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GUERRA DE LA

RESTAURACION
JUAN BOSCH

SECRETARIA DE FORMACION POLITICA

SANTO DOMINGO, R. D.
1996
GUERRA
DE LA
RESTAURACION
JUAN BOSCH

SECRETARIA DE FORMACION POLITICA

SANTO DOMINGO, R. D.
1996
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GUERRA DE LA RESTAURACION
La Guerra de la Restauración es la página más notable de la historia
dominicana, como también la más ignorada por la casi totalidad de los
dominicanos; se desconoce el esfuerzo colectivo gigantesco, heroico y las
hazañas militares que libraron los hombres y mujeres que participaron en ella.
Por esto, debe alcanzar en la conciencia de cada uno de nosotros un sitial
preponderante dentro de los episodios de la vida nacional.

La Guerra de la Restauración comenzó el 16 de agosto de 1863, para el 22


de ese mes caían en manos de los restauradores: Guayubín, Monte Cristi,
Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez); para el 24 las fuerzas españolas declaraban
el estado de sitio a todo el país; el 26 caían Puerto Plata, La Vega, San
Francisco de Macorís, Cotuí; el 30 cayó Moca y ese mismo día el general
Gaspar Polanco llevaba 1,000 hombres a Santiago, para iniciar la batalla de
Santiago, en la que logró acorralar a las tropas españolas en la fortaleza San
Luis. El 6 de septiembre le daban fuego a la capital del Cibao, hecho único en la
historia de las guerras de independencia latinoamericanas; para el 14 de
septiembre el general Gregorio Luperón salía para Moca y el día 15 el general
José Durán se dirigía desde La Vega hacía San Juan de la Maguana por
Jarabacoa y Constanza y para finales de mes había llevado la revolución a todo
el Sur del país.

Sólo se tiene una explicación para semejante destreza en la acción


restauradora y es que desde el primer momento recibió un apoyo resuelto de las
grandes masas del pueblo dominicano porque en ella se reunieron características
de guerra de liberación nacional y de guerra social, en la que participaron
hombres animados por sentimientos patrióticos y hombres de acción que van a
los campos de batalla en busca de ascensos sociales y en ocasiones, hombres en
quienes se daban ambos estímulos.
Los historiadores de esa guerra no destacaron el heroico papel que jugó el
general Gaspar Polanco, quien aparece disminuido, quizás por razones de clase,
porque no se le perdona el fusilamiento de Pepillo Salcedo, que ocupaba un
lugar privilegiado dentro de la sociedad, en especial entre los altos pequeños
burgueses del Cibao; hecho este que debe considerarse como un error fruto del
carácter mismo del general Polanco.

Gaspar Polanco no tiene estarnas ni su nombre aparece en la historia 5de la


Restauración destacado por sus acciones heroicas, sino como uno más de sus
participantes, pero pocas veces ha visto América hombres con la capacidad de
decisión, el coraje, la voluntad hacia la victoria como la tenía ese extraordinario
analfabeto nacido en un campo de Guayubín, a quien se le debe la
determinación del hecho más importante de la Restauración, que fue el incendio
de la ciudad de Santiago.

Los dominicanos de hoy se imaginan a los restauradores vestidos con


uniformes, pero lo cierto es que los jefes y los soldados de la epopeya
restauradora vestían harapos, todos estaban descalzos y a piernas desnudas, sus
caballos vestían aparejos hechos de hojas de plátanos, sus armas eran machetes
y escasos fusiles adueñados de los soldados españoles heridos o muertos. Esta
guerra no fue una fiesta, en ella no podían participar todos los hombres, sino
aquellos que gozaban de buena condición física, capaces de enfrentarse a los
aguerridos soldados españoles.
Fueron esos hombres extraordinarios quienes derrotaron a las fuerzas
españolas un año y menos de cinco meses después de iniciada la Guerra de
Restauración, esto es el 7 de enero de 1865. Dicha derrota fue admitida por el
parlamento Español mediante un proyecto de ley que ordenaba a 1 as
autoridades españolas abandonar el territorio dominicano.

La Guerra de la Restauración fue una revolución burguesa frustrada,


como lo había sido la separación de Haití y como lo fue la Revolución de Abril
de 1965. Fue una revolución burguesa frustrada debido a la ausencia de una
clase burguesa en nuestra sociedad.
Para el siglo XIX el país estaba inmerso en un estado de miseria extrema:
comercio humildísimo, casas en ruinas, calles con hierbas, hambre, etc,, razones
éstas que explican el deseo de las masas del pueblo de que la nación fuera
anexada a España; a Santana y sus hombres, por su parte los movían razones de
tipo político: la permanencia del sector hatero en el poder.

El comercio de la República Dominicana para el 1860 era de pequeñas


proporciones, surtiéndose generalmente de las islas de San Thomas y Curazao
algunos pocos de los artículos que necesitábamos. Desde 1857 el estado de
miseria empeoró, se produjo el levantamiento de los comerciantes cibaeños
contra Báez, motivados por el cambio de las monedas de oro y plata que
recibían del viejo mundo para la compra de tabaco por los billetes o papeletas
dominicanas que hacía el gobierno de Báez en cantidades tan altas que de 60 y
70 por pesos oro o fuertes que valían pasaron a valer 3,000 y 4,000 cada uno.

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En la nación dominicana de post guerra se presentaron grandes
enfrentamientos entre los diferentes sectores de la sociedad, como resultado de
los ascensos sociales dados a los hombres que participaron en las gestas
revolucionarias, como pago por sus hazañas, ante la imposibilidad de otorgarles
riquezas materiales; esas oposiciones se dieron, en primer lugar, entre los altos
y medianos pequeños burgueses contra los bajos, bajos pobres y bajos muy
pobres pequeños burgueses que escalaron al nivel de la mediana y alta pequeña
burguesía; los primeros consideraban que los segundos no eran de su nivel ni de
su calidad; los primeros temían que esa pequeña burguesía baja pobre y muy
pobre se convirtiera posteriormente en su competidora en el terreno económico.
Al mismo tiempo, los sectores de la alta pequeña burguesía luchaban contra la
minoría que tema el control del poder político del país, que eran los hateros, y
en esos hechos encontraron a un líder, Buenaventura Báez, quien después de
haber llegado a la Presidencia de la República el 24 de septiembre de 1849, se
convirtió en el líder de la alta y mediana pequeña burguesía en la encarnación
del Antisantanismo. El 6 de octubre de 1856 Báez ocupó nuevamente la
Presidencia de la República y el 11 de enero de 1857 ordenó la expulsión de
Santana hacia Martinica. Este hecho evidencia su calidad de líder de la pequeña
burguesía, pero no de las capas altas y medianas que ya no lo era en ese
momento; en efecto seis meses después de su proclamación, sus acciones, entre
las que destaca el episodio del cambio del oro y la plata de los compradores de
tabaco por las papeletas desvalorizadas del gobierno, reflejan su actitud
abiertamente en contra de la alta y mediana pequeña burguesía.

Esta última acción provocó el Movimiento Revolucionario del 8 de Julio


de 1857 de los comerciantes bajo la dirección de los de Santiago, en que estos
proclamaron su desobediencia al gobierno de Báez, y el establecimiento de un
gobierno provisional asentado en Santiago. Fue así como se abrió la puerta a
una serie de acontecimientos que iban a culminar con la anexión del país a
España, lo que daría a su vez lugar al formidable estallido de la Guerra de la
Restauración.

La Anexión se hizo posible por la falta de respaldo popular de las tres


capas más bajas de la pequeña burguesía, a las acciones de la alta y mediana
pequeña burguesía comercial cibaeña que se levantó contra Báez quien
benefició a los cosecheros de tabaco, que para esa época eran todos pequeños
propietarios campesinos.

El gobierno provisional, fruto del estallido revolucionario del 8 de julio,

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tuvo asiento en Santiago y como presidente al Gral. José Desiderio Valverde;
enviaron al Gral. Juan Luis Franco Bidó a tomar la ciudad de Santo Domingo,
acción esta que fracasó y debido a esto el gobierno de Santiago decidió invitar a
Pedro Santana a que volviera al país con su rango de general y el pago de
$500.00 para que levantara un ejército en El Seibo destinado a apoyar a Franco
Bidó. Con el regreso de Santana volvió a darse la alianza entre la pequeña
burguesía y los hateros. Esa alianza retornó a Pedro Santana a la Presidencia de
la República en 1857. Sin esa alianza, Santana no habría podido anexar el país a
España.

El monto tan bajo del pago ofrecido a Santana es un reflejo del escaso
desarrollo económico del país y de la pobreza general de las capas más bajas de
la pequeña burguesía; por eso los dos gobiernos: el de Santiago y el de Báez
pom'an en circulación millones de millones de pesos papel, con el cual se
engañaban a sí mismos porque una economía precapitalista enferma no podía
sanarse con medidas propias de países capitalistas.

Pedro Santana puso en acción contra Franco Bidó sus condiciones de


mando para desplazarlo de la jefatura de las fuerzas cibaeñas, lo que llevó a
cabo al mes de su arribo.

Las fuerzas militares formadas por Santana no fueron de ejército sino


tropas colecticias, es decir, tropas sin disciplina militar y el entrenamiento que
caracteriza a los ejércitos.

Mientras las tropas colecticias del gobierno de Santiago mantenían el sitio


de la capital, la pequeña burguesía intelectual cibaeña se dedicaba a redactar una
constitución que sería llamada la de 1858 o la de Moca, lugar donde se reunían
sus redactores. Esa Constitución no respondía a la realidad socio-económica y
política que vivía el país; era una constitución ideal, inventada y ejecutada fuera
del tiempo y del espacio real de la República Dominicana, que se adaptaba más
a una sociedad burguesa semejante a la de los Estados Unidos o Francia. Esta
constitución fue desconocida por Santana, quien reinstauró la vigente durante su
segundo gobierno de 1854.

A la llegada de Santana ala ciudad de Santo Domingo para el mes de


junio encontró que Báez había abandonado la ciudad con sus colaboradores y
varias goletas armadas y otras cargadas de mercancías con destino a Curazao;
alegando pagos de deudas del Estado Dominicano a la firma de J. A. Jesurum &
Zoon, Báez hipotecó el Palacio Nacional, dos casas del Estado, los fondos
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públicos depositados en San Thomas y tres buques de guerra de cuya deuda
Santana debía pagar intereses mensuales de 1.5% por mora en su pago.

