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français
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Familia y vida cotidiana en América Latina, siglos XVIII-XX
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Mujeres delincuentes,
prácticas penales y
servidumbre doméstica en
*
Lima (1862-1930)
Carlos Aguirre
p. 203-226
Texte intégral
1 Este artículo forma parte de un estudio más amplio sobre las prisiones de Lima en el
periodo comprendido entre 1862 (cuando el gobierno de Castilla inauguró la
penitenciaría de Lima) y el final del régimen de Leguía (1930). Lo que me interesa
explorar, sobre todo, es la lógica existente detrás de las doctrinas, políticas y
prácticas penales aplicadas a las mujeres delincuentes, así como las conexiones entre
ellas y las visiones predominantes de la mujer, la feminidad y las clases bajas
presentes en distintos grupos de observadores tales como funcionarios estatales,
religiosos, periodistas, criminólogos y penalistas. Como he mostrado en otro lugar,
aunque la penología positivista se había convertido en la doctrina penal hegemónica
hacia la segunda década del siglo XX, ella no afectó a todo el sistema carcelario o a las
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reportados y cometidos por mujeres siempre constituyeron una pequeña fracción del
total5. La criminología positivista se introdujo en el Perú alrededor de 1890. Ella
despertó el interés legal, político y médico por el estudio del delito, aun cuando la
mayoría de los criminólogos peruanos rechazaron las explicaciones biológicas
simplistas tomadas en préstamo de Lombroso6. Sin embargo en el Perú, el impacto
de la criminología positivista sobre la percepción de las mujeres delincuentes fue
mínimo. De hecho, el interés que los criminólogos europeos tenían por la
criminalidad femenina de quienes sus homólogos peruanos tomaban prestados
temas, argumentos y metodologías, se desarrolló con cierta lentitud. En 1876, Cesare
Lombroso publicó su famoso L'uomo delinquente, el tratado fundacional de la
criminología positivista, pero fue sólo en 1893 que publicó La donna delinquente, la
prostituta, e la donna normale, un tratado sobre las mujeres criminales. Lombroso
consideraba que la constitución orgánica de la mujer era una desviación de la
supuesta normalidad -el cuerpo masculino- que según su interpretación biológica del
comportamiento humano, significaba también que ellas tenían mayor predisposición
al crimen. Enfrentado con el hecho de que aquellos delitos cometidos por mujeres
constituían apenas un pequeño porcentaje de las estadísticas criminales, Lombroso
utilizó el argumento de que todas ellas eran en realidad criminales en potencia, pero
que no todas realmente cometían crímenes. Las que sí, eran consideradas
verdaderos "monstruos", de "naturaleza" aun peor que la de un hombre que
cometiese un delito equivalente. Después de todo, proseguía Lombroso, las
criminales habían cometido dos violaciones de la normalidad, a saber, los mandatos
de la ley y las normas de la feminidad7.
6 Hasta donde he podido constatar, el libro de Lombroso fue ignorado casi por
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De la cárcel al convento
7 Hacia mediados del siglo XIX, las mujeres delincuentes de Lima (tanto las procesadas
como las sentenciadas) eran confinadas en una sección especial de la cárcel de
Guadalupe, la vieja e infame prisión creada dentro del antiguo convento del mismo
nombre. Aunque casi no contamos con información sobre las reclusas de Guadalupe
en este periodo, no es difícil imaginar que sufrían condiciones similares a las de sus
contrapartes masculinas (por ejemplo: hacinamiento, abusos y carencia de
privacidad, higiene y cuidado médico elemental). Para las delincuentes de cualquier
rincón del país condenadas a la pena de penitenciaría, su destino era el Panóptico -la
Penitenciaría de Lima-, donde ocupaban una sección separada de la de los hombres.
