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EL VERBO HACER

EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO


E d ito ra : Dora Inés Munévar M.

s.\

UNIVERSIDAD
NACIONAL
DE COLOMBIA
SEDE B OGOTÁ
FACULTAD DE MEDICINA
DIRECCIÓN DE INVESTIGACIÓN
i

Tres investigaciones inéditas se hallan en los oríge­


nes de los capítulos verbo hacer, sus vínculos con los
saberes y con los estudios de género. Los tres traba­
jos fueron elaborados en el marco de análisis críticos
de género y como parte de los compromisos acadé­
micos de posgrado emprendidos por dos autoras y
un autor.
v
C on los saberes de género, no solamente se contro­
vierten los dispositivos de organización de un cono­
cimiento hegemónico capaz de forjar mentalidades
asentadas cognitivamente en la unicidad de lo cien­
tífico-tecnológico, sino que se articula la propia ex­
periencia personal y colectiva, recogiendo claves del
pasado para identificar y descifrar las encrucijadas
del presente, con el fin de compartirlas en encuen­
tros a donde acuden otras subjetividades y se conju-
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

© Universidad Nacional de Colombia


Dirección de Investigación Bogotá DIB-
Facultad de Medicina
© Editora:
Dora Inés Alunévar M.

Diseño portada y páginas interiores:


Gustavo Antonio D/a% Toro
O lgi Lucía Cardoso H.

Laboratorio del cuerpo, 2008


Fragmentos portada y primera solapa:
Diana Paola Góme%Pereira
Fragmentos contraportada y segunda solapa:
Alyriam Stella Aflórales Caro
Mesa larga, 2009
Fragmentos inferiores de portada y contraportada y colofón:
Dora Inés Aíunévar Ai.

ISBN: 978-958-719-435-7
Primera edición, 2010
Bogotá, Colombia

Las ideas y opiniones expresadas en este libro son responsabilidad de las autoras y el autor.
Esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente siempre y cuando se
cite la fuente y sea utilizada con fines académicos y no lucrativos

Impresión:
Universidad Nacional de Colombia
Editorial Universidad Nacional de Colombia
direditorial@unal.edu.co

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia

Munévar Munévar, Dora Inés,


El verbo hacer : en las investigaciones de género / Dora Inés Munévar M., Joann
Wilkinson, Germán Alberto Betancourth Morales. - Bogotá : Universidad Nacional de
Colombia. Dirección de Investigación Bogotá (DIB). Facultad de Medicina, 2010
216 p.

Incluye referencias bibliográficas

ISBN: 978-958-719-435-7

1. Diferencias entre los sexos 2. Feminismo - Aspectos sociales - Investigaciones


3. Feminidad 4. Masculinidad 5. Juventud I. Wilkinson, Joann, II.
Betancourth Morales, Germán Alberto III. Tít.

CDD-21 305.3 / 2010

6
CONTENIDO
PRESENTACIÓN 9
Dora
s.1 Inés Munevar M.
CAPÍTULO 1
HACER CIENCIA CON LOS SABERES
DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD 21
Dora Inés Munévar M.
Nota introductoria 21
Conocimiento 22
Hacer ciencia 24
Hacer reconstrucciones epistemológicas 28
Hacer investigaciones de género 30
Notas finales 33
Referencias 34

CAPÍTULO 2
HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD
CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO 37
Joann Wilkinson
Nota introductoria 39
Las relaciones dinámicas y cambiantes 41
El proceso de consulta 49
Las miradas y los espejos 59
La feminización del espacio 70
La presencia de ‘otra’ 79
Los significantes flotantes 91
Notas finales 97
Referencias 98

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EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

CAPÍTULO 3
HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR
CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA 101
German Alberto Betancourth Morales
Nota introductoria 103
¿Imitar o interrogar a Foucault? 104
Ortopedia social 113
Prisiones encamadas 121
Disputas vigentes 126
Repetición y reiteración 133
Masculinidad o poder regulador de las normas 143
Hacia otra analítica del género 152
Notas finales 155
Referencias 156

CAPÍTULO 4
EL HACER DEL GÉNERO
EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA 159
Dora Inés MunévarM.
Nota introductoria 161
Las disciplinas 163
Un subgrupo de tesis en socialesy humanidades 167
Las autoras 169
Los autores 181
Un subgrupo de tesis en estudios demujer y género 186
Los doctorados y las maestrías 188
Las tesis de doctoras y magistras 192
Las tesis de doctores y magisters 204
Notas finales 210
Referencias 213

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PRESENTACIÓN
1. Tres investigaciones inéditas se hallan en los orígenes de los capítu­
los que configuran este libro sobre el verbo hacer.; sus vínculos con los
saberes y con los estudios de género. Los tres trabajos fueron elaborados
en el marco de análisis críticos de género y como parte de los compromi­
sos académicos de posgrado emprendidos por dos autoras y un autor.

Con los saberes de género, no solamente se controvierten los disposi­


tivos de organización de un conocimiento hegemónico capaz de forjar
mentalidades asentadas cognitivamente en la unicidad de lo científico-
tecnológico, sino que se articula la propia experiencia personal y colec­
tiva, recogiendo claves del pasado para identificar y descifrar las encru­
cijadas del presente, con el fin de compartirlas en encuentros a donde
acuden otras subjetividades y se conjuga la pluralidad de sus narrativas.

La primera investigación, un ejercicio posdoctoral, se apoya en la re­


flexión feminista sobre la ciencia, el conocimiento, las teorías científi­
cas o las metodologías empleadas para su construcción, sabiendo que
con dicha reflexión se han develado los sesgos ideológicos adheridos
a lo biológico para explicar las diferencias de las mujeres como sujetos
cognoscentes (Dora Munévar, 2009). La interlocución feminista con
la historia y la filosofía de la ciencia, la psicología social y la sociología
del conocimiento ha sido utilizada para explorar los sustratos de los
modos de conocer. Y los modos de conocer basados en los saberes de
género han sido introducidos, de manera creciente, para hacer tesis de
maestría o doctorado (ver capítulo 1).
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Los saberes emergentes resultantes de las apuestas contenidas en las te­


sis van desentrañando las limitaciones del orden lineal-lógico-simbólico
para dar paso a la movilización de los saberes. En su proceso de con­
solidación, dichos saberes provocan rupturas epistemológicas en otras
áreas de conocimiento e introducen otras estrategias para interpretar
la realidad; también activan procesos de investigación mediados por la
deconstrucción y reconstrucción de la complejidad social de un mundo
habitado por mujeres y hombres en interacción con gente de distintas
edades, clases, etnias, capacidades, sexualidades o generaciones. Con
dichas dinámicas re-emergen constantes, variaciones e interrogaciones,
y se hacen nuevos saberes que reclaman otras acciones, prácticas dis­
cursivas o fundamentos ideológicos, producto del cuestionamiento de
filosofías, teorías o metodologías (ver capítulo 4).

La segunda investigación, un ejercicio de maestría con mi acompaña­


miento, se relaciona con el uso de las cirugías plásticas estéticas como
una forma de controlar el paso del tiempo, incluso como la mejor de
todas las opciones para rejuvenecer disponibles en el mercado (Joann
Wilkinson, 2009). Utiliza el género como una herramienta analítica
pero también como una lupa para entender las experiencias vividas
por mujeres y hombres con respecto al envejecimiento, la belleza y el
ser mujer u hombre. En este contexto el estudio tuvo como objetivo
general conocer cómo se ‘hace’ género y cómo se ‘hace’ edad en el es­
pacio médico de las cirugías plásticas estéticas; cómo se construyen la
mujer joven y el hombre joven por medio de las acciones médicas y las
interacciones entre subjetividades en la consulta. Igualmente, identifica
en qué sentidos el ‘hacer quirúrgico’ crea juegos de verdad sobre el
cuerpo, el ser joven, el ser hombre o el ser mujer.

Para llegar a esta meta, se identificaron discursos y repertorios so­


bre cuerpo, género y envejecimiento; cómo describen las mujeres y
los hombres sus cuerpos; y cómo presentan sus intereses de mejorar
frente a los grupos de profesionales en la consulta especializada; se
examinaron los símbolos y las acciones surgidas en el espacio médico
como rituales y pautas que marcan la consulta o proceso para observar
el cuerpo y analizar imperfecciones, los criterios para medir el cuerpo

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PRESENTACIÓN - Dora Inés Munévar M.

en términos estéticos y clínicos; se revelaron distintas y cambiantes


percepciones de cada persona sobre el cuerpo propio; y, se analizaron
relaciones de poder ejercidas en el espacio médico para tomar deci­
siones sobre el cuerpo, la edad y el género durante las consultas (ver
capítulo 2).

La tercera investigación, otro ejercicio de maestría también con mi


acompañamiento, busca poner a prueba la teoría del género como po­
der y la circulación de sus estrategias a partir de la performatividad
como estrategia de materialización de los discursos en el cuerpo, por
medio de los actos de repetición en espacios de poder, actos que si
no se imitan son castigados (Germán Betancourth, 2009). Se indagan
los mecanismos sociales ocultados durante el proceso de constricción
corporal que le dan forma a la masculinidad y que se muestran como
hechos naturales sin cuestionamiento alguno.

El estudio empezó como un ejercicio de construcción de un cuerpo


con ciertos dispositivos de poder que lo constituyen como masculino,
pero terminó siendo un escrito pausado sobre la materialidad de los
cuerpos. La pregunta centrada en la construcción de los cuerpos de
hombres fue reorganizada para saber ¿cómo se materializa el género
en los cuerpos? y ¿a partir de qué mecanismos, un cuerpo puede ser
interpretado como perteneciente a un género? (ver capítulo 3).

2. Hacer ciencia o conoámiento implica conocer. Los planteamientos crí­


ticos a la ciencia originados e impulsados por los feminismos, traspasan
los límites impuestos a los modos de conocer por la corriente principal
en cada área del conocimiento y en todas las disciplinas. Una main/
male/stream que elimina múltiples temáticas claves para la transforma­
ción social, silencia diversidad de voces, reduce la mirada de los sujetos
cognoscentes, y reproduce prácticas científicas discriminatorias con la
diseminación de los intereses tecnológicos hegemónicos de los grupos
sociales dominantes (ver capítulo 1).

Hacerfeminidad implica feminizar o volver femenino un cuerpo y hacer j u ­


ventud implica rejuvenecer o recuperar la juventud, ambos actos ocurren

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EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

mediante inscripciones quirúrgicas hechas en los cuerpos vividos (ver


capítulo 2). Hacer masculinidades implica mascuünizar o vigilar los modos
de hacerse hombre de acuerdo con los procesos de materialización de
los cuerpos (ver capítulo 3). Los estudios críticos de género se inclinan
por discutir ideas en torno a “hacer el género” reciclando los cuerpos o
centrándose en la performatividad del género para replantear masculini­
dades y feminidades; también se aseguran los modos de materializar los
cuerpos vividos por seres humanos históricos, sociales y culturales.

El hacer del género en las investigaciones implica reconocer las condi­


ciones de vida diferenciadas para mujeres y hombres de acuerdo con
la valoración socio-cultural de lo femenino y de lo masculino, cuestio­
nes que forman parte de los análisis críticos feministas. Plantea que
la producción de conocimientos con fines científico-tecnológicos por
parte de un sujeto cognoscente autocalificado como objetivo, riguroso,
neutral, racional, impersonal, no emocional y altamente competitivo,
queda desestructurada por o entrelazada a los modos de hacer inscritos
en/por el género (ver capítulo 4).

Los feminismos proponen nuevas orientaciones para hacer una mejor


ciencia, es decir, comprenden el análisis de los presupuestos disponi­
bles para pensar/renovar las epistemologías, las ontologías y las me­
todologías. Por eso mismo, constituyen un pensamiento crítico que
trata de hacer cambios en las diversas áreas del conocimiento y en la
sociedad surcadas por el imperio de la racionalidad; abren otros espa­
cios a autoras y autores para hacerse sujetos cognoscentes desplegando
otras problemáticas sobre la vida, lo social, lo cósmico, lo cognitivo y
lo emocional.

Así, por supuesto, quienes hacen estudios de género utilizan, revaloran­


do sus contenidos, otras narrativas derivadas de las historias de vida,
las biografías, las entrevistas, los documentos personales, los diarios u
otros relatos circulantes en la vida cotidiana.

3. El hacer género significa participar activamente en un proceso que


se construye por medio de la misma participación; al ‘hacer’ género

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PRESENTACIÓN - Dora Inés Munévar M.

se hace o se produce género, cuestión que en ingles es posible distin­


guir recurriendo a dos verbos: ‘do gender’ conduce a lo que es ‘make
gender’. El género se hace por medio de las actividades cotidianas y
las interacciones, como resultado se produce y construye género de
nuevo. En este sentido el hacer es un proceso de reciclaje mientras hacer
género tiene como meta la adquisición de género, sin embargo, el gé­
nero nunca se termina de obtener porque está en constante proceso de
construcción. Esto se debe a que las categorías mujer u hombre como
categorías flotantes y cambiantes se convierten en actividades que fun­
cionan para construir identidades continuas y cambiantes.

El género se define por el hacer y no por la ‘mujer’ o el ‘hombre’ subya­


centes; también por las actividades realizadas a las cuales se les atribuye
un valor simbólico y generizado. En este sentido, se observa que el
hacer género reside en el proceso y no en el acontecimiento. El hacer
género ocurre en proceso y no con un evento, con las actividades y no
en el producto final. El hacer género es un trabajo continuo constante;
es un hacer que nunca termina. El hacer género está conformado por
tres aspectos principales: los rituales, las relaciones y los discursos, por­
que para hacer género se necesitan acciones, sujetos y lenguajes.

Los rituales son actos repetidos normalizados que establecen el hacer


género como un evento ‘natural’, entendido como eventos resultantes
del ser mujer u hombre, de vivir eventos biológicamente determina­
dos; eventos imposibles de cambiar o evitar por ser formas de ‘hacer’.
Ejemplos de esto, pueden ser la participación de las mujeres en los
salones de belleza, las formas de decorar el cuerpo, los procedimientos
realizados sobre el cuerpo para darle un ‘mejor’ aspecto.

La belleza es una forma abstracta de hacer pero a la vez es una for­


ma ritualizada de hacer feminidad; aquí es donde el hacer feminidad y
hacer juventud se encuentran. Los cambios físicos del cuerpo durante
el envejecimiento, como la aparición de arrugas o la flacidez en los
músculos, alejan a las mujeres de los ideales de belleza en las sociedades
occidentalizadas. A medida que las mujeres envejecen, sus cuerpos se
convierten en espacios de control, esto es, en espacios más propicios

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EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

para hacer feminidad, para ‘mejorarse’, para hacer juventud. Es un ‘ha­


cer’ relacionado con el ser visible en espacios públicos como centros
comerciales, restaurantes o parques; y es un aspecto básico para la ren­
dición de cuentas de género.

En este proceso es necesario cumplir con las exigencias de lo que se es­


pera de un género u otro, sometido a escrutinio público. Somos obser­
vados y observadas y nos exigen; observamos y exigimos. En el hacer
género tenemos responsabilidades que debemos cumplir sin dilación
porque así nos lo exigen socialmente, además tenemos la responsabili­
dad de exigir a otras u otros que cumplan. La rendición de cuentas en el
hacer género es un acontecimiento social mediado por el placer. En el
hacer género alimentamos expectativas y debemos cumplir a cabalidad,
sobre todo porque en situaciones posibles para reafirmar la feminidad
o la masculinidad es donde emerge el placer necesario para dar cuenta
de la propia existencia y de las subjetividades.

Además con las distintas relaciones de poder se hace género. Esto se


observa en el contexto médico en las cirugías plásticas/estéticas donde la
relación usuaria-médico se construye a partir de los significantes flotantes
de masculinidad y feminidad. Quien opera, generalmente hombre, traba­
ja sobre el cuerpo, generalmente de mujeres, asesora, examina y establece
las partes del cuerpo o los tejidos calificados como inadecuados que re­
quieren una intervención específica. El ojo del ‘buen doctor’ utilizando
como punto de referencia los valores hegemónicos de la feminidad y de
la masculinidad es suficiente fundamento para esta labor. Como resulta­
do, el espacio médico, donde se realizan diagnósticos y se problematizan
cuerpos, es un espacio lleno del sufrimiento de las mujeres que por allí
circulan buscando el reciclaje corporal; y así se hace género.

El lenguaje que se utiliza para comunicar decisiones, intenciones u op­


ciones en el entorno hospitalario constituye una de las formas sim­
bólicas principales de hacer género, porque las personas no hacen su
género a solas ni consigo mismas, sino que lo hacen en compañía.

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PRESENTACIÓN - Dora Inés M unévar M.

Hacer género es un hacer con otros y otras, estén o no presentes, sean


reales o imaginarios. Un ejemplo: escuchaba por la radio la historia de
una pareja heterosexual que participaba en una carrera de navegación
en el mar. La pareja debía viajar por el mundo en barco en un tiempo
estipulado; al comenzar el viaje, en vista de que el hombre enfermó, la
mujer se marchó sola, y terminó la carrera en su barco. Cuando llegó,
mucho después de culminada la prueba, los jueces anunciaron ‘la verda­
dera ganadora de este carrera es la ‘c hica’ que llegó de últimas’". Aquí, en esta
sencilla frase se hace género2 (ver capítulo 2).

4. Si hay alguna característica en el compromiso de “hacer" estudios


de género es que por ellos se escribe con el cuerpo y para el cuerpo.
“Hacer3’ es una acción realizativa, en el sentido de Austin, que cons­
truye la realidad mientras intenta describirla. Cuando hacemos estamos
performando, damos vida a unos dispositivos de poder y ponemos
en circulación una serie de discursos que anticipan el acto antes de
“hacerlo”, lo sancionan, lo prescriben y lo validan. En efecto, la puesta
en circulación de los discursos, el movimiento que traen consigo las
palabras a la hora de expresarlas, al momento de constituir las realida­
des que ambicionamos describir, se convierten en eje de reflexiones
académicas.

Judith Butler critica el lenguaje dudando de su supuesta neutralidad


o asexualidad, como se quiere mostrar algunas veces. Retomando las
teorías de Luce Irigaray sobre la dinámica del discurso, expresado en
un contenido falocentrado, la heterosexualidad compulsiva del campo
social propuesta por Adrianne Rich y la analítica del poder de Michel

1 La palabra empleada, ‘chica’, en ingles ‘girl’, hace referencia a una mujer ‘joven’ o a una
niña. Para el caso de la mujer protagonista de la historia, de 27 años, ‘chica’ o ‘niña’, es una
expresión peyorativa. Es frecuente su uso para denotar inocencia y ausencia de experien­
cia y poder o para borrar, eliminar o debilitar el poder y la experiencia de una mujer. Es un
acto orientado a despojar a las mujeres de sus posibilidades y una forma de hacer género
mediada por la categoría de edad; con el discurso se crea ‘mujer’ pero se elimina su edad
para convertirla en ‘niña’ y hacerla sujeto sin poder. La edad es un factor determinante en
la construcción de género acompañada por las relaciones y los rituales.
2 Las carreras náuticas, como las carreras de autos, son espacios dominados principalmente
por los hombres y por rituales y discursos masculinizados.

15
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Foucault, Judith Buder permite des-centrar nuestra mirada para dirigirla


hacia la forma de “hacer" e\ género, cuestionando de entrada el lenguaje
utilizado para significarlo como concepto, los efectos que busca (nor­
malización de las expresiones corporales en masculinas y femeninas)
y las estrategias de poder que emplea, que por un lado nos invita a la
liberación, la lucha política, la crítica contra la coagulación argumenta­
tiva de las miradas a los cuerpos, pero a la vez, esa misma subversión,
ese llamado a rebelarse, se transforma en estrategia de sometimiento
para plegarnos al poder.

En un intento por conectar las formas de pensamiento traídas por lec­


toras o lectores, se navega por otras rutas para llegar a los textos, hacer
empalmes con lo que ya se sabe o rechazar esos mismos conocimien­
tos porque no terminan de explicar los acontecimientos cotidianos del
género. Con la escritura reflexiva se puede pensar sobre los cuerpos
en los escenarios sociales porque la sociedad que vivimos, las verdades que
construimos sobre las cosasy los conceptos sobre los humanos mismos, son performa-
tivas, solamente se activan a partir de la acción ejercida por los sujetos
y la manera como éstos construyen la realidad que se está describiendo
(ver capítulo 3).

5. Hacer, en español, es un verbo que evoca la palabra latina acere y


trae a la memoria en sentido estricto ideas de crear o producir de la nada
algo material, también abarca actividades para aunar esfuerzos inte­
lectuales dirigidos a causar u originar algo, obrar, aparecer o actuar,
aparentar o fingir, incluso, componer siguiendo reglas, repetir actos
o reiterar una acción. En su forma pronominal, el verbo hacerse impli­
ca transformarse en ..., convertirse en ..., afiliarse a ..., u obtener una
meta; y cuando el verbo hacer precede a un sustantivo señala la preten­
sión de desdoblarlo en otro verbo con el cual comparte la misma raíz,
por ejemplo, hacer resistencia significa resistir (Cf. Con diccionarios de la
lengua española). Estas últimas acepciones del verbo son adoptadas en
este libro para acompañar las movilizaciones provocadas por el género
sobre las subjetividades, lo mismo que para señalar los alcances de los
saberes de género en la investigación, pero además en la vida cotidiana
de mujeres, hombres, niñas, niños, jóvenes y mayores.

16
PRESENTACIÓN • Dora Inés Munévar M.

En dichas alternativas, que traspasan las fronteras lingüísticas re-emer­


gen otros sentidos del verbo hacer, ahora vinculados a elaborar, crear,
descubrir o manufacturar saberes; realÍ2 ar, construir o cimentar bases
tanto cognoscentes como cognoscibles; e imaginar, representar o re­
hacer modos de conocer que vayan más allá de las concepciones sobre
lo científico, la ciencia, y el conocimiento. En sentido ortodoxo estas
concepciones constituyen el núcleo cognitivo que forma parte de cada
una de las disciplinas reconocidas en la organización académica de sa­
beres.

En síntesis, con la lectura cuidadosa de cada capítulo y del libro com­


pleto, en cualquier orden, se reinicia un nuevo, y distinto, ejercicio per-
formativo. Con certeza, solamente en la acción de leer sus capítulos,
sólo en la manera de conectarlos con las realidades investigadas, se le
darán nuevos sentidos a cada uno de los textos que configuran el libro,
los cuales fúeron escritos originalmente por separado en espacios geo­
gráficos diferentes.
ar
Por consiguiente, de este modo reflexivo, será posible desplegar los
contenidos de los temas aquí incorporados, hechos páginas de capítu­
los de un libro colectivo. Y así, finalmente, podemos seguir reviviendo
los fundamentos epistemológicos de los estudios originales, los cuales
se fúeron consolidando de modo independiente pero, a la vez, simultá­
neamente en términos temporales.

Dora Inés Munévar M., La Editora


Ciudad Universitaria, octubre de 2009

17
CAPÍTULO 1
HACER CIENCIA CON LOS SABERES
DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD
HACER CIENCIA CON LOS SABERES
DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

Dora Inés Munévar M.

Nota introductoria
Los debates feministas sobre ciencia acompañan la incorporación de
los saberes de género en la elaboración de investigaciones en todas las
áreas del conocimiento. Dichos saberes buscan promover el reconoci­
miento de la intersubjetividad y su carácter pragmático-contextual lo
mismo que repensar los propósitos de la investigación, la delimitación
de los problemas o la construcción de otras hipótesis, mostrando que
los contextos de descubrimiento y justificación, tan caros a la denomi­
nada buena ciencia, son inseparables.

En las universidades, los saberes de género han contado con el inte­


rés de más mujeres que hombres para interrogar a la ciencia como
construcción social, práctica cultural y hecho histórico porque consi­
dera que el conocimiento es una herramienta para la interpretación de
las dinámicas cotidianas. Han involucrado la vida social con el fin de
identificar y resolver problemas de investigación y plantear alternativas
sensibles a la diversidad de los seres humanos, como sujetos conoci­
dos, en el sentido sostenido por Irene Vasilachis, pero también como
subjetividades cognoscentes.

Una diversidad convertida en fundamento pertinente para reflexionar


sobre el conocimiento, el modo de hacer ciencia, y la doble meta de hacer

21
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

reconstrucciones epistemológicas para hacer investigaciones de género. Una diver­


sidad advertida por sujetos cognoscentes o agentes de conocimiento
que aspiran a contribuir a la consolidación de otros modos de conocer
aportando sus hallazgos investigativos, cada vez más agudos e inqui­
sitivos con respecto a la ortodoxia académica y frente a la autoridad
disciplinaria, pues se hallan en franca expansión epistémica.

Conocimiento
El conocimiento ha estado en la mira de las académicas feministas para
replantear las preguntas de investigación e interrogar sus implicaciones
sobre la desestructuración, desde sus fundamentos, de las desigualda­
des sociales, del modo como los estudios científicos en cualquier área
están marcados por género, raza o etnicidad, o de la manera como la
distribución de los beneficios científico-tecnológicos continúa siendo
asimétrica tal como es sostenida por los sistemas vigentes.

En la universidad, las áreas de conocimiento traspasan los límites


descriptivos para ir más allá de la mera constatación de las distintas
expresiones sexuadas, frecuentemente insertadas en los procesos in­
vestigativos. Por eso mismo, en momentos sociales de grandes trans­
formaciones los saberes de género siguen respaldando la teorización y
la elaboración de metodologías alternativas derivadas de la conjugación
de antiguas preguntas, nuevos temas y no tan recientes debates sobre
los sesgos sexistas más marcados: el androcentrismo, las creencias dis­
torsionadas, los errores de concepto, el doble parámetro, el deber ser o
el familismo, descritos por Margrit Eichler o Alda Fació.

Como consecuencia, en este contexto, poco a poco siguen emergiendo


subjetividades cognoscentes dispuestas a derrumbar los techos de cristal
(Mabel Burin) que impiden a las mujeres ascender en la carrera cien­
tífica. Son subjetividades que se han organizado para distanciarse físi­
camente y desprenderse simbólicamente de los suelos pegajosos, socavar
las bases de los muros de hormigón armado (Ana de Miguel) o develar los
sustratos ideológicos de los muros de palabras (Deborah Tannen). Son
subjetividades que se han empeñado en denunciar concientemente los
efectos ejercidos por las carreras de obstáculos sobre sus vidas (Germaine

22
CAPITULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

Greer o Bea Porqueres), y en controvertir la form a de tijera característica


de las gráficas que ilustran las cifras sobre mujeres que hacen ciencia.
Todas estas acciones de resistencia han sido desplegadas por las muje­
res conscientes con el fin de indagar el trasfondo excluyente de los pro­
cesos de reconocimiento académico e intelectual que siguen dejando a
las mujeres bajo el manto del efecto Matilda.

Son apuestas críticas edificadas a parar de un hacer ciencia desde la dia-


logía (dia-logía), el diálogo o la polifonía para el reconocimiento colectivo
de las subjetividades y la pluralidad de las narrativas: una manera de dar
form a a un nuevo proceso para conocer, interpretar y construir la ciencia (Cristi­
na García, 1998). Y son articulaciones posibles entre conocimientos y
subjetividades que, a la postre, convocan la configuración de una doble
lucha, tanto de carácter teórico como en sentido político. Dicha meta
exige una nueva postura ética para analizar las relaciones de poder y de
subordinación vividas por las mujeres, la separación cultura/naturaleza
y la dicotomía privado/público subyacentes en los modos hegemóni-
cos de conocer.

Con los feminismos, en las apuestas y articulaciones se introdujeron


los discursos, las prácticas y las estructuras sociales que caracterizan a
todo sistema de ciencia y tecnología —C&T-. Se fueron desentrañan­
do los supuestos discriminatorios anclados en las oposiciones binarias,
absolutas, y justificadas como verdades fijas e incontrovertibles; opo­
siciones subyacentes en una realidad social jerárquica que reproduce el
conocimiento aceptado en instituciones de educación superior e inves­
tigación; oposiciones que claman análisis pragmáticos, considerando
que es clave pensar en sus implicaciones pues ellas explicitan la construc­
ción de conocimientos (Dora Munévar, 2004a, 2004b).

Siguiendo estos caminos allanados por la acción colectiva dirigida al


cambio, los saberes de género rearticulan algunas explicaciones sobre
las relaciones sociales asimétricas entre mujeres y hombres (con con­
tenidos interseccionales entre raza/etnia/categoría/generaciones/ca-
pacidades/sexualidad); también conjugan otros espacios constitutivos
de intersubjetividades y relaciones intersubjetivas, redefinen el trabajo

23
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

intelectual en las áreas de conocimiento, y configuran un proceso de


construcción social para el análisis material y simbólico de la realidad
investigada.

Hacer ciencia
Con los saberes de género se han socavado las bases teóricas y concep­
tuales de las ciencias, especialmente de las sociales y las humanidades,
de buena parte de las ciencias biológicas o de algunos componentes
fundamentales de las ciencias de la salud. A la par, continúan acentuan­
do su presencia y provocando efectos desestabilizadores de los saberes
en las artes, las ciencias agrarias, el medio ambiente o el urbanismo,
áreas disímiles entre sí.

Quienes se inclinan por el cultivo de los saberes de género, en el mar­


co de debates feministas, comparten el deseo de promover una mejor
cienáa, una mejor descripción del mundo, según los principios discutidos por
Donna Haraway, para construir el proyecto de cienáa sucesora de Sandra
Harding, con tocia la nueva gama de sensibilidades reclamada por Jane Flax,
y para asegurar la coexistencia productiva de diversas concepciones del mundo
como lo promueve Diana Maffía, siempre y cuando sean construidas
con base en la objetividad dinámica de Evelyn Fox-Keller. Pero, sobre
todo, que mantengan entre sus claves unaforma de saber (Catharine Mac­
Kinnon) con la cual se puedan romper la parálisis de la conciencia (Sheila
Rowbotham) y las jaulas de hierro (Louise Morley); en consecuencia, es
indispensable continuar con la cimentación de espacios libres (Pamella
Alien) donde ciencia y vida puedan conjugarse dialécticamente.

Igualmente, estas personas lo hacen conscientemente porque los deba­


tes sobre los saberes de género, en los que fluyen diversas perspectivas
filosóficas, permiten plantear confrontaciones de mayor alcance frente
a las representaciones universales de sujetos que son y están siendo suje­
tados mientras sus voces se mantienen acalladas, y silenciadas:

(...) por relaciones de poder, jerarquías y asimetrías cultura­


les producto de su posición en los grupos sociales (los hom­
bres, las mujeres, los grupos étnicos, los cuerpos, el sexo) o de
sus connotaciones simbólicas y epistémicas (lo femenino, lo

24
CAPÍTULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

masculino, lo étnico, los lenguajes, la sexualidad) (Tania Pérez,


2008, p. 26).

(...) /lo cual/ induce a las voces disidentes y excluidas -m u­


jeres, minorías raciales, étnicas, sexuales, desposeídos- a gestar
sus propias esferas de encuentro y comunicación, ‘contrapú­
blicos subalternos’ de donde emergen visiones de mundo dis­
tintas a las refrendadas por el status quo. Estos contrapúblicos
son el motor del cambio de los arreglos convencionales (María
Emma Wills, 2007, p. 308, n. 1).

A medida que se van consolidando sus metas a favor de una vida social
más justa para las mujeres, con la consecuente transformación de las
relaciones sociales, quienes cultivan los saberes de género interrogan
todo régimen de verdad establecido en la academia y en el sistema de
ciencia y tecnología. Para ello, las críticas parten de las desigualdades
sociales existentes e inocultables según unas formaciones económicas
determinadas y unas dimensiones culturales específicas, desigualdades
que afectan de modo diferenciado a las mujeres.

Sin duda, la introducción de los saberes de género en la ciencia ha con­


tribuido a la transformación epistémica ampliando las metas críticas
de los feminismos y abarcando la descolonización del saber para garantizar
cambios cualitativos en la vida académica. Las mujeres críticas, sobre
todo académicas, han desplegado nuevos principios intelectuales para
reactivar procesos de cambio llenos de matices diferenciales que evo­
can el giro socio-historicista kuhniano con el que la psicología, junto
a la historia y la sociología, interrogan la conformación y el trabajo de
las comunidades científicas. Sus apuestas académicas, desde distintas
orillas disciplinares, señalan:

(...) el proceso de conformación de un cuerpo teórico feminis­


ta /que/ se inicia con el testimonio recolectado acerca de las
desigualdades, con la re-escritura de la historia, la crítica y re­
visión del canon literario y más tarde la crítica de los discursos
científicos. A partir de esos materiales, las antropólogas, soció-
logas, críticas literarias, filósofas y psicoanalistas comenzaron a
desarrollar contextos explicativos (...) produciendo una amplia
bibliografía dirigida a precisar las causas de la opresión desde

25
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

el punto de vista de la estructura. Muchas de las conceptuali-


zaciones se producen como extensión de teorías y disciplinas
existentes, todas ellas ciegas respecto a la diferencia sexual, a
la que ahora servían de iluminación (July Chaneton, 2004, pp.
22-23).

Las ecofeministas, denominación adoptada por Francoise d’Eaubonne,


reconocen las estrechas conexiones tanto históricas como biológicas y
sociales entre la naturaleza y las mujeres; o entre la necesidad de ase­
gurar la subsistencia humana y mejorar la vida de las mujeres rurales.
Vandana Shiva, Bina Agarwal y Maria Mies han incluido debates sobre
la explotación y devastación del ambiente que ocurre con el respaldo
del orden patriarcal interesado en la explotación de recursos y de las
lógicas propias del progreso y la modernización. Convocan a la gen­
te a pensar/actuar sin más dilaciones en el uso de energías alternati­
vas; el derecho al agua y los recursos hídricos; el manejo de incendios,
desastres y recuperación del medio natural; la gestión ambiental y de
residuos o el cambio climático, con el fin de descentrar las posturas
hegemónicas en estos campos.

Las investigaciones feministas sobre las prácticas culturales de ciencia


destacan los sesgos androcéntricos en la investigación clínica de interés
para los hombres, que, a la vez, excluyen e incluyen indistintamente a
las mujeres como usuarias finales de los productos de experimenta­
ción. La exclusión pospone la identificación de ciertas enfermedades
catalogadas como masculinas (enfermedad coronaria, VIH-SIDA); mien­
tras la inclusión en tratamientos sometidos a evaluación solamente con
varones elimina las especificidades de las mujeres. No obstante, ambas
situaciones son traducidas o asimiladas por las técnicas discursivas del
conocimiento biomédico con la distribución de sus juicios expertos; no
importan los efectos provocados por el consumo de anticonceptivos,
la prescripción de cirugías ginecológicas innecesarias para el cuerpo de
las mujeres o el uso insistente de técnicas extremas para la reproduc­
ción asistida en aras de la maternidad biológica.

El cultivo de las ciencias y las matemáticas ofrece importantes contri­


buciones para discutir las prácticas científicas de inclusión y exclusión,

26
CAPITULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

tanto de las personas que pueden o no ser sujetos cogiioscentes com o


de los temas que han de conocerse o ignorarse. Sin dejar de abordar
los modos com o se han sostenido las estructuras de desigualdad, cada
vez mayor número de investigadoras, incluso de investigadores, se pre­
ocupa por desocultar las interacciones entre fenóm enos naturales y
culturales. Por eso mismo:

(...) Cuando vinculamos género y ciencia, nos interesa discu­


tir en especial las estrategias metodológicas que permitan una
reconstrucción feminista de la ciencia, no sólo del papel de las
mujeres como sujetos de producción de conocimientos, sino
de los sesgos que el género imprime al producto, a la teoría
científica. Desocultar -sería la tarea-, quitar el velo que esconde
el sexo (masculino) de la ciencia. Precisamente este es el mé­
rito principal de Londa Schiebinger (1993): describir cómo los
padres de la ciencia moderna incorporaron sus prejuicios (...)
en sus investigaciones sobre la ciencia y la historia natural; ex­
plorar el modo en que la raza, el género y la categoría han dado
forma a las clasificaciones y descripciones científicas no sólo
acerca de humanos sino también de plantas y animales (...)
(Diana Maffía, 2007).

En la bibliografía es reconocida la form a com o las académicas femi­


nistas han denunciado los presupuestos teóricos subyacentes en los
avances científicos relacionados con la medicina, la inform ática y las
tecnologías de inform ación, comunicación o reproductivas. Han hecho
hincapié en cóm o la introducción de biomateriales y recursos propios
de la nanotecnología contribuyen al control de la vida de las mujeres.
Han estudiado la implantación de tecnologías para ajustar las dinámi­
cas del trabajo y las tareas del hogar que conservan la división sexual; o
la presencia de sesgos históricos e ideológicos entre políticas demográ­
ficas y de población siguiendo criterios geopolíticos para administrar
la esterilización masiva en los países del Sur mientras se prom ueve el
incremento de la natalidad selectiva en los países del N orte, sin dar
cabida al repoblam iento mediante las migraciones. Con otras palabras-
han prom ovido cambios epistemológicos.

27
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Hacer reconstrucciones epistemológicas


En los procesos de reconstrucción epistemológica, las estudiosas femi­
nistas han encontrado puntos de anclaje para hacer responsablemen­
te sus aportes en las instituciones del sistema de ciencia y tecnología
—C&T-. No solamente se han centrado en el conocimiento producido,
lo que significa conocer, incluso en lo que significa para la corriente
principal o main/male/stream el no reconocimiento de la subalternidad
y los criterios usados para clasificar los saberes. Sus intereses políticos
en este campo se han expandido hasta abarcar y formular serios cues-
tionamientos al sistema de C&T.

Con estas interrogaciones se han desencadenado momentos de re­


flexión pausada pero también se han impulsado rápidos tránsitos por
nuevos espacios de debate y acción con alcances políticos. Dichos pro­
cesos requieren un despliegue concreto de confrontaciones para tejer
otros significados y tipos de relaciones a medida que los saberes domi­
nantes son desdibujados con:

(...) la construcción histórica y localizada del conocimiento y la


verdad de las subjetividades sexuadas. Discursos que instituyen
performativamente el género, un trabajo social que circula en
el nivel enunciativo, establece significados y hace inteligibles
posiciones y prácticas diferenciadas para los sujetos (...) deter­
mina la construcción social de subjetividades sexuadas /con la
intervención de/ la conciencia, la palabra, el cuerpo y la pulsión
(July Chaneton, 2004, pp. 6-7, 130).

La reconstrucción emprendida también abarca las propias investigaciones


sobre C&T ancladas en debates de filosofía, historia o sociología; las me­
todologías retomando la observación cualitativa, la investigación directa de
la realidad, las entrevistas pausadas o la indagación profunda en archivos
originales, no solamente para recoger experiencias vividas sino para com-
plejizar los procesos de concienciación a favor del cambio intelectual y en
función de una mayor complejidad analítica, conceptual o teórica que reoriente la
transformación social para beneficio de las sociedades humanas.

Con esta postura crítica sobre conocimiento, ciencia y epistemologías


se van definiendo más temas, circunstancias y situaciones de interés

28
CAPITULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

sociopolítico, así como la adopción de otros recursos que sirvan para


reconocer los aportes de las investigadoras feministas en sus inte­
racciones con los contextos de aplicación de los saberes de género.
También en los basamentos democráticos de la actividad investigativa
puesto que:

(...) para las epistemólogas feministas la consecución de sus


planteamientos de objetividad requiere de una organización
democrática (...). Aunque de formas diferentes, sostienen que
existen posturas desde fuera de los grupos “normativos” que
son privilegiadas para poner en cuestión lo no cuestionado de
la ciencia y por lo tanto necesarias para la consecución de una
mayor objetividad: ya sea favoreciendo espacios de “democra­
cia cognitiva” que garanticen la inclusión de todas las perspec­
tivas socialmente relevantes (Helen Longino, 1993); ya sea pri­
vilegiando epistemológicamente el punto de vista de los grupos
marginalizados sistemáticamente acallados (Sandra Harding,
1986/1996; 1991); ya sea buscando las articulaciones precarias,
contingentes y parciales entre las múltiples posiciones subyu­
gadas (Donna Haraway, 1995; 1999); o favoreciendo diferentes
desarrollos subjetivos (Evelyn Fox Keller, 1991) (Silvia García
Dauder, 2001, p. 56).

Con sus nuevos saberes, las mujeres conscientes provocan y acompa­


ñan la resemantización del mundo natural, social y cultural. Para Dia­
na Maffía, el hecho de introducir otros símbolos, distintos lenguajes
y nuevas escrituras, constituye una vía para reconstruir las tradiciones
filosóficas y las posiciones políticas subyacentes en la construcción de
conocimientos. Por esta vía, los saberes son redefinidos para enfrentar
opresiones y desigualdades entre mujeres/autoras y hombres/autores
con sus intereses investigativos.

En síntesis, estos caminos epistemológicos, entre otros muchos, com­


parten objetivos políticos centrados en la oposición a sexismos, andro-
centrismos, occidentalismos y colonialismos arraigados en la práctica
científica hegemónica; recogen las múltiples dimensiones de la des­
igualdad social entre sujetos cognoscentes por razones de etnicidad,
género, edad o sexualidad, y constituyen herramientas apropiadas para
hablar de procesos y dinámicas de exclusión e inclusión; también de

29
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

resistencia y asimilación dentro y fuera de la universidad. Y, además se


reubican las preocupaciones individuales, se generan nuevas confronta­
ciones y se reactivan conocidas controversias en la academia porque:

(...)/ pensar/ las investigaciones de género, se vuelve necesario


si partimos por asumir el carácter fundamentalmente inestable
y cambiante de la categoría género. (...) el sentido atribuido
al género ha variado considerablemente en los últimos veinte
años, muy a la par con las discusiones teóricas levantadas desde
los feminismos. (...) sus usos han sido también diversos, han
dependido de los sujetos a los que se ha buscado interpelar
con este concepto; desde qué espacios se producen los discur­
sos sobre género, y los fines perseguidos con la producción de
conocimientos sobre este asunto (Gioconda Herrera, 2001, p.
10).

Son, a la vez, caminos procesuales y estructurales que requieren otros


espacios de acción y otras miradas reflexivas en las que también caben
las comunidades científicas, los laboratorios de experimentación, los
procesos de acreditación y credibilidad, esto es, otros componentes
que hacen posible la labor investigativa o el trabajo académico.

Hacer investigaciones de género


El uso de los saberes de género reta a los sujetos cognoscentes para
que se apresten a preguntar, en el sentido de Gayatri Spivak, por el
quién ve o deja de ver ciertos fenómenos de la realidad, y por qué y cómo se
valora la presencia y la acción de ciertos agentes sociales al hacer inves­
tigación crítica. Por eso mismo, abordar el conocimiento en términos
sociales, culturales e históricos, implica escudriñar las hegemonías pero
también exige romper dicotomías, sesgos y fundamentos ideológicos,
reconociendo la existencia de:

(...) un sexismo, que ha sido brillantemente señalado por mu­


chas epistemólogas, en las teorías científicas (producto); hay
otro en la composición y exigencias de pertenencia y méritos,
en las comunidades científicas (proceso). El desafío del femi­
nismo consiste en mostrar el vínculo entre ambos, y señalar
que una mayor apertura en las comunidades conducirá, si no a
un cambio radical en el conocimiento, al menos a una ciencia

30
CAPITULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

menos sesgada (y por lo tanto, si se desea, más genuinamente


“universal” si apelamos a los propios objetivos de la ciencia
misma) (Diana Maffía, 2007).

Algo semejante ocurre en las actividades investigativas de posgrado


derivadas de líneas de pensamiento multidimensionales y mediadas por
diversidad de sujetos cognoscentes, sin desconocer que entre algunas
autoras y algunos autores que piensan, usan o están alertas a los deba­
tes relacionados con los saberes de género, subsisten interpretaciones
encontradas respecto del desdibujamiento del privilegio epistémico,
una característica del conocimiento científico ilustrado cuyas bases
—objetividad, neutralidad, universalidad y racionalidad- están ancladas
en una ciencia sexista y androcéntrica dotada de lenguajes con sus pro­
pias gramáticas, provocando dilemas entre los sujetos cognoscentes o
agentes de conocimiento, quienes:

(...) /están siendo/ atravesados por determinaciones de las


que no es posible desprenderse, que es necesario reconocer,
y que se vinculan a un sistema social más amplio. Entre estas
determinaciones, dirán las feministas, se encuentra el ‘género’
(es decir, la interpretación que cada grupo social hace de las di­
ferencias sexuales, los roles sociales atribuidos en razón de este
género, y las relaciones establecidas culturalmente entre ellos).
Y el desafío es demostrar de qué modo en el producto del tra­
bajo de esta comunidad, producto que ha pasado los contro­
les intersubjetivos que asegurarían su neutralidad, se instala el
sexismo como un sesgo fortísimo (Diana Maffía, 2007).

Por supuesto, los saberes de género convertidos en preocupaciones


feministas siguen incorporando tanto la acción como la investigación
para redefinir los alcances de C&T dentro y fuera de la academia; tam­
bién dentro y fuera del mismo sistema de C&T, en la medida en que:

(...) Las teóricas de los feminismos buscaron entender los sig­


nificados asentados en los paradigmas en uso; el modo como
son interpretadas selectivamente las evidencias, dando forma
y contenido a las teorías, utilizando estrategias, retóricas y es­
tilos comportamentales para reforzar la hegemonía masculina,
para escuchar las voces de las mujeres que, por siglos y siglos

31
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

de dominación, fueron silenciadas (Marilda Aparecida Ionta,


2004, p. 31).

Otra de las cuestiones que ha emergido en el contexto de la


epistemología feminista es la reflexión acerca de cómo se cons­
tituye el sujeto que conoce, es decir, cómo se construye la sub­
jetividad dentro de un contexto socio-histórico que produce y
articula la relación entre hombres y mujeres de manera asimé­
trica y cómo esta producción específica de subjetividad genera
y se reproduce en prácticas epistémicas concretas que, a su vez,
construyen y reconstruyen la realidad de manera sexista (Patri­
cia Amigot Leache, 2005, p. 13).

Así, mientras la incorporación del género en la investigación académica


activa su potencialidad teórica como instrumento fértil y dinámico, la pau­
latina introducción de estos saberes emergentes en la dinámica inves-
tigativa, además de movilizar subjetividades, transforma la vida social,
genera confrontaciones políticas y reclama transformaciones culturales
en relación con un saber racional, objetivo, neutro, en realidad dicotó-
mico, con el cual:

(...) se /reconoce que/ en cada disciplina hay voces más auto­


rizadas en las jerarquías de investigadores encargadas de deter­
minar cuáles son los objetos de estudio y los temas legítimos en
el campo (María Emma Wills, 2007, p. 310, n. 4).

A partir de las prácticas investigativas plasmadas en textos escritos, se


revela la forma como se ha estado haciendo la construcción del conocimiento
en distintos grupos disciplinarios de las ciencias sociales y las humanidades. Y,
como consecuencia, se amplían los debates o se trazan las mejores
opciones de denuncia, reivindicación y transformación en los modos
de conocer más allá de:

(...) la supuesta objetividad que oculta las condiciones parti­


culares en las que se produce. El análisis de los procesos invi-
sibilizados en los que las subjetividades y prácticas concretas
se entretejen produciéndose será uno de los asuntos de mayor
alcance en la agenda feminista (Patricia Amigot Leache, 2005,
p. 13).

32
CAPITULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

Por eso mismo, la reconstrucción de la ciencia planteada por los estu­


dios de género cuestiona los cimientos entre saber y poder revelando
los sesgos de género en la investigación; denunciando la ausencia de lu­
gares propios para otros saberes distintos a los establecidos y la falta de
espacios para otros sujetos cognoscentes. Aquí, los usos del verbo hacer
originan nuevos rumbos en el análisis de los saberes, promoviendo:

(...) la desmovilización y descentración del falogocentrismo de


la cultura occidental que subyace a la dominación masculina,
lo que implica un desmontaje y remoción de la racionalidad
que designa y clasifica, escinde y divide la mente y el cuerpo,
el sujeto y el objeto, la naturaleza y la cultura (...), al hombre
y la mujer en opuestos binarios, donde el varón se erige en la
medida de lo humano/universal y la mujer (Blanca Cabral y
Carmen García, 2002).

Como corolario, los aportes de los saberes de género muestran cómo


en cada área de conocimiento respaldada institucionalmente por el sis­
tema de C&T se privilegian unos modos de acercamiento a su objeto
de estudio -formas de conocer-. Las preguntas introducidas por el gé­
nero a la vida social, junto con los saberes de género planteados his­
tóricamente en el marco de la investigación feminista, hacen rupturas.
Ahora los intereses investigativos centrados en los límites de una única
área o subárea de conocimiento, de un grupo disciplinario aislado o
encerrado en fronteras fijas, constituyen otras fuentes de interrogación
para quienes los cultivan.

Notas finales
Tras las reflexiones precedentes, la concientización colectiva se convier­
te en el núcleo de los procesos de transformación de las experiencias
comunes entre mujeres, mujeres académicas y mujeres investigadoras.
También entre y con hombres, hombres académicos y hombres inves­
tigadores que se inclinen por integrar en sus trabajos los aportes de
las reconstrucciones epistemológicas provocadas por el influjo de los
sujetos cognoscentes de/con género. Poco a poco, estas experiencias
se transforman en asuntos sociales y cuestiones políticas en la medida
en que develan y hacen visibles ciertas exclusiones en contextos que se
presentan, viven y aparecen como incluyentes.

33
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Por este camino, los saberes de género, su institucionalización y legiti­


mación en medio de relaciones tensas y contradictorias, si bien quedan
en los márgenes de lo establecido también abren distintos espacios en
la vida cotidiana para la interacción entre áreas de conocimiento y pro­
blemáticas del conocer (Dora Munévar, 2004b, en prensa; Dora Muné­
var, et al., 2007). Y, tanto los espacios como las interacciones, ofrecen
rutas para acentuar o complejizar la interrogación incisiva ante el hacer
por parte de las otras subjetividades históricamente ausentes.

El hacer epistemológicamente se concentra en el uso de saberes margi­


nales sin olvidar el ordenamiento hegemónico que los circunda, con las
diferentes formas de estructuración social que definen sus alcances, ni
la presencia de subjetividades socialmente encarnadas; tampoco cómo
la sociedad y sus ordenamientos se inscriben en las creaciones cogniti-
vas, se recrean en ellas, producen y reelaboran conocimientos.