La constitución de Moca contó con la oposición de un grupo de


personajes políticos encabezados por Tomás Bobadilla, quienes mostraron
objeción al traslado de la capital de la república a Santiago; apoyándose en esto,
Santana desconoció el gobierno de los revolucionarios del 8 de julio de 1857,
dio un auténtico golpe de Estado y se quedó con el poder político y militar de
las fuerzas que sitiaban la capital.
El 28 de julio Santana asumía los poderes de presidente de la República
con el apoyo de los pobladores de la banda sur comprendida por Barahona y
San Juan de la Maguana hasta Higüey y Sabana de la Mar. El Gobierno de
Santiago, presidido por José Desiderio Valverde, se vió solo; los hombres de sus
tropas desertaron.

El 1ro. de septiembre, Santana recupera Santiago, donde el gobierno


revolucionario de Valverde ya había sido disuelto.

La alta y mediana pequeña burguesía cibaeña había quedado derrotada en


el terreno político por el núcleo dirigente de los hateros en cuyo frente se
hallaba Pedro Santana.

El estado de miseria generalizado en que vivían las capas pobres y muy


pobres de la pequeña burguesía al igual que los héroes de la guerra, los militares
que habían alcanzado rangos de importancia, etc. explica las relaciones
antagónicas de todos estos y los comerciantes, pues no se admitía que los
comerciantes vivieran en "abundancia" o por lo menos con cierta comodidad sin
haber ido a la guerra, mientras el resto de la población, especialmente los
militares con grados altos de Coroneles, Generales, Almirantes, etc., obtenidos
durante la guerra, tenían que ejercer para poder subsistir ante el estado de
miseria oficios tales como carpinteros, hojalateros, herreros, zapateros, etc. que
habían desempeñado antes de sus hazañas heroicas. Tantas desigualdades hubo
entre su categorías militares y sus condiciones materiales de existencia que los
convirtió en agentes activos de los disgustos políticos y en líderes inmediatos de
lo numerosos bajos pequeños burgueses pobres y muy pobres que formaban el
grueso de la población dominicana y cuyo líder era Buenaventura Báez.

Santana era un hombre tosco e inculto, pero tema un fuerte instinto de


clase, por lo que se daba cuenta de que no contaba con el apoyo de los sectores
de la pequeña burguesía, ni con el número de oficiales que lo respaldaban
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anteriormente; también estaba consciente de que continuar la situación
económica y política que vivía el país, Báez representaba una amenaza para él y
los que con él formaban el grupo gobernante, por todo lo cual Santana mediante
decreto del 6 de junio de 1859 declaró a Báez y a dos de sus ministros como
"traidores a la patria”, entre otras imputaciones, y los sometió a juicio ante la
Suprema Corte de Justicia.

La lucha entre Santana y Báez era el reflejo de la lucha entre hateros y


pequeños burgueses, lucha esta que Santana sabía que no podía ganar en el
terreno político y que en cualquier momento podía convertirse en una contienda
armada; consciente de que no contaba dentro del país con los medios necesarios
para ganar, trataba de conseguirlo en España, donde el Estado estaba organizado
como a él hubiera gustado que el país lo estuviera; con Reyes o Reinas que lo
inmortalizaran en el poder. Para Santana la manera de preservar el Estado hatero
era integrándolo al Estado Español convirtiendo la República en una provincia
de España.

Para el 1860, de la sociedad hatera dominicana sólo quedaba la cúspide


que ejercía el poder político desde que el país quedó separado de Haití, pues la
base hatera que debía sostener con sus opiniones esa cúspide, había
desaparecido. Como sociedad ya no existía la sociedad hatera; ella había sido
sustituida por la de los cultivadores de tabaco. La compra y venta de tabaco
produjo una alta y mediana pequeña burguesía comercial que llevó el centro
económico del país hacia el Cibao.

En esos años de tránsito de la sociedad hatera a la pequeño burguesa, el


país vivió épocas de mucha miseria, tan grande que es imposible imaginársela.
Es ello lo que explica que los dominicanos, fueran santanistas o baecistas,
esperaran la anexión a España como única solución al estado de miseria
imperante.

La tarea de integrar el estado hatero en el estado español fue llevada a


cabo rápidamente pero de manera cuidadosa para no despertar las sospechas de
los círculos que podían estorbar la ejecución del plan.

El proceso de anexión comenzó por una solicitud al gobierno de España


para que garantizara la independencia de la República Dominicana; en relación
con los ejecutores de esa solicitud solo se tenía indicios de algunos; Pedro
Ricart y Torres, Miguel Lavastida, Felipe

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Dávila, Fernández de Castro y desde luego se reconoce como su autor a Pedro
Santana.

El proceso de anexión estaba impulsado por una situación de crisis


política nacional, generada por los enfrentamientos entre santanistas y baecistas,
cuyas razones eran una lucha de clases sin soluciones pacíficas.

El 14 de febrero de 1860, el General Felipe Alfau estaba presentando


credenciales de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la
República Dominicana ante la reina de España, primer paso que debía dar el
gobierno para conseguir la Anexión. Al principio Alfau pidió a España: armas,
municiones, corretajes y ayuda económica y profesional para organizar un
ejército y construir fuertes en algunos puntos de las costas dominicanas y luego
pasó a hablar de protectorado o anexión; posibilidad ésta que fue tan bien vista
por España que ya para mediados de 1860 estaban ejecutándose, de manera
escalonada, partes del plan.

Santana visualizaba en la anexión a España la solución a la crisis política


económica que afectaba la nación; por una parte la continuidad del estado
hatero creado y sostenido durante años por Santana y en esos momentos en
decadencia; el alivio de la situación económica, pues al pasar este a ser una
provincia de España, el gobierno español se vería obligado a extender a la nueva
provincia el régimen monetario y las leyes y los hábitos comerciales que
estaban vigentes en España, como era el caso de Cuba y de Puerto Rico.

La ignorancia en que se mantuvo al pueblo dominicano respecto a las


negociaciones de anexión fueron tales que ésta se proclamó el 18 de marzo de
1861 y sin embargo el 27 de febrero anterior se celebró en la forma
acostumbrada y con la solemnidad de siempre el aniversario de la
Independencia sin que se mencionara en absoluto ninguna frase reveladora de
que se trataba de anexar el país a España. ¿Por qué se ocultaban esas
informaciones al pueblo? Quizás por miedo a una reacción patriótica o para que
los generales baecistas no desataran una oposición armada y ante esos temores
fueron tomadas todas las medidas de seguridad: al General Matías Ramón
Méllalo expulsaron del país, se monto vigilancia desde la banda costera sur en
Las Calderas, se formó un batallón de milicias con todos los españoles que
habían llegado a fundar una escuela y una revista semanal, Santana asumió el
mando militar del país, fueron repartidas las propiedades del Estado (casas y
terrenos) como pago a sueldo a creencias imaginarias entre los adeptos

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principales a la causa anexionista; se otorgaron ascensos militares a manos
llenas y se distribuyeron hasta grados masónicos; en otras palabras los
conspiradores anexionistas se lanzaron a comprar hombres y a tomar medidas
de corte popular para establecer la plataforma que culminaría con el llamado
hecho el 18 de marzo de 1861 a la población de Santo Domingo a reunirse en la
plaza de la Catedral, hoy porque Colón, donde en presencia del sacerdocio
católico y todos los altos funcionarios del gobierno y de los soldados (sin armas)
se leyó el acta de la anexión, Santana gritó una "Viva Doña Isabel Segunda", se
izó la bandera Española al lado de la Dominicana y se dispararon 101
cañonazos. Con esto el Estado hatero dejaba de existir.

El único lugar que hizo oposición a que la bandera española sustituyera la


dominicana fue San Francisco de Macorís; el 23 de marzo, a cinco días de la
proclamación en la capital, el pueblo se amotinó y cuando izaron la bandera
española le cayeron a tiros en la misma plaza de la comandancia, teniendo el
General Juan Esteban Ariza que disparar un cañonazo sobre los amotinados.

Para el 2 de mayo, esto es a 40 días del amotinamiento de San Francisco


de Macorís, se produjo la primera protesta organizada y armada, que culminó
con la toma de Moca y la proclamación de la independencia, esto es, el retorno
del país a la categoría de Estado. Pero ese movimiento duró apenas algunas
horas, porque el General Juan Suero recuperó la comandancia de Moca e hizo
presos a los líderes de la protesta, encabezados por José Contreras, quien fue
fusilado junto con Cayetano Germosén, José María Rodríguez, e Inocencio
Reyes al llegar Santana a Moca el 19 de Mayo de 1861, el mismo día que en
Aranjuez los Reyes firmaban el decreto de declaración uniendo el territorio de
la República Dominicana al de la Monarquía Española.
Al momento de la anexión en el país se daba una alianza que resultaría
muy pasajera entre la alta y mediana pequeña burguesía y los hateros, lo que se
demuestra por el apoyo inequívoco que dieron a la anexión el presidente del
gobierno revolucionario de 1857, el General José de Valverde, Benigno
Filomeno Rojas, el General Fernando Valerio, el trinitario Jacinto de la Concha,
entre otros; al igual que la gran mayoría del pueblo que aceptó 1 a anexión con
la mayor naturalidad, ya que lo que induce a actuar a los hombres del pueblo en
el plano político son sus condiciones materiales de existencia. Son los hombres
excepcionales los que actúan llevados por las pasiones y el patriotismo así como
por la sensibilidad social y son capaces de desarrollar condiciones de un político
realista, como lo demuestra la actitud de Francisco del Rosario Sánchez al
entender que el Haití de 1861 no era el mismo del 1844 y por tanto la posición
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en relación al gobierno haitiano tan empeñado como nosotros de que
conserváramos la nacionalidad y por tanto se colocaba en el plano de país
amigo, por lo cual Sánchez trató de conseguir de estos armas y recursos para
abrir la campaña anexionista, (entrando por la frontera con Haití, por la banda
sur). Para finales de mayo de 1861 iniciaron la acción, logrando apoderarse en
El Cercado y Las Matas de Farfán, pero fueron sofocados por una división
comandada por el General Abad Alfau llegada desde Santo Domingo, mientras
se le ordenaba al almirante español Ruvalcaba desde Cuba dirigirse a Puerto
Príncipe a exigirle al gobierno haitiano retirar el apoyo que estaba dando a las
fuerzas de Sánchez en favor de una indemnización de $25,000.(X) pesos que
recibiría el gobierno haitiano; Sánchez fue emboscado en El Cercado, donde
cayó gravemente herido y fue hecho prisionero junto con sus hombres. A la
llegada de Santana al lugar, decidió hacerles juicio sumario y condenarlos a
muerte de una forma brutal, el 4 de julio de 1861.

