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PARASITOS DE ARTISTAS.

Me han preguntado últimamente por redes sociales qué opino sobre los
derechos de autor en la música y por qué mis opiniones “liberales” sobre el
tema parecen ser incoherentes con que tenga algunas canciones registradas
y algunas “hasta cuestan”.

Vamos a un tema que a todos nos atañe, aunque a pocos interesa: los
derechos y costos de la música que escuchas a diario y que supuestamente
te conmueve el alma, la música que nos salvará, soy melóman@ y todo
eso.

Me centro en la música porque en cada arte y tipo de entretenimiento las


cosas cambian un poco y tienen sus propios rincones oscuros. La
digitalización es navaja de doble filo aquí.

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Los derechos de autor supuestamente protegen la obra de un creador o


compositor para que no llegue tu primo el sociópata o tu cuate el DJ Mofles
a decir que él hizo la canción bonita que le dedicó a su novia y empiece a
ganar dinero con ella. Para lograr esto, el compositor debe registrar con
algún servicio tipo CDBaby su canción. El registro queda a nombre real de
alguien, no de la banda o seudónimo. Ellos se encargan de los procesos de
hueva para que tu música aparezca en todos los catálogos digitales como
Spotify, iTunes y muchos otros. También se encargan de “recolectar” los
míseros centavos que eso genera al artista después de la mochada de todos
y darte pa tu chesco y tu torta un par de veces al año, si no te va tan
mal. Aquí el caso de Portishead cuando ganaron 2,500 dólares gracias a 34
millones de streams… sí, Portishead.

Estos servicios se apoyan en otras organizaciones para “salvaguardar” el


patrimonio artístico que obvio te dejará millones de dólares en esta época
en la que la gente está acostumbrada a no aventar ni una rebanada de
jamón cuasitransparente a cambio de una canción, pero sí pagar millones
de varos por un artístico tiburón en formol de Damian Hirst, cuz así de
pendejos estamos ya.
El grado al que se cuida esto es brutal, aunque aún así, sigue siendo
incontrolable. Por ejemplo: hice una canción, me gustó, la quería usar para
musicalizar videos en YouTube pero que de todas maneras fuera un
“single” de uno de mis proyectos. Si no hubiera pedido a CDBaby que
hiciera un “whitelist” de mi propio canal de Youtube, al momento de subir
el video con la música de fondo, el algoritmo de la plataforma reconocería
la canción registrada y me obligaría a varias opciones: quitar el video,
quitarle el sonido o “aceptar” que los derechos completos del video no son
míos, haciendo imposible la monetización del video y que las lanas que
genere se vayan, en cierta parte, al creador de la canción o a quien
tenga sus derechos.

“¿Pues cuál es el pedo? De todas maneras eres tú mismo”, dirás. Pero la


cosa no es tan fácil. De hecho tiene cientos de complicaciones detrás y este
escrito no pretende tocar más allá de la superficie, la punta de un iceberg
con muchas y grandes implicaciones en nuestro consumo diario de cultura.

Entre los problemas que surgen: ¿Qué parte de una creación es tuya y cuál
no? ¿Por qué si creas un video de 5 minutos con 5 segundos de una canción
registrada perderías todo “derecho” sobre él, incluyendo la capacidad de
monetizarlo o venderlo? ¿Cómo le damos su crédito y moche a cada quién
en un mundo con millones de personas conectadas y procesos
automatizados? ¿Por qué chingaos pareciera que todo mundo quiere
quedarse con un cachito de lo que otra persona hace y sacarle provecho
económico a la migaja que le tocó? ¿Qué pasa cuando desarrollas
plataformas y leyes que te permiten juntar billones de migajas ajenas?

