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ti Psicosociofegíss
d©S fifemp® libre
Un enfoque crítico
Frederic Munné

Esta obra nos ofrece el análisis de un problema que día a día


cobra mayor importancia: el ocio y el tiempo libre.
La forma en que se ha abordado esta cuestión es poco afortunada, ya
que la mayoría de las veces se han hecho estudios sociológicos
parciales que, si bien han ofrecido ciértos aportes, no pueden ser
calificados aún como científicos.
No es el caso del presente ensayo; ya que plantea el análisis de
esta problemática desde el punto de vista de la dialéctica materialista,
lo cual hace de éste un libro profundamente teórico, cuya riqueza
conceptual y sencillez en el lenguaje lo ponen al alcance de
quienes se interesan en el tema.

Contenido
La concepción buguesa del ocio
Marx y el tiempo libre
Las repuestas de la historia
Una parte, llamada libre, dei tiempo social
La temporalidad en el tiempo libre
En busca del sentido del tiempo libre
La libertad en el tiempo libre
Los modos prácticos de la libertad en el tiempo
Tiempo, libertad y cambio
El ocio burgués como práctica del tiempo libre
El tiempo antilibre
Tiempo de integración versus tiempo dé subversión

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Frederlc ilunoé

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EDITORIAL
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México, A r g e n t i n a , E s p a ñ a ,
C o l o m b i a , P u e r t o Rico, V e n e z uiela
ela 1 (§
Catalogación en la fuente
^ Munné, rrederlc
Pslcosoclología del tiempo libre : un enfoque
crítico. -- México : Trillas, 1980 (reimp. 2010).
206 p. ; 25 cm.
Bibliografía: p. 177-201
Incluye índices
I5BN 978-968-24-0894-6

1. Psicología social. I. t.

KD-502'M482p LC- IÍM291.L5'M8.6 968 J

La presentación y División Comercial


disposición en conjunto de Calz. de la Viga 1152
P5IC050CI0L00ÍA DEL TIEMPO LIBftE. C. P. 09439, México, D. F.
Un enfoque crítico Tel. 56550995, FAX 565508 70
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Primera edición X5
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•©1980, Editorial Trillas, 5. A. de C. U <HXL, XA, XM, XX, XO, 0 5 ,
0R, OA, 0 0 , 5T, 5L)
División Administrativa
Av. ñío Churubusco 385 Reimpresión, 2 0 1 0 "
Col. Oral. Pedro María Anaya, C. P. 05540
México, D. F. Impreso en México
Tel. 56884255, FAX 56041564 Printed in México
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"El público no se divertirá mientras no esté en plena libertad de divertirse;


porque entre rondas y patrullas, entre corchetes y soldados, entre varas y bayo-
netas, la libertad se amedrenta, y la tímida e inocente alegría huye y desaparece."
Estas palabras, escritas hace más de siglo y medio por Jovellanos, 1 expresan la
idea central de este libro. Con él, pretendo aclarar cuáles son, hoy en día, las
"rondas. . . y bayonetas" que impiden la libertad en el ocio; porque éste no es
nada si está separado de aquélla. Con la libertad, en cambio, el ocio, que deman-
da siempre un tiempo, es tiempo libre.
Ahora bien, si tomamos el concepto del tiempo libre —elaborado básicamente
por el marxismo, como veremos— para fundamentar una crítica del ocio burgués,
la contracrítica sería cosa fácil. Para que tal crítica posea también una validez
interna, es necesario reelaborar el concepto en cuestión acudiendo a algo recla-
mado a la par, tanto por las teorías burguesas como por las marxistas. Entién-
dase la libertad considerada temporalmente y en su dimensión antropológica,
como uno de los modos en que puede darse el tiempo del hombre; no, en su
dimensión directamente política, la cual presenta un contenido antagónico en
las prácticas del sistema marxista y del sistema burgués. Sólo si se opera de esta
manera —aparentemente desligada de la ideología, pero que en realidad enfrenta
ambas posturas en una controversia rica en matices y trasfondos— me parece
posible obtener un instrumento conceptual válido para la crítica de la práctica
burguesa del ocio.
Por otra parte, ese instrumento crítico debe proporcionarlo una perspectiva
científica que no pierda de vista ni la personalidad ni la sociedad, porque esta
manifestación social de la conducta que llamamos ocio se da entre ambas. Se
requiere, por lo tanto, una perspectiva de base psicológico-social. Sin embargo,
hasta hoy, por diversas razones la perspectiva dominante en este campo ha sido
1
Jovellanos, 1790, 177. (En las citas remito a la bibliografía proporcionada al final
del libro, los datos citados se refieren al año de la edición original, y a las páginas de la edi-
ción utilizada. En los casos en que esta edición no coincida con aquélla, sus datos figuran,
entre paréntesis.)

5
6 INTRODUCCIÓN

la sociológica. Y si a ésta le corresponde al mérito de haber valorado aquel fe-


nómeno, también hay que imputarle en gran medida la desorientación reinante
sobre el concepto del ocio. 2 Lo incongruente del cuasimonopolio sociológico se
refleja en las siguientes palabras de Dumazedier, inconcebibles en una reconoci-
da autoridad en la materia: -l4Sólo una sociología del ocio, situada en relación
con el conjunto de las obligaciones de la vida cotidiana y caracterizada por la
interdependencia de esas tres funciones principales (se refiere al descanso, a la
diversión y al desarrollo de la personalidad), puede permitir el estudio concreto
y completo de ese fenómeno psicosocial". 3 Que yo sepa, el estudio concreto de
los fenómenos psicosociales es propio de la psicología social y no de la sociolo-
gía. En cuanto a su estudio completo, está claro que sólo es posible si se acude
a la sociología y a las demás ciencias humanas, desde la psicología y la psiquia-
tría hasta la antropología y la pedagogía. Y en este sentido, como lo demuestran
las referencias bibliográficas de este libro, todas esas ciencias han hecho impor-
tantes aportaciones a esta temática. En consecuencia, la crítica propuesta obliga
a sentar los fundamentos de una psicosociología del tiempo libre.
Lo expuesto explica la estructura de esta obra: empieza con unos capítulos
dedicados al conocimiento de las diversas teorías y de las prácticas históricas
constitutivas del ocio. Sigue un extenso y profundo análisis cualitativo, en el que
trato menos de describir el ocio que de descubrir el tiempo libre. Finalmente, del
contraste entre el concepto de ese tiempo y la práctica moderna del ocio en su
manifestación burguesa, surge la crítica de esta última. 4
En cierto modo, todo ello es un argumento, un largo argumento que por
supuesto implica una interpretación en favor de la tesis de Marx, significativa-
mente sugerida más que desarrollada por él, sobre el tema; tesis que se encuentra
situada en las antípodas de aquéllos que ven o buscan en el tiempo de ocio la
posibilidad de una actividad de recreo que "impide tomarse a sí mismo y a su
profesión demasiado en serio". 5 Esto es, se trata, además de denunciar el proyec-
to burgués de una civilización del ocio por ser incoherente con la libertad y con-
tradictorio con cualquier concepción democrática del ocio, de demostrar que el
llamado problema del tiempo libre es un tema fundamental para el porvenir del
hombre.
Esta obra es destructiva en el sentido de que dice "así no" a un modo concre-
to —más que mayoritario, masivo— de vivir y de entender hoy el ocio. Es cons-
tructiva en cuanto que éste "no" fundamenta ya otro modo de vivir el ocio: un
ocio entendido como tiempo libre. No lo es, empero, para los que reclaman que
se diga "así hay que vivirlo". La razón de ello, una extensa razón que motiva
todo el contenido de mi trabajo, se hace explícita en la última página del mismo.
No sé si es un trabajo pesimista; en verdad, sobran argumentos para que lo

2
Cfr. la nota 32 del cap. 3.
3
Dumazedier, 1962a, 345. La aclaración entre paréntesis es mía.
4
Obviamente, esa crítica no agota todos los aspectos de la cuestión. Por ejemplo, no
entro, al menos directamente, en el análisis de la estratificación del ocio como factor condi-
cionante del tiempo libre. Porque el papel <pue juegan las clases sociales, rebasa el marco
de ese tiempo; es decir, exige un estudio mas amplio relativo a todo el tiempo social. Por
otra parte —y esto es importante— no ha sido necesario acudir a este aspecto para aclarai
las relaciones temporales entre el ocio y la libertad en el marco de la práctica burguesa.
Ripjrs, 1935; citado por Butler, 1959,1, 26.
INTRODUCCIÓN

sea. Y ahí están los testimonios de Georges Friedmann, David Riesman, Herbert
Marcuse o Helinuth Schelsky, para no citar más que unos pocos, que han evolu-
cionado desde una postura más o menos optimista hasta una posición contraria.
Pese a ello, lo cierto es que los capítulos que siguen no niegan la esperanza. No
en balde, a través de un ejercicio de la "imaginación psicosociológica", 6 preten-
den tomar conciencia de la situación, lo que, en cierta manera, supone ya u n
dominio de ésta.
En la práctica, tal esperanza nace de la trágica convicción, reafirmada una vez
escritas estas páginas, de que si nuestro tiempo que tiene la remota posibilidad de
ser el mejor de los tiempos no lo es, los únicos culpables somos nosotros mismos.

6
Wright Mills, 1959, passim. Sus razonamientos sobre la imaginación sociológica son
extrapolabies —deben ser extrapolados— al campo psicosocial.
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Introducción 5

Cap. 1. La concepción burguesa del ocio ... . 11


Los empíricos, 12. Los teóricos, 15. Los críticos, 18. El deno-
minador común, 19.

Cap. 2. Marx y el tiempo libre 23


La concepción de Marx, 24. Los ortodoxos, 27. Los revisionis-
tas, 30. La postura de la escuela de Frankfurt, 33. ¿Dónde está
la convergencia con la concepción burguesa?, 35.

Cap. 3. Las respuestas de la historia 39


La Skholé como ideal griego, 40. El otium romano, 42. El ocio
como ideal caballeresco, 44. El ocio como vicio en el puritanis-
mo, 46. El ocio burgués como tiempo sustraído al trabajo, 48.
Ocio, tiempo libre e historia, 50.

Cap. 4. Una parte, llamada libre, del tiempo social 55


Cinco "tiempos libres", 55. La oposición entre el tiempo de ocio
y el tiempo de trabajo, 57. Un extraño tiempo de semilibertad,
61. Crítica del tiempo semilibre, 65.

Cap. 5. La temporalidad en el tiempo libre 69


Temporalidad, libertad y condicionamiento, 69. Tipología del
tiempo social, 73. El grado de nitidez del tiempo libre, 76. ¿Qué
es el tiempo libre?, 77.
Q
.10 ÍNDICE D E C O N T E N I D O

Cap. 6. En busca del sentido del tiempo libre 79


Las interpretaciones psicológicas, 79. El debate de las concepcio-
nes objetivas, 80. La concepción funcional de Dumazedier, 82.
Las "funciones" del ocio, 85.

Cap. 7. La.libertad en el tiempo libre 91


La liberación, 91. La compensación: un proceso psicológico bá-
sico, 93. Crítica de la tesis "funcional" ¿Funciones o contrafun-
ciones?, 97. La cuestión de la autonomía, 101. Del tiempo libe-
rador al tiempo liberado, 102. ¿Qué es el tiempo librel, 104.

Cap. 8. Los modos prácticos de la libertad en el tiempo 107


El tiempo de descanso, 108. El tiempo de recreación, 111. El
. tiemno de creación, 121.

Cap. 9. Tiempo, libertad y cambio 127


El tiempo libre en el sistema establecido, 128. Dialéctica del
tiempo libre, 131. libertad, temporalidad y creación, 132. Qué
es el tiempo libre, 135.

Cap. 10. El ocio burgués como práctica del tiempo libre 139
Un descanso exigido, 140. Una recreación impuesta, 142, una
creación establecida, 146.

Cap. 11. El tiempo antilibre 151


La dicotomía y la cuan tifie ación del tiempo social, 151. La psi-
cologización del ocio, 154. La estandarización del ocio, 155. La
sobrecompensación, 157.

Cap. 12. Tiempo de integración verstis tiempo de subversión - 163


La vaciedad del ocio burgués, 164. El impasse del tiempo libre y
la alternativa contracultural, 166. La inextinguible realidad del
trabajo y del ocio, 169. El proyecto burgués de una nueva civi-
lización, 170. La tarea fundamental, 172.

Referencias bibliográficas 177

índice analítico 203


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Uno de los campos más afectados por el actual enfrentamiento ideológico


entre capitalismo y socialismo es el del ocio o tiempo libre, en el que el hombre
se ocupa de actividades no sujetas, en principio, a servidumbre.
Durante el tiempo de ocio, nuestra conducta parece ser más una expresión
pura de la personalidad que de un actuar por necesidad u obligación. Posee, por
lo tanto, un indiscutible significado y valor psicológico; pero también presenta
serios problemas sociales que manifiestan una dimensión sociocultural y un
sentido antropológico que, a su vez, explican el creciente.interés que su estudio
despierta en el campo de las ciencias sociales, desde las más generales como la
sociología —en la que ha llegado a constituir una incipiente rama especializada—1
y la psicología social hasta las más particulares como la economía o la pedago-
gía sociarl. En todas ellas se topa, sin embargo, con una vaguedad del concepto
clave —el tiempo libre o el ocio, según los autores de que se trate— que dificulta
obviamente cualquier análisis de aquellos problemas.
Al considerar globalmente en los estudios e investigaciones realizados, se ad-
vierten dos grandes tendencias que, por su conexión y paralelismo con los gran-
des sistemas hoy en pugna, pueden ser calificadas respectivamente de burguesa y
marxista. Cada una, pese a sus más o menos importantes diferencias internas,
presenta una concepción del ocio o tiempo, libre irreductible a la otra, en la que
la libertad juega, como en aquellos sistemas, el papel fundamental.
El conocimiento de ambas concepciones es una tarea previa a cualquier in-
tento de investigación sobre el tema, porque evidencia el carácter contradicto- •
rio y la trascendencia del condicionamiento ideológico en que actualmente se/
1
A pesai del abrumador material que reúne ya esta rama —como 1c muestra el reper-
torio bibliográfico internacional correspondiente al periodo 1945-1965 recopilado por
Dumazedier y Guinchard (1969)—, según Lanfant (1972, 12, 102 y 104) no solo —como
reconocen la mayoría de los investigadores— falta en ella un pensamiento teórico, sino que
sus bases conceptuales son muy discutibles; limitándose a expresar en un lenguaje seudo-
científico lo que ya. es de sentido común, y se observa un creciente desfase entre los estu-
dios empíricos y la investigación fundamental. Algunos incluso llegan a negar la posibilidad
de su existencia; véase Busch, 1973 (citado por Dumazedier, el cual la admite, pero rechaza,
en cambio, una sociología del tiempo libre: 1974, 56, 92 y 250).

11
12 LA C O N C E P C I Ó N B U R G U E S A D E L O C i O

mueve esta investigación. Y porque posibilita, de entrada, un punto de vista más


allá del dogmatismo, lo cual permite cuestionar de un modo radical el significado
del ocio o tiempo libre y, con ello, plantear críticamente tanto su conceptuacióa-
teórica como el análisis de la práctica individual y social que lo origina.
La concepción burguesa del ocio surge de una contradictoria base moral y
política: las tradiciones puritana y liberal. Esa doble tradición explica que si
bien en sus inicios el sistema capitalista andaba reñido con el ocio, no sucede así
una vez que ha quedado consolidado el desarrollo del sistema. Es más, al pasar de
los problemas de producción a los consuntivos, el ocio llega a ser visto y practica-
do por el capital como una imprevisible y fabulosa tabla de salvación, de tal for-
ma que la misma burguesía que antaño condenara por criterios morales el tiempo
"perdido", lo fomenta hoy acuciada por el interés económico. Y para ello, no
duda en sustraer estratégicas dosis de tiempo al trabajo, a fin de que las masas
pasen a disponer de una suficiente capacidad temporal de consumo, la cual se
va perfilando cada vez más como una importantísima fuente reproductora del
capital.
Al entrar en el segundo cuarto del presente siglo, esta situación fue vislum-
brada en las sociedades industrialmente más avanzadas, sobre todo en los
Estados Unidos y en Inglaterra, lo que indujo a algunos analistas sociales a inte-
resarse por ella en sus estudios empíricos. Particularmente, preocupaban a éstos
las pautas de comportamiento en el empleo del tiempo libre de los ciudadanos,
es decir, al estilo de vida derivado del ocio. No es preciso subrayar que tal preo-
cupación era provocada por las repercusiones más o menos profundas que ese
estilo de vida tenía en la vida económica.
Es así como se forma una corriente empírica investigadora del ocio como
"problema social", corriente científica que se va extendiendo poco a poco por
los demás países occidentales. Años después, otras dos corrientes, una teórica y
otra crítica de ambas, se sumarán a aquélla. Lo que voy a denominar concep-
ción burguesa del ocio es el resultado de estas tres componentes, especialmente
de las dos primeras. 2

• .LOS E M P Í R I C O S

La corriente empírica cobra entidad a raíz de los grandes estudios empíricos


de los años veinte y treinta en Norteamérica, aparte de algunos precedentes como
el estudio que Charles J. Galpin (1915) realiza en una comunidad rural en la que
investiga, entre otras cosas, adonde iban a divertirse sus habitantes. En esa
época se realizan varias investigaciones por parte de sociólogos de formación et-

2
Para los Estados Unidos y Francia véase la exposición de Lanfant (1972, 68-142)
que sigo en algún punto. Además, para el primero de estos países véase Meyersohn (1969
y 1973) y para el segundo Dumazedier (1974). Para Alemania, Prosenc (1970) y sobre todo
A. Schneider (1969); para la Gran Bretaña, Parker (1970, relativo al periodo 1966-1970)
y para Finlandia, Aalto (1969).
La tendencia burguesa cuenta con una cantidad inabarcable de estudios. Piénsese que
Meyersohn (1973, 8 y sigs.) relaciona sólo para el periodo 1966-1972 en los Estados Unidos,
trescientos trabajos cuyas principales áreas de interés son, por este orden, las relativas a los
presupuestos de tiempo, el juego infantil, los indicadores sociales de la calidad de vida y el
futuro, destacando también los estudios referidos a las actividades deportivas y al aire libre,
así como el turismo.
LOSEMPÍRICOS 13

nográfíca, que aplican las técnicas propias de su especialidad a algunas manifes-


taciones del ocio. Puede considerarse pionera la obra Middletown (1929) del
matrimonio Lynd. Tomando como muestra a una ciudad (Muncie, en India-
na), estimada como representativa de las ciudades medias norteamericanas, estu-
diaron el estilo de vida urbano estadounidense en diversos aspectos, entre ellos
el del ocio. Cuando, años más tarde, repitieron su estudio con la misma muestra
(1937) para averiguar el impacto del boom económico de 1929, observaron que
las pautas de ocio habían experimentado variaciones, pero éstas no afectaban, de
modo esencial el estilo de vida.
El trabajo de los Lynd abre una fructífera etapa en la que se suceden nume-
rosas investigaciones que prestan atención al fenómeno del ocio. Entre ellas
cabe mencionar las siguientes:

a) el estudio de Park y Burgess (The City, 1925) sobre losgangs de Chicago,


en el que el ocio aparece como un factor ambivalente de adaptación de la per-
sonalidad al cambio social, ya que facilita tanto la integración social, como la.
delincuencia.
b) el análisis que realiza Lloyd Warner de una Yankee City durante 1931-
1935 y cuyos resultados que aparecen en una serie de estudios —el primero de
los cuales se publica en 1941—, revelan que él ocio no sólo se diferencia según
las "clases sociales", sino que es fuente de estatus.
c) las investigaciones encargadas por la Western Electric and Co. a Elton
Mayo durante los años 1927 a 1932 —investigaciones que inician, según la opi-
nión general, el nuevo campo de la psicología y la sociología industriales, y en
el campo aplicativo la técnica de las Human Relations— para estudiar los facto-
res que' intervienen en el aumento de la productividad (1933); los trabajos de
Mayo pusieron indirectamente de manifiesto la importancia de organizar los
ocios del trabajador, por ser los mismos un factor de equilibrio de la perso-
nalidad.
d) por último, de un modo especial, hay que destacar la encuesta mono-
gráfica sobre el ocio, realizada por Lundberg, Komarovski y Mclllnezy (1934),
acerca de las pautas de comportamiento en el ocio urbano, tomando como
muestra una ciudad de 150 000 habitantes, situada al norte de Nueva York.
Según estos autores, el ocio es un asunto individual, un tiempo no sujeto a
coerciones sociales ni económicas. Se ha dicho que este trabajo (Dumazedier 3 )
marca "el nacimiento de la sociología empírica del ocio".

De la época posterior a la Segunda Guerra Mundial merecen citarse:

a) el estudio que hace Margaret Mead (1957) de la evolución en su país de


las pautas de ocio de la preguerra y la posguerra. En él, señala que la diferencia
entre el ocio y la recreation —término puesto de moda en los años cincuenta-
consiste en que aquél se refiere al tiempo liberado de la producción y disponi-
ble para el consumo, mientras que ésta condensa una actitud de placer condi-
cional que relaciona el trabajo y el juego. El modelo antonomásico de esta

3
Dumazedier, 1974, 19.
14 LA C O N C E P C I Ó N B U R G U E S A D E L OCIO

actitud es el hobby, no confundible con el do-it-your-sélf, el cual responde a


una actividad utilitaria y más ligada a la vida familiar.
b) R J . Havighurst realiza una encuesta (Havighurst y Feigenbaum, 1959)
en la región de Kansas City, sobre la forma de vida derivada del ocio, analizado
como fuente de automonía, de adaptación (adjustement, que es un término psi-
cológico), de equilibrio y de expresión personales. Relaciona el ocio con la per-
sonalidad, las edades y el estatus, y muestra que en los marcos conformistas es
donde el individuo alcanza su desarrollo más equilibrado.
c) Por último H. L. Wilensky (1960) inicia casi simultáneamente, a fines
de los años cincuenta, una serie de encuestas en la región de Detroit, en las que
analiza las interacciones existentes entre la estructura industrial y la cultura de
masas. Entre otras conclusiones afirma que en un medio de alta productividad
industrial, un conformismo oportunista guía a los hombres tanto en el trabajo
como en el ocio.
En la Gran Bretaña, cuna de la revolución industrial, los empíricos se
interesan muy pronto por el ocio, pues el survey realizado por E. J. Gilchrist
(1924) ya se ocupa de esta faceta de la vida social, e igual ocurre con el de
Caradog Jones, quien elabora un monumental informe sobre Liverpool y sus
alrededores, publicado una década más tarde. Después de la última gran guerra
destacan: la interesante investigación de Adam Curie (1947), que no olvida el
factor ocio, sobre la resocialización de los ex prisioneros de guerra británicos
al regresar de los campos nazis; la importante mass observation de T. Harrison
y Ch. Madge (1949) sobre las pautas de la gente durante el domingo, y el no
menos importante análisis efectuado por B. S. Rowntree y G. R. Lavers acerca
de la vida y el ocio de los ingleses (1951). Sin embargo, considerada en conjunto,
la aportación empírica británica carece de la entidad y, sobre todo, de la influen-
cia de la norteamericana.
En Francia sobresale la gran labor desarrollada por Joffre Dumazedier, reco-
nocida autoridad europea en la materia. A su incansable acción propulsora y
organizadora hay que sumar las numerosas investigaciones que ha dirigido; entre
ellas, una encuesta iniciada en 1950, inspirada en el método de los Lynd, sobre
el comportamiento y los problemas del ocio entre los franceses. Entre sus libros
descuellan la colección de estudios reunidos con el título de Vers une civilisation
du loisir? (1962) y la revisión de su tesis doctoral, con más preguntas que respues-
tas, Sociologie empirique du loisir (1974) que lleva el excesivo subtítitulo de Cri-
tique et contra-critique de la civilisation du loisir. Se han observado en su óbralas
huellas de la sociología del trabajo de Friedmarm, de la pedagogía experimental
de Henri Wallon y de un cada vez más atenuado humanismo marxista. A través
de sus análisis empíricos, ha hecho amplias aportaciones teóricas: una definición
del ocio repudiada en su último libro, el concepto de "civilización del ocio" y
la categorización del semiocio. Por ello, Dumazedier merece ser incluidq también
entre los autores del siguiente apartado. Según él, el tiempo de ocio está en un
proceso de aumento provocado por la disminución progresiva del tiempo de tra-
bajo, por la acción regresiva del control a cargo de las instituciones sociales
básicas y por el surgimiento de una nueva necesidad y valor sociales del indivi-
duo a disponer de sí y para sí, a gozar de un tiempo otrora ocupado por activi-
dades impuestas por la empresa y las instituciones mencionadas. Esta nueva
necesidad y valor constituyen el ocio, fenómeno ambiguo y centro conflictivo
LOS T E Ó R I C O S 15

de valores, factor, a la vez, de progresión y de regresión, de individualismo y de


compromiso social, de trabajo y de placer. En él ve, últimamente, una conducta
individual, determinada socialmente pero orientada según la lógica del sujeto
hacia su realización como fin último. Dumazedier se ocupa también de proble-
mas metodológicos y de política de planificación, en el marco de una "sociolo-
gía activa" dirigida hacia una democratización cultural, objetivo, éste, constante
en toda su obra. (No estará de más recordar que es el fundador del movimiento
de educación popular "Peuple et Culture", iniciado en 1945.) Además, estudia
el ocio en relación con la familia, la tercera edad y, sobre todo, con la educa-
ción permanente.
En el mundo germánico y concretamente en Alemania (República Federal),'
destacan los nombres de: Graf V. Blücher, quien llevó a cabo una encuesta
básica sobre el ocio en la sociedad industrial (1956) y otra, diez años más tarde,
sobre el mismo tema; Helmuth Schelsky, autor de Die skeptische Generation
(1957), obra en la que concluye afirmando que el ocio es esencialmente una
esfera de consumo que aumenta la alienación y muestra el conformismo de la
clase media; y E. K. Scheuch, que publica diversos estudios a partir de la última
década. Finalmente, cabe citar al austríaco Leopold Rosenmayr, interesado por
las pautas juveniles y familiares del ocio.

LOS T E Ó R I C O S

En los Estados Unidos, el interés teórico por el ocio se hace patente en


1950 con la aparición del impactante libro The lonely crowd de David Riesman,
cuya tirada total ha sobrepasado el millón de ejemplares. En dicha obra el autor
defiende la tesis de que el hombre, dirigido primeramente por la tradición y más
tarde, en el Renacimiento, por las normas y los valores de la familia estricta, ha
pasado en las sociedades de consumo, de cultura y de ocio masivos a depender
de la guía de los mass media y los peer groups\ contexto nuevo en el que aquél
no puede realizarse a través del trabajo pero podrá hacerlo en ese espacio pri-
vilegiado del consumo forzoso o elegido a la par que fuente de individualización
y de autonomía, que es el ocio. Esta visión de crítica optimista no dura mucho
tiempo. En trabajos posteriores, Riesman dice percibir nuevas actitudes hacia el
trabajo como fuente del desarrollo individual, lo que le lleva a trasladar sus es-
peranzas del ocio a la educación.
Otra tesis importante y debatida es lanzada al año siguiente por Martha
Wolffenstein, en ocasión del análisis del ocio en el periodo de la posguerra. La
gran valoración que éste alcanza en la gente revela, según dicha autora, el surgi-
miento de una nueva moral (la fun morality), según la cual el ocio no sólo deja
de ser algo reprobado sino que pasa a ser obligatorio, tesis de la que también
participa Margaret Mead (Mead y Wolffenstein, 1955).
El grado de desarrollo empírico y teórico a que llega el estudio del ocio
en Estados Unidos por estos años, puede juzgarse a través de dos grandes anto-
logías publicadas en aquel entonces: Mass culture (1957), dirigida por B. Rosen-
berg y D. M. White, y Mass leisure (1958), a cargo de E. Larrabee y R. Meyer-
sohn. Y sobre todo, por el hecho de que en los tres primeros años de la década
¡siguiente aparecen amplias monografías que integran, hasta hoy, la aportación
LA CONCEPCIÓN BURGUESA DEL OCIO

probablemente más representativa de los teóricos norteamericanos en el campo


del ocio.
La primera de esas monografías es Leisure in America (1960), libro de Max
Kaplan que analiza el ocio entre los estadounidenses en integración con su sis-
tema sociocultural de vida, en los diversos aspectos institucionales que dicho siste-
ma presenta. Kaplan concibe el ocio como una relación especial entre el individuo
y su actividad, relación que proporciona aquél satisfacción y placer (dimensión
intrínseca del fenómeno) y que es socialmente valorada en sus consecuencias
colectivas (dimensión extrínseca). El ocio es una manera de renovarse, de de-
sarrollarse y conocerse, de realizarse a sí mismo, así como un modo de vida
más o menos organizado en conductas de rol y que es influido e influye sobre los
diversos aspectos institucionales del sistema social y que, cada vez más, tiene un
fin en sí mismo y una vida propia. Kaplan presenta una clasificación de las
diferentes actividades de ocio y aporta un conjunto de criterios valorativos
del "ocio bien aprovechado" (successful leisure).4
A ésa. obra le sigue Work and leisure (1961) de Neis Anderson, un soció-
logo que ya se había ocupado del tema indirectamente en una monografía sobre
el vagabundo norteamericano {The hobo, 1923), y de manera directa en uno de
los capítulos de su tratado sobre la sociología de la comunidad urbana (1960).
En su nuevo libro, ecléctico y ambigüo (¿es casualidad que él califique precisa-
mente de ambigüa la situación del ocio?), dice Anderson que para comprender
mejor el ocio hay que contraponerlo al trabajo, pues aquél es un subproducto
de este último (antes lo veía como un subproducto del urbanismo). El ocio es
un tiempo sobrante y libre del trabajo; es decir, un tiempo no pagado, y por
tanto no vendido al trabajo, que pertenece al individuo y en el que éste puede
actuar espontáneamente mediante una libertad de elección. Aunque el ocio
puede orientarse hacia el trabajo, en la sociedad urbano-industrial no se mezclan
fácilmente uno y otro en las tareas diarias: ambos modos de empleo del tiempo
están separados, pero esta dicotomía es transitoria y no igual para todos. El
ocio plantea desconcertantes problemas a esa sociedad, la cual, de un lado ha
podido crear aquel regalo a la masa gracias a la dedicación de ésta al trabajo, y
de otro, contempla ahora cómo en detrimento de ese trabajo el ocio va cobran-
do cada día mayor importancia. Para Anderson, las personas necesitan cada vez
menos diversiones y tienden a emplear su tiempo libre en actividades domésti-
y cívicas, constitutivas de obligaciones no laborales en las que uno puede parti-
cipar de los intereses y satisfacciones propios del ocio.
En un breve artículo publicado poco después, Anderson revisaría su concep-
ción en los términos que veremos oportunamente.
Al año siguiente, Sebastián de Grazia, profesor de ciencia política en la
Rutgers University, publica una obra resonante y polémica, Of Time, Work
and Leisure (1962). Inspirándose en el modelo de la Grecia clásica, ve el ocio
como una forma ideal de ser, concretada en aquel estado libre de las necesida-
des diarias en el que el individuo realiza actividades cuyo fin está en sí mismas.
De ahí que postule que ocio y democracia son incompatibles, porque la compe-

4
Posteriormente, Kaplan ha escrito otra obra ambiciosa, Leisure, Theory and Policy,
en dos volúmenes. El cap. segundo de la misma lo ha publicado, en avance, la revista Society
and Leisure (1972, 2, 123-183).
LOSTEÓRICOL

tidón, base del progreso, indica que se está en estado de necesidad; en la demo-
cracia existe tiempo libre, aunque en menos cantidad de lo que se cree, pero no
ocio. Este está en el plano de la aristocracia, por encima de la capacidad de la
mayoría, en la clase ociosa creadora de cultura. En los Estados Unidos, el ideal
del ocio ya no existe: ha quedado sustituido por el ideal del tiempo libre o de la
buena vida. El ocio, concluye de Grazia, es perfección y en ello reside su futuro.
El tema de las relaciones entre el ocio y el trabajo, que es el núcleo de la
discusión de las dos obras mencionadas con anterioridad, es también el eje
principal sobre el que gira el libro del inglés Stanley R. Parker The future of
Work and Leisure (1971), que constituye una seria aportación teórica. Parker
sostiene que el ocio, es una actividad libremente elegida, tiene relaciones de
identidad, de contraste y de separación con el trabajo. Acto seguido, procede a
analizar estos tres tipos de relación al doble nivel de la vida individual y de la
organización social; sin embargo, en la sociedad industrial ambos fenómenos
sufren una falta de reconciliación. Ello exige establecer una política social que
introduzca nuevas pautas cotidianas de ocio como actividad placentera, que re-
valorice tanto el ocio como el trabajo, y que promueva las potencialidades del
hombre a fin de satisfacer de manera integrada sus necesidades individuales y
sociales. Y todo ello, sin que el ocio deje de ser una elección del individuo.
Se ha dicho que la sociología del ocio surge en Francia con Georges Fried-
mann, lo cual es cierto al menos en cuanto a la corriente teórica. Sin embargo,
aunque sus primeras reflexiones sobre los problemas del ocio datan de 1935,
es a partir de 1950 y sobre todo de 1956 —año en que publica Le travail én
miettes— que dicho autor desarrolla sus ideas sobre el tema. Estas ideas, influi-
das inicialmente por Marx y por los descubrimientos experimentales de Mayo
arriba mencionados, quizás representen una aportación crítica desde el punto
de vista de la sociología del trabajo —que es la especialidad propia de Fried-
mann— pero no desde la problemática del ocio. Friedmann postula la tesis de
que el ocio, que distingue el tiempo liberado al trabajo, compensa la aliena-
ción del hombre debida más al maqumismo industrial que al capitalismo. "Quien
dice ocio, dice esencialmente elección, libertad" referida al individuo. Y esta
libertad de elección tiende a compensar, porque se dirige hoy ya hacia activida-
des artesanales que complementan la personalidad, ya hacia actividades latera-
les de huida o evasión del trabajo alienador. Pero en La puissance et la sagesse
(1970) Friedmann muestra una evolución en un doble sentido: por una parte,
se plantea el problema de hasta qué punto el tiempo liberado al trabajo es real-
mente tiempo libre, relegando su interés por el ocio-compensación; y por otra,
denuncia el creciente y terrorífico desequilibrio entre el poder del hombre y su
saber, lo que hace impracticable, según él, cualquier proyecto de convertir la
civilización técnica en una civilización del ocio.
Finalmente, en cuanto a los teóricos burgueses, hay que mencionar den-
tro del área germánica, aparte del temprano precedente de Josef Pieper que
estudia las relaciones entre el ocio y el culto religoso (1948), a Erich Weber,
autor de una extensa monografía fundamental, Das Freizeitproblem (1963). Su
método es fenomenológico; su objetivo, pedagógico. Weber encuentra la esen-
cia del tiempo libre en el comportamiento autónomo del hombre. Su significa-
ción antropológica exige emplearlo con sentido, lo que sólo se logra mediante
comportamientos concretos .que conduzcan a la autorrealización de la perso-
18 LA C O N C E P C I Ó N B U R G U E S A D E L OCIO

na. Este es el verdadero problema del tiempo libre, un problema no técnico


sino humano, antropológico, de índole totalmente nueva, que surge con el pro-
greso de la industrialización y adquiere su mayor importancia después de la
Primera Guerra Mundial. Este problema plantea una tarea capital a la pedago-
gía: la de educar al hombre para que sepa cómo emplear correctamente su
tiempo libre. La pedagogía, empero, sólo puede ayudarle, porque tiene que
respetar la libertad del individuo, cuyo grado de autorrealización sólo puede
determinar él mismo. Dentro de este marco, Weber concreta algunas de las prin-
cipales tareas específicas de la educación para el tiempo libre, dando las perti-
nentes orientaciones pedagógicas.

