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El anuló el acta que había contra nosotros, que por sus decretos nos era
contraria, y la ha quitado de en medio al clavarla en su cruz. –
El primer privilegio es que nadie nos puede juzgar por cosas meramente
externas. Dios ya ha hecho todo, no nos queda a nosotros ningún acto
religioso externo para alcanzar la salvación o la santificación. Nosotros, como
los colosenses, nos enfrentamos a personas que están prestas a rotularnos
negativamente por ciertas cosas que hacemos o que no hacemos. Para ellos
son asuntos importantísimos, pero para Dios apenas merecen atención, salvo
que sean en función de amor para evitar algún tropiezo (Romanos 14;
1Corintios 8:1-13; 10:23-11:1). Como creyentes debemos hacer oídos sordos
a quienes pretenden ponerse en calidad de jueces.
Pablo pasa a dar una pequeña lista de las cosas más comunes en que algunos
creyentes un tanto ascéticos caen en críticas. La divide en dos grupos, comida
y bebida. Posiblemente se refiera a reglas ceremoniales relacionadas con la
limpieza de los alimentos pensando que eso es lo importante. Igual que ahora,
mucha gente pensaba entonces que había alimentos y bebidas más o menos
santos. Podemos incluir aquí asuntos tales como el ayuno usado como
instrumento de santificación o de presión a Dios para lograr algo. El problema
es que muchas veces nos concentramos en pequeñas reglas de asuntos
superficiales antes que en lo esencial. Es necesario tratar aquí dos
advertencias: Primera, que esto no nos da licencia para ser despreocupados
en cuanto al tipo de alimentos y bebidas que podemos consumir. Dios nos ha
dado inteligencia para que hagamos un buen uso de las cosas que él mismo
ha creado para nuestra vida. Segunda, no estamos llamados a juzgar a
quienes participen de ciertas prácticas, como por ejemplo el caso del ayuno
ya citado. El no juzgar es de dos vías, tanto para el que lo hace como para el
que no lo hace.