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Elman R.

Service

Los orígenes del Estado


y de la civilización
El proceso de la evolución cultural

Versión española de
Mari-Carmen Ruiz de Elvira Hidalgo

Alianza
Editorial
Título original:
Origins of the Stale and Civilú.ation.
The Process of Cultural Evolution.

Primera edición en «Alianza Universidad Textos»: 1984


Primera reimpresión en <<Alianza Universidad Textos»: 1990

Copyright © 1975 by W. W. Norton & Company, Inc. Ail rights rescrvcd


© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1984, 1990
Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 45
ISBN: 84-206-8083-4
Depósito legal: M. 40.554-1990
Compuesto en Fernández Ciudad, S. L.
Impreso en Lave!. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Printed in Spain
INDICE

Prólogo ...... . 11

PARTE I. Los orígenes del Gobierno 19


l. Introducción .. . .. . .. . 21
La gran divisoria, 21.-Mantenimiento de la sociedad, 28.-Los usos del poder po-
lítico, 30.-EI Estado, 33.-Las sociedades de jefatura, 33.-Sobre perspectiva y
método, 35.-Nuestros antecesores contemporáneos, 36.

2. Teorías del origen y naturaleza del gobierno ........... . 39


La Ilustración en Gran Bretaña y Europa, 42.-Los revolucionarios reflexionan
sobre el Estado: 1789-1848, 49.- Las modernas ciencias sociales, 54 .

3. El hombre en estado de naturáleza: La sociedad igualitaria .. . .. . 65


Igualdad e influencia, 67.-Refuerzo, 72.-Liderazgo, 74.- Mediación, 75.-Rela-
.ciones exteriores, 78.-Los límites de la organización política, 82.

4. La institucioniilización del poder .. . .. . .. . .. . .. , ... 90


Jerarquía y autoridad, 91.-Sociedades de jefatura primitivas y feudalismo, !OO.-
La ley, 102.-Refuerzo no legal, 110.-Liderazgo, 113.-Mediación, 116.-Relacio·
nes exteriores, 119 .-Los límites de la organización política, 121.

PARTE II. Los modernos Estados primitivos 123


5. El origen del Estado zulú ... 125
Las sociedades de jefaturas ngunis, 126.-La época de la expansión militar, 128.-
El Estado zulú de Mpande, 132.-El gran hombre versus el proceso evolutivo, 136.

6. El origen del Estado de Ankole, Uganda . .. .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . 138


Historia y leyenda, 138.-Ciientela, 140.-Teocracia, 142.- La región de los lagos
del Africa Oriental, 144.-La región de Uganda en perspectiva, 145.

7
8 lndice

7. Los reinos del Africa Occidental 147


Los nupes, 148.-Los ashantis, 152.-EI Congo y sus vecinos, 155.-Comercio y
conquista en Africa Occidental, 156.

8. Los indios cheroquis .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . . .. . .. . .. . . . 159


Los cheroquis como sociedad de jefatura, 159.-EI Estado cheroqui, 162.-De los
sacerdotes a los guerreros, 164.-Autoridad versus fuerza, 165.

9. El origen de los estados en Polinesia . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . 168


Las islas Hawai, 171.-Tahití, 177.-Tonga, 180.-La ~mano invisible», 182.

PARTE III. Las civilizaciones arcaicas ........... . 185


10. Los orígenes de la civilización en Mesoamérica 1'87
Teotihuacán, 188.-EI valle de Oaxaca, 196.-Kaminaljuyú, 198.-Las tierras ba·
jas, 199.-Ciudad, Estado y civilización en Mesoamérica, 205.

11. Los orígenes de la civilización en Perú . .. .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . 208


La era formativa , 209.-EI Estado, 212.-EI período clásico de la costa norte, 216.
Relación entre las civilizaciones de las tierras altas y de las tierras bajas, 217.-
La era post-clásica, 221.-Los determinantes de la civilización en Perú, 222.

12. Los orígenes de la civilización en Mesopotamia . . . . . . . .. 225


La era formativa , 226.- Las eras floreciente y protoliterata , 229.-La era dinásti-
ca, 231.-La era imperial, 238 .-La primera civilización urbana, 244.

13. Los orígenes de la civilización en Egipto . . . . . . . . . . . . . . . 247


La era formativa: períodos· <<badariense» y predinástico, 249.-El Imperio Anti-
guo, 251.-El Imperio Medio y el período que le siguió, 256.-La evolución de
una super-burocracia, 257.

14. Los orígenes de la civilización en el valle del Indo .. . . . . .. . . . . . . . 260


La era formativa, 260.-Las ciudades gemelas, 261.-EI fin, 266.-Ciudad, Estado
y civilización en el valle del Indo, 267.

15. Los orígenes de la civilización en China ... ... .. . .. . . . . . .. . . . . . . 269


La era formativa, 270.-La dinastía Shang, 273.-La dinastía Chou, 275.-El pri-
mer imperio chino, 281.-Ciudad, Estado y civilización en China , 285.

PARTE IV. Conclusiones ...... 287


16. Conclusiones I (Negativas) 289
Una breve revisión, 290.-Guerra y conquista, 292.-Irrigación e intensificación,
296.-Crecimiento y desarrollo, 298.-Urbanización, 303.-Estratificación en clases
y represión, 305.- Radicales y conservadores, 305.

17. Conclusiones II (Positivas) . .. . .. . .. 313


Los orígenes de la desigualdad, 314.- Medio ambiente y beneficios, 321.-EI ca-
mino hacia la civilización, 326.

Epílogo: Decadencia y fin de las civilizaciones . . . . .. 333


Adaptación y potencial evolutivo, 342.-Aviso al lector, 344.

Apéndice l. Literatura sobre las sociedades igualitarias 348


Apéndice 2. Literatura sobre las sociedades de jefatura 352
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .. 354
Indice de materias . . . .. . .. . 376
Capítulo 1
INTRODUCCION

La gesta humana fue la creac10n de la cultura, el instrumento


con el que las sociedades domestican y gobiernan a sus miembros, y
crean y mantienen su compleja organización social. La cultura tiene
también funciones tecnológicas, económicas, religiosas, artísticas y re-
creativas, entre otras. Todas ellas dependen de la capacidad del aspecto
político de la cultura para integrar y proteger a la sociedad. Los
problemas más graves, si se prescinde de los derivados de la mera
subsistencia, son los políticos, y todas las sociedades deben ser capa-
ces de resolverlos a fin de perpetuarse. Pero algunas sociedades han
hecho más: han encontrado soluciones político-culturales que no sólo
han preservado a la comunidad, siho que también la han capacitado
para llegar a un tamaño y una complejidad cada vez mayores, a expen-
sas normalmente de competidores, tanto de su propia especie como
de otras .