L O S CRÍTICOS

La comente crítica burguesa cuenta con un importante antecedente. Tal es,


en efecto, la obra a la par clásica y actual del estadounidense Thorstein Veblen
The Teory of Leisure Class (1899), sin duda el más sagaz y profundo estudio
emprendido sobre el que más adelante llamaré tipo caballeresco del ocio, apli-
cado específicamente a la sociedad estadounidense decimonónica. ¿Por qué en
esta sociedad, basada en el trabajo y la acumulación, sobreviven el ocio y el
despilfarro? Veblen —que bebe en la triple fuente del pragmatismo, del positi-
vismo y de Marx (Adorno 5 )— constesta que el ocio es contradictorio, ya que
económicamente representa destruir el capital, mientras que socialmente es un
factor de comparación por consistir en un comportamiento improductivo que
indica la falta de necesidad de trabajar y permite exhibir la riqueza, lo que faci-
lita el ascenso de rango social o el mantenimiento del rango que se tiene. Las
clases bajas, según Veblen, intentan emular ese ocio ostensible de las altas. En
resumen, extrapolando a Darwin, opina que en la sociedad de su tiempo la lucha
por la vida ha sido sustituida por la lucha por el prestigio, del mismo modo que
las actividades militares lo han sido por las deportivas.
Pero aparte de ese antecedente que relaciona el odio moderno con el "pre-
burgués", la aparición de una corriente crítica burguesa es tardía. Y si se exclu-
ye de la misma a la Escuela de Frankfurt, por las razones que explico en el
siguiente capítulo, puede considerarse que las figuras más representativas son es-
casas, concretamente Mannheim y Mills.
- Karl Mannheim, pensador húngaro exiliado a Inglaterra donde ejerció una
considerable influencia, intentó combinar el marxismo y el liberalismo. En un
libro publicado tres años después de su muerte, Freedom, Power andDemocra-
tic, Planning (1950), expresa su creencia de que para la mayoría de la gente,
el camino de la civilización está más en el ocio que en el trabajo. Pero el ocio
se encuentra ante un grave dilema: si su contenido se abandona a una política
de laisser-faire es degradado por las empresas y si, por contra, el Estado lo
sujeta a regulación, se impide que contribuya a la realización personal. Su con-
clusión es que el ocio debe ser planificado democráticamente, favoreciendo la
extensión de aquellas actividades no comerciales que sirvan a los intereses de
la cuitara.

5
Cfr. Adorno, 1 9 4 1 , 4 3 y sigs.
EL DENOMINADOR COMÚN 19

La crítica de Ch. Wright Mills gira sobre otras coordenadas. El enfant terrible
de la sociología norteamericana ya se había preocupado por el ocio con ocasión
de estudiar a los White Collar (1951) y volvió, sobre el tema en varios ensayos
posteriores (especialmente en 1954). Mucho más brillante en la denuncia que
Mannheim, es menos convincente en las soluciones. Para él, el malestar que se
respira en nuestra época se debe fundamentalmente al hecho de que los valores
y los códigos propios de la conducta tradicional han quedado vacíos. El trabajo
ha pasado de ser un valor evangélico a ser un simple medio de ganar dinero, y el
ocio a ser una manera de gastarlo. Uno y otro, trabajo y ocio, están separados; y
sus valores, en oposición mutua. La maquinaria de la producción ha destruido el
trabajo independiente y la de la diversión, la libertad del ocio. Esta es una liber-
tad "carente de seriedad", fuente más de distracción y de mero pasatiempo que
de cultivo personal. El ocio, simple parte del consumo, pierde su contenido por
la ambición de estatus y las demandas consuntivas de la emulación social. Trabajo
y ocio sólo pueden unificarse con un estilo artesano dé vida y un cultivo del ocio
cultural. La actitud de Mills, en cuyas ideas están presentes Veblen y Marx, ha
influido en la New Left, singularmente en la Radical Sociology. 6

EL D E N O M I N A D O R COMÚN

El panorama burgués es muy heterogéneo. 7 Visto superficialmente, las tres


corrientes examinadas no forman compartimentos estancos, pues los empíricos
han hecho importantes aportaciones teóricas (el mejor ejemplo es Dumazedier),
más de un teórico ha realizado análisis empíricos de franco interés (como Stanley
Parker) y unos y otros asimilan alguno que otro elemento crítico (tal es el caso
de Friedmann).

6
En cierto modo, cabría situar dentro de la corriente crítica a David Riesman —ya
c i t a d o - y al economista J. K. Galbraiíh (1958), pero como afirma Bottomore ( 1 9 6 7 , 85)
aunque uno y otro pertenecen a una tradición de pensamiento progresista y liberal, sus
ideas son bastante menos radicales que las de Mills.
En el Continente podría incluirse a autores como los franceses Georges Bataille, que
marginalmente toca aspectos relativos a nuestro tema en sus estudios sobre el erotismo,
y quizás, con un criterio amplio, a Roger Caillois, interesado por los juegos, sobre los que
ha formulado una teoría que se verá más adelante.
7
Se habla también de una concepción cristiana de la sociología del ocio (véase Ciampi,
1965, 9) pero no llega "a constituir ninguna corriente científicamente definida. Siguen esta
línea, —más concretamente católica— entre otros, los franceses Georges Hourdin ( 1 9 6 3 ) , el
grupo del Centre Catholique des Intellectuels Frangais ( 1 9 6 8 ) y en un aspecto crítico lin-
dante con el marxismo Chombart de Lauwe ( 1 9 5 6 ) así como el grupo crítico de tendencia
personalista de la revista Esprit (1959). En Italia, encontramos a Enrico Castelli (1954),
Salvatore Comes (1954), Franco Crespi (1966), etc. Pero la contribución más representa-
tiva de esta concepción sigue siendo la del alemán Josef Pieper (1958). En otro aspecto,
Alban de Laurens ha seleccionado una serie de textos del Papa y de los obispos sobre el
tema con el título de Le loisir et les loisirs (1963).
Para que el lector tenga una visión más completa de las investigaciones sobre el ocio
dentro de la tendencia burguesa, permítaseme mencionar algunos de los esfuerzos realiza-
dos en el plano de la organización colectiva. En los Estados Unidos, el Centro de Investi-
gación del Ocio (Chicago) publica en fecha temprana varios estudios colectivos, entre los
que destacan los dirigidos por Meyersohn y Denney. La American Academy of Political
and Social Science dedica uno de sus The Annuals (1957)) a The Recreation in the Age of
Automation. Al año siguiente, se funda la Outdoor Recreation preocupada por los ocios
al aire libre. Más recientemente, el Institute for Studies of Leisure de la Universidad de
Florida del Sur, en T a m p a - y del que es director Max Kaplan— se muestra interesado por
2R O A C O S J C E P C 1 C N C . U R G U E S A D E L OCIO

JLa heterogeneidad es de fondo. Aparece al observar que cada corriente pos-


tula un diferente enfoque metodológico, haciéndose eco con ello de una discu-
sión que afecta a toda la ciencia social burguesa; enfoques que condicionan el
contenido de la problemática en cada caso planteada. Y por añadidura, cada una
de las corrientes mencionadas cuenta con una fuerte disparidad de interpreta-
ciones, algunas de las cuales tendremos ocasión de examinar más adelante.
¿Es posible, ante esto, hablar de una concepción burguesa del ocio? La
respuesta de Marie-France Lanfant es afirmativa; las teorías del ocio "elaboradas
en un contexto de economía liberal" se caracterizan por ver en el ocio una expre-
sión subjetiva de las necesidades y aspiraciones individuales, un signo de intereses
culturales y un valor; y por considerar al ocio como una realidad propia, separa-
da del trabajo y distinta del tiempo libre, que es aprehensible operativamente
mediante sondeos de opinión y de actitudes. 8 Creo que la autora francesa se
queda corta y se excede a la vez: considerar que el ocio es un signo de intereses
culturales y un valor, y que hay que sondear a la gente para aprehenderlo, no
tipifica en absoluto a las teorías a que ella se refiere, ni a las que yo englobo bajo
la denominación algo más amplia de tendencia burguesa. Por otra parte, ni en su
caso ni en el m í o deja de subrayarse la importancia otorgada al elemento político
liberal y a la cuestión terminológica.
A mi m o d o de ver, los puntos comunes a las corrientes burguesas son escasos;
sin embargo, en tanto que en conjunto las diferencias de la concepción marxista
como veremos, constituyen características esenciales. Estas características, que
por supuesto están íntimamente interrelacionadas y se refuerzan unas a otras,
son las tres siguientes:
a) Subjetivismo: se concibe el ocio como la vivencia de un estado subjetivo
de libertad, de libertad de elección, expresivo de la personalidad.
b) Individualismo: se considera que el ocio pertenece a la esfera del indivi-
duo, es decir, a una esfera vital "separada de lo colectivo" (Zbinden) porque "no
depende de los demás: uno solo puede gozar del ocio" (De Grazia). 9 Lo que no
significa, claro es, que no plantee serios problemas colectivos.
c) Liberalismo: se destaca que el ocio es un asunto privado por lo que la
sociedad no puede determinar su empleo personal. En él, "la regla general es el
laissez-faire" (De Grazia). 1 0 Adviértase que esta actitud liberal se contradice

el mismo tema y por estudios prospectivos sobre el año dos mil. Poi último, en 1969, la
National Recreation and Park Association (Washington) empieza a publicar el Journal of
Leisure Research. Por lo que se refiere a Europa, se han celebrado numerosas rencontres
nacionales e internacionales (un resumen de las mismas lo da Lanfant: 1972, 102-105),
creándose diversos organismos y realizándose varias investigaciones empíricas en equipo
a las que ha contribuido fundamentalmente la UNESCO. Quizás lo más destacable sea: la
creación del Groupe International des Sciences Sociales et du Loisir (1956, Annecy), trans-
formado con ocasión del Tercer Congreso Mundial de Sociología, celebrado en Amsterdam,
en el Comité de Recherche du Loisir et de la Culture (puede consultarse en breve informe
de su labor en la Revue Francaise de Sociologie, abril-junio 1974, XV, 2, 293 y sigs.); del
Centre Europénn des Sciences Sociales (1960, Viena) encargado de una monumental en-
cuesta internacional sobre budget-temps; y en 1968, del Centre Europénn du Loisir (Praga)
de la UNESCO, que empezó a publicar al año siguiente la importante revista Society and
Leisure. Bulletin for Sociology of Leisure, Education and Culture. En todos los citados or-
ganismos europeos es de subrayar una creciente y activa participación de los países del Este.
8
Lanfant, 1972,66-67, 105-06, 209 y sigs., 240-41.
9
Zbinden, 1964a, 726. De Grazia, 1962, 308.
10
De Grazia, 1962, 237. Cfr. Mannheim, 1950, 323-24.
EL DENOMINADOR COMÚN

doblemente: en el plano ideológico con los valores de la tradición puritana, para


los que el ocio debe estar sometido o controlado por el trabajo; y en el plano fác-
tico con la vigencia de prácticas de manipulación pública o privada que lo dirigen
hacia la esfera del consumo aprovechándose del conformismo social especialmente
fácil en ese campo. De ahí que, en gran medida, los problemas del ocio queden
centrados en sus relaciones socioeconómicas: con la producción (trabajo) y con
el consumo.
Otro rasgo, de carácter distinto, ha de ser retenido: la temporalidad queda
relegada y en algunos casos simplemente olvidada. Esto se traduce en el plano
terminológico en una preferencia clara que el término "ocio" en vez del de
"tiempo libre". Las excepciones a ello (por ejemplo, Erich Weber) son más apa-
rentes que reales.
En síntesis, en la concepción burguesa se observa, como denominador común,
una triple actitud: subjetiva en lo psicológico, individualista en lo sociológico, y
liberal en lo político 1 1 , ante lo que dicha concepción califica de "ocio".
¿Cuál es el papel que desempeña la minoritaria corriente crítica? No hay
que olvidar que esa corriente, que discute sobre todo la actitud liberal y sus con-
secuencias sociales y culturales, extrae sus elementos críticos en buena parte de
Marx pero tímidamente, sin aceptar el corpus básico del autor de Das Kapital',
más claro, sin llegar a abandonar los presupuestos burgueses. Dentro de tales
límites, la corriente crítica únicamente puede actuar a modo de un débil revul-
sivo interno.
La crítica a fondo de la concepción burguesa del ocio proviene, externamente,
de la tendencia marxista.

1
Liberalismo y anarquismo no deben ser confundidos en cuanto a sus respectivas pos-
turas en torno a nuestro tema. Sería ingenuo pensar que para el primero todo el tiempo
social es de un laisser-faire absoluto. Para el anarquismo todo el tiempo ha de ser libre; debe
reinar una especie de happening temporal: tiempo improvisado. En cambio, la actitud liberal
entiende que sólo una parte del tiempo es libre, y aunque no lo confiesa, en la práctica la
reconoce Ubre incluso para manipularla. Así, en el ocio burgués, a la contradicción puritano-
liberal se suma la de una libertad reconocida a la par que negada.
M ® e f x

y @1 É i e f l s a p ® l i b f ®

Se admite generalmente, dice Lanfant, que la sociología del ocio nace en los
Estados Unidos; surge en la Europa del Oeste en la década del cincuenta, y en la
del sesenta en la del Este. Y añade: "Así, todo permite suponer que se propa-
ga de Oeste a Este, de donde cabe concluir que junto con los problemas y métodos
de observación propios de la sociología empírica, se infiltra en los países comu-
nistas la ideología liberal". 1 El lector juzgará por sí mismo una vez que haya
leído el presente capítulo, en qué medida son aceptables tan precipitadas afirma-
ciones. Por de pronto, no es ocioso recordar que la otra gran tendencia sobre el
tema que nos ocupa, tendencia que se desarrolla principal pero no exclusivamente,
tiene su iniciador y no su precursor en Karl Marx.
La tendencia marxista presenta de un modo muy visible una unidad que
contrasta claramente con el carácter heterogéneo de la concepción burguesa;
mas tal unidad no significa que sea monolítica, sobre todo desde que los marxis-
tas críticos empiezan a interesarse por el tema. Las polémicas abundan sobre
cuestiones muy importantes, aunque no sobre las fundamentales. Valga como
ejemplo la discusión, que afecta directamente el problema del tiempo libre, sobre
si la alienación es un fenómeno general de las sociedades industriales o exclusiva
del capitalismo.
Ello explica que la estructura de este capítulo no pueda coincidir con la del
anterior. En primer lugar, expondré la concepción del propio Marx, concepción
que hay que ver como una fuerte reacción ante la grave situación social creada
por el capitalismo industrial. Acto seguido, se verán las principales aportaciones
complementarias de lo que podemos llamar la ortodoxia marxista y las diferentes
interpretaciones del revisionismo, para terminar con la peculiar posición mante-
nida por la escuela de Frankfurt.

1
Lanfant, 1 9 7 2 , 6 8 .
23
CR

, L A C O N C E P C I Ó N D E MARX

En numerosas ocasiones se ocupó Marx directamente de la cuestión del


tiempo libre, cuestión, ésta que le preocupaba hondamente como io demuestra
el hecho de haber dedicado todo un extenso capítulo del primer volumen de
Das Kapital, a describir minuciosamente y con gran riqueza documental la evo-
lución histórica de las reivindicaciones obreras de una disminución del tiempo
de trabajo, "condición esencial" del tiempo libre. 2 Su enfoque materialista —dia-
léctico e histórico— del problema le conduce a una concepción, en la que los
aspectos destructivos y constructivos están inextricablemente unidos, si bien
en esa totalidad el peso específico de los primeros es mayor que el de los segun-
dos, mucho menos elaborados.
Para comprender en todo su alcance el significado de su pensamiento, es
preciso relacionar los diversos pasajes que tratan del tema en el conjunto de su
vasta obra; de lo contrario se corre el fácil peligro, en el que tan a menudo se
cae, de falsearlo.
Ante todo, hay que dejar bien sentado el supremo valor que para él tiene
el trabajo; incluso en la sociedad socialista, escribe, éste constituirá "la primera
necesidad de lá existencia". 3 Ahora bien, es claro que al decir esto, Marx está
concibiendo, el trabajo de un modo muy diferente de lo que se llama trabajo en
el mundo capitalista. No siempre se toma ello en cuenta.
El proceso social de división del trabajo ha llevado al hombre a una situación
en la que reina la necesidad, impidiéndole su autoexpresión y su desarrollo perso-
nal. "A partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo —escriben
Marx y Engels en Die deutsche Ideologie— cada cual se mueve en un determina-
do círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto y del que no puede
salirse, el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio
que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida". 4 En el
capitalismo, el proceso de división del trabajo llega a un punto límite en el que
el trabajo ha pasado a ser un factor fundamental enajenante del hombre, esclavo
de lo necesario.
E n consecuencia, sólo el término del trabajo determinado por la necesidad
puede dar comienzo al reino de la libertad y, con él, al desarrollo de las fuerzas
del hombre que no tienen más fin que sí mismas. A pesar de su extensión, permí-
taseme transcribir íntegramente el célebre párrafo del tercer libro de Das Kapital
donde sü autor desarrolla ese p u n t o : "La riqueza real de la sociedad y la expan-
sión constante de su proceso de reproducción no dependen, por tanto, de la
duración del sobretrabajo, sino de su productividad y de las condiciones más o
menos perfeccionadas en las que se realice. En efecto, el reino de la libertad

2
Marx distingue el tiempo.libre del ocio; aquél, como tiempo disponible, contiene
además de las actividades de ocio las actividades superiores del hombre (cfr. Marx 1857-
1858, II, 196).
3
Marx, 1875. 36.
4
Marx y Engels, 1846, 33. En uno de los manuscritos de París, el dedicado al trabajo
alienado, dice Marx que "el trabajador sólo se siente a sus anchas en sus horas de ocio, mien-
tras que en el trabajo se siente incómodo" (1844, 108). Fromm (1961, 52) explica que,
para Marx, el trabajo no es sólo un medio para lograr un fin en sí misino en cuanto expre-
sión significativa de la energía humana y por eso, precisamente, el trabajo es susceptible de
ser gozado. Véase la nota 6.
LA CONCEPCIÓN DE MARX 25

comienza allí donde se cesa de trabajar por necesidad y por la coacción impuesta
desde el exterior; se sitúa, pues, por naturaleza, más allá de la esfera de produc-
ción material propiamente dicha. Lo mismo que el hombre primitivo tiene que
luchar contra la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para su conservación
y reproducción, también el hombre civilizado se encuentra forzado a hacerlo y
lo ha de hacer cualesquiera que sean la estructura de la sociedad y el modo de
producción. Con su desarrollo se extiende igualmente el dominio de la necesidad
natural, porque las necesidades aumentan; pero, al mismo tiempo, crecen las
fuerzas productivas para satisfacerlas. En este dominio, la única libertad posible
es que el hombre social, los productores asociados, regulen racionalmente sus
intercambios con la naturaleza, los controlen en su conjunto, en lugar de ser
dominados por su poder ciego y los lleven a cambio con el mínimo gasto de
fuerza y en las condiciones más dignas, más de acuerdo a la naturaleza humana.
Pero esta actividad constituirá siempre el reino de la necesidad. Más allá comienza
el desarrollo de las fuerzas humanas como fin en sí, el verdadero reino de la liber-
tad que sólo puede extenderse fundándose sobre el otro reino, sobre la otra base,
la de la necesidad. La condición esencial de ello es la reducción de la jornada de
trabajo." 5
El proceso de cómo se llegará a ese reino de la libertad, reino que no es otro
que el que ha de implantar el comunismo, lo esboza, en lo relativo a nuestro
tema en los Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie: „el trabajo inmedia-
to —explica Marx— dejará de ser el fundamento de la producción, y se transfor-
mará en una actividad en la que el hombre se comportará más como vigilante y
controlador del proceso productivo que como principal agente del mismo. En
esta transformación, fundada en el progreso social, ni el trabajo inmediato del
trabajador ni el tiempo por él empleado serán ya los pilares principales de la
producción y de la riqueza, sino que lo serán el grado general de desarrollo del
hombre como individuo social, la apropiación de la ciencia, el grado de compren-
sión y de dominio de la naturaleza. El tiempo de trabajo dejará de ser la medida
del bienestar, esto es, el valor de cambio dejará de ser la medida del valor de uso.
El sobretrabajo de la masa trabajadora terminará así de ser la condición del
desarrollo de la riqueza social (das allgemeinen Reichtums), y el ocio de unos
cuantos tampoco será ya la condición para el desarrollo de las facultades intelec-
tuales y universales del hombre. El modo de producción que descansa en los
valores de cambio se habrá derrumbado, y el proceso de producción material
habrá superado su forma contradictoria. En consecuencia —concluye Marx— la
principal medida de la riqueza social ya no residirá en el tiempo de trabajo, sino
en el tiempo libre, esto es, en el tiempo no dedicado al trabajo y que sirve al
desarrollo completo del individuo. 6 "En la sociedad comunista —continúa expli-
5
Cfr. libro III, cap. 48, apéndice 3, párrafo 2o. de su obra: 1893-1894, II, 1269. Un
expositor católico de Marx, el francés P. Cálvez, comenta el transcrito pasaje con estas pala-
bras: "La verdadera libertad del hombre estaría, por lo tanto, fuera del campo de la vida
económica, pero por lo menos ese campo puede someterse a la libertad, al pasar a ser objeto
de un control por parte de una sociedad de hombres libres" (1956, 537).
° Marx, 1857-1858, II, 192-200. Hay que sobreentender "el tiempo no dedicado al
trabajo necesario". En Die dcutsche Ideologie ya había escrito Marx, con Engels, que en el
reino de la libertad el trabajo n o será más una carga para nadie, porque de su condición im-
puesta que ahora tiene, pasará a ser libre (op. cit., 1846, 134). La famosa afirmación con-
tenida en esta última obra —y también en los Grundrisse— de que el trabajo mismo quedará
suprimido en el comunismo ( 1 8 4 6 , 98) debe entenderse referida tan sólo al trabajo dividido
28 MARX Y EL TIEMPO LIBRE

cando el párrafo antes transcrito de Die deutsche Ideologie—, donde cada individuo
no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar
sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular
la producción general, lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme
hoy a esto y mañana a aquéllo, que pueda por la mañana cazar, por la tarde
pescar y por la noche apacentar el ganado; y después de comer, si me place, dedi-
carme a criticar sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o
crítico, según los casos". 7
El tiempo de trabajo y. el tiempo libre serán una sola cosa: no sólo tiempo
libre de trabajo, sino también tiempo de trabajo libre. Con sus propias palabras:
"El tiempo libre queda libre para las distracciones, para el ocio: como resultado
de lo cual queda abierto el espacio para la libre actividad y el desarrollo de las
aptitudes". El tiempo libre es, en resumen, "el tiempo de que uno dispone para
gozar de! producto y para desarrollarse libremente; he aquí , la riqueza real". 8
Ese tiempo libre tanto para el ocio como para las actividades superiores, que
sirve al desarrollo completo del individuo, "transformará de una manera natural
a quien disfrute del mismo en un hombre diferente, y como tal hombre transfor-
mado, intervendrá en el proceso de producción inmediata". 9
En Marx, el tiempo libre aparece, en definitiva, como un fenómeno transfor-
mador del trabajo y por lo mismo, del hombre. En dicho tiempo se basa la posi-
bilidad de un trabajador libre, del hombre nuevo del comunismo. 10

y alienado, como se desprende del conjunto de la obra de Marx, por ejemplo en la propia
Die deutsche Ideologie: 53-54, 98, 131 y sigs., etc. Por otra parte escribe el filósofo yugos-
lavo J. Josifovski (1970), que es exagerado pensar que el hombre sólo puede ser tal en el
ocio, pues el trabajo —amén de ser l o que diferencia básicamente al hombre del animal- es
indispensable, por lo que pedir su abolición en favor del ocio no sólo es algo imposible, una
utopía, sino una petición inhumana. Recordemos que en Das Kapital escribe que el hombre
civilizado, como el primitivo, tiene que luchar contra la naturaleza "cualesquiera que sean la
estructura de la sociedad y el modo de producción" (texto comentado en la nota anterior).
7
Marx, loe. cit. 53-54. Cuenta de Grazia (1962, 311 nota) que en el manuscrito origi-
nal añadió al margen de este pasaje, como segundo ejemplo de trabajos alternables: zapatero
por la mañana, jardinero por la tarde y actor por la noche. Por su parte, Strumilin ( 1 9 6 0 ,
375-76) glosa el pasaje en cuestión como sigue: "Si ya no nos llena de asombro hoy el que
un afinador de pianos después de haber cumplido con sus funciones mecánicas, ejecute a
veces como un auténtico músico la sonata "Claro de Luna" de Beethoven, más naturales
resultarán aun tales combinaciones de unas funciones y otras en las condiciones de la abre-
viada jornada laboral del comunismo, cuando cientos de miles de obreros ocuparán sus horas
libres con la investigación o irán a engrosar el círculo de los que en la sociedad ejercen c o m o
científicos, escritores, músicos y pintores".
' 8 Marx y Engels, Gesammtausgabe, t o m o 26, parte 3, 2 6 4 ; citado por Grushin, 1 9 6 7 ,
26. Marx, 1904, Vil, 122. Acerca de la identidad del tiempo de trabajo y el tiempo libre
en Marx véase, como antecedente filosófico directo, la Philosophie des Rechts de Hegel
( 1 8 2 0 , § 69). Friedmann (1956, 246) da como origen de estos temas en Marx también la mis-
ma obra de Hegel, concretamente los § 195 y 198; y remite al comentario que al respecto
hace Eric Weil en 1950, 90-91. Sobre el debatido tema del diferente significado del trabajo
en Marx y en Hegel puede consultarse, como ejemplo de dos interpretaciones diferentes,
muy personales, a Naville (1957) y Althusser (1966). Interesantes son las referencias que
sobre este último punto dan Richta y sus colaboradores (1966, 140, nota 42).
En otro aspecto no hay que olvidar la influencia del socialismo utopico sobre el marxis-
mo. Recuérdese la mención elogiosa que Engels hace de las ideas de Fourier relativas a
la identidad del trabajo y el placer. Véase Sánchez-Casas y Guerra, 1973, 25-26; y sobre la
concepción del trabajo de Fourier, ibid., 41-50.
9
Marx, Manuscritos de 1857-1858, II, 199.
10
La concepción constructiva del ocio, dice Lefebvre (1967, 4) en su terminología,
sólo está a p u n t a d a en Marx; en efecto, en cuanto al futuro del tiempo Ébre, Marx se interesa
LOS O R T O D O X O S 27

Hasta aquí, casi con sus mismas palabras, lo que pensaba Marx acerca del
tiempo libre. Veamos ahora cómo sus intérpretes lo han desarrollado.