Siguiendo las huellas de los haceres logrados por los saberes de género
en el trabajo de reconocer, indagar, debatir u observar prácticas sociales
concretas, emergen distintos modos de transformar las agendas de in­
vestigación académica. Sin duda, hacer ciencia, hacer género y juventud,
hacer masculinidades o pensar en el hacer del género, constituyen una
de sus múltiples expresiones; también una oportunidad para conjugar
el ser/estar/sentir individual de quienes se han comprometido con la
incorporación de una clase de saberes sometidos a la organización uni­
versitaria.

Como integrantes de comunidades académicas, miembros del profeso­


rado universitario, activistas o agentes de organizaciones gubernamen­
tales y no gubernamentales, quienes despliegan intereses epistémicos
dinámicos, en movimiento, actuantes, presentes, provocadores, están
conjugando los significados, los sentidos, los horizontes y las preguntas
de un concepto complejo que vive procesos de expansión: los saberes
de género.

Estas acciones no son meramente cognitivas aunque se centren en la


ciencia y sus fundamentos de racionalidad, objetividad, neutralidad y

34
CAPÍTULO 1 • HACER CIENCIA CON LOS SABERES DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD

universalidad; al abarcar la redefinición de sujetos epistémicos y la re-


conceptualización de la misma ciencia como práctica cultural e institu­
ción social, traspasan las fronteras establecidas tanto en la institución
universitaria como en los sistemas de ciencia y tecnología.

Referencias
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libertad: análisis genealógico de un proceso de transformación de género.
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Munévar M., Dora Inés; Arana Sáenz., Imelda; y Agudelo A., Catherín (2007). Pro­
ductividad académica en la Universidad Nacional de Colombia. Una Aproximación
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35
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Pérez Bustos, Tania (2008). Los márgenes de la popularización de la ciencia y la tec­


nología: Subjetividades feministas y conocimientos situados. Programa de
Apoyo a Doctorados Nacionales, Convocatoria 2006. Artículo derivado
del proyecto de tesis de Doctorado, Universidad Pedagógica Nacional.
Wills, María Emma (2007). Inclusión sin representación: La irrupción política de las mujeres en
Colombia (1970-2000). Norma. Bogotá.

36
CAPÍTULO 2
HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD
CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO
HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD
CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO
Joann Wilkinson

Nota introductoria
Como componente de una investigación de género, realizada en Bogo­
tá, emprendí un trabajo de campo que duró seis meses de tránsitos por
espacios hospitalarios1. Con frecuencia, en esos espacios encontré a las
mismas personas en diferentes ocasiones o momentos —antes de sus
cirugías, después en la consulta posquirúrgica y en sus controles-; este
hecho me permitió acompañar la continuidad de sus citas y las expe­
riencias relatadas, además de contar con el interés y respaldo manifies­
to de mujeres y hombres consultantes por los hallazgos del estudio.

Durante ese tiempo, observé la presencia dominante de las mujeres en


la consulta, cuestión que se hace más notable porque ellas llegan con
amigas, hijas, hermanas, madres, sobrinas o tías, como acompañantes.

1 Es un estudio etnográfico realizado en el centro de cirugía plástica de un hospital públi­


co para entender la forma como se trabaja el cuerpo y la manera como se usa el bisturí
material y simbólicamente al reciclar los cuerpos vividos de mujeres y hombres. La inves­
tigación decodifica las estrategias utilizadas en este espacio para crear cuerpos femeninos
más ‘naturales’ tanto en términos de lo femenino como de la juventud, y para recrear
lo masculino de los cuerpos. Sus hallazgos dan cuenta de un conjunto de significantes
flotantes que circulan dentro y fuera del espacio médico estableciendo y sosteniendo
verdades acerca de cuerpos homogeneizados, sin límites ni exclusiones, y facilitando el
reciclaje corporal altamente generizado, heterosexual y juvenil (Joann Wilkinson, 2009).

39
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

La actividad de ‘acompañar’ es muy común dentro de la cultura colom­


biana cuando se necesita participar en alguna ‘diligencia’ y esa actividad
es una constante en la consulta de cirugía plástica estética, sobre todo
en los centros de salud de estratos más bajos, probablemente debido
a las largas esperas, a las dificultades que se encuentran para transitar
en entornos segregados de la ciudad y, además, porque las relaciones
entre las personas se afianzan por medio de la complicidad implícita en
el acto de acompañamiento.

Diariamente registré en mis notas de campo el hecho de que muchas


mujeres acuden a la primera consulta diciendo que han llegado a ‘ha­
cer una vuelta’. Con reiteración, ellas afirman que han ‘pasado para
preguntar algo’ como una forma de ‘averiguar lo que diga el Doctor’.
Esta actitud parece servirles para ‘normalizar’ su presencia en el centro
ya que ellas, pese a estar dispuestas a operarse, no están del todo con­
vencidas de que sea lo más indicado, incluso de que sea lo mejor o lo
correcto. Por un lado, las mujeres sienten que pueden ‘hacer algo’ con
(y por) sus cuerpos pero por otro piensan que no deben hacerlo sin
sopesar otras situaciones más relevantes, o de considerar sus efectos.
Están en la entrada de un laberinto; lugar desde donde experimentan
las infinitas posibilidades de convertirse en una de estas personas que
aparecen en las imágenes publicitarias, mujeres con cuerpos ‘bellos’ y
vidas ‘plenas’; aquello que Susan Bordo describe como una posmoderna
intoxicación con las posibilidades ofrecidas en el mercado de la salud.

Durante cada uno de los encuentros se vivieron momentos de cercanía


y se abrieron importantes espacios de intimidad ya que, sobre todo las
mujeres, conversaron conmigo por iniciativa propia, situación espontá­
nea que agregó más fluidez a esta etapa de la investigación. A partir de
estos tejidos conversacionales, mis resultados muestran que en vez de
la cristalización de conceptos relativos al cuerpo, al género, a la edad,
como símbolos ¡cónicos, lo flotante es lo que se encuentra reiterada­
mente en circulación en el ámbito hospitalario.

Las relaciones dinámicas y cambiantes entabladas entre género/cuer-


po, edad/imágenes y heterosexualidad/feminidad, constituyen la pri­

40
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

mera parte del capítulo. Y como flotantes que son, los significantes se
encuentran a lo largo del proceso de consulta, acentúan la propia mi­
rada inquisitiva cuando los cuerpos-sujetos se reflejan en el espejo, se
agudizan con la mayor presencia de mujeres en el espacio de consulta
y con la presencia de otras mujeres como referentes.

Las relaciones dinámicas y cambiantes


En los discursos sobre el cuerpo en el contexto médico, el hacer géne­
ro involucra el hacer juventud como partes esenciales del dispositivo
feminidad. Como consecuencia, las experiencias del cuerpo no existen
fuera del marco discursivo de género y, por lo tanto, las nociones de
envejecimiento, edad, vejez y juventud quedan atadas a las experiencias
de ‘hombre’ o ‘mujer’. A la par, las cirugías plásticas ajustan edades,
hacen juventud, reafirman géneros en tanto que el reciclaje quirúrgico
de los cuerpos implica acciones hechas para ‘completar’ el vaciamiento
de las categorías ‘hombre’ y ‘mujer’.

Género y cuerpo. El género se endende en primer lugar como una


herramienta analítica o conceptual que sirve para examinar diferentes
realidades sociales (Moreno, 2006, p. 33); permite desplegar una mirada
diferenciada sobre las experiencias vividas por mujeres y hombres con
respecto al cuerpo; y obliga a analizar cómo se tejen las realidades de
género (y se hace género). En segundo lugar, se refiere a las categorías
de ‘hombres’ y ‘mujeres’ construidas en términos de masculinidades y
feminidades por medio de prácticas, ideas, discursos, y representacio­
nes sociales (Marta Lamas, 1995, p. 62). En tercer lugar, aparece como
un conjunto de relaciones de poder basado en las construcciones de
masculinidad y feminidad según los roles hetero-asignados a estos gru­
pos de seres sexuados.

El significado de género adoptado en el estudio original (Joann Wil­


kinson, 2009) sigue las propuestas de Zimmerman en torno a la for­
ma como se puede hacer género s; también retoma algunos aspectos del
performance de Judith Butler. Esta conjugación conceptual reconoce

2 Traducido por JW del inglés 'dogender'.

41
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

que tanto la autora como el autor cuestionan lo natural del sexo y la


construcción cultural del sexo, aunque Judith Buder vaya más allá afir­
mando que el cuerpo no existe antes del género y sobre todo antes del
discurso (Judith Butler, 1999).

Para Zimmerman, el género se adquiere por medio de estrategias des­


tinadas a hacer el género; esto significa que por medio de acciones e
interacciones en la cotidianidad se crean y establecen los significados
para llegar a ser hombre o para llegar a ser mujer. En sentido estricto
no implica ‘ser’ mujer u hombre sino ‘hacerse hombre o hacerse mujer’.
Para este autor, el género además funciona como un ‘acontecimiento’ o
una identidad que se teje por medio de la rutina, es decir, con las activi­
dades de cada día.

Zimmerman describe este ‘hacer situado’3 rutinariamente por aconte­


cimientos que ocurren mediante la interacción intersubjetiva en la vida
cotidiana. Como resultado, el individuo se vuelve menos importante
para la construcción del género mientras las instituciones donde ocu­
rre dicha interacción se convierten en los espacios más significativos
para lograrlo, pues ‘h acer género ’ significa crear diferencias entre niñasy niñosy
mujeresy hombres, diferencias que no son naturales, esenciales, o biológicas (Zim­
merman & Candace West, 1987, p. 137).

Zimmerman también trabaja con la idea de ‘accountability’4 o proceso


de rendición de cuentas. La gente se ve obligada a rendir cuentas con y
sobre el género. Esto significa que en la interacción entre individuos se
encuentra un asesoramiento de género; las personas desean ser aseso­
radas y quieren asesorar a otros/otras en este campo. De este modo,
existe una responsabilidad de cumplir y hacer cumplir las expectativas
de masculinidad y de feminidad, esto es, lo que se espera del género.

Pero si el género se construye culturalmente y las diferencias entre mu­


jeres y hombres se naturalizan, la propuesta de Zimmerman plantea

3 Traducido por JW del inglés Situational doing.


4 Traducido por JW del inglés Accountability.

42
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

serias dificultades ya que hacer género sugiere la posibilidad de no hacer­


lo. El mismo autor afirma que mientras existan diferencias presentadas
como ‘esenciales’, será imposible no hacer género, una afirmación que
es posible poner en diálogo con la performatividad del género.

La performatividad de Judith Buder hace eco a las propuestas de Zim­


merman porque el género es un acto reproducido en cada instante por
medio de rituales específicos y gestos predefinidos. Pero mientras que
Zimmerman se enfoca más en el análisis de las acciones, Judith Buder
pone énfasis en el discurso y la construcción de género por su interme­
dio. Como resultado, esta autora, igual que Monique Wittig (citada por
Judith Buder, 1999), reconoce que ‘mujer’ es una categoría inestable
existente únicamente dentro de un marco de heterosexualidad natu­
ralizado. Por lo tanto, hablar de hombres y mujeres significa ubicarse
dentro de ese marco interpretativo de la naturalidad.

Las dos líneas de pensamiento encabezadas por Zimmerman y por


Judith Buder, ofrecen posibilidades para comprender la forma como
los cuerpos son trabajados, hechos y enunciados en y con las cirugías plás­
ticas estéticas: los cuerpos son trabajados por acciones y discursos, no
solamente por los instrumentos quirúrgicos. Hechos y enunciados son
constantes y subyacen en el crecimiento del número de cirugías ofreci­
das en el espacio médico, junto con el uso que las mujeres han hecho
de estos procedimientos con el proyecto de cuidar el cuerpo no sola­
mente para el otro sino para sí mismas. Se trata de una mudanza subje­
tiva sustentada en el amor por el propio cuerpo y en el placer de prodi­
gar cuidados personales con procedimientos quirúrgicos producto de
avances científico-técnicos que ofrecen intervenciones más frecuentes
con menos riesgos y mayor valor simbólico. Entre amor, placer y va­
lor, surge la fealdad inscrita en señales corporales que antes no lo eran
(Sonia Lisboa, 2004, p. 158), incluso las huellas más imperceptibles se
hacen visibles, subjetiva e intersubjetivamente.

43
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

El cuerpo5 se ha convertido en un importante instrumento de poder


mediante el cual se cultivan nuevos estilos de vida, principalmente a
partir de su ‘manejo” (Susan Bordo, 2003) y su ‘mantenimiento’ (Fea-
therstone, 1991, p. 182) como objeto. Siguiendo esta perspectiva, el
cuerpo funciona como una máquina que necesita servicio y cuidado
para que mantenga su eficacia instrumental; cada una de las partes del
cuerpo adopta una plasticidad especial pues se puede moldear y cam­
biar a través de dietas, ejercicios y tratamientos específicos. Como re­
sultado de esta inversión corporal, simbólica y financiera, es necesario
un uso distinto del tiempo ya que el tiempo libre se convierte en tiem­
po del cuerpo (Featherstone & Hepworth, 1995, p. 12).

Ubicadas en la sociedad panóptica descrita por Foucault, las personas


reconocen que su aspecto físico es observado continuamente; mujeres
y hombres observan que se les vigila (Foucault, 1975), y aprenden a
identificar cuáles cuerpos y comportamientos son apropiados en tér­
minos de edad y género. El mismo autor muestra que la vigilancia fun­
ciona como una herramienta efectiva para la normalización del cuerpo,
especialmente por el lugar central que ha tenido en la definición de
la feminidad; así la representación del cuerpo como materia prima o
máquina imperfecta y frágil, puede ser reconstruida y puede perfeccio­
narse por la ciencia y la tecnología (Sonia Lisboa, 2004, p.150).

Las personas buscan la eterna juventud; para ello se proponen cons­


truir un proyecto existencial marcado por la subjetivación narcisista
que termina siendo una exaltación desmesurada de la individualidad.
Con dicha exaltación las señales corporales del tiempo vivido termi­
nan sujetando a las personas a esa idea sutil que considera que es peor
parecer viejas cuando se tiene la opción de evitarlo. Si la meta es en­
vejecer permaneciendo con esa apariencia de juventud, todo rechazo
a la posibilidad de tener cuerpos y caras perfectos se interpreta como
negligencia, falta de amor hacia sí misma, incompetencia o síntomas
psíquicos negativos (Sonia Lisboa, 2004, p. 151).

5 Al hablar sobre el cuerpo aparecen en el ámbito discursivo el poder, la vigilancia, la dis­


ciplina, la panóptica, la normalización, el manejo, el mantenimiento del cuerpo; incluso
el cuerpo plástico.

44
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

Edad e imágenes. La edad cronológica se ha convertido en un factor


cada vez más importante en la organización social en la medida en que
con ella se establecen rutinas y se determinan momentos apropiados
para diferentes actividades como el inicio y finalización de un proceso
escolar, la opción por el matrimonio, la decisión de tener hijos/hijas, la
idea de jubilación o el comienzo del final de la vida, es decir, el período
para morir o el instante de morirse.

Una de las consecuencias de estos marcadores etáreos es la forma


como se ha determinado la construcción de la vida teniendo en mente
etapas claramente definidas como la infancia, la adolescencia, y la vejez,
producto de la institucionali^ación del curso de vida (Guita Grin Debert,
1999). Estas etapas se construyen basándose en el desarrollo perso­
nal del individuo pero sin tomar en cuenta eventos históricos, sociales
y culturales concurrentes con cada periodo; como consecuencia, las
etapas ya establecidas se tienen que fragmentar para redefinirlas como
componentes del ciclo de vida, ahora en relación con las otras etapas
pero, además, en respuesta a la organización social, por ejemplo, el
concepto de ‘tercera edad’. Esta etapa surgió como respuesta a las ne­
cesidades de personas mayores que vivían en una cultura especifica en
un momento histórico dado y quienes no se identificaban con la vejez;
estas personas por su estado de salud y su disponibilidad de tiempo y
recursos económicos eran un grupo aparte, con necesidades e intereses
distintos, eran unos ‘viejos-jóvenes’ (Bernice Neugarten, 1997).

Ni el envejecimiento ni la edad son categorías ‘naturales’ como tam­


poco sirven para explicar los comportamientos humanos en sí mismos
(Guita Grin Debert, 1998). Al contrario, son categorías socialmente
producidas que adquieren significado dentro de contextos históricos,
sociales y culturales específicos. Para Featherstone el curso de vida ha
comenzado a reconstruirse mediante procesos de reversión de los fac­
tores necesarios para la institucionalización y la modernización. Esto
se atribuye en parte a que, contrario a lo pensado, las personas no pa­
san de una etapa a otra de forma lineal y a que cada etapa nunca repre­
senta comportamientos claramente predefinidos. Featherstone (1991,
p. 373) describe el proceso como un ‘blurring’ (un nublamiento) de las

45
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

fronteras entre etapas, esto es, que la edad no es el indicador para medir
comportamientos o actividades correspondientes a determinada edad,
porque las personas tienen libertad para elegir el comportamiento y
el estilo de vida que desean. De este modo, el curso de vida ya no es
cuestión del destino sino de la responsabilidad individual (Featherstone
& Hepworth, 1999, p. 277) corporeizada y encarnada.

El cuerpo aparece ubicado en discursos enfocados hacia el cuidado de


la salud, la prevención de enfermedades, y la búsqueda de alternativas
para retrasar o parar los efectos del ‘paso del tiempo’ por medio de dietas
y ejercicio. Por este camino; ‘la vida sana’ se convierte en un estilo de
vida y cada persona, por medio de ciertas decisiones y ciertos compor­
tamientos destinados a detener hasta el límite de lo posible los ‘signos
del envejecimiento’, puede vivir más tiempo teniendo una mejor cali­
dad de vida con considerables inversiones de dinero en nuevos ámbitos
o productos de consumo.

Cuando la apariencia física, considerada un espejo que refleja el inte­


rior de cada persona, termina siendo disonante respecto del canon, se
asocia a la negligencia individual, un dato desfavorable para la subjetivi­
dad; se califica como indicador de pereza, poca o ninguna autoestima y
hasta de ausencia de valores (Featherstone, 1982) o valoraciones sobre
lo sano, lo estético o lo juvenil. La apariencia cada vez más elaborada,
cuidada y mantenida es importante sobre todo en función de los cam­
bios acaecidos en aquellos espacios donde se encuentran más oportu­
nidades para la exhibición y observación (Featherstone, 1991), ejemplo
de esto son los espacios para observar, ser observadas y observados,
parecidos al pasillo de espejos (Lash, 2003, citado por Featherstone,
1991) donde construimos el cuerpo que deseamos o deberíamos tener.
Espacios como éstos se conocen también como los ‘no lugares’ (Marc
Auge, citado por Alonso, 2005) espacios intercambiables, protegidos, desiden­
tificados, anonimi^adospero tremendamente confortables (Alonso, 2005, p. 97),
indicadores de nuevas formas de conciencia corporal con altas dosis
hedonistas que obligan a las subjetividades a mantener sus cuerpos
bajo el deber de la buena apariencia que presupone la articulación entre
belleza, juventud y salud.

46
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

En el espacio de los ‘no lugares’ es importante pensar en las imágenes


de mujeres y hombres como personas bellas, exitosas y jóvenes, y sus
repercusiones sobre la vida social, como lo ha señalado la historiadora
Mary Del Priore para el caso de Brasil: vivimos en una sociedad de imágenes
que muestran cuerpos de mujeres delgadas, jóven esy sin arrugas; este es el modelo
que persiguen todas las mujeres. Pero es un tipo de belleza que no tiene nada que ver
con nuestra cultura. La mezcla racial de Brasil se observa en los cuerpos curvilíneos.
La mujer brasileña desapareció para dar paso a las figuras delgadas, rubias y de
senos grandes —la brasileña es más baja, tiene senos pequeños-. Eso es grave pues
tenemos un país con mucha población negra. Ese modelo perverso fragili^a la auto­
estima de muchas niñasy mujeres. Estamos sacrificando nuestra identidadfísicc;6.

En el caso colombiano, aun cuando se incluyan imágenes de personas


de mediana edad, maduras o de edad avanzada en la publicidad, se hace
énfasis en la ausencia de arrugas y la presencia de músculos tonificados
que dan cuenta de un pleno control de sus vidas, esto es, estas imágenes in­
ciden en que las mujeres y los hombres, usando estrategias diferencia­
das, se inclinen por comparar, cuestionar y regular sus decisiones según
los significantes puestos en circulación por los medios de publicidad.

Las imágenes enseñan, sobre todo a las mujeres, a estar alerta frente a
los cambios corporales para recurrir al tratamiento adecuado en el mo­
mento apropiado. Así funciona la publicidad que anuncia cremas anti­
arrugas utilizando imágenes de mujeres ‘jóvenes’ en términos de edad
cronológica y completamente sin arrugas para presentar sus productos.
La publicidad usa el discurso de la prevención vinculándolo a la necesi­
dad de prepararse para que en la edad madura no haya rastros del paso
del tiempo en el rostro, propagando la ilusión que da la perfección, el
totalitarismo de la imagen conservada y la apariencia tangible, incluso,
con la garantía de obtener mejorías en la autoestima.

Aunque las imágenes utilizadas en la publicidad no se consideren situa­


ciones ‘reales’ o circunstancias que reflejen a las personas en sus vidas
‘reales’, con Susan Bordo (2003) sabemos que las imágenes, por estar

6 Entrevista con la historiadora Mary Del Priore, 2006.

47
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

dotadas de significados, enganchan1 más que la realidad misma, sobre


todo porque ésta se vuelve tenue e irrelevante a medida que se entra en
el trasfondo de la imagen, una enorme oferta mercantil. El cuerpo pre­
sentado en las imágenes pasa por un sistema mágico (Williams, 2000)
que lo transforma en subjetividad y, como resultado, no se consume
un producto fabricado como útil por ser anti-arrugas sino que se va
a consumir la belleza, la juventud o el éxito; incluso la riqueza y otros
efectos más, no necesariamente previstos en el diseño de la imagen,
tampoco en los montajes publicitarios.

Las imágenes no trabajan con cuerpos sino con las subjetividades, de


este modo son recursos pedagógicos que enseñan a las mujeres y a los
hombres a consumir los productos que presentan desde una óptica
femenina o masculina, con una serie de necesidades femeninas o mas­
culinas, mediante la experiencia pedagógica impuesta sobre el propio
cuerpo. Con las pedagogías del cuerpo (Sandra Lee Bartky, 1997) cada
persona, mujer u hombre, aprende que el envejecimiento y la aparien­
cia física son objeto de autocontrol, están sujetos al control mediante
la rendición de cuentas de género y edad.

Y es allí donde aparece el uso de las cirugías plásticas estéticas como


forma de controlar el paso del tiempo, como la mejor de todas las
opciones disponibles en el mercado. Por eso mismo, he utilizado el gé­
nero como una herramienta analítica pero también como una lupa para
entender las experiencias vividas por mujeres y hombres con respecto
al envejecimiento, la belleza y el ser mujer u hombre. Son experiencias
vinculadas a la heterosexualidad y la feminidad.

Heterosexualidad y feminidad. La heterosexualidad funciona como


institución que crea normas y comportamientos apropiados para
hombres y mujeres. Como tal, naturaliza las construcciones de géne­
ro mientras regula la sexualidad verdadera, auténtica y original. Por tanto,
discursivamente atraviesa los distintos espacios sociales para establecer
y regular relaciones de poder, de modo que los comportamientos que

7 Traducción de JW de la palabra inglés gripping.

48
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI' EN EL QUIRÓFANO

no entren en este espacio delimitado, simplemente no existen o se con­


sideran desviados. En este sentido, la heterosexualidad es ‘obligatoria’
como afirma Monique Wittig (cita en Judith Butler, 1999, p. 144), y está
entre las motivaciones alegadas por mujeres y hombres para llegar al
quirófano, sin importar si se trata de estrías, senos caídos o sobrepeso
postparto; arrugas, flacidez, o efectos de la gravedad sobre los teji­
dos; acumulación de grasa en ciertos sectores o sobrepeso debido a los
cambios corporales por la edad.

La feminidad, el dispositivo de feminización o dispositivo femenino (Julia Va­


rela, 1997) permite abrir la reflexión sobre la forma como funciona
la feminidad en el contexto del estudio. El dispositivo (Foucault, 1978)
como instrumento de análisis se define como un ensamble o un apara­
to constituido y construido por partes heterogéneas como los discur­
sos, las afirmaciones científicas, las acciones y los objetos. Las distintas
partes se perciben aisladas para facilitar la ‘naturalización’ de los con­
ceptos, mientras que con el ensamble se establecen distintas conexio­
nes entre ellos.

La feminidad se puede examinar por el dispositivo de feminización o el


dispositivo femenino: la primera se refiere a la articulación social de la fe­
minidad por medio del discurso y la segunda a la proyección de dicha
articulación (Sonia Núñez Puente, 2000). Mientras la feminidad apare­
ce como un aparato construido no solamente por los discursos, tam­
bién por actos y rímales, el dispositivo de feminización resalta las conexio­
nes entre distintas partes discursivas y no-discursivas que construyen
la feminidad dentro del espacio dedicado a la cirugía plástica estética;
igualmente fuera de éste.

El proceso de consulta
La manera de llevar a cabo las consultas en cirugía plástica permite
observar cómo se hace género en términos de Zimmerman y Candace
West (1983). El proceso para las usuarias y usuarios inicia con una cita
preliminar con uno o dos de los residentes y uno o dos internos —más
hombres, pocas mujeres en cada grupo-. Generalmente, internos o re­
sidentes abren la historia clínica haciendo preguntas habituales sobre

49
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

el estado de salud de cada individuo; si hay gente esperando, el interno


abre la historia clínica y el residente entra simplemente para examinar.

Las consultas de las residentes mujeres generalmente toman menos


tiempo y siguen más estrictamente las pautas de la cita, mientras que
las consultas con los residentes hombres se prolongan debido a que
hay más conversación, se diversifican los temas fácilmente o fluyen
preguntas específicas sobre cada cirugía.

Los residentes hombres dominan este espacio libremente mientras que


las mujeres residentes parecen dejarlo abierto a la iniciativa de la con­
sultante. En las consultas preliminares se dan a conocer los intereses
de las personas y se responde a sus preguntas iniciales, relativas gene­
ralmente a procedimientos aconsejables, tiempos y costos. También se
les pregunta si tienen algún cirujano de su preferencia para remitirles;
en caso de que no lo tengan el residente es quien recomienda algún
nombre. En una cita posterior, las usuarias y usuarios se encuentran
con el cirujano responsable de la intervención.

La presencia de las mujeres en la consulta permite la entrada de los


hombres sin cuestionar los alcances de su masculinidad y, además, per­
mite que el cirujano se relacione con el hombre registrando los relatos
de las mujeres ya que el cirujano habla más con la mujer acompañante
que con el hombre consultante. Se trata de una mediación comunica­
tiva de carácter relacional para activar las construcciones identitarias
porque, como lo describe Mara Viveros (2002, p. 50), la masculinidad se
construye en relaáón con las identidadesy las practicas femeninas.

Legitimación, vanidad y valoración estética. Las consultas de ciru­


gía plástica se diferencian de otras consultas porque la gente ya tiene
una idea sobre el tratamiento indicado antes de que se produzca el
diagnóstico. Por eso mismo, al comenzar la consulta la persona expresa
lo que está buscando como lo escuchamos en la siguiente cita entre el
residente Duque y Andrea8, una mujer de 45 años:

8 Los nombres son ficticios.

50
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

Dr. Duque: Cuéntame Andrea, ¿en qué te podemos ayudar?


Andrea: ¡Quiero levantarme los senos!
Dr. Duque: ¿Qué no le gusta de sus senos ?
Andrea: están muy caídos... después de tantos hijos...
Dr. Duque: (el cirujano observa, toca lo senos y concluye) efectivamente
están caídos, no mucho sino unos dos cm., elpe^ón debe estar aquí (indica en el
seno de la mujer)
A pesar de que los intereses de usuarias y usuarios aparecen claros, la
consulta es una situación altamente ritualizada (Foucault, 1975, p. 189)
con el objetivo de establecer y confirmar los síntomas de la ‘enferme­
dad’ y el tratamiento apropiado. Como resultado, se ejerce ‘el examen’,
se construye ‘el caso’ y emerge lo clínico de un caso ‘enfermo’.

Cotidianamente en las citas se encuentra la secuencia síntomas, diag­


nóstico y tratamiento, en este contexto la secuencia es tratamiento,
diagnóstico y síntomas ubicando al cirujano en una posición distinta.
En vez de diagnosticar y escoger el tratamiento, debe crear un espacio
para la justificación de éste. La cuestión no reside tanto en qué va a
hacer sino por qué va a hacerlo.

La construcción del caso se inicia por medio de una negociación entre


el cirujano y la persona, donde ella presenta sus intereses y ‘algo más’.
Así ocurre al atender a María, una usuaria de 46 años que viene para su
primera consulta:

María: Quiero quitarme estas bolsas y . .. ¿no puedes hacer algo sobre esto acá?
(indica los párpados)

En la negociación entre médico/médica y usuaria/usuario se observa


una relación de poder que sigue las pautas de la ‘confesión’ descrita por
Foucault (1978, p. 61): la confesión es un ritual de discurso, en el cual
el sujeto que habla es además el sujeto de la idea: es también un ritual
que se desenvuelve dentro de una relación de poder, puesto que uno
no confiesa sin la presencia de un compañero, no es simplemente un

51
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

interlocutor, sino la autoridad quien requiere la confesión, la prescri­


be y la aprecia, e interviene para juzgar, castigar, perdonar, consolar y
reconciliar.

Por medio de la ‘confesión’, profesional v persona usuaria van más allá


de establecer el problema y el correspondiente tratamiento; la relación se
extiende a la necesidad de reconocer y legitimar el problema. Cada profe­
sional valida la situación del cuerpo; identifica su ‘deformidad’ como un
hecho existente; ofrece un tratamiento para ella y, por lo tanto, le otorga
el estatus de una condición médica superable quirúrgicamente.

En ciertas ocasiones las mujeres, antes de desnudarse para el examen


físico, avisaban al médico y a quienes estaban presentes que sus senos
estaban caídos, eran muy grandes o pequeños, aparecerían flácidos; de­
claración que se puede interpretar como una forma de preparación
recíproca para exponerlos públicamente. Cuando el cirujano confirma
la situación —efectivamente están caídos, son grandes o pequeños...-
se siente un gran alivio en las mujeres ya que el problema ‘realmente
existe’, está reconocido por el otro con voz experta y, de manera im­
portante, la sociedad médica legitima su caso porque es merecedor de
atención para aliviar la preocupación. No solamente se valida la ‘defor­
midad’ en el cuerpo sino el sufrimiento que el cuerpo ha producido en
la vida personal, especialmente arraigado en lo psíquico.

La legitimación del caso no reconoce únicamente que los senos están


caídos, grandes, pequeños, sin proyección o flácidos, sino que son in­
adecuados para sus condiciones personales y para las exigencias socia­
les respecto de lo femenino y la feminidad. El reconocimiento experto
confirma esta idea, la crea como una verdad y utiliza este conocimien­
to para tomar decisiones sobre el tratamiento: estas distinciones se pueden
considerar ‘d adas’, (givensj como cuestiones de interpretaciones p o r parte de los
expertos, que requiere simplemente la mirada informaday de experiencia del ‘buen
doctor' (Joanna Latimer, 1997, p. 147).

La mirada médica es suficiente para establecer cuáles cuerpos son me­


recedores de intervención y cuáles no lo son por distintas razones,

52
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

incluyendo las características de la piel o las condiciones individuales


del cuerpo físico, no del cuerpo vivido. Algo parecido se observa en las
citas de control cuando los cirujanos reaccionan frente a los resultados.
Después de una cirugía para aumentar los senos María se quita la blusa
para mostrar el resultado al cirujano:

Dr. González: [Divinos, hermosos, inmejorablejí

Lo que se observa en este caso no es el reconocimiento de la solución


del problema ni un mejoramiento en la estima de la usuaria, sino un
juicio estético basado en valores sociales y en exigencias culturales re­
lativas al cuerpo femenino, validado por un discurso médico que luego
convierte estos valores en verdades. Los grupos de profesionales de
la salud enfrentan una paradoja ya que el momento apropiado para
operar es cuando una parte del cuerpo causa contrariedad o incomoda
a la persona, por lo tanto se supone que el objetivo no es crear senos
\divinos, hermosos, inmejorables!, sino crear senos que eliminen la incomo­
didad. Entonces, la valoración estética es resultado de una relación de
poder articulado por género que permite el hacer género entre los sujetos
y las sujetas.

En la realidad cotidiana, se procede no más que a pronunciar una con­


firmación de lo que constituye el sentido de unos ‘senos bonitos’ pero,
a la vez, se hace una reconfirmación de lo que implica la idea de unos
‘senos feos’. La mirada del otro juzga. La consulta médica como lugar
para la construcción de subjetividades, no construye únicamente al ‘en­
fermo’ (Malagón, 1999) sino además a quien observa, a quien se forma
en una profesión, y siguiendo las pautas de la ‘confesión’ foucaultiana,
se exige que cada profesional perdone y reconcilie, lo cual sucede in­
troduciendo en el diálogo la valoración estética.

Por supuesto, la consulta en términos de una valoración estética es cru­


cial para las mujeres. Las mujeres están sometidas a enormes presiones
que le exigen la obligación de tener, o al menos de buscar, un cuerpo
‘bueno’; al mismo tiempo, a las mujeres se les exige no mostrarse in­
satisfechas ni afectadas por los cuerpos ‘malos’ o ‘inadecuados’ que

53
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

tienen, pues eso las ubica en una situación de ‘mujeres vanidosas’. La


vanidad se presenta en las sociedades occidentalizadas y especialmente
en las cirugías plásticas como un rasgo ‘natural’ propio de las mujeres.
Los grupos profesionales de la salud (principalmente los sectores inte­
grados por hombres) buscan alejarse de la vanidad, aunque como dis­
curso aparezca en diferentes momentos; incluso en forma de negación
como cuando el cirujano González explica la motivación para la cirugía
de Rocío, una mujer de 52 años que tiene sobrepeso:

Dr. González: esto no es p o r vanidad

Mientras los grupos de profesionales yuxtaponen la vanidad a unas


razones mejores y ‘más válidas’ para optar por una cirugía, las muje­
res recurren a la vanidad como motivo para hacerse una intervención
estética. La utilizan como una manera de disculpar sus ‘debilidades’
(la culpa es de ellas); esto se observa cuando Ana intenta explicar su
presencia e interés en las cirugías plásticas:

Ana: ¡quépena!, soy vanidosa... lo hice p o r vanidad

El repertorio de la vanidad sirve como una forma más ‘fácil’ y senci­


lla por medio de la cual las mujeres podían entender, y posiblemente
‘explicar’, su relación con el cuerpo sin tener necesidad de ‘explicar’
demasiado. Como el concepto es entendido por toda la gente y ade­
más es ‘normal’ que una mujer sea vanidosa, realmente funciona la
herramienta para legitimar el interés de las mujeres en el cuerpo, sin
necesidad de justificar sus decisiones.

La vanidad, además, se vuelve más aceptable en los discursos de salud


o si se mantiene un fin médico: para mejorar la salud mental, la autoestima,
la confianza en sí m ism ay la calidad de vida-, de este modo, a las mujeres les
está permitido entrar en las reglas de la vanidad.

La vanidad es una herramienta discursiva poderosa para las mujeres ya


que por esta vía pueden acercarse al mundo de las cirugías plásticas sin
mayores explicaciones, pero, además, sus cirugías son paliadas cuando

54
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

los motivos son más meritorios que la ‘simple vanidad’, con madces de
censura (Suzanne Fraser, 2003).

Creación de placeres en la consulta. Es importante revisar en la


definición del problema la creación de placeres en la interacción en­
tre consultantes mujeres y profesionales. El placer provocado por la
mirada médica experta, narrado por las mujeres al mencionar la con­
firmación de su problema mediante el diagnóstico, refleja sobre todo
el poder ejercido por la opinión médica respecto de su decisión como
una opción estéticamente correcta y apropiada.

Las mujeres llegan a la consulta con una idea concreta sobre su cuerpo
pero esperan la opinión y la orientación profesional para confirmar
lo ya sabido. En algunos casos, simplemente mostraban la parte del
cuerpo con la cual estaban inconformes y pedían una opinión experta
utilizando expresiones como: 'una valoración’, 'una evaluation’, ‘p refiero que
ustedes me digan hasta ‘É chame candela. .. Dr., lo que tu digas’. Aquí se invita
al profesional a hacer lo necesario para convertir el cuerpo en lo que
‘debe ser’, existe un entendimiento de que el saber médico define lo
que es mejor para el cuerpo, y sobre todo para ‘mi cuerpo’.

En la consulta se observan varios acontecimientos. Primero, el ciru­


jano o la cirujana aparecen como escultor o escultora a quienes se les
entrega un material para moldear y volver ‘bello’ con el poder de sus
saberes sobre el cuerpo de las mujeres; segundo, es posible la produc­
ción de un concepto común respecto de lo que significa la belleza y lo
bello; tercero, la valoración médica permite a las mujeres pensar en sus
cuerpos en términos de estética pero sin salirse del ámbito de la salud;
cuarto, la atención médica, además, les da licencia a las mujeres para
cuidar de sí mismas y les otorga el derecho de ser sujetas del cuidado,
como una forma de narcisismo sin ser vanidosas; es la creación de un
nuevo espacio de cuidado con la intermediación de la mirada de pro­
fesionales de la salud.

En relación con los acontecimientos anteriormente enunciados, en la


cita preliminar de Angela, una profesora de bachillerato de 28 años,

55
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

que deseaba aumentar el tamaño de sus senos, ocurrió que, después


de conversar con ella en la zona de la recepción, nos dirigimos las dos
hacia la sala de consulta. En el momento de entrar a la sala, Angela se
sorprendió al verse enfrentada a tantas personas que estaban en la con­
sulta esperándola (cirujana, residentes, estudiantes en internado). Ella
se dirigió hacia mí y me preguntó:
Angela: ¿Con todos ellos?
Yo era la única que le había pedido permiso, y le creaba la impresión
de que las únicas presentes seríamos la médica y yo9. No obstante, ella
entró a la consulta y más adelante me comentó que aunque al principio
estaba nerviosa cuando vio a toda esa gente, luego sintió que tenía
oportunidad de contar su historia y reconoció la presencia de todas las
y los especialistas como una fortuna. La experiencia médica implicó
una atención a su cuerpo y además una legitimación de su propia aten­
ción hacia sus necesidades, creando a la vez placer por lo vivido y gusto
por las características de la atención a su problema.

Rituales para medir el cuerpo femenino. En la construcción del


caso y en el proceso para establecer la ‘enfermedad’, los grupos de
profesionales emplean una serie de métodos para medir el cuerpo y
valorar su estado en relación con la edad y la belleza que refleja cada
parte corporal; se entremezclan juicios estéticos y clínicos. Es un even­
to en el que cobra importancia el trabajo de Latour quien, en su estudio
del laboratorio por medio de observaciones, pudo entender el carácter
artesanal de las actividades científicas y la forma como se transforman
en afirmaciones sobre la ciencia (Latour y Woolgar, 1986, p. 30). De
la misma forma, en las observaciones dentro de la consulta y con res­
pecto a los casos pude percatarme del uso de técnicas artesanales para
medir el cuerpo femenino objeto de intervenciones estéticas.

9 ¿Cómo pedir permiso y cuándo?, surgió como un aspecto difícil de la investigación. Co­
menzaba por pedir permiso antes de entrar en la consulta, pero sentía que engañaba a la
persona porque creaba una sensación de intimidad y privacidad que realmente no había
en este espacio. Después, comencé a seguir al cirujano, casi como su ‘asistente’, quien me
presentaba a las/los usuarias, o entraba a la consulta antes que el cirujano para comentar
a las personas sobre la investigación y plantearles preguntas.

56
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

En el cuerpo femenino se miden las distancias entre el cuello y el pe­


zón, entre un seno y el otro, entre el pezón y el surco..., el tamaño
del pezón, del pezón al lado, de un pezón a otro. Estas distancias de­
ben coincidir con ciertas especificidades ‘normales’, pre-establecidas
o previstas en unas tablas que generalmente presiden el espacio de la
consulta; por eso cuando no coinciden indican algún desequilibrio en
el cuerpo y definen la necesidad de un tratamiento. En este sentido va
lo que describe el residente Duque en la consulta con una mujer de 48
años que busca ‘mejorar’ sus senos:

Dr. Duque: E l problema del seno es que está caído, en una persona de 180 cms.
está bien esta distancia, pero en una persona de 140 cms la distancia es demasiado
larga... hay que subirlosy rellenarlos.
I ". V . . .
Medir los senos de manera minuciosa es algo muy frecuente en las
consultas de cirugía plástica; se utiliza vina cinta de medir y se anotan
todos los datos. Es importante observar que ellos pasan por un exa­
men riguroso, indicando y reforzando la idea de que se salieron (o pue­
den salirse) totalmente de sus posiciones correctas; es decir, que como
construcción simbólica el seno caído es la pérdida de feminidad en
distintos grados, según la distancia entre el cuello y el pezón, según la
distancia entre el ‘yo’ y el ser mujer ‘verdadera’, en fin, según los rituales
que refuerzan las distancias entre diferentes realidades.

No se miden otras partes del cuerpo de esta manera. Por ejemplo, para
definir la cirugía de abdomen más apropiada (liposucción o lipecto-
mía), el cirujano pedía a las mujeres que doblaran sus cuerpos y tocaran
los dedos de sus pies. Luego debían soltar la barriga. Así el profesional
cogía la piel ‘sobrante’ para ver si la cantidad atrapada entre sus dedos,
constituía un indicador de cirugía en un sentido u otro: quitar la piel o
quitar la grasa. En esta medición no se utilizaba la cinta sino que con
las manos del cirujano se examinaba la cantidad de piel sobrante. La
medición de los párpados también funciona de la misma forma ya que
el cirujano debía coger la piel de esta parte de los cuerpos para estable­
cer la cantidad, es decir, si era un sobrante objeto de decisiones quirúrgicas.

57
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Como lo dice Foucault en su descripción del examen, las formas de


medir son una ceremonia de poder (Foucault, 1975, p. 189) y este examen
equivale a la ceremonia de (la) objetivación (Foucault, 1975, p. 192). Por eso,
otro aspecto de la medición del abdomen es que aunque las mujeres
seguían las instrucciones para ‘soltar la barriga’, la acción les causaba
mucha dificultad; ellas pensaban que ya la habían soltado pero se veía
que no lo habían hecho, el cirujano tenía que solicitarlo de nuevo. Esto
surgió como indicio de la relación de las mujeres con sus cuerpos: el
control; las mujeres estaban acostumbradas a mantener esta parte de
sus cuerpos encerrada, apretada, escondida, y la dificultad para hacer lo
contrario mostraba el nivel de control impuesto a sus propios cuerpos.

Las diferentes formas de medir el cuerpo se pueden entender comoju e­


gos de poder ya que tienen el efecto de establecer verdades y hechos sobre
las partes del cuerpo que conducen a la conclusión de que el cuerpo
necesita corrección. La medición del cuerpo es un ritual normaliza-
dor o normalizante que ayuda a definir cuáles cuerpos son normales y
cuáles no lo son; con frecuencia todos los cuerpos resultan inevitable­
mente anormales. Las medidas ‘normales’ se basan en cuerpos consi­
derados jóvenes ya que ‘demasiada’ distancia entre el seno y el cuello
sugiere que el seno está caído o no está lo suficientemente levantado,
indicando un seno ‘envejecido’ y por lo tanto convertido en objeto de
corrección quirúrgica.

Aunque las medidas utilizadas como apropiadas se basan en cuerpos


considerados jóvenes paradójicamente las mismas personas jóvenes no
encajan en ellas; en realidad son cuerpos fantasmas que en este con­
texto son presentados como si hubieran existido en algún momento.
Esta situación conduce a que las cirugías plásticas alcancen su meta de
cambiar las percepciones que las mujeres tienen de sus cuerpos, no so­
lamente de sus cuerpos actuales sino de los cuerpos de antes, cuerpos
espectrales o espectros corpóreos, asumiendo la existencia previa de
un cuerpo mejor, pero, además, con la convicción de que sus cuerpos
correspondían a ese estado de juventud, que sus cuerpos antes eran
‘realmente’ jóvenes.

58
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

De este modo, las cirugías plásticas estéticas, más que reconstruir cuer­
pos en proceso de envejecimiento, están recreando una juventud que
sirve para que todas y todos comparen sus propios cuerpos y deseen
emprender procesos de reciclaje corporal para cambiar los cuerpos ya
vividos. A ello contribuyen las miradas desde dentro y desde fuera.

Las miradas y los espejos


En el espacio de la consulta funcionan múltiples miradas: la mirada
experta, la mirada inexperta, la mirada de aprendices, la mirada del
hombre, la mirada de la mujer, la mirada del otro y, sobre todo, la mira­
da del espejo donde se conjugan o reflejan todas las miradas. El espejo
siempre tiene una doble mirada tanto en soledad como en compañía
o si se enfrenta a la auto-inspección y percibe el peso del paso de los
años, como lo afirma Florence Thomas: tener 60 años es tener respeto a los
espejos porque no mienten y no volverán a mentir nunca más (2007, p. 11). De
este modo, el espejo trabaja con cuerpos presentes pero también futu­
ros y pasados o con partes del cuerpo como los senos.

Cuando se miden los senos frente al espejo no solamente se hallan allí


los senos del presente sino los senos del futuro, tal como las mujeres
desean tenerlos cuando buscan aumentar, disminuir o fijar su tamaño.
Después de desnudarse, ellas debían mirarse frente al espejo, coger sus
senos y mostrar al cirujano en qué posición les gustaría tenerlos, algo
que les causaba mucha dificultad u originaba resistencias. Además de
hacer un recorrido por el espacio, tenían que hacer un reconocimiento
bajo miradas múltiples: cirujano, residentes, internos, investigadora y
ellas mismas.

La ida al espejo implica observar la posición deseada de los senos por


parte de la usuaria que, una ve2 marcada por el cirujano con un punto
hecho sobre el cuerpo con un lapicero, era registrada en su historia. La
marca desaparecía casi de inmediato dejando en el escenario un ritual
de observaciones estructuradas para legitimar la decisión adoptada por
las mujeres: sentimos (las mujeres) nuestra posición como establecida y fijada
por un sujeto lejano, quien ha observadoyju zgado mucho antes de permitirme saber
su admiración o disgusto (Iris Young, 1998, p. 153).

59
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

En definitiva son relaciones de poder a partir de las cuales quienes


observamos, terminamos valorando los senos y decidimos las nuevas
construcciones quirúrgicas sobre ellos. Lo poderoso aquí es la nece­
sidad de que la misma mujer observe cómo es observada porque lo
esencial es que el sujeto sepa que es vigilado (Foucault, 1975, p. 205) y aunque
‘la admiración’ o el ‘disgusto’ de quienes observan no se dejen saber
explícitamente, el juzgamiento ocurre, la consultante es consciente de
ello y por eso sufre y calla. Al final, la usuaria aprecia la importancia del
procedimiento presidido por las miradas y la necesidad de la cirugía ya
que ha sido legitimado su deseo por todas las personas presentes.

Fragmentación del cuerpo. En las cirugías plásticas el cuerpo se tra­


baja, surge como una obra de arte basada en un enfoque terapéutico
diseñado para ‘mejorarse’. Percibimos la imagen de un trabajo de es­
cultura hecho por alguien que dedica buena parte de su tiempo para
perfeccionar el objeto de su creación. Quien esculpe trabaja con una
materia prima mientras quien opera, como requisito para hacer una
intervención en el cuerpo, debe reconocer lo inapropiado y lo inade­
cuado de su materia prima. La cirugía plástica estética asume un cuerpo
natural pero defectuoso j a que se ofrece para mejorarlo (Pippa Brush, 1998, p.
31).

Para usuarias y usuarios, trabajar el cuerpo hace parte de lo que Fea­


therstone (1991) llama mantenimiento del cuerpo, entendiéndose al
cuerpo como una máquina igual que el carro que necesita servicio,
atención y tiempo de cuidado. Una máquina que se compone de partes
operables, objeto de intervenciones quirúrgicas. En las cirugías plásti­
cas el cuerpo es tratado de manera fragmentada, y cada fragmento es
tratado como un todo que puede ser fragmentado de nuevo.

Según Foucault (1995, p. 141) el cuerpo ha entrado en un mecanismo de po­


der que lo explora, lo desarticula y lo recompone, en este caso como senos,
rostro o abdomen. Son fragmentos o áreas posibles de mejorar, arreglar
y reparar, por tanto, el cuerpo es material de buena o mala calidad, no
es uno sino múltiple. Lo mismo ocurre con el envejecimiento. Por lo
tanto, las mujeres deben enfrentar no solamente un envejecimiento

60
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

sino múltiples fragmentos envejecientes: la cara, los senos, las manos, y


este proceso es presentado como envejecimiento de ‘otra’ en el sentido
de que los cuerpos o sus partes cambian sin su consentimiento, sin su
aprobación.

Cuando recurren a actos de cortar el cuerpo quirúrgicamente las mu­


jeres sienten que han retomado el control, así sea transitoriamente, de
sus cuerpos fragmentados. La fragmentación del cuerpo se percibe so­
bre todo en los senos; son clasificados según varios factores tales como
textura, tamaño, longitud, su punto de enfoque; lo que conlleva la rea­
lidad de tener los pequeños, grandes, caídos, desocupados o flácidos. El seno
debe estar firme, lo que hace que el seno no se mueva tanto, no debe
ser demasiado grande para que no se note; igual sucede con el pezón.
Las mujeres perciben los cambios en sus senos como los describen
María y Lina:

María: se me cayeron...

Lina: se volvieron flácidos...

Y el cirujano invita a hacer una nueva fragmentación:

Dr. Garzón: si no le gusta el tamaño de sus pegones... los podemos achiquitar

Son enunciados flotantes tras la pregunta: ¿por qué se busca un seno


firme o levantado?, de manera semejante a lo cuestionado por Susan
Bordo (2003): ¿por qué el cuerpo delgado se ha convertido en el cuer­
po idealizado? Ahora que el seno ha perdido o va perdiendo su valor
materno (Sevilla Casas, 2003) el significado predominante está atado a
lo sexual. La autora muestra que el interés por tener un cuerpo ‘delga­
do’ está acompañado por la meta de disponer de un cuerpo firme con
músculos que expresen sexualidad, pero sexualidad controladay manejada, que
no esté a punto de explotar de form a no deseada y de form a vergonzosa (Susan
Bordo, 2003, p. 195). Igual que un cuerpo controlado lo que se busca
es establecer una sexualidad controlada.

