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PSICOLOGÍA DEL DINERO

La transformación de nuestros objetivos más elevados supone un curso extremadamente lento ya que estos objetivos
parecen estar detenidos en comparación con la aceleración inevitable en la adquisición de los medios y en el trabajo
continuo en la fundación constructiva como en la ampliación de la construcción teleológica.

La diferencia entre las condiciones primitivas y cultivadas se mide por el número de pasos que media entre la
acción inmediata y su objetivo último.

El medio de intercambio generalmente reconocido (que surge porque, uno, el bien ofrecido por "a" a "b" carece de
atractivo pero "b" tiene algo que le interesa a "a", dos, los bienes recíprocamente ofrecidos se desean por las dos partes
pero las cantidades que se hacen corresponder a cada uno no permiten un acuerdo inmediato por medio de una
equivalencia directa) se convierte en el punto de tránsito para todas las transacciones bilateralmente obligatorias, y
revela, por sí mismo, su condición de prolongación de la acción teleológica en el sentido de que se trata de un medio de
obtener objetos deseados, indirectamente y a través de una institución pública, que serían inalcanzables con los
esfuerzos orientados directamente a ellos.

La característica del dinero desata el siguiente proceso psicológico para surtir efecto. Una de las cualidades más
significativas de la razón humana consiste en que los medios indiferentes a un fin se convierten en fines por sí mismos
sólo si han abundado durante largo tiempo en nuestra conciencia o si el fin a alcanzar se pierde en la lejanía. El valor
que originalmente se confía en alcanzar al final deviene autónomo y pasa a ocupar la inmediatez psicológica de manera
mucho más que indirecta. Para un buen número de personas la perfección de la tecnología en sus actividades se ha
convertido en un fin en sí mismo de tal modo que olvidan los fines superiores a los que toda tecnología supuestamente
pretende servir.

Los peldaños del proceso teleológico= el objetivo último racional es, sólo el disfrute del uso de un objeto; los medios para
ello son: primero, tener dinero, segundo, gastarlo, y tercero, poseer el objeto. La conciencia teleológica puede detenerse
en uno de esos tres niveles y concebirlos como un fin en sí mismo. Y, de hecho, cada uno de esos tres componentes
puede degenerar en un cúmulo de obsesiones.

Esta controversia acerca de si el dinero es en sí mismo un valor o sólo un signo de valor, parece que oculta un conjunto
de factores psicológicos cruciales. Quienes se oponen al dinero simbólico olvidan que los valores por los que el dinero
sirve como un instrumento de medida son, en última instancia, valores psicológicos, valores que no existen
objetivamente en un sentido absoluto, sino únicamente en virtud del hecho de que la voluntad humana desea el objeto
en cuestión que no tiene otra cualidad inherentemente objetiva que la del sentimiento de bienestar que promueve un
sistema nervioso organizado de cierto modo. Ni el alimento ni el abrigo, ni la ropa ni los metales preciosos, son valores
en y por sí mismos, más bien llegan a ser valores sólo en el proceso psicológico de la estimación que hacemos de ellos.

El dinero como medio constituye un punto de intersección necesario para un buen número de fines. No en vano,
muchos fines reclaman los mismos medios, de modo que su presencia se subraya en tal medida para nuestra conciencia
que su valor parece ir más allá de su condición de mero medio. Y este hecho será más probable que ocurra cuando los
fines a realizar con él son múltiples y diversos ya que son recíprocamente neutralizados en su variación y la única cosa
que tienen en común (los medios para adquirirlos) destaca sobremanera. Esto tiene enormes consecuencias para la
dimensión psicológica del dinero. La tacañería de la época actual, por ejemplo (el medio común a muchos fines que se
afanan por perseverar en la vida debe recibir más énfasis y dominio en la conciencia). Con el añadido en este contexto,
de que muchos fines y atractivos de la vida se marchitan, mientras que el valor de los medios asociados con ellos ahora
ha obtenido una independencia que provoca, después, la desaparición de los fines iniciales. La mera posibilidad de ser
comparados a un medio estándar indiferente, accesible a todos, les hace perder su dimensión específica y única. A los
ojos de la persona indiferente no existe nada que le parezca digno de un valor inapreciable y, a la inversa, quien cree
que es capaz de comprar cualquier cosa con dinero es necesariamente indiferente. Si este carácter de validez universal
del fin último a nivel psicológico hace dignos de valor sólo a aquellos objetos que cuestan gran cantidad de dinero,
entonces se puede constatar en el mismo proceso que para algunos tipos de personalidad sólo tiene valor lo que no
pueden llegar a poseer. Esto no es una inversión sino la intensificación de esta consecuencia psicológica de las
transacciones monetarias.

La ausencia del valor del dinero tiene probablemente, como consecuencia, el resultado de que el trato a las mujeres es
peor entre pueblos no cultivados, en cuyos contextos se compraban, y mejora en otros en los que se adquieren por una
gestión personal de su pretendiente con los padres de la novia más que por un mero pago económico. Ésta es la razón
por la que un regalo en forma dinero es la cosa más indigna y rebaja la condición de la persona. Se da un fenómeno
sorprendente de gente dispuesta a recibir los mayores sacrificios de otras personas (vida, sufrimiento, honor y demás)
pero no un regalo en forma de dinero.

