo así que será mejor que te bañes. Hueles mal, apestas para ser
sincero– Luis bufo molesto, no tenía ganas de nada, ni siquiera ganas de bañarse. Lo único que
quería era que la tierra se abriera y borrara su existencia.

–Quiero desaparecer…

–Seria una magnifica idea, así mi cocina no se impregnaría de malos olores– Luis capto la
indirecta.

–Esta bien, ya me voy a bañar.

–Y aféitate, así no darás cara de indigente– el hermano mayor miro al menor con cara de
pocos amigos, era una mirada que le reprochaba que estaba pasando un mal momento y que
él, su querido hermano menor, no estaba siendo muy considerado que digamos, más bien
parecía que le divertía la situación y que disfrutaba como nada verlo hecho un lio por culpa de
cierta personita de diecisiete años.

Suspiro por enésima vez en la mañana. No quería una segunda oportunidad con el amor.

Apoyo la cabeza en su brazo mientras observaba con un rostro sereno la cocina de aquel lugar.
Observo luego la nevera, la mesa del comedor, el friso de las paredes. En fin, miro todo aquel
lugar como si le admirara todo aquello. Después miro a su hermano y noto que la cadena de
oro que le perturbaba ya no estaba, por último se miro las manos.

–Sabes lo que me sorprendía de ti Leandro–el mencionado dejo de picar el melón y miro


interrogante a su hermano, él seguía teniendo esa suavidad en su forma de hablar que le
resultaba extraño– la capacidad que tenías de sobrellevar las cosas.

El castaño no entendía de qué hablaba.


–Yo no podría haber continuado con Susana y su adicción. No podría haber sobrevivido al
hecho de matarla, ni tampoco querría volver a amar después de que se llevaran a Adrián.

–Olvidas, hermano mío, que termine encerrado en un manicomio– dijo con voz divertida,
aunque ese recuerdo no tenía nada de divertido, pero esa forma de hablar era para suavizar el
tema y que los recuerdos no le golpeasen dolorosamente.

–Pero sobreviviste… y estas aquí, cocinando y tratando de hacer una vida con Adrián– Leandro
volvió a su labor de picar el melón. Luis no podría estar más equivocado, ciertamente había
sobrevivido pero aun no superaba aquello, aun seguía sin pasar la página y su mente se
empeñaba en recordar cosas que no venían al caso. Levanto la mirada buscando a Susana
dentro de la cocina pero allí en la cocina solo estaba Luis.

“¿Dónde estará?” se pregunto inconscientemente

“Estoy aquí” le recordó ella en tono enérgico. Su voz parecía llegar desde atrás, desde arriba,
desde abajo, desde su interior, todo a la vez. Se sintió confundido.

Susana estaba ahí. Susana no estaba ahí.

Ahora solo podía oír su voz, su silueta había desaparecido ¿Eso era bueno o…, era malo?

–Lo que quiero decir– la voz de Luis resonó y enfoco su atención en él– es que, a pesar de
todas las cosas malas, te diste una segunda oportunidad.

– ¿Y porque no te das una segunda oportunidad?

–Porque soy egoísta–aclaro poniéndose de pie y yéndose al baño– Y no me gustaba la idea de


dejar que la gente entrara en mi vida. Eso lo hacía todo mucho más fácil porque no tenía que
preocuparme por los que amaba.

Aquellas palabras se quedaron dando vueltas en la cocina una y otra vez. Leandro las pensaba,
las analizaba y al final comprendió el miedo de Luis; estaba tratando de evitar sentir dolor.
Pero a veces, eso es inevitable.

A veces, es lo único que queda, sólo sentir.

-:-

El celular vibraba a cada rato, como si fuera una alarma. Apesadumbrado tomo el celular para
ver que era pero oh, ese celular no era suyo. Se extraño un momento hasta que se acordó de
que ese celular pertenecía al chico que dormía a su lado. Se dio la vuelta y miro los cabellos
dorados esparcidos en la almohada.

–Despierta– dijo mientras lo zarandeaba suavemente por el hombro. El muchacho continúo


dormido– Despierta– insistió moviéndolo con más fuerza– Despierta, te están llamando– pero
nada, ricitos de oro seguía durmiendo a pierna suelta. Opto por colocarle el celular vibrante en
el hombro.

–Que rico se siente eso– dijo entre sueños. A Gabriel eso le resulto perturbador.

–Te están llamando– dijo nuevamente mientras le colocaba el celular cerca del oído.

– ¡Asdrúbal, despierta!– la voz del otro lado sonaba emocionada lo que llevo a medio abrir los
ojos al chico– ¡te tengo una bomba!

– ¿Alan?– tomo el celular con sueño y apenas contesto con la boca pastosa– son las ocho de la
mañana ¿Qué haces llamando a estas horas de la madrugada?– dejo caer la cabeza
nuevamente en la almohada y miro con ojos soñoliento a su compañero; Gabriel se había
sentado en el borde de la cama y le miraba tranquilamente, como esperando a que terminara
de llamar para poder decir algo. Él levanto la mano y se rasco la oreja despreocupadamente,
fue entonces cuando vio el tatuaje en la muñeca, era unas letras escritas en otro idioma.
Recordó vagamente que él le había comentado que allí decía “Jesús” al parecer en latín ¿o era
en hebreo? No lo recordaba bien pero si recordaba que se había tatuado ese nombre para
nunca olvidarse de Dios, al parecer el tipo antes iba a ser sacerdote pero ahora estaba allí: con
un chico semidesnudo metido en la cama.

– ¿Asdrúbal, me estas escuchando?– el chico volvió a la realidad pero aun tenía mucho sueño.
–En realidad no– confeso cerrando los ojos, quería volver a dormir– ¿Que fue lo que dijiste?

– ¡Luis le dijo a Aarón que lo ama!– Asdrúbal abrió muy grande los ojos y se incorporo en la
cama, sentándose de un solo tirón.

– ¡¿Qué Luis le dijo a Aarón que lo ama?!– Gabriel escucho aquello y se sorprendió un poco.
Su amigo era un egoísta y en más de una ocasión lo trataba de convencer de que él no sentía
nada por el niñero, pero más que convencerlo a él se convencía así mismo.

–¡Así es! Adrián y yo vamos ahora mismo a ver a Aarón. Vamos a preparar un ritual de
erotismo que Luis no podrá resistir ¿te unes a la conspiración?

– ¡Por supuesto que si! Ya voy para allá– en menos de lo que esperaba estuvo listo y salió
disparado para fuera del apartamento. Luego de unos segundos volvió corriendo, estaba
agitado por la cerrera– por cierto, gracias por lo de anoche.

–De nada– él curveo los labios y le mostro aquella sonrisa bonita. Asdrúbal hizo un ademan de
adiós con la mano y se marcho.

Gabriel se metió al baño y se aseo despacio sin pensar demasiado en que lo había acontecido
anoche, a fin y al cabo a él le gustaba ayudar a las personas, antes iba a ser sacerdote pero por
ciertas razones del destino nunca pudo cumplir aquello, con el agua corriendo libremente por
su cuerpo se miro el nombre tatuado en su muñeca.

“Para nunca olvidar a Dios” pensó tranquilo. Se alisto con ropa deportiva y se dirigía al
gimnasio. De camino hacia el piso inferior decidió hacer una llamada.

–Buenos días Santiago.

–Buenos días Gabriel ¿en que puedo ayudarte?

–Solo quería acordar el día en que iras a revisar a mi madre– seguía abajando las escaleras, no
utilizaba el ascensor porque su apartamento no estaba en un piso muy elevado, vivía en el
tercer piso.

–El martes estoy libre ¿te sirve?


–Si, esta perfecto. Gracias– sonrió agradecido a pesar de que Santiago no podía verlo– por
cierto, es una buena noticia el que Luis por fin se haya aclarado ¿verdad?

–¿De que hablas, Gabriel?– este se sorprendió un poco de que el hermano intermedio aun no
se hubiera enterado de las buenas nuevas.

–Pues de que Luis le dijo al muchacho que cuida a sus hijos que lo ama–respondió tranquilo
mientras ya estaba fuera del edificio.

– ¿Luis? ¿El retardado y bastado de mi hermano le dijo eso a Aarón?– el rubio doctor no daba
crédito a lo que sus oídos escuchaban.

–Eso parece, o al menos eso fue lo que dijo Asdrúbal– Santiago se pregunto que qué hacia
Gabriel con Asdrúbal, el antiguo amante de Luis, pero prefirió tener el beneficio de la duda.

–¡Por fin! Ya era hora de que se lo dijera– dijo con una sonrisa. Miro el reloj de Mickey Mouse
en su muñeca. Eran las ocho y cuarto– Me tengo que ir. Hablamos después– colgó en cuanto el
otro le dijo adiós. El rubio busco entre sus contactos y llamo a alguien– Hola mamá, adivina
que, Luis le dijo a Aarón que lo ama– en ese preciso instante la madre de los gemelos pasaba
por allí y escucho lo dicho.

“Ya era hora” pensó aliviada, si bien no le caía nada bien ninguno de los Torrealba pero su hijo
se la había pasado muy pensativo, con una tristeza que parecía inundar su alma así que lo
único que pensó en esos instantes era que Aarón tenía problemas de amor. Le alegro al
principio porque su hijo era muy reservado y ese sentimiento nunca lo había manifestado pero
en cuanto se entero de quien era el causante casi pego un grito al cielo. No podía creer que su
otro hijo también cayera en las manos de un Torrealba. Debía de ser una maldición o algo así.

El gemelo mayor nunca le había dicho nada con respecto a la aventura que estaba viviendo
con un hombre mayor, pero ella era madre y sabía muy bien que era lo que sucedía en la casa.
No era idiota y se daba cuenta de que ninguno de los dos solía dormir en casa cuando a ella le
tocaba turno de noche. Al final decidió no entrometerse en asuntos del corazón, sabía que
terminaría perdiendo y gastando saliva porque ninguno de los dos (Adrián y Aarón) la
escuchaba cuando les prohibía juntarse con esa gente.

Suspiro cansada, el amor realmente cegaba a las personas y lo más seguro era que Aarón no
llegaría a dormir hoy a casa.
– Si, ya era hora– era la voz casanova de Santiago– al fin ese bastardo se digno a poner las
cosas claras, solo falta ver como resultara todo.

-:-

Leandro desayunaba tranquilamente. Al instante llego su hermano. El castaño lo miro de arriba


hacia abajo, esta vez estaba más aseado, se había afeitado y se había peinado el cabello. Y lo
mejor de todo es que olía bien. Le había prestado una sencilla franela blanca y unos
pantalones oscuros, pero enarco una ceja cuando le vio en pantuflas.

–Ahora si pareces gente– comento burlonamente. Luis bufo irritado y tomo asiento para
desayunar– excepto por las pantuflas de Bob esponja.

–Deja de joder Leandro, toda la mañana me has estado fastidiando.

–Es que tu no me caes bien– el mayor le dio su mirada de infinita desaprobación.

– Por cierto, esas pantuflas estaban en el baño– el castaño se encogió de hombros dándole a
entender que eso no era suyo– en fin, hace rato me llamo mamá felicitándome por haberme
aclarado– comento mirando fijamente al menor – y Gabriel también me llamo y se contento
de saber que al fin estaba siendo claro. Oh y un montón de gente también me llamo, algunas
conocidas, otras no tanto y casi que me envían una postal por haber sido valiente y decirle a
Aarón lo que siento– dijo con un toque de reproche mezclado en sus palabras mientras miraba
a Leandro. Este enarco una ceja.

–A mi no me mires, yo no dije nada– se defendió indiferente. Aunque sospecho de alguien que


había esparcido el chisme.

–Apenas ha pasado una hora desde que eso sucedió y todo el mundo ya lo sabe– dijo con
irritación.

“Y posiblemente toda la gente en internet también” pensó el castaño recordando la vulgar


pagina que Alan y su grupo “Pene feliz” administraba. Se termino de beber el jugo y se levanto.
Quería ir a caminar un poco, despejar los pensamientos y aclarar que rumbo iba a tomar a
partir de ahora.
Estaba claro que, a partir de ahora, las cosas debían de cambiar. No podía continuar así, en
ese subí y baja que tenía con sus emociones. Seguiría asistiendo a terapia, eso lo tenía claro
pero quería probar otras opciones. Sentía o al menos quería pensar que su problema radicaba
en otra cosa, no solo en que estaba poniéndose loco o estaba empezando a padecer de
esquizofrenia sino en que, posiblemente, se habría golpeado la cabeza y no lo recordaba. Eso
podría haber desencadenado los recuerdos tomentosos y la situación por la que atravesaba.
Tal vez el cerebelo estaba inflamado y eso ocasionaba las alucinaciones o ¡quien sabe! Pero
necesitaba algo más que lo que le decía su psicóloga sobre enfermedades mentales.

Respiro profundo y procedió a lavar el platos que había ensuciado. Cuando termino se seco las
manos y se dirigió a la puerta.

– ¿A donde crees que vas?– pregunto Luis. La pregunta denotaba ligero enfado. Leandro se
detuvo.

–Iba a caminar un rato pero por tu tono de voz intuyo que eso es lo que menos haré.

–No iras a ningún lado. Te quedaras aquí conmigo y me escucharas quejarme de lo idiota que
fuiste.

– ¡¿que?! ¿Y porque tengo que quedarme?– le reto con la mirada

–Porque eres mi hermano menor. Porque soy un invitado en tu casa. ¡Y porque es tu culpa que
esta situación se haya encadenado!

–Por eso es que dicen que la venganza no es buena– murmuro para si Leandro mientras se
dejaba caer en la silla y pensaba que su día divertido no iba a ser tan divertido después de
todo.

-:-

Al principio le había sorprendido que aquel trió estuviera en su casa, nunca imagino que la
noticia de que Luis le había dicho ese “Te amo” se esparciría tan pronto. Se pregunto quien
más lo sabría. Pensó que tal vez ellos estaban allí para celebrar pero se dio cuenta de que no
era así; ellos estaban allí para preparar el terreno. Aarón no supo de qué hablaban.
Limpiaron la casa, pusieron velas perfumada, chocolates con fresa, champagne. Y casi al final
lo bañaron a él y le pusieron una fragancia de siete perfumes que llevaría a Luis a la locura. Fue
allí que el pelirrojo cayo en cuenta del terreno que aquellos pervertidos estaban preparando:
Un terreno sexual, aquellas velas, frutas y licor no eran más que afrodisiacos que indicaban
una velada romántica y llena de pasión.

Casi le dio algo cuando la pequeña Mariana pregunto que qué hacían. Pero Alan, astuto, le
dijo a la niña que preparaban un terreno para que su papi y la bella rebelde jugaran e hicieran
ejercicio, todo para estar en buena forma. La niña no se trago del todo ese cuento pero al
menos ya no hizo preguntas, en vez de eso se fue a su cuarto y se puso a ver caricaturas junto
con su hermanito.

Y ahora que la niña ya no estaba pendiente de lo que hacían, Alan, Asdrúbal y Adrián cerraron
la puerta del cuarto con llave y miraron con cara de maniacos a su victima del día de hoy: un
pelirrojo con cara de ciervo asustado. El chico temió por su propia integridad, así que allí
estaba: luchando con uñas y dientes. Definitivamente no se iba a rendir pero eran tres contra
uno y le ganaron, aun así continuo luchando por su decencia ¿como era posible que le
quisieran poner eso? Puede que fuese gay, que le gustara el animal de dos patas, puede,
incluso, que le gustase mucho tener sexo pero eso no era excusa suficiente para ponerse eso.

– ¡No quiero ponerme eso!– se quejo tratando de que no le quitaran los pantalones.

–Vamos Aarón, no seas marica y deja que te lo pongamos por las buenas– comento Asdrúbal
mientras miraba con interés la prenda en su mano.

Aarón abrió los ojos. ¿Marica? ¡Marica era que le pusieran eso!

– ¡Yo no soy un travesti! –aclaro sin dejar de patalear. Alan trataba de esquivar esas piernas
pero era difícil, el chico no dejaba de patalear. Adrián le sujetaba las manos y él trataba de
quitarle los pantalones para ponerle una prenda sexy que haría que Luis enloqueciera y se lo
llevara a la cama para darle una noche de sexo inimaginable.

¡Era un plan perfecto! Pero Aarón se negaba en cooperar. Alan se sintió un poco disgustado, el
humildemente había comprado cuan juguete sexual se atravesó por su amino, compro el Kama
Sutra para gays ¡Y hasta compro medias de encaje para que se viera bonito! ¿Y como le
agradecía Aarón? Pues rayándole la madre y pataleando incansablemente para no ponerse las
medias tan bonitas que había comprado.

Realmente la ingratitud de Aarón lo dejaba indignado.


–Solo es por esta noche Aaroncito, veras que con eso puesto Luis no dudara ni un segundo en
devorarte.

– ¡Pero yo no quiero que me coman!– habían logrado quitarle el pantalón y Aarón solo estaba
en ropa interior. Asdrúbal saco las medias de su empaque y se las dio a Alan, este, con una
sonrisa maliciosa, se apresuro en ponerle las medias antes de que el muchacho se escapara y
los denunciara con la policía, aunque no entendía que iba a denunciar si no estaban haciendo
nada malo, aquello solo era puro amor al arte (mejor dicho, puro amor al yaoi) y no había
ningún mal en eso.

Cuando terminaron de ponérselas le colocaron nuevamente los pantalones.

–Así que cuando él te quite los pantalones se llevara una grata sorpresa y…– explicaba su
hermano tranquilamente pero Aarón lo escuchaba a medías. Él se sentía sumamente
avergonzado. Tenía la mirada gacha y el corazón acelerado ¿Qué diría Luis si lo viese con
semejantes medias puestas?– ¿entendiste?

–Si– asintió suavemente aunque no supo de que le hablaban. Al final dijeron que se llevarían
los niños a la casa de Leandro argumentando que la niña y el niño debían de pasar una noche
con su tío y entonces, Luis y él podrían tener una “pijamada” tranquila. Le preocupo un poco
que al final Luis no le dijera ni hiciera nada y entonces se extrañaría de ver el aspecto que tenía
su apartamento y preguntaría porque sus hijos no estaban en la casa. Prefirió no pensar en ese
tema.

– ¡Tu puedes Aarón!– alentó Asdrúbal.

– ¡Arrasa con él!– animo Alan.

– ¡Si es posible amárralo para que no se te escape!– incito Adrián.

Atardecía cuando se marcharon junto con los niños. Mariana le dijo adiós con la mano
mientras Adrián cargaba en brazos a un confundido Marcus. Se quedo solo y lo único que le
quedo fue esperar.

-:-
Camino por todas partes evitando ir a su casa. Sabía que al final tendría que llegar allí y hablar
con la bella rebelde pero cuando llegaba cerca del edificio donde vivía se acobardaba en el
último momento y se devolvía a dar otra vuelta, así había pasado mas o menos dos horas y era
bastante tarde. Ya la mayoría de las personas estaban descansando en su casa mientras él
seguía indeciso.

Se metió las manos en el bolsillo y pateo una lata. El sonido hizo eco en aquella calle casi vacía.
Suspiro y miro hacia el edificio que tenía en frente, allí donde vivía en el séptimo piso y en
donde Aarón le esperaba. Porque sabía que el chico lo estaba esperando. Desde afuera podía
ver las luces encendidas que alumbraban la ventana.

“Que sea lo que Dios quiera” pensó caminando hacia la edificación. Saludo sin mucho animo al
conserje y subió al ascensor. Aspiro profundo y cerro lo ojos. Cuando las puertas se abrieron
trago saliva nervioso. Era ahora o nunca.

Aarón sintió la puerta abrirse y el corazón le latió con prisa. Por precaución más que otra cosa
había quitado las velas, se había comido las fresa y el chocolate y había guardado en su
mochila la botella de champagne. Lo único que se había dejado eran las medias porque si allí
no sucedía nada pues entonces Luis nunca se iba a enterar de lo que llevaba puesto.

–Hola– saludo el castaño cerrando la puerta tras de si– ¿y los niños?– pregunto en cuanto se
dio cuenta de que Mariana no corrió a recibirlo y abrazarlo como solía hacer, ni tampoco
escucho a Marcus llamándole “papa” con insistencia para que le pusiera cuidado.

–Están en casa de Leandro. Me dijeron que él quería pasar un rato con los niños– se atrevió a
decir sin saber si eso era mentira o era verdad– ¿Tienes hambre?

–No. Comí afuera, gracias– Ambos desviaron la mirada sin saber que más decir.

El castaño se sentó al lado de Aarón y solo siguió un largo e incomodo silencio. Le observo de
reojo, sabia que estaba esperando que dijera aquello pero no podía decirlo, no quería decirlo.
Si lo hacia encadenaría al chico a estar con él.

Y así pasaron unos largos e interminables quince minutos, sin decir nada, solo respirar y mirar
la sala que apenas estaba iluminada con la lámpara.

–Creo que mejor me voy– comento el pelirrojo poniéndose de pie.


–Esta bien– Aarón se sintió un poco decepcionado ¿eso era todo lo que le iba a decir? ¿“Esta
bien” eso era en serio? Suspiro tristemente y se dirigió a la salida.

–Espera– dijo Luis poniéndose de pie. El corazón del pelirrojo se acelero, una esperanza se vio
en sus ojos–Yo…

“Me lo va a decir”

– ¿Si?

–Yo… es que, mañana no es necesario que cuides a los niños. Pediré el día libre.

–Oh…– realmente estaba muy decepcionado– esta bien.

Al final parecía que Luis no lo quería y lo que había dicho esta mañana había sido solo un error.
Los ojos se le llenaron de agua pero como estaba de espalda Luis no lo pudo ver, pero sentía el
nudo allí, en la garganta que le decía que en cualquier momento rompería a llorar.

“No me quiere” pensó abatido. Podía decirle que él si lo quería pero no estaba de ánimos, se
sentía desconsolado y con ganas de acostarse y olvidar todo. Tal vez lo que podía hacer era
renunciar a su trabajo y buscarse otro. Hacer otras actividades en donde Luis no estuviera y
olvidarse de ese fugaz romance.

“No llores, no permitas que él vea lo débil que eres” se recordó duramente, conteniendo el
temblor de sus labios y las lagrimas de sus ojos.

Cuando poso su mano sobre el pomo de la puerta para salir, la mano de Luis se poso sobre la
suya.

–Aarón– llamo suavemente. El pelirrojo se sobresalto y se trago el nudo en la garganta.


“No llorare” se recordó agriamente “No lo hare” pero era inútil. Ya estaba llorando. Las
lagrimas hacia rato que habían abandonado sus ojos, se mordía los labios para no emitir
sollozo alguno y mantenía la mirada gacha para que Luis no lo viera.

–Aarón– volvió a llamar pero seguía sin mirarlo. Sentía la mano de Luis sobre la suya,
deteniéndole para verlo llorar y eso lo hacia sentir humillado, vulnerable, miserable y débil.

–Te quiero, Luis– dijo tristemente resignándose a que le partieran el corazón otra vez.

–Yo también te quiero Aarón– respondió débilmente como si estuviera reuniendo todas sus
fuerzas desde muy adentro para poder hablar– Yo también te quiero– repitió como un
lamento. En ese instante Aarón pensó que el profesor Leandro tenía mucha razón.

“No puedes prepararte para un impacto repentino. Uno no puede prepararse. Simplemente te
golpea de la nada”

Aarón no levanto la vista ni tampoco aparto su mano de la puerta, se quedo donde estaba, sin
saber que decir o hacer pero sabiendo muy bien lo que había escuchado. Demasiado tiempo
esperando por esas dos palabras y ahora que por fin las había escuchado no sabía que hacer.
Levanto la mirada y le miro con aquellos ojos verdes cristalizados y hablo con sus labios
temblorosos.

“Actúas de una forma que no sabías anticipar. Haces cosas que no pretendías hacer. Dices
cosas que nunca esperaste decir”

– ¿De verdad me quieres?– se aferro a su mano, mirándole directamente, exigiéndole que no


jugara.

–Te quiero– repitió Luis, le acaricio el cabello un momento y luego le acomodó los rojizos
cabellos detrás de la oreja.

– ¿Lo juras?

–Lo juro
“Y si vemos un camino; lo tomamos, incluso cuando no tenemos idea de a donde eso podría
llevarnos”

Su primer impulso fue besarlo, arrojarse a sus brazos y dejarse amar. Luis se aferró a él con
fuerza. Odiaba sentirse así; sin embargo, no podía evitarlo: lo necesitaba– Te quiero…– volvió a
repetir inconscientemente.

Sus labios volvieron a juntarse en aquel vaivén lento y largo. Un beso demandante y doloroso
que marcaba el paso hacia un amor desmedido. La ropa sobraba, estorbaba, las pieles se
deseaban y anhelaban el contacto de los dedos.

Un camino de ropa fue dejado hasta la habitación. Las pieles desnudas finalmente se
encontraron y ardieron con fuego intenso ante el más mínimo contacto. Un gemido murió en
la boca de los dos mientras se besaban y acariciaban. Luis acaricio las largas piernas cubiertas
por las medias blancas, acaricio el sexo del muchacho quien se retorció de placer y le dio un
concierto de gemidos y jadeos que torturaban su autocontrol. Con sus labios recorrió cada uno
de los puntos de placer de Aarón y disfruto verlo de aquella manera.

–Luis…– jadeó apretándose contra él, facilitándole los movimientos. Entregado como nunca
antes. Buscó de nuevo la boca de su amante, y le besó el rostro y las orejas, el cuello y los
hombros, aferrado a él como si temiera a que se fuera a alejar de su lado.

El nombrado correspondo con infinita entrega a aquella pasión. Tanteaba con deseo la carne
blanda y sudorosa, deseaba poseerlo. Estar dentro de él y sentirse vivo. Deseaba más que nada
entregarle la suave caricia que creyó que no volvería a entregarle a alguien porque había
pensado que no volvería a amar, pero el sentimiento estaba presente en cada uno de sus
actos. En la forma como lo acariciaba, en como lo miraba y en como lo pensaba. Se sentía
esclavo de la persona que amaba. ¿En que momento fue que bajo su guardia y se dejo
encantar de aquella criatura? ¿En que momento fue que perdió el control de la situación?

¿En que momento fue que se enamoro?

Jadeo ante aquel doloroso vaivén, el ritmo espeso de sus caderas contra las de Aarón. Sus
dedos indagaron la entrada del menor quien se resintió al principio por aquella penetración
digital. Beso sus delgados labios y trato de ser lo más cuidadosamente posible.

–Te amo– dijo, olvidando el remordimiento al momento de querer penetrarlo. Entro despacio,
abriendo paso en la estrecha entrada hasta que ya no pudo ir más allá. Se quedo quieto,
sintiendo el calor que abrasaba su miembro palpitante.
Aarón le beso y en menos de lo que espero cambio de posiciones, ahora Luis estaba abajo y
Aarón arriba, sentado sobre su sexo. Aarón respiraba agitado, quizás algo incómodo por la
intromisión, su cuerpo quería aquel miembro fuera, pero al mismo tiempo lo quería dentro.
Apoyándose en sus rodillas ascendió lentamente y ya cuando aquel miembro iba a abandonar
su cavidad volvió a descender hasta quedar otra vez sentado. Aspiro entre dientes. Le dolía.
Podía sentir que estaba muy estrecho y le costaba moverse. Sabía que tenia que ir poco a poco
hasta acostumbrase al diámetro de aquel pene.

Luis trataba de contenerse, siendo paciente para que Aarón se acostumbrara a la penetración,
sabia que había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían estado juntos y el chico
estaba muy estrecho, eso aumentaba su deseo de querer moverse con fuerza y rapidez,
además de que cargaba esas medias que le parecían insultantemente lujuriosas pero se
controlo y espero, no quería lastimar al pelirrojo.

El gemelo pudo ver ese deseo en sus ojos y que estaba haciendo acoplo de todo su autocontrol
para no lastimarlo, solo por eso Aarón ya le amaba.

Empezó a moverse primero lento, pausado, y poco a poco se sintió más distendido así que
empezó a autopenetrarse con más fuerza, con rapidez. Ambos gruñeron de placer cuando el
menor se sentó de golpe en su miembro, el castaño apretó sus caderas y trato de marcarle un
vaivén más intenso y rítmico.

Se sentó para estar más cerca de Aarón y le tomo de las caderas para continuar penetrándolo.
El chico gemía, subía y bajaba una y otra vez con prisa, jadeando y sudando, sentándose por
completo en su pene y levantándose para luego dejarse caer otra vez, temblaba de deseo. El
chico lo miro un momento y le sonrió encantado. Una sonrisa bonita y unos ojos verdes
brillantes que le anhelaban más que otra cosa. Luis le dio un beso demandante, como si su
autocontrol y cordura se hubieran esfumado al momento de ver aquella dulce sonrisa. Lo
empotro contra la cama y empujó con fuerza contra su interior hasta casi hacerlo gritar de
placer, y siguió haciéndolo mientras el pelirrojo gemía y se retorcía. Jadeaba en su oído, lo
besaba, lo mordía y embestía con ímpetu sin poder contenerse.

El muchacho podía sentir aquella ola de placer a cada rato, su miembro dolorosamente
erguido rozaba la piel de Luis y le producía escalofríos. Y jadeaba al poder sentir aquel
miembro vibrar dentro de él.

Luis sintió el fuego que se acumulaba en su pelvis, explosión que llegó traducida en la simiente
viscosa y abundante que dejó dentro del chico. Respiro agitadamente y se dejo caer encima de
aquel menudo cuerpo. Sentía aquella sensación no solo de bienestar sexual sino de
tranquilidad. De paz.
Volvía a sentirse feliz.

-:-

Era tarde y los niños ya se habían acostado a dormir. Ambos, Mariana y Marcus, dormían en el
cuarto de Leandro, así que el mencionado le tocaba dormir en la sala. A Adrián no le importo
mucho, es decir, así podrían acurrucarse uno al lado de otro aunque no podían hacer cosas
sucias, si los niños salían y los veían en pleno acto quedarían traumados de por vida, o al
menos eso creía.

Observo que Leandro acomodaba el mueble para dormir. El pelirrojo miro la hora. Once con
treinta minutos, pensó que a esa hora su hermano ya estaría siendo feliz o eso quería creer.
Esperaba que el tarado de Luis no volviera a hacer llorar a su hermano. Sentía que era hora de
que su hermano tuviera un poco de felicidad, se lo merecía.

–¿Sucede algo?– Leandro pregunto al verlo tan ensimismado.

–Pensaba en Aarón– respondió tranquilo, yendo hasta el castaño y acostándose a su lado.

-:-

Ya llevaba cuarenta y nueve veces que se levantaba a verificar si la puerta estaba cerrada, él
sabía que la puerta estaba cerrada pero tenía que ir a verificar si era cierto. Reviso que
estuviera cerrada con llaves, verifico las ventanas y luego fue a acostarse, pero a mitad de
camino se devolvió y verifico nuevamente si la puerta estaba cerrada.

“Cincuenta veces” pensó.

Se dirigió al cuarto y se acostó en la cama, al lado de Aarón, el muchacho aun no se había


dormido. Estaba esperando a que terminara de verificar si la puerta estaba cerrada. El pelirrojo
sabia de su manía por ver, antes de dormir, si la puerta tenía pasador. Era lo que comúnmente
se conocía como comportamiento obsesivo compulsivo. Tenía la urgente necesidad de verificar
las puertas, sea donde estuviese, al parecer aquel comportamiento era producido por sus
propias inseguridades.
Quiso levantarse otra vez para ir a verificar pero Aarón le detuvo.

–Cincuenta veces Luis– le informo sereno. El castaño suspiro y volvió a recostarse. Se había
propuesto un número fijo e ir disminuyéndolo cada vez. Al principio de su obsesión eran como
cien veces, ahora ya iba en cincuenta. Pronto las reduciría a cuarenta y así hasta eliminar ese
comportamiento. Cerró los ojos y se convenció una y otra vez de que las puertas estaban
cerradas, las había verificado, estaban cerradas.

Estaban cerradas.

Estaban cerradas.

Suspiro. Si, estaban cerradas.

Ladeo la cabeza y miro a Aarón.

–Están cerradas Luis– le informo como si leyera su mente.

Aquel comportamiento extraño había empezando cuando…

–Buenas noches Aarón– decidió introducirse a los brazos de Morfeo. Minutos después ya
estaba dormido. El pelirrojo observo a aquel hombre dormir. La respiración pausada. Los
parpados cerrados y las sabanas que cubrían su piel bronceada. Se acerco más a él y recostó la
cabeza en su pecho, sonrío feliz de estar allí en sus brazos. De haber pasado una noche
magnifica. Tejió en su mente muchos sueños e ilusiones, las lleno de bellos colores y…

Se oyó un ruido. Unas pisadas muy silenciosas pero que las había escuchado. Se apretó más a
Luis. El miedo presente y las telarañas de su pasado. Una voz susurrante, afilada le hablo cerca
del oído.

– ¿Te acuerdas de mí?– murmuro, el pelirrojo asintió pero no abrió los ojos, estaba asustado.
El subir y bajar de su respiración lo delataba– shhhh…– le calmo– no vallas a llorar. Odio que
llores.

Aarón apretó los ojos con fuerza, la oscuridad en sus ojos le pareció terrorífica. Se mordió los
labios para no decir nada.
– ¿Tienes miedo?– pregunto, un tono cínico, petulante y burlesco– ¿Le temes al dolor? ¿Te
asusta la muerte?– el muchacho, tieso como una estatua, no dijo nada. Con la punta del dedo
le acaricio la mejilla

–Parece que has tenido una gran noche. Por fin te lo dijo ¿no? Te dijo que te quería– guardo
silencio un momento y descendió el dedo hasta su clavícula– Me pregunto, ¿Qué pensara tu
amado Luis si supiera tu secreto? ¿Si supiera el secreto que guardan los gemelos? ¿Qué harías
si destapo el velo que cubre tus mentiras? Las mentiras de ambos, porque los dos son unos
mentirosos. Tu y tu hermano aun guardan secretos–se rio bajito, como si hubiese recordado
algo muy divertido– tal vez te odiaría si supiera lo que eres.

Aarón sabía eso. La red se mentiras en la que estaban involucrados, en el motivo por el que
huían y cambiaban de nombres. Una vida de mentiras y silencio.

–Por favor…–suplico– vete…

–Me iré. Por ahora. Pero recuerda algo Aaroncito. Yo soy más que un recuerdo– se acerco
mucho más a su oreja, quedando a milímetros de él– Soy tu sombra. Los seguiré a donde
vayan– los pasos se alejaron en silencio. Escucho que se cerró la puerta del cuarto pero no
abrió los ojos. Espero y espero hasta que por fin escucho que la puerta de afuera se cerraba.

Se abrazo a Luis y reprimió las ganas de llorar. Abrió sus ojos y miro el cuarto: silencio y nada
más. No era posible que alguien hubiese entrado en el cuarto. Las puertas, todas, estaban
cerradas con llave.

-:-

Había pasado mucho tiempo desde que su hermano se había ido. No volvía con Leandro.
Espero otro rato más pero al ver que no aparecían se decidió a ir a buscarlos. Las luces del
festival estaban apagadas, realmente era tarde. Sin saber a donde ir corrió y corrió hasta que
vio a su mamá a lo lejos, trayendo cargado a su gemelo.

–Aarón, es hora de que nos vallamos a casa– le dijo seriamente pero él no era Aarón, era
Adrián. Se acerco a ella, estaba pálida y su hermano lloraba.
–Mami ¿Por qué Aarón esta llorando?– pregunto asustado. La muchacha miro extrañada a su
hijo y luego miro al que tenía en brazos. Tenía expresión de horror.

–¿Eres…, eres…Aarón?–el niño no respondió pero continuo llorando. Ella lo abrazo


fuertemente– Dios mío– murmuro anonada. Adrián no entendía nada.

–¡¿Qué rayos paso?!– una voz conocida. Su padre llego corriendo hasta ellos, cargo a su
hermano en brazos– ¡¿Qué diablos sucedió, Viana?!

–¡No se, no se! ¡Todo se salió de control!– ella gritaba, horrorizada y frustrada, al pelirrojo no
le gusto eso– ¡dame la mano Adrián!– ordeno, el la miro temeroso, no le gustaba cuando su
mamá se enojaba. Decía cosas feas y le apretaba mucho la mano hasta lastimarlo. Negó con la
cabeza con lo ojitos brillándole de miedo–¡¡Dame la mano Adrián!!– grito enojada. Adrián se
aterro aun mas y salió corriendo–¡¡Adrián!!– venía detrás de él. Corrió con más fuerza, quería
a Leandro.

Al final lo encontró. Estaba en su casa, con la ropa impregnada de un color rojo. Era sangre.
Corrió hacia él y lo abrazo. La cara de Leandro pareció iluminarse y le devolvió el abrazo, lo
abrazo como si antes lo hubiera perdido y ahora se alegraba de encontrarlo.

– ¡No quiero ir con mi mamá, no dejes que me lleve!– pidió a punto de llorar. Ella llego y le
exigió que soltara a su hijo. Se lo arranco de los brazos pero el niño luchaba para irse de nuevo,
la ropa se le había manchado de sangre por haber abrazado a Leandro. Lloraba y trataba de
huir.

–Lo siento– dijo sin saber bien porque se disculpaba, lo cierto era que presentía que había
pasado algo feo y que había ocurrido por su culpa– ¡perdón, perdón! fui un niño malo– dijo al
darse cuenta de que, tal vez, el haber huido y no haberse disculpado había ocasionado algo
terrible. Su mamá le tomo de la mano y se lo llevaba por la fuerza. Al ver que no iba a huir de
ella hizo una promesa– Cuando crezca te buscare. ¡Y, y, y te cuidare, tomaré todas las
decisiones correctas!

Lo alejaban cada vez más.

– ¡lo siento Leandro, lo siento…!


–Adrián– fue traído a la realidad y se sobresalto al sentir una mano cálida sobre su mejilla–
¿estas bien? Parecías angustiado– el gemelo menor miro a Leandro un momento, luego se
acurruco en su pecho y cerro los ojos.

–Pensaba en el día en que te perdí– dijo tristemente mientras se acomodaba mejor en sus
brazos– y en que nada me apartara de ti– aseguro pensativo. Leandro le abrazo aun más
pensando que tal vez Adrián hablaba sobre su enfermedad que lo divorciaba cada día más de
la realidad. Pero el pelirrojo hablaba por si mismo, por su pasado que no podía contar, por su
presente que insistía en alejarlo de la persona que amaba. Y por los secretos que aun tenía en
su corazón.

Y mientras todas las luces de la sala era apagadas y Leandro se dormía, Adrián pensaba. Seguía
pensando en que debía de guardar secretos. Tenía que hacerlo. Pero temía que no todos los
secretos podían ser guardados.

Cap 9: infierno personal (parte 2: secreto callado)

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Hola queridos lectores, espero que estén un poco ansiosos por leer este capitulo porque yo,
desde hace mucho tiempo, que estaba ansiosa por escribirlo. No lo había hecho por falta de
tiempo así que discúlpenme (¡en serio que estaba ocupada! T-T) En este capitulo se revelaran
algunas cosas , espero que lo disfruten.

Este capitulo va dedicado especialmente a Santiago, un personaje al que quiero y amo con
todo mi corazón ¿alguien más lo ama? Espero que si :D
ADVERTENCIA: capitulo extremadamente largo en compensación por los dos (o tres) meses sin
actualización u.u

No estoy pidiendo una segunda oportunidad,

Estoy gritando hasta el límite de mi voz,

Dame una razón, pero no me des una elección,

Porque simplemente cometeré el mismo error de nuevo

Same Mistake- James Blunt

Capitulo 9: infierno personal II

Secreto callado.

Con sus cortas piernas se alzaba para mirar por la ventana. Hacia mucho que su madre se
había ido y la espera era fatigosa. Según lo que le había dicho; su madre estaba dando a luz.
Sabría Dios que era aquello

–Quiero a mi mami– murmuro tristemente mirando por la ventana, tenía la esperanza de que
hoy si regresaría a casa y como si Dios lo hubiese escuchado su madre apareció; un taxi se
había parado frente a la casa y pronto su madre y su padre salían de aquel auto. Sonrió
ampliamente y corrió a la puerta para abrazarla– ¡Mami!– exclamo alegremente saliendo fuera
pero cuando fue a abrazarla se dio cuenta de que traía algo en las manos.

–Hola mi amor–le saludo ella amorosamente– Mami ya ha regresado y ha traído a tu hermano


pequeño– el niño miro el bulto en sus brazos y sintió curiosidad ¿Qué quería decir con eso?
Luego le explicaron que aquella cosa era la que hacia que su mamá tuviera la panza enorme y
que vomitara de vez en cuando, no entendió mucho que tenía que ver una cosa con la otra.

– ¿Es mi hermano?– pregunto extrañadamente cuando lo pusieron en sus cortos brazos y tuvo
que cargarlo. Esa cosa estaba toda roja y estaba arrugada, como una pasa. Frunció el ceño; no
le gustaba. De pronto su hermano abrió los ojos y le miro adormecidamente. Tenía unos ojos
bonitos y profundos.
–Santi, saluda a tu hermano– le dijo ella. El niño la miro unos instante y luego volvió a fijar su
vista en el bebe.

–Hola bebe– dijo y el bebe le apretó el dedo. Se sorprendió. El bebe si que tenía fuerza y
entonces volvió a cerrar los ojos pero no le soltó el dedo. Santiago sonrió. Ahora si le gustaba
el bebe– ¿Mami como se llama el bebe?

–Se llama Leandro y como son sus hermanos mayores–refiriéndose a Luis y a él– tienen que
cuidarlo ¿entendido?– ambos asintieron.

– ¡Ahora es mi turno!– exclamo Luis sonriendo. El niño rubio inflo sus mejillas, no quería
entregarlo.

– ¡No, yo quiero cargarlo!– el bebe se había acurrucado en él y se sentía bien, además de que
olía rico y Luis quería quitárselo.

– ¡Pero yo quiero!

– ¡No!

Y entre tanto tira y jalar terminaron por golpearlo. El bebe se puso aun más rojo de lo que ya
estaba y respiro hondo para luego soltar un “¡¡¡Buahhhh!!!” que podría levantar hasta los
muertos.

-:-

Se masajeo lentamente el hombro derecho. Estaba cansado, sumamente cansado. Necesitaba


dormir pero no podía hacerlo, cualquier cosa podría pasar. Respiro hondo y cerro los ojos un
momento, solo un momento y rápidamente los abrió, casi se quedaba dormido.

– ¿Tienes sueño?–pregunto una voz.


–No tengo sueño– aclaro con una sonrisa– mira, este era mío cuando tenía tu edad, lo quería
como a mi vida–le comento entregándole un robot de juguete, era casi del tamaño de su brazo
y a pesar del tiempo aun se conservaba muy bien– Mi papá me lo regalo de cumpleaños y yo lo
cuidaba mucho, incluso después de grande lo guarde como un recuerdo.

A veces llevaba al hospital juguetes que no necesitaba o juguetes que la gente donaba. Le
gustaba encargarse de esas cosas, puede que fuese narcisista, que le encantase mirarse al
espejo o que alguien le alabara pero eso no significara que no disfrutase de ver la sonrisa de
algún niño cuando le entregaba algún juguete. Al principio había pensado que ese era una
forma de extirpar sus pecados pero luego se dio cuenta de que regocijaba de hacer aquello.

– ¿Y me lo vas a regalar?

– ¡Por supuesto que si! Ahora este juguete es tuyo pero debes de prometerme que lo cuidaras
mucho– el niño asintió gustosamente y miro nuevamente aquel robot pero luego un chispazo
de angustia brillo en sus ojos.

– ¿Y si muero? aun nadie me ha regalado su corazón

–Pero alguien generoso lo hará. Ya lo veras

–Pero eso significa que alguien tiene que morir ¿no? No quiero que nadie muera–el corazón
del rubio se congelo de repente. El deseaba con todo su corazón que alguien falleciese para
tomar su corazón y dárselo al niño. Para que viviese y la muerte no se lo llevara. Era un deseo
horrible y egoísta porque en realidad nadie debía de morir, le recordó otra época de su vida.

–No tienes porque preocuparte de eso– disfrazo su turbación con una sonrisa forzada– Al final
todos tenemos el mismo destino.

Se dirigió a la salida aun más aturdido de lo que ya estaba. Sentía esa presión molesta en su
estomago, esa precisión que le decía que iba a vomitar. Se contuvo. Aquel deseo que tenía era
tan egoísta como el que tuvo en el pasado, como todos los errores que cometió y que aun
cometía. Se le altero el pulso; no le gustaba pensar en el pasado, era una maraña de mentiras y
disculpas.

Miro al niño antes de salir de aquella habitación. Él le recordaba tanto a su hermano, tanto
que quería salvarlo a como de lugar. Sentía que de alguna manera al salvarlo también se
salvaba a sí mismo.
–Me temo que te estas involucrando demasiado– Era ella. La miro – Eso no es bueno, él no es
tu hermano.

–Cállate– dijo herido y se alejo de allí.

-:-

Se alegraba por ellos, por la bella rebelde y por al tarado de Luis, al fin y al cabo ellos se
querían aunque uno no quisiera admitirlo y el otro se muriese de amor. Tomo de un trago el
primer vasito de tequila.

Era muy genuino eso del amor; era una cosa mágica, un cosquilleo en la piel por sentir la piel
del otro, por acariciarlo, por verlo feliz. Tomo de un trago el segundo vasito de tequila.

Seguramente ahora esos dos estarían juntos, tal vez en la cama, o en el baño, o en la sala. El
sitio no importaba mucho siempre y cuando tuvieras a la persona amada en tus brazos. Eso
realmente era el cielo. Tomo el tercer vasito de tequila.

Extrañaba a Mario… Tomo el siguiente vaso de tequila.

Su canario… Siguió tomando.

Su amado canario… Perdió la cuenta de cuantos vasos llevaba.

– ¿Le sirvo más?

–Si…– solo quería perder el conocimiento y olvidarse momentáneamente de lo que sucedía a


su alrededor.
Le gustaba mirarlo, todo el tiempo lo observaba; su carita pequeña, los labios finos, los ojos
brillantes, el cabello que se movía alegremente y esa sonrisa que le encantaba. Se sabia de
memoria lo que hacia cuando se levantaba al amanecer y lo que hacia antes de acostarse,
incluso como se bañaba. Observaba atentamente cuando se molestaba, los gestos que ponía y
de como hacia lo posible para ocultar su enfado. O cuando se sonrojaba y buscaba evadir algún
tema vergonzoso. Lo conocía tanto que sabia que algo pasaba pues todos los días al pasar por
cierto lugar su amado canario se mostraba algo inquieto y distraído. Lo más seguro era que
quería algo. Puso más atención para saber de que se trataba.

Pasaban por la tienda de dulces; no era eso porque Mario no era tan fan de los dulces como la
gente pensaba. Por la juguetería; Mario estaba bastante grandecito para carritos de plástico.
Por la tienda de tatuajes y piercing; imposible, su inocente canario nunca se haría una
perforación ¿o si? No, no, claro que no.

Al final no pudo descubrir de qué se trataba. Y lo más extraño era que durante los siguientes
días Mario le rechazaba, él deseaba con todo su corazón estar piel a piel con su canario y este
se lo impedía. Haber, que pasaba allí, algo estaba pasando y él no se había enterado.

–No es nada. Solo… dame algo de tiempo– le había dicho el jovencito de ojos inocente. Alan
estaba confundido pero lo dejaría tranquilo, no quería forzarlo; Mario durante la mayor parte
de su vida había sido forzado a realizar actos sexuales indeseables y él no se iba a sumar a esa
lista. Suspiro y lo dejo tranquilo.

Salió del baño. Su canario estaba sentado en la orilla de la cama y se sonrojo al verlo salir
desnudo, desvió la mirada fijándola en la ventana. Alan suspiro derrotado y se puso unos
bóxer, no tenían aire acondicionado, solo tenían un modesto ventilador que ventilaba más
calor que brisa. Se sentó en el lado opuesto donde estaba su canario.

– ¿Alan?– era su voz dulce. Se giro para mirarlo pero solo vio sus labios unos segundos antes
de que se uniera con los suyos. Mario lo estaba besando, impresionado no respondió– Te
quiero Alan– dijo tímidamente. Alan parpadeo un par de veces algo confundido; días atrás su
canario lo había rechazado y de repente lo besaba. Le acaricio la mejilla.

–Yo también te quiero Mario– dijo cariñosamente. Mario volvió a besarlo antes de que pudiera
decir algo más, el rubio, esta vez, respondió con fogosidad. Acaricio por encima la piel blanca y
al ver que Mario no se oponía se atrevió a tocarlo por debajo de la ropa. Suspiro. Amaba esa
piel. Amaba tocarlo– Quiero hacerte mío– susurro tomándole de la cintura, el chico le dio su
consentimiento y Alan no dudo un instante en quitarle la ropa. Su canario le miraba
atentamente, como esperando que se sorprendiera con algo y así lo hizo. Al quitarle la camisa
vio la razón por la cual su canario había estado evadiéndolo.
–Pensé que te gustaría– dijo bajito al ver que el rubio se había quedado de piedra. Alan salió
de su shock.

–Me gusta y mucho. Es solo que… nunca espere que fueras a hacer algo así– le sonrió
ampliamente. Realmente su pequeño novio era una caja de sorpresa. Miro nuevamente la
pequeña esfera azul que adornaba el ombligo del menor; un piercing. Quien diría que Mario
seria capaz de perforarse una zona tan sensible y erótica como el ombligo. Paso su lenguaje
por aquella zona tan tentadora y escucho deleitado el gemido que soltó su pequeño novio–
Quieres que pierda el control ¿cierto?– Mario se sonrojo, esa era su forma de decir que si.

Fascinante y maravilloso. Estaba excitado y se lo demostró rozando su hombría contra el


cuerpo debajo de él. Recorrió con sus labios el cuerpo desnudo del otro con infinito deseo. La
pasión latente en su pulso y en la forma de acariciarlo. Una sonrisa. Sus manos entrelazadas
mientras invadía lo más profundo de su ser.

—Más…–suplico su Mario entre lágrimas, presionando su cuerpo contra el suyo, obligándole a


marcar un vaivén intenso hasta que ya no pudo más. Su cuerpo se tenso tanto, la presión
candente, el calor en medio de sus piernas fue demasiado y termino por liberarse dentro de él.

El calor lentamente se fue disipando dejando a los jóvenes amantes tendidos sobre la cama,
exhalando el perfume de la vida misma, con sus cuerpos unidos en un intimo abrazo junto con
la promesa de no separarse nunca.

–Tengo miedo…–fue lo que dijo su pequeño novio antes de caer dormido.

–Yo también…– dijo el rubio atemorizado después de que su amado cayera en los brazos de
Morfeo. Al final tenía tanto o más miedo que su pequeño canario.

-:-

Desde el primer día en que lo vio en aquel hospital supo que él era un vanidoso, un narcisista.
Lo supo porque él era muy atractivo y parecía que siempre caminaba sobre una alfombra roja
y que los demás eran sus admiradores. Las chicas no dudaban en caer en sus redes, incluso ella
con su terrible carácter y su muralla china logro ser cautivada por esa cosa, debía de
reconocerlo: era un don Juan. Era un misterio saber como hacia para enamorar a las mujeres.
Un par de citas bastaron para que ambos coincidieran, para que se llevaran bien. Una relación
estaba a punto de nacer hasta que ella se dio cuenta de algo: él era el hermano mayor del
depravado que cortejaba a su hijo. Entonces lo maldijo por ser un Torrealba porque a ella esa
familia no le caía para nada bien. No era bueno juntarse con los miembros de esa familia, ella
sabia unos cuantos secretos de ellos y eso bastaba para mantenerse alejada. Uno de esos
secretos era el que ocultaba el Torrealba mayor, Luis, ese terrible secreto que también la
mantenía atada de pies y manos. El otro Torrealba, Leandro, también tenía sus propios
secretos, uno de ellos tenía que ver con el asesinato de una joven llamada Susana y la muerte
de un joven llamado Lucas.

Definitivamente no era una buena familia.

No es que dijese que su propia familia era perfecta, suponía que estaba aun más enmarañada
que las de los Torrealba y por eso mismo insistía en que Adrián y Aarón no debían de juntarse
con ellos. Estaba segura de que si ambos problemas se juntaban ocasionarían una catástrofe
que le costaría la felicidad de ambas partes. Pero al final no habían servido de nada sus
advertencias, los gemelos estaban cegados por esa cosa llamada amor y se negaban a
apartarse de las personas que querían teniendo la esperanza de que todo por arte de magia se
arreglara, que los problemas desaparecerían y que sus secretos se esfumarían. Pero la
realidad era que la magia no existía y los finales felices tampoco. Se resigno. Que fuese lo que
Dios quisiese así que al final término pensando como sus hijos: esperando que por arte de
magia sus problemas se esfumasen, incluso había enlazado una amistad con la persona que
decía odiar y como había empezado una amistad con él era lógico que se preocupase por su
salud.

Él estaba mal. Parecida como si de la noche a la mañana la mascara de felicidad que se


empeñaba en mostrar se estaba desquebrajando. Rompiéndose hasta mostrar un faceta
desesperada. Era como el friso que empieza a caerse de la pared para mostrar un bloque
adusto y feo. Ella sabia porque eso estaba sucediendo, al fin y al cabo había sido participe para
que eso sucediese aunque Santiago no lo sabía.

Pero se preocupaba por él, a pesar de todo se preocupaba por el.

–Báñate rápido y luego duerme un poco– le dijo al entrar en el apartamento. Prácticamente lo


había arrastrado hasta su apartamento para que se aseara y se cambiara, él apestaba y parecía
un alma en pena en el hospital. Un baño le sentaría bien aunque fuese a la una de la mañana.

–Ya se, ya se– dijo irritado al entrar en el baño. Pronto escucho la regadera y fue cuando se dio
la libertar de revisar aquella habitación. Era un hombre desordenado y tenia mucha ropa sucia
pero tenía un montón de fotos tanto de él como de su familia. Registro los cajones; ropa
interior y condones.
Nada impresionante.

Entonces algo llamo su atención, un par de lentes encima del escritorio. No sabia que ese
idiota hubiese utilizado lentes, incluso cuando vivía al lado suyo nunca lo vio con anteojos. Con
lo narcisista que era no dudaba en que hubiese preferido usar lentes de contacto que usar
lentes de pasta gruesa.

Tomo el objeto en sus manos y lo examino con curiosidad. Eran viejos pero estaban muy bien
cuidados y entonces comprendió a quien le pertenecía aquello.

–Eran de tu hermano ¿no?–comento cuando, de pronto, Santiago le quito con gesto adusto los
lentes de la mano. Le miraba enfadado, a ella poco le importo. Dirigió su vista al cajón donde
había más de un par.

–Leandro siempre ha tenido problemas en la vista– contesto secamente mientras guardaba los
lentes en el cajón donde estaban los demás– Suele cambiar bastante de lentes, si sale un
nuevo modelo se lo compra y desecha los que tiene– cerro el cajón– Y yo guardo los lentes que
ya no utiliza– miro a la mujer enfadado– No vuelvas a revisar mis cosas sin mi permiso.

Se alejo de ella, acababa de salir del baño y solo andaba en paños menores. Se acerco al closet
y hecho un vistazo dentro para saber que podría ponerse.

– ¿Es un secreto?– pregunto sentándose en la orilla de la cama mientras el rubio doctor se


vestía

–Si ¡y no se lo digas a nadie!– suspiro derrotada. ¡Más secretos! definitivamente no le gustaba


esa familia.

Era el primer día en que su hermano pequeño iba a la primaria. El primer grado era un gran
avance y Luis y él debían de llevarlo, al fin y al cabo eran mucho más grandes que Leandro. Luis
ya iba el cuarto grado y él iba en tercero, ambos habían aprendido a irse solos pues su madre
solía trabajar mucho al igual que su padre. Mantener tres niños pequeños tenía su precio.
– ¿Ves Leandro? Allí es donde vas a tener clase– señalo el salón que estaba lleno de niños.
Todos desconocidos y muchos llorando sin querer soltar a su representante. Leandro apretó la
mano de Santiago, él no se iba a quedar con ese montón de niños desconocidos. No señor–
Tienes que entrar– negó fuertemente con la cabeza– ¡Leandro!

– ¡No voy a entrar allí!– se escondió detrás de Luis y se aferro a su camisa.

–Vamos a meterlo a la fuerza– sugirió Luis mientras trataba de soltarse de la garrapata de su


hermano. El rubio asintió y tomo de los pies de Leandro y tiro de ellos para que se soltara de
Luis pero Leandro, obstinado, se negaba a soltarlo y se aferraba allí como diciendo “¡De aquí
yo no me muevo!”. Se mordieron, se jalaron el cabello, incluso se tiraron al suelo para
agarrarse a pelear entre ellos como salvajes hasta que el uniforme blanco quedo marrón y al
final Leandro seguía sin soltar la camisa de Luis– ¡Enano siniestro, suéltame!

– ¡No!

– ¿Que sucede aquí?– era la maestra de ese grado.

–Es de esta clase pero no quiere entrar– explico Santiago enojado. La maestra miro al niño más
pequeño, ese que estaba escondido detrás de su hermano mayor y que la miraba como si
fuera un individuo al que no estaba seguro de encontrar de su agrado.

–Ya veo ¿donde esta su madre?

–No pudo venir– respondió Luis aun tratando de quitarse a Leandro de encima.

–Ven aquí– le dijo cariñosamente. Leandro la miro– estoy segura de que allí dentro tendrás
muchos amigos.

El niño se negó a entrar, incluso la maestra con todas sus fuerzas no pudo separar al niño de
sus hermanos. Al final tanto Luis como Santiago tuvieron que entrar con Leandro a esa clase.
Estaban irritados, mordidos, sucios, despeinados y viendo clase con niños endemoniados, no
es que su salón estuviera lleno de ángeles ¡¡pero al menos eran mucho más tolerables que los
niños de primer grado!!

-:-
Seguía sin poder conciliar el sueño. Se le era evasivo. Miro el reloj en la pared; eran las dos de
la mañana y Alan aun no había llegado. Le preocupaba. Antes de que su amigo se viniera a vivir
con él no le preocupaban muchos las llegadas, es decir, vivía solo así que no debía preocuparse
por si alguien no llegaba temprano pero después a su vida llego Adrián, Alan y demás
personajes y entonces en las noches se sentía inquieto cuando alguno de los dos no llegaba
temprano o no aparecía, empezaba a pensar que algo malo les había sucedido. Se armaba
todo un drama en su cabeza, pero luego aparecían y le saludaban y el respiraba tranquilo.
Entonces pensaba que las noches eran buenas pues había una calma en saber que los seres
queridos dormían en sus camas donde nadie les hacia daño, donde estaban a salvo…

Por eso mismo se sentía muy inquieto: Alan no había llegado. Volvió a mirar el reloj. Dos y
cinco. ¿Dónde demonios estaba? Suspiro para calmarse, los nervios solían jugarle una mala
broma. La persona que dormía en su regazo se removió en sueños y él lo abrazo, fue cuando
sintió una leve voz. Un canto.

–Brindaremos por ti– ¿de donde salía esa voz? ¿Estaría alucinando otra vez? Intrigado miro
hacia la puerta– Brindaremos por él porque le vaya bien– era una canción empalagosa.

– ¿Alan?– estaba confundido. Se levanto del sofá dejando a un dormido Adrián. Se acerco a la
puerta y la abrió.

–Y mañana veras que es mejor olvidar que llorar por amor.

– ¿Qué haces allí?– si, era Alan, estaba sentado cerca de la puerta, reía y se tambaleaba de
lado. El castaño se acerco a él, apestaba a licor– ¡Alan estas borracho!

–Shhhh a mi canario no le gusta que beba. No se lo digas– él reía sin parar. Intento ponerse de
pie pero luego cayo al suelo– Ah este piso esta muy duro… quiero una cama… haber, tú que
eres mi buen mejor amigo ayúdame a llegar a ella– Leandro suspiro cansado, paso una de sus
manos por su hombro y lo ayudo a caminar para adentro.

–No hagas mucho ruido– le dijo preocupado– Mariana, Marcus y Adrián están adentro. Están
dormidos.

–¡Por supuesto que si!


–Shhh ¡No hagas ruido! – le tapo la boca, Alan asintió varias veces y le destapo la boca.
Caminaron dentro del apartamento.

–Lo que pasa, amigo mío, es que estoy viendo doble y no se cual de los dos eres– estallo en
risas, de nada serbia decirle que no hiciera ruido. Suspiro cansado rezando porque aquel ruido
no despertara a los niños ni mucho menos a Adrián que se despertaba de muy malas pulgas
cuando interrumpía su sueño. De repente la risa de su amigo ceso.

–¿Alan?

–Quiero ir al baño– su voz era apagada como si de repente le hubiesen dado una muy mala
noticia.

–¿Estas bien?

–No– una voz quebrantada como si se fuera a echar a llorar allí mismo. La mandíbula la tenía
apretada y los ojos enfocados en el suelo– ¿Puedes hacer algo por mi?– Leandro escucho la
petición de un borracho– Tráelo.

–¿Qué…?

–Trae a Mario, tráelo aquí conmigo. Lo necesito– melancolía y tristeza tenía su voz.

–Lo traería si supiera donde esta– dijo Leandro entrando en el baño. Alan se tambaleaba– si
me dices donde se encuentra iré a buscarlo ¿Lo sabes Alan? ¿Sabes donde esta?– el castaño
pensaba que si se lo peguntaba borracho probablemente le diría la verdad de lo que había
sucedido así que estaba dispuesto a escuchar las locuras de un borracho si así podía sacar
información. Alan se torno más taciturno, llego a gatas hasta el inodoro y apoyo su frente en la
tapa.

–Es que no puedo llamar.

– ¿Tienes su número?– se sorprendió un poco, el rubio no le presto atención y en cambio


susurró derrotado un lastimero:
–No puedo llamar– luego empezó a vomitar. Leandro suspiro derrotado, lo dejo un momento
para ir a la cocina por unos paños y agua; Alan apestaba y seguramente haría un desastre en el
baño, cuando regreso se encontró a un Alan dormido abrazando el inodoro.

“Genial” pensó irritado. Le quito la ropa hasta dejarlo solo en ropa interior y lo llevo hasta la
cama donde dormía para que descansase y por si acaso cerró la puerta de ese cuarto con llave
por si Alan se levantaba a media madrugada aun borracho.

-:-

Encendió la cafetera, coloco los ingredientes necesarios y espero a que el café estuviera listo
pero su mente estaba en otro sitio. Cerró los ojos un momento, anoche no había podido
dormir bien después de aquella visita nocturna.

“¿Qué pensara tu amado Luis si supiera tu secreto? ¿Si supiera el secreto que guardan los
gemelos? ¿Qué harías si destapo el velo que cubre tus mentiras? Las mentiras de ambos,
porque los dos son unos mentirosos”

Esas palabras resonaban una y otra vez en su cabeza. Estaban torturándolo. Se cubrió el rostro
con una mano, como deseaba que sus problemas desapareciesen por arte de magia, seria tan
magnifico no tener nada que ocultar, nada que esconder, nada que guardar. Los secretos del
corazón eran como veneno, como una piedra sobre sus talones en medio de arenas
movedizas, una piedra que lo hundía cada vez más y no hallaba como salir de allí.

–¿Aarón?– dio un respingo cuando Luis le coloco la mano sobre su hombro– Lo siento, te
asuste.

–No pasa nada– le miro unos segundos y después volvió a fijar su vista en la cafetera; el café
casi estaba listo. Luis en cambio lo miraba fijamente, algo preocupado por el semblante
afligido que tenía su, ahora, pareja.

–¿Seguro que estas bien?– lo miro de arriba hacia abajo y viceversa y se detuvo en una zona
especifica– ¿Te duele y estas enojado por eso?– los colores se le subieron a la cabeza al
muchacho quien olvido momentáneamente los problema que tenía– Lamento si fui brusco
anoche, yo…
–¡Cállate! Yo estoy perfectamente bien– si, era verdad; había amanecido con dolor pero nunca
lo iba a admitir mientras viviera, no le iba a dar el gusto a ese cavernícola para que después
anduviera molestándolo y burlándose de él, además de que eso seguramente elevaría su ego
masculino y no estaba dispuesto a saciar ese ego estúpido que tenía Luis.

“Todo macho alfa necesita que lo idolatren de vez en cuando”

Maldito ególatra. Lo miro detenidamente contemplando sus no muy particulares ojos cafés, y
su rostro tosco que alguna gracia tenía, pero que en ese momento no la hallo. Aun seguía sin
saber que era lo que le gustaba de él. Luis por su parte le miraba confundido sin saber que era
lo que le pasaba al pelirrojo.

–Toma tu café– le entrego una taza de porcelana– ahora vete a trabajar.

–Valla, que romántico eres– dijo de manera monótona, con su voz decorada por sarcasmo. El
muchacho no le puso cuidado y se alejo de allí pero antes dijo:

–Luis, deberíamos cambiar las cerraduras– aquello lo tomo completamente con la guardia
baja, tanto que lo dejo pestañeando y desconcertado.

–¿Qué…?

–Las cerraduras, hay que cambiarlas– no dijo más y se fue al cuarto. Luis se quedo aun más
desconcertado ¿Por qué tenían que cambiar las cerraduras? Es decir, estaban en perfecto
estado y no causaban problemas así que no entendía la razón de ser.

Suspiro notablemente, nunca comprendería lo que ese chico pensaba.

-:-

Le preocupaba un poco que ahora Leandro no se fuera y no se vendría con ellos, es decir,
ahora había pasado a séptimo grado y Luis a octavo así que ya no eran camisas blancas sino
camisas azules (1) mientras que Leandro aun iba en cuarto grado. Era lógico, él era mucho
menor que ellos dos pero significaba que ya no iban a ir al mismo instituto y eso conllevaba a
que se tendrían que separar. Durante los últimos años siempre iban los tres juntos a la
primaria pero luego Luis paso a séptimo grado, la secundaria, y quedaron ellos dos yendo a la
primaria y ahora, después de un año, Santiago también pasaba a la secundaria y quedaba
Leandro solo. Eso le angustiaba un poco pero al parecer solamente a él, Luis estaba de lo más
tranquilo y sus padres también, su hermano por otra parte no parecía importarle mucho esa
situación.

–No te preocupes por eso Santiago– le había dicho el menor mientras garabateaba con colores
sobre una hoja blanca– puedo ir yo solo, tengo amigos en la escuela–aquella aclaración hizo
que el corazón de Santiago se encogiera– y también tengo a Susana. Ella vive cerca de aquí.

– ¿Susana? ¿Quién es Susana?

–Es la novia de Leandrito ¿Qué te parece?– era Luis y miraba burlonamente al menor, este lo
fulmino con la mirada.

–No es mi novia.

– ¿Dije novia? Oh perdón, quise decir futura novia– el mayor se echo a reír y Leandro se puso
colorado. Santiago en cambio frunció el ceño; no le gustaba que las cosas cambiasen.

–No me gusta el nombre de Susana– dijo malhumorado.

–Y a mi no me gusta esa niña– Luis también frunció el ceño– puedes creerlo, es una niña mala,
le amarro bolsas de plástico en los pies a mi gato ¡esa niña es una endemoniada!

Justo en ese momento tocaban el timbre. Santiago fue a abrir la puerta y fue cuando la vio; los
cabellos ondulados que caían graciosamente sobre sus hombros, los ojos claros como el agua
que lo miraban inquisidora mente y lo enana que era comparado con él.

– ¿Esta Leandro?– su voz suave resonó y él supo que era ella, la niña de la que hablaba Luis.

–No esta– respondió sin ninguna entonación particular en su voz, con expresión plana.

–Oh...– se lamento la niña, el nombrado fue hasta la puerta.


–¡Santiago no seas mentiroso!– reclamo molesto, luego miro a su amiga– Vamos a jugar– y se
marcho sin quiera decirle adiós. El rubio se quedo varado en la puerta mirando con un
semblante inescrutable como se alejaba su hermano con aquella niña.

–¿Pasa algo malo?– Luis miro donde miraba su hermana y no vio nada extraño. Miro a su
hermano– ¿Santi?

–No me pasa nada– sus labios formaban una línea recta; lo que sucedía era que su mundo se
estaba ampliando y eso lo entristecía.

–Despierta– una voz lejana– despierta hombre.

Que este vivo. Que este vivo. Que este vivo.

Pensó mientras abría los ojos. Tal vez lo que pensaba era una oración. Miro a la persona que lo
despertaba. Era Viana. Sin darle tiempo a hablar se levanto rápidamente.

– ¿A donde vas?

Que este vivo, por favor. Que este vivo.

Entro a la habitación y observo que el chico que esperaba un corazón dormía tranquilamente.

Respiro aliviado.

Esta vivo.

No había querido pasar la noche en su apartamento por miedo a que algo malo sucediese así
que decidió descansar en el hospital, dormir un rato en una silla por si se presentaba una
emergencia, después de todo el hospital era su segunda casa; se la pasaba más allí que con sus
parientes queridos.
También era un modo de distraerse y mantener ocupada la mente en otras cosas.

–Por un momento pensé que ibas a ir a vomitar– ella llego a su lado y miro al niño que dormía.

–Pensé que me ibas a despertar si se presentaba alguna emergencia– comento malhumorado.


Se había despertado asustando pensando que algo grave había ocurrido y se encontraba con
un niño dormido plácidamente. Se masajeo el cuello; apenas había dormido un par de horas,
suponía que eso era suficiente.

–¿Y quien te dijo que no había una emergencia?– replico tranquila– hubo un accidente y han
llegado muchos heridos, así que tu trabajo espera– señalo con el dedo pulgar el pasillo para
dirigirse a la sala de emergencia. El rubio se mostró inseguro, no porque no supiera como
resolver una situación así sino porque no se sentía bien dejando al niño solo–Yo lo cuidare–
dijo como si supera lo que pensaba– Ve y haz tu trabajo. Si lo haces bien podrás estar aquí, y se
que lo harás muy bien.

–Cierto, se trata de mí. No hay manera de que no haga algo bien— dijo con autosuficiencia.
Viana rodó los ojos.

–Santo Dios– dijo cansada– ya vete.

-:-

Hizo unos panques redonditos (los panques no podía y no debían de quedar cuadrados) y
luego puso cada uno en un plato, con chocolate derretidos le hizo un par de puntos a cada uno
que eran los ojos y luego dibujo una curva en la parte inferior que simulaba ser una sonrisa, en
general había dibujado una carita feliz. Procedió después a lavar y cortas unas fresas por la
mitad y las coloco alrededor de los panques para simular que eran rayos. Sonrío ante su obra
de arte terminada: había hecho un sol comestible. Vale, el sabía que los rayos no eran rosados
como las fresas ni mucho menos que el sol tenía una carita feliz hecha de chocolate pero ese
era un desayuno para niños y los desayunos de los niños debían de ser divertidos.

–Aquí tienes Mariana– le puso en la mesa el plato con su sol comestible, también le puso uno a
su sobrino. El castaño abrió la nevera y saco un cartón de leche de un litro, sirvió en los vasos y
le dio uno a cada uno. Se sentó al lado del bebe para darle de comer – ¿Qué pasa, no te
gusta?– pregunto curioso al ver que su sobrina no comía y lo miraba enfadado.
–¡Tío así no era!– reclamo. Leandro miro el plato de comida ¿acaso había hecho mal el platillo
favorito de su sobrina? – ¡Tienes que ponerte la corona!– ah, cierto ¡La corona! Busco con su
vista la corona de fantasía que Luis le había comprado para que Mariana fuera la reina, y que
ella, gustosamente, se la había emprestado hoy para que él fuera la princesa– ¡Y la leche tiene
que estar en tacitas de porcelana! – el castaño miro los vasos llenos de leches ¡que terrible
error había cometido! Asintiendo levemente se coloco de pie y cambio los vasos por unas
tacitas de porcelana (de fantasía) que había traído la niña para celebrar un desayuno alegre,
aprovecho para ponerse la corona, después de todo hoy le tocaba ser “la princesa” y se sentó
con una gran sonrisa.

– ¿Ahora si esta bien todo?– pregunto dulcemente. La niña asintió alegre.

–Ahora todo si esta muy bien, ¿cierto señorita Ariel?– la señorita Ariel era una elegante
muñeca de trapo, con el cabello de muchos colores y con los ojos azules descoloridos. Era su
muñeca favorita, la primera que había tenido en su corta vida– Sí, por supuesto que puede
empezar a comer, señorita Lucia. Discúlpeme usted la descortesía– La señorita Lucia era una
Barbie de enfermera. Leandro la miro unos momentos; en la mesa había varios juguetes, entre
ellos, la señorita Ariel y Lucia, después estaba el señor Jack que era un oso de peluche y Sir
Owen (no tenía ni idea de donde había sacado ese nombre la niña) que era un pirata con un
parche de color rojo en el ojo izquierdo.

–Mariana– llamo serenamente, la niña que tomaba un sorbo de la tacita de leche lo miro– ¿a
veces no te sientes sola?– la pequeña le sorprendió un poco la pregunta.

–A veces…–dijo en tono dulce– pero mamá viene a verme– eso sorprendió un poco al castaño.

– ¿Siempre la ves?

– No pero me gustaría verla siempre– eso no le extraño mucho, es decir, Mariana aun era una
niña pequeña, una niña muy inocente y según tenía entendido los niños podían ver cosas que
los adultos no podían porque los ojos de los niños no estaban mancillados con las cosas sucias
de este mundo. Suspiro un poco y miro a su alrededor con temor, su vista se fijo en un punto,
en la ventana, en la silueta femenina y taciturna que miraba la ciudad. Bajo la vista hasta la
taza de leche, como si con eso pudiera convencer a su mente que no había visto nada. Se oído
a si mismo y con resignación miro nuevamente hacia ese punto. Aun seguía allí, aun seguía en
silencio. ¿Estaría enojada con él? probablemente si. Durante los últimos días no se habían
hablado, así era mejor o eso pensaba Leandro.
–Dime Marianita, ¿Qué ves en la ventana?– pregunto, su voz tembló un poco a causa de la
angustia que le generaba esa presencia pero la niña no lo noto.

–Una ventana– contesto tímidamente. Leandro sonrió un poco por aquella inocencia.

–Si, hay una ventana pero aparte de eso ves otra cosa– él pensaba que si la niña veía lo mismo
que él entonces no estaba loco, o al menos no era cosa de su cabeza; una alucinación . Seria
algo más paranormal, no es como si eso ayudara mucho pero seguramente se sentiría mucho
más reconfortado.

– ¿Cortinas?– él rió en voz alta.

–Me refiero a que si vez a alguien allí, alguien humano– la niña miro nuevamente a la ventana,
buscando con la vista algún indicio de humano pero no vio nada más que cortinas.

–No tío, no veo nada– dijo decepcionada, pensaba que tal vez su tío le estaba poniendo un
acertijo o una adivinanza y ella estaba decepcionada de no ver lo que su tío si veía. Tal vez era
un juego y había perdido.

–Tranquila, no pasa nada– le sonrió para tranquilizarla pero en su interior también se sintió un
poco decepcionado.

–Buenos días– saludo Adrián soñoliento, acababa de despertarse y le dolía el cuerpo por
dormir de forma incomoda con Leandro en el sofá. La niña lo miro como si hubiera visto a Dios
y se bajo de la silla rápidamente y fue hasta su bolso. Luego regreso y empujo levemente a
Adrián para que se sentara al lado de su tío mientras decía.

– ¡Tu también, tu también tienes que desayunar algo divertido!– el pelirrojo no entendía nada
pero se dejo arrastrar por la niña. Se sentó al lado de Leandro en el comedor y enarco una ceja
cuando lo vio con una corona de princesa y una capa súper pequeña de color rosa. El castaño
le sonrió algo avergonzado– ¡tú serás el príncipe!– y le coloco una corona (también de
fantasía) sobre la cabeza y acabo por ponerle una capa súper pequeña de color azul rey–Ahora
puedes darle el besito de los buenos días, tío.

Leandro se puso nervioso, eso no era algo que iba a hacer delante de unos niños.

–No creo que eso sea buena idea Mariana– dijo cuidadosamente. La niña se desinflo un poco.
–Mi papi dice lo mismo cuando le pido que bese al muchacho bonito– hizo un mohín– los
príncipes besan a las princesas ¿Por qué no se pueden besar ustedes?

–Pues porque no esta bien hacer eso delante de unos niños.

– ¿Pero porque?– insistía enfadada– la gente en el parque si se besa, una vez una muchacha y
un muchacho se besaron mientras yo juagaba, se escuchaba como si estuvieran comiendo un
sándwich. La gente no creía que eso era malo ¿Por qué ustedes dos si?

–Es porque los dos somos hombres.

– ¿Y eso que tiene?

–Es que…– no pudo seguir defendiéndose, cuando Mariana hacia una pregunta quería una
respuesta concreta y no se detenía hasta conseguirla.

–Lo que pasa niña es que la gente es tonta– contesto Adrián llevándose un pedazo de fresa a la
boca– si quieren algo no lo toman porque les da miedo lo que diga la gente o les da pánico
lidiar todo el tiempo con esa situación–la niña no entendía nada– veras si tu quieres desayunar
dulces no te dejan ¿cierto? –Mariana asintió– ¿y eso porque?

–Porque me va a doler la pancita.

–Exacto, no lo haces porque te va a ocasionar molestias. Por eso tampoco la gente hace ciertas
cosas delante de la gente: porque les va a ocasionar problemas.

– ¿Los problemas son los dolores de pancita?- el pelirrojo asintió

–El dolor en este caso es la conciencia.

– No entiendo ¿mi tío no te besa porque va a dolerle la pancita?– Adrián rio en voz alta por
aquella concurrencia.
–Si, efectivamente Leandro no me besa porque no quiere tener dolor de panza todo el día.

En ese momento abrían la puerta del apartamento. Luis venía bien vestido, así con su corbata
bien hecha, el saco negro reluciente y el cabello peinado hacia atrás. El castaño tuvo ganas de
reírse; no es que su hermano se viera ridículo era solo que aquello parecía un disfraz. Detrás
de él venía Aarón, con su uniforme impecable y su bolso sobre los hombros. La niña al ver a
ambos corrió hasta ello.

– ¡Papi!– salto sobre Luis.

–Hola princesita ¿te divertiste con tu tío y su no-romántico novio?– ella asintió contenta,
mirándole con ojos brillosos.

– ¡Hoy entendí porque no quieres besar al muchacho bonito en el desayuno!

– ¿Ah si?– se extraño mucho– ¿y porque es?

– ¡Porque no quieres tener dolor de pancita todo el día!– esa era la respuesta más extraña que
había oído en su vida. Luis enarco la ceja, no comprendía que tenía que ver un dolor de barriga
con besar a la bella rebelde. Miro a su hermano buscando respuesta pero este le rehuyó la
mirada mientras que Adrián le sonreía cínicamente.

-:-

Estaba casi todo perfecto. Casi. El pastel preparado exclusivamente por su madre, las dieciséis
velas puestas en el pastel para celebrar sus dieciséis años. Su familia y sus mejores amigos
alrededor de la mesa cantándole un cumpleaños feliz. Los regalos que aguardaban cerca de él
y esperaban a ser abiertos. Sin embargo no se sentía feliz. No era porque no le habían
preparado una fiesta grande, él no era de esos que pedía una celebración tipo “Mi súper
dulces 16” que pasaban en MTV (2) (aunque le gustaría mucho tener una fiesta así) pero se
conformaba con el pastel que hacía su madre y los pocos pasapalos que repartían, eso era
suficiente y aun así hoy faltaba algo.

–¿No te gusta el pastel Santi– pregunto su madre al ver que el segundo de sus hijos no había
dado ni el primer bocado. Le había hecho su pastel favorito y estaba segura de que repetiría al
menos tres veces antes de quedar satisfecho. Pero la realidad era que no había comido ni un
bocado y lucia un rostro apesadumbrado.

– ¿Eh? ¡Ah si, por supuesto que me gusta pero no tengo mucho apetito!– se excuso pensativo.
Su madre suspiro un poco.

–De acuerdo, creeré eso entonces. Mira, llego tu abuela– ella se acerco a su nieto y le dio un
fuerte apretón, uno de esos abrazos que dan las abuelas. El rubio respondió gustoso, quería
mucho a su abuela, ella había sido su cómplice en muchas de sus travesuras.

–Así que dieciséis años eh ¿Qué tal las novias?

–Me llueven en todas partes abuela– respondió con orgullo. Estaba al tanto de su atractivo y
sobre el poder que este ejercía sobre las mujeres. Tenía un rostro con expresiones suaves
pero masculinas, los ojos azules enloquecían a muchas niñas y su cabello bordado en hilos de
oro estaba siempre reluciente. Además de su encantadora (y engatusadora) personalidad que
lo hacía casi irresistible.

–Ya me lo imagino– rio un poco, adoraba todos sus nietos especialmente a Santiago porque
había heredado sus ojos de colores. Sus otros nietos tenían colores claros pero era en
tonalidades de marrón/amarillo o de color miel pero solo Santi había sacado sus ojos azul
cielo, eran la cosa más azul que había visto en su vida– te noto triste ¿paso algo malo?

–Nada abuela, no pasa nada.

–Ese tono que utilizas me dice lo contrario– ella con sus ojos de águila y su intuición femenina
podía ver cuando alguno de ellos estaba metido en problemas, triste o enamorado– ven acá y
cuéntale a tu abuela lo que te aflige. Ya sabes que soy bien alcahueta con los secretos.

Santiago rio por primera vez en todo el día, era cierto que su abuela le tapaba muchas cosas y
su madre se exasperaba cuando cometía alguna travesura y su abuela lo sabia.

–De verdad que no es nada.

–Uh, esta bien. Si no me quieres contar esta bien– cerro los ojos dramáticamente y luego miro
al resto de las personas– iré a saludar a tus hermanos, veo a Luis pero ¿Dónde esta Leandro?
La mirada azul del rubio se torno frágil. Aquello era lo que le afligía: Leandro no estaba el día
de su cumpleaños. No entendía porque no estaba allí con él si era una fecha importante.
Según lo que le habían contado el menor había salido con Susana a quien sabe donde y desde
entonces no habían regresado. Pero eso no era lo peor, lo peor era que ni siquiera se había
acordado que hoy celebraba su cumpleaños, no lo había felicitado en todo el día, no le había
gastado bromas sucias y rastreras como la que se gastaban todos los años cuando alguno de
los tres cumplía años. Nada, simplemente se había comportado como si desconociera la fecha
de hoy. Y eso le dolía mucho.

–Me dijeron que fue al centro comercial con Susana–aquel nombre lo pronuncio con
desprecio.

–¿La niña que vive al lado?– Santi asintió ausente– valla, así que ya tiene novia. No me
sorprende que no este aquí si puede pasarla con una linda jovencita.

El alma se le escapó a Santiago en aquél instante…

–No es su novia. Son amigos.

–Ya veo– la abuela le miraba con sus ojos de águila– Aun falta para que termine la noche,
seguro que te felicita así que no te aflijas por eso.

–Si… –abajo la mirada sintiéndose estúpido por sentirse mal a causa de aquello. Seguramente
Leandro llegaría en cualquier momento y lo felicitaría o al menos le mandaría un msj
disculpándose pero ninguna de las dos cosas paso. Revisaba a cada rato su celular para ver si
había un nuevo mensaje pero solo había mensaje de chicas, de sus amigos del instituto pero
ninguno de su hermano menor. Probablemente se le habría descargado el celular. Se encontró
dirigiendo su mirada hacia la ventana para ver si lo veía venir pero afuera solo había oscuridad
y nada más. La ausencia deslucía demasiado el entorno y por primera vez suspiraba triste sin
alcanzar a determinar el motivo.

Peor se sintió cuando todos comenzaban a marcharse y su hermano nada que llegaba, nada
que le enviaba un mensaje.

–¿Le habrá pasado algo malo?– preguntaba a su madre preocupado, dispuesto a salir a
buscarlo a la calle.
–Relájate Santi, me envió un mensaje diciendo que iba a llegar tarde así que no te preocupes.

Aquellas palabras le perforaron el alma.

–¿Te envió un mensaje?

–Si, hace unos minutos.

Así que no se le había descargado el celular. Reviso nuevamente su celular con la esperanza de
encontrar un mensaje suyo pero no lo había.

Santiago, débil más allá de lo posible, se fue a su cuarto a dormir. Estaba triste y agotado,
rendirse a los brazos de Morfeo amortiguaría la tormenta que amenazaba con quebrarle el
pecho. Conto casi hasta mil para quedar dormido y al final lo logro; soñó con cosas muchos
más bonitas que su realidad; con chocolates, miel derretida en su paladar y una esponjosa
cama donde tenía uvas y demás frutas y una linda muchacha le daba las frutas en la boca como
si el fuera un dios.

–Santiago despierta– le movían el brazo. Gruño molesto, no quería despertar, quería seguir
siendo un dios del amor– vamos, ¡despierta!– abrió los ojos molesto, dispuesto a golpear a la
persona que había osado interrumpir sus dulces sueños (dormir bien era uno de los principales
ingredientes para verse bien según Tyra) pero cuando abrió los ojos, en frente suyo, observo
los ojos de miel de su hermano.

–Por fin despiertas. Tienes el sueño muy pesado– le comento con humor un Leandro de trece
años. Santi aun seguía sin habla– Ten, es tu regalo. Perdón por tardar tanto– le extendió una
cajita pequeña que estaba bien decorada. El rubio aun seguía perplejo. Se sentó en la cama, él
dormía en una litera, dormía en la parte de arriba y su hermano en la parte de abajo. Luis tenía
su propia cama pero todos dormían en la misma habitación. Miro al mayor de todos y vio que
dormía a pierna suelta, luego miro a Leandro y recibió la cajita que le entregaba. La abrió con
cuidado y parpadeo un par de veces: Era un reloj de Mickey Mouse. Recordó vagamente que
ese reloj lo quería cuando tenía doce años, lo había visto en el centro comercial y lo había
amado desde entonces pero era un reloj caro, costoso y no tenía como pagarlo. Al final lo
había olvidado y los años pasaron sin que recordara que alguna vez deseo un reloj de aquellos.
Pero ahora lo tenía allí, en sus manos y era suyo. Era su regalo de cumpleaños– Recordé que
querías uno. Aun no se si quieres uno pero un sueño hecho realidad es mejor que no tener
ninguno hecho.
Lo miro unos segundos; el rostro preocupado por si rechazaba el regalo, los labios en una línea
recta. Los ojos fijos en el reloj.

–Espero que no estés molesto por haber tardado tanto– le sonrió efectivamente nervioso.

¡Claro que estaba molesto! No lo había felicitado en todo el día, no había estado en la reunión
familiar ¡y ni siquiera le había mandado un puto mensaje! Quería regañarlo y recriminarle pero
verle allí sonriendo nervioso con el regalo en manos se la ponía difícil. Leandro siempre era
tan adorable aunque no se lo propusiera.

–De acuerdo, disculpas aceptadas pero que no vuelva a ocurrir.

–Si, si. Lo que digas. Por cierto Santiago– se acerco hasta quedar a escasos centímetros de su
rostro. Estaba tan cerca que el rubio pudo oler el aroma de la piel del otro, un aroma tan
intenso que casi podía olerlo sobre si mismo. Tan cerca que sentía el aliento rozarle la piel del
rostro. Tan cerca que sus narices casi rozaban

– Santi…– su voz misteriosa quedo retumbando en sus oídos y haciendo eco en su cabeza. Los
ojos de su hermano menor estaban fijos en los suyos con una seriedad que pocas veces tenía a
esa edad.

“Demasiado cerca” pensó nervioso.

No supo como reaccionar ante aquella peligrosa proximidad. Se quedo inmóvil, aturdido,
confundido sin saber que más hacer hasta que…

– ¡Feliz cumpleaños!– antes de que pudiera darse cuenta Leandro le asesto un huevo en la
cabeza, rompiéndoselo en el instante. Santi tardo unos segundos en reaccionar y dar cuenta
de lo que aquello implicaba ¡le habían partido en la cabeza un huevo podrido! La magia se
había ido y en cambio dio paso a la indignación.

–¡¡Leandro, me las vas a pagar!!


Suspiro notablemente mientras terminaba de coser la herida en el brazo de aquella muchacha.
Era bonita pero no tenía mucha cabeza para andar cortejando hoy. Ella se cubría los ojos con la
mano para evitar ver la sangre y la aguja traspasando su piel.

–Ya puedes abrir los ojos– informo sereno. Se destapo los ojos y noto que eran de un negro
azabache como su cabello, su piel era blanca en totalidad por lo cual el cabello y ojos negros
acentuaban su palidez tal como su ex amigo.

A lo lejos pudo observar que un par de hombres corpulentos agarraban a golpes a otro más
pequeño que ellos. Lo normal seria salir corriendo hacia ellos y tratar de salvar a quien
golpeaban pero si lo golpeaban era por una razón, es decir, esos hombres corpulentos no
parecían ladrones y no hacían algo por quitarle el morral, al contrario se lo estaban entregando
a la fuerza y lo golpeaban porque el joven no quería recibir el morral.

Cuando estuvo más cerca los hombres dejaron de golpearlo y se marcharon en un auto negro.
A quien golpeaba había quedado tendido en el suelo con la mochila cerca de él. Al llegar más
cerca noto que tenía la nariz ensangrentada y la mirada ausente.

–Límpiate. No das muy buen aspecto– dijo tendiéndole un pañuelo que solía cargar
(normalmente las mujeres amaban que el cargara todo el tiempo un pañuelo en el bolsillo
perfumado, decían que parecía más caballero) no le hacia mucha gracia que su pañuelo blanco
se llenara de sangre pero era lo mínimo que podía hacer por aquel desdichado.

–Gracias, hoy en día no hay muchos caballeros que lleven pañuelo– eso exactamente era lo
que decían sus admiradoras. Se limpio con cuidado. El rubio mientras tanto tomo el bolso y
decidió pasárselo pero al levantarlo un polvo blanco cayó al suelo. Se sorprendió.

“Drogas” pensó inquieto.

–Una vez que entras al negocio no puedes salir– le informo el joven tranquilo mientras tomaba
el bolso y agarraba lo poco que se había caído– no quería seguir vendiendo, por eso me
golpearon.
–Tengo entendido que los vendedores son personas expuestas a ese tipo de peligros, quienes
le compran conocen su cara y si no vende lo buscan para matarlo.

–Valla, si que estas informado– sonrió perezosamente– pero no pareces el tipo de persona que
ande metiéndose coca por la nariz, es decir, tienes una cara bonita y sonrisa impecable y esa
no es la cara de un adicto.

Sin darse cuenta empezaron a caminar uno al lado del otro. Santi iba a la universidad e
ignoraba hacia donde se dirigía el individuo que estaba a su lado.

–Nunca he consumido– admitió orgullosamente– No pretendo arruinar mi hermosa cara con


esa cosa– el otro se sorprendió un poco de la adoración que tenía el rubio para consigo mismo.
Eso era hasta cierto punto bueno.

–Entonces no deberías juntarte con gente como yo– dijo con humor señalando que ambos
caminaban juntos. Sonrió alegremente– ¡Es que soy una mala compañía!– se echo a reír y
después se froto el pañuelo blanco en la nariz para quitarse los restos de sangre– A propósito,
no le digas a la policía lo que hago– alzo la mochila donde estaba la mercancía– Me meteré en
problemas si lo haces– se suponía que aquello debía sonar a amenaza pero el joven lo había
dicho de una manera tan despreocupada que el rubio pensó que hablaban del clima y no de
drogas.

–¿Y pretendes hacer eso toda tu vida?

–Claro que no– respondió sin dejar su despreocupación de lado. Se colgó la mochila y cruzo sus
brazos tras su cuello y siguió caminando– Algún día me librare de esto, cabaré un hoyo en el
suelo y llegare hasta el polo norte, viviré en la nieve con los lobos, conoceré a pie grande y
seremos buenos amigos y entonces él me ayudara por si los malos llegan, como tendrá el pie
grande que yo supongo que tiene, entonces aplastara a mis enemigos. Comeremos perdices y
seremos felices por toda la eternidad.

–La gente normalmente cava un hoyo para ir a china– comento distraídamente.

–Es que no me gusta china. Los chinos son feos.

– ¿Y eso que tiene que ver?–enarco una ceja divertido por las concurrencias de ese extraño
muchacho– Si estas huyendo eso es lo que menos importa.
– ¡A mi si me importa! me gusta la gente bonita que vea bien.

– ¿Y quien dijo que los chinos no ven bien?

– ¡Pues yo lo digo! Tienen esos ojos muy chiquitos como para ver bien. Santo Dios, como
pueden tener esos ojos tan estirados. No me gusta, me asustan.

Santi rio a carcajadas por un buen rato. Definitivamente aquel individuo era alguien
completamente extraño, con unas ideas muy bizarras y unos sueños utópicos. Se rio hasta que
le dolió el estomago y tuvo que parar de caminar para contener la risa.

–Por cierto me llamo Lucas. Oviedo Lucas– le extendió la mano amistosamente– Y tu narcisista
¿Cómo te llamas?

–Santiago Torrealba– estrecharon sus manos. El rubio supo que seguramente serian buenos
amigos aunque el fuese una mala compañía, conocer el otro lado de la moneda no seria tan
mal; sus amigos eran de tipo mojigato que obedecían a sus padres en todo momento, alguno
que otro era bebedor, adicto a los juegos pero nada grave pero ahora si se había metido en
algo grave, es decir, ser amigo de un chico que vende drogas definitivamente no iba a traer
nada bueno.

-:-

Estaba a punto de salir. Iba tarde muy tarde. Faltaban cinco para las siete aunque no se
preocupaba mucho. Luis había ofrecido llevarlo en su nuevo y lujoso auto pero Leandro había
sugerido que no los dejara en frente del instituto. Seria raro que los gemelos y él bajaran de
un auto extraño; la gente sospecharía y lo que menos deseaba era que la gente sospechara
algo. Lo mejor era que los dejara a un par de cuadras del instituto, que los gemelos se
adelantaran y él se quedara un poco detrás para así llegar descoordinados. Era todo un plan
maestro o eso creía.

–¡Ey ábranme!!– el castaño se estaba colocando su reloj de muñeca cuando escucho a Alan
quejarse en el cuarto. Recordó que había cerrado la puerta con llave. Menos mal que su amigo
se había despertado antes de que se fuera o sino hubiese quedado encerrado en ese cuarto
hasta que volviera (o se acordara) de que había cerrado la puerta con llave.

Busco las llave y fue a abrirle. – Madre de Dios, pensé que era la habitación del pánico–
comento nervioso el rubio. Debido a la sorpresa de verse encerrado se le había olvidado
momentáneamente que cargaba resaca– ¿Por qué me encerraste?

–Porque anoche estabas borracho y no quería que salieras del cuarto y despertaras a los
niños– el rubio recordó que había bebido hasta perder la conciencia.

–¡Oh es verdad! ¿Y como llegue hasta aquí? No me digas amigo querido que fuiste tan gentil y
me fuiste a buscar al bar– sus ojos brillaban con adoración, casi como si estuviera ante dios.

–Ni que estuviera loco– dijo Leandro con petulancia– si hubiera ido a buscarte seria obvio que
te hubiera lanzado por un barranco antes de traerte aquí apestando a licor– su fantasía de
mejores amigos se cayo y en cambio una nube negra lanzo un rayo que lo electrocuto– llegaste
hasta aquí y no se como lo hiciste, así que hay que dar gracias a Dios por los pequeños
milagros– se termino de poner el reloj en la muñeca y busco su maletín que cargaba los
exámenes que haría hoy.– tu desayuno esta servido y guardado en el microondas, espero que
no hagas desastre. Nos vemos después.

Se marcho lentamente hacia la puerta. Afuera lo esperaba su hermano mayor y los gemelos.
No quiso mirar hacia atrás porque vería a un Alan con ojeras, con semblante triste y
apesadumbrado y entonces querría hacer muchas preguntas, exigir explicaciones y era obvio
que Alan no quería responder ninguna pregunta. Tampoco pregunto si estaba bien porque
también era obvio que no lo estaba. Lo mejor era darle su espacio y que ordenara el desastre
que había en su mente y que después él tranquilamente le hablase sobre ese tema. Había
cosas que era mejor no forzar y una de ella era la confianza.

–Gracias– dijo Alan una vez que el castaño se hubo marchado. Había pensando que Leandro lo
acribillaría con preguntas que no deseaba responder pero se había mostrado comprensivo y
flexible y eso lo aliviaba. Le estaba dando la oportunidad de hablar cuando quisiera.

Suspiro tristemente y se fue a acostar al mueble. Se acostó boca abajo. Le dolía a horrores la
cabeza y tenia ganas de vomitar.

“Gracias a Dios por los pequeños milagros” la voz de Leandro resonó en su cabeza. “Desearía
que hiciese un milagro más grande” pensó abatido “Desearía que me trajera a Mario”
Hundió su cabeza en el cojín del mueble y pensó en todas las cosas que le faltaban por hacer.

-:-

El sonido de las sirenas hacia eco en sus oídos, hacia que la adrenalina corriera a millón por
todo su cuerpo. La respiración agitada ante la emoción que experimentaba.

“¡Por fin!” pensó preso de la euforia. En sus manos sostenía una caba con hielo pero no era
una caba cualquiera, era una caba que contenía el corazón que salvaría al niño. Sintió ganas de
abrazar la caba y exclamar ¡Gracias Dios! Pero se contuvo. Se vio en la obligación de ir rezando
en el camino para que todo marchara bien. La operación se realizaría justo en el momento en
el que llegase al hospital; allá las enfermeras y doctores preparaban la sala de quirófano para
realizar el trasplante de corazón de inmediato.

Respiro profundo para calmarse, no debía dejar que los sentimientos guiaran su juicio. Su
mente debía permanecer equilibrada de modo que cuando realizara la operación estuviera
calmado. Nada podía salir mal.

Una discreta sonrisa se formo en sus labios; por fin haría algo bien.

Le habían ordenado lavar los platos, él detestaba hacer oficios pero sabia que era justo que, al
menos, una vez a la semana hiciera algún oficio de la casa. Se turnaban los oficios entre los
tres. Hoy le había tocado barrer, limpiar y pulir el piso a Luis; Leandro en cambio le tocaba
sacar el polvo a los adornos, arreglar las camas y limpiar el jardín y a él le había tocado lavar los
platos, limpiar la nevera y hacer el almuerzo.

–Valla, valla, valla– el rubio casi sintió una lozada caerle en la cabeza al saber quien había
entrado a la sala y lo había visto con un delantal puesto, guantes amarillos (para no arrugarse
las manos mientras lavaba) y haciendo oficios– nunca me imagine ver a mi nieto narcisista
haciendo deberes de la casa.

–Gracias a Dios que no conoces las redes sociales abuela, o sino ya me hubieras tomado una
foto en esta pose tan vergonzosa y la subirías a Facebook, ¡eso seria terrible para mi
reputación!– comento con indignación al recordar que su madre les obligaba a hacer los oficios
los domingos, ella no entendía que un príncipe como él no debía de ensuciarse las manos
lavando platos.

– ¿Y que hay de tus hermanos?– se sentó en una de las sillas del comedor mirando con cierta
diversión como su nieto pasaba la esponja llena de jabón en el plato cubierto de grasa.

–Hemos acordado que ninguno tomara una foto del otro. Es un pacto sagrado.

–Ya veo, por cierto ¿Por qué los guantes?– ella sabia la respuesta pero fastidiarlo era divertido.

–¡Abuela, como se te ocurre preguntar eso!– recrimino molesto– es totalmente obvio porque
llevo guantes, no pretendo que mis lustrosas y blancas manos se ensucien con grasa. Que asco,
imagina mis uñas sucias por eso. No, no, no, que terrible seria eso. Seria muy desgraciado si
permito que mis manos se llenen de gérmenes y grasa– siguió fregando los platos pero no por
eso paro de hablar– que tal que se me filtre la grasa de los platos por la piel y se me valla a la
cara– tembló ante esa idea– ¡No! ¡No quiero que mi cara se llene de puntos negros, de
espinillas llenas de esa masa asquerosa!

–Querido, la grasa no se filtra por la piel– replico con delicadeza pensando en lo absurdo que
aquello era. Se levanto y miro por la ventana hacia el jardín, su otro nieto limpiaba el jardín
con entusiasmo, había junto a él un niño pequeño, un niño pelirrojo de ojos verdes. Lo había
visto en un par de ocasiones y desde entonces estudiaba su comportamiento. No es como si
ella quisiera analizarlo, era simplemente que aquello era natural en ella, solía hacerlo sin darse
cuenta y cuando se percato de ello era muy tarde como para cambiar esa maña. Así que ahora
siendo más cociente de su análisis se permitía estudiar a fondo la situación.

Santiago todavía hablaba de la grasa…

–¡Con lo mucho que me cuido la cara seria inconcebible que se me dañara por culpa de lavar
platos, si fuera así denunciaría a mi mamá por esto…!– iba a seguir con su monologo pero se
dio cuenta de que su abuela no lo escuchaba. Aparto la vista de los platos y la enfoco en su
persona; miraba por la ventana con un aire pensativo. Termino de lavar el último plato, los
ordeno sobre la platera, se quito los guates y fue a ver que era lo que la entretenía tanto.

Al fijar su vista en el jardín comprobó que su hermano no estaba solo. Aquel niño que lo seguía
a todas partes estaba allí con él, tenía las mejillas rojas debido al sol y luchaba por arrancar una
mala hierba que había en el jardín. Leandro al ver lo que hacía se acerco a él y arranco la
hierba sin ningún esfuerzo, luego acaricio los cabellos rojillos del niño quien se dejo acariciar
cual gato mimoso mientras Leandro le sonreía. Después se quito la gorra de beisbol que
cargaba y se la coloco con delicadeza al chiquillo sobre la cabeza para así evitar que llevara sol.
No podía oír bien pero al parecer le había ordenado que fuera a la sombra y que no llevara
más sol pero el niño terco le decía que no, que quería ayudar y se puso a arrancar más montes
de la suave grama mientras el castaño le miraba con ternura.

Santiago se obligo a si mismo a apartar la vista de aquella escena. Una inmensa oleada de
tristeza inundo de pronto su corazón.

–Esperemos que la espera no sea tan larga

–¿Qué…?– las repentinas palabras de su abuela lo sacaron de sus pensamientos. No entendía


que quería decir con eso.

–La espera querido, la espera– señalaba con el dedo a Leandro. Pero el rubio seguía sin
comprender.

–No entiendo– su abuela suspiro un poco antes de explicar calmadamente.

–Lo que pasa es que ahora no puede acercarse porque Elías esta muy pequeño, Leandro tiene
que esperar algunos años– de pronto Santiago lo comprendió todo. Con un clic mágico la
circunstancia tomo forma y ante el impacto solo atino a abrir muy grande los ojos. ¡Aquello no
podía ser verdad!