LOS O R T O D O X O S "

Antes de entrar en el camino que ha seguido el concepto del tiempo libre en


el marxismo actual, debe destacarse que también Lenin se ocupó, aunque circuns-
tancialmente, de él. En un trabajo suyo sobre "la nueva ley fabril" dice que el
tiempo libre es la parte del tiempo dedicada por el trabajador "a descansar, su-
perarse y ejercer sus derechos como hombre, miembro de la familia y ciudada-
no". 1 2 Resueltamente, como se ve, Lenin dota a ese tiempo de una dimensión
político-jurídica. La concepción leninista apenas ha influido, sin embargo, como
lo indica el hecho de que son verdadera excepción los autores que la recogen y la
toman en consideración en sus estudios sobre el tema.
Aparte de este breve e importante aunque olvidado antecedente, en la Unión
Soviética fue Stanislav G. Strumilin, autor del libro que causó gran impacto Pro-
blemi ekonomiki truda (Problemas de economía del trabajo, 1925), el que implan-
tó los estudios sobre el tiempo social 13 , e indirectamente sobre el tiempo libre,
utilizando la técnica conocida hoy con el nombre de budget time, que años
después (1935) el también ruso Pitirim A. Sorokin, trasplantado a los Estados
por c ó m o debe sei sin especificar cómo será. Esto es, resalta en el nuevo contexto profetiza-
do los aspectos éticos e ideales (lo que n o quiere decir "idealistas"), sin apenas ocuparse
de los reales (lo que no quiere decir, forzosamente, "materiales"). En tal sentido, Duma-
zedier (1962b, 278) se pregunta si Marx no llegó hasta el extremo de evocar "un estado
idílico de la sociedad futura en la que, al haberse reducido al mínimo el trabajo, los ocios
se convierten en esenciales". (Le conduce a ello el pasaje antes transcrito de Die deutsche
Ideologie, pasaje que como señala Toti —1971, 9— atribuye erróneamente a Die heilige
Familie, al igual que hace Riesman —1950— del cual recoge Dumazedier la cita.) En cambio,
argumenta el italiano (1961, 9 y sigs.) que Marx nunca habló de un estado idílico en el_que
el trabajo estuviera reducido al mínimo, sino que superó cualquier "idilismo" proyectando
o, más exactamente, profetizando una sociedad-civilización del tiempo libre, en la que el
trabajo ya n o estará determinado por la necesidad y la finalidad exteriores, sino que empe-
zará con ella el verdadero desarrollo de las cualidades humanas. (Cfr. en un sentido análogo,
la opinión del sociólogo norteamericano Lewis Mumford —1956, 271 y sigs., especialmente
276— nada sospechoso del marxismo.) Por su parte, Franco Crespi (1966, 1289, nota 3 0 )
ha calificado de "bastante utópico" el enfoque de Toti, ya que "hasta ahora nada hace pen-
sar que, n o obstante la automación, el trabajo pueda transformarse en una agradable activi-
dad artística sin esfuerzo, por lo que no se puede aceptar como real la visión de una sociedad
en que haya desaparecido la fatiga del trabajo". Esta objeción, con base en el utopismo, es
muy corriente: p o r ejemplo, ver Domenach, 1 9 5 9 , 2 1 6 ; pero es claramente inexacta. _E1
lector convendrá conmigo en que la concepción de Marx no postula ni la transformación
del trabajo en "una agradable actividad artística sin esfuerzo" ni "una sociedad en que haya
desaparecido la fatiga del trabajo". Su concepción es bastante más compleja y matizada,
al menos en este punto. De todos modos no voy a entrar en esta aguda polémica que con-
duce hasta la discusión misma del grado de realismo contenido en el materialismo histórico,
lo que rebasa en mucho el objeto de este libro.
11
Empleo la palabra "ortodoxia" no en un sentido formal al m o d o de Kautsky ni
metodológico como Lukács, sino en un sentido sociopolítico. Es decir, llamo ortodoxia al
hecho de sujetar un autor sus proposiciones fundamentales a las directrices oficialmente
trazadas por el P. C; en caso contrario, hablo de "revisionismo".
12
Lenin, II, 299.
13
Ver otros trabajos de Strumilin en el repertorio bibliográfico que incluyo al final del
libro. En el publicado en 1960, el académico ruso presenta una visión de la Ciudad Comunal
en 'a futura sociedad comunista, que ha sido calificada acertadamente p o r i-rancois Fetjjo
(en Albertini et al., 1961, 122-23) de n s c f o u r i e r i s m o . !
M C R X Y E L T I E M P O LIBRE

Unidos, divulgaría en este último país. Estos estudios, centrados en los aspectos
económicos, se aplicaban al sector rural (koljoses y campesinado en general).
Pero antecedentes aparte y a pesar de la deficiente información que poseemos
sobre el desarrollo de la ciencia social en Rusia, no parece arriesgado afirmar que
hasta entrada la década de los años cincuenta, y sobre todo la siguiente, los inves-
tigadores soviéticos no se ocupan monográficamente del tiempo libre. El paso
progresivo, durante el periodo 1956-1962 de la jornada laboral de ocho a siete
horas, impulsa una serie de encuestas sobre presupuestos del tiempo, especial-
mente a través de los Institutos de Organización del Trabajo.
A partir de Marx, los autores rusos llegan a ver en el tiempo libre uno de
los problemas claves de la construcción del comunismo. Se emprenden amplios
estudios empíricos dentro de la tradición inaugurada por Strumilin, centrándose
ahora el interés en las áreas urbanas. Y se va afirmando cada vez más la necesidad
de una política social sobre el empleo del tiempo libre, pues la mera actitud ra-
cional de cada individuo se revela insuficiente.
Germán A. Prudenski se plantea en varios estudios (1960 y sig.) amplias cues-
tiones teóricas sobre el tiempo libre por ser uno de los problemas económico-
sociales más importantes, estrechamente vinculado, según señala, a la productivi-
dad del trabajo. Prudenski ha publicado dos libros importantes: V nerabocije
vremja tradjascinsja (El tiempo de no-trabajo de los trabajadores; 1961) y Vremja
i trud (Tiempo y trabajo, 1964). Para Prudenski, el tiempo libre corresponde a
aquella parte del tiempo no dedicada al trabajo, sino al reposo y al desarrollo
físico e intelectual; su valor estriba en ser una reserva de productividad. Cree que
puede aumentarse sin disminuir el tiempo de trabajo; por ejemplo, reduciendo
los tiempos parásitos mediante una mejor organización del transporte. Para
lograr un armónico desarrollo del hombre, dice, hay que organizar públicamente
el tiempo libre y conseguir que cada uno le dé un empleo racional, con vistas a
influir sobre la fuerza productiva del trabajo.
El economismo del Prudenski ha sido criticado por Boris Grushin, el cual reali-
zó una gran encuesta, Svobodnoe vremja (El tiempo libre, 1967), patrocinada
por el periódico de la juventud Komsomolskaia Pravda, durante 1963-1964. En
su análisis, Grushin se opone a la tradicional clasificación rusa en ocios activos
y pasivos, argumentando que una actividad no es mejor que otra y lo que impor-
ta es el desarrollo multilateral de la personalidad. Pone de relieve las diferencias
sociales existentes en el tiempo libre de los trabajadores rusos; resalta los aspectos
cualitativos de dicho tiempo, y lo valora en sus aspectos individuales. Algunas de
sus ideas serán expuestas en detalle más adelante.
Por último, quizá pueda resumir la postura actual de los ortodoxos rusos,
lo que escribe Emolai Lazutkin 14 en su reciente libro Sotsializm i bogatsvo (El
socialismo y la riqueza). El tiempo libre, dice, es el criterio supremo que permite
juzgar la eficacia de la producción y el carácter progresivo del régimen socioeco-
nómico. Por esto, el tiempo necesario para desarrollar una libre actividad vital,
vinculada directamente con el perfeccionamiento y la aplicación creadora de las
capacidades físicas e intelectuales, empleado racionalmente no sólo perfecciona
y acelera constantemente el proceso de producción y mejora la calidad de los
artículos, sino que constituye una premisa indispensable para el desarrollo multi-

14
Lazutkin, 1974, II y 199 y sigs.
LOS O R T O D O X O S

lateral o multifacético de la persona; por ello, su aumento para todos los trabaja-
dores es el objetivo final del crecimiento de la riqueza. 15
En los restantes países socialistas los trabajadores empíricos aparecen casi a
la zaga de Rusia, a partir de 1955 e impulsados asimismo por los respectivos
Institutos de Organización del Trabajo. Principalmente interesados se muestran
Polonia (Skorzynski), Yugoslavia (Ahtik, Mihovilovic), Checoslovaquia (Filipco-
vá), Hungría (Szalai) y Bulgaria.16
Antes de terminar este rápido vistazo sobre la ortodoxia debe mencionarse,
fuera de los países del Este, al autor de una importante y relativamente temprana
monografía teórica: el italiano Gianni Toti, que publica en 1961II tempo libero.
En el capitalismo, señala Toti, el hombre tiene escindido su tiempo en tiempo de
trabajo y tiempo libre. Pero este último es un tiempo improductivo y vacío con-
quistado con el dinero, tratado como mercancía y dependiente del trabajo, un
tiempo que opera de panacea de la esclavitud. Es fuga y negación del trabajo, su
empleo es hoy un mero problema de consumo. Con medios como la educación
permanente o la pedagogía, no puede curar a la sociedad de su patológico afán
por el consumo utilitario del tiempo libre; sólo en el comunismo, el hombre
integrará su tiempo y se identificará consigo mismo. El trabajo necesario será
abolido, y el tiempo consagrado al mismo se transformará en tiempo libre crea-
tivo, en un tiempo verdaderamente nuevo en erque el propio concepto de "tiempo

15
Lazutkin está terminando una importante investigación, que le ha llevado muchos
años, Acerca de la acción de la ley del tiempo en el socialismo. Este trabajo ha de ser de su-
mo interés para nuestro tema si se tiene en cuenta que, para él (1974, 204), en la sociedad
que avanza hacia el socialismo rige la ley objetiva de que "cuanto más intensamente se fa-
brica inmediatamente el producto social, tanto mayores posibilidades existen para ampliar
los marcos del tiempo libre y distribuirlo de m o d o igual entre todos los miembros de la
sociedad"; es decir que "en esta sociedad, el ahorro del tiempo de trabajo es igual al aumen-
to del tiempo libre". (El contexto permite entender el sentido de esta última afirmación
no como una identificación entre el tiempo extralaboral y el tiempo libre —rechazada por
el propio autor citado, cfr. ibid., 62-63 y 200—, sino que en las citadas condiciones cual-
quier aumento del tiempo libre tiende a distribuirse por igual entre todos, lo que no impi-
de la existencia residual de sensibles desigualdades sociales al respecto en la misma Rusia,
como señala el propio Lazutkin en ibid., 206 y sigs.)
Destacables son también las aportaciones de Patruchev, discípulo de Prudenski, y de
Petrossian; así como las de Bajkova, Bolgov, Ducal y Zemcov, Ignatiev y Ossipov^Krjazev,
Santo y Zemtsov entre otros. Una selección de sus trabajos la recojo en la bibliografía final.
16
Para los trabajos de estos autores, acódase a las referencias bibliográficas que incluyo
al final del libro. Acerca del estado actual de la investigación sobre el tiempo libre en Bul-
garia véase Staikov ( 1 9 6 4 ) ; en Checoeslovaquia, Savicky (1970, 3-9); en Hungría, Ferge
(1969); en Polonia, Skorzynski y Wyrobkova ( 1 9 6 2 ) , Zygulski ( 1 9 7 0 ) e Illinicz y Zygulski
( 1 9 7 1 ) ; y en Yugoslavia, Boh (1969). En todos estos países se detectan diversos enfoques
en el tratamiento de la problemática del tiempo libre. Así, por ejemplo, Zygulski distingue
en Polonia cuatro líneas distintas de investigación: 1. pedagógica, por ejemplo, la obra de
A. Kaminski; 2. política e ideológica, en la que el tiempo libre es visto como una nueva vía
para la lucha de clases, por ejemplo I. Danecki; 3. culturológica, por ejemplo W. Zwiazkowe;
y 4. tendencias orientadas hacia la práctica, por ejemplo los análisis de presupuestos de
tiempo de Helena Strzeminska.
En el campo político, el comunismo soviético recoge con tendencia a optimizarlas, las
ideas de Marx sobre el tiempo libre. Véase el programa del P. C. aprobado en 1961 por el
XII Congreso, "Programma Kommunisticeskoi Partii Sovietskogo Sojuza", parte II, V, I;
publicado en Konsomolskaia Pravda del 4-11-1961, pág. 3 (citado en Vagovic, 1964, 1 9 6 ;
en Marcuse, 1958, se da como apéndice un amplio extracto de este programa pero el texto
citado, recogido en la pág. 293, ha sido reducido a su primer párrafo; en la pág. 2 2 4 puede
verse, en cambio, completa en lo que afecta a nuestro tema, lo que prevé el programa sobre
la jornada y las condiciones de trabajo.) Interpretaciones de valor oficioso sobre el tema en
el comunismo se encontrarán en Kuusinen et al., 1959, 6 7 1 y 676-77; y el Ósnovi Marks-
sistskoifilosofa, 1958, 812-13.
30 M A R X Y EL T I E M P O LIBRE

libre" no tendrá valor porque todo el tiempo estará ya liberado. Para Toti, ante
el conformismo de la sociedad de masa capitalista urge una planificación cons-
ciente y racional del tiempo como medio, para liberar al hombre del tiempo de
esclavitud y conseguir una nueva moral del tiempo libre, en la que ya no tendrá
sentido la tesis burguesa de que el tiempo es dinero.
¿Qué rasgos caracterizan a los ortodoxos? Aparte de adecuarse al menos en
lo fundamental a la línea oficialmente marcada por el Partido, fijan su atención
en los problemas prácticos de la actual fase socialista, a diferencia de Marx que
se ocupó del tiempo libre en el capitalismo y el comunismo. Y, secundariamente,
efectúan algunas aportaciones teóricas con motivo de sus análisis empíricos, de
acuerdo con el principio de unidad entre teoría y praxis. El tiempo libre es
tratado, dentro de uña concepción materialista dialéctica e histórica, en el marco
de la economía de tiempo, como fuente de productividad y, mejor aún, de rique-
za social.
La tendencia marxista no se agota aquí. Al margen de esta interpretación
orto.doxá han surgido una serie creciente de autores que basándose, por supues-
to, siempre en Marx, revisan más o menos dicha interpretación, abriendo con
ello un amplio camino crítico, muy polémico pero por lo mismo muy fecundo.

LOS REVISIONISTAS

En lo que concierne al tiempo libre, el revisionismo cobra entidad, a media-


dos de los años cincuenta, en Europa occidental y más concretamente en Fran-
cia, donde varios autores marxistas abordan teóricamente desde una perspectiva
crítica aquella temática.
En 1957, Fierre Naville publica De l'aliénation á la jouissance, primer volu-
men de una obra ambiciosa aún no terminada Le nouveau leviathan. En él intenta
dar una nueva fundamentación teórica a la sociología del trabajo, partiendo de
los principios de economía política formulados por Marx y Engels a partir
de 1850 y criticando los conceptos de alienación y de humanismo del joven
Marx. Naville encuentra en la esfera del no-trabajo, como antítesis del trabajo,
la crítica y superación de éste; a la vez que la crítica de un modo de trabajo o
producción supone también la crítica del no-trabajo que le es correlativo. El no-
trabajo es una categoría histórica tanto como un criterio moral. Individualmente
considerada, lá actividad de no-trabajo es recuperadora y preparatoria de la fuer-
za de trabajo, una conducta de distracción orientada por los intereses privados
que tienden a encontrar en uno mismo el principio del goce y de la libertad;
socialmente, empero, aquella actividad expresa las relaciones de producción y de
distribución, y revela un modo de producción y de uso de la plusvalía. Las for-
mas de no-trabajo, que en nuestro mundo actual no son sino formas sociales
de trabajo, únicamente son comprensibles a través del análisis de las condiciones
económicas y sociales que las producen. El no-trabajo no es inactividad, sino
una actividad libre que no tiene precio y es fuente de goce y de satisfacción de
necesidades. En el comunismo plenamente realizado, el no-trabajo y el trabajo
se metamorfosearán en una pura actividad creadora.
Casi a la par que Naville, Henri Lefebvre da a conocer un apasionado y
polémico libro, como todos los suyos, Critique de la vie qtiotidienne (195 7-1958),
LOS REVISIONISTAS 31

en el que, a diferencia de aquél, parte del joven Marx. Su análisis —referido


sobre todo a la vida cotidiana en Francia 17 — incluye la problemática del ocio,
al que concibe como un producto de la civilización técnica, manifestación de
necesidades difusas y generalizadas, en respuesta al carácter parcelario y alie-
nante que tiene el trabajo en esta civilización. Este es un trabajo separado de
la actividad productiva, contradictorio en sí mismo por que desarrolla posibi-
lidades en direcciones opuestas; también el comportamiento de ocio es contra-
dictorio: una actividad residual a la par que total. Todo ello constituye una clara
denuncia de la realidad cotidiana asimismo plagada de contradicciones: infini-
tamente rica y variada, terriblemente pobre y monótona. Se actúa sobre el uso
del tiempo libre, dice Lefebvre, para manipular el ocio y recomponer lo cotidia-
no. Termina afirmando que del hombre enajenado en el trabajo y en el ocio
hay que ir al hombre total en el que uno y otro dejan de oponerse, y el ocio ya
no rompe con la vida cotidiana. 18
Los libros de Naville y de Lefebvre producen gran revuelo y sus respectivas
tesis son rápida y ampliamente debatidas, sobre todo en los círculos marxistas
del occidente europeo. En cambio, en las democracias populares aún tardará diez
años el análisis del tiempo libre desde una perspectiva marxista crítica; la "prima-
vera de Praga" será un contexto que facilite este análisis. En efecto, es en la
Checoslovaquia de 1966 donde se producen las aportaciones más sobresalientes.
Blanka Filipcová presenta en dicho año Clovek, práce, volny cas (Hombre, traba-
jo y tiempo libre), libro del cual se publica una segunda edición al año siguiente
y al que suceden otros trabajos de la Filipcová sobre el mismo tema. Influida
esta autora checa por Strumilin y Prudenski —cuyo economicismo critica no obs-
tante— y especialmente por Dumazedier —a quien considera más realista a pesar
de su individualismo— afirma que el trabajo, que forma en gran parte al hombre
y cuyos contenidos condicionan el empleo del tiempo libre, tiene consecuencias
negativas en el industrialismo que no han podido aún ser del todo eliminadas en
los países socialistas. En ellos, la automación es una gran oportunidad para la
humanización real del trabajo y, por tanto, también del tiempo libre pues la pro-
ducción masiva, que en la sociedad de consumo capitalista c.rea necesidades
falsas, puede satisfacer necesidades reales del hombre y posibilitar su autorreali-
zación. En cuanto al tiempo libre, este es, ante todo, elección de actividades; lo
importante no son éstas, sino su relación con el sujeto y cómo se organizan en el
tiempo. Su principal función es crear valores, incluso en los mal llamados ocios
pasivos. El problema está en superar la alienación tanto en el trabajo como en
el tiempo libre, siendo en este último donde se manifiesta el conflicto natural
entre el individuo y la sociedad.
El mismo año, y también, en Praga, aparece otro libro que causa un enorme
impacto: Civilizace na rozcestí (La civilización en la encrucijada), obra colectiva
dirigida por Radovan Richt'a al frente de 44 colaboradores, entre los que se
cuenta Filipcová. En dicho libro se sostiene que, más allá de la revolución indus-
trial, estamos ante una revolución científica y técnica de profundo alcance. La
ciencia ha convertido a las máquinas en complejos autónomos de producción
y la técnica permite liberar al hombre de la producción directa, lo que representa
17
Cfr. Lefebvre, op. cit. 38.
18
Alrededor de Lefebvre se ha formado un grupo de jóvenes que han trabajado esos
temas, c o m o Villadary (1968), Baudrillard ( 1 9 7 0 ) , R a y m o n d y H a u m o n t , etc.
32 M A R Y E E L E I E M P O LIBRE

una transformación universal de las fuerzas productivas engendradas por la revo-


lución industrial. Pero esta última sólo quedará superada si se sigue la vía socia-
lista (tesis central del libro, acompañada de un impresionante cúmulo de datos
de todo el mundo, minuciosamente analizados). Dentro de esta vía y como
uno de los principales problemas de la misma, está el de la elaboración de un
sistema científico de economía del tiempo, que permita crear tiempo libe-
rado al trabajo y hacerlo disponible para el desarrollo de las fuerzas humanas
creadoras. 19
En último lugar, porque se ocupa tardíamente de ello, hay que mencionar a
Giorgy Lukács, el cual con ocasión de una rencontre mantenida el mismo año de
1966 en Budapest con Abendroth, Kofler y Holz (1967), denunció el sentido
ideológico contenido en la manipulación actual del tiempo libre. La reducción
del tiempo de trabajo, según el gran pensador húngaro ya fallecido, plantea pro-
blemas cualitativamente nuevos al movimiento obrero. Estos problemas ya no
son los del tiempo de trabajo ni los del salario, sino que se refieren a cómo puede
transformar el obrero su tiempo libre para tener una vida creadora, porque el
capitalismo le desvía de ello al insinuarle el consumo como objetivo capaz de
colmar su vida. Es precisa, pues, una formación del trabajador que le haga
entender que aquella transformación está manipulada y, por lo tanto, en con-
tradicción con sus propios intereses humanos. Ello suscita la necesidad de
una personalidad verdaderamente autónoma. Así, la lucha por el tiempo libre
es una lucha ideológica para poder dar al mismo un aprovechamiento cons-
tructivo.
En el revisionismo, como, en la ortodoxia, la base sigue siendo Marx, y el
objetivo el tiempo libre comunista. Pero tanto la crítica del ocio, que ahora tien-
de a asociarse más al industrialismo que al capitalismo, como su superación en
un tiempo verdaderamente libre, incluyen puntos de vista dialécticos distintos.
Sus trabajos, más teóricos que los de los ortodoxos, responden a un humanismo
que estos habían relegado y que mira hacia un nuevo hombre en el que el tiem-
po libre ocupa un lugar central.
Casi todo ello puede decirse también de la llamada Escuela de Frankfurt,
grupo nacido en 1923 en el seno del Instituí für Sozialforschung de aquella
ciudad germana. Sus primeros trabajos sobre el tiempo libre datan de los años
treinta, por lo que cronológicamente se sitúan, en el campo que estudiamos, mu-
cho antes que los autores vistos en este apartado, no debiendo descartarse la
influencia que sobre estos últimos hayan podido ejercer por acción o por reac-
ción. Pero los frankfurtianos, cuyo objetivo final queda — ¿intencionadamente?—
en la penumbra, son más críticos que marxistas, lo que obliga a considerarlos
como un caso aparte dentro de la tendencia que estamos examinando.

Checoslovaquia es uno de los países del Este que más atención presta a la tendencia
burguesa. Savicky (1970, 7) ha "medido" los autores más citados en la literatura checa sobre
el tiempo libre. Son, por este orden: Marx, Dumazedier, Prudenski, Richta, Strumilin y
Friedmann; a los que siguen Fourastié, Fromm, Riesman y Giaff Blücher. No ha de dedu-
cirse de ello la existencia de una convergencia de opiniones entre las dos grandes tendencias
en lid. Los autores burgueses son citados, por lo general, más para someterlos a crítica o
simplemente para recoger ciertos datos de interés empírico que para aceptar su posición
teórica.
33

LA P O S T U R A DE LA E S C U E L A DE F R A Í M K F U R T

En muchos aspectos la obra de la Escuela de Frankfurt es, como dijo el poe-


ta del grupo, Walter Benjamin, "una autocrítica de la conciencia burguesa" 2 0 ;
y sin duda ahí reside el valor y el límite de su aportación científica. A pesar
de ello, y de que la extracción social de la alta burguesía alemana y la forma-
ción fuera de la tradición marxista de sus miembros los vincula con el mundo
burgués, no debe olvidarse que sus portulados teóricos y metodológicos responden
a una base marxista, al menos hasta 1950. Claro es que el marxismo frankfurtiano
es muy peculiar: opuesto radicalmente de un lado a todo ortodoxia y de otro no
calificable simplemente de revisionista, toma a Marx —un Marx sobre todo hu-
manista y joven— como punto de partida, intenta conectarlo más o menos con
Freud 21 —un Freud releído en términos sociales—, y da un enfoque radical-
mente crítico a sus análisis de la superestructura cultural de la sociedad moder-
na. Desde tal posición, una posición evidentemente sugestiva, pero indudable-
mente incómoda, la Escuela elaboró una teoría crítica de carácter antiacadémico
e intencionadamente asistemático, ocupándose en varias ocasiones de los proble-
mas del tiempo libre a lo largo de su agitada historia. 22
Max Horkheimer, alma del grupo desde su cargo de director del Instituí, ya
inicialmente sostuvo que la cultura burguesa reprime la genuina felicidad indivi-
dual, e idea, en compensación diversiones de masas para aliviar el descontento.
Sostuvo, además, que los mecanismos que gobiernan al hombre en su tiempo de
ocio, son absolutamente los mismos que lo gobiernan cuando trabaja. En Dia-
lektik der Aufklarung (1947), escrito con Theodor W. Adorno, se especifica que
el ocio es la continuación del trabajo por otros medios, y que la "industria cul-
tural" —nueva expresión introducida en este libro y que posteriormente se ha
generalizado— esclaviza al hombre con mucha mayor sutilidad y eficacia que
otros métodos anteriores de dominación.
Estas ideas fueron desarrolladas en varias ocasiones por el último autor cita-
do, especialmente en una conferencia radiofónica (1969) dedicada al tema. Según
Adorno, en las actuales condiciones de no libertad, el tiempo libre está unido al
modo de producción que prevalece y tiende a lo contrario de su propio concep-
to (el hobby, por ejemplo, es libertad organizada, obligatoria). Es un fetiche1
sujeto a los controles de la industria y la propaganda, que atrofian la fantasía y
exterminan la capacidad creativa del hombre; es un tiempo improductivo, pro-
yección directa del trabajo. Su consumo es regulado por la industria cultural,
instrumento de dominio e integración. Esta integración —concluía Adorno con

20
W. Benjamín, 1938, 820.
21
Uno de los iniciadores del freudomarxismo fue Wilhehn Reich, psiquiatra relacio-
nado en más de un aspecto con el grupo de Frankfurt. Aunque marginalmente, también se
ocupó en su primera época, circunstancialmente, del tiempo libre. En su trabajo sobre qué
es la conciencia de clase (1934), en el que contra los ortodoxos se proclamaba marxista
auténtico, defendió ambiguamente la necesidad de un tiempo libre más bello como ele- i
mentó específico de clase, sin el cual no podía hacerse positivo el espíritu revolucionario. '
22
La historia de la Escuela de Frankfurt ha sido trazada con todo detalle por el ñor- I
teamericano Martin Jay en su libro (1973) que comprende el periodo 1923-1950. Sobre I
la postura de algunos teóricos críticos acerca del tiempo libre en el reciente panorama ger-
mánico, véase Prosenc, 1969, 76, y 1970, 69-70.
34 M A R X Y EL T I E M P O LIBRE

relativo optimismo— aún no es total, pero se vislumbra una oportunidad que


puede contribuir a que el tiempo libre se transforme rápidamente en libertad.
Su discípulo Jürgen Habermas, perteneciente a la segunda generación de la
Escuela y sucesor de Horkheimer en la dirección del Instituí, matiza en sus tra-
bajos que hoy son seguidos por gran atención, esta visión del tiempo libre (1958).
Sostiene que el ocio actual aparece, falsamente, como un asunto privado, como
un tiempo de disposición individual; en realidad, el ocio obstaculiza el libre albe-
drío pues está determinado desde fuera por el trabajo. Es una categoría residual,
prolongación de éste: sus funciones se limitan a ser un complemento y una rege-
neración del trabajo, Y al igual que éste, está dominado por el consumo, la alie-
nación y la despersonalización. Las manipulaciones que operan sobre el ocio lo
convierten en una seducción para huir de la realidad, en una mentira para vivir,
que conduce al egoísmo en el seno de la familia y a una conducta irracional en el
consumo. El deporte y el juego no son sino un sector más de racionalización del
trabajo; el do-it-yourself es un ridículo autoengaflo del hombre alienado; etc. En
resumen, el ocio es un modo más de la despersonalizada vida en la sociedad de cla-
ses que, con apariencia de privacía ha degenerado desde hace tiempo en una
verdadera mendacidad social.
Pero es Herbert Marcuse el que aporta el análisis más elaborado; en varios
escritos de los años treinta ya se había preocupado por el tiempo libre en la civi-
lización industrial. Inicialmente (1933), vio este tiempo reducido a un cosificado
y pequeño ámbito marginal de la persona: un tiempo de fines de jornada, de do-
mingos, etc. Más tarde (1938), siguiendo a Horkheimer, encuentra en el hedo-
nismo actual el factor que restringe la felicidad al consumo y al ocio, el cual
queda excluido del trabajo productivo. El trabajo industrial, añade Marcuse,
atrofia el cuerpo y limita la sexualidad al tiempo de diversión y recuperación,
hacia donde es canalizada por la clase dominante en ocupaciones inofensivas
como los deportes y las diversiones populares, sustitutivas del potencial revolu-
cionario de la sexualidad. Este esbozo de las relaciones entre el tiempo libre, la
sexualidad y la política lo encontramos desarrollado posteriormente, cuando
ya se había separado por completo de la Escuela, en Eros and Civilization (1953),
profunda reflexión en la que la problemática del tiempo libre late en cada página.
El juego como valor —afirma Marcuse en ella— ha sustituido al trabajo. Y este
último, que ocupa prácticamente toda la vida madura del individuo, suspende el
placer, reprime el gose dejando al hombre potencialmente disponible para lo
placentero sólo durante sus porciones de tiempo libre. Mas este tiempo única-
mente puede servir para relajarlo y recrear su energía laboral; y, por añadidura,
en el estado avanzado de la civilización industrial está manipulado por la indus-
tria de la diversión y controlado por el Estado. El tiempo libre queda reducido a
un tiempo de ocio, que evita la explosión del individuo contra la represión; y
por tanto, su liberación. Porque la esfera que define la libertad y su realización
no es la del trabajo, regido por la razón, la necesidad y la represión, sino la del
juego y las libres potencialidades del hombre. El tiempo libre, pues antes que el
de trabajo, determina el contenido de la existencia humana. Aquella esfera debe
subordinarse y asimilarse a ésta; es decir, hay que organizar la producción y la
distribución de tal manera que se reduzca el tiempo de trabajo al mínimo posible,
para satisfacer todas las necesidades de todos los miembros de la sociedad. Esta
transformación —que ha de invertir la relación establecida entre el tiempo libre
LA C O N V E R G E N C I A CON LA CONCEPCIÓN B U R G U E S A 35

y el de trabajo, haciendo que éste sea marginal y aquél completo, que habrá de
conducir a un modo de vida incompatible con la civilización tradicional— es ya
posible gracias al avance y dominio tecnológicos.
Este happy end no es mantenido por Marcuse mucho tiempo. En One Unidi-
mensional Man (1964), negro análisis de la sociedad industrial avanzada, se dice
que la irracional racionalidad tecnológica impone amplias exigencias económicas
y una política de defensa y expansión de todo su aparato sobre el tiempo libre.
Y la nivelación de gustos en el ocio, condicionados por los medios masivos de
comunicación, revela su función ideológica de igualación de las clases. La conclu-
sión ahora es más bien pesimista, ya que todo ello impide la automación comple-
ta de las necesidades, único modo de conseguir un tiempo libre que permita al
hombre constituirse a sí mismo, tanto en su vida privada como en su vida social,
y de trascender históricamente hacia una nueva civilización no represiva.
Finalmente, ha de hacerse mención de otro ex miembro de Frankfurt, el
psiquiatra Erich Fromm, situado en una posición mucho menos izquierdista que
los anteriormente citados, y cuya evolución hace dudar de si, no obstante sus
antecedentes, se le debería situar entre los críticos burgueses. Es autor de nume-
rosos y conocidos libros entre los que sobresale por lo que se refiere al tema del
presente trabajo, The Sane Society (1955). Para Fromm, el modo de producción
industrial, común al capitalismo y al socialismo, provoca una alienación que
afecta también al tiempo libre. La diversión se ha convertido en una industria
más en la que el cliente compra su placer, lo que acarrea que el tiempo libre se
valore por su rentabilidad económica y no en términos humanos. El fin de esta
situación enajenante sólo será posible con un cambio de las condiciones socioeco-
nómicas que impulse y no impida la personalidad integrada y total del hombre,
un cambio hacia lo que él llama un "humanismo socialista". 23
La Escuela de Frankfurt representa en conjunto una toma de conciencia del
falso papel que cumple el llamado tiempo libre, sobre todo en la sociedad capi-
talista pero no exclusivamente en ella. En el fondo, es una insistente denuncia de
las estructuras nacidas bajo cualquier tipo de ideología autoritaria y de progreso
tecnológico dirigido al consumo de masas. A través de una reiteración obsesiva
de temas, se nos presenta el tiempo libre como esencialmente igual al de trabajo,
tiempo manipulado e instrumento de integración; y se reclama su conversión en
un tiempo en el que el hombre se encuentre a sí mismo. La Escuela se ha mostra-
do mucho más fértil en el análisis destructivo de falsos conceptos que en la crea-
ción de conceptos nuevos. El debate en tomo a su obra radica, indudablemente,
en determinar si cierra o abre un camino.