Luego de esa matanza no se produjeron nuevos levantamientos contra la


Anexión hasta un año y siete meses después, esto es hasta los primeros días del
mes de febrero de 1863 cuando comenzó a levantarse una ola de agitaciones
armadas, que en siete meses ya dominaba toda la región del Cibao, y que era
protagonizada por los cosecheros de tabaco, en su mayoría pequeños
propietarios, junto a ellos la alta y mediana pequeña burguesía comercial, los
cuales le habían arrebatado la
supremacía social a los hateros.

Los hechos que provocaron las agitaciones fueron entre otros: la


existencia de una autoridad extraña que había pasado a suplantar al Estado
Dominicano; así como la parálisis económica del comercio dominicano con el
de los Estados Unidos, debido a que estos vivían en estado de guerra civil desde
abril de 1861, lo cual limitó el comercio internacional dominicano a
negociaciones con España que discriminaba grandemente al comercio
Dominicano, hecho que se evidenció en el establecimiento de impuestos a
nuestros compradores extranjeros, específicamente a los europeos, perjudicando
con ello a los comerciantes dominicanos y beneficiando a las casas españolas
que exportaban hacia Santo Domingo y que acabarían estrangulando el
comercio del país.

Todos estos hechos provocaron descontento y desconfianza general de las


razas dominicanas hacia el Gobierno Español; son ellos los que explican por
qué la población fue pasando de las ilusiones que se crearon para justificar la

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Anexión al desencanto, el disgusto y la cólera que los lanzó a la guerra
restauradora; más aún, son esos hechos los que explican la unidad entre todas
las capas de la pequeña burguesía Dominicana al lanzarse a esta acción.

Las autoridades españolas tomaron una serie de medidas económicas,


especialmente monetarias y aduanales ante nuevas medidas económicas. Se
fueron produciendo como consecuencia inmediata; el retraimiento en las
compras y las ventas ( o sea, una recesión ) que perjudicó sobremanera el
comercio.

Otros motivos de disgustos de la población del gobierno español fueron la


disposición de este de que la población prestara obligatoriamente bagaje y
alojamiento en sus casas a las tropas españolas, ya que los caballos eran el
único medio de transporte con que se contaba en el país y los campesinos
dependían de estos para llevar los víveres al pueblo; se penalizó a los jugadores
de cartas en las tabernas y los cafés. El 15 de octubre de 1862 se presentó al
pueblo un conjunto de reglas sobre religión, moral, salubridad, orden y
seguridad pública, aseo, comodidad y ornato, abasto, edificios, carreteras,
máscaras, plazo de un año para el arreglo de las cañerías, puertas y ventanas,
todo esto incompatible con las costumbres dominicanas de aquella época; la
discriminación salarial entre militares de origen español y los nativos, aún
desempeñando iguales funciones: las notorias discriminaciones raciales, pues a
los españoles llegados a desempeñar alguna función en el país no importando el
rango que ocuparan, se les había inculcado que los mestizos o nativos de estos
territorios, al igual que los nativos de Cuba y Puerto Rico, eran descendientes de
esclavos y por ende seres inferiores, animales de carga; a pesar de lo cual fueron
muchos los militares de origen dominicano que se destacaron en el ejército
español como Generales, Coroneles, Capitanes, etc.

A los vendedores de víveres y otros artículos al gobierno del país no se


les pagaba con regularidad, así como tampoco a los que alquilaban viviendas al
gobierno para alojar a las tropas o para establecer oficinas y dependencias
militares.
España desató un excesivo envío de empleados a Santo Domingo dotados
de grandes sueldos, llevando al Estado a una administración en extremo costosa
y lujosa lo que provocó retrasos en los pagos, y luego la falta absoluta de pagos
para las reservas militares, esto es para la oficialidad dominicana que se hallaba
en situación pasiva y por esa razón ganaba la mitad de lo que ganaba la que

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estaba en la lista de los activos.

Estas mismas discriminaciones se daban también en la iglesia: los cleros


locales se vieron poco a poco eliminados de sus curatos más importantes y
cedidos a los sacerdotes recién venidos de España; se persiguió a los masones,
se prohibieron los ritos protestantes que establecieron los inmigrantes esclavos,
traídos desde norteamérica en tiempos de la ocupación haitiana como: Samaná
y Puerto Plata; se quiso imponer el matrimonio según las exigencias de la
iglesia católica, acto este chocante para un país con un índice tan bajo de
personas casadas. El clero dominicano antes de la anexión no cobraba sus
servicios por tarifas, sino que los feligreses hacían aportes según les fuera
posible, pero el gobierno colonial lo sujetó al cobro de dotaciones fijas de
$250,000 pesetas ($0.50 pesos), creándole a los sacerdotes estas medidas
serios disgustos con la población.

Hacia 1863 el país estaba dividido en cinco provincias y algunos distritos:


el sur: Santo Domingo, Azua y el seibo; en el Centro: La Vega; en el Norte:
Santiago, Dajabón, Santiago Rodríguez, Valverde, gran parte de Puerto Plata y
Monte Cristi: Santiago era considerada la Capital de ese extenso territorio y sus
jefes políticos y militares teman una estatura política de líderes.

En las filas de los disgustados no sólo estaban los antes citados, también
estaban los santanistas, que perdieron sus privilegios al renunciar Santana ala
Capitanía General de Santo Domingo para 1862 (aceptada su renuncia el 28 de
marzo de ese año) y ser su sucesor Felipe Ribero Lemoyne, venezolano con
formación española, precursor de traer al país la avalancha de españoles como
empleados públicos. Con estos hechos quedaron establecidas las bases políticas
indispensables para que cuajara una unidad antiespañola, sin la cual habría sido
muy difícil lanzar al pueblo a una guerra de liberación nacional, como lo fue la
de la Restauración.

Para calmar el disgusto que iba cundiendo entre las masas, las autoridades
españolas en el país presentaron planes de construcción en todo el país, lo que
sin embargo no resultó suficiente para sofocar el disgusto de las masas, muy
especialmente en el Cibao, considerada la zona más hostil al poder español, con
más probabilidades de producir levantamientos. Sin embargo, no fue esa región
donde se iría a producir el primer levantamiento, sino en Neyba, es decir en la
Región Fronteriza Sur. Esta fue una rebelión abortada; pero la conspiración se
mantuvo en pie en el Cibao donde tenía vigorosas raíces históricas. Sus centros

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de dirección principal fueron Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez) con
ramificaciones en Guayubín, Monte Cristi, San José de las Matas y Puerto Plata.
El otro centro de dirección fue Santiago con emisarios en Moca, La Vega y San
Francisco de Macorís.
El hecho que precipitó los planes de ataque programados para finales del
mes de febrero, fue el desliz del brioso patriota Norberto Torres, quien ante un
saludo de paisano hecho por un militar español le contestó que dentro de cinco
días de la fecha de ese encuentro ellos sabrían lo que les venía encima. El
Coronel Lucas Evangelista Peña convocó a los campesinos de las vecindades y
en la noche del 21 atacaron Guayubín, que fue defendida inútilmente por tropas
de Femando Valerio; al amanecer el 22 de febrero se levantó Santiago
Rodríguez en Sabaneta, de donde salió una columna hacia San José de las Matas
y en la noche del mismo día se dio el levantamiento de Monte Cristi. Al
enterarse en Santiago de la toma de Guayubín los directores de la conspiración
de Santiago, miembros del ayuntamiento y algunas personas prominentes al
servicio de España determinaron lanzarse a la acción, aunque carecían de armas.
Fue esa unidad de clases sociales que se produjo inmediatamente antes de que
comenzara la Guerra de la Restauración un elemento fundamental en el
desarrollo que tuvo la misma, y esa unidad, por cierto, es característica de una
guerra de liberación nacional porque en estas, las luchas de clases del pueblo
que hace tal tipo de guerra son desviadas hacia una lucha contra el ocupante del
territorio de ese pueblo, por lo que la suma de las contradicciones clasistas se
definen en una sola contradicción, de carácter antagónico, entre la fuerza
popular del país ocupado y el poder militar del Estado ocupante; en la Guerra de
la Restauración, como en cualquier guerra de liberación nacional, hay hombres
que luchan en el bando del enemigo por razones clasistas, así como por
filiaciones políticas.

Unirá santanistas y baecistas para enfrentar a España, no era tarea fácil,


sobre todo porque no habían líderes capaces de comprender que hacerle la
guerra a España requería de la unidad de ambos, pero el pueblo de manera
instintiva asimiló esa necesidad de unidad y contribuyó a esto la acción tomada
por Santana al renunciar a la Capitanía General y exhortar a sus seguidores a
unirse a quienes propusieron luchar contra España, aún fuesen baecistas.

El grupo más importante de conjurados para el levantamiento del 27 de


febrero de 1863 era el de Santiago. Su importancia se debió a que entre ellos
estaban las autoridades municipales que en el aparato civil del Estado español
jugaban un papel destacado debido a la jerarquía que les reconocía España;

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también era importante por el número de comprometidos con la causa
restauradora.
Los sublevados llegaban al fuerte "Dios", punto designado, llevando
banderas republicanas, amotinándose alrededor de 1,400 hombres armados que
circulaban la ciudad de Santiago. El levantamiento aquí se produjo en dos
tiempos: el primero fue con la toma de la cárcel vieja (el 24 de febrero) y la
libertad de los presos que se encontraban en ella. Este grupo decidió dirigirse al
fuerte San Luis donde se encontraba la guarnición española, pero fueron
interceptados por las fuerzas del Capitán La Puente. El segundo tiempo tuvo
lugar el día 25 de febrero al amanecer cuando los 1,400 hombres agrupados
ostentando banderas circulaban Santiago. Este episodio no costó sangre y una
vez disueltos los grupos, las tropas volvieron a la ciudad y el comandante jefe de
la plaza, Campillo, hizo detener a las autoridades, con lo cual quedó liquidado el
levantamiento de Santiago.