Para todas estas mujeres, el hecho de pertenecer a una pequeña minoría dentro de
prisiones dominadas por varones debe haber constituido una penuria adicional. En
la penitenciaría se las colocaba bajo el mando de una matrona y se suponía que
debían trabajar cosiendo, planchando y sobre todo lavando, no solamente para el
público sino también para todos los empleados y reclusos de la prisión9. La sección
femenina de la penitenciaría de Lima podía albergar 52 reclusas, pero jamás
funcionó a capacidad llena. Por ejemplo, en 1877 sólo había 23 penitenciadas, en
tanto que en 1881 su número había caído a 19 (el número de varones fue de 363 y
300, respectivamente).
8 En 1871 se inauguró otra institución semioficial de confinamiento para mujeres: la
Casa Correccional del Buen Pastor. En 1869, un grupo de mujeres de clase alta
reunidas en la Sociedad San Vicente de Paul solicitó permiso al gobierno peruano
para traer monjas francesas de la congregación del Buen Pastor, que administrarían
una casa correccional10. Esta era una congregación fundada en el siglo XVII, que se
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sus actividades. No está claro si la casa recibía delincuentes sentenciadas por los
juzgados y tribunales, pero hay buenas razones para pensar que sí. Años más tarde,
en octubre de 1889, una resolución del ministerio de justicia autorizó oficialmente a
la municipalidad de Lima para que administrara una cárcel de mujeres en la Casa del
Buen Pastor15. De hecho, ésta fue la primera prisión femenina de Lima.
10 De otro lado, en 1881, un pequeño número de mujeres recluidas en la penitenciaría
fue transferido a la cárcel de Guadalupe para hacer más espacio en aquella para los
reclusos varones. Diez años más tarde, todas las prisioneras de Guadalupe fueron
mudadas a una nueva prisión exclusivamente femenina, abierta en el convento de
Santo Tomás. Aquí, ya no tendrían que soportar el régimen de una prisión dominada
por varones, estando más bien sujetas a otro distinto, basado en el modelo
conventual y doméstico. Las autoridades pensaban que las convictas debían ser
tratadas como hermanas o hijas descarriadas, no como degeneradas criminales. Un
régimen metódico y adecuado a su sexo -una combinación de oración, educación,
trabajo y arrepentimiento- permitiría reformarlas, elevándolas, como diría el
ministro de justicia, a una "digna altura"16. La inauguración de la cárcel de Santo
Tomás fue recibida con gran regocijo por autoridades, penalistas, la iglesia y muchos
otros sectores de la opinión pública de Lima. Según el presidente de la Corte
Superior de Lima, "a partir de esa fecha, comienza para nuestras reas una nueva era
de regeneración y de paz; al ocio en que estaban sumidas, se reemplaza con una
labor metódica y adecuada a su sexo; su existencia licenciosa y desordenada
cambiase por un vivir honesto y piadoso (…) es con las prácticas morales como se
frenan los extravíos pasionales de nuestra mujer delincuente y se inculcan en su
espíritu los hábitos de orden, laboriosidad y respeto al derecho ajeno"17.
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11 De este modo, resulta evidente que las instituciones de confinamiento para las
mujeres fueron concebidas siguiendo un modelo distinto que el de los prisioneros
varones. En conformidad con los pareceres arriba señalados, se creía que la
persuasión religiosa y moral habría de tener un mayor impacto entre las mujeres, y
que por lo tanto, lo que se necesitaba era una atmósfera conventual, con hermanas
en lugar de carceleras, y con tareas apropiadas para su sexo. En los siguientes
párrafos haré un rápido examen de la evolución de ambas instituciones.
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como centro de detención sin supervisión oficial alguna. Por ejemplo, las quejas
contra el encarcelamiento prolongado e ilegal de mujeres, menores y criadas no
podían investigarse debido a la renuencia de las hermanas a permitir que los
visitantes, incluyendo comisiones oficiales, examinaran sus instalaciones. El Diario
Judicial denunció el uso de la casa como prisión sin autorización legal, señalando
que las reclusas, tanto las adultas como las menores de edad, eran internadas allí con
nombres falsos y por razones que incluían la venganza, el odio o la codicia20. En su
memoria de 1891, el subprefecto hizo eco de estas críticas, subrayando que alguna
acción de parte de las autoridades se hacía aún más necesaria porque las víctimas de
estos abusos eran mujeres: "la mujer es un ser débil y digno de conmiseración", dijo.