.{-a gran divisoria

La línea divisoria en la evolución de la cultura humana se dio


cuando la sociedad primitiva se convirtió en sociedad civilizada. Como
sabemos por los modernos estudios antropológicos, las sociedades pri-
mitivas estaban segmentadas en grupos de parentesco que eran igua-
litarios en sus relaciones mutuas. Eventualmente, algunos de ellos
devinieron jerárquicos, controlados y dirigidos por un poder central
21
1
22 Elman R. Servíce

· autoritario; un poder instituido como gobierno. Evidentemente, el


advenimiento de esta nueva etapa en la evolución cultural produjo
un enorme cambio en estas sociedades. Las interpretaciones de este
hecho han constituido las notas dominantes de algunos de los más
importante~ escritos históricos, filosóficos y científicos de la civiliza-
ción occidental, desde los tiempos de los pensadores clásicos griegos,
como Platón y Aristóteles, hasta nuestros días.
La evolución de la sociedad civilizada ha sido estudiada por im-
portantes pensadores de todas las civilizaciones, pero en particular, eii
los últimos siglos, por los europeos occidentales. Las ideas evolutivas
impregnaron la filosofía de la Ilustración y, posteriormente, la -so-
ciología y la antropología del siglo xrx; y de estas escuelas de pensa-
miento hemos heredado buena parte de nuestro interés por el origen
del gobierno. Pero los filósofos estaban demasiado lejos del mundo
real de los pueblos primitivos. Inc,luso los autores del siglo XIX sabían
poco, de primera mano, sobre dichos pueblos, y las fuentes de datos
eran todavía escasas. Los nuevos datos de que hoy podemos disponer
exigen una nueva valoración de sus teorías y de algunos de sus con-
ceptos -pero no a costa de perder su valiosa perspectiva evolutiva.
Con frecuencia, estos teóricos, injusta y equivocadamente, deno-
minaban salvajes y bárbaros a los pueblos primitivos -lo que llevaba
implícito brutalidad y animalidad-. Por otra parte, las palabras «ur-
bano» y «civil», aplicadas al lado no primitivo de la divisoria, llegaron
también a sugerir «educado» y «civilizado», en el sentido de un alto
refinamiento personal, nuevamente en menosprecio de los primitivos.
Permítasenos, pues, definir de manera menos peyorativa unos pocos
términos necesarios, y aplicarlos en consecuencia.
Los términos urbano y cívil pueden usarse correctamente para
significar que la sociedad estaba caracterizada por la presencia de
ciudades o ..grandes poblaciones y que los habitantes eran ciudadanos
de alguna clase de comunidad estatal legal. Estos significados fueron
los originales y los gue evocaron los otros significados sólo metafóri-
1:amente; al menos en un principio. Por el contrario, las etapas
más tempranas y más simples de la sociedad se caracterizaban por la
ausencia de aglomeraciones urbanas y de estructuras legales formales •
con sus correspondientes gobiernos institucionalizados. Esto es lo que
nosotros entenderemos como primitivo para significar simple, tempra-
no, original, primario; carente de instituciones gubernamentales des-
arrolladas. Por muy informal que pueda parecer esta forma de definir
la materia de este libro, tiene la virtud de aferrarse al núcleo central
del significado en la mayoría de las modernas exposiciones del pro-
blema de las diferencias entre sociedades primitivas y civilizadas. Esta
cuestión será discutida en el próximo capítulo.
Los orígenes del Estado y de la civilización 23

Los antropólogos modernos saben algo que ni Platón ni Aristóte-


les, ni Hobbes ni Rousseau sabían. Todos estos y otros innume-
rables comentaristas de la naturaleza humana y del problema de la
civilización (excepto Marx y Engels) equiparaban gobierno y civiliza-
ción con la propia sociedad, y la precivilización era entendida como
algo anárquico, con la gente constreñida solamente por la naturaleza
en vez de estarlo por las instituciones culturales. Pero ahora nosotros
sabemos que más de un 99 por 100 de la historia humana del pasado
(y, para una parte de la población mundial, incluso de la historia
actual) transcurrió en sociedades que no se gobernaban a sí mismas
mediante sistemas de control legales, institucionalizados. Sin embargo,
la sociedad primitiva no era una sociedad anárquica, porque la con-
ducta social estaba notablemente constreñida. La forma en que esto
sucedía se discutirá en los capítulos 3 y 4.
Las ancestrales civilizaciones arcaicas se transformaron en socieda-
des civiles modernas en diferentes épocas y lugares: en torno a los
años 3500-3000 a. C. en Mesoptamia y Egipto, 2500 a. C. en el valle
del Indo, 1500 a. C. en el Gran Recodo del río Amarillo en China
y a. C./d. C. en el valle de México y en el Perú costero (véase tabla 1).
Es posible, por supuesto, que algunas de estas transformaciones cons-
tituyeran episodios relacionados entre sí, especialmente las de Meso-
potamia y Egipto, y en el Nuevo Mundo las de México y Perú 1 . Pero
algunas de estas civilizaciones tienen que haberse desarrollado de ma-
nera independiente; es obvio que las del Nuevo Mundo no estaban
relacionadas con las del Viejo Mundo. Este es el hecho más signifi-
cativo, por cuanto afecta a nuestra perspectiva. Si se tratase de una
evolución singular que se extendió a las otras áreas por conquista,
difusión, emulación o por cualquier otra circunstancia, el problema
sería «histórico», es decir, qu~ simplemente estaríamos interesados
en las respuestas a estas dos preguntas: ¿qué sucedió? y ¿cuándo su-
cedió? Pero dado que sucedió diversas veces y en forma independiente,
inmediatamente nos preguntamos, incluso en el caso de que sólo hu-
biera sucedido dos veces (en el Nuevo y en el Viejo Mundo), qué
• causas o procesos repetitivos fueron los que actuaron. Queremos co-
nocer, mediante una comparación cuidadosa, cuáles fueron los factores
1 Los libros de V. Gordon Childe que mayor influencia han eiercido, Man
Makes Himself (El hombre se hace a sí mismo,· 1936) y What Happened in
History (Lo sucedido en la historia; 1942), se concentran en las civilizaciones
de Mesopotamia, Egipto y el valle del Indo. Su última y más definitiva formu-
lación de la «revolución urbana» (1950) añadía a éstas una breve discusión sobre
la civilización maya. A partir de entonces, sin embargo, la mayoría de los antro·
pólogos han citado las seis a que arriba hacemos referencia. Glyn Daniel (1968)
calcula siete al subdividir Centroamérica. En la tabla 1 se omite la del valle
del Indo.
TABLA l.--Cronología absoluta de las áreas principales* ~
!'!!
Mesopotamia Egipto China Perú América Central
~
2000 ;o
Conquistas cíclicas ~
1000 Conquistas cíclicas ~-
D. C. Conquistas cíclicas ~