En Guayubín se siguió combatiendo bajo el mando de Benito Mondón:


próximo al fuerte Manga las fuerzas españolas sofocaron el levantamiento el 2
de marzo pero sin lograr atrapar a los conjurados, quienes pasaron a Haití. El
General José Hungría, del ejército español, entró a Monte Cristi el 3 de febrero y
el 5 atacó a Sabaneta, punto que tomó a un costo de 13 muertos y muchos
heridos españoles. Santiago Rodríguez al consultar con sus compañeros de
armas (Santiago Rodríguez en esos momentos era alcalde de Sabaneta) decidió
irse a Haití para solicitar ayuda. Durante 5 meses y medio trabajando sin cesar
en contacto permanente con los partidarios de la lucha armada contra España,
que vivían en las vecindades de la frontera dominico-haitiana, Santiago
Rodríguez, Benito Mondón, José Cabrera, con la colaboración de amigos
haitianos y un sastre santomeño llamado Humberto Marsan que cosió la bandera
dominicana que iba a flotar en los primeros combates, ayudados por campesinos
y aventureros de la frontera, enemigos de la anexión, contrabandearon pólvora,
municiones y armas hacía el lado dominicano y hombres hacía el haitiano. El 15
de agosto en la noche, salieron de Haití por un lugar llamado David, Santiago
Rodríguez y José Cabrera al mando de 80 patriotas; Benito Monción salió con 3
hombres y la bandera que hizo Marsan rumbo a Guayubín y Pedro Ant.
Pimentel fue a tomar posición entre Paso de Macabón y Dajabón.
Benito Mondón amaneció con su gente en los Cerros de la Patilla, a la
vista de Dajabón, al tiempo que Buceta (Gobernador de Santiago y jefe de las
tropas españolas en la parte de la frontera) emprendía la marcha con cien
hombres en dirección a Guayubín; pero los hombres de Monción le seguían de
cerca. Al enterarse Pimentel de lo que estaba pasando se preparó a esperarlos en

1
7
el Paso de Macabón, donde le rompió el fuego de frente, mientras Monción los
atacaba por retaguardia; ante la emboscada, Buceta abandonó el camino y tomó
el de Castañuela donde dejó a la infantería, mientras Pimentel seguía la
persecución con la caballería valiéndose de hachos encendidos para ver las
huellas de los hombres de Buceta y cuando se dio cuenta de que Buceta se
proponía regresar a Guayubín, mandó un expreso donde Monción para pedirle
que se uniera, cosa que sucedió a media noche; y al amanecer del día 17
alcanzaron la columna española, la atacaron y la derrotaron. Guayubín fue
tomado el 18 de agosto por fuerzas del General Juan Antonio Polanco, hermano
de Gaspar Polanco; Monción y Pimentel proseguían su persecución contra
Buceta y sus hombres que se dirigían a Santiago, lo alcanzaron en Doña
Antonia y los derrotaron completamente. Cuando Buceta vino a llegar a
Guayacanes ya no le quedaban sino 8 o 10 hombres de a caballo.

Por otra parte, Santiago Rodríguez y José Cabrera se dirigían a Sabaneta,


en cuya ruta les informaron la llegada el 17 de agosto del General José Cándido
Farfán y Elias Prudón a espiar las posiciones de Hungría en el Fundo de
Manuela; para el 20 de agosto Santiago Rodríguez sorprendió a Hungría en ese
lugar y logró desbandar la columna y fue perseguido por los patriotas
tenazmente, refugiándose en la Loma de Tabaco, hasta donde lo persiguió
Santiago Rodríguez y lo batió. El General Dionicio Mieses que mandaba en Las
Matas a nombre de España se le unió al General Hungría y se dirigieron en
retirada hacia Santiago, lugar al que llegarían el 26 de agosto, fecha para la cual
no teman noticias de Buceta, pues Buceta se había refugiado en la casa del
terrateniente Juan Chávez, en Guayubín y en aquellos años un gran propietario
tenía una autoridad social tan grande como lo fuera su propiedad y se le seguía
respetando como lo era antes de la guerra, pues se sabía que no eran ellos los
culpables del engaño y los malos tratos que padecía el pueblo, sino que era
España; aunque la realidad es que para

1
8
justificar el desmantelamiento del Estado dominicano y la inserción del
nuestro en el Estado español se ofrecían villas y castillas.

Toda guerra de independencia o de liberación nacional es al mismo


tiempo una guerra social, debido a que las masas toman parte en ellas porque
creen que sólo echando de su país al poder extranjero que las explota pueden
resolver sus problemas, y la práctica dice que no es posible alcanzar la
independencia poniendo en ejecución medidas de tipo puramente política, pues
a las masas no las mueven sentimientos patrióticos, a diferencia de los líderes
políticos que actúan además movidos por instintos políticos altamente
desarrollados, que les permiten darse cuenta del momento preciso para libertar a
la patria y de la forma violenta en que debe ser llevada esta acción para poder
vencer al enemigo, forma esta que caracteriza las guerras sociales como feroces.
Eso no lo comprendieron los cronistas españoles de la guerra de la restauración,
que se asombraron de la fiereza y la crueldad con que combatían los
dominicanos.

La Guerra de la Restauración en República Dominicana fue de liberación


o de independencia, pero fue también una guerra social donde alcanzaron
preeminencia social y política hombres que por sus orígenes de clase y sus
antecedentes estaban condenados a ser toda su vida pobres desconocidos como
Benito Monción, Ulises Heureaux, Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, etc.

El carácter de guerra social que se inserta en una guerra de liberación


nacional no se manifiesta en los primeros tiempos, en opresión contra los ricos
del país sino sólo contra enemigos extranjeros; eso explica que cuando Buceta
se refugió en la casa de Juan Chávez, ninguno de los restauradores que le
perseguían entró en el santuario que había escogido el Gobernador militar de
Santiago. Para el 20 de agosto de 1863 cuando Buceta se decidió a emprender la
marcha con sus acompañantes desde la Sabana de los Chávez, en su
persecución iba Gaspar Polanco. quien remató a machetazos a parte de los
acompañantes de Buceta y cuando este se vio ya perdido, rodeado de unos
cuantos soldados dominicanos preparados para detenerlo, tuvo la idea de sacar
de la pistolera un saco de onzas de monedas de oro y comenzó a regarlas a
distancia, los soldados abandonaron la presa para coger el oro y con ese ardid
repetido varias veces logró internarse en los montes con dirección a la loma.

Del carácter de guerra social que tuvo la lucha de la Restauración salieron


convertidos en personajes nacionales destacados, en jefes militares y políticos,
individuos de estratos tan humildes como Benito Monción, analfabetos como
Gaspar Polanco, que llegó a ser Presidente de la República, o Benito Monción,
que adicionalmente su procedencia humilde tenía antecedentes delictivos por
sustracción de cerdos cuando desempeñaba la función de peón de Santiago
Rodríguez, razón por la cual fue despedido por este, lo que explica la rivalidad
con Santiago Rodríguez, al extremo de no querer entrar a Sabaneta cuando
fueron derrotados por las fuerzas españolas de Manga en marzo de 1863.

Nunca perdonó Monción esa justa actitud del que para aquel tiempo era
jefe político y había adquirido la dureza de carácter necesario para mandar con
éxito cierta clase de gente sin disciplina.

Como Ulises Heureaux, que llenaría 17 años de nuestra historia, Monción


era hijo natural de una cocinera de las islas caribeñas, peleó bajo las ordenes de
Polanco y forma parte de los escogidos para fusilar al General Pepillo Salcedo.

El carácter de guerra social y de liberación nacional explica la rapidez con


que se propagó el fuego restaurador, a tal extremo que para el 22 de agosto ya
estaban en poder de las fuerzas restauradoras; Guayubín, Dajabón, Monte Cristi,
Sabaneta; para el 28 cayeron Puerto Plata, La Vega, San Francisco de Macorís,
Cotuí, Yamasá y Bonao; el 30 de agosto cayó Moca y para esa misma fecha
Gaspar Polanco llegaba a Santiago con mil hombres y ese mismo día
comenzaron la batalla.

La Guerra de la Restauración empezó adueñándose de manera casi


instantánea, en primer lugar, en la línea noroeste del territorio dominicano,
extendiéndose a toda la mitad occidental del Cibao con presencia en la región de
Yamasá, amenazando la Capital del país.
Las fuerzas restauradoras asestaron al poder español golpes muy duros
que asegurarían a las fuerzas revolucionarias la victoria futura. Esos golpes
fueron el incendio de la ciudad de Santiago, y la toma de la ciudad el 6 de
septiembre y la sangrienta persecución de las tropas españolas que iban de
retirada de Santiago hacia Puerto Plata, al ser destruida la ciudad por el fuego y
con ella la plaza comercial más importante del país y el mejor puerto de mar
(Puerto Plata).

En un segundo de tiempo, la revolución se fortaleció velozmente con la


región oriental y central de la parte sur del país, así como en todos los lugares
que teman alguna densidad de población, gracias al instinto de lucha de nuestro

20
pueblo, aunque sus vanguardias sabían que no les convenía ir a combatir ante
las murallas de la ciudad de Santo Domingo, porque allí tendrían que
enfrentarse al mayor poderío militar español, llegando solo hasta Yamasá y San
Cristóbal.

Además de hacer la guerra, los restauradores formaron un gobierno que


supo manejar con habilidad en medio de la furia de la guerra y supo conducir la
política exterior de la revolución, dado que no sólo tuvieron que combatir
contra fuerzas españolas establecidas en la isla, sino que lucharon heroicamente
contra aquellas tropas enviadas a reforzar el ejército español desde Cuba, Puerto
Rico y las de la embarcación Isabel II, que llegaron a reforzar a las tropas
españolas de la región Norte sumando un total de 2,200 hombres sólo en Puerto
Plata, para el 31 de agosto.

El primer episodio de la batalla de Santiago se llevó a cabo el mismo 31


de agosto cuando las fuerzas dominicanas comandadas por Gaspar Polanco
sitiaron la ciudad y cercaron al enemigo en la fortaleza San Luis, el castillo y la
cárcel vieja, al quedar desprovistos Buceta de sus tropas de infantería y artillería
comandadas por el capitán español Albert que emprendió la retirada. Así, en
Gurabito los dominicanos alcanzaron la victoria quedando Buceta y sus
soldados presos.

El segundo episodio fue el ataque al castillo, ejecutado por Pepillo


Salcedo el primero de septiembre y al día siguiente el castillo fue preparado con
los cañones traídos desde Moca y La Vega para este lugar
y que fueron ubicados en un cerro aledaño.

Mientras estos hechos ocurrían en Santiago, Mariano Cappa y Juan


Suero marchaban desde Puerto Plata hacia Santiago, quedando
interceptados por las guerrillas de Lafit y obligados a retroceder a Puerto
Plata de nuevo. Lafit decidió notificar a las fuerzas de Santiago lo
ocurrido y al enterarlos el 6 de septiembre deciden atacar al general Juan
1
Suero con columnas comandadas por el General Lora, el Coronel Benito
Monción, Luperón y Polanco.
\
La guerra de la Restauración dominicana tuvo la peculiaridad de
que Santiago fue incendiada por las fuerzas revolucionarias, el 6 de
septiembre, con el propósito de que los españoles perdieran el interés por
el lugar, que era el centro de enlace de todo el Cibao.

