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(Hechos 19:23-41)
INTRODUCCIÓN:
La idolatría se ha definido como el poner nuestros anhelos en las manos de una criatura en lugar
de ponerlas en las del Creador. Dicen las leyendas de la antigüedad que Artemisa, reina de
Halicarnoso, estaba tan locamente enamorada de su esposo Mausoleo, que cuando éste falleció
inesperadamente, mandó a quemar su cadáver y con las cenizas mezcladas con su licor, compuso
un brebaje que ella bebió. Deseaba así conservar a su esposo dentro de ella misma y no perder
para siempre aquel que tanto había amado. Después ordenó construir un monumento funerario en
honor de su fallecido esposo.
Resultó una obra de arte tan extraordinaria que se constituyó en una de las Siete Maravillas del
mundo antiguo y dio nombre a los monumentos funerarios, pues desde entonces se llaman
“mausoleos”. Aquella pobre mujer había hecho de su marido un ídolo sin el cual apenas podía
vivir… (Tomado de 502 Ilustraciones, pág. 29. CBP). Esta artemisa vino a ser también la diosa
Diana de los Efesios, conocida como la “diosa de la fertilidad” y “madre de la naturaleza”. El
culto a esta diosa había llevado a sus artífices a la construcción de uno de los templos más
suntuosos de la antigüedad. Entre las prácticas permitidas estaba la prostitución sagrada en honor
a su propia diosa Diana, que fomentaba la fertilidad. Así que la idolatría era un hecho notable en
Éfeso.
El avivamiento que trajo Pablo a la ciudad habla de la conversión de mucha gente que vivía de
las artes mágicas y brujerías. Semejante cambio trajo la ira en los que tenían el negocio de los
ídolos. La furia y la confusión fue tan grande que por espacio de dos horas, toda aquella multitud
enardecida, gritaba: “¡Grande es Diana de los Efesios!”. Y aunque esto manifestaba su
ignorancia e idolatría, a Éfeso llegó el mensaje de la cruz; el evangelio de la gracia, y desde
entonces se cambiaría aquel grito idolátrico y blasfemo por uno nuevo que podría decir:
“¡Grandes es Cristo a los Efesios!”. Con este impacto la de la predicación en la ciudad “era
magnificado el nombre del Señor Jesús” (Hch. 19:17). El reto de toda evangelización es hacer
que los hombres cambien su adoración de cualquier ídolo que tengan en su corazón por nuestro
Señor Jesucristo. De eso hablaremos hoy.
El mundo de la idolatría plantea muchos “caminos” para ir al cielo. Lo mismo hace las religiones
y las modernas filosofías. Pero lo cierto es que sólo hay un Camino para ir al cielo, “porque no
hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos.”. Cuando
Cristo cambia el corazón siempre habrá disturbio “acerca del camino”. Jesucristo vino para
deshacer todo lo que el hombre ha hecho para reemplazar a Dios. De eso se trata la palabra.
Demetrio, en medio de la defensa del oficio, reconoce el trabajo persuasivo de Pablo como lo
hizo el demonio, en llevar a la gente de la idolatría al Señor Jesucristo. Pero como en todos los
casos, existe una resistencia muy notoria en la gente por dejar la idolatría. La renuncia a ello
tiene un “costo” para los que por tanto tiempo han vivido practicándola. Pero Cristo vino para
quitar el culto que el hombre le da a la criatura y comience a dárselo a Dios, su Creador y
Salvador.
Observe en la categoría a la que este devoto interesado eleva a la diosa Diana: “Aquella a quien
venera toda Asia, y el mundo entero”. Es como si hoy se hiciera una afrenta a la virgen María, a
quien tanta gente en el mundo venera, a quien también han llamado “madre de Dios”, “reina del
universo” y “reina del cielo”. ¿A caso esta distinción no tiene su origen en estas prácticas
paganas? Aquí vemos, como en tantos casos, que la idolatría tiene sus más firmes defensores,
Tan celosos eran los que guardaban la imagen y el templo, que se negaron a poner la inscripción
de Alejandro el Grande dentro de ella, aunque le había ofrecido el botín de sus conquistas. ¿Qué
sucedió con aquel revuelo en la ciudad? ¿Hasta dónde la acción de un hombre solitario con el
mensaje del evangelio pudo trastocar el corazón mismo de la idolatría a los Efesios? Sabido es
que el fanatismo religioso llega a niveles de intolerancia. Sin embargo, Cristo levanta a su iglesia
en medio de esas condiciones, porque ni las “puertas del Hades prevalecerán contra ella”...
Esta confusión que se dio acá ya el profeta Isaías la había descrito, cuando dijo: “Los formadores
de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos
mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden” (Es. 44:9).
Aunque los hombres gritaban frenéticamente: “¡Grande es Diana de los efesios!”, ella no les
hablaba, no les consolaba, ni se manifestada con su presencia como lo hacía el Dios
todopoderoso. Nuestro Dios es un Dios de orden. A él no habrá que gritarle, ni él creará en
nuestras vidas confusión. Él, por ser un Dios de paz, nos da la paz y un culto racional.
En todo caso, los pendencieros venían de ellos mismos, y corrían el peligro de ser tildados de
sediciosos v. 40. ¿Qué comprueba toda esta intervención del escribano? Que el evangelio de
Cristo es de paz. Que la confusión, el desorden y los pleitos son de aquellos en quienes no está el
Señor y en lugar de él hay la presencia de otros dioses. Al final no es Diana, la grande de los
CONCLUSIÓN:
Hace un tiempo atrás un periódico publicaba un artículo en el que hablaba acerca de un incendio
ocurrido en una casa del Oriente Medio. El dueño de la casa corrió adentro de su vivienda en
llamas para obtener sus objetos de valor, pero al no poder hacerlo, intentó regresar siendo
alcanzado por las llamas. Después fue encontrando en medio de las cenizas agarrando un ídolo
de marfil. El titular del periódico decía: “Un hombre muere tratando de salvar a su dios”.
La verdad del evangelio es otra: Dios dio a su Hijo para salvarnos a nosotros. La ciudad de Éfeso
era guardiana de la gran diosa Diana. Pero allí llegó el evangelio. El poder transformador de
Cristo hizo que multitudes se convirtieran de sus brujerías y de sus ídolos, dando inicio con esto
a la iglesia de Éfeso. Después Pablo escribiría su célebre carta a esta iglesia, “la reina de todas
sus cartas”, como la han definido, y en su saludo se dirigió a los hermanos así: “A los santos y
fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso” (Ef. 1:1).
¿No es maravilloso ver cómo los que antes veneraban a la gran Diana de los Efesios, ahora
forman parte de los santos y fieles? El evangelio cambian el grito de los hombres, por: ¡Grande
es Cristo! ¿Cuál es el ídolo que hay en su corazón? Es hora de sustituirlo por Cristo. Ven ahora
mismo a Él.