A.C. Floreciente regional Floreciente regional


Conquistas cíclicas Conquistas cíclicas
1000 Epocas oscuras
Epocas oscuras Imperio inicial Formativa Formativa
2000 Epocas oscuras Floreciente regional Agricultura incipiente ¿Agricultura incipiente?
Formativa
3000 Imperio inicial Imperio inicial
Agricultura incipiente Caza y recolección
Floreciente regional
Floreciente regional Caza y recolección
4000 Formativa Caza y recolección
Formativa Agricultura incipiente
5000 Agricultura incipiente
Caza y recolección
6000 Caza y recolección
7000
8000
9000

* Estas fechas han sido revisadas sobre las bases de las estimaciones de Braidwood para el Cercano Oriente (The Near East and the Founda-
tions for Civilization [E l Cercano Oriente y los fundamentos de la Civilización], Eugene, Oregón, 1952) y de las fechas obtenidas por radiocarbo·
no sobre el Cercano Oriente y América. Estas nuevas fechas sitúan el origen de la agricultura alrededor de 2.000 años después de lo que ante·
riormente se creía para el Cercano Oriente, y alrededor de 2.000 años antes para lós Andes. Las fechas de los períodos de la India y China es-
tán revisadas para ajustarlas con las del Cercano Oriente, pero es de presumir que todavía presentan algún desajuste en el tiempo. (Las fechas
sobre el Nuevo Mundo están tomadas de Radiocarbon Dating [recopiladas por Frederick Johnson], Memoria de la Sociedad Americana de Arqueo·
logía, American Antiquity, vol. XVII, núm. 1, 1951.) Procedentes de Steward 1955, p. 190.
Los orígenes del Estado y de la civilización 25
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comunes que interv1rueron: las condiciones previas; las circunstancias
geográficas, tecnológicas, económicas, sociales e ideológicas; el papel
de la guerra y el ambiente político circundante. Si la civilización se
hubiera originado solamente una vez, ni siquiera hubiera valido la
pena especular sobre si se trataba o no de un accidente histórico, con
su entramado causal no analizable. Pero no sólo es cierto que algunas
de las civilizaciones arcaicas probablemente se desarrollaron de forma
independiente; sorprendentemente, desarrollaron también diversas cla-
ses de nuevos rasgos culturales semejantes, algunos de los cuales han
sido considerados como indicativos de que la civilización es una etapa
evolutiva.
En el siglo pasado, Lewis H. Margan y otros pensaban que la
escritura era el logro que definía a las civilizaciones arcaicas. (Perú
parece probablemente una excepción, pero los peruanos tenían los
quipos, ingenio mnemónico formado por cuerdas con nudos para mar-
car las fracciones decimales, y con colores para las distintas categorías
de cosas. Si la principal función de todos los primeros sistemas de
escritur~ era la de registro y archivo, en ese caso los peruanos estaban
sólo muy ligeramente despistados.) En tiempos recientes, el interés
arqueológico por los factores socioeconómicos ha ido en aumento,
dando como resultado una amplia aceptación de la noción de Gordon
Childe sobre el origen de las primeras civilizaciones como una «revo-
lución urbana». Esta rúbrica representa la siguiente serie de rasgos
funcionalmente (sólo brevemente resumidos aquí, siguiendo a Chil-
de, 1950): centros urbanos (Childe indicaba provisionalmente que
tenían unas poblaciones que oscilaban entre 7.000 y 20.000 habitan-
tes); una clase de especialistas con plena dedicación (artesanos, co-
merciantes, funcionarios, sacerdotes) con residencia en las ciudades;
un «excedente social» en la producción de alimentos por los campe-
sinos, que podía series arrebatado por el gobierno; edificios públicos
monumentales, que simbolizan la concentración del excedente; una
«clase dominante» de sacerdotes de nivel superior, líderes civiles y
militares, y funcionarios; notaciones numéricas y escritura; rudimen-
tos de aritmética, geometría y astronomía; estilos artísticos sofisti-
cados; comercio de larga distancia, y, finalmente, una forma institu-
cionalizada de organización política basada en la fuerza, llamada Es-
tado. La fundación del Estado, en palabras de Childe, fue el «evi-
dente conflicto de intereses económicos entre la reducida clase do-
minante, que se anexionó la mayor parte del ·excedente social, y la
vasta mayoría, a la que se dejó con una mera subsistencia y realmente
excluida de los beneficios espirituales de la civilización» (p. 4).
En este punto, debo hacer notar que las investigaciones de que
·se va a dar cuenta en este libro no confirman la esencia de este con-
26 Elman R. Service

cepto de una «revolución urbana». Veremos que aunque en algunas


de las civilizaciones arcaicas se encontró un cierto número de centros
urbanos, éstos parecen no sólo no haber sido esenciales para el desarro-
llo de dichas civilizaciones, sino también haber sido, con enorme fre-
cuencia, claramente dependientes de la primera evolución de las
mismas. De ·hecho, los diez criterios de Childe sólo muy general e
imperfectamente son coincidentes. Lógicamente, ha existido una ten-
dencia a entresacar uno, o unos pocos, de los elementos del esquema
de Childe como la(s) característica(s) básica(s) del diagnóstico del ori-
gen de la civilización; o en algunos casos notables, como la fuerza
motriz causativa. La característica más provocativa así seleccionada •
ha sido la última de la lista de Childe, la noción marxista del Estado,
basado en la fuerza represiva y dedicado a proteger los intereses eco-
nómicos de la clase dominante.
La noción del Estado basado en l.a fuerza física represiva puede
aplicarse fructuosamente, como veremos, a algunos estados primitivos
modernos. Pero nuestros hallazgos no confirman el elemento clase eco-
nómica en la definición del «Estado» establecida por Childe et al.
Y además, nuestras investigaciones no corroboran la noción de que
el origen de la civilización se asentó sobre el origen del Estado.
La tesis alternativa que aquí vamos a presentar sitúa los orígenes
del gobierno en la institucionalización del liderazgo centralizado. El
liderazgo, al desarrollar sus funciones administrativas necesarias para
el mantenimiento de la . sociedad, se convirtió en una aristocracia
hereditaria. Las incipientes funciones económicas y religiosas de la
burocracia se desarrollaron a medida que aumentaba la dimensión de
sus servicios, su autonomía y su tamaño. De este modo, el gobierno,
en sus comienzos, funcionaba no para proteger a otra clase o estrato
de la sociedad, sino para protegerse a sí mismo. Se legitimaba con
su papel de mantenedor de toda la sociedad.
El poder político organizó la economía, y no al contrario. El
sistema era redistributivo, asignativo, no adquisitivo: no se necesi-
taba riqueza personal para obtener poder político personal. Y parece
claro que estos primeros gobiernos reforzaron su estructura realizando
bien sus tareas económicas y religiosas -proporcionando beneficios-,
más que utilizando la fuerza física.
En el curso de este libro veremos cómo estas estructuras polí-
ticas jerárquicas, institucionalizadas, se formaron a partir de la ma-
triz de la sociedad igualitaria primitiva.
Las creaciones gubernamentales modernas, como pueden ser los
cuerpos legislativos, los códigos legales formales y los tribunales, la
policía y las milicias, etc., se parecen todas entre sí en que son insti-
tuciones formales, establecidas de propósito y especializadas para lle-
Los orígenes del Estado y de la civilización 27

