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Escritos I

1897 - 1909
Introducción

EL deseo de la superación del pensamiento clásico, del adorno, del ornamento y de lo

innecesario para la época fue un dilema que causó mucha controversia en final del

segundo mediado del siglo XIX y el inicio de la primera mitad del XX. “Wagner es el

único digno de todo lo relacionado a las artes, su alma de artista lo acompaña a todos

lados”, estas palabras recalcan lo extrovertido que fue Wagner en las artes plásticas y en

el momento de su época; por otro lado, la idea de ya no replicar ni usar elementos

contradecía a Wagner y a toda la sociedad que ya tenía acostumbrado toparse estos

detalles en la casi la totalidad de la ciudad. Es en ese entonces en donde surge la

controversia y la oposición, y la radical decisión de plasmar un plano libre de detalles,

solo acompañado de formas puras, geometría y la línea recta muy marcada.

Olivera L. Gherson

Rojas A. Alejandro
“El grandioso desarrollo que ha tomado nuestra cultura en este siglo

ha superado felizmente el ornamento.”


En aquel entonces Viena era anfitrión de múltiples exposiciones de la época, en donde se

exponía diferentes diseños de interiores para habitaciones con múltiples ornamentos en

los mobiliarios, en los detalles de la habitación y art and craft como complemento. Viena

ya necesitaba un pabellón de exposición, debido a esto se convoco a un concurso en donde

Olbrich y Hoffman, solo lograron un tercer puesto y una honorable mención. Las

exposiciones siguieron en toda la época, cabe resaltar la exposición de navidad en el

museo austríaco en donde la mayoría de propuestas de mobiliario y diseño de interior, ya

no alcanzaba la riqueza que se buscaba inconscientemente, sino que solo se llegó a la

copia de la forma a costa de los materiales y del acabado; abriendo camino y paso a la

mediocridad, la vacuidad y aquella terrible monstruosidad que de la que habla Loos; la

imitación, la cual amenaza de manera descabellada a nuestra industria. Austria, país

donde las artes plásticas no cesaron de producirse hasta entonces, tampoco se cesó de

utilizar los estilos ya antes vistos, lo convencional; entre otras palabras lo que el público

consideraba correcto y apto. Pero dentro de todo ese pensamiento utópico que ni artistas

ni público quería dejar de replicar y copiar existieron autores que lucharon contra el

tiempo obstinado intentando imprimir un selo auténtico a su tiempo. Los resultados eran

nulos para aquellos visionarios, lo que hacía que se siguieran viendo sometidos por el por

el estilo y pensamiento ya existente en la época; una vez más se hacía necesaria la llamada

de un nuevo estilo se hacía cada vez mas urgente y necesaria. Así, todo edificio debía

mostrar que no se había levantado para la eternidad sino sólo mientras durara la

exposición; debía dominar artísticamente su material y no imitar uno más valioso; debía

llamar la atención de la gente; y, por último, pero no menos relevante, por su forma debía

adaptarse ya a los objetos que se expusieran dentro. (Loos, 1897). El dominio de la

materialidad empleada en un edificio no debía sobrecargar ni exceder el límite de una

formalidad estética, el hecho que un edificio este revestido de ornamentos, texturas,


estatuas, etc., no hace que sea mas bello ni importante; si se logra entender el propósito

principal de Loos por el que escribió esta obra, se puede confirmar que la época ya no

necesita de nuevo un renacimiento o un neoclasicismo. Un filósofo americano dijo en

alguna ocasión: un hombre joven es rico si tiene inteligencia en la cabeza y un buen traje

en el baúl. Ese hombre sabe lo que se dice. Conoce su gente. ¿De qué serviría toda la

inteligencia, si no puede imponerse por medio de un buen traje? (Loos, 1898). Cada vez

se hace mas próxima la idea del nuevo estilo, el cual tiene como único objetivo suprimir

lo no necesario y dejar de llamar la atención mediante un traje lleno de adornos; optando

por llamar la atención al mínimo en el centro de la cultura y la mejor sociedad. 1898 en

París, se buscaba resolver la cuestión más ardiente y trágica dentro de la industria artística:

los estilos antiguos o el moderno. Esta cuestión era ofensiva para los academicistas,

quienes consideraban que no se podía dejar lo perfecto, lo real, lo que se asociaba y

reflejaba la belleza y perfección humana. La otra posición, rezaba por dejar de copiar lo

creado en siglos anteriores, sólo lo útil; también negaba la idea de realizar cambios en un

objeto ya creado para que sea adaptado a las nuevas necesidades modernas y tildaba de

indignos del verdadero arte a los que intentaban de manera voluntaria concebir nuevos

pensamientos al estilo de los grandes maestros antiguos. Lo usual de cada exposición

realizada en Viena, París, u otra ciudad anfitriona y productora de artes plásticas era la

imposición de ideas de como tenía que vivir el usuario; había llegado un punto en la época

en la que el tapicero optó por convertirse en decorador y el ebanista borró su título original