61
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Por eso mismo, cada cambio corporal buscado quirúrgicamente es un


cambio controlado pero, además, es un cambio que controla. En los
discursos médicos, los senos se construyen como partes del cuerpo
fuera de control con el ‘paso del tiempo’ —como dicen los cirujanos, no
están en el lugar que deben estar, se cayeron, se volvieron flácidos-, son cambios
no deseados e incontrolables. Los senos demasiado grandes, que se mue­
ven demasiado o que atraen demasiada atención, muestran un cuerpo no
controlado, ubicado fuera de los límites apropiados para la feminidad;
pueden conllevar una sexualidad descontrolada en los términos de Su­
san Bordo. Por lo tanto, la cirugía que sube, rellena, aumenta los senos no
solamente trabaja esta parte del cuerpo sino trabaja ‘mujer’, feminidad,
sexualidad, y sobre todo, heterosexualidad.

Subir, rellenar, levantar, aumentar, proyectary dar perfil hace parte del pro­
ceso de la normalización de los senos y de la edad. Este vocabulario,
aunque hace referencia al cuerpo y en particular a los senos, hace eco
con lo que se busca hacer a través de las construcciones de femini­
dad y masculinidad —ya que todo está enfocado hacia el hacerse ver, el
destacar el cuerpo construido según las reglas de feminidad-. Un seno
proyectado es una feminidad proyectada, dar perfil al busto afina a la
mujer como ‘mujer’. Los cambios que ocurren en el cuerpo alejan a
las mujeres de la feminidad encarnada en senos levantados, proyectados,
perfilados,y rellenados-, y cuando las mujeres buscan ‘volverse como antes’
equivale a recuperar feminidad.

Una situación similar se percibe cuando los cirujanos observan en las


mujeres el signo de la tiranta —una marca inscrita en el hombro por el bra-
sier- y llegan a la conclusión de que el seno es demasiado pesado indi­
cando la posible necesidad de una intervención. Aquí nuevamente es el
cuerpo el que presenta el problema y no el brasier aunque haya fallado
en su intento de disciplinar al seno; entonces es el cuerpo indisciplina­
do que se convierte en problema. Por consiguiente, es necesario buscar
otros métodos más efectivos para su control directo y específico.

Por estas vías de fragmentación se sugiere que el cuerpo de las mujeres


y el envejecimiento femenino son más fáciles de moldear ya que existe

62
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

mayor número de partes del cuerpo con las cuales es posible trabajar exi­
tosamente. Son partes corporales observables desde diferentes y nuevos
ángulos y gradientes, resultando un examen más vigoroso y complejo;
examen acentuado en el momento del control posquirúrgico.

Después de las cirugías, a veces es necesario ‘corregir’ otras partes del


cuerpo, esas que surgen como errores de los procedimientos, con reto­
ques que implican una intervención post-cirugía menos grave. Se actúa
sobre algo que ya fue arreglado o corregido por la cirugía pero que
no quedó ‘perfecto’, generando una situación paradójica. La paradoja
deriva del hecho de que una primera cirugía crea una imperfección
quirúrgica percibida apenas como un pequeño detalle, mientras que el
desbalance o desarmonía natural del cuerpo envejeciente se magnifica
mediante la mirada experta con grandes repercusiones sobre la psiquis,
sobre las emociones.

Grasa, piel, cicatrices. En la segunda parte del último siglo, la grasa


se ha convertido en un problema dentro de las nuevas construcciones
del cuerpo y la tendencia general es una campaña anti-grasa en todos
los aspectos de la vida, principalmente con la restricción de la comida
y la constante intención de eliminar los depósitos de grasa del cuerpo.
Sin embargo, la grasa tiene una relación especial con el envejecimiento
ya que si bien representa algo peligroso, algo que puede conducir a la
muerte, algo dañino para la salud, algo que está ‘acelerando’ el proceso
de envejecimiento, también sirve para rejuvenecer, para dar un aspecto
joven y para ‘llenar’ vacíos que van quedando con los años en algunos
ángulos corporales. Esto se observa cuando la residente le comenta a
una mujer que desea la liposucción:

Dra. Espinosa: No vayas a quitarte la grasa de la cara, tienes una cara ¡súper
joven!

Aquí no se percibe únicamente la plasticidad del cuerpo sino también


la de diferentes partes que lo componen como algo ‘malo’; por tanto su
reconstrucción es deseable. De esta manera, la grasa en sí misma no es
el problema, no es la enemiga del cuerpo ya que permite mantener un

63
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

aspecto juvenil y además ayuda a definir las identidades de género. Una


cara con grasa tiene un aspecto redondo lo que la acerca a la apariencia
de un bebé; para las mujeres una cara de bebé está aceptada y hasta
buscada, incluso por lo angelical; pero para los hombres no porque
altera los rasgos varoniles, como los describe el cirujano:

Dr. Garzón: los rasgos han de serfuertes... angulares

La epidermis de cada persona da cuenta de escenografías corporales


dinámicas y complejas; de cuerpos vividos con más o menos coloniza­
ción; y de fragmentos corporales manipulables. Por tanto, la piel, igual
que las otras partes del cuerpo, es calificable. Se analiza en términos de
calidad pero también por la información que potencialmente comunica
en relación con el envejecimiento de las personas, su conducta, su sis­
tema genético; si las personas cuidaron o no sus cuerpos, si el cuerpo
aparece como una materia prima con fallas.

La piel, igual que otras partes del cuerpo, es un lugar para la disciplina y
el control o la pérdida de control, sobre todo con respecto a la flacide 3 .
La piel se califica en términos de sus cambios: se vuelve flááda, se arruga,
se estira o se estría, es laxa o fofa, incluso a veces sobra; o en términos de
existencia como materia prima: de buena/mala calidad o a veces en tér­
minos de las dos: Usted tiene la p iel negra, se arruga menos pero también es
difícil de moldear. Algunos cambios se presentan como ‘naturales’ como
un daño inevitable y otros se manifiestan como cambios relacionados
con el exceso o la falta de cuidado, ‘se cuida con cremas’, ‘tiene la piel
macerada por el sol’. En todo caso, en cualquiera de estos términos el
envejeámiento es altamente controlable aunque no siempre se pueda controlar.

Los cambios en la piel que se manifiestan durante la vida contrastan


con otros cambios como son las cicatrices. Las cicatrices en las cirugías
plásticas pueden existir de dos formas; como parte de un cuerpo pre-
quirúrgico donde se busca ‘mejorar’ o ‘trabajar’ las cicatrices ya pre­
sentes, o como un cuerpo post-quirúrgico en el cual una cicatriz forma
parte de un cuerpo finalmente más bonito. Mientras que la mayoría de
los cambios en la piel por causa del envejecimiento se presentan como

64
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

aspectos negativos —son deformidadesy daños-, la cicatriz es algo que ad­


mite lecturas positivas, principalmente porque puede mejorar con el tiempo,
a diferencia de otros cambios en la piel que empeoran, por ejemplo, los
defectos en la p iel que van pasando y pesando con la edad.

En las cirugías plásticas las cicatrices pueden significar para las mujeres un
cambio vivido, vinculado a la meta de ‘mejorarse’. Ellas desean disfrutar
de esa calidad de vida que responda a las exigencias de una organización
social que ha convertido al cuerpo en un capital altamente simbólico.
En el proceso de negociación para hacer o no hacer la cirugía durante la
consulta, después de haberse convencido a sí mismas, las mujeres deben
analizar si la cicatriz realmente vale lo que se gana por medio de la ciru­
gía. A menudo las mujeres se muestran sorprendidas por el tamaño de la
cicatriz previsto antes de la cirugía, y mucho más atónitas quedan cuando
finalmente observan la cicatriz ya instalada en sus cuerpos. Puede dar
lugar a una nueva cirugía para corregir los tejidos cicatriciales.

En la consulta, las cicatrices son ‘opciones’ que van apareciendo y for­


mando parte de la vida; con estas opciones en las manos y las mentes
de las mujeres va quedando la responsabilidad de los resultados. Se­
rán en todo caso acompañadas por el consentimiento informado. Las
cicatrices constituyen las huellas de sus decisiones, como lo describe
Kathryn Pauly Morgan (2003, p. 174) las mujeres que deciden realizar una
árugía plástica a menudo representan el paradigma racional. Esta cuestión se
escucha en la consulta cuando el residente le explica a Laura cómo
quedará la cicatriz en los senos después de un proceso para levantarlos,
explicación que plasma en un dibujo:

Dr. Hernández: el seno coge una form a redonda, pero queda una cicatri\ así; es
como cortar un tro%o de ponqué

Laura: (se muestra sorprendida) no pensaba que era tan grande

Dr. Hernández: no es gratis, nada es gratis en la vicia, las mujeres dicen que
quedan muy contentas con un seno redondo, la mayoría de las mujeres quieren un
seno bonito pero con cicatriz

65
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Laura: ¡claro!

Las opciones para escoger no son muchas pero les plantea un dilema:
tener un seno ‘bonito’ con cicatriz o continuar con un seno ‘feo’ sin
cicatriz. Dicho dilema suele utilizarse como estrategia de captura (Ma-
lagón, 1999): el seno en su estado actual es feo e inadecuado, juicio
estético más que juicio clínico; primero porque no corresponde a la
construcción de un seno bonito presentado por el discurso médico
como un seno ‘redondo’; segundo porque no ha sido trabajado quirúr­
gicamente; y tercero porque los senos solamente se convierten en ‘bo­
nitos’ cuando son resultado de un trabajo, un esfuerzo, una disciplina
ejercida sobre ellos —no es ¿rails’-. De esta manera, la cicatriz termina
siendo componente clave de un seno bonito porque simboliza la bús­
queda de la meta deseada, es decir, de ‘mejorarse corporalmente’, de
sentirse bien, de retener las miradas.

Por supuesto, las cicatrices resultan más favorables que los cambios
provocados por el envejecimiento va que indican un esfuerzo por ‘me­
jorar’ el cuerpo, no son marcas inscritas en el cuerpo porque nos es­
tamos acercando a la muerte sino cambios determinantes para la vida
porque estamos intentando alejarnos del final anclado en la muerte;
no reflejan la decadencia de nuestros cuerpos sino el potencial de la
autodeterminación; y sobre todo como no son culpa nuestra podemos
actuar sobre sus factores desencadenantes. Es más, si bien los cambios
por el envejecimiento parecen incontrolables, las cicatrices pueden ser
controladas por la persona misma que decide tratar la visibilidad, el
tamaño, la longitud y la posición, indicando control certero sobre el
cuerpo.

El deseo de mejorarse y la aparición de las cicatrices dividen el cuer­


po de las mujeres en zonas que hablan de un cuerpo público y de un
cuerpo privado, como lo ha señalado Elizabeth Grosz (1994, p. 140):
las cicatrizaciones marcan el cuerpo como una categoría pública, colectivay social,
p o r medio de la inclusión y la membresía; crean mapas de necesidades sociales con
sus requisitosy excesos. Además, un cuerpo ‘bello’ cicatrizado se convierte
en un cuerpo que las mujeres pueden exponer para otras y otros, un

66
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

medio que le permite a la mujer entrar o mantenerse en la ‘membresía’


de la feminidad construida, reciclada. El bikini es una importante he­
rramienta discursiva que representa el cuerpo público ya que cuando
las mujeres preguntan por las cicatrices los cirujanos asienten:

Dr. González: se puede utilizar un bikini sin problemas

Al otro lado del cuerpo público se halla el cuerpo privado, cuerpo que
únicamente ellas pueden ver, cuerpo cicatrizado descrito al hablar con
una mujer sobre la lipectomia:

Dr. Garzón: se va a ver mejor el cuerpo, pero cuando se destapa se verá todo

Y luego...

Dr. Garzón: nadie va a verlas cicatrices —solo tú

En este contexto cobra sentido el trabajo de Suzanne Fraser (2003) en


el cual afirma que todo lo que concierne a la feminidad se ha trasla­
do del espacio privado al espacio público. La feminidad se estructura
como un ritual o se vive como un ‘performance’ (Judith Butler, 1999);
uno u otro se despliega en el espacio público donde hay grupos de
espectadores y espectadoras cuyas miradas agudas provocan un ‘arre­
batamiento’ del cuerpo de las mujeres. En otras palabras, el cuerpo
femenino se construye a partir de la necesidad de exponerlo con altas
dosis de control, ahora concentradas en ocultar las cicatrices.

Las cicatrices en la cirugía plástica constituyen un asunto sustantivo


ligado al ‘corte’ y sus huellas o vestigios. El corte quirúrgico devuelve
a las mujeres su feminidad. Las cirugías plásticas cortan, esculpen y
perfeccionan el género sobre la superficie corporal y, por medio de
este proceso, los cuerpos vividos quedan impregnados con distintos
significantes flotantes que se van encarnando en los tejidos como ins­
cripciones codificadas positivamente al momento de rendir sus cuentas
de género.

67
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Cuerpos y emociones. En las cirugías plásticas no se trabaja única­


mente el envejecimiento reconstruyendo las diferentes partes del cuer­
po para hacer juventud, sino que además se trabaja con las emocio­
nes para crear vivacidad. Las miradas tristes se convierten en miradas
alegres, los ojos cansados reaparecen frescos y juveniles, las caras de
enojo y braveza se vuelven relajadas y las múltiples partes del cuerpo
terminan comunicando una nueva ‘actitud’. Y, así resurgen significan­
tes flotantes con los cuales las diferentes partes del cuerpo continúan
adoptando múltiples significados a medida que los conceptos origina­
rios van quedando rebosantes o vacíos. Estos significantes, siguiendo
principios desarrollados por Joan Scott (1988), además de sujetar o es­
trechar sujeciones, aparecen simultáneamente configurando categorías
vacías al carecer de un significado último y categorías rebosantes por­
que contienen definiciones alternativas, negadas o suprimidas desde lo
establecido; también retienen o ignoran sentidos.

Por un lado, los cambios corporales vinculados o no al proceso de


envejecimiento se manifiestan como cambios en las emociones y, así,
el papel de las cirugías también pasa por la creación de sentimientos
asociados a juventud y belleza. Con el bisturí no se crean únicamente
cuerpos ‘jóvenes’ o ‘bellos’ sino que se crean la alegría y la frescura
como sentimientos deseables y como elementos ‘naturales’ de edades
específicas.

Por otro lado, se naturaliza la juventud fresca y vital mientras la vejez


equivale a cansancio. Siguiendo la misma línea, en el espacio médico se
establece un vínculo fuerte entre el cuerpo, la apariencia corporal y los
sentimientos de la persona, identificando desequilibrios para señalar
que la falta de expresión por medio del cuerpo puede convertirse en un
obstáculo en la vida de las personas; obstáculo insalvable sin cirugías.

Mediante este discurso las emociones, igual que el envejecimiento, se


comienzan a homogenizar ya que el cansancio, la tristeza y el enojo se
ubican en el mismo lugar, y además de la misma manera; para mostrar
las emociones deseables como la alegría y la frescura, es necesario te­
ner los ojos abiertos. Se percibe un juego de verdad (Foucault, 1978)

68
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

para proceder a quitar la piel sobrante: no es la piel la que se manifiesta


como problema sino el ojo triste y la tristeza de la mirada; no se busca
eliminar las líneas en la frente sino la expresión de enojo o el frunci­
miento que la surcan.

A las emociones se las construye en el cuerpo pero continúan flotando


a su alrededor. Es más, igual que el discurso de la naturaleza, el discurso
de las emociones busca naturalizar el uso de cirugías plásticas ya que no
se trabaja únicamente con las partes del cuerpo, o sea carne y hueso, sino
con las personas y sus sentimientos, construyendo subjetividades en tor­
no a las emociones deseables, necesarias para el cuerpo moderno.

Cada subjetividad se construye por medio de un proceso de homogeni-


zación de los sentimientos que además se vincula a la modernidad porque
es sobre todo un proceso que supone intensificar la formali^ación de la experiencia;
esto significa también una contingencia acelerada, la agudización del sentimiento de
que la vida es efímeray el tiempofuga^ (Jiménez, 1995, p.181, cita en Zandra
Pedraza, 1999, p. 49).

Cada subjetividad expresa y contiene sentimientos formalizados en los


ojos, la frente, en toda la cara y en el cuerpo como conjunto de frag­
mentos; el manejo de cada uno de ellos es la estrategia para manejar el
‘tiempo fugaz’ del envejecimiento que se interrumpe con las cirugías
plásticas estéticas. La edad se ‘demuestra’; la alegría no se siente sino se
expresa, se proyecta igual que el ser mujer u hombre donde lo impor­
tante es marcar una diferencia con el después.

Las emociones como cualidades personales distintivas entre mujeres y


hombres se convierten en aspectos deseables pero además consumi­
bles. Se comienza a consumir alegría, frescura, vitalidad como cualida­
des disponibles para todos y todas por medio de diferentes actividades
o acciones. Además, son posibles de medir, contar, definir y establecer
sus consistencias y su constitución. Alegría, frescura y felicidad, funcio­
nan como acontecimientos que afectan tanto al cuerpo como al género
y a la edad; se define su constitución para luego construirlas y empacar­
las antes de ofrecerlas en venta y propiciar su consumo.

69
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

La feminización del espacio


Las mujeres acompañantes también ayudan a crear una cierta normali­
dad en las consultas donde se hace género. Suzanne Fraser (2003) dice que
las mujeres activamente obtienen placer en los rituales de la feminidad;
aquí se manifiestan por medio de actividades compartidas con otras
mujeres que parten de similares experiencias corporales. Lo mismo se
observa en otros espacios tales como el salón de belleza, la peluquería,
el gimnasio o los espacios placenteros de socialización para las mujeres
pero además espacios para el despliegue sin límites de los dispositivos
de feminidad. Las actividades y las interacciones de este espacio se
convierten en sistema de valor y así se hace género.

El hacer género se observa en las conversaciones entre las mujeres que


esperan sus citas. En un caso particular dos mujeres esperaban en el
pasillo sentadas en la silla de madera y contaban sus experiencias con
el cuerpo y las cirugías; una de las mujeres mostraba a la otra, casi va­
nidosamente, sus cicatrices.

Hacer género significa que la mujer es objeto de la mirada pública y las


partes de su cuerpo son componentes públicos, extraídos de su sitio
corporal, y discutidos minuciosamente a modo de examen. En este sen­
tido, el cuerpo femenino funciona como un ‘no lugar’, según lo descri­
be Alonso, el cuerpo femenino es un símbolo o conjunto de símbolo(s)
sometidos continuamente al reconocimiento, que hace(n) olvidar el tiempo
y el espado exteriorpara activar la memoria del consumoy la percepción del consu­
midor como calador y recolector de marcas (Alonso, 2005: 119). Así mismo,
con esta forma de hacer género circula un componente de placer, una
meta de rendir cuentas con la feminidad, un deseo de ‘performarse’
como mujer, pero también una expresión vergonzosa.

Pena o vergüenza. En este espacio de la consulta médica, el hacer


género también se concentra en las relaciones que construyen las mu­
jeres entre ellas cuando se enfrentan a profesionales de la salud en la
consulta. En este espacio a veces están presentes numerosas mujeres
ya interesadas en una cirugía o que quieren ofrecer su apoyo a la con­
sultante. En un caso particular, cuando se adelantaba la cita preliminar

70
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

de Julia, una mujer a quien se le dificultaba el hecho de desnudarse para


el examen, su amiga buscó una forma de explicar las dificultades al
cirujano mientras Julia permanecía sentada en la camilla:

Amiga de Julia: es que a ella le da pena Doctor

La vergüenza, como lo describe Sartre (cita en Sandra Lee Bartky, 1997)


requiere un público porque es una reacción intersubjetiva activada pre­
cisamente en situaciones donde operan las relaciones intersubjetivas.
La vergüenza señalada por la amiga reubicaría a la mujer consultante en
la posición de objeto bajo el dominio de la mirada del otro. Si bien para
Sandra Bartky la vergüenza es profundamente discapacitante, en las cirugías
plásticas he observado que la vergüenza es, según el mismo Sartre, un
‘reconocimiento’ necesario dentro del sistema social de relaciones pa­
triarcales. Por eso, mostrarse ‘apenada’ hace parte de la entrada de las
mujeres en este espacio convirtiendo la vergüenza en un ‘performance’
en el cual subyace la rendición de cuentas de la feminidad, convirtién­
dose en una de sus herramientas principales para el heterocontrol.

La mirada del otro en las cirugías plásticas funciona como un espejo ya


que la mujer mirada es a la vez la sujeta y la objeta10; recibe la mirada
del otro pero también observa la mirada del otro/de la otra, incluso ella
misma mira su cuerpo como si fuera otra distinta/distante. Así ocurre
cuando los cirujanos me invitan a mirar las fotos clínicas (desnudas)
de las mujeres (sin permiso de las mujeres) mientras ellas también las
miran, o cuando el cirujano me invita a ponerme frente al cuerpo de la
mujer examinada con el fin de ver mejor el ‘p roblem a’, como fue el caso de
Julia, la mujer mencionada anteriormente por sus reacciones de pena.

El Dr. Garzón examina el cuerpo de Julia y observa sus defectos aquí


esta flácido... aquí está muy caído...

Pero para Julia, lo que se está observando no es su cuerpo sino es ella


misma como objeto. El cuerpo no es flácido sino que ella es la flácida, sus

10 Me limito a ‘jugar’ con el lenguaje como una forma de explorar, con el cobijo de una
licencia poética, las relaciones performativas de género.

71
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

senos no están caídos sino que ella es quien está caída. El cirujano
trabaja con un cuerpo en términos foucaultianos, un cuerpo en cuya
superficie se inscribe un envejecimiento susceptible de ser borrado o
removido por la medicina; pero para la mujer no existe el cuerpo, ella
y su cuerpo son lo mismo, inseparables y construidos por el discurso
opresivo que fabrica masculinidades y feminidades.

Hijas y madres fabricando juventud. En las consultas también se


encontraron mujeres acompañantes desplegando su relación como
madres e hijas. Sus interacciones permitieron observar la forma como
se apoyan discursivamente unas a las otras y encuentran eco médico a
las construcciones de envejecimiento y juventud. El envejecimiento,
dicen sus interacciones, no se refleja únicamente en los modos de vivir
los cambios corporales sino que además se hace a través de la presen­
tación activa de esos cambios corporales por medio de las personas
cercanas. La madre vive su cuerpo y su envejecimiento a través de las
construcciones de su cuerpo hechas por las personas cercanas a ella
pero ubicadas dentro de un concepto de generación (madre e hija). En
el siguiente caso, una mujer que optó por la lipectomía, estuvo acom­
pañada por su hija, una mujer joven:

Hija: ella se hi%o una lipectomía, es quitar lo que sobra del abdomen, subir la ceja,
j a que con el envejecimiento se cae, quitar lo que sobra de los párpados...

Madre: me fu e m uj bien en la cirugía

Hi)a: hace mucho tiempo quería hacerlo pero por cuestiones de plata... tenía los párpa­
dos m uj caídos, las bolsasp ron u n á a d a s.d ejoven usaba lentes de contacto...

Madre: p o r vanidosa, te arrugasj a l verme en el espejo..., la cara refleja lo que es


uno, se desplaya todo,... se cae todo a l desvestirse,... ahora me veo como másform a­
da, mi ropa está más ajustada, uno se siente mejor internamente, me separé... ésto
bajó mi autoestima. .., sombras debajo de los ojos, debido a los lentes...

Hija: dejoven hi%o ejercicio, después se desorganizó...

72
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

Por medio de la construcción que la hija hace del cuerpo de su madre,


ella teje diferentes significados tanto del envejecimiento como de la
juventud, con poca o ninguna alusión a lo personal. Ambos conceptos
se encuentran siempre yuxtapuestos: un cuerpo ‘joven’ a un cuerpo
envejecido. La hija no tiene los párpados caídos ni su cuerpo se ‘despla­
ya’ cuando se quita todo; ella está ‘joven’ pero además de eso ella está
‘bien’, y no necesita cirugía alguna.

El discurso de la hija es explicativo: funciona para explicar lo que su


cuerpo no es, pero, más aún, sirve para justificar que la cirugía es nece­
saria para su mamá, quien exhibe un cuerpo cambiado por la presencia
de un párpado caído, un elemento clave para optar por una interven­
ción que elimine el defecto; ella no tiene esas preocupaciones, es un
asunto privativo de su mamá. Más que eso: entre las tres mujeres (la
hija, la mamá y yo) había certeza de que eran cuestiones únicamente
para la mujer de mayor edad: la mamá cobijada por los efectos de dis­
cursos implícitos llenos de significantes flotantes que aluden a la vejez
y al envejecimiento.

En síntesis, madre e hija construyen el envejecimiento a partir del cuer­


po, además se construye el cuerpo a partir de las experiencias de la
otra; desde sus cambios corporales pero principalmente de sus carnes
‘caídas’, lo mismo que por la imposibilidad de participar en rituales de
feminidad mediados por ‘ropa apretada’ para mostrar el cuerpo, como
lo describe Julia Twigg: no nosjuagan p o r la edad que tenemos sino p o r la edad
que no tenemos y, más aún, por aquello que la edad permite o impide ha­
cer, aquello que el cuerpo permite o impide vestir.

El envejecimiento a partir del cuerpo puede quedar en un sentirse ‘mal


internamente’ lo cual revela los efectos de la construcción de un cuer­
po exterior e interior (Featherstone, 1982), junto con la relación acep­
tada entre las dos mujeres como la manera de entender los cambios
corporales y de darles sentido, cuando se decide recurrir a la cirugía
plástica estética. Suzanne Fraser (2003, p. 116) dice que las mujeres tra­
bajan constantemente para dar significados a sus cuerpos, para ellasy para otros,
y aquí las mujeres trabajan juntas para dar significados a sus cuerpos, o

73
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

para que el acto de reinventar el cuerpo viejo se base en la reinvención


revivida a partir del cuerpo joven.

La hija asume el envejecimiento en términos de ‘deterioro natural’ pues


se basa en una relación de alineación directa con el cuerpo que vive un
proceso no controlable por la voluntad propia, cuestión que tampoco
es deseable. La madre narra un proceso ya vivido. Ambas, madre e
hija, aprenden a tomar las necesarias precauciones: hacer ejercicio con
disciplina, no desorganizarse indebidamente en la comida o la bebida,
cuidarse como han prescrito las voces expertas; es un proceso discipli­
nante donde las hijas aprenden de sus madres y se anticipan viendo lo
que les espera si no se ‘cuidan’ oportunamente.

En el caso narrado, madre e hija construyeron juntas sus discursos


sobre sus cuerpos cambiantes entendidos como jóvenes y viejos; en
otras ocasiones el cuerpo de la madre lo van definiendo entre la hija y
el cirujano mientras la madre observa y ‘admira’ un cuerpo hecho para
ser bella, linda, hermosa, tener senos divinos, o un cuerpo de quinceañera. Una
situación observada en una cita de control cuando el cirujano examina
los senos de una mujer usuaria (hija). El cirujano está sentado en una
silla y la usuaria está de pie. El cirujano coge con sus manos los senos
de la usuaria. Detrás del hombro del Dr. Castro está la mamá quien
observa las acciones del cirujano. El cirujano dirige su mirada hacia la
mamá y dice:

Dr. Castro: ¡Que hermosos!¿Cierto?

Madre: calla, observa...

Frente a la invitación hecha por el cirujano a la mamá, observar y admi­


rar los senos de la hija, emerge la figura de la madre como espectadora
de la belleza y del cuerpo ‘joven’ de la hija (y no como mera parti­
cipante de grupo observador), mirada que va a utilizar después para
entender su propio cuerpo. Si el cuerpo de su hija es bello, hermoso y
espectacular entonces cómo comprender los significados de su cuerpo

74
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI' EN EL QUIRÓFANO

y, más aun, ¿cuáles han de ser las estrategias necesarias para entender
los efectos de lo vivido?

A la vez, el discurso no dicho de la madre se encuentra subyacente en el


silencio ya que, como lo afirma Foucault (1978), los silenciosform an parte
integral de las estrategas que apoyan y pernean los mismos discursos, cuestión
percibida cuando el cuerpo no-bello, no-joven, no-hermoso de la ma­
dre no se menciona, no existe... Los silencios hablan de una ausencia
de imágenes de mujeres envejecientes que viven ocultas socialmente,
de mujeres con cuerpos envejecidos como cuerpos valiosos y no al
margen de un cuerpo idealizado e inalcanzable, el cuerpo joven. Como
sabemos que las imágenes forman parte del maquillaje cultural, tam­
bién somos conscientes de que estas mujeres simplemente no existen;
incluso que no deben existir debido a los avances científico-tecnológi-
cos que invaden el mundo moderno. Por medio del silencio, se cons­
truye género y edad, ‘mujeres’ envejecientes e invisibles.

El cuerpo de la madre, como cuerpo de ‘otra’ (Sara Harper, 1997), pue­


de existir únicamente en virtud de ser una ‘sujeta’ de cambio, como un
cuerpo en transición. Dora es una mujer que acompaña a sus dos hijas
a realizarse cirugías de aumento de los senos y de nariz; después de que
ellas han sido examinadas en la consulta, expresa sus intereses:

Dora: j para m í doctor; ¿qué hay para m í?

La mujer que busca cambiarse con un procedimiento quirúrgico es


una mujer con un cuerpo en transición que muestra inconformidad
con su apariencia corporal o reconoce su ineficiencia. Después de que
el cirujano le ofrece el servicio que ella desea la ubica en la escala de
envejecimiento/belleza y dice a las hijas:

Dr. Castro: su mamá tiene una p iel chévere, ella se cuidó con cremas

El cuerpo de la madre se ubica en la escala de envejecimiento y belleza


por la voz experta, desde la cual se habla del comportamiento apro­
piado para mantener una actitud juvenil con la lozanía de la piel. Es

75
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

una situación en la cual quienes participan con su presencia, y su voz


lega, construyen una importante lección para que sea tenida en cuenta
por las jóvenes hijas: el envejecimiento de la madre es ‘bueno’ princi­
palmente porque ha buscado controlarlo, y lo ha conseguido con sus
rutinas de estricta belleza (más que de salud).

Aunque la mayoría de las mujeres obtuvieron la aprobación de las mu­


jeres u hombres acompañantes, los casos donde los/las acompañantes
no estaban de acuerdo también son dicientes. En una ocasión, observé
que una mujer mayor acompañaba a su hija de 44 años en su cita de
control; ambas venían de una ciudad de provincia. La madre parecía
inconforme con la cirugía y me expresó lo siguiente:

Madre de la usuaria: no lo entiendo,... no entiendo p o r qué se hi^o esto...

Tamara Hareven (1995) destaca la importancia de determinar hasta qué


punto y de qué manera las personas perciben su entrada en una fase
nueva y concreta de la vida, teniendo en cuenta que esta conciencia
tiene influencias derivadas del periodo histórico, la cultura o la clase
social. Para la madre, su punto de entrada a la vejez vivida se convierte
en clave para otras lecturas del cuerpo que contrastan abiertamente
con el punto de entrada de la hija. La lectura del cuerpo de la madre se
hace a partir de un momento en el que no se exigían cuerpos ‘sin rollos
de grasa’ ni el mantenimiento de la ‘piel firme’ o los ‘senos redondos’,
aunque seguramente exigían o cumplían otras características constitu­
yentes de la feminidad -cuidar niños, dedicar tiempo a la familia-.

En efecto, lo que se observa en parte es que la construcción de las eda­


des como diferentes etapas claramente separadas de la ‘vejez’, anuncia
la lejanía de la última etapa. La llamada ‘tercera edad’ se percibe como
una extensión de la juventud por la interacción cotidiana entre hijas ‘jó­
venes’ y madres de la ‘tercera edad’. Aunque no se considera la ‘tercera
edad’ una etapa ‘auténticamente’ joven es aún posible simular la juven­
tud o es todavía válida la búsqueda de una apariencia joven a esta edad.
En otras palabras, lo que distingue a la vejez de las otras etapas de la

76
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

vida es la imposibilidad de simular las otras etapas y, sobre todo, de ha­


cer una ‘verdadera’ juventud acorde con las estipulaciones de género.

Amigas fabricando feminidad. En este contexto del análisis las mu­


jeres amigas construyen y reconstruyen la feminidad con su participa­
ción en las consultas. Si bien cada vez más número de mujeres se inte­
resa por las cirugías plásticas estéticas, la influencia de las amigas que
han recurrido a una cirugía sin “morir en el intento de recuperar sus
cuerpos de antes”, ha incrementado la demanda quirúrgica para arre­
glar partes o totalidades corporales. Anita, una mujer que viajó desde la
provincia para acompañar a una amiga a la cita de control y, al mismo
tiempo, asisdr a una cita preliminar con el fin de hacerse una liposuc-
ción, reporta haber encontrado en su amiga la motivación:

Anita: mi motivation fu e ella pues j o pensaba que con la liposuction las mujeres
moríany todos, pero ahora veo que no ocurre eso...

Las mujeres antes de involucrarse en esta clase de procedimientos tenían


una imagen fatalista de la cirugía por sus relaciones con la muerte u otros
aspectos negativos como la deformación o las fallas en la cicatrización. A
través de la experiencia de otras mujeres cercanas a ellas, las mujeres han
estado reconstruyendo sus percepciones e imaginarios acerca de las ciru­
gías que ahora son vistas/sentidas más positivamente.

Dentro de esta reconstrucción más positiva de las cirugías, las mujeres


encuentran un espacio para ellas como sujetas de cambio corporal qui­
rúrgico; ahora saben, y así lo defienden, que ya no van a hacer parte de
esos grupos de mujeres afectadas por terribles problemas post-cirugía
sino que van a convertirse en mujeres que se sienten mejores, se sienten
másjóvenes, se ven más bonitas, más felices, y tienen la mejor calidad de vida
deseada. Las relaciones entre las mujeres no solamente crean nuevas
percepciones sobre el cuerpo sino que además estructuran otros ho­
rizontes de futuro, como lo describe Featherstone (1991, p. 192): la
preservación de uno mismo I una misma depende de la preservación del cuerpo dentro
de una cultura, en la cual el cuerpo, es el pasaporte a todo lo que es considerado
bueno para la vida.

77
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Los y las profesionales de la salud son conscientes de la relación en­


tre las mujeres amigas en cada una de las consultas de cirugía plás­
tica estética y, por esta razón, el acompañamiento forma parte de la
construcción de las mujeres usuarias que vienen a las consultas. En un
caso particular, Jenny una mujer con una liposucción en su cuerpo, que
viene para cita de control, es atendida por los médicos Hernández y
González, quienes observan su cuerpo y comentan:

Dr. Hernández: ¡Q ué cuerpo de quinceañera!

Dr. González: ... p o r eso la amiga está tan embobada...

Jenny está construida subjetiva y corporalmente como una mujer ‘bella’


y ‘joven’ ya que tener un cuerpo joven, de quinceañera, implica dispo­
ner en su haber de un cuerpo bello, es decir, de todo aquello que la
mujer como mujer quiere ser en su singularidad. ¿Son estas las relaciones,
acciones o reacciones que manifiestan la calidad de vida?

Generalmente las cirugías plásticas estéticas se basan en la idea de que


mejorando las partes del cuerpo que causan inconformidad o dificultades en la
vida, se va a mejorar la calidad de vida de las personas. En dicha idea se pone
énfasis en el aspecto visual del cuerpo construido, el verse bien queda
valorado en términos de belleza y edad como experiencias singulares
de hermosura y juventud —al fin y al cabo todas las mujeres quieren
tener esta ‘belleza’ para contemplarla, exhibirla, mostrarla, sentirla-.

Es interesante también el uso de la palabra embobada como forma de


entender la urgencia de la amiga para realizar la intervención. La idea
de embobamiento tiene una primera resonancia de locura y desesperación
pero además evoca una segunda resonancia atada al capricho y la su­
perficialidad que contrastan con la meta de las cirugías: son y actúan
como salvavidas para las personas que sufren por causa de su aspecto
físico.
I
Sin embargo, ambas resonancias se quedan en el plano de lo bello y de
lo joven dictado por lo hegemónico. Por un lado, se reafirma el con­

78
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

cepto de belleza en términos del tamaño del cuerpo (ser delgada) y de


la edad (ser joven) pero en paralelo, por el otro lado, se confirma la no-
belleza de la otra que ha servido de referente. Es claro que la amiga quie­
re ser como esta mujer mucho más ‘bella’. Aparte de crear conceptos
de belleza y edad, esta situación también permite que estos conceptos
construyan a las mujeres por medio de las mismas mujeres.

La presencia de ‘otra’
Mi papel como investigadora creaba expectativas. Esto se hizo percep­
tible cuando al inicio de la investigación observaba las consultas sin
tomar notas con el propósito de interferir lo menos posible en ellas.
Sin embargo, esto cambió con la observación de María, una mujer que
se realizó una cirugía de reducción y levantamiento de senos en otro
centro de cirugía plástica, pero a quien se le había infectado el seno
produciendo la desaparición del pezón. Ella, a pesar de que ya le había
explicado sobre la investigación y le había pedido su autorización, esta­
ba un poquito perturbada por mi presencia y me preguntó:

María: ¿y es que usted no toma notas ni nada?

Los sujetos de la investigación dan señales sobre sus percepciones y so­


bre sus necesidades para que la investigación funcione mejor. Funciona
como el hacer género de Zimmerman y Candace West (1987); las per­
sonas exigen un comportamiento apropiado para el rol adoptado por
una investigadora como yo, que tenía la responsabilidad de mostrarlo
sin pausa. Aunque al principio pensaba que lo mejor era ser lo más
discreta posible, luego observé que causaba más desconcierto el estar
presente sin una función aparentemente definida. Tener en la mano el
papel y el lapicero otorgaría una gran importancia simbólica ya que ser
investigadora implicaba actuar como investigadora, de igual modo que los ci­
rujanos deben actuar como cirujanos, las usuarias como usuarias o los
usuarios como usuarios. Aparte de estar en la consulta, debía cumplir
con los requisitos de una investigadora visible y activa; así paulatina­
mente mi estadía en el recinto fue ganando mayor legitimidad.

79
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Otro factor que es importante mencionar aquí es la edad. Julia Twigg


(2004) en su estudio sobre la actividad de bañarse dentro de un hogar
para ancianos, observó la existencia de una mirada de la juventud muy
semejante al concepto de mirada médica. La mirada médica despliega el
poder ejercido sobre un grupo construido como el otro, el de personas
que consultan para controlar quirúrgicamente los efectos del envejeci­
miento. En el espacio de las cirugías plásticas, la mayoría son personas
jóvenes por edad cronológica —estudiantes, residentes, internas e in­
ternos-, cuyos cuerpos jóvenes ayudan a solidificar los discursos sobre
el envejecimiento. También contribuyen a normalizar el cuerpo según
lo ocurrido cuando el residente Hernández u t i l i z a como referencia de
juventud el cuerpo de una estudiante interna:

Dr. Hernández: mira cómo ella (interna)... ella no tiene estas líneas aquí...

Los grupos de profesionales ‘jóvenes’ explican por qué llegan las arru­
gas, o por qué la piel se torna flácida, utilizando un repertorio científico
para apoyar sus palabras, y con frecuencia hacen referencia a sus pro­
pios cuerpos. Como resultado circulan discursos basados en la lógica
científica y en el hecho cierto de que la percepción de lo joven o de la
juventud, y todo lo relacionado con ello, es la base ineludible de la toma
de decisiones quirúrgicas.

Algo semejante ocurre cuando el Dr. Garzón, cirujano de más edad,


examina a Carolina en su cita de control y quien se muestra desconcer­
tada por los resultados de la cirugía. El médico responde:

Dr. Garzón: no la puedo dejar como cuando tenía 15 años, es imposible, mire, está
bonita, está linda (lleva a la mujer al espejo)

Carolina: calla... mientras se mira al espejo y observa la foto previa a


la cirugía. A l mismo tiempo el médico pone la foto al lado de su cara
y agrega:

Dr. Garzón: en estafoto usted se ve cansada, triste, mire esta mejilla (en su cara
ahora), el pómulo está redondo, signo dejuventud

80
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

El médico mira a las personas en el consultorio para buscar a alguien


con el pómulo redondo como estrategia para dar legitimidad a su afir­
mación, pero a pesar de que encuentra a varias personas ‘jóvenes’ en
términos de edad cronológica, ninguna le sirve de modelo para mos­
trar. La cuestión es que no éramos suficientemente jóvenes o que éra­
mos jóvenes con caras poco o mal cuidadas.

De la misma manera, mi presencia como observadora cambió cuando


las partes de mi cuerpo, en particular la nariz, se convirtieron en puntos
de referencia para la actividad de seleccionar, comparar y cuestionar
lo que se quería mostrar en la consulta. Un ejemplo, que se repitió
durante todo el trabajo de campo, sería el tomarme como un foco de
contraste por parte de quien examinaba a la usuaria:
\ ]
Dr. Garzón: usted no puede tener una nari^ como la de Joann porque su p iel no
es así

Quedó clara la ubicación de los cuerpos con sus tejidos y formas en


una escala de deseo; por un lado el cuerpo es plástico y elegible pero
por otro no lo es tanto. La usuaria puede mirar un cuerpo y escoger lo
que desea como si fuera una prenda o una peluquería, es simplemente
una cuestión de identificar y elegir; esta plasticidad parece alcanzable
y produce en las personas un tremendo ánimo. Al mismo tiempo, el
deseo se encuentra frenado por las limitaciones del cuerpo; lejos de ser
un cuerpo que elige cada quien, es un cuerpo impuesto por las condi­
ciones del mismo cuerpo —esto queda en contraste con la percepción
de plasticidad que experimentan los usuarios y las usuarias-.

La presencia dominante de mujeres usuarias y la casi ausencia de hom­


bres usuarios, por un lado normalizó, naturalizó y facilitó mi presencia
pero, por otro, constituyó una circunstancia de extrañamiento puesto
que entre profesionales y estudiantes predominaban los hombres.

‘Verse como antes’. Es importante notar que aunque las cirugías


plásticas trabajan con una materia prima; también trabajan con ideas
abstractas de tiempo lo mismo que con la memoria pues, como afirma

81
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Elizabeth Grosz (1994, p. 132), el establecimiento de la memoria es uno de


los aspectos claves en la creación de la organización social. Las mujeres quieren
‘volverse como antes’ lo que significa no solamente volver a un cuerpo
de antes sino además a un estado anterior para contextualizar ese cuer­
po observado con imágenes evocadas por la memoria.

El caso de Ana, una mujer de 62 años quien se realizó una cirugía de


rejuvenecimiento, no quedó conforme con los resultados. Volvió al
centro para declarar su inconformidad, no con el cirujano practicante
sino con otro cirujano con quien tuvo más confianza. A Ana la había
encontrado unas semanas antes cuando asistió a control. Me acordé de
su presencia ya que parecía una mujer de mucha más edad, acompaña­
da por un hombre mayor que ella. Su presencia además sobresalía por
su lentitud, lo que contrastó con la manera un poco abrupta como el
cirujano y el grupo de profesionales la trataron, junto con el ambiente
caótico, ruidoso e impersonal de la consulta. En la primera cita, el ciru­
jano autor de la cirugía llevó a Ana a mirarse en el espejo, sacó las fotos
tomadas antes de la cirugía y las colocó al lado de su cara mientras
ella se encontraba frente al espejo. El cirujano resaltó los resultados
positivos de la cirugía mientras ella se mantenía callada; finalmente,
Ana salió y el cirujano comenzó a participar en las conversaciones que
dominaban el espacio de la consulta.
;.í ¡ i7. . r .v ; t . , ■ tr.f-v
En aquella ocasión, observé que Ana salió perturbada y distraída; se
me ocurrió que no estaba del todo contenta con su cirugía. Cuando salí
para entrevistarla, ya no estaba. Un mes después reapareció para mani­
festar una mayor inconformidad a otro cirujano, el Dr. González:

Ana: es quey o no era así, Dr., conozco bien mi cara

Las personas conocen bien sus caras pero el cirujano trabaja con una
cara desconocida, ¿cómo va a saber el médico cómo era la persona
hace 15 años?, pero más aún, ¿es posible para el cirujano saber cómo la
persona veía su cara hace 15 años? Las caras son construcciones socia­
les y biológicas, por lo tanto dinámicas y cambiantes. La cara de hace
diez años no es diferente solamente porque haya cambiado debido a las

82
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

transformaciones físicas, sino que también han cambiado los símbolos


con los cuales aprendimos a leer la cara —la propia y la próxima, mucho
más en la distancia-.

Aunque para Ana su cara estaba trasformada de forma distinta a lo de­


seado, para el cirujano había una gran ‘mejoría’, y con las fotos hechas
antes de la cirugía comenzó a mostrarle su cara de antes y la de ahora:

Dr. González: mira el párpado, ahora es un párpado normal

Y con voz experta, aunque de manera más cautelosa, busca posibles


explicaciones a la inconformidad declarada, comunicada por Ana. Dice
a ella y a su hija que la acompaña:

Dr. González: es importante revisar si tenía expectativas que no eran acordes con
la realidad, a veces los pacientes van más allá de lo que uno puede ofrecer... se dis­
tancian de los objetivosy se le echa la culpa a la cirugía... hay que pensar en esto­
la cirugía es para mejorar el contorno... la expresión cansada

Cuando terminó la consulta de Ana, el Dr. González me comentó que


ella tenía una construcción mental de su cara que conservaba aunque esta
había cambiado quirúrgicamente:

Dr. González: ella mejoró muchísimo, pero no estaba preparada para el cambio,
el problema esta acá (indica la cabeza), cuando vio su cara, no le gustó... cuando
las personas comienzan a contar ‘m i familia... mis hijos’, es que no tienen nada
que hacer, qué hacen entonces, miran en el espejo, miran a la cara todo el día, se les
acabó el motor

Se concluye que las cirugías plásticas estéticas alimentan un deseo de


volver a un estado ‘anterior’; cuando se observa que esto no es posible
se cuestiona el cuerpo de las usuarias y en este caso, su estado mental o
su estilo de vida. Los límites quirúrgicos no son claros y sobre todo pa­
recen cambiantes dependiendo del cuerpo sometido a la cirugía. Esto
se percibió claramente cuando una mujer quedó inconforme con los
resultados y lo expresó:

83
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Norma: tú dijiste que iba a ser un lulo, pero mira tengo muchas arrugas

Dr. Sánchez: estás demasiado bonita,y ¿todavía quieres más?

Norma: no sé, no sé qué es que me hi%o... si,yo estoy contenta, agradezco primero
a Diosy después a usted, pero s í le hi\o falta estirar un poquito

Dr. Sánchez: lo que hicimos en usted fu e mejillasy cuello, ... para quitar estas
arrugas toca cortar aquípara corregir esto, hacer una frontoplastia, el problema de
esto es que hay que cuidarse mucho en el postoperatorio, usted no puede exponerse
durante 6 meses, queda manchaday oscurecida la p iel

Norma: pero, ¿si me va a mejorar?

Dr. Sánchez: si me promete que se va a cuidar, sí!, porque esto es delicado, mi


paciente estrella

Norma: usted me dijo que iba a quedar como un lulo, pero un lulo espichado

Después de la consulta con la usuaria y estando aún en el mismo lugar,


el cirujano me comentó:

Dr. Sánchez: (en este centro) el nivel cultural delpariente es bajo, no se entien­
de que el cambio tiene límites, esta mujer que venía era tan fea, que hay un límite
para lo que se puede hacer y la gente no entiende eso, en otros lugares, uno dice que
no se puede hacer esto, y lo entienden

Los límites son ambiguos, se hallan sujetos a las mismas mujeres y es


su responsabilidad comportarse apropiadamente, indicando que una
cirugía no exitosa es resultado de una responsabilidad no cumplida
por parte de ellas. En el caso de Norma, es necesario un compromiso
adicional y la nueva participación del cirujano es condicional. Sin em­
bargo, al mismo tiempo, el cirujano afirma que en el caso de Norma
los límites son rígidos e insuperables, dependen de su propio cuerpo,
de su ‘naturaleza’, de la condición actual. Aunque el cirujano introduce
un elemento de humor en la situación, un poco tensa por el reclamo

84
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

de la usuaria, es innegable el desprecio y la frivolidad que surge en esta


conversación:

Dr. Sánchez: mi paciente estrella, ¿estás demasiada bonita.. .y todavía quieres


más?

Aunque en otros momentos el estado de antes es presentado como alcan-


zable en los discursos de los médicos, ambos, la consultante y el ciruja­
no, no rindieron cuentas con el género. Ella no cumplió con el volver
a ser la mujer de antes ni el cirujano cumplió con el darle el toque de
feminidad; ambos asuntos quedaron flotando.

Una situación semejante ocurrió en el caso de Dr. Garzón y Constan­


za, el cirujano aquí se enfrenta a su creación —a la ausencia de femini­
dad develada por el acto quirúrgico-, le incomoda el resultado y lo hace
saber con su humor tañido de desprecio; es una clara demostración de
los límites flotantes de las cirugías plásticas estéticas y aunque lo flotan­
te facilita el trabajo corporal, también revela sus fisuras y captura a sus
participantes con un espectro de ambigüedad.

Por lo pronto, en el contexto hospitalario, se advierte que las cirugías


de rejuvenecimiento no trabajan con el cuerpo o partes del cuerpo
como tales sino que trabajan con edades, con belleza, con feminidad y
con masculinidad, conceptos cuyos límites son ambiguos, cambiantes
y sobre todo flotantes como flotantes son los significantes.

Igualmente, se encuentra que cirujanos y cirujanas tienen que rendir


cuentas con base en estos componentes —deben cumplir no con la
construcción de cuerpo sino con la construcción del ser mujer, del ser
hombre, del ser joven-. En el caso de no hacerlo el trabajo quirúrgico
queda desprovisto de sentido; dicho sinsentido provoca desorientación
y genera un vacío en cada consultante, es decir, emergen las subjetivi­
dades hasta ese momento opacadas por los discursos médicos llenos
de juicios estéticos y clínicos; se hacen presentes, toman la palabra y
toman cuentas.

85
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Así mismo, el volverse como antes no abarca únicamente una búsqueda


para retornar a una condición física anterior sino que comprende una
añoranza derivada de un estado previo conocido, sentido, visto; algo
presente con más claridad en los cuerpos de las mujeres, quienes en
sus discursos manifiestan nostalgia de un cuerpo q u eja no es, pero además
nostalgia por una vida transformada. Con todo lo que se ha intentado,
nuevamente el acto de volverse resulta una ilusión del mismo modo que
el estado al que quiere o desea devolverse.

Entre las mujeres usuarias del centro sus cuerpos se adjetivan como
‘feos’, ‘malos’, ‘anómalos’; estas observaciones resultan de un proceso
de vigilancia impuesto pues posiblemente no estaba como tal anterior­
mente. Por lo tanto, la diferencia entre el ‘antes’ y el ‘ahora’ no es tanto
el cuerpo en sí mismo sino la constante vigilancia desatada a partir de la
consulta y su medición sin tregua en relación con los cuerpos de otras.