¿ D Ó N D E E S T Á LA C O N V E R G E N C I A C O N
LA C O N C E P C I Ó N B U R G U E S A ?

Los diferentes "marxismos", 24 debido a su común filiación, comparten


varios aspectos centrales. Critican —y analizan dialécticamente— el tiempo libre

23
Otras contribuciones de la Escuela de Frankfurt al tema, se encontrarán en A.
Steniheim, 1932, y en el ya citado W. Benjamín, 1969, publicado postumamente.
24
N o me ocupo, por ser más política que científica, de la posición defendida por los
3 2 M A R X Y EL T I E M P O L I B R E

en la sociedad capitalista, por ser un tiempo alienado y patológico. En conse-


cuencia, construyen un modelo de cómo será el tiempo libre comunista: un tiem-
po auténticamente libre, síntesis dialéctica de trabajo y ocio, opuesto al tiempo
de trabajo alienado pero no al tiempo de trabajo libre, que originará un nuevo
hito histórico que afecta a una sociedad por venir, regida no por el principio so-
cialista de "a cada uno según su trabajo" sino por el principio comunista de "a
cada uno según sus necesidades". 25 Para alcanzar ese hito es precisamente una
planificación del tiempo social, más o menos sólida según los autores. En cuanto
al componente crítico, en su labor de revulsivo es aquí mucho más fuerte y fruc-
tífera que en la tendencia burguesa.
El marxismo ofrece una visión todavía poco matizada en las soluciones, pero
muy coherente en la crítica y en el planteamiento de los problemas del tiempo
libre; visión que frente a la concepción burguesa presenta rasgos polares a los de
ésta: es una interpretación objetiva, colectiva y planific^dora del fenómeno.
Ante esta oposición no es admisible hablar, como hacen algunos, de una
convergencia entre ambas tendencias. Lanfant se atreve incluso a sintetizar en
ocho proposiciones esa convergencia, construyento lo que presenta como la
actual "teoría del ocio". Estas proposiciones son:
1. El tiempo libre se da separado del resto del tiempo, especialmente del
tiempo de trabajo.
2. El tiempo libre es aprehendido como una totalidad abstracta.
3. El tiempo libre aumenta al incrementarse la productividad.
4. El tiempo libre evoluciona con relativa autonomía del sistema social,
especialmente con el sistema de producción.
5. Las actividades propias del tiempo libre son actividades libres.
6. El individuo se determina libremente, en función de sus necesidades
personales.
7. Las actividades y los valores del tiempo libre están ligados entre sí por
las elecciones individuales, las cuales se ordenan libremente.
8. El ocio es un sistema permutable de valores y de elecciones. 26

diversos partidos socialistas democráticos europeos —cuya dosis de marxismo es extremada-


mente variable- sobre los problemas del tiempo libre. El lector interesado puede acudir al
volumen colectivo Presente y futuro del socialismo democrático (1960), donde encontrará
referencias directas a dicha problemática y al tiempo libre como medio de liberarse del
trabajo alienado y de tener un libre acceso a la cultura; referencias contenidas en el "Mani-
fiesto de la Internacional Socialista" de 30 de ^unio de 1951 (op, cit. pág. 16), y en los
estudios o programas del socialismo austríaco (pags. 76 y sigs.), del belga (pags. §1 y sigs. y
1-08 y sigs.), de la SFIO. (págs. 210 y sigs.), del laborismo británico (pags. 257 y sigs.) y de
la socialdemocracia suiza (págs. 276 y sigs.).
25
La construcción de este modelo preocupa menos a los críticos frankfurtianos más
puros, pero es un tema obsesivo en los últimos: Marcuse y Fromm. Por supuesto, que el
tiempo al que se refieren sus respectivos "protomodelos" no es el comunista.
En cuanto al modelo comunista, no se oculta entre quienes lo propugnan el carácter
alejado de la sociedad esperada. Por ejemplo, Régis Paranque señala ante todo este aspecto:
"a muy largo plazo, ocio y trabajo tenderán a formar un solo tipo de actividad dirigida hacia
el desarrollo de la persona humana, de forma que el ocio no puede ser reducido ni a la dis-
tracción, ni tan siquiera a la educación permanente. Representa una concepción completa-
mente diferente de la actividad total y traerá consigo, pues, modificaciones en todos los
aspectos de la vida, y por tanto en las necesidades y bienes" (Paranque, 1969, 154-55;
el subrayado es mío). Toti (1971) nos advierte también acerca de la lejanía de la sociedad
comunista y del auténtico tiempo libre.
26
Cfr. Lanfant, 1 9 7 2 , 1 6 , 6 5 - 6 6 y 261 y sigs.
LA C O N V E R G E N C I A CON LA CONCEPCIÓN BURGUESA 37

Lanfant califica de congruente pero ideológico, en el sentido de falso y falaz,


el contenido de esta "teoría", criticando cada una de estas afirmaciones. 27 No
es necesario entrar en ello; lo que me interesa es subrayar que el cuadro teóri-
co elaborado y criticado por ella mismaes un malogrado esfuerzo por localizar una
especie de representación, promedio de las principales teorías actuales. En reali-
dad, no pasa de ser una abstracción que mezcla gratuitamente posturas dispares
e incluso opuestas; un producto de la imaginación, que ningún autor ni sector
de opinión haría suyo.
La tesis de la convergencia, válida quizás en lo relativo a las técnicas empíri-
cas, no lo es en lo que concierne a la interpretación teórica del fenómeno. Cierto
es que actualmente se percibe en algunos sectores un interés por aunar esfuerzos
y establecer un diálogo, pero el aire que se respira sigue siendo más de rechazo
que de aceptación. 28 En su planteamiento más puro y coherente, los modelos
burgués y marxista globalmente comparados, presentan unas características tan
opuestas que sitúan a uno y otro en las antípodas.
La divergencia existente tiene un reflejo, que el lector habrá observado, en
el léxico empleado por cada tendencia: mientras los burgueses centran su aten-
ción en lo que llaman ocio, los marxistas la ponen en el tiempo libre. ¿Es ésta
una mera diferencia terminológica, o existe tras ella una diferencia semántica
indicativa de que la divergencia empieza en el mismo objeto investigado? ¿Se
plantea aquí una alternativa conceptual, o ambas tendencias están hablando
de lo mismo en términos distintos?
Quizás pueda ayudarnos a desentrañar la cuestión, preguntar a la historia.

Las objeciones que presenta Lanfant ( 1 9 7 2 , 251-254) son, respectivamente, las


siguientes: 1. El aislamiento del tiempo libre, quizás necesario en los análisis cuantitativos,
no pasa de ser una cómoda ficción operativa. 2. N o cabe totalidad en algo que reúne acti-
vidades dispares. 3. En cada autor varían los factores económicos y políticos que relacionan
el tiempo libre con la productividad. 4. El tiempo libre evoluciona, de hecho, en función
de la coyuntura económica; como se ve, por ejemplo, en la legislación limitadora del tiem-
po de trabajo. 5. Las actividades de tiempo libre se desarrollan bajo controles económicos,
sociales y culturales, y no pueden desligarse de los sistemas a los que éstos pertenecen. 6.
Se presupone que los valores atribuidos al ocio se anteponen hoy a los del trabajo, y el tiem-
po libre se considera determinado subjetivamente. 7. La libertad de elección es una noción
difusa, conceptualizada según el modelo de una "libertad de pura indiferencia".
28
Cfr. lo que observo en la nota 19. Por añadidura, en ambos campos se encuentran
graves afirmaciones que demuestran un desconocimiento de la postura, contraria. Así, en el
campo marxista, el ortodoxo Lazutkin ( 1 9 7 4 , 62, 200, 2 0 2 y 220-21) aunque no anda
del todo errado al decir que, bajo el capitalismo, la burguesía considera monopolio suyo el
tiempo libre, y que sus sociólogos se esfuerzan por separarlo del proceso de trabajo y conver-
tirlo en una magnitud absoluta, afirma que para éstos (citando expresamente a los franceses
Friedmann y Dumazedier, y a los norteamericanos R. Bauer y Robinson, como representan-
tes más venerables) el tiempo libre n o está lleno de nada, sino que constituye un sinónimo
de aburrimiento, un tiempo de ociosidad y de asueto irreflexivo que no debe vincularse con
los asuntos sociales y la actividad política, y que "el ideal de la organización del asueto con-
siste en un sistema de clubes creados bajo el auspicio de la Iglesia, etc.". Y en el campo
contrario, Robles Piquer (1966, 14) entre nosotros sostiene que "el objetivo final y máxima-
mente deseable" para Marx, Engels y muchos marxistas es "el ocio concebido simplemente
como descanso reparador, como cesación de las actividades laborales". Y en un campo
intermedio, González Llaca (1975, 4 2 ) escribe que "Marx, en su sociedad ideal, nos propone
el regreso definitivo al tiempo libre de los griegos". Creo que sobre t o d o comentario.
5.
^ L ® § ir©span@sá®s

di© flsi üüflstoffñsi

El hecho de que el ocio como problema de la práctica y de la teoría consti-


tuya un grave problema moderno, ha dado pie a que algunos sociólogos, ccmo
Parker y Dumazedier, sostengan que el ocio es un fenómeno exclusivo de nuestro,
tiempo. Según el primero de estos autores, sólo con el industrialismo que conlleva
al acortamiento de la semana laboral y al gran poder de compra de las masas, el
ocio ha pasado a ser una esfera significativa de la vida. Ahora bien, si como hace
Parker, se parte de que el ocio se da en función del trabajo y se piensa que en la
historia de la humanidad la idea de trabajo en su sentido moderno es comparati-
vamente reciente —y tiene que serlo si ya se limita dicho autor al sentido moder-
no del trabajo—, es forzosa y falaz la conclusión de que el ocio es un producto
de la civilización moderna. Por su parte, Dumazedier, considerando igualmente
que el ocio tiene unos rasgos característicos de la civilización nacida de la revolu-
ción industrial escribe que antes de ésta no se puede hablar de él ni siquiera -del
tiempo liberado del trabajo, sino sólo de tiempo desocupado y de ociosidad, los
cuales niegan y sustituyen el trabajo a diferencia del ocio que lo supone. El
sociólogo francés reduce con ello, por definición, cualquier posible manifestación
histórica del ocio a la mera desocupación o a la ociosidad, postura, por otra parte,
congruente con su defendido punto de vista sincrónico. 1
La negación de una dimensión histórica del ocio es apriorística. Ante esto,
procede intentar una aproximación al fenómeno a través de un análisis macrodia-
crónico. La multiplicidad de prácticas y de valoraciones que se suceden a lo largo
de. la historia 2 son reducibles al menos a cinco hitos, que son otras tantas res-
puestas a la pregunta sobre qué es el ocio o tiempo libre. La concepción que late
tras de cada una de esas respuestas, guarda una especial relación con una determi-
1
Stanley Paiker, 1971, 37 y sigs. y 116. Dumazedier, 19626, 49-50; 1974, 13, 25,
101, 103, etc. Dumazedier y Samuel, 1969, 21.
2
Diversas interpretaciones de la evolución general del ocio en la vida y el pensamiento
sociales hasta nuestros días se encontrarán en los resúmenes de González Seara (1963, 265
y sigs.), de Parker (1971, 37 y sigs.) y más ampliamente de Gripdonck (1967, 83 y sigs.).
Para Francia, véase Cacérés (1973), para la Gran Bretaña aspectos parciales en Braildsford
(1969) v Hoggart (1957), y para los Estados Unidos, F. R. Dulles (1940) cuya obra es, para
Don Martindale (1970). la mejor historia general disponible sobre el ocio en Norteamérica.
40 L A S R E S P U E S T A S D E LA H I S T O R I A

nada época, no en el sentido de haber sido engendrada en rigor por ella, sino
porque es en ella que se configura como una práctica colectiva, provista de un
valor o disvalor considerado básico al menos por algún estrato o clase dominante
o un sector significativo de la sociedad. Y es durante ella que adquiere una tras-
cendencia en el resto de la vida social, llegando a constituir una característica
diferencial de la cultura a la sazón imperante.

LA SKHOLÉ C O M O ¡ D E A L G R I E G O

El profundo sentido' cultural griego idealizó el hecho de estar uno no sólo


predispuesto, sino dispuesto para la contemplación de los supremos valores de
aquel mundo: la verdad, la bondad y la belleza; en síntesis, para la contempla-
don de la sabiduría!'Esta exigía una vida de ocio, de skholé (OK OXT}).3 Laskholé
no era un simple no hacer nada, sino su antítesis: un estado de paz y de contem-
plación creadora —dedicada a la theoria— en que se sumía el espíritu.
Tal disposición exigía disponer de un tiempo para sí; es decir, principalmen-
te, de no sujeción al trabajo. Y los helenos la hicieron factible mediante una
tajante distribución verticalmente estratificada del tiempo social; así, mientras
una élite disponía de todo su tiempo para conseguir aquel estado de espíritu, la
masa restante debía dedicar su tiempo al trabajo. Esto es, la hicieron factible
únicamente para unos pocos y haciendo trabajar a los más. Como bien se ha
•dicho, el supuesto sociológico que hizo posible entre los helenos la vida de ocio
fue la esclavitud.4 Esto significa que si según la teoría griega sólo el hombre que
posee ocio es libre, ello es así porque según la práctica sólo el hombre libre
puede poseer ocio.
En el pensamiento clásico, el ocio como vía del saber no utilitario sino
contemplativo, fue alabado por Sócrates al decir de él que era una de las mejo-
res riquezas que poseía. 5 En Platón encontramos ya un concepto claro del
mismo en este sentido, como veremos; pero quien presente el concepto más ela-

La. tipología que expongo en este capítulo no pretende ser exhaustiva. Históricamente,
no va más atrás del mundo griego; y antropológicamente no considera, salvo en alguna nota
marginal, las culturas primitivas. Pese a tales limitaciones, la estimo valida paxa las socieda-
_des históricas de la civilización occidental y a partir de Grecia. Sobre la posición de la cultu-
ra hebrea, emanada de la Biblia, consúltese París, 1972, 174 y sigs. y González Llaca, 1975,
28 y sigs, y la nota 24- de este mismo capítulo, acerca de la ociosidad.
Etimológicamente, esta voz griega significa parar o cesar. El sentido originario dé
skholé fue el de estar uno desocupado y, en consecuencia, disponer de tiempo para sí mis-
mo. Coincide, por consiguiente, con el significado literal de la expresión "tiempo libre".
Esta acepción, aunque fue de uso popular, no llegó a adquirir un significativo valor socio-
cultural, al menos entre los atenienses.
4
Aranguren (1958a, 119). Cfr. Bertrand Russell (1932, 734). Justamente, ha escrito
González Seara que "todos los cantos de alabanza al pasado esplendoroso del ocio griego son
del residuo reaccionario de un humanismo falso, que no quería darse por enterado de que
el ocio de la minoría patricia sólo era posible en función de una inmensa masa de esclavos,
desprovistos de todo derecho" (1971, 70). Llama la atención que, al enjuiciar el mismo
hecho, un autor maixista como Lukács se muestre mucho más moderado, señalando que la
esclavitud permitió "la maravillosa cultura ateniense" (Lukács, en Holz et al-, 1969, 77).
5
Según el testimonio de Diógenes Laercio en el libro II de su Vitae. .. (edición citada
al final, I, 74) del que se hacen eco Valerio Máximo en De dictis... (cap. VIII, del libro
VIII, dedicado a "De otio laudato") y el sofista Claudio Eliano en sus Variae Historiae
(cap. XVI, del libro X).
LA S K H O L É C O M O I D E A L G R I E G O

borado es Aristóteles. Para el filósofo peripatético, la skholé es un fin en sí


misma —réXoS—, un ideal de vida, cuya antítesis es el trabajo. El ocio es una
felicidad intrínseca que abre a uno de los tres tipos posibles de vida moral; la
vida contemplativa —9 ecopr]TLKo8 |3to5—; y la contemplación, como la música,
exige permanecer libre de la necesidad de trabajar. Por esto escribirá en la Ética a
Nicómaco que "estamos nó-ociosos para tener ocio", o dicho de otro modo, que
el trabajo es un medio y el ocio es el fin. 6
Al igual que en Aristóteles, también en Epicuro el ocio es la vía que exige
estar libre de ocupaciones, incluso de placeres, y posar en la serenidad de uno
mismo —arapa^Ca— hasta el punto de que ni siquiera la participación política
debe perturbar el espíritu ocioso. 7
¿Cuál ha sido la suerte de la skholé fuera del mundo heleno, es decir, fuera
de la sociedad que condicionó su estructura y su estratificación en pos de ese
ideal? He aquí su evolución, casi telegráficamente:
La visión griega de la skholé no fue recogida por los romanos, a excepción
de Séneca. 8 En el Medievo, el ideal contemplativo se refugia en los monasterios.
Tomas de Aquino recoge los tipos de vida aristotélicos otorgándoles una dimen-
sión cristiana. 9 La vita contemplativa, teñida del espíritu de la fe y de especula-
ción, pasa a ser uno de los ideales de vida de la época; mientras, en cierto aspec-
to, el trabajo pasa a ser algo que se hace en los ratos libres. Paralelamente, en el
mundo profano, encontramos cantos a la vita solitaria, como el que escribe Pe-
trarca en 1346. El ideal del gran lírico italiano "eran —según Trinkhaus— las

6
Cfr. Aristóteles: Política, II, 1269o, y VIII, 1338a; Ética, I. 1095, y X, 1 1 7 7 ; É t i c a
nicomaquea X. 11776. La expresión "no-ociosos" significa trabajar pues, c o m o recuerda
Pieper ( 1 9 5 8 ) , la lengua griega carecía de una palabra equivalente al trabajo c o m o actividad
laboral -cotidiana; utilizaba, para designar ésta la expresión "estar no ociosos" (c¿OK oXLOO.
Más adelante (nota 5 del cap. 6) vuelvo sobre la postura aristotélica acerca de las relaciones
entre el ocio y el trabajo.
Por otra parte, según Livingstone ( 1 9 3 5 , 64; citado por Huizinga, 1938, 215) para el
hombre libre era ocio todo el tiempo que n o estaba reclamando por el oficio público, la
guerra o el culto (véase la nota sig.). Sin embargo, no hay que olvidar la matizada opinión
de Aranguren (1958, 114) cuando nos explica que "lo que caracteriza externamente al
hombre libre es que, a diferencia del esclavo, no está sometido a una ocupación forzada,
sino que su tiempo, su vida, es libre. Este tiempo libre —la raistóne o diagogé aristotélicas—,
¿en qué debe emplearse? No en el juego (paidiá) o en el entrenamiento (anápausis), pues
estos pueriles quehaceres n o tienen en la vida adulta otro sentido que el descanso. Descanso
¿de qué? De la verdadera ocupación humana que consiste en skholé". Dichos quehaceres,
señala de Grazia (1962, 4), puesto que son necesarios, no constituyen fines en sí mismos.
7
En Aristóteles, el hombre ocioso podía y aún debía pensar en los asuntos de la polis,
aunque participar en ellos implicaba perder el ocio. Sobre-Epicuro, véase Marcuse, 1938.
8
Séneca se aproxima al concepto aristotélico y epicúreo del ocio. En sus cartas a Luci-
lio, invita a éste a liberar su tiempo, robado por los negotia y sustraído por las ocuppationes;
vanos deberes de la vida social y profesional, pues el descanso es la condición sine qua non
para adquirir la sabiduría, la virtud y la felicidad a través del cultivo del espíritu y de la con-
templación desinteresada de la propia alma. Cfr. además de Ve otio y d&De brevitate vitae,
las cartas mencionadas: la LXII, sobre el buen uso del tiempo, y la LXVII, sobre el ocio
fecundo, entre otras. En esta última epístola escribe que "nunca está el sabio más activo
que cuando contempla ante sus ojos las cosas divinas y humanas". Véase la bibliografía de
Andrée y de Giangrande indicada en la nota 13.
9
Cfr. Summa Theologica, 2a-3ae, quaest. 17Va, 1; III Sententia Distincta, 35 quaest.
a-1; Ethicorum Aristotelis Expositio, I, lect. m. 58-59. Pieper no vacila sobre este punto
pues escribe claramente que "la doctrina cristiano occidental de la vita contemplativa está
vinculada a los pensamientos aristotélicos acerca del ocio" (Pieper, 1 9 5 8 , 1 4 ) . Quien señala
la diferencia de fondo es, sin embargo, de Grazia (1962, 13): "El contemplador es ahora
divino, n o porque contempla —como en Grecia— sino porque busca contemplar a Dios".
42 LAS R E S P U E S T A S D E LA H I S T O R I A

vocaciones perpetuas avivadas por vuelos al pasado y a la eternidad por medio


del poder de la fantasía anterior". Durante el Renacimiento, la vita activa se
opone a la vita contemplativa.10
Más tarde, con la Ilustración, aquel ideal se racionaliza y adquiere una di-
mensión humana, sin llegar a perder por completo la raíz original. La Encyclo-
pédie (1751) se refiere al ocio (loisir) como "el tiempo vacío que nuestras obli-
gaciones nos dejan y del que podemos disponer de manera agradable y honesta;
si nuestra educación ha sido adecuada y se nos ha inspirado un vivo deseo hacia
la virtud, la historia de nuestras actividades libres (loisirs) será la parte de nuestra
vida que más nos honrará después de la muerte, y que recordaremos con el mayor
consuelo una vez llegado el momento de tener que abandonar la vida: la parte de
las buenas acciones 'realizadas por gusto y con sensibilidad, sólo determinadas
por nuestro propio beneficio". 11
Si del Occidente pasamos a Oriente, observamos que el sentido tradicional
que allí conserva el ocio es muy parecido al ideal griego; pero está desposeído
de todo carácter elitista. El tiempo de ocio es tiempo inactivo, dedicado a la
exquisita contemplación de la naturaleza y de la belleza, así como a la medita-
ción de sí mismo y de la realidad como vía superadora de la condición humana. 12
Hoy apenas queda ocio contemplativo y, lo que es más significativo, tiende
a confundirse con la especulación y a ser valorado peyorativamente. Lo que es
motivo de honda preocupación para aquellos que suspiran ardientemente por una
vuelta a la skholé, como de Grazia, o a la vita contemplativa cristiana en la que
no se rinda culto al ocio, sea culto y fiesta, y más propiamente contemplación
festiva interior, como Pieper.

ÉL OTIUM ROMANO

En Roma no prosperó, como queda dicho, la visión griega; ésta sólo fue con-
tinuada por el estoicismo. Una nueva acepción fue introducida. Se la encuentra
principalmente en Cicerón, cuando éste nos habla del otium como tiempo de
descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesario para volver a dedicarse
—una vez recuperados— al trabajo o al servicio público. Así, para Cicerón, como
para Plinio el joven y Marcial, hay que alternar el otium con el nec-otium. El
trabajo —en el comercio, el ejército, la política, etc.— a pesar de su etimología,

10
Como es patente en las Disputationes Camaldulenses (1468) de Cristoforo Landino.
La recepcdón cristiana y medieval de la skholé ha sido estudiada por de Grazia en 1962,
13-14, de donde tomo la anterior cita así como la referencia a Trinkhaus (1954, 186-87).
11
Otro ejemplo es el anónimo Discours sur l'emploi du loisir (1739, 40; tomado de
Cacérés, 1973, 121), en el que se lee: "El ocio sólo es útil si está bien empleado. . . Cuatro
indicaciones nos revelan con certeza cuando aquel es ventajoso: si hace feliz, si ayuda a co-
nocerse a sí mismo, si nos reforma y si nos perfecciona. Pues esos son sus frutos".
Según O. F. Bollnow (1958, 96-97), la ilustración valoró el equilibrio entre el esfuerzo
y el ocio; incluso llegó a relativizar el trabajo, viéndolo como un medio para un disfrute más
alegre de la vida. Entra así en contacto también con la idea romana del ocio.
12
Cfr. Larrabee y Meyershon (1958). Una bella muestra del concepto oriental del ocio
se encuentra en los encantadores "Ensayos sobre la ociosidad" del japonés Y oshida Kenko,
escritos su 1340; pueden encontrarse transcritos en Keene (1955). Y otra muestra, ésta
aciun!, la proporciona el filósofo chino contemporáneo Chung-Shu Lo (1969, 169 y sigs.)
con ocasión de Ja defensa que hace del derecho de los hombres al goce de la vida.
EL O T I U M R O M A N O 43

no tiene, como en Grecia, la aonoXía, una significación negativa. Más bien el


ocio consiste en no trabajar, en un tiempo libre de trabajo, que se da después
del trabajo y para volver a éste. 13 El ideal griego ha sido invertido:el ocio pasa a
ser un medio y el trabajo, el fin. Pero ambos, ocio y negocio, foman parte consti-
tutiva del hombre completo; sólo es tal el hombre que reúne el otium cum digni-
tate. El ocio ciceroniano, que supone siempre el respeto al gobierno y a sus
representantes, no es tiempo de ociosidad, sino de descanso y de recreo tanto
como de meditación.
Ahora bien, esta última sólo integra el otium de la intelectualidad; para el
pueblo se redujo al descanso y, sobre todo, a la diversión. El ocio popular no
fue una novedad romana. Inicialmente, como ya he dicho, los griegos habían
dado este significado a la skholé: sin embargo, no llegaron a teorizar sobre él por
no estimar valioso el tiempo de reposo y de juego, el tiempo de fiesta dirigido a
estos fines (AVA NAVAIS, NAISCA). En sus alusiones al tiempo libre popular, en
cierto modo común a todos los hombres, Platón se refiere a las fiestas como
intervalos de descanso instituidos por los dioses al compadecerse de los hombres,
sometidos por naturaleza al sufrimiento, la fatiga y las preocupaciones. Y Aristó-
teles afirma, en relación con la música, que los oyentes son de dos especies:
unos, que son libres e ilustrados; y otros, artesanos y groseros mercenarios, que
tienen necesidad de juegos y espectáculos para descansar de sus fatigas. En otro
lugar, el Estagirita reitera su desdén hacia la diversión, afirmando con intención
moralizadora que "cansarse y trabajar para divertirse parece tonto y profunda-
mente pueril". 14
Mas, frente al antecedente griego, el otium de la sociedad romana presenta
unas connotaciones nuevas que responden a un contexto económico y político
diferente; en efecto, Roma introduce, por vez primera, el ocio de masas. Desde
los ludi.y los muñera hasta los mimos y las comedia (atellane), organizados por
el Estado en los días de fiesta que ocupaban casi la mitad del calendario, el ocio
popular, masivo y anónimo, es despreciado por las élites que lo alientan y utili-
zan como instrumento de dominación. La clase dominante da pañis et circenses,
pero como señala Lawrence Giangrande, ls "el ocio es sinónimo, para el gran
público, de desocupación y de diversión más o menos impuesta por los cónsules
o los emperadores para dominarlo mejor". Contrapuesto al ocio de los filósofos,
el ocio vivido por la plebe constituye un eficaz medio de despolitización del
pueblo, de un pueblo al que se ha reducido, en gran parte, a la condición de
espectador. Estamos, pues, ante una institucionalizada estratificación dicotómica
del fenómeno: el ocio de la élite social frente al ocio popular.
Ambas prácticas de ocio poseen, sin embargo, pese a su distinto signo, un
carácter instrumental. El definitivo legado de Roma al patrimonio histórico del
13
Véase su discurso Pro Sestio, § 96 y sigs. Y en conexión con su concepto del traba-
jo, De Officiis, I, § 42, y De Senectute, § 8. Sobre las diversiones, el ocio y la ociosidad.
De O f f . citado, I. § § 29 y 30; y II, § I.
El origen y la evolución de la idea del otium entre los romanos h a sido el tema de una
importante monografía de Andrée, 1966. Del ocio en la plebe, en la aristocracia y la élite
filosófica se ha ocupado Giangrande, 1974.
14
Platón, Leyes, II. 653 c-d. Aristóteles, Política, 1342a; Ética nicomaquea., X.
17766. Vide supra la n o t a 3.
15
Giangrande, 1 9 7 4 . 4 8 .
LAS R E S P U E S T A S D E LA H I S T O R I A

ocio es contradictorio: un tiempo de libertad que a la par es un medio para negar


la libertad.
A diferencia de la skholé, el otium ha sobrevivido al paso de los siglos. Hoy,
se encuentra especialmente vigente 16 , aunque desprendido de la dimensión huma-
nística ciceroniana; es el ocio de los que entienden o emplean el descanso o la
diversión como un simple medio de evasión social o para trabajar más o mejor.
Sin ir más lejos y para citar dos ejemplos bien distintos, basta con recordar el
"tiempo libre" impuesto por el totalitarismo nacional socialista o, en otro
aspecto, mucha de la actual literatura sobre la psicología y la sociología indus-
trial que respira en aquel sentido.

