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Me han preguntado últimamente por redes sociales qué opino sobre los
derechos de autor en la música y por qué mis opiniones “liberales” sobre el
tema parecen ser incoherentes con que tenga algunas canciones registradas
y algunas “hasta cuestan”.
Vamos a un tema que a todos nos atañe, aunque a pocos interesa: los
derechos y costos de la música que escuchas a diario y que supuestamente
te conmueve el alma, la música que nos salvará, soy melóman@ y todo
eso.
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Entre los problemas que surgen: ¿Qué parte de una creación es tuya y cuál
no? ¿Por qué si creas un video de 5 minutos con 5 segundos de una canción
registrada perderías todo “derecho” sobre él, incluyendo la capacidad de
monetizarlo o venderlo? ¿Cómo le damos su crédito y moche a cada quién
en un mundo con millones de personas conectadas y procesos
automatizados? ¿Por qué chingaos pareciera que todo mundo quiere
quedarse con un cachito de lo que otra persona hace y sacarle provecho
económico a la migaja que le tocó? ¿Qué pasa cuando desarrollas
plataformas y leyes que te permiten juntar billones de migajas ajenas?
Entre muchos nodos problemáticos está uno grande, uno del que
desgraciadamente depende gran parte de nuestra torcida economía: los
terceros y las leyes viejas o manipuladas que los protegen. Esos enormes
parásitos se configuran como empresas necesarias para el artista bajo el
húmedo y oscuro cobijo de leyes que les permiten crecer como grandes
monopolios. Están las grandes disqueras, las labels, estudios y
productoras. Ellos tienen el dinero y los medios para darte promoción,
imagen, presentaciones y que hasta no salgas todo churido en las fotos.
Pero a cambio quieren parte de tus derechos, una gran parte, a veces todos.
¿Entonces por qué sí hay estrellas millonarias? Preguntarás. Son los muy
pocos que sí la armaron, normalmente haciendo música formulosa y
convirtiéndose ellos mismos, más tarde, en productores de lo propio y de lo
ajeno. Te sorprenderías de cuántas “estrellas” en bancarrota hay y ha
habido a través de la historia. El efímero “logro” y “éxito” de ser una
estrellita durante y después de los 80s, época donde nació la millonaria
fórmula “seamos parásito de artistas”.
Toma un contrato de 5 años, te haremos una estrella.
Sí, no dije que te daría de comer, te dije que te haría una estrella.
¿Incoherente?
Pero pensemos en todos aquellos que dedican su vida entera, años y años
de estudios de teoría musical (que es bastante complicada) más la
disciplina y entrenamiento diarios que requiere ser un buen músico. Todo
para que tú aprietes el botón de play, bailes, cantes, te conmuevas hasta las
lágrimas y unos minutos después, te valga un par de kilómetros de reata
embutida. Ya no hablemos de los casos “Numa, si yo le puse un beat y unos
soniditos espaciales de fondo, eso la cambió un chingo, es otra canción, es
mía”… tengan tantita madre, hijos de su torcida y millenial
posmodernidad.
Sí, el copyright es una ley pútrida que ya no tiene cabida en esta época,
pero nosotros, nuestra conveniente comodidad que “olvida” los detalles y
nuestra jodida e históricamente reciente manera de entender el arte y la
cultura como bienes desechables de consumo, somos el problema que la
mantiene funcionando.