–¿Me estas diciendo...–empezó a decir con dificultad y algo sofocado– que Leandro esta
esperando a que ese niño crezca para poder acercarse de la manera que desea?–trago saliva–
es decir ¿de manera romántica?

–Pues es lo que ha prometido tu hermano, prometió esperar a Elías (3) y si lo prometió lo


cumplirá, ya sabes que tu hermano es de eso que son de palabra de honor.

Quiso replicar que aquello era insano, algo enfermizo y que alguien debía de hacer algo para
impedir aquello. Algo así como el clásico “¡Yo me opongo”! que salía en las novelas cuando
alguien se iba a casar. Algo así debía de pasar o sino aquello que sucedía con su hermano
menor se iba a volver algo comprometedor. Pero nada salió de sus labios, estaba tan
impactado por aquella revelación que solo pudo pensar que su hermano si se iría con aquel
chiquillo y que seguramente no le importaría mucho lo que dijera porque aun así haría lo que
iba a hacer.
Lo vio claramente; Leandro cumpliría su promesa.

–¿Te pasa algo Santi?– pregunto su abuela al ver que había dejado de hablar, de repente su
rostro había pasado de sorpresa a un rostro apesadumbrado.

–No me pasa nada abuela– respondió, había querido que su voz sonara firme y decidida pero
no lo había hecho. Su voz había sonado débil, apagada y rota. No pudo evitarlo, se sentía
profundamente herido y desconocía la razón. Le dolía la cabeza, le escocían los ojos, le
temblaban las piernas pero más que todo le dolía el corazón.

Respiro hondo para calmar sus emociones y se alejo de aquella escena. Cogió un trapo de la
cocina sin importarle ensuciarse las manos y empezó a limpiar la mesa donde minutos antes
almorzaban todos.

–¿Santi?– su abuela le miro fijamente durante varios minutos, sin decir nada, sin hacer nada
más que mirarlo hasta que por fin consiguió ver lo que vio aquella noche cuando su nieto
cumplía dieciséis años– En cuanto a sentimientos se trata tu eres el más transparente de los
tres.

–¿Eh?– ella le dio una palmadita en la espalda y se marcho dejándolo mucho más confundido
de lo que ya estaba.

Finalmente habían llegado al hospital se abajo con prisa pero llevando siempre con cuidado la
caba que tenía en sus manos, se la entrego pronto a otro personal que se encargaría de
realizar la inspección rutinaria antes de llevarla a quirófano mientras él se alistaba para la
operación. Estaba más que seguro que aquel corazón seria compatible con su paciente. Se
dirigió rápidamente al cuarto para cambiarse. Estaba entusiasmado y eso se notaba en cada
paso que daba. Haría algo bien, hoy haría esa operación y la realizaría con éxito.

Justo cuando iba a ponerse el tapaboca sonó su celular. Lo busco en medio de sus
pertenencias y hablo.
–¿Qué pasa Luis? No tengo mucho tiempo para hablar, estoy a punto de hacer una operación
así que habla– no lo había dicho con un tono autoritario sino con la prisa de alguien que se va a
comer un helado de mantecado.

–Ya veo, se te nota el entusiasmo. Mira te llamo porque Gabriel me tiene harto con eso de que
visites a su madre, ya sabes que esta muy enferma– comento diestramente– me dijo que hablo
contigo ayer pero ya sabes como se pone de insoportable cuando se trata de su familia– de
repente le invadió una amargura, no porque le molestase ir a revisar a la madre de Gabriel sino
porque el pelinegro era un gran amigo de la familia, protector con sus familiares y bondadoso,
Gabriel era un alma inocente que de repente se veía en el ojo del huracán a causa de su prima
muerta. ¿Qué pasaría si Gabriel se llegase a enterar que Luis, Leandro y especialmente él
estaban implicados en el asesinato de su prima Susana? ¿Seguiría mostrándose tan gentil
como lo había sido siempre? ¿O cambiaria a una postura más hostil aun cuando le explicaran
los hechos de la situación? Aunque seguramente le explicarían lo que habían presenciado los
tres y no como realmente las cosas habían sucedido, es decir, muy pocas personas conocían lo
que él había hecho en el pasado, después de todo estaba mucho más implicado en la adicción
de Susana de lo que lo que Leandro imaginaba.

Sacudió su cabeza espantando aquello recuerdo. Lo que había sucedido quedaba en secreto,
nadie podía saberlo. Era un secreto de familia, irían a la cárcel si se llegaba a descubrir todo.

–¿Santiago?– del otro lado de la línea Luis seguía esperando una respuesta.

–Quedamos en que el martes iría a verla. La fecha no ha cambiado– dijo recuperando su habla
habitual– tengo que irme, hablamos luego– colgó antes de que su hermano hablara. Respiro
hondo. Debía estar calmado, estaba a punto de realizar una operación.

“Cálmate Santiago, cálmate” se dijo así mismo. En aquel instante una enfermera entraba a la
habitación.

–Disculpe doctor– dijo con cierta timidez– esta tarde ha llegado esto para usted– le entrego un
estuche. El rubio miro aquel objeto extrañado.

–¿Quién lo ha traído?– pregunto tranquilo mientras tomaba el objeto y lo miraba con


curiosidad.

–La persona que ha traído esto no ha dicho su nombre. No sabemos quien pero dijo que
debíamos entregarle esto– ella se retiro de allí mientas Santiago olvidaba por un momento la
prisa que llevaba por realizar la operación. Movido por la curiosidad abrió el estuche que
estaba atado con un hermoso lazo azul.

“Como el color de mis ojos” pensó con humor al desatar la cinta. Lo que vio adentro lo dejo
helado.

Con manos temblorosas extrajo con cuidado la cadena de oro. Una cadena que conocía muy
bien y que tenía el dije de la virgen Maria.

“¿que… significa esto…?”

Esa cadena no podía estar allí. Eso no era posible. No, no era posible ¡era imposible que
precisamente esa cadena de oro estuviera en sus manos!

Sabia que fumar era malo para la salud pero un cigarro de vez en cuando no le hacia daño a
nadie, muy pocas veces lo había hecho y eso pasaba solo cuando estaba demasiado estresado.
Expulso lentamente el humo por su boca mientras miraba a los demás invitados. Estaba en una
fiesta, eso no era extraño, le encantaban las rumbas donde había mujeres y música de por
medio, sería mentiría si dijera que el alcohol no le fascinaba porque si lo hacia, ya era mayor
de edad así que no estaba rompiendo ninguna regla.

Tiro el cigarrillo al suelo y lo piso con la punta del zapato. Miro nuevamente a los invitados,
especialmente a dos invitados que bailaban juntos. Estaba levemente molesto, para ser
sincero estaba muy, pero muy molesto ¿A quien quería engañar? En realidad estaba
encabronado. Frunció el ceño y sintió ganas de fumarse un nuevo cigarrillo pero no lo hizo, el
cigarrillo causaba manchas en la piel, mal aliento, y un envejecimiento prematuro y por
supuesto que él no quería tener arrugas en su cara a la temprana edad de diecinueve años.
Además de traer consigo otras enfermedades, era estudiante de medicina y conocía lo
suficiente como para detenerse ahora mismo.

Desvió la vista de aquella pareja y la enfoco en la fiesta en general; una de esas que solían
hacerse cuando un amigo prestaba la casa y los demás traían los alimentos y él alcohol, la
mayoría, por supuesto, había traído licor y cosas para tontear. No era una fiesta muy sana pero
tampoco una fiesta llena de perversión. Si, era cierto, había parejas que se filtraban hacia los
cuartos y se desvestían, chicos con chicos que se metían en los baños para hacer cosas sucias,
gente que traía escondido en los bolsillos cocaína o algún arma ilegal. Aquello solía pasar solo
que pocas personas se daban cuenta.

– ¿Por qué tan solo?– una linda chicas de ojos café se había acercado a él y le ofrecía un vaso
de aguardiente. Santi lo tomo cociente del motivo de aquella pregunta; estaba solo en una
esquina de la fiesta, apartados de todo y eso era extraño. Él con su linda y atractiva apariencia
nunca le faltaba pareja, fuera a donde fuera solía llamar la atención y eso a él no le molestaba,
de hecho eso alimentaba su ego masculino pero esa noche era la excepción; había rechazado
la mayoría de las mujeres que se acercaban con fines pasionales y románticos. Realmente no
estaba de humor para eso, ni para licor ni para nada. Estaba irritado y molesto.

–La soledad de vez en cuando es buena– dijo seriamente, sin un ápice de humor o coquetería.

–Veo que estas de mal humor– la chica suspiro entristecida– entonces te dejo solo para que
disfrutes de tu soledad– y se marcho porque ella era muy digna.

–Haber, ¿Qué le pasa al rey de los narcisistas?– pregunto Lucas acercándose a él. Había notado
que su amigo estaba alejado de la fiesta y se había refugiado en una burbuja de soledad. No
entendía a que venia esa actitud cuando Santiago era uno de primeros parranderos de la clase.

–Otro más que quiere fastidiarme.

–Uy que mal humor– dijo sonriendo, realmente el rubio andaba de muy malas pulgas– ¿Qué es
lo que te ha irritado tanto?– solo recibió silencio y en cambio la vista del rubio se dirigió a la
pista de baile– ¿Leandro y Susana? ¿Qué pasa con ellos?

–Nada– suspiro cansado sin conocer los fundamentos de aquel enojo– quiero que hagas algo
por mi– el pelinegro le miro curioso– quiero que le ofrezcas de esa cosa que siempre llevas a la
chica– esa noche había pensado mucho en aquello y había decidido que si quería que se fuera.

– ¿Qué…?

–Ya me oíste.

–De acuerdo pero tienes que decirme el motivo por el cual quieres que yo haga esto– se
recostó en la pared y dio un sorbo a la cerveza. No estaba alterado por aquella petición,
aquello era mucho más frecuente de lo que su amigo imaginaba pero nunca imagino que seria
Santiago quien le pidiese que drogase a alguien.

“¿Sera que se la quiere tirar?” había pensado divertido mirando a la chica. Era simpática, con
unos lindos ojos azules y un cabello largo con muchas ondas. Y sin embargo la idea le resultaba
absurda; Santiago era atractivo y no necesitaba esos métodos para ligarse a alguien.

–Solo hazlo– suspiro frustrado, Santiago no le decía nada. Bien, entonces no haría más
preguntas. Dejo la cerveza a un lado y se acerco a la encantadora pareja para ofrecerles un
polvo mágico salido del saco de Peter Pan que les proporcionaría un pase para ir al mundo de
nunca jamás.

Durante los días siguientes el rubio le insistía en que siguiera ofreciéndole aquello a la chica.
Por supuesto lo había hecho a escondida, donde Leandro no se enterara, no quería que lo
volvieran a estrangular y es que cuando le ofreció aquel polvo mágico también se lo ofreció a
Leandro y Santiago casi lo esnuca al enterarse de aquello. El pelinegro se toco el cuello, vale
que Santiago nunca había especificado que solo a Susana debía ofrecerle. Suspiro cansado, no
entendía el motivo de hacer aquello. Era absurdo.

El rubio recibía todos los días noticias de lo que hacia Lucas. Una parte de él le decía que hacia
mal y entonces se arrepentía, la conciencia hacia su trabajo y no le dejaba dormir en las
noches. Pero la otra parte de él, esa que estaba enojada, frustrada sin motivo alguno le decía
que no parara, que llegara hasta donde debía de llegar. Era un sentimiento que se negaba a
marcharse. Se metía en su piel y le quemaba por dentro y la única manera de aliviarlo era
haciendo aquello, era como si la tormenta dentro de él se mitigara un poco.

–Mira Santi, yo no puedo andar regalando mercancía así por así– había dicho Lucas algo
cansado del jueguito– necesito dinero que sustituya lo que le doy a esa chica.

–De acuerdo, de acuerdo– dijo distraído “¡Si que soy un bastardo!” pensó molesto al ver que ni
la falta de dinero impediría llevar acabo aquello– Ten– se quito la cadena de oro que siempre
llevaba consigo. Una cadena que tenía desde que era niño. Le dolió desprenderse de ese
objeto pero era necesario– Con esto tienes algo ¿no?– el pelinegro asintió, tomo la cadena y la
miro unos segundos. Era una cadena muy bonita y era una lastima que se fuera a perder. Miro
nuevamente a su amigo, al final había llegado a una conclusión y quería corroborar si su teoría
era cierta.

–Al principio pensé ella te había rechazado y que la drogabas porque querías tirártela–
comento cuidadosamente. La expresión de Santiago fue de asco– que una vez que lo hicieras
ya no tendrías motivo para estar enfadado pero han pasado varios meses y no has hecho nada
de nada.

–Menuda tontería se te ha ocurrido– dijo molesto ¿Susana con él? le dio escalofríos de solo
imaginarlo.

–No se me ocurría otra cosa hasta ayer cuando casi te da un infarto al ver que había una
llamada perdida de tu hermano

–Por supuesto que me altere, tal vez una cosa mala había pasado y yo no me enterado– dijo
como si nada mientras abría el paquete de maní y saboreaba uno. Lucas también había
pensado lo mismo pero había algo diferente; siempre que llamaba su madre, su padre o Luis se
tornaba bastante tranquilo pero cuando se trataba de su otro hermano se emocionaba y casi
saltaba de alegría al recibir un mensaje suyo.

–Me parece que no te has dado cuenta y no se si sea correcto que te lo diga– el rubio le
miraba confundido– Dime Santi ¿Qué opinas de Leandro?

– ¿Que qué opino de mi hermano?–no entendía a que venia esa pregunta– pues es una gran
persona, inteligente, muy educado, con mucha imaginación y sincero cuando algo le molesta.

–Bien, ¿y que pensaría si te dijera que hay una chica que esta interesada en tu hermano de
forma pasional?– su rostro desconcertado paso a uno lleno de molestia, esa oleada de
sentimientos oscuro invadió su pecho. Su corazón se estrujo y siguió palpitando lleno de
frustración, preocupación y rabia.

–Pues si esa chica se acerca a mí para pedir el número de Leandro nunca se lo daría– respondió
con voz oscura y plana.

– ¿Por qué no?

– ¡Por que no! ¡No es digna de estar a su lado!– mascullo irritado, apretando los puños.

– ¿Como sabes que no es digna? Es decir, no te he dicho quien es. Seguro que es una buena
muchacha.
–No me interesa si es buena o mala ¡No la quiero cerca de mi hermano!– se adelanto con
pasos firmes, la mandíbula apretada y los ojos azules centellaban llenos de ira.

–Santiago, espera– pidió con voz calmada. No se había inmutado ante aquel huracán de
emociones, de hecho se había esperado aquella reacción. El rubio se detuvo y lo miro
desafiante, dándole a entender que hablara de una buena vez– ¿a ti te gusta tu hermano?– la
pregunta lo pillo desprevenido. Santiago lo miro sorprendido en un principio y luego paso al
horror.

–¡¿Qué clase de pregunta es esa?! ¡A mi no puede gustarme, es mi hermano, sangre de mi


sangre!– el pelinegro se metió las manos en el bolsillo y se encogió de hombros.

–Pues a mi si me parece que si te gusta. En los meses que hemos sido amigos he advertido
que la mayoría de nuestras conversaciones giran en tornó a él, siempre le das prioridad por
sobre todo las cosas, te fascina cuando te escribe e incluso en más de una ocasión me has
dicho que te gusta como se viste– enumero calmadamente mientras Santi se sentía
acorralado– es más cuando Susana, Elías o alguna otra chica esta cerca de Leandro te mueres
de celos.

¡Celos!

Finalmente una palabra que describía muy bien lo que sentía pero eso significaba que… No ¡No
podía ser, era imposible! Se sintió mareado, desorientado ante aquella revelación. Él no era
estúpido y podía reconocer perfectamente que ese sentimiento reconfortante, cálido y que le
hacia sonreír como idiota cada vez que pensaba, hablaba o convivía con Leandro era…

Era porque…

Porque…

Le gustaba Leandro

“¡No es posible!”

Cuando llego a su casa aun se sentía perdido. Totalmente aturdido por lo que había
descubierto. Estaba tan nervioso y alterado que probablemente vomitaría, se cubrió la boca
dispuesto a ir al baño.
–¡Ah! Santiago, menos mal que llegaste– se sobresalto al oír esa voz– necesito ir a hacer un
trabajo a casa de un amigo y no quiero dejar la casa sola– se acerco a él– mamá salió y no ha
regresado y no tengo llaves para cerrar la puerta con seguro– el rubio lo sintió acercarse, se
puso blanco para después sentir como la sangre se agolpaba en su rostro– ¿estas bien?

–Si, por supuesto. Como no iba a estarlo– respondió con una sonrisita nerviosa pero sin
mirarlo a la cara. No se atrevió a ver a aquellos preciosos ojos color miel. Ahora que era
consciente de la atracción que sentía por él, no tenía ni idea de como iba lograr ocultarlo.

–Doctor, le están esperando– salió de su ensoñación y miro desconcertado a la persona frente


de si– la operación doctor – le recordó su colega.

– ¿Eh? ¡Ah, si por supuesto!– las manos aun le temblaban por tener aquel collar en sus manos.
Con le mismo cuidado con que lo extrajo lo guardo, sin creer que aquello que perdió hace ocho
año estuviera de regreso.

“Dios hace que el pasado se repita” (4) recordó con temor una frase que su abuela
constantemente le decía y que aparecía en la biblia.

Ya se había puesto el kimono (5) y la cofia azul, el cubreboca aun no se lo había puesto pero
colgaba en su cuello. Mientras caminaba hacia el quirófano se lo coloco. Llego a la sala
quirúrgica y como lo dictaban las normas se lavo las manos primero, duro varios minutos
enjabonándoselas una y otra vez, una y otra vez y así hasta que sus manos le dolían con la
fricción con las que la lavaba. Cuando termino finalmente alzo las manos en el aire de modo
que no tocara nada para así no tener agentes contaminantes. Una enfermera se acerco a él;
con cuidado extendió la bata de quirófano y se la ayudo a poner, luego le coloco los guantes de
látex. Ahora ya estaba listo para proceder a hacer la intervención quirúrgica. Dentro de la sala
lo esperaban el primer ayudante, segundo ayudante, la enfermera de quirófano, el anestesista
y la instrumentadora.

Acostado sobre la camilla el chico permanecía inconsciente.

Respiro profundo, la vida de ese niño estaba en sus manos.


Se había graduado de la academia de medicina y hacia muy poco había logrado completar su
especialidad: Cardiología. Y el hospital solía servir de escuela para los principiantes en
medicina. Por supuesto que él muchas veces había estado presente en una operación, había
sido residente y por tanto había realizado operaciones el mismo bajo la supervisión de sus
tutores pero luego que se graduó y obtuvo su titulo. Sus tutores no le supervisaban y las
operaciones que realizaba quedaban bajo su estricta responsabilidad, de eso ya había hecho
tres intervenciones quirúrgicas sin supervisión de sus superiores y se sentía orgulloso de llevar
con éxito su carrera. Se dijo así mismo que si podía realizar la operación, antes lo había hecho
así que no había porque dudar.

La enfermera instrumentista obedeció cuando él pidió el primer instrumento para realizar la


incisión a lo largo del esternón. Trato de poner su mente en blanco a la hora de pasar el bisturí
y dejar expuesto el mediastino.

“Vamos Santiago concéntrate” se dijo “deja de pensar en el pasado”

Los grillos cantaban cada vez con más prisa, era un sonido confortador aunque a veces no le
dejaban dormir y entonces los perseguía por toda la casa para sacarlos pero justo ahora ese
cantar era el que lo recibía en su casa.

– ¡Nos vemos el lunes!– le dijo una muchacha con voz cantarina. Había sido tan amable de
traerlo a su casa, él había querido tomar un taxi porque se supone que un caballero es el que
debe llevar a una dama en su carruaje no al revés, pero lastimosamente el no tenía carro ni
carruaje, ella en cambio si. Muchos estudiantes de medicina tenían autos caros, celulares
importados y solían ser niños de mami y de papi quienes le habían comprando el cupo dentro
del decanato. Él en cambio había tenido que estudiar mucho, tener noches en vela y
memorizarse los libros que poseía de medicina para poder pasar el examen de admisión y lo
había logrado, tal vez no con la mayor nota pero si pasando por sus propios méritos. Eso le
llenaba de orgullo porque se había quemado las cejas para poder entrar y lo había conseguido,
ahora que debía de hacer era no flaquear antes las adversidades y de eso ya había pasado dos
años, debía de aguantar otros tres más y después se las ingeniaría para hacer una especialidad.

El auto se alejo a toda velocidad. Era un hermoso Corsa de color rojo. Algún día el tendría su
propio auto. Con aquel pensamiento inserto la llave en la cerradura y abrió la puerta, eran las
tres de la madrugada, había quedado con su madre que a esa hora regresaría, si bien ya era
mayor de edad pero su madre era estricta y no permitía que ninguno de sus hijos pasara la
noche fuera de casa.

“¡Mi casa, mis reglas!” solía decir enfadada cuando alguno de los tres le replicaba por no poder
pasar la noche fuera en alguna fiesta. Dejo los zapatos cerca de la puerta, sentir el frio suelo
bajo sus pies fue agradable. Los zapatos le daban calor y él prefería andar descalzo. Se masajeo
el hombro y cerro los ojos soñolientos. Quería descansar, había sido una noche larga y de
mucha fiesta (y llena de lindas mujeres) y sin embargo eso no era suficiente para despejar su
mente de la persona que le gustaba.

Miro la entrada de la cocina, las luces estaban prendidas. Eso era extraño. Por lo general su
madre apagaba todas las luces para así ahorrar energía, incluso en donde estaba (la sala) las
luces permanecían apagadas.

“¿Sera Leandro?” pensó distraído recordando que el castaño tenía problemas de insomnio.
Aunque suponía que ese nuevo problema se debía a la adicción que presentaba su amiga. Una
leve punzada de angustia invadió su pecho al saberse autor de aquello y sin embargo el
remordimiento así como vino así se fue, la esperanza de verlo aunque fuese un momento le
alegro, en todo el día no le había visto por estar en la universidad y luego en la fiesta así que
era muy grato poder conversar aunque fuese a las tres de la mañana.

–¿Abuela?– quien preparaba una taza de té no era Leandro sino su abuela.

–Hola querido ¿Qué tal estuvo la fiesta?– pregunto con una enigmática sonrisa. El rubio se
sentó al lado de ella en el comedor.

–No me digas que mi mamá dijo que me esperaras despierto– sabia que ella desconfiaba de él
en cuanto a la hora se trataba después de todo a veces se tomaba unos “cinco minuticos más”
en la fiesta y acababa por volver tarde.

–No, para nada–le sonrió fraternamente– yo misma he decidido esperarte, no ver la cara de mi
lindo nieto supone un gran suplicio ¿no crees?

Ambos rieron un poco antes de que la tetera silbara dando a entender que ya estaba lista.
Entonces recogió un trapo y, a modo de guante, lo utilizó para llenar dos tazas. Mientras el
agua continuaba humeando hundió una papeletica con el contenido de manzanilla. Le paso
una a Santiago y la otra se la quedo ella. El silencio inundo de pronto la cocina.

–Y bien ¿vas a decirme lo que te pasa?– no sabia como era que podía leerlo con tanta
facilidad– ya te he dicho antes que cuando se trata de sentimientos tu eres el más
transparente, y es evidente que algo ha pasado– el rubio miraba fijamente la taza de te sin
atreverse a mirarla a los ojos ¿Qué pensaría si ella si lo supiera? ¿Lo recriminaría? ¿Se lo
llevaría lejos de allí para que olvidara lo que sentía? No quería pensar si quiera en eso– ¿No
me digas que..., ya te has dado cuenta?– se atrevió a preguntar con un atisbo de tristeza en su
voz. Santi no dijo nada preguntándose si ella sabía lo que él sabia. Le dio miedo descubrirlo–
Así que es eso, hubiese preferido que no te enterases nunca, la felicidad esta en la ignorancia y
es obvio que ya no eres feliz. Estas inquieto por esos sentimientos y deseas que te corresponda
pero no lo hará, Leandro no tiene sus ojos fijos en ti, eso ya deberías saberlo.

Si, él lo sabia y el hecho de que se lo dijese su abuela lo corroboraba. Soltó un suspiro


entristecido.

–¿Cómo es que lo sabes, abuela?

–Siempre lo he sabido. Pensé que era algo pasajero pero el paso del tiempo solo lo ha
acrecentado. No dejes que esos sentimientos te dominen, no valla a ser que cometas una
locura.

“La locura ya la cometí abuela” pensó abatido al recordar a Susana y lo mal que lo estaba
pasando su hermano por esa causa. No es como si hubiera hecho aquello con el propósito de
herir a Leandro, eso era lo que menos quería pero lo había hecho, lo había herido de forma
mortal.

–Estoy cansado– se levanto de la silla, apenas había dado un par de sorbos al té, lo que pasaba
era que no quería continuar con aquella conversación– iré a dormir.

–Descansa cariño– le dijo algo preocupada de ver como se marchaba con aquel semblante
triste.

Santiago subía las escaleras con paciencia pensando en todo lo que había hecho y en los
problemas que eso había traído y en los que traería. Decidió que en la mañana hablaría con
Lucas y le pediría que hiciese lo posible por negarle el acceso a drogas a Susana así ya no
tendría más remordimientos.

Suspiro nuevamente. No es que quería herir a nadie. Pero lo había hecho. Había cometido un
error y esperaba que Leandro algún día lo perdonara aunque este ignoraba que por su causa
se había desatado la situación tan conflictiva que vivía.

Entro al cuarto. Todos dormían; Luis descansaba en su cama durmiendo a pierna suelta
mientras Leandro dormía en la litera de abajo. Se quito la ropa en silencio y se puso ropa más
cómoda, hubiese querido tomar un baño pero estaba tan cansado que los pies apenas le
daban para caminar. Antes de subir la pequeña escalera para llegar a la litera de arriba se
arrodillo un poco y observo el tranquilo rostro de Leandro. Este dormía con la cabeza
gentilmente echada sobre las almohadas, entregado a un sublime abandono, estaba acostado
de lado por lo que le estaba dando la espalda. Verlo inhalar y exhalar suavemente el perfume
de la vida le traía una inmensa calma. Le sorprendía un poco el hecho de haber aceptado tan
rápidamente lo que sentía , hace un par de semanas tal vez hubiese movido cielo y tierra para
cambiar lo que sentía pero ahora ya no le parecía tan malo, de hecho le parecía bastante
evidente que hubiese desarrollado esos sentimientos y le parecía estúpido no haberse dado
cuenta antes.

Lo miro por más tiempo del que estaba acostumbrado, el perfil de su rostro no era suave, pero
tampoco era fuerte, muy masculino, excitante, único. Su figura se dibujaba a contraluz bajo las
sábanas como la silueta tentadora de un bello ángel.

Sus dedos tocaron con cuidado la piel bronceada que estaba desnuda ante sus ojos, contorneo
la línea de los brazos, luego sus dedos viajaron y delinearon la espalda de su hermano hasta
llegar a la ultima vertebra, no podía ir más allá, la sabana se lo impedía pero oh como deseaba
delinear mucho más allá de la cintura. Sonrió avergonzado, debía de detenerse ahora mismo;
sin embargo no quería parar.

Siendo cociente de que podía terminar con una erección acerco su nariz al cuello de Leandro,
se detuvo a escasos centímetros de su piel. Aspiro suavemente sin llegar a hacer ruido y
pronto aquel olor tan característico del castaño inundo sus fosas nasales intoxicándolo con
aquel delicioso aroma, hacia que se le quemara la piel. Su cuerpo se estremeció y sintió la
garganta seca.

–Leandro…– su boca lo traicionó susurrando el nombre de la persona que era objeto de sus
deseos. Fantaseaba con ese cuerpo.

–¡Santiago ¿Qué rayos estas haciendo?!– la pregunta en si misma exigía una respuesta pero el
tono que fue usado era bajito para evitar despertar a quien dormía en la habitación.

– ¡Luis!– se había alejado del castaño y miraba horrorizado a su hermano mayor; le habían
descubierto–Yo estaba…– respiraba agitado a causa de los nervios. El mayor le tomo del brazo
y se lo llevo a una esquina del cuarto. Sus ojos le pedían una urgente explicación–Lo que pasa
es que...–trago saliva sin saber que decir

–No Santiago, no me digas que es lo que estoy pensando– pidió con angustia el otro. No podía
creer que Santiago sintiera eso. El rubio abajo la mirada sintiéndose de pronto sucio.

–Me gusta– susurro calmadamente–Leandro me gusta.


– ¡Basta! Deja de sentir tantas tonterías–el horror estaba reflejado en sus ojos. Santiago se
molesto, no era ninguna tontería lo que sentía, se soltó del brusco agarre de Luis y lo desafío
con la mirada.

–No pretendo que lo entiendas, solo fue algo que paso, no tuve intensión de desarrollar estos
sentimientos–se dirigió a su cama– Por el bien de todos es mejor que guardes eso como un
secreto– estaba a punto de subir la pequeña escalera para acostarse en la litera de arriba. Miro
un momento a Leandro– No pretendo darle a conocer lo que siento– una sonrisa triste se
dibujo en sus labios– Aunque me gustaría mucho que me correspondiera pero no lo hará, eso
lo se muy bien. Por eso tienes que prometer que no dirás nunca a nadie lo que viste esta
noche– lo miro fijamente– Promételo Luis.

Luis aun estaba perplejo por la situación que se desencadenaba. Había despertado porque la
puerta se había abierto y vio a Santiago entrar. Se sintió un poco más tranquilo porque
significaba que ya todos estaban en casa. Suspiro aliviado para seguir durmiendo, sin embargo
Santiago en ningún momento fue a dormir, se había quedado agachado al lado de la cama de
Leandro. “¿Qué es lo que…?” se quedo en blanco y sin embargo las palabras surgieron de sus
labios sin siquiera consultarlo y ahora que tenía su respuesta no sabía que debía de hacer.
Suspiro resignado.

–Esta bien, lo prometo.

Durante el día siguiente estuvo tenso al saber que a Luis podía írsele la lengua y sin embargo
no lo hizo, no dijo nada. Había cumplido su promesa. Aliviado fue a ver a Lucas, a pedirle que
dejara de proporcionarle drogas a esa chica; que se olvidaran de ese asunto mientras él lidiaba
con aquellos sentimientos.

–Me temo mi querido amigo que eso no será posible– quedo un poco desconcertado– han sido
muchos meses que ha consumido, ella ya es adicta. Si quieres que abandone su adicción
tendrías que meterla a un centro de rehabilitación, ella sola no puede– dijo tranquilamente
mientras se acostaba en el césped de aquel parque. Cruzo los brazos detrás de su nuca y los
utilizo como almohada.

–¿Estas hablando en serio?– el pelinegro asintió. El rubio sintió una oleada de culpa y
preocupación – entonces deja de facilitarle las drogas– Lucas enarco una ceja divertido.

–Yo no puedo hacer eso. Vendo mercancía, de eso vivo.

–¡Pero…!
–Escúchame bien Santiago; tú sabias muy bien en que metiste a esa chica cuando me pediste
que hiciera lo que hice. Mi intensión no fue que ella se volviera adicta porque sabía muy bien
que destruiría su vida pero no ha quedado de otra. Se ha convertido en un cliente frecuente y
eso es beneficioso para mí. Digas lo que digas, hagas lo que hagas no cambiare de opinión,
esto es así– no quería sonar rudo, solo estaba dándole a entender al rubio su perspectiva. No
le gustaba ese tema y quería darlo por zanjado– además de que aun si pudiera hacer eso seria
algo complicado; el proveedor que le facilita mercancía a ella es uno de nosotros y es alguien
que esta muy cerca de tu casa y ella le compra a esa persona, así es mas sencillo porque no
tendría que ir a esa zona y créeme que ese proveedor que es mucho más jodido que yo. No la
dejara ir así tan fácil y más cuando es un cliente seguro, la entrega de su mercancía es de una
manera que jamás podrás imaginarte.

– ¿Qué me estas queriendo decir con eso?–Lucas se encogió de hombros.

–Que no todos en la calle donde vives son personas sanas.

Si aquello era cierto, después de todo vivía en un barrio. La preocupación estaba latente en su
pulso y temía por lo que podía suceder. La respuesta no tardo mucho tiempo para llegar, días
después se desato la desgracia que marcaria a todos los miembros de su familia especialmente
a Leandro y su niño adorado: Adrián.

Ya llevaba varias horas dentro del quirófano, decidiendo con mucho cuidado los pasos que
debía dar. Su frente estaba empapada de sudor y una enfermera se acerco con un pañuelo
para limpiarle el sudor.

–¡Doctor ha cortado la vena pulmonar!

Un accidente.

“¡Rayos!”

Las maquinas a su lado que mantenía oxigenado el cuerpo del paciente reaccionaba de forma
alarmante. Esa línea que le decía que su paciente estaba con vida estaba abajando en un
sentido terrorífico. El sudor corrió más a prisa por su frente y sus manos trabajaban ágilmente
dentro de aquel cuerpo. Sus manos llenas de sangre.
–¡Succión!– pidió, el encargado de las instrumentos coloco el objeto para que succionara la
sangre, había tanta que ya no veía con claridad lo que hacia.

“Demasiada sangre”

Con su mente trabajando a millón precedió a utilizar las herramientas que cubrirían su terrible
error.

“Lo siento, lo siento, lo siento”

Ciertamente la había cagado y algo impensable había sucedido. No es como si lo hubiera


hecho a propósito. Había cometido un error y lo sentía. No es que sentirlo importe. Ya no.
Ninguna disculpa importaba ahora.

“Lo siento…”

Un accidente. Eso es lo que había ocurrido pero el mundo no lo vería así por eso decidieron
ocultar la verdad. El suelo de su casa estaba manchado de sangre, busco un trapo blanco y este
se tiño de carmín al hacer contacto con la sangre del suelo. Limpio y limpio hasta que quedo
reluciente y sin embargo siguió limpiando aun después de eso. Seguía sin creer el horror que
tras varios minutos vivieron.

Leandro había matado a Susana…

Susana estaba muerta…

Susana había desaparecido…

Las cosas se habían salido de control de un momento a otro y una desgracia había marcado a
la familia. En los días siguiente pudo comprobar las pesadillas que en sus sueños veía, tras sus
parpados se dibujara un terrible rojo sangre que lo hacia despertarse a media noche y no era el
único con esas terribles pesadillas. Ninguno de los tres implicados en aquel asesinato lograba
seguir adelante. No sabían como hacerlo y la respuesta estaba en algún lugar donde ellos no
podían alcanzarla.
Se torturaba así mismo pensando en las cosas que pudo cambiar y no lo hizo. Pensando en que
si hubiera ayudado a Lucas con aquel accidente que cometió las cosas serian muy diferentes.
Se dijo que debía seguir adelante y encontrar algún método para enmendar su error.
Ciertamente Susana se había ido para siempre y Elías ya no estaba más al lado de Leandro,
había logrado lo que en un principio quería: que se alejaran de Leandro pero la victoria era
vacía y le dejaba un desagradable sabor en el paladar. Lo único que había hecho era hundir a
su familia.

Cuando encontraron el cuerpo de Susana en proceso de descomposición las cosas no hicieron


sino empeorar. No se sostenía en pie y mucho menos lo hacía Leandro, era el más afectado de
todos y estaba cociente de los constantes ataques de pánico que su hermano sentía.
Necesitaba ayuda psiquiátrica pero no encontraba como ayudarlo. Nunca había querido
dañarlo, pero el hecho es que le había hecho daño todo el tiempo. A veces aunque intentaba
ayudar, hacia más mal que bien…

–No se como explicarlo pero ha tenido mucha fatiga, esta muy estresado y me temo que ese
estrés esta atormentando su sanidad mental– la doctora frente a él lo escuchaba
atentamente– No se si sea buena idea traerlo aquí pero quiero ayudarlo.

–¿Qué fue exactamente lo que paso para que llegara a ese punto?– abajo la mirada, no podía
decirle lo que había pasado. No podía. Era secreto de familia.

–Un accidente, uno muy grave. Su mejor amiga murió allí. No puede superar lo que paso.

–Entiendo. El cuerpo puede ser testarudo cuando se trata de aceptar un cambio. La mente
tiene la esperanza de que todo vuelva a ser como antes hasta que encuentre una manera de
entender esta nueva realidad. Y acepte que lo que se ha ido, se ha ido para siempre pero el
proceso es lento, agotador y trae consigo mucho estrés. Me temo que deberá traerlo, aquí lo
ayudare– ella le sonrió afectivamente

Santiago tomo la decisión de llevar a un psicólogo a su hermano pero era tarde para eso.
Cuando iba de camino a casa solo pudo escuchar las sirenas de una ambulancia y de una
patrulla policiaca. El temor de apodero de su corazón ¿acaso habían descubierto que ellos
estaban implicados en el asesinato? No, no podía ser. Se habían encargado de borrar todo
rastro de forma que nunca los involucraran. Camino más deprisa y fue cuando paso por la casa
de Susana, allí varias patrullas y ambulancias estaban. No entendía que pasaba. Se acerco
corriendo. Lo que vio allí lo pillo desprevenido, su mundo se transformo… se dio cuenta de
que el suelo bajo sus pies se había movido: en una camilla unos paramédicos llevaban a un
muchacho de dieciséis años, un muchacho de cabello castaño y tez bronceada, un muchacho
de bonitos ojos miel que en ese momento miraba sin mirar el cielo teñido de sangre sobre su
cabeza.

Leandro…

Corrió hacia él, pidiendo explicaciones y con los ojos inundado de lágrimas. Los paramédicos
explicaron que había presenciado un suicidio, su ropa y sus lentes estaban salpicados de
sangre. En su rostro aun estaba el semblante de horror tras haber presenciado aquella escena.

Varias semanas pasaron antes de que el hospital le informara que no había más nada que
hacer. Leandro estaba en un coma inducido; debido al severo trauma psicológico que había
experimentado su mente estaba en un estado crítico. Eso había causado que se mantuviera en
un estado vegetativo. Y que lo que necesitaba ahora era ayuda psiquiátrica y lo iban a
transferir a un centro psiquiátrico.

¡Un manicomio!

Nunca se espero eso. Ahora su mundo era muy diferente, irreconocible y no podía hacer
nada. Estaba atrapado. Todo estaba de mal en peor y rezaba todas las noches para que Dios
hiciera un milagro; sin embargo no tardo en darse cuenta de que sus oraciones no eran
escuchadas

En la habitación insípida y lúgubre, cerca de la ventana y sentado sobre una silla, Leandro
permanecía quieto, sin mover un musculo, sin pestañear. Aquel brillo en sus ojos se había
apagado y una línea recta había sustituido su encantadora sonrisa.

Apenas se acordaba de como respirar…

El ambiente parecía ir cargado de un ambiente de pena y desolación. Era un aire tan pesado y
asfixiante que resultaba torturante ir allí.

–Lo siento…– había dicho con los labios temblorosos– es mi culpa, yo te conduje hasta este
lugar– los ojos le escocían y hacían de su mundo un lugar borroso– de verdad perdóname…

Una sensación amarga invadió su pecho cuando se dio cuenta que la sonrisa de su hermano se
había borrado de sus labios y era para siempre.
Su padre había huido, Luis también, incluso su madre no deseaba presentarse allí en ese
manicomio, pero él no lo huiría, nunca dejaría solo a la persona que quería y durante un año
entero lo visito, todos días estaba allí con su hermano ayudándole en asearse, en comer, en
tomar medicamentos esperando a que algún día el Leandro que conocía volviera a su lado.

Las maquinas seguían emitiendo ese sonido que lo torturaba, ese sonido que le decía que la
vida que estaba en sus manos hacia mucho que se había ido pero siguió insistiendo, siguió
masajeando el corazón para mantenerlo con vida. Debía de mantenerlo con vida, por Dios ¡era
medico! ¡Salvar vidas era su trabajo! No podía ser que fallara en lo que único que creía que
hacia bien

–Es suficiente Doctor, se ha ido– le dijo alguien tratando de detenerlo.

–¡No!

Era terco no se iba a detener, todo el personal dentro del quirófano lo miro con lastima, las
lagrimas se habían desbordado de sus ojos y corrieran sin parar, caían en el cuerpo del niño
que hacia rato las maquinas indicaban que ya no había nada que hacer.

–Es una orden– era el supervisor encargado del hospital. No le importo, haría lo que fuera
porque ese niño estuviera bien, lo había prometido, no podía fallar a su promesa. Pronto otros
médicos se sumaron allí pero no precisamente a salvar al infante sino a apartarlo del cuerpo
inconsciente y ahora muerto del niño. Santiago forcejeaba porque no le dejaban hacer su
trabajo.

–¡Hiciste lo que pudiste, es hora de que te detengas!

Se detuvo y salió del quirófano, no había nada que hacer allí. Minutos después la fatídica
noticia llego a los familiares quienes sucumbieron ante el llanto y la desesperación, Santiago
entendía muy bien ese sentimiento de perdida, de desolación, de impotencia. Hizo lo que
pudo. Está bien. Pero era difícil deshacerse de la sensación de que pudo haber hecho más;
tomo entonces todos los títulos que tenía, los agradecimientos enmarcados en la pared y los
arrojo al suelo destruyéndolo ¡de nada serbia eso si no podía salvar a alguien!
Había optado por la medicina porque quería salvar vidas. Se decidió por la medicina porque
quería hacer el bien pero lo único que la medicina le había dado eran pérdidas; cientos de
personas habían pasados por sus manos y muchas habían muertos; su abuela, aquel niño, su
hermano…

“¡Murió incluso cuando intenté salvarlo de muchas maneras!”

Pensó abatido, enojado, frustrado. Lleno de una impotencia que apenas soportaba. Salió del
hospital sin siquiera decirle adiós a nadie, estaba oscuro, ya era de noche y aun así fuera del
hospital vio claramente el árbol que antes había visto; estaba seco, deteriorado, con las ramas
desnudas sin hoja alguna. El árbol estaba muerto.

Lo odio entonces y odio todo lo que estaba a su alrededor, odio lo mal que se sentía y lo
estúpido que se veía.

Sintiéndose agitado, sofocado y acorralado tomo un taxi. Con la voz temblorosa le especifico a
donde debía de ir. En el camino tormentas se desataban en su mente y amenazaban con
quebrarlo completamente, sabía que estaba al borde, que ya estaba en su límite. De dijo que
no lloraría, era un hombre hecho y derecho y no necesitaba que lo consolasen y sin embargo…

El taxi se estaciono para que se abajara. Busco dinero con las manos temblorosas en sus
bolsillos y le pago al conductor quien lo miro un poco preocupado por su estado. Seguramente
lucia fatal pero no importaba, lo único que deseaba era que la tormenta terminase pronto y le
dejara en paz, que sus fantasmas desapareciesen y él único que podía calmar esa tormenta era
la persona que quería. Subió las escaleras con rapidez para poder llegar al lugar donde él vivía.
Reprimió un sollozo; no debía llorar.

Lo único que había hecho en su vida era cometer errores, una tras de otro sin aprender la
verdadera lección…

Sentía la garganta seca, la noticia que le habían dado era asombrosa y a la vez terrorífica.
Abajo rápidamente del taxi y entro deprisa a aquella enorme edificación que esta tan alejada
de la ciudad. Camino por los pasillos con un único objetivo: llegar a la oficina de la directora.
Las enfermeras y enfermos de allí le miraban y susurraban a escondidas, posiblemente
comentando el hecho que había sucedido esta mañana.
Abrió la puerta de la oficina sin siquiera tocar, sabía muy bien que Luis estaría allí dentro
conversando con aquella mujer.

–Así que el no recuerda nada…– aun seguía sin salir de su asombro, a pesar de que se lo habían
explicado varias veces no conseguía meter esa idea en su cabeza– ¿Dónde esta?– quiso saber,
le urgía verlo, comprobar con sus propios ojos lo que sus oídos escuchaban. Leandro aun
seguía en la habitación donde siempre estaba. Acercándose a la puerta trago saliva pensando
en que cada vez que llegaba allí tenía la esperanza de encontrar al Leandro de siempre, al que
conocía y justo ahora esa esperanza se avivaba aun así existía ese temor de que no fuera nada
cierto, de que al entrar vería a su hermano como lo había visto desde hace aproximadamente
un año: postrado en una cama, refugiado en su burbuja y negándose volver a la realidad.

Abrió las puertas, la sensación que tenía era parecida a cuando uno ve la luz al final del túnel;
una esperanza. Dentro un joven estaba sentado en una silla que estaba cerca de la ventana, al
verle entrar ladeo la cabeza ligeramente, un poco sorprendido.

– ¿Santiago?– su voz no era hueca y vacía como lo había sido, estaba llena de vida y cierto
desconcierto– Ah si. Si eres tú. Me da gusto verte– y le había sonreído, el rubio observo
aquella curva en sus labios y el hoyuelito que se hundía en su mejilla izquierda, tuvo que
ahogar un gemido de sorpresa, realmente era él. Se acerco vacilante, sentía su corazón
galopar, retumbando en su oído. Cuando estuvo lo suficientemente cerca le palpo con cuidado
las mejillas, y luego le miro a los ojos; vivaces, lleno de ese brillo que alguna vez tuvo.

– ¿Qué sucede?– el castaño estaba algo confundido por su reacción, Luis había reaccionado de
la misma forma al verle– No te pongas sentimental, no es para tanto. He despertado aquí y
nadie me ha dicho porque estoy aquí, de hecho ni siquiera se donde estoy. Me han prohibido
salir y me han tenido cautivo en este cuarto. Quiero ir a casa.

Santiago apenas le escuchaba, estaba sorprendido de que el Leandro que conocía estaba allí
con él, no era un muñeco sin vida, una cascara que se pudría. No. Aquí frente a él estaba su
hermano. No pudo evitar el impulso de abrazarlo. El castaño por su parte se sintió algo
incomodo, no es que le molestase que lo abrazase era simplemente que no entendía porque lo
hacia, desde que se había despertado todo era confusión.

–Esta bien. Tranquilo, todo esta bien– le susurro fraternalmente. Le dio unas palmaditas en la
espalda aceptando de ese modo aquel afectuoso abrazo. También se sintió algo culpable
porque de cierto modo había preocupado a sus hermanos.

Dentro del despacho se discutía sobre lo que había sucedido; había pasado cerca de un año
desde que internaron a Leandro allí y no había habido reacción alguna, habían pensando que
tal vez ya no había esperanza y estaba destinado a estar allí y sin embargo esa misma mañana
el paciente que estaba en la habitación 312 había reaccionado, no de la manera que esperaban
pero había reaccionado. Se había despertado de aquel letargo y había preguntado donde
estaba y que hora eran.

–Lo que hemos averiguado, a base de interrogatorios, es que cuando despertó esta mañana,
hubo una grave distorsión en el espacio-tiempo –la mujer dirigió entonces su mirada hacia los
dos hermanos – Según él, apenas han pasado unas horas desde que Susana se mudo… pero en
realidad… para nosotros…

–En realidad, para nosotros han pasado años…– continúo Luis.

–Ha reprimido sus recuerdos, resultaban tan hirientes que estaba desesperado por olvidar. Lo
dejaremos aquí por un par de días, si continua así así podrán llevarlo a casa pero si vuelve a
decaer me temo que la segunda vez no tendrá tanta suerte.

Quedaron solos unos momentos, debían decidir que hacer; la respuesta fue simple, debían de
ocultarle la verdad. Ya tomada la decisión optaron por romper las fotografías que tenía de
Adrián, quemaron sus recuerdos, botaron todo aquello que podría traerle recuerdos del
pasado, incluso tomaron la drástica decisión de mudarse, dejaron su casa paterna y todos se
fueron a vivir con su abuela en otro vecindario donde nadie comentaría sobre violaciones,
drogas, asesinatos y suicidios. Crearon una burbuja, una mentira que cubriría todo lo que
había pasado. Esta era su oportunidad de empezar desde cero.

Cuando Leandro salió de aquel lugar la casa se lleno de tranquilidad, de un alivio que había
desaparecido. El primer día se quedo hasta tarde viéndolo dormir, sin deseos de acostarse
porque creía que todo era un sueño pero no lo era, desbordado de felicidad opto por crear
nuevos recuerdos; el día de su graduación, el nombramiento de Luis, el recibimiento de su
titulo universitario. El primer cumpleaños de los gemelos, la entrada de la pequeña Elisa al
cuarto grado.

Y sin embargo había algo que no encajaba o al menos así lo sentía su hermano, por las noches
solía divagar y pensar en cosas, trataba de buscar en silencio sus memorias perdidas. Aquella
tarde lo vio, cerca de un parque, sentado en una de las bancas mientras el sol se ponía.

–¿Leandro?– le toco el hombro, no le gustaba aquel semblante triste.

–Santiago ¿Qué haces aquí?– había salido de casa sin decirle a nadie a donde iba. Todos los
días se sentaba allí, sentía que debía estar allí.
–Iba a casa ¿Qué haces aquí?– cuestiono preocupado.

–Me parece que estoy esperando– respondió con una sonrisa avergonzada– todavía no se a
quien pero se que algún día sabré a quien estoy esperando.

Santiago si que lo sabia pero no le diría, la persona que esperaba tenía nombre y apellido.
Pero Leandro se había olvidado de él. Se había olvidado de la persona a la que tanto decía
querer. De la nitidez e inocencia de aquella sonrisa. De aquellos cabellos rojizos que acariciaba
cada vez que estaba a su lado. De lágrimas que tantas veces él ahuyentaba…

Todas y cada una de aquellas memorias fueron borradas y arrancadas… recuerdos esparcidos
en un limbo por causa de una memoria que encerraba un trágico pasado.

–Me frustra haber tenido una vida y no poder recordarla… ¿Por qué olvide todo? No lo
entiendo.

–Si lo olvidaste por algo es. Será mejor que dejes eso ¿de acuerdo?– Era egoísta porque no le
contaba la verdad pero así lo había decidido. Escondería bajo viejos retajos aquellos recuerdos,
bajo las sombras, los quemaría y esparciría su polvo para nunca nadie supiera la verdad.
Incluso lo escondería de él porque sabía que iba a venir, ese niño era tan terco e insolente que
no dudaba que hallaría el camino hacia Leandro.

Llego a la puerta indicada, sin pensar siquiera toco la puerta pero no como la tocaría una
persona normal, con puños y pacientemente. Con su palma completamente abierta golpeaba
la puerta con insistencia, tanto que del otro lado de la puerta Leandro pensó que alguien
había recibido un balazo y buscaba ayuda. Abrió la puerta sin más pero allí no había nadie
herido o al menos no un herido de bala porque después de todo la persona frente de sí si que
estaba herida.

–¿Santiago? ¿Estas bien?– el rubio inspiro hondo, estaba nervioso. Eso era fácil de apreciar por
la forma en la que trataba de detener su temblor.

–Una vez me dijiste– empezó a decir sin mirarlo a los ojos– que cuando estuviera listo para
hablar te buscara (6)
Leandro asintió y lo dejo pasar. Santiago entro sin saber muy bien como empezar.

“Estoy en mi limite” pensó angustiado.

–¿Has comido algo?

–No, pero no tengo hambre– el menor le indico que se sentara en el sofá, estaba
completamente solo; ni Adrián ni Alan estaban en casa, eso era un alivio, no le gustaba que la
gente lo viera en aquel estado tan lamentable.

–Ten, es un pudin que acabo de preparar. Te sentara bien– asintió ausente, empezó a comer
despacio, sin muchas ganas, atragantándose de vez en cuando. Quería hablar pero no hallaba
por donde empezar. Abrió su boca para decir algo pero no salió nada, se quedó un largo
minuto sin comer, sin hacer nada, inmóvil como una estatua. Entonces se derrumbó. Sin que
se lo propusiera empezó a sollozar. Ya no podía más, era su límite. Y aunque trataba de
ocultarlo no podía, sus emociones eran tan claras como el agua. Cubriéndose el rostro con una
mano lloró y una oleada tras otra de profundos y silenciosos sollozos sacudió su cuerpo.

Leandro se puso un momento de pie y al cabo de unos minutos regreso, sirvió un pequeño
vaso de Whiskey y se lo ofreció, sin dudarlo Santiago lo tomo de un sorbo, inmediatamente
Leandro le sirvió otro, todo bajo un tranquilo silencio, no le reprochaba nada.

–Lo siento– dijo entre sollozos. Bebió otro vaso de licor– Lo siento tanto…

Todos hemos hecho cosas de las que no estamos orgullosos. Santiago entendía eso. Había
cometido errores terribles, pecados aterradores. Le había quitado todo a su hermano; su
tranquilidad, su juventud, su amiga, su querido amor… Su libertad… Le había quitado todo así
que… ¿Era suficiente una disculpa? ¿Podía esa disculpa aplacar la tristeza de Leandro?
¿Devolver el tiempo?

¿Acaso esa disculpa podía deshacer todo el daño que había causado?
Cap 10: mentiras y silencios

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Sinceramente no se como se van a tomar este capitulo, tal vez no sea un capitulo bomba como
el capitulo anterior pero si es un capitulo que tiene sus revelaciones, ojala les guste.

P.D: gracias por comentar y por no tomar a mal los sentimientos de Santiago hacia Leandro,
realmente eso era algo que no sabía como se lo iban a tomar y me ponía nerviosa.

ADVERTENCIA: capitulo extremadamente largo, sorry lo corte y corte pero aun así salió muy
pero muy largo, ojala no los abrume

Capitulo 10:

Mentiras y silencios.

Abrió lentamente los ojos al sentir que le acariciaban el cabello. Era una caricia sutil y se quedo
quieto para que le siguieran acariciando el cabello. Entreabrió los ojos un momento,
identificando en donde estaba y porque estaba allí pero su mente aun estaba adormecida y no
hacia de cuenta de que anoche había llegado en un estado deplorable a la casa de la persona
que más quería.

–Santiago– él le llamaba, con esa voz tranquila que sosegaba sus nervios. Sonrió un poco y
cerro los ojos. Se sentía bien– Santiago, despierta.

–No.
–¿No quieres despertar?

–No– mantuvo los ojos cerrados, dejándose acariciar el cabello.

–No puedo quedarme a mimarte el pelo todo el día. Debo ir a trabajar– abrió sus ojos y lo
miro. Él estaba sentado en el borde de la cama, lucía una camisa de manga larga de color
blanca, le sentaba bastante bien, además de que podía sentir esa loción que tanto le gustaba.
Miro nuevamente la habitación y fue cuando cayó en cuenta de que había venido anoche tras
un episodio depresivo.

–Lo siento– dijo sin muchos ánimos, escucho un suspiro cansado por parte del menor.

–Te has estado disculpando durante toda la noche, te he disculpando desde hace mucho pero
parece que no es suficiente.

–Lo siento.

–Basta. Ni siquiera sé que es lo que debo disculparte– durante toda la noche no había parado
de decir eso, incluso ebrio parecía que era lo único que sabía decir. El rubio se cubrió de pies a
cabeza con la sabana–No, no te pongas infantil ahora– pidió preocupado pero su hermano no
le puso ni atención– ¿Vas a ir a trabajar?

–Nunca más iré a ese lugar– respondió con voz plana– nunca volveré a ningún hospital. Me
quedare aquí, en esta cama por lo que me resta de vida.

–Santiago.

–Nunca regresare– Leandro supo que no podría convencerlo, al menos no ahora.

–De acuerdo, puedes quedarte aquí el tiempo que necesites pero recuerda que debemos
hablar– como respuesta Santiago se envolvió más en las sabanas– ¿Quieres que te traiga algo
de comer?– no hubo respuesta– si necesitas algo me llamas, ahora tengo que ir a trabajar–
suspiro cansado nuevamente al no obtener respuesta, esperaba sinceramente que ese
episodio pasara pronto. En el suelo, sentado fielmente estaba el perrito que Luis le había
traído, lo tomo con las mano y lo alzo hasta quedar cerca de su cara– Jugo de naranja, te
tocara cuidarlo mientras no estoy ¿podrás hacerlo?– el cachorrito solo movía la cola una y otra
vez mostrando lo feliz que estaba por estar cerca de su amo. Leandro suspiro.

“Al menos le hará compañía” pensó apesadumbrado mientras dejaba el cachorrito encima de
la cama, pronto este se coló debajo de las sabanas y se acostó al lado de Santiago– Santiago, te
presento a jugo de naranja. Es el perro más feliz del mundo, seguro que tarde o temprano te
contagiara su felicidad– trataba de comentar algo con humor haber si resultaba pero no
resulto; Santiago seguía escondido debajo de las sabanas. El castaño exhalo entristecido, luego
se levantó de la cama y se dirigió a la puerta.

–Leandro– llamo antes de que él se fuera, el nombrado lo miro; seguía envuelto en las
sabanas– lamento haber venido sin decirte nada.

Allí estaba otra vez disculpándose.

–No hay problema– dijo antes de salir, definitivamente ese no era el Santiago que conocía, el
egocéntrico y narcisista. Se fue a otra habitación, en donde dormía Alan, aún era muy
temprano por lo que intuía que este dormía plácidamente– Alan despierta, necesito pedirte un
favor– el rubio abrió un ojo y lo miro soñoliento– Santiago está aquí, en el cuarto. Esta
bastante deprimido así que quiero pedirte que vayas a verlo de vez en cuando. Solo debes de
cuidar que no se vaya a lanzar por la ventana ¿De acuerdo?– Alan asintió aunque aún seguía
medio dormido. Leandro no se fiaba demasiado pero no podía hacer más. Salió del cuarto, se
pasó la mano por el cabello.

–Algún día se le pasara– escucho que le decían. Sintió sus músculos en tensión aunque no
demasiado.

–Pensé que nunca volverías a hablarme– dijo tratando de sonar tranquilo, sin dejar que su voz
lo atormentara. Trataba de serenarse porque no quería hacer ruido, no quería gritar, aún era
muy temprano.

–Después de todo es Santiago– dijo su amiga como si él no hubiese dicho nada– él es un


ególatra y dudo que le gustara que lo medios de comunicación fotografiaran su cuerpo que
seguramente estaría destrozado contra el asfalto.

Frunció el ceño, esa definitivamente no era una buena imagen, Susana tenía razón y por muy
deprimido que estuviera su hermano no se lanzaría del quinto piso. Pero aun así…
–Llamare a Luis de todas formas, tal vez no tenga mucho trabajo y pueda venir hoy a cuidarlo–
dijo con más calma que antes dándose cuenta de que era la primera vez que hablaba
civilizadamente con ella. Tal vez la discusión que habían tenido mucho tiempo atrás lo había
apaciguado, al fin y al cabo había liberado toda su rabia en aquel momento. Miro donde una
vez hubo un piano, el lugar estaba vacío y casi podía sentir su ausencia en modo de culpa, pero
la culpa estaba algo lejos. Aun no se sentía demasiado culpable por haber quemado aquel
piano. Pero algún día la culpa levantaría su fea cabeza y él no tendría más remedio que sentir
remordimiento por lo que le restaba de vida–Tengo que irme, es tarde– tomo sus cosas, en su
maleta cargaba los montones de exámenes que había estado corrigiendo– ¿Puedo pedirte dos
cosas?– ella aparto la mirada del rompecabezas que armaba y le miro con aquellos ojos azules
que alguna vez amo, tenía puesto un sencillo vestido de color lila, con lirios bordados, le
sentaba bastante bien a su menuda silueta. Sentada sobre los cojines del mueble lo miraba de
forma curiosa. Leandro desvió la vista. Seguía sin poder aceptar del todo que ella estaba allí.

–No aparezcas en lugares públicos– pidió en voz baja– así la gente no pensara cosas
desagradables de mí, así Adrián no se preocuparía tanto de mi salud mental, así los demás no
se darán cuenta de que me estoy deteriorando otra vez–seguía sin mirarla, prefería mirar un
punto vacío en la ventana. Tal vez si hablaba con ella de forma civilizada, si la trataba como
una vez la trato: como su amiga, tal vez ella se iría y lo dejaría en paz. Era una esperanza vana,
lo sabía pero aun así valía la pena intentarlo.

–¿Y lo otro?

–¿Podrías quedarte aquí y cuidar a Santiago?– Sabía que eso era inútil porque después de todo
ella solo era producto de su imaginación y nadie podía verla– Me sentiré más tranquilo si lo
vigilas.

Susana lo miro algo parecido a la incredulidad pero aun así no dijo nada, se limitó a asentir y a
seguir ordenando el rompecabezas en su mano.

Con aquella afirmación pudo marcharse, aunque seguía esa pequeña angustia en su alma. Se
estaba acostumbrando a su presencia y eso no era bueno, no por el hecho de que le iba a doler
cuando no la viera más sino por el hecho de que se estaba introduciendo en ese mundo de
nuevo, está sumergiéndose en un lago profundo del cual no iba a hallar salida. Acostumbrarse
solo significaba que lo estaba aceptando, que la estaba dejando entrar y eso no era nada
bueno. Se estaba alejando de la realidad, seguramente uno de estos días empezaría a olvidar.
En la boca del estomago sentía una presión tan molesta como preocupante.

Horrible presión en su pecho.


Preocupado no se dio cuenta de que un par de ojos azules lo miraban de forma triste desde el
resquicio de la puerta.

-:-

Cerró los ojos un momento, en un intento de aplacar aquel calor sofocante que lo hacía
agitarse. Podía sentir la sangre aglomerada en su rostro a causa de la vergüenza. Un quejidito
salió de sus labios al sentir que le pellizcaba sus pezones, los presionaban con un dedo para
luego volver a jalarlos, pellizcarlos hasta dejarlos duros, mucho más de lo que ya estaban.
Nunca pensó que podían ponerse tan duros, tanto que ya dolían pero eso no era lo único que
estaba empezando a ponerse duro, abajo, en su entrepierna su parte masculina estaba
despierta hace mucho, ese cosquilleo en su vientre que le avisaba que necesitaba atención
pero su amante se negaba a prestarle atención.

–Lu-Luis…–apenas pudo decir con la boca seca a causa del aturdimiento. Iba a pedirle que lo
atendiera pero decidió morderse la lengua, no podía permitirse pedirle algo a ese ególatra. Por
suerte el castaño ni siquiera hizo señas de haberlo escuchado, en vez de eso acerco su boca
juguetona a esa parte sensible que yacía dura ante el toque de sus dedos. Escucho con gloria
aquel gemido excitado ante el contacto de su lengua con aquello botones, los lamio con la
punta de la lengua, apenas rozándolo, casi podía sentir el estremecimiento del cuerpo del
menor, luego mordisqueo suavemente entreteniéndose un buen rato allí en su pecho,
regalándole deliciosos destellos de placer entre tanto lo hacía.

Dejo de torturar un momento sus tetillas y lo beso en la boca tan sorpresivamente que el joven
tardo un momento en corresponderle. Aarón pensaba que esas cosas no se hacían tan
temprano en la mañana, ni siquiera lo niños se habían levantado y en su costumbre de bañarse
antes de ir al instituto Luis también había entrado en el baño, pillándole desprevenido y
desnudo. Una ocasión que el castaño no iba a desperdiciar así que allí estaba, acorralado por
ese cuerpo masculino que le excitaba y que demandaba en su boca con una ferocidad que le
encantaba, así era la naturaleza de Luis y a él le fascinaba. Apenas se separo unos segundos
para respirar algo de aire, sus alientos se entremezclaban que ya no sabían cual era el de uno y
cual era el del otro lo que importaba era seguir besándose y así lo hicieron, compartieron sus
salivas, sus lenguas por tanto rato que el pelirrojo no sintió cuando la mano invasiva de su
amante se apodero de su intimidad, no lo rozo como había hecho con sus pezones sino que
apretó el glande de manera dominante, no le quedo de otra que ahogar un gemido en la boca
de su contrario. Se odio por eso, estaba siendo débil ante aquellos manoseos pero es que le
gustaban tanto, seguramente cuando terminaran Luis le estaría recordando como había
gemido en el baño.

No le importo en ese instante y se separo de aquellos tentadores labios para gemir en voz
baja, cerrando sus ojos y permitiéndose sentir el goce. Su propia mano se apoyo en la de Luis y
le obligo a marcar un ritmo más rápido. Si, debía de reconocer que ayudar a Luis a que le
hiciera la paja era humillante y placentero a la vez. Casi podía ver la sonrisa burlona del
castaño, mirándole con ese aire de autosuficiencia que tanto odiaba. No se atrevió a mirarlo,
seguía con sus ojos cerrado, concentrado en el placer que le brindaba pero el castaño se
detuvo ¿Por qué se detenía justo cuando se sentía tan endemoniadamente bien?

–¿Luis?– se atrevió a mirarlo con la cara toda sonrojada, incluso podía sentir sus orejas arder
por la vergüenza. Pero se arrepintió de mirarlo, esa sonrisa burlona que insistía en estar en sus
labios cada vez que tenían relaciones y esos ojos que lo miraban de forma tan voraz. Desvió la
mirada, cosa que Luis aprovecho para susurrar en su oído.

–Te quiero devorar todo– si Aarón estaba rojo, después de esa aclaratoria no supo de que
color estaba su rostro. Solo sabía que estaba avergonzado. Antes de que pudiera decir nada el
castaño ya estaba inclinado, cerca, muy cerca de su ya endurecido pene

–¿Luis que…?–el castaño tomo en sus manos aquel falo y paso su lengua a lo largo de aquella
parte masculina. Aarón tuvo que taparse la boca con ambas manos para no dejar salir un grito
tanto de exclamación como de placer. Era la primera vez que alguien osaba a hacer semejante
cosa, era nuevo para él y no sabia como reaccionar. Sentir la lengua inquieta y traviesa de Luis
jugar con su extremidad lo hizo sentir en el cielo. Dejaba salir sus sollozos mientras sus ojos se
nublaban por la lujuria.

En tanto el castaño disfrutaba aquellas expresiones que dejaba a relucir su joven amante.
Fascinado con la curva de aquellos labios que se entreabrían de vez en cuando, esos labios
carnosos y rojos que dejaban salir esos gemidos. Cerraba sus ojos de vez en cuando y su mano
había parado en su cabello, apretándolo y jalándolo. Era excitante. El miembro en su boca
vibraba, la punta se sentía húmeda y mientras más lo tocaba, más parecía mojarse. Se retiro
antes de que se corriera, seguramente si lo hacia Aarón querría huir y no pensaba dejarlo ir así
tan fácil; dos meses sin sexo le iban a pasar factura al pequeño Aarón. Sonrió maléficamente al
percatarse de que el pelirrojo había bufado molesto y tenía una expresión de fastidio.

–¿Qué? ¿Acaso lo estaba haciendo tan bien que te molesta no haberte corrido en mi boca?

–¡Cállate!– estaba rojo de vergüenza, quiso seguir protestando pero sus pezones se vieron
nuevamente atacados por aquellas manos–¡Ah...!

–No te corriste en mi boca– pellizco los pezones dejándolo duros– pero yo si me correré
dentro de ti– dijo en tono lascivo. Lo beso rudamente en la boca, pegando su cuerpo contra el
menor, rozándole su hombría y dándole a entender que de esa no se escapaba. Lo volteo
quedando el pelirrojo de espalda e invadió su interior con un par de dedos. Casi lo escuchaba
quejarse más de placer que de dolor. Mordió su cuello, no con delicadeza sino con hambre,
con la necesidad de quien quiere comer hasta hartarse mientras su mano libre lo sujetaba de
la cintura para que no huyera, aunque Aarón quería todo menor huir de esas manos.

El chico sentía esos dedos moviéndose dentro de él, no lo hacia con tanta delicadeza como
antes pero no por eso dejaba de ser placentero. Apoyo la frente en las baldosa azules tratando
de tranquilizar sus hormonas alborotadas pero era inútil. El aliento de Luis recorría su nuca y el
hecho de que lo mordiera lo encendía aun más. Era un momento muy erótico. Incluso se había
puesto de puntillas para sentir más cerca aquel miembro masculino y hambriento de Luis,
jadeaba enloquecido al sentirlo rozar sus nalgas. Ladeo un poco su cabeza y miro aquellos ojos
tan cautivadores y dijo lo que nunca pensó decir.

–Hazlo– su voz estaba ronca a causa del deseo– Penétrame.

–Me encanta cuando lo dices con esa voz– había retirado sus dedos y se disponía a entrar
dentro de él. El hecho de que el muchacho estuviera de puntillas para que tuviera mejor
acceso le divertía pero también le gustaba, significaba que Aarón estaba tan o más ansioso que
él. Guio su miembro erecto y palpitante dentro de aquel orificio, empezando a penetrarlo.

Aquel falo estaba entrado en su esfínter. Su cuerpo se resintió un poco pero Luis siguió
avanzando cada vez más hasta llegar a lo más profundo de su ser. Gimió cuando entro todo,
sin darle tiempo a acostumbrarse salió y volvió a entrar, embistiendo contra su cuerpo
haciéndole gritar en aquel instante, y así; entraba y salía de su cuerpo, penetrándole sin
piedad, recorriendo su cuerpo sin ningún obstáculo. Los músculos de su ano hacia mucho que
se habían acostumbrado a la longitud de ese pene así que ante cada embestida gimoteaba de
puro placer. Estuvo a punto de correrse pero Luis no le dejo, sujeto su glande tan fuertemente
que impidió que se corriera y continúo penetrando su cuerpo con voracidad hasta que
finalmente estuvo satisfecho y dejo que se corriera, ambos se corrieron. Una explosión de
cimiente dejo dentro de su cuerpo, ese liquido que ardía y se quedaba dentro de él como algo
candente. Sus piernas flaqueaban a causa de todo lo que habían hecho pero Luis le sostuvo.

–¿Acaso también quieres que te bañe?– Aarón frunció el ceño– a mi no me molestaría, así
podría seguir manoseándote.

–No, gracias. Puedo bañarme yo solo– aunque las piernas le temblaban logro mantenerse en
pie y seguir bañándose. Casi al instante pudo sentir como algo bajaba por sus piernas, un
líquido tibio que nada tenía que ver con el agua. Enrojeció hasta las orejas pero no miro a Luis
e hizo de cuenta que no pasaba nada, después de todo si lo miraba probablemente volvería a
ver esa mirada hambrienta en su amante.

-:-
–Es extraño, Aarón siempre es muy puntual– comento Leandro. Como vivían uno al lado del
otro, los gemelos y él siempre iban juntos al instituto, incluso si Aarón se había quedado en
casa Luis llegaba puntual en la estación del metro, siempre esperándole para ir los tres y por
primera vez Aarón no había llegado. Lo esperaron por diez minutos e incluso pensaron en
esperarlo más pero el metro ya se iba y no podían darse el lujo de perderlo ¿le habría pasado
algo malo?– Tal vez a él si lo querían los extraterrestres– dijo ensimismado pensando en las
opciones del porque no había aparecido. Su primera opción había sido los ovnis, Aarón era
inteligente, mucho más que Luis así que no dudaban en que seres de otro mundo lo quisieran.

–De seguro se quedo teniendo sexo con Luis– había dicho de lo más tranquilo Adrián. El
castaño lo pensó un segundo y supuso que tenía razón, eso era mucho más razonable que
pensar que los ovnis se los llevaron– lleva tres días sin dormir en casa, a este punto estoy
seguro que dentro de un mes ya estará viviendo con Luis– se sonrió burlón, seguramente esta
noche si que dormiría en casa y él se daría la dicha de molestar a su hermano. Era divertido ver
lo nervioso y molesto que se ponía cuando le hacia bromas con respecto al sexo.

–¿Y tu madre lo sabe?– ya estaban en el salón de clases aunque no había muchos alumnos
puesto que aun no era la hora, a Adrián no le tocaba tener clase con él sino con su hermano
pero este no daba señales de vida.

–Ha tenido mucho trabajo últimamente, apenas ha pasado por la casa para asearse y
cambiarse ropa, aunque supongo que ya se dio cuenta de que Aarón no ha estado en la casa–
el pelirrojo frunció el ceño– no se como lo hace pero pareciera que tuviera un radar que se
enciende cuando alguno de los dos no estamos en casa– Leandro carcajeó ligeramente y
entrecerró los ojos, Adrián tenia mucha razón, parecía que todas las madres tenían ese radar.
Lo miro unos segundos, el pelirrojo estaba sentado en el pupitre más cercano a él y miraba
hacia la ventana, parecía despreocupado aunque podía percibir cierta angustia. Un resplandor
en su cuello llamo su atención y se dio cuenta de que cargaba la cadena que le había regalado,
se veía bastante atractivo con ella. Se fijo en aquellas ojos que le encantaban, recordando que
se había desvelado en más de una ocasión por aquellas pupilas timadoras, verdes destellantes.
Delineo con la vista el perfil de la nariz, el contorno de las mejillas… y esos labios. Carnosos y
rojos… Desvió su vista de él y la fijo en los exámenes que cargaba en mano intentando ocultar
sus repentinas intenciones de besarlo. Casi al instante una manada de alumnos entro en el
salón, ya era de que comenzara la clase

–Sera mejor que vayas a tu clase– sugirió aun sin mirarlo, escucho que Adrián resoplo molesto
y se fue sin siquiera decirle adiós, así era mejor puesto que las muestras afectuosas en un
salón lleno de alumnos no era una buena idea.

Saco su celular y marco un número. Todavía tenía algo de tiempo antes de que comenzara la
clase. El celular repicaba una y otra vez hasta que su dueño finalmente contesto.
–Es muy extraño que me llames a esta hora. Que se te ofrece Leandrito– Luis había
contestado, su voz sonaba ligeramente divertida, estaba de buen humor y el castaño intuyo a
que eso se debía al retraso del joven Aarón.

–Necesito pedirte algo.

–¿Algo? ¿Haber, para que soy bueno?

–Para nada, desde luego. Tu eres un poco más que un inútil– contesto de mal humor. Odiaba
ese tono de eficacia que empleaba Luis para molestarle, recordaba que de niño siempre
andaba fastidiándolo. Antes de que su hermano mayor replicara con algún comentario
sarcástico se le adelanto– escúchame, si tienes tiempo libre quiero que vallas a mi casa y
vigiles un rato a Santiago.

–¿A Santi? ¿Qué pasa con el?

–No tengo idea de que le paso. Anoche llego a mi casa bastante deprimido, lo único que me
decía era “Lo siento” –resoplo exasperado– no se que es lo que quiere que le disculpe pero no
ha parado de decir eso– del otro lado de la línea Luis se quedo en silencio, meditando algo.
Leandro pudo sentir que se había puesto algo tenso.

–¿Te dijo algo más?– su voz denotaba preocupación.

–No.

–¿Y donde esta ahora?

–En el apartamento, ha decidido encerrarse en el cuarto y ha dicho que no saldrá nunca más–
el mayor suspiro.

–¿A que vendrá esa actitud? Desde luego que yo no le he hecho nada. Hoy estaré bastante
ocupado, vendrán algunos accionistas y tendremos una reunión. No puedo cancelarla– se
quedo en silencio un momento pero justo cuando el menor iba a decir algo, Luis volvió a
hablar– pero puedo decirle a Gabriel que valla a echarle un vistazo, tiene algo de trabajo pero
de seguro que puede dejarlo para después.
–Eso estaría bien– se despidieron y Leandro guardo su celular. Al menos se sentía más
tranquilo al saber que una persona responsable podría vigilar a su hermano. Saco luego un
cuaderno donde tenía unos apuntes. Casi suspiro entristecido al sacarlo; él siempre había sido
bueno en matemáticas y en física por lo que nunca había tenido muchos problemas con dichas
asignaturas, explicarla le era relativamente fácil y las recordaba a la perfección pero ahora…
ahora se le olvidaban algunas formulas, se olvidaba de los resultados, se le olvidaba que
incluso estaba en un salón lleno de alumnos. Las lagunas en su cabeza a veces se hacían
grandes y él se perdía momentáneamente de donde estaba. Por eso había decidido anotar las
formulas, incluso anoto como decirlas y como debía de hacerlas, tan solo para que si se volvía
a perder como la vez pasada pudiera tener como recordar lo que hacia y lo que era.

–Buenos días, hoy comenzaremos con– no pudo seguir ya que abrieron la puerta y un agitado
Aarón pedía permiso para entrar. Lo miro de arriba abajo y de abajo hacia arriba; se veía a
leguas que había estado corriendo y estaba cansado, el sudor impregnaba su frente aunque
suponía que solo había corrido desde la entrada del instituto hasta el salón del clase ya que
seguramente Luis lo había traído en su nuevo auto hasta el instituto. Sonrió internamente,
algo burlón, definitivamente era bueno tener amante con carro. Carraspeo un par de veces
para evitar que se le escapara la risa.– Buenos días joven Vásquez, le dejare entrar solo porque
es la primera vez que llega tarde–Si bien su tono era severo pero la risa se reflejaba en sus ojos
claros. El joven estaba todo sonrojado por la pena y algo desarreglado por la frenética carrera–
Que no vuelva a ocurrir.

–Si profesor– Adrián tenía razón, era bastante divertido meterse con él.

-:-

Se había levantado poco tiempo después de que su amigo se había ido. Tendió la cama como
solía hacerlos en las mañanas, se puso algo decente ya que siempre dormía en ropa interior y
se fue a lavar los dientes. En el baño, delante del lavamanos y el espejo, su reflejo le devolvía
una mirada inescrutable. Termino de cepillarse, se lavo la cara una y otra vez y salió del baño.
Leandro le había pedido que cuidara del hermano intermedio y eso tenía pensado hacer, se
acerco al cuarto y abrió un poquito la puerta, se asomo por el resquicio de la misma, incluso si
no la abría por completo podía percibir ese aura deprimente que envolvía el cuarto, hasta los
zancudos hacían filas para salir de allí. Observo que en la cama yacía alguien envuelto en las
sabanas y el adorable y pequeño perrito estaba acostado cerca del bulto, las orejitas las tenía
abajadas y miraba a Alan como perrito regañado.

“¡El perrito más feliz del mundo ha sido contagiado por esa depresión!” pensó alarmado, pero
no entro, tampoco quería contagiarse de esa depresión, suficiente tenía con la de él.
–¿Santiago?– no hubo respuesta– ¿Hay alguien vivo en ese cuarto?

–Lárgate–escucho que le decían con una voz oscura y amenazante. Dicho y hecho, Alan cerro
la puerta asustado. Bien, su trabajo era vigilar que no se lanzara del quinto piso, no dar
consejos sobre como superar la depresión porque en eso si que era muy malo.

Suspiro apesadumbrado y dirigió su vista al apartamento en general, estaba inquieto. Sus ojos
azules escaneaban la sala como si buscase algo que le faltaba, algo que no estaba pero todo
estaba como debía de estar. Los muebles en la línea imaginaria, el televisor apagado. Los libros
en los estantes. Nada nuevo. Suspiro derrotado y fue a la cocina a buscar un suculento
desayuno, miro en la nevera y se encontró todo tipo de dulces: arroz con leche, dulce de
plátanos, torta de almíbar y pudin recién hecho. Le brillaron los ojos y tomo una gran porción
del pudin que su amigo había hecho anoche, conocía su amor hacia los dulces por lo que la
nevera casi nunca estaban vacíos. Reviso los cajones y tomo una bolsa de doritos y otra de
palomitas azucaradas, se sirvió un gran vaso de cerelac y se fue a la sala a “desayunar”

Encendió la televisión poniéndolo en un canal cualquiera, le daba igual, lo que quería era que
el silencio de aquella estancia se fuera. Era una persona acostumbrada al ruido así que el
silencio le incomodaba. Al poco tiempo de terminar de desayunar tocaron la puerta, se sintió
inquieto ¿Quién vendría a esta hora de la mañana? Ni siquiera eran las ocho. Medio abrió la
puerta y se fijo en quien era.

–Sabia que estarías aquí– se sorprendió un poco de verlo allí, se suponía que debía de estar en
clase.

–Así que eres el mocoso de Asdrúbal, de entre todas las personas que creí que tocaba la
puerta nunca me imagines que fueras tú– le dejo pasar, el menor cargaba los rizos perfumados
por el champú y tenía cara de sueño– si quería dormir mejor te fueras quedado en tu casa–
replico divertido al ver que el joven se tendía a lo largo del sofá.

–No puedo, mi mamá me saca a escobazos para que valla a estudiar– dijo cerrando los ojos.

–¿Y porque no estas estudiando?

–Porque no quiero ir. Hoy será un día de pura mierda en el instituto–Aclaro poniéndose boca
arriba. Alan estaba sentado en el suelo, sentado al estilo indio mientras destapaba una botella
de vino– ¿Vas a beber tan temprano?
–¡Pero si esta es mi hora favorita de beber!– respondió con una sonrisa alegre.

–No soy pancito de Dios– Asdrúbal frunció el ceño– pero beber a esta hora es malo. El hombre
del saco te va a llevar.

–El hombre del saco no existe– le pelo la lengua decidiendo ser el ganador. En ese instante se
escucho que trataban de abrir la puerta. Ambos rubios se pusieron alerta.

–Ves Alan, el hombre del saco viene a buscarte– dijo el jovencito más asustado que otra cosa,
la cerradura seguían forzándola. Alguien quería entrar. De repente la puerta de abrió de par en
par, un hombre mal arreglado, con barba de tres días y con ojeras entraba en el apartamento.
Alan abrió mucho sus ojos

– ¡Mierda, el hombre del saco si existe!

-:-

Adrián miro su cuaderno de notas, dibujando un garabato para entretenerse; las clases de
castellano siempre le resultaban aburridas, él prefería las clases de bilogía, era mucho más
interesante analizar las partículas del cuerpo humano o del cualquier ser vivo. Incluso el
estudio de las células le resultaba fascinante.

Echo un ligero vistazo a la pizarra. El profesor estaba anotando unos ejercicios a los cuales los
alumnos tenían que analizar y realizar luego una paráfrasis. Odiaba eso.

–Por favor, reúnanse en equipos de tres para realizar el taller– bufo molesto sin que nadie se
percatara y miro de derecha a izquierda para ponerse con alguien. Francis, una chica de
bonitos ojos café, le hizo señas para que se pusieran juntos. Adrián asintió, ella era una buena
amiga. Luego vio a Moisés que también se reunía con ella, él era un joven de su misma
estatura, poseedor de unos ojos negros bastante profundos, también era su amigo. Se reunió
con ellos y se saludaron amigablemente.

–Odio hacer este tipo de talleres– dijo Moisés malhumorado, sacando una hoja ministro para
empezar el taller. La chica asintió mientras sacaba un libro de castellano. Ambos se quedaron
mirando al pelirrojo, por lo general solía quejarse más de la cuenta y a veces acababa
castigado en el pasillo o lo llevaban a la dirección pero hoy estaba bastante callado, parecía
apagado. Adrián siempre parecía una vela encendida, siempre a punto de consumirlo todo con
una gran llamarada pero había días en que esa llamarada disminuía hasta convertirse en un
susurro, una llamarada diminuta, una vela casi a punto de apagarse.

Ese silencio lo envolvía de la misma manera que una madre abraza a su hijo, se negaba a irse, a
dejarlo y lo apretujaba más y más que sus amigos pensaron que ese no era su amigo sino una
sombra. Francis le tomo fraternalmente de los hombros y lo zarandeo suavemente. Adrián alzo
la vista y el silencio se alejó como un pájaro ahuyentado.

–¿Adrián, estas bien? – ella miro esos ojos verdes, siempre le habían gustado porque era como
un pedazo de primavera. El pelirrojo sonrió con esa sonrisa suya tan atrayente, la chica se
sonrojo un poco.

–Claro que sí. Es solo que estos talleres son una puñetera de mierda– levanto los brazos y se
estiro lo más posible para desplegar los músculos, sin embargo él sabía que no estaba tan bien,
después de todo hoy era el día y eso siempre le mortificaba, aunque para los demás era un día
normal en él instituto para él era un día de pura mierda.

-:-

El hombre estaba encandilado por lo que no veía muy bien quienes estaban dentro de aquel
apartamento. Cerro la puerta tras de sí y enfoco al individuo que había hablado, todavía estaba
algo encandilado por lo que solo observaba una mancha rubia.

–¿Hombre del saco?–Su voz era ligeramente divertida– Yo no soy el hombre del saco– dijo el
hombre con voz tranquila.

–¡¿Y se puede saber quien eres?! ¡Casi me da un ataque del corazón!– replico Alan mientras
sentía que el corazón casi que se le salía del pecho.

–Ah discúlpeme– esbozo una apacible sonrisa– pensé que no había nadie y la cerradura se me
resistía– mostro las llaves– no sabía si había que darle para adelante o para atrás. Fue algo
bastante confuso– explico sin perturbarse, ya su vista se había aclarado y ahora podía ver a
dos personas perfectamente, ambos rubios y de ojos azules si no fuera por las diferencias de
su rostros casi se diría que eran hermanos. Uno tenía una cara de facciones afiladas y
delicadas, casi hermosa, con unos asombrosos ojos azules. La otra persona tenía un rostro
igual de afilado pero más estrecho, casi como el de la porcelana, los rizos rubios caían casi
hasta sus hombros y estaban perfumados por el champú. Era de durazno si el olfato no le
fallaba.

Eran jóvenes, muy jóvenes o tal vez era que él era muy viejo, aunque no tanto pero a veces
creía que sus años valían por dos, a veces por tres. Pensaba como los viejos y actuaba como los
viejos pero aún era joven, dentro de poco tendría veintiocho años, pero eso era ahora ya
después tendría veintinueve, y después treinta y así hasta que la vejez lo consumiera. Solo,
siempre solo.

Sin importarle mucho sus repentinos pensamientos miro el suelo y tuvo la tentación de
acostarse y dormir plácidamente. No era mala idea teniendo en cuenta que los últimos días
apenas dormía un par de horas, tenía tanto trabajo que a veces pensaba que era más un
esclavo que un trabajador común y corriente. Luis era un esclavista y un abusador, siempre le
ponía trabajo de más y luego reía como maniaco al creerse un rey que puede azotar a sus
subordinados.

–¿Y bien, vas a decirnos que haces aquí?–Alan había hablado con un tono lleno de duda y
escepticismo. Esos ojos azules lo escrudiñaban desconfiado.

–Luis me dijo que su hermano le pidió que viniera a cuidar de su hermano– aclaro
tranquilamente, manteniendo ese aire fresco a pesar de que su apariencia daba mucho que
pensar– él tiene un reunión por eso no pudo venir.

–Ya va. Stop ¿Me estás diciendo que Leandro le dijo a Luis que viniera a cuidar de Santiago
pero como no pudo venir tú lo estás suplantarlo?

–Así es–en ese momento Alan, que estaba sentado en el suelo, se puso rápidamente de pie.
Casi se diría que iba a reclamar algo.

–¡Pero qué desfachatez!– Comento con aire de monjita ofendida– ¡Se supone que yo iba a
cuidar de su hermano, la desconfianza de Leandro me deja sumamente indignado!

–Te ibas a poner a beber– le recordó Asdrúbal. Alan inflo las mejillas de aire diciendo que
ahora bebería con más ganas, destapo la botella de licor y se echó un buen trago.

–A propósito ¿ustedes dos están juntos?–la curiosidad se veía reflejado en el azul de sus ojos,
había recordado que la vez que había llamado a Asdrúbal para informarle lo de la noticia
bomba, Gabriel le había contestado, intuía que era él porque su voz le era familiar.
–Claro que no– dijo el chico encogiéndose de hombros– él no es mi tipo, sin ofender.

–No me ofendo– dijo sin rencor decidiendo que era buena hora de acostarse– Disculpen pero
¿puedo acostarme en el suelo?– pregunto con una sonrisa que denotaba cansancio. Alan se
encogió de hombros, no le veía el problema aunque consideraba que esa educación estaba
fuera de lugar– permiso– dijo antes de acostarse en el suelo y suspirar de puro alivio.

–Ese día solo me quede en su casa porque discutí con mi hermano mayor y acabe yéndome de
casa sin coger nada. Como estaba solo en la oscura noche me lo encontré por pura chiripa a
él–lo señalo vagamente, Gabriel ya estaba tendido boca arriba y se alegraba de que sus huesos
tuvieran donde reposar– Me ofreció quedarme en su casa si no tenía a donde ir, así que me
quede.

–Ya veo… así que ¿ustedes dos…?–ambos negaron con la cabeza– ¡Que triste y yo que pensé
que si estaban aquí, solos, podían hacer pornografía en vivo! Eso sería tan bueno, cambiaria un
poco la rutina.

–Hablando de rutina ¿no se supone que usted debería de estar en el instituto?– Más que una
pregunta molesta era curiosidad– Se meterá en problemas si no va.

–No voy al instituto porque precisamente no quiero meterme en problemas–ambos hombres


ladearon la cabeza confundidos. – Lo que sucede es que hoy es el día– explico algo inquieto.

–¿El día?

–Es el día de la venta clandestina.

-.-

Habían terminado el taller, estaba seguro que saldría mejor que la clase pasada. Suponía que
eso debía de ser bueno porque sus calificaciones en esa materia eran como las cebollas; le
daban ganas de llorar. Estaba recogiendo sus cosas en su mochila cuando alguien le pasó un
papelito doblado, miro a quien le entregaba aquel mensaje pero el chico solo se encogió de
hombros dándole a entender que se lo habían pasado y el objetivo era él.
Miro a todos los estudiantes de ese salón. Aún permanecían sentados porque después de todo
la clase no había terminado, solo había terminado el taller y eran uno de los primeros grupos
en entregar, luego de aquello venía la discusión socializada que tanto odiaba. Sin embargo eso
no fue suficiente para mitigar lo acelerados latidos de su corazón que nada tenían que ver con
el miedo escénico, más bien tenía que ver con lo que había traído en la mochila.

Abrió el papel y lo leyó: “Chúpamelo” Frunció el ceño, aquel era un mensaje obsceno. Pero se
habían confundido, no con su hermano por supuesto sino con la persona que brindaba sexo a
cambio de dinero. Tal vez pensaban que era él porque antes de que llegara Leandro al instituto
solía ser muy promiscuo, o más probablemente porque cargaba aquel diminuto pendiente
adornando su oreja izquierda, era de un color lila, tan diminuto que apenas se notaba, solo
aquellas personan que buscaban lo que en su mochila había podían identificarlo, aunque el
pendiente no identificaba que era lo que tenía, solo identificaba que conocía la fecha de ese
día.

Echo nuevamente un vistazo a los alumnos pero no vio a nadie más con un pendiente como el
suyo. La próxima vez se encargaría de ver mejor.

-.-

–No entiendo. ¿Qué es eso?–pregunto Alan con curiosidad. Gabriel también tenía la misma
curiosidad y se reflejaba en sus ojos grises como el rayo.

–¿Nunca han oído hablar de eso?– estaba un poco sorprendido, tal vez no tanto de Gabriel
porque a simple vista parecía un hombre muy tranquilo, con una sonrisa tierna y serena que
amansaba hasta el más rebelde animal, y con unos ojos que parecían decir siempre la verdad.
Seguramente no era hombre de esos mundos pero si le sorprendió que Alan no lo supiera, no
parecía ser el tipo de persona que se perdiera esos actos– Algunos lo llaman ventas de medía
noche, otros trueques furtivos, ya sabes, esas cosas que los alumnos venden a escondidas de
los maestros– movió la mano como quitándole importancia.

Gabriel parecía turbado de repente, como si le hubieran golpeado la cabeza y le molestara.

–Me parece que he oído algo de eso. Aunque siempre pensé que eran leyendas urbanas. No
me imagine que fuera cierto.

–¿Y qué es lo que venden? –Alan sentía curiosidad. No había llegado a terminar el bachillerato
por lo que no sabía de qué hablaban. Mientras estudio nunca se enteró de unas ventas
clandestinas.
–Intercambian dinero por algo de placer– el rubio revoltoso parecía decepcionado.

–¿sexo por dinero? ¿Eso es todo? Bah y yo que pensé que era algo feo y escalofriante.

–Y lo es– añadió Asdrúbal distraído– no es como si todos se reunieran en un sitio e


intercambiaran amistosamente sus cosas–empezó a jugar con él gato que se había acostado a
su lado. Su mirada era sería, se notaba que no le gustaba mucho hablar de esas cosas– más
bien es un intercambio clandestino, primero pagas a una persona desconocida por lo que
quieres recibir, luego te dan una ficha para intercambiarla por el placer que desear recibir. Este
placer no es solo carnal, también se trata del placer de consumir drogas, alguien dispuesto a
someterse a violencia, intercambios de armas ilegales, etc. Por ejemplo hay una persona en el
instituto que se esconde detrás de un bastidor, frente a este bastidor hay un orificio y quien
quiere que le den sexo oral solo tiene que meter el pene en ese orificio y recibirá lo que desea.
Este tipo de actos son llamados comúnmente como Glory Holl. Lo aterrador es que nunca se
sabe quién está detrás de ese bastidor; podría ser un hombre o una mujer, podría ser incluso
un niño o un alguien con sida. Nunca se sabe pero la gente paga por eso.

–Bueno, yo no lo encuentro tan aterrador. Esas cosas parecieran algo común en este siglo–
acoto Alan con aire despreocupado– No es que diga que este bien o que este mal, esas cosas
incluso se hacen en un manicomio. Los pacientes intercambian a espaldas de los enfermeros
sus objetos personales a cambio de pastillas, su postre favorito, cigarrillos. Pasa en las cárceles,
aunque en una cárcel de seguro es más común, no me sorprende tanto que también suceda en
el instituto aunque allí ya es algo más… complicado. No entiendo como lo hacen ¿Cómo saben
que formas parte de un grupillo de gente insana?

El menor se recostó en el respaldo el sofá pensando que mucho tiempo atrás el también se
hacia ese tipo de preguntas, hasta que un amigo que conocía a un amigo que estaba en esas
andanzas, le dijo como podía identificarlos. Eso solo sucedía una vez al mes.

–Pues se reconocen por ciertos objetos, la cambian de vez en cuando para evitar ser
reconocidos, por lo que supe, este mes llevaran…

-:-

Pendientes. Muy pocas personas lo cargaban o era que tenía tan mala vista que no identificaba
los pendientes. La manada de estudiantes que solía asistir a clase estaba en su mayoría afuera.
El instituto era grande, de dos pisos que se dividía en tres bloques; uno izquierdo, otro derecho
y otro lateral, un bloque de un solo piso cubría la entrada y eran donde estaba la dirección,
biblioteca y demás oficinas,de forma que el instituto tenía forma cuadrangular. El instituto
estaba construido alrededor de un patio pequeño, en el que ahora habían puesto varias
bancas de cemento para que los alumnos se sentasen y cotilleasen entre ellos. Los baños tanto
de hombres y de mujeres estaba en piso superior e inferior. Adrián había tenido clase en el
piso superior, en unos de los últimos y ya había salido de clase, mirada con escepticismo a los
estudiantes, uno por uno y sabía que el también estaba siendo vigilados por esos estudiantes
aunque nunca se sabía quien era quien.

Nunca se sabía quien vendía que cosa. Como parte de la política de anonimato de las ventas
clandestinas la regla era que si alguien estaba ofreciendo sus servicios, ya sea sexo, drogas,
armas, etc., se debía llevar la señal en el lado izquierdo, en aquel caso el diminuto pendiente
de color lila. Si alguien que conocía las reglas deseaba algún servicio solo tenía que dirigirse a
algunas de estas personas y esta persona le proporcionaría información confidencial sobre
donde estaban situados dichas personas. A él ese mes le tocaba dar información con respectos
a los Glory Holl y cuartos oscuros. Si, si, había uno que esta situado al lado del comedor, en la
parte baja. Si habría un orificio y todo queda en anonimato. Pero solo esta ofreciendo sexo
oral. No, no, nada de penetraciones anales ni vaginales, no ya te dije que no, nada de
penetraciones. Para eso debes ir a la parte superior del instituto, en las verjas, sin seguro que
cerca habrá algo en que apoyarse. Debes pagar primero y ya sabes; nada de estar diciéndole a
nadie. Todo queda en secreto. Y no, tampoco estoy dispuesto a chuparla así que váyanse al
diablo.

Y así, a medida que alguien quería preguntar algo primero hacía una seña; se rascaba
distraídamente la mejilla izquierda si quería información acerca de cuartos oscuros, si se
rascaba la barbilla quería drogas, si se rascaba la mano quería un Glory hall. Se hartaba a veces
porque le preguntaba si el era uno de esos que la chupaba o se ponía de espaldas a gemir.
Fruncía el ceño y los mandaba silenciosamente al quinto infierno.

No le gustaba ese mundo. Para nada. Se sentía extraño e intimidado pero no se los
demostraba, nunca se los iba a demostrar. Sintió una mirada encima, eso lo alertaba. Miro a
todos lados disimuladamente buscando quien le miraba así hasta que dio con un grupillo de
cinco chicos. Uno de ellos, él más alto y de cara afilada y agraciada se rasco la barbilla. Adrián
se tenso, sabía lo que significaba eso. Abajo la vista con una mirada dura e inescrutable y
como respuesta se apretó con suavidad el pendiente en su oreja dándole una respuesta
afirmativa. El grupillo asintió y le hicieron señas de que lo esperaban afuera.

El pelirrojo apretó la mochila tras su espalda y camino silenciosamente hasta la salida o eso
quiso porque tropezó con alguien.

–Estas muy pálido– esa voz masculina que solía cautivar sus sentidos. Casi sintió que el corazón
se le salió por la boca del susto.
–Estoy bien profesor Leandro– en el instituto lo llamaba así, la línea entre lo personal y
profesional seguía palpable, al menos en ese lugar. De todas las personas que pudo haberse
tropezado tenía que ser justamente él. Maldijo en voz baja su mala suerte. Los chicos que
antes había estado mirándole se detuvieron un momento, pensando que tal vez él había sido
descubierto.

Leandro miro alrededor y en el rápido vistazo que había lanzado ya tenía la información que
necesitaba.

–¿Quedaste en verte con esos chicos?– pregunto en tono cauto. No lo demostraba pero Adrián
sabia que ese tono también estaba llena de molestia y reproche.

–No es lo que parece– dijo sin inmutarse por la línea recta que se había posado en los labios de
su amante.

–¿Y que es lo que parece?– seguía manteniendo ese tono. Adrián se mordió el labio sin querer,
aquella era una pregunta con trampa.

–Yo solo voy al salón de clases– respondió sin dejarse intimidad, aunque en el fondo ya estaba
sintiendo muchísimo miedo.

–Entonces ve al salón de clases– aquello era una orden. El pelirrojo respiro hondo, se dio la
vuelta y continúo caminando contrario al camino de la salida. Iba hacia el salón de clases. No
se giro para ver si Leandro lo vigilaba porque sabía que así era, podía sentir esos ojos claros y
brillantes de un color almendrado, fijarse en su silueta. Mirándole fijamente para ver si era
verdad que iba al salón de clase.

-:-

–Eso es ilegal y hasta perturbador– comento Gabriel pero su tono como siempre era tranquilo.
Alan pensaba que por mucho que la situación fuera preocupante su tono permanecería igual,
como si los problemas fueran una cosa ajena a él. Si el rubio pudiera comparar esa voz con
algo seria con la luz del sol en las mañana, a esa hora todo el mundo le gustaba el cálido sol,
porque era suave y nítido, casi como la caricia de una pluma, así hablaba el pelinegro suave
como un algodoncito.

–¿Y nadie nunca se da cuenta de nada?– Alan seguía siendo curioso, examinando la situación y
preguntándose como una cosa así pudo pasar desapercibida cuando estudiaba.
–Suelen ser bastante sutiles en esas cosas, son cuidadosos en sus señales y solo lo hacen una
vez al mes, si lo hicieran todos los días la gente sospecharía– se acostó a lo largo del sofá, tenía
flojera y comenzaba a sentir hambre. Recordó que una vez el pago por algún servicio, era solo
curiosidad. Tener aunque fuese sexo oral con alguien desconocido le resultaba excitante pero
la experiencia no le resulto tan grata, no saber absolutamente nada de quien estaba al otro
lado le causaba pavor, era cierto que a veces falsificaba cedulas y se hacía pasar por mayor
para entrar a los bares buscando a un chico guapo pero a ellos los conocía, de forma sutil claro,
pero los conocía, les miraba la cara y les dejaba en claro que sin condones no les abría las
piernas. Era muy cauto con esas cosas– pero como yo soy salado (1) siempre que pido algo de
esa venta terminar casi por descubrirme así que mejor este mes no voy, me evito la mala
suerte.

Gabriel se levanto despacio, con ese sereno rostro suyo y fue hasta el cuarto que suponía
donde estaba el hermano rubio. Apenas toco un par de veces. Nadie contesto.

–Te aviso que el narcisista esta es un estado de depresión avanzado– aviso Alan mientras se
tronaba los dedos, no era un muestra amenazante solo estaba aburrido y tronarse los dedos le
distraía un poco.

Gabriel asintió y abrió un poco la puerta. Estaba allí para vigilar al hermano intermedio, se
asomo un poco, todo estaba en penumbras y en silencio, solo se escuchaba el sutil ruido del
aire acondicionado en el cuarto.

“Bueno, todavía sigue allí” pensó calmadamente observando el bulto que estaba acostado en
la cama. Cerró la puerta otra vez y se acerco al otro par. Sus pasos eran cansados y se notaba
que tenía sueño, las ojeras bajo sus ojos ya habían echo bolsas.

–¿Tu eres Gabriel, verdad?– pregunto de pronto Alan acordándose que ni siquiera se habían
presentado. Extendió amigablemente su mano– Yo me llamo Alan y vivo aquí.

–Mucho gusto– tomo la mano– Perdón por no presentarme ¿Cómo sabias mi nombre?

–Te pareces un poco al muchacho que vino por aquí cuando estábamos gravando un escena
exótica con un Leandro bien amarrado– el pelinegro recordaba aquello vagamente, había
acompañado a su mejor amigo a casa de su hermano menor y lo que encontraron lo dejo con
la boca abierta, es decir, nunca antes había entrado en la casa de alguien mientras el dueño de
la misma yacía amarrado a una silla con una mascara de zorro puesta. Había quedado bastante
sorprendido– fuiste tu quien descubrió que el chico era ricitos de oro.
–Lo que sucede es que no sabía como se llamaba. Cuando Luis y él eran amantes nunca dijo su
nombre, solo lo llamaba de esa manera. Lo vi un par de veces y con eso es suficiente para que
se me grabe el rostro de una persona– compuso una sonrisa adorable de disculpa.

–Si pero en aquella ocasión parecías más… gente, sin ofender– volvió a decir Asdrúbal. Era
verdad, aquel entonces estaba bien afeitado y bañado, ahora parecía la sombra de lo que fue.
Gabriel soltó un suspiro casi entristecido.

–Luis es un tirano– dijo como única respuesta, su tono era resignado, como si hubiera peleado
una batalla y al final no hubiera ganado, la rabia se había esfumado y solo quedaba la
resignación.

–Oh yo te entiendo. Tal vez tu te refieras al trabajo pero yo me refiero al sexo– añadió molesto
Asdrúbal– siempre que quería meterme su cosa en el trasero tenía prisa, siempre con frenesí y
sin prepararme siquiera.