EL OCIO C 0 M 0 4 D E A L C A B A L L E R E S C O

En el comportamiento de los estratos superiores de la época caballeresca y


en ciertos aspectos del dolce far niente de la Baja Edad Media y comienzos del
Renacimiento, aparece otro sentido del ocio. Junto al ocio popular, que conti-
núa siendo básicamente un tiempo de descanso y de fiesta, organizado y contro-
lado por los poderes de la época —en este caso la Iglesia y el señor feudal— el
ocio caballeresco, al igual que el otium, está constituido por la diversión. Pero, a
diferencia de este último, es, sobre todo, una conducta dirigida a formas de exhi-
bición social. Y como la skholé, se opone al trabajo (productivo) llegando a ser,
en sus formas tardías, un fin en sí mismo.
"La última parte de la Edad Media —escribe Huizinga— es uno de esos perio-
dos terminales, en que la vida cultural de los altos círculos sociales se ha conver-
tido casi íntegramente en un juego de sociedad". Cierto; mas no se trata, natural-
mente, de un mero juego social. Bajo su amparo florece una clase ociosa, como la
llama Veblen en un análisis de la misma, que no ha sido todavía superado, la cual
encuentra su máximo desarrollo en los estadios superiores de la cultura bárbara,
concretamente en la Europa y el Japón feudales.17
El tipo de ocio que surge está inspirado en un espíritu lúdico clasista. Con-
siste en la abstención del trabajo y, a diferencia de Grecia, en la dedicación plena
a actividades libremente elegidas tales como la guerra, la política, el deporte, la
ciencia o la religión. La dedicación a las mismas llega a estimarse honrosa y, en
consecuencia, es una condición previa para disfrutar del decoro social. Así enten-
dido, el ocio "no comporta indolencia o quietud; significa pasar el tiempo sin
hacer nada productivo: 1. por un sentido de la indignidad del trabajo productivo,
y 2. como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de
ociosidad". 18
La vida ociosa pasa a convertirse en un indicar de una elevada posición, y
por lo mismo en un medio de conseguir el respeto social anejo a la misma. Apa-
rece, en consecuencia, un tiempo improductivo, valioso en tanto que es una
prueba convencional pero directa de riqueza y de poder; esto significa que lo

16
Cfr. Paul Feldheim, 1967, 197-212, especialmente 205.
17
Huizinga, 1924, 36. Veblen, 1899. Según Herskovits (1948, 319 y sigs.) en algunas
sociedades primitivas, el ocio social presenta ya un importante carácter exhibitorio.
18
Veblen, 1899, 51; véase ibid, 10 y sigs. y 48.
EL OCIO C O M O I D E A L C A B A L L E R E S C O

esencial es gastar el tiempo en exhibir el ocio. El ocio es, pues, en este momento
histórico, fundamentalmente un ocio ostensible que, por serlo, comprende
incluso el ocio vivido en privado porque para poner éste de manifiesto hay que
exteriorizarlo.
Ahora bien, tal exhibición exige un consumo, un consumo asimismo osten-
toso. A tal extremo que incluye no sólo el consumir, sino también el saber con-
sumir, porque ese saber es, a su vez, demostrativo de un gasto de tiempo ocioso,
del mismo modo que los buenos modales revelan una cantidad de tiempo pasado
en adquirirlos.
En resumen, lo importante es que el empleo de un tiempo de ocio se va
convirtiendo en un signo exterior de nobleza cada vez más contrapuesto al servil
tiempo de trabajo, señal inconfundible de sumisión e indignidad.19 Esto facilita
una distribución vertical del tiempo social, paralela al sistema establecido de
estratificación, en un proceso diferenciador cada vez más acusado y que ilega
hasta la gratuidad.
El ocio caballeresco que había surgido originalmente como un medio, evo-
luciona contradictoriamente: sin dejar de ser tal medio pasa a adquirir un valor
en sí mismo. El ocio ostensible es sustituido por una ostentación progresiva-
mente consuntiva a través de comportamientos excesivos. Es la aparición y poste-
rior invasión del lujo, fuente de placer y mostrativo al límite de una riqueza
personal o familiar sobreabundante. Así, se llega al derroche, en auge creciente
hasta el siglo xvm. 20 El ocio caballeresco pierde con ello su esencia y degenera
hacia contenidos cada vez más formales en los que se basará precisamente una
nueva conceptuación del fenómeno: la del ocio como ociosidad.
No obstante, entrado el siglo xvm, el carácter ostentoso del ocio caballeres-
co procura adaptarse a la fuerte presión de las ideas puritanas. Los hombres de
negocios, como nos cuenta Veblen, se ven impulsados a dedicarse al trabajo
industrial y el ocio se disfraza de "trabajo": pasa a la esposa y a los sirvientes
(clase ociosa vicaria), en forma de actividades "sociales" o domésticas, de entre-
tenimientos moderados con apariencia de deber, que muestren que aquéllos
no son vagos, sino que están plenamente ocupados en el tiempo aunque en nada
lucrativo o que tenga una utilidad importante. 21
El ocio caballeresco llega hasta nuestra sociedad de consumo, obsesionada
por los status symbols, fuente artificial de riqueza, de prestigio y de poder. En
ese imperio del signo y del consumo, la versión desvirtuada del ocio caballeresco
encuentra un óptimo caldo de cultivo, desarrollándose en una extensa variedad

19
Paxa Veblen, la actividad ociosa, en el sentido aquí examinado y como opuesta a la
actividad laboriosa, encuentra su origen en la diferencia entre el trabajo del hombre y el de
la mujer. En ambos casos, hay una asociación con la debilidad y la sujeción a un amo. Es,
pues, algo que inevitablemente rebaja. Cfr. Veblen, 1899, 30 y 44.
20
Sobre el consumo ostentoso ver las observaciones de H, Otto Dahlke en 1964,
130-31. Una interesante exposición sobre la época en conexión con lo aquí tratado se en-
contrará en H. E. Barnes, 1946, 795-861. I-a transformación social de la clase ociosa espa-
ñola en el siglo XV, tomando como marco de referencia el mundo de la tragicomedia La
Celestina, ha sido estudiada por J. A. Maravall, 1964.
En cuanto al consumo lujoso, cfr. Veblen, 1899, especialmente 81 y 99 y sigs. El
desenvolvimiento de este fenómeno, a lo largo del periodo que comprende los siglos XIII
al XVIII en Europa, lo analizó W. Sombart en un libro clásico sobre el tema (1912) donde
lo relaciona con la formación del capitalismo.
21
Veblen, 1899, 88 y 102.
LAS R E S P U E S T A S DE LA HISTORIA

morfológica estimulada por los intereses comerciales, principalmente a través de


ia persuasión publicitaria. 22

E L ' O C I O C O M O VICIO EN EL P U R I T A N I S M O

Los postulados que sobre el valor ético y religioso del trabajo defienden en
Europa la ética reformista del calvinismo u, sobre todo a partir del siglo XVH, las
rígidas doctrinas del puritanismo inglés, que años más tarde había de pasar y
solidificarse en las colonias americanas amén de arraigar en la metrópoli, confie-
ren un nuevo sentido al ocio. En extrema reacción a la idea caballeresca, la nueva
concepción tachará a la conducta ociosa de grave vicio personal y social.
Es el ocio entendido como ociosidad, a la que se tilda de fenómeno antina-
tural. Adam Ferguson escribía bien convencido, en la segunda mitad del siglo
XVin, que "sería conocer mal la naturaleza humana querer que pusiera término a
su trabajo y se entregara al reposo". 23
El ocio pasa a ser entendido como contrapuesto totalmente al trabajo; es el
antitrabajo: la inactividad misma. El trabajo es productivo;el ocio, absolutamen-
te improductivo. La idea caballeresca del ocio como improducción subsiste, por
lo tanto, pero se la recoje invirtiendo su valoración social 2 4 Porque —y esto es lo
importante por ser trascendente el ocio es visto como ausencia de esfuerzo, y sin
esfuerzo no cabe autoafirmarse como predestinado a la salvación en la eternidad
del más allá. En consecuencia, el ocio continúa poseyendo un valor semiótico,
al igual que en la fase caballeresca, pero ahora el mensaje que transmite es bien
distinto: es una clara señal de condena eterna. Entendido como un no hacer
nada, o mejor Un no hacer algo que sea productivo, ya no es uno de los peores
vicios del hombre, sino el vicio madre de todos los demás vicios. Al ser sinónimo
de sometimiento a la misma vida viciosa, quien cae en él no es libre sino esclavo
de sí mismo.
Al ocio, negador de la libertad, se opone el trabajo, fuente de ella. En efecto,
frente al ocio caballeresco, signo exterior de prestigio y de riqueza y a la postre
derroche de ésta, el "antiocio" o trabajo puritano se revela como un signo ante-

^ 2 2 Véase Galbraith, 1958, 97, y la divulgación de Vanee Packard, 1959, ambos en re-
lación con la cultura estadounidense contemporánea.
-Con referencia a España, recuerda Robles Piquer (1966, 18) que todavía en extensas
legiones "señorío" equivale a ociosidad y "servidumbre" a trabajo.
23
Ferguson, 1773; citado por Gómez Arboleya, 1954o, 289.
24
La Edad Media había valorado el trabajo, pero dentro de unos límites precisos de
carácter ónticó, histórico y social (Gómez Arboleya, 1957, 119-125 donde explica el sen-
tido de tales límites).
Desde William Petty, la ciencia económica consideró fundamental el valor del trabajo,
pero sin duda fue Adam Smith con su famosa An Inquiry into the Nature and Causes of the
Wealth of Nations (1776), quien más contribuyó al arraigo de aquella concepción moral: al
ver en el trabajo no sólo la fuente de la propiedad —lo que ya había dicho Locke— sino ade-
más la fuente de toda riqueza, todo aquel que no trabaja está, y más exactamente es, ocioso;
deja de ser socialmente productivo. En cuanto a los antecedentes, éstos son muy numerosos.
Recuérdese que la ociosidad fue muy atacada ya en 1a Antigüedad; especialmente intensa fue
la crítica de los Padres de la Iglesia, los cuales se basaron en los texto bíblicos: Gen. III,
18-19; Ecless. 33, 28-29, donde se lee que "muchos vicios enseñó la ociosidad"; Ezech.
XYÍ, 49; Prov. 6, 6-8; ibid. 12, 11; id. 28, 19; Job 5, 7; etc. (Siglos después no obstante,
Erasmo y Rabelais, entre otros, denunciarían la vida ociosa de los monjes de su tiempo.)
£ L OCIO C O M O V I C I O EN EL P U R I T A N I S M O

rior de salvación. Se sobrevalora el trabajo porque autoafirma y predestina; y si


en la teoría el trabajo es símbolo de vida, en la práctica es fuente de riqueza,
engendradora de capital.25
Así, el tiempo de ocio pasa de ser un ideal a condenarse; es tiempo perdido,
un tiempo que hay que eliminar socialmente. El protestantismo suprimió el
culto a los santos, y con ello también todos los días de fiesta a ellos dedicados,
que pasaron de este modo a ser días productivos. El movimiento puritano res-
tringió los placeres y las distracciones, y miró con total recelo la práctica, inclu-
so de la educación física y los deportes, los cuales sufrieron fuertes limitaciones
como ha descrito detalladamente Brailsford26 con respecto al puritanismo inglés.
Esta interpretación del ocio como algo radicalmente negativo se ha manteni-
do a partir de entonces. En autores como Mercier, de la Chátre o Tocqueville,
se revela el fuerte impacto del puritanismo en la vida europea y americana duran-
te los siglos XVIII y XIX.27 La contraposición saintsimomana entre la clase '
industrial y la de los ociosos, y la misma crítica de Veblen, no son ajenos a ese
espíritu.
La huella puritana es honda. Arraigó profundamente en la burguesía del
industrialismo, defensora a ultranza de la laboriosidad, enemiga de placeres y
de distracciones (recuérdese el proverbio de la época "al work and no play"),
hasta llegar a constituir una sólida pauta, interna y externa, típica de la clase
media nacida en las primicias de la sociedad industrial. Hoy, continúa internaliza-
Esta tradición permanece, siglos después, pero aplicada especialmente a las clases inferiores, ,
como se traduce en la recomendación que a fines del siglo XIV el fraile franciscano catalán,
Francesc Eiximenis, hace en el Dotzé del Crestia de dar a los campesinos un trabajo excesi-
vo, para que no tengan tiempo de quejarse y perder el tiempo en juego y pasatiempos
inútües (según Webster, 1963, 89). Un siglo después, otro célebre precedente se encuentra
en Jerome Savonaiola, aunque todas sus medidas contra los placeres y el juego, las diversio-
nes y el lujo no prosperasen, y le condujeran finalmente a morir ahorcado y quemado (Cfr.
P. Smith, 1920, 17). En el XVI, Montaigne dedica amplios essais (1580) contra la ociosidad
(I, VIII) y la holgazanería (II, XXII). Y el emperador Carlos V recurre a ella para intentar
la obtención de medidas discriminatorias al pedir al Papa, el 24 de diciembre de 1934, que
suprimiese varias fiestas a los negros para evitar los males que en ellos producía la ociosi-
dad. . . (citado por González R.othvoss, 1968, 225). Y en el XVII, puede leerse en el Orbis
Pictus de Comenius (1658): "Acabado el trabajo y cansada, descansa; pero en cuanto des-
cansa del todo, para no acostumbrarse a la vagancia vuelve otra vez a las ocupaciones"
(citado por Bollnow, 1958, 93). Pero es con el puritanismo cuando la ociosidad adquiere
una dimensión plenamente antieconómica y moral: es vicio ante todo por ser improductiva,
y es por ser tal que es indicio claro e indiscutible de la condenación eterna. Sobre el valor
del trabajo y del no-trabajo en el marco más amplio del protestantismo alemán, véase la
monografía de Klaxa Vontovel (1946).
25
Famosa es la tesis de Max Weber sobre el origen calvinista del capitalismo, manteni-
da en su trabajo Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (1904-1905) que
ha suscitado un amplio y continuado debate en el que han intervenido, entre otros W. Som-
bart (1913) que intenta demostrar el origen de aquel fenómeno en el judaismo; R. H. Taw-
ney (1926) el cual invierte la tesis weberiana; Kautsky (1927-1929) que lo imputa al trabajo
y al ahorro de los artesanos y pequeños comerciantes como único medio de mantener o
mejorar su posición de clase, medio que llevó económicamente al capitalismo y religiosa-
mente al calvinismo; B. Grothuysen (1927) y H. M. Robertson (1933) los cuales afirman
que el origen se encuentra en el catolicismo y más concretamente en los jesuítas; A. Fan-
fani (1934) que nos explica que las condiciones genéticas ya se daban en el catolicismo;
Ch. Jonassen (1947) quien presenta un caso particular que viene a reforzar la tesis de Weber;
etc. La historia de esta controversia, hasta comienzos de los años cuarenta, ha sido estudiada ,
porFischoff, 1944.
26
Brailsford, 1969.
27
Afínes del XVII, Mercier (1781, II, 38) en su conocida discripción del París de
aquellos años escribe estas líneas: "Hay, sobre todo, una multitud de improductivo?: las ,
48 L A S R E S P U E S T A S D E LA H I S T O R I A

da en aquella clase tradicional y reducida, e incluso puede localizarse en ciertos


sectores de la nueva clase media dependiente, aunque desprovista, en este caso,
de su base moral. Un elocuente ejemplo de esto último es el de los "ejecutivos"
que viven por y para la organización empresarial a la que pertenecen, sin perjui-
cio de que sus híbridos ocios posean a la vez y contradictoriamente un decadente
caballeresco, exhibitorio y consuntivo, de escalada social, que permite calificar-
los de los caballeros "ostentosos" del siglo XX".28

E L OCIO B U R G U É S COMO T I E M P O
SUSTRAÍDO AL TRABAJO

El advenimiento de la Revolución Industrial no supone la disminución de la


jornada de trabajo; por el contrario, ésta ve paradójicamente incrementada su
duración. Con el paso del campo o del taller a la fábrica, una nueva fiebre, la-
fiebre de la producción azota a los nuevos empresarios capitalistas. Y el tiempo
diario de trabajo va aumentando para hombres, mujeres y niños hasta llegar, con
suma rapidez, a extremos agotadores, a un punto límite en el que las masas de
trabajadores toman conciencia de la brutal situación de exportación a que están
sometidas, iniciando un fuerte movimiento reivindicatorio; cohesionadas en
amplias organizaciones politicoeconómicas, principalmente de carácter sindical
que sobrepasan los ámbitos nacionales. Sus insistentes y progresivas exigencias
se concentran en dos puntos: reducción de la insostenible jornada laboral y

numerosas colonias de frailes, los nobles, los procuradores, los escribanos, los guardias, los
clérigos, millares de vagos, rentistas, cocheros, mozos de cuadra, postillones y los extranje-
ros que vienen en enjambres". Alexis de Tocqueville (1840, 294) cuenta de los Estados
Unidos del primer tercio del XIX lo que sigue: "Encontré, a veces, en América, a gentes-
ricas, jóvenes, enemigas por temperamento de cualquier esfuerzo penoso, y que se veían
forzadas a adoptar una profesión. Su naturaleza y su fortuna les permitían permanecer ocio-
sos; la opinión pública se lo prohibía imperiosamente, y había que obedecer". Y a mitad del
mismo siglo, leemos en el Dictionahe de Maurice de la ChStre (1857), al tratar la voz
"loisir", que "no hay ni debe haber ocio en la existencia humana sabia y honestamente en-
tendida. El hombre está condenado, por la propia ley de su felicidad, a un trabajo incesante.
No tiene el derecho- de reposar, a no ser en último término. E incluso, en tal caso, debe
llenar su existencia, sin jamás abandonarla a los azares de la pereza".
28
Acerca de la evolución de las ideas puritanas en relación con el ocio, en los Estados
Unidos, véase D. Martindale (1960a, 379 y sigs.) además de F. R. Dulles (1940). Por lo que
se refiere a la pemvencia en nuestros días del tipo puritano de ocio recuerda Dumazedier
(1962a, 347) refiriéndose a Francia, que "antes de 1936, a cada acción reivindicatoría o acto
legislativo en favor de las horas de trabajo, los moralistas conservadores proclamaban la deca-
dencia segura de las costumbres públicas; en su visión del mundo, el ocio equivalía a la
ociosidad". Esto no es referible sólo a los franceses ni limitable a aquella fecha, en plena
década de los años cincuenta Margaret Mead (1957, 211 y sigs.) señalaba que dentro de la
tradición cultural norteamericana, el ocio es algo que debe ganarse una y otra vez por medio
del trabajo y de las buenas obras. El ocio inmerecido no se considera una virtud, sino un
vicio en el que primero llega el placer y después el dolor. El hombre debe trabajar, cansarse
y tener un poco de recreation para poder trabajar de nuevo. Se considera inmerecido y
perdido el tiempo que sobrepasa lo necesario para descansar y volver al trabajo. Pocos años
antes, Clement Greenberg (1953) se había expresado en el mismo sentido que M. Mead
acerca de la persistencia en los Estados Unidos de la concepción puritana del ocio; concep-
ción que como vemos ha perdido ya su rigor original conectándose con el otium opinion
en contra, en relación con la sexualidad, ha sostenido Foote (1954). Ambas posiciones
responden a las contradicciones de la realidad norteamericana contemporánea.
El caso de los ejecutivos, arriba aludido, ha sido objeto de un jugoso análisis por W.
H. Whyte Jr. en un libro de expresivo título: The Organization Man (1956).
ELOCiO BURGUÉS 49

aumento de los salarios. Ello origina un proceso, lento pero constante, de dismi-
nución de las horas de trabajo a través de medidas legislativas, por las que los
gobiernos establecen límites máximos más formales que reales, a la jornada
de producción. 29
Así, poco a poco, en pequeñas y contadas dosis, surge un tiempo nuevo
sustraído al tiempo de trabajo o, como ha dicho Anderson, un tiempo "no ven-
dido al trabajo". Es un tiempo excedente (spare timé) que la ideología liberal
no sujetará a norma alguna, dejándolo a la libre disposición individual (disposa-
ble time).
La modernización aporta, de este modo, una manifestación inédita del
ocio.30 Las anteriores acepciones presentan la característica común de dotar
el ocio de un sentido determinado, positivo o negativo. En Grecia y en Roma,
como entre los caballeros ostentosos y entre los puritanos antiociosos, la acti-
vidad ociosa está socialmente revestida de un significado claro y específico que
no determina pero sí condiciona el empleo del tiempo dedicado a ella. La
sustantividad y la valoración del ocio reside en el modo de empleo del tiempo.
Lo esencial en cada caso es más el uso social que se hace de la temporalidad, que
el hecho de disponer libremente de un tiempo.
No ocurre así con el ocio moderno. Ahora se sustrae tiempo al trabajo habi-
tual y cotidiano, no porque se valore el contenido concreto de dicho tiempo,
sino porque se ha desvalorado el trabajo. En consecuencia, lo que importa es el
no-trabajo; no directamente, el ocio. El valor esencial pasa a residir menos en

29
Una fecha significativa es el año 1948, en el que la Asamblea de las Naciones Unidas
aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta Declaración proclama, en el
art. 24 entre otros derechos, "el derecho al disfrute del tiempo libre". Sin embargo, aparte
de su mero carácter programático, tal derecho no llega a constituir un auténtico y pleno
derecho al tiempo libre como he demostrado en otro lugar (19746).
30
El sentido moderno del ocio como tiempo disponible, sustraído al trabajo, cuenta
con un curioso precedente en la literatura de los siglos XVI y XVII relativa a la construcción
imaginaria de ciudades ideales. (Sobre dicha literatura véase Servier, 1967; Berneri, 1962;
Mumford, 1922). En la Utopía (1516) del canciller de Enrique VIII, sir Tilomas More, y en
la Citta del Solé (1602) de fray Tommaso Campanella, los autores imaginan una sociedadi
ideal en la que no hay esclavos ni "clases ociosas": todo el mundo trabaja. Es suficiente con
que cada persona trabaje pocas horas fs.-h al día en las 54 ciudades de Utopía, ibid., 77;.y
casi cuatro en la Ciúdad del Sol: ibid., 59). De este modo, el iesto del tiempo podría ser
dedicado por cada uno a lo que más le gustase; por ejemplo, como propone Campanella,
pasear por el bosque, tirar el dardo o disparar el arcabuz. Sobre el tiempo libre en Utopía,
véase Spaventa de Novellis, 1971.
Otro precedente, de carácter distinto, se encuentra en el siglo XVIII, en el Projet d'une
dixme royale del mariscal Vauban, proyecto en el que su autor proponía reformar honda-
mente la vida social para conseguir 180 días de trabajo y otros tantos días de no trabajo al
año. Dicho proyecto, escrito en 1698, no pudo ser publicado hasta 1707 por haber sido
inmediatamentejprohibido por el Consejo privado del rey.
Precursores modernos fueron los socialistas utópicos, entre los que sobresalen Saint-
Simon y sobre todo, por lo que respecta a nuestro tema,_ Owen y Fourier. Para no exten-
derme excesivamente me limitaré a recordar que el inglés Robert Owen, el cual intentó
llevar a la práctica sus ideas de reforma social en una gran fábrica de hilados situada en New
Lanarck y más tarde en unas comunidades bautizadas con los nombres de "New Harmony"
(Estados Unidos, 1825-1829) y "Harmony-Hall" (Inglaterra, 1839-1845), ya introdujo en
aquella población inglesa como medida básica, auténticamente revolucionaria en aquel tiem-
po, la reducción del tiempo de trabajo a diez horas diarias (cfr. Morton, 1962, 23). En cuan-
to al francés Charles Fourier, propuso otro sistema comunitario basado en unas comunida-
des llamadas "falansterios" en los que el trabajo tan sólo ocupaba desde los 18 a los 28 años.
Sus intentos de llevar a la práctica esa idea no conocieron mejor fortuna que los de Owen.
(Sobre Fourier ver Naville, 1957, 490 y sigs.). Es muy considerable la influencia de Fourier
50 L A S R E S P U E S T A S D E LA H I S T O R I A

los aspectos cualitativos del ocio, referentes al contenido del fenómeno, que en
los cuantitativos relativos al tiempo. 31
Vivido como mero tiempo de no trabajo, el ocio se da como un tiempo "en
blanco". Es decir, en principio, del todo y para todo disponible por todos.
Aparece, así, un tiempo de ocio masivo que tiende a distribuirse de un modo
horizontal: es el ocio burgués.
Más ha de aclararse que ese nuevo ocio es burgués no porque sea exclusivo
y propio de los burgueses, que no lo es, sino porque éstos son quienes lo inspi-
ran y lo controlan. El comportamiento pautado durante el tiempo sustraído al
trabajo no es realmente libre ni resulta socialmente indiferente. Está supedita-
do por las condiciones del trabajo, siendo un fugaz respiro del mismo, y además
pronto llega a constituir una fuente potencial de consumo que los dirigentes
capitalistas van rápidamente a utilizar de acuerdo con sus particulares intereses
económicos. Es la conversión del tiempo sustraído en un tiempo de consumo.
Por otra parte, el ocio burgués, en lo que se deriva del sistema industrial de vida,
no es exclusivo de los países capitalistas.
• El tipo burgués del ocio moderno y su posterior evolución plantea una grave
problemática que hoy nos afecta; pero no podemos entrar en ella sin antes volver
sobre la cuestión, enunciada en el capítulo anterior, del ocio en relación con el
tiempo libre.

OCIO, TIEMPO LIBRE E HISTORIA

Las diferentes respuestas históricas a la pregunta de qué es él ocio, integran


un proceso en el que cada tipo sobrevive, desnaturalizado, a su contexto confígu-
rador. El carácter acumulativo de tal proceso explica, en parte, la vaguedad
conceptual con que el ocio es aprehendido. Los tipos históricos de ocio revelan
un significado global del fenómeno internamente contradictorio: el ocio es y no
es, a la vez, todo ello.32
Por otra parte, con el tipo moderno de ocio, que destaca el factor temporal,
se plantea el problema, latente hasta entonces, de las relaciones entre el ocio y el
tiempo libre. ¿El ocio moderno, tiempo sustraído al trabajo, es tiempo libre?
Ciertamente, la literatura contemporánea no es ajena a esta cuestión como
lo muestra el hecho de que mientras hay autores que tratan como sinónimos
ambos términos, otros procuran distinguirlos hasta extremos de gran sutilidad.
Y aunque aparentemente se trata de una pura cuestión terminológica, ésta es una
cuestión central. Para demostrarlo nada mejor que exponer las interpretaciones

en el pensamiento marxista, probablemente más de lo que se reconoce. Sus huellas, que se


detectan sin dificultad en las previsiones y proyectos de los clásicos, llegan de un modo
explícito hasta los autores actuales; cfr. las notas 8 y 13 del cap. 2.
31
En una conocida encuesta realizada por Dumazedier, en 1950, sobre 819 obreros y
empleados en una región norteña de Francia, se reveló que la mayoría sentía el ocio como
un tiempo, más de la cuarta parte como una actividad y ninguno como un estado (Dumaze-
dier, 1954, 54-4).
32
Los autores denuncian la falta de universalidad y el carácter confuso y contradicto-
rio del concepto de ocio, lo que supone una seria dificultad que atormenta —dicen— a la
sociología teórica y empírica por ser fuente de constantes falacias. Véase Clawson, 1964,
1; Jarme, 1967, 14; Lanfant, 1972, 11 y 205;Fourastíé, 1973, 9; etc.
OCIO, T I E M P O L I B R E E H I S T O R I A 51

diametralmente opuestas que sobre el ocio y el tiempo libre sostienen Sebastián


de Grazia y Herbert Marcuse.
El primero de ellos declara explícitamente que uno de sus principales obje-
tivos al escribir Of Time, Work and Leisure es deshacer la confusión existente
entre aquellas dos ideas. El tiempo libre, dice de Grazia, es tiempo fuera del
empleo, tiempo desocupado; es liberación del trabajo y por lo tanto opuesto
a éste; es tiempo no productivo. En cambio, el ocio no está afectado por el
trabajo; es cualitativo: una condición del hombre y un ideal no totalmente reali-
zable, que pocos desean y menos alcanza. En cambio el tiempo libre, aunque
retiene el elemento subjetivo de la libertad, es más bien cuantitativo: como el
trabajo, es medido en unidades de tiempo; es una manera de calcular una clase
de tiempo. En cuanto a la expresión "tiempo de ocio" es contradictoria, porque
el ocio no está en relación adjetivada con el tiempo. Ambas ideas no responden,
pues, a lo mismo: todo el mundo puede tener tiempo libre, mas no todos pueden
tener ocio. Y desgraciadamente, según de Grazia, hoy, con el crecimiento tecno-
lógico y la avalancha del trabajo, el ocio se ha transformado en tiempo libre, 33
Marcuse, con base en el análisis de la situación actual del hombre en la socie-
dad industrial avanzada, afirma, por el contrario, que hoy en día la gente tiene
ocio pero no dispone de tiempo libre. El Estado regido por una economía del
bienestar, a pesar de toda su racionalidad, en un Estado sin libertad, un Estado
que restringe de manera sistemática el tiempo libre técnicamente disponible.
Existe ocio, pero el tiempo dedicado al mismo no es libre porque está adminis-
trado por los negocios y por la política. Una de las alternativas históricas que se
plantea y es exigible en nuestros días es precisamente la de que el tiempo de
ocio sea un tiempo libre.34
No pueden ser más claras las diferencias entre ambos autores. Para de Grazia,
hay tiempo libre y falta ocio; un ocio que es concebido, al modo griego, como
un estado atemporal, inaccesible y subjetivo de libertad individual. Para Marcuse,
hay ocio y falta tiempo libre es decir, falta un tiempo de libertad. Frente a la
interpretación idealista y aristocrática del primero, que escamotea la evolución
histórica y social,35 se interesa Marcuse por la realidad objetiva. Y es a partir de
esta realidad que el autor germano defiende un tiempo de libertad sin el cual
esta última carece de todo valor.
La discusión entre de Grazia y Marcuse es paradigmática; expresa las diver-
gencias existentes entre las concepciones burguesas y marxista. Y es un buen
ejemplo del carácter fuertemente polémico que tienen los conceptos del ocio36