Agregó que se las estaba encerrando "entre los muros de un claustro quizás para toda
la vida sin previa sentencia judicial"21.
14 El prefecto de Lima visitó la casa en junio de 1891, en respuesta a las crecientes
críticas. En su informe sostuvo no haber encontrado una prisión para mujeres
-probablemente esperaba toparse con una cárcel típica-, pero también señaló que la
madre superiora no estuvo dispuesta a brindar información sobre el funcionamiento
de la casa22. Según un comentarista anónimo, "tenemos que el Buen Pastor viene a
ser algo parecido a un pequeño estado dentro del mismo estado. Ante sus rejas se
detiene el juez, la policía, el particular. Nadie puede penetrar dentro de sus muros si
no es magdalena, colegiala o profesa"23.
15 En 1896, el nuevo Reglamento para los establecimientos de reforma moral de
mujeres establecía que instituciones tales como la Casa del Buen Pastor debían
funcionar bajo la supervisión de las autoridades estatales, prohibiéndoles recibir
mujeres convictas, las cuales debían enviarse a la prisión de Santo Tomás,
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de 1921, al parecer, no volvió a tocarse más el tema del status legal de la casa, pero
resulta interesante constatar que en las inspecciones periódicas realizadas por la
recién creada inspección general de prisiones, la Casa del Buen Pastor era incluida, a
pesar de que técnicamente no era una prisión.
18 Al igual que instituciones similares en otros países, la Casa del Buen Pastor
funcionaba como una institución privada de confinamiento que usualmente violaba
sus fronteras legales. La usaban particulares y autoridades para privar de su libertad
a esposas, hijas, hermanas y criadas domésticas díscolas. Sabemos muy poco sobre el
funcionamiento interno de la casa, principalmente debido a la naturaleza
semiclandestina de sus actividades. A juzgar por los debates que rodearon su
funcionamiento, esclaro que entre las autoridades y la opinión pública sus
actividades eran bastante toleradas. No obstante las denuncias ocasionales, el estado
hizo muy poco por impedir, limitar o supervisar el funcionamiento de la casa. Los
testimonios orales que he logrado reunir también indican el uso difundido de la Casa
del Buen Pastor como un lugar en donde se "domesticaba" mujeres consideradas
levantiscas, incluyendo esposas, hijas, hermanas y criadas domésticas.
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cortinas y alfombras para la prisión30. Esta comisaría fue dividida en dos secciones:
una para las "ebrias, escandalosas e incomunicadas" y delincuentes particularmente
problemáticas, castigadas con el aislamiento; y una pequeña habitación para las
"ebrias pacíficas"31. A cargo de la prisión estaban las "Madres de la Orden Terciaria
de San Francisco", a cuya superiora se le asignó el papel de alcalde de la prisión. La
primera madre en ocupar ese puesto fue sor Ermelinda Carrera y del Valle. El
personal de la prisión contaba con un portero, unos cuantos guardias, una sirvienta y
varias "caporalas", o prisioneras a cargo de diversas tareas dentro de la cárcel. Se
diseñó, además, un régimen de recompensas y castigos, comprendiendo las primeras
una menor carga laboral y el permiso para leer libros, comprar artículos, escribir
cartas y recibir visitas, en tanto que las penas variaban desde el cumplimiento de
servicios a la institución hasta la reclusión en celdas de aislamiento32.
20 En abril de 1892, poco después de su inauguración, Santo Tomás albergaba 32
reclusas: veinte penitenciadas, dos rematadas y diez enjuiciadas. En agosto de 1893
el total era de 41. La mitad de ellas eran indígenas (veinte), doce mestizas, ocho
negras y una blanca. La mayoría eran solteras33. Encontramos cifras adicionales en la
Memoria de 1928. De un total de 81 reclusas ingresadas ese año a Santo Tomás, 24
eran penitenciadas, seis habían sido sentenciadas a prisión y 51 seguían aún bajo
juicio. Treinta y seis de estas últimas fueron eventualmente liberadas luego de su
absolución. La mayor parte de las reclusas eran indígenas (41) y provincianas (56)34.