y lo cambió por el de arquitecto. Fue en ese momento en donde se replicó diferentes

estilos aplicados principalmente en diseño de interiores y ornamentos: habitaciones

barrocas, escupideras chinas, capiteles de ordenes clásicas, escaleras renacentistas, entre

otros, eran realizados por estos dos nuevos profesionales sin tutoría ni concepción del

desarrollo de la composición, solo con el criterio y objetivo de seguir replicando lo de


siempre. El nuevo siglo se acercaba, pero la idea de la réplica parecía seguir teniendo la

vacua intención de querer volver a predominar en un nuevo momento. Pero

desgraciadamente para el nuevo decorador y arquitecto el apogeo de sus mentiras terminó

cuando comenzaron a ahogarse en su falta de tutoría y veracidad, cuando estos mismos

se dieron cuenta que no eran capaces de poder plasmar sus propias ideas; y además se

dieron cuenta que el valor monetario que tenía cada obra hace 20 años se había

depreciado; la suma actual por objetos como arañas de cristal con ninfas se había visto

muy reducida frente a los nuevos diseños modernos. En respuesta óptima para todo lo

sucedido, la gente ya no buscaba lámparas con ninfas; de lo contrario, anhelaban lo nuevo,

lo nuevo y lo nuevo. El gusto de la gente es constantemente cambiante, y los productos

modernos empiezan a alcanzar los precios más altos, dejando de lado a las réplicas que

no lograban encontrar su lugar en ese período; el único medio de vencer rápidamente esta

sencillez es solo aceptándola. Al igual que el pensamiento que de Otto Wagner, Adolf

Loos considera que lo que no es práctico no puede ser bello, que la primera condición

para que un objeto aspire el calificativo “bello” es que no vaya en contra del desarrollo

práctico vivencial diario y la convivencia. Empezando desde lo que es el mobiliario del

hogar, tiene que ser totalmente práctico sin dejar de lado la estética; tan práctico como

cuando uno tenga la necesidad de echarse en un sillón luego de haber tenido una jornada

complicada durante el día; y lograr sentir el alivio no por el ornamento que posea el

mueble sino por la eficacia y rapidez que pueda brindar para poder satisfacer una

necesidad; es por ello que cuando un objeto era tan práctico que ya no podía hacerse de

manera más práctica, entonces era denominado bello. La búsqueda de la belleza en la

forma sola y original es la verdadera concepción de esta misma, el objetivo de

independizarla del ornamento, es el único al que aspira toda la humanidad.


En Viena había una resignación de los oficios manuales, quietud y empantanamiento, a

comparación de los ingleses, se reflejaba un abismo en la búsqueda de nuevas formas y

la belleza. La sociedad de Viena comenzaba a entender las iniciativas inglesas y a darse

cuenta que se habían retrasado demasiado. Ya que las industrias artísticas vienesas habían

sido las primeras en tiempos pasados. y por ello quería replicarlas. Sin embargo, las

escuelas profesionales y de industrias artísticas son una imitación de las instituciones

inglesas, pero con ideales de hace 20 años. Por otro lado, se menciona que el consejero

de Corte von Scala se le atribuyó el cargo en el Museo Austriaco de Arte, para que genere

un cambio en la industria artística, ya que en Viena existía una pérdida cultural. En las

exposiciones de invierno, se vio una ruptura con las costumbres imperantes del

academicismo y una fuerte lucha con los tradicionales de la Asociación de Industrias

Artísticas, permitiendo acceder a los ebanistas concursar en sus exposiciones. Loos

explica que el trabajo de oficio manual y el del artista se manifiesta como “una lucha

entre el material y la naturaleza.” Este se refiere a que el artesano tiene todos los

conocimientos constructivos del material. sin embargo, el artista con su imaginación

predomina sobre la solución constructiva. Ellos no están familiarizados con el trabajo de

los materiales, solo con el papel y su tablero de dibujo. Es por ello que el artesano es

mermado de su potencial constructivo. Loos critica que la forma deja de ser función y la

experiencia del trabajo manual pierden su sentido. De este modo, aboga por el uso de

mejores materiales, en la medida que potencien su belleza. Asimismo, los objetos se

deben crear de acuerdo a su función dando a una forma necesaria para la sociedad. Loos

de esta manera encuentra la belleza en el objeto a partir de su forma práctica, sin

decoraciones y ornamentos que da una imagen falsa. Afirma que “la evolución de la

cultura es proporcional a la desaparición del ornamento, esto es lo que caracteriza la

grandeza de nuestro tiempo.” Es así que los ornamentos y las intenciones espaciales en el
objeto son tan inapropiados como el mismo trabajo superfluo y sin valor que demanda

ello. Remarca que el ornamento encarece, mientras que su ausencia tiene como

consecuencia al ahorro y disminución de tiempo de trabajo, por lo tanto, economía en un

nuevo estilo. Adolf Loos concluye que “la ausencia del ornamento es signo de fuerza

intelectual.”

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