21
Ocho años más tarde la ciudad estaba reconstruida y tan poblada
como al momento del incendio, lo que demuestra que lo que para las
tropas españolas era un lugar desolado después del incendio, para los
dominicanos seguía siendo lo mismo, lo que equivale a decir que desde el
punto de vista subjetivo, que es como debemos valorar los hechos
heroicos, la orden y la ejecución de parte del General Polanco, no fue
perjudicial para el pueblo de Santiago y en cambio fue decisivo en el
curso de la Guerra de la Restauración, que es lo que tiene importancia
histórica, pues el fuego no alcanzó a los campos vecinos donde se
cosechaba plátano, yuca, maíz, yautía, batata y se cazaban animales
cimarrones que era la base alimenticia de los dominicanos, aunque para
las tropas españolas esto fue un golpe gravísimo pues no podían
sostenerse sin los alimentos a que estaban habituados, como por ejemplo
el pan de trigo, el aceite de oliva, los medicamentos de boticas, estaban
también acostumbrados a dormir en camas o camastros pero no en suelo o
barbacoas como lo hacían los soldados dominicanos.

El 6 de septiembre, las tropas españolas de Buceta al mando del


coronel Cappa y el General Suero (El Cid Negro) lograron llegar hasta la
iglesia mayor frente a la cárcel vieja, los combatientes dominicanos
cesaron el fuego por falta de municiones, el 8 de septiembre recibieron
éstas desde La Vega y Moca. El sitio de Santiago pasó a ser más
estrechoque antes, los españoles aunque no cesaban en los ataques, no
tuvieron otra alternativa que gestionar un armisticio que se logró
parcialmente el 14 de septiembre, obligándosele a dejar sus posesiones y
armas, pero los españoles no cumplieron y volaron el polvorín y se
quedaron con sus armas, hecho este que motivó la persecución efectuada
por Pepillo Salcedo y más adelante por Gaspar Polanco el 21 de
septiembre en el Corral, donde le prepararon una emboscada.
I
Ese mismo día 14 de septiembre de 1863 fue aprobada y firmada el Acta
de Independencia de la República Dominicana, que debió haber sido el Acta de
la Restauración o del Estado Dominicano porque la independencia había sido
declarada 19 años atrás (1844). Ese documento fue escrito por el venezolano,
Manuel Ponce de León; con la aprobación del acta quedó establecido
oficialmente el gobierno restaurador con el apoyo de los jefes civiles y militares
de la revolución.

Hasta el momento en que se formó el gobierno de la restauración,

22
la jefatura de la revolución había sido militar y limitada, al principio, al
territorio en que cada jefe estaba combatiendo; pero desde el comienzo de la
batalla de Santiago el General Gaspar Polanco surgía de manera natural como
comandante superior del movimiento, gracias al curso de los acontecimientos y
a su capacidad para tomar decisiones al igual que ocurrió a Gregorio Luperón,
quien en forma relampagueante pasó a ser de un desconocido, de quien se
burlaban los soldados porque recorría el campo dominicano armado con una
espada que nadie sabía de donde la había sacado y haciendo alarde de un valor
que no había demostrado todavía el 14 de septiembre, aparecería firmando el
acta de la Restauración llamada erróneamente Acta de Independencia.

Gaspar Polanco no fue el único hombre que pasó casi de un día para otro,
a una posición preponderante en las filas de los restauradores; lo mismo le
sucedió a Benito Mondón; e igual le ocurrió a Gregorio Luperón, que era un
desconocido hasta la batalla de Santiago, donde se distinguió y para el 14 de
septiembre aparecía firmando el Acta de la Restauración; Luperón aparecerá
luego firmando junto a Gaspar Polanco oficios y nombramientos, entre otros,
uno dirigido al Coronel José Antonio Salcedo (Pepillo) proclamándolo General
de Brigada y quien cinco días después sería llevado ala Presidencia del
Gobierno provisorio, quedando de esa manera formalizadas las operaciones de
la Revolución, hecho que disgustó a Luperón porque consideraba que el General
Salcedo no tema el consentimiento de los principales hombres de armas, que
eran Monción, Pimentel, Santiago Rodríguez, Ignacio Reyes, Gaspar Polanco,
verdaderos jefes militares de la revolución restauradora entre los cueles estaba
el mismo Luperón.
Es importante advertir que Luperón había llegado a Santiago el día 2 de
septiembre y el día 14 estaba hablando de hacer presos a los que habían elegido
el gobierno provisional de la Revolución y a su presidente. En doce días un
joven impetuoso que había tratado, sin conseguirlo, de incorporarse a la
revolución Restauradora en sus primeros movimientos, antes aún del 16 de
agosto, había pasado del anonimato absoluto, o casi absoluto, a ser personaje
con suficiente autoridad como para conseguir que el Coronel José Antonio
Salcedo fuera promovido a General de Brigada y para amenazar, cinco días
después, con la prisión al propio General Salcedo porque había aceptado ser
presidente del gobierno provisorio sin haber solicitado la autorización de los
jefes militares de la revolución restauradora entre los cuales estaba él, Gregorio
Luperón.

Cómo podía explicarse un ascenso militar, político, social, tan brusco

23
como el que se había dado en el caso de Gregorio Luperón?

Se explicaba por el carácter popular de la guerra en que se hallaban


envueltos miles de dominicanos que se sentían capaces de actuar como titanes y
habían hallado en esa guerra el campo propicio para desarrollar sus capacidades
de hombres de acción. La mayoría de ellos procedían de las capas pobre y muy
pobre, de lo que a falta de otras clasificaciones tenemos que denominar baja
pequeña burguesía, y sabían de manera instintiva que ellos podían hacer cosas
que los situaban por encima de los dones, palabra con la que se denominaba a
los personajes de la época, que eran casi siempre los comerciantes más
importantes y los propietarios de tierras y reses. En pocas palabras, entre esos
hijos del pueblos y los dones había planteada, sobre todo desde que los últimos
decidieron derrocar el gobierno de Buenaventura Báez, una lucha de clases que
estaba siendo encauzada por la guerra de la
Restauración, en la cual se unían los baecistas como Salcedo y los antibaecistas
como Luperón, pero en la que los bajos pequeños burgueses de las capas pobre
y muy pobre que se reconocían a sí mismos capaces de llegar al nivel de los
dones y aún de superarlos se les ofrecía una oportunidad única de demostrar sus
capacidades y de situarse entre los hombres que decidirían acerca de asuntos
trascendentales.

En ese momento de la historia, el más fecundo que ha conocido el pueblo


dominicano, todo el que sentía el llamado de la acción hacía algo sin que se
sintiera obligado a consultarlo con nadie. Por esa razón la guerra había desatado
del lado de los restauradores una capacidad de actuación que era absolutamente
opuesta a lo que sucedía en el campo español.

En Santiago se sabía el día 14 de septiembre que Santana estaba


preparándose para salir hacia el Cibao y que llevaría consigo tropas españolas y
de la reserva dominicana, cosa que en efecto iba a suceder el día 15. ( De la
Gandara lo cuenta: Tomo II, pag. 31 y siguientes.)

En las guerras de liberación los hombres de acción de los sectores


populares entran con la fuerza de los aludes. Sin duda un partidario anónimo de
la revolución Restauradora supo en Santo Domingo o en otro lugar de la zona
sur del país que a Santana se le había encomendado la misión de aplastar el
movimiento en su cuna y se las arregló para hacer llegar la noticia a La Vega.

Para producir el número de muertos, heridos y desaparecidos que

24
produjeron los restauradores a las columnas españolas se necesitaba que los
atacantes, fueran no tanto numerosos como resueltos, decididos a jugarse la vida
sin el menor titubeo; y si se la jugaban era porque al final había premios no
meramente de carácter militar sino, sobre todo, de importancia social.

El más estimulante de esos premios, era la autoridad para entrar en el


circulo de los dones, y aún más, la posibilidad de colocarse por encima de ellos,
puesto que eso significaba la victoria de los bajos pequeños burgueses pobres y
muy pobres en la lucha de clase que mantenían de manera instintiva contra esos
dones. Mientras se llevaba a cabo la guerra, tal lucha de clases quedaba
amortiguada, dejaba de ser antagónica porque la que había pasado a ser
antagónica era la de
dominicanos contra españoles; pero volvería a serlo cuando los enemigos no
fueran ya los españoles sino dominicanos de posiciones sociales diferentes.

En La Guerra de la Restauración la lucha de clases propia de las


diferentes capas de la pequeña burguesía dominicana quedó relegada a un
segundo plano. En el orden político, esa lucha de clases se encausaba, desde
1863, en una virtual guerra civil permanente entre baecistas y santanistas, pero
con contadas excepciones los santanistas que se pasaron a las filas de la
Restauración y los baecistas que estaban en ella, por lo general desde los
primeros momentos, no entraron en conflicto, a esa postergación de la lucha de
clases dentro de los restauradores hay que atribuirla a la enorme autoridad con
que actuó, desde su primer día, el llamado gobierno provisorio. Las órdenes que
dio ese gobierno fueron obedecidas en todos los sitios donde habían fuerzas
revolucionarias y los hombres que eligió para mandar tropas tuvieron la
aceptación unánime, salvo en los casos en que los que se negaban a aceptar esos
mandos fueran rebeldes a toda disciplina, conocidos como tales desde hacía
tiempo, como sucedía con el llamado general Perico Salcedo.

El mismo día de la toma de posesión del gobierno de la Revolución -14


de septiembre- se decreto la aplicación de la pena de muerte al general Pedro
Santana, pena que podía aplicar "todo jefe de tropa que lo apresare" tan pronto
quedara reconocida "la identidad de su persona. Luperón dice que él pidió que
se emitiera ese decreto en vista de que se le había nombrado jefe de operaciones
y comandante en jefe de todas las fuerzas de las regiones del Sur y del Este,
fuerzas que todavía no se habían creado pero que debía crear el propio Luperón
a partir de las que él llevaría a la región de Yamasá, por donde se suponía, o a lo
mejor ya se sabía, que iba a establecer Santana su cuartel general por lo menos

25
durante algún tiempo, antes de seguir su marcha hacia el Cibao.

Luperón salió de Santiago ese mismo día 14 y llegó a Moca a las 8 de la


noche. Su fuerza era de 40 hombres de a caballo y con ellos se dirige el día 15
hacia La Vega, donde se detuvo para sumar tropas a las suyas pero también para
tomar disposiciones de carácter militar, como la de mandar al general José
Durán a los lugares más poblados de la provincia vegana, que según explica
incluía entonces lo que hoy son Moca, Salcedo, San Francisco de Macorís, así
como la provincia de Sánchez Ramírez, o Cotuí. Allí debía el general Durán
levantar tropas que pasarían a la región de San Juan de la Maguana yendo por el
camino de Valle Nuevo para caer en el Maniel -actualmente San José de Ocoa-
y al mismo tiempo otras pasarían a operar en la zona de Bonao; de las últimas
irían algunas a establecer un cantón en Piedra Blanca desde donde se pudiera
llegar a San Cristóbal cuando fuera necesario hacerlo. En cuanto a la región de
Yamasá, hacia ese punto debían ir las tropas más numerosas, pues era en sus
vecindades dónde iba a hacer Santana su cuartel general y por tanto era allí
donde había que esperar los ataques más duros del enemigo, que en caso
concreto no estaba compuesto sólo de españoles, sino también de reservas
dominicanas.

