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06-11-2017

Las Universidades Publicas son sobrevivientes de guerra


Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Rebelión

Las universidades publicas colombianas quedaron en pie a pesar de las mas duras adversidades
que haya padecido universidad alguna en el mundo, durante los cincuenta años de guerra que
termina, porque las FARC ya no existen como insurgencia armada y el ELN tiene silenciados sus
fusiles. Lograron quedar vivas aunque débiles y en lucha consigo mismas y contra los coletazos de
guerra, pero cumplieron de la mejor manera la tarea encomendada por la sociedad para formar los
hombres y mujeres profesionales de un país retrasado en libertades y urgido de soluciones de
fondo a sus mas urgentes necesidades de conocimiento, tecnología, convivencia pacifica y
bienestar.

A manera de ejemplo, la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (en la que soy


profesor desde hace 30 años) graduó entre 1966 y 2016 a mas de 91.000 estudiantes, procedentes
de sectores populares, extraídos del ámbito rural o que hacían transito a las nacientes ciudades.
Resulta gratificante, que a pesar de la guerra y sus marañas, no hay evidencia de casos de
egresados que se se hayan destacado por alguna trayectoria criminal o que hayan utilizado su
saber para perseguir, intimidar o aprovechado su profesión como refugio de fechorías. Se conoce
en cambio de la enorme capacidad de rebeldía y espíritu de lucha, que deja una cuota de
estudiantes, profesores y trabajadores convertidos en silenciosas victimas. La Universidad Nacional
por su hondo significado para la nación multiplica todas las cifras, pero además fue la que abrió los
espacios para reconocer la diversidad y la diferencia en las aulas y el pensamiento libre. Las otras
30 universidades hicieron cada una lo suyo, pusieron a debate su experiencia y trazaron caminos
para que otros alentaran sus recorridos.

La educación publica universitaria no fue ajena a los contenidos del manifiesto de Córdoba
Argentina de 1918 (manifiesto liminar) y acogió como suyos los principios esenciales de lo publico
como la autonomía política, docente y administrativa; la selección de docentes por concursos
públicos; la asunción de responsabilidades políticas frente a la nación y la defensa de la
democracia; la creación de cátedras libres y electivas a decisión de los estudiantes y; la
democratización de la enseñanza, que sirvió para contrarrestar la educación que estaba convertida
en privilegio de las elites y forjada con las reglas y conductas de la escolástica y desde ahí marcar
la ruta del siglo XX. Seguramente en 2018 vendrá una gran movilización global de la educación
publica, (autónoma, gratuita, democrática y popular) en conmemoración de los 100 años de
Córdoba y los 50 de mayo del 68, que representan las luchas sociales universitarias mas
significativas, que cimentaron las bases de la universidad publica actual, dejando atrás lo que era
"el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los
inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar
hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas
sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil.
Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y
grotesca al servicio burocrático" (manifiesto de córdoba).

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Después de la entrada al universo de las libertades vino la guerra y las universidades publicas
colombianas tuvieron que enfrentar las arremetidas del estado y de sectores de poder
obsesionados con derrotar el espíritu de lo publico como concepto, principio y practica social
común. Usaron practicas de guerra sucia, queriendo derrotar la inteligencia a la que no dejan de
considerar aliada de las insurgencias armadas. Extendieron la estigmatización llamando a la
sociedad a mirarlas y tratarlas con recelo y también con desprecio y entre análisis sesgados
escondieron las maravillas de lo que ocurría respecto a la ciencia y la cultura. Políticamente las
elites metieron allí clientelas, promovieron su ineficiencia y fragmentación y bajo chantaje les
entregaron presupuestos deficitarios, a cambio de controlarlas, las acostumbraron a sobrevivir y
mientras los soldados de la guerra estaban cubiertos con altos presupuestos del estado, los
estudiantes sobrevivían entre incertidumbres y carencias para cubrir los mínimos necesarios para
educarse, teniendo que recurrir a la protesta para existir.

A manera de síntesis se podría señalar que con el fin de la guerra las universidades quedan con la
suficiente dignidad para sobreponerse y asumir los compromisos con la construcción de paz en los
territorios. Su realidad revela que están desfinanciadas; tienen un altísimo déficit democrático; su
sentido esta tomado por reglas de mercado y; se debilitan a medida que se extienden. Son los
resultados de haberlas gestionado con lógica de guerra y de conducirlas según el trazado del
capital que las empujó a desviarse de su misión, a descentrarse y fluir sin un horizonte común.
Muchas aun no entienden que su vida institucional se ahoga entre replicas de lo que hacen otras,
copian, plagian, siguen modelos y recetas genéricas aplicadas por funcionarios exentos de
responsabilidad por los daños provocados. La guerra les cambio la baja por la alta velocidad de sus
procesos y esta velocidad las paraliza, les impide tener en cuenta la fragilidad del ser humano que
la compone y que esta convertido en instrumento de metas, que solo cuenta si esta cerca al poder
y se somete a negarse a ser en sí mismo, y de suma se acostumbra a permanecer al margen de su
existencia política.