El dinero es común porque es el equivalente para todo y para cualquier cosa. Sólo lo que es individual es
distinguido. Lo que es equivalente a muchas cosas es equivalente al menos entre ellas, y así, desplaza las cosas más
nobles al nivel más vil. La impersonalidad del dinero hace posible una gran expansión de la caridad.

Es relevante cómo el carácter seductor del dinero, que puede transformarse en algo posible en cualquier instante, puede
entrar en conflicto con los efectos constitutivos de su impersonalidad. Ej: San Francisco y Tomás de Aquino (p. 88).
La carencia de cualidad del dinero promueve la ausencia de cualidades entre las personas tanto como pagadores o
como receptoras del dinero (sin embargo, donde se dispone de otros equivalentes, se tiene en consideración la
naturaleza de la persona con quien se intercambia). No obstante, cuando adquiero algo a cambio de un servicio,
primero examino con detalle la persona con la que interactúo.

El dinero es una entidad absolutamente objetiva en la que lo personal se borra. La indiferencia del dinero, cuya
consecuencia es también la indiferencia hacia los objetos, también se ha expresado en aquellos bienes comerciados que
se caracterizan por el hecho de que todos los bienes implicados en ellos tienen el mismo precio. Aquí el aspecto decisivo
es que lo que motiva al comprador no es la singularidad del producto, sino el carácter definitivo del precio. La cualidad
específica cede paulatinamente ante la cantidad. La esencia psicológica del dinero produce el fenómeno opuesto, que
muchas cosas se negocian y se persiguen sólo porque cuestan una gran cantidad de dinero. Para una parte de la
sociedad el solo hecho de que el objeto pueda tener cierto precio ya le aporta valor.

Mucho tiempo atrás, sin embargo, este carácter del dinero provocó que las clases que quedaban excluidas de muchos
fines de aspiración personal, con motivo de su posición social se reorientaran a la adquisición del dinero con cierto éxito.
Aunque los cauces de otro tipo de éxito estaban cerrados para ellos, el dinero constituía el ámbito neutral del que era
difícil excluirles ya que por su carácter inespecífico existen muchos canales a través de los cuales ellos podían obtenerlo.

El hecho de que muchos valores de la vida podrían expresarse en términos de dinero ha permitido establecer en la ley
criminal el concepto general de fraude por los propios fines (sólo aquellos que han menoscabado los bienes de otros son
castigados por incurrir en fraude).

El dinero es el dios de nuestro tiempo. El concepto de dios muestra su naturaleza más profunda en el hecho de que
toda la diversidad del mundo se aviene a la unidad en ÉL. Esta idea de que todos los elementos antagónicos e
irreconciliables del mundo encuentran una nivelación y unificación en ÉL anuncia reconciliación y seguridad (sentimiento
que fomenta la posesión de dinero), pero también la plenitud de nociones complementarias que encontramos en la idea
de dios. La similitud psicológica entre esta última y la idea de dinero debería clarificar la discusión precedente. Al igual
que dios en la forma de fe, también el dinero en forma de objeto concreto es la abstracción más elevada a la que la
razón práctica se ha alzado.

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FILOSOFÍA DEL DINERO

PREFACIO

Todo ámbito de investigación muestra dos límites en los cuales el pensamiento pasa de la forma exacta a la filosófica. El
comienzo del ámbito filosófico señala, el límite inferior del ámbito exacto, y su límite superior se encuentra allí donde los
contenidos siempre fragmentarios del saber positivo tratan de completar una imagen del mundo por medio de conceptos
excluyentes, o referirse a la totalidad de la vida.

Si existe una filosofía del dinero, únicamente puede situarse más allá y más acá de la ciencia económica del dinero: su
función es representar los presupuestos que otorgan al dinero su sentido y su posición práctica en la estructura
espiritual, en las relaciones sociales, en la organización lógica de las realidades y de los valores. Tampoco se trata aquí
del origen del dinero, pues ésta pertenece a la historia y no a la filosofía.

La primera parte de este libro trata de deducir el dinero de aquellas condiciones que atañen a su esencia y el sentido de
su existencia. La manifestación histórica del dinero, cuya idea y estructura tratamos de derivar de los sentimientos de
valor, de la práctica de las cosas y de las relaciones recíprocas de los seres humanos, tomado todo ello como
presupuestos, constituye la parte segunda o sintética, y estudia también su influencia sobre el mundo de lo interior: el
sentimiento vital de los hombres y el encadenamiento de sus destinos, la cultura general. La una ha de hacer
comprensible la esencia del dinero a partir de las condiciones y relaciones de la vida general; la otra, por el contrario, ha
de hacer comprensible la esencia y conformación de la vida a partir de la influencia del dinero.

En esta investigación no hay ni una línea escrita en el espíritu de la economía política. El hecho de que dos intercambien
el producto de su trabajo no es solamente algo perteneciente a la economía política. Se puede considerar aquel
intercambio como un hecho psicológico, moral y hasta estético.

El dinero no es más que un medio, un material o ejemplo para la representación de las relaciones que existen entre las
manifestaciones más externas, reales y contingentes y las potencias más ideales de la existencia, las corrientes más
profundas de la vida del individuo y de la historia.

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