21 Unos cuantos retratos de algunas reclusas nos ayudarán a esbozar aun más su perfil
sociológico. Agustina Pérez, una criada doméstica de Pisco, pasó cuatro años en la
cárcel de Santo Tomás. Fue condenada por robar varios artículos de la casa donde
trabajaba y unos cuantos más de la huerta del padre de su empleador, donde había
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trabajado antes como lavandera35. Nicolasa Villegas era una planchadora mestiza y
madre soltera que vivía en un callejón con sus dos hijas. Cuando deseaba salir,
siempre debía vérselas con el problema de qué hacer con éstas. Un día las dejó
atadas a una de las puertas del cuarto y se dirigió a casa de unos amigos a divertirse y
beber alcohol. Al regresar a casa se encontró con que su hermano ya había liberado a
las niñas. Él la reprendió e incluso amenazó con pegarle, pero ella huyó y fue a
llamar a un policía. Al regresar encontró que su hermano había partido. Furiosa y
ansiosa por averiguar quién había comunicado a su hermano la situación, terminó
abusando de sus hijas. El parte policial se refiere a ella como "conocida huésped de
los calabozos de esa intendencia", tildándola de "reincidente", "incorregible" y
"desnaturalizada". Fue sentenciada a tres meses de arresto en Santo Tomás36. Otra
ocupante de esta cárcel fue Enma Villega, una costurera soltera de 25 años, acusada
de haber planeado un robo efectuado por su hermano Alejandro y Eugenio Naudad,
un cerrajero. Naudad hizo una llave que permitió a Alejandro ingresar a la residencia
del señor Bolognesi, el cónsul italiano, donde Agustina supuestamente trabajaba
como sirvienta bajo un nombre falso. Naudad inicial-mente dudó en aceptar la
propuesta de Alejandro, pero finalmente, debido a una enfermedad, la aceptó a pesar
de estar "en completa oposición con mis sentimientos y creencias morales". Según la
policía, los antecedentes de Agustina eran "de lo peor; está retratada y medida desde
la edad de 17 años por robo, y su padre el asiático Afon, también es ladrón". Aunque
Enma negó todos los cargos, incluyendo el de ser hermana de Alejandro, se la
condenó a 52 meses de prisión37. Zoila Escardó, "Pata de Yuca", fue enviada a Santo
Tomás por conducta escandalosa, ebriedad, prostitución ilegal, insultar a un oficial
de policía e irse sin pagar un taxi. Norberta Rivera, "La Monjita", era considerada
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quien Santo Tomás era la única prisión de la ciudad que merecía ser elogiada: "En
ella todo brilla por su limpieza; no se escucha a nadie que levante la voz; no se recibe
jamás quejas contra los vigilantes, ni por su trato ni por la alimentación, nunca se ha
consignado en sus libros una evasión o siquiera intento de ella y, antes bien, se repite
con frecuencia el caso de que algunas rematadas no quieren dejar la casa, después de
cumplida su condena"46. Las Memorias de la madre superiora siempre refieren el
buen orden, la obediencia y disciplina tanto dentro de la prisión como de la
correccional47. Sin embargo, detrás de este discurso auto-congratulatorio y a p'esar
de toda la retórica sobre la naturaleza femenina y su supuesta sumisión ante los
consejos y la persuasión moral, detectamos un omnipresente pesimismo con
respecto a la posibilidad de reforma de las internas, en particular de las jóvenes. En
muchos casos las hermanas se rehusaban a aceptar el pedido hecho por padres o
tutores para la liberación de sus pupilas, argumentando que no estaban del todo
readaptadas y advirtiendo los peligros que habrían de enfrentar en el mundo. Por
ejemplo, este fue el caso de Juan Vargas, quien luego de cumplidos los dos años de
internamiento de su pupila -a quien puso allí- por ser incorregible en ciertas malas
costumbres, pensó que era hora de tenerla de vuelta. Las hermanas no estuvieron de
acuerdo porque ella sólo estaba "medianamente regenerada", aunque finalmente la
liberaron porque estaba enferma. Un caso similar ocurrió en 1925. Mientras que
Santiago Villar pensaba que su hija ya estaba readaptada a la sociedad, la madre
superiora sostuvo que ella "observa mala conducta y tiene inclinaciones al vicio"48.
