Sei sulla pagina 1di 1

Política para Amador, de Fernando Savater:

“…¿es posible una sociedad humana —no de insectos o de robots— sin conflictos? ¿Es la política la causa de los conflictos o su consecuencia, un intento
de que no resulten tan destructivos? ¿Somos capaces los humanos de vivir de acuerdo... automáticamente? A mí me parece que el conflicto, el choque de
intereses entre los individuos, es algo inseparable de la vida en compañía de otros. Y cuantos más seamos, más conflictos pueden llegar a plantearse. ¿Sabes
por qué? Por una causa que en principio parece paradójica: porque somos demasiado sociables. Intentaré explicarlo. La más honda raíz de nuestra
sociabilidad es que desde pequeños nos arrastra el afán de imitarnos unos a otros. Somos sociables porque tendemos a imitar los gestos que vemos hacer,
las palabras que oímos pronunciar, los deseos que los demás tienen, los valores que los demás proclaman. Sin imitación natural, espontánea, nunca
podríamos educar a ningún niño ni por tanto acondicionarle para la vida en grupo con la comunidad. Desde luego, imitamos porque nos parecemos
mucho: pero la imitación nos hace cada vez más parecidos, tan parecidos... que entramos en conflicto. Deseamos obtener lo que vemos que los
demás también quieren; queremos todos lo mismo pero a veces lo que anhelamos no pueden poseerlo más que unos pocos o incluso uno
sólo. Sólo uno puede ser el jefe, o ser el más rico, o el mejor guerrero, o triunfar en las competiciones deportivas, o poseer a la mujer más hermosa como
esposa, etc. Si no viésemos que otros ambicionan esas conquistas, es casi seguro que no nos apetecerían tampoco a nosotros, al menos desaforadamente.
Pero como suelen ser vivamente deseadas, por imitación las deseamos vivamente. Y así nos enfrenta lo mismo que nos emparenta: el interés
(etimológicamente) es lo que está-entre dos o más personas, o sea lo que las une pero también las separa...
De modo que vivimos en conflicto porque nuestros deseos se parecen demasiado entre sí y por ello colisionan unos contra otros. También es por
demasiada sociabilidad (por querer ser todos muy semejantes, por fidelidad excesiva a los de nuestra misma tierra, religión, lengua, color de piel, etc..)
por lo que consideramos enemigos a los distintos y proscribimos o perseguimos a los que difieren. Hablaremos otra vez de esto más adelante,
cuando mencionemos el nacionalismo y el racismo, esas enfermedades de la sociabilidad. Por el momento, te hago notar una cosa importante pero que
choca con la opinión comúnmente establecida. Oirás decir que la culpa de los males de la sociedad la tienen los asociales, los individualistas, los que se
despreocupan o se oponen a la comunidad. Mi opinión, tú verás si estoy equivocado o no, es la contraria: los más peligrosos enemigos de lo social son
los que se creen lo social más que nadie, los que convierten los afanes sociales (el dinero, por ejemplo, o la admiración de los demás, o la influencia sobre
los otros) en pasiones feroces de su alma, los que quieren colectivizarlo todo, los que se empeñan en que todos vayamos a una... aunque seamos muchos,
los que están tan convencidos de los valores comunes que pretenden convertir en bueno a todo el mundo aunque sea a palos, etc... La mayoría de los
verdaderos individualistas son tolerantes con los gustos ajenos porque les traen sin cuidado y, como tienen sus propios valores, a menudo distintos de los
de la escala «oficial», no chocan frontalmente con los diferentes a ellos, no pretenden imponerles por la fuerza las virtudes propias ni luchan a zarpazos
por apoderarse de algo único cuyo mayor precio viene solamente de que lo quieren muchos. La gente más sociable es la que acepta el compromiso con los
demás razonablemente, o sea: sin exageraciones. Ahora que nadie nos oye te susurraré una blasfemia: ¿te acuerdas de que en el libro anterior te dije que los
que mejor entienden la ética son los egoístas reflexivos? Pues bien, los miembros de la comunidad que menos contribuyen a estropearla son esos
individualistas contra quienes tanto oirás predicar: los que viven para sí mismos y por tanto comprenden las razones que hacen indispensable la armonía
con los demás; no los que sólo viven para los demás... y para lo de los demás.”