33
Véase de Grazia, 1962, XVIII-XIX, 4 7 , 4 9 , 217-18, 290, 308, 361, 387 y 389.
34
Marcuxse, 1964, 70-71 y 269. Para Lanfant (1972, 208), la cuestión fundamental
de la sociología del ocio está en la transformación del tiempo libre en ocio, cuestión —ana-
de— derivada ella misma de la ideología.
35
Ciertamente, de Grazia concede a la historia un lugar importante en su libro, pero
esta hisotiia es única y exclusivamente la historia de la skholé. En cuanto a su actitud aris-
tocratizante, el propio autor citado no sólo la reconoce, sino que además parece vana-
gloriarse de ella: véase 1962, 318-319, 328, 334 y 343.
36
Cfr. Dumazedier, 1974, 9-10. Aunque con evidente exageración, ha llegado a
escribirse que "no hay objeto más polémico que el ocio ; ni disciplina más contestada que la
sociología del ocio" (Lanfant, 1972, 5). La recopilación de trabajos dispares de distintos
autores sobre los problemas del ocio y del tiempo libre a cargo de Larrabee y Meyersohn
(1958), es un buen ejemplo del carácter fuertemente polémico de esta materia.
52 L A S R E S P U E S T A S D E LA H I S T O R I A

y de tiempo libre, carácter que se debe en gran medida a la carga ideológica que
Tino y otro concepto sobrellevan. Las concepciones históricas, que contribuyen
a tal carga, tampoco son ajenas a la misma. Y se ha visto la multiplicidad de
connotaciones que colorean los distintos tipos de ocio. Todo ello confirma que
el tema que nos ocupa anda ligado a fondo con las ideas morales y políticas do-
minantes en,-cada época, así como con los intereses económicos de los estratos
sociales en hegemonía.
Sin embargo, la misma evolución histórica del ocio presenta unas constantes
categoriales que señalan la relación existente entre él y el tiempo libre, más allá
de cualquier tipo concreto. En efecto, tras los diferentes tipos se encuentra
siempre, en primer lugar, un gasto o una inversión de tiempo, y en segundo lugar,
una libre disposición del mismo. En el bien entendido que tales constantes no
impiden que en la práctica ese tiempo sea mucho o poco, y de todos o de unos
cuantos, y que esa libertad sea más o menos efectiva. Pues cada tipo histórico de
ocio se peculiariza por cómo interpreta y combina fácticamente esos elementos.
Lo que quiero señalar es, de un lado, que la temporalidad y la libertad apare-
cen como los ingredientes constitutivos del ocio. Éste, es una acepción que com-
prende todo el campo potencial de la realidad, viene a confundirse con el tiempo
libre. Mas de otro lado, en la práctica uno y otro no sólo se diferencian, sino que
incluso pueden llegar a ser contradictorios entre sí, ya que un tipo dado de ocio
es factible que no constituya un tiempo de libertad. El ocio denota directamente,
entonces, un contenido fáctico e histórico, referido a la libertad. Este contenido
viene dado para unos por la situación vivida por el sujeto, y para otros por las
actividades realiza'daS'durante aquel tiempo. Es decir, que en esta aceptación
restringida el ocio significa una práctica individual y social referida: real o poten-
cialmente a la libertad, durante un tiempo personal y en un momento histórico
dado.
Se deduce de lo expuesto que caben dos acepciones generales del ocio: a)
como un fenómeno distinto al tiempo libre, en cuyo caso este último se refiere
a la conjunción de la temporalidad y la libertad, y aquél a cómo se realiza o no
tal conjunción en la práctica histórica; y b) el ocio como tiempo libre,37
La existencia de ambas acepciones es indicadora del problema del ocio, un
problema que está contenido implícitamente en la acepción restringida del ocio
y del que es expresión la oposición terminológica existente entre las tendencias
burguesa y marxista; la cual se mueve dentro del doble campo semántico derivado
de la primera acepción de aquél.
Los autores burgueses que defienden la acepción amplia de ocio, como sinó-
> nimo del tiempo libre, no hacen sino ocultarse y ocultar toda la problemática
encerrada en aquella primera acepción. Porque suponer ésta significa que teórica
y prácticamente toda aquella problemática está ya superada; el ocio es ya tiempo
libre.
Sin embargo, los análisis del ocio moderno provenientes del campo marxista
cuando critica el "tiempo libre" del industrialismo capitalista, o simplemente del
industrialismo, así como algunos análisis del ocio actual llevados a cabo por el
sector burgués, dan pie a pensar que no sólo el ocio y el tiempo libre no son dos
37
Erich Weber (1963,, 7-8) registra también, con ejemplos, estas dos acepciones gene-
rales del término en cuestión. Pero sólo recoge, en la acepción restringida, su aspecto sub- .
jetivo: ocio como actitud de contemplación.
OCIO, T I E M P O L I B R E E H I S T O R I A 53.

conceptos idénticos, sino que incluso se dan en franca oposición. Si esto es o no


así, lo veremos en su momento oportuno. Antes, es preciso aclarar la segunda
acepción del ocio, es decir qué es, qué se quiere decir en propiedad cuando se
habla del ocio como tiempo libre.
Estamos, así, frente a una investigación de las relaciones entre el ocio y el
tiempo libre que conlleva esclarecer qué es' conceptual y fácticamente ese tiempo.
Tal investigación exige dos cosas: en cuanto al tiempo libre no analizar este fenó-
meno partiéndolo en dos, como hace por ejemplo Erich Weber38 cuando examina
para ello el significado separado de los términos "tiempo" y "libre". Y en cuanto
al ocio, referirla a lo que fenomenológicamente le es esencial. Explicaré esto
último.
Esta investigación requiere, sin prescindir de las condiciones históricas del
hombre, no basarse en la historia. A nivel conceptual, porque el carácter radical
del análisis que pretendo llevar a cabo exige un fundamento suprahistórico que
únicamente puede encontrarse en aquellas dos categorías. Y a nivel fáctico, por-
que el tiempo libre se ha manifestado de un modo parcial en las respuestas de
una historia que únicamente lo ha sido de los productos elaborados por las élites;
puesto que éstas al establecer un tipo de ocio cuya función latente es de control
social, se apropian de una práctica del tiempo libre no para seguirla, sino para
imponerla a la masa anulando de esta forma el tiempo libre del pueblo. Así, el
ocio popular presenta históricamente una constante, su contradicción con los
ocios elitistas que le confiere un carácter suprahistórico.
Paradójicamente, parece no ocurrir tal cosa en el moderno ocio de masas.
Por vez primera, parece como si ambas formas de vida en el ocio coincidieran en
el tiempo sustraído al trabajo. El verdadero significado de tal fenómeno se verá
al analizar el ocio moderno en su práctica burguesa.
Había, pues, que acudir a la historia. Pero para conocerla, para conocer los
tipos "heroicos" que revelan la historia carlyliana del ocio,y acto seguido negarla.
Sólo así. se puede asumir su patrimonio e, históricamente, superarlo.

38
E r i c h Weber, 1 9 6 3 , 3 y sigs.
ü J r m a i j p H i r r ú ® ,

1 " j i m m s a d t e i flñlbff©,

¿©II ÉncBDimp)® sdDcnall


AI investigar qué es el tiempo libre no hay que olvidar, en ningún momento,
la unidad del fenómeno. Esto implica que el análisis de sus elementos constitu-
tivos ha de llevarse a cabo sin perder la conjunción existente entre ellos. Esto es,
se trata de realizar un análisis radical de la temporalidad y la libertad, en cuanto
categorías constitutivas conjuntamente del fenómeno. Este es el único camino
posible para llegar a la definición del ocio como tiempo libre, y a la par, aclarar
cómo a través del ocio se llega hasta el tiempo libre, y en último término cómo
y por qué el ocio puede no darse como tal tiempo libre.
El método de trabajo que voy a seguir, para dicho análisis radical, es el
siguiente. Analizaré primeramente, en dos capítulos, el ocio como tiempo
libre en su consideración temporal. Con ello, daré contestación a la pregunta de
qué es el tiempo libre. En un segundo análisis, que nos llevará asimismo otro
par de capítulos, lo estudiaré como un fenómeno de la libertad; o sea, indagaré
qué es el tiempo libre. Finalmente, en dos capítulos más, intentaré dar cabal
respuesta a qué es, en la práctica de los sistemas de la personalidad y societales,
el ocio como tiempo libre.
El análisis empieza, por tanto, con la temporalidad del ocio como tiempo
libre, es decir, analizando esa parte, llamada libre, del tiempo social. Y la cues-
tión a formularnos, de entrada, es la de si todo el mundo se refiere o no a lo mis-
mo cuando habla del tiempo libre.

CINCO "TIEMPOS LIBRES"

Las innumerables definiciones que se han propuesto del ocio o tiempo libre
mantienen posturas muy diversas sobre el aspecto temporal del mismo. A gran-
des rasgos, cabe distinguirlas en los siguientes grupos:
a) Tiempo libre es el que queda después del trabajo: autores muy distintos
entre sí, conciben de este modo el tiempo libre o de ocio, desde el frankfurtiano
Sternheim hasta los burgueses So ule y Anderson. El diccionario social de la secta
U N A P A R T E , L L A M A D A L I B R E , D E L TIEMPO S O C I A L

evangélica alemana recoge también ese punto de vista; por supuesto que no hay
unanimidad entre ellos acerca de qué cosa es el trabajo. Lo único claro es que el
trabajo no recibe una acepción comprensiva de toda actividad humana en lo que
tiene de esfuerzo, sino que su significado se limita a las actividades productivas
de carácter material e incluso intelectual; a las remuneradas o lucrativas, a las
asalariadas o dependientes, a las que reúnen dos de estos caracteres, o a las que
reúnen los tres a la vez. En cualquier caso, se presupone que el trabajo y el ocio
se oponen en el tiempo. No faltan autores que aún sin basar su definición en el
aspecto temporal señalado, aceptan esta oposición. Es el caso de Kaplan, el cual
al explicar los elementos esenciales del ocio cita en primer lugar el de ser una
antítesis del trabajo, 1
b) Tiempo libre es el que queda libre de las necesidades y las obligaciones
.cotidianas: este es el enfoque en el que se centran las concepciones de Lundberg
y Komarovski, Neuiheyer, y en parte Dumazedier y E. Weber; lo toma también
en cuenta Anderson, así como de Grazia. Es una tendencia que duda cuando
se propone concretar el alcance o los límites prácticos de la definición. Por ejem-
plo, entre los que intentan especificar las necesidades u obligaciones que deben
ser excluidas del ocio, Loeffler opina que el tiempo libre es el no dedicado a
trabajar ni a dormir, Giddens excluye además los desplazamientos hogar-trabajo,
en camino, R.C. White dice que hay que exceptuar el comer, etc. 2
cj Tiempo libre es el que queda libre de las necesidades y obligaciones coti-
dianas y se emplea en lo que uno quiere. Es la posición, entre otros, de Miller y
Robinson, y parece ser la preferida por los no especialistas en la materia. Le si-
guen, por ejemplo, el psicólogo N. Sillamy y el socioeconomista Th. Suavet3.
Es una tendencia ecléctica que quiere enlazar al grupo anterior con el que le sigue.
dj Todos los grupos descritos operan por sustracción. Probablemente para
superar este carácter residual, entre otras razones, otro grupo se apoya sólo en
la segunda parte de la última definición sintetizada: el tiempo libre es el que se
emplea en lo que uno quiere. Es la concepción más característica de la tendencia
burguesa; y al decir de Stanley Parker, esto es lo que significa el ocio para la ma-
yoría de la gente.4
e) Un último grupo, reacciona en contra de esta postura tratando de objeti-
var la cuestión, al centrarla en la naturaleza teleológica o axiológica de la activi-
dad realizada. En este caso, el tiempo libre es definido como la parte del tiempo
.(fuera del trabajo, aclaran algunos) destinada al desarrollo físico e intelectual del
hombre en cuanto fin en sí mismo. Así opinan Prudenski, y Richta y su equipo;
tiende a ella también Kaplan cuando señala que el ocio es un nuevo sistema de
valores, aunque al referir este sistema al Welfare State se sitúa en el polo opuesto
;al de aquellos dos autores marxistas. Es localizable esta postura asimismo en E.
Weber; y aunque sólo con reservas podría incluirse aquí la definición que del

1
Sternheim, 1932, 336. Soule, 1955, 170; y 1970. Anderson, 1961, 1; y 1963, 263.
El diccionario aludido es el de Heyde, 1954, 364. Kaplan, 1960, 22.
2
Lundberg y Komarovski, 1934. Neumeyer, 1944. Anderson, 1960, 459. De Grazia,
1963. Loefñer, 1959, 16. Giddens, 1964. R. C. White, 1955.
3
Miller y Robinson, 1963, 11. Sillamy, 1969, 224. Suavet, 1961, 113.
4
Stanley Parker, 1971, 3.
LA O P O S I C I Ó N E N T R E E L OCIO Y EL T R A B A J O 57

loisir da Dumazedier, su más reciente posición permite situarlo dentro de esta


tendencia. 3 Es un grupo muy heterogéneo.
El panorama no puede ser más confuso: cinco "tiempos libres" extrema-
damente diferentes, con autores que cabalgan a la vez sobre varios de ellos.6
¿No refleja tal situación un gran desconocimiento acerca de la naturaleza del
fenómeno en cuestión? ¿No evidencia este desconcierto las dificultades que
presenta la aprehensión del aspecto temporal del ocio?
Los dos primeros grupos, y el tercero en lo que tiene de común con ellos, se
refieren directamente a la temporalidad del ocio; los restantes, a la libertad. De
acuerdo con el plan arriba indicado, me ocuparé, acto seguido, de la problemá-
tica que se deriva de aquellas posturas que ponen énfasis en el aspecto temporal
del ocio, considerándolo una parte, la llamada libre, del tiempo social.

LA O P O S I C I Ó N ENTRE ELTIEMPO DE O C I O
Y EL T I E M P O DE T R A B A J O

Stanley R. Parker ha dividido las teorías sobre las relaciones entre el trabajo
y el ocio en dos grandes tendencias. De una parte está el segmentalismo, para
el que el ocio guarda una independencia relativa, en términos de contraste o de
separación, con respecto al trabajo. Según los segmentalistas, —entre los que
Parker cita a R. Dubin, G. Friedmann, J. Ellul y D. Riesman— la diferenciación en-
tre el trabajo y el ocio es un rasgo característico y deseable de la sociedad industrial;
por lo que defienden una política social de efectos inmediatos y carácter refor-
mista a base de tratar con relativo aislamiento los problemas de uno y otro fenó-
menos. De otra parte, se encuentra el holismo, el cual considera artificial esta
división y afirma que hay una relación de identidad e interdependencia relativa
entre ambos tipos de actividad humana (aunque quizá sea más exacto hablar de
una dependencia relativa del ocio en relación con el trabajo). Los holistas —y
aquí cita el sociólogo inglés a F. Friedlander, Ben Seligman y K. Keniston—
defienden una política social de integración del trabajo y del ocio, efectiva a
largo plazo y de carácter, según Parker, revolucionario. 7

5
Prudenski, 1966. Richta y colaboradores 1966, 104. Kaplan, 1960. E. Weber, 1963,
251. Dumazedier, 1974, 108;localizable ya en su obra anterior, por ejemplo en Dumazedier
y Ripert, 1966, 43.
6
Erich Weber (1963, 10) subraya la existencia de varias líneas de transición concep-
tual en las diversas definiciones del tiempo libre; líneas que van desde una acepción muy
amplia calificada por él como tiempo libre "bruto", hasta los usos más restringidos a los
que califica de tiempos libres "netos".
Por supuesto que además del criterio clasificatorio arriba propuesto caben otros mu-
chos; por ejemplo, Parker distingue (1971, 20 y sigs.) tres clases de definiciones del ocio; las
que lo consideran como un tiempo residual, las que lo centran cualitativamente en la activi-
dad, y las que combinan ambas cosas. J. F. Murphy (1973, 188-191), en cambio, distingue
seis conceptos de ocio, según se le considere: una condición del alma o del ser, una parte
del tiempo, un estilo de vida, un estado psíquico, un tipo de actividad o una construcción
conceptual (construct). Y el último, Dumazedier (1974), propone otra clasificación en
cuatro tipos que recojo en la nota 10 del cap. 6. Obvio es decir que en todos los casos el
fenómeno no deja de tener, objetivamente considerado, una dimensión temporal.
Las diferentes definiciones que hasta 1958 ha ofrecido la sociología norteamericana,
han sido estudiadas comparativamente por Aliñe Ripert (1960, citado por Dumazedier,
1962¿>, 26).
7
Stanley Parker, 1971, 99 y sigs.
58 U N A P A R T E , L L A M A D A LIBRE, DEL TIEMPO SOCIAL

El planteamiento de Parker, basado en el criterio de que hay o no compa-


tibilidad de dos tipos de actividad básicos, es interesante porque confirma
que estamos ante una cuestión en la que reina la divergencia. Pero para los
efectos que aquí me propongo no es útil, pues no se basa en el aspecto temporal
del fenómeno.
En principio y desde el punto de vista del tiempo, hay que reconocer que
ocio y trabajo aparecen como dos polos opuestos, y así ha podido verse a través
de los diferentes tipos históricos: cuando se trabaja no se está ocioso y viceversa.
Pero ¿es esa polaridad una necesaria constante histórica, inherente a la realidad
social y personal, o es más bien producto ya de una particular concepción teó-
rica, ya de una específica situación práctica del trabajo 8 y del ocio, de tal forma
que para tener este último hay que negarle tiempo a aquél?
Quede claro que ahora no planteo una cuestión práctica, sino teórica, o si
se quiere decir de otro modo, que no se trata de ver si aquella oposición respon-
de a algún tipo concreto de ocio, sino si tiene un carácter contingente o necesa-
rio atendiendo a lo que el tiempo, el trabajo y el ocio representan para los hom-
bres'. Y desde esta perspectiva suprahistórica no faltan, en verdad, argumentos
en pro de la oposición entre el tiempo de trabajo y el de ocio. Las consideracio-
nes que pueden alegarse proceden de los más diversos campos: el doctor Zbinden,
con base en la psicología y la fisiología, señala que el ritmo vital humano puede
resumirse en dos situaciones clave: el ansia de trabajo y el ansia de diversión,
añadiendo que entre ambas se abre el abismo de la vaciedad y del tedio, o bien
—sólo en muy contadas ocasiones— la conciencia de un descontento sin solución.
Jennings descubrió en sus investigaciones sociométricas que las preferencias
interpersonales en las situaciones lúdicas son diferentes de las del trabajo. Ciam-
pí, basándose én la naturaleza de las cosas, afirma que tiempo de trabajo y tiem-
po libre son como lo blanco y lo negro, el día y la noche; términos irreversibles
de una realidad que responde a las exigencias naturales de los individuos y de
la colectividad organizada. En fin, filosóficamente, basta con recordar el pensa-
miento de Eugeni d'Ors con su concepción del "hombre que trabaja y que juega". 9
A pesar de tales consideraciones, la oposición entre el trabajo y el ocio no
se ajusta a la naturaleza de la realidad, sino a una determinada interpretación de
ésta. Porque supone la existencia de una prioridad del trabajo sobre el ocio
basada en la consideración de que el tiempo de trabajo es el único tiempo pro-
ductivo o lucrativo posible (por ejemplo van Borch 10 quien asocia el ocio a
cualquier tarea no remunerada). En consecuencia, el tiempo de ocio es visto
como un tiempo económicamente negativo, lo cual origina la oposición. Este
modo de considerar la actividad del hombre, típico especialmente de las inter-
pretaciones más elitistas, pero localizable incluso en Dumazedier,11 entraña

8
Acerca de la evolución histórica del trabajo, sin perder de vista el no trabajo, véase
la apretada síntesis de Alonso Olea en 1963, 41-108. No es frecuente entre los historiadores
del derecho del trabajo tomar en consideración el tiempo de ocio.
9
Zbinden, 1964a, 727; Jennins, 1954; Ciampi, 1965, 9; D'Ors, 1914. Este último
desarrolló el tema arriba indicado bastantes años después, en conexión con sus ideas filo-
sóficas e liistórico-culturales, respectivamente, en 1947, 340 y sigs.; y 1964, 310 y sigs.
10
Van Borch, 1964, 119.
11
Cfr. Dumazedier, 1957, 75; 1962a, 353, etc. Para las relaciones entre el trabajo y
el ocio en este autor acúdase especialmente a 1962b, 28 y sigs; y 1974, 135 y sigs.
LA O P O S I C I Ó N E N T R E EL OCIO Y EL T R A B A J O

la creencia de que si se realiza una actividad económica, ya no es posible que


el tiempo dedicado a la misma sea un tiempo de ocio.
Más profunda es la razón de carácter antropológico, según la cual aquella
dicotomía representa aceptar la existencia de una escisión natural de.la persona
entré un hombre de trabajo {homo faber) y un hombre de ocio o de tiempo
libre (homo ludens), o como más de uno ha dicho "una especie de esquizofrenia
del pensar y el obrar humanos" 12 Otros alegatos importantes podrían hacerse,
como los derivados de los datos aportados por las investigaciones antropológico-
culturales sobre las culturas primitivas, en las que aquella oposición parece care-
cer de todo significado.
La objeción más fundamental, en el aspecto que ahora interesa resaltar, es
que la oposición entre el trabajo y el ocio supone una reducción dicotomizante
del tiempo social que falsea la realidad, pues éste se da fácticamente de un
modo mucho más complejo de lo que pretende tan elemental alternativa. Algu-
nos autores, entre los que se cuenta Prudenski y France Govaerts, por citar a
dos representantes de diferente tendencia, advierten esta complejidad cuando
en sus respectivas teorías el ocio se limita a constituir sólo una porción de la
totalidad del tiempo disponible después del trabajo. 13 Pero la dicotomía en
cuestión no queda superada, puesto que subsiste bajo la forma de "trabajo-
después del trabajo". Lo mismo cabe decir de aquéllos que como Friedmann o
Naville prefieren referirse a un "tiempo de no trabajo" en vez de al tiempo libre
o de ocio, lo cual ha dado pie a que haya llegado a pedirse no una sociología
del ocio, sino una "sociología del no trabajo" (Cheek).14 No es casualidad que
tales posturas suelan estar defendidas por los científicos del trabajo. Frente a
ellos, los sociólogos y psicólogos del tiempo libre podríamos proponer deno-
minar al tiempo de trabajo "tiempo no libre" y a la sociología del trabajo "so-
ciología del no-ocio", que es lo que al fin y al cabo hubieran hecho los griegos y
lo que hicieron terminológicamente los romanos.
En cualquier caso, la oposición trabajo-ocio conduce explícita o implícita-
mente a conceptualizar el tiempo de ocio como un tiempo negativo y residual,
simple lapso en la productividad. Es decir, queda concebido por exclusión, lo
que se traduce en amplias definiciones per negatio.15
La complejidad del tiempo social no es aprehensible desde aquella alterna-
tiva. Se descubre cuando uno se pregunta si el tiempo de ocio excluye únicamen-
te el trabajo no voluntario, y no por lo tanto el trabajo como una actividad orien-
tada a un fin (como afirman E. Weber, S. Parker y en general los autores de la
tendencia marxista) ni menos, claro es, el trabajo como actividad creadora. 16

El autor más representativo de la línea elitista es probablemente de Grazia (cfr. 1962,


XVIII). Un precedente —entre nosotros— de esta línea puede encontrarse en Ortega y
Gasset, 1933, 334.
12
E. Weber, 1963, 165. En el mismo sentido ya se había expresado Zweig, 1952, 97.
13
Prudenski, 1966. F. Govaerts, 1966, 25.
14
Friedmann, 1956, 180. Naville, 1957, 489. Cheek, 1971.
15
Es de señalar que algún autor empírico, concretamente Boris Grushin (1967, 23),
aún reconociendo ese defecto desde el punto de vista de la lógica formal, afirma que "en
realidad dentro de las investigaciones sociológicas concretas es —la definición por exclusión-
la más eficaz".
16
E. Weber, 1963, 5. Stanley Parker, 1971. La lengua hebrea, recuerda Toti (1961,
12), distinguía ya entre el trabajo-esclavo (avada) y el trabajo-creativo (melakha), siendo
60 U N A PARTE, LLAMADA LIBRE, D E L TIEMPO SOCIAL

Y aún más cuando se observa, con Touraine, que definidos los ocios como cual-
quier actividad fuera del trabajo estricto, estos pasan a englobar la mayor parte
de los rasgos culturales de una sociedad, tanto la vida religiosa como los juegos,
tanto la actividad política como el deporte. De ahí, la cuestión que de Grazia se
ve obligado a formularse: aunque al tiempo libre, como tiempo fuera del empleo
o no relacionado con él, le restemos el de comer y dormir ¿dónde colocar el
tiempo empleado en la visita semanal a los parientes o en ir a la iglesia?17
La problemática expuesta no queda resuelta, sino que se agrava cuando se
engloba la oposición trabajo-ocio dentro de la alternativa más genética dada por
el par obligación-no obligación, o si se quiere expresar de otro modo, por el par
necesidad-libertad. Para los que así operan es tiempo libre, tautológicamente, el
tiempo que queda libre de las necesidades y obligaciones cotidianas, es decir
el empleado en actividades no obligatorias sean o no económicamente pro-
ductivas. La crítica que hace el marxismo a quella oposición se basa precisamen-
te en la naturaleza de esta nueva alternativa. Argumenta que la contraposición
entre el trabajo y el ocio es falsa si se le toma en términos absolutos, pero no lo
es dialécticamente,15 porque responde a una contradicción social, consustancial
al capitalismo.
Al igual que en la hipótesis anterior, también en ésta se plantea el problema
de que en el tiempo humano muchas actividades se encuentran a caballo entre
los dos términos de la alternativa, aunque en este caso se opere con unos concep-
tos más amplios y abstractos.
Para sortear este engorroso asunto, cada vez son más los que intentan combi-
nar la variable obligación con otra variable dada por la producción, tomando
cada una de ellas en un doble aspecto positivo y negativo. El tiempo de trabajo
pasa a ser, entonces, el tiempo empleado en actividades a la vez obligatorias y
productivas, mientras que el tiempo de ocio se refiere a las que tienen un carácter
que no es ni obligatorio ni productivo. Con ello, se piensa quedan destruidas las
dicotomías. Ya que a ambos tipos de actividad hay que añadir el de aquellas
actividades que son obligatorias pero improductivas y el de aquellas otras que
inversamente no son obligatorias pero sí productivas.
Esto complica evidentemente el panorama. ¿Cuál es la naturaleza del tiempo

este último una aproximación de la actividad humana a la actividad divina. Quizás de allí
arranca la dual evaluación del trabajo como maldición, propia de la literatura patriarcal,
o como bendición, propia de la literatura talmúdica, según nos recuerda Cohén (1953,
314). Según Rolle (1974, 247-48), el" ocio puede ser analizado de otra forma, además de
como acción desinteresada por la que el hombre únicamente se dirige a sí mismo y se en-
cuentra consigo mismo, a saber: el ocio como un nuevo tipo de trabajo. Salvo cuando
designa una evasión del trabajo, lugar de reflexiones vacías y de inercia social, el ocio des-
cribe una actividad creadora, si bien tal actividad no es reconocida por la colectividad a
través de una evaluación económica directa ni inmediatamente remunerada. Separado
del trabajo industrial y opuesto a él, se convierte en una forma particular de trabajo frente
a la situación salarial como una imagen atenuada del artesanado (desde el bricolage hasta
el arte e incluso el deporte); en cambio, relacionado con el trabajo, aclara Rolie, el ocio
comprende ocupaciones que aumentan la cualificación o las aptitudes laborales y prepa-
ran al hombre para el trabajo. Esto revela, tal vez —termina diciendo el mencionado tra-
tadista laboral—, una nueva relación entre el individuo y su trabajo.
17
Touraine, 1959, 93. De Grazia, 1962, 49. Este último autor deja sin resolver esa
cuestión, aparentemente ingenua, ignorando la discutible pero importante aportación de
Dumazedier, de la que paso a ocuparme acto seguido. La única referencia que hace de este
último se encuentra en una displicente, breve y accidental nota a pie de página (1962, 307).
18
Véase, por ejemplo, Filipcová y Jéstrab, 1965, 35; Grushin, 1967. 24; etc.
UN E X T R A Ñ O T I E M P O D E SEMI L I B E R T A D

dedicado a tales actividades híbridas, no constitutivas por definición de un tiem-


po ni de trabajo ni de ocio?

UN E X T R A Ñ O T I E M P O D E SEMSLSBERTAD

Uno de los primeros en afrontar este problema ha sido Joffre Dumazedier, el


cual basándose en amplias investigaciones empíricas, y después de puntualizar
que para la mayoría de los trabajadores industriales es la actividad y no el trabajo
lo que parece constituir una necesidad fundamental, señala que en la vida coti-
diana además del trabajo, o sea de las obligaciones profesionales para ganarse la
vida, se da una amplia serie de actividades asimismo obligatorias y de carácter
fundamental como: las de asegurar el trabajo doméstico, la educación de los
hijos, las obligaciones protocolarias de la vida social, los deberes sindicales,
espirituales, etc. Tales actividades no pueden ser constitutivas de ocio, porque
aquellas investigaciones muestran también que "el ocio es, en primer lugar, una
no-obligación"; esto es, "el derecho de actuar uno a su gusto después de haberse
liberado de todas las obligaciones fundamentales". En la encuesta de 1950, casi
todos los obreros y empleados consultados definieron el ocio en contraste con
las ocupaciones de la vida cotidiana, y la mitad caracterizó a éstas como necesi-
dades y obligaciones.19
En consecuencia, subraya Dumazedier, la estructura de la vida cotidiana no
es bipolar (trabajo-ocio) sino, cuando menos, tripartita: al lado del trabajo, en la
vida fuera del trabajo conviene distinguir entre las demás obligaciones institucio-
nales y los ocios. Dichas "demás obligaciones" quedan, por lo tanto, situadas en
una zona fronteriza de carácter ambivalente, oscilante entre el trabajo y el
ocio. 20
Por éste su carácter mixto, Dumazedier designa a estas actividades interme-
dias con el nombre de "semiocios" (semiloisirs). Son actividades ambiguas, en las
que el ocio se mezcla con el trabajo (distracciones que procuran dinero), con las
obligaciones familiares (bricolage, jardinería) o que implican ceremonias sociales
(festividades, festejos). Su característica esencial es que medio obligan; y esto,
por su carácter en parte desinteresada y en parte utilitario, en proporción que
varía en cada sociedad, como el bricolage o las actividades de tipo "hágalo Ud.
mismo" (do-it-yourself), o por temor al "qué dirán" debido al sistema tradicio-
nal de valores, como no separarse de los hijos, pasar las horas leyendo novelas,
etc. 21
Los semiocios han sido tipificados por el propio sociólogo francés en cuatro
ciases de actividades, "desde el punto de vista del trabajo profesional y del
domestico" 22 :
1. Las actividades del ocio de carácter semilucrativo o semiinteresado: tra-
bajos de mecánica o de oficios varios para los vecinos, pesca lucrativa,

19
Dumazedier, 1954; 1962a, 342 y 362; 19626, 106.
20
Dumazedier, 1962a, 342-43; 1974, 136 y sigs. y 250-51.
21
Dumazedier, 196 26, 340; 1974, 97. Dumazedier y Ripert, 1966, 33, 44, 129.
El trabajo doméstico, a su vez, se ramifica en una multitud de actividades cuyo,
carácter estrictamente obligatorio puede ser muy variable (Dumazedier, 19626, 115 y sigs.).
U N A P A R T E , L L A M A D A L I B R E , D E L TIEMPO S O C I A L

participación remunerada en sociedades deportivas o en orquestas, etc.