De La Gándara cuenta (Tomo l,Pág. 31 y siguientes) que Santana había


salido de la Capital el 15 de septiembre con 2 mil 100 hombres de todas las
armas con las cuales "debía marchar en auxilio de Santiago atravesando la
cordillera Central al dirigirse al Cibao".

A juzgar por lo que dice La Gándara, las autoridades españolas se


hicieron muchas ilusiones con la salida de Santana hacia el Cibao. El vencedor
de las Carreras llevaba en su columna 500 dominicanos que procedían de San
Cristóbal, con los cuales "se formó un batallón y un escuadrón, que debían ser
reforzados por contingentes iguales que también se habían mandado armar, de
las reservas del Seybo". El hecho de que llevara tropas españolas y dominicanas
y "un Estado Mayor inteligente y joven", dice De La Gándara, ilusionó mucho a
las autoridades; pero no podía ilusionar a los españoles que iban en la columna
porque ésta tardó dos días en llegar a Monte Plata, debido a una lluvia de las
que son frecuentes en el país en esas fechas.

La situación de la tropa española era mala en el orden físico, pero era


peor en el de la moral porque las reservas dominicanas que debían ir del Seibo
no aparecían y las de San Cristóbal habían empezado a desertar, y por último se
26
recibió la noticia de que en Guanuma, no lejos de Monte Plata, habían
acampado tropas restauradoras.

Al llegar a este punto las fuentes históricas son confusas. De La Gándara


habla de Guanuma y de la toma de Guanuma por Santana, y Luperón habla del
combate de Bermejo que fue continuado por el de San Pedro. Pero sucede que
entre Guanuma y Bermejo hay bastante distancia. Guanuma está en el lugar
donde el río Guanuma confluye con el Ozama, punto que queda al sudeste de
Yamasá, y Bermejo está al este franco de
Y amasá y mucho más cerca de este lugar que Guanuma. De acuerdo con
Luperón (Pág. 170) en el combate del día 30 de septiembre "Santana dejó una
parte de la tropa en Bermejo, se retiró con el resto a San Pedro. Luperón pasó el
arroyo (Bermejo, que desemboca en el Ozama), derrotó la retaguardia (de
Santana), le hizo algunos prisioneros y antes de amanecer, sus guerrillas
rompían el fuego en San Pedro. El General Santana se relegó a Guanuma, y
Luperón ocupó San Pedro"; y a renglón seguido aparece ese dato: "Esto acaeció
entre el 30 de septiembre y el 1ro. de octubre de 1863".

En De La Gándara, el vencedor de esos combates, que además se dieron


en Guanuma, fue Santana, pero Luperón dice lo contrario.

Quien describirá el sitio de Bermejo será Pedro F. Bonó, que lo visitó


cuatro días después de los hechos a que se refiere Luperón, pero en cuanto a San
Pedro el que nos situará en él será González Tablas cuando relate la batalla de
ese nombre que tuvo lugar el 23 de enero del año siguiente (1864). Dice
González Tablas (Pág. 194 y siguientes) que San Pedro estaba a cuatro leguas
(veintidós kilómetros) de Guanuma y que allí tenían los dominicanos el cantón
general en la fecha de la batalla del 23 de enero.

Pero Gonzáles Tablas hace una detallada descripción de Guanuma que


puede emparejarse con la que hizo Bonó del cantón de Bermejo. Dice primero
que por Guanuma "se veían vagar como escuálidos fantasmas a soldados (
españoles) envueltos en asquerosas mantas, apoyados en palos y moviéndose
trabajosamente. Había allí también una cosa que se llamaba hospital, y que no
era más que un barracón hecho de ramaje y palos, bajo cuyo abrigo descansaban
los enfermos echados sobre el suelo..." En Guanuma no "había ni una casa, pues
hasta la que habitaba el general (Santana) era una mala choza;... la tropa iba
sucia por el barro negro sobre el que andaban y dormían; no usaba corbatín;
lavaba poco, no se afeitaba y marchaba en su mayor parte descalza y de pie y

27
pierna y con el pantalón levantado hasta la rodilla".

Dice González Tablas que le constaba que "el clima fatal de Guanuma
nos causó" más de cuatro mil bajas, y para demostrar cuanta hambre se padecía
en aquel campamento refiere que cuando iban de la ciudad vendedores de
provisiones "eran de tal manera rodeados y acosados por la tropa famélica que
frecuentemente teman que intervenir los jefes y oficiales para establecer el
orden", y cuenta que vio abrirle juicio a un soldado del batallón

España por haber herido a uno del batallón Madrid en una disputa
originada por discusión de cuál debía ser el primero en comprar un pedazo de
pan.

Por su parte Pedro F. Bonó, ministro de Guerra del gobierno de la


Restauración, dice que la comandancia de Armas del cantón de Bermejo "era el
rancho más grande de todo el cantón, donde todo estaba colocado como Dios
quiera. El parque eran ocho o más cajones de municiones que estaban encima de
una barbacoa acostado a su lado había un soldado fumando tranquilamente".
(Con esta observación Bonó quería llamar la atención hacia la ignorancia o la
dejadez de ese soldado que exponía su vida y la de muchos compañeros así
como la existencia misma de algo tan necesario en un campamento de guerreros
como son las municiones por dedicarse a fumar tranquilamente al lado de ocho
o más cajones de tiros).

La descripción que hace Bonó del cantón de Bermejo y de sus hombres


no puede ser más pintoresca. Se lee en papeles de Pedro F. Bonó de Emilio
Rodríguez Demorizi, Santo Domingo, 1964, Teoría y Acción, número4, Santo
Domingo, abril de 1980, página 32 y siguientes. Cuando se lee esa crónica al
lado de la de González Tablas el lector queda con la impresión de que los
soldados dominicanos la pasaban mejor en su campamento de Bermejo que los
españoles en el suyo de Guanuma, y no porque tuvieran más comodidades sino
porque su nivel de vida estaba más cerca de la naturaleza del país que el de los
españoles. Los restauradores sabían convivir con su medio, se adecuaban a él,
Bonó pinta de mano maestra el espectáculo que tenía ante los ojos. Dice él:

"No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos; el tambor de la
comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta; daba risa
verlo redoblar con su túnica; el cornete estaba desnudo de la cintura para arriba.
Todos estaban descalzos y a pierna desnuda. Se pasó revista y se contaron

28
doscientos ochenta hombres; de Macorís, como cien, de cotuí unos cuarenta, de
Cevicos diez y seis; de La Vega como cincuenta; los de Monte Plata contaban
setenta hombres. Todos, aunque medio desnudos, con buenos fusiles, pues con
armas y bagajes se habían pasado de las filas españolas a las nuestras. Su rancho
espacioso los contenía a todos y estaba plantado al bajar al arroyo".

En Guanuma los soldados se peleaban por comida, y cuando Bonó le


preguntó al jefe del cantón de Bermejo cómo se comía allí oyó esta respuesta:
"No hay cuidado, cada soldado nuestro es montero"; y así era, en efecto. Para el
guerrero restaurador no había problemas de comida porque cada uno de ellos
había aprendido desde su niñez a montear, es decir, a buscar comida en los
montes. Bonó explica que cuando terminó la revista que él hizo en función de su
cargo de ministro de la Guerra que debía estar al tanto de la capacidad de las
fuerzas nacionales, todos los soldados se le dispensaron: unos cogían calabazos
y bajaban por agua al arroyo, otros mondaban plátanos y los ponían a asar. Y yo
visité más detalladamente los ranchos, en los que no faltaba una tasajera con
uno o dos tocinos, y beneficiaban (mataban y descuartizaban) uno o dos cerdos.
El cantón en masa vivía del merodeo, pero le era fácil, porque estaba en medio
de una montería", es decir, se hallaba rodeado de un monte virgen, algunos de
ellos seguramente, sin dueños conocidos.

A cierta distancia de Bermejo había otros cantones -cantón era el sitio


donde se montaba una guardia permanente-, pero el más importante era el de
Bermejo. Sin duda que todos ellos, como en los muchos que debía haber en el
país, la mayoría de los soldados dominicanos estaba compuesta de campesinos,
pero en aquellos años, y por lo menos medio siglo después no había diferencia
entre los conocimientos de la vida diaria que tema un campesino y los que tema
el habitante de la ciudad. Por entonces las ciudades eran muy pequeñas y entre
sus vecinos había muchos nacidos y criados en los campos, como sucedía con
las cocineras, lavanderas, niñeras y peones, de manera que los conocimientos
que tema un campesino de lo que había que hacer para cocinar carne o los
víveres lo tenía también un santiaguero, un puertoplateño, y con mucha más
razón un vegano o un mocano porque La Vega y Moca más que ciudades eran
concentraciones de familias procedentes de los campos. En cambio, el soldado
español, aunque fuera de origen campesino, era urbanizado en los cuarteles de
España, de Cuba o Puerto Rico, y además no tenía la menor idea de como se
pelaba -o mondaba, como decía Bonó- un plátano, ni tema el gusto hecho a
comer esa vianda; y nunca hubiera podido resolver el problema de su comida
como se le resolvía en Bermejo a Bonó, quien cuanta que "cuando llegamos al

29
rancho ya uno tenía puesto el caldero al fuego, para lo que había improvisado un
fogón clavando en tierra tres estacas gruesas a una altura de seis pulgadas,
formando un triángulo sobre los cuales le asentó un caldero...".

Saber enfrentar las situaciones que le presentaba la naturaleza física y


social del país era parte de la cultura nacional que adquiría el restaurador por el
mero contacto con el pueblo y eso le proporcionaba una superioridad sobre el
español que lo combatía con fusiles nada más pero sin conocimiento del medio
en que se hallaba.

El cantón de Bermejo era débil en comparación con el cantón de


Guanuma, donde los españoles teman por lo menos mil hombres bien armados,
y damos esa cantidad porque deducimos los 50 hombres de la reserva de San
Cristóbal que acabaron desertando del campo de Santana para pasar a las filas
dominicanas y descontamos también no menos de 500 soldados españoles dado
que las bajas eran constantes en Guanuma por causa de enfermedades. Pero a
pesar de su debilidad Bermejo jugó un papel extraordinario en la guerra de la
Restauración porque contuvo a Santana, que había salido de la capital con
órdenes, y además con el propósito, de pasar la cordillera Central y caer en el
Cibao donde debía aplastar el movimiento revolucionario.