26 El difundido estereotipo sobre el carácter más dulce de las mujeres y la concomitante
facilidad para reformar a las mujeres delincuentes quedaba evidentemente superado
por unos prejuicios mucho más profundos contra los estilos de vida y los patrones de
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socialización de las clases bajas, que afectaban tanto a las mujeres como a los
hombres. La madre superiora de Santo Tomás lo expresó con claridad: "Es casi
seguro que si se les abre las puertas del asilo para que recuperen su absoluta libertad
de acción volverán a los mismos lugares, a las mismas compañías perniciosas, a
seguir sus antiguos hábitos y tal vez con mayor violencia a causa de la clausura en
que han estado"49. Esta afirmación pesimista ciertamente, no estaba relacionada con
el género de las potenciales delincuentes, sino con su pertenencia a un medio social
que, tal como la madre superiora lo veía, favorecía las conductas criminales. Este
pesimismo se nutría del hecho puro y simple de que las hermanas y las reclusas
pertenecían a mundos completamente opuestos, no sólo en términos de su
moralidad, sino sobre todo de su entorno social. Salvo por unas cuantas excepciones,
las reclusas -tanto las criminales como las pupilas- eran mujeres y niñas
generalmente pobres, indígenas y sin educación alguna, a las cuales las hermanas
veían como material y mujeres moralmente empobrecidas. Estas últimas, en
palabras de la madre superiora, "aunque humildes religiosas, no somos mujeres
venidas de las más bajas capas sociales. A Dios gracias todas en general, pues así lo
ordenan nuestras reglas, somos de familias muy honestas y de cierta posición social
y con la suficiente educación para hacer el papel que toda mujer honesta debe
desempeñar en sociedad"50. Según un periodista, la mayoría de las hermanas que
administraban la prisión de Santo Tomás eran distinguidas damas limeñas51.
27 Más allá de cualquier buena intención de parte de las hermanas, esta situación por sí
sola creaba una atmósfera de subordinación y control jerárquico que semejaba
estrechamente la relación existente entre patrones y criadas domésticas. De hecho, la
comparación no es simplemente retórica: al igual que el Buen Pastor, Santo Tomás
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parece haber sido una institución para la preparación de criadas que, al ser
liberadas, trabajarían para familias limeñas como aquellas a las cuales las hermanas
estaban tan orgullosas de pertenecer. La mayoría de las pupilas de la casa
correccional no habían sido encerradas por sus familias, ni volvían a ellas después de
pasar algún tiempo en la correccional. La mayoría eran sirvientas que estaban siendo
disciplinadas por sus patrones, o muchachas que iban a ser empleadas como tales
luego de su liberación. Muchas también eran enviadas a la correccional por el juez de
menores para su retención hasta que la sociedad de patronato les encontrara empleo
con una familia decente52. He encontrado numerosos avisos de liberación, sobre todo
para finales de la década de 1920, en los cuales se informa que una exinterna ha sido
colocada como doméstica en casa de una familia decente53. La sociedad de patronato,
una institución creada para asegurarse de que se respetaran los derechos de los
detenidos y detenidas y de que recibieran un trato humanitario, prometían
supervisar cuidadosamente el comportamiento de las criadas en sus nuevos empleos.
Esta promesa de vigilancia subraya la incertidumbre acerca de la regeneración de las
pupilas, pero asimismo revela que la preocupación principal era su conducta
apropiada y no su bienestar: otro indicio de que lo que más importaba era que las
alumnas se convirtieran en criadas que realizaran sus tareas con toda corrección. El
maltrato de las sirvientas, un rasgo omnipresente en este tipo de relación, no parece
haber preocupado a las hermanas o a los integrantes de la sociedad de patronato54.