La búsqueda inicial de una intervención, aunque en parte sea para apa­


recer más joven, se conecta mucho más con el deseo de volver a un es­
tado libre de las preocupaciones del envejecimiento que no se detiene.
Si bien la cirugía ofrece a cada mujer y a cada hombre un cuerpo defini­
do en términos de belleza y juventud, siempre les queda la necesidad de
asegurar que no cambie de nuevo. Los resultados quirúrgicos visibles
reconfiguran la autovigilancia que ahora será mayor, con la promesa de
cuidarse de ahí en adelante sin más dilaciones.

Otra como referente. La compañía de ‘otra’ es una estrategia siempre


presente en las consultas de cirugía plástica estética. Metafóricamente
el cuerpo de otra mujer puede revelar lo que le falta a la imagen propia... la otra
sería poseedora de un saber sobre lo que debe ser hecho para captar la atención del
otro, para que éste se vuelva objeto de deseoy reconocimiento (Sonia Lisboa, 2004,
p. 162). Cada profesional de la salud utiliza la comparación con otras
mujeres para establecer verdades, llegar a sus conclusiones diagnósticas
y capturar a la mujer como clienta de la cirugía o las cirugías. Sobresale
la siguiente comparación:

Liliana: quiero que me miren elpompis, porque también anda mal

86
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

Dr. González: ¡no está mal¡

Liliana: lo veo caído...

Dr. González: usted no tiene senos feos

Liliana: j o los veo m uj caídos

Dr. González: usted no tiene punto de comparación, j o si

Liliana: sí... ¡claro!

La mirada médica presentada como una mirada extensa que tiene acce­
so a muchos cuerpos, emerge como constituyente de una mirada ver­
dadera, total y objetiva sostenida en la valoración estética hecha por un
cirujano experto e idóneo. Pero detrás de esta objetividad en la misma
mirada médica se esconde un doble poder.

La mirada médica conoce o entiende mejor el cuerpo de la mujer que


la misma mujer por configurar un acto de desposesión (sic) del control de la
mujer sobre su propio cuerpo, según lo advertido por Mara Viveros (1995);
y porque las construcciones de cuerpos se hacen a la luz de otros cuer­
pos. Los cuerpos, y cada parte del cuerpo, se ubican en una escala de
medición dentro de la cual las mujeres se reubican pero además preten­
den, como conocedoras, ubicar a otras mujeres, tanto las más cercanas
como las más distantes a sus vidas.

La mirada médica se convierte en una mirada estética medicalizada


donde los ‘problemas’ estéticos se convierten en ‘problemas’ clínicos.
El punto de referencia son las otras mujeres pero a partir de los limites
creados y construidos en el contexto que define los cuerpos femeninos
‘normales’, esto es, moldeados por los juegos de verdad, mantenidos
por los significantes flotantes e inscritos/instalados en las mentalida­
des individuales y las prácticas culturales. Sin duda, se conjugan dos
aspectos de cuño ideológico que reducen las opciones y afectan la de­
cisión de las mujeres, precisamente por la presión ejercida sobre ellas,

87
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

presión social para alcanzar la perfección a través de la tecnología y la


doble patologización del cuerpo.

El seno puede estar caído pero no demasiado, una mujer puede tener
arrugas pero solo unas cuantas, un hombre recurre a la consulta estéti­
ca pero justifica su hombría, una joven va al quirófano pero para afinar
sus curvas... Los límites construidos, y ejercidos por profesionales en
el espacio médico, crean control y disciplina sobre el cuerpo que se
mueve al ritmo de un juego con el mundo de “lo natural’ y la naturali­
dad: tener arrugas para una mujer de 60 años es ‘natural’ pero no puede
tener demasiadas para no ser percibida como una mujer de mayor edad
o que no se ha cuidado. Los excesos también se sancionan porque de­
masiadas líneas de expresión o demasiada piel flácida son expresiones
contrarias a la ‘naturalidad’.

Decir que por ser mujer se me facilitó la entrada en este campo sería
simplificar mucho el sistema de las relaciones género. El ser mujer,
y el no ser médica estableció una cierta desconfianza, ¿por qué esta­
ba allí?, ¿qué intereses tenía?, la extrañeza aumentó por ser extranjera.
Sin embargo, los códigos de género se mostraron como un sistema de
símbolos comprendidos y utilizados por las mujeres, grupo del cual yo
automáticamente formaba parte.

Es más, la mirada y la observación de las mujeres hacia mi cuerpo


—forma o tamaño de los senos-, cuando entraba o salía de la consulta,
mostraba que yo no era simplemente una observadora sino un cuerpo
cargado de significado y representativo de algo, sea la delgadez, la edad
o una clase social. Dicho de otro modo, yo no existía como persona
para confiar sino como mujer que hablaba, supuestamente, el mismo
lenguaje y por lo tanto cuando conversaba con las mujeres ellas ha­
blaban de manera incluyente ‘las mujeres somos vanidosas... Las mujeres nos
cuidamos... o no nos cuidamos’

Un claro ejemplo de esto ocurrió cuando después de quitar las vendas


por la cirugía de nariz, Rosita, quien había venido en varias oportuni­
dades para los controles de su cirugía, se volteó hacia mí y me pidió un

88
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

espejo. Aunque con el médico tratante existía una confianza y una inti­
midad bien establecida, su petición se dirigió singularmente hacia una
mujer, ya que como tal debía tener un espejo a la mano. Cuando negué
tener espejo, el médico respondió, ‘¡ve! está haciendo un estudio sobre belleza
y ni tiene espejo’. Si bien se identifica en su reproche un sentido amigable,
la respuesta tiene una función particular: identificar que son las mujeres
las que cargan el espejo y no los hombres. Rosita forma parte de este
tejido de significados en la medida en que su pregunta dirigida hacia
mí ‘respeta’ el terreno masculino del médico permitiendo que éste siga
como ‘hombre’ y que ella acentúe su feminidad frente a él. Como resul­
tado, ella misma dibuja un espacio entre el hombre, la masculinidad y las
mujeres, delimitando roles, acciones, comportamientos y posiciones.

Las construcciones de género funcionaron de la misma manera cuando


Judith, una mujer de 36 años, me contaba en su cita de control por qué
se realizó la liposucción. En voz baja y como si me confiara su más
caro secreto me dijo:

Judith: ahora tengo el cuerpo como una muñeca

Pensaba indagar por lo que significa tener un cuerpo ‘como una muñe­
ca’, incluso pensaba en que la pregunta realizada por un hombre seria
legítima pero esa legitimidad se pierde cuando lo hace una mujer; la
valoración del cuerpo ‘como muñeca’ constituye lo que cada ‘mujer’
desea y yo como ‘mujer’ debía saberlo. Es más, tiene que hacer parte de
mi obligación ineludible socialmente de rendir cuentas de género.

El cuerpo de ‘muñeca’ funciona como uno de los pilares del género,


por lo tanto, el hecho de indagar por el ‘cuerpo de muñeca’ me ubi­
caba en una posición ambigua con respecto al sistema de género. Para
ampliar el significado de la anotación hecha por Judith, hago referencia
a la revista Cromos, citada por Zandra Pedraza 11 en su estudio sobre
el cuerpo, con el fin de entender el cuerpo de ‘muñeca’ y acentuar su
valor en el sistema de género: la mujer pequeña es chucheríafrá gil que reclama

11 Revista Cromos (Año 1916), cita en Zandra Pedraza, 1999, p. 310.

89
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

la protección masculina. Su delgadez su apariencia débil, sus gestos vivosy menu­


dos, su delicadeza de muñeca son otras tantas seducciones que demuestra a l hombre
cierta superioridad.

El cuerpo de ‘muñeca’ muestra la necesidad de advertir que el género


es un sistema de comunicación entre las personas, y que a pesar de que
se entienda su mecánica es imposible ubicarse fuera del sistema mismo.
En consecuencia, era necesario entrar en este discurso porque como lo
describe Judith Buder (1999), el discurso es opresivo cuando requiere que
el sujeto que habla, para poder hablar, participe en los términos de esta opresión.
Por lo tanto, de inmediato sentí la necesidad de compartir el valor del
cuerpo con ella para indagar la manera como éste había cambiado su
vida. Ella respondió:

Judith: Me siento mejor.., tengo un cuerpo más bonito,.. .aunque no era muy gorda
antes p ero.... los hombres son más atentos...

La cuestión relevante es el cambio producido en la vida de la mujer


sabiendo que se trata de un cambio arraigado en el concepto de ‘mu­
ñeca’; el nuevo aspecto físico de lo femenino construido con el bisturí
y la posición de Judith frente a los hombres, lo sostiene.

Entre los grupos de profesionales de la salud, además, existe una soE-


daridad, una cercanía respecto de las mujeres que termina fijando la mi­
rada en algo que es ‘natural’. Esto se observa cuando las mujeres mani­
fiestan tener pena para desvestirse y dirigen sus miradas hacia mí como
la causante de esta pena. El cirujano comentaba en estas ocasiones:

Dr. González: no hay que tener pena... además ella (investigadora) es mujer.

Es decir, los hombres profesionales reforzaban esta supuesta identi­


ficación y solidaridad ayudando a enmascarar, en parte, la confianza
que las mujeres depositaban en los cirujanos con respecto a sus in­
timidades. En numerosas ocasiones, las mujeres se mostraban reser­
vadas y desconfiadas frente a la narración de sus experiencias cuando
únicamente estaba presente la investigadora, pero cuando estaban los

90
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

médicos elaboraban sus narrativas de manera más detallada, con emo­


ción, lo cual mostraba agrado por la medicalización de sus cuerpos y
beneplácito ante un acto de confesión médica.

Situación que nos recuerda a Mara Viveros (1995, p. 162) en su estudio


sobre las mujeres y la medicina: iodo sucede como si las mujeres recurrieran a
la enfermedad como medio para hacerse escuchary expresar su sufrimiento frente
a los diversos motivos de preocupación. No obstante, más que una forma de
hacerse escuchar, las actitudes de las mujeres indicaban cierto placer
pues ellas gozaban de un doble privilegio; la mirada médica y la aten­
ción profesional que estos minutos le ofrecían a sus cuerpos desnudos,
vestidos, intuidos o manipulados.

Ahora bien, el trabajo en este espacio del centro y del hospital ha per­
mitido el acercamiento pausado a un mundo de interacciones mediado
por la problematización del cuerpo; también a la identificación de las
interpretaciones hechas por sujetos y sujetas reales, incluyendo mi sub­
jetividad y mi cuerpo como investigadora. Yo he jugado un papel en la
construcción de los datos por medio de la reciprocidad de las relacio­
nes y la interacción entre significantes flotantes. .

Los significantes flotantes


Saussure (1916/1983) define el lenguaje en términos de ‘señales’ com­
puestas por el significante y el significado; el primero representa el sonido,
el segundo es el concepto y ambos conforman el lenguaje. Según el
autor, la relación entre los dos es arbitraria ya que el significante es
creado por un sistema de diferencias relaciónales y no por una corres­
pondencia estable y fluida entre las dos partes.

Lévi-Strauss afirma que debido a la naturaleza binaria de los signifi­


cantes siempre existe una inadecuación, una falta o una ausencia, que
es indispensable solucionar —cuestión que se traduce en un exceso de
significación-. El exceso ocurre como una forma de mantener la relación
complementaria entre el significante y el significado pero expresa mu­
cho más de lo necesario (Mehlman, 1972, p. 16); como consecuencia se
produce una sobreabundancia de significación.

91
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

El significante flotante definido por Lévi-Strauss como la expresión consciente


de unafunción semántica, cuyo papel comiste en permitir que se ejerza el pensamien­
to simbólico, compensa éste exceso. El significante flotante adopta distin­
tos significados; se le puede atribuir cualquier significado o incluso se
le puede vaciar de contenido. Facilita decir lo que se piensa sobre algo en
ese momento, identificar experiencias difíciles de entender y juntar las
experiencias bajo una idea: el envejecimiento.

Los significantes flotantes sirven como herramienta para naturalizar


lo femenino o lo masculino como categorías vacías ya que el signifi­
cado en sí mismo se esfuma, y el significante comienza a representar
movimiento, rumbo o cuerpos en transición que van desplazándose
reconfigurando los eslabones de la mejoría, es decir, la posibilidad de
mejorar la imagen ante la mirada de la otredad. Mujer, edad, belleza,
representan movimiento (flotan en el espacio) para que las personas
transiten por la turbulencia y la confusión propia de un remolino de
manera ‘segura’. Las construcciones de género, cuerpo y edad que se
sostienen por este movimiento flotante impiden fijar límites o excluir
significados.

Significantes flotantes en las cirugías plásticas. En medio de este


movimiento de intercambios entre quienes participan en las consultas
de cirugía plástica en los espacios hospitalarios por donde circulan las
palabras alusivas a los cuerpos que se van a reciclar, los significantes
flotantes funcionan de múltiples formas.

Los significantes flotantes y el exceso de significación se reflejan en la


forma en que se mezclan el envejecimiento y la condición femenina
por medio de un continuum de antes y después, una cadena en la que
cada eslabón trae consigo rasgos del anterior resultando un juego de
significantes flotantes y resbalosos: la juventud y el ‘ser mujer’ se con­
vierten en eternos referentes de nostalgia (Judith Butler, 1993); la materia
prima femenina no es apropiada para las necesidades de las mujeres
acechadas por la inminente presencia de la vejez; el dispositivo de femi­
nidad genera nuevas responsabilidades y exige nuevos cuidados; el cui­
dado surge como significante flotante que se desliza por todo el cuerpo

92
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

femenino, y sus fragmentos..., cuidado es lo que la mujer no hizo, lo


que hizo demasiado, lo que tiene que hacer de ahora en adelante, lo que
es tarde para hacer por sí misma...

De este modo los significantes flotantes ocurren en función de posibi­


lidades mantenidas a flote. Por un movimiento de remolino es posible
ser bella y ser joven, (más) mujer, (más) hombre. El discurso sugiere
la posibilidad de desplazarse hacia mejores cuerpos dejando atrás el
cuerpo ‘malo’ ‘dañado’ o deteriorado. En el estudio se observa la ela­
boración de una red de posibilidades de nuevos cuerpos que flotan sin
adherirse sobre cuerpo alguno. Nunca se manifiesta el ‘nuevo cuerpo’
de Florence Thomas, solamente se mantiene como posibilidad el cuer­
po de antes.

Los significantes flotantes son herramientas que facilitan el trabajo de


los y las participantes en la consulta cuando se hace referencia a, o se
mide, cada cuerpo en términos del ser mujer, ser bella, del ser hombre, ser
joven, o de volver a lo natural. Lo natural aparece como un significante
flotante continuo para aludir a una serie de ideas sobre lo bueno, lo
malo, lo incontrolable, lo limitado, lo bello, o lo feo. Lo natural puede
ser creado o puede ser cambiado. Con los cúmulos de significantes
flotantes es posible conjugar distintos componentes ‘naturales’ durante
las consultas y comprometerse con uno de ellos durante un instante, si
se opta por la posible mejoría quirúrgica.

En este proceso es importante la intersubjetividad porque elimina la


significación sobrante; es un acto de cierre que permite construir sentido para
completar un acto médico donde el exceso de significación labra signi­
ficados apropiados y convenientes en el instante. En el exceso se detiene
durante un instante una parte de lo flotante, lo suficiente como para
afectar al cuerpo pero, al terminar la interacción, lo flotante y el exceso
se reactivan. No es un cierre en su totalidad ya que no excluye ni esta­
blece límites rígidos, solamente hace recortes afines a los deseos.

Los significantes flotantes están acompañados por rituales y actos. Al


tocar y marcar el cuerpo con el envejecimiento, la belleza, la femini­

93
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

dad, pareciera producirse la encarnación de los significantes flotantes.


Es apenas un instante porque cuando el cuerpo sale del remolino de
significantes, los significantes continúan circulando allí. Envejecimien­
to, belleza, mujer no se anclan en el cuerpo; las cicatrices, el dolor, las
manchas, se convierten en marcas vacías que muestran la forma como
el cuerpo termina siendo un territorio intervenido por muchos bisturís
sin que se revele la autoría.

El exceso de significación permite que los y las participantes escul­


pan los significados necesarios y apropiados para facilitar el trabajo
del cuerpo, o para evitarlo. Así, se observa el ‘hacer situado’12 de Zim­
merman ya que el acontecimiento —el hacer natural hacer juventud, hacer
género- ocurre mediante la interacción concreta en el espacio médico
respaldado por las instituciones donde ocurre dicha interacción. El ha­
cer género situado se intercambia con lo flotante cuando las mujeres hacen
actividades juntas y participan en los rituales de ser mujer, de rendir
cuentas de feminidad. Un aspecto importante en este proceso es la otra,
la otra mujer, la belleza de la otra, la juventud de la otra, los senos de la
otra: la otra flota de manera constante como un espacio público y com­
partido del no ser; espacio que sostiene el proceso de reciclaje pero,
sobre todo, las posibilidades de reciclar.

Significados flotantes sobre los cuerpos. Género y edad son com­


ponentes del dispositivo de feminidad. El hacer género depende del
‘hacer juventud’, no en términos de una edad cronológica o un estado
del cuerpo, sino en términos de existir dentro de un sistema discursivo
que apunta al ‘buen vivir’, al consumo, al cuidarse, a la belleza, a la ju­
ventud y a la heterosexualidad. El dispositivo feminidad está compues­
to por un discurso flotante donde los significantes pueden remplazar al
otro -‘mujer’ es ‘belleza’, ‘belleza’ es ‘juventud’, ‘juventud’ es ‘cuidarse’,
por lo tanto, referirse a uno de los significantes flotantes es entrar en
todo el sistema subyacente en el dispositivo de feminidad o, como lo
describe Judith Butler (1999, p. 145), invocar una parte de él significa invocar
j confirmar su totalidad.

12 Traducido del inglés situational doing.

94
CAPÍTULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURÍ EN EL QUIRÓFANO

Como resultado, los significados no se construyen por su diferencia


con otros significados sino por sus similitudes. De este modo, los sig­
nificantes binarios como joven y viejo son remplazados por una multitud
de significantes que conforman el dispositivo de la feminidad y natura­
lizan su construcción. En el discurso flotante, se moldean los cuerpos
deseados y no deseados, y aunque la vejez no pertenece ‘naturalmente’
al dispositivo feminidad, sí existe como una posible e inminente presencia
flotante sobre el cuerpo de las mujeres.

Las cirugías plásticas intentan encarnar en los cuerpos el dispositivo


feminidad y como resultado es posible cambiar tejidos y formas. Sin
embargo, el punto de partida y el punto de llegada no es el cuerpo sino
el deseo flotante, lo posible de ser reciclado; un deseo naturalizado y
sobre todo generizado13, un deseo que surge del dispositivo de femi­
nidad, de hacerse ‘mujer’, de completarse como noción y de rendir
cuentas de género, como parte de un sistema que reconoce la hetero-
sexualidad como verdad con sus rasgos de autenticidad y de ‘real’.

Este proceso es impulsado por el vaciamiento o el exceso de signifi­


cación de 1mujeres' y ‘hombres \ como lo afirma Joan Scott, se convierten en
significantes vacíos, los cuales se puede llenar con todo tipo de significados’. De­
rrida (1978, 1976) hace eco de estas palabras porque el significante
está siempre en un proceso de ‘différance’, siempre es postergado. Así,
‘mujer’ y ‘hombre’ se mantienen como categorías vacías a la espera de
ser llenadas y completadas, mientras los procedimientos quirúrgicos
funcionan como herramientas para llenar vacíos y reafirmar catego­
rías. Las cirugías crean ‘mujeres’ y ‘hombres’ completos y verdaderos:
durante unos instantes el cuerpo, como punto de anclaje, detiene el
movimiento de género y llena las categorías ‘mujer’ y ‘hombre’.

Finalmente, aunque las cirugías crean marcas permanentes en el cuer­


po los significantes se mantienen flotantes, no se quedan anclados en
el cuerpo porque lo flotante es necesario para seguir con el sistema de
reciclaje. El cuerpo en medio de una turbulencia creada por los sigm-

13 Traducido por J W del inglés ‘g enderi^ed’ que se refiere al proceso de adquirir género.

95
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

ficantes confusos es trabajado por la cirugía para disipar la confusión


pero, para que los cuerpos se puedan leer de nuevo, es necesario entrar
en otra red de significantes flotantes, o sea, en el sistema de reciclaje.
El género no se dedene; al contrario, se mezcla con otros significantes
como forma de mantenerse flotante y vacío una y otra vez.

Significados flotantes transitando por la urbe. Los cuerpos cam­


biados por la cirugía tienen nuevas marcas, formas y cicatrices pero
para que estos cambios se conviertan en feminidad, belleza y juventud,
las mujeres deben entrar en otro remolino de significantes donde se
entremezclan lo flotante y lo vacío. Existen muchos espacios donde
funcionan los remolinos de significantes vacíos; son espacios listos
para recibir los cuerpos e impregnarlos de significados ambiguos y ge-
nerizados. Esto conduce a que los discursos flotantes y los remolinos
de significantes vacíos se conviertan en parte esencial de los distintos
espacios urbanos, por ejemplo, el norte de la ciudad, los centros co­
merciales y los entornos de ocio.

Se devela entonces un dispositivo de remolinos diseñado para albergar


cuerpos bellos, femeninos y jóvenes, mientras la urbe queda marcada
por el dispositivo femenino. Los cuerpos flotan de nuevo como se ma­
nifiesta en las últimas citas de control de las usuarias; después de que
ellas miraban sus cuerpos en el espejo los cirujanos cerraban la cita con
la expresión: ¡Bueno, j a puedes ir a l parque de la 93! El parque de la 93 14
es un lugar comercial frecuentado por personas de recursos económi­
cos altos o que buscan mostrarse de esa forma. Es un parque ‘bonito’
atractivo, ‘de moda’, un espacio social deseable; se mantiene en buenas
condiciones: los edificios se arreglan (o se reciclan), el pasto se corta,
los árboles se podan y las plantas se adornan. Es un lugar cuidado y
frecuentado por personas que se ‘ciúdan’.

La ciudad se va transformado y con ella las mujeres y los hombres que


la transitan cotidianamente; se deja atrás lo viejo, lo desarreglado y lo
abandonado de la ciudad, donde comenzaron sus recorridos quirúrgi-

14 Parque en el norte de Bogotá rodeado por bares y restaurantes, configurado como sitio de
encuentro pero también de circulación visible.

96
CAPITULO 2 • HACER FEMINIDAD Y JUVENTUD CON EL BISTURI EN EL QUIRÓFANO

eos para moverse hacia zonas nuevas, bonitas, organizadas y arregla­


das, como el parque de la 93. Ocio y negocio, producción y consumo,
necesidad y deseo se mezclan en un espacio especialmente complejo
de usos y significados sociales. Los nuevos espacios urbanos son aptos
para que mujeres y hombres exhiban sus cuerpos reciclados y para
entrar en nuevos remolinos de significantes flotantes.

Notas finales
En medio de estas dinámicas llenas de significantes flotantes, emergen
resistencias al sistema de género porque el género no es estable ni fijo,
aunque, a la par, los límites establecidos por el mismo sistema sean
flotantes, estén en posibilidad de ensancharse o cambiarse. Cuando las
mujeres rompen códigos, insisten en volver plásticos los límites, quie­
ren expandir los procesos de reinvención emprendidos y vividos con
procesos llenos de reciprocidades: las mujeres se reinventan según el
sistema de género pero el género se reinventa con ellas; utilizan las mis­
mas herramientas de anclaje para desanclar subjetividades y cuerpos.

Con otras palabras, el género es plástico igual que los materiales y los
discursos que lo hacen. No obstante, como la estructuración del hacer
narrado implica un proceso continuo de anclaje y desanclaje, conviene
plantear estudios particulares destinados a analizar los modos como
surgen dentro y fuera de los quirófanos, o las maneras como son vivi­
dos sus efectos en las dinámicas cotidianas. Todos ellos ofrecen puntos
clave para profundizar en los múltiples componentes de las nuevas
resistencias que están por ser develadas.

El discurso flotante es sostenido por un efecto de ‘remolino’ provocado


por las cirugías plásticas. El remolino tiene una entrada ancha que atrae
todo lo que está cerca, su movimiento circular dirigido hacia un punto
produce turbulencia y confusión, entusiasmo y excitación, energía y
fuerza, pero su punto de salida se va estrechando. El remolino succiona
muchos cuerpos pero arroja únicamente UN cuerpo masculino, UN
cuerpo femenino, UN cuerpo joven o UN cuerpo bello. Lo relevante
son los movimientos ocurridos con la intervención del bisturí: rápidos,
confusos, borrosos; como resultado el lenguaje se ‘cae’: la caída lan^a al

97
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

sujeto hacia la arbitrariedad de la diferencia lingüística, el remolino revolucionario


de las corrientes opuestas, y destruje cualquier intento de encontrar un punto f i jo
desde el cualpueda estabilizar el momento cambiante del lenguaje...

Como resultado, mediante un proceso de reciclaje de discursos que flo­


tan sobre cuerpos, los significantes mujer, hombre, joven, bella, feme­
nino, masculino, habitan un espacio compartido e inducen al consumo
quirúrgico como forma de dar solidez a las construcciones de género.
Sin embargo, como dichas construcciones son dinámicas y móviles por
sus componentes flotantes y vacíos, continuamente se introducen (y
viven) nuevos reciclajes corporales.

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CAPÍTULO 3 «
HACER MASCULINIDAOES
Y MATERIALIZAR CUERPOS
EN LA VIDA COTIDIANA
HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR
CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA
German Alberto betancourth Morales
Nota introductoria
Mis reflexiones se refieren a otro modo de hacer el género porque
habla de las dinámicas de poder, de las formas como son (y han sido)
constituidos los cuerpos a partir de modelos normalizados de género,
cómo somos hechos y deshechos y cómo esos procesos permiten, im­
piden o posponen una política de libertad y de acción de los sujetos
sujetados.

Las preguntas y la elaboración analítica que estructuraron el trabajo


original1, realizado en Cartagena, evocan la construcción de cuerpos
significados, determinados, prescritos, entrecruzados por una multi­
plicidad de mecanismos disciplinarios y de poder que se fundan en
una matriz de género. Muchas y muchos autores críticos que utilizan
la teoría del poder en los análisis de género, emplean la “caja de herra­
mientas” foucaultiana para darle un tratamiento estructural a la forma
de significar las relaciones de los cuerpos en espacios sociales concre­
tos. La visión global del poder que se emplea en estos casos, trabaja
sobre puntos reconocibles que permiten la supuesta identificación de

1 Un trabajo ejecutado con la intención de mostrar a lectores y lectoras la capacidad pro­


ductiva y punitiva del género como elemento primario de la constitución de un sujeto,
sobre todo para sea reconocido como viable o no viable en un contexto de ciudad o en
una institución social concreta (Betancourth, 2009).
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

las acciones del poder. Este hecho solo emerge cuando se estudian las
diversas modalidades de castigos o las formas de normalización disci­
plinaria o control social sobre los cuerpos, sometiendo su fuerza a unas
acciones específicas que determinan sus gestos, la configuración de los
espacios públicos y privados, las posiciones del cuerpo en el escenario
social donde se encuentre identificado.

En otras palabras, el análisis del poder que nos legó Foucault ha sido
adoptado como si existiera en el ambiente una especie de gas que trans­
forma todo en poder; se ha ilustrado el poder y se ha empleado en los
estudios de género como una categoría para mostrar relaciones socia­
les, a partir del hecho de ser hombre o de ser mujer en un contexto cul­
tural o histórico definido, ya sea de dominación, de división sexual del
trabajo, de identificaciones corporales o de prácticas de sexualidad.

Dicha versión aplicada exige repensar sus fundamentos pues si consi­


deramos esta apreciación de la forma mágica que adopta el poder sin
interrogarlo, el género seria un mero efecto aséptico de esas relaciones.
En este contexto altamente cuestionado, ¿cómo puede el género ser
efecto del poder, si el poder debe fundarse en el género para circular?

Ante todo advierto que los caminos seleccionados para abordar estas
preguntas comienzan por plantear diálogos con Foucault para avanzar
cuidadosamente por entre las disputas vigentes, las prisiones encarna­
das, la repetición y reiteración, la masculinidad o poder regulador de
las normas, hasta arribar a nuevos rumbos relativos a la analítica del
género, siguiendo muy de cerca los debates abiertos por Judith Butler.

¿Imitar o interrogar a Foucault?


El solo hecho de guiamos por las líneas del pensamiento de Foucault,
en V igilarj Castigar; relacionado con un poder estructurador de formas
de dominación, estrategias de resistencia, prácticas penitenciarias, que
materializa en los cuerpos de los presos la idea misma de la prisión y
construye a ese sujeto que intenta someter, nos obliga a pensar en un
poder omnipresente y omnisciente que está en todas partes constitu­
yéndonos: el hombre del que se nos hablaj al que se invita a liberar esj a en sí

104
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

el efecto de un sometimiento mucho más profundo que él mismo (Foucault, 2002,


p. 31). Si esto fuese así, el género sería un acto nominal que solo ser­
viría para describir, puntualizar y clasificar una de las múltiples partes
del aparataje infinito que nos envuelve derivadas de las dinámicas del
poder.

En términos más precisos, la pregunta por el poder de Foucault a secas


(sin un análisis de género), como una sustancia impersonal que cobra
vida a partir de las relaciones sociales, de las formas como los indivi­
duos asumen, se apropian o construyen su identidad como sujetos,
implica dar por sentada la existencia de una estructura de poder desde
un comienzo con sus leyes y su campo de acción ya establecidos, y que
el individuo solo pone en funcionamiento lo que está definido de an­
temano, para situarse simbólicamente en una estructura cultural. Esto
nos lleva a interrogantes más profundos. Por ejemplo, si existe una
estructura productora de las relaciones sociales y de los cuerpos que
gobierna, entonces cabría en este espacio la pregunta formulada contra
la filosofía posestructuralista, especialmente por quienes critican fuer­
temente a Foucault, cuando le demandan que revele quién personifica
el poder. Incluso dos de sus seguidores y defensores de las posturas del
autor de La Historia de la Locura, plantean:

En realidad, si llegados este punto, le tuviéramos que preguntar


a Foucault quién o qué dirige el sistema o, más precisamente,
quién es el bios, su respuesta sería inefable o inexistente. Lo
que finalmente Foucault no logró comprender fue la dinámica
real de la producción que tiene lugar en la sociedad biopolítica
(Negry y Hardt, 2002, p. 40).

Aclaremos algo antes de seguir. La sociedad biopolítica es una expresión


que acuñan Negry y Hardt para significar el paradigma que sustenta la
sociedad de control establecida por el modelo del Imperio, ya que este
modelo de gobierno administra la vida y las subjetividades como sus
máquinas de guerra, haciendo de la paz y la protección de la vida mis­
ma un arma para acabar con la vida de otros u otras. Pero la sociedad
de control es un término propuesto por Gilíes Deleuze (1995, p. 277)
como borde de las sociedades descritas por Foucault para contextuali-

105
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

zar las maneras en que se manifiesta el poder; la sociedad de castigo y


posteriormente las sociedades disciplinarias instituyen un modelo de
poder sustentado en el soberano que define la vida y la muerte de sus
súbditos, dando paso a un poder tentacular diseminado en el cuerpo
social a partir de una multiplicidad de técnicas de vigilancia y control.
Negry y Hardt no adoptan el modelo de representación del poder de
Foucault para estructurar su argumentación sobre el paradigma del po­
der que se despliega por todo el campo social en lo que ellos llaman el
Imperio, porque el argumento quedaría encerrado en la cárcel estructuralista
que sacrifica la movilidad de los aconteámientos (2002, p. 38).

Me hago más explícito. Si recurriéramos nuevamente al modelo del


poder que Foucault expresa en Vigilary Castigar; donde el poder pasa
de una sociedad a otra (de las sociedades soberanas a las disciplinarias),
tendríamos la obligación de saber ¿qué hace que el poder se trans­
forme?, ¿qué o quién permite la transición de un poder a otro? No
podríamos decir que son los sujetos los que hacen que un modelo de
poder releve a otro pues los sujetos son el efecto del poder, como muy
bien lo ha aclarado el propio Foucault. Para no soportar el peso de una
respuesta inexistente en el trabajo de Foucault, los autores del Imperio
han optado por el modelo de la sociedad de control como una estra­
tegia de poder que administra el campo social, regulando la vida como
un instrumento fundamental para la reproducción de la economía, las
subjetividades, la cultura y las representaciones sociales.

El hecho de “abandonar” a Foucault en este punto, por parte de estos


autores, abre la posibilidad de re-pensar otras posturas políticas en las
cuales hemos caído los autores y las autoras críticas del género. Esta­
blecer un nombre, personalizar o mejor materializar la estructura que
le da sentido a la producción de las subjetividades en la era del imperio,
fue la salida presentada por Negry y Hardt a todos los cuestionamien-
tos pasados y futuros de la analítica del poder foucaultiano. La nomina-
lización de la fuente esencial del poder les sirve de terreno localizable
para estructurar un marco de acción del poder. Esto se muestra de
manera más clara cuando plantean que:

106
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

Estas dos concepciones de la sociedad de control y del biopo-


der describen aspectos centrales del concepto de Imperio. El
concepto de Imperio es el marco en el que debe entenderse la
nueva omniversalidad de los sujetos y es el fin al que conduce el
nuevo paradigma del poder (Negry y Hardt, 2002, p. 38).

Con este argumento están escenificando el poder, se le está dando un


escenario y un campo de acción que quedó en el ambiente y que no
pudo ser materializado en el discurso. Cabe aclarar que el análisis del
poder de Michel Foucault no se desconoce o elimina, no se trata de “ol­
vidar a Foucault’ -como pretendió sin ninguna suerte Jean Baudrillard-2,
sino que el poder empieza a entenderse en su forma más materializada,
se empiezan a mostrar las piezas de un poder en red configurando el
espacio social. Los análisis de Foucault sobre las relaciones de poder y
sus dispositivos siguen siendo vigentes; el autor de Las Palabrasy las Co­
sas proporcionó una lectura de las relaciones de poder por fuera de las
grandes estructuras económicas, sacó de la bolsa del mago la noción
que rezaba que el poder era posesión de un sujeto, de una autoridad, el
poder se democratizó después de Foucault (1996, p. 204); el poder aho­
ra lo poseemos todos y todas, somos la “multitud” quienes ponemos a
circular el poder; el poder no es una sustancia -dice Foucault- tampoco es un
atributo misterioso al que habría que buscar sus orígenes. El poder no es más que
un tipo particular de relaciones entre individuos.

Identificado el poder como un campo de acción, un tipo particular de


relaciones entre individuos, todavía aparece incompleto para hacer un es­
tudio desde el género. Los argumentos de Antonio Negry y Michael
Hardt ayudan a comprender al poder como escenario de significacio­
nes lo cual lleva implícito unos códigos culturales que producen, de
forma simbólica, un “orden natural” de las cosas colocadas al servicio

2 Si hay un autor que haya tenido que soportar el peso de una apreciación sobre un pen­
samiento con tanta severidad en las últimas décadas, este ha sido Jean Baudrillard. Al
exponer que la dinámica del poder era una aporía y que ya era tiempo para recomponer
el camino, se ha hecho acreedor a diferentes formas de rechazo de esta apreciación por
parte de quienes consideramos que la obra de Michel Foucault es referencia obligada
para interpretar el presente que tenemos. Ver: Baudrillard, Jean (1994). Olvidar a Foucault.
Editorial Pre-Textos. Valencia.

107
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

incluso de aquellos sujetos dominados. Así como los autores del Im­
perio le dieron un nombre al espacio de poder donde se estructura la
producción biopolítica, la constitución de los cuerpos marcados por
unos significantes de género también tiene su representación. Decir
que el género es un efecto de un poder estructural es ignorar que el
género tiene sus propios mecanismos disciplinarios de poder, presenta
sus diversos procesos de normalización e instituye sus fundamentos
de inclusión y exclusión que son explicados por el mismo lenguaje que
produce el género (Judith Buder, 2006, p. 68). En efecto, si nos tocara
decir hoy qué produce el género diríamos con toda certeza: es el mis­
mo género. No es un poder expresado en una estructura social el que
produce las relaciones, las identidades, las figuraciones, los imaginarios
y las representaciones de género. Es más, es el género el que produce
las situaciones de poder.

Si asumiéramos que el género que cada quien tiene es un producto


del poder, que la identidad de género está dada por una operación de
poder que a la vez determina el cuerpo sometido a esta explicación,
tendríamos que decir que el género es algo estático que se adapta en los
cuerpos y que ese cuerpo es una entidad pasiva que solamente espera
ser sometida a la fuerza de una normalización con unos dispositivos,
con unas “tecnologías de género”3 si utilizamos el término de Teresa
de Lauretis. Como primera medida, si el poder es una relación, ¿qué
produce los cuerpos implicados en esa relación?, ¿cómo puedo deter­
minar que hay una relación de poder entre un hombre y una mujer, sin
tener en cuenta que debe haber de forma primaria una idea de hombre
y de mujer previa a cualquier otra forma de relación?

Ahora llevémoslo al plano de las prácticas sociales. En entrevistas rea­


lizadas a un grupo de hombres homosexuales queríamos saber detalles
de los embates impuestos por las disciplinas corporales aplicadas por
parte de las figuras masculinas de su entorno: sus padres, sus maestros
y otros dispositivos técnico-científicos. Por este camino dialógico en-

3 Lauretis, Teresa de (2004). “La tecnología del género”. En, Millán de Benavides, Carmen
y otras (eds.). Pensar (en) genera Teoría y práctica para nuevas cartografías del cuerpo. Editorial
P1 tensar, Pontificia Universidad Javeriana. Santafe de Bogotá.

108
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

contramos la historia de “Richy”4, un peluquero de 22 años que nos


cuenta:

“(...) Mi papá es un tipo rudo, brusco, él quería que yo fuera


como él. El estudió en el Sena mecánica y dice que los hom­
bres deben ganarse el pan con las manos (...) cuando empezó
a sospechar que a mí no me gustaba hacer lo que él quería que
hiciera, empezó a maltratar a mi mamá, decía que ella tenía la
culpa, porque me había malcriado. Me llevaron donde el doc­
tor Fortich en Magangué (municipio de Bolívar) para que se
me quitara la maríquera {...} me inyectaron una hormona de
testosterona, para que me volviera un hombrecito, yo iba cada
15 dias, la enfermera era prima mía, porque nadie podía saber
lo de mi problema. Eso fue a los 16 años, yo creo que eso me
calmó, pero cuando me vine para acá (Cartagena) seguí siendo
el mismo. A mi lo que me calmó un poco fue una vez que
me cogieron unos pelaos de la Universidad Tecnológica y me
dieron un poco de trompadas, patadas y me llenaron la boca
con tierra, me decían que eso era para que no siguiera hacien­
do mis “maricadas”, yo puse la demanda en la fiscalía, pero
como ellos son hijos de papi y mami, no les hicieron nada; es
más me dijeron que si seguía en la Universidad, yo estudiaba
administración, me iban a matar, yo dejé de ir, pero fue eso lo
que me quitó las ganas de pintarme el pelo y vestirme como
me gusta”5.

Parece un acto perverso, casi sádico, presentar estas narraciones para


iluminar las relaciones de poder desde la perspectiva foucaultiana, pero
estas vidas y sus historias permiten leer y hacer públicas las restriccio­
nes sociales con las cuales se ha perpetuado la idea —parafraseando
a Judith Buder- de unos cuerpos que importan y otros que no, unas
vidas que deben ser lloradas y otras que no, unas subjetividades que
deben ser reconocidas y otras, todo lo contrario. Centrando el texto

4 El narrador autorizó que su nombre actual fuera revelado. Afirma que su historia debe
servir de “denuncia”, como él mismo lo dice, para que toda la comunidad tome concien­
cia de la importancia del respeto hacia las diferencias.
5 Entrevista realizada a un joven de 22 años, de profesión peluquero que vive en la ciudad
de Cartagena. Se realizó el 26 de agosto del 2006, respetando todos los protocolos de
protección de la identidad de las personas que colaboran con la investigación.

109
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

en la puesta en disputa de la aalítica del poder, la historia contada por


“Richy” ilustra por qué es necesario reformular el análisis del poder, y
sus alcances, a la hora de hacer estudios de género. Si pensáramos el
género en la matriz disciplinaria que impone el poder, procesaríamos
esta idea en la dirección siguiente.

El cuerpo de “ Richy” es sometido a una fuerza ejercida por la violencia


revelada por diversas autoridades, el padre en primera instancia, luego
el médico y posteriormente la violencia ejercida por la comunidad es­
tudiantil. El relevo disciplinario emplea mecanismos de normalización
a partir de diferentes estrategias para ejercer poder. Cabe aclarar que
el uso de la violencia no es un ejercicio de poder, la violencia es una
herramienta cuyo objetivo es modificar las acciones de un sujeto y su­
jetarlo a los mandatos u orientaciones de un sujeto que intenta sujetar
a otro. En efecto, si con Foucault el poder es una relación, quedaría ins­
crito con antelación que ciertas prácticas corporales serían sometidas a
la fuerza de la violencia de forma específica para lograr la correction, es
decir, que llevar el cuerpo con unas características de género siempre
prefigurará una acción que recae sobre aquel cuerpo que las representa
(o las caracteriza). Al decir esto, afirmamos que el poder de Foucault es
algo que está ahí desde siempre, que solo se activa cuando se da la rela­
ción y se presenta el acontecimiento: cuando el padre domina a su hijo
y le explica que “elpan se gana con las manos” se establece una relación de
poder, cuando el médico pretende corregir la homosexualidad con una
hormona masculina se instituye una relación de poder, cuando grupos
de estudiantes homofóbicos emplean métodos violentos para que el
sujeto no siga haciendo “sus maricadas” se distribuye una relación de
poder.

En cada una de estas acciones se usa una relación de poder, pero, ¿qué
permite que se dé esa relación de poder?, ¿qué saber o saberes hay en
la conciencia humana para impulsar estas acciones, y para legitimarlas?,
¿por qué los casos de corrección de género llevan implícito un están­
dar de normalización heterosexual? Ante todo porque el marco donde
constituyen su funcionamiento, el escenario social donde se despliega
su fuerza, es construido por una matriz con la hegemonía del género.

110
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

Hay un “orden de género” que se apoya en un imperio heterosexual


para establecer el “orden natural de las cosas” y proponer el lenguaje
que le da sentido cultural a los cuerpos circulantes por este campo. Es
decir, no existe relación de poder por sí mismo, el poder es un efecto
del orden de género, una ficción que solo se vuelve real, se materializa
en el acto mismo. No se puede decir que es el poder el que construye a
los sujetos que intenta describir y que a partir de las acciones ejercidas
sobre los sujetos se configuran las relaciones de dominación; son las
acciones ya cargadas de un orden social de género, de una ortopedia
social, las que se hacen poder en virtud de una práctica reiterativa de
las normas de género ya pre-establecidas.

Sería problemático considerar que las personas se vuelven de un géne­


ro sólo por el proceso de construcción cultural consolidado median­
te unos mecanismos de poder que se relevan entre sí. En el caso de
“Richj”, según la concepción del poder que se ha puesto en disputa,
la materialización del modelo de género que él debe representar se
estructura de una forma débil en el tiempo, haciendo posible una rei­
teración forzosa de esas estrategias para sedimentar las bases de un
orden simbólico de género, de un orden de masculinidad inculcada
obligatoriamente en un cuerpo que se resiste a esta idea. El poder en
los estudios sobre la identidad de género no es una estructura estática y
global que subsume el análisis de género a un indicador de esa relación.
Es el género en su producción de significados el que fabrica los actos
de poder como resultado de una repetición forzada de las normas de
género con las cuales se pre-establece cualquier otra forma de regula­
ción social, es decir, para que un sujeto pueda ser considerado como
humano y sea reconocible por los órdenes simbólicos que le dan el
sentido de humanidad6.

Si el género fuera un producto del poder, daríamos por descontado


que la base biológica es el elemento fundante de la sexualización de
los cuerpos y que el género es la manera como le vamos adhiriendo las
prótesis de género a los cuerpos (vestidos, colores, juegos, oficios...)

6 Cuando hablamos de humanidad nos referimos a la lectura que pueda tener su cuerpo,
como hombre, mujer, íntersexual, transgénero, homosexual.

111
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

para que representen la norma sexual con la cual se trazan los linca­
mientos que deben seguir los cuerpos. Si fuera así, tendríamos que
hacer desde los estudios queer una pregunta: ¿si el poder produce los
cuerpos Otros, si son los mecanismos disciplinarios los que fabrican
una idea de anormalidad, el poder sería un hacedor de subjetividades?
Y entonces, ¿dónde queda el cuerpo?, ¿cuál sería la potencia de los ac­
tos cotidianos para materializar las normas de género?, ¿sería el poder
una especie de Dios, constructor, productor que marcaría el destino de
los cuerpos?, ¿estaríamos hablando de un esencialismo socio-político
del poder? Tendríamos que gritar constantemente el poder es destino y
desde los análisis de género celebraríamos una transición de la produc­
ción biológica a la producción del esencialismo cons truc tivista de los
cuerpos.

Se trata de una situación explicada por Judith Butler (2002, p. 28) cuan­
do afirma que no hay ningún poder que actúe, sólo hay actuación reiterada que
se hace poder en virtud de su persistencia e inestabilidad. Es decir, el poder
no es un elemento dado previamente en lo social que entra en fun­
cionamiento cuando hay una relación que le da vida; el poder se hace
poder cuando se repite en una acción; el poder se hace haciendo. Parece
un juego de palabras pero tiene mucho sentido: el poder actúa en este
caso como resultado de la reiteración de una norma social que se hace
poder, por ejemplo, cuando el padre emplea el mecanismo sutil de su­
jeción a través del discurso de la división sexual del trabajo, “el trabajo
duró” es un indicador de género que performa una idea de masculini­
dad, con “los hombres deben ganarse (se ganan) el pan con las manos" s e está
poniendo en fúncionamiento una norma de género que se hace carne
en el cuerpo del sujeto, porque se está apelando a ella como elemento
constrictivo con el que se condiciona el funcionamiento de las acciones
a realizar7.

7 La idea de poder incorporada en la experiencia cotidiana de la gente la ha ido con virtiendo en


un rasgo indeleble de conocimiento común que regula las acciones cotidianas entre los
sujetos sociales, mientras que la idea de un poder que “se hace”e n la cotidianidad, permitió
hacer interpretaciones diferentes de los discursos trabajados. Cf. Munévar M., Dora Inés
(2004). Poder y género en el trabajo académico. Unibiblos. Bogotá.

112
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDAD ES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

Por lo pronto, imitar y castigar constituye la lógica en la cual se da el


proceso de constitución de los cuerpos de hombres y mujeres, sabien­
do que no es un cuerpo fijado desde el inicio sino inestable, porque
requiere de la repetición ritualizada de unos reglamentos de género
pre-establecidos incluso antes de que el sujeto sea considerado como
humano, antes de que el sujeto vea la luz del día. El género es un po­
der que crea poderes que dan la sensación de estabilidad en el cuerpo,
pero la forma como el sujeto llega a hacerse es a través de la puesta en
escena de un papel asignado cultural o genéricamente (papel que si no
se interpreta con cuidado acarrea castigos para el sujeto por parte de la
sociedad). Este proceso performativo del género permite la movilidad
del cuerpo y ubica al poder en un espacio cotidiano conflictivo, en una
ontología del movimiento, en la des-momificación de la relación cuerpo-
género: con la idea de que son las acciones cotidianas las que producen
diariamente el proceso de significación y asignación corporal de los gé­
neros, interpretado como normal o desviado, como masculino o como
lo otro no reconocible dentro de la idea de masculinidad, se materializa
el poder, es decir, las acciones hacen el poder.

Esta vía de análisis permite contextualizar el género como un poder


social que produce el campo y las acciones, ampliando la perspectiva
de los análisis que sólo perciben el poder como una fuerza que embiste
a los sujetos y los domina por los efectos de su fuerza. El poder es el
resultado de las acciones, pero también son las acciones las que están
condicionadas, sujetadas por las relaciones de poder. Esto quiere decir
que el género como poder social, instituye la estructura social que pro­
duce lo que pretende controlar mediante estrategias ortopédicas.

Ortopedia social
De este argumento emerge el género formado por imitación y castigo
o condicionado por un orden de género que se expresa bajo el imperio
heterosexual”. La noción de género se delimitó con el fin de sedimentar
la masculinidad y la feminidad como condiciones fundamentales para
fortalecer el sistema sexo-reproducción que imponía el capital como
producción sexual de lo social. El género entonces entra a normalizar
las heterosexualidades y a definir otras sexualidades como anormalesy ! o

113
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

perversas aunque no sean más que acciones que no representan el papel


de hombre y/o mujer ya establecido, inventando incluso una serie de
mecanismos, llamados ortopédicos, para moldear los cuerpos y generar
una serie de procedimientos de corrección que ayuden a mantener el
modelo ideal de masculinidad y/o feminidad que se impone desde un
comienzo.

La ortopedia social8 es un mecanismo que interviene en todas las prác­


ticas sociales; se encuentra en la educación, la salud, la socialización e
incluso en los sistemas de representación, ya sean científicos, biológi­
cos, psicológicos, bio-químicos, anatómicos, teatrales o religiosos, que
establecen los límites de los cuerpos, los procesos de territorialización
—utilizando el termino de Gilíes Deleuze y Félix Guattari—donde los
sujetos pueden actuar, donde los sujetos pueden ser leídos como hu­
manos o menos que humanos, pero a su vez constituyen una especie
de cura social que da la vuelta al sujeto para acomodarlo al ideal de
género que se le quiere imponer. El género crea el ideal de masculini­
dad con el modelo de comportamiento que el sujeto debe imitar, pero
como este proceso no es fijo ni es “natural”, si lo fuera el cuerpo sería
estático y el género solo un aditivo, se requiere la repetición constante
de esas normas para convertirlas en elementos esenciales orientados a
configurar los cuerpos.

