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EL RIJCHARISMO PERUANO: LA TRADICIÓN

OCCIDENTAL Y LA MEDICINA INDÍGENA

La medicina peruana sigue los cánones de la medicina occidental, la medicina oficial


en el país. Sin embargo, muchas veces, entra en roces con la medicina autóctona, la
medicina tradicional que se remonta a épocas ancestrales. En un territorio tan
multicultural como es el Perú, ambos sistemas han coexistido durante cientos de años,
si bien la tradición indígena ha sido menospreciada y marginada por su carácter
empírico y mágico-religioso; y la medicina oficial ha sido recibida con recelo y
desconfianza por los curanderos y herbolarios indígenas. La integración entre la
medicina occidental y las prácticas andinas no ha sido completada aún. Pero, incluso
así, las concepciones de la medicina tradicional indígena se pueden articular con los
métodos de la salud pública de la medicina occidental; siendo todo ello,
evidentemente, adjunto con una interculturalidad y una verdadera equidad en salud.

A inicios del siglo XX, el departamento de Puno, en el extremo sur de los Andes
peruanos, era una de las regiones más pobres, marginadas y atrasadas del país. La
alta demanda de la lana peruana creó un proceso de modernización en la región, lo
que condujo al confrontamiento entre las comunidades indígenas y los hacendados.
Sin embargo, tras la reducción de la demanda de lana, el clima de tensión fue
paulatinamente reemplazado por uno de cooperación, con una relativa paz social.
Asimismo, tras la ley de libertad religiosa, pastores protestantes adventistas
comenzaron a predicar sobre sus creencias y sus estilos de vida, como el interés por
la higiene y el abandono del abuso del alcohol y la coca, así como el educar a la
población indígena, comenzaron a cambiar la mentalidad de la población puneña. En
esas décadas, se instaló el movimiento denominado indigenismo, cuyos proponentes
propugnaban una revaloración de la historia y la cultura indígenas, así como su
integración en la sociedad mediante la educación. El movimiento, si bien se originó en
círculos literarios, dejaría su huella en las ciencias políticas, sociales y médicas.

En este contexto nació el movimiento sanitario autodenominado Rijcharismo, creado


por el médico Manuel Núñez Butrón. Nació en Samán (Puno) en 1900, hijo natural de
un cura católico y una mujer mestiza del poblado. Comenzó sus estudios primarios en
la ciudad de Juliaca, los secundarios en el colegio San Carlos de Puno (único colegio
de secundaria en todo el departamento), ubicado en la ciudad homónima, los de
premédicas en la Universidad de San Agustín, en Arequipa (1918), y se trasladó a la
Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1919). Tras el
cierre de la Universidad, ese mismo año, se trasladó a España para culminar sus
estudios de bachillerato en la Universidad de Barcelona (1924). Imbuido por las ideas
indigenistas, y tras revalidar su título de médico-cirujano y trabajar unos meses en
Lima, fue nombrado médico titular de las provincias de Azángaro, Huancané, Lampa y
Juliaca. En ese momento, esa zona era una zona endémica en disentería, fiebre
tifoidea, tos ferina, tifus y viruela. La dispersión de la población, el hacinamiento, las
bajas temperaturas y la pobreza originaban las condiciones perfectas para la difusión
del virus.
En sus viajes al interior de la provincia, Núñez Butrón notó la desconfianza de la
población indígena hacia sus procedimientos, y su preferencia a la medicina tradicional
y empírica. En aquel contexto, Núñez Butrón diseñó y estableció una brigada sanitaria,
en Isla, Juliaca, en 1933. Sus miembros recibieron el nombre de Rijcharis, que
significa despierta. Según un artículo de la revista que ellos editaron a partir de 1936,
Runa Soncco (Corazón de Indio), ‘‘hablan el idioma [...] no buscan salas de distracción
[...] Viven entre los suyos [...] No son sanitarios para curar, son rijcharys para evitar’’.
Los primeros líderes de aquellas brigadas fueron indígenas adventistas educados en
la red de escuelas establecidas en la región. Integró a curanderos y herbolarios,
utilizando sus conocimientos (como hierbas y emplastos) para tratar lesiones y
recurriendo a explicaciones mágicas (como la vacunación siendo cura de todos los
males). A diferencia de lo que se pensaba en la época, cuando los encargados de la
salud pública consideraban como obstáculos la medicina tradicional y la ignorancia de
la población, Núñez Butrón buscó extender las actividades de la brigada con apoyo a
los líderes de las comunidades y los sabedores de la medicina ancestral que todavía
se practicaba (y se sigue practicando hoy).