2. Las tareas domésticas de carácter simiutilitario y semirrecreativo: jardine-
ría, oficios diversos, cría de animales, etc.
3. Las ocupaciones familiares, semieducativas y semirrecreativas: participa-
ción de las leccciones o en los juegos de los nifios, etc.
4. Los trabajos de ocio, hechos para sí, para la familia, los amigos, las socie-
dades: decoración, modelos reducidos de barcos y aviones, etc.
A estas cuatro clases de actividades semiociosas debe añadirse un quinto tipo
que consiste en: las distracciones rituales, más o menos ligadas a las demás obli-
gaciones familiares o sociales, o sea, los actos mundanos y las festividades.
La nueva categoría dumazediana de los semiocios "qüe ocupa en la vida de
la mayoría de los trabajadores casi tanto tiempo como los ocios" supone una tri-
ple división del tiempo social, según el carácter y clase de obligaciones de las
actividades humanas. Con palabras del propio autor: el ocio queda definido no
sólo en relación con las obligaciones profesionales, sino también con una serie
de obligaciones- de índole familiar y social, desde los deberes sindicales o las rela-
ciones sociales, protocolarias hasta los deberes en relación con la administración
pública, "funciones todas ellas que han de realizarse en el tiempo libre, después
de Ja jornada de trabajo". Trabajo, semiocio y ocio se oponen entre sí: la obser-
vación sistemática conduce a oponer el ocio no sólo al trabajo, sino "a toda obli-
gación primaria impuesta por la sociedad", mostrándonos la imbricación de dos
realidades, el trabajo y el ocio, en una actividad mixta, el semiocio.23
El tiempo libre está integrado, según esto, por los ocios y los semiocios.24
En resumen, la visión dumazediana de las actividades del hombre puede sinteti-
zarse como sigue:
r trabajo
obligatorias <
Actividades* >: semiocios ~i
no obligatorias ) > tiempo libre
L ocios J

La categoría de los semiocios ha sido admitida por muchos autores, sobre


todo por los europeos; pero otros, la aceptan una vez establecidos ciertos matices.
Tal hacen, por ejemplo, G. Friedmann y F. Govaerts. El primero, aceptando que
el ocio se opone a las necesidades y obligaciones, y que éstas no dependen sólo
del trabajo profesional fuera del cual existen numerosas variables como dice
Dumazedier; 25 considera que el tiempo fuera del trabajo no siempre es libre y

23
Dumazedier, 1962a, 27-28 donde enumera las "actividades claramente opuestas al
ocio", 34, 343; 1962b, 28; Dumazedier y Ripert, 1966, 294-99. "El trabajo —escriben estos
autores (ibid., 9-10)— es más que la negación del ocio, como el ocio es más que la negación
del trabajo. El ocio es, además la negación de otras obligaciones: familiares, sociales, cívicas
y espirituales." De la mención que hace de Guivitch (19626, 47, nota 34) se desprende que
Dumazedier opina que la tríada de actividades arriba citadas se implica recíprocamente de
forma dialéctica.
24
Dumazedier, 1 9 6 8 , 1 5 0 .
25
Por ejemplo, las actividades de mantenimiento biológico y doméstico —comida,
sueño, hogar, etc.—, las conductas, los usos, los ritos familiares, las ceremonias, las obliga-
ciones mundanas, las actividades de formación y entrenamiento, la meditación, la creación
y, para completar, e! ocio (Dumazedier, 1962a, 586).
UN E X T R A Ñ O T I E M P O D E S E M I L I B E R T A D 63

que muchas obligaciones no laborales como son las de orden doméstico, educati-
vo, etc., no son constitutivas del mismo. Es más, si por un lado, junto con la
industrialización adviene "el hombre de después del trabajo", por el otro, el
bricolage para los demás, el trabajo negro y el doble empleo representan "la
infiltración del trabajo después del trabajo". 26
Por lo que se refiere a France Govaerts, sustituye el criterio del trabajo re-
munerado para distinguir las tareas constitutivas de las actividades de ocio, por
el criterio de la noción de obligación más o menos presionante, aunque no siem-
pre se perciba como tal. Y estima que si se consideran desde el punto de vista del
deber muchas tareas domésticas, poco reglamentadas pero no por ello menos
imperativas que las ocupaciones profesionales, es forzoso excluirlas del tiempo
libre reservado a los ocios.27
Aparte de estos importantes matices, el concepto de semiocio ha sido abier-
tamente criticado por sectores tan distintos como los represenados por el norte-
americano Neis Anderson y por el ruso Boris Grushin. Uno y otro reaccionan
frente a Dumazedier, proponiendo otra categorización de las actividades humanas
en relación con el tiempo libre.
Anderson mantuvo inicialmente una posición similar a la de Dumazedier: las
obligaciones no laborales (por laborales se refería a las del trabajo pagado) y los
deberes básicos familiares y cívivos, derivados de la vida en el hogar y la comuni-
dad, constituyen el cuasiocio (quasi leisure), el cual integra con el ocio el tiempo
libre. Y subrayaba, con perspicacia, que el gran problema de nuestro siglo no se
plantea entre el trabajo y el ocio, sino entre éste y el cuasiocio.Pero poco después
revisó su tesis con ocasión de analizar la de Dumazedier.28 Critica a éste tanto
por su concepto del ocio como por el de semiocio: a. porque el uso restringido
del término "ocio" en el sociólogo francés choca con el uso general que tal pala-
bra recibe en la vida cotidiana, y deja sin identificar la zona total del tiempo
libre; y b. porque los semiocios no son actividades identificadas, a no ser como
demandas o como obligaciones reconocidas por el individuo. A los semiocios,
puntualiza Anderson, ni siquiera se les puede nombrar como él mismo había
hecho, con la expresión de "no-trabajo". Lo mejor es emplear el término inglés
choring tomado en sentido amplio para referirse al tiempo empleado en atender
las obligaciones familiares y sociales, y reservar el de recreación, para designar el
tiempo dedicado al descanso, la diversión y el desenvolvimiento personal.
Al igual que hemos hecho con la concepción de Dumazedier, esquematice-
mos la explicación de Anderson para ver más claramente las diferencias y las
similitudes existentes entre ambos autores:

de trabajo
Actividades <
de ocio

26
Friedmann, 1 9 6 0 , 1 3 6 .
27
F. Govaerts, 1969, 59.
28
Cfr. Anderson, 1961 y 1963, respectivamente.
64 U N A PARTE, LLAMADA LIBRE, D E L TIEMPO SOCIAL

Otro autor que también rechaza la categoría dumazediana del semiocio es


Boris Grushin. Tal categoría, sostiene el autor ruso, se refiere a actividades sin.
ningún elemento sustancial de libertad, a pesar de que contiene cierta alusión a
un tiempo incondicionalmente ocupado. Refiriéndose concretamente a las nece-
sidades domésticas, desde la preparación de la comida hasta la limpieza de la
vivienda, explica que si las inversiones de tiempo que dichas necesidades suponen
se toman en todo su volumen como magnitudes absolutas de tiempo, cualquiera
que sea el momento en que se realicen, son estrictamente necesarias, ya que no
dependen por completo del deseo ni de la elección del interesado. No son, pues,
libres, aunque pueden ser. realizadas en cualquier tiempo o no realizarse en abso-
luto. Esas necesidades y otras que implican gastos necesarios o imprescindibles
cié tiempo —tales como los desplazamientos desde la casa al lugar del trabajo, el
ir de compras, el csidar de los niños o el atender las necesidades fisiológicas—
forman parte del tiempo no dedicado al trabajo, siendo constitutivas de un tiem-
po obligatoriamente ocupado y no, por lo tanto, de un tiempo libre. Este último
sólo es aquella parte que queda del tiempo después de cumplir todo género de
"obligaciones ineludibles".29
• He aquí, en esquema, la concepción de Grushin:

de trabajo

de no trabajo
tiempo libre

Compararemos, ahora, las posturas de Dumazedier, Anderson y Grushin.


Anderson critica al primero quien restringe ilícitamente el sentido corriente de
la palabra "ocio" al no incluir dentro de este concepto los semiocios, y para
superar tal objeción, el estadounidense no duda en ampliar el sentido que gene-i
raímente recibe el choring. No advierte, por lo visto, que él también manipula
semánticamente el fenómeno, aunque su manipulación es de signo inverso a la
criticada al francés. Por su parte, Grushin, obrando con mayor cautela, no propo-
ne ninguna categoría específica. Ahora bien, estos tres localizan un sector inter-
medio que no es de trabajo pero que tampoco lo es de ocio (Dumazedier), de
recreación (Anderson) o de libre actividad (Grushin), un sector cuya naturaleza
discuten. Si paralos dos primeros constituye tiempo libre,no lo es para el último.
- Pero el debate no termina aquí. Al menos, hay que contar con la opinión de
un cuarto investigador importante, el inglés Stanley R. Parker, al cual se debe un
nuevo intento teórico de resolver esta embarazosa cuestión. Como Grushin, cree
él que el sector que comentamos tampoco forma parte del tiempo libre; perú su
exposición ofrece aspectos nuevos del problemas.
Parker no parte del par polar "trabajo-no trabajo" ni tampoco del par asi-
mismo polar "obligación-libertad", sino de ambas a la vez. El primero se refiere
a la variable tiempo y el segundo a la variable actividad; y las correlaciona entre
sí del modo que muestra el siguiente cuadro de doble entrada: 30
29
Grushin, 1967, 22 y sigs. y 63 y sigs.
30
Stanley Parker, 1971, 25 y sigs.
ACTIVIDAD
Obligación -sj ¡a, libertad
Trabajo Obligaciones del trabajo "Ocio en el
de trabajo
(empleo) (conectadas con el empleo) trabajo"
de no Necesidades Ocio o tiempo
Obligaciones de no trabajo
trabajo fisiológicas libre

Como es visible, resultan no cuatro —como eran de esperar—, sino seis tipos dife-
rentes de "tiempo-actividad", debido a que se introduce una zona intermedia en
el continuum "obligación-libertad", a diferencia del otro par cuya oposición es
tota!. Esta zona, integrada por obligaciones (las derivadas del trabajo y las del no
trabajo, en las que entran, según señala el propio Parker, los semiloisirs de Duma-
zedier), no constituye ni ocio en el trabajo ni ocio a secas.
Así, diferenciado más o menos del trabajo y del ocio, aparece en todos los
autores exairúnados en el presente aportado, un campo de actividades interme-
dias. Excepto en el caso de Parker, en que persiste la dicotomización, en su
aspecto temporal ese tercer campo puede ser designado con la expresión de
"tiempo semilibre", designación válida para cuantos introducen una cuña entre
los tiempos de trabajo y de ocio, o de obligación y de libertad. Con ese tiempo
semilibre se intenta superar la dicotomía del tiempo social.

C R Í T I C A DEL TIEMPO SEMILIBRE

Las tipologías anteriormente examinadas son criticables al menos en dos


aspectos: porque el tiempo semilibre es reductible, en la práctica, a las dos catego-
rías cuya oposición intenta superar, y también porque esa zona simplifica aún
excesivamente la distribución del tiempo social, con la grave secuela de que lo
desnaturaliza.
En efecto, las tipologías de Dumazedier, Anderson y Grushin —la de Parker
es un caso aparte, como veremos después— parten de una alternativa (obligación-
no obligación; trabajo-no trabajo) que tratan de suavizar introduciendo un tiempo
intermedio que desaparece en gran parte cuando en cada actividad concreta
—dadas las circunstancias en que se realiza, así como las motivaciones, finalida-
des y satisfacciones concurrentes— tiende a ser vivido más que sentido por cada
uno ya como trabajo (por ejemplo, el trabajo doméstico en la mayoría de las
amas de casa) ya como diversión (por ejemplo, el cultivo del propio jardín, en
muchos casos). Y cuando el trabajo y el ocio tienden a equilibrarse (como suce-
de en el aficionado a construir pequeños modelos de coches, trenes, aviones o
buques que luego vende; o en el hombre de negocios que le gusta jugar el golf
pero acude a un club básicamente para fomentar ciertas relaciones sociales), la
actividad semilibre se desintegra en acciones propias de situaciones en las que
predomina la obligación o la libertad. El propio Dumazedier lo confiesa explíci-
tamente al señalar que, según las diferentes situaciones los semiocios se clasifican
"sea entre los ocios, sea entre las obligaciones".31
31
Dumazedier, 1962o, 343.
66 U N A P A R T E , L L A M A D A LIBRE, D E L T I E M P O S O C I A L

Así, cualquier intento de categorizar un tiempo semilibre queda frustrado


al aplicarlo a la factibilidad cotidiana. La actividad laboral y en general cualquier
actividad prácticamente obligatoria, sigue oponiéndose al resto de las actividades
humanas mal o bien integradas en un tiempo residual, abiertamente negativo. Y
de no considerarse así, aquella categoría resulta ser un cómodo cajón de sastre en
el que cabe todo. Porque aceptada su realidad, la mayor parte de las actividades
podrían ser consideradas como más o menos semilibres.
Hay, como he dicho, otro punto criticable, especialmente importante. Todos
los autores que aislan una zona semilibre dentro del tiempo social simplifican
tanto la distribución real de ese tiempo que el mismo queda abstraído de sus
contenidos concretos.
Otros intentos se han hecho, empero, que siguen una vía distinta a la del
tiempo semilibre para abarcar la totalidad del tiempo social y localizar en su
seno .un tiempo libre o de ocio. Mencionaré tres que me parecen interesantes,
cada uno por razones distintas. Me refiero a las tipologías de Parker —ya descri-
ta aunque todavía no comentada críticamente— la de Toti y la de Lefebvre.
' En Parker,, las actividades intermedias de semitrabajo y de semiocio pare-
cen responder a una categorización más consistentes que las de los semiloisirs,
pero padecen de una dicotomía interna resultante de la consideración puramente
negativa de uno de los dos polos: el de las obligaciones de no trabajo. El trabajo
sigue considerándose, en el conjunto del esquema, opuesto al resto de las acti-
vidades humanas, al innombrado "no-trabajo". Y en este aspecto, la dicotomía
continúa dándose ahora incluso en el seno mismo del tiempo semilibre. Sin em-
bargo, un aspecto interesante se encuentra en la tipología de Parker: su consi-
deración de la relación libertad-obligación como un continuum; mas ¿por qué
no opera de igual modo con el tiempo?
La tipología que, por las mismas fechas que Parker, presentó Gianni Toti, va
más allá de la tríada obligación-semilibertad-libertad. Adoptando un enfoque con-
creto, Toti diferencia hasta cinco parcelas en el tiempo cotidiano:

1. El tiempo desocupado, o sea, tiempo involuntario.


2. El tiempo de trabajo o de producción propiamente dicho —esto es, en
sentido técnico y material— y que incluye el tiempo de transporte y el
de trabajo voluntario.
3. El tiempo fisiológico, necesario para comer, dormir, bañarse, cuidarse,
hacer el amor, dedicarse al deporte, etc.
4. El tiempo cultural, dedicado a la formación, la enseñanza, la educación,
la escuela, educación de adultos, la cultura colectiva, el turismo popular,
las vacaciones formativas, la participación y gestión políticas, etc.
5. El tiempo libre propiamente dicho, de recreación de nosotros mismos, de
autohümanización, que es un producto y una riqueza nuevas de nuestra
época comprometida en una larga desenajenación humana. 32

A poco que la contrastemos con la realidad, tampoco parece responder a


•logia de Toti. Cultivarse culturalmente, practicar un deporte, etc.
• objeto del tiempo libre, por lo que este último a menudo no se dife-

3
" " o r í , 1971, 20-21.
CRÍTICA D E L TIEMPO SEMILIBRE

rendará del tiempo cultural, ni en muchos casos del fisiológico. El tiempo libre
involuntario no por ello deja de poder ser libre en su empleo, aunque Toti opine
que "un desocupado no tiene tiempo libre". 33 Las actividades consideradas por
otros como semilibres quedan diluidas en esta tipología; en cuanto al tiempo
libre propiamente dicho resulta absolutamente vago. Los cinco tipos de Toti, en
definitiva, dividen la vida cotidiana para poder aclarar' el contenido del tiempo
social. Lo que demuestra que el problema del tiempo semilibre no se supera par-
celando simplemente más el tiempo social. A mi juicio, el interés de esta tipolo-
gía se encuentra en su carácter concreto, ya que no pierde de vista en ningún mo-
mento los contenidos fácticos resultantes de la práctica del tiempo social.
Por último, Henri Lefebvre, en su estudio de la vida cotidiana en el mundo
moderno, ha presentado una clasificación del tiempo social tripartita como las
primeramente examinadas. Según el inquieto pensador francés en el tiempo coti-
diano cabe diferenciar: el tiempo obligado, ocupado por el trabajo profesional;
el tiempo libre, que es el de los ocios; y el tiempo constreñido (contraint), dedi-
cado a las diversas exigencias fuera del trabajo, como son los transportes, las
formalidades sociales, etc. 34
Ese tiempo contraint no parece, en principio, muy distinto al tiempo semi-
libre; sin embargo, presenta un matiz digno de ser retenido. Su contenido está
formado no por actividades estrictamente obligatorias ni tampoco enteramente
libres, sino por toda una vasta serie de actividades solicitadas, requeridas por la
vida social que nos envuelve y presiona sobre nosotros, coaccionando nuestra
libertad y forzándonos a vincular a ellas una buena parte de nuestro tiempo
sustraído al trabajo. Es tiempo disponible no para cualquier cosa sino sólo para
ciertas acciones, sean o no placenteras y queridas. Es un tiempo que tenemos
previamente comprometido, que está encadenado; es un tiempo condicionado
por nuestra situación personal y nuestra posición social.
Así visto, el tiempo contraint presenta una mayor entidad que el tiempo
semilibre, pero continúa definido en función de los otros dos, los cuales siguen
en oposición. Y al menos por lo que se refiere al trabajo, no puede considerarse
que éste último constituye siempre una obligación de carácter absoluto, sino
que es susceptible de variaciones cualitativas de intensidad.35 Pero Lefbvre
introduce con aquella clase de tiempo, un nuevo factor que indica la existencia
de una clara relación entre la temporalidad y el condicionamiento humano.
Dos conclusiones pueden sacarse de lo expuesto en este capítulo. La pri-
mera, que cualquier extraño tiempo de semilibertad no elimina y ni siquiera
reduce la oposición entre el trabajo y el ocio; más bien parece, paradójicamente,
que cualquier cuña introducida entre ambos polos acentúa aún más su oposición.

33
Toti, ibid., 15.
34 * *
Lefebvre, 1968a, 71. Vean se también las consideraciones de F. Govaerts (1969, 59
y 199 y sigs.) sobxe la existencia de un tiempo "comprometido" (engagé).
35
S. Parker advierte también ese punto al subrayar (1971, 53) que el grado de obliga-
toriedad del trabajo varía según tres grandes grupos sociales: en los rentistas es m í n i m o pues
no necesitan emplearse pero pueden trabajar si quieren, en los gerentes es intermedio pues
están empleados pero en condiciones favorables, y en la masa de empleados, obligados a
trabajar para vivir, es máximo. Esto quiere decir, —concluye dicho autor— que el trabajo
significa cosas diferentes per:: cada lino de esos gxupos.
68 U N A P A R T E , L L A M A D A L I B R E , D E L TIEMPO S O C I A L

El llamado tiempo semilibre es una pura construcción conceptual,36 que sólo


tiene interés en tanto que representa una denuncia de la dicotomización del
tiempo social. La segunda conclusión es que todo ello está conectado con la
distribución real de ese tiempo.
Ahora bien, en las últimas tipologías criticadas, han aparecido algunos ele-
mentos que señalan la posibilidad de solventar el problema de la dicotomización
siguiendo otro camino, tales como la continuidad de la relación entre la obliga-
ción y la libertad, la exigencia de una tipología del tiempo que responda a la
práctica social y la conexión entre el tiempo y aquella relación a través de
la actividad humana como contra.in.te social. Este camino merece estudio aparte.

El concepto de "tiempo semilibre" me recuerda la idea escolástica, tan debatida


durante el Medievo, del aevum, fantástico concepto que no era ni tiempo ni eternidad, sino
algo intermedio entre ambos, en el que se suponía que vivían los ángeles por cuanto no
eran ni dioses ni hombres. (Ésta idea tomista influyó sobremanera en las representaciones
angélicas del arte medieval, como ha demostrado Camón Aznar en un sugestivo libro, 1958,
128-29).
r

QIJ La temmgMDirallñdicLd
®0Q ©D ÜQlblJ®

Las dificultades que se presentan cuando se intenta aprehender el tiempo de


ocio como tiempo libre, partiendo del trabajo o de la obligación, son insupera-
bles porque se absolutiviza el tiempo dedicado a estos últimos y, en lógica con-
trapartida, hay que concebir un tiempo de libertad absoluta.1
El punto de partida puede trasladarse a otro plano. Las observaciones hechas
al final del anterior capítulo sugieren que quizás todo el tiempo social está sujeto
al condicionamiento; pero si se acepta tal supuesto ¿cómo identificar tipológica-
mente al tiempo libre?
La temática de este capítulo gira alrededor de ese interrogante. A pesar de
esta objeción, vamos a situar aquel punto de partida en el hecho global de la tem-
poralidad humana y sus contenidos reales, para averiguar qué es el tiempo libre.

T E M P O R A L I D A D , L I B E R T A D Y COMDICIOWAMIEWTO

El rico mosaico de conductas realizadas por los hombres son humanas por
cuanto realizadas en y desde la libertad; requisito previo y necesario, aunque no
suficiente de la vida realmente personal y social.
Pero ello no da pie para, alegremente, afirmar que el hombre es libre. El
problema y su solución residen en el hecho de que la libertad y el condiciona-
miento no se oponen, sino que, por el contrario, se suponen entre sí. Esto es,
que no existe libertad sin condicionamiento ni condicionamiento sin libertad.
Y es que la libertad, al igual que la obligación,-no es dable en términos abso-
lutos; 2 la libertad absoluta se confunde con la nada. Es la misma negación de la
1
Valgan como ejemplo los casos de Georges Friedmann, el cual no duda en afirmar
que el tiempo libre está "a salvo de toda necesidad u obligación" (1960, 134), y de Stanley
Parker que, como hemos visto a pesar de los matices que hace, admite la existencia de acti-
vidades de obligación y de libertad absolutas.
2
La libertad ha podido ser entendida y discutida por la filosofía como algo que es o
que no es, sin posible término intermedio. Pero no hay libertades ni necesidades absolutas;
afirmar tal cosa es producto de su contraposición metafísica (Lukács, 1967, 29, 173 y 177).


70 LA T E M P O R A L I D A D EN E L TIEMPO LIBRE

libertad; pero ello no significa que la libertad se reduzca a una mera conducta de
elección como ocurre con Maclver, el cual si bien reconoce que "cuando un acto
es voluntario o libre, estamos determinados, dentro de los límites de la situación,
por nuestros propios objetivos y motivos", acto seguido, afirma que la libertad
consiste en una elección entre alternativas;3 es decir, que el agente pondera las
condiciones de la decisión pero no las pone. Confunde, con ello, la libertad con
la voluntad, lo que explica que reduzca aquélla a una conducta de elección. Nie-
ga, por tanto, la posibilidad de que el hombre cree sus condiciones. Por mi parte,
no veo cómo, entendida de tal modo la libertad, pueden explicarse la innovación
y la invención inherentes a la vida sociocultural.4
Nuestras acciones se diferencian entre sí tanto por la obligación o necesidad
como por la libertad. Una y otra no son. sino amplios modos de condicionamien-
to. 3 La obligación consiste en un estar condicionada la acción desde fuera; es un
hete rocon dicionamiento, mientras que la esencia de la libertad reside en el hecho
de condicionarse uno a sí mismo. El hombre es libre por cuanto puede au'tocon-
dicionarses y se autocondiciona. 6 Su condición, la condición humana, es dialéc-
tica, pises consiste en la contradicción entre el auto y el heterocondicionamiento;
y !a conducta es humana justamente por el hecho de tener que superar esa con-
tradicción mediante la libertad. 7
El condicionamiento no restringe ni limita la libertad; por el contrario, a

Tanto desde el punto de vista psicológico como desde el sociológico, la libetad se da de un


modo condicionado al igual que cualquier otro fenómeno social. La libertad humana, ha
escrito Gurvitch (1955, 91; cfr. también del mismo autor 1950 y 1951), "es una libertad
situada, encuadrada en lo real, bajo condición, relativa". Desde esa perspectiva, todo el
tiempo del hombre cabría considerarlo "semilibre".
3
Maclver, 1942, 204-05.
4
Cfr. Martín López, 1966, 230.
5
No me refiero al condicionamiento en un sentido fisiológico ni psicológico sino en
el sentido social. Las condiciones sociales son hechos que facilitan u obstaculizan otros he-
chos o fenómenos. Cada hecho social está constituido por un conjunto de condiciones
intervinientes o por un cuadro condicionante que forman el contexto del fenómeno en el
tiempo y en el espacio, a la par cjue le delimitan y configuran. Una condición dada no deter-
mina la realización del hecho; solo implica una posibilidad tendencia!. El condicionamiento
social se opone al determinismo; no, a la intervención del azar ni a la acción de la libertad.
La genesis de los hechos sociales resulta del complejo cuadro de factores que multi-
condicionan nuestras actividades. Este cuadro deriva: del equipo biopsíquico de cada
hombre, de las relaciones interpersonales, de la estructura social, de las instituciones socio-
cuitujales y, en fin, del sustrato constante en todo fenómeno social constituido por lo
demogeoecológico (morfología social). He apuntado las líneas para un estudio tipológico
de dichos factores en 1971a, 6 y sigs. y 81 y sigs.
6
"La libertad comienza —escribe Marx— allí donde se cesa de trabajar por necesidad
y por la coacción impuesta desde el exterior" (Marx, 1893-1894, Vol. 2 , 1 269).
Las categorías de auto y heterocondicionamiento no son subjetivas ni objetivas; no
dependen sólo del sentimiento de libertad personal de motivación y de la voluntad de
elección y realización de una actividad, ni de su elección y realización efectivas, sino de
ambas cosas. No son puramente individuales ni colectivas, son psicológicas y sociales; se
refieren a cada persona en relación con las demás de su agrupamiento. (Pueden, por ello,
considerarse personalmente —como hago arriba— o en relación con un agrupamiento dado).
Hacen referencia a un fenómeno social por el que los sujetos, en una situación dada, se sien-
ten y son libres, en una libertad —en nuestro caso temporal— que es, acudiendo a la termi-
nología de Schelsky (1957, 336), formal y material; es decir, de controles sociales y de
med nicos.
ría del challenge, formulada por Toynbee (1934-1954) para explicar el progre-
so di 'aciones, encontraría en este hecho su último fundamento.
TEMPORALIDAD, LIBERTAD Y CONDICIONAMIENTO

través de aquél, el hombre la realiza. Así, el condicionamiento la delimita y, por


consiguiente, la configura.8
El autocondicionamiento no debe ser confundido con la autodeterminación
ni con la autonomía. La idea de autodeterminación es antagónica con la de liber-
tad; la de autocondicionamiento, no. Un sujeto que pudiera autodeterminarse
dejaría de ser, en sí mismo, libre; en cambio, quien se autocondiciona permanece
libre.
Por lo que se refiere a la autonomía, ésta representa un incondicionamiento;
ya mencionada tesis de David Riesman sobre la estructura autónoma del carácter
social así viene a demostrarlo. Como es sabido, el autor de The lonely crowd sos-
tiene la hipótesis de que en la evolución de la sociedad humana han predominado
tres tipos de carácter social: el de los individuos dirigidos por la tradición (tradi-
tion-directed man), el de los dirigidos internamente (inner-directed man) y el de
los dirigidos por los otros (other-directed man). En los intradirigidos, la fuente
que dirige su conducta está en una autoridad interiorizada durante la infancia
(los padres, los héroes o los grandes hombres de la antigüedad, que se toman por
modelo), llegando el individuo a "sentirse" libre y hecho por sí mismo. En cam-
bio, en los extradirigidos —tipo al que, según Riesman, tiende el hombre actual—
su fuente de dirección reside en autoridades externas. Se les ha sociabilizado
enseñándoles a portarse lo mejor posible en cualquier situación, lo que debe
aprenderse en cada caso siempre que los otros. Dependen, pues, psicológicamente
de éstos yara dar sentido a su vida; necesitan su aprobación y guía. Los otros son
su fuente de dirección conductual, y su campo de sensibilidad e interés. El extra-
dirigido no resiste la autoridad, teme ejercitar su libertad de elección. Según el
citado profesor estadounidense, la intradirección no es preferible a la extradirec-
ción, pues cada tipo tiene sus virtudes y sus vicios. Sin embargo, Riesman cree
que la salvación, provocada por el mismo hecho de la extradirección, está en una
minoría de individuos autónomos, constitutiva de una fuerza social que mostrará
cómo puede vivirse la vida con vitalidad y felicidad. La autonomía como estruc-
tura del carácter consiste, según este autor, en un dominio sobre el destino que
forma dicho carácter. Siempre mezclada con residuos de intra y extradirección,
la autonomía es un proceso más que un logro: lo que distingue al autónomo es
que su carácter nunca llega a ser un producto acabado. La autonomía de carác-
ter no &s libertad de conducta: los rebeldes y los bohemios no son autónomos,
porque el sentido de su vida está en el inconformismo dependiente del grupo al
que su actitud se refiere. Pero una y otra no están del todo separadas: aquélla

8
He aquí el punto de vista de la etología, a través de los trabajos de Leyhausen, dis-
cípulo de Konrad Lorenz, el cual encama la línea probablemente de mayor influencia en
la actualidad: la dotación de un acervo hereditario prácticamente ajeno a toda influencia,
significa una importante limitación de nuestra libertad objetiva. Pero esta dinámica instin-
tiva autónoma, independiente del mundo exterior, contribuye de modo decisivo a la liber-
tad: únicamente a ella debemos esa independencia respecto de la situación externa, que
nos posibilita el obrar espontáneamente. Las cadenas de los impulsos nos libran de la escla-
vitud del ambiente físico. Es aquí donde empieza precisamente la libertad del yo, que
puede imponerse metas por sí y a sí mismo (Leyhausen, 1952, 68-69). Esto confirma la con-
cepción de la libertad arriba expuesta; pero he de advertir que la relación que el punto
de vista etológico establece entre la autonomía y la libertad, relación explicable por ba-
sarse en la conducta animal, no puede aplicarse al comportamiento específicamente huma-
no. En el hombre, como señalo a continuación. la libertad no es autonomía sino auto-
condicionamiento.
72 LA T E M P O R A L I D A D EN EL TIEMPO LIBRE

requiere la conciencia del hecfio a elegir, además de poder elegir si acomodarse


o no a las exigencias de poder de la sociedad.9
Aparte de que uno puede preguntarse si el futuro inmediato del hombre se
dirige a posibilitar tal estructura autónoma o, por el contrario, un hombre dirigi-
do por el futuro —en el sentido de Alvin Toffier10 — en franca oposición al
primer tipo de Riesman, la tesis de éste último evidencia el liberalismo que ideo-
lógicamente le sostiene. En realidad, Riesman al preconizar un hombre autó-
nomo, está aspirando a un utópico hombre incondicionado; en éste no cabe
ninguna ciase de condicionamiento. En definitiva, autonomía y autocondiciona-
miento son dos ideas opuestas que no cabe confundir. 11
Volvamos al fenómeno del autocondicionamiento. Si, como antes se ha
visto, el hombre es libre por cuanto se autocondiciona, podría deducirse de tal
afirmación que el ocio como tiempo Ubre está constituido por aquella conducta
que es autocondiciónada por el hombre, perteneciendo al resto de nuestras accio-
nes al campo de lo heterocondicionado. Sin embargo, tal conclusión negaría la
evidencia de que toda nuestra conducta, incluso, por tanto, la propia del ocio,
está sometida a un heterocondicionamiento que, como mínimo, y aparte de lo
biológico, es social. En este sentido, incluso Dumazedier y Ripert destacan que
"es falso identificar libertad y ocio, excluir del ocio toda obligación, pues es
evidente que como todos los hechos sociales está sometido a los determinismos
de la sociedad". Y F. Govaerts, llevando ello hasta sus últimas consecuencias,
sostiene que el ocio cotidiano dependiente de las condiciones de existencia ins-
critas en la organización social y las tradiciones, está situado "a medio camino
entre la libertad plenamente vivida y la sujeción parcialmente sentida". Lo cual
parece cuestionar la sustantividad de un ocio como tiempo libre e incluso insi-
nuar su sustitución por un ocio semilibre. Luego veremos que la generalidad del
heterocondicionamiento no ha de entenderse de este modo. En realidad, explica
que, como han dicho Gist y Fiéis Fava, lo que con frecuencia se considera com-
portamiento propio del tiempo de ocio puede ser, en parte, respuesta a presiones
sociales o a poderosos impulsos interiores, y por consiguiente, puede no ser una
forma favorita de comportamiento. 12
La conducta de ocio es una conducta, en rigor, tanto auto como heterocon-

9
Riesman, 1949, especialmente 346 y sigs. y 1950.
10
Véase Toffier, 1970, 7 y sigs. y 570 y sigs.
11
El auto y el heterocondicionamiento tampoco deben confundirse con las categorías
de control interno y control externo, como disposiciones de la personalidad, de que nos ha-
bla Rotter en su teoría del aprendizaje (1966; y Rotter y Mubry, 1965) ni con las de causa-
lidad interna y externa, aplicadas sociológica y antropológicamente por Roger Bastide
(1966). Lo que no obsta a que en ambos casos, quepa establecer ciertas conexiones con el
fenómeno del condicionamiento, respectivamente a nivel psicológico social y sociológico,
este último en su aspecto sociocultural.
12
Dumazedier y Ripert, 1966, 43; y Dumazedier, 1974, 95-96; F. Govaerts, 1969, 19;
Gist y Flava, 19 : 4, 535. La relación que establecen Dumazedier y Ripert entre la libertad y
la obligación es más clara si se tiene en cuenta la distinción que el primero de ellos hace entre
las obligaciones sociales primarias y las secundarias: aquéllas son impuestas por los orga-
nismos básicos de la sociedad y el ocio se define en relación con ellas; las segundas, aunque
son severas, tienen un carácter social secundario pues nacen de los grupos y organismos ne-
cesarios para el ejercicio del ocio, como la disciplina de un equipo deportivo o el reglamento
de un cine-club (Dumazedier, 1974, loe. cit.). En cuanto a los "determinismos sociales del
ocio", han sido detalladamente estudiados, con base empírica, por el mismo autor en
19626, 63-90.
TIPOLOGÍA DEL TIEMPO SOCIAL

dicionada.13 En esto no se distingue del resto de nuestra conducta, la cual en


cuanto conducta humana participa siempre de ambos modos de condicionamien-
to. Únicamente a los exclusivos efectos analíticos podemos referir nuestra con-
ducta a uno sólo de ellos; es decir, que el tratamiento polar del auto y del hetero-
condicionamiento como dos categorías aisladas con entidad propia, no tiene su
fundamento en la realidad, sino tan sólo en las necesidades del análisis.