Luis en la reunión sintió un sonido quehirió su oído izquierdo hasta ensordecerlo (2), supuso
que alguien hablaba mal de él. No entendía porque hablarían mal de él si era una criatura tan
buena y ejemplar.

–No se porque, pero le urgía mantenerme en cuatro patas y darme hasta el cansancio. He de
decir que ha sido uno de los mejores en el sexo que he tenido pero, caramba, nunca me dejaba
reponerme, ¡si hasta tenía que prepararme yo mismo antes de que llegara él sino quería
sangrar! es que no era muy delicado en esas cosas– pudo haber seguido hablando y hablando
pero se dio cuenta de que ambos hombres le miraban con los ojos muy abiertos. Sintió de
pronto mucha vergüenza, la sangre acumulada en las mejillas pálidas– No debí haber dicho eso
¿cierto?– ambos hombres negaron con la cabeza, mudos de la impresión, entonces Asdrúbal
bufo avergonzado– el caso es que me dejaba exhausto y hasta llegue a descuidarme en la
apariencia, me compadezco de Aarón, aunque él es diferente; es un uke con los pantalones
bien puesto.

En otra parte Aarón sentía un sonido ensordecedor en su oído derecho. Alguien estaba
hablando bien de él, sonrió un poco mientras seguía presentando el examen.

–Estoy seguro de que Aarón si será capaz de aguantar la naturaleza dominante de Luis ¡Aarón
es un macho que se respeta!– dijo con euforia el menor, casi como si estuviera haciéndole una
campaña a algún candidato a la presidencia. Gabriel incluso pudo sentir el bullicio de un todo
un gentío de fans apoyando la causa y Asdrúbal sonreía y saludaba a un publico invisible.
Demasiado irreal.

–Ah mejor dejemos de hablar de eso–propuso Alan– sino me empezare a imaginar cosas no
muy sana entre esos dos… aunque pensándolo bien no parece tan mala idea– razono
entusiasta, sonreía travieso a la nada como si ya estuviera imaginándose cosas indecentes.
Luego espanto aquella idea agitando las manos, como quien las agita para quitarse un bicho de
la cara– El asunto es que tienes mala apariencia, si Santiago te viera así con mayor razón se
lanzara por la ventana, mejor ve a tomarte una ducha. El baño esta por allá, tal vez hasta
podrías rasurarte para parecer gente– señalaba vagamente hacia un cuarto pequeño que
quedaba por el pasillo.

–No creo que sea necesario. Además, lo mejor seria dormir un poco antes de atreverme a
pasar una hojilla por el rostro; tengo tanto sueño que temo que al final no me quite la barba
sino un pedazo de nariz o en el peor de los casos me corte sin querer la garganta– aclaro con
una sonrisa que expresaba cansancio

–Claro que si lo es– una gran sonrisa se dibujo en su rostro, de pronto ya sabia que debía de
hacer para espantar el ocio– es más, nosotros te ayudaremos para que luzcas impecable, así
podría jugar un poco al estilista– dijo empujando de a poco a un sorprendido Gabriel hacia el
baño.

-:-

Sus dedos tamboreaban con impaciencia el suelo a causa de los nervios. Estaba a punto de
comerse las uñas pero no lo hizo, seguramente si lo hacia parecería más desesperado de lo
que ya estaba. Estaba sentado en el suelo, cerca del salón de clases. Estaba solo y alejado de
todos, no es que se la llevara bien con todos pero tenía amigos pero en ese momento no le
apetecía hablar con nadie. Pronto alguien se sentó a su lado y estuvo a punto de resoplar
fastidiado como muestra de que no quería a nadie cerca pero cuando se fijo en que era su
reflejo sus músculos se relajaron.

–¿Aun no empieza la clase?– pregunto Aarón observando a los constantes alumnos que
entraban y salían del aula de clase, algunos se lanzaban taquitos.

–El profesor lleva diez minutos de retraso– respondió indiferente Adrián mientras recostaba su
cabeza en la pared. Anoche apenas había dormido.
–Es raro que no hayas dormido bien– sonrió un poco– ¿Tiene que ver con el profesor o…?–
dejo la pregunta en el aire, aunque sabía que Adrián sabría de que hablaba.

–Más lo segundo que lo primero– dijo a modo de respuesta. Pasase el tiempo que pasase
nunca se iba a acostumbrar a estas fechas. Eran asfixiantes e intolerables. Cuando le tocaba a
su gemelo él siempre lucia normal, en cambio él parecía más cansado de lo normal y se ponía
de un pésimo humor. Esperaba con ansias que aquel día de mierda terminase pronto. Decidió
cambiar de tema– ¿Y tú? Como no llegaste a la hora acordada supusimos que te habías
quedado dormido.

–Eh yo… dormí bien– de repente se había puesto algo nervioso y evitaba mirarle al rostro,
Adrián supo que había mordido el anzuelo. – y falte porque… uh… me quede haciendo unas
cosas

–Ah y ¿Qué hiciste?–el amago de una sonrisa burlona estaba asomándose por la comisura de
sus labios

–Nada en especial; cosas de la casa, me aburrí un poco.

–¿Te aburriste?–coreo el gemelo menor– ¿Y ese chupón también fue a causa de tu


“aburrimiento”?– dijo señalando divertido una zona enrojecida a un lado del cuello de su
hermanito.

–P-Puedo explicarlo…–Aarón no lo miraba a la cara, su cara estaba roja como sus cabellos.

– ¿Explicar? –pregunto Adrián con una sonrisa maliciosa, mostrando los dientes – ¿Explicar
que?– interrogo

–E-e-e-e-e…

– E-e-e-e-e…–lo imito – vamos dile a tu hermanito como te hiciste ese chupón, o mejor dicho
¿Cómo te lo hicieron?– cuestionoexhibiendo una sonrisa triunfadora propia del pequeño
demonio que era

–Adrián yo… No lo sé, es que.


–¡No lo sabes!– carcajeo ligeramente– ¡Así que mi hermano no sabe como se hizo el chupón!–
Rió hasta que le dolió el estomago. Rió una y otra vez sin poder contenerse, se sujetaba el
estomago porque este convulsionaba en potentes y viles carcajadas, temblaba muerto de risa.
Sus carcajadas eran tan violentas que apenas podía respirar. Aarón no sabia donde esconder la
cara, todavía la tenía roja pero en su rostro se podía vislumbrar molestia y vergüenza juntas,
miraba ligeramente al lado y fruncía los labios– Ese es el mejor chiste que me han dicho– dijo
Adrián cuando se hubo calmado, aunque aun seguía algo agitado, se limpiaba las lagrimas y
emitía una leve risa de cuando en cuando. Cuando se calmo totalmente noto como si su pecho
se hubiera librado de un gran peso.

Miro a su gemelo que aun seguía con esa mueca de molestia pero evitaba mirarle a los ojos.
Adrián se recostó en su hombro y mantuvo esa sonrisa divertida en su rostro, una sonrisa
agradable y cerro los ojos.

–Te quiero Aarón– dijo de todo corazón– me hubiese comido las uñas si no hubieras llegado–
aquella aclaración pareció ablandar el corazón del gemelo mayor, el enojo había desaparecido
de su cara y ahora mostraba una sutil sonrisa.

–Yo también te quiero Adrián– dijo calmado– ¡pero no te vuelvas a reír de mí!

–Eso es un poco difícil, eres mi hermano gemelo y eres jodible (3)– el pelirrojo volvió a adoptar
esa molestia en su cara y Adrián volvió a reír, sentía como la presión que había sentido durante
toda la mañana había disminuido hasta volverse tolerable.

-:-

Unos alegres y distraídos silbidos se escuchaban en el baño. Alan realizaba muy contento su
trabajo de maid, se había mojado si, pero no había que preocuparse mucho puesto que tenía
unas sencillas y desgastadas bermudas, la franelilla era de color verde y se le había empapado
pero a él le gustaba el agua por lo que estar mojado no le disgustaba en absoluto.

Gabriel se encontraba metido en el jacuzzi, sentado tan tranquilamente como si fuera normal
que un extraño al que acababa de conocer le ayudase a bañarse. Ya sea había afeitado así que
su cutis lucia impecable. Miro las pompas de jabón que sumergían de la tina, tocaba algunas y
estas explotaban, luego se miro las palmas de la mano; tenía los dedos arrugados por el cloro.
“Demasiado tiempo en el agua” pensó calmadamente. Aquel rubio había puesto sobre su
cabellera negra champú y masajeaba el cuero cabelludo con entusiasmo, era como si estuviera
recibiendo un tratamiento capilar.

–Creo que puedo continuar yo solo– comento mientras hacia un hueco con su mano y el agua
enjabonada se sumergía en ella.

–¿Seguro?– pregunto en tono curioso deteniendo su labor. Se encogió de hombros y se puso


de pie– No más no vallas a quedarte dormido y ahogarte. Capaz Leandro me mata solo por
impregnar su baño de malos olores– el rubio recordaba lo obsesivo que era su amigo con la
limpieza, en especial con la del baño cuando alegaba que había que tenerlo limpio por los
gérmenes y demás bacterias. Hablando de malos olores… ¿Santiago todavía estaba en el
cuarto cierto? No es que Santiago oliera mal, era sencillamente que si decidía tirarse del quinto
piso hay las cosas si olerían mal, muy mal. Con aquella duda salió del baño a verificar si el
hermano intermedio aun seguía con vida.

Mientras tanto un jovencito de rubios cabellos y lindos bucles miraba entretenido aquel
hombre bañándose. Había estado observando desde el momento en que entro en el baño y se
desvistió, desde entonces no había podido despejar la vista de aquel atractivo cuerpo
masculino. El hombre siguió bañándose solo sin importarle si le miraba, se levanto y abrió la
regadera para quitarse el jabón del cuerpo. Asdrúbal sintió un escalofrío agradable en cuanto
vio el agua rozar aquella piel limpia como el agua diáfana, se revolvía los cabellos negros
quitándose el champú, el movimiento le pareció sensual y atractivo que contuvo las ganas de
lanzarse sobre él.

Cuando Alan volvió de verificar que el rubio doctor continuara en el cuarto (cosa que así era)
se encontró con un Asdrúbal sacando una placa mental del cuerpo de Gabriel. Sonrió juguetón.

–¿Qué no dijiste que no era tu tipo?

–No era mi tipo hasta que se desvistió, ahora es del tipo que más me gusta–Alan carcajeo
divertido y negó con la cabeza.

–No tienes remedio– carraspeo un momento– ey Gabriel ¿Cuándo fue la ultima vez que tuviste
sexo?–Gabriel, quien ya había salido de la lucha y estaba secándose, miro al rubio
curiosamente como si hasta ahora no se hubiese percatado que aquellos dos estaban allí en el
baño.
–En realidad nunca lo he tenido–dijo sinceramente. Alan se quedo con los ojos muy abiertos,
Gabriel sonrió un poco– Mi intensión siempre había sido ser sacerdote, no abogado. Pero las
cosas no siempre salen como uno las planea–siguió secándose tranquilamente, no le daba
pena, después de todo los presentes también eran hombres y él no tenía nada que ellos ya no
hubieran visto.

–Así que eres casto– Alan no se lo creía ¡si el sexo era una de las cosas más fabulosas que
existía en el mundo!

–Es virgen– Asdrúbal dijo la palabra como si la saboreara.

–¿Y tienes novia?

–No. No tengo.

–¿Novio?

–Tampoco– sonrió divertido al verse sometido en semejante interrogatorio. Alan por su parte
le dio una palmadita en la espalda al menor, como diciéndole que tenía el camino libre.

–¿Y no te gustaría tomarte un sedante? Ya sabes, de esos que son para calmar los músculos.

–No creo que sea buena idea. Vine a cuidar de Santiago, no a relajarme.

–Nah no te preocupes, aun estoy suficientemente cuerdo y puedo cuidar del rey de los
narcisos. Además alguien por aquí tiene las hormonas alteradas y es necesario que tengas ese
sedante– acoto con una gran sonrisa. Gabriel no entendía, sus hormonas estaban tan
tranquilas como lo habían estado siempre, no tenía caso tomarse un sedante para calmarlas.

-:-

Habían pasado varias horas desde que Leandro lo había visto, ese día no tenía clase con él así
que por ese lado se sentía tranquilo, si hubiera tenido clase con él no hubiese sido capaz de
mirarle a la cara. Lo que hacia ese día era repugnante y aborrecible pero no tenía opción. Se
colgó su mochila, completamente rayada con nombres de bandas musicales, en el hombro y
salió del aula de clase. Haciendo acoplo de su valor se dirigió a la parte trasera del instituto.
Seguramente estarían esperándolo.

Yendo con soltura camino hasta los trastos que estaban detrás del instituto, ese lugar la
mayoría del tiempo estaba sola. Las chatarras se amontonaban y el olor a oxido despreciaba
las fragancias de duraznos. Esa fragancia como la que tenía su cabello por el champú. Olía bien
y era hermoso, poseía la belleza de las porcelanas pero sus cualidades y su fragancia que olía
bien nunca eran recibidas con alegría en aquellas estancias sucias y malolientes. Era visto
como un ser frasquitero que temía ensuciarte los zapatos con barro. Y eso era verdad, los
despreciaba por lo que eran y por lo que querían de él. Y ellos lo odiaban porque ni siquiera
hacia el esfuerzo por disimularlo. Adrián no soportaba la idea de sonreírles o de siquiera ser
amable con ellos, su actitud era tosca y fría, fría como una helada madrugada de invierno que
congelaba las gotas de agua en alguna tubería.

Se fijo en el grupillo que estaba esperándole, ansiando lo que en su mochila se escondía.


Observo al muchacho de facciones hermosas, el primero que le había hecho señas para saber
si tenía lo que ellos deseaban. Pero no estaba solo o al menos no estaba solo con su grupo,
también había otros. Adrián los recordaba a la perfección, ellos también habían venido a él el
mes pasado y se habían ido cabreados al no obtener más de lo que querían.

Sus pasos se detuvieron un momento, analizando si debía acercarse más. Estaba solo y no se
sentía tan confiado como antes. Podía sentir ese vaho inquietante y distante, como si estuviera
entrando en algo peligroso, como un callejón oscuro y sin salida. Incluso podía escuchar las
gotas de alguna tubería caer al suelo, escuchaba su sonido distante como algo amenazador.

Tragó saliva.

Muchas muecas de odio y rabia le amenazaban sin palabras.

Tal vez querían desquitarse por lo que él les hizo el mes pasado, cuando los golpeo y le rompió
la nariz al mayor de todos.

–Mejor sigue caminando– un leve empujón en su espalda le obligo a seguir marchando.


Frunció el ceño. Lo que pensaba. Esos ojos fijos en los suyos.

Tenía graves problemas.

-:-
Miraba su celular con un aire preocupado. Sentía la necesidad de llamarlo pero seguro que si
lo hacia estaría en medio de algo importante. Lo guardo en el bolsillo de su pantalón. Estaba
en el segundo piso, fuera del salón y apoyando sus brazos sobre la verja de metal contemplaba
a los alumnos en el patio interior pero su semblante seguía siendo preocupado.

Podía sentir esa extraña sensación en su pecho, esa sensación que le decía que algo iba mal
con su hermano, no encontraba como explicarlo, era como un sexto sentido de hermanos.
Habían crecido en el mismo útero, habían estado juntos por nueve meses hasta que le dieron a
luz. Estuvieron juntos en la infancia e incluso dormían en la misma cama. Hubo un tiempo en el
que los separaron pero aun así estaban juntos. Llegaron a desarrollar esos lazos que los
hermanos gemelos desarrollan, si a uno le dolía la pierna derecha al otro le dolía la pierna
izquierda. Si a uno le dolía un ojo al otro le dolía el otro ojo. Y así fueron compartiendo sus
angustias, tristeza y momentos de alegría así que en ese instante podía sentir como esos
mismos lazos le indicaban que su hermano estaba en problemas. Miro a los lados pero no lo
vio ¿Dónde estaba?

–Te noto muy preocupado ¿estas bien?– su amigo Gonzalo se situó a su lado, masticaba chicle
despreocupadamente y de vez en cuando hacia una burbuja con la goma de mascar para luego
reventarla con los dientes y seguir mascando– ¿Se trata de tu hermano gemelo?

–Algo así… es que no se donde esta– contesto algo desanimado.

–De seguro esta en clase… o eso espero– se encogió de hombros, justo en ese momento la
profesora Marcela entraba al salón. Ya era hora de comenzar las clases. Aarón suspiro
resignado y entro a la asignatura pero esa angustia en su pecho se acrecentaba cada vez más y
más, sentía hasta nauseas a causa de los nervios.

-:-

Cuando le quitaron la mochila estuvo a punto de blasfemar pero cerró la boca y fulmino con la
mirada a quien le había quitado el morral. El grupillo que antes lo había citado allí se habían
ido y lo habían dejado solo con otros tres muchachos. Pronto le tomaron de las manos y los
pies y lo tenían acorralado.

Registraron el bolso y se repartieron parte de la mercancía entre risas joviales. Aun lo tenían
sujeto.
–Al menos paguen– espeto con veneno en su voz. No pudo seguir callando. El mayor de ellos le
miro y enarco una ceja.

–Tu si que tienes los huevos bien puesto ¿no?– le tomo de la barbilla. Adrián tuvo ganas de
morderle la mano– Lo que sucede es que no me da la gana de pagarte, eso te pasa por
haberme golpeado la vez pasada. Si fueras dócil como un cachorrito estas cosas no te pasarían.

–Me cago en tu madre antes de ser dócil con una basura como tu– debía de callarse, él lo
sabía. Debía de hacerlo si quería salir bien parado de aquello pero no lo soportaba, la idea de
ceder aunque fuera un poco le producía nauseas.

–Arrepiéntete de lo que acabas de decir –siseo dominado por la ira– vamos, se que eres un
niño obediente y lo harás.

–No– la voz no le temblaba ni un ápice, lo fulminaba con aquellos ojos verdes. Sintió de pronto
un ardor en la mejilla, le habían golpeado. Los ojos le escocieron y el rostro se ladeo a causa de
aquel golpe.

–Dije que te arrepintieras– las palabras habían dichos con un tono tranquilo pero severo.
Adrián con paciencia volvió a mirarlo a la cara y levanto la barbilla desafiándole.

–Jamás– esta vez lo golpearon en el estomago, se vio doblado por la cintura a causa de aquel
brutal golpe, incluso pudo sentir la sangre espesa en su boca. Tosió un poco y luego apretó los
dientes. Su captor le levanto la barbilla y fue cuando vio algo que hasta ahora no había visto.
Algo relucía en su cuello, una prenda que parecía hermosa y apetecible a la vista. Se la arranco
del cuello.

Adrián enfureció de pronto. Sin avisarlo. Sin contenerse. Como un globo que explota sin avisar.

–¡Maldito seas, devuélveme eso!– trataba de liberarse de sus captores pero no lo consiguió. El
mayor sonrió mostrando los dientes, una sonrisa macabra.

–Esto te lo dio tu profesor ¿no?– Adrián palideció bruscamente– ah si, seguro que si, después
de todo eres su puta. ¿Qué sucede? ¿Te sorprende que sepa que te revuelcas con ese profesor
de matemáticas? No deberías de sorprenderte tanto, después de todo muchos en el instituto
lo saben– miro la cadena en sus manos, podía jurar que era de oro, además estaba ese lindo
anillo en medio de la cadena– No deberías ser tan egoísta, comparte la mercancía– dijo
tomándole de la cintura– si vas por allí repartiendo al menos deberías ser generoso con
nosotros.

–Yo le doy en culo a quien a mí me de la puta gana–En medio de todo eso, Adrián podía sentir
que muy dentro de él algo bullía de ira, como las llamaradas del fuego: rojo y caliente.
Entonces observo que su captor se llevaba la cadena a los labios y la lamia con descaro, como
si supiera que aquello le afectaría. El pelirrojo abrió muchos los ojos, ¿como se atrevía ese
infeliz a osar posar esa sucia lengua en aquel preciado tesoro que Leandro le había regalado?
Apretó los puños y una sombra oscura se poso sobre sus ojos, ocultándolos–Devuélvemelo–
siseo con voz oscura y amenazante, apretando los puños

–¿Qué…?

–¡Devuélvelo!– su interior se inflo lleno de ira y se abalanzo sobre aquella persona detestable,
propiciándole en el acto un puñetazo tan contundente que le partió el tabique nasal.

-:-

Al principio no había accedido, un sedante no era necesario, si estaba cansado pero no era
para tanto, en otras ocasiones había estado aun más cansado pero se había mantenido en pie.
Luego de muchas negativas y demasiada insistencia acabo aceptando aquel te y se tomo la
pastilla que según ellos era un sedante.

Los efectos de aquella pastilla no tardaron demasiado en hacer efecto, empezó a sentir un
ligero mareo pero no era tan desagradable, luego fue como si su mente empezara a
adormecerse, parpadeo un par de veces tratando de espantar aquel efecto, porque reconocía
que eso era un efecto. Antes había tomado sedantes pero ese efecto era nuevo. Estaba
empezando a pensar lento, demasiado adormecido para dar de cuenta donde estaba y que
hacia allí. Era algo fuerte, como una medicación. Se masajeo la sien para ver si eso pasaba pero
solo se acrecentó. Y esas nauseas que sentía…

–¿Oye, estas bien?– Alan apenas le zarandeaba, preocupado.

–¿Seguro que lo que le diste era un sedante?– Asdrúbal lo miraba inquieto, la gente cuando se
tomaba un sedante se relajaba, pero Gabriel no se veía en absoluto relajado, parecía
desconcertado y enfermo.
–Pues eso parecía– el rubio fue a la cocina a buscar el frasco de pastilla, cuando volvió a la sala
Gabriel no se sentía mejor. Miro a Asdrúbal y le enseño las pastillas– se llamanThorazine, me
suena a sedante pero ya no estoy tan seguro de que sea un sedante– se rasco la barbilla
pensativo.

–Tal vez era una medicina del profesor. Seguro que serbia para otra cosa– razono nervioso. Se
acerco al pobre Gabriel quien se cubría el rostro con una mano, mantenía sus ojos cerrados
tratando de que todo tuviera un equilibrio porque todo estaba dando vueltas– Ey, no vallas a
vomitar la alfombra– aquella voz, levanto un poco la mirada y miro la cara de ángel que le
miraba, todo daba vueltas pero aun así pudo distinguir las suaves facciones.

–Asdrúbal eres bellísimo, te daría todo lo que tengo si te quitaras la ropa y me dejaras verte
desnudo– tanto Asdrúbal como Alan abrieron mucho los ojos.

–Si, es definitivo. Lo que le dimos no era un sedante– afirmo Alan.

–Esta delirando– comento el menor viendo como Gabriel se había levantado y buscaba su
billetera. Cuando la encontró sonrió triunfal, luego lo miro sonriente y agito la billetera–
¿Cuánto tiempo va a estar así?

–Según mis cálculos puede que ese efecto dure lo mismo que Dios duro creando un insecto.

–¿Entonces no tienes idea?

–Ni idea.

Tuvieron que calarse muchos pero muchos minutos de aquella euforia de la cual no entendían
su origen. Gabriel se mareaba, se encogía en el suelo por las ganas de vomitar, luego
recuperaba su euforia y hablaba sobre parásitos y los duendes que vivían debajo de la cama,
comentaba sobre la teoría del Bing bang. Después se quedaba largo tiempo en silencio
observando una mosca y de repente reía con fervor sin parar, tapándose la boca para ahogar
la risa. Le entro luego una desesperación e insistía en que tenía que salir a fuera a correr por el
pasillo; era una petición sin sentido y tuvieron que cerrar la puerta con llave, el hombre
caminaba de un lado a otro, agitado y con gran malestar pero sobretodo caminaba
desesperado, como si no pudiera contener sus desesperadas emociones.Después de todo
aquello le sobrevino un gran agotamiento, se acostó en el suelo y parecía a punto de dormir.

–¿Asdrúbal?
–¿Uh?– el chico se había resignado a esos cambios de humor tan repentinos, así que se lo
aguantaba con la paciencia de un bendito.

–¿Es verdad lo que dijiste?

–¿Sobre que?

–Sobre lo de tu instituto.

–¡Claro que es verdad!

–¿Y que le harían a un alumno si lo encontraran con las manos en la masa?

El rubio lo medito un momento, el pelinegro estaba a punto de dormirse.

–Supongo que lo expulsarían.

-:-

Por breves momento estuvo abajo, recibiendo golpes al derecho y al revés, tanto que sintió un
calambre en todo el rostro, un puñetazo más fuerte que el otro le partió el labio, dolía tanto
como si le hubieran partido el maxilar de un martillazo. Incluso las lágrimas se acumularon en
sus parpados pero eso no importo demasiado. La ira dentro de él era mucho más fuerte. Antes
que se diera ya estaba arriba, sentado a horcadas en aquel cuerpo repulsivo y su mano parecía
tener vida propia porque propiciaba puñetazo a cada dos por tres. Le dolía el puño pero no se
detuvo ni un instante, el individuo bajo de él tenía el rostro amoratado y la sangre salía de su
nariz, de los ojos, de la boca. Su puño se lleno de esa sangre, incluso la cadena que había
logrado quitarle se manchaba con esa sangre.

Pero no podía detenerse, su cuerpo actuaba por inercia y solo atenía a seguir golpeándolo, con
todas sus fuerzas y con toda la rabia que tenía. Lo golpeaba de manera incoherente de forma
que su contrincante no podía defenderse. Era como un toro frente a una manta roja, podía oír
su propia respiración agitada a causa de la furia que corría y latía en sus venas. Demasiado
odio como para contenerlo.
–…le metió el diablo.

–…sido él, ese chico.

–…meterá en problemas.

–…téngalo, viene el director.

Aquellas palabras le llegaban como un mínimo zumbido, un poco molesto pero no lo suficiente
como para detenerlo. Solo estaba concentrado en su objeto, absolutamente cegado porque no
veía a nadie más allí, todo se había vuelto opaco y borroso y solo importaba seguir golpeando.
De pronto una mano surgió en la oscuridad y apresándole por los brazos, lo separo con
brutalidad de su objetivo. Forcejeo como loco para que le soltaran, hasta lanzo maldiciones a
quien había osado interrumpirlo pero no lo soltaron y como no lo soltaban para seguir
golpeándolo entonces opto por darle patadas, una de ellas impacto contra el estomago de su
adversario, obligándolo a doblarse y ponerse en posición fetal en el suelo, sujetándose el
estomago y tosiendo. Tosió sangre.

–¡Basta, basta! ¡Es suficiente!– le grito la persona que le apresaba, entonces fue cuando cayo
en cuenta de que la mayoría de los alumnos había formado un circulo alrededor de la pelea,
algunos más entusiastas que otro y ante tanto barullo el director había venido a ver que
sucedía. Y lo que encontró no fue nada amigable: dos estudiantes peleándose a muerte. Adrián
apretó los puños y dejo de forcejar; el director le había pillado, lo iban a llevar a la dirección, le
harían un acta. Una línea recta se dibujo en sus labios golpeados; estaba metido en muchos
problemas.

-:-

Impartía la clase con un ligero malestar, no era un malestar de esos que te dan por si te da
gripe o dolor de cabeza. Era un malestar en su pecho, una inquietud que era tan preocupante
como amenazante. Carraspeo un segundo y siguió escribiendo los ejercicios en el pizarrón.

–Si yo también lo vi, parecía muy molesto– murmuro bajito una alumna pero Leandro pudo
escucharla– parecía como si se le hubiera metido el diablo.

–¿Te refieres a ese muchacho bonito?– susurro otra.


– ¿al de cabello rojo y bonitos ojos verdes?– Leandro frunció el ceño, ¿hablaban de Adrián?–
si, ese mismo. Es muy lindo, pero tiene un carácter muy fuerte.

–Si, oí que hoy se metió en problemas–Leandro dejo de escribir por un segundo, alarmado
ante la idea de que su niño mimado se hubiera metido en líos graves– según supe se agarro a
peleas con Néstor.

–¿Y quien gano?

–No lo se, pero el director tuvo que separarlos. Ese chico parecía endemoniado y no dejaba de
pelear. Creo que ahora mismo debe de estar en dirección.

–Que pena, seguro que le firmaran un acta.

–Es lo más seguro, creo que– dejo de escuchar y siguió copiando en el pizarrón, ahora más
preocupado que antes ¿Adrián se había peleado con alguien? Seguramente que si, ese niño
tenía un carácter de los mil demonios y su conducta no era precisamente la de un santo, tenía
entendido que en su historial en el instituto tenía mala conducta. Y en más de una ocasión le
habían llamado vehemente la atención. Termino de escribir los ejercicios y dejo el marcador y
el borrador en el escritorio.

–Por favor, copien estos ejercicios. Lo quiero listo para la próxima clase. Dicho de otro modo
también los pasare a la pizarra a realizar los mismos así que será mejor que practiquen– un
suspiro de resignación lleno el aula, pronto los alumnos copiaron los ejercicios y uno a uno
fueron abandonando el aula de clase y así hasta que no quedo nadie. Fue entonces que
Leandro guardo sus cosas y con prisas se dirigió a la dirección, allí estaría el pelirrojo castigado
por lo que sea que hubiese hecho.

Llego algo agitado, respiro profundo un par de veces para calmarse y toco la puerta. Seguido
de eso entro a la oficina y se sorprendió de ver a un Adrián sentado frente al director, con la
cara amoratada y ensangrentada. Sus ojos estaban fijos en el suelo y mantenía una expresión
indiferente. El uniforme estaba manchado de tierra y sangre, también estaba rasgada la camisa
y le salía sangre tanto de los labios partidos como de la nariz. Era un aspecto lamentable.

–Disculpe director. No sabia que estaba ocupado– era una mentirilla blanca, sabia que estaba
ocupado con Adrián pero quería interrumpir para abogar por él.
–Pase adelante profesor– dijo en tono monocorde, Leandro entro manteniendo una postura
relajada, en sus ojos estaba una pregunta y el director la vio– encontré a este alumno
peleando con otro, puño a puño ambos se dieron; aunque el otro alumno salió peor parado,
ahora mismo esta en el ambulatorio– parecía grave, Leandro se preocupo por lo que le
esperaba a Adrián– y todo por drogas– aquello le dejo pasmado. Sin habla y sudando frio
¿había oído bien y el director había dicho drogas? Adrián en su asiento se removió incomodo,
aun sin decir nada, su mirada verde se lleno de miedo y fue incapaz de mirar al profesor a los
ojos. Deseo que la tierra se lo tragara.

–¿Ha dicho drogas?– respiro lentamente y trato de calmarse– puede que fuese un error y
peleasen por otra cosa. Una chica, tal vez.

–Me temo que no es así, profesor– negó lentamente, sin perder la calma. Puso sobre el
escritorio la mochila del pelirrojo, Leandro pudo reconocerla porque estaba rayada con bandas
musicales, rasgada en uno que otro lugar. En alguna ocasión Leandro recordaba que le había
dicho a Adrián que le compraría una mochila nueva pero este se había negado alegando que
esa mochila era su favorita, era su mochila de la suerte. Así que era una mochila
inconfundible– y le encontramos esto dentro– la abrió dejando a relucir varios paquetes de
cocaína, el castaño se quedo sin respiración– hemos sospechado desde el año pasado que
alguien ha infiltrado este tipo de nociones en el instituto, todavía no dábamos con un culpable
pero ahora lo tenemos. Esta prueba es irrefutable.

–¿Qué harán con él?

–Este comportamiento mal acarreado merece una ejemplar sanción, y dadas las circunstancias
de su hallazgo en una pelea callejera lo ideal seria una expulsión– el pelirrojo se quedo muy
tieso en la silla, sin emitir sonido alguno– y eso es lo que estoy dispuesto a apuntar.

–¿No es algo exagerado?–trato de abogar, la mandíbula la tenía apretada y su tono era frio.

–Para nada, no queremos que nuestro instituto se llene de malas influencias. Justo ahora
estaba pensando en llamar a su madre para avisarle sobre lo que hemos descubierto

– Mi madre esta ocupada trabajando. No la moleste– dijo con una voz fría e indiferente. El
director se quedo mirándole un segundo, impertérrito y luego se puso de pie

– ¿Se queda un momento con él, profesor?–pregunto ignorando por completo lo que había
dicho el pelirrojo– Así lo vigila para que no escape– el castaño asintió– Si me disculpan– y sin
decir más salió un momento a realizar la llamada. En la estancia solo quedaron Leandro y
Adrián, el primero miraba al segundo con una mirada larga, un silencio que denotaba tantas
preguntas que no sabia como empezar. El pelirrojo estaba tenso, no quería hablar, no quería
responder a preguntas. Solo quería irse y que ese mal día terminara por fin.

–¿Qué significa esto?– fue su escruta pregunta. Adrián no se atrevió a mirarlo a la cara, su
semblante reflejaba una profunda angustia; sus ojos estaban en este mundo y en otro,
recordando.

La notaba tan preocupada, estaba aislada en la sala, sentada en el suelo y con las manos
cubriendo su rostro. Adrián pensó que estaba llorando. Tenía miedo de acercarse porque era
muy tarde, casi las doce de la noche y se supone que ya debería de estar durmiendo pero no
podía dormir, estaba acostumbrado a dormir con su gemelo así que la cama la encontraba
muy grande igual que su ausencia.

Escondido detrás de la pared Adrián la miraba.

–¿Mami?– la llamo algo temeroso. Ella al escuchar aquella vocecita alzo la vista y miro hacía
atrás, allí escondido detrás de la pared su pequeño hijo de apenas ocho años la miraba.
Suavizo su expresión y le hizo señas para que se acercara.

–¿Qué haces despierto a estas horas, corazón?– pregunto con aquel tono dulce y fraternal que
emplean las madres. Aquello tranquilizo al niño quien llego hasta ella.

–No tengo sueño– se sentó a su lado y ella paso sus brazos protectores sobre sus hombros. Era
una sensación cálida, allí sentía que nada le iba a hacer daño– ¿Qué haces tu mami?

–Pensaba– quiso sonar segura de si misma pero su tono había sido muy lastimero, tanto como
los problemas que acarreaban desde hacia años.

–¿Te sientes mal?

–No corazón, solo estoy algo triste. Eso es todo– le dedico su sonrisa más tierna y más triste–
ven, vamos a acostarte en la cama, mañana tienes que ir a la escuela– ambos se pusieron de
pie y entonces Adrián se fijo en los paquetes que había en el suelo, ordenados en filas. No eran
mucho, eran poquitos, antes los había visto y se preguntaba que era.
–¿Qué es eso?– los señalo, la madre se tenso un poco y quiso dar de cuenta de que esas cosas
no estaban allí.

–Algo que tengo que entregar– suspiro resignadamente.

–Esto es lo que te pone triste.

–Algo así– se agacho para recoger cada uno de esos paquetes y empezó a guardarlos en un
bolso– déjame terminar de recoger esto y nos acostamos ¿si?– asintió quedadamente,
observando con curiosidad esos paquetes, eran de un polvo blanco, como la azúcar pero más
espeso. Decidió ayudarla y también empezó a recogerlo y a meterlo en el bolso.

–¿Y para quien son?– metió el ultimo paquete y miro a su madre atento. Ella le miro unos
segundos, luego le acaricio la mejilla y le sonrió.

–Para muchas personas, aunque no se si pueda entregarlos todos mañana– esto ultimo lo dijo
para si misma– tantos lugares que visitar y tan poco tiempo para contar. Pero eso no importa,
por más dañino que esto sea no tengo opción, debo darme prisa y terminar con esto.

Murmuraba angustiada para si misma, olvidando por completo que el pequeño pelirrojo la
escuchaba y al escuchar aquello se puso triste. Ella tenía que salir otra vez, salía cada dos
semanas; decía que tenía que trabajar pero Adrián nunca se enteraba que era lo que hacía y
aunque no podía entender algo tan complicado como su trabajo se imaginaba lo peor, por
que ella siempre llegaba triste y abatida, se encerraba en el cuarto y se escondía bajo las
sabanas, como si fuera una niña que quiere esconderse del monstruo que hay debajo de la
cama, Adrián comprendía eso porque cuando él se sentía solito y triste también se escondía
bajo las sabanas, la oscuridad en su habitación lo asustaba.

Miro a su mamá tristemente, aun seguía murmurando tantas cosas incomprensibles para él.
Seguramente tendría muchos problemas. Adrián lo sabía. Pero incluso así no era capaz de
consolarla. Recordaba lo mucho que ella se esforzaba para mantenerlo a él, y a su hermano
también. No contaban con nadie, ni con su padre, ni con su abuelo, con nadie. Estaban solos,
completamente solos y le apenaba no poder hacer nada para ayudarla, era tan pequeño. Si tan
solo fuera más grande… si tan solo pudiera ayudarla, si pudiera entonces no tendrían que
pasar tanto trabajo.

–Mami ¿puedo ayudarte?– ella reacciono de repente y se fijo en que él todavía estaba allí.
–Ya me has ayudado cariño, será mejor que vallamos a dormir– dejo el bolso sobre la mesa, le
tomo de la mano y juntos se fueron al cuarto.

–Pero dijiste que mañana no podías entregarlos todos– insistió molesto porque no lo dejaban
ayudar– ¡yo puedo ayudarte a entregar algunos!

–No Adrián, no estaría bien.

–¡Por favor, por favor!–suplico mirándole con aquellos bonitos ojos verdes– ¡lo hare bien, te lo
prometo!

–No, ya te lo dije; no estaría bien.

Hizo un lindo puchero pero no insistió más. Durmió en la misma cama que ella porque su
habitación le asustaba. Al día siguiente, en el desayuno, su mamá le dijo que si podía ayudarla.
Se alegro mucho, aunque el rostro de ella no era precisamente de alegría.

Viana había estado pensando toda la noche, sin poder dormir, en como podía hacer para
conferir su ultima entrega; era algo muy complicado porque aquel joven nunca se separaba de
ella, siempre vigilándola de cerca para que no consumiera. Suspiro resignada; la única forma
de entregar lo que debía era por medio de su pequeño hijo. Lo que le iba a pedir hacer era
aborrecible y detestable pero no tenía opción.

–Escúchame bien Adrián– se agacho para mirarlo a los ojos, le tomo de las manos y puso un
paquetico pequeño en esas manitas– tienes que entregarle esto a tu amiga, a Susana.

–¿A Susana?

–Si, tienes que entregárselo pero no puedes decirle a nadie que tienes esto ¿entiendes?– el
niño asintió– esto es algo muy serio Adrián, de verdad que no se lo debes decir a nadie.

–No se lo diré a nadie mami.

–Ni siquiera puedes decírselo a Leandro– el niño abrió sus ojos con expresión sorprendido.
–¿Por qué no? Leandro me quiere.

–Lo se pero no puede saberlo, nadie puede– en sus ojos se vislumbraba la angustia por hacerle
eso a su hijo– debes dárselo cuando estés solo con ella, y Susana te dará un dinero. Debes
guardarlo muy bien y luego dármelo a mi ¿comprendes?

Aquella tarde mientras iban a la casa de Susana, el pequeño decidió ir con Leandro, tomándole
de la mano como siempre lo hacia. Y cuando el castaño fue al baño por unos minutos Adrián
aprovecho para darle lo que su madre le había cedido.

–¡¿Qué haces con eso?!– una sorprendida y preocupada Susana cuestionaba, el pelirrojo había
sacado algo de su mochila y se lo extendida como quien entrega un caramelo.

–Mi mamá dijo que te lo diera– respondió confundido, sin ser cociente que ya estaba en medio
de un mundo oscuro y tenebroso, cosa que no entendía a su corta edad–dijo que tu me darías
dinero por esto– seguía con el brazo extendido, ofreciéndole aquello que él mismo ignoraba.
La chica parecía indecisa, preocupada por si debía de tomar aquello. Escucho que giraban la
manilla de retrete, así que se apresuro en tomar lo que aquellas manos pequeñas le ofrecían.
Con prisas y avergonzada lo guardo en el cajón donde estaba su ropa interior.

–Ten, dale esto a tu mami– le dio a cambio un bojote de dinero bien enrolladito, apretó el
dinero en sus manos y lo guardo en su bolso. No entendía porque Susana estaba tan nerviosa–
es una pena que tu también estés metido en esto– dijo en voz baja y con desconsuelo, luego
ella le miro melancólica, triste y tiernamente– supongo que tu serás quien me entregara esto
cada vez que lo necesite–dijo posando sus dedos de hadas sobre sus tiernos labios– Es nuestro
secreto Elías ¿de acuerdo?

Asintió inseguro. No comprendía muchas cosas pero intuía que los secretos eran peligrosos,
que si uno guardaba algo dentro de su corazón no era por gusto, sino por miedo. Muchos años
después finalmente pudo comprender lo que en realidad había hecho y en el lio en el que,
inocentemente, se había metido.

El silencio fue su única respuesta. No quería hablar, ni quería mirarlo a los ojos. Había
pensando que Leandro nunca se iba a enterar de aquello pero se había enterado y de la peor
manera. Sintió ganas de llorar pero se contuvo. Antes de que Leandro pudiera preguntar otra
vez, el director entraba de nuevo en la oficina.
–Su madre ya viene en camino– comento, sentándose.

–No creo que sea buena idea que ella le encuentre en ese estado– dijo el profesor, señalando
con la barbilla al estudiante– Se ve muy mal, lo mejor será que al menos se lave la cara para
quitarse la sangre.

El director, un hombre de mediana edad con calva insipiente, asintió quedadamente, entonces
Leandro dejo sus cosas allí y acompaño al estudiante al baño, para que se lavara la cara.
Durante su trayectoria solo hubo un estrecho y profundo silencio, y era un silencio tan
sofocante, tan asfixiante que para ambos era como estar al borde de un precipicio, a punto de
caer. Cuando llegaron y entraron al baño Leandro, sacando un pañuelo de su bolsillo, abrió el
grifo y empezó a mojarlo lentamente.

–Dime la verdad– pidió con un desesperado anhelo en la voz– dime que lo que había en tu
bolso no era tuyo– le miro suplicándole– No importa lo que diga el director o tus compañeros.
Si dices que esa droga no era tuya lo creeré sólo por que me lo dices tú...

Adrián se sintió incapaz de mentir, tenía el corazón en vilo. Había mentido la mayoría del
tiempo, ya no podía mentir más. Abrió ligeramente la boca para hablar.

–Era mía– dijo con una claridad tan contundente que minutos después Leandro no pudo
disimular sus palabras. Aquella realidad le perforo el corazón y lo dejo helado por minutos, sin
decir ni hacer nada. En ese momento creyó que era una mala broma. Una broma de muy mal
gusto. Que solo querían tomarle el pelo. Que no podía ser cierto, simplemente no podía ser
verdad lo que aquellos labios le decían.

–Es mentira– dijo con un hilo de voz– Tiene que ser mentira…– estaba como en un estado de
negación, sentía los acelerados ritmos de su corazón, con un dolor punzante y molesto. Su
mente se negaba a aceptar aquel cambio, se decía que debía de estar en medio de una
pesadilla porque no podía ser que Adrián, el niño que había salvado años atrás, tuviera metido
en ese mundo oscuro. No, no podía. Simplemente no podía ser. Adrián no podía hacerle una
cosa así, él sabía todo lo que ambos habían sufrido por culpa de las drogas, él sabia de los
resultados tan nefastos que ocasionaban aquellas sustancias, por eso mismo debía de ser
mentira que estuviera metido hasta los codos en esas andanzas.

Quería mirarlo a los ojos, quería ver a través de aquellos orbes verdes y descubrir la verdad. Lo
tomo de la barbilla y busco desesperadamente que sus ojos se conectaran pero no lo hicieron,
Adrián evadía la vista y su rostro estaba marcado por la amargura.
Se quedo un momento sin aliento; era verdad. Aquella droga pertenecía a Adrián. Lentamente
le soltó de la barbilla, como una máquina que va quedándose sin cuerda. Al final lo soltó. El
pelirrojo, aun sin atreverse a mirarlo, se limpió la sangre que amenazaba con metérsele en un
ojo, entonces Leandro, sin decir nada, comenzó a limpiar con cuidado y paciencia la cara
ensangrentada de su pupilo.

− ¿Porque…?−Leandro habló con voz áspera y monocorde, cosa que no concordaba con sus
acciones. Limpio con delicadeza las mejillas y entonces un cardenal se asomo en la pálida piel–
¿Por qué te metiste en eso sabiendo lo que nos paso? –El corazón de Adrián se encogió de
dolor, no lo miraba a la cara pero sabia que la mirada del profesor era fría e inconmovible–
Después de todo lo que hemos vivido deberías de saber lo dañino que eso puede resultar.

Aquello fue peor que morir mil veces...

–Leandro yo…

–¡No te atrevas a mentirme!– grito de pronto, con ímpetu, sabiendo las intenciones de Adrián
de esquivar el tema, el chico se sobresalto ligeramente– ¡Puedes decirle lo que quieras a tu
madre, al director, a tu hermano, me importa un comino lo que les diga pero a mi no me
engañes! ¡A mi me contaras la verdad y me la contaras ahora mismo!

–Cállate. ¡Cállate! ¡CÁLLATE!

Adrián no pudo con aquello, aparto de un manotazo su mano y le miro airadamente. Antes de
que pudiera decirle algo salió corriendo del baño, corrió todo lo que sus piernas daban para
alejarse de aquella mirada fría que le juzgaba.

-:-

Luis tenía un tiempito libre, ya había pasado más de las dos y aun no había almorzado pero
estaba más preocupado por su hermano, así que decidió comprase un emparedado gigante y
un refresco extra grande y empezó a comer teniendo cuidado de no manchar el carro. Condujo
hasta el apartamento de Leandro, comiendo en el acto. Termino de comer y lanzo la basura
por la ventana, el medio ambiente era algo que lo tenía sin cuidado.
Cuando llego estaciono cerca del edificio y subió los cinco pisos como si estuviera cumpliendo
una penitencia. Exhausto entro al modesto apartamento.

–¿Eh?–su mejor amigo dormía en el suelo y Alan junto con Asdrúbal lo miraban con
curiosidad– ¿Gabriel, que haces durmiendo en el suelo?– apenas lo zarandeo un poco,
extrañándose de encontrarlo así cuando sabia que su amigo era a la mar de responsable y no
se quedaría dormido cuando le había pedido que viniese a vigilar a Santiago.

–Ah Luis, eres tu– sonrió un poco– estaba pensando en comprar un poni. Creo que seria genial
salir a correr en la autopista con un caballo y competir con los autos ¿tu que crees?– el castaño
alzo ambas cejas, sorprendido de aquella incoherencia. Miro a los dos rubios.

–¿Qué rayos le dieron?

–¡Solo fue un sedante, y se lo dimos porque el mocoso quería tener relaciones con tu amigo!–
se apresuro a decir Alan alterado, señalando el chico a su lado.

–¡No es verdad!– se defendió el chico, estaba pálido como una hoja– ¡no iba a tener sexo con
él! ¡No hice nada, lo juro!– agitó violentamente ambas manos delante del cuerpo en un
manojo de nervios y preocupación– ¡Solo le dimos esto!

Luis miro con curiosidad el frasco de pastilla “Thorazine”, curiosamente ese nombre le sonaba.
Era vagamente familiar. Tomo el frasco y lo examino un segundo. No recordaba donde lo había
oído. Suspiro largamente y dejo a Gabriel donde estaba.

–¿Santiago esta todavía encerrado?–ambos rubios asintieron– iré a verlo– se detuvo un


momento antes de seguir avanzando– ¡Y ya no le den cosas extrañas a Gabriel!

Entro al cuarto, estaba oscuro, también estaba muy frio a causa del aire acondicionado. Busco
el interruptor y encendió la luz, a modo de respuesta el individuo en la cama se tapo los ojos
porque la luminosidad del bombillo le hería las pupilas.

–¿Se puede saber que estas haciendo aquí?– pregunto molesto el rubio doctor.

–Por lo visto saber que demonios te pasa a ti– el sonido de sus botas contra el suelo alerto al
rubio, lo miro de soslayo con profunda molestia.
–Lo que me pasa no es de tu incumbencia–siseo– Vete. Déjame en paz. Quiero estar solo–
lejos de hacer caso Luis lo miro seriamente desde donde estaba, al lado de la cama.

–Si querías estar solo te hubieras ido a tu casa– espeto de manera cruda, dejando sobre la
mesita de noche aquel frasco de pastilla– allí nadie te hubiese molestado porque sabemos que
nunca estas allí. Tu viniste aquí por algo ¿a que viniste Santiago?– normalmente le llamaba
Santi de una forma cariñosa y fraternal, únicamente pronunciaba su nombre completo cuando
estaba enfadado. Santiago lo sabia pero aun así fijo su vista azul enojada en aquellos ojos de
color miel, tan parecidos a los de Leandro pero tan diferentes a la vez.

–Eso no te importa– contesto indiferente, decidiendo darle la espalda.

–¿Viniste a decirle que estas enamorado de él? ¿Qué te encanta cuando te sonríe o te mira?–
no eran preguntas, más bien eran afirmaciones, y lo decía de una manera tan cínica que
Santiago contuvo las lagrimas llenas de tristeza– ¿o acaso viniste a decirle que fuiste tu quien
condujo a Susana hacia las drogas?– ante aquello el rubio se sentó de golpe en la cama y lo
miro airadamente.

–¡Cállate!–miro a los lados con cierto nerviosismo, como si las paredes tuvieran oído y podían
escuchar aquello, y después se lo contarían a su amado hermano.

–Así que a fin y cuentas si te pesa la cruz que llevas– comento con cierta ironía.

–Tu no tienes derecho a juzgarme–recrimino con voz amenazante– tu de entre todos los
mortales eres el menos indicado para darme sermón. Tú que huiste y escapaste ante la
tormenta. Un cobarde como tu jamás podrá comprender lo que yo siento.

Aquellas palabras lo hirieron, se clavaron en su alma como cuchillas. Santiago siempre lo hería
con aquella verdad. Solo la verdad podía romperlo. Apretó la mandíbula y en sus ojos claros
como la miel se vio reflejado un matiz de cólera.

–Escúchame bien Santiago– mantenía un tono cauto, indiferente– no te atrevas a decirle la


verdad a Leandro, te odiara si sabe lo que hiciste. Aun si fue por amor, tus acciones no son
justificables. Tus sentimientos no son permitidos ni en este mundo ni en otro. Tú eres tan
culpable como yo así que no te des aires de santo.
Sin decir más salió apago la luz y salió de la habitación con pasos firmes, justo como había
entrado dejando a un abatido Santiago en la cama. Sus ojos azules se tornaron frágiles, como
si quisieran llorar una vez más.

–Estos sentimientos están permitidos– dijo para si mismo con aquella terrible tristeza
inundando sus palabras.

Mientras tanto Luis, fuera de la habitación, caminaba hacia su amigo. Tanto Alan como
Asdrúbal se le quedaron mirando muy asustado; el castaño tenía cara de perro bravo, era
mejor no hacer ningún comentario. Tomo Gabriel y paso su mano por su hombro, ayudándole
a caminar. En ese momento alguien abrió la puerta y entro un pelirrojo malhumorado, en
cuanto le vio, Luis, perdió el color de la cara; el menor estaba con el rostro amoratado, en
algunos sitios tenía sangre. Por un momento pensó que aquel era Aarón pero no, no era él,
era Adrián. Quiso preguntar pero mejor se mordió la lengua.

–Fuera todos de aquí– dijo con una voz tan baja y siniestra que Alan y Asdrúbal no dudaron ni
un segundo en recoger sus cosas e irse de allí.

–Yo ya me iba– dijo Luis aun con la pregunta en la punta de su lengua. Se marcharon de allí
dejando a un pelirrojo casi muriéndose de rabia y de dolor.

Había recorrido todo el camino, tomando buses y transportes que lo llevaran con más rapidez
hacia su hogar pero cuando llego se dio cuenta de que no cargaba llaves y la casa estaba sola,
de modo que le toco entrar en el apartamento de Leandro. Estaba seguro de que allí
encontraría las llaves de su casa, siempre las olvidaba en el sofá. Se apresuro en revisarlo,
palpo y palpo sin embargo no dio con ellas. Resoplo enojado, entonces se dejo caer en el
mueble, cubriéndose la cara con las manos.

Todo había sido un desastre.

Un maldito desastre.

Se sentía tan molesto por todo lo ocurrido que no encontraba modo alguno de librarse de
aquel peso. Por más que huyera sus problemas siempre le alcanzaría. ¿Como podría explicarle
a Leandro aquella situación? ¿Cómo podía decirle que aun había muchas que no había dicho,
que aun tenia graves secretos guardados en el corazón?

Jamás había sentido una impotencia tan desesperada


Tomo el cojín del sofá y ahogo un grito de frustración y rabia, porque más que nada sentía
rabia. Burbujeaba como la lava y no le permitía llorar, seguramente cuando estuviera más
tranquilo aquellos retazos de miedo y debilidad sucumbirían ante él y le dejarían sumergido en
el desconsuelo. Seria un estado en el que se hundiría en la autocompasión.

Se levanto rápidamente, negándose a sumergirse en ese estado justo ahora. No podía


quedarse allí, en ese apartamento, Leandro vendría en cualquier momento y exigiría muchas
más verdades de las que él estaba dispuesto a decir, además de que no estaba
psicológicamente preparado para enfrentarlo, en ese momento lo que deseaba era estar lejos
de él. Así que siguió buscando sus llaves. Decidió buscarlas en el cuarto de su amante y se
sorprendió de encontrar el aire acondicionado prendido; el cuarto estaba oscuro y sus ojos aun
no se acostumbraban a aquella oscuridad. Encendió el interruptor.

–¿Y ahora que quieres?– Santiago aun permanecía sentado en la cama y cuando alzo la vista se
encontró con una persona que despreciaba, y bien sabia que ese sentimiento era
correspondido.

–¿Qué haces tú aquí?– cuestiono en voz grave, retándole con la mirada– No puedes estar aquí
y mucho menos en esta habitación– no le gustaba nada que él estuviera allí, nunca le había
caído bien, ni siquiera cuando era niño. Desde entonces había pillado que su acercamiento era
diferente al de los demás. Lo había intuido y por eso siempre deseaba que estuviera lejos,
lejos. – Vete de aquí.

Santiago frunció el ceño.

–¿Y porque lo haría? Tú no eres nadie para ordenarme. Puedo hacer lo que crea más
conveniente y un chiquillo malcriado como tú no estas en posición de impedírmelo–
sinceramente Santiago odiaba a Adrián con todas sus ganas.

–¡Soy mucho más que un chiquillo malcriado, maldito ignorante ególatra!– espeto de manera
incoherente, temblando de rabia.

–¿Tienes miedo de mi?– Adrián cerró los ojos y respiró hondo.


–Así que imagínate como se pondrá cuando lo sepa, cuando se entere de que tu también
formaste parte de eso – dejo salir un suspiro melodramático, mientras Adrián abría mucho los
ojos, podía sentir como las lagrimas tibias e hirientes se deslizaban por sus mejillas– Oh no, no
llores, ni siquiera sabes la peor parte. Además, no te sientas tan culpable, él también hizo su
parte.

–¿Él?

–El hermano intermedio. Él fue quien dio origen a todo este trágico suceso. Lo que hizo, lo hizo
para alejar a Susana y a ti de él. Solamente por esa razón tan egoísta – se encogió de hombros
para después mirar desapasionadamente al niño pelirrojo que estaba desnudo en aquella
cama–así que cuando te encuentres con tu amor platónico tienes que tener cuidado de ese
hermano, al fin y al cabo parece que ustedes dos comparten el mismo sentimiento por
Leandro. Justo ahora hace todo lo posible por estar cerca de él. Mientras tú aquí, desnudo
sobre esa cama, no haces más que llorar y arrepentirte por lo que has hecho.

–Escúchame bien lo que voy a decirte, hermano de Leandro–susurro– Yo se muy bien cuales
son tus sentimientos hacía él. He visto la forma en que lo miras. Se lo que hiciste. Y te diré esto
una sola vez: no pierdas tu tiempo intentado en que se fije en ti. Él jamás te mirara de la
misma forma que me mira, nunca te besara, ni siquiera sueña contigo. Leandro es mío, me
pertenece hasta la medula de sus huesos– sus ojos se clavaban como cuchillas– y un hombre
tonto como tu nunca comprenderá lo que yo siento cuando me besa, cuando me abraza y me
hace suyo. Así que si te atreves a entrometerte en mi camino juro por toda la sangre que hay
en mí que te destruiré, me convertiré en tu sombra y me encargare de que jamás encuentres
la paz. Ni un instante, ni un minuto. Convertiré tu vida en una orquesta de desgracias.

–¿Me estas amenazando?

–Si. Te estoy amenazando, advirtiendo, lo que sea. No permitiré que me separes de él de


nuevo, no me conoces. No tienes ni idea de lo que seria capaz de hacer.

Y tras esto salió de la habitación dando un portazo.


–Tenemos que irnos de aquí– decía con voz segura y apremiante. Era Ricardo, lo sabia, él
insistía en que le dijeran padre en vez de su nombre pero Adrián nunca le gustaba llamarle así,
no cuando él era su…

–¿Y supongo que tienen que cambiarse de nombre? el de Manuel y Elías ya no sirve. Nos
encontrara por esos nombre– esa era su madre, hablando en voz baja e insegura. Siguió
escuchando.

–Si, he pensado en eso. Lo mejor será buscar otros nombres, y tal vez teñirles el cabello,
ponerle lentillas. Lo mismo para ti. Creo que esta vez podríamos lograrlo.

–¿Y cuando nos iríamos?

–Dentro de dos semanas– aquello le altero. Él no iba a ir. No señor. Así que salió a su
encuentro.

– ¡Yo no me voy a ir a ningún sitio!– exclamo obstinado– ¡estoy cansado de que siempre nos
mudemos, no me voy a ir!– no, claro que no se iba a ir y mucho menos cuando por fin le había
encontrado, después de tanto tiempo…

–Adrián… estabas escuchando…– su madre y Ricardo estaban hablando en la sala, pensando


que ellos estaban dormidos ¡ni que fuera un niño para dormirse a las nueve de la noche! Miro
a uno y después a otro, ninguno le iba a ser cambiar de postura.

–Tenemos que hacer esto por el bien tuyo y de tu hermano– dijo Ricardo con paciencia, sabia
que de los gemelos Adrián era el más terco, costaría mucho convencerlo– Tienes que entender
esto.

–Si se atreven a llevarme por la fuerza me iré de esta casa, ¡me iré con él! seguro que me
recibirá en su casa.

–¡¿Por qué eres tan terco?! ¡Maldita sea, solo piensas en ti, solo eres un mocoso que no se
sabe defender solo!– empezaron los gritos, mil y una recriminación– ¡¿Acaso no piensas en
Viana?!– si, claro que si pensaba en su madre. Todos los días. Pensaba en ella, especialmente
los días como hoy, en que tenía que ir con una mochila cargada de drogas, pero no era culpa
suya que ellos hubiesen tomado malas decisiones– ¡¿No piensas en Aarón?!– Por su puesto
que también pensaba en su hermano y en lo mal que lo debió de pasar en aquel trágico
accidente– ¡¿Acaso te gusta ir a ese instituto tuyo a vender drogas?! ¡Eh, te gusta eso, porque
si te gusta deberíamos ahorrarnos las cosas y mandarte al infierno de donde saliste! ¡Seguro
que te gustara estar allí, malcriado niño engreído!

–¡No peleen, así no vamos a solucionar nada!– su madre, como siempre, salía a defenderlo
cuando la situación se volvía intolerable.

–¡No te metas, mujer! ¡Lo que hay que darle a este niño son unas buenas nalgadas para que
aprenda a respetar a quienes hemos hecho todo lo posible por mantenerlo a salvo!– estaba
tan molesto que el vello de los brazos se le había erizado– ¡Tu lo defiendes tanto que ya no te
molestas en corregirlo, anoche ni siquiera paso la noche aquí!– fue cuando lo miro, él también
tenía los ojos verdes igual que su madre, igual que Aarón, igual como aquella mujer de las
fotos… pero tenía el cabello negro, lacio y abundante– ¡¿donde pasaste la noche?!

– Y eso a ti que te importa– contesto con voz hiriente.

– ¡Contesta maldita sea!– estaba hecho una furia, tanto que Adrián pensó que en aquel
momento se sacaría la correa y le pegaría.

– No me da la perra gana de responder las putas preguntas– su voz era ácida y llena de
amargura. No importaba cuanto lo quisieran proteger, al final nunca lo habían protegido. No
pudieron hacerlo. No los culpaba, no del todo pero a veces sentía una amargura nacer en su
pecho por todas las cosas que pasaron.

– ¡Por favor dejen de pelear, Ricardo viniste a visitar a los muchachos no a discutir con ellos!

– ¡Es que este mocoso engreído no ha cambiado nada!

La discusión cada vez se tornaba más fuerte. Él odiaba las discusiones, nunca le habían
gustado. Las recordaba cuando era niño y se encerraban en el cuarto por miedo a lo que
pudiera suceder, aunque en aquellas ocasiones nunca estaba Ricardo y muchas veces deseo
que estuviera para que defendiera a su madre.

– ¡¡Cállense los dos!!– Adrián perdió la paciencia. Se escuchaba alterado, dolido, enojado– ¡Me
tiene harto con sus peleas! ¡Si solo vas a venir a regañarme entonces mejor no vengas, me
importa un rábano si no vienes!

–Adrián, niño mari...– se detuvo porque sabia que no debía de decirlo, no debía ser como él…
– ¡¿Que, niño que?!–Lo reto, no quería seguir discutiendo pero cuando estaba enojado las
palabras salían por si solas. Estaba seguro de que cuando la pelea terminara Ricardo acabaría
arrepintiéndose de aquello y vendría y le pediría perdón como siempre lo hacía, le compraría
una torta de zarzamora y lo llevaría a algún lugar que le gustase pero por ahora las palabras
hirientes perforaban él corazón de ambos, ninguno se detuvo y siguieron insultándose – ¡Anda
dilo. Di que soy una marica, ¡anda dilo! ¡Atrévete a decírmelo!

– ¡Es que eso es tu culpa, no vienes ni a dormir aquí, seguro que estabas con un hombre!

– ¡¿Y que si fuera así?! ¡Puedo estar con uno, dos, tres hasta cinco hombres a la vez,
tuneándolos para que me partan el culo y eso ti no te importa!

– ¡Vete de aquí Adrián, lárgate!– lo corrió antes de que su lengua soltara todas las injurias que
el enojo le hacia pensar y Adrián supo que debía de irse antes de que las cosas llegaran más
lejos, así que…

– ¡No Adrián, no te vallas…, Espera!!– abrió la puerta y se fue. Pero no demasiado lejos,
tampoco tenía a donde ir; aunque si lo pensaba bien seguro que alguno de sus anteriores
amantes estarían encantados de recibirle en su casa y sobretodo en su cama. Sin embargo no
le apetecería demasiado esa idea. Recargo su cuerpo en la pared y se jalo sus cabellos rojizos,
pensando en que hacer y deseando que aquella furia en su cuerpo se disipara pronto. Y sin
quererlo empezó a llorar en silencio, sentía que se iba a derrumbar allí mismo, preso de la
angustia y el coraje.

– ¿Adrián? —Esa voz. Alzo la mirada sorprendido de ver a Leandro allí. En ese momento
algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Temió que hubiese escuchado toda la
discusión. Entonces se seco las lágrimas con rudezas.

– ¿Desde cuando estas aquí?–su voz en ese momento era áspera, amarga. Como una mala
caricia.

– Desde hace rato ¿Estas bien?

– Estoy perfectamente bien– Y esa noche durmió en su cama, aunque no de la forma en que
deseaba; con una noche llena de sexo que le hiciera olvidar por un momento quien era y
donde estaba, pero Leandro no lo lleno de sexo, en cambio lo llevo a la cama y durmió
abrazado junto a él, transmitiéndole su calor corporal y lleno su cabello de dulces y tiernos
besos. Se aferro al cuerpo de ese hombre pensando que, una vez más, Leandro le había
salvado de derrumbarse allí mismo, en ese momento se convirtió nuevamente en su apoyo
psicológico. (3)

-:-

Eran las cinco de la tarde cuando llego a casa; estaba cansado física y psicológicamente, todo
lo que había pasado ese día lo dejo exhausto pero más que todo estaba triste y herido, como
un pájaro al que le han cortado las alas y revolotea en el suelo tratando de volar. Justo así se
sentía. Dejo sus cosas en el mueble y se derrumbo un momento en el mismo, hecho su cabeza
hacia atrás y dejo que esta descansara en el respaldo del mueble. Cerró los ojos un momento y
suspiro resignadamente. No quería pensar en Adrián y en lo que había descubierto hoy; hacía
todo lo posible para que sus pensamientos no se dirigieran a esa persona que tanto amaba,
pero ese pensamiento estaba allí, oscuro y silencioso como una resaca, pensando en él y en el
nefasto mundo en el que estaba metido. No sabia cuanto tiempo llevaba haciendo eso; si
antes o después de conocerse.

Alguien salió de su habitación y se acerco como una sombra, silenciosa y rápida, hasta llegar a
su lado. No abrió los ojos pero espero a que se fuera porque en ese momento quería estar
solo.

–Llegaste– era la voz de Santiago. Abrió un momento los ojos y le miro; aun cargaba la misma
ropa que ayer y el cabello ligeramente desarreglado. Su rostro, inexpresivo, estaba marcado
por ojeras. “Al menos ha salido de la habitación” pensó tranquilo el castaño.

–Puedes utilizar mi ropa–dijo con calma, seguramente el rubio no se había bañado aun porque
no tenía cambio, al fin y al cabo ambos eran del mismo tamaño y la misma contextura– sabes
donde esta– dio por zanjado el tema y volvió a cerrar los ojos, haciendo una invitación muda a
que le dejara solo, pero Santiago no se fue.

–Estuvo mucha gente por aquí hoy.

–Les pedí que vinieran a cuidarte.

–También estuvo tu amante, ese niño malcriado–Leandro frunció el ceño aunque no


precisamente por el tono despectivo que utilizaba su hermano para referirse a Adrián, sino
porque no quería saber que había estado haciendo Adrián en su casa, no quería pensar en el.

–Por ahora no quiero hablar de él– dijo con tono monocorde y distante.
–Estaba muy golpeado– insistió el rubio; le molestaba la sola idea de tener que hablar de él
pero seguramente Leandro querría saber el estado de aquel muchacho–También estaba muy
furioso.

–¡Maldita sea, Santiago!– bramo enojado– ¡te dije que no quiero hablar de él!– el rubio se
quedo muy quieto y con los ojos abierto a causa de la sorpresa y el miedo–Madre de Dios, ya
deja ese asunto por la paz.

Santiago estaba pálido y Leandro se sintió de pronto culpable. Estaba enojado si, pero no
enojado con Santiago así que no tenía porque pagar su malhumor con él. Se paso la mano por
el cabello y respiro hondo, era evidente que trataba de calmarse.

–Disculpa Santiago, no tienes la culpa de todo lo que ha pasado hoy. Hemos tenido un mal día,
tanto él como yo. Estropee todo y deje que las cosas se resbalaran de mis manos– estaba
enojado consigo mismo porque había dejado que su rabia hablara y esa rabia había
ahuyentado a Adrián. Ahora tendría que esperar a volver a verlo y cuando lo viera de nuevo se
tornaría mucho más comprensivo, dejaría que Adrián dijese lo que tuviera que decir y luego lo
ayudaría a salir de aquella situación tan peligrosa, no iba a permitir que Adrián se hundiera.
Estaba seguro de que su niño le diría la verdad, confiaba en él de una forma ciega y deseaba
que para todo aquello hubiese una explicación razonable, él la entendería. Y aun si no era lo
suficientemente razonable sino un capricho también lo entendería. Era un idiota enamorado
por pensar de aquella manera pero lo entendería, con sus comas, sus puntos y sus errores lo
entendería, porque lo amaba de una manera insensata.

-:-

Había pasado algunos años desde que se habían ido sin decir nada. Años en lo que no supo
nada de Leandro ni nada de lo sucedido. Y el tiempo en vez de hacerlo olvidar lo que hizo fue
hacer hincapié en los recuerdos. Suspiro resignado porque ese tipo de pensamiento siempre
acudía a su mente, en especial los días como hoy en que Aarón le tocaba a ir a cita con el
psicólogo, ese era otra de las incógnitas en su vida; desde que se habían ido del barrio hacia
tres años Aarón se había sumergido en un estado depresivo, a veces en las noches se
despertaba en medio de una pesadilla y lloraba. No sabía que soñaba Aarón, este se negaba a
contarle que sucedía y Adrián siempre quedaba con la duda, no sabia como ayudarlo.

–¿Puedo ir a dar una vuelta?– pregunto inquieto, esos consultorios médicos no le gustaba y
todavía faltaba media hora para que Aarón saliese de su terapia semanal.
–De acuerdo, pero no vallas muy lejos– aconsejo su madre sabiendo que todo aquello le
abrumaba. Ella tampoco quiso decirle nada de lo que paso aquella noche, siempre que
preguntaba el tema se volvía denso y al final terminaba con más dudas que antes. Nadie le
decía nada. Absolutamente nada.

A sus once años Adrián ya sabia tomar el bus solo para ir a dar una vuelta. Tomo el primero
que vio y se sentó cerca de la ventana. El bus continúo su recorrido y en su paso vio una
cancha de futbol. Una cancha grande con muchos jóvenes jugando. Fue cuando lo vio.

–Leandro…– sus labios pronunciaron el nombre de aquella persona que insistía en estar en sus
recuerdos. Se quedo con los ojos muy abiertos y con la vista pegada en la ventana viéndolo
jugar. Había pasado mucho tiempo pero aun lo recordaba perfectamente: los cabellos
castaños, los ojos claros como la miel y esa sonrisa cordial que insistía en esbozar. El shock fue
tanto que no pudo ni pestañear, fue cuando el bus arranco de nuevo que se dio cuenta de que
estaba dejando pasar una oportunidad de oro. Se levanto y corrió hasta el conductor con la
boca seca y los ritmos de su corazón a un punto desenfrenado– ¡Deténganse, deténgase!–
grito desesperado.

–No puedo detenerme aquí niño, no es parada– respondió el conductor malhumorado.

–¡Si no se detiene me lanzare por la puerta!

–¡Haz lo que quieras mocoso!– y en su mirada verde destellante estaba la determinación así
que se acerco a la puerta dispuesto a tirarse por ella para abajarse de la porquería de bus, así
era él; determinado y caprichoso cuando tenía un objetivo en mente. El conductor tuvo que
parar el bus porque ese muchacho casi que se arrojaba por la puerta, los cauchos chirrearon
por el brusco freno y el conductor maldijo al pelirrojo en cuanto este se abajo de una sola
zanjada y echaba a correr a la cancha de futbol.

–¡Leandro, Leandro, Leandro!– repetía sin cesar mientras corría. El aire le faltaba y sus
pulmones le exigían que parara pero no lo hizo, siguió corriendo y corriendo y corriendo hasta
llegar nuevamente a aquel lugar. Llego justo en el momento en el que la pelota giraba en el
aire fuera del campo de juego. Se detuvo a tomar aire y la pelota cayo muy cerca de él, rodo
hasta casi llegar a sus pies. Sus ojos verdes se fijaron en la persona que venía a buscar la pelota
de futbol–Leandro…– susurro con un desesperado anhelo en su voz.

El joven castaño frente a él le miraba curiosamente, examinando esas orbes verdes,


preguntándose a su vez quien era aquel niño.
–Lo siento ¿te conozco?– pregunto curioso. Adrián abrió mucho sus ojos, entre sorprendido y
horrorizado.

–Soy… yo– dijo con un hilo de voz. ¿Cómo era posible que lo hubiese olvidado? A punto de
llorar se acerco a él y le tomo de la mano, un intento desesperado de que le reconociera. De
que viera sus ojos verdes. De que supiera de que era el; Adrián.

Unos pasos apresurados se acercaron a él.

–¡Adrián!– era su madre– Vámonos Adrián. Vámonos– le tomo de la mano obligándole a


alejarse de él, lo hizo con facilidad porque el estaba en shock de saber que Leandro lo había
olvidado.

–Aquí esta tu madre, ya no tienes porque sentirte triste– le dijo el castaño con un tono
increíblemente distante y cordial– Adiós pequeño– revolvió sus cabellos un instante y luego se
marcho con indiferencia.

–Vámonos cariño, no tiene caso– su madre lo decía en tono lastimero, como si supiera que
aquel encuentro lo había dejado herido y más confundido que nunca.

–¿Por qué me olvido?– estaba seguro de que su madre sabia la respuesta pero no se la diría–
¿Se olvido de mi?–Aquella pregunta introdujo un nuevo sentimiento en su alma. Una
sensación nítida y cortante como una navaja. El miedo. – se olvido completamente de mi… (4)

Con la punta del dedo le delineaban el perfil de la nariz, con cuidado, esmero y cariño, Adrián
abrió sus orbes para encontrarse con unos ojos verdes muy similares a los suyos.

–Hola– saludo Aarón en voz baja, estaba acostado al lado suyo. Recordó que en cuanto entro a
su casa fue a acostarse en su cuarto, se quedo dormido en posición fetal. Ahora se preguntaba
que hora era.

–Hola– saludo abatido, finalmente el enojo y la rabia le habían abandonado para dejarle solo la
desesperanza y la tristeza– ¿y mamá?
–Esta en la sala. Mi papá también esta aquí. Están hablando en la sala sobre lo que paso hoy.

–¿Ricardo esta enojado?– su voz era trémula y débil, como si ya no tuviera fuerzas para
levantarse, como si estuviera agonizando entre la vida y la muerte.

–No, esta triste. Padre piensa que fue un gran error no habernos ido.

–Entiendo– cerro los ojos, quería dormir y dormir y dormir pero no podía dormir eternamente,
en algún momento tendría que despertarse y darle explicaciones a sus padres, y también
muchas explicaciones a Leandro. Inconscientemente su mano fue a parar en la cadena que
tenía en su cuello, apretó el anillo.

“Quiero dártelo como símbolo de que no te olvidare” recordó las palabras de Leandro y solo
con eso se sintió un poco fortalecido, nuevamente se convertía en su apoyo psicológico
cuando todo se estaba derrumbando.

–¿Quieres que busque al profesor Leandro?– era la misma pregunta que Aarón le dijo hace
nueve años, horas antes de que ocurriera el desastre. Abrió los ojos y miro a su gemelo; si
quería que lo fuera a buscar pero a la vez no quería–Entiendo– sin que se dijesen nada se
entendía, así era su conexión de gemelos.

–Todo se vino abajo– dijo con voz débil, angustiada. Por un instante, pareció que fuera a
romper a llorar. Aarón se acerco más a él y le protegió en un abrazo fraternal. Y Adrián, a
pesar de lo mucho que se resistió, una diminuta lágrima acabó despuntando en su párpado
izquierdo.

Cap 11: sangre de mi sangre

r: cielo caido

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Notas del capitulo:


Comencé a escribir el capitulo 1 del anteproyecto en la universidad y eso me ha tenido
esclavizada, pero ya lo termine y pronto comenzare el capitulo dos pero antes de escribirlo me
dije que debía de actualizar o sino nunca actualizaría. En fin, mil disculpa por la demora, el
capitulo esta corto por lo que no me preocupa agobiarlos muchos.

Gracias por todos sus comentarios, siempre me alegran la vida.

En tus ojos, me has abandonado

En tus pensamientos, me has abandonado

En tu corazón, me has abandonado

Chop Suey!-System Of A Down

Capitulo 11:

Sangre de mi sangre

Una pequeña esperanza nació en su pecho en cuanto se entero que se iría de casa, no es como
si le hiciera mucha gracias que su hermanito menor dejara su casa materna para
independizarse pero el hecho de que viviera con él por varios días le hacia mucha ilusión.

–Pero ¿Por qué no te quedas con tu hermano y ya esta?– preguntaba su madre algo
preocupada, su hijo había decidido irse de la casa a otra ciudad para independizarse, eso le
alegraba mucho pero al mismo tiempo la mortificaba ¿Quién le iba a cocinar? ¿A lavar la ropa?
¿Quién iba cuidarlo? Si, ella estaba cociente de que hacia poco se había graduado pero no
quería dejarlo ir, siempre le era muy difícil dejar ir a sus hijos. Primero Luis se fue a la guardia,
después Santiago se fue a hacer pasantías a otra ciudad y ahora Leandro también se iba a
estudiar a otro estado. Era doloroso ser madre– Seguro que si estas con tu hermano estaré
más segura, os podéis pagar la renta del apartamento entre los dos y así ahorráis un poco. Y yo
me sentiré más tranquila si te mudas permanentemente con Santiago ¿No te parece una
maravillosa idea?

–¡¡No!!– tanto su abuela como Luis habían respondido apresuradamente, con aquel tono entre
angustia y preocupación. Luego ambos personajes se miraron desconcertados y una mirada
basto para saber que el otro sabía lo que la otra sabia, miraron nuevamente a la madre que
quedo aturdida por aquella rotunda respuesta, incluso Leandro quedo dislocado. Santiago en
cambio frunció el ceño molesto ¿quien les había dado permiso a su abuela y a su hermano
para interferir en aquella decisión?

–Quiero decir mamá, que no es buena idea–dijo Luis lo más calmadamente posible pero se
notaba cierta ansiedad en su voz– Leandro quiere independizarse y mudarse con Santi no lo
hará más independiente sino todo lo contrario; lo hará un inútil– Leandro miro a Luis con cara
de pocos amigos aunque debía de reconocer que tenía razón.

–¡Pero que dices Luis, deberías de apoyarme!– reclamo la madre indignada.

–Nada de eso, si mi querido nieto se muda con Santiago solo habrán problemas y más
problemas– el rubio abajo la vista un poco dolido, entendía perfectamente lo que quería decir
su abuela con “problemas”

–Dios, ya dejen de discutir. Solo estaré en el apartamento de Santiago por unos días, mi
intensión es buscar donde quedarme lo más pronto posible – termino de hacer la maleta y con
eso la discusión ceso.

A los pocos días se mudo al mismo apartamento que rentaba Santiago. El rubio estaba más
que feliz por esa razón así que mientras subían en el ascensor Santiago no paraba de hablar de
todas las cosas que podrían hacer. Leandro mantenía un tranquilo silencio, comprendía que
cuando Santiago estaba feliz no cesaba de hablar y hablar así que era mejor dejarlo seguir
hasta que se cansara.

–No entiendo porque estas tan feliz– había comentado incrédulo pero con una sonrisita de
diversión– estoy invadiendo tu privacidad, eso debería de molestarte– aunque conociendo
como conocía a su hermano y la adoración que le tenía no se le hizo difícil aceptar que el rubio
desbordaba felicidad por todos los poros de su piel.

–Claro que no, eres mi hermano favorito– aclaro con una gran sonrisa mientras salían del
ascensor. Quiso morderse la lengua para no decir lo que iba a decir pero solo sonrió algo
avergonzado mientras abría la puerta de su apartamento– además aquí estaremos nosotros
dos nada más y te tendría para mi solito.

El castaño frunció el ceño decidiendo ignorar lo que en realidad aquellas palabras significaban.
Entro al modesto y pequeño apartamento, se tomo la libertad de caminar la sala con
detenimiento, mirando cada objeto que decoraba la sala con curiosidad; estantes lleno de
libros de medicina y literatura, el único sofá que había que era de color negro y los cojines que
iban del mismo color. Una lámpara pequeña de buen gusto. También se fijo en un par de
pinturas que decoraban la pared, una de ellas era grande, casi de un metro y era un paisaje al
atardecer, el otro tenía formas poco convencionales que respondía a la abstracción, lo demás
eran fotos tanto de su familia como de sus amigos.

–Tienes muchas fotos. ¿Son tus amigos?

–Si, tengo muchísimos amigos. Lo que sucede es que mi belleza los ilumina.

Ignoro aquel comentario egocéntrico y se acerco un poco más para mirar quienes eran; podía
reconocer a su familia, Luis, su madre, su padre, sus hermanos pequeños. Los otros personajes
se le eran desconocidos.

–Esos son mis compañeros de pasantía– informo al ver que Leandro se había quedado mirando
una fotografía en donde salía con varios chicos. El castaño asintió y miro otra foto– Ella es mi
novia– fijo su vista de color miel en otra foto– mis compañeros de la universidad– y así a
medida que posaba su mirada en alguna foto Santiago le aclaraba quien era. No tenía
recuerdos por lo que ignoraba si conocía a alguna de esas personas, de repente las fotos se
acabaron y ya no hubo más aclaratoria y sin embargo…

–¿Pasa algo?– se acerco a Leandro y poso una mano fraternalmente en su hombro, podía ver
ese rostro preocupado. Su semblante aunque tranquilo denotaba cierta duda, cierto miedo. El
castaño repaso todas las fotos otra vez; ninguna le pareció familiar, esa angustia otra vez
estaba dentro de él– ¿Leandro?

–¿Hay alguno que se llame Adrián?–pregunto temeroso

–No, Adrián no está aquí.

–¿Quién es Adrián?
–No lo se.

Su mirada azul se torno frágil, estaba seguro que tarde o temprano recordaría. Deseaba que
ese momento nunca llegara.

“Perdóname, perdóname por favor, se que tu lo amas, se que quieres recordar pero... pero no
recuerdes. No lo recuerdes”

Santiago miraba el reloj de mesita, eran las tres de la mañana y seguía sin poder conciliar el
sueño. Se removió de un lado a otro, buscando comodidad pues su cuerpo estaba fatigado.

Las palabras de Luis aun resonaban en su mente:

“Así que a fin y cuentas si te pesa la cruz que llevas”

Claro que le pesaba y mucho más de lo que la gente imaginaba. Lo que había hecho era una
cosa terrible. Espantosa. A veces, en la condena de su soledad, tenía pesadillas pero Santiago
sabia como ahuyentarlas, siempre negándose a oír lo que su conciencia le decía. Anestesiaba
sus frustraciones, todo el dolor, toda la culpa con whisky escocés y dos cubos de hielo.

Había funcionado bastante bien durante mucho tiempo.

Pero ahora ni eso mitigaba su suplicio.

–No quiero seguir huyendo…– susurro en medio de aquella latente oscuridad– estoy cansado
de fingir– intento hundirse más en la almohada– tal vez la verdad me hará libre.

Era una frase para converse a sí mismo. Pero no era así, la verdad es terrible, aterradora. Es
más de lo que la gente puede soportar. Y muy en el fondo de él sabía que no seria perdonado.
Abrió los ojos bruscamente, sobresaltado por una pesadilla. La misma que lo atormentaba
desde que había recuperado su memoria. Sus ojos se habían fijado en el techo y trataba de
regularizar su respiración. Odiaba despertar así: como si estuviera asfixiándose. Cerró los ojos
tratando de normalizar su sistema y de que su cuerpo se acostumbrara al mundo real porque
estaba temblando, temblaba a causa de aquella pesadilla.

–Oye ¿estas bien?

Abrió apenas un ojo, mirando a su amigo.

–¿Qué hora es?– pregunto con la voz pastosa, ignorando la pregunta que le habían hecho. Se
removió en el sofá incomodo y con malestar, seguro que tenía algo de fiebre.

–Las tres de la mañana.

–¡¿Las tres?!

Miro a su alrededor. Era verdad, aun estaba muy oscuro y el reloj de pared le anunciaba la
hora. Volvió a cerrar los ojos cansinamente, detestaba despertarse en plena madrugada.
Ajusto más la cobija en su cuerpo; la sala era fría a esa hora y no podía ir a dormir a su cuarto.

Miro a Alan.

–¿Qué haces despierto a esta hora?

Alan estaba también en la sala, sentado en el suelo al estilo indio, justo al lado del sofá. Miraba
la televisión y una cobija cubría sus hombros.

–No podía dormir, vine a mirar un rato la tele y no le puse mucho volumen para no
despertarte–lo miraba con curiosidad– pero no cambies de tema ¿estas bien?
Se lo pensó un momento.

–No lo se. ¿Podrías encender la luz? Hace mucho frío– el rubio fue a encender la luz.

Una luz cegadora obligó a sus pupilas contraerse, pero no lo hicieron. Esa luz resultaba hiriente
en sus ojos pero se negó a desviar la mirada. Resultaba una luz reconfortante, una luz que
alejaba las tinieblas de su mente.

–¿Santiago todavía esta en tu cuarto?–asintió– ¿Y cuanto tiempo piensas quedarse? No es que


lo este corriendo, es solo curiosidad.

–No se, supongo que se tomara su tiempo.

–¿Y que fue lo que le sucedió para que llegara así?

–A mi también me gustaría saberlo– dijo en medio de un suspiro. El frío había disminuido pero
él seguía mirando la luz cegadora. De pronto le parecía exasperante, como la luz que había en
el manicomio.

La luna brillaba tan fuerte que casi parecía una bombilla. Si, una bombilla, justo como la que
tenía su lámpara. Se quedo mirándola por largo rato desde su cama. Estaba acostado boca
arriba y un pañito blanco de agua fría le cubría la frente. Ese era un remedio casero para que
bajara la fiebre.

Suspiro un poco. La fiebre subía y bajaba, subía y bajaba. Él suponía que era debido a los
golpes que había llevado, y era posible que también al estrés. Podía sentir su rostro hinchado
pero su mamá le había puesto hielo así que la hinchazón había disminuido.

Se sintió culpable de que ella tuviera que atenderlo. Era su día libre y era cuando debía de
aprovechar a dormir ya que en su trabajo no dormía mucho. Pero ella estaba allí, despierta,
cuidándole como si fuera un niño pequeño. Aarón también se había quedado despierto para
hacerle compañía. Y Ricardo... bueno, Adrián suponía que Ricardo debía de andar en la sala,
pensando, pensando y pensando. Tal vez en alguna solución a los problemas o tal vez en la
buena bronca que le armaría en la mañana. Le dio igual, no tenía mucha cabeza para pensar en
eso.

En realidad no quería pensar en nada.

Ajusto un poco las cobijas, entonces se dio cuenta de que Aarón se había dormido. Raro. Aarón
era de los que sufrían de insomnio y no dormía casi, aunque con todo lo que había pasado
seguro que lo había dejado agotado. Mejor que siguiera durmiendo mientras él seguía
mirando la bombilla de su lamparita.

La siguió mirando incluso cuando llego el amanecer y Aarón se hubo ido al colegio. Continuo
observándola aun cuando su madre se acerco a quitarle el paño de agua fría. Y de repente la
bombilla se apagó, se había quemado. Aquello fue suficiente para que su vista se enfocara en
otra parte; quizá en las cortinas ondeantes de su cuarto o quizás en los tímidos rayos de sol
que se asomaban en su habitación. O quizás en sus recuerdos, en aquellos del día de ayer.

Entonces sintió ganas de llorar por todo y de arroparse de pie a cabeza como si con eso
pudiera huir de todos sus problemas.

–Leandro…–susurro el nombre de la persona a la que quería ver, con su sola presencia Adrián
se sentía seguro, sentía que podía respirar tranquilo. Pero al mismo tiempo no deseaba verlo,
el castaño tendría muchas dudas, muchas preguntas y Adrián no quería preguntas, no quería
un “¿Por qué?” Odiaba esa palabra.

¿Por qué había sucedido lo que había sucedido? ¿Por qué había tantas mentiras de por medio?
¿Por qué llegaron a ese mundo? ¿Por qué su madre no hacia algo mejor para terminar con ese
suplicio? ¿Por qué no eligió un mejor camino? ¿Por qué había ocultado la verdad?

¿Por qué mientes tanto Adrián?

Se cubrió los oídos con sus manos heridas, como si quisiera acallar voces que le recriminaban
mil cosas reales e imaginarias.

Con pesar se levanto de la cama. Hecho un rápido vistazo en el espejo y observo con amargura
los cardinales que se asomaban en su pálido rostro. La hinchazón había disminuido, pero solo
un poco.
Se cepillo los dientes, se lavo con cuidado la cara y finalmente fue a la cocina a desayunar algo.
Su estomago pedía a gritos ser alimentado.

–Buenos días– dijo su padre en cuanto le vio entrar en la cocina. Él estaba sentado en la mesa
del comedor, leía el periódico. Su voz era serena, tranquila pero tenía ese tono particular– tu
mamá salió con Aarón hacia el colegio. Ya sabes, para buscar tus papeles.

El pelirrojo bajo la vista. Sabía lo que venia: las preguntas. Las malditas preguntas.

–¿Qué paso exactamente ayer?

Respiro hondo.

–Ya deberías saberlo ¿no? – su voz sonó áspera. Más de lo que había querido. No podía
evitarlo, en parte les echaba la culpa a ellos por todo lo que les había pasado en la vida tanto a
Aarón como a sí mismo. Él era así: caprichoso, malcriado... arisco. Sabía que ellos no habían
tenido mucha elección en las decisiones que tomaron pero aun así Adrián sentía
resentimiento. No estaba en su naturaleza ser comprensivo, al menos no tanto. No tenía esa
capacidad que tiene mucha gente de colocarse en el zapato de los demás. Él juzgaba y
recriminaba si era necesario, sin pensar en como se sentiría los otros.

Egoísta, era completamente egoísta.

Diferente de Aarón porque su gemelo comprendía a sus padres. Los entendía y apoyaba.
Adrián no podía ser así, discrepaba con muchas de sus decisiones y cuando algo les molestaba
de sus padres se los decía.

Escucho que Ricardo suspiraba cansinamente porque él conocía sus pensamientos. Por eso
discutían tanto. Por eso no podían vivir bajo el mismo techo sin reñir.

–Adrián– lo tenía en frente de si. Tal vez le iba a pegar. Ricardo nunca le había pegado, su
madre no lo permitía pero a veces Adrián pensaba que debió dejar que lo hiciera. Quizás así no
fuera tan mezquino, tan egoísta y malcriado– Lo siento–dijo tomándole suavemente de los
hombros– Lo siento mucho.
Ricardo le pidió disculpa sintiéndose responsable de todo aquello. Su voz había sonado
tremendamente triste, como la voz de los ancianos cuando hablan de la guerra. El mal humor
del pelirrojo disminuyo cuando recordó que su papá también era humano, sangre y huesos
bajo la piel. Y por tanto cometía errores, igual que todos.

–Tranquilo viejo– Adrián le sonrió débilmente.

Ricardo dio un paso hacia adelante y lo estrecho fuertemente en un abrazo paternal. El


pelirrojo sintió ganas de llorar.

–Leandro querido, vi una farmacia cerca ¿Podrías ir a comprarme unas aspirinas?–pidió su


abuela con aquel dulce tono empalagando su voz. Ella hablaba así– Es que me duele un poco la
cabeza– Leandro asintió y fue a la farmacia que quedaba a unas cuadras de allí.

La abuela, sentada en el sofá, observo al menor de sus nietos abandonar la estancia. Luego
poso sus ojos en el segundo de sus nietos. Finalmente estaban solos.

–Santiago, espero que por tu propio bien no hayas hecho nada incorrecto–Luis hablaba
despacio, modulando la voz para que no sonara brusca. Santiago frunció el ceño. Ellos dos
habían venido única y exclusivamente para cerciorarse de que no hubiera confesado sus
sentimientos.

–No te lo tomes a mal cariño– su abuela le miraba comprensiva, como adivinando cuales eran
sus pensamientos. A ella nunca había podido ocultarle nada– solo queremos tu bienestar.

–No he hecho nada abuela. Te lo juro. Así que no tienen de que preocuparse– mientras
hablaba Luis inspeccionaba la habitación que rentaba– Leandro se quedara solo por unos días,
tal vez unas semanas y cuando se vaya ustedes podrán estar tranquilos– aquello lo dijo como
un escupitajo. Odiaba la idea de que su hermano menor se fuera de aquella habitación. Le
gustaba que estuviera allí con él. En sus más alocadas fantasías imaginaba que eran una pareja
de enamorados que recién empezaban su vida juntos.

–¿Dónde duerme Leandro y donde duermes tú? Esta habitación no es muy espaciosa– Luis
miraba reprobatoriamente a su hermano como intuyendo donde dormía.
–Dormimos juntos– tuvo que decir la verdad. Debía decir la verdad.

–¡¿Que qué?!– Luis estaba que sufría un paro cardiaco– ¡¿Estas loco, como se te ocurre dormir
en la misma cama que él, acaso quieres que suceda un desliz y suceda lo impensable?! ¡¿Que
mierda tienes en la cabeza?! –él seguía hablando o más bien insultándole.

El rubio se mordió los labios para no soltar injurias contra su hermano. Le molestaba que
interfiriera en su vida. Le molestaba que le dijera que hacer. Y si, claro que dormía junto a su
hermano. Dormían juntos porque no había más cama en aquel lugar, Leandro había dicho que
dormiría en la sala junto al viejo y gastado sofá pero Santiago se negó rotundamente alegando
que no había nada de malo en dormir en la misma cama, después de todo eran hermanos.
Leandro acepto y Santiago era feliz. Si, era feliz acurrucándose a su lado en las noches cuando
este yacía en el más profundo de los sueños. Era feliz escuchando el siseo de su respiración
que salía de entre sus labios finos. Era feliz solo con eso. ¡No entendía porque Luis armaba tal
escandalo solo por eso, carajo que no estaba haciéndole nada malo! ¡No es como si estuviera
matando a alguien!

–Suficiente Luis– hablo su abuela. Él en todo aquello no había dicho nada– Santiago sabe que
no puede ir más allá.

–¡Claro que lo sabe! ¡Desde luego que si, pero una cosa es saberlo y otra muy distinto es
ignorar eso! ¡Si tuviera una pizca de inteligencia nunca se le hubiera ocurrido decirle a Leandro
que podía vivir aquí mientras buscaba donde quedarse! ¡Pero lo hizo, le dijo que podía vivir
aquí y Santiago sacara provecho de eso de alguna manera, lo se!

–¡¡Cállate!–finalmente exploto– ¡¿Quién te has creído que eres para venir a decirme de
demonios tengo que hacer?! ¡Vete a la mierda y llévate tus malditos consejos que no los
necesito!

– ¡Ah, eso es lo que quieres ¿no? Que me valla a la mierda! Pues no me iré a ningún lado
porque por tu culpa pasaron todas estas cosas, por tu maldito egoísmo y por ese amor
enfermo que tienes.

Quiso replicar y decirle que él no había sido el único culpable porque Luis también tenía culpa
en todo aquello. Pero no lo dijo. Se escuchaban pasos cerca así que no podían seguir
discutiendo. Pronto abrieron la puerta y Leandro entro con las aspirinas.

Al castaño le sorprendió sentir el ambiente tan hostil.


–¿Paso algo?

–Nada– Luis respondió de muy malas pulgas, tomando sus cosas se fue de aquel lugar.

La abuela se quedo por más rato y el ambiente tan hostil se marcho deprisa, como
avergonzado. Al final de día estuvieron ellos dos solo y Santiago respiro de puro alivio. Su
familia no tenía porque preocuparse por sus sentimientos, él sabía controlarse.

–Dijeron que traían una noticia para mi– Leandro completaba un crucigrama del periódico.
Aun buscaba donde quedarse pero había pocos. Las habitaciones que alquilaban mayormente
iban dirigidas a mujeres, a damas estudiantes pero no a caballeros.

Santiago respiro profundo, sintiendo en su mano el papel que le habían dado con el nombre y
la dirección de una persona que rentaba una habitación para ambos sexos.

–No me dijeron nada– sin que Leandro lo viera arrugo el papel y tras ir a la cocina lo boto en la
basura. No le diría nada, todavía no. Quería pasar más tiempo con él. No había nada de malo
en eso ¿cierto? No estaba cometiendo ningún error. Aunque…su error era amarlo demasiado,
con ese amor enfermo que fluía en sus venas.

Hoy hablaría con él. Trataría de decirle la verdad porque aquel secreto se estaba haciendo
demasiado pesado, de modo que estaba empezando a aplastar su corazón. El rubio se levanto
de la cama, eran las siete de la mañana, apenas había logrado dormir por un par de horas.

–¿Y Leandro?–pregunto cuando hubo salido de aquel cuarto. Se había cepillado pero aun lucia
desaliñado, algo muy raro en él ya que siempre procuraba tener una imagen impecable.

–Ah finalmente saliste– Alan le sonrió– Leandro fue a trotar un rato. No se a que hora llegara.

–Ya veo– decidió regresar al cuarto, no tenía hambre por lo que no desayuno. Apago el aire
acondicionado y se dispuso a ordenar la cama. Su naturaleza no era muy organizada pero esa
no era su casa sino la de su hermano y Santiago reconocía que Leandro era extremadamente
ordenado. Un obsesivo de la limpieza.
Y mientras arreglaba la cama algo llamo su atención. Algo que estaba sobre la mesita de
noche. Un frasco de pastilla ¿Serian calmantes o quizás pastillas para dormir? La tomo con sus
manos y se dio cuenta de que no era ninguna de las dos cosas. Era peor.

“Thorazine” leyó en voz baja.

¿Qué hacia esa pastilla allí? ¿Por qué estaban en aquel cuarto? ¿Qué significaba eso?

Santiago sabia lo que significaba, por mucho tiempo el había comprado esas pastillas para
medicar a Leandro cuando estuvo internado. Incontable veces fue a la farmacia por ellas, con
récipes médicos que autorizaban la venta de aquel medicamento.

El pulso se le acelero. La respiración agitada y el pensamiento de que, con suerte, hubiera una
explicación razonable.

Pero no la había. Claro que no.

El mensaje era claro. Las pastillas eran claras: su hermano estaba recayendo.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que trotó, por eso su cuerpo se sentía
resentido pero no importaba mucho. Continúo trotando y trotando hasta que respirar resulto
doloroso. Se detuvo un momento, apoyando las manos en las rodillas. Trago saliva pero esta
estaba demasiado espesa, justo como lo estaban sus pensamientos.

“Seria mucho más fácil si solo fuera boca y labios” pensó emprendiendo la marcha, esta vez
fue caminando. “si fuera solo eso no tendría que preocuparme por pensar” las personas
pasaban trotando, algunas más rápido que otras. Leandro se les quedo observando con
curiosidad ¿Cuánto tiempo estuvo trotando? Tal vez mucho porque su respiración era
dificultosa, casi como si tuviera asma.

Se paso la mano por la frente, retirando el sudor. Había salido para despejar un rato su mente,
para que al trotar sus pensamientos fueran más coherentes. Pero no lo eran. Estaban
acumulados como cables enredados, casi a punto de hacer corto circuito. Casi a punto de
quemarse.
–Ah seguro que mis neuronas están fritas…–dijo con resignación al imaginarse toda una
maraña de nervios en tensión. Tensión por todo lo que había pasado, por pensar en su amado
Adrián y en las cosas venideras. En los problemas– No seria vida si no tuviera problemas.

Razono filosóficamente, seguro que una persona normal sobrellevaría sus problemas con
calma, tomando decisiones adecuadas pero ¿Cuál era la decisión adecuada? ¡Ah malditos
problemas existenciales que solo estaban para joderle la vida!

–Eso es tu culpa, en primer lugar no debiste envíame a este mundo si sabías que era tan débil
para los problemas– le reclamo a ese Dios que estaba en el cielo. A ese Dios que parecía
jugarle una mala broma– A mi no me parece divertido estar teniendo que arreglar mi
desorden mental. Aparte, también tengo que lidiar con los problemas de los demás. En primer
lugar esta Adrián, carajo que todavía es un niño y esta metido en serias complicaciones. No me
lo tomes a mal, yo amo a Adrián, realmente quiero que este bien y quiero ayudarlo pero no se
como hacerlo ¿Cómo podría ayudarlo cuando ni yo mismo se como salir de mis conflictos?

Personas transitaban las aceras de aquella ciudad y se le quedaban observando extrañada


menté. Era porque hablaba solo. No, mentira, Leandro solo pensaba en voz alta. Esta vez si.

–Y después esta Alan ¿Qué diantres paso con él, porque esta tan decaído y donde esta Mario?
Me huele a que hay gato encerrado allí pero Alan esta peor que una tumba: no dice nada–
suspiro exasperadamente– y por ultimo esta Santiago, no tengo ni idea de que le paso para
que llegara así. Se encerró en mi cuarto y no quiere afrontar nada. Además él…

Se quedo en silencio, pensativo.

Era extraño, muy extraño ¿Por qué aun no había recibido ninguna llamada? Había ido a una
considerable cantidad de residencia donde examinaban su comportamiento y quien era. No le
molesto. Él sabía que cuando se trataba de residenciar un hombre la cosa era más estricta
porque los hombres a veces no eran de fiar. A veces resultaban peligrosos; psicópatas,
asesinos, alguien huyendo de la policía, algún pervertido, delincuente, drogadicto. En fin, una
considerable cantidad de aspectos negativos. Pero Leandro no se identificaba en ninguna de
las categorizas mencionadas así que no comprendía porque o le habían llamado.
Casi pasaban dos meses desde que se había mudado con su hermano y le preocupaba estar
tanto tiempo allí, no es que Santiago le tratara mal, al contrario, lo trataba muy bien pero
había algo... algo que le inquietaba a Leandro.

–Fue maravilloso tener un corazón en la mano. Te lo juro Leandro; es la mejor experiencia que
he tenido– el rubio siguió hablando. Eran las siete de la noche y su hermano le relataba lo que
había vivido hoy en emergencia, parecía feliz y hablaba sin parar. Al castaño no le resultaba
extraño, Santiago solía contarle casi todo lo que hacia como pasante en el hospital pero si era
extraño que viniera tan temprano cuando él llegaba tan tarde.

Justo hoy había ido a otro lugar para ver si tenía suerte. No le gustaba la idea de estar
dependiendo de Santiago. Miraba el teléfono una y otra vez, rezando porque sonara.

–¿Estas esperando una llamada?

–¿Eh? No. Bueno si. Tal vez. Hoy fui a otra residencia, dijeron que no les di mala impresión por
lo que creo que me llamara para darme una buena noticia.

El rubio respiro hondo. Definitivamente no quería que llegara ese día.

–Ya veo– su voz estaba algo tensa. O al menos eso creyó Leandro.

–Iré a comprar algo– salió un momento.

–De acuerdo, si llaman te avisare– el castaño asintió y cuando se fue Santiago se puso en
alerta, debía interceptar aquella llamada. Se puso cerca del teléfono y espero paciente como
un cocodrilo. Hasta que finalmente llamaron, se abalanzo sobre el teléfono y casi se le cae–
Buenas noches– dijo con la voz más calmada que encontró–¿Busca a Leandro? No, él no esta
¿Por qué lo busca?... ¿Aprobaron que se quedara en la residencia?…Me alegra saberlo pero él
no podrá ir a ese lugar… lo que pasa es que él ya encontró donde quedarse así que no tiene
porque buscar otro lugar… Si, que pase buenas noche. Otra cosa ¿podría no volver a llamar a
este numero?... Ok, gracias– colgó aliviado. Menos mal que había logrado contestar él y no
Leandro. Si él hubiese contestado se hubiera ido sin mirar atrás. No quería que se fuera.
Santiago se conformaba con tenerlo allí, se conformaba con eso.

Se conformaba con tan poco.