var a cabo funciones políticas importantes, en especial el manteni-


miento del orden social. Pero en este punto debemos recordar que
muchas de las coerciones al comportamiento se dan también en un
niv~l informal, en el interior de comunidades cara a cara, o presen-
ciales, como la comunidad familiar, especialmente, y en las escuelas,
vecindarios, clubs, etc. En este nivel, las fuerzas socializadoras más
poderosas son los castigos y recompensas personal-sociales, que tienen
unas fuertes consecuencias psicológicas, y entre las cuales las más
evidentes son las sanciones, tales como la alabanza y la reprobación.
Normalmente, éstas no están institucionalizadas de manera visible y
por consiguiente no se confunden con nuestras concepciones moder-
nas de la ley y el Estado.
Pero si más del 99 por 100 de la historia humana ha tenido lugar
con anterioridad al origen de los sistemas políticos institucionalizados,
¿cómo se gobernaban las sociedades a sí mismas? Resulta obvio que
deben haberlo hecho esencialmente de la misma manera que lo ha-
cen nuestras familias domésticas y las modernas sociedades primitivas,
totalmente por medio de sanciones personal-sociales·y de atribuciones
familiares de status autoritarios (como a los ancianos) para alabar,
reprobar y dirimir disputas.
La mayoría de los antropólogos tienden a utilizar definiciones
muy amplias (o vagas) de la ley y el Estado con objeto de hablar de
la sociedad primitiva en los mismos términos en que se habla de las
naciones modernas. Pero los que estamos interesados tanto en el con-
traste como en la similitud -como ocurre en el presente empeño-
tenemos que utilizar definiciones más exactas. Un argumento de Wal-
ter Golschmidt parece útil con respecto a esta clase de problemas
relacionados con el método comparativo. Goldschmidt dice (1966,
p. 31): «Lo que es consistente de cultura a cultura no es la insti-
tución; lo que es consistente son los problemas sociales. Lo que es
recurrente de sociedad a sociedad son las soluciones a estos proble-
mas.» Considerándolo de este modo, podemos elegir fácilmente entre
comparación y contraste, Un ejército organizado constituido por hom-
bres reclutados obligatoriamente es una institución que no se encuen-
tra entre los primitivos, aunque todas las sociedades se ven envueltas
· en guerra de vez en cuando. Del mismo modo, si en la historia de
la sociedad aparece un tribunal judicial formal con un juez profesional,
queremos dejar constancia de ello y considerar su importancia como
una institución nueva, aun cuando en todas las etapas culturales ha
existido algún medio de dirimir las disputas. Así, algunas veces po-
demos contrastar los problemas cívicos con los domésticos, y los fun-
cionarios jurídicos institucionales, civiles o gubernamentales, .con los
status familiares. Este intento de solucionar el problema de la com-
28' Elman R. Service

paración de instituciones es necesario sobre todo porque queremos


conocer lo nuevo en el momento de la aparición del Estado y la civi-
lización; y la mayor parte de lo nuevo evidentemente es institucional.
Queremos efectivamente conocer, como hacen los antropólogos con-
vencionales, cuáles son las continuidades, los problemas y los proce,-
sos recurrentes que enlazan una clase de sociedad con otra; pero en
el presente caso estamos también decididos a conocer las disconti-
nuidades, que normalmente son las formas institucionales.
Gabriel Almond se enfrenta honradamente con el problema de la
política comparativa en su interesante introducción a The Politics
of Developing Areas (La política de las áreas en desarrollo; Almond
y Coleman, 1960). Se dio cuenta de que era de «importancia opera-
tiva» no dicotomizar las sociedades en sociedades con Estado y so-
ciedades sin Estado . Almónd dice (p. 12): « ... Argüimos que la clá-
sica distinción entre sociedades pr·imitivas que constituyen Estados
. y aquellas que no lo son debe ser reformulada como una distinción
entre aquellas en las que la estructura política está bastant~ diferen-
ciada y es claramente visible, y aquellas en las que es menos visible
e intermitente. Nos encontramos ante un continuo y no ante una dis-
tinción dicotómica.»
En nuestra anterior exposición de la idea de Goldschmidt podría
parecer que el problema de Almond está resuelto: el «continuo» lo
constituyen los problemas políticos similares y los contextos de com-
portamiento político, pero existe realmente una «distinción dicotó-
/
mica» en la institucionalidad de las formas en estados y no estados.
Sin embargo, como ya hemos dicho, en la perspectiva de muchos
antropólogos modernos el término «Estado» normalmente se entien-
de en el sentido de que la base de la organización política es la fuerza
física represiva. Retengamos este significado, y cuando queramos ha-
blar de una forma de gobierno instituida, sin pronunciarnos respecto
al factor de la fuerza represiva, usemos la palabra gobierno, en cierto
modo más vaga: una burocracia instituida para regir a un pueblo por
derecho de autoridad.