La masculinidad se estructura con la actuación reiterada que se hace


poder en virtud de su persistencia e inestabilidad, ya sea utilizando el
término técnico-científico en el medio hospitalario, o con los golpes
de otros hombres distribuidos sobre el cuerpo de un sujeto que no
imita la norma de masculinidad impuesta por la sociedad. Si el sujeto
en este caso no representa ese guión social de género, ¿hay algún dis­
positivo bio-químico que pueda corregir su “imperfección” corporal,

8 “Ortopedia social” es un concepto extraído del texto Vigilar y Castigar de Michel Foucault.
Inicialmente se presentó el trabajo pensando en ortopedistas sociales para describir di­
ferentes agentes que se encargan de materializar y ajustar las ideas de masculinidad en el
churrero de otros hombres (maestros, médicos, padres de familia, jueces etc.). Su devenir
para este texto se basa en una estructura de poder que condiciona todas las acciones de
género, permitiendo la legibilidad de los cuerpos en este escenario de constricción.

114
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

su identidad “incierta”? Sería difícil comprender desde los análisis so­


ciales e históricos del género que la testosterona, como hormona que
representa la masculinidad, puede volver a un sujeto “un verdadero
hombre”; la razón para dudar de este procedimiento científico-político
se centra en los cuestionamientos hechos desde el posestructuralismo
a la interpretación de la masculinidad como un mecanismo de cons­
trucción de “bio-hombres”, hombres asignados biológicamente. Pero,
el hecho de que un médico utilice el procedimiento de la testosterona
para quitar “la manquera” confirma dos cosas al menos. Una (1) que
el cuerpo no tiene una esencia, ni siquiera una idea estática de género
porque no existe un género original o exclusivo e individual; como
consecuencia, en este caso es preciso recuperar la masculinidad, o sus
rasgos, con ayuda de una hormona que se asume como masculina.
Aquí viene la segunda confirmación (2), como el cuerpo no es fijo y no
hay ninguna esencia en él, ni biológica, ni social, se emplean las inyec­
ciones de testosterona como mecanismo ortopédico para ratificar que
el cuerpo se hace haciéndose, en el acto cotidiano.

La discusión sobre este argumento ha llevado a los estudios de género


a transitar por los terrenos de la bio-medicina y la bioética, al sustentar
que los sujetos son expresiones sociales y culturales, que la ciencia está
permeada por discursos culturales que reproducen una imagen, un mo­
delo de explicación históricamente constituido de lo que es represen­
tativo de ser hombre. Entonces, cuando se ha tomado la testosterona
como una hormona masculina, exponiendo que se encuentra más en
los hombres que en las mujeres, que produce los componentes nece­
sarios para que el hacerse un sujeto vaya hacia una dirección especifica
del ser hombre, a un modelo de género establecido, tendríamos que
pensar que seríamos una suerte de cuerpos-hormonas-guiados-quími-
camente, que la exposición a la violencia, la creencia de ser superiores a
las mujeres, a tener el poder, vendría a ser un proceso propio de la eco­
logía masculina, desconociendo los esfuerzos de las disciplinas como
la historia, la sociología, la antropología y demás ciencias sociales y
humanas, interesadas en continuidades, discontinuidades, emergencias
e intersecciones de los saberes, discursos y prácticas sociales que han
ido constituyendo los modelos y los límites de lo que debe ser inter­

115
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

pretado como masculino. La testosterona es una hormona-género, es una


técnica de poder que funciona como dispositivo biopolítico para regu­
lar desde dentro la vida y los comportamientos de los sujetos. Es así,
como en el caso de Richy, el empleo de las inyecciones de testosterona
se interpretan como una estrategia de poder para normalizar el género
en su cuerpo, con la ayuda de un mecanismo bio-químico, regulado y
significado por el género.

Beatriz Preciado, posfeminista española, presenta una noción posmo-


derna de las relaciones de poder donde la biotecnología está estruc­
turando nuevas formas de construcción de la subjetividad, formas en
las cuales no se necesita el castigo físico para normalizar las conductas
pues a través del bombardeo de moléculas farmacéuticas, explicaciones
basadas en el comportamiento de las células, las hormonas y las inter­
venciones quirúrgicas, el género está siendo descrito en el contexto
del capitalismo psicotrópico, caliente y punk como ella misma lo denomina.
Afirma la autora que el siglo XX fue la época de la alianza entre el gran
capital y la sexualidad, ya que las industrias farmacéuticas y médicas es­
tructuraron formas de masculinidad y feminidad a partir de la creación
tecnológica de las hormonas masculinas (testosterona) y las hormonas
femeninas (estrógenos ), a su vez, la implantación de órganos sexuales
y la estilización de los cuerpos para convertirlos en espectáculos, hacen
del género y la sexualidad un tema de debate entre la historia, la cultura
y la bioética, para repensar los cuerpos a la luz de las relaciones biopo-
líticas del poder9.

Otro ejemplo de la performatividad, de la repetición ritualizada de con­


venciones de estilos para realizar10 o hacerse a un género en un cuer­
po masculino, lo encontramos en las líneas de una planilla de ingreso

9 Para ampliación de esta idea ver: Preciado, Beatriz (2008). Testo Yonky. Editorial Espasa.
Madrid.
10 La traducción de performance al español puede ser realizativo. Performar es realizar algo,
crear a partir de la descripción. Ver: Austin, L. .J. (1955). Como hacer cosas con las palabras.
Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Disponible en: www.philosophia.cl (consulta en
marzo de 2008).

116
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

de un hospital psiquiátrico local11. Esta historia es muy particular; en


pocas líneas revela los mecanismos ortopédicos para performar en el
sujeto una idea de masculinidad perdida en una época de la vida “por
realizar” acciones no permitidas en el manual de reglamentos de la mas­
culinidad. Llamaremos a nuestro personaje, señor “K”:

Paciente, K, de 28 años de edad, que ingresa el día 31 de mayo


de 2007, es traído por su tío ya que tiene antecedentes de con­
sumo de sustancias psicoactivas de 10 años de evolución, refie­
re consumo de cocaína, marihuana y bóxer. En septiembre de
2000 fue hospitalizado por presentar episodio psicotico agudo
con riesgo de heteroagresividad, refiere familiar que siempre
que es internado el paciente se fuga, cuadro actual de mas o
menos 1 mes de evolución consistente en consumo diario de
sustancias psicoacivas, hostilidad, cambios en el comporta­
miento y el estado de animo, el día del ingreso se presenta agre­
sivo por lo que es traído. Antecedentes de importancia: Su
historial muestra un trastorno en el comportamiento por una
distorsión perceptiva de su género. La madre ha dormido en la
misma cama con el paciente a lo largo de su vida. Vive con las
hermanas y no tuvo en la infancia y en la adolescencia, referen­
tes masculinos. Ha estado en el ejército, se volvió policía profe­
sional, se niega a aceptar su homosexualidad, emplea sustancias
para ser más agresivo, dice el paciente que es mejor volverse
loco que marica. Al ingreso el paciente se encuentra hostil,
poco colaborador y con heteroagresividad. Se hace diagnostico
de trastorno de identidad de género y del comportamien­
to. Secundario al consumo de sustancias psicoactivas +
fármaco dependencia”. Diagnóstico de egreso: fármaco
dependencia. Trastorno afectivo bipolar12.

El caso revela más silencios que verdades a voces, pero de manera cla­
ra da a conocer los mecanismos de ortopedia social con los cuales se
estructura una figuración ideal de masculinidad a partir de una acción

11 La investigación contó con el apoyo de dos instituciones psiquiátricas de la ciudad, una


publica y una privada. Pero el caso es del año 2007. El director científico de la institución
autoriza la publicación de la epicrisis pero sin mencionar el nombre del paciente ni el
nombre de la institución.
12 Archivo de epicrisis y planillas de ingreso 2007. Hospital publico de Cartagena, Bolívar.

117
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

citacional. Se dice en la historia clínica que “elorigen” de la enfermedad


mental data de una práctica que no debe presentarse en la construcción
de la identidad de género y es el no tener “referentes masculinos”. No tener
un modelo de imitación de género no contribuye a la realización de la
coherencia entre el sexo y el género que se intenta sostener. Lo par­
ticular es que el mismo sujeto ha empleado una serie de mecanismos
ortopédicos como coadyuvantes para la corrección de las deformidades
corporales. La mecánica de la corrección a la que se somete el sujeto para
alcanzar una masculinidad normalizada se puede interpretar en el he­
cho que haya ingresado a instituciones socialmente reconocidas como
disciplinarias. Someter el cuerpo a la disciplina militar es un indicador
que muestra el desespero del sujeto por entrar en las rutas de la masculi­
nidad, como dice Rafael Montesinos (2002).

No hay nada que extraer o suprimir de este caso, no se puede interpre­


tar como omisión; el sujeto está desplegando actuaciones de género
que lo performan como masculino: agresividad, consumo de sustan­
cias psicotrópicas, demostraciones de valentía, para “hacer” un cuerpo
diferente al performado en su núcleo familiar. Opta por estos mecanis­
mos para poder representar el fantasma normativo de la “masculinidad
ideal” que tanto acecha a los cuerpos de los hombres.

Lo extremo de esta interpretación se expresa en los instrumentos


adoptados para reforzar su actuación de género, el consumo de sus­
tancias para actuar con agresividad, un rasgo políticamente sustentado
en el orden de género para estructurar los reglamentos y los actos que
se interpelarán en el escenario social como propios de “la naturaleza
masculina”. La hostilidad, como símbolo de demostración de fuerza,
de poder, es uno de los indicadores de género que más se ajustan al
modelo de normalización de un cuerpo masculino. El “paciente” asu­
me el papel de agresivo como una forma de buscar una masculinidad
que supuestamente está afuera de él y que la historia personal lo ha
condenado a vagar en la incertidumbre hasta encontrarla. En el libro
\ arones, Mabel Burin e Irene Meler (2000) dedican un capítulo para el
análisis de la hostilidad como indicador de la masculinidad, ellas afir­
man que:

118
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES V MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

La hostilidad es una de las conductas más controversiales cuan­


do procuramos entrelazar hipótesis psicoanalíticas con teorías
sobre la construcción social de la subjetividad masculina: unas
ponen el acento en los movimientos pulsionales y sus destinos,
otras enfatizan las formaciones culturales que inciden sobre la
construcción genérica de los varones y su procesamiento de la
hostilidad (Mabel Burín e Irene Meler, 2000, p. 1999).

La historia de este vagabundo que transita por espacios del género y la


enfermedad mental, muestra la forma como la enfermedad mental está
sujetada a unas representaciones que construye el mismo género para
poder determinar los cuerpos con categorías normalizantes. Dormir
con la madre, tener solamente hermanas, buscar referentes de mascu­
linidad en instituciones como el ejército, luego volverse policía como
un acto de representación de virilidad,13 es una interpretación basada
en el género que condiciona los diagnósticos y establece de manera
permanente los mecanismos ortopédicos para la corrección de su almaH.
Pero cuando el relato enfatiza que el sujeto prefiere “volverse loco antes
que marica", se observa la fuerza con la que emerge la performativi-
dad, la sedimentación del “realizarse” como acto de imitación y castigo
con las normativas de regulación para permitir la significación de este
acto13. Por ahora digamos a nuestros lectores y a nuestras lectoras que
la interpretación de un caso psiquiátrico como éste se fundamenta en el
orden de género para condicionar las interpretaciones que se salen de
los modelos hetero-centrados, pues volverse algo permite experimen­
tar el poder productor de los actos en el escenario cotidiano.

13 Término puesto en disputa pues es una expresión usada con frecuencia pero casi nunca
se expone ¿cómo se construye? o ¿qué mecanismos intervienen en su aparición?
14 Foucault lo enuncia en V igiar y castigar. “La ortopedia social\ como e l arte de correar las imperfec­
ciones del alma ”, Capítulo II La disciplina.
15 Se podría decir que la locura dentro de su proceso de interpretación y formación “se hace ”
a través de las interpretaciones performativas de sus síntomas, puesto que “los locos” per-
forman una patología psiquiátrica, puesto que las sacudidas, los gestos, las desviaciones
de la conducta, son efectos performados. Este tema no cabe en estas líneas, requiere otra
investigación sobre la performadvidad de la locura, pero contiene la forma como se hacen
las denominaciones de los sujetos dentro de un campo social a partir de actos interpreta­
dos en un contexto social e institucional específico.

119
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

La enunciación “volverse loco antes que marica" igualmente destaca que


no toda la teoría de la performatividad va dirigida hacia la homose­
xualidad, y no todo acto homosexual es performativo, como lo han
interpretado algunos autores críticos de esta postura teórica16. La fra­
se estudiada finamente muestra que el objetivo de la materialización
performativa de los actos no es mostrar la forma como los sujetos
ponen el género en disputa, sino que intenta reafirmar los mecanismos
heterosexuales, los procedimientos de regulación de la masculinidad
ideal, ilustrar en el campo social el modo como los cuerpos son hechos
y í/w-hechos, en espacios conflictivos de poder17. “Hacerse” loco antes que
“hacerse" -volverse dice el texto original- marica, es una interpretación
que despoja las ideas fijas, naturales, inherentes al sujeto, que desplazan
los argumentos de las “realidades pulsionales”, de la base bio-política de
los cuerpos, al escenario político del poder, que forma los géneros que
intenta controlar, según Judith Butler (2001, p. 106). Citar actos que se
interpretan como locura, imitar gestos, posiciones, forzar al cuerpo a
producir significados que se hacen saberes por la fuerza de la repeti­
ción de unos reglamentos, dibujan un haz de luz sobre el terreno pro­
blemático de la construcción cultural de los cuerpos que siempre está
ocultando sus mecanismos ortopédicos.

Decir que es mejor volverse loco que marica genera un escenario per­
formativo que pone en cuestión cualquier interpretación estática, con­
gelada, de la potencia significativa de los cuerpos. Tomar entonces las
acciones de los sujetos como un prisma para hacer visibles las anoma­
lías corporales y, de paso, convertir esas acciones en pruebas plenas de

16 Entre los autores críticos de la teoría de la performatividad como práctica que moviliza
fuerzas alternativas de subversión de las condiciones normalizadoras está Slavoj Zizek.
Ver: Slavoj Zizek (2001). E l espinoso Sujeto. Editorial Paidós. Buenos Aires, pp. 263-330.
17 La teoría de la performatividad de género no solamente se despliega en las prácticas de
excepción sino que es una postura que devela la reafirmación de las normativas de género
en los procesos de normalización de los cuerpos. Como el estudio de esta perspectiva se
formuló en el libro Gender trouble (Género en disputa), avalado por la crítica feminista y los
estudios críticos de género como manifiesto de la teoría Queer, se considera que la inter­
pretación de la performatividad de género expuesta por Judith Butler solo hace alusión a
las posiciones homosexuales de llevar los cuerpos grabados, limitados y expuestos por el
género.

120
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

la transgresión de lo normal”, “de lo que se debe ser”, de las rectas disposi­


ciones de los cuerpos, nos lleva a pensar que el análisis de la performa-
tividad es una retórica más compleja de lo que a simple vista parece.
Cuando decimos que el argumento de la retórica de la performadvidad
no es homosexual, apuntamos a una concepción tan generalizada que
se ha hecho verdad. A la vez, la performadvidad refuerza el escenario
ortopédico de la heterosexualidad porque las convenciones que requie­
ren la imitación del sujeto son, ante todo, papeles producidos por la
matriz de género siempre plegada a las características heterosexuadas.

Prisiones encarnadas
Sin negar la importancia que tiene la filosofía de Michel Foucault en las
formas como reconstruimos la genealogía de los cuerpos, o en los mo­
dos como hacemos un análisis productivo de las relaciones de poder,
pues sus mecanismos de poder nos han revelado unas relaciones que
creíamos improbables, van a emerger temáticas y visiones de la realidad
social que se habían paralizado en nuestro presente como verdades
absolutas imposibles de comprobación y, más aun, puestas bajo el “ojo”
vigilante de la historia.

El género no es de ninguna manera una entidad estable porque de­


pende del cuerpo para “hacerse”, para tener efecto. Siendo el cuerpo
un proceso activo de encarnación de diversas contingencias históricas
y culturales, no cabe dentro de las posibilidades interpretativas traba­
jarlo con un principio unitario estable de sexualización, sino que exige
una mirada detenida sobre sus efectos en el tiempo, sobre su devenir.
Género, cuerpo y sexualidad se encuentran en disputa pero ahora de
manera muy diferente porque una explicación sobre el cuerpo, y su
función punitiva, ha sido materializada ante nuestros ojos sin ningún
disfraz a través del tiempo.

Por ello interrogo el trabajo de Foucault desde la perspectiva de géne­


ro como elemento constitutivo y fundante para que el sujeto se reco­
nozca a “sí mismo”, y a los demás, como individuo marcado por un
género, un sujeto masculino, un sujeto femenino, que “se hace” en la
base cotidiana de la reiteración de normas en espacios constrictivos;

121
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

abarcando incluso a un sujeto que rompe las fronteras de lo femenino


o lo masculino. Aquello no dicho o escrito por Foucault, lo que dejó
de hablar y escribir en sus dits et écrits, se ha convertido en la obsesión
investigativa de la teórica del género Judith Butler, quien retomó la ge­
nealogía foucaultiana para liberar la analítica del poder de Foucault de
las trampas de las interpretaciones reduccionistas del poder.

El paso de la sociedad disciplinaria de Foucault al paso de la sociedad


de control de Deleuze ocurre a partir de la operación del biopoder
con el cual se regula la vida del sujeto. De un sujeto como “Estevand”,
una trans-ge'nerois, quien suele repetir una idea como si fuera una verdad
incuestionable sobre su cuerpo-género (los subrayados intentan com­
partir los énfasis enunciados en el habla):

“(...) cuando era niño, sentía que ese cuerpo no me pertenecía,


estaba atrapada en un cuerpo que no era el mío, siempre me
gustaron las muñecas, los juegos con las niñas, mi identidad
fue homosexual desde el principio. Para eso no hay explica­
ción (...) nací mujer en un cuerpo de hombre (.. .)”19.

La idea enunciada en sus labios es que hay una prisión en su forma


material que supera las demás estructuras arquitectónicas de las ins­
tituciones penitenciarias, pero el gris, gris, de la reclusión se aclara al
compararla con su poder de sujeción, o proceso de devenir subordina­
do al poder y proceso de devenir en sujeto. Se ha pensado por siglos
que el cuerpo es la prisión del alma, argumento anclado en todo el siste­
ma de pensamiento occidental proponiendo formas de explicación de
modelos de género que no reflejan o no dejan emerger la “verdad” de

18 Se entiende por trans-género el acto de “hacer” que performan los sujetos para alterar,
desestabilizar, transform ar las leyes o las normativas impuestas socialmente sobre su su­
puesto género primario. Los restrictivos de género que impone el ideal regulatorio del
sexo, como dispositivo de poder con la función de estabilizar una forma legitima de vivir
en un cuerpo, son intercambiados por expresiones que adoptan los reglamentos.
19 Entrevista realizada a un joven de 24 años de profesión peluquero que vive en la ciudad
de Cartagena. Al conceder la entrevista, de la cual hemos sacado una rica información,
impuso como condición para la utilización de los datos que se le llamara por su nombre
actual: “Esteiana”. Está entrevista se realizó el 26 de agosto de 2006 respetando los pro­
tocolos de protección de la identidad de las personas que colaboran con la investigación.

122
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

las conductas apropiadas para el cuerpo. Se sigue considerando a los


cuerpos como artefactos de encierro conformado por cuatro paredes
que evitan la expansión de las expresiones humanas, claustro de los
pensamientos, mazmorras de los gestos y las acciones; pero es el poder
y no el cuerpo el que configura las formas de comportamiento, los
gestos y las conductas, haciendo de los discursos de los sujetos una
estrategia de identificación que construye las subjetividades que intenta
describir pero encerrándolas en dicotomías para hacerlas divinas o pe­
caminosas, buenas o malas, femeninas o masculinas, soportables o in­
soportables. Estar recluido en un “cuerpo ajeno” es una desdicha para
la condición de cada sujeto, pues vivir una vida sin identificarse con los
elementos plásticos que impone el género desde el comienzo, crea una
“des-orientación”, no hay coherencia en el plan divino de vivir en este
mundo como un ser humano reconocible, como un ser que deba ser
leído según la normativa de género impuesta.

“Estevano’’ nos obliga a pensar de manera múltiple; su grito de angustia


choca con los límites de la ortopedia social, con las fronteras de lo
permitido sobre su propio cuerpo. Su des-identificación es síntoma de que
se ha perdido algo, que el cuerpo vaga por terrenos resquebrajados por
su propia elección existencial de género. Como el loco en Ea muerte de
Dios de Nietzsche (2004, p. 23), desquiciado en el camino emprendido
para la búsqueda de ese Dios, sabiendo de entrada que está muerto
y que ha sido él su ultimador, este sujeto, este cuerpo-trans-formado,
incurre en ese mismo acto. Sabe que pone en cuestión lo que el “cur­
so natural” de las cosas dichas y vistas ha mostrado por siglos; que
el sexo es la base fundamental de la constitución corporal, que tener
pene, testículos y otras formaciones plásticas y visuales es un indicador
esencial para establecer la identidad de un cuerpo de hombre, pero, su
lógica somática, su lectura de la estructura de género sigue anclada en el
discurso ambivalente que él o ella misma rechaza y, a la vez, le sirve de
terreno para “hacerse a un género. Las puertas de la celda corporal se
cierran de manera permanente, la prisión de lo natural o, mejor, de lo
naturalizado en sentido derriniano, funciona como orden disciplinario
para organizar las palabras, el panóptico de la explicación de género
sigue su marcha, no hay escapatoria, no se avizoran líneas de fuga en el
horizonte discursivo sobre el género.

123
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Parece que la lógica del cuerpo-prisión se fortalece cada vez que se ex­
presan en “cuando era niño, sentía que ese cuerpo no me pertenecía’’-, con certe­
za en el juego de las formaciones, en el escenario performativo, emerge
esa especie de alma de género encerrada en un cuerpo biológico hasta
ahora atrapada por redes de significaciones culturales. Lo natural en
este caso queda inscrito en la piel, el cuerpo ha encapsulado en su inte­
rior unas transformaciones que parecen venir desde afuera, que le dan
sentido cultural a una posible desviación de la norma de género. “El
malestar del género” que plantea “Estevana” es la incoherencia natural
para dar sentido a una práctica performada como identidad homo­
sexual, “mi identidad fu e homosexual desde el principio Agrega "para eso no
hay explicación ”, pero la hay por la constricción impuesta a esa alma que
reclama salir para liberarse de ese cuerpo que la tiene atrapada.

El relato de “Estevana” es un argumento más cotidiano de lo que pa­


rece. El discurso del cuerpo ajeno es un mecanismo de poder que ha
cercado al género y ha elevado la explicación social de las acciones
a espacios naturalizados, cuyo origen biológico es posible establecer.
Como un Dios que levanta su mano para darle forma a lo que no la
tiene para crear un mundo en siete días, el discurso del poder de “Es­
tevana” tiene el mismo efecto. Se lee el resultado de un conjunto de
acciones del presente performando la idea de una identidad natural
ubicada por siempre en ese sitio, aunque haya estado subyugada por un
cuerpo que no la dejó ver la luz del día. Entonces esa alma de la que
hemos hablado en estas líneas, encerrada por la prisión del cuerpo, no
es más que una ficción, esa alma es un instrumento de poder, un ideal
normalizador que le da un estatus ontológico al cuerpo, esa alma es el
género, es un modo de situar al sujeto en un lugar para sujetarlo, como
lo sostiene Judith Buder (2001, p. 97) y reiterando con Foucault (2002,
p. 37): el alma es la prisión del cuerpo. Se invierte la regla; aunque se ha pa­
sado de una visión de posesión a poseído, el cuerpo, culpable por siglos
de ser el terreno localizable de las más terribles batallas entre el deseo y
la moral, entre el decoro y la lujuria, parece atrapado en otras redes. “La
carne es débil” dicen los guardianes de las buenas costumbres.

124
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

Con el género se ha trabajado la existencia de cuerpos que nacen p re­


determinados para representar un papel de masculinidad o de feminidad
en el escenario social. “Sentir que el cuerpo no le p erten ecí, según lo dicho,
enunciar el discurso “estaba atrapado en un cuerpo que no era el suyo”, y
reiterar “siempre me gustaron las muñecas, los juegos con las niñas”, significa
y contiene una posición ontológica ocupada por ese cuerpo en el que
vive hoy y las formas como ha devenido en sujeto. La metáfora del
cuerpo ajeno es un mecanismo ortopédico que le da forma y ofrece
explicaciones a su subjetividad para apreciar cómo el cuerpo materiali­
za una historia contada desde una base generizada. El cuerpo de “Es­
tevana” no tendría un estatus ontológico por fuera de los actos que lo
constituyen; si no se expresara en la ficción regulatoria atada al gusto
por las muñecas y los juegos con las niñas, no podría performar una
identidad homosexual.

Esto sucede porque ningún cuerpo puede estar por fuera de las normas
de género que lo explican. Como dice Maurice Merleau-Ponty (1962),
el cuerpo no solo es una idea histórica, sino también un conjunto de posibilidades
continuamente realizables, entonces es el cuerpo el que se encuentra ence­
rrado por el género cuando no presenta una forma de definición de las
acciones expresadas por un sujeto. Si “Estevana’’ no recurriera a la re­
gulación de su discurso, normalizándolo como homosexual y haciendo
una genealogía que genere como resultado la apariencia de un género
estable desde el principio, sus actuaciones en el escenario social no ten­
drían sentido. Quienes consideran a la homosexualidad como un acto
de subversión de los modelos de género podrían estar transitando en
una aporía del discurso, pues el cuerpo no tiene explicación por fuera
de esas normas reguladoras que lo constituyen e instituyen como un
género. Este camino nos permite situar al género como un indicador
primario de las formas como nos convertimos en hombres, como una
marca indeleble que da un sentido de identificación a los actos coti­
dianos, haciéndolos humanamente posibles dentro del contexto de la
ortopedia social.

“Estevana” performa una realidad en la medida en que ocurre su propia


actuación y con la creencia en su identidad homosexual encerrada por

125
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

los músculos, vigilada por el panóptico del pene, que entre otras cosas
no dice nada sobre el hecho de ser varón; este orden simbólico de las
cosas es el efecto de estabilidad deseado por el orden de género para
garantizar el imperio heterosexual que le da sentido social a los actos
mediante los cuales se está materializando su cuerpo.

“Estevand’ performa una identidad homosexual, ancla su discurso so­


bre un cuerpo hetero-centrado en la supuesta feminidad de su cuerpo,
apela al principio de inversión para que su argumento “sea normal”, “sea
natural”, y no solamente ante los ojos de los hombres. De igual forma,
el señor “K”, expuesto a un escenario ortopédico, recurre a la norma­
lización de su cuerpo para que el género tenga sentido y las maniobras
de corrección puedan actuar de forma acertada, puedan encontrar la
masculinidad errante que vaga por espacios reguladores bastante ines­
tables.

Es entonces, como lo plantea Agamben (2006, p. 12), el ser cual-sea,


definido por una lógica de poder y arrastrado por unos códigos ya
/¡^-establecidos, este ser responde a su deseo, está impelido por una
relación que le obliga a aferrarse a un discurso que permita su lectu­
ra; así el sujeto al llegar a ser cual-sea, homosexual, heterosexual, bisexual
trans-género, va a estar definido, denominado, por un orden dominante
de género. Sólo a través de su relación con una idea (Agamben, 2006,
p. 57) de masculinidad o feminidad, el sujeto, junto con sus acciones y
significados, hace posible su viabilidad en este mundo. Las palabras son
mucho más complejas de lo que la superficie de los acontecimientos
muestra, pero no es un acto solo de voluntad de un sujeto querer vol­
verse, ya sea, loco, homosexual o heterosexual, es en las restricciones
que impone el sistema ortopédico del género en el que los cuerpos
pueden llegar a ser algo, pueden llegar a ser reconocidos, aun cuando,
en ese proceso, queden atrapados en nuevas prisiones.

Disputas vigentes
He tomado la “caja de herramientas” tal como la propuso el autor de
la Arqueología del Saber sabiendo que en esa caja hizo falta el martillo
performativo, precisamente la herramienta que le ha dando forma al

126
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

modelo de “masculinidad ideal” con el cual se esculpe en la cotidia­


nidad el imperio heterosexual sobre los cuerpos para forjar su imagen de
hombre, una imagen que debe ser asumida e imitada por todos los su­
jetos hombres para poder ser leídos como originales, y para escapar de
los mecanismos de toda ortopedia social que castiga las malas copias o
los desviados del guión masculino asignado desde la hegemonía hete­
rosexual. Esta es una cuestión atravesada por múltiples disputas.

El orden de género como productor del campo social establece el len­


guaje, el significado y las acciones masculinas y/o femeninas. No hay
cuerpos que puedan escapar de estas significaciones pues finalmente
son discursos mediados por un imperio heterosexual que explican todo
lo vivido y exponen el orden de las cosas dichas o hechas en el esce­
nario social. Entonces, para que todo el aparataje performativo tenga
un espacio que lo soporte hay que cuestionar la noción de poder como
voluntad, pero también la metodología que lo sustenta, la noción de
construcción empleada en el discurso de las ciencias sociales de mane­
ra indistinta sin ningún cuestionamiento del poder que representa di­
cha construcción. La noción de construcción no responde a los hechos
presentados en estas líneas, puesto que para que opere en el proceso
de formación de los sujetos se requiere de un hacedor, alguien que
construya la construcción. Cuando se apela a la falta de creador no se pue­
de volver la mirada hacia el sujeto, que es de alguna manera su efecto
(Foucault, p. 2002). Acto seguido, al no encontrar en el poder sobera­
no el constructor, se pasa a dar vida a las nociones esencialistas de la
biología o al esencialismo cultural, que como entidades son animadas,
activas, y recaen sobre una superficie pasiva que en este sentido vendría
a ser el cuerpo, y por arte de magia, ocurre la construcción.

Puestas en disputa las nociones, la dinámica de la construcción no po­


día ayudarnos a comprender la forma como el género es performado
en el cuerpo social, pues la performatividad no parte de la pasividad del
cuerpo, sino de su actividad, es el cuerpo, junto con sus actos, el que
permite la construcción, no de forma contraria como se ha venido ana­
lizando. En términos más específicos, son los actos los que hacen que
se de el efecto de las construcciones y no los actos los que se exponen

127
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

como construcciones. El discurso constructivista no solo ha llevado al


género al ámbito político para saber quién construye al género sino que
lo ha confinado a un determinismo lingüístico, donde todas las figura­
ciones presentadas como hechos corporales se asumen como campos
meramente discursivos. En una pregunta de Judith Butler (2002, p. 54),
hecha después de debatir con sus críticos, la autora dice ¿si todo es dis­
curso, qué pasa con el cuerpo? No encontrar en principio respuestas a esta
pregunta deja al cuerpo como espacio inerte, vacío y cercado por las
fuerzas activas que lo rodean.

Pero, al interrogar la noción de construcción en la forma de representar


los cuerpos marcados por un género, se llega a la des-voluntari^ación del
sujeto y a las figuraciones culturales y naturales en torno a los géneros.
Según Judith Buder, la construcción tomó el lugar de un Dios hacedor
de todo aquello que se desea explicar; dado que es común escuchar
que el género es una construcción social vamos a retomar la disputa
de la autora norteamericana para sustentar la nulidad del sujeto como
hacedor exclusivo de su propio género: si el género es una construcción debe
haber u n jo o un nosotros que lleve a cabo la construcción.

Los casos presentados no pueden verse como construcciones sociales


de la identidad de género sino como actos materializados. El género
no es construido, no es una construcción social; Estevana y el señor
K no construyen identidad, tampoco son construidos por las institu­
ciones sociales. El género no es construido, es materializado. La mate­
rialización de los cuerpos marcados por un género es el proceso que
confirma la potencia de los cuerpos y la multiplicidad de mecanismos
que hacen los cuerpos masculinos y femeninos, pero que a la vez se
transforman en los elementos que producen su de-construcáón (Judith
Butler, 2006, p. 70).

La identidad sobre la que se moldea el género es una imitación sin ori­


gen, no hay una base donde se empieza a edificar la identidad de géne­
ro, el sujeto emerge dentro de la matriz reguladora del género y son las
normas culturales del género, como la masculinidad y la feminidad, las
que hacen posible la aparición de un sujeto, su viabilidad, como cuer-

128
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

po que puede vivir en este campo social, en este terreno ortopédico.


La dirección de esta red de palabras, nos lleva a pensar que no existe
sujeto ni antes ni después del proceso de generización; por esa razón
ni el género puede ser construido ni tampoco se puede pensar en un
voluntarismo o un esencialismo cultural o biológico.

Los cuerpos son materializados por un proceso de repetición de ac­


tos ejecutados de manera permanente en el tiempo, en la cotidianidad;
como dice Bourdieu son hábitos que se materializan y esa materializa­
ción lleva implícito un estándar de imitación de los modelos norma­
tivos de género que sancionan las malas copias. Esto quiere decir que
las repeticiones cotidianas de las normas de género son las que crean
el género, pero que a la vez esas normas de género, esos mecanismos
de ortopedia social, son anteriores a cualquier acción humana, como lo
plantea Judith Butler (2006): si la existencia humana es siempre generi^ada,
extraviarse del género establecido es poner en cuestión la propia existencia.

. . . . .
Y, como consecuencia, el género es la estructura primaria que condi­
ciona todas las acciones humanas, da el efecto de algo naturalizado
porque necesita de toda la existencia del sujeto, de toda la vida para
materializar las normas de género que ella misma produce. Por ejem­
plo me llama la atención el testimonio del señor de 65 años Domingo
Herrera, que responde con extrema naturalidad a un hecho que causa
mucha curiosidad:

“... mire usted que vaina, el doctor ese que me esta atendiendo
en el Seguro Social (ISS) la vaina de la próstata, dice que debo
orinar agachado en el sanitario para no hacer tanta fuerza (...)
¡nojoda!, yo prefiero aguantarme el dolor que ponerme como
las mujeres... hombre que orina agachado es marica, sepa us­
ted”20.

20 Entrevista realizada al señor Domingo Herrera, el 15 de julio de 2006. Se formularon


las preguntas, ¿quiénes eran los homosexuales de su época?, ¿qué hacían los padres para
castigar estas conductas? El comentario que aquí se expone es una anécdota que cobra
fuerza después de la lectura de E l genero en disputa, de Judith Butler.

129
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Quizás este relato no diga mucho sobre el cuestionamiento de la no­


ción de construcción en la performatividad de género pero nos lleva a
pensar que la masculinidad siempre se está haciendo, que se hace a partir
de fijar una frontera y de inculcar repetidamente una norma (Judith
Butler, 2002, p. 26), una expresión o forma de mirar las acciones con­
dicionadas por un discurso histórico normalizado de cómo deben ser
las prácticas que identifican a cada uno de los sujetos y, a su vez, esta­
blecen los principios de exclusión pues el género va a operar a partir de
métodos excluyentes. “Si hago esto, me vuelvo aquello ”, “hombre que hace esto
se convierte en eso otro”, es el mecanismo constituyente de la maquinaria
del imperio heterosexual que gobierna los géneros. Por esa y múltiples
razones, el género se materializa en los cuerpos de hombres a través
de acciones complejas que se hacen cuerpo por medio de las fuerzas
de la repetición.

En consecuencia, podemos decir que el género es la repetición de es­


tilos corporales materializados en el tiempo de manera constante, que
dan el efecto ficción de una identidad estable a partir de una lógica de
imitación reforzada por la fuerza de los castigos, que la mayor forma de
exclusión es la negación de la condición de humano del cuerpo por no
representar esos actos pues sin esos actos de género no habría género.
Para resumir, el género no es construido, pues no hay una esencia que
lo construya, sino que se materializa porque toma los diversos actos
productores del orden de género para crear la idea de género. Es decir,
ningún cuerpo deviene en género si no está regulado, sujetado y subor­
dinado por las leyes y las normas sociales y los castigos propuestos por
el mismo género.

En la explicación de la forma como ocurre la constitución de un cuer­


po en un escenario de poder, donde se constituye un cuerpo a partir de
maniobras ortopédicas dirigidas a modificar la significación de las ac­
ciones, Michel Foucault presenta el caso de Jorge III de Inglaterra. Lo
hace en el texto titulado E lpoder psiquiátrico, una recopilación del curso
dictado en el College de France (1993-1994), mostrando cuerpos some­
tidos a escenarios constrictivos de poder, expuestos a actuaciones y
procedimientos performativos, medios con los cuales se construye una

130
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

realidad que explica la condición de cada sujeto. La historia es recopila­


da de un texto de Philippe Pinel, uno de los impulsores en Francia de la
reclusión hospitalaria de “los alienados mentales”. Copiaremos el texto
en la totalidad como lo expone Foucault para entender la idea que se
quiere explicar. Pinel dice:

Un monarca -Jorge III- cae en la manía y, para que su curación


sea más rápida y sólida, no se pone ninguna restricción a las
medidas de prudencia de quien lo dirige... Por ello, todo el
aparato de la realeza se desvanece, el alineado deja a su familia
y todo lo que lo rodea, queda confinado en un palacio aislado
y se lo encierra solo en una recámara cuyos cristales y muros
se cubren de colchones para impedir que se hiera. Quien dirige
el tratamiento le informa que ya no es soberano y le advier­
te que el lo sucesivo debe mostrarse dócil y sumiso. Dos de
sus antiguos pajes, de una estatura hercúlea, quedan a cargo de
atender sus necesidades y prestarle todos los servicios que su
estado exige, pero también convencerlo de que se encuentra
bajo su entera dependencia y de que allí en más debe obedecer­
los. Guardan con él intranquilo silencio, pero en cuanta opor­
tunidad se les presentan le hacen sentir la superioridad de su
fuerza. Un día el alienado, en un fogoso delirio, recibe con mu­
cha dureza su antiguo medico durante su visita y lo embadurna
con suciedades y basura. Uno de los pajes entra al punto a la
recámara sin decir una palabra, toma por la cintura al delirante,
también reducido a un estado de mugre repúgnate, lo arroja
con vigor sobre un montón de colchones, lo viste, lo lava con
una esponja y, mirándolo con altivez, sale deprisa para retomar
su puesto. Lecciones similares, reiteradas a intervalos durante
algunos meses y secundarias por otros medios de tratamiento,
han producido una curación sólida y sin recaídas21.

La escena de la curación del rey se recubre en un escenario performa-


tivo que Foucault llama “ceremonia de destitución”, es un decorado
donde todo el aparato de la realera desaparece (2004, p. 37). El problema
del rey es que ya no es soberano, su locura consiste en que todavía se
cree monarca, por eso la escena psiquiátrica es una ceremonia de desti­
tución en la cual los mecanismos de poder que expresaban de manera

21 Pinel, P. Traite'mídico-phitosopbique. Cita en Foucault, M., 2004, pp. 36-37.

131
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

simbólica la autoridad del rey han desparecido..., p or ello, todo el aparato


de la realera se desvanece, el alineado deja a su familia y todo lo que lo rodea, queda
confinado en un palacio aislado...

Emerge la performatividad, sus fundamentos se hacen carne. Aquí en­


contramos el primer principio de la teoría de la performatividad que
llamaremos principio del escenario ortopédico. Esto quiere decir
que como los actos son múltiples y modificables, los escenarios arti­
culados con los actos condicionan una interpretación específica de las
acciones. La desaparición del aparato de la realeza, materializado en los
símbolos del rey, la corona, el cetro y la espada, despojan al cuerpo de
esa fuerza que lo envolvía y ahora, alejado de esas figuraciones simbóli­
cas, el alienado se encuentra “confinado en un palacio aislado”. Destituido y
aislado de sus símbolos de poder “quien dirige el tratamiento le informa que
y a no es soberano, advierte que en lo sucesivo debe mostrarse dócily sumiso

Se trata de una situación que nos lleva al segundo principio de la per­


formatividad, la reiteración citacional o imitación de unas normas
históricamente establecidas, legitimadas y defendidas dependiendo del
escenario ortopédico que las valida. Por ejemplo, la agresividad del
alienado se interpreta como un acto de rebeldía al tratamiento, no re­
presenta un comportamiento que debe tener un sujeto sometido al
poder psiquiátrico.

Entonces la rebeldía, la no imitación de los comportamientos exigidos


por el escenario ortopédico, nos lleva al tercer principio de la perfor­
matividad, las tecnologías del castigo; porque el castigo permite la
corrección del sujeto. Igualmente, porque obliga el ajuste de las subjeti­
vidades a la norma social de los comportamientos, como dice Foucault,
nada en el hombre -ni tampoco en su cuerpo- es lo suficientemente fijo para
comprender a los otros hom bresy reconocerse en ellos (1992, p. 19).

Además, el ejemplo muestra de una parte que la performatividad pue­


de ser aplicada a todos los contextos sociales para comprender temas
tan disímiles como la locura o la sexualidad pero, de otra, nos ayuda a
explicar que la performatividad reitera los órdenes sociales del poder

132
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

porque presenta de manera clara los elementos ubicados en la base de


donde emerge el poder. Toda identidad es performada por el espacio,
por los modelos sociales y los mecanismos de castigo, por eso, el caso
del rey nos ilustra de manera significadva lo que hemos venido desa­
rrollando, pues señala que la noción de construcción no es tan amplia
para explicar la complejidad de la materialización, previa repetición y
reiteración, de los cuerpos en esos escenarios sociales de la vida coti­
diana donde abundan los mecanismos ortopédicos.

Repetición y reiteración
A un niño de seis años se le pregunta ¿por qué no juegas con las niñas? El
responde en un sentido constructivista, “sijuego con las niñas me vuelvo
niña,y mi mamá dice que los niños quejuegan con las cosas de las niñas se vuelven
maricas’112. La potencia de este discurso, el poder de las palabras, se mez­
cla con una idea pueril de las formas como significamos la identidad
de género. Es sencillo: en el relato del niño el género no parte de un
principio unitario, la narración del niño carece de una base biológica,
no se pliega a las interpretaciones esencialistas de mirar los cuerpos.

A través de la frase pronunciada por el niño retrocede ante nosotros


la ontología misma del género, pues no concibe una esencia, no hay
origen, no hay punto de partida. La respuesta del niño solo nos lleva
a la acción misma de las palabras, al “hacer” por el acto mismo de pro­
nunciar la realidad que intenta describir, establece el poder del discurso
en la constitución de un cuerpo determinado por un género. “No juego
con niñas porque me vuelvo niña ” es un acto performativo que revela una
técnica, una tecnología de género en términos de Teresa de Lauretis,
haciendo emerger el entramado de poder con el que se condiciona la di­
námica explicativa y significativa de los cuerpos en un escenario social constrictivo
(Judith Butler, 2006, p. 13).

El acto voluntarista, el poder interior de un sujeto que condiciona sus


estilos de vida en género, según sus gustos, formas de erotismo, meca­
nismos de asimilación o fabricación de la identidad, si queremos llamar­

22 Grupo de discusión realizado con 16 niños del Colegio Militar Abolsure de la Ciudad de
Cartagena el 15 de junio de 2007.

133
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

lo de esta manera, no representan un elemento tan claro en la forma


de mirar al sujeto como un ente autónomo. E l acto de magiapetformativa,
como dice Pierre Bourdieu (2000, p. 127) (de forma crítica ante la teo­
ría de la performatividad de Judith Buder), olvida de manera conciente
que los sexos no son meros roles que pueden interpretarse a capricho (a la manera
de las drag queens), pues están inscritos en los cuerposy en un universo donde sacan
sus fuerzas. Esta explicación tiene algo de cierto según el argumento
que estamos exponiendo pero desconoce un elemento fúndante en la
constitución del género: el arte de la normalización y el procedimiento
de la materialización de los cuerpos. Este detalle, revelado por Judith
Butler, ha sacado a la superficie elementos fáciles de detectar: cuando
el niño afirma que se “vuelve a otro género” o su identidad se desplaza a
otra cosa que él no es, o no quiere llegar a ser, no estamos pensando
que de manera consciente el niño estructura un sujeto otro, que puede
adoptar solo con la fuerza de sus palabras. Cuando afirma “si juego
con las niñas me vuelvo niña”, no nos está mostrando que tiene el
poder para cambiar su condición a libertad. El grito de auxilio de esta
frase es que si hace una determinada acción -jugar con niñas- su identidad
de género se resquebrajaría en un doble movimiento del poder, que lo
determinaría como un sujeto otro no legible por la norma cultural del
género; y por tanto sería castigado con el destierro del campo de la
masculinidad, iría al espacio de la abyección.
\

El niño con este relato nos muestra la angustia de transgredir los límites
disciplinarios de control impuestos por el concepto de masculinidad
socialmente normalizado. El sujeto sabe que no se va a convertir en
niña pues la batalla del género no ha sido la lucha por la masculinidad
versus la feminidad; la lucha contenida en estos discursos es por lo otro
detestable socialmente, lo grotesco, lo indefinible. No es que el niño
llegue a hacer otro género, es solo que impugna algo que no quiere llegar
a ser: por un lado, si el modelo de hombre o si la norma que establece
las formas de llevar su cuerpo en lo social, no interpretan esa acción
como masculina, el niño es descalificado, sometido a procedimientos
de control y disciplina. El niño es castigado para grabar en él las me­
morias del género que debe representar y las tecnologías del poder le
recordaran la coherencia, “el orden” que lleva el cuerpo, las marcas del

134
CAPÍTULO 3 - HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

poder de su “sexo primario”23. Por otro lado, el segundo movimiento


del poder recae en la producción misma de la subjetividad que deviene
de una voz de poder, histórica y cultural, y condiciona el criterio de
verdad de las acciones realzadas.

Cuando el niño expone . .mi mamá dice -voz de autoridad que inter­
pela la acción- que los niños que juegan con las cosas de las niñas se vuelven
maricas”, nos está mostrando que hay un fundamento en el poder que
está allí antes de ser realizada la acción (Judith Butler, 2001, p. 16). La
voz de la madre sedimenta una Ley que predice la acción misma del
“hacer” del género, la sanciona y la regula como si hubiese estado en
ese preciso instante desde hace mucho tiempo, como una especie de
campo social de poder, una forma de ortopedia social que está condicio­
nando de antemano las formas como debe comportarse el sujeto del
género, inclusive es una dinámica descriptivo-normativa para estructurar
escenarios punitivos, explica la acción antes de que el niño incurra en
ella y corrige cualquier desviación respecto de la voz de la autoridad
que reglamenta el rol histórico-cultural que él, representante de un
cuerpo de hombre, debe asumir sin tardanza. Esto quiere decir que
la segunda operación de poder que interviene en el acto de nombrar
y crear la realidad de género que se intenta describir, está estructurada
mucho antes de que el niño viviera el “género en disputa”. Hay un género
preexistente a su normalización, a las formas de castigo, a las medidas
de corrección de los cuerpos, y el niño ya está condicionado por unas
normas corporales, por una convención de estilos para actuar y presen­
tar en sociedad ese cuerpo dado por la cultura; y, de la misma manera
que Alicia en el país de las maravillas, vamos cayendo más adentro en
el agujero hecho por el conejo.

El acto de magia performativa de Bourdieu, para referirse a la acción de


hacer un género, no se expresa en un acto de voluntad. Bourdieu habla
de voluntarismo porque su discurso se encuentra sujetado al binarismo

23 Michel Foucault toma el sexo como un ideal regulatorio que genera un efecto-ilusión entre
los órganos y demás funciones corporales y el comportamiento que debe presentar el sujeto
a través del su ciclo vital. Véase: Foucault, M. Historia de la Sexualidad\ Volumen I. La voluntad
de Saber.

135
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

de los sexos (entendido en este caso como hombre, mujer, masculino,


femenino, como una retórica de género para significar diferencias vi­
suales y plásticas), porque concibe una esencia en el ser masculino o
femenino y porque fija la representación de cada quien a través de un
hecho interior, como algo dado desde el inicio. Pero se entiende que
el universo donde están inscritos los cuerpos, de donde sacan sus fuerzas para
modificar la norma de género, es regulado por el mismo género ya que
no existe un cuerpo por fuera de estas formas de significación. En este
orden performativo de ideas, la frase del niño subvierte la concepción
tradicional y momificada de que el género parte de una esencia biológi­
ca y que la naturaleza es la base para empezar la construcción cultural
de los cuerpos. Y al subvertirla emergen multiplicidad de acciones y
configuraciones para marcar la naturalidad corporal pues, como dice
Judith Buder (2001, p. 171), el género constantemente oculta su génesis y pro­
voca como efecto-ilusión la existencia de un principio que se perfila
desde el mismo proceso del nacimiento.

Si fuese algo natural, si hubiese una base incuestionable en el cuerpo


que nos hace hombres y mujeres, si se produjese un “acto de magia”
bio-corpo-científica, tendríamos que buscar el “gen rosa" de la homosexua­
lidad24 en los cuerpos y mirar cómo los mecanismos disciplinarios de
poder intervienen para afrontar esa “anomalía somática” natural, que
al sujeto le tocaría representar. La respuesta a las críticas de la forma de
estructuración de la performatividad del género carecen de movimiento
porque se encuentran ancladas en la coagulación del concepto de sexo
en la biología. Desde este punto de vista se dice entonces que todo acto
que transgreda esa realidad del ideal regulatorio de la heterosexualidad
(entendida como el sexo original u órgano primario) será considerado
una anormalidad de la misma biología, mientras en el espacio social,
en la eventualidad que se quiera representar un papel otro que no es,
según ese ideal regulatorio, sería un acto de rebeldía, una parodia como
en el caso de la drag queen de lo supuestamente natural. De este paradig­
ma explicativo es de donde se expone el acto de voluntarismo del que

24 Parodiando al comandante español Juan José López Ibor, jefe de los servicios médicos de
la España franquista en 1954: ingentes pruebas psico-fisiológicas para descubrir el “gen
rojo” que develara las raíces biológicas del marxismo.

136
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

se le acusa a la performatividad del género. Ni natural, ni voluntario, el


género es una estructura de poder, su composición no tiene un origen
en la biología de los genitales porque ya están asignados, descritos y
regulados por el género; no tienen punto de arranque en esta realidad,
su emergencia está dada en las acciones mismas.