Sin embargo el rubio no se dio cuenta de que Leandro se había devuelto y había escuchado lo
que dijo.

–¿Por qué hiciste eso?– tenía el ceño fruncido. El rubio se sobresalto.

–No quería que te fueras todavía– dijo la verdad.

Leandro respiro hondo para calmarse. No debía enojarse, aunque estaba en su derecho.

–¿Me han llamado de otras residencias?

–Si.

–Eso quiere decir que has interceptado todas las llamadas.

–Si.

–No tenías derecho de hacer eso.

–Lo se. Pero solo quédate un mes. Solo un mes y no te retendré más– Leandro iba a protestar–
te lo prometo. Es que nunca pasamos tiempo juntos ¿Qué tiene eso de malo? Somos
hermanos y ya no me visitas como cuando eras niño. Solo un mes y yo mismo te acompañare
hasta la residencia que elijas. Te lo pido como un favor.

Esa actitud de Santiago siempre le había inquietado, tenía esa forma de ser con él que
resultaba extraña, fuera de lo normal y Leandro no quería pensar que fuese un amor fuera de
lo normal. Por el contrario, deseaba pensar que era un amor fraternal, Santiago debía de
amarlo de la misma manera que uno ama a un hermano. No más de eso.

Negó con su cabeza, negándose a aceptar que su hermano sintiera por él cosas indebidas. No
debía ser así. Respiro hondo porque todavía no respiraba normalmente, aun respiraba como si
tuviera asma, con esa desesperación de que sus pulmones tuvieran oxigeno.
Miro la hora. Nueve de la mañana. Si que había trotado, con razón estaba a punto de sufrir un
paro respiratorio pero había llegado hasta donde quería. Hasta el edificio donde vivía su
hermano. Saco las llaves que guardaba en su bolsillo. Entro al edifico y subió hasta el piso
indicado. Todo eso bajo un modesto silencio, había ido allí para buscar algo de ropa para el
rubio y, tal vez, averiguar que había pasado para que Santiago llegara a ese estado. Después de
todo se preocupaba por él.

Quizás eso no se notara mucho; es decir, lo de su preocupación ya que no resultaba muy


apegado con el rubio. No era que lo odiase ni que le fastidiase, él realmente quería a su
hermano. Pero no quería que Santiago se diera ideas equivocadas, por eso mantenía esa
distancia, tratándolo siempre con esa fría amabilidad suya. Era lo mejor, aunque sabía que esa
fría amabilidad hería profundamente a su hermano.

Cuando entro no le sorprendió encontrar un desastre total, Santiago siempre había sido
desordenado, todo lo contrario a él que siempre buscaba que sus cosas tuvieran un orden.
Además, ordenar siempre le había proporcionado una distracción a sus muchos pensamientos.
Por esa misma razón comenzó a ordenar aquel lugar; para calmarse, para sosegar sus nervios.

Empezó recogiendo toda la basura que había en el piso. Sacudió los muebles quitándole el
polvo y quito la sabana polvorienta que cubría aquel piano blanco. Un piano elegante. Recordó
que solo lo había tocado una vez.

“Lo compre con mi primer sueldo. Quería que tocaras para nosotros también porque siempre
tocabas para la mugrosa de Susana”

Eso era lo que había dicho Santiago. Miro aquel objeto con amargura. No es que odiase ese
piano, claro que no. Era solo que verlo le traía recuerdos del pasado, de cuando era jovencito y
estaba aprendiendo a tocar ese instrumento. Eran bonitos recuerdos y los recuerdos bonitos
dolían.

Cuando llego a casa pensó que iba a encontrar la casa en llamas o algo así, después de todo
Adrián y Ricardo nunca se habían llevado especialmente bien. De hecho solían llevarse mucho
mas mal que bien y Viana no quería que las cosas pasaran de Guatemala a Guatepeor. Pero no
encontró la casa en llamas, de hecho encontró a ambos viendo televisión. Ninguno de los dos
se hablaba pero eso no significaba que hubieran peleado.

– ¿Aarón, que haces aquí?– Adrián se sintió algo confuso en cuanto vio a su hermano allí, se
suponía que él debería estar en clase. El gemelo mayor tenía un rostro afligido ¿Quizás habían
recibido otra mala noticia?

Escucho que Viana suspiraba. Entonces si, habían recibido otra mala noticia.

–Aarón no puede seguir estudiando allí.

–¿Que?

–También me expulsaron.

–Pero ¡¿porque?!– Adrián se había puesto de pie, aquello debía ser una broma

–El director argumento que si tú estaba en esas malas andanzas también lo estaba yo. Y él no
quiere malas influencias en su instituto– Aarón estaba triste, no podría volver a estudiar allí ni
ver a sus amigos. El pelirrojo lo entendió y se sintió culpable, por su causa estaban pasando
todas aquellas cosas. Abajo la mirada.

–Aarón, se que nunca te lo he dicho– empezó diciendo con un tono culposo– y espero que lo
sepas aunque no te lo haya dicho... espero que no haga falta que te lo diga pero si te sirve de
algo lo siento...

Su gemelo le devolvió una triste sonrisa.

–No te preocupes hermano, yo no quiero estudiar en un lugar donde no te acepten.

Aarón siempre tan comprensivo.


El constante vaivén que mantenían era casi doloroso y placentero. Enterraba su carne en
aquella piel tibia y morena. Las paredes de su interior abrigaban su miembro palpitante y
rígido, sentía su cumbre cerca.

–Mas rápido– no dudo en complacer el cuerpo que yacía debajo de sí, aferrándose a él con sus
manos, enterrando en su pálida piel aquellas uñas largas bien cuidadas, pintadas de rosado. Le
mordió el hombro mientras aceleraba su ritmo. La respiración de los dos era intensa, tanto
como lo eran sus frenéticos movimientos. Pero era necesario moverse así, con envestidas
duras y rápidas, fuertes y certeras viéndose imposible de parar aun si le hacia daño. Pero no,
no le hacia daño. A ella le gustaba que se moviera así, se lo exigía entre gemidos ahogados por
el placer.

Finalmente que alcanzo su cumbre. El alivio llego a su pelvis en cuanto se sintió correr. Tenía
condón así que no había riesgo de dejarla embarazada.

–Pareces algo triste ¿no te gusto?

–Si, fue genial– pero lo decía sin mucha convicción, más bien miraba hacia la ventana de
aquella habitación. El sol aun estaba en lo alto del cielo, recordándole que eran las dos de la
tarde, una hora poco ideal para tener relaciones sexuales. Pero Santiago no pensaba en la hora
sino que pensaba en otra cosa, pensaba en alguien...

–¿Te gusta alguien más?– la chica desnuda sobre la cama lo miraba con tranquilidad. Ella
conocía su fama de mujeriego y rompe corazones.

–Algo así– se levanto de la cama. En sus ojos azul cielo se veía reflejada cierta amargura, la
chica incluso pudo ver que había lágrimas pero seguramente debían ser ilusiones suyas.
Santiago Torrealba no lloraba por nadie, ni siquiera por una mujer.

–¿Porque no te quedas un rato? Aun queda algo de tiempo– dijo mirando la hora, todavía era
su hora de descanso, faltaban al menos media hora para que se acabara.

–Mejor no. Tengo cosas que hacer– No se quedo a su lado. No soportaba estar allí cuando
dolorosamente sabía que esa persona no era con la que quería estar. Se fue al baño y se aseó,
quitando los rastros de sudor de su cuerpo y ahuyentando con jabón el olor a sexo. No
deseaba que al llegar a casa su hermano sintiera ese repugnante olor.
Él había decidido quedarse solo por un mes, tal como se lo había pedido y Santiago detestaba
estar en aquel hospital cuando en realidad quería pasar todo el tiempo que le quedaba junto a
Leandro. Cada vez que se levantaba en las mañanas pensaba: “Un día menos”. Que enorme
mortifico tenía.

Se vistió y salió de la habitación para descansar de aquel hospital. Fue a la terraza e hizo una
llamada que deseaba.

–Estoy en el consultorio de la Dra– fue la respuesta que recibió en cuanto le contestaron. El


rubio sonrío algo avergonzado, pues Leandro sabía el motivo por el cual lo llamaba. Esa
urgente necesidad de saber su paradero ¿Donde estas? ¿Que haces? ¿Que piensas? A veces el
rubio se sentía un autentico acosador llamando a Leandro solo para saciar sus dudas. Pero no
era solo eso... era también su voz, porque lo calmaba cuando sentía que entraba en crisis,
justo como ahora.

–Entiendo– musito en respuesta– ¿estas esperando a que salga de un paciente?

–Si.

–¿Fuiste a la universidad?

–Si.

–¿Y como te fue?

–Bien– a Santiago le parecían frías sus respuestas. Monótonas. Directas. Distantes...Le dolía
que lo tratara así, tal vez su hermano estaba molesto por lo que había hecho, eso de
interceptar sus llamadas– ¿Sigues molesto conmigo?

–Ya no– el rubio no dijo nada, en cambio se sentó en el suelo y abrazo sus piernas, hundiendo
su rostro en ellas, manteniendo el celular pegado a su oreja. Odiaba la idea de que Leandro lo
odiara, de que no quisiera hablarle más. Tenía temor de que él se fuera, de que lo abandonara
y lo dejara. No quería pensar que Leandro podría tomar una maleta, guardar sus cosas e irse,
abandonándolo. Dejándolo solo en el mundo. Increíblemente solo– Voy a colgar.
–No cuelgues– pidió con un tono miserable– No es necesario que hables, me gusta escuchar tu
respiración. Me calma.

–Te estas volviendo muy dependiente de mi– lo dijo seriamente, como recriminándole esa
actitud.

–Me gusta ser dependiente de ti– escucho un suspiro de resignación del otro lado del teléfono.
Santiago pensó que tal vez se fastidiaría y le colgaría pero no lo hizo. Se quedó un rato sin
decir nada, solo escuchando. Era agradable, bastante agradable.

–Ahora si me tengo que ir.

–¿Tan pronto?

–Ha pasado media hora– ¿tanto? El hermano se sintió abochornado, el tiempo si que pasaba
volando– además, ya ha salido el paciente así que tengo que ir a la terapia.

–Nunca me ha gustado que vallas con psicólogos. Tú estás bien. Tienes que estar bien. No me
agrada que te mediquen, eso es para personas locas.

–Estuve internado en un centro psiquiátrico y en ese centro solo están los locos. Eso quiere
decir que yo también lo estuve –el rubio contuvo la respiración– ¿es eso cierto, Santiago?
¿Estuve loco, tomaba pastillas para esa psicosis?

Santiago colgó abruptamente. Odiaba hablar de ese tema. Era TABU ¿Cuando entendería eso
Leandro?

Alan se le quedo mirando extrañado, aunque más que extrañado estaba algo asustado de la
actitud que Santiago tenía.

–¿Estas buscando algo?– era una pregunta estúpida porque era obvio que si buscaba algo. Era
fácil llegar a esa conclusión ya que el rubio doctor estaba registrando desesperadamente todas
las gavetas que se encontraba en su camino. Estaba buscando… buscando los malditos
medicamentos. Debía haber más de uno, lo presentía.
Registró el cuarto, los cajones de ropa interior limpia, las gavetas con ropa de andar en casa, el
armario donde guardaba la ropa planchada, pero nada. No había nada. Reviso la mesita de
noche, desordeno todo allí sin importarle lo que pensara Leandro. Cuando se dio cuenta de
que en ese cuarto no había nada salió a registrar en otra parte. Pondría esa casa patas arriba si
era necesario.

Por eso mismo revisaba la cocina, el último lugar que faltaba. De seguro que en algún lugar de
allí estarían escondidas.

–Creo que llamare a tu hermano– comento Alan algo atemorizado de aquella actitud tan fuera
de lugar. Santiago no le contestó pero eso no quería decir que no lo hubiese escuchado, de
hecho estaba de acuerdo: que lo llamara. Si, que llamara a Leandro porque él tenía muchas
cosas que explicar. Muchísimas, Santiago no se conformaría con una mentirilla blanca. No,
Leandro debía de decirle la verdad, aunque… la verdad estaba más que clara…

Respiro agitado, sintiendo sus ojos arder, llenándose de lagrimas de culpabilidad.

Mientras tanto, Alan salió fuera de aquel apartamento y llamo por celular.

–Leandro, en serio, tu hermano esta chiflado.

Leandro, del otro lado de la línea, no supo a que se refería su amigo.

–¿De que hablas?

–De Santiago– el castaño se espero lo peor ¿Qué había hecho su hermano?– esta loco, no se
que mosca le picó pero esta registrando todo el apartamento. Desordeno todo.

–¿Por qué?

–¿Y como voy a saberlo? A mi me parece que esta buscando algo.


“Las pastillas” seguramente su hermano las había encontrado por pura casualidad y ahora
estaba buscando los demás medicamento. Inspiró hondó ¿Cómo diablos las había encontrado?
Leandro procuraba mantenerlas bien escondidas.

–Déjalo tranquilo, ya se le pasara su rabieta– aconsejo el castaño sin alterarse en lo más


mínimo. Colgó y se quedo mirando aquel apartamento, ahora estaba más limpio y ordenado
que antes. De modo que se le había pasado el tiempo ordenando aquel lugar.

Miro las fotografías que decoraban el apartamento, cada una de ellas pertenecía tanto a sus
amigos como familia pero las fotografías que más abundaban eran donde el protagonista era
él: fotos de niñez, de adolecente, de cuando se graduó tanto de la primaria como secundaria y
de la universidad. Múltiples fotos de su persona estaban enmarcadas en marcos dorados y
plateados. Leandro era cociente de la adoración que Santiago le tenía y eso no estaba bien.

Guardo el teléfono en su bolsillo y miro el piano. Sentía la tentación de acercarse a el y tocarlo.


Justo cuando quiso hacerlo alguien entro. Se sorprendió de ver a esa persona allí.

–La puerta estaba abierta– informo serenamente. El castaño se le quedo mirando unos
segundos; la melena rojiza que caía grácilmente sobre su espalda. La piel pálida e imberbe y
aquellos ojos, tan parecidos a los de Adrián, solo que aquellos ojos no destellaban amor hacia
él. No brillaban como fuego como los de su niño. A pesar de que eran del mismo color lo que
transmitían era diferente. Los ojos de aquella mujer eran como dos lagos: transparentes y
profundos. Enmarcados en oscuras ojeras, casi podía verse en ellos y no le gustaba.

–Mi hermano no esta– dijo como si fuera normal que ella viniese a buscar a su hermano,
después de todo trabajan juntos.

–Lo se. No vine por él– eso era todavía más extraño. Si no había venido a buscar a Santiago ¿a
quien buscaba?– si quisiera hablar con él lo hubiera buscado en su apartamento, después de
todo es allí donde se esta escondiendo, revolcándose en sus miedos y lagrimas.

Ciertamente le sorprendía un poco como hablaba de forma tan directa. “De tal palo tal astilla”
pensó irónicamente recordando que Adrián también era así de directo “Deben de ser genes
familiares”

–¿Entonces, vino a hablar conmigo?


–Así es. Me interesa hablar con usted. Me parece que puede darme algunas respuestas– Viana
tenía unos ojos que le vigilaban con fijeza, sin pestañear siquiera. Eso le ponía nervioso,
porque eran unos ojos fríos, inteligentes y calculadores.

–¿Sobre Adrián?– ella asintió, supuso que el pelirrojo no habría querido decir nada sobre
aquella pelea callejera– la pelea se dio por causa de drogas y– fue interrumpido

–Eso ya lo se. Vendía drogas, unos muchachos le quitaron la mochila donde la guardaba y se la
robaron. No necesito ese tipo de detalles sino otros– no parecía sorprendida, el castaño se
sintió enojado de pronto ¿Cómo podía ella estar tan tranquila cuando su hijo estaba metido en
serios problemas?– Adrián es un chico problemático, eso lo se. Explota fácilmente y no se calla
nada cuando algo le molesta. Pero las drogas es un asunto más serio, él sabe que ese tema
tiene que tratarse con madurez por eso se me hace tan extraño que haya originado una pelea
callejera, algo tuvo que haber denotado ese comportamiento.

–¿Significa eso que usted, su madre, estaba al tanto de todo lo que hacía Adrián con esas
drogas?– su voz sonó seria, oscura, plana. Ella le ignoro.

–El detonante profesor, necesito saber que fue lo que le llevo a pelear.

Leandro quería gritarle mil cosas, por ejemplo en como pudo permitir aquello. Que clase de
madre era. Desnaturalizada y desgraciada. Pero Leandro se contuvo, no debía perder la calma
si quería entender toda aquella situación.

–¿Por qué?– pregunto inspirando hondo– ¿Cómo pudo permitir que Adrián se sumergiera en
eso? ¡¿Qué clase de madre es?!

–No tiene derecho a decir eso. No tiene idea de lo que realmente pasa– no parecía enojada o
disgustada por su atrevimiento.

El joven profesor apretó y aflojo sus puños, abriendo y cerrando su palma. Era para calmar la
rabia.

–Me gustaría entenderlo. Quiero entenderlo. Quiero ayudarlo.

–Si le dijera lo que realmente pasa, usted no lo soportaría. La verdad es más de lo que puede
imaginar, así que es mejor que no le diga nada. Es por su bienestar mental porque usted no
esta bien ¿no es así?– el castaño perdió el color de la cara– yo escuche cuando quemó el
piano. Lo oí gritar. Estaba delirando, discutiendo con alguien que no estaba presente. Discutía
con su amiga Susana.

Leandro sentía que sus piernas temblaban, sudaba frió el solo saber que otra persona más era
cociente de su enfermedad.

–La tengo bajo control– susurro con los labios temblorosos. Pero era mentira, todo se estaba
saliendo de control– No le voy a hacer daño a Adrián.

–No se si creer eso. Es difícil creerlo. Usted y mi hijo aun son jóvenes, Adrián mucho más que
usted, por lo tanto no tienen idea de cuando se traspasan los límites. Ni siquiera tienen idea de
cuales son sus limites. Dicen quererse pero nunca saben cuando es demasiado, cuando
traspasas la línea– ella suspiro y el castaño pudo ver un atisbo de tristeza en sus ojos pero fue
algo momentáneo– estaría bien saber cuando esos limites se exceden, aunque no se si podrían
lograrlo, intimas cuando te lo permiten, y sigues mientras te dejan.

»Mi hijo lo quiere tanto que no le importa exceder esos limites. Los ha traspasado. Él cree que
su amor le durara para siempre. Es una idea inocente e ingenua pero al final solo le acarreara
problemas.

–¿Cree que yo le hare daño?

–Mucho más del que usted se imagina.

No pudo refutar eso. Se sintió a la mar culpable porque en realidad ella tenía razón, Adrián y él
habían traspasado los limites y él le hacia daño. Al fin y al cabo la pelea se dio por la cadena
que le había regalado, la cadena de oro que representaba esa promesa de “no te olvidare” aun
cuando Leandro sabía que llegaría un punto en que olvidaría.

–Siempre he creído que lo mejor para Adrián es estar lejos de usted– una puñalada hubiera
dolido menos– sin embargo, Adrián parece feliz cuando esta a su lado, a pesar de todos esos
problemas, a pesar de eso parece que lo que lo mantiene en pie es la promesa de estar con
usted– dio un suspiro de resignación– así que ahora no puede abandonarlo. No me gusta la
relación que lleva con él pero ya no pienso quitarle lo único que hace feliz a mi niño. Después
de todo yo también lo he hecho sufrir mucho con mis decisiones, no lo he cuidado como
quisiera así que… cuídelo y si realmente lo quiere váyanse lejos de aquí. Lléveselo, le doy mi
permiso, y ámelo como lo ha prometido– hablaba con el dolor de su alma, ella sabía sobre
aquella cadena, sabía lo que representaba: que Adrián se iría. Dejaría la casa materna para irse
con el hombre que amaba y ella jamás podría impedir eso.

Inspiro hondo para no romper a llorar. Le dio la espalda y camino hasta la salida pero antes…

–Con respecto a su hermano–Leandro puso atención– hizo una operación y no paso nada
bueno pero tampoco nada inesperado. Un accidente. El chico que atendía murió en medio de
la operación que su hermano le realizaba. Ha pasado muchas veces pero para Santiago ese fue
su límite, no solo por eso sino por todo su pasado. Simplemente no encuentra como drenar su
culpabilidad.

¿Culpabilidad? ¿A que se refería con eso?

“Lo siento Leandro…”

¿Tendría que ver eso con los múltiples lamentos de Santiago? pero ¿por qué se disculpaba con
él? ¿Que tenía que ver una cosa con la otra? Cuando quiso preguntar ella retomo su camino y
se marcho, dejándolo con más dudas que respuestas.

Leandro pensaba en todas las cosas que hacía su hermano, quizás Santiago tenía muchas cosas
que decirle y no se las había dicho por el trato tan frío que tenía para con él. Era posible que
Santiago quisiera confiar en él pero el distanciamiento que tenía no se lo permitía.

Faltaban menos de dos semanas para que se cumpliera el mes. Cuando esa fecha llegara
Leandro se iría de allí. Lo dejaría solo ¿Qué podría hacer para que no se fuera? No se le ocurría
nada sensato.

Se sentó en el borde de la cama y escucho la regadera. Su hermano se bañaba, al parecer iba a


salir pero ¿A dónde? ¿Con quién? ¿Para qué? Las dudas mordisqueaban su alma como fieras
hambrientas. La regadera ceso y poco tiempo después Leandro salió de baño, llevaba apenas
un bóxers. Santiago contuvo el aliento; se veía exquisito con su cabello desordenado y mojado.
Su mirada bajó aún más mirando aquellas largas piernas bien formadas y luego su mirada
emprendió el viaje de regreso por el cuerpo de su hermano, aunque sus ojos se quedaron
prendidos en aquel lugar donde aquellos caprichosos bóxers cubrían una parte importante de
la anatomía de su hermano.

Sintió su garganta reseca y se reprendió por mirarlo así: como si hubiera estado en un desierto
por mucho tiempo y Leandro fuera un vaso fresco de agua.

–Pensé que estabas en el hospital– aquel comentario lo trajo a la realidad. Desvió la mirada
preguntándose si Leandro se había dado cuenta de sus repentinas intenciones. Pero si se dio
cuenta o no su rostro no lo delato, seguía manteniendo un rostro sereno, imperturbable.

–Sí, eso se supone. Pero quería estar hoy aquí, pensé en invitarte a almorzar pero al parecer
vas a salir–afirmo al ver que el castaño se empezaba a poner ropa de salir– ¿Una cita? – se
atrevió a preguntar al ver que la ropa que se había puesto lo hacía ver más atractivo de lo
normal.

–Sí, tengo una cita.

–Ya veo ¿Y a dónde irán?... ¿sabes a qué hora llegaras? – “¿Tendrán sexo?” también quiso
preguntar pero hubiera sido llegar muy lejos.

Leandro termino de arreglarse y la loción tan cautivadora que se colocó casi hizo enloquecer a
Santiago. Si lo hizo casi enloquecer a él no se imaginaba como se pondría la chica con la que
iba a salir.

–Llegare tarde–informo guardando la billetera en el bolsillo trasero de su pantalón.

“Tendrá sexo” fue lo que pensó el rubio al escuchar aquello. Si su hermano llegaba tarde era
porque iba a algún motel y tendría relaciones sexuales con la mujer con la que iba a salir. Y
odio eso. Odio a la mujerzuela con la iba a salir, no le importó si era una niña buena, si era
bonita y de buena familia. Santiago la odiaba por el simple hecho de acercarse a la persona
que él más quería. Odio que ella si tuviera derecho a mirarlo y comérselo con los ojos. Odio
que ella si tuviera el privilegio de besarlo, acariciarlo y acostarse con él, privilegio que él no
tenía porque las reglas de la naturaleza, de la sociedad, del mundo se lo impedían.

Santiago saquearía el infierno si solo pudiera tener una cita con él con todas sus reglas. Haría
lo que fuera. Solo por un día, por un maldito día. Podría ir al cine, tomarse de la mano. Besarlo
como si no hubiera mañana y estar lo más cerca posible de él, no le importaba si eso
significaba estar de sumiso, el rubio solo quería estar lo más cerca de Leandro, lo más cerca
que le permitieran sus pieles.

Pero estaba mal que pensara así. Bastante mal que mirara de esa forma a alguien que era
sangre de su sangre. Pero no podía evitarlo, era un sentimiento que le nacía en las entrañas y
fluía por sus venas. Le cegaba el entendimiento.

Cuando quedó solo en el apartamiento con su rabia y celos se fue al baño, se encerró para
hacer algo que estaba mal pero que no estaba mal mientras nadie lo supiera.

Con la imagen tan erótica de su hermano en su cabeza se bajó los pantalones y comenzó a
acariciar su parte masculina despierta. Se reprendió por usar su imagen para excitarse. Al
menos una vez a la semana se masturbaba pensando en aquel cuerpo masculino de Leandro,
en sus ojos, en su boca y en aquel miembro que aún no conocía.

–Leandro…–jadeo el nombre de la persona que no podía y no debía amar.

Tal vez se hubiese detenido. Si alguien le hubiera dicho a Santi que Leandro se devolvería para
buscar algo que había olvidado, Santiago hubiera dejado de hacer lo que hacía y saldría
corriendo para que su querido hermano no supiera nada. Pero el mundo no es un lugar justo.

El castaño se devolvió porque había olvidado una tarjeta de dedito, le sorprendió no encontrar
a Santiago en ninguna parte, salvo que si estaba, solo que estaba en el baño. Cuando quiso
tocar la puerta para saber si estaba bien lo escucho jadeando. Se asombró puesto que su
hermano no era de esos que se masturbaban, o al menos eso pensaba Leandro ya que el rubio
era popular entre las chicas. Se iba a ir para darle privacidad cuando escucho decir el nombre
de la persona con quien fantaseaba.

Fue cuando Leandro se sintió aturdido. Se alejó de esa puerta pensando que había escuchado
mal, sin embargo Santiago no repetía otro nombre que no fuera el suyo. No era un error y eso
solo confirmo lo que venía sospechando.

Se alejó de allí para ir a su cita, para olvidar lo que había escuchado pero no pudo. Aquello le
mortificaba, simplemente no podía creer que Santiago hiciera eso. Era perturbador y pensó
que había sido un tremendo error haberse quedado allí.

Debía irse y lo más pronto posible.


Se vistió apresuradamente, tenía alguien a quien visitar. Se puso la ropa de su hermano menor
sin detenerse a olfatear siquiera si esta aún conservaba el olor de la piel de Leandro. Por ahora
eso no importaba mucho.

Había encontrado los demás medicamentos. Esos que eran para la psicosis, para
enfermedades mentales.

–¿A dónde vas? – pregunto Alan al ver que Santiago se había puesto decente y salía a la calle
pero el rubio doctor no dijo nada. Salió dando un portazo– menudo carácter…– murmuro
enarcando una ceja. Miro el desastre pero no podía ordenar. Tenía que ir a trabajar.

Mientras tanto Santiago tomo un taxi y se dirigió hacía cierto consultorio. El taxista miro con
cautela su cliente, quien respiraba y exhalaba como un toro frente a una manta roja. En su
mano izquierda tenía en frasco de pastilla a medio terminar. Eso significaba que hacia un buen
tiempo que las tomaba.

“Estoy bien, en serio” había dicho Leandro en una ocasión, cuando él registraba sus cajones
buscando las pastillas que le habían mandado por la ulcera porque Leandro vomitaba. A veces
comida, a veces sangre.

–Mentiroso…–murmuro molesto. Los vómitos no se debían a ninguna ulcera, eran un efecto


secundario de aquellos medicamentos. Debió haberlo sabido, lo sospecho aunque nunca
imagino que las cosas llegarían tan lejos.

Finalmente llego al consultorio médico, estaba cerrado, seguro que era su día libre pero no le
importó. Toco con insistencia la puerta de su casa puesto que su consultorio era un fragmento
de su vivienda.

–Por Dios Santo, ¿Quién es? –dijo una mujer de edad madura al ver interrumpían la paz de su
casa. Abrió la puerta–ah, eres tú.
–¿Qué significa esto? – le mostro el frasco de pastillas. Ella miro impasible el medicamento y
luego le devolvió la mirada; conocía que él era el hermano mayor de uno de sus pacientes–
Necesito saber que tan grave es

–Eso es confidencial.

–No me importa. Tiene que decírmelo, se lo exijo ¡Ahora!

–Lo que puedo decirte es que él está muy mal.

–¿Tanto como para terminar en un manicomio? –pregunto temeroso.

– Tanto como para terminar en un manicomio– confirmo ella. Entonces cerraron la puerta y el
rubio se quedó parado allí con los ojos empañados, pensando en que si Leandro se iría él
quedaría solo otra vez, y moriría de pena porque él lo necesitaba mucho. Demasiado.

La tarde estaba cayendo y el rubio se dijo que era hora de regresar a casa, aunque allí estaría
solo porque su hermano llegaría tarde. Había salido para descargar su locura en cuerpos
ajenos y ahora que ya se sentía más tranquilo podía regresar. Sin embargo, esa tranquilidad no
le duro mucho tiempo. En cuanto llego a casa observó con horror que Leandro empacaba sus
cosas: se iba a ir.

–¿Qué…, significa…, esto? –estaba aturdido, completamente confundido y horrorizado.


Respiro para mantener la calma–Aún faltan dos semanas

–Me voy a ir ahora.

–No, no te vayas.

–Sí. Me voy a ir.

–Leandro, no Leandro, no– sin saber que más hacer se aferró a sus pies, humillándose– Por
favor... no te vayas. Quédate a mi lado... si me he equivocado te pido perdón... pero no...
Realmente se veía patético. Demasiado, humillarse así solo por querer recibir una migaja de
amor… Solo una migaja…

–Basta, no digas más–el castaño mantenía una voz severa y lo miraba como si le doliese
escuchar sus palabras– Me desconcierta ¿Sabes? Nunca se te ha dado suplicar. La elegancia va
mejor contigo. Te hace ver imponente, refinado, inquebrantable, pero cuando suplicas...
cuando suplicas todo eso se pierde. Te hace ver vulnerable, perdido, desesperado. Como un
niño. Tú no me necesitas para ser feliz.

–Sí, si te necesito.

–No.

–¡Si te necesito, maldita sea! – “¡Yo te amo!” quiso decir, era un amor desquiciado pero amor
al fin y al cabo– ¿por qué? ¿Por qué quieres irte?

Silencio.

–¡¿Dime por qué?– grito frustrado.

–Escuche lo que hiciste en el baño–Santiago se quedó sin habla. El castaño siguió empacando y
el rubio seguía sin habla. Leandro termino de empacar y su hermano seguía sin habla–Me voy–
y Santiago seguía sin habla–Hare de cuenta que nunca escuche nada, te seguiré tratando como
mi hermano y tú también deberás hacer lo mismo.

Pero Santiago no podía, no quería dejar de amarlo, aun así no hizo nada para impedir que se
fuera. La puerta se cerró y Santiago se quedó solo, mucho más solo que antes.

–No me quiere…–murmuro débilmente cuando su abuela llego a reconfortarlo–nunca me va a


querer…

Mucho tiempo después, cuando el rubio se dignó a dar la cara y a verlo nuevamente, Leandro
lo siguió tratando igual que un hermano y eso dolía. Sí que dolía…
Ya eran las doce, tal vez hasta más y ni siquiera había desayunado, aun así no tenía hambre. Se
sentó cerca del piano y lo miro por un rato. Miraba sus teclas con curiosidad, casi como si ellas
le dijeran que debía tocarlas. Sintió la tentación pero ceder a esa tentación significaba revivir
malos y agradables memorias. Decidió que estaba bien solo repasarlas con los dedos, después
de todo ese piano no podía hacerle daño. Toco las teclas con la yema de los dedos sin llegar a
hundirla y hacer que produjera música, era mejor el silencio.

Miro luego el apartamento, contemplándolo en todo su esplendor. No había nadie, desde


luego que no. Ni Susana, ni su abuela… ni su pasado oscuro. Pero había silencio y el silencio, a
veces, era bueno. Sin embargo, ahora no lo era, porque era un silencio extraño, un silencio
como cuando uno corta las flores, un silencio que perduraba y hasta asfixiaba.

“De todas maneras estoy roto” razono pensativo y miro nuevamente las teclas del piano.
Comenzó a hundir su dedo en la tecla hasta que se produjo un sonido, el sonido de la tecla al
ser presionada. Un sonido solitario que quedaba en el aire en medio de todo aquel silencio. Y
presiono otra tecla y otra, y otra, y otra… hasta que finalmente la habitación se llenó de
música.

Fur Elisa. La canción favorita de su abuela. Tocar le ayudo a su mente pensar de forma
coherente. Toco hasta que le dolieron las manos, toco hasta que las teclas resbalaron de sus
dedos…

–Creo que debo ser más flexible y comprensivo con Santiago– decidió cuando dejo de tocar.
Tomo sus cosas y salió de allí.

Regreso al apartamento de Leandro mucho más abatido que antes. Miro el desorden que el
mismo había ocasionado, no le importó el desorden sino las pastillas que obstinadamente
sostenía en sus manos.
Se sentó en el mueble más cercano, esperando que llegara Leandro para saciar sus dudas.

Estaba asustado. Tenía miedo.

La música sonaba con alegría, casi con entusiasmo. Los dedos bailaban de una tecla a otra
produciendo música y Santiago se deleitaba mirándolo tocar. Entonces se detuvo. Lo miro
extrañado.

–La abuela me comento lo del… accidente–comento con cierta pena. El rubio abajo la mirada,
sintiéndose desgraciado.

–Ya veo…–musito en voz baja, casi a punto de romper a llorar– yo… estaba feliz de ser padre
pero… ahora… no quiero hablar… de eso– no lo miraba pero sabía que Leandro tenía su vista
fija en él. En ese momento Santiago creyó que disminuyo de tamaño, volviéndose patético e
insignificante.

–Sabes Santiago– era la voz suave del castaño, hablando en tono fraternal– no es bueno que
comprimas tu dolor. Esta bien hablar. Es bueno hablar. Así que cuando estés listo para hablar
me buscas.

Seguro que hablaba por su propia experiencia pero ese modo de hablar en vez de
tranquilizarlo lo hizo poner inquieto. Era una voz lejana, distante, como si su voz llegase desde
otro lado. Lo miro preocupado. Por un momento creyó que la figura de Leandro desaparecía
en medio de ese piano, creyó que se perdería en una niebla oscura y espesa y Santiago no
podía encontrarlo.

–¿Leandro?–pregunto preocupado, su corazón latía deprisa, lleno de miedo. Podía ver sus
labios de su hermano moverse con lentitud, pronunciando algo. Si Santiago fuese de los que
leyesen lo que dicen los labios podría descifrar que lo decía o más bien recitaba era canción.
Una canción infantil: “Vino la lluvia y se la llevo…” – ¿Estas bien?

El castaño asintió, pero sus ojos estaban ausentes, permanecía en otro lugar.

–Solo pensaba hacia donde había ido witsi araña…


–¿Qué…?– y aquello fue suficiente como para traerlo de nuevo a la realidad. Aquella oscuridad
que de repente lo envolvió se marcho deprisa, como un pájaro negro ahuyentado. Sus plumas
negras hicieron una densa cortina y luego se esfumo, dejando la silueta de su hermano.

Todavía sentía el galopar de su corazón en su oído.

–Nada. No me pongas atención.

Y la actitud que conocía de él volvió. Pero había algo… algo que aun no terminaba de
descifrar… (1)

Debió intuirlo en ese entonces, debió presentir que algo malo pasaba con él pero no tenía
sentido lamentarse ahora. No tenía sentido lamentarse por todo el pasado, por sus errores. No
tenía sentido llorar sobre la leche derramada pero lloraba porque al fin y al cabo, aunque no lo
quisiera, seguía lamentándose. Seguía llorando con todos sus miedos atorados en el nudo de
su garganta.

Adrián salió fuera de casa pero no se fue muy lejos, tan solo salió al corredor. Vacilo un
momento, pensaba en si entrar o no en el apartamento de Leandro. No sabía si estaba allí. No
es que estuviera dispuesto a hablar, aun no pero verlo lo calmaba. Entonces recordó que allí
también estaba el otro hermano. Frunció el ceño, era mejor no toparse con él.

Seguramente en algún momento Leandro saldría, posiblemente a botar la basura o tal vez, si
estaba fuera de casa, lo oiría subir las escaleras y entonces lo vería. Esa era una gran
posibilidad. Decidió esperarlo, por eso se sentó en el primer escalón, se puso los auriculares en
los oídos, escuchando música. Abrazo sus piernas y hundió su rostro en ella.
Más pronto de lo que imagino escucho pasos. El tac-tac de unos zapatos al chocar contra el
suelo. Alguien subía. Alzo la mirada y lo vio, su corazón enloqueció de pura alegría. No tuvo
miedo.

–Hola–saludo Leandro, mirando aquello ojos verdes que había amado desde la primera vez
que se habían posado sobre los suyos. El pelirrojo estaba sentado sobre la fría baldosa, sus
piernecitas desnudas se veían al aire debido a que tenía un short. Tenía una expresión
impasible, indescifrable, aunque su rostro tenía varios cardinales pintados de morado y rojo.
Sus puños, estaban heridos con la piel rasgada, cerrados en actitud enfurruñada– ¿Cómo
sigues?

No hubo respuesta. En cambio el chico bajo la mirada.

–¿Querías verme? –Su cabeza subió y bajo, y sus mechones rojizos se movieron sin mucho
ajetreo–¿Quieres hablar? –negó con la cabeza, sin decir nada. Leandro suspiro un poco. No
podía presionarlo, si lo hacía Adrián correría y se escondería, entonces él no podría ayudarlo.

Se sentó unos escalones más abajo que Adrián, sin la intensión de obligarlo a hablar. El
pelirrojo volvió a su posición inicial, abrazando sus piernas y hundiéndose en ellas. Ninguno
dijo nada y esos minutos que permanecieron juntos estuvo lleno de un tranquilo y confortable
silencio, hasta que Leandro se dio cuenta. Sus tripas gruñeron en protesta por no tener comida
que digerir. Sonrió algo avergonzado y se levantó para ir a su casa.

Realmente estaba muriendo de hambre.

Empezó a subir los escalones restantes para llegar al piso número cinco, para llegar hasta el
primer escalón donde estaba Adrián. Este se abrazó con más fuerza a sus piernas, como si
quisiera desaparecer en cuanto se dio cuenta de que Leandro se había detenido allí, justo
donde estaba. Podía sentir su mirada posaba en él.

–Te amo–dijo Leandro–eres un chico malcriado y caprichoso, demasiado egoísta para tu


propio bien y te amo. Eres controlador, obsesivo y deseas controlar mi vida a tu antojo y te
amo. Pero sobretodo eres un mentiroso y manipulador, vendes drogas y me exiges que no te
oculte nada cuando tú ocultas todo–respiro hondo, lo más hondo posible y Adrián parecía
encogerse más y más– y a pesar de todo eso te amo.

Siguió subiendo los escalones pero el chico lo detuvo, tomándole de la mano sin levantar la
mirada.
–Yo también te amo Leandro– no le miraba a los ojos pero el castaño podía sentir su mano
temblando, estremecido y temeroso. A él también le temblaban un poco las piernas. Ambos
estaban asustados.

–Necesitaba escuchar eso–dijo revolviéndole el cabello. Adrián suspiro de puro alivio,


soltándolo y Leandro continúo su camino, pensando que no había sido un día tan malo. No
hasta que entró a su apartamento. El desastre que había allí lo dejó perplejo por unos
segundos hasta que recordó que Santiago sabía sobre su enfermedad. Se preparó
mentalmente para las preguntas que venían.

El rubio en cuanto le vio entrar camino furioso hasta él. Alzo las pastillas para que las viera
bien, Leandro suspiro sin darse cuenta.

–Puedes preocuparte–dijo sin muchos animo– es tan grave como parece.

–Dijiste que estabas bien–dijo en voz baja

–Te mentí.

– No puedo creerlo. Me mentiste ¡A mí! –Parecía muy indignado

–¿Estás enojado porque te mentí o porque no me has pillado mintiéndote?

– ¡Estoy enojado porque no confiaste en mí! – Resoplaba molesto– Me ofende que no hayas
confiado ¡Podría haberte ayudado!

Eso era mentira, nadie podía ayudarlo con eso que sentía. Los fantasmas de su pasado que
iban y venían, atormentándolo, dejaban su mente exhausta. Cansada. Era como si su mente
quisiera dejar de funcionar. Como si quisiera presionar el botón de off y apagarse. Entonces así
dejaría de pensar y de sentir.

Que sensación tan desagradable

– No quería preocupar a nadie. No se lo digas a Luis ni a mi madre. Se pondrían muy mal si se


enteran– las lágrimas que se desprendían de los ojos azules marcaron gotas oscuras en el
suelo. El castaño lo observo con tristeza.
–Es mi culpa–murmuro–lo siento mucho.

Y allí estaba disculpándose otra vez.

–¿Qué es lo que debo disculparte?

–Nunca quise hacerte daño. Te lo juro

–No me has hecho daño Santiago –Tenía la voz triste y cansada. Quiso poner una mano en su
hombro y decirle que iba a estar bien, de verdad. Las pastillas funcionarían en algún momento
y entonces no tenía que temer de terminar en un centro psiquiátrico. Pero Leandro no estaba
seguro de decir eso. Era posible que mintiera.

–Me miras con esos ojos como si yo significara algo para ti. Algo importante. Me gusta pensar
que lo soy, pero no tengo derecho a ser importante para ti. No cuando soy culpable.

–¿Culpable de qué?

–Te amo–confeso finalmente aquello que luchaba por salir de sus labios. Leandro lo miro con
compasión– no de la forma que uno ama a un hermano. Te amo con ese sentimiento que nace
de las entrañas. De la manera más insensata posible. Tan desquiciadamente que te hice el
mayor daño de todos por querer alcanzarte.

Leandro sabía que debía dejarlo hablar porque Santiago por fin estaba hablando. Sin embargo,
empezó a sentir temor por lo que diría.

El rubio por su parte se dijo que debía decirlo a pesar de que aquel secreto en su corazón
luchaba para no salir. Sin embargo, Santiago debía dejarlo salir o sino acabaría aplastado.

Suspiro hondo.

–Tenía envidia de ella. Porque ella podía tocarte, podía acercarse a ti de la forma en que yo
nunca podría–trago saliva nervioso, sin mirarlo a los ojos–entonces se me ocurrió decirle a
Lucas que… que… que la drogara–Leandro abrió muy grande sus ojos– si lo hacia ella se iría.
Pensé que se iría del barrio y se alejaría pero no se alejó, al contrario, busco más. Al principio
Lucas no quería darle más, decía que dañaría su vida pero yo no quería que se detuviera. Le di
dinero, vendí cosas e incluso le di mi cadena de oro para que siguiera ofreciéndole y lo hizo.

»Entonces Susana se volvió adicta, más de lo que imaginaba. Me di cuenta que con mi egoísmo
te hice daño así que le dije a Lucas que se detuviera. Pero no se detuvo. No podía. Esa noche
del festival él y yo tuvimos una discusión, se molestó conmigo. Se puso furioso para ser
honesto. Y la verdad no me importo mucho y pensé… pensé que no haría nada. En aquel
momento recordé que él era una persona muy vengativa y pensé en ti. Si Lucas quería
hacerme daño lastimaría a la persona que más quería.

»Él sabía de mis sentimientos por ti, por eso dijo que te hundiría. Si lo hacía también me
hundiría yo. Y pasó todo lo que paso: tu elección, el asesinato de Susana, el alejamiento de
Adrián, el intento de suicidio de su abuelo y finalmente el quiebre de tu mente. La desgracia
que recayó sobre nosotros. Todo era dolor y esa crisis obligo a tu mente abandonar la realidad.

»Todo esto se inició solo por mi egoísmo. Por mi deseo de tenerte solo para mí. Sé que soy un
miserable, un desgraciado, que destruí tu vida pero no me odies. Te lo suplico. Estoy tan
arrepentido, he vivido arrepentido, con la culpa. Hare todo lo que quieras para ganarme tu
perdón.

Leandro tenía sus ojos muy abiertos, miraba Santiago incrédulamente. Hasta se le había
quitado el hambre. Hubo unos minutos de completo silencio hasta que… empezó a reír.

El rubio miraba incrédulo a Leandro. Este reía sin parar, como si le hubiesen contado un chiste
demasiado bueno. Reía una y otra vez. Temblaba muerto de risa.

–¿Por qué te ríes? –estaba asustado de su reacción ¿acaso no había entendido nada de lo que
había dicho?

–Santo Dios Santiago, por un momento pensé que hablabas en serio– respondió cuando se
calmó. Había una parte de él que si creía lo que decía Santiago pero simplemente no podía ser
verdad.

–E-Es verdad. Te estoy diciendo la verdad–temblaba y su rostro estaba pálido.

–No es verdad.
–Si…

–No…

–Si… lo siento tanto.

Leandro sintió una sensación tan grande de horror que por un momento creyó que iba a
lanzar un grito pura angustia.

–¿Qué..., como…, por qué…? –Estaba tan consternado que no podía darle coherencia a sus
palabras.

–Sé que tienes reproches, lo entiendo. Te sientes traicionado– se apresuró a decir al ver la cara
de espanto de su hermano–No me odies, te lo pido.

–¿Me estás diciendo… que tú fuiste… quien condujo a Susana hacia las drogas? –una sombra
había cubierto sus ojos.

–Si...

Aquella afirmación dolió. Mucho. Demasiado. Casi como si un cuchillo caliente cortara un trozo
de su piel, como cuando el cuchillo corta la mantequilla.

–Tú… –cada vez respiraba más agitado, furioso – ¡Tú! ¡Tú como te atreviste a hacer eso! ¡Cómo
te atreviste a destruir su vida y la mía!–El rubio no le miraba a los ojos lo que le irrito aún más–
¡Vamos mírame!

Santiago se sobresaltó, sintiéndose desarmado, cuando Leandro se enojaba de esa manera


solo quedaba ceder: –Lo siento.

–Tu disculpa no me sirve de nada–mascullo enojado

–Yo pensé que…


–¿Pensaste? –Pregunto con una voz tan cortante como una sierra– Dudo que lo hayas hecho.
Si hubieras pensado te hubieras dado cuenta de lo que hacías. Lo que hiciste fue una
cobardía–tenía un tono desagradable en su voz.

–No me odies... no me odies…

–¡Lo único que hiciste fue dejar un desastre que yo he tenido que ordenar!

El veneno en la voz de Leandro lo hizo palidecer.

–Perdóname, nunca quise hacerte daño ¡te lo juro! –Su voz sonaba rota pero Leandro sentía
que él estaba mucho más roto que esa voz – Lo siento, lo siento tanto.

–Es muy tarde para pedir disculpas.

–Lo siento.

––¡Te dije que es muy tarde para pedir disculpas!– Su mirada era fría e inconmovible.

Santiago sabía que Leandro reaccionaria así. Era comprensible, puesto que por su causa ahora
mismo Leandro no podía tener una vida normal. Una persona rota nunca podía volver a ser
igual, por mucho que se esforzara quedaban las grietas.

–Vete– soltó de pronto y él corazón de Santiago se detuvo por un segundo.

Con gesto adusto Leandro le entrego el bolso que él mismo había empacado con sus
pertenencias, las había traído para que se quedara pero ahora quería que su hermano se
fuera.

–Vete de aquí– repitió con voz áspera.

Silencio.
Tomo el bolso. Las manos le temblaban. Todo su cuerpo temblaba.

–¿Me perdonaras? –tenía esperanzas

–No puedo perdonarte. No quiero perdonarte– respondió resentido.

El rubio sentía esa piedra atravesara, podía romper a llorar en cualquier momento. Una
puñalada hubiera dolido menos que el desprecio de su hermano, pero sabía que se lo merecía.

Se marchó de allí, sin saber a dónde ir. A donde correr.

Entonces fue a la terraza de ese edificio, se aferró al duro metal de la baranda y grito. Y ese
grito raspó su garganta, vibro en sus dientes y murió en el vació de la cuidad. Grito por todos
los errores que había cometido, por la culpa que pudría su alma, por el amor insano que sentía
hacia su hermano, por el desprecio que este le tenía y por la condena de la soledad.
A veces se sentía tan desgraciado por todas las cosas que pasaban. Se sentó al lado de su
abuela, en la sala, junto a ella en el sofá. Ella tejía tranquilamente.

–¿Quieres preguntarme algo? – siempre tan intuitiva.

–¿Qué puede hacer uno cuando se siente que todo se derrumba? – lo decía por todos los
problemas que tenía: una amiga drogadicta, que se lastimaba cada vez más, con cocaínas en su
nariz o cuando se metía agujas en su brazos. Agujas gruesas que mordían su piel hasta
enterrarse en ella. Odiaba que hiciera eso, por que dejaba de ser ella misma, porque se
comportaba como una loca.

Su abuela le miro sonriente.

–Leandro cariño, lo único que se puede hacer es seguir caminando.

–¿Cómo? – su voz sonó desesperada, más de lo que quiso.

–Un día amargo a la vez Leandro– siguió tejiendo– un día amargo a la vez…
Dentro del apartamento había un silencio. Cualquiera que hubiese entrado en aquel lugar se
daría cuenta porque no había ruido. La pareja del piso de arriba había salido a trabajar por lo
que sus pasos no retumbaban en el techo del apartamento. Los niños de al lado no gritaban,
estaban en la escuela y eso emitía mucho más silencio. Pero si uno escuchaba detenidamente
se daría cuenta de que allí no había silencio.

Había gritos de dolor, reproches y culpa. El grito estaba en las cosas tiradas en el suelo, en
aquellos objetos que se tiraron con desesperación en busca de algo. Estaba en las pastillas que
reposaban en la mesa, varias de ellas regadas en el suelo. Estaba en quien permanecía
sentado en el mueble, inmóvil y con los ojos abiertos en la oscuridad. No gritaba, claro que no,
de hecho sus músculos estaban sin tensión, casi relajados y su postura era despreocupada. Su
expresión no delataba sorpresa ni pena, sino tan solo resignación. Cualquiera diría que no
gritaba pero si lo hacía, su grito residía en sus ojos castaños que recordaban su pasado. Estaba
en el adormecimiento de su cuerpo y mente debido a las pastillas, pero sobretodo estaba en el
murmullo que emitían sus labios, eran unas palabras paciente e impasible que se esparcían y
morían en el vacío.

– Un día amargo a la vez–dijo con voz tan baja que habría que acercarse mucho para entender
que decía– Un día amargo a la vez–repitió como si rezara– Un día amargo a la vez…

Cap 12: infierno personal (parte 3: la puerta que nunca se abre)

or: cielo caido

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Notas del capitulo:

Diré la verdad: llevaba tiempo huyendo de este capitulo ¿La razón? es muy complicado, puede
que, cuando lo lean, no lo encuentren complicado, sin embargo, para mí lo fue. Y una vez
terminado me daba miedo publicarlo, pienso que, tal vez, me dirán: la cagaste. Hasta llegué a
pensar en nunca publicarlo y abandonar la historia. No obstante, es imposible para mi olvidar
esta historia TT-TT

En fin, he decidido publicarlo cualesquiera que sean vuestras opiniones. Correré el riesgo :S

Este capitulo salió extremadamente largo, casi 65 paginas del Word, así que tengan mucha
paciencia al leerlo. Tómense su tiempo.

Disfrútenlo (los que puedan…)

Capitulo 12: Infierno personal III.

La puerta que nunca se abre.

−Nunca te olvides de que tú eres el hermano mayor−decía muy seriamente su papá, un


hombre de gran estatura y con bigotes bien recortados. El pequeño Luis de seis años se paraba
muy recto, como si fuese uno de esos soldaditos de plomo y miraba fijamente a su papá con
toda la seriedad que se le era posible a su edad.

−No lo olvidare papá.

−¿Y qué otra cosa es la que no debes olvidar? –Luis miró el suelo, pensativo. ¿Cuál era la otra
cosa? Entonces, como si una bombilla se hubiera encendido en su cabeza, lo recordó.

−Como hermano mayor soy responsable de mis hermanos menores, debo cuidarlos.

−Muy bien, siempre tienes que dar el ejemplo, Luis −continuó diciendo su padre, mirándole
comprensivo por la carga que tenía su pequeño hijo–. Tus hermanos pequeños
constantemente te miraran, verán en ti una competencia que querrán superar, por eso
siempre debes de tener la frente en alto y procurar ser lo mejor de lo mejor.
−¡Sí! −sonrió con alegría al sentir esa mano grande y protectora acariciarle los cabellos con
fraternidad.

−Ya puedes ir a jugar −corrió para ir a jugar con sus animales. Amaba a los animales. Solía
pensar que cuando fuese grande compraría una finca y allí tendría todo tipo de mascotas;
vacas, caballos, perros, gatos, pájaros. Tendría de todo y sus animales nunca pasarían hambre,
ni nunca nadie les haría daño. Tenía ese sueño porque su casa era muy pequeña y los animales
que traía de la calle no cabían allí, además a su mamá no le gustaban las mascotas ¡Si a juro le
dejaba tener un perro y un gato! Ella no entendía que los animales a fuera pasaban hambre y
frío.

Y detestaba cuando alguien les hacía daño.

Por eso, muchos años después, odio a la niña que vivía al lado. Esa mocosa, como quiera que
se llamase, le había hecho daño a uno de sus preciados gatos. Le había amarrado unas bolsas
en las patas a su gato recién encontrado. El pobre animal, que apenas era un cachorro, luchaba
por quitarse aquellas bolsas de sus paticas sin éxito alguno. Puede que fuese una travesura
minúscula pero para Luis fue el comienzo de la guerra.

−Esa mocosa −refunfuñaba molesto mientras, con una tijera, recortaba las molestas bolsas−.
Tranquilo Cheshire, esa niña no volverá a molestarte −la chiquilla desde su casa le miraba
divertida, orgullosa de su travesura mientras Luis la miraba molesto, indignado. Ella le saco la
lengua, burlándose de él y Luis hizo lo mismo−. Mocosa maleducada.

Esa misma tarde le llego a su papá, diciéndole que al lado había un perro rabioso (Susana) y
que era mejor poner una cerca, era peligroso por si atacaba a algunos de sus hermanos. El
padre no dudo de la palabra de su hijo mayor y puso manos a la obra para hacer una cerca de
madera que establecería un límite de casa en casa y de jardín en jardín. Un límite para que la
niña odiosa nunca volviera a acercase ni a sus animales, ni a sus hermanos.

Un límite que, más temprano que tarde, seria roto para dar paso a la amistad entre su
hermano menor y la mocosa maleducada.

Esa sería unas de las veces que hizo un acto para proteger a sus hermanos menores. Pero no
sería ni la primera, ni tampoco la última vez en desempeñar su papel como hermano mayor
protector.

Como esa noche.


Se despertó porque escuchó una discusión. La discusión de sus padres. Entreabrió los ojos, era
muy tarde en la noche. Casi de madrugada. Se sentó en la cama aun con los ojos somnoliento
y, entonces, se fijó en que sus dos hermanos menores estaban despiertos. Los tres dormían en
una cama grande, por eso no se le hizo difícil visualizar que estaban con los ojos abiertos.

–¿Desde cuando están despiertos?– Preguntó en susurros, Luis.

Afuera del cuarto continuaba la discusión de sus padres.

–Desde hace rato –contestó Santi, sus ojos azules brillaban asustados–. Leandro estaba
despierto antes que yo –Luis miró al menor de ellos. El niño no estaba tan asustado como
Santi, puede ser que no entendiera del todo lo que sucedía, aún era muy pequeño, tenía cinco
años.

–Iré a ver

–¡No Luis! –Santi estaba muy asustado–. No vallas, nos regañaran ¡Como la otra vez!

–No dejare que me vean –salió del cuarto con pasos inseguros, el corazón latiéndole tan fuerte
que podía delatarle, pero sus pasos fueron silenciosos, como el de la tela al caer al suelo. El
pasillo estaba oscuro y sus ojos brillaron como los de un animalito asustado. Llegó al cuarto de
sus padres, la puerta estaba abierta y la luz prendida.

Eran las dos de la madrugada.

Asomó con cuidado su cabeza. Allí estaban, su mamá con el camisón de dormir y su papá con
la ropa de salir. Seguramente acababa de llegar. Seguramente a eso se debía la discusión. No
era la primera vez.

–¡Oh, perdón! ¡Discúlpeme! ¡Se me olvidaba que eras el único que trabaja aquí! ¡Como si ser
tu cachifa y la de tus hijos fuese cosa fácil! –gritó ella, con lagrimas

–¡Ó sea que te molesta cuidar a nuestros hijos!

–¡Por supuesto que no! ¡Aquí el problema eres tú y tu trato, crees que soy tu esclava! – dijo
aún sollozando–, me siento poco querida, estas todo el día fuera ¡y encima llegas tarde!
Luis vio que su padre no iba aguatar mucho aquella discusión. De hecho, no aguantó un
segundo más, tomó su chaqueta, sus llaves y decidió salir de allí. El castaño al ver que su papá
se acercaba a la puerta; salió corriendo al cuarto. Cuando estuvo allí cerró la puerta con
cuidado y se fue a acostar en la cama, junto a sus hermanos.

–¿Te vieron? –Santi ya había comenzado a llorar, las lágrimas ya rodaban por sus pálidas
mejillas.

–No pero…– antes de pudiera seguir, se escucharon los pasos apresurados, los gritos de
reclamos, un portazo y el carro de afuera alejándose. Al final solo escucharon a su mamá
sollozar en el otro cuarto.

Se le hizo un nudo en la garganta. No sabía que hacer.

–Mi mami esta llorando –dijo con angustia el más pequeño de los tres. Hizo el amagó de
bajarse de la cama para ir a consolarla pero el rubio lo detuvo.

–¡No Leandro, si te ve se pondrá brava! –estaba muy angustiado y su rostro lleno de lágrimas
solo hizo que la angustia se extendiera.

–Pero…–los ojos inocentes y expresivos del pequeño Leandro se llenaron de llantos. Si lloraba
no pararía, era demasiado pequeño como para entender que lo mejor era quedarse allí en la
cama y guardar silencio– ¿Papá va a regresar...?

Luis no lo sabía, la piedra en su garganta le impedía formular algo coherente. Hasta podía
sentir como sus propios ojos se empañaban. Tenía que hacer algo. Decir algo. Era el hermano
mayor y los hermanos mayores tienen que tener la respuesta a todo.

–Claro que va a regresar. Papá siempre regresa –las palabras fluyeron y una sonrisa triste se
curveo en sus pequeños labios. Leandro se relajo un poco y Santi también, sin embargo los
llantos de su mamá no cesaron y eran tan claros como el agua cuando uno se baña–. Venga,
vamos a acostarnos. Les cantare algo para podamos dormir.

Y, aunque su voz no era muy bonita, cantó para sus hermanos, un canto convertido en apenas
un murmullo para que nadie, fuera del cuarto, los escuchase.
Tanto Santi como Leandro se durmieron, pero Luis permaneció despierto, esperando a que su
padre llegara. Porque su papá tenía que regresar, eso les había dicho a sus hermanos y no
podía fallarles. Además, su mamá lo estaba esperando y él no podía dejarla esperando. Ellos
eran un matrimonio, estaban casados y uno solo se casa cuando esta enamorado.

“Por eso yo nunca me enamorare. Nunca” pensaba triste al ver todas las consecuencias que
llevaba estar “enamorado”

Los gemidos dentro de la habitación no eran tan sonoros, eran apenas audibles, dichos con
una voz que en sus notas denotaba el placer y el deseo. La carne erguida y exigente buscaba
alivio dentro del cuerpo menor, donde la calidez lo embriagaba hasta el punto de no ser
cociente de que cada vez se enterraba con fuerza y deliberada precipitación. Mordía, lamía y
besaba la piel sudada de su acompañante. Besaba, también, sus labios pequeños y en su
recorrido buscaba la lengua caliente y pudorosa hasta querer arrebatarle la respiración.

No podía ser de otro modo. Esa era su naturaleza. Así se lo exigía su propio cuerpo y puede ser
que fuese algo brusco pero el otro nunca se había quejado.

Llego el momento en que su cuerpo obtuvo el alivio. El momento en que, dentro de aquel
joven, dejo su esencia al sentir su cuerpo contraerse con violencia, ocasionándole un
indescriptible placer que no pudo resumirse sino dejando una parte de él dentro de su
amante.

El contrapunteo finalmente había cesado, dejando en su acción a dos amantes complacidos y


agotados. Exhaustos tras la danza erótica que habían mantenido, donde seguían el ritmo de
sus propias naturalezas y el galopeó de sus corazones, se dejaron caer en la cama. La
habitación, entonces, se llenó de la respiración incesante que se obtiene tras una batalla
campal.

El más joven de los dos disfrutó de algo que siempre quiso y que nunca se atrevió a decir en
voz alta: que su amante se quedará en la cama con él y que no se fuera como siempre lo hacía.
El mayor paso sus brazos por su cintura y lo atrajo hasta su pecho palpitante. Aarón pensó que
podría morir de felicidad aunque su rostro, tranquilo e imperturbable, se mantuvo sereno, sin
mostrar lo feliz que se sentía por esta así con Luis. El orgullo era una de las cosas que no
dejaba de lado. Pero Luis no solo lo abrazó sino que también beso sus cabellos rojizos como el
cobre. Aquello era más que sexo, era amor.
−Te amo −musito bajito. Era una de las pocas veces que se lo decía.

−También te amo −recibió una sincera respuesta. Aarón cerró sus ojos, era afortunado. Miró
hacia la puerta del cuarto, era increíble que en aquella habitación pudiera aislarse de todos los
problemas que había en su vida. Era como una burbuja que lo protegía y los brazos de Luis
alrededor de su cuerpo le brindaban a su cuerpo calidez y seguridad. Se preguntó si eso sería
lo que había buscado su hermano por tanto tiempo, cuando esté tenía innumerables amantes
y llegaba muy tarde a la casa. En aquel tiempo Adrián estaba perdido. Aarón supuso que no
solo buscaba calor y protección, sino que también buscaba una desesperada forma de olvidar
sin éxito alguno−. Estas muy silencioso, más de lo normal.

−Pensaba en que mi deber es estar en casa.

−¿Problemas con tu familia? −el pelirrojo asintió− ¿Es por lo nuestro? −negó con la cabeza−
¿Entonces?

−Solo problemas que cada vez se hacen enormes

−¿Puedo ayudar en algo?

−No −se abrazó al cuerpo de ese hombre que estremecía sus entrañas. Era muy tarde en la
noche, casi las once. Seguramente su papá se estaría preguntando donde rayos estaba metido.
De pronto sintió que Luis besaba su cuello y empezaba a descender hasta llegar a sus sensibles
tetillas, allí lamió la punta y la mordisqueó suavemente− Luis…− jadeó.

−Dime.

−Quiero más− el castaño sonrió de medio lado y descendió aún más hasta llegar a la dulce
intimidad del muchacho.

La mocosa o la niña demonio como Luis solía catalogarla al final si tenía corazón. Esa tarde, en
que cumplía catorce años, la encontró cerca de la plaza. Ella estaba de espalda, frente a un
árbol y algo tenía en sus manos. El castaño la miró con suspicacia y de pronto un gato salió
corriendo de donde ella estaba. El gato corrió con pavor, maullando con violencia.

Como lo pensaba, seguramente ella quería hacerle maldad al gato.

Cuando Susana se dio vuelta lo encontró mirándole con molestia. Ella le devolvió una mirada
curiosa.

−¡Deja de meterte con los animales, deja de hacerles daño, niña diabólica! −le gritó cuando vio
que ella tenía otro gatito en sus brazos. Un gatito pequeño e indefenso que no temió caer en
las manos de Susana, pero el castaño no se fijó en las manos lastimadas de ella, llena de
rasguños y magulladuras.

−No voy a hacerle nada –contestó Susana sin intimidarse por su tono de voz−. Es más, quiero
ayudarlo. El gato de antes lo estaba lastimando y yo se lo quité de encima. Me rasguñó y
mordió pero al final he logrado quitárselo. Tú sabes curar animales ¿no? Leandro me dijo que
querías ser veterinario.

Luis se sorprendió un poco y hasta se sonrojo al saber que ella era cociente de su sueño. No es
que le avergonzara querer ser veterinario pero cuando la gente lo sabía arrugaban el entrecejo
y pensaban que esa carrera era tonta, que era mejor ser doctor de humanos

“¡Pues para eso está Santiago!” pensaba a menudo sin dejar de querer estudiar esa carrera.

−Sí, algo se.

−Entonces ¿podrías curarlo? Yo no sé nada de eso.

Y Luis había aceptado, algo sorprendido pero había aceptado. Fueron hasta su casa y curó con
sumo cuidado al pequeño gatito. Al principio el gato era muy arisco así que era difícil curar sus
heridas. Entonces Susana le hacía cariño, tratando de tranquilizarlo y lo logró.

Qué raro.

−Valla, eres muy bueno en esto.


−Por supuesto que lo soy, seré veterinario.

−Yo también quiero ser veterinaria.

−Lo dudo, con lo mala que eres con los animales serias una pésima doctora –guardó sus cosas
y continuó hablado–. Si puedo alejarte de los animales indefensos; lo haré, aunque con
Leandro ya no se puede hacer nada –lo decía porque ambos se gustaban y ese gusto podría
terminar en “amor” y la gente cuando se enamora se hace daño, mucho daño.

–Pero yo no le voy a hacer daño a Leandro.

Unas palabras que en un futuro podrían considerarse una cruel burla.

−¿Por qué eres tan odioso conmigo? –ella seguía acariciando el gatito, sin dejarse intimidad
por aquellos comentarios soeces.

–Porque tú lastimaste a mi gato –le recordó irritado. Susana hizo como si recordara y luego rió
en voz alta. Había recordado su travesura. A Luis le molesto que se riera de aquella desgracia,
sin embargo… sin embargo… le gusto escucharla reír porque tenía una risa bonita. Preciosa
como las joyas y cálida como las puestas de sol.

Se sintió inquieto.

–¡Susana, el abuelo te busca! –gritó un niño desde afuera.

–Es mi primo, debo irme –agarró al gato curado.

–Espera ¿te lo vas a llevar? –manifestó su horror.

–Claro. No te preocupes que lo cuidare bien ¡Gracias por curarlo! –y le dio un fugaz beso en su
mejilla. Uno que le dejó ido por varios segundos hasta que finalmente aterrizó en la tierra.
“No puede gustarte una niña por una simple sonrisa” se dijo a si mismo algo nervioso “En tu
escuela hay niñas más bonitas que la raquítica de tu vecina. Además, a Leandro le gusta ella y a
ti no puede gustarte la «novia» de tu hermano”

Y no solo era eso. También estaba el temor de que “gustar” se convirtiera en “amor” y el amor
estaba prohibido, al menos lo estaba en la vida de Luis.

Habían bebido una sola copa de vino, eso era suficiente como para relajarse y ponerse a jugar
domino. Tenían mucho problemas, si. Pero con sentarse en el mueble a pensar sobre sus
preocupaciones no era muy saludable, por eso decidieron que era mejor tomar algo de vino
recién comprado y ponerse a jugar.

Como en el pasado.

–¿Qué no era más fácil dejar que ese se suicidara? –preguntó un con voz burlona mientras
examinaba sus fichas. Era su turno de jugar, colocó un seis con cinco y dejó que su ex-esposa
continuara.

–Sabes que no puedo dejar que se suicide. No estaría bien – sacó una ficha.

Estaban sentados en el suelo de la sala, uno frente a otro mientras las fichas de domino
estaban en el suelo. Ella era pelirroja con unos increíbles ojos verdes y él era pelinegro y
también tenía esos mismos ojos. Ella no sobrepasaba los treinta, mientras que él que no
parecía tener más de treinta y cinco. Aun eran jóvenes para los hijos que tenían.

Sirvieron otra copa de vino.

La botella de licor reposaba a un lado, un vino rosado con olor a uva que enmudecía sus
sentidos. No pensaban emborracharse. Claro que no. Solo querían sentirse ligeros un
momento y disfrutar de una buena partida, eso les relajaba.

–Si hubieras dejado que se tirará las cosas serian más fáciles
–Claro que no –sonrió divertida. Hacia tiempo que no sonreía así–. Ricardo, sabes de sobra que
habría problemas.

Estaban casi solos. Casi. Porque en otra habitación estaba un hombre joven acostado. Un
hombre de cabello rubio y ojos tan azules como el cielo. Un hombre que se hacia llamar
Santiago Torrealba y que estaba tan mal como las bombillas quemadas del tren. Suponía que
lo que Viana había hecho era un acto de “misericordia” que se disfrazaba tras el interés. Ella lo
había encontrado en la terraza del último piso, destruido por algo que acontecía y que Ricardo
ignoraba. El pobre hombre parecía más un alma en pena que un ser humano.

–A ti te gusta ¿no? –preguntó tomando un largo sorbo de vino. Ella lo evaluó minuciosamente
y luego miró las fichas en su mano.

–Hubo un tiempo en que me gustó. Es un hombre atractivo y tiene una telaraña en su


vocabulario que atrapa hasta las más agiles mariposas. No es de extrañar que yo también
cayera en eso –puso una nueva ficha y Ricardo la continuó–. Es una lastima que esa telaraña
no lograra atrapar a la única presa que él quería –el hombre enarco una ceja, intrigado–. A su
hermano menor.

–¿Esta enamorado de su hermano? Eso si que es bien bizarro, no me extraña que este así
luego de que le partieran el corazón. Si mi hermano o hermana se me declarará no se que
haría.

Aquello parecía una ironía

Viana rió en voz alta. Iba por la segunda copa, puede que eso influyera en su estado de ánimo.

–Veamos, ¿ese caballerito (Santiago) esta enamorado de su hermano y ese hermano es el


mismo amante de Adrián? –la pelirroja asintió–. Santo Dios, Adrián tiene el don de meterse en
los peores líos.

Ambos suspiraron, derrotados.

Justo en ese momento entraba el susodicho. El pelirrojo miró a sus padres y enarcó una ceja.
–¿Ustedes bebiendo? Algo malo deben de tramar –comentó con sátira. No espero respuesta y
se fue a la cocina, eran las once de la noche y aun no había comido nada. Decidió prepararse
un sándwich.

–¿Sabes que es bizarro? –Ricardo la miró con atención–. Encontrar condones, revista porno
gay y lubricantes en el cuarto de tu hijo.

–Por Dios mujer, esos detalles no los quiero saber. Ya sé que a Adrián le dan pero prefiero no
saber como.

–¿Y sabes que es peor?

–¿Acaso hay algo peor que saber que tu hijo es gay y es el que muerde la almohada?– tenía el
ceño fruncido. Esos temas no eran muy de su gusto.

–Encontré medías de encaje blanco bajo su almohada

–Oh no…– Ricardo se tapo la cara con ambas mano–. Aparte de ser gay, que sea el que muerda
la almohada ¡también le gustan esos juegos eróticos! Esto es sencillamente inexcusable.

–¡Los estoy oyendo! –Gritó enojado Adrián desde la cocina– ¡Dejen de hablar de mí que
ustedes no son ningunos Santos!

Ambos adultos se miraron con curiosidad y luego rieron divertidos. Si, definitivamente un par
de copas era suficiente como para que dejaran de lado tanta seriedad.

–A todo esto ¿Dónde rayos esta Aarón? –preguntó el padre mirando a los lados. Adrián había
llegado. Tarde pero había llegado que era lo importante. Sin embargo, de Aarón no había visto
ni la sombra.

–A Aarón seguro que le están dando –respondió Viana algo malhumorada.

–¿Cómo? ¿También es gay? –el hombre estaba que le daba taquicardia. Viana asintió–. No
puede ser ¡Y yo que quería tener nietos…!
Adrián salió de la cocina con un emparedado en un plato. Se acercó a la pareja con el ceño
fruncido y les quitó la botella de vino.

–Mejor les quitó esto. O sino se la pasaran toda la noche hablando estupideces –y se la llevó a
su cuarto. No para beber, en esos momentos no tenía cabeza para beber.

Los padres solo escucharon la puerta cerrarse con más fuerza de la usualmente empleada.
Viana sonrió algo complacida, estaba esperando la señal.

Tres. Dos. Uno.

–¡¿Pero que mierda hace esta cosa aquí?! –gritó Adrián en su cuarto. Le escucharon decir más
maldiciones, sin embargo, no le pusieron mucha atención.

–¿Fue a propósito que pusieras al caballerito ese en su cama? –indagó divertido Ricardo sin
dejar de jugar.

–Desde luego. Es lindo verlo rabiar, casi le sale espuma de la boca –explicó igual de divertida.
Definitivamente las copas de vino nunca le sentaban bien–. Un día de esto vamos a tener que
ponerle una vacuna para la rabia.

Ambos rieron a carcajadas mientras el menor de los gemelos seguía blasfemando.

Era domingo por la mañana. Solía ir a la iglesia en compañía de su abuela. En primer lugar, iba
porque no le gustaba dejarla sola, estaba muy entrada en edad como para que fuera a lugares
por su cuenta. Y segundo porque pertenecía al coro de la iglesia. Era uno de los que tocaba la
guitarra mientras los niños cantaban.

Al principio creyó que eso era una estupidez pero con el tiempo le cogió gusto y acabó yendo
por su cuenta.
Si bien acompañaba a su abuela pero esta nunca se regresaba con él ¿La razón? Siempre se
quedaba en casa de una de sus amigas chismeando y Luis prefería no ser parte de esos
chismes.

– ¡Oye, espérame! –Era una voz que siempre trataba de ignorar, no obstante, la voz le alcanzó
y se situó a su lado, caminando a la par–. Leandro me dijo que ya no ibas a estudiar veterinaria
¿Por qué?

–Primero estudiare derecho, después podré estudiar lo que quiero.

–Lo que quiero decir es ¿Por qué el cambio de carrera? Si te gusta la veterinaria ¿Por qué no la
estudias primero? –Una buena pregunta hecha por la persona incorrecta. Luis frunció el ceño.
Ella era tan molesta. La miró de reojo, los años habían transformado a la vecina raquítica y
diabólica convirtiéndola en una linda señorita con cabellera larga. Pero la sonrisa bonita se
mantuvo.

Que molesto.

Que fastidio que todavía le gustase.

Y seguía enfrascado en no convertir ese gusto en amor porque ella todavía seguía con Leandro.
Seguían como amigos pero seguían al fin y al cabo. Eso era suficiente para que Luis se
mantuviera al margen. Además, él no quería salir con ella porque querría más y Luis no quería
más. Luis tenía suficiente.

Cero amor y más relaciones sin sentimientos de por medio. Era lo mejor para que los demás no
tuvieran poder sobre él. Nunca nadie iba a tener poder sobre él.

Sus padres seguían discutiendo por la noche, al menos ya no gritaban tanto pero prevalecía la
discusión en las madrugadas. Lo peor era que continuaban juntos, como si no tuviesen
suficiente con ellos mismos. Continuaba lo peor porque su mamá había tenido otro hijo. Una
niña que ahora tenía ocho años. Una niña que también vería las consecuencias de aquel
matrimonio disfrazado.

–Estudiare derecho primero y luego veterinaria –repitió serio, sin mostrar ninguna expresión
de placidez. Susana lo analizó con la mirada y luego se encogió de hombros.
–Pero que idiota eres. Pues yo si estudiare veterinaria sin importar lo que digan los demás –y
se fue por otro rumbo, dejando a Luis anonado.

Era verdad, él se había dejado influenciar por los comentarios de los demás, tomando el
camino más lejano hacia su sueño. Frunció el ceño.

¿Cómo podría gustarle una chica tan molesta como ella?

–¿Luis? ¿Ey, te dio un paro cerebral o que? –Santiago siempre tan pesado. Se lo había
encontrado por el camino. Pero no venía solo, venía con una persona, hasta ahora,
desconocida para él.

–Te presentó a Lucas –extendió su mano sin problemas.

–Mucho gusto –dijo, el protocolo social se lo exigía–. Soy Luis, el hermano mayor del bicho
esté –sonrió burlón en cuanto escucho a Santi decir que él no era ningún bicho, que él era un
ángel celestial caído del cielo y que había venido para iluminar con su belleza la desdicha de los
demás.

–No me imagino de que forma me ilumina. Por lo que a mi respecta me aleja cada vez más de
la luz –dijo a modo de broma el nuevo personaje. El chico era pelinegro con una sonrisa fácil y
unos ojos que reflejaban astucia. A Luis le cayó bien. Hablaron durante toda la tarde y mientras
más se conocían, más bien le caía Lucas. No estudiaba lo mismo que Santi. Lucas estudiaba
psicología y no sabía como es que Santi y él se habían convertido en amigos.

Lucas le habló de fiestas, mujeres, de su infancia y la ausencia de padres. Luis le habló de su


familia, de sus hermanos y de lo que pensaba estudiar. Derecho y luego veterinaria, no iba a
quitarse esa idea de la cabeza y lo cumpliría. También le comentó su amor hacia los animales y
su sueño de tener una finca. Fue entonces que Lucas se le quedó mirando, con curiosidad y
algo de admiración.

–¿Qué se siente cuando uno sabe a donde va? –preguntó y la pregunta le sorprendió.

–¿Por qué preguntas eso?


–Curiosidad. Es que veo que tienes muy claro tus planes y me preguntaba que se siente estar
seguro de algo.

Permaneció en silencio, sin saber que decir. Era una pregunta profunda y ni siquiera él mismo
se había detenido a pensar sobre sus prioridades y sobre la seguridad que tenía para
cumplirlos.

A partir de allí Lucas le resulto alguien fascinante. Si bien era algo parrandero, era normal a su
edad. Pero solo actuaba así con Santi, tal vez porque su hermano amaba las fiestas y las
mujeres, no lo culpaba porque él mismo también era así. Sin embargo, iba más allá de eso.
Aunque no lo pareciese no era tan superficial como creía la gente y con Lucas podía sentirse
libre de hablar de esos temas.

“Por algo quiere ser psicólogo”

Y Luis pensó que amigos como aquellos eran muy difíciles de encontrar. Santiago era
afortunado.

O eso pensaba hasta que llego aquel día.

–¿Eres adicto? –había visto el polvo blanco en su bolso. Lucas no parecía sorprendido, solo
algo apenado.

–Podría decirse que soy traficante.

Un traficante de drogas. Eso arruinaba la linda imagen que tenía de él. De un muchacho sin
padres que trabajaba duro y que quería ser psicólogo.

–Mira Luis, no tuve opción. Si te preocupa Santiago te diré que él lo sabía incluso antes de ser
mi amigo –aclaró con sinceridad por la cara de incredulidad del mayor de los Torrealba.

Se sintió inquieto, sin embargo, no le reclamó nada a Santi ¿Por qué iba a hacerlo? Era su
hermano mayor, si. Pero Santi estaba bastante grandecito como para tomar sus propias
decisiones. Además, Lucas no parecía un mal tipo. Pero por otro lado, sentía que no podía
reclamarle nada. En realidad el punto era que no sabía como reclamarle eso. No sabía como
ser un “Buen” hermano mayor y decirle a su hermano que se apartara de las malas amistades.
–¿Y bien? ¿Qué te parece ese amigo de tu hermano? –inquirió su padre una noche cuando
estuvieron a solas. Luis sintió una piedra en su garganta.

Lucas vendía drogas. Era una mala influencia que podría llevar a Santiago a la drogadicción.

–Me parece que es un buen tipo –dijo la verdad. A pesar de todos sus pros no le parecía mala
gente, sin embargo…–. Santiago ha hecho una buena elección de amigos.

–Confiaré en ti Luis. Eres su hermano mayor y estas más tiempo con Santiago que yo. Procura
que no se descarrié y alejado de las malas amistades.

El castaño solo miró el suelo.

Con el peine suavizo el cabello negro de la niña. Tenía un cabello bonito y largo como lo fue
alguna vez el de su madre. También era sedoso y liso, por lo que peinarla no le resulto muy
difícil. Luis nunca en su vida le había hecho peinados a su hija, de eso se encargaba Elizabeth
pero cuando esta murió tuvo que aprender a tejer crinejas, a comprar cintillos, colas para el
cabello y demás cosa para su pequeña hija, Mariana.

La niña de apenas seis años era muy coqueta y le gustaba ir bonita a la escuela. Por tal motivo
Luis la alistaba temprano y le hacia algún peinado. Era una tarea titánica pensar en que
peinado le iba a hacer cada día. Realmente las mujeres eran complicadas.

Separó el cabello de tal forma que quedó una mitad de un lado y la otra mitad del otro lado.
Alzó el cabello con ayuda del peine y lo amarró con un cola, a continuación envolvió el cabello
alrededor de la cola para que pareciese un moño, o como diría su difunta abuela «una
cebollita». Hizo lo mismo con el otro lado. Al final su hija era como una versión infantil de la
mujer que aparecía en las guerras de las galaxias. Para complementar su peinado le colocó
unos ganchitos de colores. También le echó un poquito de perfume para niñas.
−¿Te gusta? −le preguntó cuándo Marianita fue corriendo al espejo para ver cómo había
quedado. La niña lo miró y le dio una gran sonrisa.

−¡Si, me gusta!

−Qué bien, porque si no te gustaba me iba a ir corriendo a la computadora para buscar


peinado bonitos para niñas −le ilustró con un aire dramático. La niña rió a carcajadas durante
unos segundos.

−¡Pero papi, tienes que hacer un curso! Así me harías muchos peinados y tú también te
peinarías bien −la cara de Luis estuvo desconcertada durante un momento.

−¿No me peine bien? Ah, lo que pasa es que estoy viejo Mariana y los viejos no se peinan bien
−sonrió ligeramente al ver que su hija hacia un mohín−, pero tú eres una niña joven y hermosa,
seguro que a ti se te ocurre peinarme bien. −su hija sonrió alegre y fue por el cepillo y algo de
gelatina. A ella le gustaba jugar de peluquera y una de sus víctimas favoritas era su padre.

−Papi, te pondré muy bonito, ya verás −había comenzado a peinarle el cabello.

−Pero no me pongas muy bonito porque las chicas me miraran mucho, y coquetearan conmigo
por ser guapo y luego la bella rebelde se podrá celoso; y quien se lo aguanta después.

−¿Cómo podría ponerme celoso con un haragán como tú? –el pelirrojo ya había alistado al más
pequeño. Marcus. El niño hacia poco había cumplido un año y ya sabía caminar, también
estaba empezando a hablar pero sus palabras, como todo niño, eran desprovistas de sentido−.
No te esfuerces mucho Mariana, tu papá nació feo y feo se quedará. −tenía el ceño fruncido.

−Que cruel eres –miró a su hija–. Marianita ve a buscar tu bolso que ya nos vamos.

Cerraron el gas por cualquier cosa. También apagaron las luces de los cuarto y la cocina.
Cerraron las ventanas y por ultimó salieron y cerraron con llave la puerta.

−No traes puesto el uniforme del colegio −comentó tranquilo Luis al ver a su, ahora, amante
sin la vestimenta matutina. Aarón se tornó algo tenso pero el castaño no lo notó− ¿No vas a ir
al colegio?
−Hoy no tengo clases.

Caminaban por los pasillos de aquel edificio, apretaron el botón del ascensor que los llevaría al
primer piso y mientras tanto Luis miraba algo inquieto hacia atrás.

−No verifique si la puerta estaba cerrada −dijo intranquilo, como si hubiera dejado la estufa
encendida y el apartamento fuera a estallar en llamas.

−La puerta está cerrada −precisó Aarón.

−Lo sé, pero…−el ascensor abrió sus puertas, un par de personas entraron y esperaron a que
ellos entraran−. Iré a ver si la cerré bien. −y se devolvió. El pelirrojo suspiro cansado mientras
el ascensor se iba al primer piso.

Había descubierto que Santiago estaba enamorado de Leandro. Menudo problema. No tenía ni
la menor idea de cómo actuar frente a eso. Miraba a Leandro y no encontraba como decirle
que no fuera tan cercano con Santi, ya que eso solo avivaría su deseo. Después de todo,
cuando se está enamorado se tiende a malinterpretar los gestos fraternales de esa persona y
Luis no dudaba que Santi malinterpretaba el cariño de Leandro.

Y Luis también sabía que esa era la primera vez que Santiago se enamoraba y como primer
amor los sentimientos eran más fuertes, más puros y más obsesivos.El castaño lo sabía porque
su “gusto” hacia Susana se había convertido, muy a su pesar, en “amor” y estaba bloqueando
ese sentimiento por todos los medios posibles. No los dejaría salir. Nunca. Y Santiago debía
hacer lo mismo, debía frenarse, contenerse, postergar en la medida posible ese sentimiento
enfermizo que corroía sus venas.

Luis debía decírselo. Debía advertirle sobre la ceguedad del amor. Debía decirle que le pusiera
una venda a su afecto.

Pero se encontró conque no sabía como decírselo. Su garganta cerró sus puertas para que las
palabras convertidas en consejos se guardaran por mucho tiempo más.
¿Qué hacer?

Continuó con su vida preguntándose eso mismo. Preguntándose, también, que haría un «buen
hermano mayor» para remediar aquella situación. Si alguien pudiera darle una respuesta… si
alguien pudiera decirle a Luis como enfrentar semejante situación seguro que las cosas no
hubiese resultados tan mal como resultarían.

Pero es que era un peso muy grande. Cargar con aquel secreto que se hacia cada vez más
pesado. Observaba las muestras de amor de Santiago y se decía que había sido muy estúpido
por no fijarse antes en eso. Se fijaba, también, en la indiferencia de Leandro hacia el rubio y lo
mucho que esta frialdad le dolía a su hermano. Lo obsesionado que este estaba por recibir una
mínima correspondencia y lo celoso que se ponía cuando alguien se acercaba a la persona que
más amaba.

El castaño concluía que estaba sufriendo mucho y Luis le tenía miedo a ese sufrimiento. Huía
de el y de sus sentimientos mezquinos hacia Susana. Puede que ahora Leandro tuviese a
alguien más a quien querer: el pequeño Adrián. Aun así Luis era incapaz de avanzar hacia ella.
La miraba de lejos y se alejaba más porque odiaba ese sentimiento que le nacía cuando la veía.

Odiaba sentirse vulnerable.

Odiaba que le gustase su sonrisa.

Odiaba sentir que la quería.

Y también odiaba no ser capaz de hacer algo para impedir que ella siguiera hundiéndose.
Porque ella se drogaba. Robaba dinero de su casa y salía desesperada en busca de algo que
aliviara la ansiedad de su pecho.

A veces Luis la veía y decidía mirar hacia lado para no ver lo fatal que se había vuelto la
situación.

Una situación insostenible. Insoportable. Aberrante.

Una vez más veía lo que el amor hacía. Las consecuencias tras una venda en los ojos por un
sentimiento tan estúpido. Después de todo, Santiago era responsable de que esa muchacha
fuese drogadicta. Cegado por sus celos había actuado de manera precipitada, creyendo que
con eso obtendría lo que más deseaba sin saber que solo lo estaba alejando cada vez más y
más.

Pero Santi no era el único, Lucas también era responsable. Leandro también era responsable.
Incluso él mismo era responsable. Por no poner un alto, por no decir: es suficiente. Por no
atreverse a reprender a los implicados por aquella conducta inmoral.

Lo único que hizo fue guardar silencio, contemplando desde lejos esa vida que no era otra que
la suya y la de su familia.

–¿Sabias que tu hermano esta enamorado? –preguntó Lucas como si comentase una cosa del
clima. Luis respiró hondo.

–Si. –una respuesta simple y concreta, esperaba que Lucas viera el trasfondo de ello, que
implicaba que no quería hablar de eso.

Estaban en una cabina donde practicaban tiros con una pistola de juguete. Era un lugar
atractivo, dirigido solo a personas mayores de edad y responsables. Metió una nueva bala de
pintura a su pistola y apuntó con seguridad a su victima de enfrente: un muñeco blanco que
estaba lleno de pintura.

–Esta enamorado de su hermano menor. – él siempre tan directo. Luis sabía que Lucas lo
sabía. El pelinegro apuntó a otro muñeco y disparó. Una mancha roja cubrió el corazón del
muñeco–. Tiene roto el corazón porque Leandro no le corresponde y mira a cualquiera que se
posa frente de sí menos a él. En conclusión esta muerto de celos.

–Lo sé –apuntó con cuidado y disparó hacia la cabeza del muñeco–. Sus celos le han llevado a
hacer una locura –Lucas guardo silencio–. Ha hecho que su mejor amiga se volviera drogadicta.

Lucas esperó a ver si decía algo más. Sin embargo, las demás palabras nunca llegaron.

–¿No piensas hacer nada?

–¿Qué quieres que haga?

–Algo.
Silencio y nada más.

–Escucha Luis, eres su hermano mayor, debes reprenderlo, ya lo he hecho yo pero no me


escucha. Es más terco que una mula. Si no haces algo esto acabara mal. Santiago no quiere
parar porque esta enamorado, esta ciego y no quiere ver lo que hace. Él no buscara ayuda. Y
tampoco la buscara Leandro, supongo que él no dirá nada por vergüenza, por miedo y eso lo
llevara al desespero. Se asfixiara. Así que él único que queda para hacer algo eres tú. Sino, me
temo, que se hundirá.

Hundir. Que palabra tan fea.

Su mente trabajo forzosamente, buscando una solución pero una vez más fue incapaz de verla.

Se sentía incapaz de actuar.

Lucas observó con aire tranquilo el rostro acongojado del castaño. Al final solo quedaba
suspirar.

–Creo que nunca podrás darme una respuesta –Luis lo miró confundido, desconociendo la
causa de sus palabras–. No sabes que se siente saber a donde se va; porque no tienes ni idea
hacia donde te diriges.

Muy a su pesar abrió los ojos y se encontró con aquella habitación desconocida. Lo último que
recordaba era haber tomado un calmante para tranquilizar sus nervios, y también para poder
dormir. Ayer había sido uno de los peores días de su vida. El solo recordar lo que había
sucedido hizo que su corazón se estrujara, como cuando se estruja y retuerce la ropa recién
lavada.

Cerró los ojos, invadido por un sentimiento abrumador y asfixiante. La hiel en su paladar
persistía de la misma forma que persistía respirar. Era doloroso e insoportable.

La carga. La culpa. El odio de Leandro.


No podía soportarlo. Prefería mil años de cautiverio que el desprecio de él. Dolía mucho.
Demasiado.

Sonrió afligido mientras miraba el techo.

Así debía ser. Esa era la condena que debía de pagar por todo el daño que había causado a sus
semejantes. Y tenía que soportarla, sea como fuese debía de llevar con ella. No tenía opción,
debía aprender a vivir de ese modo. Viviría para redimir su pecado, pero no pensaba dejar de
querer a Leandro porque, a pesar de todo, el sentimiento estaba allí, latiendo bajo su piel,
fluyendo en sus venas. No podía decirle a su corazón “Deja de amarlo” del mismo modo que
tampoco podía decirle a sus pulmones “dejen de tomar aire”. Simplemente son cosas que no
se pueden controlar, emociones que reaccionan sin lógica. Después de todo, cuando se ama la
razón no entra en juego.

–¿Qué hiciste para terminar aquí? –esa odiosa voz. Frunció el ceño, recordando que fue Viana
quien lo ayudó a calmarse. Ella le había traído hasta allí en su crisis. No había pensado
suicidarse, aunque ganas no le faltaban. Sin embargo, había pensado que si se suicidaba
Leandro lo consideraría aun más cobarde y no quería más desprecio por parte de él. Estúpido
¿no? Incluso si pensaba morirse le seguía preocupando lo que pensara su hermano, como si
eso fuera a cambiar la situación.

–Eso no te incumbe, mocoso –dijo con igual humor. Se sentó en la cama y precedió a colocarse
los zapatos. No le gustaba estar allí y menos frente a esa persona que odiaba por tener el
cariño que él ansiaba.

–Seguro debiste meter la pata, por algo te echaron –su tono era fríamente burlón y sus ojos
verdes demostraban dureza como el hierro.

Sentado sobre la cama de enfrente estaba Adrián, había tenido que dormir en la cama de su
hermano. No le molestaba, si dormía aquí o allá le daba igual. Pero tener que dormir en la
misma habitación que aquel individuo se le era más que insoportable. Ni siquiera había podido
pegar el ojo y eso que estaba bastante cansado.

En primer lugar porque le molestaba el bicho ese. Y en segundo le preocupaba un poco, no


solo que el individuo estuviera en su cuarto, muriéndose a saber de que cosa, sino el porque
estaba allí. El porque no estaba en casa de Leandro como se suponía que debía haber estado
¿Qué habría dicho? ¿Qué habría hecho para estar en su casa? ¿Qué había pasado? Y aunque se
moría de la curiosidad no pregunto nada, sus dudas se quedaron pegadas en su lengua.
Santiago terminó de calzarse los zapatos. Se acomodó un poco la camisa y el cabello. Miró al
chico sentado en la cama. Él tenía claros signos de no haber dormido. Además, Santi pudo ver
los cardenales que tardaban en sanar que decoraban su infantil cara como un chico malo y
pandillero. También miró los ojos destellantes de color verde que le observaban con molestia,
con el odio característico del ratón cuando mira el gato.

–Tú lo sabías ¿no? –Sus ojos azules brillaron como un diamante afilado–. Debí suponer que
serias el primero en saberlo, después de todo eres su niño consentido –dijo como un
escupitajo–. Y para que lo sepas le dije que lo quería –el pelirrojo palideció–, y también le dije
la verdad sobre Susana. Puede que ahora no quiera verme y me odie, pero al menos le he
dicho todo, estoy fuera de la casilla de mentiras ¿Puedes decir tu lo mismo? –lo miró con
recelo y se fue a la puerta.

Adrián abajo la mirada. Ese tipo era realmente molesto. Lo detestaba por adelantársele un
paso.

–No quiere verme –dijo con voz sombría y áspera–. Ayer dijo que me amaba y hoy no quiere
verme.

Santiago, que ya tenía una mano en el pomo de la puerta, sonrió de medio lado, complacido.

–Me da gusto saber eso –y salió de la habitación.

El rubio sabía que era un comentario cruel porque, al fin y al cabo, Adrián no pintaba nada en
sus decisiones oscuras y retorcidas tomadas en el pasado. Pero no podía evitar sentir odio. Lo
odiaba tanto que no podía hallar una razón lógica de su rechazo hacia él.

Fuera del cuarto se encontró con un hombre que nunca había visto en su vida, quien le miró
con desconfianza. Santi supuso que era el padre de los gemelos, llegó a esa conclusión porque
aquel hombre tenía los mismos ojos verdes que tenían los pelirrojos Vásquez. Supuso,
también, que Viana no estaba allí, seguramente habría ido a trabajar.

–¿Quiere desayunar algo? –cuestionó Ricardo con evidente apatía.

–No. Dígale a Viana que gracias por todo –estaba desarreglado, no se había cepillado los
dientes ni lavado la cara. En general, daba un aspecto lamentable pero eso no le detuvo para
marcharse de esa casa. Justo cuando iba a salir se tropezó con Aarón, el chico parecía
sorprendido de verlo allí en su casa.
–Buenos días Dr. Santiago –saludo con educación, aunque algo sorprendido.

–Buenos días –termino de salir mientras que el joven entraba.

Sin querer fue hasta el apartamento de al lado, allí donde vivía Leandro. Cuanto daría él
porque también vivir justo a su lado, no obstante, eso no estaba permitido. Se sorprendió
cuando se dio cuenta que tenía una mano en el pomo de la puerta, queriendo entrar. Aparto la
mano y suspiro tristemente.

–El tampoco quiere verme a mí…

Aarón observó que su padre tenía levemente el ceño fruncido, era un claro signo de que sabía
donde había estado metido. Eso quería decir que su madre ya había contado todo.

–Tu mamá dijo que pasaste la noche con un hombre – bien, Viana había dicho que le estaban
dando pero de solo pensar en aquello a Ricardo le daba escalofríos. Era mejor comentar
aquello con algo de educación– ¿Te trata bien ese sujeto?

–Si –el pelirrojo respiró hondo–. Hemos tenido nuestros altos y bajos (más bajos que altos)
pero me trata bien –expresó con sinceridad, de nada servía seguir ocultando las cosas.

Ricardo suspiro. Le costaba un poco hablar sobre esos temas.

–Tu mamá salió a buscar cupos en algún colegio. Puede que llegue tarde. Adrián esta en su
cuarto –tomó un sorbo de café. El pelirrojo concluyó que su padre no quería hablar a
profundidad del tema. De hecho, ni él mismo quería hablar a profundidad de ese tema. No se
sentía preparado para decirle que aquel sujeto era el hermano mayor del amante de Adrián,
que era viudo y tenía dos hijos, que él mismo lo ayudaba a cuidar a sus hijos, que le daba
dinero y que dormían más que juntos. En general, no se sentía preparado para decirle que casi
vivía en casa de Luis.
Se fue al cuarto a ver a su hermano. Tal vez este le diría porque aquel doctor estaba allí en su
casa.

–¿Qué hacía el Dr. Santiago aquí? –preguntó, sentándose al lado de su gemelo.

Adrián miró a su reflejo y luego miró a la ventana.

–Leandro y él tuvieron una discusión. No se mucho pero al parecer le dijo que se fuera –su voz
sonó lejana, distante–. Antes de irse me dijo que se había declarado. También le dijo que
estuvo involucrado en la drogadicción de Susana –suspiro cansadamente–. En otras palabras,
le dijo la verdad. Algo que yo todavía no me he atrevido a decir.

–¿Piensas decírsela?

–En algún momento tengo que hacerlo.

–Tú verdad es mucho más demoledora que la del Dr. Santiago.

–Lo sé.

Adrián seguía sin mirarle. Seguía mirando la ventana, hacia el pajarito que allí estaba. Un
pajarito con alas dóciles de color amarillo, que comía un trocito de pan, libre de
incertidumbres, libre de mentiras y libre problemas. Se preguntó como sería una vida así y
pensó que si algún día reencarnarse le gustaría ser un pajarito. Pero pensó en que
seguramente tendría que pelear contra gatos, contra todo animal mucho más grande que él y
se dio cuenta de que también era una vida difícil.

–¿A dónde vas?

–A comprar el periódico. Buscare un trabajo –Adrián miró a su hermano–. Mi mamá ha salido a


buscar cupos para algún colegio pero yo se la verdad: costara mucho entrar nuevamente a un
instituto. Estoy involucrado altamente con drogas, eso esta inscrito en mi carta de expulsión,
fue a mi a quien pillaron in fraganti. No querrán recibirme en ningún sitió. Puede que tú tengas
más oportunidades que yo –volvió a posar su mirada en aquel pajarito–. Además, mamá lleva
días sin trabajar por esta causa, esos días se lo descontaran y no estamos bien de dinero.
Ricardo trabaja, sin embargo, sigue sin ser suficiente. Así que, mientras no este estudiando,
trabajare, de esa manera aportare algo.
–¿Y no hablaras con el profesor? –la mirada verde de su gemelo destello con tristeza.

–Esta mañana fui a su apartamento. No quiso verme –habló dolido, empezando a cambiarse
de ropa a una más modesta–. Seguro que quiere pensar bien las cosas antes de tomar alguna
acción. Tal vez la discusión que tuvo ayer con su hermano lo dejó pensativo y supongo que
también dolido –se calzó los zapatos–. Por ahora lo dejare solo. Todos debemos tener un
momento de soledad cuando lo necesitamos. Pero no te preocupes. No pienso dejarlo ir.
Leandro me pertenece hasta la medula de sus huesos. Es mío y no se lo cederé a nadie.

Sin decir más se fue.

Aarón pensó que su hermano había madurado, aunque fuese solo un poquito. Se estrujó
nerviosamente las manos. Comprendía que una parte de la verdad de Adrián le correspondía
decirla él. Tal vez era mejor decir la verdad más temprano que tarde.

Con aquella idea en mente se fue al apartamento de al lado.

–Ya vengo– le dijo a su padre, quien le miró interrogante–. Hay algo que debo hacer.

Entró a aquel apartamento, encontrándose a Alan tocando la puerta del cuarto del profesor.

–¡Leandro, tienes que salir de ese cuarto! ¿Por que no quieres salir? ¿Acaso no piensas salir? –
preguntaba preocupado el rubio mientras golpeaba como un maniaco la puerta –. Vamos
Leandro, abre la puerta y deja de masturbarte, mira que tienes que prepararme el desayuno y
no es muy higiénico preparar desayuno con la mano hedionda a pene. No es que me moleste
mucho, tal vez sea un olor…

–¡¡Cállate, no me estoy masturbando!! –replicó enojado Leandro desde su habitación. En


respuesta el rubio se alejó, un poco atemorizado, de la puerta.

–Ok, ya entendí que no estas masturbándote, pero ¿Por qué no quieres salir?

No hubo respuesta.
–Oh vamos, no puedes quedarte encerrado allí todo el día.

Seguía sin haber respuesta.

–No me digas que piensas quedarte encerrado en un estado depresivo como tu hermano.
¿Leandro? ¡Leandro!

En la habitación el castaño se encontraba acostado boca arriba en su cama, miraba con aire
parco el techo blanco e insípido de aquel cuarto. Había cerrado la puerta con llave y había
apagado el aire acondicionado. No había dormido en toda la noche pensando en todas las
cosas que había dicho Santiago. Rebotaban en su cabeza, como las palabras en un eco
cortante.

Se estaba volviendo loco. Más de lo que ya estaba.

Y esos golpes en la puerta.

Apretó los dientes e intentó ignorar las preguntas de Alan ¿Acaso su silencio no le decía nada?
¿Qué no quería responder sus preguntas? ¡¿Qué no comprendía que «necesitaba» estar solo?!

–Leandro ¿estas bien?

–¿Qué pasa, Alan?

–Es Leandro, se encerró y no da señales de vida.

–Profesor Leandro ¿esta bien?

–Leandro, responde ¿estas bien?

¿Estas bien?

¿Estas bien?
–¡Te dije que estoy completamente bien! –Gritó por segunda vez en aquella mañana–. Mierda,
sólo quiero un maldito segundo en paz ¿Es mucho pedir? ¿Es demasiado exigir un pedazo de
tiempo tranquilo? ¡¿No puedo darme ese derecho?!

Las voces se callaron. Hubo un segundo de silencio. El castaño se sintió culpable.

–Escucha Alan, no te preocupes. Estoy bien. No me lanzare el quinto piso, así que ve a trabajar
tranquilo –dijo con voz serena sin levantarse de la cama.

–¿Seguro que estas bien?

No hubo respuesta.

Alan suspiro desanimado. Tomó una chaqueta ligera y sus llaves.

–¿Piensas quedarte aquí? –inquirió con curiosidad a Aarón.

–Hay algo que debó decirle.

–Esta mañana vino tu hermano y aun así decidió no salir. Si no quiso hablar con Adrián, que es
su amante, dudo que quiera hablar contigo –apuntó con el pulgar hacia la puerta del profesor–
. Ya vez que se niega a hablar y a salir.