Mantenimiento de la sociedad

En este punto debemos definir cuidadosamente unas pocas deno-


minaciones para algunos contextos funcionales a los que, a efectos de
análisis, puedan remitirse los problemas políticos y las pautas de con-
ducta con ellos relacionadas. Ciertamente, el problema universal es
sencillamente el mantenimiento: mantenimiento del orden social en
el interior de la comunidad, y de la propia comunidad en defensa
Los orígenes del Estado y d_e la civilización 29

frente a los extraños. Los aspectos internos y externos del manteni-


miento son siempre tan distintos (aunque con frecuencia estén rela-
cionados) que generalmente los trataremos por separado.
La forma más omnipresente de mantenimiento interno del orden
en la vida social cotidiana, una forma universal en todas las socieda-
des, debe ser simplemente la etiqueta. Viene después la enseñanza
de la moralidad y su interiorización en forma de conciencia. Por últi-
mo, las sanciones sociales constituyen maneras informales, personal-
sociales de castigar y recompensar, por lo general sencillamente me-
diante la substracción o adición de prestigio, o mediante la repulsión
y atracción social, y están relacionadas con la obediencia o ignorancia
de determinadas normas sociales. Estas tres categorías son todo-en el
reino de la costumbre o, más explícitamente, de la ideología norma-
tiva. En la última de ellas, el mantenimiento de la sociedad mediante
el poder y la autoridad, es en la que comenzamos a distinguir algunos
contextos de conducta bastante diferentes.
Hannah Arendt (1961, pp. 92-93) ha hecho la distinción con cla-
ridad:

Dado que la autoridad exige siempre obediencia, se la confunde comúnmen-


te con alguna forma de poder o violencia. Si~ embargo, la autoridád excluye
el uso de medios externos de coerción; allí donde se utiliza la fuerza, la auto-
ridad ha fracasado. Por otra parte, la autoridad es incompatible con la persua-
sión, la cual presupone igualdad y opera mediante un proceso de argumenta-
ción... La relación autoritaria entre uno que manda y otro que obedece no
descansa ni en un entendimiento común ni en el poder del que manda; lo que
tienen en común es la propia jerarquía, cuya justicia y legitimidad ambos reco-
nocen, y en la que ambos tienen su lugar estable y predeterminado.

La palabra «poden> es un término que se usa corrientemente y


que, por ello, tiene muchos significados. Utilicémoslo en su sentido
más amplio, sencillamente como la capacidad relativa de una persona
o grupo para hacer que otra persona o grupo obedezca; o a la inversa ,
1a capacidad para «no tener que ceder». Es obvio que tal concepción
incluye una serie de cosa's radicalmente distintas. Una persona puede
cumplir la orden de otra porque esta última está en posición de auto-
ridad -como un sacerdote obedece al obispo- o porque es una au-
toridad, respetada por su sabiduría. El poder de la autoridad descansa
idealmente sólo en una relación jerárquica entre las personas o grupos,
de manera que la obediencia no se obtiene mediante alguna clase de
dominación que intimide por la fuerza, sino más bien mediante la
costumbre, el hábito, las ideas sobre la propiedad, los privilegios, u
30 Elman R. Service

otras consideraciones que refuerzan y legitiman de manera efectiva


el poder y lo hacen aceptable. Al poder político para ejercer coerción
lo vamos a denominar simplemente fuerza. Aunque muchas organi-
zaciones políticas ejercen el poder tanto en virtud de una «justicia»
jerárquica como mediante la fuerza o la amenaza del uso de ésta,
resulta conveniente distinguirlas, porque en muchas sociedades existe
sólo una u otra forma de poder, que rige a solas; especialmente en
la sociedad primitiva, en la que a menudo encontramos una jerarquía
tradicional que gobierna competentemente sin utilizar ningún tipo de
fuerza 2 . El recurso a la fuerza significa el fracaso de la autoridad .
durante el tiempo en que aquélla se está empleando, como indica
Arendt. Incluso en este primer punto de nuestra investigación resulta
cierto que en el análisis de las distintas sociedades que se va a efec-
tuar en posteriores capítulos debe hacerse un cuidadoso uso de la
distinción entre autoridad y fuerza (el «poder» de Arendt).

Los usos del poder político

Ya se base en la autoridad o en la fuerza, o en ambas juntas, el


poder. político parece emple~se en tres contextos usuales de compor-
tamiento. Estos contextos se denominan algunas veces consecución
del consenso, toma de decisiones y enjuiciamiento. En este momen-
to, y debido a los propósitos comparativos de este libro, debemos
estar en guardia para elegir conceptos que designen los procesos ge-
nerales y los problemas con ellos relacionados, y no las instituciones
ligadas a cada cultura que operan de forma tan variable en relación
con dichos problemas.
Los conceptos de consecución del consenso, creación de legitimi-
dad, persuasión, refuerzo, privilegios, sanciones negativas, leyes de
lesa majestad, etc., hacen referencia a los medios con que una estruc-
tura política procura salvaguardar su dominación e incrementar su
poder. Frecuentemente, por supuesto, y especialmente en los tiempos
modernos, se trata de medios conscientemente elaborados ·con los que
un grupo mantiene su dominio en la soci~dad sobre los otros , en

2 De manera efectiva, Easton (en Siegel, 1959, p. 217) critica la obra de


Portes y Evans-Pritchard African Política! Systems (Sistemas políticos africanos)
por haber definido la organización política en términos de «control y regula-
ción de la fuerza física>>. Easton cree aue la autoridad es lo más importante en
las organizaciones política.s, pudiendo algunas de ellas no utilizar en absoluto
la fuerza. Ciertamente está en lo correcto, especialmente con respecto a muchas
sociedades africanas.
Los orígenes del Estado y de la civilización 31