Ahora bien, si el género no es algo natural o algo que se produce a


voluntad entonces ¿qué es? El género es una acción con consecuencias
claramente punitivas, es un acto que crea acciones ya normalizadas en
un escenario cuyas actuaciones están reguladas por una historia inse­
parable de las relaciones de disciplina, regulación y castigo. El género
que se es o que se representa se da en la repetición forzada de las
normas de género; para ser alguien hay que apelar a la cita de género
y a las convenciones de estilo propuestas previamente; e l género es una
actuación pero también es una norma que configura esa actuadón (Judith Buder,
2002, p. 18). Su repetición ritualizada da la sensación de una esencia
biológica, estática, como si siempre hubiésemos sido desde el principio
lo que somos: esa idea finalmente es la materialización del género en el
cuerpo de los sujetos, la materialización de esas normas en el cuerpo.
Es el efecto del poder creer que pertenecemos a un género porque
asumimos las voces de poder que nos condicionan y este trabajo se
presenta constantemente en la cotidianidad. ¿Por qué es constante?
Por dos razones estructurales; primero porque el cuerpo nunca acata
de manera precisa los reglamentos de género, siempre se da paso a fi­
suras, a grietas del modelo heteronormativo que se quiere implantar, ya
que ningún cuerpo produce una copia fiel del original del género, hay
que reiterar la norma, el sujeto debe imitar el modelo y ser castigado
cuando no cumple con el papel asignado para generar la ilusión de un
yo con género constante. A su vez, la ortopedia social del género, esa
estructura o campo de poder demarcada y significada previamente a
cualquier acción del cuerpo o contingencia de éste, se halla siempre
presente porque es ella la que le da sentido a las acciones. El género
siempre se está interpretando por los actos de normalización del gé­
nero, en palabras de Diana Maffía (2003, p. 6), corrige su caligrafía cuando
no es perfecta, es un poder capaz de dirigir y hacer la lectura de todas las
acciones del cuerpo.

137
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

La omnipresencia del género presentada por Joan Scott (1990, p. 23)


tiene mucho sentido a la hora de trabajar el género como una estruc­
tura constitutiva de todas las relaciones sociales, incluso de los sujetos
que intenta controlar. Para explicar esta realidad performada, tome­
mos la canción “E l Gran Varón ” de Willy Colon25 como marcador para
la generación de hombres de la década de los 80's por contener una
sentencia incuestionable: “no se puede corregir a la naturaleza, palo que nace
doblaojamás su tronco endereza”. Con base en un adagio popular la canción
relata la historia de Simón, quien transgredió la norma de género pues
no siguió la doble determinación “biológica” y “social” asignada por
ser un varón. La canción empieza diciendo que Simón:

(...) el orgullo de don Andrés por ser varón. Fue criado como
los demás con mano dura y con severidad, nunca opinó. Cuan­
do crezcas vas a estudiar la misma vaina que tu papá óyelo bien,
tendrás que ser, un gran varón.

Hasta aquí la canción con matices homofóbicos muestra la idea más


común de mirar el género a partir de un sexo biológico primario sobre
el que, según la norma, debe construirse un género social y cultural.
La introducción de la canción marca el camino explicativo del contex­
to de la historia de Simón. Nació varón porque así lo determinaron
los elementos anatómico-visuales. Esa realidad no es deformable, es
inmutable y fija. Según estos argumentos debe existir una coherencia,
pues “no se puede corregir a la naturaleza ”, esa naturaleza incorregible es
el sexo que da la identidad nuclear del género26, ésta monta el aparato
heterosexual normativo que se convierte en el punto de arranque de
cualquier interpretación de los actos y las prácticas de construcción del
cuerpo de este sujeto. Establecido el sexo, lo que confirma que es un
hombre, se da inicio a un procedimiento ortopédico de moldeamiento
de su cuerpo. “Fue criado como los dem áf’, quiere decir que su cuerpo fue
sometido a una ortopedia social, a mecanismos de disciplinamiento y

25 Willy Colon. E l gran varón...


26 Cuando hablamos de identidad nuclear de género estamos asumiendo la visualizadón de los
órganos sexuales como referentes normativos para la producción interpretativa de los bio-
hombres.

138
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

de control que “forman su masculinidad”, enseñando que a “los hombres


hay que tratarlos con dureza, que hay que hablarles firme para que no titubeen,e7,
no vacilen frente a la asunción de su sexo, menos de su identidad pri­
maria de género. La canción continúa:

Al extranjero se fue Simón, lejos de casa se le olvidó aquel Ser­


món, cambió la forma de caminar, usaba falda y lápiz labial y
un carterón,... cuenta la gente que un día el papá, fue a visitarlo
sin avisar vaya que error. Y una mujer le habló al pasar le dijo
hola que tal papá cómo te va, no me conoces, yo soy Simón,
Simón tu hijo el gran varón.

La frase “se le olvidó aquel sermón ” nos indica que la sujeción del cuerpo
de Simón, las formas de repetición constante que ejercía su familia -e s ­
pecialmente el padre-, se modifica en otros espacios de significación.
Cuando se dice que cambió la forma de caminar y usaba las prótesis de
género (falda, lápiz labial y una cartera) que se aplican para la feminidad,
dan una idea otra de la representación de Simón y de su masculinidad.
No quiere decir que se convirtió en una mujer, tampoco en un sujeto
fuera de la norma. Simón al imitar, al performar una nueva forma de
presentarse ante el público, es determinado por la norma de la mascu­
linidad como poco masculino. Una operación política que sanciona la
correspondencia del género que inicialmente se intentó materializar.

En la primera parte del análisis se podría explicar la conformación del


cuerpo como un hecho natural, “no se puede corregir a la naturaleza ”, aun­
que se está creando la ilusión de que hay un destino, un hombre hecho
por la fuerza de la biología, pero la segunda parte del caso de Simón
podría explicarse como un acto de voluntarismo, que es lo que se de­
nuncia de la performatividad del género. El género se entiende aquí
como una estructura de poder. Como dicen Deleuze y Guattari (2006,
p. 18), al criticar a Melanie Klein sobre el performance del Edipo, las
pulsionesy objetos pardales no son ni estadios en el eje genético, ni posiciones de una
estructura profunda: son opciones políticas.. . , con las que se materializa un

27 Armando Quiroz. Entrevista realizada el 21 de julio de 2007. Es un fragmento a la pre­


gunta que es ser un verdadero hombre.

139
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

estilo de vivir el género. No hay nada de natural pues la naturaleza está


cercada por el género; claro que no se puede corregir a la naturaleza
porque es una metáfora normativa que de forma alucinante da una
sensación de inicio, un origen que ayuda a la constitución de aquellos
cuerpos a los cuales va a intervenir posteriormente.

No se corrige la naturaleza porque si se corrigiera la práctica de la des­


viación sería natural, estaría en el orden de las cosas dichas y vistas. Si la
naturaleza fuese incorregible, por decirlo de otra forma, si la metáfora
naturaleza constituyera una entidad paralizada, no existiría la necesidad
de crear los mecanismos ortopédicos para la corrección de las defor­
midades de género. La segunda parte de la canción, muestra el proceso
de materialización de las regulaciones de la masculinidad, la puesta en
funcionamiento de los reglamentos que la explican, “fu e criado como los
demás”, reconoce la crianza en un escenario ortopédico generalizado
pues para llegar a ser un hombre hay que hacer lo que hacen los demás
con el cuerpo de los otros. En suma, cuando dice, “... vas a estudiar la
misma vaina que tu papá ”, quiere decir, con una voz de poder que para
llegar a “hacerse” con un género ideal, exclusivo, debe imitar, repetir
aquello que la figura de poder le está imponiendo. El final de la historia
de Simón es la muerte, ya que “de una extraña enfermedad murió Simón...
A l enfermo de la cama 10 nadie lo lloró”, pero representa una imagen per-
formada de castigo materializada en algo que el yo del sujeto no quiere
llegar a representar, y si lo hace, se ve envuelto en esa maquinaria de
poder que finalmente termina constituyendo unas exclusiones o refe­
rentes productores de la misma idea de identidad.

La canción del Gran varón de Willy Colon hace un recorrido por las
diversas posiciones teóricas y figuraciones críticas de los estudios de
género (Rossi Braidotti, 2000). La letra muestra la forma como el gé­
nero opera a partir de forclusiones, el yo de la identidad se ve siempre
amenazado por el fantasma normativo de su sexo primario, esto es,
de la coherencia de un pene-masculinidad o sistema referenciado que
siempre lleva implícita la aceptación o el rechazo; con el rechazo el sujeto
crea los limites corporales de sus acciones (Julia Kristeva, 2006, p. 14) pues si
no se ajusta a los espacios estriados de la significación, no podría vivir

140
CAPÍTULO 3» HACER MASCULINIDADESY MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

una vida reconocible. Termina por no representar una norma de géne­


ro, un modelo, un estilo de vida que importe como varón según la lógi­
ca hetero-centrada del poder. Si bien “el gran varón” no fue presentado
para revelar el género, la narrativa de Simón se convierte en una tec­
nología de género con la cual se regula la vida de los sujetos, se convierte
en un artefacto de supervisión de los modelos normativos de género, como dice
Teresa de Lauretis (2004, p. 216) pasa de la esencia natural de los ge­
nitales como referentes unitarios y exclusivos de la significación como
varón a los actos performativos que destruyen la reglamentación de la
masculinidad ideal: una mujer se acercó al papá y le dijo “hola que tal...
no me conocesj o soy Simón, Simón tu hijo el gran varón” . De lo naturalizado
a lo materializado pasa la retórica de género que plantea la canción;
dicho nomadismo discursivo muestra al género como categoría en mo­
vimiento que se va transformando según las acciones y los escenarios
en los cuales se ejecutan dichas acciones.

A la vez la noción de género aparece como prescriptiva: Simón nunca


dejó de ser varón; cuando se dice ‘palo que nace doblaó jam ás su tronco
endereza” se está afirmando que se convirtió en algo que ya era desde
el principio, pero que solo el presente puede dictar la realidad de la
formación del cuerpo. La masculinidad opera como una denominación
transitiva, es decir, incide en el proceso mediante el cual se obliga a
alguien a adoptar esa posición de niño, joven, adulto o anciano. En este
sentido, la performatividad inicial, “el orgullo de don Andrés por ser varón ”
y el grito de la gente diciendo ¡Es un varón!, anticipa la eventual llegada
de la sanción. La sentencia “tendrás que ser un gran varón”, es decir tienes
que ser algo que ya supuestamente eres y que tienes que representar a
cabalidad, nos muestra que la masculinidad se funda como un aditivo
cultural para reforzar esa primera instancia de poder. La canción hace
de la masculinidad un acto performativo, una asignación. Se trata de
una asignación que no se asume plenamente de acuerdo con la expec­
tativa social debido a que las personas a las que se dirige nunca habitan
por entero el ideal al que pretende que se asemejen. Además esa en­
carnación es un proceso repetido, constante, pues la identificación con
una norma de género es una imitación de la imitación.

141
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES OE GÉNERO

En términos generales, la performatividad de género es una operación


de poder para instituir una diversidad de actos políticamente regulados
que, al ser repetidos en un escenario social, producen la ilusión de na­
turalización de esos actos hechos en la cotidianidad. Por eso cuando el
protagonista de la telenovela mexicana “Victoria”, se acerca a su mujer
que lleva el mismo nombre y le dice con voz de culpa; “lo siento Victoria,
ella —su amante, más joven que la protagonista- me hace sentir un verdadero
hombre”, apela tanto a las fuerzas de la performatividad que aparecen
ocultas en nuestro sistema social para sentirse algo que desde el inicio
cree que es, como a los actos por considerarlos una fuente de refuerzo,
una práctica de legitimidad de las acciones puestas en juego. Hacerse en
la performatividad del género abarca la entronización de los reglamen­
tos históricamente constituidos por el mismo género y la exaltación de
las características masculinas establecidas por el imperio de la norma
heterosexual.

Y en este escenario, los cuerpos ni son voluntarios ni son significa­


dos desde afuera por un sujeto o institución de poder; los cuerpos
son performados, hechos carne, materializados, por unas convencio­
nes de poder que los denominan, esto es, no solo dependen de las
acciones del mismo sujeto. No hay vuelta al voluntarismo subjetivo,
según han considerado algunos autores como Bourdieu o Zizek, hay
una estructura de poder, una ortopedia social sujetando a los cuerpos a
un escenario punitivo, clasificando las obras, sancionando los hábitos,
castigando las malas copias de “la masculinidad ideal”. El poder intenta
producir cuerpos en una acción citacional repetitiva no estable en el
tiempo, por eso requiere de la reiteración constante y de la apelación
a esa cita (Judith Butler, 2002, p. 18) “siéntese bien”, “los niños no lloran”,
“los varones no juegan con las niñas”, “los verdaderos hombres no duermen con
sus madres”, “los hombres son fuertes, agresivos, competitivos, no se dejanjoder de
nadie”, eso son algunos de los reglamentos de género productores de
un efecto de masculinidad y performadores de una masculinidad que
no es natural sino naturalizada, que no es meramente reproducida, por
decirlo de alguna manera, por el sujeto mismo. Nadie se levanta en las
mañanas diciendo “voy a imitar, ajugar a ser un verdadero hombre hoy’\existe
una matriz de género, un escenario de poder como diría Foucault, que

142
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

condiciona las acciones de los sujetos, limita el cuerpo a comportarse


de una manera especifica para ser entendido como masculino u ofrece
alternativas de sanción ancladas en el biopoder.

Masculinidad o poder regulador de las normas


Connell ha preguntado acerca de la existencia de una ciencia de la mas­
culinidad mientras yo pregunto por la existencia de una ciencia del gé­
nero. Las dos interpelaciones nos recuerdan el debate entre las ciencias
de la educación y la pedagogía, que casi siempre confunden el objeto de
estudio con las herramientas empleadas para llevar a cabo el procedi­
miento. Connell crítica la puntualización que se ha hecho en el sentido
común a la hora de poner en circulación los saberes que son propios
de los hombres y las mujeres. Muchas veces los argumentos sobre los
comportamientos y cosmovisión de la realidad fundada en el género se
hacen con base en lo que las personas conocen en su cotidianidad, y sin
embargo, en repetidas ocasiones, se toman como la regla general para
la valoración y explicación de las acciones masculinas y femeninas.

En estos casos se parte del efecto producido por la misma acción.


Siguiendo la perspectiva de Connell, las revistas, los programas de tele­
visión y hasta las posturas científicas, entre ellas los paradigmas de las
ciencias sociales interesados por la condición masculina28, consideran a
la masculinidad como elemento instaurado desde siempre en la sociedad.
Pero, ésta no podría ser una forma de explicación en sí misma porque
los conceptos, saberes y prácticas de sentido común que se derivan
de ella, no tienen una base de significación expresada en el objeto que
están resaltando. Es decir, que al estudiar la masculinidad por los mis­
mos efectos que produce estaríamos confundiendo el foco de estudio
con las herramientas que ayudan a explicarlo, pues la masculinidad es
el producto de un proceso de materialización, no la forma mediante
la cual se constituye dicha materialización. Si la masculinidad es uno
de los resultados de la división sexual, entonces difiere de la idea de la
masculinidad como causa de dicha división.

28 Por ejemplo, el conocimiento clínico de las identidades, los roles de género desde psico­
logía social, o la construcción histórica desde sociología, antropología e historia.

143
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Son discusiones llenas de certezas e incertidumbres: las masculinida-


des son una norma de género que instituyen una serie de reglamentos
presentes en el campo social como propios de un sujeto simbólico,
asociados siempre con el poder y sin nada de femenino en su interior;
niega o mejor le son negados elementos incompatibles con lo mascu­
lino. Un ejemplo es el concepto de Lynne Segal, la masculinidad es todo
aquello que no es,29 pero ¿que no es qué? ¿Hay algunos elementos tan fijos
en el cuerpo que tenerlos representa la pertenencia a otro género o a
otra representación de lo humano? Aclaremos. Este concepto de mas­
culinidad referenciado de manera permanente en los estudios sobre
los hombres, nos lleva a un terreno común en los argumentos sobre
la masculinidad que toman el hecho de un interior femenino/masculi­
no como su punto de arranque pues consideran que hay en el cuerpo
unos componentes sexuales constituyentes de la estructura corporal y
psíquica para escenificar en el espacio social una idea estable de lo que
representa ser un hombre masculino. Si el argumento de Lynne Segal
fuese cierto, apoyaría la tesis de Connell según la cual la masculinidad
es algo existente desde siempre mientras el género es el mecanismo
de explicación para traer al mundo de lo decible las representaciones
sociales de los cuerpos marcados por categorías simbólicas conocidas
como masculinidades:

La masculinidad y la feminidad son conceptos inherentemente


relaciónales que adquieren su significado entre sí, como delimi­
tación social y oposición cultural. Esa característica se repre­
senta sin importar el contenido variable de la delimitación en
las diferentes sociedades y en los distintos periodos históricos.
La masculinidad como objeto de conocimiento es siempre la
masculinidad en relación a algo... El conocimiento sobre la
masculinidad surge del proyecto de conocer las relaciones de
género (Connell, 2003, p. 71).

Las masculinidades se presentan aquí como un proceso relacional que


contiene sus propias dinámicas de significación amparadas en el géne­
ro. Dicho de otra forma, la masculinidad es el principio fundamental

29 Lynne Segal, cita en Marta Segarra y Angels Cabarí en la introducción del libro Nuevas
masculinidades. 2002, p. 19.

144
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

de la constitución como sujeto, una especie de marca indeleble en el


cuerpo que tiene su efecto solo cuando se establece una relación con
los otros. Esto nos lleva a otra pregunta: ¿qué está primero la mascu-
linidad o el género? ¿Si la masculinidad es algo que surge en relación
a otro podemos determinar con absoluta certeza lo que es masculino?
Ni el concepto de Lynne Segal ni el de Connell presentan las fuer­
zas que intervienen en esa separación de elementos dados cultural o
naturalmente a los cuerpos para que puedan ser interpretados como
masculinos.

Cuando Connell pone en cuestión la existencia de conocimiento cien­


tífico sobre la masculinidad, además de hacer referencia a revistas de
entretenimiento donde se presentan prácticas masculinas, pregunta si
el saber sobre la condición masculina puede ser interpretado como
elemento propio de la masculinidad y, después, expone las teorías y
paradigmas de las ciencias sociales que han explicado la situación mas­
culina como una construcción; pero justamente está pasando por alto
un pequeño detalle: ¿por qué se toma la masculinidad como una enti­
dad sólida que solamente se explica cuando se ubica en la base de las
relaciones de género, si el género pre-existe antes de cualquier signifi­
cación social y es la matriz que configura las acciones como masculinas
y femeninas, construyendo y de-construyendo esas nociones?

Philippe Aries, el historiador de la vida cotidiana, plantea un ejemplo


clave a la hora de colocar la masculinidad en disputa. Aries narra la
forma como los jugadores de fútbol celebran una anotación: se aga­
rran las nalgas, se besan, se dicen cosas, se abrazan de modo fervoroso.
Traslademos esa acción sin quitarle una coma a un barrio cualquiera y
lejos del fútbol: esa acción se observaría como una práctica gay, sería
catalogado este grupo de hombres como “maricas”. Esta lectura nos
lleva a pensar que la masculinidad es algo así como un acto de posición,
para Nietzsche sería un fenómeno de perspectiva. Lo masculino ven­
dría a estar constituido por todos aquellos elementos que ya trabajados
por la cultura e inscritos en los cuerpos como verdades por la fuerza
repetitiva de la historia, solo necesitan un contexto organizador de los
saberes relativos a la acción que se está ejecutando. Cuando decimos

145
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

que no sería apropiado apoyar la concepción de una ciencia de la mas­


culinidad, es porque todavía los debates sobre la analítica del género,
que es finalmente la matriz de poder que performa la idea de masculi­
nidad y la hace real en el cuerpo de los sujetos, no ha establecido rutas
concensuadas sobre el estatus epistemológico de las formas de estudiar
los cuerpos circulantes en los espacios sociales.

En efecto, la masculinidad es el resultado interpretativo de una conven­


ción de estilos políticamente performados en el tiempo. La masculini­
dad como sedimentación de los mecanismos ortopédicos no puede ser
considerada centro de análisis, hace referencia a sí misma, a sus dispo­
sitivos disciplinarios con la fuer2 a, el control en las relaciones sexuales,
el poder, el “no llorar”. Con esto no estoy afirmando que los estudios
sobre las masculinidades no producen conocimiento científico, claro
que si; es más, los trabajos de investigación sobre las nuevas mascu­
linidades nos han llevado a la de-construcción de esas convenciones
de estilos mostrándonos las múltiples posibilidades del cuerpo para
desplegarse en el campo social. La crítica se centra en la subordinación
del género como herramienta aislada de análisis y la paralización del
cuerpo como ente pasivo meramente significado desde fuera. Por estas
razones no se puede pensar en una ciencia de la masculinidad puesto
que la masculinidad es el efecto-ilusión que produce la performativi-
dad de género; lo masculino y lo femenino terminan siendo conceptos
usados para normalÍ2 ar la potencia de los cuerpos.

Otro argumento que se expresa con mucho vigor en los análisis de la


masculinidad es nuevamente la noción de construcción en el proceso
de constitución y explicación de las masculinidades. Algunas autoras y
unos autores han hecho referencia a la frase de Simone de Beauvoir, no
se nace mujer,; una se convierte en mujer; para aplicarla a las masculinidades,
“no se nace hombre, uno se convierte en hombre”, pero ¿cómo se
hace uno hombre?, ¿por qué no se explican desde los estudios de las
masculinidades las maneras de hacerse hombre?, ¿cómo podemos ser
algo que desde el comienzo fuimos? El pensar que nos hacemos hom­
bres en la masculinidad debe ser analizada con mucho detenimiento
pues esto quiere decir que nos vamos a convertir en algo que desde el

146
CAPITULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

comienzo ya somos. Estas expresiones dan la sensación de que rom­


pemos desde adentro con la interpretación esencialista de la biología,
pero para incurrir en un esencialismo cultural amparado en el concepto
de constricción que simplifica el análisis. La identidad masculina es un
concepto normativo, está dado desde el principio pues nadie puede
habitar en este mundo sin unos referentes normativos para empezar la
imitación y sancionar las malas copias.

El género es antes que la masculinidad, el género produce la noción de


lo masculino, es lo que gobierna la interpretación, el género es pres-
criptivo porque ordena la naturaleza, la carga de unos significados y
expresiones valorativas, mandatos, experiencias, e impone un deber ser
ya establecido por el orden de género y regulado por el imperio hete­
rosexual que opera a partir de sus mecanismos ortopédicos, procesos
de disciplinamiento y tecnologías de castigo. Por múltiples razones no
se puede tomar por sentado que nos construimos hombres y deveni­
mos en la construcción, pues como hemos anotado la materialización
de los reglamentos de la masculinidad en los cuerpos, se presenta de
forma inestable en el tiempo, esto permite su construcción, su decons­
trucción, su reconstrucción y los procesos de resistencia frente a las
asimilaciones normativas.

El género no solo describe la masculinidad sino que prescribe su deber


ser. En la región caribe colombiana, la expresión “el minero”, o su equi­
valente “el cigarrón”, se refiere a hombres que mantienen relaciones
con otros hombres pero como ellos mismos no se consideran homo­
sexuales, ni la sociedad los reconoce como tales, se muestra que ni los
reglamentos de masculinidad ni la masculinidad son cuestiones pasivas;
en realidad despliegan significados profundos a la hora de definir que
es ser un hombre. Estos hombres no se consideran homosexuales aun­
que mantengan prácticas homosexuales; la masculinidad como norma
sanciona este tipo de conductas, las valora y carga de sentido solamente
en contextos específicos. Para algunos hombres estas prácticas pueden
ser consideradas no masculinas, para otros es una manifestación del
poder sobre otros hombres, para el discurso científico es una práctica
homosexual que convierte a ambos en homosexuales, para un chico

147
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

integrante de un grupo de hombres que hablaban sobre quiénes eran


considerados homosexuales el marica es el que se deja comer, el que se lo come
no es marica porque el que se deja si es’0.

Pero quiero llegar a la masculinidad como un referente normativo


que establece de manera incisiva lo que es y lo que no es masculino
sustentado con un aparataje heterosexual. Hay actuaciones de género
interpretadas como masculinas o no masculinas, son las acciones del
sujeto suspendidas en el tiempo las que especifican la interpretación de
la repetición eficaz o precaria de normas de masculinidad que le dan
viabilidad a las expresiones corporales. La mayoría de los argumentos
sobre la masculinidad se fundamentan en la fuerza, hombre es fuerza
aunque la emplee en prácticas contrarias a lo que debería ser. Cuando
se pregunta lo que es ser un verdadero hombre, se contesta casi siem­
pre con el mismo argumento:

“(...) el concepto que la sociedad tiene del hombre, es que el


hombre es la bazofia que tiene la sociedad, por que el hombre
siempre se basa en la fuerza para lograr sus objetivos, ya eso
es una explicación que da la sociedad acerca del hombre” (un
estudiante de medicina).

La fuerza es un elemento inscrito en los reglamentos de género, no es


exclusiva de la masculinidad pero se ha performado como un elemento
inherente a la masculinidad. Si la fuerza está asociada al poder, no po­
demos decir que ser hombre significa tener fuerza o que tener fuerza
significa tener el poder, como plantean unos autores porque, ya lo diji­
mos, el poder no lo detenta ningún sujeto, nadie tiene el poder agarra­
do para utilizarlo, el poder solo funciona cuando hay acciones, no hay
poder que produzca acciones, son las acciones las que se convierten en
poder. Esto significa que al evocar la idea de hombre asociada a tener
fuerza solamente se expresan ficciones reguladoras con las cuales se
intenta(n) imponer la(s) masculinidad(es) hegemónica(s).

30 G rupos de discusión con estudiantes de psicología y m edicina de la Universidad el


Sinú, Abril de 2007.

148
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES V MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

En una entrevista a una mujer madre de un varón no solo aparece la


materialización performada de los reglamentos, también hace alusión
a la forma transitiva (y transicional) para condicionar la emergencia del
género en los cuerpos materializados. Cuando se le pregunta ¿cómo ha
sido la crianza de su hijo?, ella dice:

“(...) Yo lo eduqué bien, se le dio cariño y se le pegó cuando


teníamos que pegarle. Se le enseñaron y compraron cosas de
hombres, el bate y la manilla para que jugara béisbol... el ya
tiene 14 años ya yo lo críe hasta donde pude, menos mal ya
pasó los 13 que dicen que es la edad donde se sabe si son ma­
ricas o no,... pero él verá qué quiere hacer con su vida de aquí
en adelante”31.

Esta es una expresión performativa del género, ella muestra en el dis­


curso que atender a las normas reguladoras de imitación y de castigo
de las expresiones de masculinidad no es suficiente para materializar
en los cuerpos una idea normativa de ser hombre; “el verá que hace con su
vida.. .” es una narrativa con una dirección performativa posible de tra­
ducir de forma arbitraria según la norma de la masculinidad propuesta
por el orden de género, con base en esos elementos se procura que
el sujeto reitere a lo largo de su existencia los reglamentos de género
enseñados para que su cuerpo siga exponiendo en el escenario orto­
pédico los valores de lo masculino. Decir “... menos m al y a pasó los 13
que dicen que es la edad donde se sabe si son maricas o no”, es una apelación
a la voz de poder que establece la verdad sobre el deber ser de ahora
en adelante. Pasar de los 13 años en nuestra cultura, estructura un acto
performativo que carga el paso de una edad a otra con un poder de
constitución de los cuerpos.

¿Por qué se apeló de nuevo al discurso teórico de la performatividad


para hablar de la masculinidad? Ante todo porque las masculinidades
son una norma que produce una diversidad de reglamentos regulados
por un orden de género. En consecuencia, para no quedarnos en la
descripción de los reglamentos desplegados en contextos sociales e his-

31 Entrevista realizada a la señora Josefina Arrieta, el 14 de abril de 2007.

149
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

tóricos específicos, la pregunta sobre el género desde la arqueología del


saber no sería ¿cómo se construyen las masculinidades? Las preguntas
por el saber de género han de ser ¿qué mecanismos permiten pensar
que las masculinidades se construyen?, ¿qué actos, discursos y prácticas
se vuelven masculinos en un escenario constrictivo? Esto cuestiona la
naturalización de la identidad masculina a partir de discursos biológi­
cos y culturales, a su vez nos lleva a pensar que no existen identidades
inamovibles, solo hay actos de imitación que a través de su repetición
forzada, cotidiana, en juego constante con los castigos, dan la ilusión de
una identidad masculina sustentable en el tiempo. No hay quien acate
una norma de género sin vigilancia; esa cita a la norma es necesaria para
llegar a ser alguien viable, ya que la formación depende de la operación
previa de las normas legitimantes del género. Entonces, podemos de­
cir que la masculinidad no es producto de una decisión sino de la cita
obligada de una norma, una cita cuya compleja historicidad no puede
disociarse de las relaciones de disciplina, regulación y castigo.

En suma, el caso de la trans Estevana, el decir del señor Domingo


Herrera y las sanciones al señor K, hablan de cuerpos materializados;
las respuestas espontáneas de los niños en contextos cotidianos y las
afirmaciones contundentes de mujeres madres de varones, como la de
la cita previa, sirven para reconfirmar los tres principios básicos iden­
tificados en el intento por entender la teoría de la performatividad de
género:

a) El principio del escenario ortopédico: se entiende como el


campo social previamente generizado con el que se normalizan
las conductas, se sancionan y regulan las acciones; por ejemplo,
dormir con la madre performa una idea de lo que puede llegar a
ser el sujeto, el señor K. Este principio nos permite contextualizar
las acciones que performan una idea de identidad fija en el cuerpo
de los sujetos. Como cuando dice el niño que si juega con niñas
se vuelve niña, nos está significando de manera clara que los es­
cenarios condicionan la circulación de los discursos y los saberes
que expresan la adquisición de un género, pero solo en espacios
permitidos que estructuran la lectura de los cuerpos. Este princi­

150
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

pió nos lleva a pensar el género no solo como una categoría que
define las identidades sino como un poder estructural que confi­
gura los espacios y los mecanismos disciplinarios que constriñen
los cuerpos en una operación heterosexual para dar la coherencia
en un discurso de poder que se disemina en todo el cuerpo social:
cuerpo-poder, cuerpo-ciudad, cuerpo-ciencia.

b) El principio de la reiteración citacional: para poder ser expli­


cado y leído como un cuerpo con un género debe citar el papel
de la masculinidad o la feminidad ya establecido por la cultura. El
género es un acto que ya estuvo ensayado, no hay forma de leer un
cuerpo si no se pliega a estas citaciones. El caso de Estevana da co­
herencia y otorga normalidad en la medida en que su performance
como sujeto, necesita citar unas normas de género presentes desde
siempre, preexistentes incluso antes de la aparición del sujeto.

c) El principio de las tecnologías del castigo: el género como


representación lleva implícitas unas consecuencias claramente pu­
nitivas; quienes no hacen bien lo necesario para marcar su distin­
ción de género, quienes no reproducen el modelo normativo de
la masculinidad reconocida, quienes no imitan los modos de ser
verdaderos hombres, son castigados de manera regular. Los cas­
tigos no solo son físicos, los castigos se presentan en la repulsión
de ciertas prácticas que nos hacen sujetos que no queremos ser,
ni aparecer, “prefiero el dolor —dice el señor Domingo Herrera- a
ponerme como las mujeres”.

En otras palabras, el cuerpo es una perpetua materialización de posibi­


lidades, pero son los principios espaciales, citacionales y de castigo, con
sus nuevas formas, los que condicionan y limitan dichas posibilidades.
Beatriz Preciado en su libro Texto Yonky analiza cómo la materializa­
ción del cuerpo cargado de un género está a merced de un dispositivo
tecno-científico de poder usado para suprimir las viejas estrategias discipli­
narias de control sobre los cuerpos32, también lo hacen Rosi Braidotti

32 Por ejemplo, la homosexualidad, tratada hasta 1972 como una enfermedad mental, ha
pasado a ser tema de la ciencia médica que ha diseminado por todo el cuerpo social una

151
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

en Feminismo, diferencia sexualy subjetividad nómade, Anne Fausto-Sterling


en Sujetos sexuados o Donna Haraway en Ciencia, cyborgs y mujeres. De
ahora en adelante vamos a mirar los cuerpos como potencias activas
que encarnan a través de las acciones cotidianas diversas posibilidades
culturales e históricas, por cuanto la materialización de los cuerpos es
una compleja red de poder, anclada en una lógica de imitación y casti­
go, usada para desplegar el arte de la normalización del género.

Hacia otra analítica del género


Lo dicho y lo escrito muestra que es oportuno someter los contenidos
del género a nuevos cuestionamientos. Lo importante ha sido debatir el
paradigma del poder subyacente en las relaciones de género, no como
un poder externo que sirve de referencia para mirar las relaciones de
dominación o para medir las fuerzas que movilizan otras fuerzas en
una dinámica de poderes y resistencias. Existe un orden de género que
ha pasado inadvertido porque sus mecanismos provienen de fuera,
una especie de máquina de captura en términos de Gilíes Deleuze, usa­
da para prescribir prácticas de comportamiento, imponer límites de
pensamiento y constituir las bases legítimas subyacentes en la sanción
de las conductas normales y/o desviadas (Hardt y Negry, 2002, p. 32)
exigidas por las instituciones sociales.

El género es el primer indicador social que expresa la condición de hu­


manidad de cada sujeto para ser leído como tal en una matriz de poder,
con la cual se reglamentan las formas de actuación y se regulan los mo­
delos, los fantasmas, los espectros y los repudios hechos por el mismo
sujeto para ratificar su identidad de género. Por eso mismo, pensar el
género va mucho más allá de la simple descripción de los roles sexua­
les, los comportamientos sociales, los mecanismos disciplinarios y los
discursos prescriptivos de las formas de vivir, sentir y representar los
cuerpos. Esta formulación del género como una apelación al poder
social que instituye una forma de mirar los cuerpos en sus diversos me­
canismos ortopédicos, nos da todavía una visión parcial del problema.

multiplicidad de estrategias de control para contener esta expresión corporal con discur­
sos bio-farmacológicos originando una nueva representación de los cuerpos.

152
CAPÍTULO 3» HACEfl MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

Al considerar al género como una categoría que dinamiza las diferen­


cias entre los cuerpos, las prácticas relaciónales entre ellos, las repre­
sentaciones e imaginarios sociales sobre masculinidad y feminidad, las
formas de crear comunidad, de deseo y de erotismo, hacen referencia
solo a los reglamentos que instituyen estas prácticas, por ejemplo, al ha­
blar de roles de género en la familia, hacemos referencia a las categorías
normativas de feminidad y masculinidad como puntos de partida para
crear un espacio de socialización de los cuerpos y delegar tareas y ex­
periencias instituyentes de una forma de identificación de cada género
con el papel socialmente asignado. En el caso de la homosexualidad,
para designar el cuerpo del hombre homosexual se toman caracterís­
ticas femeninas o feminizadas que explican de una manera opaca su
postura política u opción sexual como se conoce comúnmente; lo mis­
mo sucede con la lesbiana, la cual es interpretada a partir de categorías
estáticas y compresoras de masculinidad o masculinizadas en este caso,
articulando y asimilando sus formas de sentir y de deseo con las de un
hombre heterosexual, dejando sin contenido estas expresiones, homo­
logándolas a experiencias heterosexistas, como único modelo o ideal
reconocible de erotismo y sexualidad.

Al tomar al género como un fundamento teórico que le da sentido a


estas formas de socialización e interpretación corporal, reproducidas
a partir de una serie de relaciones de poder, que se aplican y circulan
según mecanismos de regulación y normalización, de clasificación y
nominalización, queda reducido conceptualmente a un simple tema u
objeto de debate enmarcado dentro de una estructura de poder más
general. En consecuencia, su análisis en la vida social se limitaría a
nombrar, describir y significar cada una de las experiencias de los cuer­
pos en sus formulaciones normativas.

El género no puede ser un reglamento en sí; primero porque pierde el


sentido subversivo y crítico por el cual se instituyó, además porque al
ser el género un tema que nos explica de manera detallada las construc­
ciones y las formas de socialización de los cuerpos, estaría perdiendo
sus puntos de contingencia y las expresiones no reguladas serían con­
sideradas “anormales” o, lo que es peor aún, como prácticas fuera de

153
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

la norma de género. Ahora está claro que no existe género por fuera
de las normas que lo subordinan y lo producen, pero ¿qué o quién
subordina y produce el género? El género contiene al mismo género,
entendido como la matriz reguladora de todas las relaciones sociales y
principio fundamental (y primario) de la producción de los sujetos y
sus formas de relacionarse y de estar en el mundo.

Si el género solamente fuera un tema encargado de nombrar una serie


de reglamentos de masculinidad, estaríamos agotando sus contenidos
y encerrándolo como una categoría de nominalización que solo puede
actuar enumerando los reglamentos mismos a los que hace referencia
(los hombres son más violentos que las mujeres, se desarrollan con
mucha facilidad en lo público, controlan sus sentimientos, tienen ma­
yor dominio sobre sus actos, son activos en la relación sexual y son
menos emocionales); como si socialmente existiera un instrumento de
medición para explicar en términos cuantitativos cada una de esas ac­
ciones.

Para des-atar este nudo, deshacerlo en términos de Judith Buder, o


re-anudar los hilos conceptuales constituyentes, tendríamos que en­
trar más profundo en el cuerpo aprovechando las porosidades de la
piel. Cuando decimos que el cuerpo es una ficción, un constructo so­
cial, estamos diciendo, según Foucault, que el cuerpo es una realidad
(bio) política, ya que no existe otra entidad social que se exprese como
elemento de resonancia frente al entrecruzamiento de diversas estra­
tegias de poder que lo atraviesan y lo constituyen. Pero aquí saltaría
otra pregunta formulada por Judith Buder en Deshacer el género, si los
reglamentos son los que le dan contenido a los cuerpos que controla
¿acaso hay un género que preexista a su reglamentación? Los reglamen­
tos de género son contenidos por el género. Al ser el género la matriz
reguladora de todas las acciones sociales produce al sujeto, éste es fa­
bricado y sujetado por esa misma matriz de género donde el control
de la sociedad, sus reglamentos de masculinidad y sus tecnologías de
normalización se ejercen sobre el cuerpo y con el cuerpo que entra en
la sociedad ya generizado. Entonces el género no puede ser solamente
una serie de reglamentaciones puesto que se trata de una mera modali­

154
CAPÍTULO 3 • HACER MASCULINIDADES Y MATERIALIZAR CUERPOS EN LA VIDA COTIDIANA

dad de su actuación. Su aplicación se activa con las relaciones sociales


entre los individuos, se emplea dentro de la sociedad, y sus tecnologías
de normalización se ejercen sobre el cuerpo y con el cuerpo.

En términos generales podemos concluir que la masculinidad como


norma social, como efecto del género, debe observarse de manera es­
tructural, no desde sus efectos, que son los argumentos ya conocidos,
como la fuerza, la toma de decisiones, la virilidad, entre otras, sino
desde los procedimientos mismos que performan una idea de esta­
bilidad corporal al punto de generar una imagen de naturalización de
los rituales cotidianos de la masculinidad. Performar el género es darle
la importancia que se ha perdido desde estos estudios a la fuerza del
cuerpo, pues vivir en un cuerpo de determinada manera implica vivir
en un mundo de estilos corpóreos ya establecidos.

N otas finales
Queda pues escrito que reducir el género a las nociones de femenino
y masculino es una vieja práctica instituida desde el siglo XIX ahora
interrogada profundamente con los aportes de las ciencias sociales en
particular.

La forma como se han conjurado las relaciones de género se sustentan


en el paradigma del poder disciplinario. Los trabajos sobre género que
subrayan la importancia de las relaciones de poder en su línea foucaul-
tiana, nos muestran una realidad de represión, castigo y sometimiento,
exponiendo el análisis del poder a una revisión parcial de la compleji­
dad propia de la formación de los sujetos como sujetos a un género.

Si el género solo hiciera referencia a sus mecanismos reguladores, ob­


servables en las formulaciones sobre masculinidad (Betancourth, 2009)
y feminidad (Joann Wilkinson, 2009), entonces en sí mismo el género
seria sólo una categoría normativa encargada de estabilizar los cuerpos
y darles coherencia a partir de sus referencias primarias, como la ana­
tomía de los genitales, que sería en este caso un agregado más de lo
obvio. Como corolario, estaríamos repitiendo la acepción más simple
del género como la construcción cultural de la diferencia sexual, siendo

155
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

ésta un efecto-ilusión de los mecanismos normativos con los cuales se


intenta mantener la coherencia de las mismas normas.

Sujeto con un género pero sujetado por el género (Judith Buder, 2001),
no existe una formación de un cuerpo por fuera de las estructuras que
expone el mismo género; por tanto, no podemos pensar las acciones
corporales sin la fuerza de un escenario de control operando a partir
de una lógica diferente a la expuesta por las formas disciplinarias del
poder.

El género es un poder y como forma de poder hay que analizarlo en


la multiplicidad de acciones y en la diversidad de interpretaciones para
hacer circular los elementos que definen en cada cuerpo la noción de
humano que cada quien lleva consigo.

El género es una matriz de poder que instituye sus propios mecanis­


mos de disciplina, sus formaciones de saber y sus dispositivos de con­
trol; su objetivo es ocultar una génesis basada en el ideal regulatorio
del sexo primario y la inestabilidad provocada al colocarlo en disputa,
al someterlo a la fuerza de la repetición cotidiana de ciertas prácticas
consideradas como naturales o estables: las nociones de masculinidad
y feminidad.

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158
CAPÍTULO 4
EL HACER DEL GÉNERO
EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA
EL HACER DEL GÉNERO
EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA
Dora Inés Munévar M.
N
Nota introductoria
La noción de género, surgida con el propósito de distanciar la diferen­
cia sexual de su sustancialidad biológica inmutable para otorgarle una
explicación construida socio-culturalmente, ha desencadenado múlti­
ples debates; la mayoría de ellos remite a los usos mismos del género
como categoría analídca en la investigación, como indicador en la ob­
servación social o como criterio imprescindible en las reivindicaciones
políticas. De paso, dichos debates encuentran un asidero en el uso de
los saberes de género para hacer transformaciones en las pedagogías
de la vida cotidiana.

Con el género, inicialmente un saber desterntonalizado, periférico y


contestatario, investigadoras e investigadores con distintos grados
de compromiso político han recorrido epistemológicamente diversas
áreas de conocimiento. Con su presencia y su acción han impugnado
los marcos teóricos y metodológicos de sus propias disciplinas. A la
postre, el género como saber que se mueve entre lo disciplinar y lo
interdisciplinar ha alcanzado su lugar en la academia con un fecundo
poder para cambiar las formas de hacer ciencia, poder agenciado por
quienes lo usan en la investigación académica; igualmente, ha develado
los nexos ideológicos, sociales, culturales, políticos y económicos de

161
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

los actos de conocer de acuerdo con la corriente principal de cada


disciplina.

En este contexto crítico vuelvo al estudio realizado en Buenos Aires1,


retomando dos grupos de tesis preparadas para concluir la formación
de sus proponentes en maestrías y doctorados. El primer grupo abar­
ca investigaciones académicas elaboradas en el marco de programas
disciplinares en ciencias sociales y humanidades, mientras el segundo
incluye tesis elaboradas por personas que cursaron programas especia­
lizados en estudios de género. En ambos casos, el hacer del género ha
sido develado teniendo en cuenta otros modos de conocer las relacio­
nes asimétricas vividas históricamente por las mujeres, en el sentido
pedagógico propuesto por Carmen Luke:

(...), el aprendizaje y la enseñanza son las relaciones intersubje­


tivas fundamentales de la vida cotidiana. Existen fuera del aula,
siempre están marcadas por el género y son interculturales. (...)
Esta dimensión global, (trans)cultural v social, de las prácticas
pedagógicas -de enseñar y aprender el “hacer” del género- (...)
se refiere a la enseñanza y el aprendizaje de las identidades fe­
meninas, según las diversas formas de estructurarse en unos
modelos potencialmente transgresores y, a la vez, normativos,
en distintos discursos públicos, (...) (1996/1999, p. 23).

Moviéndose entre la idea de un campo autónomo, un espacio interdis-


ciplinar, una especialidad necesaria para narrar la historia, la sociolo­
gía, la filosofía o la psicología de la ciencia, los saberes de género han
circulado con un especial énfasis deconstructivo por entre las áreas
de conocimiento dedicadas a cultivar las humanidades y las ciencias
sociales; también las agrarias, las ingenierías, las biológicas, la salud, las
naturales, o las tecnologías. Las disciplinas entonces quedan interro­
gadas sabiendo que a agudizar dichas preguntas han contribuido los
debates planteados en las tesis tanto como las inconsecuencias de la
misma organización investigativa.

1 Munévar M., Dora Inés (2009). Pensando los saberes de género: un análisis crítico para
comprender sus usos en la investigación académica reciente. Investigación posdoctoral,
Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales.

162
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Las disciplinas
La organización del conocimiento en grupos disciplinares o disciplinas
aunque es un hecho relativamente reciente en el mundo universitario,
se extiende entre los programas curriculares y se instituye al definir la
gestión académica. En cuanto producción de conocimiento, relaciona­
da en sus comienzos con la división provisional del mundo a partir del
reconocimiento de la vida humana, la naturaleza, lo social o el cosmos,
las disciplinas son una invención del siglo XIX (Mary Romero, 2000).
Paulatinamente, sobre todo debido a su consolidación en la academia,
estas disciplinas funcionan como una unidad propia del sistema social
de la ciencia y la educación superior, como un dominio clave en la
enseñanza y el aprendizaje escolar e, incluso, como una forma de de­
nominar una actividad profesional.

En sus comienzos, las divisiones disciplinares encabezadas por la quí­
mica, la biología y la física aportaron una mayor comprensión de las
ciencias naturales pero, también, provocaron la incorporación de im­
portantes avances tecnológicos para manipular el mundo físico. Poco a
poco, como si se tratase de un proceso especular, las ciencias sociales
y humanas aspiraron a disponer de las mismas características de pre­
dicción y control que marcaron el éxito de dicha clase de ciencias, y, de
paso, quedaron impregnadas de una única tradición geo-epistémica, la
occidental, con cuyas premisas el sujeto que habla siempre está ausente,
no aparece, se le impide emerger para borrarlo del análisis procesual y
de los debates finales.

Las ciencias sociales, muy pronto estructuraron una serie de divisio­


nes instauradas por las ciencias naturales pero luego delimitaron sus
territorios y comenzaron a configurar sus propios recursos metodo­
lógicos. Si bien la Antropología introdujo la comprensión ideográfica
y la clasificación de las culturas no-occidentales; la Sociología adoptó
un análisis predictivo del orden social propio de la sociedad industrial
occidental; la Economía afianzó las leyes capitalistas; o la Psicología
incluyó el estudio nomotético de la conducta y el estudio descriptivo
de la mente; en sus modos de conocer, estas disciplinas poca cabida
dieron a la condición de un sujeto cognoscente situado y múltiple por

163
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

género/clase pero también por lo étnico/racial/sexual/generacional y


por su ubicación geográfica. Es una expresión del imperio de la geopolí­
tica del conocimiento, diria D us sel.

Como resultado de dichos procesos, a lo largo del siglo XX también


proliferaron las estrategias interdisciplinares configurándose la bio-
psicología, la psicología social, la economía política, la genética o la
ecología humana, entre otras áreas emergentes en las entrañas de la
academia. A la vez, otros espacios, nuevas áreas y estrategias multi-dis-
ciplinares, incluyendo los Estudios de las Mujeres, los Estudios Étni­
cos y los Estudios sobre Discapacidad, terminaron resquebrajando las
bases uniformes del aparato académico instituido que, aunque inicial­
mente había facilitado la investigación y la enseñanza de sus saberes,
estaba inmovilizando tanto la formación y la educación críticas como
el crecimiento de sus intereses investigativos —que traspasaban lo me­
ramente cognitivo con sus basamentos políticos-.

Dentro de la mencionada estructura universitaria, los feminismos fue­


ron construyendo, en medio de tensiones analíticas e interpretativas,
la noción política de género. Igualmente, bajo el cobijo de los femi­
nismos, más mujeres que hombres han optado por usar los saberes
de género para expandir el conocimiento científico, al que le han ido
socavando los límites impuestos por la objetividad estática, sobre todo
al incluir las subjetividades de sujetos cognoscentes generizados que
hablan, desde un lugar propio de las estructuras de poder vigentes,
de vivencias de clase/etnicidad/sexualidad, con claras manifestaciones
geopolíticas, espirituales, lingüísticas, geográficas, coloniales y patriar­
cales. Con la gran diversidad de modos de conocer revelados, se sigue
minando la neutralidad del conocimiento por ser una meta feminista
deconstructiva compartida con otras epistemologías de resistencia, una
serie de proyectos críticos que trabajan desde los márgenes cuestionando
la hegemoníay legitimidad del pensamiento falogocéntrico, colonial, dominante, en­
fatizando en sus propuestas el aspecto político, con el fin de descolonizar los
efectos de la epistemología occidentalocéntrica.

164
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

En consecuencia, los estudios de género no solamente han ocupado un


lugar propio sino que constituyen un espacio pedagógico diferenciado
conformado por un cuerpo de saberes controvertidos que interrogan
al conocimiento hegemónico de cada disciplina. Dichos saberes conti­
núan siendo redireccionados por debates feministas a la vez que están
contribuyendo a reconfigurar los asuntos investigativos sin dejar de
ser cuestionados dentro y fuera de la institución universitaria. Desde
dentro soportan las controversias de quienes hacen ciencia en el mar­
co institucionalizado porque no admiten las críticas feministas al an-
drocentrismo y de quienes rebaten las dicotomías subyacentes en sus
categorías de análisis o en sus debates políticos, masculino-femenino,
sexo-género, igualdad-diferencia, vindicación-transgresión, cultura-
naturaleza, ciencia-política, esencialismos-multiculturalismos; y desde
fuera son reconfortantes las múltiples confrontaciones provenientes
del movimiento de mujeres o de su diversidad como sujetos políticos,
así como las manifestaciones críticas de las subjetividades e identidades
colectivas emergentes al ritmo de sus reivindicaciones como actoras/
actores políticos.

Es un contexto de confrontaciones donde la relación de quien investiga


y aquello que se investiga se reconstruye cotidianamente. A ello contri­
buyen los saberes de género, un recurso cuyos alcances epistemológi­
cos determinan la formulación de otras preguntas contextualizadas por
problemáticas específicas y con planteamientos metodológicos apoya­
dos en un movimiento intelectual de mayor envergadura, no solamente
porque involucran perspectivas interdisciplinares y críticas sino por su
potencial transformador dentro y fuera de las aulas, antes, durante y
después de vivir cada componente del proceso investigativo. Con otras
palabras, cuando la gente hace estudios de género suele hacerlo con
convicción pero sin olvidar las tensiones, las evaluaciones, los alcances
o balances acerca de los programas ya institucionalizados2.