–Todos debemos tener un momento de soledad cuando lo necesitamos –dijo, recordando las
palabras de su hermano.

–No creo que tanta soledad sea buena y menos en su estado

–¿Estado? –cuestiono alarmado. Alan negó con la cabeza, tal vez diciéndole a Aarón que no
preguntara por eso, o tal vez diciéndose a si mismo que no debía de hablar de más. Sea como
fuese salió de la casa no sin antes decirle adiós a Aarón y gritarle a Leandro no fuera a hacer
una locura.
El pelirrojo miró la casa, no estaba muy desordenada pero todo estaba en silencio. Un sombrío
silencio, de esos parecidos a los que persiste después de un funeral.

Lo inquietaba. Tal vez Alan tenía razón y tanta soledad no era buena.

–¿Profesor Leandro? ¿Me deja pasar?

–No.

–¿Esta bien?

–¡No lo sé! ¡Si lo supiera no estaría así, tratando de buscar una respuesta coherente a mis
emociones! –Se escuchó un suspiro de frustración. Aarón se sentó cerca de la puerta al ver que
no iban a abrirle. Se prolongó una pausa hasta que del otro lado de la puerta, Leandro, habló
con una voz suave– ¿Y Adrián?

–Salió a comprar el periódico. Quiere buscar trabajo.

Hubo otra pausa.

– Mi hermano Santiago ¿estaba en tu casa?

–Si.

El castaño vaciló un poco antes de preguntar.

–¿Cómo esta?

–Se veía algo desaliñado… y bastante triste –Aarón se retorció las manos, inquieto– ¿Piensa
perdonarlo?

–Hizo algo imperdonable –manifestó con voz apremiante.


El pelirrojo abajo la vista, preguntándose si a él lo perdonarían.

–Hay algo que quiero confesarle profesor– se escuchó una leve risita.

–Aarón, no soy cura para que te confieses. Solo los curas perdonan pecados.

–Pero lo que quiero confesarle es algo que solo usted puede perdonar – nuevamente hubo
silencio. Aarón estaba nervioso por el secreto que pretendía salir de su boca. Un secreto que
solo pocos seres en la tierra lo habían oído. Su corazón, temeroso, latía con prisa, tan parecido
a esos caballos que corrían a toda mecha– ¿Usted sabe de esos juegos que hacen los gemelos?
Cuando uno toma el lugar del otro para gastarles bromas pesadas a las personas –tragó saliva,
nervioso–. Hace nueve años Adrián y yo hicimos algo parecido. Hace nueve años yo tome el
lugar de Adrián para llegar hasta usted.

–¿Qué…?

–Ese día, en el festival, Adrián se quedó esperando en la tienda de algodones dulces mientras
yo iba a buscar al Leandro que él tanto mencionaba. Yo solo había visto a ese Leandro un par
de veces, por lo que no recordaba mucho su rostro. Me costó encontrarlo, de hecho yo no lo
encontré. Alguien me ayudó a encontrarlo. Esa persona me dijo que era un buen amigo suyo y
que no me preocupara porque podíamos buscarlos juntos y, confiando en su palabra, me deje
llevar.

»Sin embargo, mientras más nos acercábamos a Leandro, más cuenta me daba de que aquel
hombre que me guiaba estaba enojado. Muy enojado por algo que paso y que en aquel
momento ignoraba. Al final pude dar con el Leandro que Adrián quería pero este Leandro que
yo veía estaba triste y venía acompañado de una muchacha que nunca había visto. Una
muchacha que fue violada en frente de sus ojos.

»Yo no vi nada porque ese Leandro me grito que cerrara los ojos. Yo los cerré y solo pude
escuchar los gritos de dolor, humillación y reproche. Ese hombre, que fue mi guía, tenía mucha
rabia y malas intenciones, cosa que fue evidente cuando arrastró a Leandro, a aquella
muchacha y a mí hacia un callejón sin salida.

»Una vez allí, hizo que Leandro tomara una terrible decisión entre elegir a aquella muchacha
llamada Susana y Adrián, quien en realidad era yo. Veía a aquel muchacho muerto de miedo,
de pánico, sin saber que hacer y con un arma en la mano. Yo podía facilitarle su elección y
decirle que en realidad yo no era Adrián, pero no me atreví a decirlo. Pensé que si lo decía ese
joven no duraría en apuntarme. Y yo quería vivir. A pesar de todas las cosas malas yo quería
vivir.

»Y pude vivir porque ese Leandro decidió dispararle a su amiga y no a un usurpador que se
hacia pasar por Adrián. Y vi que aquel joven se desmoronaba de poco al ser cociente de lo que
había hecho. Del asesinato que había cometido. Él lloraba. Pero de nada servía porque el delito
ya estaba hecho y la sangre se derramaba en el piso. El tinte carmín cubría el suelo tan deprisa
como la tinta. Y yo sentía tanto, tanto miedo y también lloraba; de felicidad porque estaba vivo
y de tristeza porque había alguien muerto. Y también porque el Leandro que Adrián quería
estaba destrozado. Yo lo veía como un adulto pero en realidad era un muchacho, un joven de
apenas dieciséis años que había matado a su mejor amiga.

El pelirrojo había pensado que las palabras se trabarían, se enredarían en sus labios
convirtiendo su discurso en algo incompresible. Pero no era así. Las palabras acudían a su boca
con la misma facilidad que los pulmones toman aire para respirar. Las frases se juntaban y
formaban una cohesión perfecta. Pensó, también, que su corazón latiría asustado mientras
contaba aquello, sin embargo, su corazón latía tranquilo casi como si le aliviara relatar aquello.
Solamente sus labios temblaban mientras hablaba. Entonces se dio cuenta de que también
lloraba. Las lágrimas perladas recorrían sus mejillas y acababan en el suelo. Del otro lado de la
puerta escucho algunos sollozos. No era el único que se lamentaba.

–Mi mamá llegó y solo pude ir hasta ella para que me protegiera, porque yo era un niño y los
niños necesitan a sus madres para que le protejan. No supe más de aquel joven, solo sé que
nos fuimos y mi mamá estaba desesperada. Mi papá también. Adrián lloraba y yo igual. Todas
las noches tenía pesadilla con lo sucedido y temía morir. Pero no solo tenía pesadillas, también
deje de hablar, de comunicarme tanto con mi hermano gemelo como con mi mamá. Guardé
silencio y las palabras de miedo y dolor se quedaron trancadas dentro de mí.

»Como no hablaba ni tampoco dormía bien, mi mamá decidió llevarme al psicólogo. Fue
cuando comencé a ir a terapia. A los meses empecé a hablar, eran palabras cortas y con el
tiempo fueron frases largas hasta que finalmente pude hablar corrido. Sin embargo, seguía
teniendo miedo, teniendo pesadillas porque era imposible curarme si no le decía a la psicóloga
el origen de mi mal. Todavía tengo pesadillas, todavía voy al psicólogo pero esas huellas nunca
se borran.

Leandro pensó que Aarón tenía razón en cuanto a no poder curar el mal que lo atormentaba.
Era su mismo caso, no podía curarse porque, en primer lugar, no podía decirle a su psiquiatra
el origen de su enfermedad. Solo la disfrazaba y eso no era suficiente.
También pensaba en toda aquella verdad que le había revelado y en lo mucho que le costaba
aceptarla. Sentía que le daban vueltas todos los órganos vitales, que la sangre le hervía en las
venas y que las piernas le temblaban.

–Adrián sabe lo que ocurrió pero solo por historias, él realmente no vivió ese suceso. El día en
que usted recupero sus recuerdos; Adrián quiso decírselo. Pero no pudo. Primero porque
usted se fue y segundo…, porque decírselo implicaba contar más cosas. Y usted estaba
bastante mal como para seguir escuchando. Adrián sabía que tanta verdad puede ser
demoledora.

–¿Acaso hay más por decir? –el tono de la pregunta era lastimero, casi miserable.

–Mucho más por decir, pero eso le corresponde a Adrián. Yo solo he dicho la parte que me
corresponde –dejó de hablar, esperando a que el profesor dijera algo. Lo que sea. Pero una vez
más Leandro se mantuvo en silencio, reservándose sus pensamientos– ¿Profesor?

El pelirrojo se pego a la puerta, tratando de oír algo: el sonido de su respiración, el sollozo


convertido el lamento o los pies contra la baldosas.

–Mierda, mierda, mierda… el mundo quiere que me ponga loco– lo escuchó murmurar con una
voz herida.

–Lo siento. Realmente lo siento. – Se tragó un sollozo– ¿Puede perdonar a su hermano


Santiago por lo que hizo…? ¿Puede perdonar a mi hermano Adrián por haberle mentido…?
¿Puede perdonarme a mi, profesor? – aún lloraba, y esta vez sus palabras salieron atropelladas
debido al lamento.

–Sabes una cosa Aarón, lo que sucedía con Susana era que…– dijo bajito, las palabras
convertidas en un susurro aniquilante–, yo quería darle vida a una muñeca que ya estaba
rota…

Las luces, los niños corriendo y las tiendas de dulces daban un ambiente acogedor al velada.
Era un buen momento para despejar la cabeza y beber algo de alcohol. Pero no tanto, no
quería llegar a su casa con una borrachera. Miró entretenido a Santi. Andaba de malhumor y
cuando andaba así a Luis le gustaba sacarle de sus casillas.

–¿Sabías que tu cara adquiere un matiz “angelical” cuando andas de malas pulgas?

–No me jodas Luis que ando de un humor de perros –objetó esté, tomando un sorbo de su
cerveza. Miraba de un lado a otro, buscando a alguien. Luis sabía a quien buscaba.

–Oh no lo creo. Los perros tienen un humor excepcional, son cariñosos y mueven su colita de
un lado a otro. Y tu no tienes colita ¿cierto? –Lucas le miró con curiosidad el trasero al rubio,
cosa que encolerizo más a Santiago–. Lo tienes algo pomposo pero no hay cola.

–¡Lucas deja de manosear mi trasero!

–Mis disculpa su majestad –comentaba con aire teatral–. Había olvidado que solo hay una
persona que quieres que manoseé tu precioso trasero –Santi se puso rojo como el semáforo.
En cambio a Luis aquel comentario le pareció algo turbador. Se le era difícil hablar de ese tema
con tanta libertad.

–Ve a que te jodan –masculló entre dientes.

–Aquí el que quiere salir jodido eres tú. Te mueres porque te jodan hasta el amanecer –se
mofó divertido el chico del cabello negro como la tinta. Luis observó que su hermano apretaba
los puños como si estuviera agarrando a alguien por la camisa. O tal vez por el cuello. Puede
que eso planeara hacerle a Lucas. Sonrió divertido, la situación volvía a parecerle cómica así
que hizo el mismo silbido que se hace para llamar a los perros.

–Vamos Santi, tienes que menear la cola y sacar la lengua como los buenos perros –Santi le
miro con ganas de estrangularlo. El castaño miró de un lado a otro, buscando algo– ¿Dónde
habré dejado la correa del perro? Es que anda con rabia y es peligroso que circule así. Hay que
amarrarlo, no valla a ser que muerda a alguien y no quiero ser responsable –Lucas estaba que
se partía de la risa mientras Luis seguía molestando a su hermano.

–Ustedes son un par de críos chapoteando en un charco de agua –al final lograron sacarle una
sonrisa al rubio– y Lucas, no bebas tanta cerveza, hombre. O sino vas a ponerte más gordo de
lo que ya estas.
–¡Y una mierda, yo soy pura fibra!

Y los tres volvieron a reír. Era una bonita noche para las risas, para las bromas, para los amigos.
Caminaron por todo el lugar, buscando a la persona que Santiago anhelaba en sus más íntimos
sueños. A Luis no le hacia mucha gracia, él pensaba que mientras más lejos estuviera el uno del
otro, más fácilmente se resolvían las cosas. El problema era que Santi era demasiado apegado
con el menor de los Torrealba, cosa que acrecentaba más su sentimiento y siempre necesitaba,
desesperadamente, algo de atención de Leandro.

Suspiró casi sin proponérselo. Santi era bastante estúpido. Lo miró de soslayó, preguntándose
si realmente lo consideraba estúpido o tal vez hubiera algo de admiración por su insistencia
amorosa. Aquello que sentía su hermano estaba mucho más prohibido que lo que sentía él
hacía aquella que una vez fue una chica normal.

Ahora lo que quedaba de ella eran retazos viejos y cansados. Solo quedaban sonrisas forzadas
y apagadas. Solo quedaba en ella el síndrome de abstinencia. No dudaba en que pronto se
volvería violenta por la necesidad de su adicción.

“Leandro la esta pasando mal por culpa de eso” pensó ensimismado mientras pateaba una lata
de cerveza.

–Ya vengo, voy a mear por allí –Justo en ese momento, a lo lejos, sonaba una melodía suave.
Jolene. Lucas sonrió abiertamente–. ¡Esa es mi canción favorita!

–Mejor cállate y ve a mear. Y apresúrate; quieres, todavía no he encontrado a Leandro y aun


queda mucho camino por recorrer –indicó con voz apremiante Santiago.

–Eres un maldito – dijo risueño el pelinegro mientras se alejaba de allí. Continuó tarareando
aquella canción que había pasado por tantos covers.

Casi había pasado media hora desde que se había ido y Lucas no regresaba. El rubio estaba
perdiendo la paciencia, si de algo se caracterizaba era por no ser paciente. Sus ojos iban de un
lado a otro, escrudiñando por donde había ido su amigo y viendo haber si lo veía regresar.

–Mierda, ¿Dónde se metió ese cabron? –preguntó Santiago. Sabía por experiencia propia que
uno no tarta más de cinco minutos en mear y aquel sujeto ya llevaba más de media hora–
¿Sera que le sentó mal la cerveza?
–Tal vez esta haciendo el número dos –interpretó burlesco, Luis.

–Mejor vamos a ver.

–Mejor ve a ver tú. Yo no quiero ver cagando a nadie –con aburrimiento dio un sorbo largo a
su cerveza de lata.

Santiago fue a ver que le pasaba. Tras unos quince minutos tampoco volvió. Anda ¿Qué pasaba
allí? Preocupado fue a investigar. Caminó por un largo tramo de arboles y arbustos, le picarón
los zancudos y tras diez minutos logró acercarse hasta donde quería, sin embargo, mientras se
acercaba se dio cuenta que discutían ¿Qué podrían discutir ese par? ¿Acaso Santi había pisado
la caca y se había enojado por ensuciar sus lustrosos y bellos zapatos? Él pensamiento le hizo
sonreír y no se sintió tenso cuando llegó hasta ellos. Al y al cabo eran amigos y los amigos no
pelean en serio.

–¡No voy a ayudarte con eso! –oyó que dijo el rubio.

–¿Y porque no? –inquirió serio Lucas−. Yo te he brindado mi ayuda en todo momento ¿Qué te
cuesta ayudarme a mí ahora? –Luis abrió camino entre los arboles hasta que llegó. Se asombró
de ver a Lucas cerca de un cuerpo tirado en el suelo. Era un hombre gordo, con la camisa
sudada y llena de sangre que se adhería su espalda. Parecía sin vida.

Al ver la presencia de Luis allí, los otros dos giraron verlo. Cada uno se asombro a su manera.

–¿Qué sucede aquí? –exigió saber el mayor de los Torrealba, quien observó perplejo el cuchillo
empapado de sangre que reposaba en el suelo.

–Fue un accidente –manifestó Lucas con voz grave

–Intentabas robarlo –acusó el rubio algo alterado– ¡No mientas!

–¡¿Cómo te atreves a decir eso?! –La ira se reflejaba en sus ojos negros, luego masculló entre
dientes–. Yo no soy un ladrón.

–Entonces explica que fue lo que sucedió aquí.


El chico de ojos negros miró al hombre muerto en el suelo, luego su vista pasó hacia el cuchillo
cubierto de tintes rojos y finalmente a sus manos, llenas de sangre. Apretó los labios y miró el
suelo con impotencia. Si había una explicación lógica a lo que el ambiente inquiría; él no la dio.
Se limitó a guardar silencio.

–Lo sabia –indicó con aire de decepción el rubio–. Pensé que eras mucho mejor que esto–
señalo el cuerpo sin vida–, pero veo que me he equivocado.

El rostro de Lucas estaba sombrío como una tormenta.

–Y si piensas que por ser amigos te ayudare a ocultar tu crimen, estas equivocado. Yo no te
ayudare a esconder esto –continuó hablando con firmeza. Entonces, en el rostro sombrío del
pelinegro se curveó una media sonrisa, burlesca y afilada como un trozo de vidrio.

–¿Acaso crees que esto es peor de lo que tu has hecho? –Santi frunció el ceño–. No te des aire
de benevolencia Santiago. Aquí entre tú y yo no hay secretos. Lo que tú hiciste con esa chica es
mucho peor de lo que pinta esta escena –miró despectivo el cadáver–. Este hombre esta
muerto, libre de dolor que infunde este mundo. En cambio, Susana esta viva y presa de la
adicción que tú mismo le has infundido. Sea como sea su vida esta destruida, por mucha
terapia que haga estos hechos la marcaran ¿Puedes tu vivir con eso?

–Cállate…–murmuro débilmente, con el flequillo tapando la amargura de sus ojos.

–O peor aún ¿Qué pasaría si tu “querido” hermanito se entera de lo que has sido capaz de
hacer?

–¡Cállate! ¡Cállate!

–No tienes caso de que me mandes a callar. Hemos sido amigos y he visto hasta donde eres
capaz de llegar ¿Qué es me mandar a destruirle la vida a alguien comparado con esto? –
extendió su brazo, abarcando toda la situación.

–No voy a ayudarte –afirmó, levantando la barbilla la señal de orgullo.


– Después de todo lo que hice por ti –lo apuntó con el dedo y lo agitó, furioso– ¡Se supone que
los amigos se ayudan en situaciones difíciles! ¡Yo te ayude a ti a drogar esa chica sin poner
objeciones, sin mirar en el lió que me metía y tú te atreves a darme la espalda!–Gritó con voz
espantosa.

–Basta –intervino Luis por primera vez. La situación se salía de control–. Esto es demasiado ¡Es
un asesinato! Hay que llamar a la policía.

Lucas lo miró largamente y luego el amagó de una sonrisa se asomó. Abajó la cabeza e hizo un
ruido extraño. Volvió a repetir aquel ruido y fue cuando Luis se percato de que estaba
riéndose. Entonces, Lucas soltó una risotada larga y amarga.

– Claro, que más se podría esperar de unos chicos tan limpios y virtuosos como ustedes...–
expresó con tono burlón–. Había olvidado que nunca debo esperar ayuda de nadie. ¿Qué me
pasa? ¿Por qué espere recibir ayuda cuando he estado solo toda mi vida? –Se miró las manos–.
Sera mejor que os vayáis de aquí sino queréis estar implicados en mi acto de “misericordia”. Al
y al cabo ustedes no entienden nada de cuchillos, de favores y, por supuesto, no entienden
nada de mi.

Miró a Santiago

–Yo creí que tú eres mi amigo, uno que podría ayudarme en las buenas y en las malas así como
yo te he ayudado a ti. He confiado en ti, Dios sabe que sí. Y tú la has pisoteado como quien
pisa un cigarro. Un error fatal, debo admitir. Ya encontrare a alguien que si pueda deshacerse
de “esto”.

Luis decidió no darle importancia a sus palabras y, tomando de un brazo a su hermano, se llevó
a Santi de allí, ambos alejándose de aquella escena de crimen. No sin antes escuchar:

–Hay una ficha de domino que esta pendiendo de un hilo, esta a punto de caerse y si se cae
empujara a las demás fichas, haciendo que todas caigan. La locura, como sabrás, es igual que
la gravedad: solo necesitas de un leve empujón (1), y yo empujare la ficha correcta.

Aún era temprano en la mañana, casi las nueve de la mañana y estaba tremendamente
aburrido. No es que no tuviera trabajo pero hacer aquello le era fastidioso. Prefería hacer otra
cosa, sin embargo, no podía, su deber era estar allí. Leyó con aburrimiento el documento en
sus manos. Leía y leía, una y otra vez y las palabras no tenían sentido. No es como si no fuese
un documento legible, lo que pasaba era que no ponía atención a lo que leía, su mente estaba
en el desayuno de la mañana y la adorable sonrisa que le había brindado su joven amante.

Una sonrisa que lo hacia volar por las nubes porque Luis amaba las sonrisas adorables como las
puestas de sol.

Su celular vibro. Odiaba tenerle algún timbre.

–Buenos días –dijo con el tono más cordial que encontró.

–¿Quieres que te lleve el almuerzo? –era la voz de Aarón. Casi sintió que su corazón se derretía
como chocolate al pensar en la comida de Aarón. Que Dios siguiera bendiciendo sus manos
para la cocina.

–Por Dios, claro. Amo como cocinas –respondió apresurado, sin meditar lo que decía, tal vez
para sacarle alguna sonrisa al pelirrojo. Aun así la voz de Aarón era monótona, casi indiferente.
Si Luis lo hubiera analizado bien se daría cuenta de que su voz sonaba algo triste,
apesadumbrado.

– Tu condenada secretaria no quería dejarme pasar –Levantó la vista algo sorprendido por la
intromisión–, y le dije que hacia mucho tiempo que había pagado una cita con mi trasero.

–¿Asdrúbal? –era la voz tensa de Aarón al saber que Luis no estaba solo en su oficina.

El chico sin percatarse de que el castaño hablaba por teléfono continuó hablando.

–Me importa un cuerno que ahora estés forrado en billete, a mi me atiendes porque me
atienes ¡He dicho! –se sentó obstinadamente en una silla enfrente de un Luis boquiabierto.

–¿Qué hace él allí? –el tono acusador disfrazado de sutileza hizo sudar a Luis.

–No lo se.

–¿Cómo que no lo sabes? Tienes que saberlo, es tu oficina.


–Supongo que viene a solicitar mis servicios.

–¿Servicios? –no era una pregunta, se acercaba más a una amenaza.

–¡Claro que vengo a solicitar tus servicios, a que más vendría! –respondió ofendido–. No soy
un cualquiera que abre de piernas cuando sea… bueno, ahora no –razonó pensativo– ¡Igual!
No vine a hacer desastre sobre el escritorio. Es una idea interesante pero hoy no pienso caer
en la tentación.

Luis suspiro tranquilo y con una sonrisa grande como la luna dijo: –Lo ves Aarón, solo quiere
mis servicios

–¡Como abogado! –terció ricitos de oro.

–¿Aarón? –El chico se había quedado en silencio– ¿Estas enojado?

–Te llevare el almuerzo a las once –sentenció con voz plana y sombría.

–E-Esta bien. –y Aarón, sin decir más, colgó.

–Valla…– Asdrúbal alzo las cejas, sorprendido–. Ahora si que te tienen bien sometido.

–Silencio niño –repuso molesto– ¿Qué quieres?

–Ya te lo dije, necesito que me ayudes con algo legal y no voy a pagarte con dinero –Luis
parpadeó– ¡No te des ideas equivocadas inmundo vagabundo! no voy a que pagarte con mi
trasero, tu te lo gozaste bien en el pasado, así que con eso considero mi deuda saldada.

El mayor suspiro derrotado.

–Esta bien, te ayudare ¡y solo porque tienes una sonrisa adorable como el amanecer! –tomó la
carpeta marrón que el chico le extendía. El chico sonrió ampliamente, mostrando los dientes–,
y también porque tienes un trasero precioso.
–Lo se.

–Que modesto –comentó con ironía

Revisó los documentos, ojeando con cuidado cada palabra. Planteando, también, como
resolver aquella situación. Después de medía hora ya sabía que hacer. El chico se despidió con
una mano y dijo que pasaría a ver a su amigo.

–¿Qué amigo? –curioseó distraído mientras anotaba algo.

–Gabriel –Luis levantó la vista.

–¿El mismo Gabriel que trabaja conmigo?

–¿Acaso conoces a otro Gabriel? –replicó fastidiado, yéndose fuera de la oficina.

–¡Oye, pero no vallas a violarlo! –le recordó antes de que se marchara– y ese que es más
inocente que un conejo.

Ordenó el escritorio y se dio cuenta de que había dejado unos documentos en casa. Unos
documentos importantes ¿Cómo pudo olvidársele eso? resopló frustrado y se puso en pie. Lo
mejor era ir a buscar esos documentos cuanto antes.

–Ámbar, por favor, escanea estos documentos y mándalos por fax a este numero –le indicó a
su secretaria, había cogido las llaves de su casa.

–Esta bien.

Camino hasta la salida y creyó ver a Ricitos de Oro coquetear descaradamente con su mejor
amigo, quien no parecía darse cuenta de las intenciones del más joven. Luis enarcó una ceja,
curioso.

–Bueno, ya es hora de que valla perdiendo esa virginidad que tiene y quien mejor que con el
pervertido de Asdrúbal –murmuró para si mismo–, así aprende algo.
Silbaba distraídamente mientras regresaba a casa en auto. El aire fresco de aquella mañana
era esplendido así que no prendió el aire acondicionado. Además, el odiaba los aires
acondicionado, hacían que respirar le resultara dificultoso. Ese tipo de cosa era para la gente
que sudaba mucho y Luis no sudaba demasiado, de hecho era raro que sudase. Si lo hacia era o
porque estaba muy nervioso o porque el sol estaba hirviendo. De lo demás era tan fresco
como una lechuga, cosa que envidiaban sus otros hermanos, en especial Santiago que sudaba
como una cabra. Él odiaba eso porque decía que reducía su atractivo, por lo que Luis solía
presumir su gracia de no sudar y parecer un esplendido Don Juan a cada momento.

Metió la cerradura en la llave y giró la manilla con cuidado. Siempre la giraba con cuidado de
no dañar las cerraduras. Las puertas eran importantes, eran un límite que los demás no debían
traspasar si no tenían llave y las cerraduras servían para establecer ese límite. Fue por eso que
su respiración se quedó trabada en algún lugar de sus oscuras vías respiratorias cuando se dio
cuenta de que el límite que él había impuesto en su casa había sido roto.

–¿Qué significa esto…? –dijo con un hilo de voz.

La sala tenía las ventanas abiertas y por eso las cortinas ondeaban suavemente. No era como si
las hubieran abierto para escapar, era más bien como si alguien hubiera decidido abrirlas para
tomar aire fresco. Y no solo era eso, el radio también estaba encendido y sonaba una única
canción como prueba irrefrenable de alguna travesura.

Joline.(2)

Ese era el nombre de la canción. Luis se sintió abrumado, no por lo que significaba la canción,
sino por lo que representaba en ese escenario.

–Jolene, Jolene, Jolene, Jolene. I’m begging of you please don't take my man. Jolene, Jolene,
Jolene, Jolene. Please don't take him just because you can

¿Cuánto tiempo se necesita para estar en el infierno? ¿Años? ¿Meses? ¿Semanas? ¿Días?
¿Minutos? Tal vez se necesitaban solo segundos para estar en el infierno, o una proximidad
muy cerca de como seria estar allí.
Eso es lo que pensaba Luis mientras observaba a su hermano menor apuntar con un arma a
Susana. Veía que Leandro estaba indeciso, atormentado por aquella decisión que debía de
tomar. Las lágrimas desbordaban sus ojos y Luis se sentía impotente por no poder hacer nada.
Sin poder evitarlo cerró los ojos en el momento en que su hermano colocó su dedo en el
gatillo, Leandro había tomado su elección.

No quería ver. No quería que esa imagen se quedara gravada en sus retinas.

Por unos momentos Luis, en su egoísmo, deseó que le disparara al niño. Deseó que eligiera a
Susana, que la dejara vivir aunque esta estuviera hecha pedazos. Deseó que viviera para algún
día contarle lo que sentía. Pero no. Esa esperanza estaba lejos de la realidad, era muy tarde
como para decidir que quería amar.

Un segundo bastó para que se escuchara un disparo y una vida se extinguió.

Para cuando abrió los ojos se dio cuenta de que Leandro también le apuntaba a Lucas.

–¿Vas a matarme a mi también? Recuerda que el arma solo tenía una bala… No tienes mas…–
informó divertido el pelinegro, aun así Leandro no desistió.

Luis veía que él estaba aterrado, que las manos que le temblaban, que parecía transpirar dolor
por cada poro de su piel y que su rostro evidenciaba el sufrimiento tan grande que tenía.
Apretó el gatillo nuevamente y para su sorpresa el arma volvió a disparar.

Bastaron unos segundos para que el infierno se mitigara. Para que Leandro se sorprendiera.
Para que Lucas se revolcara de dolor en el suelo. Y para que ellos finalmente fueran libres.

Cuando Luis se vio libre corrió directo hacia el arma de fuego antes de que cayeran
nuevamente en el infierno. Le apuntó a quien una vez llamo «amigo». La herida en su pierna
escocia a horrores pero no le impidió tomar el valor necesario para proteger a aquellos que
todavía amaba.

Por un instante su mirada divagó en el cuerpo inerte de Susana y las lágrimas acudieron a sus
ojos, incluso sus labios temblaron al verla caída. La ira acumulada en su pecho por todo lo que
una simple decisión puede acarrear.
– ¡No la toques! –Oyó que dijo Santiago a Leandro–. No podemos dejar que tus huellas estén
sobre el cuerpo muerto… ¡Él quiere destruirte Leandro! Y no dejare que lo haga…

“Esta muerta” pensó abatido Luis.

–Hagas lo que hagas él se hundirá conmigo… –comentó sereno Lucas, cosa que encolerizo al
mayor.

–¡Cierra la maldita boca!

–Dios ¿que vamos a hacer Luis? –preguntó Santi apesadumbrado.

Allí estaba otra vez, la presión y el deber de hermano mayor. Su obligación de proteger y
custodiar a aquellos que eran sus hermanos. Apretó el arma, frustrado, y sin saber como
actuar. Nadie nunca se imaginaría lo reprimido que podía llegar a ser, el coraje simplemente
no le salía. No obstante, debía sacar valor y coraje de algún lado.

– ¡Maldita sea Santiago lo estoy pensando, lo estoy pensando! –y realmente lo pensaba, no se


le ocurría nada sensato. Solo pensaba que lo mejor era que Lucas desapareciera y que Susana
también, si ellos dos desaparecían nada podía incriminarlos a ellos. Susana ya estaba muerta y
pensó que podían hacer lo que Lucas quería que hicieran con el cuerpo de aquel sujeto
muerto. Observó a Lucas y lo vio sonreír malévolamente, como si supiera que era lo que
pensaba.

“Maldito seas” pensó perturbado “Lo ha planeado todo”

Si Susana ya estaba muerta era más fácil desaparecerla. Solo faltaba que Lucas también
estuviera muerto. Quiso disparar pero… ¡No podía! ¡No tenía esa seguridad! Le temblaban las
manos del sólo pensar que debía matarlo.

Alguien entró, cosa que lo estreso aun más. Ya tenían suficiente como para que más gente se
implicara.

–Escúcheme bien señora: cierre la maldita puerta y no emita ningún sonido ¡Me oyó! –ordenó
seriamente a la madre de Adrián, esté corrió a los brazos de su madre quien le recibió y le
abrazo con fuerza, como si quisiera protegerlo de los implicados en aquel crimen.
Luis respiraba muy rápido y se le ocurrió una descabellada idea.

–Muy bien, tú tarado ponte de pie –le ordenó a Lucas sin dejar de apuntarle, quien lo miro con
cierto aire de decepción, casi como si le defraudara que Luis no le hubiera disparado–. Ahora
desata el cuerpo de la muchacha. Santiago pásale los trapos de la cocina para que limpie el
cuerpo de la chica.

– ¿Qué estas tramando Luis?

–Solo pasa los malditos trapos –Santiago obedeció dudoso. Lucas miró los trapos en su mano y
comenzó a limpiar el cuerpo muerto–. Los guantes… los guantes de látex que tienes Santi,
búscalos. Vamos a botar ese cadáver lejos de aquí y ni se les ocurra dejar alguna huella en su
cuerpo, las únicas huellas que estarán serán las del bastardo de Lucas…

Y así, ejecutando lo que su mente planeaba, llevaron acabo todo. Limpiaron la sala, guardaron
el cuerpo muerto de aquella muchacha en una bolsa negra de basura, lo amarraron con
cuidado de modo que cuando caminasen la sangre no se derramase.

Luis observó aquello con cierto dolor ¿Cómo era posible que hubiera terminado así? Era una
muerte tan indignante, tan denigrante. ¿Cómo habían llegado a ese punto? ¿Por qué todo
había acabado así?

Y todo por una mala decisión.

Debió actuar. Debió hacer algo mientras todavía la situación no se había vuelto insoportable.
Pero era tarde para lamentaciones.

El cuerpo metido en aquella bolsa negra fue lanzado por el puente, cayendo de una forma
estridente en el agua, que se llevó la evidencia del crimen lejos de allí. Tardarían tiempo en
encontrarla, seguramente cuando su cuerpo ya estuviera tan descompuesto e irreconocible. A
Luis se le hizo un nudo en la garganta.

–Tu turno –informó una vez que Lucas tiró la evidencia al río. Luis había practicado muchas
veces en los juegos de tiro con armas de juguete. Había apuntado muchas veces y disparado
con éxito hacia la cabeza del muñeco. Era un experto, por eso no temió cuando disparó, sabía
que daría en la zona correcta.
Debido al impacto del disparo, el chico pelinegro, también cayó al canal de agua.

Más tarde tuvo que quemar los guantes de látex, los paños y limpiar el piso hasta dejarlo
reluciente. También tuvo que explicarle a su padre la situación, omitiendo el hecho de que
Santi estaba enamorado de su hermano menor. La situación se nublaba a cada instante como
una tormenta que viene en camino. Igual que la cara de su padre.

−Mierda Luis, ¿Cómo dejaste que la situación llegara hasta este punto? ¡Te dije que vigilaras
con quien se juntaba Santiago! ¡¿Cómo pudiste ocultarme que ese muchacho vendía drogas?!
¡Con lo peligroso que ese negocio! –Luis solo guardaba silencio, no miraba el suelo. No era
buena idea hacerlo. Debía mirarlo a la cara como le habían enseñado y no dejar mostrar un
rostro compungido. Debía ser firme, como un soldadito de plomo. Y eso hizo, se mantuvo
quieto, con los ojos fijos en los suyos mientras su padre seguía regañándolo.

Era el único que mantenía sus ojos fijos en él. Santiago miraba el suelo, arrepentido y Leandro
ni siquiera le ponía cuidado. Estaba demasiado impactado por todo como para poder prestar
atención.

Su padre dijo que tenía que hablar a solas con Leandro así que Luis y Santi se fueron al cuarto.
Ambos tenían rabia y miedo.

−¡¿Ahora si estas contento?! ¡Mira lo que tu decisión ha acarreado! −gritó Luis una vez que
tuvieron encerrados.

−¡Ya lo sé, no tienes por qué gritarme!

−¡Sabia que ese amor enfermizo que sentías solo iba a traer problemas, lo sabía! ¡Y tú
también lo sabias Santiago y aun así continuaste con tu jueguito! −lo señaló furioso con el
dedo− ¡Ahora ella está muerta, finalmente se te ha concedido lo que deseabas!

−¡Cállate, yo no desee que ella muriera, solo quería que se alejara un poco!

−¡Pues ganaste porque se ha ido para siempre, bastardo!


−¡Me importa un cuerno lo que pienses! ¡¿Si tanto sabias que iba a acabar mal por qué
demonios no me detuviste?! ¡¿Por qué no me pusiste un alto en vez de mirar a otro lado,
cobarde?!

Y duraron un rato discutiendo como un matrimonio e incluso se empujaron y se dieron un par


de golpes, hasta que llego Leandro y los separó.

−¡Carajo, ya dejen de pelear! −empujó uno del otro, él también estaba enojado por todo− ¡De
que sirve hacer eso ahora!

−¡Por la puta Leandro, estoy harto de todo esto así que quítate del medio o si no te golpeo a ti
también por estúpido! −amenazó violento.

−¡¿Por estúpido?! ¡¿Crees que lo que hice fue una estupidez?! ¡Mierda Luis, mata a tu mejor
amigo y después hablamos de lo estúpido que he sido! −pateó la mesa, derrumbando todo−
¡¿Acaso no sabes que también estoy cansado de esto?! ¡Estoy mamado de tantos problemas!
¡Estoy cansado de toda esta mierda! −siguió pateando lo que se le atravesara− ¡Si quieren
matarse, háganlo, eso ya no puede empeorar más la situación de lo que ya está!

Dicho esto salió del cuarto dando un portazo. La rabia de Santi se disipó y fue detrás de él,
procurando que no fuera a cometer una locura, sin saber que la locura la iba a cometer Luis. O
mejor dicho, ya la había cometido.

Se pasó la mano por el cabello, frustrado. A continuación tomó todo el dinero que tenía
guardado por alguna emergencia, tomó también los ahorros de Santiago. De Leandro no pudo
tomar ahorros, sabía que no los tenías porque Susana se los había robado. Él la había visto y no
la detuvo. No tuvo el valor de hacerlo. Así que de Leandro solo tomó la cadena de oro que
llevaba desde nacimiento y la suya propia. También se apodero de varias prendas valiosas de
su madre y algo de dinero de su padre. Todo sin que lo vieran y salió de la casa.

−¿A dónde vas?−preguntó su mamá angustiada al verlo salir.

−Al infierno −contestó irritado.

Prácticamente corrió hasta llegar al puente donde habían tirado a Susana. Pensó por un
momento en ir tras el cuerpo de ella, sabía que era inútil pero la idea persistía. Sacudió su
cabeza, alejando esos pensamientos de sí mismo. Continuó corriendo, puente abajo. Si había
disparado como se suponía que lo había hecho, entonces, debía estar allí.
−Tuve la esperanza que darías justo en el corazón −comentó una voz cansada, desolada−. Pero
no te has atrevido. Después de todo no eres un asesino. No como tu hermano Leandro, que al
parecer si tiene sangre fría y los huevos bien puestos.

−Leandro no es un asesino −defendió sin un ápice de duda en su voz. Se acercó al muchacho


que estaba sentado en una de las orillas del río. Estaba empapado y su brazo izquierdo estaba
inundado de sangre y barro.

Si, sus cálculos habían sido correctos y no le había dado a ningún punto vital.

−Si lo es. Mató a su amiga y eso lo perseguirá para toda la vida.

Luis siguió avanzando hasta él. Casi hasta quedar a escasos centímetros.

−Tú lo planeaste ¿no? −preguntó en un hilo de voz, su rabia se había esfumado como humo en
la cocina−. Le diste el arma a Leandro y le dijiste que solo tenía una bala. Pero no era así. Había
dos balas, sabías que después de dispararle a ella, Leandro te dispararía a ti −Lucas sonrió de
medio lado, travieso. Eso confirmo su sospecha− ¿Por qué?

−¿Por qué? Hay muchos porque −respondió con un deje de diversión−. Porque me divertía ver
sus rostros teñido de dolor. Porque me gustaba ver como empujaba la ficha correcta. Aunque
supongo que el mayor «porque» es porque morir es más simple que vivir. Abrigaba la
esperanza de morir en ese momento, para mí ya no hay nada más.

−La ficha correcta…−murmuró Luis, desconcertado.

−Ustedes tres parecieran formar un equilibrio perfecto. De eso no se han dado cuenta. Tú eres
la fortaleza, Santi la firmeza y Leandro el equilibrio. Si te atacaba a ti no pasaría nada, eres
fuerte o crees serlo, de cualquier manera es muy difícil ver a través de ti y no afectarías en
nada. Si atacaba a Santi pasaría algo parecido, él no teme por sí mismo, temé por los demás,
en especial por su hermano menor. Leandro era el candidato correcto. La ficha que debía
mover para que las demás cayeran. Primero porque, al ser tú el mayor debes proteger a tus
hermanos menores, así que si atacaba a Santi o a Leandro se activaría una alarma que te
desestabilizaría. Empezarías a caer. Luego estaba Santi, si atacaba a Leandro era obvio que el
correría a socorrerlo. Caería también. Y quería que esa caída fuera permanente, de modo que
solo tenía que hacer que la ficha correcta cayera, no que se tropezara sino que realmente
cayera.
−¿Qué estas queriendo decirme?

−Estoy diciendo que la ficha que empuje no se podrá levantar jamás. ¿O acaso crees que podrá
superar eso que hizo? Y si Leandro era el equilibrio y ese equilibrio se ha caído ¿Cómo crees
que ustedes lo recuperaran? Él era la ficha correcta para que los demás cayeran. Sin equilibrio
no existe fortaleza ni firmeza. Sin equilibrio no existe paz. Así de simple.

−¡No es verdad! −lo miró asustado−. Superaremos este golpe. El tiempo cura las heridas.

−Que mentira tan ingenua. El tiempo no cura nada, uno aprende a vivir con el dolor. Es el
camino más fácil para algunos, para otros no es posible –contestó indiferente mientras miraba
el reflejo de las estrellas en el agua de aquel canal.

–No importa. Superaremos esto –inspiró hondo. Luego le extendió un saquito tejido, de esos
que hacia su abuela. Allí dentro estaba los objetos de valor que el había tomado–. Aquí hay
muchas cosas de valor, prendas de oro, joyas y demás cosas, son suficientes como para que te
vallas lejos de aquí. Lejos de mi familia. Vete Lucas y olvídate de lo sucedido.

–¿Por qué?–había un deje bromista en su voz.

–¡Porque le haces daño a mi familia con tu presencia! Para nosotros es mejor olvidar lo que
aquí ha pasado. Es por el bien de todos.

–Eh, así que finalmente haces algo. Aunque lo haces bastante mal. Te has desasido de las cosas
que los involucran con un crimen, excepto de mi. Un error fatal. Me has dejado con vida y me
sobornas con dinero para que me aleje. ¿No seria más fácil si también estuviera muerto?

–No pienso matarte. No soy un asesino.

–Ya –lo miró con unos ojos bastante cuerdos–. De ahora en adelante te querré como un
hermano. Como Caín a Abel– carcajeó ligeramente por su chiste con humor negro–. Así que
procura tener cuidado –tomó el saquito tejido que Luis le tendía–. Por ahora no tengo pensado
hacer nada más. Ya todo esta hecho. El equilibrio se caerá y cada uno se hundirá a su manera –
se puso de pie con cierta dificultad–. Y como tus hermanos no saben que me has dejado vivo,
mi existencia para ellos será tan insignificante como un granito de tierra, en cambio para ti
será como una maldición. Como una sombra que estará pegada a tus pies. Será como un mal
olor que solo tú percibirás.

–No tenías pensado que esto llegara a la policía ¿no es así? –Indagó con cierto temor–. Tú
querías que no solo matara a su amiga, sino que también ocultásemos la escena del crimen.

–¿De que me sirve a mi que ustedes estén preso? Allí los encerrarían tras barrotes. Eso no es
suficiente. Es mejor algo peor y no hay nada peor que la cárcel que se elige por uno mismo.

Bajo la luz de la luna escogió un camino diferente del de Luis. Caminaba lento debido a la
caída, el tobillo se lo había doblado y el dolor en su hombro por la herida de la bala era casi
insoportable.

–¿Qué fue lo que paso, Lucas?–el nombrado detuvo su camino.

– Quédate con tu estúpida pregunta. No diciéndote la verdad te estoy haciendo un favor – y


continuó su camino.

La música seguía sonando y Luis seguía inmóvil como esas bellas estatuas helénicas que
adornaban las fuentes. Quieto como un ciervo asustado. Solo faltaba escuchar algún disparo y
entonces su alarma se activaría, saliendo corriendo de allí. Lejos del cazador.

Pero no. No había disparo. Ni tampoco el cazador estaba cerca.

Respiró con dificultad. Entonces, como si despertara de un letargo, corrió a revisar los cuartos,
los baños. Revisó hasta debajo de la cama, buscando al usurpador.

Jolene seguía sonando.

–He talks about you in his sleep. There's nothing I can do to keep. From crying when he calls
your name, Jolene.
Llego nuevamente a la sala, inspeccionando cada lugar. Sobre la mesa una nota estaba. La
cogió con manos temblorosas.

«Te veré cuando se crucen nuestros caminos»

No tenía remitente pero Luis no necesitaba saber eso. Él sabía perfectamente a quien
pertenecía. Arrugó la nota con su mano y la tiró al cesto de basura. Tenía el ceño fruncido,
además, su rostro denotaba preocupación.

–Maldito seas –murmuró iracundo. Tomó sus llaves y salió rápidamente. Corrió por los pasillos
con el celular pegado a su oreja–. Vamos contesten, contesten ¡Contesten! –alguien tomó el
auricular– ¿Mamá, donde estas?

–En casa cariño, iba a ir de compras y…

–¡No! ¡No salgas, quédate allí y procura cerrar todo bien!

–Pero…

–Por favor mamá, has lo que te digo. Por amor a Dios, no salgas y cierra todo bien –entró en el
ascensor– ¿Dónde esta Elisa?

–Esta durmiendo. Hoy no tenía clase.

–¿Y los gemelos?

–Ambos amanecieron con fiebre por lo que no los mande al colegio. Ahora están jugando
video juegos.

–Perfecto. Que no salgan, por favor mamá.

–Esta bien hijo. Cuídate –Luis colgó y procedió a hacer otras llamadas, mientras lo hacía entro
con prisa en el auto.
– ¡Mierda, contesta Leandro! –nadie contestó, volvió a intentarlo y nadie atendió. Maldiciendo
marcó otro numero–. Vamos Santi, contesta o sino me va a dar algo –conducía como
endemoniado e incluso se paso varios semáforos en rojo.

–¿Qué pasa Luis? –respondió cansado el rubio.

–¡Gracias al cielo que respondes! ¿Donde estas?

–En mi apartamento –el castaño parpadeó un par de veces ¿Santi se había ido a su casa? ¿Por
qué?

–¿Y Leandro esta contigo?

–No ¿Por qué?

–Por nada. Quédate allí y cierra todo bien ¿De acuerdo? No le abras a desconocidos.

–Luis, me hablas como si yo fuera un niño pequeño. No soy tan estúpido.

–Cierra todo bien. Es una orden de tu hermano mayor –antes de que el otro pudiera replicar
cortó la llamada. Sabía que ha Santiago le reventaba que le diera ordenes como hermano
mayor pero al final obedecía. Estacionó el auto y se abajó con rapidez, y con la misma presteza
subió las escaleras hasta llegar al piso cinco. Intento abrir la puerta del apartamento pero
estaba cerrada ¿Sera que había salido? ¿Tal vez estaba trabajando? Era mejor cerciorarse.

Buscó las llaves que tenía y la introdujo con nervios en la cerradura. Cuando entro miró por
todos lados. Ninguna señal de su hermano menor.

–¿Leandro? –llamó, obtuvo silencio a cambio– ¿Estas aquí?

Revisó la cocina, el baño y por ultimo el cuarto. La puerta estaba cerrada con llave. Le dio una
contundente patada estilo Rei (3) y entró al cuarto. Allí vio a Leandro, acostado en la cama, al
parecer dormía. Luis suspiro tranquilo y cerró las ventanas.
No pudo decirle nada a Leandro pero le dejo una nota avisándole que se mantuviera allí. Sin
hacer más salió de allí.

–¿Luis? –la dulce voz de Aarón fue como un vaso de agua refrescante. Él había salido a botar la
basura– ¿Qué haces aqu…? –no le dejo ni terminar la palabra cuando ya estaba cubriendo sus
labios de dulces y apresurados besos.

–Por favor, quédate en casa esta noche. Quédate aquí. Yo iré a buscar a los niños.

–Pero…– le dio otro beso, esta vez más largo que los demás.

–Te lo ruego –lo beso fugazmente, le quitó las bolsas de basura y se fue. El pelirrojo se quedo
sumamente consternado.

Sin perder mucho tiempo, volvió a subir al auto y dando un giro de 180° fue hasta la escuela de
Mariana. Actuaba así porque estaba asustado, nervioso y preocupado. Lucas tenía razón. No
debió dejarlo vivir. Su existencia era como una maldición que lo perseguía a donde quiera que
fuera. Su existencia había hecho que se desarrollase en él una enfermedad que le estaba
costando horrores superar.

Una vez que recogiera a sus hijos los podría bajo protección. No dejaría que nada les hiciera
daño porque ellos eran lo más importante que tenía en este mundo.

En quince minutos estaba en la escuela de Mariana, había conducido muy rápido y los cauchos
hicieron un chirrido ensordecedor en cuanto freno.

–Me llevare a mi hija, Mariana –le informó a la maestra de guardia. Ella le miro algo insegura,
como si le preocupase que Luis estuviera justo allí, preguntando por su hija– ¡Que no escuchó!
¡Déjeme pasar para buscar a mi hija! –en ese momento la maestra que le daba clase a
Marianita salió del salón de clase y lo miró con estupefacción.

–¿Señor Torrealba?

–Vine a buscar a Mariana. Debo llevármela, es una emergencia –la maestra de Mariana era
una mujer joven, bastante joven. No sobrepasaba los treinta. En alguna oportunidad Luis la
había encontrado bastante atractiva. Tenía una sonrisa amable y ojos celestes. Y justo ahora
esos ojos celestes miraban en suelo y las manos sutiles de hadas se retorcían con
preocupación. Luis notó que una repentina e intensa ansiedad le atenazaba el estómago–
¿Dónde esta mi hija? –Cuestionó con una voz afilada como una navaja– ¡¿Dónde esta?!

La mujer se sobresalto ligeramente y lo miró a los ojos. Estaba nerviosa.

–No sabemos donde esta la pequeña Mariana –Luis sintió que se le bajo la presión sanguínea.

No había pasado demasiado tiempo, ni siquiera una semana cuando la situación se había
desbordado. Las discusiones en casa. La culpa. El odio. El resentimiento. Cada uno de esas
emociones tan oscuras surgió y se apoderaron de su casa y de cada uno de ellos. Era como una
enfermedad corrosiva que se expandía por sus venas y no había medicamento alguno capaz de
calmar el dolor.

Y empezaron las pesadillas. Recurrentes y asfixiante. Amargas y largas como un medicamento.

Las estrellas en el cielo le dejaron de parecer bonitas, igual que las sonrisas coquetas de sus
compañeras. Había una cosa, una sombra, un olor putrefacto que perseguía a Luis a todas
partes, los perseguía incluso en sueños. La sola idea de que Lucas pudiera volver y amenazar a
su familia le producía nauseas, una sensación de ansiedad absolutamente insoportable.

Fue cuando empezó su enfermedad.

Con el miedo de que aquel individuo volviera, Luis se tomaba la molestia de cerrar todas las
puertas con llave. Cerraba hasta las ventanas con la esperanza de mantener aquel hogar.
Sentía que era su responsabilidad. Debía ser suficiente que las puertas estuvieran cerradas con
llave y Luis sabía que el mismo la cerraba pero aun así Luis se levantaba cada cinco minutos
para verificar si había cerrado bien la puerta.

Era una necesidad de la que no se podía desprender. Necesitaba comprobar si de verdad la


había cerrado. Acostado en su cama, trataba de convencerse a sí mismo de que si la había
cerrado pero la angustia era más grande que su memoria. Rodaba en su cama, de un lado a
otro, tratando de calmar su ansiedad. Tratando de no pensar en otra cosa que no fuera la
puerta.
“La cerré. Estoy seguro de que la cerré” se decía a si mismo con firmeza. Sin embargo, la
firmeza le duraba poco cuando se daba cuenta de que ya estaba levantado para ir a comprobar
si lo que pensaba era cierto. “¡Por la puta! ¡Claro que la cerré!”

Sabía que la había cerrado pero no había nada malo en comprobar de vez en cuando.

Lo malo es que ese de vez en cuando se fue multiplicando. Primero eran cinco veces que se
levantaba. Luego pasó a veinte, treinta, cincuenta hasta que llego a la cantidad de cien. Era
insólito que se levantase cien veces en la noche para ir a verificar si la puerta estaba con
pasador.

Era un comportamiento obsesivo compulsivo.

Una cárcel introducida por el miedo y la inseguridad. Pero no era el único que desarrollaba su
propia cárcel. Santi también comenzó a caer, la depresión toco su puerta y el rubio se la había
abierto para castigarse a si mismo por el pecado cometido. Leandro, por otra parte, empezó a
desarrollar una cárcel aun peor: la locura. Estaba empezando a desequilibrarse.

–Me asfixio…–murmuró en sueños el menor de los Torrealba. Para entonces eran las dos de la
mañana. Luis estaba despierto, su reciente comportamiento compulsivo le impedía dormir
bien. Con aquel murmuro, Luis miró a su hermano desde su cama. Leandro se removía
inquieto en sueños–. Me asfixio…–repitió sin despertar.

Luis se sentó en la cama algo intrigado. Santi también se había despertado y le devolvía al
castaño una mirada inquieta.

–¿Leandro? –llamó suavemente. El nombrado abrió los ojos, su pecho subía y abajaba con
lentitud como si le costase trabajo respirar– ¿Estas bien?

El menor se sentó en la cama, su frente se encontraba empapada de sudor. Murmuro algo


pero tanto Luis como Santi no entendieron.

–¿Qué sucede?

–Necesito salir de aquí –dijo, las palabras salían estropeadas. Se puso de pie y camino hacia la
puerta del cuarto, se veía mareado, desorientado, parecía como si le faltaba el aire–. El techo
se va a caer… se va caer… me asfixio…
–Leandro, que estas diciendo. El techo no se va a caer –el mayor de ellos lo tomo del hombro,
preocupado pero Leandro no le escuchaba, intentaba abrir la puerta con urgencia.

–El techo me va a caer encima –repitió con voz apremiante. Temblaba y estaba tan pálido–.
Me va a caer encima.

–No va a caerte nada encima –le aclaró nervioso Santiago, pero antes de que pudiera
continuar con su discurso, Leandro terminó de abrir la puerta y salió corriendo del cuarto, fue
a parar a la cocina, buscando desesperadamente un vaso con agua.

–Santo cielos ¿Qué sucede contigo?

–No es nada…– musitó al dejar el vaso en el lavamanos. Al beber agua pudo recobrar algo de
sentido común aunque su cuerpo aun temblaba–. Una pesadilla, supongo.

Pero no. No era una pesadilla. Era una sensación de horror que nacía en sus extrañas y se
manifestaba de aquella manera. Un pánico que se reflejaba en su comportamiento y que cada
vez se acrecentaba más y más.

No fueron una o dos veces. Fueron cerca de cinco veces que se levantaba de esa manera y Luis
no comprendía que sucedía.

–¿Qué rayos estas haciendo Luis? –preguntó molesto su padre al verlo en el techo.

–Estoy verificando que el techo este bien puesto.

–¿Qué…?

El techo era de tapas de zinc y Luis revisaba que estuvieran bien sujetas a las vigas.

–Revise el techo, amarre todo bien así que no te preocupes de que se caiga –dijo suavemente
a su hermano menor antes de que todos fueran a dormir. Leandro asintió ausente. Luis suspiro
cansado.
–¿Cómo haces Luis?

–¿Qué?

–¿Cómo haces para sobrellevar que mataste a Lucas? –Preguntó con un desesperado anhelo
en su voz–. Te veo tan tranquilo con eso. Es como si no te afectara tener las manos manchadas
de sangre –pero Leandro se equivocaba. Luis no había matado a nadie y por eso no se sentía
tan culpable–. Yo no puedo sobrellevarlo, no puedo soportar haber matado a Susana… Estoy
hundiéndome y no se que hacer.

Era verdad. Se estaba hundiendo. Luis lo sabía y no encontraba como ayudarlo. De vez en vez
miraba a otro lado, hacia las margaritas marchitadas. Hacia el pasto muerto. Hacia las vigas
oxidadas. Mirar cualquier lugar era mejor.

Puede que su padre también pensase así, debe ser que por eso, esa mañana, guardó sus
pertenencias en una pequeña maleta y se fue sin decir nada. Se fue sin decir adiós.

–¿Mi papi va a volver? –preguntó su pequeña hermana. Luis sintió el mismo nudo en su
garganta, ese que sintió años atrás cuando Leandro también preguntó lo mismo. Y una vez más
se vio forzado a esbozar una tímida sonrisa y decirle a su hermanita que su papi en algún
momento iba a volver.

Los días transcurrieron y su padre jamás regreso.

“Cobarde” pensó Luis decepcionado de aquella figura paterna que había huido, dejando una
familia rota, sin dinero y sin destino. Sus labios temblaron como los de un niño pequeño
cuando lo regañan. Se negó a llorar. No debía hacerlo. Debía ser fuerte aunque su equilibrio
era tan precario como el de Leandro.

Como el mayor de los tres; debía tomar la responsabilidad de la familia. Debía ser la cabeza en
la que los demás se apoyaran. Así lo habían educado… pero era tan difícil. Llevar aquella carga
con tan solo diecinueve años. Era demasiado. Aunque no lo quisiera, seguía siendo un niño.

–Tranquilo cariño, todo va a salir bien –tranquilizaba su abuela al ver la pena que acarreaba.

–No, no esta nada bien abuela –alegaba apesadumbrado–. Dios…, es tan difícil todo esto.
–Estoy segura de que encontraras una salida.

–¡Eso es lo que cree todo el mundo! –manifestó dolido– ¡Sólo soy un hombre!... Creen que soy
más fuerte de lo que en realidad puedo ser... ¡Pero solo soy un hombre! ¡Uno miserable y
débil...!– no pudo acallar más el llanto y lloró en las piernas de su abuela por la impotencia, la
rabia y el miedo que latían en su cuerpo como si de un corazón se tratase.

La gente sobrevivía. La gente lo superaba. La gente volvía a florecer…

Así que… ¿Por qué? Si la gente sobrevivía, superaba y florecía ¿Por qué ellos no lo hacían? ¿Por
que en vez de superar lo que paso solo se hundía más?

Y como no podía superar eso, decidió huir. Igual que su padre.

–Cobarde –articulaba entre dientes Santiago–. Tú también vas a huir ¡Cobarde!

Luis empacaba sus cosas. Había decidido ir a entrenarse como militar. Era lo mejor. Allí estaría
lejos de tanto dolor y de tantos recuerdos. Temía que Lucas regresara y de que las puertas no
estuviesen bien cerradas, no obstante, no podía quedarse a asegurar eso. Era como nadar
contra la corriente y Luis ya estaba cansado de agitar los brazos en vano.

Le dijo adiós a su madre, a su hermanita pequeña, a Leandro y a Santi. Camino sin mirar atrás,
sin mirar su casa paterna y el columpio viejo con el que jugaba de niño. Tampoco miro las
lágrimas acunadas en los ojos de su madre. Ni el espíritu atormentado de Leandro. Ni la
indignación de Santiago. Así como su padre; se fue sin mirar atrás.

Antes de partir del todo fue hasta un lugar. Hasta la tumba se Susana. Cayó arrodillado en
enfrente de aquella lapida. Allí estaba, su nombre, su apellido y su cadáver. Una muchacha
muerta en la que el contribuyó a su desgracia.

Nunca nadie supo de sus sentimientos hacia Susana. Del amor que fluía en sus venas. Ni de las
cartas de amor que él había escrito para ella. Antes de partir las quemó para que nunca nadie
las leyera y las palabras solo quedaran gravadas en algún vago lugar de su corazón.

Allí en el cementerio no salió ningún lamento, ni una lagrima. Se dio cuenta de que amar,
disculpar y pedir perdón no tenía sentido en frente de una tumba.
–Ella estaba cuando les dimos su receso pero cuando les toco entrar a todos ya no estaba – le
escuchó decir en un atado de nervios. Luis apenas podía mantenerse en pie–. Los hice entrar
en fila, uno detrás de otro como indiecitos y mientras entraban los iba identificando y fue
cuando me di cuenta de que no estaba. La hemos buscado por todas partes pero no la
encontramos.

El mayor sintió que hubo un agujero debajo de él que se lo tragaba.

–¿Hace…, hace cuanto tiempo? –preguntó en un hilo de voz.

–Media hora más o menos.

Luis asumió que no debía de estar muy lejos. Sin decir nada más se fue corriendo de allí, corría
por las calles de la ciudad y, sin importarle si le llamaban loco, comenzó a llamar a Mariana a
gritos. No fue a ver si su hijo pequeño estaba en el cuidado diario, estaba seguro de que
Marcus tampoco estaba.

– ¡Mariana! ¡Marcus! –gritó sin dejar de correr. El terror lo había dominado, envenenándole de
miedo y dolor–. ¡¿Dónde están?! ¡Mariana!– chilló con los ojos inundados de lágrimas,
avanzando por aquella ciudad tan conocida por sus pies.

Nadie respondía sus llamadas. Nadie salía a su encuentro. Las personas en la cera se hacían a
un lado para dejarle pasar, ignorando su sufrimiento.

Miraba en todas las direcciones, enloquecido, sintiendo que algo doloroso se asentaba en su
pecho.
Lejos de allí, una figura alta y de cabello oscuro como la tinta llevaba de la mano a Marianita y
de la otra al pequeño Marcus, este daba pasitos cortos y el muchacho no parecía impaciente
por el paso tan lento. De hecho, parecía disfrutar de aquellos momentos. Tenía una sonrisa
grande y encantadora como la luna.

–¿A dónde vamos? –preguntó con curiosidad Marianita. No se le veía asustada por ir con un
desconocido. De hecho ni siquiera iba por la fuerza.

–Vamos a ver a tu mami –respondió cariñosamente el muchacho.

–¿De verdad? –desde que había muerto su mami, Mariana nunca había ido a verla. A su papá
no le gustaba llevarla pero Marianita quería ir allí. De solo pensarlo se emocionaba.

–Por supuesto que si. Yo no te mentiría.

–¿Y podemos llevarle flores?

–Le llevaremos lo que tú quieras.

Ese día en que le dieron la desgraciada noticia, Luis se encontraba practicando instrucción
premilitar. El sargento lo llamó a gritos, diciéndole que tenía una llamada en espera.

Luis supuso que era de su casa. Su estomago se hizo un nudo, temiendo que alguna mala cosa
hubiese pasado en su ausencia. Tal vez Lucas había regresado y en la oscura noche se había
colado en su casa, como una aparición siniestra de la noche.

–¿Qué sucede Santiago? –preguntó con la voz agitada debido al entrenamiento. Pero del otro
lado solo se escucharon unos silenciosos sollozos– ¿Santi?

–No reacciona…– contestó finalmente con la voz quebrantada– y no se que hacer.


–¿De que hablas? Habla claro Santiago.

–No reacciona –repitió apesadumbrado–. Dicen que esta en un coma inducido- continuaron
los sollozos y Luis no sabía de que demonios estaba hablando su hermano–. Lo quieren
transferir a un centro psiquiátrico ¡A un manicomio!

“No hay nada peor que la cárcel que se elige por uno mismo”

Luis recordó las apalabras de Lucas antes de irse y esas palabras lo hicieron palidecer. Todo
tomo forma en su cabeza, uniendo las piezas y las palabras claves, al final tenía el escenario
que necesitaba para comprender de qué hablaba Santiago.

Por ser una emergencia familiar le dejaron salir. Luis avanzó temeroso hacía la dirección que
Santi le había dado. El taxi en el que iba se aproximaba hacia el centro psiquiátrico “Gracia de
Dios”, de Dios no tenía nada, ni siquiera las enfermeras con su uniforme blanco se parecían a
los ángeles. Aquel lugar se acercaba más al infierno, con los locos gritando y llorando, y otros
ausentes de la realidad. Justo en ese estado de encontraba Leandro.

–Venga Leandro, ya para el jueguito que no es gracioso –dijo algo nervioso al estar frente a
aquella cascara que decía ser su hermano. Lo miró a los ojos y notó que el brillo estaba
ausente, sus ojos claros como la miel se parecían más a las ventana de una casa vacía–. No
puedes huir, sabes que no. Yo lo he intentado y no me ha servido de mucho –relató con la
esperanza de que hubiera alguna reacción–. Si yo no he podido huir, menos lo harás tú ¡Me
oyes! ¡No puedes huir así que tienes que reaccionar! –lo tomó de los hombros y lo zarandeó
suavemente. Aquel muñeco tan solo se hamaqueó durante unos segundos– ¡Reacciona,
vamos, no te hagas el idiota!

Lo que pasaba era que Luis no entendía que, a veces, la realidad es solo dolor y, para escapar
de ese dolor, la mente de Leandro tuvo que abandonar la realidad.

Cuando se cansó de gritarle, agachó la cabeza y se inclinó hacia delante hasta apoyar la frente
contra el pecho de Leandro. Dejó caer los hombros y emitió unos leves y desesperados
sollozos. En ese estado Luis parecía terriblemente débil y quebrantado.

Una imagen que se alejaba mucho de lo que deseaba proyectar.

También huyó de ese lugar. No podía soportar ver allí a un ser querido y ser incapaz de
ayudarlo. Se refugió en la rutina condicionada por la escuela de militares. Seguía al pie de la
letra todas las órdenes. Mantenía un rostro cauto y una voz seria. Hacía ejercicios,
abdominales cada noche antes de ir a dormir y sentadillas cuando se levantaba. Era una buena
forma de eludir sus pensamientos. Y cuando le tocaba entrenamiento cuerpo a cuerpo
descargaba con su oponente toda la frustración que sentía.

–¡Basta! ¡Esto no es una batalla real! –le decían a gritos al separarlo de su oponente. Luis
respiraba agitado a causa del esfuerzo– ¡Estas castigado, lavaras los baños!

A Luis no le importaba lavar los baños. Solía hacerlo en su casa, aunque allí la humillación era
menos que en aquel recinto. Mantenía su mente atosigada. Inspiró hondo. Estaba tratando de
llenar un hueco que nunca iba a llenarse. Hacía que todo en su vida pareciera un
encubrimiento. Detestaba esa sensación.

–Es una iglesia…– murmuró entrando a aquel lugar. Se había escapado de aquel sitio, odiaba
estar encerrado, seguro que cuando regresase le darían una buena bronca. No le importo y
siguió contemplando la iglesia. Hacia mucho tiempo que no había entrado a una. Le trajo una
inmensa paz estar allí. Caminó por el largo pasillo hasta llegar a una de las primeras bancas.
Eran las cuatro de la tarde y la iglesia estaba sola. A Luis le gustaba más así que cuando estaba
abarrotada de cientos de “fieles”.

No se arrodillo frente a la sacristía, ni tampoco se santiguo, pero luego recordó que había que
santiguarse y lo hizo porque él era católico, aunque no iba tanto a la iglesia. Al menos no con
tanta frecuencia como antes.

Deseó quedarse allí sentado, sin hacer nada, sin hablar nada, sin pensar en nada y que la vida
pasase fuera de la iglesia mientras él continuaba allí sentado. No deseaba nada más.

–Aquí hay tanta paz –se dijo para si mismo sin percatarse que estaba siendo oído.

–La casa de Dios siempre esta llena de paz –un joven de ojos grises se sentó a su lado. Le
sonreía amable. Luis no le puso mucho cuidado, ni siquiera cuando el joven le miró, estudiando
sus rasgos masculinos–. Me pareces familiar.

–Nunca te he visto –contradijo tajante.

–A mi me parece que yo si te he visto pero no se donde. Puede que seas del mismo lugar de
donde vengo. Allá las puestas de sol son tan cálidas y rojizas, casi como acuarelas. A mi prima
le encantaban –rió suavemente–. Es una pena que a veces no todos podamos ver los
atardeceres con esos mismos ojos, yo mismo me incluyo en esa lista. Antes los veía con esos
ojos y ahora…, ahora los atardeceres me parecen triste, pensé que era por la zona y pensé que
si me alejaba de allí los atardeceres volverían a ser lindo pero… no importa a donde vaya,
donde quiera que esté lo atardeceres son tristes.

Luis le miró de reojo, preguntándose si aquel joven también estaría huyendo.

–La casa de Dios es agradable y creí que viniendo aquí las cosas cambiarían. No obstante, nada
ha cambiado. Me parezco a esas palomillas que se golpean una y otra vez contra una ventana
de cristal –le miró sonriente. Luis también sonrió. Hacia mucho tiempo que no lo hacia–. Tu
también estas huyendo ¿no? Lo veo en tu cara.

Pero Luis no contesto, permaneció en silencio mirándolo.

–Cuando uno huye termina por tomar rumbos equivocados. Yo pensé que al venir aquí a
estudiar sacerdocio las cosas cambiarían. Amo a Dios pero… no se si este es el rumbo que debo
seguir –el chico abajo la mirada, nostálgico–. Así que cuando me siento así me pongo a rezar –
de repente sacó un rosario y se lo mostró a Luis con una sonrisa como de media luna. Luis
quedó perplejo–. Venga, vamos a rezar.

–Yo no quiero rezar –replicó vacilante. El chico entrecerró los ojos, molesto y eso bastó para
que Luis se arrodillara para rezar el rosario.

– Bien, hoy es jueves, así que rezaremos los misterios luminosos. Ave Maria purísima.

–Sin pecado original concebida –le siguió Luis con un suspiro de resignación. El chico lo
observó y en sus ojos se notó cierta chispa de diversión, como si le hiciera gracia que aquel
joven castaño, a pesar de su negativa, se supiese los rezos.

Aquel día se sintió despejado, no sabía si era porque le había hecho bien rezar o porque hablar
con alguien que no conocía le aliviaba. Al día siguiente se escapó nuevamente y volvió a la
iglesia para seguir hablando con aquel joven, al día siguiente también volvió a escapar, y al
siguiente, y al siguiente…

Supo que el chico se llamaba Gabriel y que estaba en un seminario para ser sacerdote. Era la
primera vez que Luis hablaba con alguien que iba a ser sacerdote. Gabriel también llevaba
huyendo de un problema familiar, él vivía con sus abuelos y una prima pero su prima la habían
asesinado y, al parecer, violado. Como producto de eso su abuelo había intentado suicidarse y
como resultado acabó en un centro psiquiátrico. Su casa se había vuelto un caos y para
alejarse de tanto negativismo, Gabriel había decidido ir a un seminario.

A Luis esa historia le era muy pero muy familiar. No solo porque Gabriel había hecho lo mismo
que él, sino lo que había sucedido en su familia.

–¿De casualidad tu prima se llamaba Susana? –tenía un nudo en el estomago. Gabriel asintió
algo sorprendido. Luis se quedó, momentáneamente, sin respiración–. Eres el primo de Susana
García.

–¿Cómo sabes eso?

–Mi hermano era amigo de tu prima. Grandes amigos –a Gabriel se le ilumino el rostro como si
por fin había dado con la pieza del rompecabezas que le faltaba.

–Por eso me eras tan familiar. ¡Es increíble que sean familia! Te pareces muchísimo a Leandro,
aunque tus rasgos son más…

–¿Masculinos? ¿Sexys? ¿Atractivos? –bromeó con una sonrisa astuta. El chico le dio un ligero
golpe en el hombro para que se callara.

–¡Que ególatra eres! ¡No me refería a eso! –bufó molesto–. En fin, te pareces a tu hermano,
solo te faltan los lentes. A propósito ¿Cómo esta él? se que estuvo cuando mi abuelo intento
quitarse la vida. Lo ultimo que supe fue que lo llevaron al hospital.

Luis no quería hablar de eso. Era un tema doloroso. Todas las noches soñaba con esos y la
rutina de militar no era suficiente.

–No se ha recuperado. Quedo en shock así que lo trasladaron a un centro psiquiátrico– de eso
ya habían pasado cinco meses…

–Lamento mucho saber eso.

El castaño negó con la cabeza. Ese tema no era productivo. Era mejor cambiar de tema y seguir
corriendo cuanto pudiera. Gabriel le ayudaba a eso. Era un chico agradable, bastante amable e
ingenuo. Era muy grato hablar con él de temas que no fueran de su familia.
Pero con los días se dio cuenta de que saber que Gabriel era primo de Susana le pesaba.
Porque de alguna manera él había sufragado a que su prima se hundiera. Era una piedra
enorme la que tenía que soportar en su cabeza. Y decidió contárselo.

–Hay algo que debo confesarte, Gabriel.

–Ay Luis, todavía no soy sacerdote como para cargar con tus pesados pecados –replicó
infantilmente–. Duraríamos toda la eternidad en eso. Es más, hasta el Cristo en la cruz se
caería.

–No es gracioso. En serio Gabriel. Hay algo que debes saber antes de que sigamos siendo
amigos.

Y Luis le contó todo. Absolutamente todo. Esta vez no se guardo lo de los sentimientos de
Santi, de la decisión que este había tomado. De como eso afecto no solo a Susana sino la vida
de todos. Le relató sobre Lucas, lo que hacia y lo que les obligo a hacer. Le confesó como había
muerto Susana, sobre la decisión de Leandro y la idea de deshacerse del cadáver. Además le
dijo algo que, hasta ahora, nunca le había dicho a nadie (salvo a su abuela), sobre que en
realidad había dejado con vida a Lucas y su existencia le perseguía con la misma insistencia que
un gato caza a un ratón.

Gabriel escuchó asombrado toda aquella historia. Al final se quedó mirando el suelo y Luis
temió que no le volviera a hablar porque su pecado era demasiado.

–Yo sabía que mi prima se drogaba –musitó triste–. Se los dije a mis abuelos pero ellos no me
creyeron. Intente ayudarla, sin embargo, de nada servía porque siempre acudía a las drogas. Al
final deje que Susana siguiera con eso porque no quería hundirme con ella.

Después de esas palabras se quedó mirando al Cristo crucificando de la iglesia. Paso un largo
rato sin que ninguno se dijese nada. Gabriel no parecía molesto ni indignado, tenía una
expresión tan serena que a Luis le desconcertó.

−¿No estás enojado?

−Y a mí de que me sirve estar enojado −le miró atentamente−. Me siento un poco enfadado y
también algo indignado por la forma en que murió y el involucramiento de tu hermano en
todo esto. Pero… no solo me siento así por lo que hicieron ustedes, sino también por lo que
hizo Susana. Ella es tan responsable como Santiago de su propia adicción. Me molesta que
haya caído tan bajo cuando era una muchacha tan tranquila… Es una pena que todo haya
terminado así. Y es una pena que por culpa de ella tu familia y la mía se hayan desmoronado.

Luis estaba boquiabierto− ¿No crees que estas siendo muy duro?

−Solo estoy siendo realista. Además, tú y yo somos amigos ahora, me has ayudado a llevar este
suplicio. Eso es lo que importa −se puso de pie, alisando sus pantalones−. Me tengo que ir. Nos
vemos mañana.

Luis realmente estaba sombrado de su paciencia y de la capacidad que tenía para seguir
adelante. Si fuese él al que le hubieran matado una prima no dudaría en agarrar a puñetazos al
desgraciado que contase eso.

−Gabriel, eres un Santo.

−¿Verdad que si? Yo llevo días pensándolo. Seguro que ya me he ganado un lugar en el cielo
−dijo risueño. Posó fraternalmente una mano en el hombro de su amigo−. No te preocupes
que la confesión quedara como un secreto. Por tanto, no se lo diré a nadie. ¿Te cuento
algo?−Luis asintió y Gabriel se inclinó levemente, casi como para hablar de un secreto−. A mí
me parece que Dios y Susana también te han perdonado −susurró con precaución, Luis lo miró
con los ojos muy abiertos. Y recobrando su tono normal, continuó−. Solo falta que te perdones
tú.

Esa era la parte más difícil. No se podía perdonar. Lo intentaba pero se decía que no lo
merecía. Las pesadillas seguían y llego un punto en que también se levantaba a media noche,
murmurando que el techo le iba a caer encima. Si seguía así terminaría igual que Leandro y eso
le asustaba.

“Loco, me volveré loco. Por favor Dios, por favor Jesús, no dejen que me vuelva loco...”

Suplicaba desesperado. Hasta le daba miedo dormir por si volvía a tener un ataque como ese.
En general estaba bastante mal. Se sentía como un gato arrinconado, dando arañazos con los
ojos cerrados.

−Hazte a un lado, Gabriel −susurró en medio de la noche. Llevaba días escapándose del
recinto, dormir allí era un infierno. Además, estaban los constantes ataques de pánico y
Gabriel le ayudaba con eso.
−Realmente eres molesto ¿Sabías que detesto compartir cama? −murmuraba irritado, dándole
espacio en su angosta cama. El castaño estaba quitándose las zapatillas.

−Me vale un cuerno lo que pienses. No sé porque te molesta tanto, ni que te fuera a violar −el
castaño medito una cosa− ¿Me dejas violarte?

Solo a él se le ocurría hacer una pregunta de ese calibre. Gabriel resopló cansado.

−No. Además, llevas mucho tiempo allí encerrado, seguro que ya se te olvido como usar tu
aparatito –hizo un ademan con la mano como si le restara importancia a eso.

–¡Por supuesto que no! ¡Todavía sirve y se utilizarlo muy bien! si quieres podemos
comprobarlo.

–No, gracias. Me gusta mi trasero virgen.

–Tú te lo pierdes –y se acostó en la cama

−Vamos a rezar para que hoy también duermas como un bebe −dijo Gabriel con una sonrisa
infantil. Y rezaron en la cama como dos niños pequeños en medio de la noche.

Luis no sabía si los ataques de pánico habían disminuido por los rezos o aquello era
simplemente un efecto placebo. Sea como fuese cesaron y Luis ya dormía más tranquilo.

Su respiración era tan agitada como las olas del mar en medio de una tormenta. Corría a todos
lados, buscando a sus hijos pero por más que corría no lograba llegar a ellos. Estaba
comenzando a desesperarse más y más.

Se detuvo solo un momento a tomar un gran bocado de aire. ¿Dónde podrían estar? Pensó en
la nota, allí no había nada relevante. Pensó en las ventanas abiertas, nada fuera de lo normal y
luego pensó en la música. Si eso era una pista. Jolene, esa canción no solo era la favorita de
Lucas, también era la favorita de Elizabeth. Una ironía cruel.
El cementerio. Seguramente allí estaban.

Con esa esperanza, corrió en sentido contrario de donde iba. Saber que estaban allí le produjo
un repentino dolor. De todos los lugares a donde pudieron ir ¿Por qué tenía que ser ese? No
iba mucho al cementerio, procuraba no estar demasiado tiempo allí. Era doloroso. Era como
entrar en aguas heladas.

Apartó esos pensamientos tristes y tomo un taxi porque no tenía ni idea de donde estaba su
auto.

–Al cementerio “Prados del sol” –ordenó con voz baja, casi un murmullo. Debía ir donde
estaba la tumba de Elizabeth, donde dormía desde que partió de este mundo.

Miró cada una de las fotografías. Eran recuerdos bonitos y algunos eran dolorosos. Tenía que
destruirlos, si dejaba las cosas tal como estaban Leandro haría muchas preguntas y las
preguntas conllevaban a respuestas tristes y atormentadas.

Hacía unos días en que había recibido la noticia de que Leandro finalmente había reaccionado,
no de la manera esperada pero había reaccionado. No recordaba muchas cosas como por
ejemplo, que Susana se había mudado y se había vuelto drogadicta o que él mismo había
alzado un arma para despojarla de la vida que ella había llevado por un mal camino. También
se había olvidado de Lucas así como también de “Elías”. Luis no sabía si considerar eso como
algo bueno o como una bomba de tiempo.

Santi decía que era la oportunidad perfecta de comenzar desde cero. Luis no estaba tan
seguro. Nunca se comienza cero, la única forma de hacerlo es morir y volver a nacer. Lo que
nos hace lo que somos es nuestro pasado, nuestras decisiones. Si Luis había decidido ser
militar era porque su pasado le empujo a hacerlo. Eso hacía de él lo que era ahora. Por eso
mismo le daba mal augurio que Leandro no recordara nada de eso. Tarde o temprano
recordaría y entonces las cosas serian peor. Si no lo había superado la primera vez ¿quien
decía que a la segunda si lo hiciera? Después de todo, el hecho de haber matado a sangre fría a
Susana iba a estar dentro de él para siempre, hiciera lo que hiciera, eso jamás lo abandonaría.

Pero, aunque le daba mal augurio, no se detuvo ni por un instante para quemar las fotos, es
rasgarla hasta convertirlas en jirones. Tuvo algo de remordimiento, era una punzada leve que
le decía que era mejor decir la verdad. Sin embargo, Luis tenía miedo de decirla. Si volvía a
decaer… si volvía a ese manicomio… No. No iba a regresar allí. Jamás. Por eso debían eliminar
todo rastro que pudiera recordar su pasado.

Aun así, a la ultima foto le costo destruirla. Es más, ni siquiera pudo destruirla. Se quedó,
contemplando con melancolía, aquel recuerdo. Allí en esa foto aparecían los tres: Leandro,
Adrián y Susana. Parecían felices y sonreían a la cámara con sinceridad. Eso fue antes de que
las cosas se vinieran abajo.

Suspiró derrotado y dejo esa foto intacta (4). Estaba convencido de que su hermano
recordaría, aunque fuesen solo fragmentos sueltos. Y cuando lo hiciera buscaría respuesta y tal
vez esa foto le diera una pista. Luis le dejaría esa pista porque Luis quería ser un buen hermano
mayor. Él quería ayudarlo y protegerlo pero hay cosas de las cuales no se puede proteger un
hermano, de los fantasmas del pasado, por ejemplo.

Aquel día fue a buscarlo para que regresase a casa. Era un miércoles, su día favorito.
Finalmente salió de los barrotes que lo encarcelaban y de la cama en la que siempre estaba
postrado como el enfermo mental que fue. Y que, tal vez, algún día seria. Luis no estaba
seguro de nada pero si algo sabía era que cuando él supiese toda la verdad, esta lo golpearía
como un rayo a la tierra, lo devastaría y seguro que no esa vez no se levantaría.

Tenerlo en casa sano y salvo y con todos los miembros de su familia tranquilos, Luis supo que
la paz finalmente había llegado a su casa. Su madre sonrió feliz. Santi ya no sufría tantos
episodios depresivos y sus hermanos corrieron a conocerlo. Incluso Luis dejo de tener tantas
pesadillas, aunque su comportamiento obsesivo compulsivo continuó sin prorroga.

–Ahora si podemos comenzar de nuevo –escuchó que le dijo Santi con felicidad.

–Supongo que estará bien intentarlo –reconoció seriamente–. Pero los recuerdos de Leandro
son como una bomba de tiempo. Solo es cuestión de tiempo antes de que estalle.

–¡Que pensamientos tan negativos! No es una bomba de tiempo. Nunca recordara. Hemos
eliminado todo eso y yo me asegurare de que se queden en el olvido –rebatió con firmeza,
seguro de si mismo–. Ya hemos sufrido lo suficiente. Es hora de que tengamos un poco de
felicidad después de tanto tormento. Es nuestra oportunidad de comenzar desde cero.

Luis abajo la mirada.

–Me gustaría creer eso…


Pasaron muchos años y los recuerdos tristes estaban lejos de ver la luz del día. Estaban ocultos
bajo una espesa niebla que nadie se atrevía a espantar. Todo siguió su curso y fue como si
hubieran frisado la pared fea de bloque hasta convertirla en un bonito friso, incluso la habían
pintado de colores alegres. De azul del cielo y verde de la primavera. Pero no pintaban el rojo
de la sangre, ese quedaba oculto tras el friso y Luis temía cada día por eso.

Él sabía que aquello era solo una fachada para cubrir un pasado terrible. Un asesinato. Un
crimen. Y esa fachada algún día caería porque la arena que utilizaron para frisar no era buena,
era una arena mala y el cemento no estaba bien mezclado. También no habían echado
suficiente agua. En general, era un friso malo, bastante malo. Se desmoronaría, algún día lo
haría.

Y si no se desmoronaba, entonces, alguien vendría con un martillo a quitar el friso tan bonito y
tan falso. Luis sabía quien seria esa persona. Lucas. Seguro que regresaba cuando supiese que
ahora todo iba como la seda. Por tal motivo, Luis seguía levantándose una, dos, tres y hasta
cincuenta veces para verificar si la puerta estaba cerrada.

–Llegas tarde. Eso no debería sorprenderme –se recordó Gabriel en un suspiro triste.

–Pero si llego a tiempo. Tú eres el que esta muy temprano aquí –replicó con gracia. Recordaba
que Gabriel había abandonado el seminario y se había puesto a estudiar derecho. No falto
mucho para que Luis también se le uniera, dejando de lado aquella carrera de militar que tanto
odiaba. Ahora los dos iban por el tercer semestre y era hora de que se consignaran a un
bufete, era lo mejor para vivir en carne propia como iba a ser su trabajo. Para suerte de Luis,
Gabriel tenía una amiga que quería ofrecerles eso–. Además, tu amiga no ha llegado.

–Ya llegara…–el castaño suspiro. Odiaba esperar. Se entretuvo doblando y desdoblando una
servilleta para que la espera no fuera tan aburrida. Por puro aburrimiento miró a la joven que
acababa de entrar y que se había sentado cerca de la barra a pedir una taza de café. La
observó, detallando su esbelta figura y lo afilada que era su cara. Era bonita, agraciada y
parecía elegante.

–¿Qué ya estas aquí? Nosotros también. Si. En una de las mesas– explicaba Gabriel ajeno a lo
que su amigo miraba. La chica que observaba también hablaba por teléfono. De repente se
levanto y Luis la siguió con la mirada hasta que se percató de que venía hacia ellos ¿será que se
había dado cuenta de que había estado mirándole descaradamente? Abajo la vista hacia la
servilleta e hizo como si no se hubiese fijado en su figura.
–Buenos días –dijo con una voz suave como un algodón. Luis se tensó, ¿será que había venido
a darle una cachetada por mirón? ¡Pues quien la mandaba a llevar una falda tan ajustada! Luis
no era ciego y a veces sus ojos iban a donde no debían y en más de una ocasión sus ojos
fueron a parar hacia las piernas blancas y suaves de aquella mujer.

–Buenos días, Elizabeth –respondió educadamente su amigo. El mayor se desconcertó un poco


y miró a Gabriel y luego miró a la mujer ¿ella era a quien estaban esperando?–. Por favor,
toma asiento –y ella se sentó justo al lado suyo para quedar de frente con Gabriel. Luis
percibió una fragancia de peras y frutas.

Durante toda la mañana hablaron y hablaron de trabajo. Primero se presentaron y Luis le dijo
su nombre con una sonrisa grande, ella le dijo el suyo con una sonrisa adorable. Una sonrisa
que Luis amo desde la primera vez que la vio. El padre de Elizabeth era el dueño de un bufete y
ella trabajaba para él, así que podía concertar a quien le viniera en gana y los concertó a ellos
dos.

Luis odiaba los trajes elegantes, por más que se los arreglaba no parecían ser hechos para él. Al
menos el traje de militar le daba un aire salvaje que las chicas amaban pero aquel traje…, en
aquel traje Luis se sentía como un bollo en una canasta diferente. Aunque valía la pena porque
ella le miraba de vez en cuando, regalándole una sonrisa adorable. No dejo de observarla aun
cuando ella fuese su jefa. Le fascinaba cada uno de sus actos desde tomar una taza de café
hasta hacer una mueca de enojo. Ella era elegante y firme en sus pasos, pero había gesto
dulces en sus actos, como esconderse el cabello detrás de una oreja o ponerse un dedo en los
labios de manera infantil.

Se dio cuenta de que había empezado a gustarle de veras y ese gusto se convirtió, más
temprano que tarde, en amor. Un amor al que Luis le tenía miedo como al amor que le nació
cuando aun vivía Susana.

–¿Tienes novio? –le preguntó un día. Elizabeth le miró algo sorprendida por su pregunta, luego
negó con la cabeza, esperando que él dijese las palabras mágicas–. Quiero que salgas conmigo.

Directo al grano. Era mejor lanzarse en la piscina sin pensar mucho en como iba a nadar
después. Seguro que se ahogaba por atorado.

–Yo también quiero salir contigo– le dijo con firmeza sin dejar que se le notara lo mucho que
quería salir con él.

Una jefa no debe salir con un empleado, pero ellos lo hicieron.


Ocho meses después estaban planeando su boda. Y al año tuvieron su primero hijo, una niña al
que le pusieron Mariana y luego un niño al que llamaron Marcus y que nació luego del
divorcio. Su matrimonio duro cinco años. Cinco años en lo que no cesó su enfermedad
obsesiva y que era motivo de muchas riñas entre ellos. Y no solo eso, también fueron las
infidelidades, pero a pesar de todo Luis realmente la amaba.

Elizabeth fue la segunda mujer que amo después de Susana.

El taxi llego al cementerio más rápido de lo que imaginó. Se abajó corriendo y entro a aquel
sitio que le daba escalofríos, esperando encontrar a los que amaba. Mientras más se acercaba,
más cuenta se daba que a lo lejos había dos figuras pequeñas. Su esperanza se acrecentó en
cuanto estuvo frente a ellos y confirmo que si eran Mariana y Marcus.

Luis los abrazó y lloró de puro alivio, de felicidad por encontrar sano y salvo a sus hijos. Su
corazón palpitaba lleno de miedo, preguntándose que seria de él si no los hubiera encontrado.
Cubrió de besos el rostro de los dos y volvió a abrazarlos.

–Mariana, Marcus ¿están bien? –se apresuró a decir mientras los inspeccionaba con la mirada,
buscando algún rastro de daños.

–Estoy bien papi –respondió la niña un poco sorprendida por la preocupación de su papá.
Marcus en cambio agito los brazos en el aire para que lo cargaran. El castaño respiró más
tranquilo al ver que estaban bien.

–¡Mierda Mariana ¿Qué no he dicho que nunca vayas con extraños?! –riñó a la niña por
desobedecerlo

–Pero papi…

–¡Pero nada, nunca vuelvas a hacerme una cosa así! ¡¿Acaso quieres matarme de un infarto?!
¡Esas cosas no se hacen, no vuelvas a irte de la escuela sin mi permiso, ni con desconocidos! –
Los ojos de Marianita se desbordaron en lágrimas. Luis se llenó de remordimiento–. Esta bien.
No llores. Papi no esta enojado, solo algo asustado. No vuelvas a hacer una cosa así ¿de
acuerdo? –La niña asintió levemente, mirando el suelo.

–El muchacho amable me dijo que nos llevaría con mi mami. Por eso vine. Porque quería
visitar a mi mami y traerle una flor y una carta que le escribí –le mostró los objetos
mencionado. Luis la miró con tristeza–.Tú no nos trae. Nunca. Y yo quiero a mi mami.

Luis nunca de los nunca jamases había traído a sus hijos al cementerio. Ni siquiera el día del
entierro de Elizabeth. Hasta él mismo procuraba no ir mucho a ese lugar. Le traía malos
recuerdos. Entrar allí era como si se hiciera ruido en el fondo de un pozo infinito que hasta
entonces estaba mudo. Dentro de aquel lugar estaban las mujeres más queridas por él: su
abuela, Susana y Elizabeth. Era un suplicio visitar ese lugar y saberse tan solo en la vida que
tenía. Una vida que debía seguir quisiera o no y esta vez no podía huir porque tenía hijos,
nunca los dejaría solo como su padre lo dejo a él.

–Lamento mucho no haberlos traído antes –les dijo de corazón a Marcus y Mariana. Era la
primera vez que hablaba con ellos de ese tema–. Se que ustedes la extrañan. Yo también la
extraño mucho –Luis odiaba que ella estuviera muerta. Odiaba que estuviera en esa tumba.

–¿Puedo entregarle esto?

–Claro que si –la niña colocó la rosa y la carta encima de la lapida, junto sus manos pequeñas e
hizo una plegaria silenciosa. Luis espero.

–¡Listo! –le mostró una sonrisa grande como cielo. El castaño tomó a su hijo en brazos y de la
mano a Marianita, salió de allí sin mirar atrás, olvidándose de preguntar por el individuo que
los había traído allí.

A unos kilómetros de allí, sentado en la rama de un árbol, oculto entre las hojas, estaba un
chico de cabello negro como la tinta y ojos tan profundos como la noche. Observaba con un
aire sereno al padre viudo y sus dos hijos. Una familia pequeña. Inspiró hondo antes de
abajarse del árbol y caminar en dirección contraria, marchándose tan silenciosamente como
apareció.
Habían pasado un poco más de ocho años desde aquel incidente y Luis no podía olvidar. Era
algo difícil porque seguía sin perdonarse. Tal vez a Santiago le pasaba lo mismo, solía sufrir de
unas depresiones, subían y bajaban como la marea pero no pasaba de allí. Ni siquiera tomaba
antidepresivos porque la depresión no era tan severa. Leandro por su parte seguía sin
recordar, seguía yendo a terapia por algo que él mismo ignoraba. Quizá era mejor así, sin
embargo…

“Me gustaría que esta fachada se cayera” pensaba de vez en cuando en la soledad de su
cuarto.

Y un día, sin pensarlo mucho, fue a buscar a alguien para devolvérselo a su hermano.

–¿Estas seguro? –le preguntó Elizabeth, ya estaba divorciados o eso creía ella. Luis le había
contado, antes de casarse con ella, el secreto de su familia y Elizabeth también guardó el
secreto. Incluso después de divorciados lo siguió guardando. Ahora Luis le contaba lo que tenía
pensado hacer y ella le escuchaba atentamente.

–Si. Es lo mejor –lo era y también estaba cansado de llevar aquella cruz, era demasiado pesada
y solo quería aligerarla un poco.

–Te apoyare si es lo que deseas –y Elizabeth le ayudo a buscar a aquel que buscaba. Caminó y
buscó hasta que encontró. Allí en el instituto de la ciudad estaba la persona que rebuscaba.
Una suerte tremenda porque Leandro trabajaría allí a la semana siguiente.

Sus pies caminaron despacio mientras pensaba en las palabras adecuada que le diría. Algo para
convencerlo de que se acercara. Se preguntaba si aquel chiquillo lo reconocería, después de
todo habían pasado muchos años, seguro que ya había sepultado todos sus recuerdos de la
niñez.

Ya estaba cerca del instituto. Podía oír el bullicio propio de las academias. Atardecería y Luis
repasó sus dedos por la reja que marcaba un límite entre el instituto y la ciudad. Se llenaron de
polvo pero aquel gesto lo tranquilizo de la locura que estaba cometiendo. Seguramente si
Santiago se enteraba le daba un infarto o lo estrangulaba por ser tan pendejo. Y seguramente
se arrepentiría más tarde por lo que estaba a punto de hacer.
–Hola –saludo sin ningún tono particular. Había llegado a la cancha donde los estudiantes
hacían educación física. Allí lo vio. Pelirrojo, de ojos verdes y piel cremosa. Estaba bastante alto
en comparación del chiquillo que recordaba pero era inconfundible. Lo reconoció al instante.
El pelirrojo estaba buscando una botella de agua en su mochila y lo miró con el ceño fruncido,
como si él fuera un viejo verde que babea por niños de dieciséis años.

–Hola –le devolvió el saludo. Pero era un saludo seco, molesto, lleno de suspicacia. Sus ojos lo
decían todo: extraño.

–Te estaba buscando –lo miró con más extrañeza todavía. Lo miró groseramente de arriba
hacia abajo y de abajo hacia arriba. Se detuvo en sus ojos. Ceño fruncido y labios cerrados a cal
y canto. Volvió a inspeccionarlo y, como si un cable se pega con otro hasta hacer electricidad,
reaccionó. Lo miró asombrado y antes de lo que espero se abalanzó sobre la reja. Esta sonó,
agitada por el brusco por el movimiento.

–¡Eres…, eres…! –la sorpresa no le dejaba formular las palabras correctas.

–Soy Luis, el hermano mayor de Leandro –el pelirrojo tenía la boca ligeramente abierta por la
sorpresa. Luego observó el suelo, pensativo. Sus manos en la reja se cerraron un poco. Luis
observo su expresión. Era la expresión de alguien a quien por fin le dan la noticia que llevaba
tiempo esperando. Sin embargo, había duda. De hecho, el pelirrojo se alejo unos pasos de la
reja como un niño que se aleja, sabiendo que no debe hablar con desconocido.

–Eres Adrián ¿no? –él asintió. No dijo nada. Siguió observando el suelo, pensando. Los labios
fruncidos y la mirada clavada en el suelo, le dijeron a Luis que seguramente no era en algo
bueno. De repente, como de la noche a la mañana, su expresión cambió a una decisiva.

–¿Dónde esta él? –preguntó con firmeza, mirándole fijamente a los ojos con determinación.

–Vendrá aquí. La semana que viene. Será un profesor en este instituto –los ojitos verdes
brillaron emocionados. Luis pensó que había hecho algo bien. Ellos dos se encontrarían y la
fachada se caería. Adrián era la persona indicada para tumbar esa fachada. Estaba seguro de
eso. Y, aunque no hubiese visitado al muchacho, Leandro y él se encontrarían de todos modos.
Era inevitable, inevitable como mirarse al espejo y saber que envejeces.

Regresó a casa, su cruz se había aligerado un poco. Respiró profundo, preparándose


mentalmente para la tormenta que pronto vendría.
Antes de ir a casa pasó primero por una ferretería para cambiar las cerraduras. La bella rebelde
tenía razón, debía de cambiarlas y eso haría. Busco también su auto y lo encontró estacionado
en frente del colegio de la niña. Los metió dentro, colocándoles el cinturón de seguridad y
regresó a casa.

Encontró su celular, había muchos mensajes; de Santi, de Gabriel, su madre, de Aarón y otros
clientes. Suspiró, recordando que había perdido la cabeza y no había avisado a nadie. Para
entonces eran la una de la tarde. Llamó a Aarón, recordando que el muchacho iba a llevarle el
almuerzo. Le explico que estaba bien y que no se preocupara, también le dijo que hoy él se
quedaría con los niños y que lo mejor era que se quedara en su casa para que su familia no le
diera alguna bronca. Luego llamó a Gabriel, explicándole que había faltado a la reunión de las
diez por una emergencia familiar y que no iría al bufete el resto del día. Los pendientes los
dejo para el día siguiente y se concentró en cambiar las cerraduras de la casa.

Lo más fácil era que se mudara. De hecho, ya había empezado a hacer los transmite mucho
antes del día de hoy. Sacó de un cajón un folleto que mostraba unas residencias fuera de la
ciudad, donde el bullicio del tráfico no lo alcanzaba y donde no había edificios sino casas de
una sola planta. Casas familiares con jardines familiares. Calles seguras donde los niños podían
manejar bicicleta y donde el heladero pasaría de vez en cuando. Aquel era un lugar ideal para
llevar a sus hijos. Era perfecto.

Guardó el folleto donde mismo. Había llamado hacía un par de semanas atrás, quedando en
una cita con un agente inmobiliario que le mostraría algunas de las casas de la residencias
“Bosques de Camoruco” y luego Luis haría una oferta. Dicha oferta la había hecho ayer y
estaba esperando respuesta. Viviría en “Bosques de Camoruco”, un lugar tranquilo y se llevaría
a sus hijos, también se llevaría a Aarón. Seguramente la madre del pelirrojo se oponía porque
Aarón era muy jovencito como para formar una familia. Pero Luis ya lo había decidido, se lo
llevaría o en palabras simples se lo robaría. Así de sencillo. Estaba seguro de que Aarón se iría
con él.

No era algo descabellado ¿cierto? Y si. Temía por él porque aun tenía miedo por amarlo. Es
que parecía que, a quienes amaba, la muerte les llegaba de forma precipitada. La primera
persona que amo, Susana, murió terriblemente. Elizabeth, la segunda a la que amo, también
murió y también de una forma espantosa. ¿Acaso Aarón podría sufrir el mismo destino? Se
horrorizo ante esa idea y se convenció de que no iba a ser así. Aarón era diferente. Aarón tenía
que vivir porque si Luis lo perdía, entonces, Luis no tendría fuerzas para seguir adelante.

“No lo perderé…”
–Papi, papi –llamó Marianita, jalando de su camisa. Luis salió de sus pensamientos.

–¿Qué sucede, princesa? –se inclinó hasta quedar a su altura. La niña le extendió un estuche.

–El muchacho amable me dijo que te diera esto. Se me había olvidado –Luis se puso en
tensión. El muchacho amable era Lucas. Se obligó a sonreír ligeramente y tomó el estuche
negro con aquel lazo de color plateado.

–Gracias cariño, ahora ve a jugar ¿de acuerdo? –Marianita asintió y se fue a ver caricaturas al
lado de su hermanito.

El castaño respiró profundo, mirando con preocupación aquel estuche. Lo abrió con
precaución y miró con melancolía lo que el estuche contenía. Una bonita cadena de oro con el
dije de San José que había perdido hacia mucho tiempo. Una cadena que le habían dado
cuando él apenas tenía meses de vida y que él entrego tiempo después al “muchacho amable”
para que se alejara de su familia.

La sacó del estuche con cuidado y se la colocó. Ahora la prenda dorada relucía preciosamente
sobre su cuello.

Que le devolviera aquello significaba que Lucas ya nunca más se alejaría de su vida. Y no solo
de la suya, sino también de la vida de sus hermanos. A Leandro ya le habían devuelto su
prenda de oro. Seguramente Santi también la tendría. Solo que ellos desconocían lo que eso
representaban. Ellos eran felices en su ignorancia mientras que Luis estaba maldito por su
conocimiento.

La noche llegó y Luis fue a dormir con sus hijos. Para estar más tranquilo decidió que todos
dormirían en su cuarto, que era donde estaba la cama más grande. Acostó a Mariana del lado
derecho donde estaba la pared y a Marcus al lado de ella. Luis dormiría en la orilla para
protegerlos. Como todas las noches, les leyó un cuento y de inmediato quedaron dormidos,
fue cuando aprovechó para levantarse e ir a verificar si las puertas estaban cerradas.

Cerró las ventanas, colocándoles un candado. Cerró la puerta con llaves y pasador. Regresó al
cuarto y cerró la puerta con llave, además coloco un camastrón enfrente de la puerta por si
alguien tenía la llave y quería entrar. Eso lo alertaría. Luego fue al baño, cerró la puerta con
cuidado de no despertar a los niños. Allí, encerrado, levanto la tapa del tanque del inodoro,
buscando otro secreto que había guardado por más de ocho años.
Bajo la luz del baño un objeto relució en el agua del tanque. Era una cosa negra, oscura como
la noche y peligrosa como las tormentas. Luis la tomó y fue como si quemara su mano, aunque
el objeto estaba frio, le hirió como mil agujas. Esa era el arma conque Leandro había matado a
Susana, la misma que él había utilizado para dispararle a Lucas y hacerles creer a su familia que
lo había asesinado.

–Esta vez no dudare en disparar correctamente –dijo, como si hablara con el revólver. Lo
apretó con sus manos, casi como si quisiera hacerlas pedazos. Pero luego recordó que la
necesitaba y su agarre se aflojó. Había guardado aquel objeto sin que nadie lo supiese. Lo
guardaba allí, en la tapa del retrete del baño. Allí nunca nadie revisaba, por eso era un lugar
perfecto para esconderla. A veces sentía la necesidad de deshacerse de ella, sin embargo, no la
botaba, le hacía recordar quien era y como era y porque era quien era. Ni siquiera Elizabeth
supo que guardaba tal arma en su hogar.