provecho propio. Algunas veces, desde luego, el mejor servicio a sí


mismo es servir a la sociedad: «actuar bien siempre sienta bien».
A menudo, la consecuencia de las acciones útiles para la estructu-
ra política produce - en los ciudadanos una sensación de beneficio.
A veces sucede lo contrario y el pueblo se ve refrenado por fero-
ces leyes contra los delitos de traición o lesa majestad vagamente
definidos. Y, como hoy nos dice la moderna psicología conductista,
tanto las sanciones remuneradoras positivas como las coercitivas com-
pelerán la conducta de los ciudadanos para que éstos sigan las vías
deseables aun cuando no tengan un conocimiento consciente de los
motivos de sus opciones. Cualquiera de estas concepciones puede
registrarse convenientemente cuando estemos seguros de que realmente
nos salen al encuentro en nuestra investigación, pero la mayoría de
ellas no son lo suficientemente generales como para que resulten
útiles a nuestro actual propósito general. Retengamos la palabra re-
fuerzo como un término general que designe el esfuerzo que, bajo
cualquier pretexto institucional, realiza la estructura política o de po-
der para integrar y proteger la sociedad; y por supuesto y al .mismo
tiempo, a sí misma. En este lato sentido, el término refuerzo no
entraña ninguna restricción de significado en cuanto a si los ciuda-
danos son o no conscientes de las formas de dirección del comporta-
miento, o si el gobierno planifica conscientemente sus acciones coer-
citivas (como en el caso de la consecución del consenso) o se ve
fortalecido por medios accidentales no buscados (como puede ser un
ciclo climático favorable). Reforzar una estructura es fortalecerla uti-
lizando diversos medios; pero en este punto no se especifican los
medios.
El segundo contexto para el uso del poder político ha sido deno-
minado con frecuencia toma dé decisiones, y, algunas veces, admi-
nistración. La primera denominación es demasiado ·general -todo el
mundo toma decisiones, y casi constantemente- y la segunda suena
demasiado formal, sugiere más las instituciones que los problemas,
funciones o procesos. En el contexto de la evolución del poder polí-
• tico, la palabra que realmente necesitamos para este concepto es lide-
·. razgo. Una acción concertada puede ser convenida por consenso, una-
. nimidad, argumentación o lo que sea, o puede ser impuesta mediante
la autoridad o la fuerza; y puede ser organizada de diversas maneras
_ y realizada con éxito, esto es, administrada. Pero cuando la acción
concertada constituye una respuesta a alguna forma de liderazgo, y es
guiada y realizada por ese liderazgo (y no meramente por «admi-
nistración»), es cuando tenemos un tipo de ,acción, o proceso, que
pasa por diversas permutaciones y finalmente por formas institucio-
32 Elman R. Service
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nales que son del mayor interés para todo lo relacionado con el origen
del poder político.
El tercer contexto de los usos del poder político ha sido deno-
minado enjuiciamiento, arbitraje, mediación y otros términos pare-
cidos. Todos ellos hacen referencia a los poderes más o menos es-
peciales de una parte tercera para hacer algo que ponga fin a las
disputas o disensiones, o concilie las mismas. El término enjuicia-
mento es demasiado formal y restrictivo para servir como denomi-
nación del proceso general que queremos considerar. El enjuicia- · ·
miento se da en sociedades con funcionarios formales que pueden
pronunciar autos de obligado cumplimiento. Un arbitraje es una clase·
especial de la institución del tercero, o parte tercera, que supone un
acuerdo voluntario de las partes en disputa para atenerse a la decisión
-y por tanto muy restringido a sociedades especiales y a situaciones
especiales dentro de aquéllas-. Son las acciones de mediación de
tercero las que constituyen el proceso general que, como el liderazgo
anteriormente tratado, puede tomar las diversas formas institucionales
que podamos ser capaces de clasificar en una serie evolutiva. Con
la palabra mediación, pues, queremos decir simplemente la interven-
ción de alguna forma no especificada del poder político en las disputas
de personas o grupos contendientes. El término puede referirse no
sólo a las acciones de un tribunal formal, sino también al uso de una
ordalía sobrenatural controlada por un sacerdote o a la intervención
de la «opinión pública» después de la arenga de un anciano de una
aldea.
Las ya descritas son las formas en que puede emplearse el po-
der, ya sea éste de autoridad o de fuerza, para resolver los pro-
blemas que puedan afectar al mantenimiento de la sociedad como un
todo, y como tal se ajustan a una definición de las acciones que nor-
malmente consideramos política. Pero debemos recordar que la pri-
mitiva sociedad igualitaria, cuando es pequeña, muy trabada, com-
puesta primariamente por un grupo íntimo de parientes, no tiene la
misma proporción de acciones políticas que una nación moderna, ni
dichas acciones son de la misma escala. Los problemas de orden social
se resuelven la mayor parte de las veces en términos de etiqueta,
ideología normativa y sanciones personal-sociales consuetudinarias, y
si en determinadas circunstancias éstas no fuesen suficientes, puede
recurrirse entonces a algún tipo de autoridad familiar convencional.
Pero en el propio seno de una sociedad primitiva existen muy pocas
ocasiones para el uso político de la fuerza. Esta «permisividad» ha
sido comentada por un sinnúmero de etnólogos, misioneros y viajeros
adelantados.
Los orígenes del Estado y de la civilización 33

El Estado

El derecho que regula la sociedad civil y el gobierno formal, que


son los elementos que caracterizan a los estados, pueden distinguirse
de las formas usuales de poder político en la sociedad primitiva por
el hecho de que están institucionalizados, estatuidos, investidos de
autoridad, y emplean o entrañan el uso real 'de la fuerza, o la amenaza
de la misma. Por muy legitimados por la costumbre y por muy con-
vencionalizados que estén, por muy aceptable que resulten las rela-
ciones jerárquicas que encarnan, el derecho y el gobierno, por el hecho
de que todas sus exigencias puedan ser respaldadas más por la fuerza
que por la sola opinión pública o por alguna forma de acción per-
sonal independiente, normalmente son considerados únicos entre los
mecanismos sociales. No hay duda de que en una sociedad primitiva
puede aplicarse la fuerza, como en el caso de un padre que azota
a su hijo al tiempo que le dice «¡No hagas eso!» ¿Esto es ley y go-
bierno, en algún sentido? Ciertamente, sí en algún sentido. Pero ¿es
un sentido apropiado? Algunos antropólogos norteamericanos lo creen
así, y encuentran derecho y Estado, de diversas maneras, en la pri-
mitiva sociedad de parentesco, diferenciándose sólo en el grado de
complejidad (T he Origin of the S tate [El origen del Estado], de Ro-
bert Lowie [1927], constituye el ejemplo más extremado).
En este momento no sería acertado intentar formular una defini-
ción del derecho formalmente adecuada, ni, en particular, afirmar
que todos los derechos (esto es, cada derecho individual) tengan que
estar respaldados por la amenaza o el uso de la fuerza. Este problema
será discutido en el capítulo 4, «La institucionalización del poder».
Pero el Estado está respaldado por la fuerza atinente a su edificio
legal completo, incluso cuando no se diga así en cada una de las leyes.
Esto es constante en la mayoríá de las definiciones del Estado. Nos-
otros debemos declarar que el poder de la fuerza, sumado al poder
de la autoridad, es el ingrediente esencial de la «estatalidad», simple-
mente porque ésta es la única manera de identificar el objeto de la
investigación. que, informalmente, puede exponerse como: ¿De qué
forma se produjo la institucionalización del poder para gobernar, tanto
por la fuerza como por el imperio de la autoridad?