Los símbolos de los brigadistas eran el jabón, el peine, el lápiz y el cuaderno. Ellos se
concentraron en promover la higiene y la vacunación en la prevención del tifus y la
viruela. También se dedicaron a atender partos, administrar inyecciones, cortar el
pelo, despiojar a las personas y desinfectar habitaciones, entre otros. Los brigadistas
trabajaban en sus comunidades primero y luego se distribuían, cual médicos
itinerantes, en otras localidades de la región. Participaban en ferias o en los mercados
dominicales, en la plaza del pueblo, donde Núñez Butrón o alguno de sus
colaboradores pronunciaban discursos sobre la importancia de la higiene y la
vacunación. Asimismo, la publicación de la revista Runa Soncco desde 1935,
autodefinida como ‘‘de los indios y para los indios’’, fue decisiva en el desarrollo de los
rijcharis. Para 1937, realizaron diez mil vacunaciones y cortaron el pelo a poco más de
seiscientas personas. Ese año, Núñez Butrón fundó el primer hospital de Juliaca. Sin
embargo, los enemigos de la brigada como la Iglesia (por la influencia de los
adventistas), los comerciantes (ante el rechazo del alcoholismo y el abuso de las hojas
de coca) y los hacendados (sospechosos de que la educación ocasionaría que los
indígenas reclamaran sus derechos) descabezaron el movimiento: Núñez Butrón fue
enviado, sucesivamente, a Ucayali (1937) y Huancavelica (1938). Tras el exilio, Núñez
Butrón intentó reactivar su movimiento, publicando Runa Soncco irregularmente entre
1945 y 1948. La brigada, que dependía en gran parte de un líder, declinó cuando éste
perdió vitalidad. Núñez Butrón, el Hatun Rijchary, falleció en 1952.

En efecto, todavía hoy el territorio peruano es vasto e incomunicado y, en especial en


esos entornos rurales remotos, la medicina tradicional sigue desempeñando un papel
prominente en la atención de la salud de las comunidades indígenas. Cuando se
produce su encuentro con la medicina occidental, esta última no la considera como
conocimiento válido; es difícil de aceptar para los médicos alópatas (quizá tanto como
en la época de Núñez Butrón) conocimiento o sabiduría de épocas milenarias,
conocimientos ajenos a las prácticas que ellos ejercen. La percepción común del
médico occidental es menosprecio de las tradiciones indígenas, ya sea porque las
desconoce, duda de su eficacia, los subvalora o sostiene la hegemonía de los saberes
alopáticos. Para muchos biomédicos, ambos sistemas con incompatibles entre sí,
pues se ubican en extremos totalmente opuestos. La realidad es todo lo contrario: el
contacto cada vez más cercano entre ambos sistemas ha catalizado un proceso de
intercambio en dos sentidos entre ambos sistemas médicos: los curanderos y los
herbolarios, al preservar aquel conocimiento milenario, han brindado a los médicos
occidentales un conocimiento inmenso en plantas medicinales y métodos terapéuticos,
si bien empíricos, fueron el fundamento de terapias con sustento científico; la medicina
occidental ha enriquecido y sistematizado los saberes del curandero quien, por el
contrario de lo que se podría pensar, al encontrar problemas complejos de salud,
derivan al enfermo al médico alopático. Es importante recordar en este punto que tanto
las medicinas y prácticas médicas indígenas así como las occidentales tiene sus
ventajas, sus desventajas y, principalmente, sus limitaciones.

Pedersen (1984) señala que ‘‘La América Latina y el Caribe, es una región
particularmente rica en tradiciones y sistemas médicos, los que lejos de ser un vestigio
indeseable de un pasado remoto, son una expresión cultural actual, dinámica y
cambiante, que forma parte de las estrategias de sobrevivencia frente a los procesos
de aculturación y de crisis y transformación social política y económica en marcha en
la región’’. Por ello, el trabajo con las comunidades, trabajo del cual fue precursor
Manuel Núñez Butrón, implica necesariamente respetar todo ello. La labor del médico,
en especial el médico de la zona rural, no debe restringirse a un consultorio o a un
hospital, sino proyectarse a la comunidad. Ello traerá, inevitablemente, el contacto
entre el saber biomédico y el saber tradicional. Es importante, por ello, no caer en
actitudes de subvaloración o rechazo, sino buscar profundizar los puntos en común y
acortar las brechas, mediante una mejor disposición de apertura y respeto. No es
correcto pretender reemplazar la medicina tradicional por la medicina académica, pues
tienen la misma naturaleza y el mismo objetivo: el mejoramiento de la salud de la
comunidad.

No nos engañemos: hay todavía un largo camino para alcanzar la interculturalidad en


salud. Si bien hay algunos avances en ello, como la creación del Centro Nacional de
Salud Intercultural o los proyectos de leyes que tratan de reglamentar y legalizar la
práctica de los curanderos (quienes ejercen sus tareas de manera informal), aún nos
falta superar la dicotomía aparente entre el sistema biomédico y el sistema tradicional.
La experiencia de Núñez Butrón, un médico educado en la tradición occidental, tuvo
un relativo éxito en conseguir integrar, cuando menos, la cultura occidental e indígena.
La brigada sanitaria que organizó fue capaz de tener el apoyo de las comunidades
indígenas. Esta experiencia es, incluso hoy en día, excepcional en la historia de la
medicina peruana. Hoy en día, integrar la tradición biomédica con los patrones
culturales andinos sigue siendo una tarea compleja pero, tal y como la historia de las
brigadas sanitarias de Núñez Butrón sugiere, puede hacerse.

Luis Edwin Huallpa Valenzuela

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