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CONCEPTO DE IGUALDAD
1. EL CONCEPTO DE IGUALDAD
No obstante, estas denominadas diferencias naturales no resultan ser tan naturales, sino
que son el producto de la educación recibida y del comportamiento que la sociedad
espera que las personas desarrollen en función del sexo con que han nacido. Es por ello
que a veces nos llama la atención que en un determinado país, las mujeres y los
hombres asuman determinadas funciones o roles mientras que en otros países, asuman
los roles contrarios. Y, es que aunque resulta muy fácil lograr un acuerdo general
respecto a que nacer hombre o mujer es un hecho natural, que no precisa muchas
demostraciones, es, por el contrario, bastante más complicado determinar en qué
consiste ser hombre o mujer y, por consiguiente, aún más difícil, entender el concepto
de igualdad entre personas de ambos sexos.
Ciertamente, tales preguntas ya fueron planteadas por las feministas en el siglo XIX
cuando cuestionaron los argumentos esgrimidos por hombres de ciencia, basados en la
naturaleza de lo femenino y lo masculino. Tales argumentos fueron utilizados, desde un
paradigma cultural androcéntrico, para negarles durante muchos años toda clase de
derechos, incluido, el derecho a la educación. En respuesta a las dudas suscitadas por
los planteamientos de las feministas, algunos investigadores de la época centraron su
estudio en las diferencias físicas e intentaron demostrar la inferioridad de las mujeres
argumentando la existencia de diferencias de peso del cerebro, musculatura, etc. Se
trata, sin duda, de argumentos que ningún/a científico/a serio/a se atrevería a manifestar.
Asimismo, apoyadas también en esta base científica se sustentaron las desigualdades en
las aptitudes y comportamientos sociales, lo cual, iba mucho más lejos de lo puramente
biológico y determinaba funciones muy diferenciadas y jerarquizadas para hombres y
mujeres. No obstante, los intentos por demostrar científicamente, que de las
características biológicas, se derivan aptitudes físicas y mentales diferenciadas,
comenzaron a mostrarse insostenibles, a medida que el espejo de la realidad empezaba a
devolver imágenes desconcertantes: cada vez más mujeres se mostraban capaces de
estudiar, ser creativas o desarrollar actividades que hasta el momento les estaban
vedadas.
Las bases del determinismo biológico inician su deterioro a partir de las aportaciones de
la antropología, y muy especialmente, a partir de los estudios realizados por Margaret
Mead sobre los comportamientos de hombres y mujeres en diversas sociedades no
occidentales. Tales estudios habrían de restar vigor a la creencia firmemente arraigada
de que la naturaleza es la que marca los comportamientos diferentes de unos y otras.
Tras una serie de investigaciones, la antropóloga M. Mead llega a la conclusión de que
si bien en todas las sociedades analizadas por ella, se da una distinción entre aquello que
se considera propio de varones y aquello que se considera propio de mujeres, el tipo de
actividades y aptitudes que se atribuyen a unos y otras, como características propias,
varía.
Según M. Mead, una misma cualidad es a veces asignada a un sexo y, a veces, al otro.
Hay lugares en los que se cree que los niños son muy vulnerables, por lo que necesitan
atenciones y cuidados especialmente tiernos, mientras que en otros, esta característica es
atribuida a las niñas. En algunas sociedades, los padres se ven abocados a recurrir a la
magia y a la dote para conseguir un marido para sus hijas; en otras, la dificultad de los
padres es la contraria: cómo casar a sus hijos varones. Algunos pueblos consideran a las
mujeres seres demasiado débiles para poder trabajar fuera de casa; otros, sin embargo
consideran a las mujeres como las más adecuadas para arrastrar y soportar pesos de
envergadura, porque sus cabezas son más fuertes que las de sus compañeros hombres.
El hecho de que las capacidades y aptitudes atribuidas a las mujeres y a los hombres
varíen de una a otra sociedad, de una época a otra, implica que las diferencias no están
establecidas por la biología sino que su determinación es social.
En los años 50, el sociólogo Parsons elabora una teoría sobre los roles sexuales, en la
que analiza el papel que juegan la biología y la cultura en la formación de la
personalidad masculina y femenina. Según Parsons, es la sociedad la que, por
imperativos de funcionamiento, determina los papeles diferenciados a desarrollar por
hombres y mujeres.
Más tarde será la escuela, los grupos de relación y los medios de comunicación los que
corroboren y afiancen estos roles.
2. CONCEPTO DE DISCRIMINACIÓN
Es por ello, que resultan superficiales e irreflexivas los comentarios emitidos por
algunas personas que se empeñan en interpretar la realidad de las y los demás, a partir
de su exclusiva experiencia particular: “...no entiendo por qué hablan de discriminación.
Yo soy mujer y nunca me he sentido discriminada”... o del tipo “no es cierto que exista
el racismo, mis profesores siempre me trataron igual que al resto de mis compañeros sin
importarles el color de mi piel”.
Dentro de lo que podría denominarse ‘prácticas discriminatorias’, existen dos tipos: las
discriminaciones directas y las indirectas.
La discriminación directa es fácilmente detectable, tanto por quien la ejerce como por
quien la padece. Consiste en tratar de manera desigual a una persona en virtud de uno o
varios de los motivos prohibidos por el ordenamiento jurídico, como puede ser la
religión, la raza, etc., o, como en el caso que nos ocupa, el sexo.
Una discriminación indirecta sería establecer una condición o requisito que resulte de
más difícil cumplimiento para las mujeres que para los hombres. Por ejemplo: exigir
una altura de 1,75 para cubrir un determinado puesto de ordenanza.