2 Para acentuar las reflexiones sobre estos avatares se puede consultar: Arango, Luz Gabriela
y Puyana, Yolanda (comps.) (2007). Género, mujeres y saberes en América Latina, entre el m oli­
miento social\ la academia y el Estado. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias
Humanas. Escuela de Estudios de Género. Bogotá. La primera parte, denominada, “Lo­
gros y dilemas de los estudios de género en América Latina”, plantea las dinámicas sociales

165
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES OE GÉNERO

Las tesis elegidas, además de estar centradas en las ciencias sociales


y las humanidades, abordan distintos nudos relacionados con el hacer
del género, en la medida en que señalan los regímenes pedagógicos de
formación de subjetividades, los cuales pueden moverse, con distintos
matices, entre lo normativo y la denuncia. Sin embargo, encontramos
que no con tanta frecuencia las autoras y los autores se han inclina­
do por desplegar argumentos feministas para reflexionar y pensar los
temas de sus investigaciones, aunque hayan insistido en documentar
ciertas tesituras —desde las más conservadoras hasta las transgresoras-
o algunos de los ritmos alcanzados por la incorporación de los saberes
de género —unas veces muy disonantes, otras no demasiado-, en las
instituciones universitarias donde se sustentaron sus investigaciones.

Las tesis se inscriben en una de las grandes áreas de investigación. En


Argentina suponen la existencia de personas que investigan y de una
estructura que reclama la transversalidad de género para impulsar el
desarrollo de cinco grandes áreas de conocimiento: Ciencias Agrarias,
de la Ingeniería y de los Materiales; Ciencias Biológicas y de la Salud;
Ciencias Sociales y Humanidades; Ciencias Exactas y Naturales; y Tec­
nología. La gran área de ciencias sociales y humanidades compren­
de una amplia gama de disciplinas como Derecho, Ciencias Políticas,
Relaciones Internacionales, Filología, Lingüística, Literatura, Filosofía,
Psicología, Ciencias de la Educación, Historia, Geografía, Antropolo­
gía, Sociología, Demografía, Economía, Ciencias de la Gestión y de la
Administración Pública. Se trata de una situación convertida en foco
de atención para albergar nuevos estudios dado que en el caso argenti­
no, este tema convoca el trabajo de:

(...) cerca del 19% de los investigadores /e investigadoras/, el


23% de los becarios /y becarias/ y el 10% del personal de apo­
yo del organismo. Por otra parte, en el 11% de sus Unidades
Ejecutoras se investigan temas relacionados con los principales
intereses de la sociedad respecto de esta área. En la extensa
historia del CONICET, se identifica esta gran área del conoci­
miento como la más postergada en los primeros años del or-

que permiten comprender las diversas relaciones vividas entre los intereses de la academia,
las percepciones y acciones de la sociedad y los conservadurismos institucionales.

166
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

ganismo. Si bien esta situación de falta de reconocimiento e


inclusión al nivel del resto de los cortes disciplinares se sostuvo
durante los inicios, hoy se puede decir que ha cambiado signi­
ficativamente. Es en la última etapa donde, recorriendo el ca­
mino que nos lleva al presente de la institución, se identifica un
mayor énfasis en busca del equilibrio, ocupando así las Ciencias
Sociales y las Humanidades un lugar destacado en el conjunto
(CONICET, 2006, pp. 74-75).

No sobra advertir que en este conjunto de disciplinas, la Historia, la


Filosofía o la Sociología, si bien gozan de mayor tradición también han
sido objeto de demandas a favor de la diversificación del conocimiento.
Tampoco se puede olvidar que desde sus mismos cimientos, tanto las
ciencias sociales como sus desarrollos, vivieron los efectos de la geopo­
lítica del conocimiento. Por eso, es comprensible la forma como muje­
res y hombres que impulsan los estudios de género arrecian sus cuestio-
namientos desde el mismo interior de los grupos disciplinares una vez
asumen consciencia sobre la estreche2 de la estructura disciplinar.

Un subgrupo de tesis en sociales y hum anidades


El género emerge como elemento activador del debate o la protesta,
la objeción o la acusación, en la medida en que contiene y expresa un
orden sociocultural controvertido por mujeres feministas dispuestas a
conocer el sustrato de ausencias, silencios, olvidos y desconocimientos
históricos. El feminismo ha usado el género para denunciar el determi-
nismo biológico resaltando el papel de las prácticas socioculturales en
la situación vivida por las mujeres, esto es, introduce unos usos concre­
tos con amplio carácter político para denunciar el alcance opresor del
sexo arraigado en la biología como destino.

En este contexto, nos ocupamos de un subgrupo de tesis elaboradas


en instituciones argentinas por mujeres y hombres con distinta forma­
ción profesional: educación (una mujer y un hombre), psicología (una
mujer), literatura (una mujer), derecho (una mujer) y sociología con
orientación en demografía (un hombre)3. Los cursos seguidos en sus

3 El código para identificar a autoras y autores se ha configurado con la inicial en mayús­


cula del título de maestría (M) o de doctorado (D), la inicial o las dos primeras letras en

167
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

análisis proveen espacios para comprender el hacer del género conside­


rando que la fuerza disciplinar revela una cuestión práctica en relación
con la temática discutida en cada investigación y con la especificidad
de los estudios posgraduados. A partir de las distintas fuentes teóri­
cas y empíricas usadas, quienes investigan en este campo despliegan
progresivamente otras tácticas subjetivadas, reconocen los símbolos de
género cada vez más diseminados, o recombinan sus expresiones para
alertar sobre los modos como se insiste en mantener su reproducción
en todo el espesor del cuerpo social\de acuerdo con de Certeau.

En este primer grupo se incluyen seis tesis. En sus páginas se recogen


posturas académicas ancladas en el género con las cuales, sus autoras
y autores pretenden hacer sus propios aportes para ir reconstruyendo
las teorías y los marcos disciplinares de las ciencias sociales y de las hu­
manidades. Con sus argumentos se puede seguir explicando la cuestión
femenina como espacio de reflexión acerca de la ausencia de las mujeres
en la historia del mundo; también de su ocultamiento en diversidad de
escenarios institucionales junto a su exaltación en la vida cotidiana, re­
curriendo a algunos esquemas comunes que son recreados para abor­
dar las problemáticas. Son variantes para conjugar las maneras de hacer
investigaciones criticas usando los saberes de género.

Asimismo, la diversidad que caracteriza el hacer del género en los temas


de investigación registrados, en especial por su adscripción a diferentes
grupos disciplinares pertenecientes a las ciencias sociales y a las huma­
nidades, es un ejemplo de las rupturas académicas introducidas desde
los márgenes, lo mismo que del entramado político tejido por quienes
investigan recurriendo a otros postulados teóricos, a otras prácticas
metodológicas o a otras epistemologías -en relación con la corriente
principal no son sino epistemologías de resistencia-.

mayúscula del país (Argentina: A; Chile: CH; España: E, Ecuador: EC), la letra (m) de
mujer o la letra (v) de varón y un número para señalar el número de personas por país y
titulación.

168
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Las autoras
Entre las vertientes de reflexión propuestas por las autoras, y que
aparecen de modo explícito en cuatro tesis, están los códigos de gé­
nero (MAml, pp. 69-71)4 y las definiciones del narcisismo de género
(MAm2, pp. 31-38)5, para el caso de las maestrías; las notas sobre lo
narrable de los géneros (DAm4, pp. 137-141)6 y la meta de desordenar
el orden (DAml, pp. 363-366)7, se halla en las tesis doctorales.

Si se considera que las maestrías constituyen una primera etapa en los


procesos de formación investigativa, las mujeres maestrantes ofrecen
distintas justificaciones de la acción (académica) emprendida indivi­
dualmente, en términos de Ricoeur. Ellas suelen exponer en sus textos
las motivaciones y sus nexos con el cultivo de los saberes de género,
saberes subalternos, sometidos, marginales o periféricos respecto del
conocimiento hegemónico, esto es, de la m ainlmale/stream.

Las motivaciones de carácter social se materializan con sus propias


contribuciones, ampliamente sostenidas por las autoras. Y lo hacen en
la medida en que los usos de los saberes de género pueden estar cir­
culando en el nivel macrosocial sin olvidar sus implicaciones sobre los
recorridos microsociales, las relaciones intersubjetivas y la constitución
de las subjetividades. Es una vía para ampliar la comprensión de pro­
cesos colectivos pero diferenciados entre mujeres y hombres en tanto
grupos sociales con características propias, afirma la Psicóloga que trabaja te­
mas de salud:

4 Maestría en Ciencias Sociales con orientación en educación; Educadora, Investigadora y


Asesora en políticas educativas.
5 Doctorado en Psicología (titulada en 2008); Maestría en Ciencias Sociales y Salud; Psicó­
loga; Profesora e Investigadora en Género y Salud; Integrante de Red Salud y Género y
de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social; Asesora en asuntos de la Mujer.
6 Doctorado en Letras; Especializaron en Estudios de Género; Literata; Docente e Inves­
tigadora en Ciencias Sociales y Filosofía y Letras con énfasis en crítica cultural, lenguaje,
identidades, género y medios.
Doctorado en Ciencias Sociales; Master en Ciencia Política y Sociología; Especialista en
Ciencia Política y Sociología; Abogada; Profesora de política social e Investigadora cate­
goría “C” con énfasis en ciudadanía, políticas sociales y género; Directora de proyectos
de investigación de la Secretaría de Ciencia y Tecnología.

169
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

• “(•••); dimensionan el significado que adquiere el uso de la


variable sexo aplicada a los estudios en salud, pues remite
a pensar lo que implica ser varón o mujer en cada momen­
to histórico, en cada clase social y en cada región geográfica
(...); permite revisar el supuesto sostenido en la expectativa
de que las diferencias entre varones y mujeres se igualan al
“desaparecer” las diferencias en el espacio de lo público (...)”
(MAm2, p. 40).

Pero los motivos sociales también remiten al marco de prácticas sexis­


tas y conductas discriminatorias respecto de las niñas. Las mujeres ex­
plican que todo acto de discriminación tiene sus sustratos ideológicos
profundamente arraigados en las poblaciones y que, cada vez, sus ma­
nifestaciones son muy sutiles, afloran en todos los terrenos de la vida
social y se aclimatan en medio de los remanentes de esquemas autoritarios y al
interior de las relaciones formales, como lo sostiene la Educadora que se
dedica a la investigación sobre políticas educativas:

• “(•••)■ La reiteración prolongada de estas concepciones y


prácticas sexistas a lo largo de toda la vida escolar expone a
las alumnas a una visión limitante de sí mismas respecto de
sus posibilidades intelectuales y sus elecciones profesionales,
condicionando de este modo su futuro laboral y su forma de
proceder en el ámbito público” (MAml, p. 147).

Sabiendo que la construcción de conocimientos implica pensarlos


como hechos sociales producto del poder de una ciencia hegemónica,
afirmamos que esta realidad reclama el traspaso de sus propias fronte­
ras para ir más allá de los límites impuestos por una sociedad excluyen-
te e inequitativa, opresora y discriminatoria. Dicha situación también
exige hacer visible el compromiso de todo discurso científico con el poder y la histo­
ria, como lo sostiene la Literata que investiga, en su tesis doctoral, cues­
tiones culturales y sus relaciones con los lenguajes y las ciudadanías:

• “(•••) Mi investigación, tanto en el aspecto teórico como ana­


lítico, representa un aporte (...) al focalizar en contextos de
análisis heterogéneos, la manera en que las diferencias de gé­
nero se ofrecen como “materia persistente de significar las
relaciones de poder” (...)” (DAm4, pp. 25, 26).

170
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Otra tesis doctoral descifra los alcances de los intereses epistemológi­


cos. Habla de los efectos que tiene el hecho de ser titular de derechos
sociales y del ejercicio de una ciudadanía apoyada en el género como
clave política. Por estas vías, las diferencias entre mujeres que se auto-
reconocen y actúan como sujetas de derecho pero que aparecen como
madres mediando acciones entre el Estado y la familia, son descritas
por la Abogada que trabaja en el campo de las políticas públicas. Las
segundas, las mediadoras, señala la autora, se mantienen:

• “(...) utilizando su “condición doméstica” para garantizar la


satisfacción de necesidades básicas. El Estado refuerza con
sus intervenciones asistenciales el modelo de “ciudadanía
maternal” (...) controlar el conflicto social sosteniendo des­
de la emergencia aquellas situaciones límite que perturban el
orden y el progreso social (...)” (DAml, p. 67).

En este contexto, los códigos de género emergen convertidos en obje­


to de análisis de carácter educativo mientras aquellos tópicos relativos
a las imágenes conscientes e inconscientes que atraviesan la vida son
abordados en las intersecciones entre subjetividad y salud. Estos refe­
rentes se encuentran en las dos tesis de maestría cuyas autoras exponen
motivaciones sociales en el origen de sus propias investigaciones. En
las dos tesis doctorales se exponen dos asuntos que fundamentan las
dinámicas de la vida cotidiana de mujeres y hombres: el lenguaje y el
ejercicio de la ciudadanía.

Los códigos de género. La discriminación vivida por las mujeres en


la sociedad forma parte de la vida cotidiana en la escuela aunque de
manera implícita; circula entre niñas y niños cuando se relacionan con
el conocimiento a través de los contenidos escolares, las interacciones
en clase, la distribución del tiempo y los usos espaciales. En síntesis,
dichas experiencias circulan por medio de distintos artefactos cultura­
les denominados “códigos de género” por la autora, quien, desde su
posición social como Educadora, devela interacciones cotidianas para
comprender el hacer del género en la escuela como institución escolar que con­
tribuye a la reproducción social (resaltado fuera de texto):

171
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

• “El concepto de código hace referencia al principio regulati­


vo general adquirido durante la socialización como un regu­
lador simbólico de conciencia que condensa una gra­
mática implícita de distribución del poder y principios.
(...) Bernstein (1994) plantea que las relaciones de poder que
derivan de la división del trabajo con relación al género, ge­
neran una fuerte clasificación y, consecuentemente, producen
un gran aislamiento entre las categorías, así, cada una tendrá
su propio discurso que, necesariamente se especializará con
relación al género.

• De esta forma podemos entender que, los varones y las mu­


jeres corporizan una determinada clasificación de género
internalizando y “dándose cuenta” del principio subyacente.
Externalizan sus identidades generizadas a través de la
conducta, el lenguaje, el uso de objetos, su presencia fí­
sica, etc. Es a través de este proceso de “darse cuenta” que se
crea la dialéctica de las estructuras objetivas y la acción social
(...).

• El potencial de rechazo a esas definiciones es inherente al


proceso, ya que como sostiene Bernstein (1990) el recono­
cimiento de los principios de clasificación no determina la
realización (o práctica), solo pueden verse sus límites. Lo que
parece ser un suave proceso de repetición es en efecto
un proceso en el que las contradicciones, las luchas, y
la experiencia de los individuos son suprimidas (...)”
(MAml, p. 69).

Si bien la autora hace énfasis en los orígenes socializadores y en los


efectos socializantes de los códigos de género, siguiendo los ímpetus
de las relaciones de poder, en paralelo advierte sobre la necesidad de
traspasar los límites simbólicos para recoger los fundamentos estruc­
turales dominantes, de donde derivan las desigualdades entre niñas y
niños en la escuela. Con ellas también se configuran los cursos identi-
tarios de la niñez y la juventud escolar:

• “Como señala /Madeleine/ Arnot, el concepto de código


también permite desarrollar un análisis estructural de la cul­
tura de la escuela que evita ver el problema de la desigualdad
de género solo como un tema de actitudes sin base material.

172
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Además, las escuelas estructuran la experiencia de niñas y


niños para trasmitir clasificaciones de género específicas, a
través de la interacción que experimentan diferentes grados y
tipos de contacto con el/la docente, de los diferentes criterios
para evaluar el comportamiento de chicos y chicas, de los tex­
tos curriculares y las relaciones estructuradas en las escuelas
se establecen límites a la negociación de género posible. En
ese sentido, la escuela enmarca el grado y tipo de respuesta de
ese código de género. Lo que es relevante además no es solo
un análisis de los aspectos estructurales de los códigos
de género sino también la forma de la interacción den­
tro de las relaciones sociales escolares.

Es así, que la noción de “código de género” (/Madeleine/


Arnot, 1994), se relaciona directamente con la organización
social de la escuela y la familia, donde la meta es “ganar” a
cada nueva generación para particulares definiciones de mas­
culinidad y feminidad; aceptando como natural la jerarquía de
lo masculino sobre lo femenino. De esta manera, es posible
comprender y conceptualizar la forma de apropiación de es­
tos significados. Usando la noción de códigos de género, se
puede reconocer que mientras la escuela trata de determinar
las identidades de sus estudiantes, también se compromete
en un proceso de trasmisión en el que los/as estudiantes to­
man un papel activo. Los/as estudiantes pasarán por un
proceso de transformación activo y producirán al final,
en un sentido temporal, una constelación de compor­
tamientos y valores que podrán ser llamados “masculi­
nos” o “femeninos”.

Lo que la escuela intenta hacer es producir sujetos que in­


consciente o conscientemente aceptan la versión dominante
de las relaciones de género. Para Madeleine Arnot, existe un
código de género dominante (el de la burguesía) y también
códigos de género dominados (los de la clase trabajadora, o
los de diferentes grupos étnicos). La experiencia de aprender
los principios de los códigos de género dominantes es la de
aprender relaciones de clase en las que, por ejemplo, la familia
de la clase trabajadora (extendida, monoparental, u otras for­
mas) aparece como ilegítima y un bajo status. (...), tanto en el
código dominante como en el dominado las mujeres tienen
una posición de subordinación” (MAml, pp. 70-71).

173
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Las relaciones sociales trabadas en la escuela no solamente se centran


en los procesos de enseñanza-aprendizaje; también se convierten en
lecciones socioculturales para la vida y en fuente definitoria de cuestio­
nes identitarias mediadas por lo hegemónico, que borra toda diferencia,
y por las contradicciones ideológicas arraigadas en los discursos sobre
las pedagogías formales e informales. Los caminos han sido ampliados
para des-estructurar los códigos.

El narcisismo de género. La forma diferenciada de la constitución


narcisista entre hombres y entre mujeres ha sido descrita como nar­
cisismo de género por Emilce Dio Bleichmar. Esta noción fue re­
tomada por la autora de una tesis con énfasis en salud para analizar el
modo como las mujeres con cardiopatía isquémica (infarto agudo de
miocardio y angina inestable) (re)construyen sus subjetividades o viven
la subjetivación de género (resaltado fuera de texto):

• “El concepto de narcisismo, cuya operatividad ha sido des­


tacada como de gran utilidad para estudiar la relación entre
conformación subjetiva y enfermedad cardiovascular, según
coinciden diversos autores en el país que desde el psicoaná­
lisis estudian las enfermedades cardiovasculares (Chiozza,
1986, 1991) (Schneider, 1993), se encuentra enriquecido
en esta tesis al incluir las diferencias y especificidades
de género en su constitución y sostenimiento (Emilce
Dio Bleichmar, 1985, 1996) (...)” (MAm2, p. 31).

Con la tesis, la autora expone los usos de una tipología de los narcisis­
mos vividos por las mujeres; además sostiene que éstos se manifiestan
y encuentran un lugar propio en la configuración de las subjetividades
femeninas y masculinas. En el marco de los estudios que vinculan los
saberes de género y los aportes del psicoanálisis para la comprensión
de la vida psíquica, identifica y da cuenta de las características narcisis-
tas en la forma como lo experimentan las mujeres según sus maneras
de vivir: tradicionales, transicionales e innovadoras:

• “Mujeres tradicionales (...). Narcisismo. El ideal está con­


formado por la maternidad y la conyugalidad basada en los
valores de fidelidad, castidad y honra femenina. (.. .) El narci-

174
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

sismo se desbalancea si no cumple esos ideales y aumenta la


conflictividad cuando las expectativas del rol no se cumplen.
Estas mujeres sólo trabajan para complementar el sustento
familiar si es necesario, si no lo es, no suelen trabajar asa­
lariadamente. Es un valor importante para el narcisismo
poder elegir un buen marido (...). La estima de sí suele ser
deficitaria, por la pérdida del valor social de las funciones del
rol femenino y por propia comparación con las mujeres más
modernizadas. (...) Los maridos suelen afirmar su autoestima
a través de señalar las diferencias jerárquicas, llegando a veces
a la denigración (.. .).

• Mujeres transicionales (.. .). Narcisismo. Los ideales están ba­


sados en la maternidad y la conyugalidad como valores fun­
damentales pero combinados con expectativas en el mundo
de lo público aun cuando las realizaciones personales ocupan
un lugar secundario. El narcisismo se desbalancea al cum­
plir con alguno de los ideales pues están atrapadas en una
modalidad polar de organización del sistema de ideales. (...)
Presentan contradicciones frente al valor simultáneo de
querer conseguir un hombre superior a quien cuidar y
servir y la envidia que produce esta situación (...).

• Mujeres innovadoras (...). Narcisismo. En la estima de sí el


ideal del trabajo coexiste codo a codo con la maternidad. En
algunos casos, fundamentalmente en las más jóvenes, aparece
la maternidad como tema no importante y sí el desarrollo
profesional. Pero también existen las que han decidido no ser
madres. El problema se presenta para este modelo cuando
sostienen dos o más ideales fuertemente demandantes (...),
esta sobre-exigencia las condena (interna y externamen­
te) y les da sensación de fracaso y es fuente de depresión.
Quieren lo mejor de todos los mundos, igual al modelo de los
varones a los cuales no se les pide esa renuncia” (MAm2, pp.
32-38).

La autora com o Psicóloga que trabaja con herramientas psicoanalíti-


cas, ha explorado las subjetividades a partir de la construcción de la im agen
de s í m ismo y de sí misma, los aspectos am orosos o libidinales relativos
a esa imagen y el trabajo que cada persona realiza para sostener esta
imagen y la estima de sí. Con base en los aportes de la investigación

175
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

de género al campo de la salud mental, discute una construcción ca­


racterísticamente femenina del riesgo en mujeres adultas jóvenes con
cardiopatia isquémica provocado por un precipitado del interjuego de los as­
pectos biológicos, psicológicosy sociales sentidos en la cotidianidad. Las sendas
postuladas por este interjuego han de ser incorporadas en los sistemas
de atención en salud de las mujeres.

El desordenamiento del orden. A lo largo del fin de siglo XX, las


mujeres aumentaron sus demandas colectivas en el marco de un proce­
so de transformación de la ciudadanía, destacándose el reconocimiento
de la sexualidad y de la reproducción como sus derechos inalienables.
En ellos, el cuerpo emerge con toda su entidad política para afrontar
las embestidas de un Estado de derecho anclado en anacronismos sos­
tenidos por más hombres que mujeres en los parlamentos, y por hom­
bres apostados tras los muros de la iglesia. Un contexto de confronta­
ciones con el orden instituido poco cambiante aunque recoja múltiples
recomendaciones internacionales en torno a los derechos humanos de
las mujeres (resaltado fuera de texto):

• “El desafío de estos tiempos desde el campo de la ciudadanía


fue “desordenar” el “orden” patriarcal conservador para ace­
lerar la instauración de uno nuevo que, inspirado en la liber­
tad, se encamine al logro del equilibrio de géneros mediante
la adquisición política de ciudadanía plena para las mujeres.
Para ese fin, el “desorden” se propuso instalar el sexo en
la esfera pública y desvincularlo de la reproducción de­
jando en la voluntad de los sujetos la posibilidad de enlazar­
los o no como facultades de ciudadanía. El “orden” por el
contrarío, se ocupó, como lo hace desde milenios, ins­
pirado en designios divinos, de enquistar y vigilar el sexo
en la oscuridad más intima de lo prohibido y recluirlo como
prisionero de la procreación (...).

• El primer consenso político que se construye en torno al


conflicto por los derechos es de orden internacional, en el
marco del derecho internacional de los derechos humanos.
Como resultado del mismo el derecho a la planificación fami­
liar alcanza el status de derecho humano de validez universal
y, al mismo tiempo, encuentra fundamentos en la teoría filo­

176
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

sófica de los derechos humanos. Los derechos sexuales y los


derechos reproductivos que hacen a la planificación familiar
adquieren de esta manera seguridad jurídica y respeto éti­
co, valores que contribuyen a producir representaciones
sociales sobre justicia y libertad en la sociedad” (DAml,
pp. 363, 366).

En paralelo, se han estado socavando las bases patriarcales de la or­


ganización política y social imperante, aunque todavía se hallen muy
lejos del esperado derrumbamiento. Esto es, se ha ido consolidando el
desorden deseado por las mujeres conscientes pero, a la vez, ellas han
tenido que adoptar otros medios y recurrir a nuevas alianzas para con­
frontar con mayor ahínco el orden jerárquico y excluyente establecido,
con el fin de conseguir la presencia activa de las mujeres como personas
con identidad política-.

• “El “desorden” y el “orden” encaminan, en el marco de


sus intereses constitutivos, tanto unas estrategias de proce­
dimiento como de contenido para concretar sus cometidos.
Mientras el “desorden” acecha al “orden” patriarcal, y
viceversa, intenta simultáneamente avanzar en la cons­
trucción de un nuevo orden social. Este recorrido de un
orden hacia otro transcurre a través de situaciones perma­
nentes de disputas en las cuales sus actores se inscriben en
la lucha de dos escenarios de confrontación, los que buscan
defender la libertad y los que pretenden combatir la libertad.

• El “desorden”, promovido por el movimiento feminista


y acompañado por sectores progresistas de la sociedad, se
propone fundar una ciudadanía plena en la que la libertad del
cuerpo de las mujeres sea una conquista, de naturaleza políti­
ca, de identidad. Los derechos constituyen una pieza clave en
este proceso transformador, en tanto: atribuyen relaciones de
poder entre las mujeres, el Estado y la sociedad, facultades y
deberes en la esfera pública y en la privada; posicionamientos
políticos y sociales con posibilidades de cambio, elecciones
de oportunidades de vida según las aspiraciones individuales
y, por último, representaciones simbólicas de pertenencia a la
comunidad política de referencia (...).

177
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

• El “orden” en el conflicto, representado por la jerarquía


católica y el activismo católico conservador, concibe a la
mujer como objeto social de reproducción familiar antes que
sujeto de derechos de ciudadanía, con fundamento en el or­
den natural y la razón única trascendental. Combate la liber­
tad del cuerpo porque configura un atributo del poder celes­
tial al servicio de la reproducción social y no una facultad de
ciudadanía individual (...), interfiere en el normal desenvol­
vimiento del Estado de Derecho de la democracia laica para
impedir el reconocimiento de la sexualidad y la reproducción
como derechos de ciudadanía (...)” (DAml, pp. 364-366).

Ha sido un camino político complejo que narra la reconstrucción per­


manente de las subjetividades encarnadas presentes, en el sentido de
Hannah Arendt. Y lo sigue siendo para responder a los nuevos me­
canismos de exclusión, desplegados ahora por el sistema con mayor
sutileza; sus avances se caracterizan por la connivencia, cada vez más
colectiva, y por las acciones, cada vez mas amplias, para desordenar
conscientemente un orden que se fue instituyendo históricamente sin
su participación. Con seguridad se requiere transitar colectivamente
por los espacios asociativos para continuar actuando.

Lo narrable de los géneros. Las maneras de visibilizar el hacer del


género no solamente pasan por las narraciones de lo dicho sino que
también organizan lo no dicho durante la construcción de sus distintos
componentes. Para explicitar las dinámicas internas de este proceso se
puede retomar un discurso articulado mediante relatos separados pero conexos,
adoptando una manera de hacer textual. Las acciones que integran el re­
lato terminan creando otro campo para interrogar las prácticas sociales
autorizadas con sus características particulares y con sus propias regu­
laridades, ya en forma de discurso mas o menos documentado, como
una de sus partes constitutivas o como la conjugación de polifonías.

En síntesis, la narratividad desplegada conjuntamente organiza las ex­


periencias vividas mientras cada relato compartido ofrece puntos de
conexión entre los distintos planos de las subjetividades. Sabiendo que
uno de esos planos es el género como dispositivo que legítima las cir­

178
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

cunstancias de lo vivido, es posible narrar los m odos com o los géneros


configuran identidades cambiantes (resaltado fuera de texto):

• “La noción de “identidad narrativa” fue acuñada por Paul


Ricoeur (1987, 1996) quien la entiende como la narración
de sí misma que hace una persona para sí y que puede
asumir la forma oral o escrita. En mi apropiación de esta
noción para el análisis de los discursos sociales, prefiero ha­
blar de una producción de sentidos o significados identitarios
de género que circulan bajo la forma de narrativas difusas y
lábiles desde el punto de vista de las y los practicantes (...)”
(DAm4, p. 136).

A sí pues, la autora, con nociones de narrativas de identidad o micro-


relatos del yo femenino, que constituyen las principales herramientas
de análisis propuestas en el estudio, se apresta a dar cuenta de la p ro­
ducción social de subjetividades e identidades que van ocupando los
núcleos de las historias contadas:

• “Narrativas identitarias o micro-relatos del yo femenino, am­


bas nociones traen la fuerte sugerencia acerca del carác­
ter necesariamente fíccional que asume una subjetividad
sexuada o lo que desde el punto de vista psicoanalítico cons­
tituye la “ilusión de identidad” de un sujeto siempre fallado.
Cuando la narración es producida por el propio sujeto en su
discurso autorreferencial, se ha llamado “autoficcional”.

• Una narración de sí que se constituye por fuera del orden


de lo verídico y que por lo tanto resulta en “la imposible na­
rración de sí mismo” (R. Robin, 1996). También Bourdieu
(1995) ha trabajado una idea afín en “La ilusión biográfica”,
ensayo publicado en 1986 en el que discutió la idea de que
“la vida” de un sujeto constituya un todo que pudiera con­
siderarse expresión unitaria de una intención subjetiva y que
las biografías o historias de vida inscriben en frases como
“desde su más tierna edad” y otros clichés similares. (...) Des­
de la teoría literaria y a propósito del valor de los detalles en
ciertas descripciones analizadas en la novela francesa clásica,
Roland Barthes aportó su conocido concepto del “efecto de
realidad” que produce un texto.

179
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

• Las narraciones autobiográficas construyen también un


efecto de realidad o de totalización, continuidad y co­
herencia que el sí se da a si mismo y a los otros. Havden
White (1992) se ha ocupado, a su vez, del valor de la narrativa
para el caso de la historia, señalando cómo la cultura o el gru­
po social escriben su propio relato de sí pero con referencia
(no explicitada) al sentido que los acontecimientos asumen
para esa cultura o grupo. (...)” (DAm4, pp. 137-140).

Siguiendo argumentos de la teórica feminista Teresa de Lauretis, quien


plantea el despliegue constante de las tecnologías de género, la autora
de la tesis puntualiza sus reflexiones acerca de las subjetividades en am­
plio diálogo con los deseos, los significados y sus tránsitos discursivos,
tal como subyacen en los sentidos producidos socialmente:

• “De acuerdo con Teresa de Lauretis (...) “la subjetividad


está envuelta en la rueda de la narración y se constituye,
en realidad, en la relación existente entre la narración, el signi­
ficado y el deseo; de forma que el funcionamiento mismo de
la narratividad es el compromiso del sujeto con ciertas pos­
turas del significado y del deseo”. (...) Hasta aquí, me referí a
“lo narrable”, pero la producción social de sentidos identita-
rios también presenta un importante componente discursivo
de tipo argumentativo, (...) en el campo hegemónico de la
política de las diferencias de género/clase/generación y tra­
yectorias sinuosas y contradictorias en la materialidad misma
de los discursos sociales (...)” (DAm4, p. 141).

Por lo pronto, con las discusiones y cuestionamientos adelantados por


estas autoras emergen las subjetividades de los sujetos cognoscentes
que optan por recorrer rutas flexibles, dinámicas y posibles, aunque
no siempre pretendan recorrer caminos rupturistas, ni siempre estén
buscando la recuperación, la reapropiación o la resignificación de los
fenómenos objeto de interés discursivo. En realidad, son recorridos sen­
tidos que invitan al despliegue de los saberes de género con actividades
llenas de imaginación y gusto por la escucha polifónica, con la cual se
introducen experiencias individuales a favor de los re-encuentros co­
lectivos. Unos de esos re-encuentros señalan la interlocución del grupo
de autores.

180
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Los autores
Ahora bien, en relación con los autores de las tesis, es posible identifi­
car o seguir con cierto interés la forma como ellos dibujan las imágenes
de género (MAvl, p. 28)8, o hacen visibles el cuerpo como palimpsesto
(MAv3, pp. 27-28)9. Con la relectura pausada de sus investigaciones de
maestría emergen los saberes de género. Lo hacen con escritos destina­
dos a develar sus propias confrontaciones como sujetos cognoscentes,
ya que ellos como hombres se mueven entre los modos de conocer or­
todoxos y su posición como autores de/con género. Dichas confron­
taciones subyacen en prácticas investigativas que insisten en develar las
interacciones saber/poder/género y remiten a lo sabido, conocido, admitido
y lo observado, sentidoy vivido por cada persona.

Los estudios sobre la sexualidad o sobre los escenarios educativos ge­


neran una especie de extrañamiento auto-reflexivo entre los autores de
las dos tesis. El Sociólogo indica la existencia de una relación de indiferen­
cia de la sociología con respecto a la sexualidad, y la explica en función
de la tradición intelectual pero también por la concepción de sexuali­
dad como algo dado, establecido, aunque por ello no ajeno a los análisis
sociales. E insiste en los argumentos determinantes para continuar in­
vestigando en este campo pero con una concepción no esencialista:

• “Parecería ser una temática que despierta poco interés en el


momento de analizar las interrelaciones entre individuos y
sociedades (...). Esta indiferencia no es ingenua (...). Al mis­
mo tiempo, como nos lo describe Michel Foucault (...), a par­
tir de la modernidad y de la creación del concepto sexualidad
como objeto de estudio, se supone que es a través de nuestro
sexo que debemos encontrarnos y encontrar nuestro lugar
en el mundo. Este elemento introduce una situación de ten-

8 Doctorado en Sociología (estudios en marcha); Maestría en Ciencias Sociales; Especializa-


ción en Salud Pública y Sociología de la Salud; Sociólogo con orientación en Demografía;
Investigador del Departamento de Sociología; Profesor del área de Métodos de investiga­
ción.
9 Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas (estudios en marcha); Maestría en Ciencias
Sociales con Orientación en Educación; Educador; Profesor e investigador en la Licen­
ciatura en Educación y en el Profesorado en Educación Física, con énfasis en la historia
de la educación y de la Educación Física con una perspectiva de género.

181
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

sión para la sociología. Tenemos un elemento extra-social,


propio de la naturaleza, que a la vez explica (o determina)
la construcción de nuestras identidades sociales. (...) Con el
aporte fundamental del posestrucniralismo francés (Michel
Foucault, Jacques Derrida, Giles Deleuze) y el feminismo
(Gayle Rubin, Joan Scott), se reconceptualiza la sexualidad
desde una aproximación no esencialista” (MAvl, pp. 16, 17).

Se observa asimismo la forma como los distanciamientos de la ortodo­


xia investigativa son desplegados conscientemente por cada autor an­
tes, durante y, aún, después de elaborado el trabajo. El Educador, quien
es investigador y profesor de educación física, articula argumentos ba­
sados en los saberes de género recorriendo el interior de instituciones
escolares o releyendo escritos e investigaciones que han cuestionado
las desigualdades sociales en el campo educativo. Su labor parte de la
ausencia de análisis críticos relativos a una educación física basada en
las diferencias b iológica sy m orales entre hom bres y mujeres-.

• “(■••)• Suele sostenerse la afirmación fundamental del carác­


ter “natural’ de tales divisiones, como enraizadas en las dife­
rencias biológicas. Por tanto, las divisiones existentes entre la
educación física de las chicas y la de los chicos, su participa­
ción y actuación respectivas, se explican a menudo en rela­
ción con las diferencias naturales v biofísicas. Sin embargo, el
reconocimiento de la construcción social del género y no de
las diferencias biológicas permite desarrollar una visión más
crítica y adecuada de las desigualdades entre los géneros en el
deporte y la educación física, situando el debate en el marco
de las estructuras globales de poder de la sociedad” (MAv3,
p.17).

Teniendo como telón de fondo las confrontaciones ideológicas de


los maestrantes, vinculados a instituciones universitarias argentinas,
se identifican los distintos análisis posibles, con fundamentos críticos,
acerca de cuerpo y sexualidad. Los medios usados para reconocer las
interacciones con los saberes de género expuestas en estas tesis hablan
de formas de representación generizada —las imágenes- y de manuscri­
tos corporeizados —los palimpsestos-.

182
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Las imágenes de género. Las representaciones sociales determinan


las formas de actuar en la vida cotidiana llena de exclusiones, estereoti­
pos y segregaciones por razones de sexo y género; pero en las ciencias
sociales suelen estudiarse con el cobijo de los enfoques cuantitativos
positivistas, cuyas medidas de tendencia central no contemplan las pe­
queñas cifras o la desagregación por mujeres y hombres de los elemen­
tos constituyentes sometidos a su análisis. Tras estas realidades cifradas
quedan interrogadas las representaciones sociales que enmarcan las
imágenes de género. En la medida en que éstas son producidas por la
propia percepción de las personas es viable repensar el hecho de ser
mujeres o el hecho de ser hombres (resaltados fuera de texto):

• “Consideramos que son las imágenes culturales que un


individuo tiene sobre los roles que hombres y mujeres
debe desempeñar en el mundo público y en el mundo privado
las que producen cierto tipo de conductas. La percepción que
los actores sociales tengan sobre el fenómeno de la coerción
sexual va a estar condicionada por las representaciones que
tengan acerca de los roles que hombres y mujeres deben des­
empeñar en la sociedad.

En principio, siente el autor, aflora un choque subjetivo que poco a


poco da cuenta de hondas disonancias culturales. De inmediato, estas
maneras de hacer á ú género constituyen una realidad contradictoria que
convoca a la gente, tanto a develar sus tras fondos ideológicos como a
la necesidad de mantener la expansión de la transformación iniciada de
modo individualizado:

* El concepto de imágenes de género nos permite captar


la internalización de las pautas culturales e interpretar
las conductas coercitivas (...). La construcción social de
la masculinidad nos permite analizar a los hombres en tanto
actores genéricos, teniendo en cuenta las especificidades cul­
turales que dan lugar a esta construcción social. El concepto
de imágenes de género (que entendemos como un as­
pecto específico del concepto más amplio de represen­
tación social) nos brinda la oportunidad de observar en
los discursos de los entrevistados cómo son internaliza­
das las pautas culturales” (MAvl, p. 28).

183
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GENERO

A partir de su trabajo de campo, el autor como Educador que es, va


identificando las posiciones relativas de mujeres y hombres en el mun­
do social, da cuenta de los roles hetero-asignados (y exigidos coerci­
tivamente por el sistema) haciendo especial énfasis en el valor social
adverso al individuo, pero también en los efectos producidos sobre
las dinámicas de la vida cotidiana. Son realidades emergentes que se
acentúan con el uso de los saberes de género para seguir tejiendo, in­
cluso con otros hilos, los intereses epistemológicos de resistencia en las
ciencias sociales y las humanidades.

El cuerpo como palimpsesto. Si reconocemos que en el interior de la


palabra palimpsesto conviven procesos de vaciamiento y de rebosamien­
to, como los descritos por Joan Scott con respecto al género, es posi­
ble entender los alcances de las huellas dejadas en un espacio por los
múltiples procesos escritúrales vividos previamente. Son huellas que se
niegan a abandonar ese lugar pese a los esfuerzos que la misma cultura
hace para borrarlas (resaltados fuera de texto):

• “Si aceptamos, siguiendo a Foucault, que el cuerpo es un te­


rritorio sobre el que se construye una red de placeres e
intercambios corporales, a los que los discursos dotan
de significados, podemos pensar que las prohibiciones y
sanciones que le dan forma y direccionalidad a la sexualidad,
que regulan v reglamentan, pueden ser transformadas. El uso
riguroso de la categoría género conduce inevitablemente a la
desencialización de la idea de mujer y de hombre (...).

Igualmente, es posible comprender la forma como los cuerpos que han


sido marcados históricamente por las dinámicas culturales aparecen,
sin ambages y con todos sus sentidos, como palimpsestos. Los cuerpos
aparecen constituidos por un conjunto de textos superpuestos inse­
parables e indefinibles de manera directa al examinarlos, incluso con
lupa o haciendo acopio del poder de las tecnologías, pero con el poten­
cial para dar cuenta de los recorridos y los confines de cada territorio
corporal. Por eso mismo, el autor añade los aportes del género y del
feminismo:

184
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

• Requerimos utilizar la perspectiva de género para describir


cómo opera la simbolización de la diferencia sexual en
las prácticas, discursos y representaciones culturales
sexistas y homófonas. La urgencia de los varios usos de la
muestra que el hilo conductor sigue siendo la
categoría gén ero,
“desnaturalización” de lo humano. Mostrar que no es “natural'
la subordinación femenina, como tampoco lo son la hetero-
sexualidad y otras prácticas.

• El feminismo, al interrogarse sobre la desigualdad social de


las mujeres y hombres, ha desembocado en la simbolización
de la diferencia sexual y las estructuras que dan forma al poder
genérico hegemónico: masculino y femenino. (...).

A medida que el cuerpo humano queda comprendido como palimpses-


to, se expanden las posibilidades de interacción entre las subjetividades
que lo habitan y los territorios por donde dichas subjetividades transi­
tan, de manera similar a las redes textuales entretejidas para transfor­
mar la producción social de sentido, pero adaptando el texto al contexto de
una época determinada:

• Al tomar conciencia del sexismo que tiñe gran parte de


los discursos y las prácticas de la Educación Física, no
podemos seguir recibiéndolo y retransmitiéndolo sin
más, de un modo pretendidamente aséptico (...)” (MAv3,
pp. 27-28).

Con esta frase, el autor se centra en la forma como la naturaleza corpo­


ral surge, se siente, se manifiesta y se conoce mediante la interpretación
y la puesta en escena de las subjetividades. Con esta concepción en
mente, se enfrenta a cada situación educativa para seguir resquebrajan­
do, desde su propio interior, tanto las nociones esencialistas como las
naturalizantes que han inmovilizado a los cuerpos, las feminidades o
las masculinidades en la institución escolar.

Justamente, con estos recorridos inquisitivos —e inquisidores- que han


llevado a estos hombres por lugares menos transitados o poco cono­
cidos, incluso inesperados y por motivos insospechados, los autores
se han adentrado en los cimientos disciplinares subyacentes en temas

185
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

sociológicos sobre cuerpo y sexualidad y educativos sobre cuerpos y


géneros. Son recorridos que les han exigido el despliegue de actos no
meramente cognitivos para compartir otros repertorios como también
para incrementar los debates críticos o proceder al análisis detenido
de sus propias digresiones. Caminos semejantes han sido trazados por
quienes se han comprometido con los estudios de mujer y géneros.

Un subgrupo de tesis en estudios de mujer y género


En la universidad, institución que reproduce las estructuras de poder
hegemónicas, se han abierto espacios para albergar los estudios de mu­
jer, los estudios de género o los estudios feministas, sabiendo que todas
estas denominaciones, además de ser polémicas, siguen provocando
una compleja y contradictoria situación tanto en elp la n o institucional como
en e l personal.

Primero, con la denominación estudios de m ujer se han incrementado los


debates disciplinares relacionados con el conocimiento producido, cul­
tivado y difundido en la universidad, sobre todo, por su posición para
explicar las diferentes experiencias adversas vividas por la mitad de la
humanidad. Además, estos estudios avanzan interrogando a lo otro he-
tero-designado para activar procesos de cambio, y reclamando un lugar
propio en la institución universitaria. Las experiencias surafricanas lo
sostienen de la siguiente manera:

Nosotras escogimos “women’s studies” muy conscientemente,


porque apreciamos el significado que tienen las relaciones de gé­
nero en la vida de las mujeres; nosotras queríamos poner mayor
énfasis sobre las “mujeres” considerando que el foco de análisis
y estudio ha de estar en las vidas de las mujeres (Charmaine
Pereira, 2008, p. 114).

Segundo, con base en otras vías trasgresoras, los estudios que adop­
tan al género para incorporarlo en la academia son respaldados por
epistemologías feministas que comparten modos de investigar situa­
dos, relativizan el peso de la razón en el proceso de construcción de
conocimientos, y pasan a servir de marco para interrogar y debilitar al
paradigma positivista anclado en una objetividad estática, mantenida

186
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

con la distancia entre sujetos y objetos. Con una denominación donde


aparece el género, las experiencias brasileras sustentan sus decisiones:

El campo conocido como “Estudios de las relaciones de Gé­


nero” -perspectiva proveniente del campo teórico denominado
Gender Studies creada e impulsada en Europa, Estados Unidos
y Canadá-, cuyas pesquisas se van a ampliar en Brasil, cues­
tionan la noción histórica y plural del género como categoría
multidisciplinar de análisis, incluyendo tanto a mujeres como a
hombres. Los avances de esta mudanza de enfoque, conforme
con Azerédo (1998) pasan por una gradual “desesencializa­
ción” de hombres y mujeres en la sociedad, significando una
sofisticación en el análisis, cambiando el interés por la pregunta
“¿la subordinación de la mujer es universal?” para centrarse en
“¿qué significa ser hombre o mujer en la sociedad?” (Eliana
Costa, 2005, p. 39).

Tercero, en el marco de las relaciones ciencia/género, las académicas


inconformes con el sistema convocan la presencia activa de las sub­
jetividades, los cuerpos en las que éstas habitan, y la vida cotidiana
que recrean (y en la que son recreadas). Y lo hacen para continuar
problematizando la incorporación del género en la academia y para
trazar recorridos llenos de sentido, colmados de sensibilidades, abier­
tos a lugares desconocidos pero pensando en la construcción de cono­
cimientos y en el reconocimiento de subjetividades como un proceso
material complejo.

Finalmente, esta clase de epistemologías críticas retoma las relaciones


de poder entre las subjetividades generizadas, considera sus deseos y
motivaciones encarnadas e identifica sus efectos sobre la configuración
de la realidad, la distinción entre lo público y lo privado, y sus inscrip­
ciones en los cuerpos de mujeres y hombres, reconociendo la exis­
tencia de alianzas entre la ciencia, el romanticismo sexual y la división
sexual del trabajo que le subyacen. Y, por supuesto, enfrenta múltiples
cuestionamientos al ritmo de una explosión de saberes desplegados para
anidar a transformar la conciencia colectiva (Leslie Wolfe y Jennifer
Tucker, 1995); y de una explosión de discursos sobre los cuerpos sexuados (Ele­
na Casado, 2003, p. 48).

187
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

Esta doble explosión, con saberes marginales convertidos en discur­


sos académicos, pretende introducir temas de alto contenido político
para confrontar los saberes ortodoxos y problematizar lo conocido,
abarcando la presencia y la acción de quienes hacen investigaciones
como sujetos sexuados marcados por el género. Sujetos cognoscentes
que desean reconfigurar sus investigaciones e interrogar las consecuen­
cias de las relaciones generizadas sobre quienes investigan y lo que es
investigado, de acuerdo con la estructura universitaria donde se han
instalado los programas doctorales o de maestría.

Los doctorados y las maestrías


Retomando los hallazgos de nuestro estudio de más largo aliento, nos
centramos en otras seis (6) tesis, ahora inscritas en el campo institucio­
nalizado de los estudios de mujer y género. En las tesis se advierte que
tanto mujeres como hombres que se interesan por el género cultivan
distintas disciplinas inclinándose por asuntos propios de la gestión, la
antropología, la historia, la sociología, la psicología o la literatura. Las
tesis fueron elaboradas para obtener títulos en estudios de mujer (1),
en ciencias sociales con especialización en estudios de género (1) o en
estudios de género (4).

Por esta clase de estudios transitaron quienes desean traspasar las fron­
teras de las distintas disciplinas de origen o las diversas formas de ejer­
cer sus actividades profesionales. En todo caso, se destacan los proce­
sos reflexivos configurados por parte de cuatro mujeres y dos hombres
que realizaron sus estudios de maestría o doctorado en universidades
de tres países: Argentina (un hombre 2006), Chile (una mujer 2005, un
hombre 2006), Ecuador (una mujer 2004) y España (dos mujeres 2003,
2006).

De un lado, entre las cuatro mujeres que tomaron este rumbo acadé­
mico, hay dos doctoras de instituciones españolas, una abogada que
hizo Estudios de la Mujer (DEm5, 2003)10 y una socióloga que realizó
Estudios en la Perspectiva de Género en Ciencias Sociales (DEmló,

10 Doctorado en Estudios de la mujer; Abogada; Profesora e Investigadora centrada en


el análisis de la situación social de las mujeres, tanto en el ámbito público como en el

188
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

2006)11; también hay una magistra quien, como ingeniera de profesión,


se inclinó por los Estudios de Género y Cultura en Chile, con mención
en ciencias sociales (MCHml, 2005)12; y otra magistra quien, desde la
psicología, incursionó en los Estudios de Género como especialización
ofrecida por la Maestría en Ciencias Sociales de una institución ecuato­
riana (MECml, 2004)13.

Las instituciones universitarias sedes de los programas cursados por las


autoras de las tesis doctorales o de maestría, señalan un conjunto de
recorridos abiertos en el interior de las instituciones universitarias que
han entrado a formar parte de la organización disciplinar. Sus propias
historias, que están pendientes de ser narradas, señalan el carácter crí­
tico y la posición fuera de la corriente principal tanto de sus estudios
periféricos como de sus investigaciones interdisciplinares.

• El Doctorado en Estudios de las Mujeres y del Género tiene


una larga tradición en una universidad:

Entre sus líneas de investigación se hallan las Epistemologías y meto­


dologías feministas; la Historia del pensamiento feminista; el Género
y la diversidad (teorías multiculturales y representaciones literarias en
lengua alemana, española e inglesa); las Escritoras en lengua alemana,
española e inglesa; la Literatura, los lenguajes visuales y el género (teo­
rías de la representación); los Estudios comparados en literatura y cine;
la Nación y el género; las Re/visiones de mitos y arquetipos en literatu­
ra e historia; la Historiografía y el género (Mujer y poder en el Mundo
Antiguo); la Sociología del género y la Sociología de la educación; la
Traducción y el género; y la Teoría de género (mujeres y ciencia).

privado, con publicaciones sobre participación laboral de las mujeres, políticas de acción
positiva y análisis del dinero en las parejas de doble ingreso.
11 Doctorado en la perspectiva de género en ciencias sociales; Master en investigación, ges­
tión y desarrollo local; Socióloga; Consultora.
12 Maestría en Estudios de género y cultura, mención en Ciencias sociales; Ingeniera; Super-
visora.
13 Maestría en Ciencias Sociales con especialización en Estudios de género; Psicóloga; Pro­
fesora; Directora del Programa de Atención Integral a las Personas con Discapacidad,
Ministerio de Inclusión Económica y Social.