Conclusiones
28 La conexión entre género y castigo presentan interesantes perspectivas desde las
cuales analizar el papel de las prisiones en la sociedad peruana. A partir de la
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cárceles de mujeres les daba la formación necesaria para desempeñar ese papel.
30 De este modo, el modelo conventual significaba que tanto los roles de género como
las jerarquías sociales de la sociedad peruana se conservaban y reforzaban. Las
hermanas veían a sus reclusas como mujeres y menores descarriadas necesitadas de
una guía moral y religiosa. Pero en la mayoría de los casos no veían en ellas otra cosa
que sirvientas potenciales: después de todo, esa era la única forma en que podían
asegurarse de que luego de su liberación, sus pupilas no solamente contarían con
una fuente de empleo, sino también con una que sería estrechamente supervisada.
Para las hermanas, el mundo externo simplemente era demasiado tentador para las
mujeres plebeyas, por lo cual las pupilas liberadas habrían de necesitar ser
supervisadas y controladas; al mismo tiempo, las familias decentes de Lima
necesitaban un gran número de criadas. Hacerlas trabajar como tales satisfacía
ambas necesidades.
Notes
1. Carlos Aguirre. Tombs of the Living. Prisons and Prison Reform in Modernizing Peru, 1860-1930
(en prensa).
2. Para la naturaleza difundida de estas creencias en otras partes de América Latina véase María S.
Zárate. "Vicious Women, Virtuous Women: The Female Delinquent and the Correctional House of
Santiago de Chile, 1860 to 1900", en Ricardo D. Salvatore y Carlos Aguirre (eds.). The Birth of the
Peni-tentiary in Latin America. Essays in Criminology, Prison Rcform, and Social Control. Austin:
University of Texas Press, 1996; Lila M. Caimari. "Whose Criminals are These? Church, State, and
Patronatos and the Rehabilitation of Female Convicts (Buenos Aires, 1890-1940)", The Americas, 54,
2, 1997; Nicole Rafter. Partial justice. Women, Prisons, and Social Control. New Brunswick:
Transac-tion Publishers, 2a edition, 1990.
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3. Laura Miller. "La mujer obrera en Lima", en Miller et. al., Lima obrera, 1900-1930, Vol. II. Lima:
Ediciones El Virrey, 1987; María Emma Mannarelli. Limpias y modernas. Género, higiene y cultura
en la Lima del novecientos. Lima: Ediciones Flora Tristán, 1999.
4. Deborah Poole. "A One-Eyed Gaze: Gender in 19th Century Illustration of Peru", Dialectical
Anthropology, 1987, 13: 345.
5. La excepción era la prostitución, que sí recibió bastante atención de parte de higienistas y
criminólogos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, no obstante no constituir técnicamente un
"delito". En forma algo congruente con la noción de que las mujeres no eran criminales "pervertidas",
las prostitutas eran presentadas como víctimas de la desventura, la ignorancia, la falta de trabajo
femenino y la explotación por parte de proxenetas. Los observadores por lo general subrayaban la
necesidad de controlar y reglamentar la prostitución, no así su erradicación. Según Dávalos y Lissón,
la mayoría de las prostitutas peruanas eran blancas, inteligentes y renuentes a los vicios, el alcohol y
el tabaco. La mitad de ellas trabajaban para mantener sus familias. No eran ladronas y sí personas
sumamente religiosas. Las prostitutas de clase baja eran víctimas del maltrato y el abuso de parte de
los proxenetas (pp. 9-10). Pedro Dávalos y Lissón. La prostitución en la ciudad de Lima. Lima:
Imprenta La Industria, 1909. Véase también F. Merkel. Reglamentación de la prostitución en Lima.
Lima: Librería e Imprenta Gil, 1908, pp. 16-19.