Algunas personas creerán que una vez modificado el ordenamiento jurídico, no existen
obstáculos para disfrutar de una efectiva igualdad de oportunidades. Es cierto que
muchos de los impedimentos ya han desaparecido. Las dificultades, e incluso,
prohibiciones para, por ejemplo, acceder a una formación académica, pueden
considerarse ya un problema superado, pues la universalización de la escolaridad
obligatoria ha acabado con las barreras en el acceso a la educación con que se pudieron
encontrar las mujeres en el pasado.
Con todo, las desigualdades persisten. A pesar del esfuerzo de las instituciones por
diversificar las opciones profesionales de las mujeres, se observa una mayor
concentración de las mujeres en un número limitado de actividades y de profesiones.
Por otra parte, el número de mujeres en posiciones de mando o ejerciendo cargos de
responsabilidad, es todavía muy reducido, quedando éstas, por regla general, en los
niveles jerárquicos inferiores de las organizaciones en las que trabajan.
Las medidas de acción positiva son el conjunto de medidas temporales con vocación
compensatoria, que tienen como objetivo corregir esta situación de desigualdad,
demoliendo los obstáculos que se oponen a que las mujeres disfruten las mismas
oportunidades y derechos de ciudadanía que el colectivo alternativo, es decir, que el
integrado por los ciudadanos del sexo masculino.
La acción positiva ha sido definida por El Comité para la Igualdad entre hombre y
mujer del Consejo de Europa, como una “estrategia destinada a establecer la igualdad de
oportunidades por medio de unas medidas que permitan contrarrestar o corregir aquellas
discriminaciones que son el resultado de prácticas o sistemas sociales”.
Las acciones positivas nacieron en los años 70, en el seno de otras estrategias
articuladas por las democracias avanzadas, para combatir las discriminaciones
padecidas por determinados colectivos en base a su etnia, religión, sexo o condición
social.
La duración de estas medidas correctoras puede ser más o menos larga, en función del
tiempo que lleve corregir las desigualdades. Ahora bien, no son sólo las mujeres las
únicas destinatarias de las medidas de acción positiva que tienen como fin equiparar la
igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. La sociedad entera es la
destinataria final de los resultados de tales acciones, ya que es ella en su conjunto la que
precisa ser corregida y, la que por tanto, se beneficiará, por un lado, de la participación
y contribución de más de la mitad de sus miembros y, por otro, de aproximación en el
tiempo a la transformación de la utopía en realidad: la igualdad efectiva entre todas las
personas.
Asimismo, la filosofía sobre la que se apoyan las acciones positivas tiene en cuenta una
serie de realidades contrastadas por las mujeres, aún después de alcanzar el
reconocimiento de derechos en cualquiera de estos campos:
El ámbito en el que más han proliferado las acciones protectoras (y también las acciones
positivas, aunque dentro de los parámetros de necesidad y justicia) es el laboral. En él,
las mujeres han sido a veces objeto de protección “frente a los riesgos del trabajo”.
Ideología que
Tipo de acción Intervención Resultado
subyace
Protectora,
Inferioridad de la Perpetuación de la
Acción perpetuadora de la
mujer respecto del desigualdad,
protectora desigualdad
hombre retroceso
Ahora bien, los beneficios que estas medidas producen a sus destinatarios, van
acompañados de perjuicios a otros/as ciudadanos/as, que ven limitados sus derechos. Y
es que, tal y como afirma Teresa Pérez del Río, “mientras que la acción positiva afecta
generalmente a las condiciones de acceso a los derechos, en lo que podría denominarse
“punto de partida”, la discriminación positiva suele actuar en el que denominaríamos
“punto de llegada” Es decir, se propone la consecución de un resultado concreto y
además lo garantiza.
Ideología
Incide
Concepto que Se aplica a eficacia vigencia resultado
sobre
subyace
Situaciones Condiciones
A
Acción de de
Igualdad medio/largo Temporal Avance
positiva desigualdad acceso a los
plazo
generalizada derechos
Es evidente que las circunstancias han cambiado, que las mujeres están descontentas,
que manifiestan abiertamente su disconformidad y que, por último, la realidad
económica y social ha comenzado desde hace algún tiempo a desdibujar y difuminar los
en otra época marcados perfiles de género. No obstante, en lo que afecta al modo en que
hombres y mujeres se relacionan en el seno de la sociedad, las opiniones suelen ser
inmovilistas.
Obviamente, el derecho de las mujeres a gozar de las mismas oportunidades que los
hombres es absolutamente lícito e inalienable, pero no constituye un bien deseable para
algunos hombres, ya que éstos consideran que la igualdad engendra beneficios
exclusivos para las mujeres.
Según un informe realizado por un grupo de expertos/as para la OCDE, sobre “las
interrelaciones en el proceso de ajuste estructural y el de la integración de las mujeres
en la economía en la perspectiva de la década de los 90”, la imagen de sociedad activa
debe constituir nuestra visión y aspiración de y para el futuro.
Parece ser, según este informe, que la solución de los problemas económicos puede
radicar en un papel más activo de las mujeres. Las mujeres constituyen una fuente
esencial para la economía; esa fuente está subexplotada, tanto en términos cualitativos
como cuantitativos.
La experiencia de las mujeres abre una ventana al futuro. Las mujeres experimentan
directamente hasta qué punto el marco institucional existente (en particular las
estructuras de mercado laboral y la infraestructura social) están desfasados con respecto
a las nuevas realidades técnicas, económicas, sociales y políticas. Al reorganizar su vida
(para afrontar simultáneamente el empleo, la familia y otras responsabilidades) las
mujeres están en condiciones de indicar los ajustes de orden social y económico que
deben ser realizados. El cambio derivado de tales ajustes, mejorará la capacidad de
elección de los hombres y mujeres, y redundará en beneficio de toda la sociedad.