Volvió a guardar el revolver donde mismo y se fue a la cama. Sin embargo, estando acostado,
la duda le pico. Volvió a levantarse. Quitó el camastrón de la puerta. Quitó el seguro y fue a ver
si las puertas estaban cerradas. Suspiró de alivio cuando así fue. Regresó al cuarto y volvió a
cerrar la puerta con pasador. Volvió a poner el camastrón y volvió a acostarse.

Allí, en su cama, se acostó de un lado y después del otro. Intentaba relajarse pero no lo
conseguía. La duda volvía a picarle. La necesidad que se hacía irracional a cada segundo. Al
final no pudo evitar que sus ojos se fijaran en el camastrón que estaba frente a la puerta. Sus
pies deseaban levantarse y su mente recreaba imágenes funestas. Negó con la cabeza, debía
quedarse allí. Estaba seguro de que había cerrado bien las puertas. Las había cerrado bien.
Claro que si. Pero…

¿Seguro que había cerrado bien las puertas?

Cap 13: semejante a la locura

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Se que desaparecí ¡perdón! Es solo que no sabia como escribir este capitulo, aunque cuando
me arme de valor para escribirlo, pues…, salió por si solo, sin ninguna dificultad o.O solo el
final se me resintió un poco, aun así espero que les guste.

Capitulo 13:

Semejante a la locura.

Leandro suspiró derrotado, acostándose boca arriba en su maltrecha cama. Ya no hubo más
lágrimas porque había derramado demasiadas, ahora solo quedaban tristes suspiros. En poco
tiempo había recibido muchas noticias y no solo eran noticias, sino que eran malas noticias.
Muy malas noticias. Primero haberse enterado que Adrián estaba implicado con drogas, luego
la confesión de Santi y su involucramiento en la adicción de su fallecida amiga y por ultimo la
confesión de Aarón en cuanto al suceso de hace casi nueve años. Mucha información para
poder asimilarla en tan poco tiempo.

Leandro estaba cansado y también estaba enfermo, pero ahora estaba más cansado que
enfermo. Cerró los ojos un momento y el momento se alargó, así que se quedó dormido en la
cama sin ordenar, olorosa a recuerdos oscuros y lagrimas amargas. No hubo sueños en su
sueño, solo estaba la oscuridad oculta bajo sus parpados. Tan dormido estaba que no se dio
cuenta de que su hermano mayor tocó una, dos, tres veces la puerta de su casa. Tan dormido
estaba que no se percató que Luis entró a su apartamento con prisa, revisando de pies a
cabeza lo que era su hogar. Tan dormido estaba que no notó que la noche llegó apresurada y
ni siquiera tocó la puerta, solo despertó porque alguien lo estaba zarandeando.

–¿Qué sucede, Alan? –preguntó con voz pastosa, no abría del todo los ojos, aún estaba muy
cansado.

–Llegue temprano a la casa –comentó con voz bajita– y te vi durmiendo –Leandro seguía
esperando la razón por la que lo despertó–. Era temprano en ese momento pero ahora es
tarde.

–¿Tarde?
–Son las once de la noche –por inercia miró a la ventana y todo estaba tan oscuro que no se
distinguía lo de afuera. –¿No vas a cenar? Prepare la comida.

–No, estoy cansado –se acomodó mejor en la cama y continuó con su letargo. Y nuevamente
no soñó nada. Eso se sentía bien. No le gustaba demasiado soñar, a veces sus sueños se
convertían en pesadillas, era mejor ver solo la oscuridad bajo los parpados, era mejor no sentir
que estaba hecho pedazos.

Nuevamente el zarandeó y nuevamente abrió los ojos, pero sus parpados estaban tan pesados.
Esta vez era Luis, apenas pudo visualizarlo.

–Es hora de que te levantes. Es tarde. –ordenó con tono autoritario su hermano. Era raro que
hablara así, con tanta seriedad. Era el tono de militar, el que empleaba cuando la situación era
seria.

–¿Tarde?

–Son las cinco de la tarde –que rápido pasaba el tiempo. Solo había cerrado los ojos un
momento y casi parecía un segundo desde que Alan lo había despertado. Ahora era de día y el
sol se asomaba por la ventana. No lo sintió, así como tampoco sintió haber faltado al trabajo
por haberse quedado dormido.

–Tengo sueño –fue todo lo que dijo. Sus parpados pesaban y se cerraron sin siquiera darse
cuenta.

Leandro realmente estaba cansado.

La tercera vez que lo levantaron, al abrir los ojos, se encontró con unos ojos muy verdes,
parecidos al de la primavera. Que bonitos. A Leandro le gustaba mucho el color verde y le
gustaba mucho más el verde que reflejaban aquellos ojos.

–¿No te vas a levantar? –preguntó Adrián, se notaba preocupado y Leandro quiso saber el
motivo de su angustia. Detestaba que esos ojitos se vieran apesadumbrados.

–Tengo sueño.
–Ya has dormido suficiente.

–Quiero dormir más –parecía un niño pequeño que no quiere levantarse de la cama para ir a la
escuela. Leandro lo sabía. Pero es que estaba cansado, su cuerpo pesaba. Su lengua pesaba. Y
sus parpados pesaban. Los dejo caer, queriendo sumergirse en la oscuridad de sus parpados
pero el pelirrojo no le dejó. De pronto sintió los labios de su joven amante en sus propios
labios, un beso dulce y urgente, apenas respondió. Tenía sueño.

–No te duermas –urgió desesperado–. ¡Has dormido tres días! Es suficiente, tienes que
levantarte –casi sonaba a una dolorosa suplica. Leandro lo besó cautamente en los labios de
cerezas y lo apretó contra su pecho, y, haciendo caso omiso a sus quejas, se quedó dormido
mientras lo abrazaba.

Al día siguiente abrió los ojos muy temprano. Eran las seis de la mañana para entonces. Se
quedó un rato mirando el techo, pensando en todos los días que había pasado durmiendo. En
esos días no se había cepillado los dientes, ni aseado el cuerpo, ni comido, ni nada. La vejiga la
tenía como un melón gigante por no haberse levantado a orinar y la lengua seca por falta de
agua.

Se levantó, finalmente su cuerpo no se sentía cansado, ahora estaba ligero. Se metió al baño
que estaba en su cuarto. Era hora de regresar al mundo real. Se aseó como debía ser, frotando
con jabón su cuerpo de color canela. Se lavó el cabello con shampoo y dejó que el agua
recorriera con gusto su piel.

Eligió unos jeans de color negro y una camisa manga larga de color azul rey. Se puso una
franelilla blanca para evitar que el sudor emparara su ropa y luego se colocó la camisa manga
larga, abotonando con parsimonia cada uno de los botones hasta llegar al último. Sus
pantalones negros iban junto a una correa del mismo color, también sus zapatos eran negros y
hacían juego con su vestuario. Era una vestimenta elegante, digna de él y de su profesión.

Se peinó y limpió sus anteojos antes de ponérselos. Al final roció un poco de perfume para
hombres.

Al salir del cuarto se percató de que había sido invadido. En la sala, sentados en el mueble y
conversando quien sabe qué, estaban sus dos hermanos mayores, los gemelos y Alan. No le
sorprendía del todo, en los últimos meses esos seres estaban siempre metidos en su casa.
Ellos, al verle salir del cuarto con semejante pinta, solo se le quedaron viendo con los ojos muy
abiertos, como si hasta ahora creyeran que él era una aparición.
–Buenos días –saludó porque él era muy educado.

–Buenos días –corearon todos, aun sorprendidos.

Leandro miró uno a uno los presentes y luego miró el estado de su casa. Estaba hecha un
desastre, no tanto para una persona normal pero para él: Leandro Torrealba, si. Su casa estaba
realmente sucia. Se acercó al cuadro colgado en la pared, pasando un dedo por su superficie y
luego examinó con cuidado la mancha de polvo quedada en su pulgar. Fue a la cocina por
cepillos y trapos para limpiar y precedió a hacer una operación limpieza. Primero le quitó el
polvo a los ornamentos de la sala; cuadros, fotografías, esculturas mínimas y demás cosas,
también le quitó en polvo a las mesas y sillas.

–Leandro… ¿Qué haces…?– se atrevió a preguntar Alan, el primero en salir de su


estupefacción. El castaño lo miró, enarcando una ceja, como dándole a entender a Alan que
era obvio lo que él estaba haciendo.

–Estoy limpiado –respondió con pulcritud por si al rubio no le había quedado claro su acción.

–Si, ya se, pero… ¿Por qué…?

–Porque la casa esta sucia. –sin decir más continuó limpiando. Esta vez cogió el cepillo y barrió
metódicamente todo el apartamento sin dejarse ni un rincón, recogió la basura en una pala y a
continuación sumergió el coleto en el cubo de agua que había tomado con anterioridad.
Exprimió el coleto con suma calma y lo paso una, dos y tres veces hasta que el piso de
cerámica quedó más reluciente de lo que ya estaba. Votó el agua que, en realidad, no estaba
sucia, estaba tan limpia que una persona podría lavar sus manos en ella. Todo el
procedimiento fue realizado con eficacia, tanto que ni siquiera se salpicó los zapatos de agua.

Luis y Santiago observaron con preocupación la metódica eficacia con que su hermano menor
ejecutaba las tareas. En la sala había una calma inmensa y resonante, casi daba miedo tanto
silencio.

–¿Ya desayunaron? –preguntó Leandro al terminar de hacer todo. Los presentes asintieron y
Leandro se marchó a la cocina para prepararse su desayuno. Comió con calma y al final tomó
un vaso de agua para ayudar la digestión. Sin decir ni una palabra agarró su maletín con los
implementos necesarios para dar clases y decidió marcharse al colegio.

–¿A dónde vas? –Preguntó Luis –.Hemos avisado a tu trabajo que no te sentías bien.
–Ya estoy bien –contestó y se fue sin decir más.

–Madre de Cristo, eso ha dado miedo –Alan se frotó los brazos como si sintiera escalofríos. –
¿realmente estará bien?

–A mi me parece que amaneció más chiflado que nunca.

–Creo que ni siquiera notó que yo estaba aquí –terció Santi algo desanimado.

–Creo que si lo notó pero no le importó.

-:-

Por primera vez en mucho tiempo dio una clase con todas las de la ley, no se le olvido ninguna
formula y su mente no se fue ni por un instante. Los estudiantes observaban, escuchaban y
anotaban las explicaciones en sus cuadernos. Esta vez Leandro estaba con los pies bien
pegados a la tierra y en el examen no se le copiaría ni uno.

–Me alegra que se haya incorporado, profesor. Llevaba muchos días sin verlo y ya estaba
empezando a preocuparme. –en la sala de profesores muchos lo observaban con curiosidad y
la directora lo inspeccionaba con su ojo de águila por si veía algún mal en su persona. Pero no
lo había, al menos no por ahora. Leandro se sentía bien, no excelente, sino bien. Eso bastaba
por el momento.

Ese día no vio ni Adrián, ni a Aarón en el colegio, por lo que había sabido ambos estaban
expulsados. Se preguntó donde estarían ahora y que estarían haciendo. Se preguntó si ya le
habrían encontrado un nuevo cupo a Adrián en otro colegio o si todavía estaría su educación
en el limbo. Adrián era aplicado, cuando se lo proponía, pero tenía un carácter terrible y era
terco, eso era lo peor. Era terco como una mula. Leandro suspiró un poco, debía de hablar con
el pelirrojo, debían de poner las cartas sobre la mesa. Iba a ser difícil. Adrián era terco y no
diría nada si no quería ¿Cuántos secretos más tendría? ¿Qué otra cosa ocultaría? Leandro
suspiró nuevamente, su relación con ese niño si que era difícil.

Pero no solo debía de hablar con él, también debía de hablar con Santi. Reconocía que había
sido muy duro con su hermano, había sido cruel y lo había juzgado de forma fea. Todo había
sido tan repentino que no pudo reaccionar de otra forma. Estaba enojado por eso, si. Dolido, si
y bastante. Aun ahora le costaba aceptar que Santiago estuviera involucrado hasta la cabeza
con la drogadicción de Susana. Era algo muy difícil de creer, le costaba meter esa idea en su
cabeza. A veces eso le parecía inconcebible, se decía que Santiago no pudo haber hecho eso.
Era imposible que hiciera algo como eso. Pero lo había hecho y eso dolía. No lo odiaba, desde
luego que no pero aquello era una noticia fuerte, no sabía si podría perdonarlo, aunque
suponía que valía la pena intentarlo.

Con Aarón también debía de hablar, el chico había salido muy triste de su casa al no recibir
respuesta positiva de parte suya. Debía de estar afligido, Aarón no había tenido culpa por lo
que paso hace más de ocho años, había cargado con esa culpa durante tanto tiempo. Quizás
esa era la razón por lo que Aarón lo admiraba tanto y del porque era tan amable con él y tan
hostil con los demás. Aarón estaba agradecido y al mismo tiempo se sentía culpable. Leandro
estaba seguro de que si hubiera sabido en ese momento que Adrián no era Adrián, sino Aarón
su acción hubiese sido la misma.

Caminaba de regreso a casa cuando analizó eso. Se paro en seco, pensando lo que había
pensado ¿su decisión hubiera sido la misma? Por increíble que eso sonara la respuesta era si,
su decisión hubiera sido la misma. La culpa hizo espacio en su pecho cuando supo eso. Era
increíble que aun decidiera no elegir a Susana. Cualquier cosa era mejor que ella…

-:-

Ahora llamaba tres veces a la mañana al colegio de Mariana y al cuidado diario donde estaba
Marcus. Luis debía de asegurarse que estuvieran bien y que estuvieran allí. Ahora sus
preocupaciones iban en aumento, sabía que Lucas estaba allí afuera, vigilando sus
movimientos, divirtiéndose con su angustia, riéndose de su inútil manía de tener todo bajo
control, de que nada de la verdad se escapara de sus labios. Era agotador aparentar que todo
iba como la seda. Colgó la tercera llamada de la mañana y le puso atención a la trabajadora.
Hoy finalmente iba a cerrar contrato, finalmente iba a comprar la casa que tanto deseaba.

La miró desde afuera, era una casa grande, de dos pisos y varios cuartos. Tenía un jardín
inmenso y una calle donde podían pasear los niños. Una casa lejos del ruido diario de la ciudad.
En una casa así Luis podría ser feliz. Y en una casa así Luis se aseguraría de tener todas las
puertas bien cerradas.

Cerró el contrato y la casa fue oficialmente suya. Ahora debía hacer los transmites para la
mudanza y entonces viviría allí con sus hijos… y con Aarón. Le propondría que vivieran juntos.
No era algo tan descabellado o eso creía Luis. Aarón aun era un niño pero eso no era
problema. Aarón aun era menor de edad pero eso no era problema. El problema estaba en si
Aarón no se quería mudar con él. Luis no quería pensar en ese tipo de respuesta, no sabía que
haría si el pelirrojo le decía que no.
Mientras Luis pensaba en Aarón, Aarón pensaba en él. Pensaba en donde estaría metido y con
quien demonios andaría. Había llamado a su celular y no respondió, luego llamó a su oficina y
su secretaria le contestó ¡Su secretaria! A Aarón no era para que lo atendiera una secretaria,
sino el propio Luis ¡Eran pareja, por todos los dioses y Luis debía de contestarle! Lo peor fue
que la secretaria le dijo que Luis había salido a hacer diligencias personales. Ahora estaba que
echaba humito por las orejas, tenía tanta rabia que los vellos casi transparente de sus brazos
se le erizaron. Aarón era celoso, casi o más celoso que su hermano Adrián con el profesor
Leandro. Podía imaginarse al bastardo ese con alguna mujerzuela en algún motel barato. Su
mentecita se imaginaba una escena mortífera y él se imaginaba estrangulando a la desgraciada
mujer que se revolcaba con su Luis.

¿Con su Luis? se puso rojito al pensar más detenidamente sobre eso. Sobre su Luis. Era
increíble que pensara así, que Luis era suyo y que nadie más debía de tocarlo porque era
propiedad suya.

–Pero es que él es mío…–susurró bajito, muerto de vergüenza y con la cara roja como un
semáforo–. Y nadie puede tocarlo sin mi permiso… –se tumbó boca abajo en el sofá, ladeó la
cabeza y miró detenidamente las fotografías colgadas en la pared. Miró con más atención una
donde solo estaba Luis con su madre. Se levantó sin proponérselo y fue hasta la fotografía,
quitándola de la pared y manteniéndose en sus manos. La siguió mirando, contemplando los
rasgos del castaño. Quitó la vista de la imagen y miró a la izquierda y luego a la derecha,
cerciorándose de que nadie lo veía y, a continuación, se llevó el retrato a los labios y beso
fugazmente al Luis de la fotografía.

Un gesto infantil e inocente.

Tocaron la puerta y Aarón se preguntó si seria Luis. Dejó con prisa el retrato donde estaba y se
fue corriendo a la puerta para abrirla. Aun tenía el rostro rojo.

Al abrir la puerta le sorprendió mucho ver al profesor Leandro allí. Recordó como se había
comportado hasta mañana y recordó como había reaccionado ante su confesión. Abajó la
vista, apenado.

–Pase adelante, profesor –seguía sin mirarle a cara.

–No es necesario. Lo que vengo a decirte es muy breve –quizás venía a regañarlo por ser tan
insolente y por ocultar una cosa así durante tanto tiempo–. Quiero que sepas que no estoy
molesto contigo, no fue tu culpa lo que paso hace ocho años. Y aún si hubiera sabido que no
eras Adrián mi decisión hubiera sido la misma –el pelirrojo levantó la vista, los ojos acuosos
por las lágrimas acumuladas–. Tú eres parte de Adrián y yo sería incapaz de lastimar una parte
de él –le sonrió con indulgencia y Aarón sintió un nudo en la garganta por ser perdonado.

–Gracias… –murmuró casi a punto de llorar–. Pensé que usted me iba a odiar cuando lo
supiera. –y le devolvió una sonrisa sincera, brillante como el sol de la mañana. Leandro quiso
marcharse, ya había dicho lo que iba a decir pero había una pregunta que quemaba su lengua,
una pregunta que nacía en su pecho y se extendía en su cuerpo como gasolina. Necesitaba
preguntar.

–¿Dónde esta él ahora? –el pelirrojo supo que hablaba de Adrián.

–Está trabajando –vio más preguntas en los ojos del castaño–. Todavía no le han conseguido
cupo y Adrián piensa que no lo conseguirán, así que ha decidido ponerse a trabajar mientras
tanto.

–Sera muy difícil conseguirle un cupo con su historial –murmuró para si mismo–. ¿Dónde
trabaja ahora?

–En un lava-autos. ¿Sabe donde queda la plaza Alta Gracia? Pues el lava-auto queda en la
esquina. Justo allí trabaja. Ahora mismo debe estar ahí. –Leandro asintió, girando sobre sus
talones para irse, pero antes de marcharse preguntó otra cosa.

–Me imagino que tú también debes estar involucrado con las drogas ¿cierto? –el pelirrojo
abrió mucho los ojos, asustado de aquella pregunta. Hubo un largo silencio que parecía un
homenaje a los difuntos.

–Si…–contestó con pena tras muchos segundos de silencio.

–¿Y no me contaras nada con respecto a eso? –Aarón negó con la cabeza. Leandro se
desanimó un poco–. ¿Por qué no?

–Es más complicado de lo que parece.

-:-
No era un trabajo precisamente espectacular. Era un trabajo duro, cansino y agotador. Tenía
que aguantar muchas veces el sol, otras veces debía de aguantar la clientela de mal humor y a
veces también tenía que aguantar la mala paga. Pero era lo que había. Adrián sabía que su
curriculum no era muy bueno, con poca experiencia y el bachiller sin completar no tenía
muchas opciones de trabajo. Había ido a muchos sitios y en todos le habían puesto peros, sin
embargo, allí, en este lava-autos había encontrado un puesto y estaba decidido a conservarlo.
Trabajaba hasta las cuatro de la tarde.

Cuando le comentó su acción a su mamá, a esta no le pareció buena idea y ella se la había
comentado a Ricardo, al cual tampoco le pareció buena idea. Es más, tuvieron una buena
bronca por eso, porque no quería que trabajara en un cuchitril como ese pero a Adrián le
parecía mejor trabajar allí que vender drogas. Aquello bastó para que le dejaran en paz y él
continuara trabajando.

Llegó un nuevo cliente. Una mujer en una camioneta roja. Ella pidió el servicio que quería y
Adrián procedió a lavar el auto. Acercó un cubo lleno de agua con jabón, comenzó a frotar con
una esponja las ventanas, el techo, el capo del carro. Todo lo hacia con lentitud y con gesto
pensativo. Mientras hacia su trabajo sintió una mirada encima, como si alguien le estuviera
observando. Ignoró esa sensación y siguió trabajando hasta que el auto quedó limpio y
reluciente. La mujer quedó satisfecha y le dio una pequeña propina, Adrián se lo agradeció
pero aun sentía esa sensación. Miró de derecha a izquierda, esperando encontrar a quien lo
miraba, y lo encontró.

A unos quince kilómetros de allí estaba Leandro, observándole con fijeza.

El castaño había llegado hacia muchos minutos pero no se acercó porque Adrián trabajaba.
Fue algo especial mirarlo, era como una especie de alivio verlo allí. Casi como un mentol en
una herida reciente, refrescante. Pero no solo era eso, también había sentimientos de
nostalgia y una lejana sensación de melancolía. ¿Cómo podían mezclarse tantas emociones con
tan solo verlo?

Leandro lo observaba con fijeza. Observaba los movimientos de sus manos al pasar la esponja
por el carro sucio. Observaba sus ojos pendientes de no dejar ni una mancha. Observaba su
cuerpo mojarse a causa de la manguera. Leandro observaba que Adrián ya no era tan niño
como antes. Había crecido, un poco pero había crecido. La piel cremosa, cubierta de pecas se
había bronceado un poco por el sol, las manos de hadas ahora ya no eran tan suaves, tenían
cierta aspereza que a Leandro de seguro no le molestaría. Sus hombros se estaban ampliando
un poco y su figura seguía siendo tan delgada como siempre.
El pelirrojo se acercó a él, al parecer había pedido permiso un momento y ahora iba en su
dirección y Leandro lo siguió observando. Sus ojos verdes como la primavera tenían un brillo
más intenso y estaba un poco más alto. Antes 1.70 y ahora 1.71. Simplemente fascinante. Para
Leandro era fascinante verlo crecer.

–Hola –saludó el pelirrojo sin arrojarse a sus brazos, quedándose a una distancia prudente. El
cabello rojo estaba un poco largo, acentuaba su rostro y sus labios seguían finos, del color de
las cerezas cuando están maduras. Leandro sabia que Adrián estaba creciendo, cada día lo
hacia y pronto dejaría de ser un niño para ser un hombre. Maravilloso.

–Hola –le devolvió el saludo sin ningún tono en particular. Lo siguió contemplando, tratando
de descifrar el porque del alivio, el porque de la nostalgia y el porque de la melancolía. Que
cosas tan extrañas le hacia sentir Adrián, esté se sintió incomodo ante aquella profunda
mirada. Respiró hondo, tratando de serenarse y sin dejar que esa mirada lo intimidara. Desvió
la mirada, fastidiado de tanto silencio y de tantas miradas. Quería que Leandro hablara, que
dijera algo, lo que fuera y él solo se quedaba mirándole, como si el pelirrojo fuera una pintura
valiosa que debía ser observada. Sintió la sangre empezar a aglomerarse en su rostro, bajando
hasta su cuello.

–¿Qué es lo que tanto miras? –espetó con hostilidad, sin mirarlo a la cara.

–No se…

–Si serás idiota –murmuró irritado y avergonzado.

–Lo siento, hoy amanecí raro.

–¿Cómo que raro?

–Es que me siento bien, eso es lo raro. –Leandro apartó la vista de su figura y miró el cielo azul,
ninguna nube lo cubría hoy. Por más extraño que aquello sonaba era cierto. Cada una de sus
emociones estaba en su dosis justa. No se sentía ni triste, ni alegre, sino bien, solo bien–.
¿Sabes de esos globos que lo soplas y soplas hasta que sientes que pueden reventar de tanto
aire? –Adrián asintió –. Bueno, siento que mi cabeza es como esos globos y que alguien, de
repente, lo ha soltado y el globo suelta todo su aire mientras hace prrrrrrrr
El pelirrojo sonrió perceptivamente ante esa extraña descripción. Se sentía bien hablar con él.
Se sentía bien sentir que todo iba a estar bien. Adrián quiso abrazarlo, aferrarse a sus brazos y
reír y llorar al mismo tiempo. Pero no se atrevió, era algo increíble que no lo hiciera porque
siembre obedecía a sus impulsos sin importar las consecuencias, sin embargo, hoy tenía
miedo. La conversación que tenían era agradable aunque sabía que Leandro estaba resentido
por haberle mentido, por haberle ocultado cosas y por seguirle ocultando cosas. No se sentía
listo para hablar. Tenía miedo de hablar.

–¿Me amas, Adrián? –ladeó la cabeza, mirándolo, no había odio ni presión, solo una pregunta
inocente a la que deseaba una respuesta.

Adrián sabía que Leandro no estaba bien, que estaba enfermo, chiflado, bastante mal de la
cabeza y aun así…

–Si…

–¿Si, qué?

–Si, te amo –sentía que se ponía rojito como un tomate.

–Yo debería estar enojado contigo Adrián –comentó con serenidad–. Debería estar enojado
con todos. Pero… hoy me siento bien…–y Adrián le preocupó mucho el tono tan
despreocupado que había utilizado su amante – ¿Tendrías una cita conmigo, Adrián? Nunca
hemos tenido una, seria bonito tenerla.

Era verdad. Nunca habían tenido una cita. Primero porque eran alumno y profesor y no debían
ser visto como parejas pero ahora que Adrián ya no estudiaba en el mismo instituto donde
trabajaba Leandro, entonces, podrían tener una cita. Su primera cita.

–¿Por qué la cita? –quiso saber el pelirrojo. No había reproche en su pregunta, sabía que su
amante quería salir con él porque nunca habían salido juntos pero esa cita escondía una
segunda intensión. Adrián sabia cual era, aun así quería confirmarla.

–Me gustaría que me contaras algo sobre tus secretos –Adrián suspiró cansado –. Te escuchare
y sea lo que sea no te reprochare nada.

–Si te digo la verdad no me vas a querer más.


–Nunca dejare de amarte, Adrián –dijo de corazón. Los labios de cerezas se mantuvieron
cerrados, sin dar una respuesta positiva. El pelirrojo pensaba ¿debía de contarle todo? No, no
podía. Todo no. Solo podía decirle pequeñas partes. Si le decía todo, Leandro enloquecería.
Suspiró otra vez. Quería tener esa cita. Se moría por tener una cita. Esa primera cita.

–Esta bien, pero solo te diré pequeñas partes ¿aceptas eso?

–Lo acepto.

-:-

Santiago había faltado de nuevo al hospital. Llevaba muchos días sin ir, lo más probable era
que lo hubieran despedido. Así era mejor, no deseaba volver de nuevo a ese sitio. Muchos
años de trabajo, ahora quería descansar. En el banco tenía suficiente dinero para vivir
holgazanamente durante un mes, ya después se preocuparía de buscar empleo. Suspiró. Era lo
que más hacia últimamente.

El microondas sonó, avisando que la comida que había metido ya estaba caliente. El rubio se
acercó a la cocina. La casa estaba limpia, muy limpia. Eso era raro. Santiago era un hombre
muy desordenado y poco le importaba la limpieza pero como no tenía nada que hacer más que
echarse a deprimir en la cama, pues se decidió por mantener el apartamento limpio. Además,
si alguien venia, si ese alguien venía, entonces, encontraría la casa impecable, tal y como la
había dejado antes de que se enterara de su terrible error.

Porque si, lo estaba esperando. Siempre lo esperaba. En navidad. En el día de su cumpleaños.


En el día. En la noche. Sea como fuese Santi esperaba. Era casi una virtud en él: ser tan
paciente.

Leandro lo perdonaría. Debía de perdonarlo. No había espacio para otra opción. Santiago se
horrorizaba ante la idea de que su amado hermano no le hablara jamás. Que no lo mirara
jamás. De que lo odiara. No, simplemente no. Leandro nunca haría eso. Ese día fue porque
estaba molesto, pero él le perdonaría. Iba a perdonarlo. Tarde o temprano y el rubio rezaba
para que fuese más temprano que tarde.

Almorzó y se sentó en el mueble a esperar y mientras esperaba se puso a ver la tele; los
programas de noticia, de comedia y de romance. Ninguno hacia su espera más corta. Una
espera mortífera.

La una de la tarde, se acostó en el mueble, boca arriba, esperando. La una con cinco minutos,
cambió de posición y siguió esperando. La una con quince minutos, cerró los ojos, rezando
para que llegara. La una con veinte minutos, se levantó, yendo por un libro en la despensa.
Leyó y leyó hasta que se hicieron la una con treinta minutos. Minutos y minutos que se
desperezaban y desesperaban. Uno más cortante que otro.

Cuando se hicieron las tres de la tarde alguien tocó a la puerta, el rubio salió corriendo hacia
ella para ver quien era, sin embargo, en la puerta solo estaba la vecina, regalándole un pedazo
de pastel que había hecho. Santi se entristeció pero le agradeció el gesto tan cariñoso y ella le
sonrió gentilmente. Comió el pastel pese a las mil calorías que debía de tener y aun con toda la
grasa que pudiera almacenar, para los corazones rotos el pastel de chocolate era una
bendición.

Tocaron nuevamente la puerta y Santi se preguntó si seria la vecina con helado de vainilla. Eso
seria bueno. Su corazón roto también necesitaba helado. Pero al abrir la puerta vio a Leandro.
Se quedó de piedra. Finalmente había llegado. Habían sido cuatro días, noventa y seis horas,
cinco mil setecientos sesenta minutos, y treinta y cuatro millones con cinco mil seiscientos
segundos de espera.

–¿Vas a dejarme pasar? –la pregunta lo pilló desprevenido. Respingó, las manos le temblaban,
con una sonrisa medio nerviosa lo dejo pasar. Leandro entró pero no venía solo. Venía
acompañado. Iba con él un cachorro pequeño, de esos peludos con el hocico negro. Una
miniatura de animal.

–¿Quieres algo de tomar? –al fin encontró algo de su voz para hablar, sentía como sus piernas
temblaban y su corazón latía fuerte. Bum-bum-bum, casi podía oírlos resonar en su oído.

–No. Gracias –Leandro se acercó a la ventana, abriendo las cortinas y mirando la ciudad en
movimiento. Santiago vivía en el sexto piso y desde allí la altura era maravillosa. Observó
curioso los pequeños puntos negros que eran personas, se movían y casi parecían estrellas que
hablaban través de puntos morse.
Santiago esperaba que dijera algo, aun su voz estaba escondida y no se atrevía a decir nada.

Pasaron largos y largos minutos y ni una palabra salió de sus labios. ¿Acaso Leandro iba a
quedarse todo el día en silencio?

Leandro dejó de mirar el exterior y miró a su hermano mayor. Santi esperó que hablara, que lo
insultara pero nuevamente se mantuvo callado. El castaño abajó la vista hacia el cachorro, lo
tomó entre sus manos y se sentó en el mueble más cercano. Acarició las orejas del perrito y así
se mantuvo.

Entonces, empezó a surgir el silencio, salió del espesor de sus ojos, salió de la mudez de sus
labios, salió de la inquietud de sus dedos. Era un silencio espeso, bastante denso. Incomodo y
mortífero. Santiago empezaba a impacientarse.

–Intento comprender –dijo Leandro y su voz resonó entre tanto silencio, era semejante a
escuchar las olas del mar en el hueco de un caracol–. Pero es difícil aceptar lo que hiciste.

Santiago tragó saliva y abajó la vista.

–Te trate mal y actué mal y reaccione mal. No debía reaccionar así pero tampoco se como
debería de reaccionar. Lo lamento –escuchar esa disculpa alivió la angustia en el pecho de
Santi. Levantó la vista y le sonrió perceptiblemente.

–No tienes porque disculparte, yo te he perdonado desde mucho antes –Leandro le miró con
fijeza, los labios rectos, la mirada fija.

–No se si yo pueda perdonarte –los ojos azules se abrieron con ligero desconcierto–. Lo que
hiciste fue muy grave.

–Yo… –la sorpresa momentánea no le permitió formula una frase coherente. Se miró las
manos, aun temblaba. Y entonces aquello le pareció injusto–. No es justo…–susurró dolido–.
¡No es justo! ¡A él si lo perdonaras ¿no es así?! ¡A él si y a mi no! ¡No es justo! –los ojos se le
aguaraparon, sentía rabia y tristeza. –¡¿Por qué a ese mocoso si lo perdonas y a mi no?!

–¿Por qué me perdonas tú a mi, Santiago? –se quedó mudo, pensativo.


“¿Qué porque lo perdono? Es… porque lo amo… y le perdonaría todo. Absolutamente todo”

Su mano blanca de doctor se cerró lentamente, formando un puño. Odiaba que Leandro
amara a Adrián ¿Por qué no podía amarlo a él? odiaba a Adrián por tener algo que él ansiaba
con toda la desesperación de su corazón.

–Escucha Santiago, no estoy diciendo que no te perdonare. Solo digo que no se si lo logre, pero
lo intentare. –los hombros de Santiago se sacudían en pequeños sollozos. Las palabras de
Leandro habían sonado crueles, sin embargo, esa no era su intención. Leandro solo estaba
siendo sincero–. Te dejare a jugo de naranja, si prometes cuidarlo y quererlo considerare la
idea de perdonarte ¿de acuerdo? –el rubio levantó la mirada, su hermano menor le estaba
ofreciendo el cachorrito. Santi lo tomó y el cachorro de brúcelas ladeó la cabeza, mirándolo
con curiosidad.

–¿Si lo cuido bien, me perdonaras?

–Si vuelvo la otra semana y consigo a jugo de naranja con vida, entonces si, te perdonare. –
Contestó sin tapujos–. Además, hay otra condición para eso. –Santi lo miró, aun con los ojos
lleno de lágrimas–. Tienes que volver a tu trabajo.

–No quiero volver al hospital…

–Entonces búscate otro trabajo. Tienes que salir. –aconsejó fraternalmente–. Jugo de naranja
te hará compañía. –eso era todo lo que había venido a decir. Se acomodó el lente sobre el
puente de la nariz y decidió marcharse de allí.

–Te amo, Leandro. –murmuró antes de que Leandro se fuera. El nombrado cerró los ojos
lentamente, casi como si le pareciera doloroso escuchar aquellas palabras. No dijo nada.
Inspiró lentamente y luego exhaló con la misma lentitud–. Realmente te amo.

–Lo se.

–Te amo… y de ahora en adelante nunca dejare de decírtelo.

–¿Por qué?
–Porque por fin estoy diciendo lo que he querido decir por más de nueve años.

–No debes amarme, Santiago. No de esa forma. Debes buscar a alguien que pueda
corresponderte –el rubio frunció el ceño. Esa era una petición estúpida.

–No –dijo rotundamente. En su respuesta no había cabida para objeciones–. No voy a buscar a
nadie más. No quiero amar a nadie más. Nunca lo hare. Ahora que he dicho lo que siento no
reprimiré mis sentimientos. Te amo y se siente maravilloso decirlo. Te amo y nunca dejare de
sentirlo. Te amo y no amaré a nadie que no seas tú.

El castaño se masajeó la frente, su hermano mayor parecía un niño pequeño obstinado y


enfurruñado que no quiere soltar el juguete que ha visto en un supermercado y no lo soltara
hasta que no se lo compren.

– Sé qué te parece tedioso que te lo diga. Sé que no quieres escuchar mis sentimientos. Pero
yo nunca perdí la esperanza. La abuela me regañaba por anhelar nubes que nunca alcanzaría
pero allí estaba yo, terco y soñador. Tenía el consuelo de que al menos ni Susana ni Adrián te
tendrían. Quizás yo nunca te iba a tener Y Susana tampoco y esperaba que Adrián tampoco.
Que egoísta suena eso ¿verdad? –rió amargamente–. Cuando te mudaste recé para que no lo
encontraras. Recé para que él no te encontrara. Para que ninguno de los dos se encontrara, así
nunca recuperarías tus recuerdos y así nunca sufrirías. Conseguirías una linda mujer y tendrías
hijos. Comprarías una casa en las afuera de la ciudad y un empleo bueno. Yo seguiría
amándote en silencio y tú nunca me corresponderías pero al menos sabría que estas a salvo.

–No, nunca iba a estar a salvo. No con esos recuerdos dentro de mí.

–Debimos cerrar esa puerta.

–¿De que puerta hablas, Santiago?

–De esa puerta –dijo con cierta resignación. Leandro sonrió de medio lado con amargura. Sabia
de que puerta hablaba.

–¿Cómo iba a salir de una puerta que nunca abrí? –suspiró, caminando a la puerta –. Nunca
estuvo esa puerta, Santiago. Nunca la hubo. Nunca salí. Ni siquiera me aproxime a ella, me
quede allí, en vano, pensando en las mil y una cosa que pude haber hecho para prevenir el
desastre y a partir de allí mi vida se transformó en una simple ilusión.
–No. Una ilusión no. Nosotros creamos una vida para ti. –Leandro no dijo nada –Tengo miedo
Leandro. Miedo de lo que te pase. Hoy amaneciste tan raro… tan bien… y yo tengo miedo –
Santiago era doctor, él sabia que había un momento en que el paciente se recuperaba
extrañadamente, de la noche a la mañana amanecía bien, con fuerza, con sentimientos. Eso no
era normal. Eso no era algo bueno. Era un mal presagio. Era bien sabido por los estudiantes de
medicina que eso significaba el silencio antes de la tempestad. Era algo que sucedía antes de
que el paciente decayera por completo, antes de que ya no tuvieran salvación– Siento que
estas mal y que seguirás peor.

–Lo se…

-:-

Aarón salió del apartamento de Luis como a eso de las tres y media. Quería ir a comprar
algunas hortalizas para hacer en la cena una ensalada, además aprovechaba para ir al
supermercado y comprar un par de cosas. De regreso buscaría a los niños y los llevaría a
apartamento, allí esperaría a Luis y luego se iría a su propia casa. No estaba bien quedarse
tanto tiempo en casa de su Luis.

Decidió irse a pie, la tarde estaba fresca, casi como sin quisiera llover. Eso era raro porque toda
la mañana el cielo había estado despejado. Que clima más loco. El supermercado quedaba un
poco lejos pero eso no importaba, al pelirrojo le gustaba caminar, hacia mucho que no hacia
nada de ejercicio y su cuerpo lo necesitaba.

Mientras caminaba se sintió observado, era una sensación incomoda y hasta le asustaba pero
al mirar a todos los lados no vio a nadie en absoluto. Se dijo que era cosa suya, algo psicológico
y continuó su camino.

En la feria de hortalizas compró zanahorias, brócoli, coliflor y cebollas, además de espinacas y


orégano molido. También compró frutas; melones, guayabas y lechosas para hacer jugos. Supo
que era todo pero al ver unas fresas bien maduras se decidió por comprarlas, además se llevó
consigo una bolsa de duraznos y otra de bananas. El vendedor le sonrió por haber comprado
tantas cosas y hasta le dio un pequeño descuento ya que Aarón era un comprador muy
frecuente.
–Muchas gracias –le dijo, tomando las bolsas. Era bastante y pesaba mucho. Arrugó el
entrecejo y se dijo que no podía ir al supermercado a comprar lo que faltaba; iba a tener
muchas bolsas y mucho peso y no sabría como llevarlas. Decidió, entonces, ir a casa para llevar
las cosas y luego salir otra vez a comprar lo que faltaba y de paso buscar a los niños. Si, eso era
lo mejor. Faltaba poco tiempo así que tomo un par de atajos que se conocía, eran lugares poco
recurridos pero así llegaría más rápido y le daría tiempo de todo.

Caminó de regreso y nuevamente sintió la sensación de ser observado. Apresuró el paso. No le


gustaba esa sensación. La detestaba y lo peor es que estaba en un sitio desolado: el parque del
este, un parque inmenso con grande arboles y un lago en el centro. Un lago sucio y maloliente.
El sitio estaba cercado con grandes barrotes de hierro y columnas con forma de obelisco y las
mismas habían sido invadidas por plantas enredaderas, casi daban al sitio un aspecto de
muchos años, casi nadie caminaba por allí y era bien sabido por los habitantes de esa zona que
ese parque era peligroso.

Mientras escuchaba los latidos de su ya atemorizado corazón, escuchó pasos acercándose a él.
Se asustó y se detuvo, paralizado por el miedo. Había pasos detrás de él, los escuchaba. Tragó
saliva y, tomando valor, miró hacia atrás para enfrentar a su enemigo. Nada. No había nadie.
Solo el viento moviendo las hojas de los arboles y la soledad de aquel parque escondido detrás
de unos gordos barrotes. Respiró aliviado, definitivamente debían de ser cosas suyas. Miró al
frente y continuó avanzando, entonces, vio algo. Una silueta se asomaba tras la columna con
forma de obelisco. Sus ojos verdes se ampliaron y su corazón latió con más fuerzas, del susto
dio unos pasos hacia atrás y soltó las bosas con sus compras. Los duraznos maduros rodaron
por el suelo y las bananas se mallugaron ante el peso del melón y la lechosa.

Se echó a correr sin importarle nada. Los pasos de su acechador se oían tras de él. Su sombra
le pisaba los talones y pronto la mano grande y pesada lo capturó, quiso gritar, pidiendo ayuda
pero le taparon la boca y se dio cuenta de que no eran uno ni dos, eran tres y se lo llevaron al
interior del parque.

–Creo que él no es Adrián, Nelson. Es el otro mariquito –informó uno de ellos al observarle con
más detenimiento. Aarón los reconoció. Aquellos eran con quien su hermano se había
agarrado a golpes por culpa de las drogas.

–No importa, los dos son unos maricones de mierda.

-:-
Adrián salía del trabajo y estaba empezando achubascar y pronto esa achubasca se convertiría
en una gran llovizna. Se ciñó al cuerpo el abrigo porque hacia mucho frío y camino rapidito,
deseaba llegar a casa lo más pronto posible. Estar afuera en un día así era un caos; costaba
tomar carro y la gente se alborotaba. El pelirrojo solía pensar que cuando llovía las personas se
transformaban como las hormigas cuando arruinaban su nido: enloquecían, caminando,
corriendo de un lado a otro.

Su celular sonó varias veces y tuvo que detenerse para buscarlo en su mochila. Adrián era de
esos que no le gustaba tener el celular pegado al bolsillo, si lo tenía allí lo más seguro era que
lo botara, además había otra cosa, Adrián casi nunca contestaba su celular, casi nunca se
esmeraba por buscarlo y casi nunca le preocupaba una llamada. Por eso era tan raro verlo así:
desesperado, buscando el maldito celular que sonaba incesantemente. Había algo, había un
mal presentimiento en su pecho. Era algo así como intuición y era una intuición de hermano
gemelo.

–¿Aarón? –dijo nervioso al contestar el celular.

–Adrián…–contestó del otro lado una voz idéntica a la suya, pero esta voz sonaba triste, dolida,
cansada… a Adrián se le aguaron los ojos. Sabía que algo malo había pasado. Metió sus cosas
en la mochila y salió corriendo hacia donde su sexto sentido de hermano gemelo lo conducía.

–¿Dónde estas? –le urgió saber.

–En… en el parque del este…

–¡Ya voy para allá!

–Adrián…, me duele… –y Aarón rompió a llorar y Adrián también quiso llorar por aquella voz
tan triste y desolada– y tengo… tengo miedo…

–Esta bien, tranquilo. Voy para allá. Todo estará bien –trató de tranquilizarlo y se preguntó que
tan mal estaría su hermano.

En tanto Aarón continuó llorando, se sentía roto, como un adorno de cerámicas al que ha
dejado caer accidentalmente. Justo así se sentía: en muchas partes, todas regadas, todas
destrozadas…
–Ven rápido Adrián… ven rápido… no quiero estar aquí…–dijo entre desesperados sollozos– No
puedo caminar… me duele caminar...– El labio inferior le temblaba y también le sangraba a
causa de los golpes. Aarón colgó para que su hermano caminara más deprisa y llegara para
ayudarlo. Las lágrimas crueles se confundían con las lágrimas del cielo y sus sollozos con los
truenos.

Con las manos temblorosas marcó otro número. El de Luis.

En tanto Luis estaba en su oficina, terminaba de firmar unos documentos mientras hablaba
con su mejor amigo.

–No se, creo que actúa muy raro –comentó Gabriel, algo inquieto.

–¿Raro? bueno, Asdrúbal siempre ha sido raro y no solo porque sea gay.

–La otra vez dijo que quería bañarse conmigo ¿Por qué querría bañarse conmigo pudiendo
bañarse solo? No tiene sentido –el castaño miró a su amigo cansinamente, Gabriel era muy
inocente… o muy tonto. Eran obvias las razones de ricitos de oro para querer bañarse con él–.
Lo que más me perturbo fue que quiso jabonarme la espalda.

–Sabes Gabriel, unos de estos días tendré que regalarte una película porno. Triple x si es
posible. Haber si así te educas y comprendes que lo que Asdrúbal quiere es que le des.

–¿Qué que? –El pelinegro abrió mucho los ojos, totalmente sorprendido por semejante
revelación– ¿Asdrúbal quiere que yo le de? ¿De donde sacaste esa idea? ¡¿Te volviste loco?!

–Claro que no –continuó firmando los documentos–. Asdrúbal quiere que tú le des por donde
a él más le gusta. Es decir, por el culo.

–Oh Luis, mejor cierra esa boca. –Arrugó el entrecejo–. Pecador, es por eso que te iras
derechito a la zona vip del infierno. –en ese momento sonó su celular y Luis tomó la llamada
antes de que su amigo se pusiera a echarle agua bendita.
–Buenas tardes –era su voz dulce y masculina, Aarón quiso llorar con más fuerzas porque
ahora no solo su cuerpo dolía, sino también su corazón. Lo que habían hecho con él era
horrible.

–¿Lu…Luis?

–¿Aarón? –su voz sonó nerviosa, asustada por el tono que había empleado su joven amante. –
¿Estas bien? ¿Por qué hablas así?

–No podre ir a buscar a los niños ¿podrías ir tu?

–¿Aarón, donde estas?– del otro lado de la línea solo se escuchaban algunos sollozos. Luis se
asustó. Algo malo había pasado con la bella rebelde. –¡¿Aarón, donde estas?! –el pelirrojo
continuó llorando– ¡Mierda Aarón, dímelo! ¡Por favor dime que te paso!

–Quiero ir a casa…

–¡¿Dónde estas?!

–…en el parque del este…

El castaño salió rápidamente de allí, no sin antes pedirle a su amigo que fuera a buscar a los
niños. Se montó en su auto y salió disparado hacia aquel lugar.

-:-

Leandro tenía en la mano dos frascos grandes de pastilla. Nueva medicación. Cerró los ojos un
momento, pensando si debía tirar a la basura aquel medicamento. Pensó en Adrián y en su
hermano Santiago. No, no podía tirarlas, por más que odiara aquella medicación no podía
echarla a la basura.
Se pasó la mano por el mojado cabello y guardó la medicación. En ese momento llovía a
cantaros. Decidió continuar caminando, era una perdida de tiempo tratar de tomar un libre,
seguro que ahora no habría ninguno, el metro estaba peor y los rutas ni se paraban. Solo
quedaba seguir caminando.

Por cosa del destino o por pura casualidad vio a lo lejos una figura familiar. Una figura de
cabello rojo y cuerpo estilizado. Adrián. Corría a toda marcha y no se dio cuenta de su
presencia. Leandro se preguntó hacia donde iría y si no estaría metido de nuevo en problemas.

Decidió seguirlo.

Su recorrido daba hasta el peligroso parque del este ¿Qué iba a hacer allí Adrián a semejante
hora y con semejante clima?

Entró y el barro se pegó en sus zapatos. Mientras más avanzaban el olor a excremento
aumentaba. La gente era muy puerca y como nadie iba a ese parque los borrachos o cualquier
maleante iban allí a hacer sus necesidades fisiológicas. En más de una ocasión Leandro estuvo
a punto de caer.

Adrián se alejaba más, corría muy rápido. El castaño iba muy atrás pero el pelirrojo se detuvo,
cerca de donde estaba el lago y allí había alguien esperándole. Leandro se detuvo porque
estaba cansado de correr y de resbalarse. Jadeaba y miraba hacia el pelirrojo. Leandro, no
podía ver muy bien a causa del aguacero pero podía distinguir a otra figura de cabello rojo.

–¿Aarón? –murmuró para sí mismo, jadeante y continuó caminando. Esta vez fue a paso lento.

Mientras se acercaba se dio cuenta de que las dos figuras se abrazaron, una de ellas estaba
sentada en el suelo y la otra estaba arrodillada. Algo no iba bien. Entonces, apareció un
tercero. Alguien había estado escondido detrás de los arboles y salió al flote sin que los otros
dos se dieran cuenta.

-:-

Adrián lloró de dolor al ver a su hermano herido, estaba sentado en el suelo, sin fuerzas, lleno
de barro y sangre, había otra cosa que Adrián no quiso mirar. Se arrodilló y abrazó a un
lastimado Aarón.
–Lo siento. Lo siento tanto…–dijo Adrián, abrazándolo fuerte. Aquello había sido culpa suya, si
no se hubiese agarrado a golpes con aquellos sujetos, si no se pareciera tanto a Aarón nada de
eso estaría ocurriendo. Se suponía que esa desgracia debía de pasarle a él, no a su gemelo.
Justo como hace ocho años atrás, cuando presenció algo que nunca debió presenciar. Cuando
ocupo un lugar que no debía ocupar.

Adrián lloró de tristeza y Aarón lo acompañó.

De repente, una mano surgió de la oscuridad y le obligo a alejarse a base de tirarle de sus
cabellos rojizos. Gritó de dolor mientras era arrojado al suelo con rudeza. Sintió un golpe en su
mejilla derecha y luego otro en su izquierda. La llovizna y la sorpresa momentánea le impidió
reaccionar. Tiraron nuevamente de su cabello, elevando su cabeza en el aire y luego la
golpearon violentamente contra el suelo: una vez, dos, tres...

Los golpes eran incesantes, continuos. No lo dejaba defenderse. Ya le dolían las raíces del
cabello y estaba seguro de que pronto tendría un chichón en la parte trasera de su cabeza.

Alguien se lo quitó de encima. Lo agradeció, estaba mareado y la cabeza le daba vueltas, el


golpe había sido tan duro y repetido tantas veces que el pelirrojo sentía nauseas. Se sentó a
gatas y apenas visualizaba su salvador.

–¿Leandro? –preguntó Adrián, confundido. Las nauseas se intensificaron y en medio de la


lluvia vomitó.

Mientras tanto, Leandro continuó golpeando al atacante de Adrián. Esté le dio un golpe en la
mandíbula que mando sus lentes nuevos hacia el suelo. Ahora no veía tan bien y daba golpes al
aire. Lo empujaron y trastabillo pero no cayo, dio un golpe al aire y en cambio recibió uno en la
mejillas derecha. El golpe le partió el labio y sintió el espeso sabor de la sangre en la boca, pero
el golpe no acabo allí, esta vez lo sintió en la cabeza. Un porrazo duro y demasiado fuerte
como para venir de una mano. Lo habían golpeado con un tubo y luego le asestaron uno en el
brazo, luego en la pierna, en las costillas y finalmente en la cabeza. Cayó al suelo.

Sangraba; por la boca, por la nariz. Su atacante se sentó a horcadas en él y empezó a


ahorcarlo. Escuchaba su risa, grotesca, divertida. Pensó que seguramente iba a morir.

Adrián se acercó al agresor por detrás, se colgó de su espalda con ira y consiguió sujetarlo por
el cuello con un brazo, mientras le arañaba la cara con la otra mano. El bandido se quito de
encima de Leandro, echándose hacia atrás para tumbar a su adversario, con una mano
intentaba quitarse el brazo que lo ahorcaba y con la otra arañaba el aire, tratando de tirarle de
los cabellos. Se tumbó al suelo de espalda, aplastando al pelirrojo y dejándole sin aire
momentáneamente.

Mientras tanto Leandro respiraba agitadamente, en medio de la cortina de lluvia pudo ver que
Adrián estaba siendo violentado. La ira creció en su pecho así que, tanteando en suelo, tomó
con su mano el tubo que el desgraciado había utilizado para golpearlo. La mano le temblaba a
causa de todo el aire que le había faltado y sus piernas también, pero eso no le detuvo para
ponerse en pie.

Aun sin lentes podía ver algo, dos figuras que se golpeaban, una de ellas Adrián. Le dio tanto
coraje ver que maltratan a su niño, que lo golpearan. La sangre burbujeó en sus venas, la rabia
cegó su cordura. No iba a permitir que le hicieran daño a Adrián. Tomando con fuerza el tubo
de hierro lo asestó con fuerza en la espalda de su adversario, quien gritó como un animal
herido. Volvió a enarbolar la barra de hierro y esta vez lo golpeó de lleno en las costillas. El
golpe tumbó al suelo al desconocido y Leandro no dudo en agarrar la barra de hierro con
ambas manos y la dejó caer sobre él, como si cortara leña. Se oyó un crujido de huesos al
romperse. Continuó golpeando, dando garrotazos al derecho y al revés, sin detenerse,
destrozando la cara, las costillas de aquel individuo hasta que lo dejó sin aire. Continuó
golpeando, llevado por la rabia y la ira. Golpeó hasta que el tubo quedó empapado de sangre
roja y solo se detuvo porque alguien más fuerte que él lo agarró de los brazos.

–¡¡Basta, basta!! –gritó una voz conocida. Luis. Se detuvo y miró el tubo cubierto de sangre. Lo
soltó del susto y el tubo produjo un sonido metálico al caer al suelo. Miró a los presentes:
Adrián abrazaba a su hermano, ambos lo miraban asustado, Luis se pasaba la mano por el
cabello, preocupado y asustado de lo que había pasado y luego miró el suelo, el cadáver sin
vida del agresor, los dientes despedidos y la sangre que se esparcía.

Lo había matado.

–Mierda Leandro… ¿Qué has hecho? –Luis tenía la cara desencajada y Leandro no respondió,
estaba demasiado sorprendido de su propia acción–. Mierda, mierda, mierda…

Un trueno se dejo oír al mismo tiempo en que los rayos dibujaban telarañas escabrosas en el
cielo oscuro. El menor de los Torrealba se miró las manos ensangrentadas, pensando,
asombrado, que la historia de hacia más ocho años se había vuelto a repetir.

–Tenemos que irnos de aquí –dijo Adrián con apremio–. Aarón necesita ayuda.
Hasta entonces Luis no había podido verlo. Corrió hasta él y lamento haber llegado tan tarde
para salvarlo. El muchacho no lo miraba a los ojos, parecía demasiado apenado, en cambio
miraba el suelo. Luis observó sorprendido la ropa hecha jirones, la sangre que, a pesar de la
lluvia, no se iba de sus labios, de su nariz, de sus piernas... las magulladuras en su rostro de
niño, la piel desgarrada de sus dedos y un líquido blanco, parecido al de la leche en
descomposición, como huella ineludible de lo que le habían hecho.

–Aarón…–murmuró descorazonado. Se arrodilló y se quitó el saco que utilizaba para ir a


trabajar. Un saco negro que ahora estaba mojado. Lo protegió con el, ocultando su cuerpo
profanado. Lo tomó en brazos, como si cargara a una doncella y Aarón no se resistió,
permitiendo que el calor de ese hombre lo protegiera de algo que ya había sucedido–.
Vámonos –ordenó demandante, los labios rectos y los ojos con aquella dureza.

Adrián tuvo que tomar de la mano a su amante para que avanzara, aun estaba impactado y los
cuatro de marcharon apresurados, dejando aquella escena muerta atrás. El pelirrojo abrió la
puerta el auto para que Luis metiera a su gemelo, asimismo entro él mismo, situándose al lado
de Aarón y abrazándolo al mismo tiempo. Luis subió al volante y metió la llave para irse de allí
lo más pronto posible.

–Vamos al hospital.

–¡No, al hospital no! –Expresó horrorizado Aarón–. Quiero ir a casa… solo quiero ir a casa…

–¡Pero…!

−¡¡No quiero ir a un hospital!!− sentenció rabioso y herido. Luis apretó los dientes y mientras
conducía, decidió llamar a alguien.

–Santiago, necesito que vallas a mi apartamento ahora mismo… No, no tengo tiempo de
explicarte eso ahora… ¡Solo ve hacia allá, Santiago, es una emergencia!... y lleva tus
instrumentos de medicina, hay alguien herido…–colgó y condujo con prisa. Tan apurados
estaban todos y tan angustiando estaban todos que no se dieron cuenta de que Leandro no
entró con ellos al auto. Esté se quedó en el parque del este, regresó a la escena muerta,
mirando incrédulo el cadáver. Debía de hacer algo con eso y los truenos en el cielo le dieron la
razón.

-:-
Cuando Luis llegó al edificio donde vivía se percató de que Santiago estaba esperándolo en la
entrada. Tenía un semblante preocupado y en sus manos reposaba una caja de primeros
auxilios. Luis esperaba que eso sirviera. Estacionó el auto y con ayuda de Adrián abajaron a
Aarón. No había nadie en las calles y la lluvia los volvió a empapar de pies a cabeza. El castaño
rezó para que no hubiera nadie en los corredores ni en los pasillos del edificio, no quería tener
que dar explicaciones. Casi corrió al ascensor con el chico en brazos y tanto Adrián como
Santiago le siguieron de cerca.

El rubio se encargó de abrir la puerta del apartamento del mayor y entraron con prisa. Luis fue
directo al cuarto y depositó con cuidado al pelirrojo en la cama. Santiago también entró con él.
Desde el momento en que Luis salió del auto supo la razón por la que lo había llamado.

–Ahora déjame solo con él –le informó a Luis. En los ojos de Aarón hubo indecisión, miedo,
horror. No quería que lo revisaran.

–Tranquilo –dijo dulcemente–. Santiago esta aquí y él te ayudara –besó el dorso de su mano
lastimada y salió del cuarto.

Su mano se cerró lentamente, formando un puño. ¿Cómo habían podido hacerle una cosa así a
Aarón? Luis sentía ira y coraje.

–Luis… ¿Dónde…, donde esta Leandro? –preguntó preocupado el gemelo menor. El castaño
miró en todas direcciones y fue cuando se dio cuenta de que su hermano menor no había
venido con ellos.

–Mierda, se quedó allí –aclaró molesto, frustrado. La cara de Adrián era de pura tragedia,
había estado tan preocupado por Aarón que se olvido de todo lo demás.

–¡Hay que ir a buscarlo!

–No. Tú quédate. Yo voy por él –corrió hasta la puerta y entonces se detuvo. Suspiró
largamente y se devolvió, metiéndose a la cocina. Adrián no supo que hacia. Solo bastaron
unos segundos para que Luis volviera a salir y esta vez llevaba un par de palas con él.

Volvió a aquel lugar, esperando encontrarse allí a Leandro. Manejaba encolerizado y cruzaba
las curvas con excesiva violencia. Era una suerte que el auto no patinara en la calle con
semejante lluvia.
–Gabriel, ¿buscaste a los niños?

–Si. ¿Quieres que los lleve a tu casa?

–No. Por ahora no. Por favor, deja que los niños se queden algunas horas en tu casa, yo pasare
por ellos.

–¿Qué ha pasado?

–Algo malo… y las cosas se están complicando…

Llegó al parque y se adentró, corriendo. Llevaba consigo dos palas y la lluvia seguía cayendo a
cantaros. Cuando llegó cerca del lago vio a Leandro. Escarbaba trabajosamente el suelo con un
tubo. Hacia un hueco y Luis no tuvo que preguntar el motivo. Se acercó a él, tendiéndole una
pala. Ambos se miraron en silencio y asintieron con la cabeza.

La lluvia había ablandado un poco la tierra por lo que cavar un hoyo no fue dolorosamente
complicado. Escarbaron y escarbaron hasta que sus nudillos se despellejaron, hasta que el
barro mancho sus pantalones, hasta que pudieron cavar un hoyo tan profundo que nunca
nadie sabría que allí había alguien enterrado.

Respiraron agitados, tomando el cadáver con sus manos desnudas. Luis lo tomaba de los pies y
Leandro de la cabeza. Lo tiraron al hueco que se llenaba de agua de lluvia. Lo tiraron sin más,
sin arrepentimiento y procedieron a cubrirlo con tierra llena de lágrimas, sangre y semen. No
hubo piedad y no la habría. Al final zapatearon sobre la tierra colocada para que no se viera
removida, para que nadie sospechara nada. Los zapatos se llenaron mugrosamente de barro y
la lluvia seria su fiel confidente, alterando y contaminando las pruebas que los involucraba en
un crimen.

–Ya esta –dijo el mayor de ellos, él otro solo lo miró y asintió. Otro secreto más. Otro asesinato
más y todo debía quedar oculto bajo tierra. Secretos de familias que así se quedarían.

-:-
No hacia un buen clima para salir, con un clima así era mejor quedarse en la cama, tomando
una taza caliente de café con algunas galletas, leer un libro o ver televisión y lo mejor de todo
era que debías tener una manta para abrigarte del frio. Era así como debían de pasar el frío
muchas personas. Sin embargo, había quienes todavía seguían en la calle; algunos trabajando,
otros trotando bajo la lluvia y otros tantos se ocupaban de ocultar escenas de crimen bajo la
tierra.

Alan Viloria no hacia ninguna de esas cosas. El rubio se colocó la capucha del abrigo en la
cabeza y continuó caminando hasta su destino. Hoy era un día especial, pero no especial del
tipo que será un día genial. Era un día especial porque iba a hacer algo que nunca antes había
hecho.

El dinero lo cargaba en una bolsa. Un dinero que había ahorrado a base de mucho trabajo y
esfuerzo. Ahorrado a base de esperanzas y desconsuelo.

Cerró los ojos, cansinamente y se metió a un callejón oscuro. Había bolsas de basura y un olor
horrible a comida descompuesta. Recordaba que una vez Mario mencionó que ese olor era el
del caldito del aseo. Se había reído mucho con aquel comentario.

Lo extrañaba. Mucho. Demasiado. Y quería verlo.

Ese era su deseo. Y los deseos son peligrosos porque te hacer ir hacia donde nunca pensaste ir.

Llegó hasta una puerta de metal, estaba carcomida por el oxido y la abrió despacio. Dentro el
ambiente era distinto: tibio, silencioso y limpio. Un edificio. Subió las escaleras con parsimonia
hasta que llegó al piso indicado y se dirigió al apartamento indicado. No tocó la puerta, no era
necesario. Entró y dentro se encontró a un par de chicos jugando al ludo. Ellos no debían de
tener más de diecisiete años. Chicos jóvenes, atractivos y con mal carácter.

–¡Eh, tú, pensamos que no ibas a llegar! –dijo uno de ellos con malhumor. Se notaba que había
estado esperando mucho rato.

–Pensamos que te ibas a largar y no nos ibas a dar nuestra paga –dijo el otro con una sonrisita
maliciosa–. De ser así habríamos tenido que ir a buscarte.

Alan miró a uno y luego miró al otro. Su expresión era neutra, monótona.
–¿Hicieron lo que les pedí?

–¡Claro que si! –afirmó el más joven de ellos, tenía el ceño fruncido, como si le indignara que
preguntase eso–. Seguimos al muchacho, camina demasiado pero al final fue a un sitio
apartado. El parque del este. Allí lo arrinconamos e hicimos lo que debíamos hacer.

–Lo único es que el chico ese no era Adrián, sino el otro. El gemelo. Pero igual lo hicimos. –el
otro muchacho le dio un codazo por haber soltado semejante información.

–No importa –acotó Alan, monótono–. Aquí tienen –les lanzó una bolsita de papel ocre que
contenía la plata. Los dos chicos se lanzaron al dinero como buitres a una mortecina.

–Nelson se quedo allá. Dijo que tu le habías encargado otra cosa y que también le ibas a pagar
más por eso –su tono era desdeñoso pero al mismo tiempo indiferente. Ya tenía su paga y eso
era lo que importaba. Ambos muchachos se pusieron de pie, queriendo marcharse.

–Si. El tenía que hacer otra cosa.

–Bueno, al parecer todo va bien –y sin decir mas los dos jóvenes se fueron, cerrando la puerta
y dejándolo solo en aquel estrecho apartamento.

–No –dijo Alan a la oscuridad del cuarto –. Nada va bien.

Caminó despacio hasta que se sentó en una de las butacas de la habitación. La lluvia golpeaba
la ventana y Alan se quedó sentado con gesto inexpresivo. No se movió. Apenas se le veía
respirar. Al cabo de unos minutos sacó su celular y marcó un número.

Un repique. Dos repique. Tres repique y finalmente contestaron.

–Si tú llamas significa que tienes algo –contestó una voz masculina y cantarina del otro lado de
la línea.

–Ya esta –dijo Alan.

–Así que si fuiste capaz de hacerlo. No me sorprende ¿y todo salió como debía de salir?
–Si. Hubo un muerto. El cadáver esta enterrado cerca del lago. –dijo con voz denigrante y
sombría–. He hecho todo lo que querías así que déjame hablar con él.

–Como quieras.

Alan esperó a que tomaran el teléfono nuevamente. Su corazón palpitaba apresurado,


nervioso y atemorizado. Habían sido muchos días de espera y finalmente iba a tener un poco
de lo que había deseado. Su pecho subía y bajaba con irregularidad, impaciente.

–¿Alan? –una vocecita le habló. Una voz que no había escuchado en demasiado tiempo. Sintió
que sus piernas flaqueaban y que su corazón palpitaba con más fuerza.

–Mario…–dijo con un hilo de voz. Finalmente…, finalmente hablaba con él. Sentía como algo se
desquebraja dentro de él, como su voz que quebrantaba–. Mi canario ¿estas bien? ¿No te ha
hecho daño?

–¡Alan, Alan, eres tú! –el pequeño canario estaba emocionado y se aferraba al celular con
devoción–. Estoy bien. No me ha hecho nada.

–Te amo Mario, te amo. Te prometo que estaremos juntos. Te lo prometo. ¿Me crees, verdad
mi canario?

–Si, si. Te creo. Te amo Alan y pase lo que pase te esperare.

–Bien, ya ha sido mucho drama. –la dulce voz de su canario había sido sustituida por otra. La
frustración se apodero del pecho de Alan.

–¡Déjame hablar con él!

–Nope. Ya sabes las reglas y no voy a repetirlas. La próxima vez que llames, y que espero que
sea pronto, debes de decirme donde esta él. Y quizás te deje hablar más rato con el pequeño
Mario. Hasta entonces.

Y colgaron.
Mario observó con tristeza como la llamada era cortada. Ya no podría hablar con Alan y tanto
que había anhelado esa llamada. Abajó la vista cuando sintió los ojos nublarse. Que impotencia
tan grande no poder hacer nada. Inspiró y exhaló lentamente como lo venía haciendo desde
hace meses.

–Lo siento lindo canario pero ya sabes las reglas –recordó el hombre sin un ápice de
remordimiento. Mario elevó la vista, observándole con molestia–. Venga, no me mires así –se
acercó a él hasta sentarse en el borde de la cama–. Cuando me miras así haces que mi corazón
se rompa –le acarició el cabello lacio del color del sol y el joven de casi catorce años suspiró
desanimado, sin atreverse a reprocharle aquel acto tan cariñoso.

–Déjame salir de aquí, Lucas –pidió con un rostro compungido. El pelinegro dejó de acariciarle
el cabello y bajo la mano, mirándole con monotonía–. Déjame ir con Alan.

–No.

–¡Pero…!

–Ya te dije que no. –se puso de pie y lo miró desde arriba–. Cuando tenga lo que quiero te
dejare ir. ¿O prefieres que te deje ir y en cambio le muestre esas fotografías a tu hombre? –los
ojos de Mario se abrieron llenos de pavor.

–¡No, no se las muestres…, por favor! –Abajó la mirada–. Si Alan se entera de eso… si llegara a
saberlo, él… –dejó la frase en el aire y sus pequeños hombros se sacudieron por el llanto–. No
se lo digas. Alan no puede saberlo.

–Tranquilo pequeño Mario, tu secreto esta a salvo conmigo. Lo guardare de la misma forma
que guarde lo de tu relación con Alan. Lo recuerdas ¿no? Yo los pille besándose en el trabajo.
Él de veintiún años y tú de trece. Es algo ilegal; un menor besándose con un hombre mayor,
viviendo con un hombre mayor y teniendo sexo con un hombre mayor. Pero aun así guarde el
secreto, de mi boca no salió ni un silbido ¿verdad que si?–Mario asintió, cabizbajo–. Y cuando
te hiciste el piercing y el tatuaje. Lo recuerdas ¿cierto? Yo te acompañe a esos sitios y guarde la
información hasta que se lo revelaste a Alan. ¿Soy de confianza, a que si? –el chico volvió a
asentir con la cabeza sin decir nada–. Así que relájate, si te digo que no le diré nada a Alan
sobre esas fotos es porque no se lo diré – el pelinegro paso los dedos sobre su boca, simulando
cerrarlo como si su boca tuviera un cierre invisible.

–¿Lo prometes? ¿Me juras que nunca se lo dirás?


–Te lo juro lindo canario. No le diré a tu hombre del bullyng que te hacían en el colegio, ni de
las fotos que te tomaron. Pero mi juramento solo será valido si dejas de joderme con
lloriqueos y suplicas de que te deje ir ¿de acuerdo? –el niño asintió–. Bien, ahora iré a preparar
un baño con agua tibia y jazmines. Me encanta el olor de jazmines en tu piel –Mario se puso en
tensión y Lucas lo notó– pero tranquilo, no me abalanzare sobre ti. Si quisiera hacerlo hace
mucho que lo hubiera hecho, aunque ganas no me faltan y más con ese sugerente tatuaje en
tu vientre.

Lucas salió de la habitación, cerrándola con llave por si el canario decidía huir. Mientras tanto,
Mario quedó nuevamente atrapado en aquel cuarto. No era un cuarto feo, de hecho era un
cuarto acogedor; con paredes color crema, una cama amplia y cómoda, sabanas sedosas y
tibias y una ventana de vidrio con vista al exterior, custodiada por barrotes de hierro para
impedirle irse. Afuera solo había arboles y un jardín lleno de flores, muchas de ellas, en su
mayoría, margaritas y no me olvides.

Aquella era una casa de campo y Mario no sabía su ubicación.

Tenía puesto un pijama que le iba grande, como un montón de tela que ocultaba su menudo
cuerpo. Un cuerpo blanco y bello por su incuestionable inmadurez, pronto cumpliría catorce
años y casi pasaba un año desde que se había fugado con Alan. Casi un año…

Se arrinconó en la cama y abrazó sus rodillas, recostando su cabeza ladeaba en ellas. Miraba
afuera. Miraba el jardín cubierto de agua de lluvia, miraba el cielo nublado, y se preguntaba
cuando iba a salir de aquel lugar.

Antes era libre, antes era amado, antes era feliz y ahora solo era un lindo canario encerrado en
una jaula de cristal.

Cap 13: sin anestesia…

or: cielo caido

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Notas del capitulo:


Es curioso que, en cada capitulo que publico, en las notas del autor siempre estoy
disculpándome por la demora. Siempre estoy pidiéndoles perdón, y este capitulo no va a ser
menos: Lamento mucho la demora. De verdad que he tenido un montón de cosas que hacer,
entre ellas estudiar, trabajar, dibujar, escribir la tesis, y escribir otras historias (perdón), lo que
pasa es que a veces necesito un respiro porque esta historia es bastante compleja, de modo
que cuando escribo un nuevo capitulo puedo tardarme meses editándolo, aunque ese capitulo
pueda estar listo en una semana. Soy algo exigente con esta historia. En Uke Acosador tendía a
publicar un capitulo por semana, a mi me gustaría seguir ese ritmo, pero no puedo. Es muy
agotador. UA era una historia que apenas empezaba y por eso podía escribir tan fresca como
lechuga, no obstante, esta historia es diferente. Esta historia es muy difícil y necesita ser muy
meditaba y editada antes de cada publicación.

Pido perdón nuevamente a aquellas personas que han estado esperando tan ansiosamente
este capitulo. Disfrútenlo…

Capítulo 14:

Sin anestesia.

Lo más seguro es que el cielo se lamentaba por las tragedias de día a día. Si, debía ser eso
porque si no fuese así entonces ¿Por qué llovía? ¿Por qué el cielo lloraba? No tenía sentido
que fuese solo un estado del clima. No, debía de estar relacionado con los sentimientos de la
humanidad, o al menos así pensaba Leandro mientras miraba distraído por la ventanilla del
carro. Era un día de lluvia como los últimos días y la lluvia lo hacia divagar, lo hacia
desprenderse por segundos del mundo real.

–¿Estas bien? –preguntó nervioso Luis, quien conducía a una velocidad optima. Leandro
observó que una gota más gorda que las demás golpeó el cristal. Que curioso. Luego miró a su
hermano mayor.

–Estoy bien –respondió con sinceridad. Y era verdad. Estaba bien, y quizás eso le inquietaba un
poco.

Luis no se creyó mucho sus palabras pero no pregunto más. En realidad no quería preguntar
más. Estaba cansado, harto y algo descorazonado por toda la situación. Se le escapó un suspiro
entristecido. Giró con cuidado el volante y el carro cruzó la curva con cuidado. Le dolían las
manos y al vérselas se dio cuenta de que sus nudillos estaban algo despellejados. Era normal,
había estado cavando y cavando y cavando… había estado enterrando un cadáver. Un cuerpo
que Leandro había dejado sin vida. Pensar en eso hizo que se le pusiera la piel de gallina,
quizás hasta tembló un poco, aun no podía creer todo lo que acababa de pasar. Aun no podía
creer que hubiese otro asesinato.

Miró con el rabillo del ojo a su hermano menor: Leandro lucia tranquilo. Eso lo asustaba un
poco ¿Cómo Leandro podría estar tan tranquilo después de todo lo que había pasado? ¿Cómo
podía mirar tan distraídamente la lluvia a través de la ventanilla? Era casi escalofriante verlo en
ese estado.

–Leandro –llamó nuevamente. El mencionado apenas ladeó un poco la cabeza, respondiendo


un ineludible “Uh”–. ¿Estas bien? –volvió a preguntar, esta vez un poco más preocupado que
antes.

–Estoy bien.

“No te creo” pensó Luis “O tal vez si te creo y eso es lo que me preocupa”

No hubo más preguntas y en cambio solo se escuchaba el incesante repicar de la lluvia contra
el cristal y el sonido amortiguado del parabrisas…

-:-

Adrián suspiró tranquilo cuando notó que su hermano mayor cerraba sus ojos para sumirse en
la tranquilidad del sueño. Era la magia de los sedantes. Al cabo de unos segundos su
respiración fue pausada, quieta, como la de alguien que tranquilamente visita el mundo de
Morfeo. Con gesto fraterno apartó uno de los mechones rojizos que surcaban el rostro
durmiente y lo escondió detrás de la oreja. Luego, dejó caer su mano, alejándola de Aarón. Se
sentía muy culpable, era un arrepentimiento que hacia arder su alma ¿Cómo era posible que
algo tan malo pudiese haberle pasado a su gemelo otra vez? ¿Cómo era posible que Aarón
hubiese pagado sus platos rotos nuevamente?

No era justo.
Él era el chico malo. Él era al que tenían que pasarle todas esas atrocidades y no a su gemelo.
Le temblaron los labios para ponerse a llorar como un niño pequeño, pero se contuvo. No
estaba dispuesto a llorar frente a ese doctor. Miró de soslayo al rubio, quien pacientemente
guardaba sus cosas en la caja de primeros auxilios. Debía de admitir que agradecía
enormemente que ese hombre supiese de medicina pero decirlo en voz alta era casi
denigrante. Cerró los ojos y suspiró y exhaló.

–Muchas gracias por ayudar a mi hermano –dijo sinceramente. Santiago no dijo


absolutamente nada, apenas lo miró un instante con aquellos zafiros cortantes y luego volvió a
ocuparse de sus propias cosas. Era como si no le importara sus agradecimientos y Adrián
estuvo a punto de decirle unas cuantas groserías para enseñarle algo de modales, no obstante
se contuvo y contó hasta cien, intentando calmarse.

“No dice nada porque no sabe que Leandro esta involucrado en esto” pensó el pelirrojo
cuando llegó al numero doscientos “Si lo supiera, probablemente, estaría azotándome con
preguntas. No, creo que más bien me estaría ahorcando para que le dijese la verdad”

Cuando llegó al número trescientos cincuenta ya se le había pasado la rabia. Adrián suspiró
nuevamente, preguntándose porque Luis y Leandro tardaban tanto. Estuvo preso de la duda y
el miedo durante muchísimos minutos pero fui incapaz de mirar por la ventana o asomarse por
la puerta para verlo llegar, fue incapaz de separarse de su gemelo quien tranquilamente
dormía. No podía dejar a Aarón solo. No podía.

Santiago salió de la habitación, dejándolo en aquella oscuridad. Entonces Adrián prendió la


lámpara que estaba en la mesita de madera y se quedó sentado frente a su hermano sin hacer
nada más. Inhalaba y exhalaba, y luego inhalaba y exhalaba, una y otra vez, y otra vez, y otra…
lento, pausado, sin apartar sus ojos verdes del rostro de su hermano. No se movía, no hablaba,
no lloraba, ni siquiera se retorcida las manos por los nervios, solo respiraba. Sus delgados
labios estaban en una línea recta muy parecida a la oscura línea del horizonte cuando ya ha
anochecido.

Tiempo después, cuando ya hubo oscurecido por completo, se escuchó un ligero alboroto en la
sala. Adrián supuso que Leandro ya había llegado.

-:-
Santiago quedó muy desconcertado en cuando vio a sus hermanos entrar por la puerta.
Principalmente porque al que él amaba estaba en mal estado. Si bien ambos hermanos tenían
mal aspecto; es decir, venían sucios, con la ropa llena de barro y los nudillos despedazados
pero Leandro… bueno, a él parecía como si le hubiese dado la paliza de su vida.

–¡¿Que demonios paso?! –cuestionó con una cara de espanto.

–Nada bueno, desde luego…–respondió Leandro y el rubio pudo ver con claridad el rastro de
sangre en los dientes. Por su parte, Luis, se dejó caer pesadamente en el mueble y se paso la
mano con sus nudillos hechos picadillos por su cabello.

–Ha sucedido algo terrible, Santi. –su rostro estaba muy compungido–. Algo realmente
terrible… –negó varias veces con la cabeza, arrepentido, desalentado. Sus ojos se mantenían
fijos en el piso, aunque Santiago supuso que no miraba ninguna mancha en el suelo, sino más
bien que estaba recordando algo de lo cual él todavía no sabía nada. Su angustia creció ¿Qué
había pasado?– ¿Cómo esta Aarón?

–Ese chico estaba muy nervioso así que tuve que aplicarle un sedante. Por lo que pude ver y
revisar supuse que… –no pudo completar la frase, su conclusión era terrible y decírsela a su
hermano, quien amaba tanto a ese muchacho, era mucho más terrible.

–Ya lo se –dijo Luis con un dolor abrumador–. No llegue a tiempo para ayudarlo.

–¿Ayudarlo? ¿Qué quieres decir? –miró a Luis un segundo y luego a Leandro. Ninguno lo
miraba directamente a la cara–. ¿Como es que a ese chico le pasó eso? ¿Por qué están tan
sucios? ¡¿Por qué Leandro esta tan golpeado?! ¡¿Acaso una cosa tiene que ver con la otra?!

Luis no sabía que decir. No sabía como empezar a explicar un hecho del cual él no tenía ni la
más mínima idea de como se desarrolló. Él solo había llegado a ese lugar tan rápido como
había podido y en vez de encontrar a Aarón; encontraba a su hermano matando con un tubo a
un joven que no conocía ¿Cómo se explicaba algo así?

–Maté a una persona –dijo de repente el castaño. Tanto Luis como Santi sintieron que el aire
se les enfrió en los pulmones. Un segundo interminable de silencio y una mirada castaña fija
en los ojos azules del rubio sin habla–. Agarré un tubo y lo dejé caer una y otra vez en el
cuerpo de ese muchacho hasta dejarlo sin vida.
Su voz estaba desprovista de culpa.

–¿Qué estas diciendo? Eso no pudo haber pasado… No, claro que no… tú no pudiste haber
matado a nadie –expresó Santiago con una sonrisa nerviosa y el corazón golpeteando contra
su pecho como un pajarillo asustado–. No pudiste haber hecho algo como eso… estas
mintiendo ¡Es mentira! ¡¿Por qué me mientes?!

–No estoy mintiendo. Te estoy diciendo la verdad: maté a una persona, y Luis me ayudó a
enterrarla, por eso estamos así de sucios.

Santi negaba una y otra vez con la cabeza. Esas palabras tenían sentido pero no las entendía,
era como si no cupieran en su mente, como si las dijese en otro idioma que no comprendía.

–¿Por qué…?–preguntó con un hilo de voz–. ¿Por qué lo mastate?

Una fina arruga apareció en el entrecejo de Leandro, apenas visible, apenas perceptible...

–¿Por qué? Porque estaba lastimando a Aarón y sobretodo porque estaba haciéndole daño a
Adrián. Por eso –Leandro continuó mirándole a los ojos, sin alterarse en absoluto–. Por eso
mismo lo maté.

El rubio se sentía indignado.

– ¡Y lo dices así tan tranquilo! ¡¿Qué demonios te pasa?! ¡¿Acaso no te das cuenta de gravedad
del asunto?! ¡¿Acaso no entiendes que por esa estupidez podrías hundirte?! ¡¿Qué podríamos
hundirnos todos?! ¡¿Acaso ese amante tuyo vale más que todos nosotros?! –su voz sonó
abrupta, sonó como la sierra que sostiene un medico cuando ha de apuntar una pierna–. ¡Lo
odio…! ¡Odio lo que te hace hacer! ¡Por su culpa mataste a Susana hace ocho años y por su
culpa has matado nuevamente! ¡¡Por su culpa la historia se ha vuelto a repetir!! ¡Lo único que
hace es traer problemas!

Santiago estaba entrando en crisis y no era para menos… otro asesinato. Otro secreto. Quizás
otro posible hundimiento…

–Para. Ya fue suficiente.


–¡No me voy a callar! Desde que ese muchacho llegó a nuestras vidas todo ha sido un
repentino desastre. Como una tormenta que acaba con todo. ¡Como un incendio que destruye
todo! ¡¿Cuántas otras cosas estas dispuesto a sacrificar para mantenerlo a salvo?!

–Las que hagan falta.

–¡¿Pero te estas escuchando?! ¡¿Estas oyendo lo que dices?! ¡Estupideces! ¡Estupideces del
tamaño de la tierra! Pero sabes que Leandro: no voy a dejar que hagas lo que quieras ¿me
oyes?–una advertencia, quizás una amenaza–. No voy a dejar que te hundas. No vas a hundirte
¡Te lo prohíbo!

–Cálmate Santiago, ¡Cálmate! –Luis tuvo que detener a Santiago, quien casi se abalanzaba
contra Leandro para hacerlo papilla por su inepta actitud–. ¡Ya cállate! –lo sacudió
bruscamente por los hombros–. ¿Acaso quieres que te escuchen los inquilinos de arriba o los
de abajo? ¿Quieres que escuchen tu parloteo de buen samaritano? ¡¿Quieres que escuchen
que hubo un asesinato?! Mierda Santiago, no has aprendido que en estos caso hay que
guardar silencio.

En esos momentos todos guardaban silencio, casi como si contuvieran el aire en los pulmones
para no emitir ni el más mínimo ruido. Así se comportaban los secretos, justo así: en silencio,
callado, con la boca cerrada, los oídos muy pendientes y los ojos en alerta. Tensión. Una
tensión tan gruesa que sería incapaz de cortarse o eliminarse con una tijera.

Luis respiró hondo y miró muy serio a su hermano Santiago.

–Si quieres que estemos a salvo entonces no debes comentar esto ni con una roca ¿entiendes?
–Santiago agachó la vista y asintió. Luis lo soltó violentamente–. Así que pongan atención: ni
una palabra de este asunto, ni una vocal, que no resbale de su boca ni el más mínimo silbido
¿de acuerdo? –miró a cada uno, en especial a un pelirrojo que se mantenía callado en el
umbral de la puerta–. Además, si Leandro no hubiese matado a ese sujeto, entonces, lo
hubiese matado yo por lo que le hizo a Aarón.

Santiago resopló como un toro furioso, mirando con aquellos ojos de un azul eléctrico, que
momentos brillaban como la punta de un cristal muy afilado, al detonante de aquella terrible
situación.

Por su parte, Adrián no se cohibió, en cambio le devolvió la cortesía.


–¿Cómo has dejado que pasara esto? –preguntó con una sórdida ira.

–Santiago te dije que ya fue suficiente –recordó Luis, irritado.

El rubio apretó sus nudillos y desvió su vista hacia Leandro. Se acercó a su hermano. Si bien la
lluvia había eliminado la sangre de sus partes más lastimadas, aun así Santiago podía ver de
lejos el rastro de sangre en los orificios de las fosas nasales. Y estaban esas heridas
superficiales que esperaba que no fueran severas.

–Siéntate, voy a revisarte.

–No te preocupes por eso, son heridas superficiales.

–Yo me preocuparía mas por las costillas rotas –alegó Luis preocupado. Leandro lo miró
duramente. Esas cosas no debían decirse y menos frente a Santiago.

–Siéntate –ordenó el rubio sin un ápice de amabilidad. El menor de los Torrealba obedeció con
cierto fastidio–. Déjame verte los ojos.

– Ya se que me golpearon con un tubo, casi me lo partieron en la cabeza pero no sufro una
conmoción, Santiago.

–Y quien ha pedido tu opinión –el rubio mantuvo un rostro severo–. Aquí el doctor soy yo y
tienes que hacer lo que yo diga.

Le examinó los ojos con una linterna, le pidió que moviera los ojos de un lado a otro. Le
examinó las heridas de su cabeza; el bulto en la parte izquierda ocasionada por el tubo.
Examinó, además, los oídos y preguntó si no escuchaba algún zumbido. Leandro dijo que si
pero era un zumbido muy leve y que había disminuido con los minutos. Santiago le ayudó a
quitarse la camisa porque le costaba levantar los brazos. Al hacerlo le tocó las costillas con
cuidado y concluyó que tenía por lo menos dos costillas rotas. Además tenía el labio inferior
partido y estaba hinchado, lo mismo que su mejilla pero era una suerte que no tuviera la nariz
rota con tremenda paliza.

–Iré a comprar medicina y me parece que deberíamos ir al hospital o a la clínica para hacer
algo con esas costillas rotas, al menos para saber si no es demasiado grave.
–En estos momentos no me parece lo más apropiado; tengo mal aspecto y quizás tenga restos
de sangre de ese muchacho– el castaño negó con la cabeza–. Quizás vaya mañana.

–No debes retrasarte con eso ¿de acuerdo? –Leandro asintió, taciturno–. Dame las llaves de tu
carro, Luis. Iré a la farmacia.

Luis se levantó del mueble, lucia cansado pero también molesto.

–Vamos juntos. Tengo que ir a buscar a los niños en casa de Gabriel. – Se lavó la cara y las
manos, además se cambió de ropa para no parecer tan andrajoso. No quería asustar a los
niños. Antes de irse miró a Adrián–. Cuida de Aarón mientras no esté. –Luego miró a Leandro–.
Y tú, date un baño. Luces pésimo.

Y se marcharon.

Leandro permaneció sentado en el mueble, miraba muy concentrado las manchas rojas
desteñidas de su camisa. Manchas de sangre.

–Estas hecho un desastre –una voz tímida, como una vela que aun no termina de encender.
Leandro alzó la vista y visualizó a Adrián en el umbral de la puerta. En todo ese tiempo no se
había movido de allí.

–¿Estas bien, Adrián? –no hubo respuesta–. ¿Por qué no te acercas? –el pelirrojo siguió sin
responder.– ¿Me tienes miedo? –el muchacho negó con la cabeza y sus mechones rojizos se
agitaron sin mucha fuerza–. Entonces acércate, aunque solo sea un poco.

Adrián caminó lentamente hacía él y se sentó a su lado. Realmente parecía apagado y eso hizo
que una fina grieta recorriera el corazón de Leandro.

–¿Estas enfadado conmigo? –preguntó el pelirrojo sin mirarlo. Hubo una sonrisa desenfada por
parte del castaño.

–No lo se... Pero tú pareces a punto de desmoronarte.


Una sonrisa débil por parte de Adrián.

–Creo que estoy a punto de desmoronarme.

El castaño pudo apreciar un ligero temblor en el cuerpo de Adrián. ¿Por qué temblaba? ¿A
que le tenía miedo? Quizás después de todo si le asustaba un poco su presencia. Quizás le
asustaba lo que había hecho, ya que, finalmente, le veía quitarle la vida a una persona. Adrián
lo había visto completamente enloquecido, fuera de si. Le había visto como una persona que
ha olvidado por completo el dulce sabor de la azúcar…

–Perdón –dijo, enfocando su vista en la camisa manchada de sangre–. No debiste haberme


visto en ese estado.

El pelirrojo soltó una sonrisa amarga y áspera.

–¿Me estas pidiendo perdón por haberme salvado?

–Es que yo… ma…

–No lo digas –pidió antes de que Leandro pudiese completar ese “mate a alguien”–. Por ahora
no quiero escucharlo–. Abajo su mirada verde, llena de amargura–. No me pidas perdón por
haberme ayudado. Si lo haces seré yo quien terminara pidiéndote perdón mientras me
arrodillo ante ti por haberte hecho cometer otra atrocidad. –respiró hondo–. Así que no lo
hagas. No lo digas. Hoy no, por favor. Quiero afrontar un problema a su vez ¿si? Uno por día,
quizás así no me desplome –le temblaron los labios–. Quizás así pueda mantenerme en pie y
poder ayudar a mi hermano.

–¿Cómo esta él?

–Dormido. –Adrián se encogió y llevó sus rodillas hasta su pecho para así poder abrazarlas–.
Creo que Aarón me va a odiar. –susurró como si tuviese miedo de que las paredes pudiesen
escucharlo, o quizás tuviese miedo de que con solo pronunciar aquellas duras palabras se
hiciesen realidad.

–Tranquilo, tranquilo. Aarón es tu hermano. Es tu gemelo. No va a odiarte.


–Si, si lo hará.

Le acarició con cariño los cabellos rojizos con olor a lluvia.

–Quizás se moleste al principio pero luego se calmara. No va a odiarte, no puede hacer eso,
eres su hermano.

Adrián quería creer eso. Adrián anhelaba creer eso. Y se obligó a creer en ello, no solo porque
así lo deseaba su corazón, sino porque se lo estaba diciendo Leandro y él no podía mentirle
¿cierto? Leandro no le fallaría.

Había una duda que había estado en la cabeza de Adrián desde que habían llegado a la casa de
Luis. Levantó la cabeza, mirándolo.

–¿Cómo supiste que estaba en ese lugar?

–Te seguí… ¿Qué hacías allí?

Volvió a ocultar su cabeza entre sus piernas. Parecía que cada vez se encogía más y más...

–Aarón me llamó. Estaba lastimado y quería que lo fuese a ayudar.

–¿Por qué lo lastimaron tanto? Comprendo que haya sido un robo pero… allí había algo más,
allí había odio ¿Por qué?

–Yo… yo creo que aquel sujeto era Nelson. No lo veía bien pero estoy seguro de que era él –
Una sombra cubrió sus ojos–. Seguramente me estaba buscando para vengarse de mí por lo
que le hice.

Adrián dejó caer sus hombros, como si llevara una carga muy pesaba. Una carga difícil de
aliviar.

–¿Quieres hablar de eso? –negó con vehemencia, era un tema que le aterraba. Leandro
suspiró cansado, en algún momento ese muchachito tendría que contarle todo. Pero suponía
que esta no era la noche, no parecía el momento. Habían sido demasiadas cosas, demasiados
pesares y la cuota del día se había llenado.

Se quedaron un minuto en silencio hasta que el pelirrojo hizo una pregunta. La pregunta. Esa
bendita pregunta que le aterraba hasta los huesos.

–¿Estas bien? –La voz de Adrián estaba desprovista de toda acusación, era solo una pregunta
cualquiera que ameritaba una respuesta sincera.

Pero no. Para Leandro no era una pregunta cualquiera. Esa era una pregunta que le había
perseguido desde que había salido sin memoria del manicomio «¿Estas bien? ¿Estas bien?
¿Estas bien?» Maldita pregunta que se le pegaba a su vida como la sombra que se pegaba a
sus pies.

Tragó saliva. Maldita pregunta.

–Estoy bien, Adrián. –dijo sin perder la compostura–. Si lo que te preguntas es que si siento
culpa te diré que no. No siento ni la más leve culpa. Eso asusta ¿no? –miró sus manos
lastimadas–. No siento nada.

El pelirrojo tomó una de sus manos y miró con curiosidad la huella de tierra húmeda en la
comisura de sus uñas.

–¿No tienes miedo de mi, Adrián? –el mencionado negó despacio con su cabeza. Leandro lo
miró con indulgencia–. ¿Por qué no me tienes miedo, Adrián? Le que he quitado la vida a dos
personas y me viste quitársela a una de ellas. Deberías de tenerme miedo

–¿Quieres que te diga la verdad, Leandro?

–La verdad, por favor.

–La verdad es que creo que estas enfermo por no sentir culpa. La verdad creo que estoy
enfermo por no tenerte miedo. La verdad Leandro, es que te amo, no puedo dejar de hacerlo.
Y creo que ese amor esta enfermo desde el primer día que nos conocimos. Eso Leandro, eso lo
que creo.
-:-

Cuando llegó a casa eran cerca de las tres de la mañana. Una hora idónea en que los demonios
llegaban o al menos así había escuchado. Según algunos supersticiosos o religiosos las tres de
la tarde era una hora sagrada, era la hora en que Cristo había muerto, y los demonios para
hacer su burla salían a las tres de la madrugada en reversa de las tres de la tarde.

Si, justo a esa hora debía de llegar, justo a la hora de los demonios salían porque en realidad
así se sentía: como un demonio, un espíritu malvado o quizás solo fuera un alma en pena,
vagando por el mundo en busca de algún descanso.

Suspiró largamente. Todas las luces de la casa estaban apagadas así que tuvo cuidado de
caminar para no tropezarse con algún mueble. Oprimió el interruptor, encendiendo la luz y
toda la sala se iluminó.

–Que fastidio –susurró alguien. Una voz conocida proveniente de mueble más largo. Alan se
acercó con curiosidad al mueble y observó que Santiago estaba acostado allí, también se
tapaba los ojos con el brazo. Parecía un chiquillo enfurruñado que odia que prendan la luz para
despertarlo.

–Parece que si vino a casa, después de todo…–susurró pensativo y apagó la luz para que
Santiago siguiera durmiendo.

Con sigiló entró al cuarto de Leandro. El aire acondicionado estaba encendido por lo que el
piso estaba como el mismísimo hielo y sus pies desnudos pudieron comprobarlo. No le
desagradó esa sensación, era refrescante. Caminó y caminó hasta llegar a la cama del
durmiente. Una vez allí hizo algo de espacio y se acomodó en el huequito que encontró.

–Buenas noches, Leandro –susurró, aunque el mencionado no podía escucharlo, ya que dormía
profundamente–. Y también lo siento mucho.

Pero como antes; nadie lo escuchó, solo la almohada y la cama, y quizás un dormido Leandro.
-:-

Había despertado muy temprano. Tal vez lo estaba desde la seis de la mañana pero no
deseaba levantarse. De hecho, no deseaba haber abierto los ojos. Hubiese preferido quedarse
dormido, dormirse para siempre y nunca volver a la realidad, porque volver a ella implicaba
enfrentarse a los problemas que ahora mismo lo abatían.

Se ciñó las sabanas al cuerpo y se puso en posición fetal. No le gustaba sentirse como una
victima pero eso era: una victima.

–Basta…–susurró al viento, pero sobretodo a sus recuerdos.

Apretó los dientes y se tapó los oídos con sus manos desolladas. Podía oír las risotadas de sus
adversarios, la risa cruel y burlesca mezclada con la lluvia. Podía oír el desgarrón de su ropa.
Los sollozos de su garganta. La suplicas de su boca para que no le hicieran daño. Pero nada
sirvió

–Por favor, cállate… –suplicaba a su conciencia; suplicaba que hiciera silencio, que borrara ese
terrible incidente, que borrara el momento en que abusaron de su cuerpo y algo de él se
rompió para siempre.

No obstante, las risotadas, el desgarrón de ropa y sus sollozos no se fueron, de hecho se


repitieron una y otra vez hasta hacerlo sentir como una miserable basura. Incluso sintió un
dolor calcinador detrás de los ojos que lo instaba a llorar. Pero no lloró, ya había llorado
mucho. Solo se quedó allí, en la cama, esperando que las sombras de sus recuerdos se fueran.

Observó que su hermano gemelo estaba junto a él, no precisamente acostado, sino sentado en
una silla del comedor y se había dormido. Sus parpados se fruncieron un poco y luego,
lentamente, empezó a abrir los ojos. Unos iris verdes iguales a los suyos lo contemplaron
soñoliento. Adrián aun no terminaba de despertarse, sino que pensaba, recordaba por que
estaba allí o donde estaba, o que había pasado, y luego recordó, como una bomba que cae del
cielo así se sintió.
–¡Aarón ¿estas bien?!

El chico apretó las sabanas con las manos. Sentía rabia, indignación. Algo como el suceso de
ayer no estaba destinado para él. Aquello nunca debió pasarle a él, nunca…

–¿Por qué? –murmuró con una sórdida ira–. ¿Por qué tenía que pasarme a mí?

–Aarón, lo siento mucho, de verdad lo siento.

–No lo sientes.

–¡Si, si lo siento! Cree en mi Aarón, por favor.

–¡No! ¡No lo sientes! –Expresó con dureza, atravesándole con sus ojos como si de un puñal se
tratara–. ¡Yo no tuve porque haber pagado tus platos rotos otra vez! ¡No tuvieron porque
haberme violado!

Adrián estaba muy sorprendido, posiblemente algo horrorizado por aquella actitud que había
predicho. Sentía como algo muy fino y débil se resquebrajaba en su pecho al oírle decir tales
palabras. Era doloroso, terrible, lo más espantoso que un ser humano puede sentir…

–Tienes razón, tienes razón –dijo con la desesperación impregnando su voz–. Ya se que no te
buscaban a ti, que me buscaban a mi ¡Y lo siento tanto! Si pudiera devolver el tiempo, Aarón, si
pudiera hacerlo ocuparía tu lugar y no dejaría que nada te pasara.

Intentó tomar su mano para calmarlo pero Aarón la apartó. No quería que lo tocara y ese
gesto hizo que el corazón de Adrián se rompiera un poquito

–No me toques, Adrián ¡No me toques! –había empezado a sollozar, algo que pensó que no iba
a hacer–. ¡Te odio!

–No Aarón, no me odies… te lo suplico…No me odies, no me odies… –una piedra había


comenzado a asentarse en su garganta.
–Por parecerme a ti me han pasado tantas cosas malas ¡Odio parecerme a ti!

Adrián muchas veces había visto esa mirada tan fulminante, esa mirada de odio que muchas
personas le dirigieron: en las esposas de los hombres con quienes se acostaba, en la madre de
hijos adinerados, en los sujetos con quienes utilizaba y luego abandonaba, en la mirada de su
padre, y ahora en la de Aarón.

–¡Odio que me confundan contigo!

Era una mirada áspera, grave y tan cortante como un cristal roto. Como un cuchillo recién
afilado. Como una espina de hierro clavada en el corazón.

–¡Odio ser tu hermano!

Ardía. Dolía. El sentimiento de llorar.

Si, Adrián estaba seguro: se iba a derrumbar, se iba a caer, a desmoronar en mil pedacitos y
nadie seria capaz de construirlo de nuevo.

–¿Qué es todo este alboroto? –Luis entró en la instancia algo preocupado. Había oído desde el
otro cuarto el griterío de Aarón. Miró a uno y después al otro.

–Vete Adrián. Por favor vete. Quiero estar solo.

Y mientras el mencionado se retiraba en el más absoluto y oscuro mutismo, Aarón emitía unos
silenciosos y desesperados sollozos.

–¿Aarón? –la voz de Luis fue apenas como susurró, un murmullo del viento.

–Quiero estar solo, Luis –se ciñó la sabana, quizás intentado protegerse de los recuerdos–.
Solo.
-:-

Al abrir los ojos se percato de que unos ojos muy azules lo miraban fijamente. Por un
momento pensó que era Santiago que se había escabullido en su cama. Pero no, no era
Santiago. Aquel azul cielo pertenecía a otra persona.

–¿Alan, por qué estas durmiendo conmigo? –dijo con voz pastosa y algo de irritación–. Tienes
tu cama, así que no hay necesidad de dormir juntos.

–Es que no quería dormir solito.

Tan temprano y Alan ya le estaba haciendo sus clásicas bromas.

–Y no puedes quejarte, hombre. Me he portado como un santo y no he tocado ninguna de tus


valiosas partes íntimas.

La luz del sol entraba tenuemente por la ventana adornadas con cortinas. Leandro se estiró
con mucho cuidado. Sentía el cuerpo adolorido, sus costillas rotas daban punzadas de vez en
cuando y el molesto zumbido en sus oídos seguía pero mucho más amortiguado. Además, le
dolían los dientes y la nariz, y las mejillas, y las piernas pero sobretodo la cabeza. Seguro que
era un tapiz de cardenales. Se percató del silencio que había: Alan había dejado de hablar.
Raro. Lo miró y encontró su mirada fija en él como lo estaba antes de que despertara.

–¿No vas a preguntarme que me paso? –preguntó sin interés alguno.

–No quiero saberlo –respondió el rubio, con una tímida sonrisa. El castaño enarcó una ceja,
algo extrañado de la falta de curiosidad de su mejor amigo.

Alan se levantó y se estiró como un gato al sol. Luego, caminando lentamente, se fue a la
puerta.

–Tengo que ocuparme de mis propios asuntos –dijo, antes de que Leandro formulara la
pregunta obvia. Abrió la puerta y casi se iba pero antes de hacerlo lo miró, aun manteniendo
aquella débil sonrisa–. Lo siento mucho, Leandro.
–¿Qué cosa?

–Solo lo siento.

Y sin más se fue, cerrando con mucho cuidado la puerta y dejando a Leandro con aquel «Lo
siento» rodando en su cabeza.

-:-

Adrián había corrido. Si, había corrido mucho. Más de lo que había pensado. En realidad no se
habría propuesto correr, simplemente lo hizo por un sentimiento ajeno. Quizás es que deseaba
alejarse de las palabras tan desgarradoras de Aarón o quizás es que deseaba correr más rápido
para poder viajar en el tiempo. Era algo así como esas películas que pasaban en la televisión;
en la cual la chica corría, y corría tanto que al final saltaba en el tiempo.