6. Véase Carlos Aguirre. "Delito, raza y cultura. El desarrollo de la criminología en el Perú,
1890-1930", Diálogos en Historia (Lima) 2000, No. 2, 179-206.
7. Lucia Zedner. Women, Crime, and Custody in Victorian England. Oxford: Clarendon Press, 1991,
pp. 80-83; David G. Horn, "This Norm Which is Not One: Reading the Female Body in Lombroso's
Criminology", en Jennifer Terry y Jacqueline Urla (eds.). Deviant Bodies. Critical Perpectives on
Difference in Science and Popular Culture. Bloomington: Indiana University Press, 1995; Ann-Louise
Shapiro. Breaking the Codes. Female Crimínality in Fin-de-Siecle París. Stanford: Stanford
University Press, 1996.
8. "En la cárcel de mujeres", El Comercio, 22 de diciembre de 1901.
9. Mariano Felipe Paz Soldán. Reglamento para el servicio interior de la penitenciaría de Lima.
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apertura del año judicial de 1897", en Memoria… de Justicia, op. cit, p. 27. También hubo quienes
expresaron su escepticismo (véase, por ejemplo, El Diario Judicial, II, 311, 30 de mayo de 1891, "La
cárcel para mujeres", y El Diario Judicial, II, 452, 19 de noviembre de 1891, "Cárcel para mujeres").
Aunque los argumentos contrarios a la cárcel de Santo Tomás presentados por este diario no son
particularmente consistentes -ellos giraban en torno a los obstáculos presentes para desplazar
físicamente los prisioneros de ambos sexos que eran juzgados por los mismos crímenes-, sí reflejaban
la oposición existente entre ciertos abogados a la idea de que las mujeres necesitasen de instituciones
especiales y regímenes carcelarios distintos que los varones.
18. Memoria…, pp. 43-45.
19. "Síntesis histórica de la Congregación del Buen Pastor en el Perú", manuscrito anónimo, p. 7. Este
manuscrito, junto con una copia de los Anales, fueron los únicos documentos que una hermana me
mostró durante mi visita a la Casa del Buen Pastor en Barrios Altos, Lima, en 1994.
20. "Indicaciones oportunas", El Diario judicial, II, 316, 5 de junio de 1891.
21. Memoria que presenta a la prefectura del departamento el subprefecto e intendente de policía
del cercado de la provincia, durante la administración comprendida desde el 13 de octubre de 1890
al 30 de junio de 1891. Lima, junio de 1891, Pedro E. Muñiz, Biblioteca Nacional, D4530.
22. El Diario Judicial respondió que ciertamente no era una prisión, pero que las mujeres eran
enviadas allí por las autoridades como una forma de castigo. "Instituto del Buen Pastor", El Diario
Judicial, II, 328, 19 de junio de 1891.
23. "Visita general de cárceles", El Diario Judicial, II, 491, 9 de enero de 1892. Véase también "El
buen pastor", El Diario Judicial, II, 406, 26 de septiembre de 1891, y con el mismo título, El Diario
Judicial, II, 459, 27 de noviembre de 1891.
24. "Reglamento para los establecimientos de reforma moral de mujeres", 12 de noviembre de 1896,
en Memoria presentada por el Ministro de Justicia, 1897, pp. 131-133.
25. Manuel González Prada. Horas de Lucha. 2a edición. Callao: Tipografía Luz, 192, p. 252.
26. "El Buen Pastor", Revista del Foro, Vol. VIII, 1921, pp. 4-6.
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27. "Inspección ocular en el Buen Pastor", Revista del Foro, Vol. VIII, 1921, pp. 14-15.
28. Convertir antiguos conventos en cárceles de mujeres fue también una práctica común en la
Europa del siglo XIX. Lucia Zedner ha señalado que "dado el énfasis colocado en la redención
individual y la reforma moral de las prisioneras, los conventos (…) ofrecían una atmósfera mucho más
favorable que el ambiente austero de muchas antiguas prisiones masculinas". Zedner. "Wayward
Sisters: The Prison for Women", en Norval Morris y David Rothman (eds.). The Oxford History of the
Prison. The Practice of Punish-ment in Western Society. Nueva York: Oxford University Press, 1995,
pp. 329-362, la cita en la p. 340.