Las sociedades de jefatura

Muchos e importantes debates y teorías relacionados con el ori-


gen del Estado represivo se han visto obstaculizados por resultar tan
difícil explicar de manera convincente su nacimiento a partir de la
34 Elman R. Service

matriz de la primitiva sociedad igualitaria. Por ello su origen tuvo


que ser bastante repentino y cataclísmico, lo que puede constituir
una de las razones de que sean tan comunes las teorías de conflicto/
conquista de una u otra clase. Pero los datos etno-históricos regis-
trados dan testimonio válido de la presencia en todo el mundo de
sociedades de jefatura 3 diversamente desarrolladas, formas intermedias
que claramente parecen haber surgido gradualmente de sociedades
igualitarias y haber precedido la fundación de todos los estados pri-
mitivos más conocidos . En este momento parece altamente probable
que similares etapas precedieron al florecimiento de las civilizaciones
arcaicas.
Las sociedades de jefatura tienen una dirección centralizada y dis-
tribuciones de status jerárquicos hereditarios con un ethos aristo-
crático, pero ningún tipo de aparato formal, legal, de represión por
la fuerza. Universalmente, la organiz.ación parece ser teocrática, y la
forma de sumisión a la autoridad, la de ·una congregación religiosa
a un sacerdote-jefe. Si a tales organizaciones no violentas se les con-
cede el status de una etapa evolutiva, entonces el origen del Estado
(como lo hemos definido anteriormente) se simplifica mucho, pasando
a residir en la cuestión del uso de la fuerza como una sanción insti-
tucionalizada. Por supuesto, en este caso uno se ve conducido a pre-
guntarse sobre el origen de las sociedades de jefatura y su forma je-
rárquica de gobierno.
Basta de este tema por ahora. Solamente se ha hecho el mínimo
de definiciones y únicamente en su forma más simple a fin de conse-
guir arrancar. Es de esperar que las complicaciones se eviten mediante
el procedimiento de traer a colación gradualmente, capítulo a capí-
tulo, nuevos problemas, en su .contexto geográfico e histórico. Además,
hasta ahora se ha obviado la exposición y enfrentamiento de diver-
sas definiciones autorizadas que contrastan entre sí. Algunas impor-
tantes interpretaciones antropológicas modernas y las definiciones con
3 El concepto de sociedad de jefatura me saltó a la vista por primera vez
cuando Kalervo Oberg (1955) lo empleó para designar un tipo de sociedad
suramericana de las tierras bajas que se encuentra entre las tribus segmentarías
y los estados verdaderos. Tomé de él este concepto para dar nombre a una etapa
evolutiva completa en Primitive Social Organization (Organización social primi-
tiva; 1962) . He encontrado enormemente útil, para diversos problemas, la con-
cepción de esta etapa intermedia, y la utilizo en toda esta obra.
Las sociedades en la etapa de jefatura, que reúnen efectivamente algunos
de las características mínimas de los estados, son consideradas generalmente, sin
embargo, como «primitivas». Posiblemente debido a este hecho han existido
muchos argumentos que, a primera vista, parecen ser simplemente definitorios:
las sociedades primitivas ¿tienen leyes?, ¿política?, ¿gobierno? (La introducción
de Lucy Mair a su Primitive Government [Gobierno primitivo; 1962, pp. 7-32]
constituye un adecuado sumario de estos argumentos.)
Los orígenes del Estado y de la civilización 35

ellas relacionadas aparecerán cuando sean necesarias, y siempre que


sea posible en el área y contexto elegido por sus autores.

Sobre perspectiva y método

Dado que los modelos usualmente empleados por los científicos


sociales se derivan de los de las ciencias naturales, una práctica fre-
cuente es la de poner el énfasis en el determinismo, o en el papel
de la relación causa-efecto impersonal en los asuntos humanos, en
oposición a la voluntariedad y a la intención humana, manifestada
especialmente por importantes líderes políticos, guerreros e invento-
res. ¿Crean los seres humanos la cultura, o es la cultura la que crea
a los seres humanos? En la perspectiva adoptada en este libro, la res-
puesta es sí a ambas preguntas. La cultura es creada por la especie
humana como un todo, y a través de todas las generaciones. Pero la
cultura también es creativa en el sentido de que cada animal humano
deviene distinto de todos los demás animales al estar enmar,cado y
constreñido en una casi infinidad de usos y costumbres creados por la
cultura en cuyo seno nació.
Pero este efecto de la cultura no significa que los seres humanos
no tengan una intención detrás de sus acciones, ya que los actos in-
tencionados son los verdaderos motores de la sociedad. Por ejemplo,
el zulú Shaka, sobre el que hablaremos en el capítulo 5, fue, sin
duda alguna, un líder guerrero muy innovador, y el creador del pri-
mer reino nativo · de Sudáfrica. ¿Hubiera sido diferente el Estado
zulú si Shaka no hubiera nacido? Es ésta una pregunta sin sentido,
porque no hay manera alguna de contestarla: presublimente, si algo
hubiese sido diferente, los resu,ltados habrían sido también diferen-
tes. Lo que nosotros queremos es averiguar todo lo que podamos
sobre los acontecimientos precedentes, las condiciones interrelaciona-
das, la acción recíproca de las fuerzas; el contexto histórico de cau-
sas, efectos y adaptaciones en el que Shaka se vio envuelto. Al me-
. nos en parte nos es dado descubrir estas cosas, que nos ayudarán a
conocer por qué Shaka pudo hacer una cosa y no otra. Lo que es más
·· importante: conforme avanzamos, capítulo a capítulo, podemos en-
contrarnos con que condiciones similares a las existentes en el Africa
de Shaka parecen obtener· respuestas similares a las que éste dio .
· Pero debemos recordar que esto no es un argumento «determinismo
versus gran hombre», ya que no se está planteando esta cuestión.
Simplemente, estamos utilizando una perspectiva arbitraria sobre los
acontecimientos, que elimina la especulación acerca de las desconoci-
das capacidades personales y psicológicas de líderes anónimos o des-
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aparecidos hace mucho tiempo, con objeto de concentrarnos en los
datos conocibles. La ciencia, al igual que la política, bien puede defi-
nirse como «el arte de lo posible» -y éste es el propósito del método
aquí utilizado.
Por lo que respecta al método comparativo, debe entenderse ahora
que los procedimientos de esta investigación pueden parecer bastante
informales. Esto es, no estamos siguiendo ningún tipo de esquema
lógico de tests de concordancias estadísticos o matemáticos, ni de pro-
cedimiento de selección de muestra representativa, etc. El método
que vamos a emplear aquí no requiere ninguna de esas formalidades,
sino sólo el cuidado, la cautela y el esfuerzo científicos precisos para·
alcanzar la racionalidad necesaria en toda reconstrucción histórica.
No existe aquí ningún problema que requiera procedimientos es-
tadísticos o de muestreo, simplemente porque son muy pocos los
casos de formación de un Estado que estén lo suficientemente bien
documentados como para que aquéllos resulten útiles; es decir, nues-
tra muestra es el universo conocido. Sin duda, los capítulos 3 y 4
contienen algunas grandes generalizaciones sobre la sociedad primi-
tiva como un todo, pero no se trata de descubrimientos o argumentos
que pudieran requerir pruebas. Se ofrecen simplemente como conclu-
siones bien fundadas que resultan útiles como telón de fondo para
las investigaciones de los orígenes de los estados. Los casos reales
descritos en estos primeros capítulos simplemente sirven de ilustra-
ción a las exposiciones del panorama general.