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La Guerra Restauradora había alcanzado en el Cibao una victoria


apabullante, pero para ganarla sus ejércitos tenían que vencer en toda la banda
Sur, desde la frontera con Haití hasta las costas de la región del Este y Samaná.
Por esa razón Luperón había despachado al general José Durán con varios
oficiales con el encargo de entrar en la región de San Juan de la Maguana yendo
por Jarabacoa y Constanza mientras él se dirigía a la Capital por la vía de
Yamasá. Durán cruzó las montañas de la cordillera Central y llegó a los campos
sanjuaneros; pero entre Yamasá y la Capital Luperón encontró a Santana.
Luperón no pudo avanzar hacia Santo Domingo ni Santana pudo subir las
alturas montañosas de la cordillera, y en consecuencia, la guerra en esa zona
perdió las características que había tenido desde que había comenzado en la
región fronteriza del norte; dejó de ser una guerra de movimiento para pasar a
ser de posiciones.

Aunque a veces usemos la palabra ejército para referirnos a los


combatientes dominicanos de la epopeya Restauradora, la verdad es que ejército
en esa contienda sólo había uno, que era el español; lo que tenían los
dominicanos eran guerrillas, y las guerrillas no son formaciones adecuadas para
hacer una guerra de posiciones sino para la de movimientos, razón por la cual
las perspectivas no podían ser buenas para los restauradores que ocupaban el
cantón Bermejo y los puestos que reforzaban ese punto a algunos kilómetros de
distancia. Pero muy lejos de Bermejo la revolución mantenía la ventaja que
había perdido en las cercanías de Yamasá porque seguía siendo una guerra de
movimiento como tiene que hacerse ese tipo de guerra, a base de fuerzas
guerrilleras que se movían con libertad de acción en un país donde abundaban
los caballos y los mulos para transportar a los hombres y hasta algún que otro
cañón si lo había, y abundaban las reses sin dueños que si desaparecían sus
propietarios no alcanzaban a echarlas de menos, y las reses eran el alimento
predilecto de los guerrilleros dominicanos.

Cuando el gobierno Provisorio envía a Luperón a organizar la guerra en el


Sur y el Este, mandó a Gaspar Polanco a dirigir las fuerzas revolucionarias de
Puerto Plata. Vistas estas disposiciones desde la visión que tenemos hoy de lo
que es el país puede parecer que lo que se hizo con Polanco, que hasta ese día
había sido el jefe militar de la
Revolución, fue humillarlo, puesto que a Luperón, un recién llegado, se le daba
la autoridad superior en la región más importante de la que había sido y estaba
volviendo a ser la República Dominicana; pero la verdad no es ésa, y no lo es
por una razón:
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En primer lugar, aunque la ciudad había sido reducida a cenizas, salvo tal
vez medio centenar de casas, Santiago seguía siendo el centro de la Revolución
y Puerto Plata estaba muy cerca de Santiago, tanto, que las fuerzas restauradoras
teman que ser dedicadas a cerrarle el camino de Puerto Plata a Santiago a
cualquiera fuerza española que saliera de Puerto Plata con el propósito de tomar
Santiago; en segundo lugar, Puerto Plata estaba también al alcance de los
buques de guerra y trasporte que el gobierno español quisiera despachar con
tropas desde Puerto Plata, desde Santiago de Cuba o desde La Habana; pero
además, Puerto Plata era la plaza comercial más fuerte del país, y con la
destrucción de Santiago por el fuego del 6 de septiembre quedó convertida en el
centro urbano más importante y no sólo en el aspecto económico, sino también
debido a que era allí donde vivía el mayor número de comerciantes extranjeros,
todos los cuales teman influencia política debido a sus relaciones con el
comercio internacional, de manera muy especial con el de Inglaterra, Francia y
Alemania, que eran los principales compradores de tabaco dominicano, y a su
vez el tabaco era el principal producto de exportación del país.

A Puerto Plata, pues, podían llegar en cualquier momento refuerzos


españoles que le aseguraran a España el control de ese punto. El gobierno de
Santiago debía tener conciencia de que la posición firme de Puerto Plata le daría
al enemigo ventajas de tipo militar y político que podrían ser decisivas para
determinar el curso de la guerra, y de ellas, la de más peso era la posibilidad de
un ataque incontenible a Santiago. El ministro de Guerra del gobierno
Restaurador era hombre muy capaz de ver la relación que en varios aspectos
ligaba a Puerto Plata con Santiago y de llegar a la conclusión de que en ese
momento, a mediados de septiembre de 1863, el lugar más importante del país
para el gobierno Revolucionario era Puerto Plata, y en consecuencia a dicha
ciudad había que mandar al jefe restaurador que hubiera demostrado tener más
condiciones para tomar decisiones de tipo estratégico y de tipo táctico. Ese jefe
era el general Gaspar Polanco, caso sorprendente de dotes naturales para el
ejercicio de la guerra que maduraron casi de golpe con el estallido de la
revolución.

Al tomar esa decisión el gobierno de Santiago no sabía, ni podía saberlo,


que nueve días antes el general de La Candara le había solicitado al capitán
general de Cuba que lo enviara a Santo Domingo; cuatro días después de haber
despachado su solicitud De La Gándara recibiría un telegrama del capitán
general Dulce accediendo a su petición, el 17, esto es, a los tres días de
inaugurado el gobierno Revolucionario, iba a fondear a Puerto Plata una

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pequeña flota que llevaba fuerzas militares más poderosas que las que tem'a la
revolución; al frente de esas fuerzas llegaba el general José De La Gándara.

Si De La Gándara había pensado dirigirse hacia Santiago desde Puerto


Plata cambió de planes en 48 horas porque rápidamente se dio cuenta de que las
guerrillas dominicanas dominaban el camino que tenía que tomar para llegar a
la que había sido la capital del Cibao y entonces concibió trasladar por mar sus
fuerzas a Monte Cristi desde donde pensaba que podía avanzar sobre Santiago
con más soltura, mientras Santana entraba en el Cibao y marchaba, también
hacia Santiago, y así quedaría aniquilada la insurrección dominicana. Pero el
capitán general de Santo Domingo, a quien le dio conocimiento del plan en
comunicación fechada el día 19 de septiembre, pensaba de otra manera, y el día
22 le decía que la revolución había tenido tal desarrollo que ya se había
pronunciado en su favor "el pueblo de San Juan de la Maguana, en la provincia
de Azua", y además que fuerzas restauradoras se habían dirigido "sobre San
José de Ocoa, que fue abandonado por las autoridades militares", y se refería al
"espíritu... con que decididamente el país acoge su independencia". El jefe de la
colonia estaba tan alarmado de la rapidez y el ímpetu arrollador con que se
propagaba la revolución que al día siguiente de haberle comunicado a De La
Gándara esas noticias le escribía de nuevo para decirle que la "insurrección" se
ha propagado de un modo general en la provincia de Azua y parte de ésta en
Santo Domingo, y que esas novedades exigían "la reconcentración de todas la
fuerzas posibles en la capital, porque sólo de este modo podrá dominarse la
situación".
Inmediatamente después de ese párrafo iba la orden del traslado
inmediato De La Gándara a la capital con las fuerzas que estuvieran
disponibles. Puerto Plata quedaría bajo el mando del brigadier Primo de Rivera,
que no era un jefe capaz de hacerle frente a la competitividad de Gaspar
Polanco. El día 29 se repetía la orden enviada el 23 y se le decía a La Gándara
que se le había pedido al oficial comandante de Samaná que saliera hacia Santo
Domingo con todos los buques que hubieran en ese lugar.

La revolución se propagaba con la velocidad de un incendio en una


montaña cubierta de pinares. El capitán general estaba alarmado.

Para el día en que La Gándara salía de Puerto Plata -3 de octubre- ya


estaba sublevada contra el poder español toda la región del Sur.

La propagación de la revolución por todo el Sur y los brotes que iban

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surgiendo en el Este eran indicios claros de que el movimiento restaurador se
había convertido en una guerra popular, semejante por sus motivaciones a las de
independencia que habían tenido lugar en otros países de América Latina, pero
diferente, en lo que se refiere a la mayoría de las que hicieron los pueblos de
lengua española, en el hecho de que la Restauración no había sido encabezada
por miembros de la clase dominante, lo que se explica porque esa clase se
hallaba en proceso de desaparición y fue precisamente para evitar que su lugar
fuera ocupado por la pequeña burguesía que sus restos, encabezados por su jefe,
que era Pedro Santana, concibieron y llegaron a cabo la anexión.

El día 4, uno después de la salida De La Gándara de allí, Puerto Plata


quedó destruida por un incendio; tan destruida que solo quedaron en pie dos
construcciones, que se salvaron de las llamas debido a que estaban muy cerca
del fuerte San Felipe, lugar donde se hallaba la guarnición española. Varias
fuentes aseguran que el incendio fue provocado por los disparos de un vapor de
guerra español, pero De La Gándara dice que le dieron fuego los restauradores,
y no hay razones para creer en él pero tampoco las hay para creer en las otras
fuentes.

El incendio de Puerto Plata duró tres días -el 4, el 5 y el 6 de octubre-


Puerto Plata era una ciudad de madera y su reconstrucción fue lenta a juzgar por
lo que podemos ver en un dibujo de Samuel Hazard, hecho en 1871, pues
todavía en ese año la mayoría de las viviendas eran levantadas a base de madera
de palmas y techo de yaguas. Refiriéndose a los guerrilleros restauradores que
según él le habían dado fuego a la ciudad, De La Gándara dice: "...aquellos
hombres sin piedad gozaban con fiera alegría en su obra de destrucción,
contemplando entusiasmado las llamas que atizaba su fanatismo, para destruir la
propiedad ajena, y aclaramos, una guerra implacable a sangre y fuego".
El 24 de septiembre la reina de España dispuso que el general Carlos de
Vargas pasara a sustituir al capitán general Ribero. Ribero había ordenado la
concentración en la Capital de todas las fuerzas españolas que hubiera en el Sur
y en el Este: las del Sur cumplieron la orden, pero Santana dijo que no la
obedecería. El capitán general repitió su mandato y Santana contestó
disponiendo un ataque a Yamasá.