Si Adrián pudiera hacerlo, si tan solo pudiese saltar en el tiempo muchas cosas cambiarían.

Pero lastimosamente no tenía ese poder así que le tocó correr solo por correr, y mientras los
hacia sentía que las palabras de Aarón le desgarraban la ropa, le picoteaban la piel hasta
desangrarlo. Sus palabras eran como cuervos negros que lo perseguían con insistencia y sin
piedad, sus alas negras revoloteaban en su cabeza, en su cabello, en su cara, y no le dejaban
mirar hacia donde iba. Solo corría y le perseguía el horrible sonido de sus graznados…

Cuando se detuvo se dio cuenta de que había llegado al cementerio. Su pecho subía y bajaba
mientras miraba lentamente el espacio donde se encontraba ¿Por qué había ido a parar al
cementerio? Casi parecía absurdo estar allí, aun así las palabras de su reflejo lo siguieron hasta
ahí.

Se puso de cuclillas, arrancando distraídamente una hoja de monte y luego… luego, sin
pensarlo, algunos sollozos se escaparon de su roto corazón. De su retorcido y enfermo
corazón. Enfermo si. Porque él lo sabía; su corazón, su cerebro, su mente, sus ojos, todo en él
estaba enfermo. Estaba trastornado. Él era como esos arboles que torcidos nacen y torcidos
mueren.

La hierba verde del suelo casi hacia pliegues y las tumbas mantenían silencio ante su llanto. Y
luego, de la nada, se calmó así como de repente se calma la lluvia y sale el sol. Su pecho dejó
de agitarse bruscamente por los sollozos y paso a respirar lentamente. Una última lágrima
resbaló de sus ojos y cayó en el césped pero Adrián ya estaba demasiado entretenido tejiendo
entre los montes que sobresalían del suelo verde.

Al final tejió una hoja de unos cinco centímetros, después la deshizo y dejó caer, sin interés, las
hojas al suelo. Se levantó y caminó entre las lapidas tranquilamente. Primero llegó a la de
Elizabeth. Nunca había conocido a esa mujer; era la madre de la pequeña Mariana y Marcus.
La ex esposa de Luis. La madre de sus hijos, ahora ellos eran huérfanos de madre pero,
sinceramente, Adrián agradecía que estuviera muerta porque así como estaba (muerta) Aarón
podía estar tranquilamente con Luis sin pensar en que pudieran separarse.

–Lo siento –dijo, aunque no sabía si realmente lo sentía.

Caminó un poco más y llegó hasta la lapida de la señora (la abuela) y su mirada se entristeció
un poco. Ella había sido la abuela de su Leandro.

–Lo siento…–y esta vez si lo sentía. Había estimado mucho a esa mujer, había sido una gran
persona y le había ayudado sin que nadie lo supiese. De verdad lo sentía…

Caminó mucho más, entre tantas lapidas, casi las ultimas, esas que habían muerto desde hace
mucho tiempo y llegó hasta una adornada con rosas rojas.

–A ti si no se que decirte –dijo con tono algo enfurruñado. Era el tono que uno emplea para
referirse a viejos amigos, a amigos íntimos, de esos de los que uno no se priva de gastarles
bromas pesadas…

«Susana A. García. L» rezaba en la piedra. «Hija valerosa. Estudiante aplicada. Y mujer


maravillosa» su epitafio.

Se mantuvo en silencio, recordando las veces en que él le proporcionó drogas sin saberlo,
ayudando a su posterior hundimiento…
Que feo. Ser participe de algo así. Si Leandro lo supiese ¿Qué diría? ¿Lo odiaría? ¿Lo trataría
como trataba al estúpido de Santiago? ¿O lo perdonaría como otras tantas veces?

–Mi madre y tú tienen la culpa –expresó sin miedo de que los arboles pudiese escucharlo–. Si
hubiese sabido que era algo tan feo lo que te entregaba, jamás te lo hubiera dado…

Y recordó las veces en que ella enloquecía, en que dejaba de ser ella misma para ponerse
como una cabra loca que tiene hambre.

–Una drogadicta con síndrome de abstinencia…te comportabas como una maldita cuando te
hacían falta las drogas… y sobretodo te comportabas como una maldita cuando andabas
demasiado cargada de drogas…

Siguió adelante, mucho más y más. Era un cementerio grande. Y al llegar a la última tumba que
pretendía visitar se quedó sin palabras. No por asombró. No, nada de eso. Ese sentimiento se
había ido desde hacia mucho tiempo. Ahora solo quedaba silencio, un oscuro silencio…

En la piedra había un nombre que rezaba: «Isela Vázquez de Gómez»

Adrián observó el nombre sin nada en particular. Nunca había conocido a esa mujer, aunque
pensándolo mejor… Si, si la había conocido pero estaba demasiado pequeño para recordarla.
Aun así tenía algo que decirle. Siempre habría algo que decirle:

–Si no hubiese nacido; mi madre, Ricardo, Aarón y yo nos hubiésemos ahorrado muchos
problemas…

Solo eso y luego nada. Solo silencio y quizás un pensamiento vago de que existir valía la pena
porque Leandro lo amaba. Si eso. Solo con eso valía la pena toda esa podredumbre de vida…

-:-
–Ahora mueve los ojos en otra dirección –el doctor Aureliano examinaba a su hermano. Al ver
su apariencia (todo golpeado y con cardenales en el cuerpo) tuvieron que explicar que había
sido un robo y le habían golpeado duramente al no conseguirla muchas cosas de valor.
Después de todo, hoy en día la delincuencia abundaba tanto como las arenas en el desierto.

Santiago no tuvo que preocuparse mucho por si no era un buen doctor porque en realidad era
un excelente doctor, de esos que tienen canas en su cabeza y una expresión seria y confiable
en su rostro. Años y años de experiencia le habían otorgado aquella apariencia tan
tranquilizadora. Santiago sabía que Leandro estaba en buenas manos. No obstante, fue difícil
llegar al hospital.

En primer lugar, su hermano había puesto algo de resistencia al venir. Sabia que Leandro no
toleraba los hospitales porque le recordaban al centro psiquiátrico, incluso antes de que
recuperara su memoria evitaba sitios como aquellos. Tuvo que obligarle a venir. Segundo,
Leandro no caminaba muy rápido. El dolor no era tan aterrador pero nunca antes había tenido
las costillas rotas y le turbaba un poco la dolencia que sentía, de modo que había tenido que
aplicarle un poco de hielo en la zona lesionada. Y tercero; pues él mismo. Él tampoco había
querido pisar aquel hospital pero se había obligado a sí mismo a confrontar su situación por el
bienestar de su hermano.

Allí, en ese hospital, era donde trabaja antes. Muchas enfermeras lo miraron con algo de
incredulidad, incluso susurraron cosas de él a sus espaldas. Que incomodo y que vergonzoso
que pasara eso frente a Leandro.

–No le pongas cuidado –había dicho el castaño al percatarse de la situación–. Ellos no


entienden por lo que tú pasabas.

Incluso el director del hospital lo llamó y a regañadietas tuvo que ir a su encuentro. Le


llamaron tremendamente la atención por su falta de profesionalismo ¿A dónde había ido a
parar su ética profesional? ¿Dónde estaba su juramento como medico? ¿Dónde estaba su
deber para con la sociedad? ¡¿Qué demonios le pasaba para haber actuado así?! La familia de
aquel paciente se había derrumbado y él se había así no más, ¡como si su trabajo fuese irse
cuando le diera la gana! ¡Su trabajo era permanecer allí aunque se estuviera descorazonando
por dentro! Debía de mantener una cara de póquer y no dejarse influenciar por los
sentimientos ¡Era doctor, carajo!

Al final le dejaron marcharse y Santiago ya se sentía mucho más abatido que antes, sin
embargo, no lo habían despedido como él había supuesto ¿eso debía significar un alivio? No,
claro que no. Para Santiago no era un alivio sentir que tenía las puertas abiertas. Sentía que no
era justo tener las puertas abiertas. Él merecía tener las puertas de la medicina cerradas.
Merecía que lo despidieran, que le hiciera un acta de mala conducta y no pudiese conseguir
trabajo jamás, dejando que se hundiera en su vida desgraciada. Merecía eso y mucho más
porque él no era una buena persona.

“He destruido muchas vida…” pensó mientras observaba al doctor hablar con su hermano
“Destruí la vida de Susana… La de Leandro… La de Lucas… incluso destruí la vida pacifica de mi
familia” abajó la vista, apenado “No merezco una segunda oportunidad”

–Ciertamente tiene dos costillas rotas pero no son graves, por lo tanto no amerita una
hospitalización –Leandro suspiró de alivio–. Puede permanecer en su casa hasta que sanen las
lesiones. Sanaran como dentro de unas cinco o seis semanas.

–¿Tanto? ¿Y como hago con mi trabajo?

–Es el tiempo suficiente para que se suelden los huesos. Puede asistir a su trabajo sin mayor
inconveniente pero evite movimientos bruscos, por ejemplo, hacer abdominales y empujar, o
cosas por el estilo –Empezó a anotar unos medicamentos en el récipe al mismo tiempo que le
daba indicaciones–. Para aliviar el dolor y reducir la hinchazón aplíquese compresas de hielo
durante 20 minutos de cada hora que esté despierto durante los primeros dos días; luego, de
10 a 20 minutos tres veces diarias. También puede poner una almohada o una manta contra la
costilla lesionada. Debe hacer ejercicios de respiraciones profundas para prevenir una
infección. –le extendió el récipe medico con los nombres de algunos narcóticos para cuando
sintiera dolor–. Si siente demasiado dolor o se le dificulta respirar, no dude en venir al hospital
¿de acuerdo?

–Si. Disculpe, ¿Podría hacerme un récipe para poder justificar el hecho de haber faltado a mi
trabajo hoy?

Caminaron el silencio, uno al lado de otro para llegar a casa. Santiago quería hacer muchas
preguntas, muchísimas preguntas con respecto a lo que había sucedido pero no sabía como
comenzar. Quizás lo primero que debía preguntar era eso. Si, por allí era un buen comienzo.

–¿Estas bien, Leandro?


El mencionado ladeó la cabeza para mirarlo con curiosidad. Últimamente la gente le
preguntaba mucho eso. Le preguntaban si él estaba bien. Pudiera ser que su rostro estaba
siempre muy compungido o es que sus ojos revelaban la preocupación que su corazón no
sentía. Pero allí estaba la pregunta, de una manera casi martirizadora y macabra ¿estaba bien?

–Si. Estoy bien. No es un dolor tan terrible.

–No me refiero a eso.

–Si, Santiago. Estoy bien.

“Esta evadiendo el tema” pensó el rubio con angustia “Tal vez sienta mucha culpa… a lo mejor
tiene miedo de hablar sombre eso”

–No dudes en hablar conmigo si lo necesitas –dijo con apremio–. Dejare de hacer lo que este
haciendo para escucharte.

–Gracias pero no es necesario.

Caminaba con pasos lentos, como una persona que tiene una herida muy reciente y también
pensaba pero sus pensamientos se los reservaba. Eran algo que pocas veces compartía. Y
mucho menos pensaba compartirlo con Santiago. Si él, si su hermano supiese lo que pasaba
por su mente, armaría todo un escandalo, Leandro estaba seguro de que hasta lloraría de pena
y lamentos, culpándose de algo que ya había pasado demasiado tiempo.

No tenía sentido llorar ni mucho menos lamentarse…

–Iré primero al colegio a entregar el récipe para justificar el porque falte hoy –dijo muy
despacio–. Así que puedes irte a tu casa a descansar.

–No estoy cansado, puedo acompañarte por si te sientes mal.

–No me sentiré mal así que despreocúpate y ve a casa.

“No me quiere cerca” pensó con algo de abatimiento “Todavía no me ha perdonado”


–Te digo esto para que descanses y también para que le pongas cuidado a jugo de naranja.
Supongo que esta en tu casa, llorando porque esta solo y no tiene alimento. Es mejor que
vayas a ver como esta. Recuerda que solo te perdonare si lo mantienes vivo durante una
semana.

Ah eso. Santiago se había olvidado completamente del cachorro. Se puso nervioso y no replicó
cuando Leandro le dijo que se fuera.

Al verse solo, Leandro continuó caminando en su mutismo, pensando en que había matado a
alguien. En que ese joven era la segunda persona a quien le quitaba la vida en su corta
existencia.

Una débil sonrisa, casi triste, casi irónica se asomó en sus lastimados labios.

–Podría decirse que ya estoy en camino de ser un asesino con mucha experiencia… –susurró a
la Susana inexistente que caminaba con un aire infantil su lado.

-:-

Había comido muy poco y sus movimientos eran mecánicos, muy parecidos a las agujas del
reloj que solo se dedican a marcar la hora, indiferentes de lo que pasa en el mundo externo.
Justo así se comportaba Aarón y Luis estaba sumamente preocupado.

Alzó su mano y le acarició con cariño uno de los mechones rojizos. Al hacerlo se percató de que
el pelirrojo se había puesto algo tenso.

–No voy a hacerte daño, lo sabes ¿cierto?

–Lo se –pero eso no evitó que el joven le apartara la mano, como si el contacto físico le
incomodara.
Luis todavía no había preguntado nada. Todavía no se había atrevido a preguntar ¿Qué paso
ayer? O ¿Quién era ese sujeto? O ¿Por qué te hicieron eso?

No. Todavía no sabía como abordar ese tema. Y no sabía si debía abordarlo ahora porque
Aarón andaba de un mal humor. Pero le carcomían tanto las preguntas, las dudas sobre aquel
terrible accidente. Se había enterado, a base de algún interrogatorio con Adrián y uno muy
breve con Leandro, que ellos al llegar ya habían lastimado a Aarón y por eso esté había
realizado dos llamadas: la primera a su hermano gemelo para que le ayudara y la segunda a
Luis para que buscase a los niños.

Por allí deducía que al hacer aquellas llamadas Aarón ya estaba solo. De modo que no entendía
como es que aquel sujeto estaba allí cuando llegó Leandro, o como es que Leandro se percató
de aquel individuo había sido uno de los antagonistas del suceso.

Quizás es que al terminar de lastimar a Aarón el sujeto se marchó, pero no del todo, se
mantuvo escondido hasta que Aarón hizo las llamadas y esperó a quienes llegarían. Y cuando
llegó quien debía llegar (suponía que Adrián junto con Leandro) salió a su encuentro y allí se
produjo el ataque que terminó con Leandro matando al sujeto. Así que las preguntas de Luis
eran: ¿Por qué ese sujeto estaba esperando a Adrián para salir a su encuentro? ¿Acaso aquello
había sido planeado y no un simple robo por maldad como él había supuesto? ¿Qué habían
hecho tanto Aarón como Adrián para que alguien pudiese tramar una cosa así?

Demasiadas dudas y tan pocas respuestas.

–Deberíamos llamar a tu madre, debe de estar muy preocupada…

–¡No! –Aarón lo interrumpió, su voz era de pánico, horror y terror–. Ella no puede saber lo que
paso. No la llames.

–Pero…

–No es necesario que la llames. Yo estoy bien.

“Sí…” pensó irónica y agriamente el castaño “Casi tan bien como lo esta Leandro”
-:-

Había regresado de la farmacia con unos narcóticos que aliviasen el dolor, aunque él como
doctor sabía que no podía administrarle ninguno ahora porque podría producir un derrame.
Aun así los compró para tenerlos cuando Leandro lo necesitarse más adelante.

Lo primero que vio al entrar fue a Leandro en el sillón, esperando pacientemente a que
llegaran. Suponía que ese amante suyo estaría en el cuarto, haciéndole compañía al gemelo.

–Menos mal que están dormidos –susurró Leandro al percatarse de que Luis cargaba a
Mariana, y Santiago a Marcus, ambos niños iban dormidos. Los llevaron a sus respectivas
camas y regresaron. Seguían teniendo una cara desencajada.

–Me iré a casa –dijo el menor, levantándose con cierto resentimiento en las costillas.

–Es mejor que te quedes.

–No. Lo mejor es que vaya a casa. Allí podre bañarme mejor, además aquí no hay más camas y
no pretendo dormir en el suelo con semejante dolor en las costillas.

–Leandro tiene razón –expresó el rubio–. Lo mejor en ese estado es dormir en una cama, con
una almohada apoyada en las costillas. Eso evitara que el dolor sea mortífero como lo es
ahora.

Luis iba a protestar que era mejor que se quedaran, sentía que así él, como hermano mayor,
podría cumplir su deber de protegerlos.

–Además –prosiguió–. Pienso quedarme en casa de Leandro para cuidarlo.

–¿Qué?
–Así me cerciorare de que vayas al hospital y no te escabullas como sueles hacerlo.

Si, el rubio se quedaría en casa de Leandro para así, al día siguiente, obligarlo a ir al hospital.
Sabía de antemano que su hermano no iría por voluntad propia, de modo que él tendría que
obligarlo a ir.

A Santiago eso no le molestaba mucho. No le molestaba cuidar a su hermano pequeño; lo


había hecho toda la vida y lo seguiría haciendo hasta que sus huesos se fundieran
irremediablemente con la tierra. Por su parte, el castaño adivinó lo que planeaba y puso gesto
de irritación, casi como un niño pequeño que no quiere ir al odontólogo a que le revisen las
muelas llenas de caries.

Con aquello Luis se quedó más tranquilo.

–De acuerdo. Supongo que Adrián se quedara ¿no? –Leandro asintió–. Entonces dejare a su
cuidado a Aarón y los niños. Solo era por un rato mientras los llevo.

Leandro se fue a despedir de Adrián al cuarto mientras Luis cogía nuevamente el abrigo y las
llaves. Santiago por su parte se quedó pensando en la situación y en el pánico que poco a poco
se apoderaba de sus pensamientos, pero entonces algo llamó su atención.

Algo perplejo se acercó al estuche negro con cinta plateada que estaba en una de las repisas.
Tomó el objeto siendo que esté le era familiar. Al abrirlo se percató de que era una cadena de
oro. Abrió los ojos con mucha sorpresa.

–¿No habías dicho que se te había perdido? –preguntó con curiosidad. Luis, quien no se había
dado cuenta de nada, preguntó:

–¿Qué cosa?

–Esto –alzó la cadena–. Tú dijiste que se había perdido.

El castaño miró el objeto del cual hacía referencia su hermano y se quedó momentáneamente
sin aire al ver la cadena.
–La encontré… por pura casualidad… en mis cosas…

–¿Ah si?

–Si –y con gesto adusto le quitó el estuche y la cadena.

“Que raro” pensó Santi mientras Luis colocaba el estuche en su lugar “¿Dónde habré visto un
estuche parecido?”

Y con esa pregunta se fue a casa de Leandro.

Ahora lo comprendía. El estuche le era familiar porque él mismo tenía uno parecido. Solo que
la cinta no era plateada, sino azul como sus claros ojos.

La había encontrado por pura casualidad mientras revisaba su ropa. Recordó que se la habían
dado minutos antes de realizar aquella operación y esa cadena había alterado su equilibrio,
puesto que esa cadena no debía estar allí. Era imposible que estuviera allí.

“Lucas murió, estoy seguro. Luis lo mato” y aun así sentía miedo al ver ese objeto, ese con el
que había pagado parte de la drogadicción de Susana.

“¿Por qué ha regresado a mi esta cadena? ¿Cuál es el significado de su regreso? ¿Y por que
Luis tiene un estuche igual a este pero con cintas de color diferente?” de repente recordó algo:

Habían llegado a casa de Leandro luego de haber acompañado a Luis a buscar un auto.
Santiago se sentía cansado, además quería ir a ver si su hermano estaba bien. No debía
despegarle el ojo de encima.

–¿Qué es eso?– pregunto Luis, señalando la cadena que se exhibía tímidamente en el cuello de
Leandro. El mencionado observó lo que señalaba y tomó el medallón en sus manos.
–Es una cadena de oro. –dijo como la cosa más obvia del mundo.

–Ya lo sé tarado, pero me refiero a que qué haces con eso. Se supone que lo habías perdido.

–Revisando mis cosas la encontré. –y se encogió de hombros, restándole importancia al


asunto.

Si, Leandro también tenía la suya. Que raro. Años atrás aquellas prendas habían desaparecido
por completo de sus vida y ahora regresaban ¿acaso Leandro también tendría un estuche
como el de Luis y como el suyo?

Sintió un roce en la pierna. Miró hacia abajo y el cachorro de Leandro le mordía la orilla del
pantalón.

–Ya se que tienes hambre… y lamento haberme ido ayer sin dejarte nada.

El cachorro continuó jalándole el pantalón y no se detuvo hasta que su charola estuvo llena de
perrarina. Solo así Santiago pudo volver a sus inquietudes internas.

–Esto es demasiado extraño…–murmuró preocupado y decidió que investigaría al respecto. O


al menos investigaría quien demonios había dejado aquel estuche en el hospital y como rayos
sabían que esa cadena le pertenecía a él. A Santiago Torrealba.

-:-
Aquel día era de esos días en que no deberías levantarte de la cama. Era un día de penas e
incertidumbres, de lágrimas y vergüenza. En general era un día horrible, patético en todo el
estricto sentido de la palabra.

Adrián había recordado que tenía un trabajo en el lava autos, pero se había acordado muy
tarde así que se fue corriendo hacía aquel lugar. Sin embargo, su entrada debió haber sido a
las ocho de la mañana y ya eran las diez. Al llegar solo le dijeron que le diera vuelta a su
trasero y se fuera. En sencillas palabras lo habían despedido.

Suspiró frustrado. Aquel trabajo era lo único que podría haberlo distraído, además de que era
una fuente pequeña de ingresos en su casa y ahora esa fuente ya no existía.

–Menudo día de mierda… –murmuró desalentado.

En su caminó a casa vio un nido de hormigas. Si, un nido hecho de arena y que las hormigas
habían construido con mucho esfuerzo. No dudo en pisotear el nido, derrumbando la pirámide
de arena y haciendo que las hormigas se dispersaran desesperadas. Lo hizo por pura maldad,
para descargar su frustración con algo.

–No deberías pagar tú rabia con las hormigas. Ellas no te han hecho nada.

El pelirrojo reconoció la voz de Leandro pero no por eso dejo de pisotear el nido.

–Lo hago porque quiero y puedo. Porque yo soy grande y ellas son pequeñas.

Leandro solo lo observó, preguntándose el motivo de tan mal humor. El muchacho solo se
detuvo cuando el nido estuvo completamente destruido. La pirámide de tierra ahora estaba
reducida a un montón de escombros. Pero no se había dado cuenta de que las hormigas se le
habían metido bajo el pantalón y pronto hicieron saber su furia, mordiéndolo. Adrián maldijo
una y otra vez mientras intentaba, desesperadamente, quitarse las hormigas. Sentía el impulso
de quitarse los pantalones y así tener una mejor búsqueda. Pero no podía hacer eso, estaba en
un lugar público y las personas que pasaban por allí observaron sus movimientos con
incertidumbre, no sabían si el joven pelirrojo estaba borracho y por eso casi bailaba o solo era
un loco que quería llamar la atención.

Leandro se mantuvo ajeno a aquello.


–Eso te pasa por destruir algo que no es tuyo.

Adrián lo fulminó con la mirada.

–¡Cállate!

Le dolía la piel por los mordiscos de las hormigas. Sentía la ardeson que perdura y que pica
después de una mordedura. Ahora su mal humor había incrementado. Continuó su camino y
Leandro le siguió de cerca. El pelirrojo caminaba casi tan rápido como su mal genio, sin tener
en consideración que el pobre Leandro tenía un par de costillas rotas y por eso no caminaba
tan rápido, aún así Leandro le siguió unos pocos pasos más atrás. Casi era divertido verlo en
ese estado.

–Te ves mucho peor que anoche –dijo en tono mordaz. Leandro no se ofendió por eso, lo que
Adrián decía era verdad: se veía fatal. Además, con el tiempo se había acostumbrado a aquel
terrible carácter que se gastaba su joven amante. Había aprendido que era inútil discutir con él
o llevarle la contraria cuando amanecía así. Lo mejor era esperar a que ese magnifico genio se
le pasara y así poder hablar con calma–. ¿Qué? ¿Acaso tengo monos en la cara o que?

Lo decía de tan mala gana porque Leandro sostenía una leve sonrisa divertida en aquel
estúpido rostro.

–Eres tan adorable –enfatizó con tono meloso el castaño. Cosa que Adrián detestó. Ya andaba
de muy malas pulgas como para también venir a soportar las estupideces que le ocurrían a su
novio para hacerlo enfadar.

–Eres tan idiota –apartó de un manotazo la mano de Leandro que había comenzado a
acariciarle el rostro y continuó caminando con pasos rápidos.

Después de varias cuadras, en donde caminó como un toro furioso, se sintió algo culpable por
su actitud. No tenía porque pagar su rabieta con el primero que se le atravesase en el camino.
En este caso con Leandro. Disminuyó su velocidad hasta quedar a la par con su novio, esta vez
caminó despacio. Lo miró de soslayo, preguntándose como es que Leandro tenía tanta
paciencia en momentos en que él le prendería fuego a todo lo que se interpusiese en su
camino.

No cabía duda de que su carácter era muy explosivo.


–Lo siento…

–Ay Adrián, deberías aprender a controlar ese carácter tuyo –suspiró casi entristecido–.
Intenta ser lo más feliz que alguien tan amargado como tú pueda.

–Idiota…

Rió a su pesar. Pero era una risa llena de melancolía y algo de tristeza.

–¿Cómo sabías que estaba aquí?

–Suponía que ibas a venir a trabajar. De hecho llegué temprano pero no te vi así que me
dispuse a esperarte.

–¿Por qué?

–¿A parte de querer verte?

–A parte de querer verme.

–Luis me llamó y me dijo lo que paso con Aarón –Adrián abajó la mirada, sintió arder los ojos–.
Quise venir a consolarte.

–No necesito que me consuelen. Ya soy un hombre.

–Para mí siempre serás un niño –le aseguró con tono indulgente. Y le rodeó los hombros con
los brazos. Adrián sentía que si decía algo más se le resquebrajaría la voz y no quería sonar
débil. Odiaba sonar y verse débil. Él estaba creciendo, se estaba volviendo un adulto, un
hombre y los hombres no lloran. Pero muy a su pesar habló:

–Yo sabía que esto pasaría. Sabía que él me odiaría.


–Aarón no te odia. Solo esta dolido por la situación.

–No esta solo dolido –dijo en un hilo de voz–. Esta muy herido. Muy molesto. Muy furioso.

–Y debes hablar con él antes de que esa furia se pudra y ya no haya nada más que hacer.

–¿Qué…?

El pelirrojo se detuvo, algo perplejo.

–No puedo hablar con él ahora. No me escucharía. Debo darle tiempo.

Leandro negó con la cabeza.

–Cuando te clavas una astilla en la planta del pie duele, incluso maldices pero debes sacártela
ese mismo día o sino seguirá doliendo, no te dejara caminar si no te la quitas. Si te la dejas,
entonces, caminar será una tortura y se llenara de pus, empezará a ser un dolor peor. De
modo que para evitar tanto mal debes ser valiente y sacarte con una estaca la astilla y así
caminar tranquilo –Leandro le sonrió para tranquilizarlo–. Tú eres Adrián, alguien con muy mal
carácter y que no se deja joder de nadie. Siempre te has defendido, entonces, ¿Por qué no te
defiendes también de tu hermano?

–Es que…

–No digo que arreglen las cosas a golpes, como sueles hacerlo, sino que te defiendas con
palabras. Hazle saber que estas con él y que no ha sido tu intensión causarle mal.

–Pero Leandro…

–Defiéndete, Adrián ¿si? No dejes pasar el tiempo para aclarar una situación. No dejes que te
hable mal solo porque es tu hermano. O sino lo seguirá haciendo porque tu le estas dando la
libertad de que te insulte… –y luego agregó con un murmullo–. Santiago nunca se defendió de
mí, me dejo gritarle e insultarle cuando su deber era detenerme…

–¿Qué…?
–Nada. Ve y habla con tu hermano. No te vuelvas dócil ante él. Imponte y alza la voz si es
necesario para explicarle lo que debes explicarle. –le apartó unas hebras rojizas de la frente y
deposito un suave beso allí–. ¿De acuerdo?

Adrián respiró hondo, muy hondo, dándose valor y pensando en que palabras decir para
aplacar la furia de Aarón.

–De acuerdo –afirmó con certeza–. Iré ahora mismo.

–Lo se, no eres alguien precisamente paciente –el pelirrojo lo fulminó con la mirada–. ¿Quieres
que te acompañe?

–No. Es algo que debo hacer yo solo.

-:-

Apretó con fuerza el torniquete en el brazo de su paciente. Luego pidió al paciente que abriera
y cerrara su puño, de esa forma las venas se tensarían y ella podría ver a cual inyectar.
Finalmente se decidió por una de las venas que resaltaba sobre su pálida piel y enterró la aguja
en la vena y procedió a evacuar el líquido en ella. Al final la sacó con mucho cuidado y en su
lugar limpió con una motita de algodón impregnada de alcohol.

–Les dije a los chicos que vinieran a vacunarse –comentó con su habitual seriedad–. Pero,
como siempre, no me escucharon.

–¿Quieres que te lo traigas de un jalón de oreja? –ofreció irónico, Ricardo–. No sería tan difícil,
aun no me superar de altura.
Viana sonrió por aquel comentario. ¿Traerlos por las orejas? Si claro, como si fuese tan fácil.
Los niños ya no eran tan niños, ya estaban grandes, habían crecido. Ya eran casi hombres y
eran tan testarudos como Ricardo o ella.

–He tenido un mal presentimiento estos días –comentó preocupada–. Me parece que algo
malo ha pasado y todavía no me he enterado.

–Las malas noticias no se hacen esperar.

–Pero esta sí, me pregunto ¿Por qué?

A ella le hubiese gustado ir a echar un vistazo en casa pero lo más seguro era que ninguno se
encontrase y si los llamaba había poca certeza de que le contestaran. Los gemelos pasaban la
mayor parte del día en la calle. Eso la entristecía un poco. No era culpa de ellos haber tomado
ese camino, sucedía que en casa casi nunca había nadie para cuidarles o reprenderles. Nunca
estaba Ricardo o ella, siempre habían salido a trabajar para así buscar el sustento de la casa.
Por eso, los chicos se habían tomado tantas libertades al no ver que alguien se las
restringieras, en especial Adrián. Ese chico resultaba meterse en los problemas más
inverosímiles. Viana recordaba la etapa de su pubertad como un verdadero dolor de cabeza,
en ese tiempo Adrián andaba bastante loco, con las hormonas subidas en la cabeza y con la
depresión tomándole de la mano.

No había sido una época fácil. Fue allí cuando el pasado le alcanzó, cuando el pasado lo apresó
y cuando el pasado lo hizo huir a la calle, buscando consuelo.

No lo culpaba del todo, Adrián solo había buscado respuestas a las preguntas que ella no se
atrevía a contestar, y las había encontrado en el lugar menos indicado.

En cambio Aarón, bueno, Aarón siempre había sido un poco más comprensible. Aarón la
entendía, aunque eso no significaba que no tuviera su acto de rebeldía de vez en cuando. Pero
en general era el más tranquilo de los dos, el que menos causaba problemas y el que se había
obligado a madurar aunque fuese un poco debido a las penosas circunstancias de la vida.

–Anoche ninguno de los dos vino a dormir –recalcó enfadado Ricardo– quizás uno de estos
días ni siquiera vuelvan, quizás ni digan adiós, ni una carta, ni un mensaje.

–Es posible. Quizás, a lo mejor, pasen días antes de darnos cuenta de que los chicos se han
hecho hombres y finalmente se han ido.
Y ambos adoptaron una expresión que bien podría pasar por tristeza o quizás como un alivio, o
como la expresión de decir adiós sin querer decirlo.

-:-

No regresó directamente a casa, más bien desvió un poco la ruta y caminó despacio hasta
cierto lugar. Mientras iba a paso lento se percató de la disputa que había dentro de sí. Una
parte deseaba pensar detenidamente sobre la situación y la otra parte insistía en no pensar en
nada ¿A cuál le haría caso? Suponía que a la parte que no deseaba pensar porque desde hacía
rato que evitaba pensar en la situación de ayer.

Finalmente llegó hasta el parque del este. El lugar seguía tan desolado como siempre, quizás
solo hubiese algunos estudiantes del liceo que querían bromear, o escapar de clases, o pasear
en lugares peligrosos con chicas.

Pensó que a lo mejor su pulso se alteraría o empezaría a temblar como una gelatina, pero
sorprendentemente estaba estable. No quiso pensar en el por qué, así que se limitó a entrar. A
lo lejos escuchaba el sonido de las aves en los árboles, incluso escucho a estudiantes comentar
y reírse de cosas. No puso demasiada atención. Continuó hasta llegar al mismo lugar de ayer.

Leandro observó impertérrito la escena del crimen, aunque no era como las que pasaban en la
tele, donde el suelo había sido marcado con una tiza en torno al cuerpo encontrado de la
víctima, donde había fotógrafos tomando fotos del cadáver o donde los criminólogos buscaban
pistas para llegar a una conclusión. No, allí no había nada de eso. Solo había tierra, el barro
acumulado por la lluvia de ayer, solo había chacos de agua que en poco tiempo se secarían. Allí
donde miraba Leandro no había nada. No había un cadáver ni manchas de sangre. Quizás solo
la tierra estaba un poco dispareja, pero si eras de esos que caminar por caminar, sin mirar
abajo, entonces, no te darías cuenta de que la tierra estaba realmente removida y que había
sacudida de zapatos. Y por supuesto nunca pensarías que debajo de toda esa tierra había un
cuerpo enterrado.

A Leandro le turbó que no sintiera nada ante la escena. Absolutamente nada. Le sorprendió
estar tan tranquilo, tan estable, como si el suceso de ayer no hubiese sido una cosa mala. Y sí
que lo era, era una cosa terriblemente mala. Un pecado aterrador. Y ante los pecados uno
debe sentir arrepentimiento ¿no? Así que ¿Dónde estaba su culpa? ¿Dónde estaba su rostro
compungido? ¿Dónde estaba su cargo de conciencia?

“Seguramente es porque estoy aun impactado. Debe ser eso. Quizás mañana pueda sentir
culpa” se dijo no muy convencido de sus propias palabras. Más bien un poco atemorizado de
su falta de humanidad.

¿Cuánto tiempo tardaría la policía en encontrar aquel cuerpo? ¿Cuánto tiempo pasaría antes
de que alguien se diera cuenta de que faltaba alguien en el mundo? ¿Cuánto tiempo?

“He matado dos veces en una misma vida ¿Cuál será mi castigo?”

La primera persona a la que le quitó la vida fue a Susana. A su mejor amiga. A su primer amor.
A la persona que había convertido su vida en poco tiempo en un infierno y el infierno se acabó
cuando ella murió. No, cuando él la mató. Cuando él consciente la apuntó con una pistola y
¡bam! un disparo le arrebató la vida. Pero no era el infierno del todo, el infierno vino después…
y después vino el olvido…. y del olvido paso a la consciencia… y de la consciencia a la
memoria…. Y de la memoria al infierno… y…

Y todo parecía un círculo vicioso.

¿Se volvería a repetir la historia? ¿Volvería él al centro psiquiátrico? ¿Volvería a olvidar?

Ya había matado nuevamente y nuevamente por salvar a Adrián, aunque esta vez era un poco
diferente; es decir, no era una persona conocida a la que le había quitado la vida. No era
alguien a quien él quisiera. Ya por allí había un factor diferente ¿Cómo repercutiría eso en su
vida? ¿Cómo afectaría aquello a su consciencia? No sentía culpa como la primera vez, no le
temblaban las manos. Si lo pensaba detenidamente no sentía lo que había sentido con la
muerte de Susana; había pasos que se saltaban.

Pero si pensaba matemáticamente, según la operación de adición o sustracción asociativa, el


orden de los productos no altera el resultado, y el resultado era…

“Lo primero serán las pesadillas… siempre se empieza por las pesadillas…”

Y luego… bueno, luego las cosas se vendrían abajo. Siempre se vendrían abajo porque el viento
era muy fuerte y porque siempre construía castillos de papel.
-:-

Adrián pensó que Leandro no tenía razón del todo. No siempre se había defendido. No
siempre había alzado la voz. De hecho, hubo momentos en que se dejó pisotear y lastimar, en
que dejó que macharan su ego, en que dejó que lo golpearan hasta desangrarlo. Muchas veces
dejó que abusaran de él… aunque suponía que si uno accedía a ese tipo de cosas, entonces, no
era abuso. Era más bien un tipo de enfermedad que nunca quiso tratar.

Quiso ir directamente a la casa de Luis para hablar con Aarón. Pero sabía que su hermano era
testarudo, que no le dejaría hablar o en caso de dejarlo hablar no le diría ni una palabra, se
mantendría en su mutismo como en el pasado.

Recordaba agriamente que hace ocho años había pasado algo similar. Aarón había ocupado su
lugar, viendo una escena que no debía ver y sintiendo cosas que no debió haber sentido. Y
como resultado se había hundido en una depresión y había perdido el habla. En ese tiempo
Adrián lo escuchaba llorando por las noches y él le preguntaba que le pasaba pero Aarón
nunca respondía. Él nunca le dijo lo que vio ni lo que sintió. No hablaba, pocas veces comía y el
brillo infantil de sus ojos desapareció. Tampoco sonreía y eso que Aarón era de sonrisa fácil.

Adrián recordaba a su hermano como un copo de nieve extraviado que temía caer al suelo y
derretirse…

Ser niño y tener esa sensación debe de ser muy triste ¿no?

Seguramente tendría un comportamiento similar, por eso mismo no podía ir a la casa de Luis
sin pasar primero por un lugar.

Habían regresado de una de tantas terapias. Aarón entraba a una habitación con una doctora y
de allí no salía pasada una hora. Adrián se preguntó muchas veces que cosas le preguntaría
aquella doctora o si habría podido sacarle el habla a Aarón. Pero cada vez que salía de allí, salía
igual que siempre: con la mirada baja y sin querer hablar.

¿Qué cosa podría haber sucedido para que su hermanito reaccionara de aquella manera?

De nada servía hablar porque Aarón no contestaba a ninguna de sus preguntas por mucho que
insistiera.

–Muy bien niños. Tengo que irme a trabajar –expresó su mamá mientras dejaba el almuerzo
servido y tapado con platos para que no se le pararan moscas. Para entonces eran las diez de
la mañana–. No le abran a nadie ni salgan para afuera ¿entendido?

Besó la frente de cada uno y acarició con ternura el rostro de Aarón.

–Adiós cariño –le dijo mientras le revolvía tiernamente el cabello y se fue. Adrián escuchó
como cerraba la puerta con llave y entonces se quedaron ellos dos solos como siempre.

Siempre había una puerta cerrada con llave.

Y siempre se quedaban solos.

Adrián suspiró entristecido.

Miró la casa en la que se alojaban desde hacia un año, desde aquella vez que sucedió aquello y
Aarón dejó de pronunciar palabra alguna.

Desde esa vez todo transcurría con tanta monotonía, con tanta distancia, como si estuviesen
atrapados en una burbuja creada por su mamá y Ricardo. Se suponía que deberían estar
estudiando pero ni Aarón ni él estaban inscritos en el colegio. No estudiaban desde que habían
salido del barrio de Leandro. Veían a poca gente, a pocos amigos, a veces ni salían de la casa.
Se la pasaban allí, Aarón en su mutismo, viendo caricaturas y él observando la ventana mientas
las estaciones cambiaban. El mundo seguía su curso y ellos estaban allí, encerrados. Ni siquiera
había alguien afuera buscándolo, no había nadie quien les recordara. Quizás el único que
podría haberlo buscado sería Leandro pero ahora él ni siquiera se acordaba de su nombre. No
se acordaba que existía.
Observó a su hermano. Ahora solo estaban ellos dos. Y también estaba mamá y Ricardo, pero
ellos no entendían como ellos se sentían. Comprobó si la puerta realmente estaba cerrada, y si
lo estaba. Eso no le detuvo. Se acercó a la ventana y la abrió fácilmente. Sonrió victorioso.

–¡Ven Aarón, vamos al parque!

Ciertamente le habían ordenado no salir y quedarse encerrado pero Adrián estaba cansado de
estar siempre encerrado. De que siempre hubiese una puerta con llave. Quería salir y correr
con otros niños. Quería jugar y balancearse en el columpio. Quería sentirse libre y vivo y quería
hacerlo junto a su hermanito. Aarón también debía de sentir libertad, quizás si jugaba, si
escuchaba las hojas, las aves y a otros niños jugar, seguramente, volvería a hablar.

Lo que su hermano necesitaba era sentirse niño otra vez…

Metió en la mochila algunas galletas y unos cuarticos de jugo que Ricardo les había comprado
para merendar. Con todo lo que necesitaba tomó a su hermanito de la mano y lo ayudó a salir
por la ventana. A salir él también, agarró la mano de Aarón y lo instó a salir corriendo para
llegar al parque.

Solo salían una vez a la semana; cuando a Aarón le tocaba cita con la terapeuta. Esos días en
que salían Adrián procuraba grabarse todo muy bien, de modo que cuando saliese solo no se
perdiera, por lo tanto se había gravado el camino al parque y lo recorrió hasta llegar a el.

Una vez allí lo ayudó a sentarse en el columpio y lo meció una y otra vez. Aarón no parecía muy
emocionado pero Adrián no se rindió.

–Ahora tienes que mecerme a mi –fue su turno de montarse en el columpio y Aarón lo meció,
pero no lo hacía con emoción, lo hacia con movimientos mecánicos, monótonos, como si el
mundo hubiese perdido toda la diversión.

Hacia medio día los niños que jugaban se marcharon al ver que sus padres estaban allí para
buscarlos. Entonces, poco a poco, el lugar quedó desierto; columpios vacíos, sin risas de niños
ni pasos de correteos de un lado a otro. Se quedaron solos nuevamente. A Adrián no le
importó, ya se había acostumbrado a que los demás se fueran.

La cadena del columpio hacia un ruido raro cuando se mecían, como si de pronto se fuese a
romper. En realidad no importaba si se rompía, en realidad daba igual, lo que importaba eran
que estaban fuera de casa y el aire de los arboles se consumía en sus pulmones.
–Vamos a comer nosotros también.

Su gemelo asintió pero su boca se mantuvo cerrada a cal y canto.

Adrián sacó de su mochila un par de sándwich y dos cuarticos de jugo de pera. Le entregó uno
a Aarón y el otro se lo comió él. Todo transcurrió en un silencio en ellos porque para el mundo
estaba el ruido de los autos, de las motos, de la gente acelerada para ir a almorzar.

Entre ellos dos había una quietud triste.

Al terminar de comer el pequeño Adrián tomó los restos de comida y fue a botarlo en la
basura. Cuando paso por el cesto se percató de que había un hombre que vendía golosinas.
Tragó saliva. Hacia mucho tiempo que no comía caramelos y se le antojaba uno de aquellos
que tenía de muestra. Se acercó por pura curiosidad. Entonces vio más cerca la caja de
caramelos, había de todos los colores; blanco, amarillo, azul, rojo, morados, verdes…

Y se le ocurrió una idea.

Miró por encima de su hombro a su hermano que estaba quieto, mirando los columpios, los
subí-baja, la rueda y la cantidad de personas que transcurrían por allí. No había diversión ni
brillo en sus ojos. Era como si de pronto todo hubiese perdido su color y ahora Aarón miraba
las cosas de un color gris apagado.

–¿Cuánto cuestan, señor? –preguntó ansioso. El vendedor le miró unos segundos antes de
decirle el precio. Adrián rebuscó dinero en el bolsillo de su pantaloncillo y se dio cuenta de que
las monedas (que había conseguido en el suelo, en la cama, en el cuarto, en el armario) apenas
le alcanzaban para tres caramelos. No era suficiente–. Solo tengo esto.

–Pues te alcanzan para tres caramelos.

–Pero yo quiero más…

–Pues busca más dinero.


–Pero…–miró a su hermano con preocupación y el vendedor lo notó.

–Hagamos una cosa. Justo ahora tengo que ir a entregar un almuerzo en el edificio que esta
allá –señaló con el dedo una de las tantas edificaciones de allí–. Si lo llevas y se lo das a la
persona correcta, entonces, te daré tres caramelos más.

–¿Tres caramelos más? –con eso completaba seis caramelos. No era todos los que él quería
pero por ahora bastaba. Asintió y el señor le dio las indicaciones, le dijo que tenía que
entregárselo a una tal Marilyn Oviedo, la cual era morena y de ojos claros. Antes de irse miró a
su hermano, seguro que no se iba a ningún lugar. En veinte minutos cumplió las indicaciones y
entonces compró tres caramelos y luego el señor le dio otros tres caramelos más uno. La ñapa.
Lo miró dubitativo.

–Ya, mejor vete. Mocoso.

Sonrió. Ahora tenía siete caramelos. Fue hasta su gemelo y al tenerlo en frente le extendió la
mano convertida en un puño.

–Te tengo un regalo –dijo de lo más emocionado. Poco a poco abrió su manito y al hacerlo
Aarón se dio cuenta de que habían caramelos.

Pestañeó confuso.

–¿Lo ves? Hay siete caramelos de colores ¡Y son como los siete colores del arco iris! –mostró
una sonrisa luminosa. Aarón lo miraba algo sorprendido–.Cada caramelo tiene algo para ti; un
sueño feliz, una sonrisa dulce, la luz del sol, el brillo de una luciérnaga, una canción, el sabor de
la lluvia ¡y el ultimo tiene una almendra que sabe hablar! Haber si adivinas cual es.

Aarón no hizo nada.

– Todos los he puesto ahí para ti. Para que puedas sonreír. Nosotros somos gemelos, tú eres
mi otra mitad, compartimos todos así que ¿Por qué no compartir nuestras vidas también? Si
tú lloras, yo también llorare y si ríes también reiré. Así que ríe Aarón, se feliz para que yo
también pueda ser feliz, porque en tu rostro veo el mío. Comete un caramelo y veras que
poquito a poquito los colores estarán en tu mirada otra vez.
Aarón tomó uno de los tantos caramelos de almendra y se lo llevó a la boca. Aquel era de color
azul. Los estuvo degustando en su boca por un buen rato. Eran de esos caramelos que eran
súper duros por fuera con un sabor a azúcar delicioso, y del cual tenía que saborear mucho
para llegar al centro en el cual había una almendra.

–Lluvia… –murmuró bajito, Adrián se acercó un poco sorprendido–. Tiene el sabor de la lluvia.

–¡Si, si, el sabor de la lluvia! –alentó emocionado. Aarón había hablado. Después de tantos
meses finalmente oía su voz otra vez. El niño se comió otro caramelo.

–Tiene… la luz del sol…

Y el esbozo de una sonrisa tímida se presumió en su inocentes labios por primera vez en diez
meses…

Tocó la puerta un par de veces y más pronto de lo que pensó le abrieron la puerta.

–Eres tú… –dijo Luis, pero no lo decía con desdén, más bien lo decía con la admiración que se
siente cuando alguien ha sido corrido por su hermano y de todas maneras vuelve para pedir
perdón–. Supongo que vas a hablar con él.

–¿Cómo ha estado? –entró al modesto apartamento. No veía a Aarón por ninguna parte.

–Él esta en el cuarto. Ha comido un poco pero esta de muy mal humor. No se si sea lo más
correcto que hablen ahora.

Adrián abajó la vista.

–Es el momento de hablar.

–Entiendo.
Se quedaron en silencio. Adrián pensando en las palabras que diría, y Luis pensando en si aquel
muchacho podría resolver un poco sus dudas.

–¿Qué fue lo que paso? –Soltó de repente, sin poder contenerse–. Eso no fue un simple robo o
una simple… violación… aquello fue planeado ¿Que hicieron para que alguien los odiase hasta
tal punto?

–Aarón no hizo nada. Ellos me buscaban a mí pero me confundieron con mi hermano.

–Por eso él esta molesto contigo… –dijo, entendiendo la razón de la discusión de esta mañana,
pero…– ¿Por qué te buscaban a ti? ¿Qué hiciste?

No podía decirle a Luis que todo era por asuntos de drogas. Si le decía eso, entonces, Aarón
también caería y no quería, de ningún modo, afectar la relación de su hermano.

–¿Adrián? –no hubo respuesta–. ¿Leandro sabe lo que hiciste?

–Más o menos…

Luis suspiró sin comprender la situación. Tendría que buscar respuestas con Leandro.

–Saldré un momento. Tengo que ir a comprar unas cosas. Trata de no alterarlo más de lo que
ya esta.

Se quedó allí parado, sin hacer nada hasta que escuchó que la puerta se cerró con llave.
Entonces, avanzó despacio hasta el cuarto donde se suponía que descansaba su gemelo. Inhaló
profundamente y luego exhaló despacio. Abrió la puerta y entró.

Aarón miraba desde la ventana las montañas a lo lejos.

–¿Aarón?

–Ya te dije que no quería hablar contigo –no lo miró, siguió contemplando las lejanas
montañas.
–Tenemos que hablar –insistió.

–Pero yo no quiero hablar.

Se acercó, decidido hasta quedar a un metro de distancia.

–Sabes que yo no quería hacerte daño. Nunca he querido hacerte daño. Se que las cosas en
nuestra familia nunca han estado bien, de hecho siempre han estado mal y al final, siempre,
quedamos tu y yo. Siempre. Así que, por favor, no rompas estos lazos.

Aarón había decidió castigarlo con su estudiada indiferencia.

–Aarón, basta. Tienes que entender de una maldita vez que no fue mi intención que te
sucediera esto –había un brillo de súplica y de desesperación en sus verdes ojos− ¡Nunca me
imaginé que algo así podría suceder! Te aseguro, te juro, que nunca haría algo para lastimarte.

El rostro de Aarón se contrajo en una leve muestra de dolor, pero no lo miró, él siguió
contemplando las montañas lejanas.

−Al menos habla ¡Di algo! Insúltame si quieres, puedes pegarme si lo deseas, te dejare hacerlo
si así descargas tu ira ¡pero no te quedes en silencio!

−Cállate, Adrián…−dijo pero no lo decía con rabia o con obstinación, lo decía con el tono que
uno emplea cuando ya está cansado, rendido, como una roca que se ha resignado a ser
desgastada por la erosión de las aguas de un río−. Ya sé que no ha sido tu intención. Ya sé que
no tienes la culpa. Ya sé que soy injusto contigo. Pero quiero seguir siéndolo. Quiero seguir
culpándote. Quiero seguir recriminándote porque al hacerlo me siento bien conmigo mismo.
Necesito culpar a alguien. Necesito odiar a alguien aunque sea un momento para evitar pensar
en la horrible sensación que tengo. En la horrible pena que cargo.

No miraba a su hermano mientras hablaba, sino que mantenía los oscuros ojos fijos en la
ciudad que se extendía fuera de la ventana.

−Es una pena tan oscura, tan pesada, tan perturbadora que creo que en algún momento me
asfixiare. Pensar que tengo la culpa de lo que me hicieron ayer hace que se me retuerzan las
tripas, que me den nauseas, hace que sienta un odio tan espantoso como enfermizo. Un odio
verde e irracional. Por eso necesito pensar que tú tienes la culpa, pensarlo de esa forma hace
que la carga sea un poco más soportable, un poco más fácil de llevar y de asimilar.

−Aarón…

−¿Acaso no puedo pensar así? ¿Acaso no puedo decidir a quien culpar? ¿Acaso no puedo
permitirme equivocarme por una vez? Ya te dije que sé que no tienes la culpa, pero he
decidido que si la tienes. He decidido culparte al menos por hoy. Quizás mañana me
arrepienta. Quizás mañas sea yo quien te pida perdón pero hoy no –lo miró con gestó
inexpresivo−. Hoy yo no quiero perdonarte.

Abrió ligeramente los ojos al ver que su reflejo le extendía la mano hecha un puño. Al abrirla
lentamente se dio cuenta de que habían varios caramelos de colores.

−¿Lo ves? Hay siete caramelos de colores… Y son como los siete colores del arco iris… –mostró
una sonrisa triste, una sonrisa cargada de ganas de llorar–. Cada caramelo tiene algo para ti;
un sueño feliz, una sonrisa dulce, la luz del sol, el brillo de una luciérnaga, una canción, el sabor
de la lluvia…y el ultimo tiene una almendra que sabe hablar…

Aarón se sorprendió de que dijese las mismas palabras de hacía ocho años… contempló
anonado la escena; su hermano gemelo le extendía caramelos con sueños de colores… Sintió
los ojos arder y más pronto de lo que pensó sus ojos se inundaron de agua, de lágrimas
saladas.

–Todos los he puesto ahí para ti. Para que puedas sonreír. Nosotros somos gemelos, tú eres mi
otra mitad, compartimos todos así que ¿Por qué no compartir nuestras vidas también? Si tú
lloras, yo también llorare y si ríes también reiré. Así que ríe Aarón, se feliz para que yo también
pueda ser feliz, porque en tu rostro veo el mío. Comete un caramelo y veras que poquito a
poquito los colores estarán en tu mirada otra vez.

Abajó la mirada. Su voz estaba quebrantada y las manos le temblaban ligeramente. Había un
nudo muy grande en su garganta.

−Lo que añoro es verte sonreír inocentemente después de todos los momentos agrios que por
mi culpa has pasado. Si te sirve de algo: lo siento mucho.
Aarón se mantuvo en silencio. Estiró el brazo y con la mano temblorosa agarró un caramelo.
Luego caminó lentamente hacia la cama, en donde se sentó, mirando fijamente el caramelo
que había agarrado. No hablaba, no lloraba, apenas respiraba y pestañeaba calmadamente.

−¿Aarón?

−No se… −murmuró bajito, con miedo, con dudas−. No sé si pueda volver a sentir el sabor de la
lluvia…

Y a continuación, Adrián oyó un pequeño sollozo proveniente de su hermano que le heló el


corazón y le arrancó un trozo. Se quedó en frente de él sin saber que hacer o que decir.

−Lo siento tanto, Adrián…

Seguía sin mirarlo, él seguía contemplando el caramelo en sus manos. Sus hombros se
sacudían levemente en lo que podía ser sollozos, pero no se escuchaba nada, se estaba
tragando su llanto. Era como un caracol tirado en la arena de la playa. Y para poder escucharlo
tenía que colocar su oreja cerca del orificio del animal y, tal vez, escucharía el sonido de las
olas, pero en este caso, quizás, solo escucharía lamentos.

Lamentos huecos y resonantes provenientes de su roto corazón.

Adrián, entonces, se sentó a lado de su gemelo. No dijo nada, ni tampoco le consoló. Solo le
brindaba su compañía. Lentamente, muy despacio y con mucho cuidado, colocó con dulzura su
mano sobre la de Aarón. Fue todo lo que hizo. Fue todo lo que pudo hacer.

La casa estaba cerrada con llave.

Y ellos estaban solos allí.

Que triste pensar que siempre había sido así: solamente ellos dos haciéndose compañía en el
dolor, incluso, desde antes de que nacieran.

Adrián pensaba, agriamente, que Aarón y él eran como palomillas que chocan contra un vidrio
y saben que sus alas se han roto por el golpe, y, ahora, solo le quedaba revolotear
lastimosamente en el suelo mientras el cielo azul solo se extiende, imperturbable, encima de
sus cabezas…

Cap 15: grietas invisibles

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Me demoré pero es que cada vez que descubro un nuevo plagio se me quitan los ánimos de
escribir. El capítulo llevo escribiéndolo desde junio y hasta ahora es que he podido terminarlo.
Está recién salido del horno.

Muchas gracias por la paciencia. Espero que les guste.

Capitulo 15:

Grietas invisibles.

Otra vez estaba lloviendo. Él observó a través del cristal de la ventana, las gotitas de agua que
chocaban contra el vidrio y que luego se deslizaban hacia el suelo, formando un charco. Posó
su dedo índice en una de las tantas gotas y siguió su curso hacia abajo, y así fue haciéndolo,
entreteniéndose, desvariando, y luego se aburrió. Miró con nostalgia el jardín de afuera, las
flores rojas de cayenas bañadas por la lluvia, y los girasoles medios muertos con la cabeza
abajo mientras el viento cruel los agitaba. Y también estaban las flores azules que desconocían
su nombre, las flores que le gustaban tanto a “él” porque eran flores poéticas.

Suspiró desalentado y se arropó con la sabana, hacia mucho frío. Sus pies siempre habían sido
fríos y en ese momento estaban congelados. Deseó tener una taza de chocolate caliente para
beber. Deseó tener sus medias peluditas para abrigarse los pies. Deseó escuchar el tráfico y oír
el ruido de los cauchos al correr por un charco de agua. Deseó estar en su casa con tapas de
zinc para oír la lluvia caer. Deseó, más que todo, tener a Alan a su lado para que le quitara el
frío con su calor corporal.

Miró el gabinete de madera, las fotos que había encima, esparcidas como cartas. Las miraba
entre miedo e incertidumbre.

Puso sus pies fríos en el suelo y caminó lentamente hasta estar en frente de ellas. Tomó una de
las fotos y su cara de ángel se llenó por un breve momento de amargura. Con una ira sórdida, y
nada común en él, empezó a despedazar las fotos, a destruir su imagen en aquellas fotos que
retrataban uno de los momentos más agrios de su vida.

La habitación pequeña, cálida, y bonita, se llenó de ruidos de papel despedazado. De fotos


perdidas. De grietas invisibles que se hacían más grandes. Del rumor del miedo. Y del llanto
reprimido.

Al terminar de destruirlas, Mario arrojó con impotencia las imágenes despedazadas a un bote
de basura. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su respiración era errática.

–Sabías que tengo más fotos como esas ¿cierto? –apenas respingó por su voz. Se frotó los ojos
y se fue a la cama con su pijama que le iba enorme.

–¿Por qué no me puedes dejar ir? –preguntó con su voz de niño, melancólico, triste,
desalentado…

Lucas entró a la habitación con una taza de chocolate caliente en las manos.

–¿Qué harías si te dejara ir? –Preguntó curioso, entregándole aquella taza de porcelana con
dibujitos de osos y corazones–. Supongo que lo primero que harías seria buscar a Alan ¿cierto?
Y luego ¿Qué? ¿Volverías a ese colegio tan horrible donde sufrías bullyn? ¿A la rutina de las
burlas? ¿A la rutina de las violaciones? –al oír esto ultimo, Mario se altero mucho y de los
nervios terminó por volcar la taza de chocolate.

–No digas eso.


–Eres muy tonto, Mario. No se porque te dejaste joder de esos chicos. Yo lo único que quiero
es protegerte para que no te vuelvan a hacer eso –señaló con su barbilla las fotos
despedazadas en el bote de basura.

Mario abajo la vista, sintió los labios temblarle. Recordaba que ese día había llegado
temprano, muy temprano, y esos chicos molestos le esperaban y le capturaron en el baño. Y lo
demás… bueno, lo demás había sido una pesadilla; uno de ellos le tapo la boca para que no
gritara. Otro le sujetaba las manos con fuerza y evidente burla. Otro le quitaba los pantalones
y otro tomaba fotos y videos de aquel horrible ultraje para después regarlo entre sus amigos y
el colegio. Cuando terminaron de violarlo y burlarse de él, le dejaron en una de las cabinas del
baño, riéndose, mofándose de su dolor, y Mario lloró. Lloró mucho. Lloró mientras intentaba
ponerse con esfuerzo de pie. Mientras subía la prenda interior por sus delgadas piernas.
Mientras subía y abrochaba sus pantalones y mientras los recuerdos amargos de aquel abuso
se quedaban en su memoria.

Nunca se lo dijo a nadie, ni siquiera a Alan. Un secreto terrible guardado bajo llave. Y ahora ese
secreto era su calvario, era el motivo de su encierro.

“Si no vienes conmigo le enseñaré estas fotos a tu novio” las palabras crueles y sinceras de
Lucas aquella madrugada.

Y él había tomado sus cosas y se había marchado. Simplemente no podía permitir que Alan
viera aquellas fotos. No podía. Era demasiado. Si Alan viese aquellas fotos sufriría mucho,
quizás hasta sintiese asco por él, quizás hasta le repudiaría por ser tan débil y no saber
defenderse.

Mario suponía que los chicos de su clase habían regado por todas partes aquellas fotos y por
eso fueron a parar a manos de Lucas. Y él había utilizado esas fotos para encerrarle.

–Los lindos canarios deben estar encerrados para que los cazadores no les maten con sus
escopetas –comentó tranquilo–. De esa forma nadie les hará daño.

–Alan no me haría daño.

–Ah ya veo, te gustaría que lo trajese a él y lo encerrase aquí contigo ¿no? Serías más feliz si
eso pasara –soltó una risa jovial–.Aunque no es mala idea. Tener una pareja de lindos canarios
encerrados y lejos de la peste del mundo. Eso sería una obra de caridad. Una vez lo hice…–
murmuró pensativo, observando las flores azules del jardín que se asomaban por la ventana–.
Una vez cuide a dos canarios –le miró sonriente–, aunque no eran canarios rubios como tú.
Eran más bien dos canarios pelirrojos, muy pequeñitos, diminutos, con unos preciosos ojos
verdes como joyas. Y esos canarios siempre estaban encerrados, desde que nacieron
permanecieron encerrados… fui yo quien les abrió la puerta y se fueron, por eso les hicieron
daño. –detuvo su habla y se corrigió: –. No, por eso les hice daño.

-:-

Ya era tarde, casi las cinco y debía buscar a los niños pero antes de eso paso por la torre de
David. Estaba buscando a Leandro y aun no lo había conseguido. Ya lo había buscado en su
casa, a que su madre, en el trabajo, en el hospital, en casa de Santi y nada, su hermano menor
no aparecía. Por un momento pensó en ir al parque del este, allí donde Leandro había vuelto a
asesinar a una persona, pero luego desistió. Dudaba que Leandro volviera a la escena del
crimen.

Pero entonces recordó que había leído en el artículo de una revista que todos los asesinos
vuelven a la escena de su crimen. Desecho ese pensamiento tan horrible.

“No, él no iría allí” pensó nervioso mientras entraba al ascensor para ir al ultimo piso. Allí,
contra todo pronostico, había un discreto y elegante restaurante. A Leandro le gustaba ese
restaurante porque se alejaba del ruido del tráfico. Era el ultimo lugar que se le ocurría donde
podría estar su hermano.

Una vez allí, abiertas las puertas del ascensor, entró al lugar sofisticado que mantenía sus
puertas cerradas a la lluvia. Sus ojos de color caramelo recorrieron de derecha a izquierda el
lugar; había muchas personas pese a que estuviera diluviando, mesas de vidrio de aquí a allá,
adornadas con flores y manteles, pinturas figurativas y abstractas en las paredes, un televisor
pantalla plana al fondo donde emitían una película dramática, el aire acondicionado que le
enfriaba hasta los huesos y aquella enorme pared de cristal, tan transparente y hermosa que
daba una vista esplendida hacia la terraza, la cual se mantenía desolada debido a la lluvia.

–Disculpe, joven…–dijo a uno de la camareros de allí, y justo cuando le iba a preguntar por
Leandro, lo vio a lo lejos–. No, nada. Ya encontré a quien buscaba.

Se dirigió a la mesa donde estaba su hermano y se sentó en una de las sillas sin anunciarse.

–Te he estado buscando por todas partes –agregó molesto, Luis.

–Pues ya me encontraste.
Luis suspiró pesadamente, miró la taza de capuchino que Leandro tomaba y se le antojó uno.

–¿Para que me buscabas?

–Para que más va a ser. Necesito explicaciones y tú tienes que dármelas. –un camarero
atendió su pedido, además de un café negro pidió unas medias lunas y unos ponqués de piña
que tanto le gustaban. Cuando tuvo su café caliente sobre la mesa, se lo llevó con ansias a la
boca, soplando cuidadosamente el líquido y como consecuencia un débil vaho se extendió en
su rostro. Era cálido–. Aarón esta en mi casa, lastimado, herido, malhumorado y… violado… y
yo necesito las respuesta que él no me quiere dar. Y estoy seguro de que tú las sabes.

Leandro se terminó de tomar el capuchino y se negó a mirar a Luis a los ojos. Mantuvo su
mirada tranquila en la taza de porcelana vacía.

–Ayer también llovió mucho –comentó distraído. Luis pensó que quería cambiar de tema–. Y
yo seguí a Adrián hasta el parque sin que se diera cuenta. Cuando llegué ya había pasado todo
y yo solo defendí a Adrián de aquel sujeto. Eso es todo.

–No. Eso no es todo. ¿Por qué le hicieron eso a Aarón? ¿Por qué Adrián dice que lo
confundieron con Aarón? ¿Qué hicieron para merecer eso?

–Y como voy a saber yo eso –contesto malhumorado el menor.

–Adrián me dijo que tú sabes algo.

–Pero no todo, solo algo.

–Entonces cuéntame ese algo.

–No creo que sea conveniente, eso te lo tiene que contar Aarón. Si te lo digo te iras como una
fiera furiosa –como él cuando se enteró que Adrián estaba involucrado con drogas–. Y no voy a
hacerte eso.

Luis se dejó caer pesadamente en el respaldo de la silla de madera.


–Eso huele muy feo –comentó rendido. Realmente no tenía muchos ánimos de nada. Se llevó
una galleta a la boca y lo hizo inconsciente, sin darse cuenta de que masticaba, más bien
pensaba en su joven amante y en como haría para ayudarle a superar un hecho tan traumático
como una violación.

–¿Y tu, estas bien? –preguntó, recordando la gravedad del asunto de ayer. Leandro se abstuvo
de rodar los ojos ante esa molesta pregunta.

–Si, lo estoy.

–No te creo.

–Piensa lo que quieras.

–¿Dormiste bien anoche? –Leandro asintió indiferente–. ¿No tuviste pesadillas? –negó con la
cabeza sin decir ni una palabra.

Luis estaba realmente muy preocupado ¿que era esa indiferencia de su hermano? ¿Era acaso
una coraza para protegerse? ¿O simplemente no había nada más allá de sus narices?

–Creo que deberías ir al psicólogo –una fina arruga apareció en el entrecejo de Leandro,
anunciando que eso le parecía una idea muy absurda y molesta.

–No voy a ir a ese lugar.

–¿Por qué no? Has ido casi toda tu vida allí, ir una vez más no te hará daño. Además, no quiero
que te hundas otra vez.

Leandro mantuvo su indiferente silencio, negándose a aceptar la realidad, pensando más bien
con gravedad que él, desde hacía mucho tiempo, que se había empezado a hundir.

-:-
Anochecía y Adrián miraba como el cielo dejaba de ser azul para pasar a ser un color oscuro,
llenó de nubes grises cargadas de agua. Lo hacia desde donde estaba, acostado en la cama y
con Aarón al lado suyo. Su hermano hacia rato que no decía nada, solo se quedó acostado
boca arriba con la mano alzada como si quisiese alcanzar algo, pero no. No alcanzaba nada. En
su mano, en sus dedos, daba vuelva a un caramelo, estudiando en silencio la forma singular de
tan ejemplar golosina.

¿Cuánto tiempo llevaba así? Adrián no lo sabía pero había dejado de intentar sacarle palabra,
su hermano gemelo se había vuelto a sumir en ese mudo estupor. Suponía que ya no estaba
molesto ni resentido porque no lo había echado a patadas. Quizás solo estaba cansado. Si eso,
estaba cansado. Adrián suspiró, volviendo la vista hacia el caramelo que observaba su
hermano.

–¿Quieres un caramelo? –finalmente dijo algo.

–¿No te gustan?

–Si pero ya me comí varios y tu no has comido ninguno.

–No hace falta que coma dulces. Los caramelos son para ti.

–Pero la vida no es tan bonita sin azúcar –y le puso el caramelo en las manos. Adrián no objeto
nada, él también estaba cansado y hacia mucho tiempo que no se relajaba con nada. Se llevó
el caramelo a la boca y le dio vueltas con la lengua.

–¿Qué le vamos a decir a mamá? –Aarón se tensó.

–Nada. Ni a ella ni a papá. No tienen porque saberlo.

Adrián asintió. Así era mejor, así habían sido las cosas siempre y no tenían porque cambiar. Y
sin embargo, se sentía un poco culpable por ocultar aquel terrible suceso.

–¿Estarás bien? –preguntó acongojado. El caramelo dejaba de ser dulce para pasar a ser algo
amargo. Así era la vida.
–Tengo que estarlo. No tengo otra opción. –se puso de pie y la huella de su cuerpo dejó
arrugas en las sabanas de la cama–. Voy a bañarme. Lo mejor es que vuelvas a casa.

–¿Por qué insistes en estar solo?

–No se… quizás solo quiero pensar. Pero también es para que mamá no sospeche. Dile una de
tus mentiras, siempre has sido bueno mintiendo.

“Si, siempre he sido bueno mintiendo” pensó agriamente “Me gustaría no mentir más” El
caramelo ya se estaba terminando de derretir y estaba llegando a la almendra. Se sentó en la
cama con cansancio y empezó a calzarse los zapatos. Era mejor irse ahora porque había buses
que pasaban todavía. Si esperaba más le tocaría irse a pie y no tenía deseos de caminar.

–Adrián –le llamó suavemente su gemelo–. ¿Crees que fue un error haber salido?

–¿De que hablas? –Aarón estaba en la puerta del baño, le daba la espalda como si aun no se
decidiera a entrar al baño. Su voz de niño y adolecente apenas resonaba.

–Me refiero a que no debimos haber abierto esa puerta –“¿Qué puerta?” pensó fugazmente el
menor de los gemelos–. Quizás no debimos salir, quizás debimos mantenernos encerrados allí.
Ella debió dejar la puerta con llave. –“Ah, esa puerta” la voz de Aarón se tornó algo
quebradiza–. Si la hubiese dejado con llave no habríamos salido y entonces estaríamos a salvo
porque nadie sabría que existíamos.

A Adrián eso le pareció aberrante. Él no se arrepentía de haber abierto la puerta. De hecho


estaba feliz de haberla abierto porque ahora existía, porque estaba vivo y amaba. Ciertamente
habían pasado cosas horrorosas y se podría decir que los problemas, los verdaderos
problemas, empezaron cuando esa puerta se abrió. Y aun así no se arrepentía.

–Sé que andas sensible por lo que paso –dijo, hablando despacio y tomando las palabras
adecuadas para no afectar a su hermano–. Pero no ha sido un error haber salido ¡Estábamos
vivos, Aarón! ellos no iban a tenernos encerrados de por vida, y aun si quisieron hacerlo sabían
que era imposible porque íbamos a creer, íbamos a ser adultos y tomar nuestras propias
decisiones aun cuando no tuviéramos una identidad. –apretó los puños por encima de su
rodilla, su mirada clavada en la espalda de su hermano y su ceño fruncido–. Así que no te
arrepientas por eso, por favor. No te arrepientas de ser Aarón y no hagas que me arrepienta
de ser Adrián.
Aarón tragó saliva y asintió.

–Sé que es muy pronto para escuchar esto pero… debes superarlo. –Aarón tembló de miedo.

–¿Y si no puedo? –preguntó con temor–. ¿Y si no puedo superar esto?

–Tienes que hacerlo. Hay vida después de esa puerta –señaló vagamente la puerta del cuarto–.
Y si te reclutas aquí perderás tu existencia.

Se puso de pie, caminando hasta su hermano y le dio unas palmaditas en la espalda.

–Te quiero Aarón. Y pase lo que pase siempre serás mi hermano.

Aarón sabía que debía salir, dejar su aislamiento y dejar de revolcarse en su propio dolor. Pero
eso no era tan fácil. Había que tener mucha valentía para ponerse en pie, poner la mano en el
pomo y salir por la puerta. No era fácil ir a ver la luz cuando sentía que estabas en oscuridad. Y
mucho menos lo era cuando escuchabas en la sala las risas y palabras de los niños y de Luis.
Ellos habían llegado hacia mucho rato y Aarón no salía del cuarto porque tenía miedo de
caminar.

¿Qué hacer cuando te sientes tan miserable que ni siquiera quieres ver la luz del sol?

Entonces sucedió. La puerta se abrió lentamente y por el resquicio de la puerta se filtró la luz
del bombillo de la sala. Tres cabezas se asomaron por la puerta, escrutando con la mirada la
oscuridad del cuarto. El pelirrojo sintió ganas de llorar al ver que los tres ingresaban a la
habitación. Luis y Mariana se quedaron a escasos centímetros de la puerta mientras el
pequeño Marcus avanzaba hasta él con pasos torpes, el niño aun estaba aprendiendo a
caminar. Finalmente llegó hasta él y aun en la oscuridad Aarón pudo distinguir sus ojos
infantiles mirándole con curiosidad.

–Hola Marcus –saludo bajito, tomando una de las manos del niño. El chiquillo siguió
observándole curioso y luego recostó su cabecita en las pierna de Aarón con un gesto que le
pareció sumamente tierno. El adolecente le acaricio los cabellos castaños, pensando que a él le
gustaría ser niño otra vez.
–Marianita, cariño, puedes llevarte a Marcus a la sala. Horita voy con ustedes pero antes debo
hablar con Aarón ¿de acuerdo? –la niña miró a su papá y luego a Aarón, después sus ojos
volvieron a posarse en su papá.

–¿La bella rebelde y tú pelearon?

–Claro que no, mi amor. Pero hay cosas que debo hablar con él y son cosas de adultos.

Marianita meditó un rato esa respuesta y al final la comprendió. Asintió y fue corriendo hasta
donde estaba Aarón con el niño. A la bella rebelde le sonrió ampliamente y tomó la mano de
su hermanito.

–Vamos Marcus, hay que ir a ver televisión ¡seguro que ya están pasando las caricaturas que te
gustan!

Luis les abrió la puerta y los niños fueron hasta la sala, encendiendo el televisor. Suspiró y
decidió que era mejor dejarla así, abierta, para que los niños no se asustasen con la idea de
que Aarón y él pudiesen pelear.

–Nunca he sido bueno consolando a la gente –empezó a relatar una vez que se hubo sentado
en la cama, justo al lado de Aarón. Se notaba algo tenso y no miraba a su joven amante, sino
que su vista estaba enfocada en el suelo–. No sirvo para dar palabras de ánimo. –apretó sus
rodillas con las manos, llenándose de valor–. No pude ayudar a mi hermano Leandro aquella
vez, simplemente no encontré una forma de consolarlo. Nadie sabía como ayudarlo.

»Y decidimos ponernos una venda en los ojos, no queríamos ver lo cagado que estábamos
todos. No queríamos constatar la terrible situación en la que nos encontrábamos. Y yo tenía
miedo porque era el mayor y debía buscar un equilibrio. Pero no lo encontré. Así que
decidimos darle la espalda; mi padre se fue de casa, mi madre se iba la mayor parte del día a
casa de mi abuela, Santi se refugió en la universidad, y yo me fui a la milicia para escapar del
sufrimiento, y Leandro se quedó solo, completamente solo. Por eso él terminó como terminó.
Se hundió y al hundirse nos hundimos todos con él.

Tomó un respiro y miró a Aarón.


– Nunca he sido bueno consolando a la gente –repitió, mirándolo a los ojos–. Pero por ti puedo
intentarlo. No ayude a mi hermano y él se hundió. No pienso permitir que tú también te
hundas. No sé como ayudarte, no se que decirte pero estaré aquí ¿de acuerdo? Me quedaré
contigo y te tomaré de la mano. Creo que es todo lo que puedo hacer. –dicho esto buscó su
mano y la enlazó con la suya. Aarón sentía que su corazón latía desenfrenadamente y apretó la
mano de Luis.

Esas palabras y ese gesto tan tierno era más que suficiente para Aarón.

-:-

Hacia muchos meses que permanecía encerrado allí, sin poner un pie afuera. Nunca supo
como fue que llegó a ese lugar. Él estaba dormido y cuando despertó ya estaba allí, no tenía ni
idea de donde se encontraba.

Miró vagamente las cuatro paredes de aquella sala. Era una casa pequeña, con suficiente
espacio para una sola persona. Se preguntó cuanto tiempo llevaría Lucas viviendo allí. Se
preguntó, además, cual era el motivo de tanto aislamiento.

Mario estaba sentado en una de las sillas del comedor, ya era de noche, era hora de la cena.
Posó su vista en el plató de comida; ensalada de espinaca con trocitos de queso y jamón, pan
tostado con mantequilla y ajo, y de postre un vasito de gelatina sin azúcar. No era una comida
pesada, era bastante liviana. Lucas siempre procuraba que la cena fuese así.

–¿Por qué necesitas a Alan? –preguntó sin saborear nada. El muchacho de cabello negro se
llevó con avidez una cucharada de ensalada y masticó, degustando el sabor.

–Porque Alan esta vivo.

–¿Y tú no?

–Yo soy un fantasma, lindo canario –Mario se inquietó–. Y los fantasmas solo le aparecen a
aquellas personas que saben que existen.

–No entiendo.
–No necesitas entender.

El rubio adolecente removió la ensalada aun si llevársela a la boca. Las espinacas y trocitos de
queso se movían de un lado a otro mientras Mario meditaba las palabras de Lucas pero no le
encontraba sentido. Tomó con la mano un trocito de jamón y se llevó, pensativo, a la boca.

–Tú no puedes ser un fantasma –alegó confundido–. Los fantasmas pertenecen a las personas
que están muertas y tú no estás muerto.

–Digamos que hay personas que me consideran muerto –comentó sin malicia, concentrándose
en comer. Se llevó el pan tostado a la boca y disfruto el crujir del mismo en sus dientes.
Adoraba el pan tostado con mantequilla y ajo–. Hay otras que saben que estoy vivo y
coleando. Pero solo hay una persona que sabe que vivo aun cuando sabe que estoy muerto –
Habló con la boca llena–. Me ha visto muchas veces pero para él solo soy eso: un fantasma.

–¿Y eso te da gusto?

Lucas mostró una gran sonrisa.

–Por supuesto, lindo canario. Es mucho más divertido atormentar a alguien cuando eres un
terrible fantasma para esa persona.

-:-

Leandro empezó a subir las escaleras con pasos lentos. Le dolía la cabeza y los huesos del
cuerpo, aun no se recuperaba de la paliza que le habían dado ayer. Dejó salir el aire por entre
los dientes y se aguantó el dolor que le producían las costillas rotas al subir cada escalón. Llegó
al primer piso y se detuvo un momento, respirando agitadamente. Miró casi con lastima los
escalones que le faltaban. Quien le mandaría a vivir en el quinto piso de un edificio con el
ascensor dañado.

La próxima vez que le ofrecieran un apartamento en un edificio sin ascensor, se lo pensaría dos
veces.

Pero ahora no era momento de lamentos, era hora de seguir subiendo escalones.
Cuando llegó al cuarto piso pensó, con alivió, que ahora solo faltaban un tramo de peldaños y
finalmente llegaría a casa. Se acostaría en el sofá con una comprensa de hielo sobre sus
costillas para calmar el horrible dolor.

–¿Leandro? –la voz de Adrián le sacó de sus cavilaciones. Le miró un segundo, notando que su
joven pelirrojo iba con un abrigo de capucha que le aplastaba el cabello y aun así iba mojado
por la lluvia.

–Hola Adrián. Todavía no he llegado a la vejez pero creo que los achaques me van llegando
antes de tiempo –comentó con algo de humor–. Ahora se buen niño y colabora conmigo,
ayúdame a terminar de subir estos escalones del infierno para llegar a mi casa, y tumbarme en
mi cama como el viejo en el que estoy convirtiendo.

Adrián soltó una carcajada y le ayudó a subir, diciéndole que si, que él estaba viejo pero que
aun así le quería. Caminaron en completo silencio. Adrián buscó sus propias llaves y abrió el
apartamento de Leandro.

–Y ahora haré la obra de caridad del día buscándote esa comprensa de hielo –dijo burlón y aun
así Leandro se lo agradeció. Se acostó a lo largo del sofá, tapándose con un brazo los ojos.
Dios, como le dolía la cara. El color violáceo de los morados ya estaban asomados en la
comisura de sus labios, debajo de los ojos y en la sien. Sus brazos también estaban llenos de
cardenales al igual que los de Adrián, quizás por eso el pelirrojo usaba abrigo.

Respiró hondo al tiempo en que se apartaba el brazo de los ojos y extendía su brazo al aire,
mirándose la mano que ayer había estado manchada de sangre.

“Maté a un chico” pensó sin ninguna entonación en particular “Lo maté con mis manos y lo
enterré sin ningún arrepentimiento ¿Por qué?”

En ese instante, Adrián regresaba de la cocina con la comprensa en las manos.

–Esto debe ser hielo suficiente –se sentó al lado de su amante, en una de las orillas del sofá.

–Tú también deberías ponerte hielo –recomendó el castaño, acariciando con su pulgar el
cardenal azul que tenía en el pómulo. Adrián no dijo nada y, lentamente, Leandro alejó su
mano.
Se quedaron largo rato callado, sin saber que decir o hacer. Tantas mentiras y secretos de por
medio ponían una barrera entre ellos.

–¿Cuándo vamos a tener esa cita? –inquirió finalmente Adrián. Leandro sonrió.

–Supongo que cuando desaparezcan todos estos morados y cuando mis dos costillas rotas
dejen de estar rotas.

–¿Y eso cuando será? –tenía el ceño fruncido. Adrián no era de los que le gustaba esperar.
Leandro pensó; esa mañana había ido al medico y el medico le había dicho el tiempo necesario
para que sanara su herida, pero… no se acordaba. No recordaba cuales habían sido las
palabras del medico, no recordaba siquiera donde había puesto el récipe. Casi se descosió los
sesos pensando en que era lo que le habían dicho, era como mirar a través de una cortina.

–Creo que dentro de una semana –dijo a tientas, no estaba seguro de lo que decía. Estaba
confundido y los recuerdos se le escapaban como agua de las manos. Pero Adrián no lo notó,
él solo sonrió.

–Maravilloso. Me llevaras al parque de diversiones, luego me llevaras a comer y después a un


motel para follar –enumeró animadamente–. Me tienes abandonado.

Leandro rió.

–Eres un chiquillo precoz.

–Y tu un viejo verde.

Le acarició los cabellos rojizos y le sonrió.

–De acuerdo. Te llevaré al parque de diversiones, luego a cenar a un precioso restaurante y


después alquilare una lujosa habitación para hacerte el amor durante toda la noche. –la idea le
gustó al pelirrojo, tanto que lo abrazó rápidamente, olvidándose de sus costillas lastimadas.
Leandro ahogó un gemido de dolor–. Pero también debes decírmelo.

–¿Decírtelo? ¿Te refieres a decirte que me muero por estar contigo y delirar en tus brazos
mientras me haces el amor y te pido entre gemidos más y más? –preguntó lentamente en tono
lascivo, cerca de su oreja. Leandro sabía que estaba tratando de distraerlo, de disuadir el tema
pero eso no le molestó.

–Eso estaría bien. –dijo entre divertidas risas–. Me refiero a lo otro.

Si, a los secretos.

Adrián suspiró y asintió lentamente, sentándose nuevamente en la orilla del sillón.

–No puedo contarte todo, solo algo.

–Me conformo con ese algo.

No había reproche en su voz, solo serenidad, calma y paciencia. Le acarició nuevamente el


cardenal que se asomaba en su pómulo, se sintió molesto porque aquel precioso rostro estaba
manchado de morados, no debía ser así. Adrián se dejó, atinando solo a mirarlo con cariño y
Leandro sintió que se perdía en la inmensidad de aquellos ojos verdes que tanto le gustaban.

–Debo irme a casa –musitó pero esas palabras no rompieron el hechizo de sus ojos–. Mamá
debe estar preocupada.

–Entiendo –pero no quería soltarlo. Tomó uno de sus mechones y se lo colocó detrás de la
oreja. Suspiró, apartando su mano del rostro de porcelana–. Seguro que se molestara mucho
con toda esta situación –el pelirrojo frunció el ceño–. ¿No le has contado nada? Adrián, esas
cosas no deben ocultársele a una madre. Tienes que contarle la verdad.

–No es necesario, mi madre no tiene porque sufrir.

–Tiene derecho a saberlo.

Adrián suspiró, poniéndose de pie.

–Lo sé, pero de momento no le diré nada. Aarón quiere que las cosas se enfríen un poco.
–Hablando de eso ¿Cómo esta él? ¿Ya esta mejor?

–Si y no. Aun esta sensible, no se si pueda superarlo. Me dijo que estará bien –dijo con tono
desdeñoso–. Pero yo no le creo mucho, así como tampoco te creo a ti cuando dices estar
maravilla.

–Últimamente nadie me cree cuando digo eso –trato de imprimirle algo de humor a la
conversación. Se estaban yendo por caminos contaminados y Leandro no quería eso. Hoy no.

Cuando Adrián se fue, Leandro solo se quedó mirando largamente la puerta cerrada. Alan no
estaba, Santiago tampoco. Estaba solo. Eso le incomodaba un poco aunque no del todo. La
soledad podía llegar a ser buena compañera en ocasiones, pero en otras era simplemente
detestable. Sin embargo, ahora no era agradable ni detestable, estaba en un punto medio que
podría considerarse inquietante.

Al estar solo en ese punto inquietante de soledad, podía sentir como sus sentimientos, sus
emociones, la culpa y el arrepentimiento se congelaban lentamente en su interior como una
laguna que se congela cuando llega el invierno.

Eso no le gustaba mucho.

Lo mejor era meditar aquello ¿cierto? Debía pensar en sus actos y arrepentirse como buen
pecador, y sin embargo estaba lejos de eso.

“Quizás mañana me sienta culpable” pensó tratando de buscar una excusa a su falta de
humanidad. “Mañana pensare bien en eso y de seguro me sentiré culpable”

-:-

Eran las nueve de la noche y Santiago le dejó comida al cachorro y agua suficiente para unas
horas mientras él salía a la calle, al hospital, a buscar respuesta. En el bolsillo de su pantalón
estaba la cadena de oro que tenía por dije la inicial de su nombre. Tenía que buscar a alguien
que supiera quien le había dejado ese collar.

Entró a la modesta arquitectura del hospital blanco y miró con curiosidad lo atestado de gente
que estaba ese día.

–¿Finalmente te incorporas? –una voz conocida. Sonrió a medias.

–Más o menos –la miró aun con esa sonrisa tranquila en su perfecto rostro.

–¿Y eso que demonios quiere decir? –inquirió Viana de mal humor.

–Que he venido a trabajar pero mi trabajo esconde segundas intenciones.

Ella le miró de arriba abajo, escrutándole silenciosamente, quizás buscando las segundas
intenciones pero no llegó a ellas. Suspiró, posando sus ojos en el expediente que revisaba.

–Mientras no sea para follarte a una de las nuevas enfermeras, estará bien –comentó sin
ninguna entonación en particular–. O si lo vas a hacer al menos ten la decencia de trabajar
primero que hay mucha gente y necesitamos muchas manos.

–¿Hay nuevas enfermeras? –preguntó interesado, ignorando lo demás que Viana había dicho.
Ella negó con su cabeza, lamentando que al fin y al cabo ese rubio fuese un hombre tan
promiscuo.

–Llegaron un par la semana pasada y mañana recibirán a nuevas pasantes. Mujeres jóvenes
supongo.

–Vaya, hay carne fresca

–Mejor ponte a trabajar, Torrealba –soltó indignada de que a las mujeres siempre se les
considerara como si fuesen objetos comestibles–. Actualízate y manos a la obra.

–Ya, no te enojes. Solo era bromita inocente –rió divertido de la frustración de aquella mujer–.
Pero no tendré la culpa si ellas se acercan a mí como abejas a la miel. Ya sabes que es
inevitable que sea irresistible. Esta en mis genes, no se puede hacer nada. Las mujeres me
adoran. –Viana rodó los ojos, exasperada de tanto narcisismo y se marchó, dejándole con las
demás palabras en la boca–. Al menos podrías reírte –dijo con gracia al verla lejos, Viana
continuó avanzado, pero alzó su mano, enseñándole el dedo corazón, cosa que hizo soltar una
carcajada al rubio –. Pero que humor tan bizarro –musitó mucho más animado de lo que lo
había estado en esas semanas.

Había pasado demasiado tiempo desde que se había reído por última vez, aunque se preguntó
si era correcto. Si estaba bien reír cuando todo andaba mal. Se preguntó, además, como ella
podía lucir tan tranquila con la tragedia que le había a pasado a uno de sus hijos.

“A lo mejor no lo sabe aun” pensó “Lo siento Viana, quizás no pueda evitar cortejar a alguna
enfermera pero te hare caso en una cosa” sacó de su bolsillo la cadena de oro y la observó
impertérrito.

–Me actualizaré –dijo determinante, mirando fijamente aquella prenda tan inquietante.

-:-

La noche llegó tranquila como lo venía haciendo desde hacia tres meses, sin nada en
particular, sin ruidos en la calles y con estrellas plagando el cielo. Al estar tan lejos de la
civilización, Mario podía ver claramente las estrellas. Eran como millones de puntitos blancos
regados en el manto azul del cielo. Era maravilloso, y sin embargo le causaba tristeza tener que
estar solo en aquella habitación.

Suspiró al tiempo en que escuchaba que Lucas le pasaba llave a su cuarto.

Mario ya había perdido la cuenta de cuantas veces había intentado irse sin éxito alguno. Todo
estaba cerrado con llaves y los barrotes tras la ventana le impedían una huida dolorosa.

“Cuando la noche llega, los canarios deben estar encerrados en su jaula” había dicho en una
ocasión Lucas. Lo trababa como si fuese una linda y adorable mascota, a veces eso le fastidiaba
pero luego recapacitaba y lo agradecía. Era mejor recibir ese tipo de trato que un trato
abusivo.

Lucas jamás le había hecho daño.

–Lo siento lindo canario –la puerta se abrió y una cabellera negra se asomó–. Había olvidado
que no habías ido al baño.

Abrió la puerta y Mario se apresuró a salir. Era verdad, no había ido a hacer sus necesidades
fisiológicas y él no quería mojar la cama al no aguantar las ganas porque, después de todo, la
puerta estaría cerrada con llave y las ventanas muy bien cerradas. Y los sueños a veces podían
llegar a ser muy húmedos…

–Antes dijiste que habías cuidado a dos canarios pelirrojos –dijo tímido sin saber si ese tipo de
conversación le molestarían a su interlocutor. Levantó la tapa del retrete y se bajo la ropa
interior–. ¿Qué significa eso?

–Significa exactamente lo que significa: que tenía dos lindos canarios pelirrojos –respondió
entre risas fuera del cuarto del baño. Mario oía su voz a través de la puerta cerrada.

–Pero… ¿Por qué? –se había sonrojado pero no porque le diera pena preguntar aquello, sino
porque el sonido de su propio orine podría oírse a kilómetros. Ese era otro detalle de estar
lejos de la civilización: se podía oír todo.

–¿Por qué? Pues porque tenía que cuidarlos –se subió los calzones y haló la manilla del retrete.
Se lavó las manos y salió del baño, mirando a Lucas con inquietud–. Digamos que había poca
gente que sabía de su existencia y los canarios mayores confiaban en mí así como yo confiaba
en ellos.

–¿Y que paso?

–Algo –hizo un gesto indiferente con la mano–. Y entonces los lindos canarios tuvieron que
volar como palomas asustadas.

Mario sentía curiosidad. Sentía que de alguna u otra manera todo ello involucraba el motivo
por el que Alan estaba fuera, en quien sabe donde, y él estaba allí, enclaustrado.
–¿Y tu quieres que Alan busque a esos dos canarios?

Lucas le miró unos segundos y luego la insinuación de una sonrisa se asomó en sus labios.

–Andas bastante preguntón el día de hoy –Mario tragó saliva–. Mejor ve a dormir lindo
canario.

–¿Alan tiene que buscar a esos dos canarios? –insistió con la desesperación impregnando su
voz.

–A esos canarios lo encontré hace muchísimo tiempo así que despreocúpate. Mejor ve a
dormir y sueña con tu amado. Eso es lo que único que ahora puedes hacer.

La puerta se cerró con llave mientras Mario, acostado resignadamente en la cama, escuchaba
a lo lejos la canción de Joline que Lucas solía escuchar cada noche.

-:-

Era tarde. Quizás las doce o más. Aun así Adrián no podía dormir. Le preocupaba su hermano,
le preocupaba Leandro. Todo el suceso de hacía más de ocho años se había vuelto a repetir y
todo por culpa suya.

“¿Qué va a pasar ahora?” se preguntó angustiado.

Mientras cavilaba, la puerta de su cuarto se abrió. Adrián se mantuvo quieto en la cama y


fingió dormir. Hoy no tenía ganas de afrontar a su madre. Además, no quería que ella le viera
aun. No quería que ella viese los morados de su cara y de su cuerpo. No quería que hiciera
preguntas. No, aun no.

Ella abría lentamente la puerta para cerciorarse si habría alguien durmiendo en el cuarto.
Cuando notó un bulto en la cama arropado con las sabanas, ingresó lentamente. La luz de la
sala se filtraba escandalosamente por la puerta y Adrián temió que esa luz fuese suficiente
como para iluminar los cardenales de su cuerpo.
Su madre se sentó en la cama y le acarició los cabellos. Siempre hacia eso cuando llegaba tarde
y los encontraba durmiendo, solo que esta vez Adrián no dormía.

—Se muy bien que estas despierto, Adrián —se abstuvo de soltar una maldición. Adrián era un
embustero, lo era desde pequeño, sin embargo ella tenía un detector de mentiras y por eso
siempre lo pillaba in fraganti—. ¿Dónde esta tu hermano? —preguntó seria. El pelirrojo temió
que ya se hubiese enterado de lo ocurrido y esa fuese una pregunta con trampa.

Fingió dormir aunque sabía que ella sabía que fingía.

Su madre soltó un suspiro.

–De acuerdo. Puedes seguir fingiendo que duermes pero mañana hablaremos. No te me vas a
escapar.

Y salió de la habitación tranquilamente y cerró la puerta del cuarto con la misma tranquilidad.
Adrián abrió los ojos y pensó que si, que si se le iba escapar como se le había escapado muchas
veces. Aunque esta vez dudaba de su escape exitoso. Quizás esta vez ella si le adelantaría un
paso y sabría la verdad mucho más temprano que tarde.

“Ricardo tiene razón” pensó preocupado “Tengo el don de meterme en los problemas más
inverosímiles”

-:-

Al día siguiente, Aarón fue capaz de salir del cuarto. Se había levantado muy temprano, cerca
de las cinco de la mañana y desde entonces no había podido dormir. Las pesadillas le habían
levantado con los ojos llorosos.

Luis, a su lado, continuó durmiendo sin percatarse de sus malos sueños. Era mejor así.

Le había enternecido un poco el hecho de que Luis se quedase a su lado, velando sus sueños
(aunque se había quedado dormido) y le diera su apoyo. Le reconfortó y sintió que podía salir
de eso. Quizás no ahora, la herida era muy reciente y aun escocia, pero más adelante podría
caminar. Podría nuevamente levantar su cabeza con dignidad y sin reproches.
Encendió la cocina y se dijo que si quería volver a como era antes pues lo mejor era no
abandonar los hábitos que lo caracterizaban. Así que empezó por la cocina. Él siempre
cocinaba en las mañanas desde que era pequeño, Adrián cocinaba bien pero siempre se
quedaba dormido y él no pensaba pasar hambre. Y ahora, le gustaba cocinar en la mañana
porque tanto Luis como sus hijos desayunaban temprano. Y también lo hacia porque la comida
de Luis apestaba. Recordó que una vez tuvo indigestión por culpa de su comida. Al día
siguiente había amanecido mal del estomago y a cada rato iba al baño. Había sido una
experiencia espantosa.

Así que procuraba que ese ser con el don de que sus comidas apestasen, no se acercase a la
cocina ni que, mucho menos, sus pequeños e inocentes hijos, ingirieran algo toxico.

Cocinó con cuidado para no hacer mucho ruido. Aun era temprano y todos dormían. Limpió la
cocina. Fregó los tratos que había ensuciado. Pasó coleto en el suelo. Y al final ya todo estaba
hecho, ya no había nada más que hacer y eso le inquietó. Tanto silencio le traía malos
recuerdos.

“¡No, no! No pensare en eso” se convenció, yéndose a la sala y prendió el televisor para
distraerse. Necesitaba ocupar su mente en algo para evitar pensar en el suceso del parque. No
quería recaer en eso. No quería sentirse tan deprimido que podría encerrarse en el cuarto de
por vida.

Un tríptico en la mesita de cristal que estaba frente al televisor, le llamó la atención. Pensó que
seguramente sería un folleto informativo de enfermedades o de prevenciones. Algo por el
estilo. Eso le gustaba. Pero al ver el folleto se dio cuenta de que sí, era un folleto informativo
pero no del tipo que te previene enfermedades o habla de cáncer. El folleto mostraba las casas
que se estaban construyendo a las afuera de la ciudad. Un lugar tranquilo. Una urbanización
preciosa con casas aun más preciosas.

¿Qué hacía Luis con ese folleto?

—Me asuste cuando no te vi en la cama —dijo Luis, quien se había levantado e ingresado a la
sala. Aarón respingó. No lo había oído llegar. Con rapidez y nervios dejó el folleto donde
estaba.

Luis, con su cabello despeinado y sus ojos soñolientos, miró el folleto. Se quedó en silencio.

—¿Te vas a mudar? —preguntó finalmente el pelirrojo. La angustia se asomó en su voz.


Mudarse estaba bien pero esa urbanización quedaba tan pero tan lejos que Aarón no podría ir
tan seguido como lo hacia.

—Si…—fue su única respuesta. Se rascó la cabeza cansinamente.

Desde hacía mucho tiempo que tenía pensado mudarse. El apartamento ya le fastidiaba, podía
oír todo lo que los vecinos hacían; desde caminar y correr, hasta bañarse y hablar. Era un
completo fastidio y ya se había hartado de eso. Además, la urbanización era un lugar alejado
de tanto tráfico y del humo negro. Sería bien para los niños.

Se iba a mudar. De hecho, ya había ido a ver las casas y a escoger una. Hasta ya estaba
empezando a pagarla y estaba lista para recibirlos. Pero había pospuesto todo eso por lo
sucedido con su joven amante.

—Aarón ¿No te gustaría…? –no terminó la pregunta. Iba a pedirle a Aarón que se mudara con
él. Que viviesen juntos como verdadera pareja. Sin embargo, se frenó porque no era el
momento de pedir una cosa así. El chico aun estaba muy sensible y entonces Luis sentiría que
se estaría aprovechando del pequeño Aarón. Porque estaba vulnerable y no tomaría con
conciencia la pregunta.

—¿No me gustaría que…?

—No. Nada. ¿Cómo te sientes hoy?

El pelirrojo hizo lo posible por no removerse inquieto en el mueble o desviar los ojos como
producto de la incomodidad, sin embargo le fue imposible no hacer las dos cosas. Ese tema era
delicado y le costaba mucho hablar de ello.

–He pensado que podrías hablar con un especialista.

–¿Especialista?

–Si. –se rascó la cabeza con gesto preocupado y nervioso–. Un psicólogo. Creo que eso
ayudaría.

Una sombra cubrió los ojos de Aarón. Un psicólogo. Luis le recomendaba un bendito psicólogo.
El castaño se percató de esto y se puso tenso. Quizás no había sido tan buena idea decir
aquello. Quizás había errado en la herramienta para poder ayudarle.

–¿No quieres? –preguntó dubitativo cuando el silencio se hubo hecho muy largo.

–No.

Y era un no tan rotundo y profundo. Luis suspiró ¿Qué tenían de malo los psicólogos como
para que ni Leandro ni Aarón quisiesen ir a uno? Bueno, ahora que lo pensaba bien le había
hecho la misma recomendación a Leandro porque Leandro también estaba mal y necesitaba
ayuda. Se masajeó la sien. Definitivamente no era bueno tratando de ayudar a la gente.

–Escucha, puedo ir contigo. Estar allí a tu lado cuando hables de eso. O esperarte afuera. Como
desees. Estaré allí y no te dejare solo.

–¿De veras? –alzó los ojos. Unos lindos ojos verdes que a veces se teñían con la tristeza de una
noche sin luna. Luis le sonrió y asintió. Suponía que la perspectiva de estar acompañado en
aquel consultorio era reconfortante. Vio alivio en su semblante, luego le miró directamente.
Supuso que iba a poner una condición–. De cuerdo. Pero tendrás que ir conmigo y tratarte.

–¿Tratarme? ¿De qué?

–De esa obsesión que tienes con las cerraduras –está vez fue el turno de Luis de desviar la
vista, incomodo.

Aquello era un problema que tenía desde que era muy joven. Desde que había “matado” a
Lucas. Su obsesión era tal que había noches en las que no dormía. Incluso Elizabeth, cuando
estaba viva, le había hecho dormir en el mueble porque se levantaba a cada rato. Una vez
hasta intento reventarle el palo del cepillo de barrer en la sala para que se quedara quieto.

Luis suspiró. El numero de veces que iba a ver si la puerta estaba cerrada, había reducido con
los años y tenía la esperanza de que con los siguientes años ese mal desapareciera. Tiempo al
tiempo. Eso había hecho. Y ya habían pasado muchos años. Era hora de tratarse eso.

–Está bien. –Accedió después de largo rato–. Iré a terapia contigo.


Aarón se relajó por completo. Eso estaba bien.

-:-

Siempre había sido un chico que dormía demasiado, podía llegar a levantarse a las diez de la
mañana si quería, pero ese día se levantó temprano. No porque quisiera, sino porque no podía
dormir. De hecho no había dormido casi nada durante la noche.

Adrián rodó en la cama y rezó para que su madre ya se hubiera ido al trabajo. Aunque lo
dudaba, anoche le había hablado con mucha certeza y no se quedaría quieta hasta tener una
respuesta fiable y convencible. Hasta saber la verdad.

Se sentó en el borde de la cama y se revolvió el cabello. Le dolía tanto la cabeza y los


cardenales de la cara que intentó no tocarse por allí. Seguro que hoy estaban de un color
totalmente violáceo y mucho más notorio que ayer.

Suspiró desalentado. Debió de haberse quedado en casa de Leandro. Debió dormir con él y no
volver a su casa para darle explicaciones a su madre.

Miró la almohada. Podría volverse a acostar y fingir que dormía aun cuando no podía dormir. Y
así pasar toda la mañana hasta que su mamá se fuera. Sí, eso haría. Se dejó caer en la cama
nuevamente.

–Menos mal que estás despierto –Viana ingresó al cuarto. Estaba vestida y arreglada aunque
no precisamente para ir a trabajar–. Levántate Adrián, y vístete. Hoy iremos a seguir buscando
cupos.

Mierda. No la había oído entrar y ahora lo iba a sacar a rastras de la cama y le iba a sacar toda
la verdad. Mierda, mierda, mierda.

El chico se arropó de pies a cabeza con la sábana.

–No quiero salir hoy, mamá.