Nuestros antecesores contemporáneos

En este punto debe recalcarse que esta obra se aparta del moder-
no procedimiento histórico y antropológico al uso. Los casos histórica
y etnológicamente conocidos se utilizarán como ayuda para la inter-
pretación de sociedades que se conocen sólo arqueológicamente. El
que éste sea un buen procedimiento dependerá del cuidado con que
se practique -confieso que se trata de un procedimiento plagado de
dificultades insospechadas- y de los resultados. Ciertamente, merece
una más amplia descripción.
c:Cuál es la justificación del método comparativo cuando se mue-
ve desde etapas todavía existentes a épocas extinguidas? ¿Resulta jus-
tificable considerar la formación históricamente conocida de los esta-
dos primitivos, como se hace en la primera parte de este libro, con
objeto de interpretar o reinterpretar mejor la formación de las civi-
lizaciones arcaicas que sólo son conocidas gracias a la arqueología
y a la distante historia antigua? Los primeros antropólogos del si-
Los orígenes del Estado y de la civiliza~ión 37
------------------------~~-------
glo xx, siguiendo el precepto de Boas, desecharon este procedimiento
-aunque en muchos casos podían haberlo utilizado ventajosamente-
al tiempo que dejaban en claro sus posibles peligros, como pueden ser
los que describimos a continuación.
Este método tuvo su origen cuando los filósofos comenzaron a em-
plear descripciones contemporáneas de pueblos primitivos en sus refle-
xiones sobre su propio pasado. Fue ésta la primera forma empírica
de interpretar la historia menos conocida de los tiempos más simples.
Existe una larga y clásica historia de la utilidad de este enfoque:
Aristóteles lo utilizó en su Política, y lo mismo hizo Tucídides en
su Historia de la guerra del Peloponeso. Durante la Ilustración fue
la herramienta primordial de filósofos de la civilización tan grandes
como Hobbes, Ferguson, Lafitau, Montesquieu, Rousseau y Turgot;
y finalmente, en épocas posteriores, destacaron en su uso Spencer,
Frazer y Marc Bloch.
En aquellos primeros tiempos, el peligro más evidente para este
método fue el que representaba la validez de los datos. Los relatos
de viajeros no preparados en estas materias y los posteriores informes
de misioneros y comerciantes constituían a menudo -aunque no
siempre- grandes exageraciones o equivocaciones. Pero esto no es
más insalvable en el caso presente de lo que lo es el uso de docu-
mentos ingenuos en la historiografía en general. En muchos aspectos,
son más interesantes y útiles que la reinterpretación de algunos. Se
deben aplicar criterios de racionalidad que estén basados en tanta
etnología comparativa como sea posible. Cuando se trata de los tiem-
pos modernos, los mayores peligros, paradójicamente, residen en el
uso de etnografías «científicas» realizadas por antropólogos profesio-
nales, porque, aun cuando los datos descriptivos pueden ser más exac-
tos y analíticos que el relato de. un viajero, los informes son descrip-
tivos solamente de residuos de sociedades altamente aculturadas que
se contaban entre las pocas supervivientes de las expansiones colonia-
les e imperiales euro-americanas. Resulta particularmente peligroso
utilizar algún método estadístico mecánico que evite el juicio crítico
.de la fiabilidad de las fuentes (a la manera del Human Relations Area
Files o del Ethnographic Atlas), cuando se pretende que la muestra
representa culturas aborígenes - lo que desde luego no cumple.
En el presente volumen el problema no es tan grande. Las com-
paraciones no serán mecánicas y los datos han sido evaluados crítica-
mente por diversos historiadores y antropólogos etnohistóricos exper-
tos. El mayor problema que se presenta en este caso, al ir de lo más
conocido a lo menos conocido, es el de cómo evaluar las diferencias
de adaptación estructurales y funcionales entre los estados secundarios
o derivados -aquellos que surgen en respuesta a presiones y circuns-
38 Elman R. Serviceo
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tandas externas relativamente modernas- y las civili,zaciones prima-
rias («prístinas» o «naturales») que constituyeron las respuestas origi-
nales independientes en sus propias áreas (véase Fried, 1967, 1968).
La utilidad intelectual de la comparación entre los estados pri-
mitivos de los tiempos históricos y las civilizaciones primarias depen-
derá, en gran medida, de nuestra capacidad para mantener la distinción
de Goldschmidt entre problemas y procesos políticos, por una parte,
y por otra, las más variables clases de instituciones que sólo históri-
camente pueden llegar a desaparecer -constituyendo, por consiguien-
te, discontinuidades evolutivas. •
La dicotomía «prístino» versus «Secundario», propuesta por Fried,
es muy importante para la tesis de este libro, en particular a la hora
de contrastar los Estados de la Parte II con las civilizaciones de la
Parte III. Pero con frecuencia el adjetivo «prístino» no parece sufi-
cientemente exacto. En algunos contextos es preferible el adjetivo
«precoz» por tratarse de un término relativo: una sociedad puede
estar más evolucionada que sus vecinos por haber conseguido antes
una característica evolutiva avanzada. El término «prístino» (vs. «se-
cundario»), al ser absoluto, plantea problemas que no siempre hacen
al caso (puede encontrarse un argumento afín en Sanders y Marino
[1970, pp. 104-105]). En otras palabras, yo no deseo dilucidar si
el primer gobierno fue la cultura olmeca o la de Chavín (en México
y Perú), con Teotihuacán o Mochica segundos o terceros en la lista.
Todo lo que es necesario discutir es que la primera manifestación de
una nueva civilización entre sociedades adyacentes (los rivales poten-
ciales), aun cuando pueda claramente haber sido, como Kaminaljuyú
en Guatemala, un vástago secundario, tuvo que ser, en su precocidad,
tremendamente aventajada y, por consiguiente, muy influyente. La cul-
tura maya del Petén, la del valle del Indo, la Chou en el norte de
China, Tiahuanaco en las tierras altas peruanas, y también otras, pue-
den haber sido realmente secundarias en el sentido de Fried (o incluso
terciarias), pero fueron precoces en una región muy amplia, que do-
minaron fácilmente. Para nuestros actuales propósitos de entender
los movimientos evolutivos de ascensión y decadencia, lo que tiene
importancia, más que la «pristinidad» absoluta, es la precocidad local
relativa.

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