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Política para Amador, de Fernando Savater,
“…¿es posible una sociedad humana —no de insectos o de robots— sin conflictos? ¿Es la política la causa de los conflictos o su consecuencia, un intento
de que no resulten tan destructivos? ¿Somos capaces los humanos de vivir de acuerdo... automáticamente? A mí me parece que el conflicto, el choque de
intereses entre los individuos, es algo inseparable de la vida en compañía de otros. Y cuantos más seamos, más conflictos pueden llegar a plantearse. ¿Sabes
por qué? Por una causa que en principio parece paradójica: porque somos demasiado sociables. Intentaré explicarlo. La más honda raíz de nuestra
sociabilidad es que desde pequeños nos arrastra el afán de imitarnos unos a otros. Somos sociables porque tendemos a imitar los gestos que vemos hacer,
las palabras que oímos pronunciar, los deseos que los demás tienen, los valores que los demás proclaman. Sin imitación natural, espontánea, nunca
podríamos educar a ningún niño ni por tanto acondicionarle para la vida en grupo con la comunidad. Desde luego, imitamos porque nos parecemos
mucho: pero la imitación nos hace cada vez más parecidos, tan parecidos... que entramos en conflicto. Deseamos obtener lo que vemos que los
demás también quieren; queremos todos lo mismo pero a veces lo que anhelamos no pueden poseerlo más que unos pocos o incluso uno
sólo. Sólo uno puede ser el jefe, o ser el más rico, o el mejor guerrero, o triunfar en las competiciones deportivas, o poseer a la mujer más hermosa como
esposa, etc. Si no viésemos que otros ambicionan esas conquistas, es casi seguro que no nos apetecerían tampoco a nosotros, al menos desaforadamente.
Pero como suelen ser vivamente deseadas, por imitación las deseamos vivamente. Y así nos enfrenta lo mismo que nos emparenta: el interés
(etimológicamente) es lo que está-entre dos o más personas, o sea lo que las une pero también las separa...
De modo que vivimos en conflicto porque nuestros deseos se parecen demasiado entre sí y por ello colisionan unos contra otros. También es por
demasiada sociabilidad (por querer ser todos muy semejantes, por fidelidad excesiva a los de nuestra misma tierra, religión, lengua, color de piel, etc..)
por lo que consideramos enemigos a los distintos y proscribimos o perseguimos a los que difieren. Hablaremos otra vez de esto más adelante,
cuando mencionemos el nacionalismo y el racismo, esas enfermedades de la sociabilidad. Por el momento, te hago notar una cosa importante pero que
choca con la opinión comúnmente establecida. Oirás decir que la culpa de los males de la sociedad la tienen los asociales, los individualistas, los que se
despreocupan o se oponen a la comunidad. Mi opinión, tú verás si estoy equivocado o no, es la contraria: los más peligrosos enemigos de lo social son
los que se creen lo social más que nadie, los que convierten los afanes sociales (el dinero, por ejemplo, o la admiración de los demás, o la influencia sobre
los otros) en pasiones feroces de su alma, los que quieren colectivizarlo todo, los que se empeñan en que todos vayamos a una... aunque seamos muchos,
los que están tan convencidos de los valores comunes que pretenden convertir en bueno a todo el mundo aunque sea a palos, etc... La mayoría de los
verdaderos individualistas son tolerantes con los gustos ajenos porque les traen sin cuidado y, como tienen sus propios valores, a menudo distintos de los
de la escala «oficial», no chocan frontalmente con los diferentes a ellos, no pretenden imponerles por la fuerza las virtudes propias ni luchan a zarpazos
por apoderarse de algo único cuyo mayor precio viene solamente de que lo quieren muchos. La gente más sociable es la que acepta el compromiso con los
demás razonablemente, o sea: sin exageraciones. Ahora que nadie nos oye te susurraré una blasfemia: ¿te acuerdas de que en el libro anterior te dije que los
que mejor entienden la ética son los egoístas reflexivos? Pues bien, los miembros de la comunidad que menos contribuyen a estropearla son esos
individualistas contra quienes tanto oirás predicar: los que viven para sí mismos y por tanto comprenden las razones que hacen indispensable la armonía
con los demás; no los que sólo viven para los demás... y para lo de los demás.”

Potrebbero piacerti anche