Pero el panorama que queda puede ser fácilmente revertido, si se piensa que la paz es lo nuevo y
se inventan otras maneras de decir y hacer las cosas que correspondan a este tiempo y se nutran
con un espíritu democrático y de cambio. Sin guerra viene otro momento, que no podrá vivirse con
las mismas reglas, sencillamente porque la paz es contraria a la guerra y nadie tiene recetas y
quien pretenda enseñarlas, ofrecerlas o venderlas (que es aun peor, es un farsante), si se tiene en
cuenta que durante la guerra las universidades no tuvieron paz, los jóvenes recibieron trato de
combatientes, asistieron a cientos de funerales de sus mejores hijos arrebatados por la barbarie,
hubo profesores y estudiantes asesinados frente a las aulas, mutilados, desaparecidos, presos
acusados con falsedades, miles injustamente derrotados por la precariedad económica que les
impidió sostenerse en las aulas y millones mas que no pudieron ingresar y obtener un carnet de
estudiante, que es quizá el mejor de todos los carnet que existan en la historia de la humanización.
Las imágenes de tanques, caballos y motorizados entrando victoriosos a los campus universitarios
se encargarán de contar que fueron tratadas como campos de batalla y que se trató de acallar con
balas y mentiras al pensamiento critico por creer que era parte del alzamiento armado y porque
gracias a él la verdad sería posible, esas serán las señales de la memoria recordando lo que no
puede volver a ocurrir.

Se acaba la guerra y las universidades publicas tendrán el encargo de protegerse del olvido y
convertir a la memoria en la fortaleza que conduzca su futuro. No se trata de quedarse en el
pasado si no de saber conectar y desconectar los tiempos, de reajustar el sentido y el significado de
su saber y hacer y usar a la ética como la savia que conecta. La paz propone otros momentos,
tiempos mejores para poner a prueba lo que aprendieron para no dejar escapar la dignidad entre

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las dificultades que las llevaron incluso a entrar en alianzas de todo tipo con empresarios, políticos
y partes descompuestas de la dinámica social que a cambio de fortalecerlas las debilitan, las tienen
atadas a una competencia desigual hecha a la medida del interés privado que las corrompe y del
que deben desprenderse.

El momento es otro y aunque desigualdad, inequidad, exclusión e injusticia sirvan para explicar
que hoy mas que nunca están dadas las condiciones y vigencia de la lucha armada para cambiar
las cosas y derrotar a las elites, la sociedad y en particular la que compone la población potencial
de las universidades publicas, igual que las victimas, ha renunciado a la guerra y su decisión es sin
retorno. Las generaciones de profesores, estudiantes y trabajadores de hoy tendrán que actuar con
convicción ética y compromiso político en la construcción de paz, usando su imaginación,
creatividad, ciencia y solidaridad. Las armas no serán más el recurso legitimo para resolver
diferencias y será la inteligencia la llamada a reencontrar el camino de grandeza de las
universidades públicas. Esa es la mas importante conclusión para llamar a la universidad publica a
reconstruirse, en colectivo y desde abajo, a aprender de los jóvenes que saben cambiar de
dirección, adaptarse a las circunstancias variables, detectar de inmediato los movimientos que
comienzan a producirse y a actualizar su propia trayectoria, porque de ella depende su
supervivencia (Bauman, retos de la educación). La universidad por ser parte de las invenciones de
la cultura tiene que reinventarse y rápido, repensarse de otra manera no solo en la escena
meramente económica, como lo hace ahora, y crear poder para apuntar y aportar sus saberes y
quehaceres con miras a construir una nueva ciudadanía de paz y una sociedad de derechos,
situada por fuera de la trampa economicista.

P.D Con datos de la encuesta de cifras y conceptos 2017 (que no controlamos), estas columnas
ocupan el segundo lugar de mas leídas en Boyacá, y con datos de periodicoeldiario.com, algunas
superan 20.000 lectores. Así que Gracias por sus lecturas que representan afectos. Me corresponde
seguir con disciplina esta tarea que alienta el alma y que por fortuna no cumple metas ni sube
indicadores de nada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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