189
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

• Los estudios de doctorado centrados en la Perspectiva de Gé­


nero en Ciencias Sociales aunque ya no se ofrecen:

Constituyeron un espacio académico ofertado por el Departamento


de Sociología IV (Metodología de la investigación social y teoría de la
comunicación) que, por los cambios institucionales en el sistema de
educación superior en el país, han dejado de existir. Sus ejes centrales
convocaban los debates epistemológicos, teóricos y metodológicos ba­
sados en los aportes del género a campos arraigados en la Sociología,
la Ciencia Política, la Economía, la Psicología, el Derecho, la Historia
o la Filosofía.

• Los estudios de Género y Cultura con mención en Ciencias


Sociales son programas interfacultades, que trabajan:

Con la participación de la Facultad de Ciencias Sociales y la Facultad


de Filosofía y Humanidades, a través de sus respectivas Escuelas de
Postgrado. Su objetivo fundamental es la formación de graduados/as
capaces de desarrollar reflexión e investigación desde la perspectiva de
género; problematÍ2 ar el conocimiento existente sobre Género, Cultu­
ra y Desarrollo; proporcionar herramientas metodológicas para incor­
porar el género a diferentes disciplinas y tradiciones epistemológicas de
las Ciencias Sociales.
íte-
• Los Estudios de Género como especialización son ofrecidos
por la Maestría en Ciencias Sociales:

Tienen el objetivo de contribuir al fortalecimiento de espacios de pro­


ducción, reflexión y transmisión de conocimientos para el discerni­
miento de las cambiantes relaciones entre hombres y mujeres en las
sociedades latinoamericanas y al diseño de intervenciones públicas
orientadas a la equidad de género. La investigación en este campo ex­
plora los cambios en las desigualdades de género y sus representacio­
nes; las iniciativas e intervenciones de las mujeres, los estados y otras
instancias encaminadas a modificar formas de exclusión, violencia, ra­
cismo y sexismo así como las complejidades de las relaciones de género
en el mundo de la globalización.

190
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

De otro lado, dos hombres avanzaron por los caminos teórico-políti-


cos de los saberes de género con sus estudios de maestría. Uno de ellos
cursó Estudios de Género y Cultura en Chile (M CHvl, 2006)14 con el
respaldo de análisis filosóficos, mientras el otro hizo los Estudios de
Género, Sociedad y Políticas en Argentina (MAv2, 2006)15 en el marco
de los postulados históricos.

Los análisis realizados por estos dos maestrantes (ahora dedicados pro­
fesionalmente a las labores investigativas) dan cuenta del espacio de
la ciudad y sus influjos en la vida de las mujeres que por ella circulan
y la habitan; además, encuentran sus propios anclajes disciplinares en
instituciones universitarias que ofrecen iniciativas de formación pos-
graduada de naturaleza interfacultad e interdisciplinar.
■'Í
• En el programa interfacultades de Estudios de Género y Cul­
tura participan la Facultad de Ciencias Sociales y la Facultad
de Filosofía y Humanidades:

La mención en Humanidades incluye asignaturas troncales obligatorias


(Teoría del Género y Estudios Culturales, Teoría del Género y Ciencias
Sociales, Metodología General de Género) y asignaturas electivas (Gé­
nero, Participación y Poder, Memorias, Sexualidad y Género, Seminario
Pre-diseño de Tesis, Sexualidad y Género, Comunicación y Género). El
título es avalado por las Escuelas de Postgrado convocantes.

• Los estudios de Género, Sociedad y Políticas buscan formar


profesionales con altas capacidades para el desarrollo de pro­
yectos, programas v políticas públicas fundados en el princi­
pio de equidad de género:

Apuntan a la generación de comunidades regionales de especialistas en


temas de género aplicados al desarrollo de políticas y la investigación.
Su currículo está compuesto por cuatro seminarios obligatorios que

14 Maestría en Estudios de género y cultura; Sin datos de formación pregraduada; Investi­


gador.
15 Maestría en Estudios de Género, Sociedad y Políticas; Maestría en Gestión Pública; Sin
datos de formación pregraduada; Investigador.

191
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

brindan los marcos conceptuales y programáticos fundamentales, dos


seminarios de especialización de las áreas temáticas (economía, educa­
ción e interculturalidad, trabajo y salud) y un taller de tesis.

Son programas que abren rutas para emprender recorridos sentidos e in­
vitan a los re-encuentros colectivos. Sí, justamente, son recorridos que
llevan a quienes investigan en dichos programas a repensar su forma­
ción de origen en el campo de las ciencias sociales y las humanidades.

Las tesis de doctoras y magistras


Las mujeres autoras de las tesis que deseaban titularse como Doctoras o
Magistras, elaboraron investigaciones centradas en especificidades pro­
pias de las relaciones heterosexuales de pareja, la inserción de las mu­
jeres en grupos guerrilleros o en actividades pacifistas, la presencia de
las mujeres en organizaciones de predominio masculino, y las mujeres
protagonizando maternajes diferentes en sus experiencias con hijas e
hijos en situación de discapacidad. Las resistencias desplegadas por
estas autoras en las tesis provienen de sus posturas teóricas, las cuales
se van fundiendo con las apreciaciones de las mujeres participantes en
los estudios.

Relaciones de pareja con dos ingresos. La Abogada analiza la si­


tuación social de las mujeres con una tesis que recrea las dinámicas
microsociales propias de las relaciones de pareja heterosexual con do­
ble ingreso económico, abarcando trayectorias, salarios, gastos, distri­
bución de recursos y sentido en la toma de decisiones. Desarrolla su
trabajo de campo en una ciudad del norte de España contextualizando
sus reflexiones con las discriminaciones experimentadas por las mu­
jeres, que continúan siendo una realidad pese al registro de cambios
macrosociales:

• “El objetivo de nuestra investigación consiste en analizar las


relaciones entre hombres y mujeres en el ámbito privado, cen­
trándose en las parejas con dos salarios. Aunque este tipo de
parejas no son mayoritarias en España, constituyen un mo­
delo cada vez más frecuente. Con esta investigación tratamos
de entender cómo son las relaciones de género en las parejas

192
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

modernas y conocer cómo se reproduce la desigualdad y las


relaciones de poder, incluso en el caso de parejas en las que
las mujeres, con su trabajo, consiguen independencia econó­
mica” (DEm5, pp. 16-17).

Si bien es cierto que las mujeres han entrado masivamente al mercado


de trabajo, también lo es que la jefatura de las mujeres en los hogares
m ono-m arentales (en cabeza de la madre) ha aumentado; además, las mu­
jeres han optado por vivir solas p or razones de independencia, porque
no se casan, porque se separan o enviudan. En este contexto, las defi­
niciones de pareja, las nociones sobre relaciones de pareja y las formas
de entender la familia afrontan debates innumerables que no se agotan
con una aparente igualdad sociolaboral de sus miembros. Todo lo contrario,
se profundizan ante la necesidad de estudiar las dinámicas de poder
que las acompañan:

• “(•••) el análisis de la desigualdad en el interior de la pareja


es mucho más tardío y no se convierte en una preocupación
sociológica hasta la segunda mitad del siglo XX (...). Las in­
vestigaciones feministas resaltaron el carácter conflictual de
las relaciones privadas haciendo hincapié en el componente
sexista de las mismas. Una vez puesta de manifiesto la des­
igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito privado, las
relaciones de las parejas tradicionales empezaron a ser con­
sideradas por numerosos/as autores/as como relaciones de
poder y de dominación. Determinar lo que constituye el po­
der es un complejo problema filosófico, más complejo si cabe
en el ámbito de la pareja, puesto que en dichas relaciones se
mezclan elementos afectivos, que enmascaran el poder y la
desigualdad bajo formas de consenso y elecciones aparentes.

• Las relaciones de poder en el ámbito de la pareja han sido


objeto de análisis desde los años 60 por numerosos/as auto­
res/as, entre otros/as, (...); se han desarrollado numerosas
investigaciones que tratan de analizar el poder en la pareja
tomando en cuenta diferentes elementos que están presen­
tes en las interacciones cotidianas (...) que, en muchos ca­
sos, operacionalizan en el estudio de los procesos de toma
de decisiones en el hogar (...), parten de las relaciones entre
hombres y mujeres en el seno de la familia como relaciones

193
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

de intercambio. (...), otras perspectivas teóricas han prestado


atención, fundamentalmente, a los aspectos estructurales, de
forma que entienden el poder como un elemento o un pro­
ducto de la estructura social, menospreciando el papel de los
individuos (...).

• Desde estas dos grandes perspectivas teóricas, se consideraba


el poder como un hecho susceptible de observación, en el
primer caso a partir del análisis de las relaciones entre los
individuos y en el segundo como parte de la estructura social.
(...) también ha sido analizado como una forma de domina­
ción simbólica, de tal manera que se explica la desigualdad y
el poder en las relaciones entre hombres y mujeres a partir
de las estructuras simbólicas que perviven en el inconsciente
androcéntrico (...). Las teorías feministas, desde su diversi­
dad, parten de diferentes concepciones de poder y toman en
consideración diversos elementos -materiales, psicológicos,
ideológicos, entre otros- para explicar la subordinación de las
mujeres en el interior del hogar” (DEm5, pp. 26-27, 29-31).

La autora de la tesis no se detiene en la síntesis de los modos de exa­


minar sociológicamente las relaciones de poder entre parejas integra­
das por mujer-hombre; decide avanzar por entre los sinuosos caminos
teóricos, tanto macro como microsociales, para centrarse en un análisis
de corte crítico. Para ello, usa un abordaje multidimensional, dinámico,
cambiante o móvil e interactivo y recíproco:

• “Aafke Komter entiende el poder como un proceso dinámi­


co y se centra en el estudio de los procesos de cambio en
la relación de pareja como indicadores de las relaciones de
poder. Según esta autora, en las sociedades occidentales el
poder formal o institucionalizado se hace más visible. De ahí
el interés de analizar el poder oculto y, particularmente, el po­
der oculto (...). Investiga los deseos de cambio de hombres
y mujeres en las relaciones de pareja, los conflictos abiertos
que se producen, esto es, aquellos que surgen en la toma de
decisiones.

• Pero además tiene en cuenta las no decisiones, es decir, aque­


llos ámbitos que se excluyen de la toma de decisiones e inclu­
so se excluyen de la conversación por parte de la pareja. In­

194
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

cluye además de los conflictos abiertos y de los encubiertos,


el conflicto latente, que para ella es un indicador del poder
invisible. Por conflicto latente entiende aquel que aparece si la
persona subordinada pudiera expresar sus deseos (...). Orly
Benjami y Oriel Sullivan estudian también estos procesos y se
dan cuenta de que la combinación de conciencia de género y
el cambio en las pautas de comunicación y en la división del
trabajo doméstico en la pareja (...) (DEm5, pp. 53-54).

El estudio consolida un reto académico con base en una realidad fre­


cuentemente asociada a un modelo de poder enmarcado en lo social o
lo económico pero menos veces explicada por las desigualdades en la
pareja, considerada un subsistema de las familias, pero también un es­
pacio vincular, afectivo y relacional entre dos individualidades diferen­
tes. Las relaciones de pareja contienen y expresan relaciones de poder
y resistencia entre integrantes heterosexuales con vínculos amorosos/
afectivos/eróticos/sexuales. Con ellos se identifican distintos sentidos
arraigados en una realidad con otros horizontes investigativos.

Las m ujeres en el conflicto arm ado. La Socióloga relata su propio


recorrido intelectual, cuyos contenidos profesionales han nutrido el
desarrollo local, para plantear los alcances de su investigación sobre
aspectos poco, o menos conocidos, en relación con el conflicto arma­
do colombiano. Abarca la militancia guerrillera de algunas mujeres y la
apuesta pacifista de otras a lo largo y ancho del país, hace énfasis en los
efectos dejados por la pertenencia individual a estos grupos sobre sus
propias vidas, considera las dinámicas cotidianas y las marcas identita-
rias evocadas en sus discursos:

• “Es importante en esta investigación rescatar el discurso de


las mujeres militantes en las guerrillas y demostrar cómo sus
comportamientos, motivaciones e ideologías también han
contribuido a la prolongación del conflicto armado que vive
el país, a pesar de que en su intencionalidad por construir
un orden social menos excluyeme y más igualitario (...). Del
mismo modo, nos interesan las percepciones de las pacifistas
adscritas a organizaciones y a movimientos sociales que soli­
citan al Estado y a los actores armados el cese de las hostili­
dades contra la población civil y la solución negociada al con­

195
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

flicto armado que enfrenta el país hace varias décadas (...)”


(DEmló, p. 25).

La autora de esta tesis doctoral se interesa por la posición de grupos


de mujeres ubicadas en dos sectores opuestos del conflicto armado, el
de la actividad guerrillera y el de las iniciativas de paz. Desea compren­
der los procesos de identidad colectiva de ambos grupos con funda­
mento en las trayectorias individuales, llenas de interrogantes acerca de
motivos, experiencias, acciones y desmovilizaciones. Comienza por las
razones que llevaron a las mujeres guerrilleras a optar por actividades
hasta hace poco vedadas y proscritas para ellas como mujeres:

• “Como ha sucedido con otras identidades individuales y co­


lectivas, la construcción social del género en la cultura pa­
triarcal también es problemática no sólo porque excluye a
hombres y mujeres de determinadas posibilidades de ser v
actuar sino, fundamentalmente, porque reproduce relaciones
de poder.' (...) la versatilidad y ubicuidad que desarrollaron en
su militancia las mujeres es posible observar en la narración
de sus trayectorias vitales el fuerte peso que les dan a esos as­
pectos cotidianos, y el menor énfasis en las cuestiones que los
dirigentes de estos grupos denominan los asuntos concretos.
No creen que el sentido y la fórmula de la vida que escogie­
ron hayan sido equivocados” (DEmló, p. 75).

Pero, además, la autora va a profundizar en cómo estas mujeres, las


guerrilleras o las pacifistas, se distancian de los estereotipos de femini­
dad mientras se alejan de la sombra producida por el sistema patriarcal.
Son procesos reflexivos que van aflorando pausadamente:

• “Su vivencia individual determinó el discurso que hoy pre­


sentan sobre su participación y los intríngulis de su paso por
las organizaciones armadas. Por ello las diferencias entre unas
y otras respecto a las cuestiones de la militancia son disímiles.
Mientras en unos discursos hay más discernimiento e inter­
pretación, e incluso, elaboradas disertaciones, en otros hay
más divagación sobre los recuerdos. No obstante, (...) pode­
mos concluir que ello está mediado por los marcos culturales
de unas y otras, su educación, formación política, el mismo
carácter y la forma en que asumieron la experiencia guerri­

196
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

llera. En todas estas interacciones políticas es cada vez más


visible la subversión de los valores de la sociedad patriarcal.

• (...) También ellas /las pacifistas/ como las guerrilleras han


renunciado a ciertos sueños individuales y estarían exponien­
do su vida por otros en su acción política, pero sobre todo la
exponen por sí mismas. (...) Hasta las campesinas y las indí­
genas han empezado a cuestionar la forma en que la sociedad
concibe lo femenino y lo masculino, las normas de conviven­
cia entre los sexos y los mecanismos de construcción de sub­
jetividades diferentes, por ello abren el mundo de lo privado
al escrutinio público. (...)” (DEmló, p. 310).

El deseo de la autora por estudiar las trayectorias identitarias de los dos


grupos de mujeres, es respaldado con aportes de la psicología social y
de los estudios de género. Considera que es una conjugación necesaria
para recuperar la memoria colectiva, la presencia directa de mujeres en
escenarios de guerra o de paz y las actividades emprendidas por ellas
como integrantes activas de movimientos dedicados a subvertir el or­
den y a repensar la paz con actos de resistencia civil:

• “Su conciencia en torno al ser mujer está intervenida por


otros ejes de identidad que se enfrentan a ésta, entre ellas
la etnia, la edad, la clase, la orientación sexual e, incluso, su
afectación por el conflicto. (...), tanto las guerrilleras como
las que se incorporan al movimiento de mujeres en contra de
la guerra habrían subvertido los estereotipos de la feminidad
esencial al incursionar en espacios que les eran vedados y des­
de los que emergieron como sujetos políticos que confrontan
las prácticas patriarcales.

• Sin embargo, las primeras /las guerrilleras/ durante su mili-


tancia en los grupos armados terminaron homologadas con el
sujeto universal que defendían estas organizaciones. Al final,
en las negociaciones de paz que conducirían a su desmovili­
zación serían nuevamente marginadas y al volver a la sociedad
civil, los comportamientos de género trasgredidos, volverían
a ser representados de forma tradicional, claro está que exis­
ten excepciones en el conjunto de mujeres. En las segundas,
/las pacifistas/ por el contrario, el uso instrumental de esas
características que las diferencian de los varones, es decir, la

197
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

transformación de una identidad negativa en una identidad


positiva, el ser maternal, les ha permitido posicionarse como
un actor político reconocido que empieza a tenerse en cuenta
en los procesos de negociación del conflicto, pero que, sobre
todo, estarían incidiendo en una valoración diferente de las
mismas mujeres como protagonistas políticas” (DEmló, pp.
310, 466).

Una vez ubicada la discusión sobre las creencias relacionadas con el


género, la autora se detiene en los estereotipos de carácter fundamen­
talmente prescriptivo que perviven en la sociedad. Reconoce la forma
como los rasgos de feminidad, los roles sexuales, las ocupaciones pro­
pias de su sexo, las características de fragilidad o la débil apariencia fí­
sica, van configurando la ideología de género, para señalar los alcances
de sus versiones clásicas, ambivalentes o neosexistas:

• “Esa función de diferenciación podría explicarse a partir de


observar cómo a través de la imposición del estereotipo al
grupo marginado el grupo superior mantiene la “distintividad
positiva”. (...) Los marginados terminan aceptando esas ca­
racterísticas negativas que les imputa el grupo superior y, en
ese sentido, refuerzan el estereotipo. (...) Todo ello ha sido
alentado, muchas veces, por la segunda creencia respecto al
género: la ideología de género también llamada ideolo­
gía de rol sexual o sexismo, que se expresa a través del
sexismo clásico y por las nuevas formas de discriminación: el
sexismo ambivalente y el neo sexismo.

• El primer tipo, el sexismo clásico, es definido como “una


actitud de prejuicio o conducta discriminatoria basada en la
supuesta inferioridad o diferencia de las mujeres como grupo”
(Cameron, 1977: 340). (...). Por su parte, el sexismo ambiva­
lente o la coexistencia entre la antipatía sexista y las actitudes
favorables considera a las mujeres de forma estereotipada, por
lo tanto, limitadas a ciertos roles sociales. (...) Por último, el
neosexismo, en consonancia con el antiguo sexismo, consi­
dera que las reivindicaciones otorgadas a las mujeres son exce­
sivas. De acuerdo con Tougas et al. (1995) esta nueva forma de
discriminación se define como “la manifestación de un con­
flicto entre los valores igualitarios y los sentimientos residuales
negativos hacia las mujeres”. Para esta tendencia, las mujeres

198
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

ya no estarían discriminadas, por lo tanto, sus pretensiones así


como los derechos que exigen serían injustificados. Los varo­
nes perciben en estos reconocimientos una amenaza para sus
intereses colectivos” (DEmló, pp. 19-20).

Ya agotada la síntesis sobre los tipos de sexismo, la autora considera


que éstos se mantienen anclados en las condiciones biológicas y socia­
les pero que, a la vez, están pasando a ser elementos constituyentes de
otras ideologías con las cuales se despliegan otras legitimaciones. En
sus bases se hallan, sin lugar a dudas, las relaciones de poder y de una
identidad distintivay positiva parparte de los hombres respecto de las mujeres. Por
eso mismo, las denomina ideología “justificadora del sistema”, una
ideología que, como expresión de la violencia simbólica, se reproduce
con la participación de las subjetividades dominadas: muchas veces las
mujeres la terminan aceptando como instrumento para su defensa sin ser cons­
cientes de que con ello contribuyen a su propia dominación.

Las mujeres trabajando en un mundo masculino. La Ingeniera ob­


serva la realidad cotidiana vivida por ella misma en el contexto de una
empresa chilena dedicada a la extracción mineral; la contrasta con las
cifras, la comenta con sus pares, la vive con sus propias experiencias
como una mujer profesional titulada en una profesión no apta estructuralmente
para las mujeresy que trabaja en un espado masculino:

• “A través de datos de empleo se sabe de la escasa presencia


femenina en el ámbito minero (...). Las pocas mujeres que se
ubican en este sector productivo son mayoritariamente pro­
fesionales o secretarias, no existiendo mujeres que realicen
trabajos asociados directamente a la extracción.

• Las supervisoras son profesionales que desarrollan labores


en la organización a un nivel directivo medio y se relacionan
con las jefaturas, tienen personal a cargo y están en posición
de ascender a cargos de mayor importancia en la toma de
decisiones” (MCHml, Introducción).

Esta realidad observada por la autora en los distintos planos cotidia­


nos de la empresa, es reciclada cognitivamente, con el influjo de las

199
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

subjetividades, y la convierte en foco de investigación de la maestría en


género. Se interesa, haciendo especial énfasis en los efectos del género
sobre las personas, por los aportes concretos de sus hallazgos en pro­
cesos dirigidos a transformar la organización laboral:

• “Esta investigación se ha propuesto: dilucidar las dimensio­


nes de género de las relaciones laborales que establecen las
mujeres supervisoras de El Teniente, para dar cuenta de esto,
durante el año 2004 se realizaron entrevistas a un grupo de
mujeres que se desempeñaban como supervisoras en esta Di­
visión. El problema abordado se relaciona con la necesidad
de comprender más profundamente las relaciones laborales
y el trabajo en general, así como las posiciones que ocupan
las mujeres en la estructura social en espacios u ocupaciones
entendidas como masculinas.

• Por otra parte, pretende (...) mejorar las relaciones laborales,


a potenciar la equidad de género entendiendo que ésta per­
mite el desarrollo de relaciones más democráticas que benefi­
cian tanto a hombres como a mujeres. (...) en tanto que el co­
nocimiento de la situación de las mujeres implica también un
conocimiento de las relaciones de género y en consecuencia
las medidas posibles de tomar por quien corresponda afec­
tarán también a los varones trabajadores. (...) esta investiga­
ción abre espacios para la realización de otras investigaciones
que aborden temas decisivos tanto para la organización como
para los(as) trabajadores, por ejemplo el caso de la inserción
de mujeres en labores directas de producción” (MCHml, In­
troducción).

La Ingeniera, con convicción, se inclina a favor de la equidad entre


mujeres y hombres en espacios históricamente masculinos (y mascu-
linizados de modo exacerbado), como las minas; desea que sirva para
introducir cambios en los procesos educativos (abarcando los nive­
les primarios y secundarios); por supuesto, también desea que dichos
cambios se vivan en los escenarios de formación profesional en la uni­
versidad. Sus consecuencias, a mediano plazo, no solamente serán de
índole simbólica sino que van a ampliar las esferas de reconocimiento,
credibilidad y crédito para (y entre) las mismas mujeres:

200
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

• “Por últim o, es de esperar que a p artir de esta investigación


se pueda proponer algunas m edidas tendientes a incentivar
tanto la inserción laboral, las prácticas laborales y la m odi­
ficación de prejuicios de género que son trasm itidos en los
procesos educativos, que co ntribuyen a la segregación de gé­
nero y naturalizan com o m asculinos algunos ám bitos com o
la extracción m inera, im pidiendo el ingreso fem enino a áreas
de la econom ía m ejo r rem uneradas que im plican m ayor p res­
tigio y estatus” (M C H m l, Introducción).

Finalmente, acentuamos otra idea que atraviesa la tesis, ahora relacio­


nada con los ejes subjetivados subyacentes en el estudio. En medio de
los avatares del mercado laboral, subyacen el prestigio individual y el
estatus alcanzado como expresiones de las relaciones de poder. Algu­
nas veces son vividos por las mujeres en sus relaciones directas con
sus compañeros y compañeras, otras son desplegados con el personal
subalterno constituido por hombres trabajando en la mina, o con el
personal de las jefaturas, asumidas por hombres profesionales como
ellas.

Las maternidades y los maternajes diferentes. La Psicóloga con­


sidera que el peso de las construcciones culturales encarnadas en la
dominación masculina y en la sujeción femenina, constituyen una base
fuerte que sostiene las jerarquías sexuales históricamente vividas en las
sociedades humanas. Los argumentos foucaultianos se hallan en los
cimientos de su afirmación:

• “D entro de esta lógica de pensam iento, las m ujeres han sido


estereotipadas a través de dotarlas de características n atural­
m ente fem eninas com o la docilidad, el servicio, la entrega,
norm as reconocidas p o r todos/as los/as m iem bros/as de la
sociedad y forjados durante m uchos años llegando a p are­
cer naturales. En este sentido, las prácticas soáales pueden llegar
a engendrar ámbitos de saber que no solamente hacen aparecer nuevos
objetosi conceptos nuevos, nuevas técnicas, sino que además engendran
formas totalmente nuevas de sujetos y de sujetos de conocimiento”; es
decir, diversas formas de interpretar la realidad (Foucault, 1998, p.
170)” (MECml, p. 42).

201
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

En este contexto, la autora propone acercamientos al campo de las


discapacidades humanas ubicando a las mujeres-madres de niñas y ni­
ños con discapacidades como madres diferentes. Se detiene en las re­
sistencias que despliegan estas mujeres para enfrentar a una sociedad
patriarcal, androcéntrica y disciplinante que, por medio de la experticia
médica y de las acciones de profesionales de la salud y la rehabilitación
(ejercidas mayoritariamente por mujeres), pretende mantenerlas en sus
lugares-.

• “Es la discapacidad como campo, el espacio donde confluyen


una multiplicidad de sujetos, conocimientos, prácticas v si­
tuaciones que van más allá de la rehabilitación e integración
social de las personas con limitaciones físicas, mentales y/o
sensoriales. Es en esta interacción que se generan diversas
posiciones, roles y funciones, por lo que el análisis de las re­
laciones de las madres diferentes, es central para comprender
el campo de la discapacidad.

• Con el nacimiento de un hijo/a diferente, nacen también


una serie de procesos terapéuticos, económicos, culturales,
psicológicos, que lejos de potencializar las fortalezas de esta
experiencia totalmente desconocida, por mínimas que sean,
contrariamente se despliegan como limitaciones, carencias y
negaciones. Así, las madres diferentes deben aceptar el mode­
lo de madre que la sociedad y la cultura les imponen, modelo
que si bien tiene su existencia en el aquí y en el ahora, es el
resultado de la amalgama de modelos maternos que han per­
mitido continuidades y transformaciones en las identidades
maternas, en las prácticas y discursos que se generan, en una
relación de doble vía.

• Las madres diferentes, idealmente deben cumplir con una


actuación en donde la pasividad dirija sus prácticas, deben
aceptar sin ningún tipo de conflicto explícito la presencia, re­
querimientos y demandas generalmente a tiempo completo
y por muchos años, que esta nueva experiencia entraña, sin
embargo, esta forma diferente de matemaje, las desconcierta,
las desestabiliza y las rebasa” (MECml, pp. 35-36).

202
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Paulatinamente, pese a las condiciones adversas que las rodean y las


han convertido en meros instrumentos de los programas de rehabilita­
ción, en el marco de la normalización, las voces de las mujeres-madres-
diferentes se van dejando escuchar mientras ellas mismas se mueven
de un lugar a otro buscando romper las fronteras impuestas para desa­
rrollar las labores de cuidado, Y, como puntualiza la autora, terminan
asumiendo maternajes diferenciados con base en los derechos de hijos
e hijas:

• “ (■••) la m adre diferente en su ro l de cuidadora ( ...) debe


cum plir con las ordenes profesionales ( ...) no es quien pue­
de cuestionar el m étodo o ese trabajo, no solo porque no
es su función, no está capacitada, sino porque se asum e que
ella es una ejecutora de m andatos e instrucciones, in d ep en ­
dientem ente de las condiciones reales de existencia. E n este
sentido, los discursos y prácticas m édicas al darle un d eterm i­
nado significado a la realidad, se constituyen en productores
de sentido, pero al m ism o tiem po, son el producto del orden
sim bólico, de tal m anera que in ciden en la estructura social al
ser asum idos com o verdades inm anentes. ( ...)

* La discapacidad com o cam po para m uchas m adres diferentes


m arca rupturas cjue a m anera de lím ites define un antes y un
después. A ntes de la presencia de un h ijo / d iferen te/ ..., estas
m adres diferentes tenían una relativa m ovilidad social que les
perm itía p articipar en el m ercado laboral, acceder a espacios
de negociación y cierto control de sus propias expectativas de
vida” (M E C m l, pp. 44-45, 58).

Estas mujeres han de enfrentar los condicionamientos de género, capa­


cidad, etnia y clase en los procesos de denuncia por la falta de políticas
de reconocimiento y de opciones incluyentes. Dichos condicionamien­
tos ejercen influencia sobre sus experiencias. La vida cotidiana cambia
porque las mujeres se ven inducidas a posponery I o dejar de lado la realización
de sus propias expectativas en el ámbito laboraly personal., para asumir mater­
nidades performadas por las circunstancias, maternajes con los que se
rompe todo tipo de homogeneidad entre las mujeres, lo mismo que
entre las discapacidades y las experiencias vividas:

203
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

• “(■••) aunque se reconoce que la discapacidad/diferencia es


una problemática que involucra al conjunto de la sociedad,
esta percepción no trasciende el ámbito del discurso ya que
en la práctica se acepta y se promueve una maternidad per-
formativa, para poder controlar la diversidad de las experien­
cias de la maternidad diferente en torno a la discapacidad/di-
ferencia, como un campo supuestamente homogéneo.

• Poco a poco la rigidez de estas representaciones maternales


preformativas pierde su fuerza, su poder de convencimiento,
porque aunque generan niveles de incertidumbre, vacíos de
poder, inducen a las madres a aferrarse al ideal materno, a
pesar de que no las reconozca. Paradójicamente es en esta
actuación performativa que las madres diferentes encuentran
el espacio, el orden y el sentido que las condiciones sociales,
culturales y económicas, inscritas en la experiencia de la dife-
rencia/discapacidad les niega” (MECml, p. 119).

Paradójicamente, es la palabra empleada que se escucha con un tono iró­


nico. Las mismas decisiones adoptadas por las mujeres, en medio de los
avatares vividos o extremados por las exigencias de la vida cotidiana,
con altas dosis de hostilidad, las convierten en madres diferentes. Y allí
es donde se paradojiza su escenario de actuación como mujeres, ahora
invadido por el ojo avizor del orden social, impregnado por el sentido
cultural inscrito en las discapacidades e intervenido por condiciones
económicas siempre restringidas. A la vez se consolida la mencionada
paradoja. Al quedar cercadas por experiencias que les niega sistemáti­
camente su propia existencia como ciudadanas, como titulares de dere­
chos e, incluso, como madres performadas, las mujeres se paralizan.

Las tesis de doctores y m agisters


Los hombres que como autores de tesis alcanzaron títulos de Doctores o
Magisters, elaboraron investigaciones centradas en la ciudad en cuanto
espacio construido pero también en su acepción de espacio simbólico.
Ambos se interesaron por investigar la situación de grupos particula­
res de mujeres excluidas y por las acciones estatales impuestas sobre
cuerpos adolescentes para asegurar los procesos de higienización. Las
resistencias situadas en sus investigaciones académicas se caracterizan

204
CAPÍTULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

por adoptar una posición como sujetos cognoscentes conscientes de


las desigualdades y de los privilegios.

La ciudad, las cofradías y las m ujeres. Ubicándose en las fronte­


ras urbanas de la ciudad colonial, un autor argentino, después de re­
correr archivos institucionales pocas veces visitados, menos cuidados
que aquellos en los cuales se guardan documentos que narran hazañas
masculinas, encuentra la posición lograda por un grupo de mujeres
pertenecientes a las cofradías u organizaciones laicales-religiosas. El
autor manifiesta su incursión en:

• “(•••) este contexto mitificado y sin la estimación de la mujer


como persona y como ser social, los siglos XVII y XVIII die­
ron paso a la colonización latinoamericana en la cual el yugo
español la confinó al ámbito doméstico, al espacio reproduc­
tor, al matrimonio o al claustro, lugares que organizaron la
experiencia fundamental de la vida femenina, fuera con un
hombre o con dios.

• Por ese entonces las organizaciones laicales-religiosas deno­


minadas cofradías habían surgido como corporaciones vo­
luntarias —primero de varones, más tarde se les permitió el
ingreso a las mujeres- en las que el solo hecho de pertenecer
implicaba para sus miembros un estatus social más allá de su
ejercicio asistencial-devoto” (MAv2, pp. 1-2),

Tras esta manifestación, el autor incorpora ideas en clave epistemológi­


ca, metodológica, teórica y política sobre el género y sus interacciones
cotidianas con el poder. Dichos recorridos le sirven para realizar un
estudio, en el marco de cuestiones coloniales referidas a las mujeres,
dando a conocer las huellas de su presencia y su acción en la vida co­
lonial de la ciudad:

• “Se trata (...) del rol femenino en la sociedad colonial, su si­


tuación social, política y religiosa, la influencia que ejercían
algunas mujeres debido a su pertenencia a la oligarquía bu­
rocrática local, y la exclusión que se producía en la época por
cuestiones de sangre, clases, etnias y, lógicamente, de sexo.
(...), se procura ubicar a las mujeres como hacedoras o, en

205
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

otras palabras, como personas que tuvieron su propia actua­


ción, la que es ineludible conocer para tener una mejor pros­
pectiva de los procesos históricos. (...), una nueva lectura de la
historia vinculada a los estudios de género” (MAv2, pp. 2-3).

Son improntas halladas en archivos tradicionalmente relegados de la


investigación ortodoxa. Dichos escenarios están ahora convertidos en
el albergue de cientos de fuentes históricas que se hallan a la espera de
más (en cantidad y profundidad) consultas minuciosas:

• “(...) una inusitada cantidad de aportes de las últimas déca­


das brinda contenidos teóricos sobre la condición femenina
V el empleo de la categoría de género en el análisis históri­
co. Esto posibilita el acceso a herramientas ideólogas básicas
para comprender la evolución de la condición histórico-social
de las mujeres y hacer visibles sus aportes a la sociedad (...)”
(MAv2, p. 9).

Para culminar su tesis, el autor se dedica a la formulación de nuevas


preguntas acerca de las dinámicas internas de las cofradías, institucio­
nes laicas pero con raigambre religioso que históricamente estuvieron
cerradas a los intereses de las mujeres, una forma de excluirlas pese a
haber sido formadas en la misma fe, y a ser tan piadosas:

• “Las cofradías estudiadas parecen suficientes para revelar la


devoción femenina y los servicios prestados por las mujeres
en las propias instituciones y a los más necesitados, haciendo
un uso racional del tiempo (...). La supresión de actividades
de una congregación o el traslado para residir en otras ciuda­
des, lejos de ser determinantes para el abandono de su piedad
era reforzado, por la incorporación a otra cofradía de la ciu­
dad o por la obtención de patentes (...)” (MAv2, p. 114).

Y el autor incorpora sus análisis en el marco (y al vaivén) de los pro­


cesos estructurales de cambio pero haciendo énfasis en la exploración
de fuentes documentales de carácter público, como los testamentos, o
de índole privado, como la correspondencia más íntima o los escritos
epistolares:

206
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

• “Los vaivenes sociales, políticos y económicos que sufrió


Santa Fe colonial deben, ineludiblemente, ser releídos a la luz
de la percepción de género, así como los cuestionamientos de
sus efectos sobre las diferencias de sexos deben emplazarse
de una parte a otra de las fronteras culturales, religiosas y
étnicas (...). Un estudio más exhaustivo que comprenda la re­
visión de otros libros de gastos, acuerdos, asientos o eleccio­
nes, de correspondencia privada, testamentos, cartas dótales
y otros documentos epocales, posibilitará la ampliación de los
conceptos aquí vertidos” (MAv2, pp. 114-115).

Escudriñando entre líneas los documentos, el autor va develando la


forma como estos espacios altamente masculinizados, acogieron a las
mujeres sin dejar de someterlas al poder patriarcal. También va identifi­
cando los pormenores que vincularon a las mujeres y las sujetaron a las
dinámicas subordinadas propias del reino español, al momento de ser
trasladadas a la colonia desde la metrópoli. Así va transitando por una
ciudad, en otrora colonial, que invita a re-leer sus calles pero también a
re-encontrar las subjetividades encarnadas en cuerpos en disputa.

La ciudad, el cuerpo y la higiene. Con respecto al autor chileno, se


resalta su interés por recorrer espacios citadinos buscando la forma
como se han establecido unas inextricables relaciones entre los discur­
sos oficiales/públicos sobre el cuerpo biológico, la higiene institucio­
nalizada y el confinamiento de las mujeres en el ámbito de lo privado.
Entre discursos y confinamientos desplegados fuera de la instituciona-
lidad de la época estudiada, circulan disposiciones legales, decisiones
políticas, argumentos sociales y culturales, principios científicos e ideo­
lógicos, es decir, múltiples fundamentos patriarcales, androcéntricos y
misóginos. Por eso mismo:

• “Esta investigación ahonda en el estudio histórico de los es­


pacios públicos y privados, desde la constitución del proyecto
cultural nacionalista (fundación de la Universidad de Chile
en 1842) y la conformación de un discurso educacional Re­
publicano-Liberal en la segunda mitad del siglo XIX, hasta la
consolidación del Estado Asistencial en 1938, con el estable­
cimiento del Frente Popular”.

207
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES OE GÉNERO

• Durante estos cien años los mecanismos de control de las


agencias dominantes, las denominadas élites, generaron una
dinámica del Espacio Público ideada como Espacio Político
e ideológico; matriz discursiva de los imaginarios científi­
cos en torno al cuerpo. El historiador Alfredo Joceyn-Holt
señala que este movimiento discursivo sobre el espacio
público se originó fuera de los márgenes del Estado, en el
corazón de las elites ilustradas: Junto con la creación de/ estado
administrativo —que en mi opinión coincide más con el siglo XVIII
que con el XIX-, hay un movimiento paralelo cuyo efecto es crear un
espacio político, concebido como un ámbito público de discurso y de
praxis, en suma un espacio de confrontación ideológicd' (MCHvl,
Introducción).

El autor insiste en que los planteamientos sostenidos por el Estado no


serían solamente una cuestión de salud ni de intelligentsia médica sino,
ciertamente, un ejercicio de poder biopolítico desplegado por las au­
toridades para re-elaborar el control social sobre los cuerpos. Con la
delimitación espacial, en la ciudad se mantienen distintas restricciones
para evitar la circulación de las mujeres por el mundo de lo público:

• “(...) la mujer, /quien/ en la historia de occidente, ha logrado


con dificultad erigirse como sujeto e individuo, reconocién­
dose a sí misma, reapropiándose de su cuerpo y asumiendo
con decisión la palabra. Por ello es fundamental, en cualquier
investigación que se asuma en torno a la identidad femenina,
la exploración del espacio, cuya primera geografía en disputa
es el cuerpo.

Como consecuencia de dicho re-ordenamiento espacial, en la ciudad


se produciría la eliminación física de los cuerpos, la consiguiente eli­
minación de la palabra y el silenciamiento de las voces de las mujeres
evitando, a la vez, todo intento de rebeldía o de reivindicación alguna:

• Es éste /el cuerpo/ quien determina la subjetividad v, a la vez,


quien reúne en sí todos los lenguajes. Según Michel Foucault:
FJ cuerpo es superficie de inscripción de los sucesos (mientras que el
lenguaje los marcay las ideas tos disuelven), lugar de disociación del Yo
(al cual intenta prestar la quimera de una unidad substancial) volumen
en perpetuo derrumbamiento” (MCHvl, Introducción).

208
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Los cuerpos de mujeres quedaron confinados en los estrechos lími­


tes del mundo privado, se m antuvieron cercados y cercenados por el
poder del discurso científico, la Ilustración, el Estado, la familia, es
decir, por la sociedad androcéntrica en pleno. A la postre, mientras
cada cuerpo de mujer quedaba simbólica y materialmente encerrado
en los discursos de una feminidad construida p or el patriarcado, con
el apoyo de los pronunciamientos medicalizados, se fueron generando
nuevas estrategias de resistencia organizadas p or las mismas mujeres,
desde/con sus subjetividades activas:

• “(...) Chile entre la segunda mitad del siglo XIX y primeras


décadas del siglo XX, periodo en el cual se estructuran los
modelos genéricos higienistas y raciales en torno a la familia
y el cuerpo femenino. (...) el pensamiento ilustrado en occi­
dente y las producciones de los sistemas higienistas y cientí­
ficos, la segunda mitad del siglo XIX, negaron a las mujeres
los mecanismos y tecnologías de apropiación e individuación,
constituyendo al cuerpo en espacio de soberanía, vigilado y
fiscalizado por el sistema patriarcal.

• El cuerpo femenino se establece, por consiguiente, en un es­


pacio en disputa, entre el sistema patriarcal y las resistencias
centrífugas. Esta pugna vital entre sujeción y soberanía hace
transitar las imágenes del cuerpo desde los márgenes de la
vida privada hacia los espacios públicos. En la medida que
éste es un elemento clave de la conformación del jo, el siste­
ma intenta limitar sus márgenes de control y dominio. A mi
parecer las mujeres no lograron conformarse como sujetos,
desde el discurso científico, pues no detentaban en él la sobe­
ranía de sus propios cuerpos” (MCHvl, Introducción).

En breve, con las múltiples posibilidades de confrontación desplegadas


p or estos autores del segundo sub-grupo de tesis, se observa la aper­
tura de escenarios para develar la complejidad de las maneras de hacer
del género. Así mismo, se despliegan los m odos colectivos de resistir o
de insistir individualmente en oponerse a la corriente principal de cada
disciplina o espacio interdisciplinar, ubicándose cada quien com o suje­
to pensante en lugares próxim os a (o distantes de) los márgenes.

209
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

N otas finales
De un lado, con el hacer áe\ género se visibiliza la consolidación del lugar
que han logrado los saberes de género en la dinámica académica coti­
diana, con el respaldo de la teoría feminista. Desde allí, sus intelectuales
orgánicas, como sujetos cognoscentes o agentes de conocimiento, invi­
tan a seguir impulsando la movilización de las mujeres y de lo epistemo­
lógico, porque están dispuestas a continuar legitimando su posición en
la ciencia y reconstruyendo sus relaciones con la tecnología:

Si bien se considera que hay saberes múltiples, aquí cabría la di­


ferencia entre saberes legitimados y no legitimados. Apelando
a la multiplicidad de saberes y disciplinas, (...) el saber puede
orientarse a la producción de conocimiento apropiable y apren-
sible, considerando que no es posible salirse de las estructuras
donde, antes que resistirlas, hay que transformarlas. Trabajar
desde la pluridisciplinariedad y la transdisiciplinariedad, un sa­
ber híbrido, tan híbrido y transcultural como las mujeres que
viven en las sociedades reconfiguradas de estos nuevos viejos
tiempos modernos: pensar en las relaciones entre el poder me­
tropolitano occidental y las formaciones discursivas periféricas;
reflexionar sobre lo global y lo local, pero sobre todo, lo propio
y lo ajeno... las unas y las otras, lo idéntico y lo diferente (...)
(Luz Marina Lardone, 2006, p. 270).

De otro lado, en el mismo proceso, el entramado conceptual consti­


tuido por las tesis amplía los caminos para seguir de cerca los avatares
invesdgativos vividos fijándolos provisionalmente, por cuestiones de
práctica universitaria, en una especie de reconstrucción contextual. Las
distintas relaciones entre quienes investigan y los saberes de género,
configuran parte de los recorridos epistémicos realizados por diver­
sidad de sujetos con plena disposición para observar las diferencias,
ponerse en el lugar y adoptar la posición de la otredad, pensar la co­
nexión parcial con cualquiera de las posiciones estructuradas por gé­
nero, generación, edad, raza/etnicidad, clase, capacidad, sexualidad o
nacionalidad.

Las autoras y los autores de las tesis reconocen que los conceptos de
género están lejos de ser unívocos y que su empleo muestra una am­

210
CAPITULO 4 • EL HACER DEL GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

plia y compleja diversidad conceptual, sobre todo en el ámbito de lo


social y lo político. Con los modos como se sitúan ellas y ellos como
sujetos cognoscentes se identifica que su trabajo puede o no tener
nexos respecto de los feminismos, o que es posible la mera mención
en sus páginas para actuar dentro de los marcos políticamente correctos,
para compaginar unos intereses apenas incipientes o para interrogar
conocimientos ubicados epistémicamente en el lado subalterno de las relaciones
de poder. Se trata de una situación de frontera que, en todo caso, implica
pensar minuciosamente en los riesgos provocados por:

La desvinculación entre género y feminismo /porque/ nos


conduce a la pérdida de nuestra memoria histórica, una historia
plena de opresión pero también de luchas políticas. Y es que la
memoria histórica es un instrumento necesario en la construc­
ción de una subjetividad política cuya finalidad es la deslegiti­
mación del sistema de dominio patriarcal. La pérdida de nues­
tro pasado nos introduce en el mundo de la amnesia política,
que es como decir que nos priva de la brújula para encontrar
los caminos de las estrategias políticas transformadoras (Rosa
Cobo, s.f., p. 18).

No obstante, los fundamentos epistemológicos al uso, con la presencia


activa de las subjetividades en los cimientos del conocer, también se­
ñalan la inclusión de otros temas siguiendo las diversas concepciones
filosóficas, históricas, psicológicas, sociales y políticas sobre la ciencia
y el conocimiento:

Esta síntesis es quizá la motivación más sobresaliente de las


mujeres (y hombres) de hacer investigación feminista: explorar
valores alternativos de colaboración, intuición y conexión, por
parte de grupos que sólo recientemente han pedido igualdad
en la esfera pública, y que se resisten a la presión de jugar con
“reglas masculinas”, y se niegan a desistir de sus compromisos
en la esfera privada (Marián López-Fernández Cao, s.f.).

Paralelamente, aunque las estructuras disciplinares o departamentos


se mantengan casi inamovibles en las universidades, desde su mismo
interior crecen los cuestionamientos de fondo, todavía situados en los
márgenes de los lugares ya instituidos. Es un enclave conveniente para

211
EL VERBO HACER EN LAS INVESTIGACIONES DE GÉNERO

repensar con detenimiento por las implicaciones geopolíticas y cuerpo-


políticas del conocimiento, señaladas por Grossfoguel:

(...) el éxito del sistema mundo moderno/colonial consiste en


hacer que sujetos socialmente ubicados en el lado oprimido de
la diferencia colonial, piensen sistemáticamente como los que
se encuentran en las posiciones dominantes. Las perspectivas
epistémicas subalternas son un conocimiento que viene desde
abajo que produce una perspectiva crítica del conocimiento he-
gemónico en las relaciones de poder involucradas. No estov de­
fendiendo un populismo epistémico en donde el conocimiento
producido desde abajo sea automáticamente un conocimiento
epistémico subalterno. Lo que argumento es que todos los co­
nocimientos están ubicados epistémicamente en el lado domi­
nante o subalterno de las relaciones de poder y que esto tiene
que ver con la geo y la cuerpo política del conocimiento. La
neutralidad y objetividad descorporadas y deslocalizadas de la
ego-política del conocimiento es un mito occidental (Grossfo­
guel, 2006, p. 22).

En síntesis, cuando los recorridos epistémicos de autoras y autores que


investigan con los saberes de género, como parte de la construcción
de conocimiento disciplinar, se acrecientan, los estudios críticos en las
ciencias sociales y las humanidades reabren diálogos o configuran espa­
cios híbridos para, como dice Dominique Wolton, promover la cohabi­
tación cultural de saberes cultivados por diversidad de sujetos pensantes,
traspasando las rígidas fronteras cognitivas de la objetividad estática, ya
que quien está pensando no pregunta por lo que algo sea o si existe en absoluto,
más bien se apoya en la convicción de que el inconformismo social es la
condición sine qua non del logro intelectual (Hannah Arendt, 1994)16.

Referencias
Castro Moreira, Mónica Maria (2003). La perspectiva de género en la innovación curri­
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Esta edición consta de 100 ejemplares
y se imprimieron digitalmente, en su
composición se utilizaron caracteres
Garamond 11/14 puntos, formato
de 16.5 x 24 centímetros, páginas
interiores en propalibros beige de 70
gramos y carátula en propalcote 240
gramos. Se imprimió en julio de 2010
en la Editorial Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, D.C., Colombia
AUTORÍAS

Dora Inés Munévar M.


Doctora en Ciencias Políticas y Sociología (programas “Co­
municación, conocimiento y cultura” y “Perspectiva de gé­
nero en ciencias sociales”) de la Universidad Complutense
de Madrid, con trayectorias de investigación posdoctoral en
Cuernavaca y Buenos Aires. Ha consolidado recorridos aca­
démicos, investigativos y de consultoría con los matices pro­
pios de la perspectiva de género, pertenece a grupos dedica­
dos al trabajo académico, el desarrollo humano y los estudios
críticos de ciencia y tecnología.
Ciudadana curiosa que se deja sorprender por las relaciones
arte y vida; académica nómada que introduce la innovación
en el trabajo cotidiano para continuar recorriendo caminos
llenos de reflexividad; profesora titular en la Universidad Na­
cional de Colombia donde ha adelantado investigación pro­
pia o ha acompañado este üpo de experiencias en programas
de posgrado y de pregrado. La adscripción al Departamento
de Comunicación Humana de la Facultad de Medicina y la
vinculación a la Escuela de Estudios de Género de la Facultad
de Ciencias Humanas han sido determinantes para repensar,
como Directora, los alcances sociales del I.D.H. al iniciar su
segunda época.

Joann Wilkinson
Licenciada en Filología Alemana que actualmente trabaja
como profesora de lenguas en Bulgaria. Magistra en Estudios
de Mujer y Género de la Universidad Nacional de Colombia,
autora de la tesis Reciclando cuerpos: hacer género y edad
con cirugías plásticas estéticas (2009). Sus áreas de interés
incluyen los estudios sobre las intersecciones género, edad y
cuerpo, lo mismo que la investigación acerca de las represen­
taciones de género y diversidad en los materiales educativos
diseñados y usados para la enseñanza del inglés.

Germán Alberto Betancourth Morales


Historiador titulado por la Facultad de Ciencias Humanas de
la Universidad de Cartagena, Magister en Estudios de Mujer
y Género de la Universidad Nacional de Colombia. Profe­
sor universitario; actualmente Jefe de Investigaciones de los
Programas a Distancia de la Universidad de Cartagena. Sus
temas de interés abarcan las reflexiones críticas e históricas
sobre poder, género, masculinidad, equidad, violencia, ciu­
dad, cuerpo y sexualidad.

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