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Quizá lo más interesante sea que cuestiones en las que hasta ahora no
habíamos reparado empiecen a caer dentro del círculo de nuestros intereses.
Sabemos que el mundo del niño es muy reducido; con el paso de los años, con las
lecturas y con el estudio se va ampliando. Con los libros empezamos a acercarnos a
temas, en principio poco atractivos, pero que, poco a poco, van atrayendo nuestra
atención. En definitiva, podemos decir que con la Literatura ampliamos el campo
de nuestros intereses culturales y alcanzamos un mayor grado de madurez
intelectual.
7 - Para aquellos que se sientan más atraídos por lo personal, por los
problemas más íntimos, les será de suma utilidad conocer a personas, en este caso
escritores, de una gran riqueza interior y capaces de vivir fuertes pasiones. Por un
lado, tenemos la Lírica, con la que podemos conocer y sentir las tristezas y los
sueños de Bécquer expresados en las «Rimas», o el más fino sentimiento amoroso
de Neruda en «Veinte poemas de amor y una canción desesperada». Los infinitos
matices del amor los vamos descubriendo a través de nuestro propio
enamoramiento y con obras como «La voz a ti debida» de P. Salinas.
Por otra parte, los mundos interiores de estas personas tan complejas, como
son la mayoría de los escritores, se nos revelan a través de sus autobiografías. ¿Qué
mejor manera de conocer a Juan Goytisolo que leer «Coto vedado» y «En los reinos
de Taifas»? Aquí debemos hacer referencia a este género que llamamos diarios.
¡Cómo olvidar el conmovedor «Diario» de Ana Frank, o el «Diario de
Zlata»! Estos libros nos ayudan a orientarnos entre la inmensa muchedumbre que
formamos los humanos. A través del conocimiento de los demás, nos conocemos a
nosotros, conociendo las virtudes y defectos de los otros, reconoceremos nuestra
valía y nuestras limitaciones. La Literatura nos ayuda en el análisis de nosotros
mismos. Leyendo «Por el camino de Swan», es decir, conociendo la infancia de
Marcel Proust, se nos aparecerá la nuestra, y reviviremos aquellas alegrías y
tristezas infantiles que teníamos olvidadas pero que permanecen indelebles en
nuestro espíritu.
El literato no sólo procura utilizar la lengua con corrección sino que «juega»
con las palabras, se esfuerza por encontrar una expresión original o, al menos, muy
personal. Huye de la monotonía, la repetición o la pobreza léxica. En resumen, para
conocer bien una lengua (cosa que se exige al estudiante) hay que conocer su
literatura, leer sus mejores obras. Esto sirve tanto para el conocimiento del
castellano como para el aprendizaje de lenguas extranjeras. Para el estudio del
inglés o del francés es imprescindible la lectura de buenas obras escritas en esos
idiomas.
La otra cara del estudio es la expresión. Una vez que hemos aprendido una
materia hemos de ser capaces de expresar los conocimientos adquiridos. La
expresión, unas veces será escrita y otras oral. Es obvio que el estudiante necesita
dominar el arte de la escritura y poseer una buena capacidad de expresión oral. Son
abundantes los exámenes escritos que reciben un suspenso a causa de una expresión
incorrecta o inadecuada. Ocurre con frecuencia que en el papel del examen no
aparecen explicadas las ideas que el alumno probablemente tiene en su mente. Se
aprende a escribir escribiendo y leyendo a los que mejor escriben. No existe otro
modo.
Con todo, la creación más genuina es la artística. Por ello, cuando hablamos
de creadores estamos pensando en pintores, escritores, cineastas, músicos, etc., los
que se dedican a las distintas artes, es decir, a esas actividades que nos permiten
construir todo un universo. El escritor crea un cosmos con sus personajes, sus
problemas, sus objetos, sus relaciones, etc. Podremos considerarnos inmensamente
afortunados si conseguimos ser capaces de crear un mundo personal y disfrutar con
ello. Esta satisfacción es muy profunda. Una de las formas para llegar ahí es la de la
lectura, conocer los caminos trazados por los grandes escritores. Nos lo recordaba
Virginia Woolf: «Ser lector es el único camino para llegar a ser escritor».
Por otro lado, no debemos olvidar que la Literatura, por muy fantástica que
sea, bajo esa apariencia de ficción, siempre nos habla del ser humano, de sus
alegrías, frustraciones, obsesiones, temores, dudas, miedos, esperanzas...; nunca
pierde la vinculación con el mundo real. Como decía una escritora inglesa «La
Literatura presenta jardines imaginarios con sapos reales».
María Gripe