–No te he preguntado si quieres ir o no. Te he dicho, no, te he ordenado que te levantes y te
vistas que hoy seguiremos buscando cupos ¿Has oído bien? –dejó en claro con evidente
sarcasmo.

Y tras estas palabras jaló la sabana, dejando su cuerpo cálido a merced del frío de la mañana.

El chico gruñó molestó e infló los mofletes. A veces Adrián odiaba esa forma de expresarse. Se
parecía tanto a ella que era exasperante.

Le miró los ojos verdes, idénticos a los suyos, y la curva de su mentón, sí, en eso también se
parecían. Y las manos, suaves y largas, él también las tenía.

Y mientras la miraba detenidamente, ella también lo miró, y su rostro se ensombreció al ver su


cara toda amoratada.

–Adrián, ¿te has peleado de nuevo?

No era novedad que el chico se pelease en la calle. Siempre había sido así. Un chico
problemático. Un chico que no le gustaba dejarse joder de nadie. Y a Viana, desde que Adrián
era niño, le habían llamado tantas veces la tensión en la escuela porque el niño se agarraba a
golpes con el compañerito, porque había mordido a otro niño, porque le había dejado morado
el ojo a su amiguito. Siempre a golpes, todo lo quería solucionar así.

Se acercó a su hijo y se sentó en el borde de la cama. Ya no tenía el rostro tan hinchado pero
los tonos violáceos le preocupaban.

–Dios mío, ¿Por qué te has peleado ahora? –preguntó cansinamente–, ¿Fue en el trabajo?
¿Alguien se metió contigo? ¿Te han despedido?

–Yo no tengo la culpa de que Horacio sea un hijo de puta. –soltó despectivamente. Ya antes
había tenido roces con sus “compañeros” de trabajo. Al verle tan chico, tan joven y bonito, le
habían querido montar la pata encima y Adrián no se dejaría. Les devolvía los empujones y las
malas palabras. Lo habían apodado “El salvaje”, bien poco le importaba. Aunque ahora, sus
golpes y heridas, no se debían a ninguna pelea con sus compañeros de trabajo.

Recordó la tarde de lluvia en el parque, en las gotas de agua que le aunaban los ojos. La
confusión. Los golpes. Pensó que moriría a manos de ese infeliz. En como le había jalado el
cabello hasta querer arrancárselo. Aún le dolían las raíces del cabello. Y el sabor de sangre en
su paladar al romperle la boca, aun no se iba del todo de su lengua.

–Y sí, me han despedido –y también por motivos completamente diferentes a los que su
madre se imaginaba. Ella suspiró, algo desalentada–. Buscaré otro trabajo, no te preocupes
por eso.

–El dinero es lo de menos, Adrián. Tienes que aprender a controlar ese temperamento tuyo. A
la larga solo te traerá problemas.

–¿Y qué querías? ¿Qué me dejara joder de esos imbéciles? –sabía que no debía de hablarle así.
Era su madre. Lo había cuidado desde que era pequeño, y aunque, quizás, no lo había hecho
tan bien, lo había cuidado y eso era lo importante. Al igual que Ricardo. Él había sido bueno a
su manera, también había cuidado de Aarón y de él. Solo que a él no podía considerarle un
padre, después de todo él era su…

–Iré a buscar una pomada. Te aliviara el dolor. –se levantó de la cama y fue hasta la puerta–.
Arréglate. Saldremos dentro de un rato.

Adrián agradeció estar solo. Respiró aliviado. Bueno, se había librado de decirle la verdad por
ahora. Menos mal que era un chico problema y los golpes podía atribuirlos a cualquier pelea
callejera. En cambio, si viese a Aarón con aquellos morados. Aarón el buen chico, el que nunca
se metía en conflictos y el mejor en clases de física y química, seguro que sospecharía de que
algo malo, terrible y espantoso habría ocurrido. Pero como Adrián siempre, desde que era
niño, había llegado con algún que otro morado producto de no querer dejarse joder de nadie,
pues bien, en él eso ya era natural.

Ahora solo tenía que mantener a Aarón alejado unos días. Tenía que ingeniárselas para que
ella, en su arrebato de preocupación, no fuese a buscarlo allá donde el diablo había dejado sus
calzones.

–Apresúrate Adrián.

–Voy…

-:-
Durante los días que siguieron, Leandro no hizo más que pensar en sus actos. En todas las
cosas malas que había hecho y más en aquel asesinato que había cometido. Pensó que si
pensaba detenidamente en ello la culpa afloraría como una flor que se abre al sol. Que su
corazón se iba a contaminar de negros remordimientos y se mesaría el pelo como producto de
ese arrepentimiento.

Sin embargo, nada de eso ocurrió. No sintió ni la más leve culpa ante un hecho tan cruel como
arrebatarle la vida a otra persona. En su mente estaba la imagen de la cara del chico
desfigurada. Aún podía visualizar claramente la sangre en su boca ante los dientes despedidos
en el suelo. Sus ojos desorbitados, horrorizados y sin vida alguna. Y el cadáver, allí en el suelo,
sin moverse, quieto, congelado como una estatua de hierro.

Creyó que pensar en ese cadáver, en ese cuerpo sin vida, le haría hiperventilar, poner los
nervios de punta como cuando había asesinado a Susana. Pero no. Nada de eso paso. Se
mantenía tan tranquilo que eso le asustó.

Así que no fue el remordimiento lo que le hizo mesarse el cabello, sino la falta de culpa. La
insensibilidad de su ser. Sentía como lentamente en su interior se empezaban a congelar las
cosas. Sus sentimientos, emociones.

Estuvo horas sumergido en una angustia, pero no la angustia de ser llevado a la cárcel, sino la
angustia de verse tan inhumano, tan incapacitado para sentir. En varias ocasiones estuvo a
punto de llorar, preso de su propio vacío. Absorbido por eso. Inmaterial, deforme e
impersonal.

Estaba seguro de que en esos momentos él no era él. Que era otro ser el que usurpaba su
corazón y le hacía sentir nada. Absolutamente nada. Un vacío tan grande y absoluto que lo iba
a absorber, como caer una madriguera oscura y no oír nada.

Era como si su propio vacío se uniera a la vacuidad del mundo. Era demasiado nada para
Leandro.

Y le tenía miedo a ese nada.

–¿Qué me esta pasando? –se preguntó aquel día, fatigado, cansado de su propia inmundicia.
Se sentó en el mueble. Sus costillas ya estaban empezando a sanar, ya no le causaban terribles
dolores. Miró a su alrededor, tratando de discernir donde estaba, donde se encontraba y que
día era, más no logró dar con ninguna respuesta.

–Hola querido Leandro –saludó animadamente Alan, ingresando al apartamento. Traía una
pequeña bolsa.

–¿Qué día es hoy, Alan? –preguntó antes de que el rubio dijese cualquier cosa.

Alan lo miró largos segundos y luego respondió.

–Hoy es miércoles.

–¿Miércoles?

–Sí, miércoles.

–¿De qué mes?

–Junio.

–Ah, junio –bajó la mirada. No recordaba que estuviesen en junio–. ¿Qué ibas a decirme?

Alan volvió a su entusiasmo y sacó una cajita pequeña de la bolsa. Era cajita muy pero muy
pequeña. Se la extendió a Leandro con una sonrisa grande iluminando su rostro.

–¿Me estás pidiendo matrimonio? –preguntó divertido, alzando su apacible y educada ceja.

Alan rió en voz alta.

–Aunque te lo pidiera me dirías que no.


–Cierto.

–Ah, rompes mi corazón, Leandro. –soltó un suspiró melodramático–. Estoy seguro de que yo
podría hacerte muy feliz. Pero ya veo que los rubios no te ponen duro. Sino más bien los chicos
pelirrojos y de lindos ojos verdes. –recriminó con fingida desgana–. Bueno, teniendo en cuenta
que el chiquillo tiene más experiencia que tú con hombres y que, seguro, ya ha hecho todas las
posiciones del Kama Sutra unas cinco veces, entonces, te entiendo.

Leandro frunció el ceño ante esto ultimo. Él ya sabía que Adrián había tenido muchos amantes
antes de él. Y nunca había preguntado por ello. Se propuso que cuando tuvieran su cita le
sacaría algo de eso.

–Seguro que es bastante flexible, ¿a que sí?

–Pierdes tu tiempo, no pienso decirte nada.

–Que mala onda eres. –el rubio abrió la cajita y en el relució un anillo de oro–. ¿Qué te parece?
¿Esta lindo, verdad?

–Vaya, realmente es muy bello, ¿Para quién es?

–¿Cómo que para “quién”? Pues para quién más va a ser. Para mi lindo canario, Mario.

Leandro lo miró incrédulo.

–¿Lo has encontrado?

–No, aun no. Pero este lindo anillo lo recibirá. –le sonrió de los más lindo–. Hoy esta
cumpliendo años mi canario, ¿lo sabias?

No, no lo sabía aunque debería de saberlo. O quizás si lo sabía pero no lo recordaba. Se quedó
pensativo.
–Dime ¿recuerdas que fue lo que paso hace un año? –el castaño alzó la vista y parpadeó un
par de veces sin comprender–. Hace un año paso una cosa muy importante. Una cosa que paso
la noche de hace doce meses.

–¿Algo importante?

Sí, algo importante pero Leandro no lograba llegar hasta esos recuerdos. Eran tan borrosos y
vaporosos.

–Creo que…

–Hoy, hace doce meses atrás, me fugué con Mario –aclaró como algo muy serio–. Lo hicimos el
día de su cumpleaños. Cogimos un tren a un rumbo desconocido y desde entonces vivimos
juntos hasta que…

No dijo nada. Cerró la tapa de la cajita y se guardó el anillo.

–Vivíamos juntos y nos comprometimos. Este anillo representa ese compromiso. Y no pienso
romperlo.

Se fue a la cocina por un vaso de agua mientras Leandro se quedaba pensativo con sus
palabras. ¿Cómo se le había olvidado aquello? Recordaba haber encontrado a Alan empacando
sus cosas, haciendo su maleta para irse, fugarse con un niño, un menor de edad. Si la memoria
no le fallaba hoy Mario cumplía catorce años. Un adolecente en pleno crecimiento.

–Catorce años… –susurró sin poder creerlo.

A veces creía que Alan estaba completamente loco como para mantener una relación con
niño. Era ilegal. Y repugnante a los ojos de otras personas…, no sabía como era que todavía
seguía libre, es decir, la gente sospecharía al verlos juntos, viviendo en una misma casa, no
podrían guardar por mucho tiempo el secreto. Y esa gente podría haber llamado a la policía, a
denunciar al depravado, porque así lo considerarían: un depravado. El degenerado que se
acostaba con un chico de trece años.

Hasta a él le resultaba un poco turbador… aunque no tanto, él también estaba enamorado de


un niño. De adrián y aunque no era tan niño como Mario, seguía siendo un chiquillo.
Luego pensó en Alan. Últimamente estaba tan extraño. Tan distante y aislado que solía
preocuparle. Alan no era así. Él era lleno de vida, de un entusiasmo contagioso, y con un
carisma altísimo. Y ahora… ahora parecía sumido en su silencioso sopor. Ya ni siquiera tenía
esa tremenda curiosidad que lo caracterizaba. En los cinco días que habían transcurridos no le
había preguntado nada referente a los morados de su cara (que ya estaban amarillentos, casi a
punto de borrarse), ni por que tenía las costillas rotas.

Y lo más raro de todo: se disculpaba.

En más de una ocasión lo encontró durmiendo en su misma cama, y solía pedirle disculpas.
Leandro no entendía nada de nada. Ya hasta le preocupaba tanta lamentación. Él no tenía
nada que disculparle a Alan, y a ese punto ya estaba empezando a parecerse a Santiago antes
de confesarle su terrible crimen.

Esperaba, por todos los cielos, que Alan no fuese a revelarle una cosa tan espantosa como lo
había hecho su hermano.

Negó con su cabeza. Alan no haría nada para hacerle daño.

–Saldré un momento. –anunció, yéndose a la puerta. Alan rápidamente salió de la cocina a su


encuentro. Parecía alterado.

–¿Te vas? ¿A dónde? –se notaba preocupado, como si le aterrara que saliese a la calle y se
fuese a perder. Sonrió.

–Necesito tomar aire fresco. Estar encerrado en estas cuatro paredes me enferma –era
verdad. Se asfixiaba al estar ahí encerrado.

Alan continuó mirándole preocupado.

–¿Qué pasa?

–No te alejes mucho. –Leandro sonrió otra vez, ¿a que se debía ese comportamiento tan
maternal?–. Y ten cuidado. No hables con desconocidos.
–Vaya, ya te pareces a mi madre. –rió y, tomando su abrigo y llaves, decidió irse.

–Leandro –llamó antes de que se fuera–. ¿Qué día es hoy? –la pregunta le pilló desprevenido.
Lo miró sin entender y luego rebuscó la respuesta.

–Hoy es… –dejó la respuesta en el aire y siguió buscando–. Viernes.

En los ojos azules de Alan hubo un atisbo de tristeza pero el castaño no lo notó.

–¿De que mes?

–Uh… creo que es Mayo. –se mostraba dubitativo–. ¿Por qué lo preguntas?

–Por nada. No te alejes demasiado. Y si te pierdes me llamas.

Leandro volvió a reír y salió fuera de casa con aire distraído.

Mientras iba por la calle notaba que sus pensamientos se distanciaban más y más. Era como si
estuviera dividiéndose. Como si una parte de él estuviera alejándose de su cuerpo. Miró el
cielo distraído y observó un papagayo. Eso era. Un papagayo, justo así se sentía, casi como si
sus emociones estuvieran alejándose de él lentamente, alguien le estaba dando cuerda y se
estaba alejando. Lejos, lejos. Alto, alto. Cielo despejado, nubes distantes y sentimientos
desaparecidos.

“No divagues. Concéntrate” se dijo en tonó severo.

En esos cinco días había hecho pocas cosas. Leer, ver televisor, comer, pensar y luego divagar.
Nada extraordinario. Le hubiese gustado ir al trabajo pero de seguro que sus alumnos se
espantaban al verle en aquel estado tan deplorable.

Caminó lento, lento. Sin prisas, apenas llevado por el viento. Como una hoja que cae al agua y
se deja arrastrar hasta encontrar una orilla. Así fue y encontró una banca desocupada en la
plaza Bolívar. Era mejor así. No le gustaba tener un compañero borracho o charlatán. Solo
quería sentarse y mirar los grandes arboles y sus muchos pajaritos posados en sus ramas.

Pasó al lado de la estatua del libertador Simón Bolívar y la contempló de soslayó. Era una
estatua grande, puesta sobre un pedestal alto e imponente. Pocas personas notaban su
presencia aun con lo enorme que era la escultura. La gente iba demasiado deprisa o
demasiado apurada como para notar eso. A veces se preguntaba que pasaría si esa estatua ya
no estuviese allí, ¿se daría cuenta la gente? ¿Notarían ese detalle en la plaza? Lo dudaba.

Se sentó en la banca y fijó su vista en las palomas que arrullaban en el suelo, buscando comida.
Y luego en aquella iguana que trepaba el árbol. Al final miró los rayos del sol cálido que se
filtraba por entre las ramas de aquello altos y viejos arboles.

Alguien se sentó a su lado y eso le fastidió un poco. Solo esperaba que no tuviese ganas de
conversar porque él, desde luego, que no tenía ganas de usar su lengua para emitir palabras
educadas.

–Es una linda tarde ¿a que sí?

Abrió los ojos y miró a quien se había puesto a su lado. Sintió que algo le obstruyo la garganta,
un nudo quizás, lo cierto es que le costó tragar saliva.

El cabello negro azabache, los ojos oscuros y tranquilos. La piel acanelada y los labios delgados.
Ladeó tranquilamente la cabeza, observándolo con un brillo entre divertido y nostálgico.

–¿Qué pasa? ¿Has visto un fantasma? –Leandro seguía pasmado donde estaba, mirándole con
incredulidad–. Venga, no pongas esa cara. Ni que fuera la primera vez que me ves. Es más, no
es ni siquiera la primera vez que ves un muerto ¿cierto?

Si, claro que si. Ya había visto a su abuela, a su amiga Susana. Y había deducido que estaba
perdiendo la cabeza. Pero al primero que había visto era a él, a Lucas.

Era de esos recuerdos que uno simplemente deshecha, que pone en un rincón y espera que las
polillas se lo coman. Pero no había sido así. El recuerdo estaba tan vivo, casi tan vivo como la
persona que estaba sentada a su lado.
–¿Ya estas de vuelta? –preguntó Lucas, sabiendo que esa pregunta traía consigo recuerdos
amargos.

Pocas veces volvía al mundo real. Pocas veces mantenía los ojos realmente abiertos. Y cuando
estaba realmente despierto se la pasaba sumido en sus propios lamentos y dolores, culpas y
arrepentimientos. Y cuando se iba, estaba en la negrura, en la penumbra donde la luz no traía
sabores agrios y amargos. Una nube espesa que lo separaba de su dolor terrenal.

Ese día, abrió los ojos y sus ojos se movieron lentamente de un lado a otro, escrutando el
lugar, ¿Dónde estaba? Intentó moverse. Pero algo no le dejaba hacerlo. Tardó unos minutos en
razonar el motivo. Estaba atado. Con correas que le apretaban su cuerpo, que lo encadenaban
a la cama, ¿Por qué?

Nuevamente miró a su alrededor sin reconocer los ruidos que debían serles familiares. Se
sentía tan ido, tan dormido como atontado. Su cerebro apenas funcionaba.

–¿Ya estas de vuelta?

Preguntó alguien. Una pregunta dulce como un caramelo. Clara como el agua. Y maliciosa
como una sombra a los pies.

Leandro observó el dueño de la voz.

–¿Lucas…? ¿Qué ha…?

Y recordó. Volvió en sí, finalmente. Y su regreso a la consciencia trajo el dolor. Había


recordando todos los malos tragos que había pasado en el mundo real; la drogadicción de
Susana, su propia depresión, la muerte de su amiga, la muerte de Lucas, la desaparición súbita
de Adrián, el suicidio del sr. García, la desesperación, el dolor, la rabia, tristeza, llanto… Todo
volvió a él, a su conciencia.

Y ahora… ahora Lucas, el fantasma, la pesadilla, la tortura, estaba allí, vigilándole, sonriéndole,
certificándole que estaba loco de remate. Y que estaba encerrado en una de las habitaciones
de un manicomio porque él estaba loco, viendo muertos, hablando con fantasmas.
De pronto comenzó a jadear, sus ojos se llenaron de turbación. Y gritó. Un grito salvaje,
desgarrado, agonizante. Pareciera como si le estuvieran arrancando la carne de los huesos.
Tiró de las correas y el dolor de su cuerpo se intensificó.

–¡Leandro! ¡Te vas a hacer daño!– dijo alguien en tono preocupado.

Le sujetaron. De los brazos, de las piernas. Pero no le impidieron gritar. Revolverse en la cama.
Llorar. Aullar llenó de dolor, con el alma rociada en sal. Mucho revuelo a su alrededor, aunque
no podía verlo claramente.

Luego sintió un pinchazo en el brazo, una aguja que mordía su carne y se enterraba con una
dosis de morfina. Y su cuerpo se volvió pesado… demasiado para mantenerse consciente y
soportarlo.

Y cada vez que despertaba de verdad, que sentía que él era él y no un loco de manicomio, que
podría soportar el dolor y salir de esa cama con correas que lo ataban, Lucas estaba allí,
recordándole que no iba a salir, que se iba a quedar allí, a pudrir y descomponer como la carne
dejada afuera y llena de gusanos.

–¿Ya estas de vuelta?

Era su pregunta. Y el Leandro cociente que regresaba a la realidad, al verle, regresaba a su


sopor, llenó de negros silencios y eternos minutos. Con su sola presencia era capaz de
aterrorizarlo.

¿Ya estas de vuelta?

¿Ya estas de vuelta?

¿Ya estas de vuelta?

–¿Ya estas de vuelta?


Leandro apretó los ojos y respiró hondo.

–No eres real.

–Claro que si, hombre. Solo basta conque me toques –y tomando su mano, la llevó hasta su
mejilla. Leandro sintió el tacto tibio y real…, pero no era real…, nunca lo sería. Lucas estaba
muerto. Tan muerto como Susana y su abuela.

Apartó rápidamente la mano.

La gente a su alrededor no parecía darse cuenta de que algo extraño le sucediese.

–Por favor, vete.

–¿Por qué? –preguntó divertido–. Ya sé que yo no te caía bien pero al menos deberías
saludarme, ser educado.

Leandro no dijo nada. Se limitó a mirar obstinadamente sus manos que descansaban en sus
piernas.

–¿Sabes por que estoy aquí, Leandro? –el castaño no lo miró–. Estoy aquí para volverte a
encerrar en ese manicomio.

–No… –se tensó inmediatamente–. No voy a volver allí.

–Claro que si. Sabes tan bien como yo que no debiste haber salido del loquero. Debiste
quedarte donde estabas, en esa celda con paredes blanca. Es tu cárcel, Leandro. Y siempre lo
será.

Esta vez lo miró. Había un brillo suplicante, lleno de pavor.

–No, no, no. –apretó sus nudillos–. Yo estoy bien.


–Si claro… repítete eso hasta que te lo creas.

Hubo un largo silencio mientras el castaño se debatía entre lo que era real e irreal. Entre salir
corriendo y quedarse allí sentado. Entre reír histéricamente o llorar patéticamente. Lucas a su
lado, silbaba distraídamente, sin importarle lo perturbadora que le resultaba su presencia.
Leandro dejó caer los hombros. Rendido. Quizás resignado. La tensión de su cuerpo se
desvaneció como humo de cocina. Y solo quedó la desesperanza. Una flor cortada y caída al
suelo como una mariposa muerta.

–Por favor… –dijo con voz triste–. No me hagas olvidar a Adrián… por favor, por favor, no
hagas que me olvide de él… No quiero olvidarlo. Yo… Yo lo amo. Quiero estar con él. Es todo lo
que quiero… Por favor…

Su voz de niño perdido, de disculpa ante haber hecho algo feo.

Lucas lo observó impertérrito. Nadie podría saber realmente lo que pensaba. Lo que sentía. Su
expresión era tan inalterable como la luna. Tomó la mano de Leandro y miró su reverso, las
líneas dibujadas en su mano. Con cuidado sin expresión alguna, recorrió con la punta de sus
dedos una de aquellas líneas.

–Yo no soy el que decide a quien vas a olvidar o si vas a olvidar –aclaró con una voz
aterciopelada–. Yo solo quería mantenerte encerrado para castigar a cierta persona. Y eso es
lo que haré. Seguiré castigándolo hasta que me harte. –Lo miró a los ojos, seguían sin decirle
nada–. En cuanto a ti…, me importa poco si olvidas o no. Al final de todo esto tú decidirás a
quien olvidar…

Soltó su mano y se puso de pie. Leandro se mantenía mudo.

–Antes las mentiras fueron las que te llevaron a tu cárcel –expuso en tono severo–. Pero ahora
será diferente. Ahora será la verdad lo que te volverá loco. Un poco de verdad puede ser
caótico y mucha verdad puede ser fatal…

Una mochila colgaba en su espalda. Lucas la tomó y abrió el cierre. Dentro estaba una caja de
madera con flores azules dibujadas.

–Esta caja es para ti. –la puso en sus piernas–. Dentro hay un regalo especial. Y si tienes las
suficientes agallas, la levantaras y acabaras con la pesadilla. El día que hagas eso, te convertirás
en algo más que un loco de manicomio. –le sonrió con sus perfectos dientes–. Y estoy seguro
que eso será suficiente castigo.

Y tras decir esto se fue.

Cuando Leandro tuvo el valor de alzar la vista y no ver a Lucas, abrió la cajita que era tan real y
palpable como sus dos manos. Al alzar la tapa observó que dentro, en su interior, había un
arma. Una pistola negra como una sombra. Mortífera como acantilado. Y peligrosa como una
piedra filosa.

Un castigo.

-:-

Santiago llegó a la casa de su hermano y esperó a que llegara. Al parecer Leandro había salido
a tomar aire fresco. Había venido para cerciorarse de que se encontraba bien y tomaba sus
medicamentos. Además… ayer se había cumplido una semana desde que había cuidado a jugo
de naranja. Lo había mantenido vivo y limpio. Y eso significaba que Leandro debía cumplir su
palabra.

Soltó la correa del cachorro y este corrió libremente por la sala. Al parecer estaba feliz de
regresar a su hogar.

Santiago se sentó en una de las sillas del comedor y bebió agua. Durante esa semana la
mascota le había hecho mucha compañía y hasta le había distraído de sus negros
pensamientos. Le apenaba un poco tener que devolverlo.

Escuchó las llaves. Alguien entraba. Cerraron la puerta y Santiago salió a la sala.

–¿Pasa algo? –preguntó al verle tan pálido y desubicado.

–¿Eh? ¿Santiago? –sus palabras no eran seguras, sino dichas al azar. Parecía perdido. El
castaño se paso la mano por el cabello. Seguía desubicado.

–Vine por lo del cachorro. –acotó inseguro, sin saber que más decir.
–¿Qué…? ¿Cachorro…? –no entendía de que hablaba. Se mordió el labio y sus cejas se
curvaron, confundidas, complicadas, por encima de su nariz de tobogán. Miró la mascota y
vagamente recordó algo.

–Si. Dijiste que si lo cuidaba por una semana me perdonarías. –sonaba estúpido y no podía
disfrazar aquello en una frase sensata.

Leandro lo miró durante largos segundo, pero seguía siendo una mirada confundida.

3, 2, 1…

–¡Ah si! Cierto… veo que lo cuidaste –su voz así como sus actos eran lejanos, distante, desde el
otro lado de la cortina. Como si no se encontrase en sí mismo.

Se sentó en el sofá. Parecía cansado. Una caja de madera tenía en la mano y la observó
detenidamente.

–¿Leandro?

–Lo cuidaste así que estas perdonado, Santiago.

Un poco de verdad puede ser caótico y mucha verdad puede ser fatal…

Cierto. Al saber lo que había hecho Santiago, lo que hacía Adrián, lo que le dijo Aarón… todo
aquello era verdad y había sido tan dolorosa como mortífera. Un poco de verdad podría
hacerle perder la cabeza. Y él que tan desesperadamente buscaba la verdad de todo, ¿Cuántas
más verdades le faltaban por saber?

Antes las mentiras fueron las que te llevaron a tu cárcel. Pero ahora será diferente. Ahora será
la verdad lo que te volverá loco.

Miró la caja. Se imaginó la pistola de adentro. Una pistola tan parecida a la que había usado
para matar a su mejor amiga, Susana.
Si tienes las suficientes agallas, la levantaras y acabaras con la pesadilla. El día que hagas eso,
te convertirás en algo más que un loco de manicomio.

–Santiago –llamó suavemente, sin apartar la vista de la caja–. Tienes que prometerme algo.

El rubio se acercó y aun dubitativo se sentó a su lado. Siempre se ponía nervioso al tenerle
cerca.

–¿Qué cosa?

–Tienes que prometerme que vas a detenerme si algún día llegó a hacer una locura.

–¿Qué…?

–Promételo. –lo miró a los ojos con firmeza–. Promete que me vas a detener.

Santiago no entendía nada, pero suponía que aquello era otra condición para poder ser
perdonado.

–Está bien. Prometo que te detendré si algún día llegas a hacer una locura.

-:-

Era un día casi especial. Tomó un bus que iba a otra ciudad y fue hasta su casa. Vivía en una
casita que estaba a unos kilómetros de la ciudad, la única forma de llegar era a través de unas
serpenteantes carreteras que la comunicaban con la autopista.

Lo demás eran montañas altas, árboles secos, otros frondosos, arbustos, animales y una que
otra casita en el camino.

Mucha gente vivía así al no encontrar casas en la ciudad. Se iban a las afueras y comenzaban a
construir casas, y a veces construían tantas que se formaba una pequeña comunidad. El lugar
donde él vivía no había corrido con mucha suerte.
Su casita estaba alejada, muy metida entre las montañas. Casi nadie sabía que allí había gente.
Unas casas alejadas una de otras. La de él era la que estaba más lejos.

Anunció su parada en mitad de la autopista. El bus se detuvo y Lucas descendió con una caja
de pastel en las manos. Miró la larga carretera de piedra y emprendió el viaje. Sus zapatos se
llenaron del polvo del camino y el sol le tostó aún más la piel. Se sentía tan sediento. Luego de
unos quince minutos, una camioneta paso a su lado y se detuvo. Le estaba dando un aventón.
Eso era lo bueno de vivir lejos; la gente era buena y los escasos vehículos que transcurrían por
la carretera de piedra les daban la cola a los viajeros que caminaban y que tenían sus casas
más adelante.

Subió y conversó animadamente con el chofer. Siempre había tenido carisma. Él era de esas
personas que tienen el don de hacer sonreír a los demás, de caerle bien a la gente con la
candidez de sus palabras.

−¡Muchas gracias, amigo! –dijo en cuanto se bajó y el vehículo se fue, dejando tras de su
enormes volutas de polvo. Miró al lado contrario. Aun le faltaban unas tres cuadras por
caminar pero al menos le habían ahorrado bastante camino.

Cuando finalmente llegó a su morada faltaba un cuarto de hora para las seis de la tarde.
Observó la modesta casita desde afuera. Era pequeña; con dos habitaciones, un baño y una
sala compartida con la cocina. Afuera la adornaba un jardín que cuidaba con esmero. Siempre
le habían gustado las flores.

−¡Ya regresé! –anunció, entrando a la morada y yendo hasta el cuarto donde mantenía preso a
un canario. Introdujo la llave y abrió la puerta. Dentro había un jovencito rubio y sus ojos
castaños se posaron en él. No se mostraba emocionado ni alegre. Lucas le sonrió.

−He traído un pastel por tu cumpleaños –dijo amablemente. El chico se mantuvo rígido en la
cama. Lucas volvió a sonreír por su aparente desconfianza. Solo debía decir las palabras
mágicas y las murallas de Mario se vendrían abajo−. No lo he comprado yo, desde luego. Es
más bien un regalo de ese novio tuyo. De Alan.

Y las palabras tuvieron efecto. Observó con curiosidad como los desconfiados ojos castaños
mostraban un brillo entusiasmado. Era un brillo tan parecido al de la luciérnaga cuando
ilumina la oscuridad. Lindo. Realmente lindo.

−¿De Alan? –su voz de niño en pleno crecimiento le hizo sonreír otra vez.
−Por supuesto, ¿de qué otro Alan iban a ser? –dejó la puerta abierta y fue hasta la mesa del
comedor, dejando la caja del pastel sobre la superficie de la misma. Mario le siguió. Seguía
teniendo el entusiasmo en sus ojos−. También te ha mandado otro regalo. –buscó entre los
bolsillos de su pantalón y le dio una pequeña cajita. Una promesa−. Tú debes entender el
significado de esto mucho mejor que yo.

Mario tomó la caja y la abrió, sonriendo por el anillo que esperaba dentro. Agarró el anillo y lo
observó feliz.

Lucas también lo observaba; sus ojos, sus labios, sus emociones. Y ahora venía la pregunta.

−¿Va a llamar? –apretó el anillo−. ¿Alan va a llamar?

La gente era tan predecible.

−Supongo. –miró su celular−. Ah, allí esta. Contesta.

El chico se llevó el celular a la oreja y se dispuso a hablar animadamente con aquel a quien
consideraba su amado.

Entre tanto, Lucas se sirvió un vaso de refrescó y lo contempló desde lejos con una leve
sonrisa. No era maliciosa. Ni tampoco emocionada. Era la leve expresión misteriosa que se
mantiene al ver un secreto descubierto.

Durante los últimos seis meses, el chico había crecido bastante. Su cuerpo estaba dejando de
ser el de un niño para ser el de un adolecente. Estaba alto, 1, 60 de altura, con el cabello
crecido y las mejillas pálidas. Aunque seguía siendo delgado, pero más adelante, cuando los
meses pasaran, su cuerpo adquiría rasgos de varón. La manzana de Adán se le iba a
pronunciar. Su cuerpo iba a ser un poco más corpulento. Las manos más grandes. Los ojos más
expresivos y seductores. Y la voz… la voz aterciopelada iba a hacerle sudar las manos a
cualquiera.

Un hombre.

Era interesante ver poco a poco esa transformación. Como un degrade de colores. Suave, bello
e intenso.
Y tenía que devolverlo. El canario ya tenía dueño.

Sonrió. Solo faltaba una cosa que Alan hiciese y entonces devolvería el precioso tesoro. Solo
una cosa más. Solo una. O quizás le mandaría a hacer otras cosas. Después de todo, alguien ya
estaba sobre su huella, alguien estaba empezando a seguirle sin darse cuenta. Santiago. Algo
inesperado y que cambiaba sus planes. Eso estaba bien. No lo había esperado pero eso no
significaba que le desagradase. Dejaría que lo encontrase y entonces… dejaría que las cosas
pasaran como debían de pasar.

Además, le gustaba pasar tiempo con el canario. Y hasta tenía pensando no devolverlo jamás.
Mantenerlo cautivo en la jaula hasta que sus alas se desgastaran.

Cap 16: un lugar al cual regresar

r: cielo caido

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Notas del capitulo:

Después de todos estos siglos finalmente he vuelto…

¡Hola a todos! Sé que les debo una disculpa a todos por haberme ausentado tanto tiempo, así
que… perdón… Los motivos que me llevaron a abandonar la historia son muchos. No pensé
que hubiese pasado tanto tiempo, para cuando me di cuenta ya casi había pasado un año.
Ufff… es la primera vez que eso pasa.

El capítulo esta sencillito. Un poco romántico si así lo prefieren. Espero que les agrade.

Capítulo 16:

Un lugar al cual regresar.


Dicen que al final del túnel se encuentra la luz y Aarón se preguntaba qué tan largo sería el
túnel que recorría porque no veía luz por ninguna parte. O tal vez sí. Pero no era una luz
natural, de sol, sino una luz casi artificial como de una vela. Una llamarada pequeñita que
ondulaba y amenazaba con apagarse por causa del viento. Era esa luz el que lo guiaba
lentamente para salir de ese estrecho lugar lleno de dolor.

Apenas habían pasado cinco días desde aquel incidente y podía sentir como si hubiese pasado
hacía unas horas.

Tomó un baño y se marchó antes de que saliese el sol.

Luis aun dormía y los niños también, sólo les dejó una nota de que regresaba a casa de sus
padres, que después volvería.

Las madrugadas siempre eran azules y ese día no fue para menos. Aarón contempló el entorno
que se bañaba de una luz azulada, fría, casi helada. El frío le hizo poner la piel de gallina y le
castañearon los dientes. Eso no le impidió continuar su recorrido. Se fue a pie aun con el riesgo
que eso conllevaba y fue hasta su casa.

No sabía si habría alguien, si su madre estaría en el trabajo, o si su padre estaría fuera de casa,
o si Adrián se había quedado en la casa del profesor Leandro. Sea como fuese deseaba estar
allí, en su casa, en su cama, y esconderse por segundos debajo de las sabanas. Era una buena
idea, en teoría claro.

Buscó las llaves sin muchos ánimos y entró al apartamento. Lo recibió un silencio absoluto, de
esos que perduran después de un funeral, o quizás no. Era más el silencio de los durmientes,
de una casa en donde todos están abandonados a las puertas del sueño. Podía oír claramente
las respiraciones acompasadas, el roce mitigado de las sabanas al moverse, el sonido del
ventilador. Escuchó su propia respiración y caminó despacio hasta el cuarto de su madre y tal
como lo imaginaba ella no estaba, ni tampoco Ricardo.

No le extraño nada en lo absoluto. Así había sido casi siempre, una ausencia elocuente.
Sus ojos verdes examinaron la habitación a oscuras y la cama ordenada. A lo lejos podía oír
como la nevera trabajaba, era un sonido muy mitigado, sólo se escuchaba si había demasiado
silencio. Sin esperar más fue hasta la habitación que compartía con su hermano. Le alivió
mucho verlo en la cama, así que fue hasta ahí y se acostó a su lado.

Adrián se removió un poco, incluso abrió los ojos, parpadeando, pestañeando. Tal vez creía
que su hermano era una alucinación o un espejismo. No estaba seguro, tenía demasiado
sueño, sólo se hizo a un lado, dándole algo de espacio en la cama y Aarón se metió en ese
huequito. Adrián, aun sin salir de su soñolencia lo abrazó y se acurrucó junto a él, diciendo un
“Buenas noches” cuando en realidad eran “Buenos días”.

Aarón sonrió un poco y disfrutó la sensación de ser un niño pequeño nuevamente.

-:-

Recordaba con claridad los días de trabajo duro, de cuando se quedaba despierto toda la
noche y toda la mañana atendiendo pacientes. Eran días duros, pero aun así trabajaba con
toda la emoción de su organismo. Contrario a lo que pasaba ahora.

Se sentó en una banca cerca del hospital y bostezó cansado. Eran las seis de la mañana y el
cielo lo saludaba con un sonrojo adorable. Y el frio de la madrugada le daba los buenos días
mientras le erizaba el vello de los brazos. Mierda, sí que hacía frio…

Se frotó distraídamente los brazos y bostezó nuevamente. Aunque fuese temprano había
mucha gente a los alrededores, después de todo se trataba del hospital. Nunca se descansaba.
Era como un gran monstruo blanco que se tragaba a las personas. Se detuvo
momentáneamente al evaluar aquel pensamiento. ¿El hospital era como un gran monstruo
blanco? ¿De dónde había sacado esa idea? El hospital no era así. El hospital era un centro de
ayuda que intentaba devolverles la vida a los pacientes.

Eso era.

Buscó en el bolsillo de su pantalón y extrajo la cadena de oro que le pertenecía. Por alguna
razón el monstruo blanco le remitía a ese objeto, a la cadena de oro, aunque no precisamente
porque le pertenecía, sino porque su hermano menor tenía una igual.

El monstruo blanco era, en palabras de Leandro, el centro psiquiátrico. El manicomio.


Y tanto como antaño seguía causándole preocupaciones. No es como si alguna vez hubiese
podido desprenderse de eso. Las preocupaciones por Leandro ya formaban parte de su piel.
Nunca había dejado de estarlo, ni siquiera cuando este había salido del manicomio. Recordaba
que Luis se refería a él como “una bomba de tiempo”, y vaya que lo era. Pero la bomba se
había detenido en el preciso momento en que Leandro había borrado su memoria. Era como si
de repente se hubiese quedado congelado en el tiempo. Estancado en mitad de una tormenta
de nieve. Una neblina que disolvían las horas. Pero ahora que ya recordaba todo, la bomba se
había activado nuevamente.

¿Qué iba a hacer ahora? La bomba estallaría, Luis lo había predicho y él, en su obstinación, se
había negado a creer aquello. Pero ahora lo creía. Era verdad, Leandro era una bomba de
tiempo.

Se palmeó la cara un par de veces, tratando de ahuyentar aquellos pensamientos


tormentosos. Debía de buscar una salida, una manera de que su hermano superase aquel
incidente y todo volviera a la normalidad.

−Leandro es una persona fuerte –pensó en voz alta−, ¿Por qué entonces no puede superarlo?

Santiago sabía que su hermano podía con aquella crisis, sin embargo, parecía que algo, una
cosa del destino, le impedía avanzar como era debido. Ahora se daba cuenta de eso; cada vez
que Leandro daba un paso para seguir adelante algo estaba allí para recordarle que no debía
avanzar, sino retroceder. Pero Santiago no sabía que podía ser. Sentía que algo se le escapaba
de las manos. Una pieza de puzle que le impedía ver cuál era el verdadero problema.

Ese pensamiento le llevó a posar la vista en la cadena de oro. Por alguna razón desconocida,
sentía que todo lo que le pasaba a Leandro tenía que ver con aquel objeto, como si de un
mensaje cifrado se tratase. No obstante, no había podido avanzar tanto en sus investigaciones,
aun así no desistiría. Él sabría la verdad. Sabría que era aquello que atormentaba tanto a
Leandro.

“Tal vez alguien está haciendo que reviva sus recuerdos. Alguien quiere enloquecerlo
nuevamente, pero… ¿Quién?”

−Ah, aquí estás. Te andan buscando –Viana llegó hasta él, sin embargo, Santiago seguía en sus
propias divagaciones.

“Tiene que ser alguien que esté cerca de él, alguien que sepa cuál es el ruido de sus pies”
−Oye, ególatra. Te buscan.

“Alguien en quien Leandro confié tanto como para no percatarse de las malas intenciones de
esa persona”

−¡¿Estas sordo o qué?! –con el dedo le hizo piqui-piqui en la frente. Santiago reaccionó. La
miró asombrado.

−Tiene que ser alguien que esté siempre cerca −dijo mirándola−, pero al mismo tiempo debe
ser alguien que mantenga su propia distancia.

Ella parpadeó durante unos segundos sin caer en cuenta de que es lo que hablaba aquel idiota.

−Tú también estás casi siempre cerca de Leandro, ¿Cierto? Sí, claro que sí. Tú también eres
sospechosa –Viana se asombró un poco, y aun así Santiago ni lo notó.

−¿De qué demonios estás hablando? −el rubio doctor sonrió inocente y por breves segundos
ella se sonrojó, luego recuperó la compostura. Él se levantó y posó cada mano en sus mejillas
frías.

−Nada. Hay que ir a trabajar –y la soltó delicadamente, dejándola más confundida que antes.

-.-

Se miró detenidamente en el espejo del baño, visualizando los morados que ahora se tornaban
amarillentos y que pronto desaparecerían de su juvenil rostro. Se arregló un poco el cabello
de color cobre, se alisó las cejas con los dedos y se miró con molestias las pecas en sus mejillas
y nariz. Esas pecas eran adorables, según Leandro, y para él resultaban horribles. Parecían
semillas de sésamo esparcidas en su cara. Si fuese mujer se las maquillaría hasta
desaparecerlas. Lastimosamente, era hombre, un muchacho joven, y en la sociedad en la que
vivía se vería muy mal que él se maquillase, suficiente tenía con ser pelirrojo, homosexual y un
narcotraficante en progreso.

Suspiró ante esto último.


Las drogas eran un problema en su vida, así como lo habían sido en la vida de Susana. ¿Cómo
reaccionaría Leandro al saber que era él quien le daba las drogas? Si bien, Santiago la había
inducido a ese mundo, pero había sido él, Adrián Vázquez, quien la había amarrado a ese
mundo. O mejor dicho, su madre y Lucas. Ellos dos habían contribuido mucho a la destrucción
de aquella muchacha. La odiaba y la quería a partes iguales. Un sentimiento pujaba al otro y al
final ambos permanecían en su interior, como el ying yang.

Además… los morados desaparecían… y el tema de las drogas volvía… porque le tocaba hablar
con Leandro. Debía decirle muchas verdades. No era el tema de las drogas lo que realmente le
asustaba, era lo que se escondía tras ella lo que realmente le aterraba. Un secreto tan
putrefacto que empezaba a corroerle por dentro. A oxidarle la sangre en las venas.

“Se volvería loco si le digo lo que ha pasado. Me odiaría por lo que le he ocultado”

La angustia retornó en su pecho e hizo que retorciera el paño que tenía en las manos. El espejo
en frente suyo le devolvió un reflejo asustado. Un animalito acorralado que no tenía garras
para defenderse.

“¿Qué debo hacer, Dios? Dime que hago y lo haré. Quiero decirle todo, pero va a enloquecer…
No quiero hacerle daño. No quiero dañarlo más de lo que ya está. Dios, ayúdame”

Pero aquella era una oración que no pasaba del techo. El rosario de lágrimas que comenzó a
descender por sus mejillas no era suficiente para que las plegarias llegaran al cielo. Abrió el
grifo y se enjuagó el rostro, eliminando aquel absurdo llanto que le nacía del pecho desde que
se había enamorado de Leandro.

La casa estaba sola, como siempre… No, mentía. Aarón estaba con él. Sólo que su gemelo
dormía en la cama. Habría querido quedarse en la cama con él, pero ya casi eran las once de la
mañana. Debía levantarse para empezar a preparar el almuerzo. Generalmente era Aarón
quien preparaba la comida, no obstante, él no estaba disponible y Adrián quería consentirlo un
poquito. Hacerle sentir bien. Por eso, esa mañana, buscó en internet algunas recetas
deliciosas, anotó los ingredientes y salió al supermercado a comprar todo.

−Buenos días, Adrián –al oír su nombre, se dio la vuelta. Ya estaba abajo, camino al
supermercado cuando la voz de aquel hombre que le erizaba la piel le llamó.

−Buen día, pervertido –el aludido frunció un poco el entrecejo. Aquel apodo por más cariñoso
que fuese no le gustaba.
−No soy un pervertido.

−Ya, seguro. Digamos que es puro amor al arte. –soltó un sonrisilla maliciosa. Y contempló los
cardenales en su rostro, pues estaban igual a los suyos: casi amarillento, casi a punto de
extinguirse−. Pensé que ya estarías en el colegio.

−Hoy debo ir al médico. Si no voy, Santiago estará dándome sermones todo el día.

−Ah… ya veo –se quedó callado un segundo, pensando en aquel rubio doctor que tanto decía
amar a su amado. Seguro que ese también enloquecería si supiera su secreto… en realidad,
¿Cuánta gente podría enloquecer por lo que él sabía? Le inquieto su respuesta−. Iré a comprar
algunas cosas. Hoy pretendo cocinar. Si puedes, pásate por la casa. Te guardaré algo de comer.

La cara de preocupación del profesor fue notoria.

−Entonces, me pondré a rezar.

−¿Para qué?

−Para que no me pase nada malo –Adrián entrecerró los ojos, captando el mensaje.

−¡Pero que idiota! ¡Yo cocino muy bien! –se indignó el pelirrojo−, ¡Y además, planeaba
comprar antiácidos por si acaso! Ains, ves como arruinas mi buen humor.

Leandro rió durante un buen rato, codeándose con el reciente mal humor de su joven y
adorable amante. Le encantaba que fuese tan espontaneo. Le hacía olvidar… olvidar más de lo
que ya había olvidado el hecho de que hace ocho años se había estrenado como asesino. Y de
que su última víctima se pudría debajo de la tierra desde hace cinco días.

Era un detalle muy perturbador. Y sin embargo, parecía no inquietarle en lo más mínimo.

−Yo cruzo aquí –indicó el pelirrojo, señalando la esquina. El castaño asintió y continuó su
camino, prometiéndole que pasaría a su casa en cuanto llegase. Le hizo un ademan de adiós
con la mano y se fue a la parada. Mientras tanto, Adrián, se quedó varado en la esquina,
viendo alejarse a su amante.
Lo observó por largos minutos con un semblante entre preocupado y triste. Apretó los puños y
salió corriendo detrás de Leandro. Logró alcanzarlo antes de que tomase el bus. Antes de que
se marchase… corrió tras él y lo abrazó por la espalda. Hundió su rostro en él.

−¿Adrián?

−Te amo, Leandro. Nunca olvides eso. Te amo y eso jamás va a cambiar.

Tan repentinamente como lo abrazó así lo soltó. Le sonrió y se marchó corriendo al


supermercado. El castaño quedó muy confuso, pues ni tiempo de responderle le había dado.

−¿Señor, va a subir? –preguntó molesto el conductor del transporte. Leandro reaccionó y


dando una respuesta afirmativa subió, no sin antes mirar por última vez el camino por el cual
se había ido Adrián, dejando tras su huida un olor intenso a durazno.

-.-

No es que le molestara que Aarón se hubiese ido sin su permiso… ¿A quién quería engañar? En
realidad le molestaba mucho que Aarón se hubiese ido sin permiso. Sin decirle nada.
Absolutamente nada. Y él allí muriéndose de preocupación. Porque al pelirrojo pudo haberle
pasado algo y él ni enterado. Eso estaba muy mal, sólo le había dejado una nota súper corta
indicándole que se iba a su casa.

A casa…

¿Cómo podría hacerle ver a Aarón que su casa también era su hogar?

Suspiró, recostándose en el respaldo de la silla de aquella oficina que se le hacía tan grande. Ya
habían pasado cinco días desde la violación… Aarón ya había ido a la primera cita con la
psicóloga junto con él. No estuvo tan mal, pero pudo haber sido mucho mejor. Su amante
estaba reacio a hablar sobre ciertos temas. Hubo un momento en que se cerró
completamente. Parecía una almeja y la única forma de saber lo que tiene una almeja dentro
es matándola. No planeaba llegar a opciones tan extremas, desde luego… Sin embargo,
esperaba que la próxima cita fuese mucho mejor.
Además…

¿Cómo le daba la noticia?

Hoy tenía que empezar a embalar todo. La mudanza seria pronto. Tendría una nueva casa. Un
nuevo hogar, ¿se iría Aarón con él? Aun no le había dicho nada. Sentía que era demasiado
pronto para pedirle que viviesen juntos. No parecía una mala idea (en teoría). Pero no sabía
que iba a hacer si el muchacho le daba un negativa. Pensar en esa respuesta lo deprimía. Iba a
ser una verdad que no sabría cómo manejar.

Alguien tocó a la puerta y se alertó. Dando el pase indicado, espero a que la persona tras la
puerta ingresase. Y vaya que se llevó una sorpresa al ver a la personita que entraba.

−Hola preciosa –sonrió ampliamente al verla−, ¿Qué haces por aquí?

La chica entró, maravillándose con lo sorprendente que era aquella oficina. Tan sofisticada y
elegante que abrió la boca por pura inercia.

−¡Wow, esto si es que grande! –lo miró a él con los ojos brillosos de alegría−, ahora sí que
estás forrado en billete, hermano. –y aunque aquella última palabra era cierta, ella no lo decía
con la intención de referirse a él como su familiar, sino con aquel tono de usan los jóvenes de
hoy en día. Era una actitud de barriobajera. Luis odiaba ese tono.

−No sé con quién andas relacionándote últimamente, pero se te están pegando los malos
hábitos. –le riñó sin alzar la voz−, por lo menos no hables así. Eres una señorita, no un chico de
pandilla.

−De acuerdo, de acuerdo. Relájate. –la muchacha apartó una silla con el pie y se dejó caer en
ella, mirándole risueña−. He venido a que me invites el almuerzo.

−Oye, nena. Me gustaría invitarte a almorzar, pero estoy muy ocupado.

−¿Tengo cara de que me importa que estés ocupado? –preguntó desdeñosa, con aquel mal
genio que a veces la caracterizaba−, porque si la tengo déjame aclararte que me importa un
pepino que estés ocupado. O me llevas a almorzar o le diré a mamá que eres un pésimo
hermano mayor.
Al escuchar aquellas últimas palabras todas sus defensas fueron puestas.

−¡Esta bien, está bien! ¡Ya te llevo a almorzar, no tienes por qué amenazarme! –expresó
acorralado e indignado. Bufó mientras cerraba todas las carpetas del escritorio. En tanto, la
chica sonreía victoriosa y masticaba chicle de fresa sin siquiera cerrar por completo la boca.
Segundos después, Gabriel entró a la oficina.

−¡Gabriel, que bonito es verte! –casi saltó del asiento y se colgó del brazo de abogado, el cual
solo sonrió alegre al verla.

−Hola Elisa, hace mucho tiempo que no te veía.

−Es que tú nunca nos visitaste más. Eres malvado. En fin… ¿No quieres ir a almorzar con
nosotros?

−¿Tu hermano invita?

−¡Por supuesto que sí! Si no lo hace lo acusaré con mamá y le diré que su adorado hijo mayor
no quiere darme de comer.

Ambos rieron en respuestas, mofándose de lo manipulable que era Luis cuando se trataba de
su familia. Mientras tanto, el aludido miraba de reojo a su mejor amigo y a su hermanita,
pensando que era mucho más adorable cuando era pequeña que ahora (porque ahora sólo era
un monstruo malo, muy malo)

-.-

Cuando Aarón se levantó eran casi las doce del día. Y sólo se levantó porque escuchó ruidos en
la cocina. Por un instante, en su delirio, pensó que eran los delincuentes que venían a por él.
Pero luego recordó que estaba en su casa y allí de sentía un poquito seguro, así que optó por
ver que era lo que pasaba y lo que pasaba era que su hermano gemelo estaba cocinando.
Aquello le sorprendió. Desde que tenía memoria, Adrián odiaba cocinar.

−Así que ya te has levantado, dormilón –comentó Adrián sin dejar de hacer lo que hacía.
Aarón, suspiró de alivio, apartó una de las sillas del comedor y se sentó con gesto de
cansancio. Apoyó las manos en la mesa y después recostó su cabeza, casi como si tuviera
flojera. Mirando a su hermano tras las espesas pestañas, se preguntó qué es lo que cocinaba
Adrián. Olía bien.

−Busqué algunas recetas en internet que no fueran tan difíciles y las hice. Veras, hice pollo
horneado con papas. Ensalada de vegetales hervidos. Sopa de minestrón. Y arroz blanco.
¿Sabes que es lo mejor? –ladeó el rostro para mirarle con una gran sonrisa que iluminaba su
cara−, pues que el arroz no se me ha quemado. Eso es jodidamente genial.

Aarón sonrió perceptiblemente. Cerró un momento los ojos, dejando que los aromas de la
cocina inundaran sus fosas nasales y le llegasen al cerebro. La mayor parte del tiempo era él
quien cocinaba. No es que le gustase hacerlo, no obstante, no había quedado de otra: su
madre rara vez estaba por allí, al igual que su padre, y Adrián cocinaba pésimo. Así que le tocó
aprender las artes culinarias. No lo hacía tan mal y a Luis le gustaba su comida. Con él se sentía
como una pequeña esposa… y lo peor es que no le molestaba. Le gustaba mucho estar allí, con
los niños, con la tele encendida en el canal de las caricaturas, con Luis a un lado suyo,
comportándose infantilmente. Como una verdadera familia. Como la familia que quería. Le
gustaba cuando en las noches todos dormían y él podía sentirse junto a Luis. Seguro. A salvo.

−Ahora, vamos a comer.

Adrián ya había puesto la mesa y servido los platos. La verdad es que todo se veía muy
apetecible, aunque una cosa era la apariencia y otra muy distinta era el sabor. Rogaba para
que todo supiese tan bien como se veía.

−¿No vas a llamar al profesor? Seguro que le gustara comer algo preparado por ti.

−El idiota de Leandro no está en casa. Ha ido al médico. Aunque… −Aarón levanto la mirada
ante la pausa de su hermano.

−¿Qué sucede?

−Eran casi las once de la mañana cuando iba.

−¿Y eso es malo?


−No es que sea malo. Uno puede ir al médico en horario de oficina, supongo.

−¿Entonces?

−Entonces, era muy tarde.

−¿Tarde?

Aarón no entendía tanto revuelo. Ir tarde al médico no era algo serio, a menos que se tratara
de vida o muerte. Pero para Adrián aquello sí que era raro. Él conocía a Leandro. Lo conocía
bien. Y por ese conocimiento juraba que Leandro nunca iba a tarde a ninguna parte. Leandro
era una persona muy puntual, muy responsable… por eso aquel desliz era como una raya en el
cielo. Como el punto negro que aparece en una hoja blanca. Frunció el entrecejo. Aquel
pequeño percance en su amante era como la tuerca que se afloja cada vez más.

−¿Adrián?

−Comamos. Ya le guardaré algo de comer. Es posible que llegue tarde.

Comieron en silencio y ambos se dieron que la comida estaba más que deliciosa y Adrián se
enorgullecía de eso. Pensaba, mientras comía, que le restregaría la comida en la cara a
Leandro, alegándole que él SI sabía cocinar y que de ahora en adelante iba a ser el mejor amo
de casa del mundo.

−¿Ha sobrado un poco? Aparte de la del profesor Leandro, desde luego.

−He hecho bastante comida. Para guardarle a mamá y a Ricardo, así que yo supongo que
alcanzará para todos. Puedes tomar lo que quieras, ¿se la llevaras a tarado de tu novio?

Aarón asintió sin intimidarse. Su hermano gemelo sabía que estaba hasta el tuétano por Luis.
Suponía que su madre y Ricardo también lo sabían, bueno… en parte… ellos sólo sabían que le
gustaba un chico, pero lo que ignoraban es que este “chico” no era un chico de su edad, sino
un hombre adulto.

Miró a su alrededor; las paredes beige con mosaicos de colores, los estantes de madera, la
cocina, los platos…
−¿En qué piensas? –preguntó Adrián al ver el ensimismamiento de su hermano. No le
agradaba mucho la idea de dejarlo solo consigo mismo. Le parecía una mala idea. Él sabía, por
experiencia propia, que quedarse a solas con uno mismo después de una mala racha era peor.
Se tendía a hundirse en la autocompasión y en una depresión casi aplastante.

−Que seguramente a Luis le gustara tu comida.

Mentira. Lo que pensaba realmente es que desde hacía mucho tiempo no se sentía parte de
aquella casa. Sin embargo, aunque le contaba casi todo a Adrián, se calló. Se sentía un poco
malnacido por pensar así. Su familia estaba rota, eso era bastante cierto, pero era SU familia.
Era SU casa. No tenía por qué sentirse tan ajeno a ella. Y aun así, allí estaba, el suelo bajo sus
pies, casi ajeno, casi desconocido…

−Te prepararé en unos envases la comida que le llevaras a ese novio tuyo.

Partieron casi a la una de la tarde. Adrián decidió acompañar a su gemelo porque este se lo
pidió. Suponía que salir a solas le causaba un poco de temor, aunque no tanto… después de
todo esa mañana Aarón había llegado casi de madrugada. Y solo.

Sin embargo, al llegar al lugar donde trabaja Luis, no lo encontraron. No estaba ni la sombra.
Según la secretaria -zorra- (en palabras de Adrián), Luis se había ido con una chica a almorzar
fuera.

Aquello despertó todas las alarmas de celos en Aarón. Él sabía que Luis era un animal por
naturaleza, un animal de dos patas. Pero no pensó que fuese tan descarado (y maldito,
bastardo, ególatra, hijo de puta, malparido. Ojala mueras ahogado en tu propia saliva mientras
duermes, pudretepudretepudr…)

Salieron del bufete en completo silencio. Adrián por su parte estaba tranquilo, mirando las
nubes que parecían algodón de azúcar y Aarón cabizbajo, casi a punto de contratar un sicario
para mandar a matar al infiel de su novio.

“Bueno… al menos tiene algo en que pensar” razonó en su cabeza, Adrián.


−¿Y ahora qué…?

−Ahora vamos a buscar a ese bastardo.

−¿En serio? ¿Y por dónde empezamos?

Aarón sacó su celular y empezó a indagar en una aplicación.

−Encendí el GPS de Luis. Él no sabe mucho de teléfonos así que tampoco sabe que lo he
encendido. Ah, mira, aquí esta.

−¡Wow, Aarón! Si yo soy acosador, no sé qué serás tú. ¡Oh, me rindo a tus pies, hermano mío!
De ahora en adelante serás mi modelo a seguir –hizo varias reverencias, como si estuviera ante
el omnipotente, dándole a entender que ese ¡Oh! Iba muy en serio. Aarón frunció el entrecejo
ante semejante ridiculez, luego no puedo aguantar más y acabó riéndose de buena gana.

−Ya basta, Adrián. Tú eres el único acosador aquí.

−Cierto. Si vamos a hacer la papeleta de esposa furiosa que persigue al marido, hay que
hacerlo bien –de su mochila de estudiante sacó un par de gafas oscuras−. Ten, póntelas.

−¿Y para que rayos voy a ponerme gafas? –el gemelo lo miró indignando.

−¿Cómo que para qué? ¿Es que nunca has seguido a nadie? ¡Es para que no nos vean! Hay que
camuflarse. Además, a mí me gustan los lentes de sol, me hace ver súper genial. –se colocó las
gafas y la capucha de la camisa, ocultando su cabello rojizo. Con eso se veía más sospechoso
de lo que parecía.

−¿Y qué más tienes en ese bolso?

−Pues tengo una navaja afilada, por si quieres cortarle los huevos a Luis.
-.-

Sacar a los niños a pasear había sido una muy buena idea. Hacía mucho tiempo que no lo hacía
y vaya que lo necesitaban. A veces olvidaba que los niños eran niños y como tal tenían derecho
a divertirse. La mayor parte del tiempo, desde que Elizabeth había muerto, él sólo se había
ocupado de su trabajo, de mantenerlo y no llevarlo a la quiebra como a veces temía. Las cosas
marchaban sobre rueda, no obstante, eso consumía mucho. Consumía, incluso, el tiempo que
pasaba con sus hijos.

Mariana y Marcus iban de la escuela a la casa y de la casa a la escuela. Nada variaba allí,
excepto cuando los llevaba a ver su madre. Eso constituía el mínimo tiempo en que los sacaba
fuera de casa.

Menos mal que estaba Aarón. Él sabía sobrellevar a los niños, sabía cómo subirles los ánimos,
como alimentarlos, y lo más importante, sabía darles amor.

−¿En qué piensas, hermanito? –Elisa estaba a su lado, comiendo un helado de vainilla
mientras los niños estaban paseando en el trencito.

−Les ha sentado muy bien venir al parque de diversiones –le sonrió a su pequeña hermana.

Después de haber almorzado, Gabriel les propuso que fueran al parque de diversiones junto
con los niños. Así que allí estaban, sólo que Gabriel había tenido que regresarse a la oficina por
motivos de trabajo.

Luis suspiró y miró el cielo.

Habían tantas cosas en su cabeza: Lucas, Leandro, Santiago, Susana, pasado, presente, futuro…

Aarón…

−¡Por supuesto que les ha sentado bien! Les hacía falta la compañía de su querida tía. Tú eres
un esclavista y los has tenido abandonado en ese cuidado diario y en la escuela. Eres un
aburrido.
−Tienes razón –volvió a sonreírle−. Los he abandonado un poco. Este trabajo me tiene jodido.

−Mamá dice que vas a mudarte lejos de la ciudad.

−Si… en parte lo hago por ellos. Ha sido difícil la muerte de su madre. Todavía no ha pasado ni
un año…. Y vaya que la extrañan. –con un nudo apretando su garganta, carcajeó ligeramente−.
Yo también la extraño… No es fácil ser viudo… y no es fácil hacer el papel de madre y de padre
a la vez… −tragó saliva.

Nunca hablaba de nadie con eso. Nunca. Sus sentimientos eran la piedra que se arroja al fondo
del mar y jamás se ve, y sin embargo, allí estaba, hablando de sus penas, de sus miedos, y con
su hermanita pequeña. Tal vez es porque fuera ella. Porque era una nena, la consentida, y
porque ella había venido hasta su trabajo para saber cómo estaba

−Creo que en nuestro nuevo hogar podremos comenzar otra vez. Una vida nueva. Harán
amigos, tendrán vecinos y una escuela con más niños. Además, trataré de ser un mejor papá.

−Oye, tú eres un buen papá. Lo que pasa es que a veces eres muy idiota. Y tarado. Y testarudo.
Y cavernícola. Y…

−¡Ya entendí, ya entendí! –bufó exasperado. Y luego soltó una risotada. Recordó, entonces,
que ella había cumplido años el mes pasado y como regalo de cumpleaños sólo había aceptado
dinero en efectivo. Que chiquilla más manipuladora e interesada–. Por cierto, ¿Qué hiciste con
el dinero que te regaló Leandrito?

–Ah, eso –sonrió lindamente–, Me compre libros y…

–¿Y…?

–Y esto –sacó de su mochila un binocular. Luis enarcó una ceja.

–¿Y para que rayos compraste un binocular?

–Es para espiar a mi vecino.


El castaño, que también se comía un helado, sintió que este se le fue por la nariz al oír
semejante confesión.

–¡¿Qué…?!

–En el edificio de enfrente se mudó un muchacho. –respondió encogiéndose de hombros−.


Tiene una ventana gigante y se ve toda la sala.

A Luis no le caía en gracia que su hermanita menor, la bebe de mami, la consentida de la casa,
bla-bla-bla, estuviese creciendo y echándole el ojo al vecino.

–Y ese vecino… ¿Está bueno? –preguntó más por curiosidad que por otra cosa. Elisa, sonrió
infantilmente.

–Yo diría que está un poco más que bueno –guardó el binocular–. El otro día me asomé por la
ventana para ver el crepúsculo y él se estaba desvistiendo.

–Elisa, no deberías ver a la gente cuando se desviste.

–Y yo que culpa tengo; solo me asomé y él ya estaba medio desnudo.

–¿Y viste hasta el final?

–¡Por supuesto!

–Elisa eso no se hace, ¡Eres una pervertida!

–Sí, es verdad –Luis suspiró resignado–. Pero verlo desvestirse no era lo más interesante.

–¿Entonces qué era lo interesante?


Elisa mostró una sonrisa luminosa. Una sonrisa que parecía que se iba a comer al mundo de un
solo bocado.

–Que estaba desvistiendo a otro hombre; eso era lo interesante.

Oh Dios… su hermana realmente era una pervertida. Luis quería replicar, reclamarle semejante
actitud tan inmoral, pero antes de poder abrir la boca una figura a lo lejos llamó su atención.
Esta figura era delgada, alta, y el cabello rojizo parecía más brillante bajo el sol, y los ojos… los
ojos verdes estaban relampagueando en furia. Pestañeó un par de veces para cerciorarse que
no era una alucinación. Y no, no lo era. Se trataba de Aarón. Se preguntó, por puro instinto de
supervivencia, que es lo que había hecho para merecer una mirada tan furiosa como esa.

Mientras tanto, Aarón iba en compañía de Adrián. Este último había planeado dejarlo solo
para que resolviese sus asuntos matrimoniales, puesto que había visto a la chica y había sabido
quien era, pero Aarón era terco, vale. Muy terco. Y no había querido escucharle. Y ahora le
arrastraba.

Las groserías salían estrepitosamente en la cabeza de Aarón, como nunca antes pero apenas
fruncía los labios. Llegó frente a aquel animal, pensando en que Luis era muy puto. Que más
puto que él no se podía ser. Luego miró a la chica, era muy joven, casi una niña, casi de su
misma edad. Eso le dio más rabia. ¿Cómo era posible que Luis sólo buscase amantes jóvenes?
¿Qué demonios tenía en la cabeza? ¿Mierda, acaso? Además, ¿Era normal que sintiese ganas
de jalarle el cabello a esa pequeña bastarda y arrastrarla por todo aquel parque? ¿O quizás
arrancarle los ojos y cortarle la lengua?

−Hola, Luis –su voz era un siseo peligroso. Era el trueno abrupto que se escucha a lo lejos y que
anuncia una cruel tormenta. Luis lo sintió así y se puso de pie de inmediato, casi como si un
superior le hubiese dado una orden, y él, como buen soldado, obedecía sin chistar.

−¡Aarón! ¿Qué haces aquí? Pensé que te habías ido a casa de tu madre.

−Eso te gustaría, ¿No? Cabronazo de mierda.

El castaño pestañeó confundido y Adrián se moría de risa por dentro, aunque también de pena
ajena. Elisa, en tanto, lo miraba de arriba abajo muy curiosa. Ella conocía a Adrián de vista, lo
había visto un par de veces, y era por eso que sabía que él era el novio de su hermano
Leandro. Pero no sabía que ese muchacho tenía un gemelo idéntico.
−Oye, Luis, ¿Y quién es este? –preguntó con ese tono sifrineado. Y el sólo oír su voz, los ojos
del pelirrojo destellaron de furia. Luis supo, entonces, por dónde iba la cosa. Se apresuró en
presentarla antes de que el huracán llegara.

−Aarón, te presento a mi hermana menor, Elisa. Hermanita, te presento a Aarón, es… mi


pareja.

−¿Tu hermana?

−Sí, te lo he tratado de decir, pero no quisiste escucharme –alegó Adrián. En ese momento,
todas las defensas de Aarón bajaron. Palideció y se quedó mudo.

“Santo Dios… quería arrastrar por el suelo a la hermana de Luis”

−Mu-Mucho gusto… −La muchacha levantó su cuidada y depilada ceja, confundida por el
repentino cambio de humor de aquel jovencito. No estaba nada mal y si no fuese novio de
Luis, seguramente, ella le tiraría los tejos. Pero la verdad, la verdad, la verdad… era mejor
imaginárselo con su hermano mayor; en la cama, solos, sudados…

−Gracias a Dios por los hermanos mayores gays, hacen la vida mucho más hermosa. –pensó en
voz alta, satisfecha, complacida.

−¿De qué rayos estás hablando?

−De nada, de nada. –sonrió ampliamente−. Creo que aquí sobro, así que mejor cojo camino a
casa. Por cierto, Luis, ven acá –arrastró a su hermano mayor y le dijo en un susurro
confidencial:− No le vayas a decir nada a mamá sobre lo que te dije. Lo del vecino guapo.

Luis asintió muy serio.

−Está bien, no le diré a nadie, pero tienes que decir que soy el hermano más guapo y genial de
todos –ella rió, asintiendo–. Incluso más guapo y genial que el narcisista de Santi y el
intelectual de Leandro.

–Está bien, ¡Eres el hermano más guapo y genial de todos, incluso más guapo y genial que
Santiago y Leandro!
–¡Eso es! Ahora tienes que decírselo a esos dos ineptos y así se morirán de celos al saber que
soy mucho mejor hermano mayor que ellos dos.

La muchacha, luego de satisfacer el ego de Luis, se acercó a la baranda de metal y se despidió


de los niños que aún continuaban jugando en el trencito. Luego se despidió de su hermano y
de su celoso novio. Al final se fue junto a Adrián. Este decidió irse en vista de que dejaba a su
gemelo en buenas manos.

Aarón se sentó junto a Luis y observó a los niños jugar. Ambos estaban en un tranquilo
silencio, comiendo helado. Apenas iban a ser las dos de la tarde, así que en el parque de
diversiones no había casi nadie. Las personas estaban en sus trabajos, en sus estudios, de
modo que los parques de niños, en su mayoría, estaban desocupados. Llevaron a los niños a la
silla voladora, a los caballitos, a las tazas que rodaban, se subieron los cuatro (uno con cada
uno) en el viaje a la luna. Y así pasaron una tarde muy tranquila.

−He querido hablar contigo de algo… −empezó a decir mientras tomaban el camino de ida a
casa. Los niños se habían dormido en la parte trasera del auto, habían jugado demasiado y
ahora estaban exhaustos−. Pero no he encontrado como decírtelo.

−Pues empieza por el principio –le animó Aarón, colocándose el cinturón de seguridad.

−Tu viste el folleto, ¿cierto? El de las casas fuera de la ciudad –el pelirrojo se puso un poco
tenso. Sabía que Luis quería mudarse lejos de la ciudad. Si lo hacía se le haría muy difícil ir todo
los días allá−. El caso es que ya compré la casa.

Continuó conduciendo y como supuso, Aarón no dijo nada. Ni un quejido abandonó sus labios.
Él había esperado algo. Una respuesta rígida, un gorjeo adolorido, o… no sé… pero esa falta de
palabras lo ponía nervioso. Le daban a entender que le daba igual que se fuese…

“No, no puede darle igual. Sé que eso le afecta… Sé que él querría irse conmigo… Lo sé porque
lo de hoy no ha sido una ilusión. Todo ha sido real. Y sé que Aarón me ama”

−Así que he empezado a embalar un poco, o mejor dicho, esta noche empiezo a embalar. He
hecho ya los trasmites para trasladar a los niños de colegio. Nos iremos dentro de dos días.

El pelirrojo tragó saliva.


−¿Y tú quieres que yo te ayude a embalar?

−No. Sí. Es decir… −Luis dio un hondo suspiro−. Lo que quiero decir es que vengas conmigo.

Lo dijo. Así, tal como lo pensaba. Por más que buscase la forma de decir aquello
románticamente, no le había salido. El romance no se le daba mucho. Era pésimo en eso, pero
Dios sabía que lo intentaba. En tanto, Aarón no digería las palabras, se le quedó mirando
asombrado mientras Luis seguía conduciendo. Ya casi llegaban a “casa”

Y los largos minutos que tardaron en llegar, el pelirrojo continuó sin decir nada. Luis estacionó
el auto en el garaje y se quedó mirando el volante. El silencio de su amante lo torturaba.

−Escucha… sé que no he ido a conocer a tus padres. Y sé que no he sido la mejor pareja del
mundo. Hemos tenido muchísimos tropiezos. También sé que esa no era la forma de pedirte
que viviéramos juntos –escuchó un jadeo por parte de su novio. Un jadeo de sorpresa−. Lo
ideal sería ir a tu casa y pedir tu mano en matrimonio. Lastimosamente, el matrimonio entre
parejas del mismo sexo aún no está aprobado en este país. Y lastimosamente, sé que si fuese a
tu casa a pedirte a tus padres, estos me sacarían a patadas de allí. Buscarían una sierra
eléctrica y me cortarían la cabeza.

Aarón iba a replicar algo ante esas palabras, no obstante, Luis se le adelantó.

−Y no me digas que no es cierto, porque sí lo es. Tu madre no ha sido especialmente agradable


con Leandro y eso que su relación con tu hermano es mucho más… ¿formal? que la nuestra. En
fin… quiero que vivas conmigo, Aarón. Te lo estoy pidiendo a ti. Y tú eres el que toma la
decisión. Sea cual sea, yo la respetaré. –el pelirrojo fue a abrir la boca para hablar, pero Luis,
nuevamente, le detuvo. Posando sus dedos sobre sus labios, le impidió dar su “negativa”−. No.
No me des tu respuesta ahora. Mis hijos y yo nos iremos dentro de dos días, así que tienes dos
días para pensarlo. Piénsalo bien, ¿De acuerdo? Te amo y no dejaré de amarte aunque digas
que no.

Abrió la puerta del auto y salió. Luego, abrió la puerta de atrás y cargó a Mariana, que era la
que pesaba más. Aun dormía y se chupaba el pulgar. Aarón se mantuvo en el auto por un rato
más, después salió cargando a Marcus y entro al apartamento. Aquella había sido una
propuesta que le había dejado el corazón acelerado.

Acelerado de miedo… y de emoción…


Hizo la cena temprano, y mientras cocinaba pensaba y pensaba y pensaba… ¿Qué debía hacer?
Se sentía tan indeciso. En el fondo, él sabía que no era buena idea abandonar a su madre, a su
familia. Tenían tantos secretos que lo arrastraban a él. Un túnel oscuro del cual ninguno de
ellos había encontrado la salida… Ninguno había dado con la felicidad plena. Una desgracia que
recaía en los hombros de su madre, de su padre y de Adrián.

No era justo…

Ser infeliz a causa de ellos no era justo. Él también tenía derecho a ser libre. A romper las
cadenas que lo ataban. A salir de ese círculo vicioso que los envolvía con una manta.

Por un lado quería decirle que sí… y por otro quería decirle que no…

−Huele delicioso –comentó entusiasmado, Luis. Su llegada repentina hizo que Aarón
respingara−. Aunque no debiste molestarte. Los niños están dormidos, así que pudimos haber
pedido comida china o pizza.

−La pizza tiene jamón -carne-… y tú eres vegetariano.

−Oye, a mí de vez en cuando me gusta la carne. Y no me molestaba la idea de comerla hoy.

Al oír aquellas palabras, Aarón le miró ruborizado. Ese animal de dos patas venía a por algo. La
mirada acechante en sus ojos y la sonrisa medio torcida le decían que era lo que había venido
a buscar a la cocina. “Es un pervertido. Le gusta el sexo, y le gusta que me retuerza en sus
brazos. Maldito ególatra, debería morirse ahogado en su propia saliva mientras duerme” y
mientras lo maldecía en su mente, sus brazos rodearon el cuello de Luis al momento de
permitirle besarlo y hundir su lengua hasta su alma.

“No es justo que bese endemoniadamente bien”

Luis le beso el cuello, la manzana de Adán. Rasgó la camisa en dos para besarle las clavículas.

“Maldito salvaje, no tenía por qué romperme la camisa, pudo habérmela quitado como la
gente normal”
Y sin embargo, aquel gesto le había gustado tanto que le tomó del cabello y lo besó rudamente
en la boca. Gesto que Luis recibió muy bien. Apenas se separaron un instante y de un solo
movimiento, Luis lo alzó, sentándolo sobre las baldosas de la cocina.

−La comida se va a quemar –dijo un sofocado Aarón.

−No importa. Si no te beso ahora se va a quemar otra cosa dentro de mí –y comenzó a besarle
los pezones, a entretenerse allí para brindarle placer a su pareja. Pero, algo hizo sobresaltar al
pelirrojo y no se trataba nada relacionado con el placer.

Era un recuerdo.

Un recuerdo amargo.

−Luis… detente, Luis…

Pero Luis no se detenía, continuaba jugando con sus pezones, mordisqueándolos levemente.
Pasándole la punta de la lengua en las aureolas rosadas y duras. Y aunque lo que su amante
pensaba era en complacerlo, en hacerle sentir bien, deseado, Aarón no lo estaba en lo
absoluto.

−Por favor, para… Luis, detente… −no se sentía cómodo, el placer había pasado a segundo
plano y ahora se sentía sofocado por algo totalmente diferente a la lujuria. Las manos que le
acariciaban no eran las de su amante, sino las manos de varios desconocidos. Y no eran
caricias amables, sino caricias rudas, casi como si quisieran desgarrarle la piel. Aarón cerró
fuertemente los ojos, tratando de calmarse−. Basta…

−No me pidas que me detenga –suplicó el castaño. Sus dedos iban de aquí allá, repartiendo
caricias para inundar su piel de amor−. No lo hagas. Te necesito.

Y descendió entre besos hasta su ombligo sin percatarse del tono asustado del pelirrojo. Lo
que menos pensaba Luis era que Aarón temblaba era de miedo y no de placer.

Mientras la lengua de Luis hacía su trabajo, la mente de Aarón rememoraba otras cosas:
Gritos. Mordiscos. Llanto. Sangre. Violencia. El ruido de sus pantalones desgarrados. Una
penetración muy violenta. Las lágrimas secándose en sus mejillas. El semen espeso que se
diluía en sus entrañas. Risotadas crueles.
“Te gusta que te toque así, ¿Cierto? Claro que sí, ¡Eres una zorra igual que tu hermano!”

−¡¡No!! –y aunque ante él estaba Luis y no un acechador, acabó empujándolo lejos de sí.

El castaño acabó siendo tirado al piso varios metros de él. Desde el suelo lo miró asombrado y
confundido. Además, se dio cuenta de que Aarón temblaba muy asustado, abrazándose a sí
mismo. La mirada verde de sus ojos resplandecía con el brillo propio de los animalitos
aterrados.

Al darse cuenta de lo que había hecho, fue corriendo hasta Luis y le ayudó a levantarse sin
dejar de decir:− Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento.

Las lágrimas caían de sus ojos a raudales en tanto su cuerpo no dejaba de temblar. Luis le miró
con tristeza, sin esperar un segundo más lo abrazó, sus brazos torneados rodearon a la
palomilla asustada y lo abrigó en su pecho, dándole consuelo. Aarón rompió a llorar, algo se
quebró en su pecho.

−Tranquilo. Está bien. Fue mi culpa. Lo siento. –decía Luis al acariciar sus cabellos, tratando de
calmarlo, sin embargo, el pelirrojo no desistía de su llanto y se abrazaba con más fuerza a él,
como si fuese la lancha que lo salvaba de hundirse en el negro y aterrador océano de malas
memorias.

Al final, ambos acabaron sentados en un rincón de la cocina; Luis abrazándolo y Aarón


apoyando su cabeza en el hombro del ex- militar. Las lágrimas se secaron en su mejilla,
dejando surcos que ardían en la piel. Los ojos se le quedaron secos, como si hubiera ceniza en
ellos. Luis estaba entonando una nana para bebés y eso terminó calmándolo.

−Te prometo que no volveré a hacer algo que no quieras –susurró, besándole el cabello
rojizo−. Te esperaré el tiempo que sea. Esperaré a que estés listo.

El pelirrojo asintió sin decir nada. Él hubiese querido llegar hasta el final, no obstante, los
recuerdos amargos lo perseguían. Confiaba en que pronto todo volvería a la normalidad y él
podría volver a hacer el amor. A sentir el amor.

-.-
Al día siguiente, Aarón se quedó en casa de Luis. No regresó a la suya. Se preguntó si su madre
estaría preocupado por él, o si se habría dado cuenta de que él tenía muchísimos días sin pasar
el día en su casa. Pensó en todo lo que había hecho ayer, en la propuesta de Luis. Un nuevo
hogar. Una nueva familia, ¿Se atrevería? ¿Realmente podría abandonar a su madre y a Adrián?
¿Abandonaría todo por Luis?

No fue necesario meditarlo tanto. La respuesta ya estaba decidida. Desde el momento en que
su amante le había abrazado y le había consolado, Aarón ya tenía su decisión tomada.

Se lanzó sobre la cama boca arriba, con los brazos abiertos. Justo en ese instante su celular
vibró. Era un mensaje de texto. Provenía de su madre. Sonrió con tristeza y abrió el mensaje:

“Hijo, ¿Dónde estás? Ya sé que estas con ese amante tuyo, pero recuerda que tienes casa y
tienes mucho días sin pasar por acá. Terminaré olvidando tu rostro si no te apareces.

P.D: te quiero”

Sonrió ampliamente por el contenido del mensaje. Eran las palabras exactas para volver a casa.
“Yo también te quiero mamá. A ti. A papá. A Adrián. Los quiero a todos. Nunca podría
abandonarlos…”

Se levantó con más ánimos y procedió a embalar las pertenencias de los niños y de Luis. Todo
con sumo cuidado y paciencia. Al final del día, miró el apartamento con nostalgia; las cajas, las
paredes vacías, el piso limpio. Dejó la copia de llaves sobre la mesa, tomó sus cosas y se fue a
la casa de sus padres.

A su casa.

-.-

Viana estaba cociendo un par de camisas. Finalmente le habían dado noches libres, al menos
por dos días y eso estaba bien. Normalmente trabajaba todos los turnos posibles, necesitaban
dinero para pagar el alquiler del apartamento, el agua, la luz, el aseo, comprar comida, y al
parecer, al no tener éxito buscando cupos en colegios públicos, iba a tener que anotar a los
gemelos en un colegio privado. No podía permitir que dejaran de estudiar. Era inadmisible.
Suspiró un poco desalentada. Bueno, tendría que vender un riñón para pagar las cuentas del
siguiente mes. Ricardo ayudaba en la casa, parte del dinero que ganaba se lo daba a ella para
los chicos, pero no era suficiente. Ricardo no tenía estudios, apenas sabía leer, por eso sólo
trabajaba como mecánico en un taller y la paga era un moco.

Y así, pensando en cada desgraciada, preocupándose más por cada situación, remendando la
camisa, suspirando, pues bien, entretejida en todo eso, no se dio cuenta de que abrían la
puerta.

−Ya llegué, má.

Del susto se pinchó el dedo con la aguja, lo cual le hizo soltar un par de maldiciones.

−Oye, niñito, ¿Tú crees que te mandas solo o qué? –reclamó mientras se chupaba el dedo que
se había lastimado. Aarón sonrió cariñosamente y cerró la puerta−. Vas a tener que explicarme
porque demonios te has desaparecido por casi una semana de casa. Ya estaba a punto de
ahorcar a tu hermano para que me dijese que era lo que pasaba, pero el muy vivaracho se fue
a dormir al apartamento del profesor de pacotilla. Bueno, él sabe que puedo echar abajo esa
puerta y sacarlo a rastras, pero no lo hice porque soy una persona civilizada.

−Lo siento, mamá. Estaba en casa de mi amante. No creo que quieras escuchar que era
exactamente lo que hacía con él.

−¡Pero bueno! Los chicos de hoy en día sí que son sinvergüenzas. Ya se está pegando lo de
Adrián –suspiró, cosiendo nuevamente−. Vamos a tener que poner unas cuantas reglas y vas a
tener que respetarlas si no quieres que te jalé la patilla, ¿Entendido?

Aarón la abrazó por la espalda, le besó la mejilla, y sonriendo le dijo que la quería.

−Te quiero mucho, mamá. Mucho.

Viana se sorprendió, luego asimiló la situación.

−¿Y tú crees que con ese abrazo te vas a librar del castigo y de las reglas? –no lo dijo con
pretensión ni con desdén, ni siquiera utilizó un tono autoritario, sino uno sutil, cariñoso. Le era
difícil poner mano dura cuando los chicos le demostraban cariño−. Además, ¿Qué te paso en la
cara? Tienes moretones amarillentos, casi como los de tu hermano. No me digas que ese
hombre te pegó, porque si lo hizo iré ahora mismo y le daré una zurra.

Por toda respuesta el pelirrojo sólo rió y la abrazó con más fuerzas.

−Nada de eso, má. Él me ama. No me haría daño. No ahora.

Viana le creyó, y por varios minutos permanecieron así. Se preguntó, además, que habría
pasado para que su hijo estuviese tan cariñoso. Algo en su pecho, en su presentimiento de
madre, le dijo que el final se acercaba.

-.-

Adrián supo que algo pasaba. Lo supo desde el momento en que su hermano se acostó a su
lado cuando llegó en la madrugada, a la hora que se suponía que su madre dormía. Aarón no
había dicho nada, sin embargo, él sabía que algo pasaba. Las palabras no hacían falta cuando
se tenía un hermano gemelo, aun así, Adrián no le obligó a hablar. Al parecer, su hermano
tenía sus propios asuntos y era mejor dejarle resolver sus propias cosas.

Eso no evitó que lo observara detenidamente durante todo el día; Aarón estaba en silencio.
Eso no era raro, su hermano siempre había sido una persona silenciosa, pero este silencio era
diferente. Era un sonido muy apacible, como el suave ondeo de los pétalos al viento. Sus
movimientos así como sus tareas tenían algo muy agridulce.

−Hoy yo haré la comida, hermano –le dijo en un tono tan fraterno que detuvo a Adrián−. Tú
cocinaste para mí anteayer, así que deja que hoy te haga la comida

Adrián se lo permitió. Haciéndose a un lado, le dejó la cocina a su hermano. Mientras cortaba


los aliños, picaba las verduras y hervía el arroz, Aarón tarareaba. Era una nana que el pelirrojo
desconocía y aun así la encontraba hermosa. Además de cocinar, su hermano limpió el piso,
fregó los platos, incluso lavó el baño. No eran tareas que debía de hacer. Cuando Adrián fue a
ayudarle, su hermano le dio una negativa y le dijo que él se ocuparía de todo. Sus actos así
como sus movimientos eran extremadamente dulces.

Por alguna razón desconocida, a Adrián le entraron ganas de llorar al ver todo ello.
−Vamos a llevarle a papá. Seguramente debe tener hambre –propuso Aarón al terminar de
almorzar.

Salieron de casa y ninguno dijo nada. Adrián sabía que pasaba algo. De hecho sabía lo que
pasaba. Y por eso mismo se le ponía el corazón chiquitico, casi como si se le estuviera
estrujando dentro del pecho, como una naranja al que le sacan todo el jugo, más de sus labios
no salió ni un reclamo. Ni un quejido.

Tragándose la angustia, llegaron al taller de mecánica donde trabajaba Ricardo. Lo vieron allí;
lleno de grasa, con el hedor de la gasolina impregnando sus poros. Él se sorprendió de verles
allí y de que le trajesen comida. Nunca antes lo habían hecho. Lo tomó positivamente. Lo tomó
como aquello que significaba. Sonriéndole a los dos, comió en silencio. Al terminar, lavó el
plato y los cubiertos. Se lavó también las manos con jabón en polvo para quitarse la suciedad
de la grasa. Luego se secó las manos con un trapo limpio y sus manos, ásperas y grandes,
quedaron parcialmente limpias, aún tenía residuos de grasa en las uñas pero al menos estaban
más pulcras que antes.

−Buena suerte –dijo, extendiéndole la mano a cada uno para darle un fuerte apretón. Sus ojos
verdes, igual que el de los gemelos, resplandecían con un brillo triste y tranquilo. Era el gesto
que había mantenido durante toda su vida, y quizás lo tuviera hasta que muriera.

Ricardo regresó a sus deberes mientras los chicos se iban a casa, ¿Qué otra cosa podían hacer?
No tenían estudios ni tampoco trabajo, así que sólo les quedaba regresar a casa y esperar. Tal
vez a esperar que la vida pasara y las cosas se arreglasen por sí misma. Antes de llegar pasaron
a comer helado y aunque Adrián quiso decir muchas cosas –tantas cosas-, su boca sólo se abrió
para sorber más helado.

Sonrieron y rieron durante largos ratos mientras paseaban en los parques que visitaban de
niños. Aarón se subió al columpio y Adrián lo empujo. Luego fue el turno de Adrián subirse y
de Aarón de empujarlo. Compraron caramelos. Recorrieron la ciudad en el bus. Caminaron
por su antigua escuela y al final terminaron en el apartamento. Para entonces eran las cinco de
la tarde.

Aarón tenía un entusiasmo en cada uno de sus movimientos, y la luz verde y cristalina de su
mirada se teñía de una candidez casi genuina. Adrián no quiso mirarlo porque si lo hacía se
echaría a llorar como un niño.

−Adrián –le llamó suavemente su otra mitad. Adrián continuó caminando unos pasos más.
Luego se detuvo y, sin mirar atrás, contestó.
−Voy al apartamento de Leandro. Llegaré tarde –y sin esperar respuesta se fue.

Adrián entró a la casa del profesor y comenzó a buscarlo. Sentía que algo se estaba prensando
en su pecho. Como un nudo. O quizás es que algo se estaba empezando a quebrar. No lo sabía,
pero no le gustaba esa sensación.

Caminó por el estrecho pasillo hasta que llegó al cuarto. Escucho el agua correr, al parecer se
estaba bañando.

Se desvistió lentamente, dejando un camino de ropa en el suelo. Su piel levemente bronceada


se metió al baño. Descorrió las cortinas y encontró a Leandro frotando su piel con jabón. Éste,
al verle allí, desnudo, tan expuesto, enarcó su muy educada ceja.

−Pensé que esperaríamos hasta nuestra cita.

−¿Y qué te hace pensar que no es así? –entró a la ducha, sus pies se mojaron y su silueta
estuvo pronto delante de Leandro−. Yo no he venido a adelantar nada. Todo lo contrario, he
venido a avivar un poquito el fuego –le sonrió traviesamente, mostrándole los dientes−. He
venido a tentarte. Es mejor calentar todo a fuego lento. Así cuando me lleves a la cama no
tendrás compasión de mí.

Le lamió el labio inferior y Leandro sólo rió en respuesta.

−Sigues siendo el mismo demonio de siempre. –lo agarró por la nuca y lo besó en la boca con
posesividad. Empujándolo suavemente, lo metió a la regadera. Adrián gimió por la sorpresa y
porque el agua estaba muy fría−. Eso es para que se te baje la calentura, niñito malcriado.

El pelirrojo lo miró con desaprobación y procedió él mismo a bañarse él solo. Con movimientos
lascivos empezó a tocar su cuerpo bajo la atenta mirada de su amante. Se pasó las manos por
el cabello con coquetería. Se jabonó el cuello con evidente descaro. Se tocó los glúteos con
movimientos insinuantes. Leandro solo se reía ante aquel juvenil y descarado flirteo, y
cediendo a sus encantos lo jaló suavemente del brazo para besarle aquello labios tan
exquisitos y de paso besarle ese cuello tan esbelto y perfecto que se gastaba.

−Leandro… −pronunció su nombre en un ronroneo de gatito hambriento−. No me dejes salir


del baño ahora… −le besó las pecas del hombro−. Entretenme por un buen rato.
¿Entretenerlo? Sí. Eso iba a hacer Leandro.

Acorralándolo contra la pared del baño, cubrió su tierna piel de dulce besos. Le besó los labios
hasta dejarlo rojos y sedientos de más. Luego abandonó sus labios, tomando como nueva
víctima su pálido cuello atacándolo con voracidad. Y Adrián, pegando su cuerpo al de su
atacante, hundió sus largos dedos en la sedosa cabellera del profesor. Una mano descendió
atrevida hasta su entrepierna, tomando con indecencia su sexo despierto. Adrián gimió
voluntariamente de placer y se dejó arrastrar por esa corriente que hacia vibrar todo su
cuerpo.

Leandro lo masturbó lenta y sensualmente al tiempo en que continuaba devorando sus labios,
y él no se quedó atrás. Entre sus dedos tomó la erección de su amante y le regaló las caricias
que le eran dadas. Durante largos y fogosos minutos sólo atinaron a regalarse mutuas caricias,
besos, lametones y gemidos.

El clímax llegó caliente, dando punto final a aquel placentero momento. Adrián, loco de lujuria,
mordió con fuerza el hombro de su amante y se derramó en aquella mano que le había
causado tanto placer. Jadeante, cerró los ojos y se sintió ir, lentamente, dando paso a un
estado soñoliento. En cuestión de segundos tenia los labios de Leandro sobre los suyos,
besándole con lentitud, con un deseo que jamás se iría.

−No es suficiente… −dijo el castaño con una voz ronca que estremeció a Adrián. Sin poner
resistencia dejó que le dieran la vuelta, haciendo que apoyara sus manos en la pared.

−Eres un tramposo… −reclamó sin fuerza, con el deseo de llegar hasta el final−. Se suponía que
yo era el que venía a calentarte, no al revés.

Leandro se rió otra vez. Pegó su cuerpo al suyo y descubrió que estaba igual de caliente. Le
besó el cuello y tanteó en su entrada. Sus dedos largos usurparon su ano con delicadeza y
Adrián se encontró gimiendo de placer, de desesperación por que lo hiciera ya. Su cuerpo
estaba muy sensible, los nervios en su piel reaccionaban al mínimo toque. No podía evitarlo,
hacía mucho tiempo que Leandro no lo tocaba de esa manera que era imposible no sentirlo
con todos sus sentidos. Se mordió los labios de ansiedad y esperó a que Leandro retirara los
dedos y lo penetrara. Quería que le llegara hasta el alma, hasta el fondo del corazón y le
agitara todo por dentro; las entrañas, las células, el cerebro… Todo.

−Adrián… −susurró en su oído con esa voz de amante que tanto amaba.
Sí, sí. Había llegado el momento. Iba a entrar en él. Lo iba a sentir por dentro y por fuera.
Estaba preparado. Estaba listo para sumergirse en ese torbellino de emociones. Lo miró
anhelante, con un deseo suplicante en sus pupilas verdes.

−Leandro… −el susodicho sonrió misterioso y susurró:

−La sesión se ha terminado.

−¿Qué…? –Adrián quedó desconcertado. Excitado y desconcertado.

−Pues eso, se ha terminado la sesión. Dijiste que te entretuviera y eso hice. Pero ya se me
arrugaron los dedos de las manos y es hora de que salga.

−No te atreverás a dejarme así. –reclamó, entendiendo que la cosa iba en serio. Leandro lo
miró de arriba abajo, muy concentrado. La verdad es que se veía bastante apetitoso pero…

−Una vez tú también me dejaste así –le sonrió ampliamente−. Esto es ven-gan-za

Y salió del baño. Adrián no podía creerlo, antes de que atravesase la puerta del baño le arrojó
el jabón, el cual el castaño evadió con mucha experiencia.

El pelirrojo se quedó un buen rato en el baño, refunfuñando y enjabonándose solo. Cuando se


hubo calmado lo suficiente como para no prenderle fuego al apartamento, salió y se vistió con
ropa limpia que había allí. Salió del cuarto y se sentó junto a Leandro en el mueble. Él veía una
película antigua, de las que eran en blanco y negro. Se quedó allí, viendo las horas pasar.

Estar con Leandro en el baño le impedía pensar con claridad, pero ahora que estaba lucido y
que veía que eran la nueve de la noche, la realidad volvía a darle una bofetada en la cara.
Suspiró hondo, tan hondo como se le era posible. Estaba tratando de apaciguar el abismo que
le nacía en las costillas.

−¿Pasa algo? –preguntó el profesor al ver la melancolía en su pequeño novio.

−No quiero ir a casa.


−¿Por qué no?

−Porque me enteraré de algo que no quiero saber.

−Puedes quedarte aquí. Lo sabes.

Adrián asintió, pero de todas formas se fue. No era tan lejos después de todo. Era el
apartamento de al lado. Tantos años de distancia para terminar viviendo al lado. Caminó
despacio por eso mismo, porque no era tan lejos. Llegó frente a la puerta del apartamento.
Tragó hondo y la abrió.

Todo estaba en silencio.

La luz de las bombillas era muy tenue y los bombillos del cuarto estaban apagados. El más
reluciente era el de la cocina. Brillaba y resplandecía, además había alguien allí… Adrián se
acercó con cautela. Se escuchaba algo. Unos pequeños sollozos. Cuando Adrián asomó su
cabeza se dio cuenta de que se trataba de su madre. Sentada sobre una de las sillas del
comedor, se cubría la cara con ambas manos.

Estaba llorando.

La verdad, eso no era raro. Durante toda su vida, Adrián la había visto llorar. Lo hacía todos los
días, como si tuviese una cruz demasiada pesada. Desde pequeño cuando la veía llorar trataba
de consolarla, de abrazarla y decirle que todo estaba bien, pero cuando fue creciendo y se dio
cuenta de que las lágrimas no se acababan, la dejó tranquila.

La dejó en su soledad.

Con el tiempo, las lágrimas de sus ojos pasaron a hacer estrellas en el piso y a formar
constelaciones oscuras en el suelo. Se convirtieron en huellas y lamentos. Era como un
perfume, o tal vez un mal olor, al que ya se había acostumbrado. La adaptación era uno de sus
puntos fuertes. Por eso, verla llorar ahora… no era raro.

−¿Mamá? –se acercó lentamente. Ella alzó el rostro y los ojos verdes estaban empañados en
agua cristalina. Le dio pena. El llanto hacia ver feas a las mujeres−. ¿Paso algo?
Por toda respuesta continuó sollozando. Sus leves alaridos se alzaban al cielo como se alzan las
palomas cuando escuchan las campanadas de la iglesia. Adrián apartó una de las sillas del
comedor y se sentó a su lado. Notó una carta en la mesa y supo de qué trataba. Suspiró
tembloroso. Notó que el abismo en sus costillas se acrecentaba más y más. Se lo estaba
empezando a tragar. De adentro hacia afuera. De todas formas, doliente o no, tomó la carta y
empezó a leerla.

Y a medida que leía comprendió el llanto de su mamá.

Adrián también quiso llorar. Pero no lo hizo porque él era fuerte. Y porque no quería hacer
ruido. Tal vez el único ruido que haría, o que se escucharía de él, sería de cuando sorbiese por
la nariz para ocultar el llanto que le martilleaba el pecho, como queriendo reventarlo.

-.-

«Hola mamá. Cuando leas esta carta yo no estaré en casa. Supongo que eso no es novedad
teniendo en cuenta los días que pase fuera de aquí. Quizás piense que no hay diferencia. Y
quizás pienses que no estoy respetando tus reglas. La verdad mamá, es que si hay diferencia.
La diferencia está en que esta vez no regresaré. Esta vez la cama se quedara vacía para
siempre»

Aarón, había ido a su cuarto. Al cuarto que compartía con su gemelo. Miró todo con profunda
nostalgia y empezó a guardar toda su ropa en una mochila grande. Lo arregló todo con
cuidado, de modo que le cupiese allí. Pero tuvo que buscar otra mochila y empacar más. Se
llevó sus libros, sus revistas, sus diarios. También empacó los cd piratas que había comprado,
unos auriculares y su teléfono.

El armario quedó vacío. Y la cama se veía más grande.

Aarón miró ambas cosas y luego sentó en la orilla del lecho de su hermano. Un poco
angustiado, lloró durante un rato que se le hizo eterno.

«Sé que ahora mismo estarás corriendo a la habitación, cerciorándote de que mis cosas estén,
o no estén. Pero mis cosas no estarán más. Me las he llevado. He decidido irme de casa. No,
no. No te alarmes, por favor. No me busques. No llames a la policía. Te lo suplico. Déjame ir… »
Se bañó por última vez en su baño. Se vistió. Besó cada una de las fotos de la casa en donde
estaba su familia. Los ojos se le empañaron mientras dejaba las llaves del apartamento sobre
la repisa. Tantos años viviendo en esa casa que era imposible meter todo en una mochila…

Con una última mirada, cerró la puerta. La última vista quedaría como una fotografía en su
memoria. Una que jamás tiraría. Bajó deprisa las escaleras antes de que llegara su madre o
Ricardo. Estaba decidido. Se iría. No podía seguir en aquella casa que ya no sentía como suya. Y
debía darse prisa, Luis, en este momento, ya estaría subiendo todas las cosas al camión de
mudanza. Sin esperar un segundo más agarró un taxi y mientras el carro se alejaba, sus ojos
retornaban a lo que fue su lugar materno.

«Sé que no es justo que me vaya así. Que me aleje sin decirte adiós. Pero es la única forma. Si
te dijese mis planes, probablemente, me detendrías y yo no quiero que me detengas. Hace
mucho tiempo que ya no me siento familiarizado con el apartamento. Hace muchísimo tiempo
que dejé de sentir el suelo bajo mis pies como míos. Hace muchísimo tiempo, mamá, que no
me encuentro aquí. Cuando estoy en esta casa siendo una ausencia que casi me asfixia.
Necesito encontrar mi lugar, ¿Y sabes qué? Lo he encontrado, mamá. Lo he encontrado.»

Mientras el taxi se acercaba, pudo visualizar a Luis de lejos. Ya todo estaba empacado.
Absolutamente todo. Pero allí estaba él, reacio a irse. El conductor del camión le preguntó algo
y Luis respondió una negativa. Tal vez estaba diciéndole que todavía no podían irse. Que
esperara un rato más.

Aarón sonrió por eso.

Luis estaba esperando por él. El taxi llegó frente al edificio y bajó deprisa con sus maletas. Su
amante al verle se emocionó tanto-tanto, que corrió a abrazarlo. Casi como el encuentro de
dos conocidos que no se han visto en muchísimo tiempo.

−Ahora si podemos irnos –le dijo al conductor del camión con la alegría pintada en su rostro.

«Prometo que te presentaré a la persona con la que me voy. Es un hombre, como ya sabes. Es
un buen hombre. Y me quiere. Él me ha aceptado con mis defectos y yo lo he aceptado con los
suyos. Una vez me dijiste que buscara la felicidad y eso he hecho. Y también la he encontrado.
Mi felicidad no está al lado de un hombre, mamá. No pienses eso. No soy tan idiota. Mi
felicidad está al lado de quien yo decido estar. Y quiero estar con él, se llama Luis y lo amo. Tal
vez no seremos felices para siempre. Tal vez solo seremos felices por ahora. Y eso es lo único
que me importa: el presente.
Me voy. Lo decidí. Y nada habrá que me lo impida. No me busques, te lo pido otra vez, no me
busques. Yo regresaré en algún momento y me haré responsable de todo. Me criaste bien, así
que no te culpes. Llora un poco si así lo deseas, yo también lloraré, pero después ambos nos
consolaremos y seguiremos caminando.

Despídeme de Adrián y de papá, y perdona por dejarte sola. Por dejarlo solos a todos. Perdón
por ser tan egoísta.

Quien te querrá por siempre, Aarón»

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