29. Por ejemplo, varias mujeres fueron enviadas a Santo Tomás un día de agosto de 1915, una por
golpear a otra mujer, tres por embriaguez y conducta escandalosa, y otra por insolencia con un policía
(El Comercio, 2 de agosto de 1915). El 10 de julio de 1900, María Luisa Echevaster y Florencia
Sánchez fueron enviadas a Santo Tomás "por fomentar graves escándalos en la vía pública". Unos
cuantos días más tarde, otra mujer desconocida fue enviada a la misma cárcel, al habérsele hallado
"en la vía pública en completo estado de beodez". Véase AGN, Prefectura de Lima, Serie 3.9, Legajo
16.12.
30. "En la cárcel de mujeres", El Comercio, 22 de diciembre de 1901.
31. "Un a visita a la cárcel de Santo Tomás", El Comercio, 16 de noviembre de 1919.
32. "Reglamento provisional de la cárcel central de Santo Tomás", en Memoria presentada por el
ministro de justicia, Culto, Instrucción y Beneficencia al congreso ordinario de 1892. Lima:
Imprenta Torres Aguirre, 1892. Como siempre, debemos guardar cierto escepticismo con respecto a la
implementación efectiva de tal régimen.
33. Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima, Cárceles.
34. "Memoria de la cárcel y escuela correccional de mujeres, correspondiente al año de 1928", en
AGN, ministerio de justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.1.
35. AGN, RPJ, Causas Criminales, Leg. 679, "Criminal de oficio contra Agustina Pérez por robo", 6 de
diciembre de 1899.
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36. AGN, RPJ, Causas Criminales, Leg. 680, "Criminal de oficio contra Nicolasa Villegas por
lesiones", 28 de diciembre de 1899.
37. AGN, Archivo Intermedio, Expedientes criminales, "Criminal de oficio contra Alejandro Sevilla y 3
más, ausentes, por robo", 5 de octubre de 1907.
38. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.7.2, 9 de octubre de 1931.
39. "Escuela Correccional de Mujeres. Reglamento", El Derecho, diciembre de 1899, pp. 788-789.
40. Véanse varios números de El Comercio, 1 de enero de 1898, 15 de enero de 1902, 14 de enero de
1909, 15 de enero de 1911.
41. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.2.
42. "Memoria de la directora de la escuela correccional de mujeres".
43. AGN, ministerio de justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.2, "Memoria de la escuela correccional de
mujeres, 19 de Diciembre de 1929".
44. En 1904, al introducirse nuevas máquinas a las fábricas de cigarrillos de Lima, las autoridades de
la escuela expresaron su preocupación por el efecto devastador que ello tendría sobre su economía.
Después de una serie de consultas se decidió que las internas de la escuela debían trabajar en el tejido
de seda y algodón. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.2.1.1.0, 23 de enero de 1904.
45. "Una visita a la cárcel de Santo Tomás", El Comercio, 16 de noviembre de 1919.
46. "Memoria del presidente de la Corte Superior de Lima en la apertura del año judicial de 1918", en
Memoria que el ministro de justicia… presenta al congreso ordinario de 1918. Lima: Oficina
Tipográfica de la Opinión Nacional, 1918, p. 37.
47. La escritora Ángela Ramos, quien se convirtió en una activista en favor de los presos y presas de
Lima, veía este orden como algo más bien intimidante: "Él ingreso a este lugar, provoca una sensación
de miedo. Una amplia sala, decorada de rojo, un estrado en alto y sobre una mesa, Cristo. Sillas a
ambos lados. Completa apariencia de tribunal. Por un instante la imaginación nuestra reconstruyó
una escena de la inquisición". La Crónica, 6 de enero de 1928. Irónicamente -o tal vez no tanto-, ella
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Notes de fin
* Traducción de Javier Flores Espinoza.
Auteur
Carlos Aguirre
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Universidad de Oregon
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