Las cosas se complican con la tendencia de las últimas décadas


a samplearmúsica ajena y modificarla, a veces haciéndola irreconocible, a
veces sólo utilizando pedazos, otras utilizando una clara frase musical o
tema con arreglos diferentes o haciendo mashups. Si bien hay de DJs a
DJs, y hay unos señores y señoras con serios talentos por ahí, aceptémoslo
con el dolor o ardor que le pueda causar a muchos: los que generan su
propia música y los que no son unos huevonazos sin talento que dependen
del talento ajeno, son una minoría y suelen ser “de la vieja escuela”. ¿No
eres de esos? Entonces no te lo tomes personal, no te ardas y no estés
jodiendo en los comentarios, toma unos gatitos y sigue siendo osom.

Entre muchos nodos problemáticos está uno grande, uno del que
desgraciadamente depende gran parte de nuestra torcida economía: los
terceros y las leyes viejas o manipuladas que los protegen. Esos enormes
parásitos se configuran como empresas necesarias para el artista bajo el
húmedo y oscuro cobijo de leyes que les permiten crecer como grandes
monopolios. Están las grandes disqueras, las labels, estudios y
productoras. Ellos tienen el dinero y los medios para darte promoción,
imagen, presentaciones y que hasta no salgas todo churido en las fotos.
Pero a cambio quieren parte de tus derechos, una gran parte, a veces todos.

¿Entonces por qué sí hay estrellas millonarias? Preguntarás. Son los muy
pocos que sí la armaron, normalmente haciendo música formulosa y
convirtiéndose ellos mismos, más tarde, en productores de lo propio y de lo
ajeno. Te sorprenderías de cuántas “estrellas” en bancarrota hay y ha
habido a través de la historia. El efímero “logro” y “éxito” de ser una
estrellita durante y después de los 80s, época donde nació la millonaria
fórmula “seamos parásito de artistas”.
Toma un contrato de 5 años, te haremos una estrella.

Sí, no dije que te daría de comer, te dije que te haría una estrella.

Los “derechos de autor”, si bien alguna vez tuvieron la intención de


proteger al artista, hoy protegen únicamente a esos terceros, a la mancha
voraz. El artista sólo se vuelve uno de miles de pequeños creadores que
alimentan de recursos a un parásito. El hijoeputa body snatcher hará lo
que sea por sobrevivir: tratar de mantener vivo a los cuerpos y mentes que
le dan sustento, utilizar su inmenso poder, dinero e influencias para el
cabildeo o lobbying en congresos y cámaras, llenar de favores y gustitos a
quienes pueden ayudarlo, usar las leyes torcidas para extorsionar e
intimidar.

Como escribí allá arriba, no toco ni la superficie de este problema, pero


intento exponer un par de los puntos clave y que están más en contacto con
el público, ese que a veces, desgraciadamente ni siquiera sabe cuándo está
realmente apoyando o dañando a un artista del que se dice “fanses”, si es
que llega a preguntárselo alguna vez.

Mi caso y acercamiento a este problema tampoco representa la urgencia y


lo grave que es todo esto, no vivo de la música (ni lo intento, eso es para
deportistas de alto riesgo, y aquí en México… LOL). Es por esto que
muchos decidimos que nuestra música se pueda conseguir de manera
gratuita para que la gente te escuche y te conozca, y también que se pueda
pagar si quieres hacerlo (spoilers: casi no pasa).

¿Incoherente?

Pero pensemos en todos aquellos que dedican su vida entera, años y años
de estudios de teoría musical (que es bastante complicada) más la
disciplina y entrenamiento diarios que requiere ser un buen músico. Todo
para que tú aprietes el botón de play, bailes, cantes, te conmuevas hasta las
lágrimas y unos minutos después, te valga un par de kilómetros de reata
embutida. Ya no hablemos de los casos “Numa, si yo le puse un beat y unos
soniditos espaciales de fondo, eso la cambió un chingo, es otra canción, es
mía”… tengan tantita madre, hijos de su torcida y millenial
posmodernidad.

Sí, el copyright es una ley pútrida que ya no tiene cabida en esta época,
pero nosotros, nuestra conveniente comodidad que “olvida” los detalles y
nuestra jodida e históricamente reciente manera de entender el arte y la
cultura como bienes desechables de consumo, somos el problema que la
mantiene funcionando.

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