Por esos días la situación de la guerra en la región del Este era la


siguiente: Santana no era ya, ni remotamente, el señor de las armas que había
sido. Le faltaba su base social, la clase en la cual se había apoyado para ser el
jefe del país. La guerra de la Restauración era la obra del conjunto de capas que
formaban la pequeña burguesía, que había decidido hacer la guerra y habían

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encontrado en ella sus líderes naturales, salidos de esas mismas capas. Esa
guerra no era igual ni parecida a las que se hicieron contra Haití, en las cuales
los peones de los hatos seguían a Santana como un jefe natural porque él
reproducía en los campos de batalla la imagen que ellos tenían en su mente de lo
que debía ser dueño de una propiedad donde se criaban reses.

En los libros que escribieron González Tablas y De La Gándara figura


como una gran victoria la que organizaron las tropas españolas el 23 de enero de
1864 en San Pedro, cerca de Guanuma. En cualquier guerra una victoria se mide
por los resultados militares o políticos -o de los dos tipos- que tenga sobre esa
guerra; o dicho de otro modo: una victoria militar no es ni puede ser un hecho
aislado sino hay que juzgarla por sus efectos inmediatos o tardíos sobre la
contienda; y la victoria que las fuerzas españolas obtuvieron en San Pedro no
condujo a nada
provechoso para los vencedores ni a nada perjudicial para los vencidos.

Ni los españoles ni los restauradores podían decidir la suerte de la guerra


mediante el uso de las armas porque si los últimos eran fuertes en la acción
guerrillera, que no es propia para la guerra de posiciones, los primeros se
mantenían en campamentos donde se hallaban cercados por las guerrillas
dominicanas al mismo tiempo por la naturaleza tropical, cuyo aspecto negativo
no conocía el soldado español.

El gobierno de Madrid se dio cuenta de que en "su provincia de Santo


Domingo" se había llegado a una situación de empate trágico, y decimos trágico
porque le costaba muchas vidas de hombres jóvenes, y a pesar de que el capitán
general Vargas enviaba informes muy optimistas, decidió suplantar a Vargas
con De La Gándara, y éste vino a tomar posesión de su cargo el 31 de marzo, lo
que nos conduce a recordar que en tres años, a partir precisamente de marzo de
1861, la nueva provincia de España había reconocido cuatro capitanes
generales: Santana, Vargas, De La Gándara; demasiados altos jefes en tan corto
tiempo.
Tan pronto se juramentó como capitán general, De La Gándara se dedicó
a organizar lo necesario para llevar a cabo su plan de tomar Monte Cristi para
marchar desde allí hacía Santiago donde se hallaba establecido el gobierno de la
revolución, pero al mismo tiempo se había convertido en el bastión restaurador
más cercano a la Capital y por tanto el que merecía su más inmediata atención.

La toma de San Cristóbal le fue recomendada a cuatro columnas; una que

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salía de la Capital bajo el mando del general Abad Alfau por el camino de la
costa, al mando de un general de brigada español y dos que salieron de Baní,
una por el camino de Y aguate y otra por el de Sabana Grande, ambas
comandadas por jefes españoles. Las cuatro columnas fueron atacadas sin cesar
por guerrillas dominicanas y cuando llegaron a San Cristóbal a los dos días de
marcha hallaron el poblado, como dice García (Pag. 467) abandonado por sus
habitantes, y allí pasaron "dos días sin reposo para comer ni dormir, hostigados
por tiroteos incesantes que no les permitían abandonar las armas ni un
momento. Al cabo de esos dos días tan penosos, volvieron a emprender la
marcha, según las instrucciones que tenían, cada una por el mismo camino que
anduvo,

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venciendo las mismas dificultades y tropezando con los mismos
inconvenientes, hasta regresar el día 25 a sus cuarteles, cargadas de camillas y
literas".

La parálisis militar formaba un caldo de cultivo en el cual florecían las


contradicciones entre el general Santana y los capitanes generales que iban a
culminar en el rompimiento entre el jefe dominicano y De La Gándara. Ese
rompimiento quedó expresado en la carta que el 23 de mayo le enviara Santana
a De La Gándara, cuyos párrafos finales eran éstos:

"Al general Santana no se le amenaza, se le juzga. De todos modos, como


quiera que V. E. califica mis observaciones de subversivas, y las aprecia como
actos de insubordinación, y yo he de seguir haciéndolas a V. E. siempre que
adopte medidas inconvenientes, semejantes a las que han motivado estos
escritos, entrego el mando de esta comandancia general (la de El Seibo) al señor
brigadier don Baldomero de la Calleja, nombrado por V. E. segundo jefe de la
misma, y marcho a Santo Domingo, donde me tiene V. E., a disposición de su
autoridad, para que desde luego disponga, si procede, a juzgarme de las faltas
que me atribuye".

A la fecha en que Santana escribía esa carta De La Gándara estaba en


Monte Cristi.

Santana entregó el mando el 5 de junio, llegó a la capital el día 8, el 14


"fue acometido por la mañana de un fuerte ataque de calentura que le arrebató la
vida a las cuatro de la tarde". (De La Gándara, tomo 11, pág. 242).

A la hora de su muerte, el general Pedro Santana era marqués de las


Carreras, y la noticia de que había dejado de existir debe haber aliviado de
ciertas preocupaciones al jefe militar y político de Santo Domingo, el capitán
general José De La Gándara, pero seguramente De La Gándara no se dio cuenta
de lo que significaba para el país esa muerte. Lo decimos porque en su crónica
de la anexión y la guerra Restauradora no hay indicios de que apreciara ese
hecho. Ninguno de los militares y políticos españoles que estuvieron ligados al
traspaso de 40 nuestro país al Estado hispánico alcanzó a comprender que con
Pedro Santana moría el caudillo de los hateros y ese grupo social quedaba de
hecho desmontado del lugar que había ocupado, a través de Santana, en la
historia del pueblo dominicano. Toda una etapa de la vida de nuestro país
quedaba sepultada con los restos del marqués de las Carreras. No hay constancia
por los menos escrita de que algún dominicano comprendiera lo que acabamos
de decir, pero nos parece muy difícil que emocionalmente, por lo menos, los
que teman posiciones de mando en las filas de los restauradores no se dieran
cuenta de que la muerte de Santana era u n duro golpe para los anexionista^
tanto para los anexionistas españoles como para los del país. Que a menos de
tres meses de la muerte del general Juan Suero se produjera la del general Pedro
Santana debió parecerles a la mayoría de los jefes restauradores una señal
sobrenatural de que España estaba perdiendo la guerra.

Y efectivamente, España estaba perdiendo la guerra. Eso lo reconocía


nada menos que el capitán general De La Gándara cuando en una larga
comunicación que le dirigió el ministro de la Guerra del gobierno español el 15
de julio -un mes después de la muerte de Santana- , decía (Pág. 276 y
siguientes):

"Nunca será bastante el cuidado y la atención que se dedique a formarse


idea s de los accidentes físicos de ésta Isla, de su despoblación, de sus distancias
y de su absoluta carencia de recursos. La guerra que aquí se hace, que es
necesario hacer, está fuera de todas las que son conocidas; el enemigo, que
encuentra facilidades en todo lo que es obstáculo para nosotros, las explota con
la habilidad y acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho años
de guerra constante contra Haití".

"El dominicano... "seguía diciendo el capitán general español, "es


individualmente buen hombre de guerra; valiente y sobrio, endurecido,
acostumbrado a la fatiga, no teme los peligros y casi no tiene necesidades...
hasta la fecha no se ha dado un solo combate, en todo el curso de la campaña, en
que los dominicanos hayan desmentido las afirmaciones anteriores. Pero si es
verdad que en todas partes y en todas las circunstancias han sido batidos y
dispersos, también es cierto que las batidas y derrotas no han producido... ni
abatimiento ni desmoralización...
prácticos para andar por sus impenetrables bosques y ágiles y sagaces como los
indios, son incansables para la guerra de pequeñas partidas, con que hostilizan
sin cesar las marchas de las columnas y convoyes... ven a diez pasos de
distancia desfilar una columna que ni sospecha su existencia, y el imprudente
(soldado español) rezagado que se separa veinte (pasos) de la última fuerza
reunida, es víctima segura de su machete".

Después de haber expuesto ésas y otras observaciones el general De La


Gándara pasaba a decir cuál era su plan de campaña para liquidar un
movimiento revolucionario del cual él mismo había dicho en ese informe (Pág.
38
288) que "La de Santo Domingo ha perdido su carácter de un movimiento
revolucionario, para tomar el de guerra de independencia nacional". Según su
plan, el Cibao debía ser atacado por tres fuerzas, una que saliera de Monte Cristi
hasta Guayubín y Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez) que debía cortar las
comunicaciones de los restauradores con Haití y 1anzar operaciones contra
columnas". De esas otras col umnas, una entraría por Palmar de Ocoa para subir
a Maniel (hoy San José de Ocoa), avanzar sobre Bonao y caer sobre La Vega; y
la tercera columna tomaría Samaná y su objetivo sería la toma de San Francisco
de Macorís, sin duda más la región que la ciudad, que para esos tiempos era un
poblado y de escasa importancia militar.

El plan de campaña de De La Gándara no iba a ser ejecutado ni en todo ni


en parte. Es más, por aquellos días se iniciaban las negociaciones que
desembocarían en un acuerdo para el abandono del país por parte del ejército
español.

Esas negociaciones comenzaron con una carta que desde Santiago, la


capital del movimiento Restaurador, le dirigió a De La Gándara uno de los
miembros del gobierno revolucionario, el ministro Pablo Pujol, autorizado por
el hecho de que de De La Gándara le había enviado un emisario, que se
entrevistó con Pujol en la Islas Turcas. La misión del emisario era hablar de las
posibilidades de llegar a un acuerdo de paz. La carta de Pujol estaba fechada el
16 de agosto de 1864, esto es, al cumplirse el primer año de la guerra
Restauradora, y el 7 de enero de 1865 se presentaba en le Congreso Español un
proyecto de ley que ordenaba el abandono por parte de las autoridades
españolas del territorio dominicano.
Entre la fecha de la carta de Pablo Pujol a De La Gándara y el 7 de enero
de 1865 hubo varias acciones de guerra en el país y también hubo
acontecimientos políticos muy sonados, pero ni aquellas ni éstos pudieron
detener el progreso de las negociaciones de paz y mucho menos el
fortalecimiento de la influencia que iba teniendo en la vida nacional el conjunto
de capas de la pequeña burguesía de las cuales habían salido los campeones de la
guerra restauradora. Esos nuevos líderes pasaron a ocupar el lugar que hasta el
16 de Agosto de 1863 habían ocupado los jefes militares y políticos hateros, y
con ellos comenzaba una nueva etapa de la historia nacional: la etapa del
predominio de una pequeña burguesía ambiciosa en un país muy pobre.

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