T I P O L O G Í A DEL TIEMPO SOCIAL

El hecho de que la conducta humana esté siempre sujeta al condiciona-


miento, en los dos modos en que éste se da, parece que coarta la posibilidad
de pasarse en tal hecho para tipificar el ocio, y en consecuencia, elaborar, a par-
tir de ello, una tipología del tiempo social que permita identificar el tiempo de
ocio. En efecto, si todas las actividades que ocupan el tiempo social resultan
una conducta a la par auto y heterocondicionada ¿cómo diferenciar, según el
condicionamiento, el tiempo de ocio del resto del tiempo social?
El que los dos modos de condicionamiento sean comunes a todas las con-
ductas del hombre, no significa que se den por igual en ellas. El peso específico
de cada modo varía en cada caso, y en consecuencia, el tiempo ocupado por la
actividad que resulta de la conducta no es homogéneo.
Ahora bien, el casuismo que de esto se deriva puede fácilmente reducirse,
a efectos analíticos ya que no fácticos, si se atiende al mayor o menor grado
de predominio del auto o del heterocondicionamiento. Así, tomando como,
criterio la diferente naturaleza interna del condicionamiento de la conducta,,
podemos establecer una tipología del tiempo social que contiene los siguientes
cuatro tipos fundamentales: el tiempo psicobiológico, el tiempo socioeconómico,
el tiempo sociocultural y el tiempo libre. Veamos sus características diferenciales.
1. El tiempo psicobiológico: Es el ocupado por las conductas impulsadas
por nuestras necesidades psíquicas y biológicas elementales: sueño, nutrición,
actividad sexual, etc. Incluye el tiempo invertido en las acciones necesarias y pre-
paratorias de aquéllas, tales como hacer la cama o ir de compras, y también com-
prende el tiempo de enfermedad. 14
13
No hay que olvidar que la palabra con que muchas lenguas designan el ocio —lleure
en catalán, loisir en francés, leisure en inglés, etc.— etimológicamente significa ser lícito o
estar permitido hacer una cosa (del latín:licere). Agudamente hace notar Lanfant (1972,
22) que tras esta idea de permisividad está la de autoridad, y de ahi que el ocio contenga
latente un sentido de ausencia o de relajación de la restricción o dependencia, de ausencia
de normas, obligaciones, represión o censura. Este sentido latente, dice la autola citada, tien-
den a sobreponerse a su sentido literal; más matizadamente, Magnane (1964, 36) opina que
el ocio sólo es "libertad autorizada". Esto último plantea la interesante cuestión, en la que
no voy a entrar, de las relaciones entre el tiempo libre y la tolerancia social.
Aprovecho para hacer constar que la palabra loisir, así como las demás con las que se
designan los fenomenos del ocio y del tiempo libre, plantean en las distintas lenguas graves
problemas de lingüística compatada, como quedó constatado en la reunión de expertos de
Annecy en 1957. Véase UNESCO, 1957. En Magnane, 1964, 35-36, puede verse un breve
resumen.
14
De Grazia (1962, 79 y 216) deslinda el tiempo libre del "tiempo de subsistencia"
dedicado a aquellas actividades que se realizan presumiblemente para mantener el organismo
en estado saludable, aparte de que ese organismo trabaje o esté ocioso. Igual hace Brightbill
(1963, 4), lo que le da pie para definir vaga y excesivamente el ocio como "el tiempo más
allá de lo que requiere la existencia y la subsistencia".
LA T E M P O R A L I D A D EN EL T I E M P O LIBRE

Son conductas de una duración variable, y en general tienden a tener un rit-


mo, Son naturalmente inevitables, aunque presentan amplias variaciones en las
pEiitas de comportamiento debido a los factores personales (temperamento y
carácíer individuales) y sociales (estructura societal y sistema cultural).
El tiempo psicobiológico es un tiempo de individualismo, porque se refiere
- —-''clones endógenas a cada persona aunque no creadas por ella, sino im-
por la naturaleza psicobiológica de ésta. Está casi enteramente hetero-
onado sin apenas existir autacondicionamiento en el mismo.
2. E! tiempo .socioeconómico: Es el tiempo empleado en las conductas de-
rivadas de las necesidades económicas, consistentes en una actividad laboral, pro-
ductiva de bienes o servicios sean o no materiales, para "ganarse la vida" o con
•vistas a ello; esto es, para mantenerse y mejorar personal y colectivamente.
Comprende el tiempo complementario de desplazamientos hogar-lugar de traba-
jo. Pero también debe incluirse en él el tiempo dedicado por la mujer al trabajo,
doméstico, así como el que los estudiantes destinan a su formación.
Su contenido está condicionado por las aspiraciones personales así como por
las demandas grupales y en general societales. Nuestra habilidad e inteligencia, las
solicitud ~s de quienes nos rodean, el sistema de estratificación de nuestra sociedad
y k riqueza material de la misma, etc., exigen trabajar en una actividad o en otra,
más o menos, con unos medios dados y cierta organización, solos o con otros,
e-e. En determinadas condiciones, estas acciones son transferibles: se puede
hacer trabajar a la mujer o a cierto estrato social, por ejemplo, en vez de hacerlo
uno mismo o el endogrupo. Y esto, usando del poder ó "comprando" tiempo,
pues éste, en el tipo que examinamos, alcanza un valor susceptible de cambio, y
por lo tanto traducible dinerariamente.
El tiempo Socioeconómico está fuertemente heterocondicionado, sobre todo
en la sociedad industrial. El autocondicionamiento se da en pequeñas y aisladas
dosis (elección del trabajo, de la cantidad de tiempo vendido al mismo, etc.),
excepto en las tareas del ama de casa y del estudiante que, hoy por hoy, admiten
un mayor autocondicionamiento especialmente en las circunstancias de su
realización.
3. El tiempo sociocultural: Viene dado por el que se dedica a las acciones
que demanda la vida sociocultural. Es el tiempo invertido en visitar a unos ami-
gos o en ir con ellos a una sesión de cine, en votar en unas elecciones o en cum-
p]'~>entar unos impresos de declaración fiscal; cuidar a los hijos, conversar los
espesos entre sí de sus asuntos, asistir a un mitin político o a una función reli-
giosa. Se trata de ios mil y un compromisos resultantes de los sistemas de valores
y de pautas culturales establecidos en cada sociedad y en cada grupo, e ineludi-
bles a corto o largo plazo si no se quiere ser objeto de sanción social.
Este tipo de conducta admite una elasticidad en las circunstancias de su
ejecución, debido al carácter relativamente informal de la obligación a que
aquella conducta responden. A menudo, son susceptibles de cierta transfe-
rencia personal; puede pagarse a una nurse para que cuide y entretenga a los
niños, delegar un voto o encargar ciertos trámites a un gestor para no "per-
der" tiempo. Por ello, el tiempo dedicado a estas acciones puede ser, como
el tiempo socioeconómico aunque en menor medida que él, objeto de com-
praventa.
Ha el tiempo sociocultural, el hetero y el autocondicionamiento se dan
T I P O L O G Í A D E L TIEMPO S O C I A L 75

entremezclados de un modo más o menos equilibrado, pero están siempre muy


íntimamente unidos.
4. El tiempo libre: Hay también acciones que el hombre realiza sin una ne-
cesidad externa que le impulse a ellas. No es que en ellas no exista necesidad,
pero ésta nos es intrínseca; es autocreada por cada persona. En consecuencia,
uno mismo es quien pone, más que impone, las condiciones para la satisfacción
de aquella necesidad. La conducta así producida es libre, porque la libertad no
está dada primariamente por el hecho de obligarse a sí mismo; no consiste en
autocomposiciones. Esta confusión, que atiende a una concepción negativa y
represiva de la libertad, está muy extendida. 15 La libertad consiste, ante todo,
en condicionarse uno mismo, continuando libre en cualquier momento para
dejar o cambiar —también autocondicionadamente— las actividades. Por eso,
cuando la voluntad hacia la realización de éstas cesa, dejan de darse como libres.
La satisfacción que producen estas acciones deriva del hecho de realizarlas por sí
mismas, que en este caso es tanto como decir realizarlas uno por sí mismo. Son,
pues, totalmente intransferibles; a guisa de ejemplo: uno no puede divertirse
por otro.
Así, el tiempo dedicado a tales acciones es un tiempo al máximo autocon-
dicionado y al mínimo heterocondicionado ;16 he ahí el tiempo libre. Este, a
diferencia del restante tiempo social, es el tiempo dedicado a aquellas acciones
que tienden a satisfacer necesidades autocreadas. Es libre no porque en él la
libertad se oponga a la necesidad,17 sino en el sentido de que la libertad es la
que define la necesidad.
La anterior tipología del tiempo social destaca cómo se combinan en él,
en diferentes dosis, el hetero y el autocondicionamiento. Esto requiere varias
puntualizaciones:
a) Los cuatro tipos descritos como básicos son tendenciales; es decir, que
sin peijuicio de ostentar unas características diferenciales por predo:ninantes,
cada uno participa más o menos de los restantes. Esto es debido al carácter uni-
tario del tiempo humano, el cual se refiere a un fenómeno total como es la vida
personal y social. Aquellos tipos forman un continuum.
b) Por lo mismo, cada tipo es fuente generadora de los demás. Concreta-
mente, en el caso del tiempo libre, el hombre lo dedica a actividades que a
menudo tienden a comprometerle para un empleo del tiempo típico de otras
"parcelas".
c) Esas transformaciones temporales no ocurren sólo en el plano individual,
sino también en el colectivo. Así, con el transcurso histórico, una actividad pue-
de variar socialmente de tipo al cambiar las condiciones sociales. Una necesidad
•originariamente autocreada, como la skholé, propia del tiempo libre, tiende a

15
Se da, poí ejemplo, en Gripdonck (1967, 84) cuando escribe que "el hombre libre
debe tener energía suficiente para imponerse los esfuerzos que no está obligado a hacer; sólo
entonces será libre".
En contra de Dumazedier, que se mueve en el ámbito de lo heterocondicionado al
definir el ocio en relación con las obligaciones secundarias, como ya se ha visto. Sobre este
punto vuelvo más adelante.
17
Por esto, Swedner (1969, 7) puede decir que la distinción formal entre tiempo regu-
lado y tiempo de ocio no es clara en la práctica.
7© LA T E M P O R A L I D A D EN EL T I E M P O LIBRE

transformarse en el actual contexto societal en acción socioeconómica bajo la


forma de trabajo intelectual. 18
d) Todo ello nos conduce a una última precisión que puede sorprender: el
tiempo libre no está constituido únicamente por el tiempo que acaba de ser deno-
minado con tal expresión. También los restantes modos de darse el tiempo social
pueden integrarlo. Esta paradójica conclusión ha de explicarse con detalle.

EL G R A D O DE NITIDEZ D E L T I E M P O L I B R E

Los tipos básicos del tiempo social tienden a la vez y contradictoriamente


a diferenciarse y a mezclarse entre sí a medida que las sociedades se tornan más
complejas. De un lado van definiéndose progresivamente: al incrementar su
organización, una sociedad define cada vez más las actividades, especifica los
roles y regula parcelándolos cuantitativamente los tiempos en que deben o
pueden llevarse a cabo aquéllas. De otro lado, las propias condiciones expuestas
hacen confusa la distinción al aumentar cualitativamente dichas actividades y
roles, facilitando a los hombres el mezclar en una parcela de tiempo actividades
propias de otra. 19
En consecuencia, el resto del tiempo humano, sobre todo el tiempo socio-
cultural, puede contener una significativa dosis de autocondicionamiento en la
creación de la necesidad o al menos en las condiciones de su satisfacción. En ese
aspecto, los restantes modos temporales son secundariamente generadores y
constitutivos también de tiempo libre.
Por otra parte, muchas veces el tiempo libre no es tal con plenitud: a menu-
do, nos autocondicionamos de un modo muy relativo, adquiriendo con el propio
autocondicionamiento obligaciones que limitan nuestra libertad. Además, esta
limitación también puede provenir de presiones y manipulaciones sociales.
¿Hasta qué punto nuestras opciones son libres? ¿No somos esclavos de nuestros
hábitos? ¿No obramos maquinalmente ante numerosas solicitudes de nuestro
entorno?, se pregunta en cadena France Govaerts.20
Por lo dicho, hay que distinguir entre el tiempo estricta y plenamente libre,
que es el que he tipificado como uno de los modos de darse y diferenciarse el
tiempo social, y los restantes modos de este tiempo en lo que contienen éstos
de conductas autocondicionadas. En aquél, la libertad se realiza con un máximo
de autocondicionamiento y un mínimo de heterocondicionamiento; en éstos, tan
sólo de una manera secundaria se autocrean las necesidades y sólo indirecta-
mente quedan satisfechas. A aquél le podemos llamar tiempo libre neto, y a este
iltimo tiempo libre bruto. 21

18
Cfx. Aianguren, 1958, 117.
19
Según Martindale (1960a, 377): "Mientras más completa es la comunidad, más clara
y distinta es la línea que separa el trabajo del juego". Aparte de su planteamiento dicotomi-
zante, esa afirmación es tendencialmente cierta aunque, por lo arriba expuesto, es también
parcial.
20
France Govaerts, 1969, 197.
21
Adopto, con ello, una terminología introducida inciden talmente con otro motivo
poi Eric Weber, ya aludida (nota 6 del cap. 4). El empleo que hago de ella fundamenta pre-
¿ Q U É ES E L T I E M P O L I B R E ?

No hay que ver, en la expresada diferenciación, dos clases distintas de tiem-


po libre. La diferencia establecida es una cuestión puramente de grado. Por ello,
quizá sea más exacto hablar del grado de nitidez del tiempo libre; grado que no
debe ser confundido con la parcelación del tiempo social. Pues el tiempo libre
bruto no es incompatible con un tiempo social parcelado.
Los tipos de tiempo social y el grado de nitidez del tiempo libre explican
qué es realmente el tiempo semilibre pretendido por algunos autores. Se trata,
en realidad, de tiempo libre bruto, especialmente el dedicado a ciertas activida-
des socioculturales y, en menor media, a ciertas actividades de carácter socio-
económico.
El grado de nitidez del tiempo libre, a diferencia del imaginario tiempo semi-
libre, descubre la unidad y la complejidad del tiempo social y sus diversos modos
de darse.

¿ Q U É ES EL TIEMPO L I B R E ?

El anterior análisis del tiempo social pone de manifiesto la continuidad na-


tural de la temporalidad humana. Sólo las contradicciones sociales y las falacias
conceptuales pueden mostrar un tiempo desmenuzado.
Trocear el tiempo es lo que hacen quienes, para superar la oposición polar
entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio, inventan otro pedazo temporal:
el hipotético tiempo semilibre. Este pseudotiempo no sólo no supera aquella
dicotomía, sino que oculta la realidad, puesto que introduce una cufia que parte
aún más el tiempo del hombre.
En cambio, esa "parte" del tiempo social llamada libre no se diferencia de
las restantes "partes" por la ausencia de condicionamiento, sino por cómo en
ella éste se manifiesta. Porque los tipos básicos del tiempo social no dividen la
temporalidad en partes; únicamente indican los diversos modos cómo en ella
se da el condicionamiento.
Queda, con ello, patente la unidad de ese tiempo. De allí, el grado de nitidez
del tiempo libre, el cual permite aprehender el fenómeno sin desprenderlo de la
totalidad temporal, con lo que deja de ser un extraño fenómeno sectorizado del
resto del tiempo humano.
La conclusión a que todo ello lleva es que el tiempo libre está constituido
por aquel aspecto del tiempo social en el que el hombre autocóndiciona, con
mayor o menor nitidez, su conducta personal y social. Sin embargo, lo que le
define propiamente como tal tiempo libre es el tiempo ocupado por aquellas
actividades en las que domina el autocondicionamiento, es decir, en las que la
libertad predomina sobre la necesidad.
Esto justifica la existencia de dos acepciones igualmente válidas, una
amplia y otra restringida del tiempo libre, si bien la segunda es la que con
mayor pureza aprehende la naturaleza del fenómeno.
Ahora bien, esta conclusión es únicamente una primera aproximación
conceptual al tiempo libre, ya que éste queda definido sólo "desde fuera",

cisamente el hecho puesto de relieve por Weber; es decir,, da una de las razones de la gran
heterogeneidad existente en las definiciones del tiempo libre o de ocio.
78 LA T E M P O R A L I D A D EN E L T I E M P O LIBRE

quiero decir por comparación con el resto del tiempo social. Constituye, por
consiguiente, un primer intento definí torio que destaca solamente la entidad
del elemento temporal del mismo.
Procede ahora aprehender el tiempo libre "desde dentro"; esto es, inves-
tigándolo a partir del otro elemento que le constituye, la libertad.
id
Edb fbuscsa
c _ § @

di l . i b s * ©

Como tiempo libre, el ocio cobra entidad cuando el hombre emplea el tiem-
po de un modo autocondicionado. De esta forma, su conducta queda dotada de
un sentido propio y no ajeno, dado, al menos en principio, por el hecho de ha-
cer lo que uno quiere.
Ese sentido puede ser entendido de dos maneras, según quede referido bási-
camente al querer o al hacer. Dentro de esta alternativa entre la voluntad y la acti-
vidad —ambos aspectos esenciales de la conducta autocondicionada— oscilan di-
ferentes concepciones del ocio que acto seguido van a ser examinadas y discutidas.
Según su mayor proximidad a uno u otro de aquellos polos, tales concep-
ciones pueden ser agrupadas en torno a dos grandes interpretaciones, una subje-
tiva o psicológica y otra objetiva, 1 acerca del sentido del ocio como tiempo libre.
Examinada, en los capítulos antecedentes, la temporalidad como elementó
constitutivo del tiempo libre, vamos ahora a entrar en el otro elemento que le
constituye: la libertad.
El análisis del tiempo libre origina una larga discusión cuyo punto de referen-
cia central gira en gran parte en torno a la indiscutiblemente importante aporta-
ción de Joffre Dumazedier a cuya teoría, de' enorme influencia en el ámbito occi-
dental e incluso en un considerable sector de los países socialistas, intento rendir
el tributo de la crítica.

LAS I N T E R P R E T A C I O N E S PSICOLÓGICAS

Un modo de entender el sentido del tiempo libre es, como acabo de apuntar,
concebir el ocio como un fenómeno de naturaleza subjetiva: el tiempo en el
que uno obra "a su gusto" o hace "lo que quiere".
Según esta concepción, típica aunque no exclusiva de la tendencia burguesa,
se considera de ocio todo el tiempo percibido como libre por el individuo (Ka-
1
Sobre los aspectos subjetivo y objetivo del concepto de ocio, ver Lanfant 1 962, 23,
39 EN B U S C A D E L S E N T I D O D E L T I E M P O LIBRE

plan), basando su naturaleza en el hecho de hacer lo que cada uno quiere (Miller
y Robinson, Laloup, González Haca), o más concretamente, en la libre iniciati-
va (F. Crespi), la libre elección (Hicter, Laloup, Brightbill, Stanley Parker), el
carácter voluntario de la actividad (E. Weber, F. Govaerts), el obrar según nues-
tros propios deseos (Hofstátter), o en el hecho del goce personal o satisfacción
de aspiraciones que directamente produce la actividad ociosa (Butler, Hicter).
Frente al tiempo de trabajo, que es un tiempo objetivado, el tiempo de ocio
es psicológico y subjetivo, dice Janne. 2
La concepción subjetiva, ideológicamente conectada con el pensamiento
liberal burgués, se apoya en el hecho, de especial significación psicológica, de
que "lo que cuenta es el valor que el individuo atribuye a la actividad de ocio". 3
Entraña, por lo tanto, una actitud vital individualista, generalmente acompaña-
da de una visión dicotómica del tiempo social en los términos ya vistos.
El psicologismo escamotea el problema del sentido del tiempo libre. Afirmar
el sentido subjetivo del mismo es, en el fondo, afirmar socialmente su sinsentido.
En realidad, el problema es "resuelto" a nivel psicológico; no, en el sociológico,
porque cualquier modo temporal puede sentirse como libre, con lo que el tiem-
po • libre carece en este caso de significación propia. Y también porque el
tiempo sentido individualmente como libre puede no ser vivido como tal en la
realidad objetiva; cosa que ocurre, por ejemplo, con el ocio dirigido por los inte-
reses comerciales, en el que la libertad es aparente a pesar de que conlleva cierta
satisfacción gratificadora. El tiempo libre no puede reducirse al mundo interno
del hombre, a los sentimientos y percepciones. Autocondicionarse, es la inter-
pretación que ha quedado expuesta, creer y sentir que uno autocondiciona sus
respuestas, sin más. El problema del sentido del tiempo libre es problema en la
medida en que se quiere aprehender el sentido objetivo de ese tiempo.

E L D E B A T E DE L A S CONCEPCIONES O B J E T I V A S

Otra manera de entender el sentido del ocio como tiempo libre consiste en
acudir- a una base de carácter objetivo, concretamente en las actividades resul-
tantes de la conducta autocondicionada por el sujeto.
Como sea que esas actividades son susceptibles de ser valoradas, el valor que
les es reconocido socialmente confiere un sentido al tiempo a ellas dedicado. Si
ese valor se obtiene oponiendo apológicamente el ocio al trabajo, resulta una
2
Kaplan, 1960, 24. Miller y Robinson, 1963, 11. Laloup, 1967, 54-55 González
liaca, 1975, 19. F. Crespi, 1966, 1275. Hicter, 1967, 120. Brightbill, 1963, 4. Parker, 1971,
22, 27-28 y 143. E. Weber, 1963, 5. F. Govaerts, 1969, 19. Hofstátter, 1970, 1044. Butler,
1959,1, 23. Hicter, loe. cit. Janne, 1967, 30.
3
F. Govaerts, 1969, 30. De ahí que el tiempo libre subjetivo posea un valor psicoló-
gico como descubridor, como revelador de la personalidad. (Este aspecto ha sido estudiado
empíricamente por Neulinger, 1971). De manera reiterada han captado ello, especialmente,
los filósofos: John Locke escribió que "en el tiempo libre se manifiesta el temperamento y
la inclinación del hombre" (citado por Toti, 1961, 179). Según Schopenhauer, "tanto vale
el hombre, tanto vale el ocio'' (citado por Janne, 1967, 281). Y Ortega compone el refrán:
"Dime cómo te diviertes y te diré quien eres" (1921, 322; véase ibid. 320 y sigs.), que reen-
contramos con diversas variantes en Janne ("Dime con qué te diviertes. . loe. cit.),
Chávarri ("Dime gue haces en tus horas libres. . 1966, 120), Laloup ("Dime qué lees. . .
1967, 2), etc. Vease el comentario de Julián Marías a esta cuestión, con ocasión de tratar
de los placeres y las diversiones, 1958, 182-83.
DEBATE DE CONCEPCIONES OBJETIVAS 81

escala de valores, interpretable en términos de medio-fin. La interpretación de


tal escala, que encierra cierto maniqueísmo axiológico, ha provocado un vaivén
histórico, del que se hacen eco las teorías sobre el ocio actual, las cuales tienden
a basarse en una de estas dos proposiciones, de significado contrario:

a) El ocio posibilita el trabajo: en su planteamiento moderado esta es la


tesis romana, que tomada en forma radical lleva al puritanismo. El traba-
jo domina la alternativa, según unos porque el tiempo libre carece de
un fin propio, y según otros porque constituye fácticamente el valor pre-
dominante en la vida cotidiana. 4 En ambos casos, lo que se denomina
tiempo libre —que desde esta perspectiva es, en realidad, un tiempo de
no trabajo— sirve en lo fundamental para recuperarse física y psíquica-
mente, y poder así trabajar más y mejor.
b) El trabajo posibilita el ocio: esta otra tesis, inversa a la anterior, arranca
de la skholé y se encuentra latente en el ocio caballeresco. El valor que
aquí domina es el ocio, porque constituye un fin, en sí mismo o como
medio para alcanzar fines ulteriores distintos al trabajo. 5 El ocio, pues,
dota ahora de sentido al tiempo —no libre— de trabajo por cuanto éste
sirve para poder estar ociosos.

Pero si se parte del supuesto de que trabajo y ocio no se oponen, al me-


nos necesariamente, surgen otras dos proposiciones asimismo contrarias, a saber:

c) El trabajo y el ocio son autónomos: porque tienen fines completamente


diferentes, con la consecuencia de que sus respectivos valores, al perte-
necer a dos "mundos" distintos, no están jerarquizados. Esta posición
es característica de una parte del sector burgués que rechaza la dicto-
mía trabajo-ocio.

4
"Dado que el trabajo tiene un fin, domina la relación tiempo de trabajo-tiempo libre.
Este último (no, el ocio) sin un fin en sí mismo sino en su relación con el trabajo, no tiene
una existencia separada" (De Grazia, 1962, 365). "El trabajo, cualquiera que sea la parte de
insatisfacción que contenga, permanece en el centro del sentimiento de dignidad y de rea-
lización personal en Occidente y por eso constituye el fundamento del ocio y de la diver-
sión". (Riesman, prólógo a la edición francesa de The Lonely Crowd: La foule solitaire,
P., Axtaud, 1964.
s
Recordemos que para Aristóteles, el ocio es preferible al trabajo, por cuanto aquél
es el fin y éste un medio (Política Vil, 1333a y 1334a; VIII, li'ilb y 1338a; etc.) Los grie-
gos rechazaron el trabajo no por ser fatigoso, sino por su carácter asalariado (Weinstock,
1956, 8 y sigs) y valoraron la skholé por ser fuente de sabiduría. Para las relaciones entre
el trabajo y el ocio en Aristóteles véase Martín López, 1965, 172-73.
Similar posición, aunque con otro matiz, mantuvo Tarde (1902, I, 123): La vida
económica del hombre no sólo consiste en el trabajo, sino también en el ocio; y el ocio,
al que la economía ha' descuidado casi por completo, merece, en cierto sentido, más con-
sideración que el trabajo, puesto que el ocio no existe para el trabajo sino el trabajo para
el ocio".
Por lo que se refiere al valor del tiempo libre como medio sin referirlo al trabajo, sir-
van como ejemplo la concepción caballeresca para la que el ocio es un medio de conseguir
el respeto de los demás (Veblen, 1899, 46), y la concepción cristiana, que ve en el tiempo
libre un medio para "cumplir mejor los deberes religiosos, así como para hacerse más apto
para el trabajo física y espiritualmente" (Pío XII, citado por Robles Piquer, 1966, 23). En
igual sentido se expresó Pablo VI (1965), añadiendo que el ocio es una actividad compensa-
dora que, en cierto sentido, ayuda al hombre a realizar sus aspiraciones de bienestar y
felicidad".
82 EN B U S C A D E L S E N T I D O D E L T I E M P O LIBRE

d) La última proposición afirma que el trabajo y el ocio son actividades


recíprocamente complementarias. Es la tesis típica del marxismo, pero
que también es sostenida por alguno que otro autor no admitido en esta
línea del pensamiento y que pretende validarla sin recurrir a una inter-
pretación dialéctica de la misma. 6
A pesar de que lógicamente las tres primeras tesis son incompatibles entre
sí, hay teorías que procuran integrarlas con más o menos fortuna y grado dé
explicitud. Este es el caso de la concepción objetiva más fundamental en el
análisis empírico y mejor elaborada teóricamente, la de Joffre Dumazedier y
que hemos visto sólo en lo relativo al semiloisir. Exponerla en su aspecto cen-
tra! no sólo es el mejor ejemplo de ello, sino que la crítica que provocará ha de
conducirnos directamente al descubrimiento del sentido que posee el ocio como
tiempo libre.

LA CONCEPCIÓN F U N C I O N A L DE D U M A Z E D I E R

El proceso de elaboración de la teoría dumazediana del ocio se da en dos


etapas. La primera, que arranca de los años cincuenta, cristaliza en una defini-
ción, aceptada por una gran cantidad de autores. r *En la segunda, muy reciente,
Dumazedier pide al lector que olvide aquella definición.
A pesar de tal repudio, cuyo verdadero alcance discutiré más adelante, aque-
lla definición conserva el indudable mérito de penetrar descriptivamente en el
contenido fáctico del ocio, y de ahí el valor operativo que en forma mayoritaria
se le otorga.® El propio autor de la misma nos explica cómo llegó a formularla",
buscó primero una definición empírica en el nivel de una sociología descriptiva
de la vida cotidiana. "Superficial pero prudentemente", partió del ocio: a) vivido
por la mayoría de los trabajadores urbanos; b) en su totalidad; y c) integrado en
el conjunto de la vida cotidiana en un momento de su evolución. Desde tal pers-
6
Sobre la tesis de la autonomía véase la nota 19 del capítulo^ siguiente. En cuanto a
la última tesis expuesta ha sido bien sintetizada por R. Paianque (véase nota 25 del cap. 2);
dentro del ala burguesa, cfi. por ejemplo Riesman, 1954, 333;Mumford, 1956, 281;Fried-
mann, 19606, 245 y 247; Parker, 1971, passim; ya Jacks, en 1932, afirmaba que por no ser
ambos fenómenos dos aspectos separados de la vida, el máximo bien del hombre, ser indivi-
sible y creador, exige la síntesis del trabajo y el ocio (1932; citado por Miller y Robinson,
1963, 171)._
Además de las cuatro tesis objetivas expuestas cabría mencionar otros planteamientos
sui generís como el de France Govaerts (1969, 30 y 28) para quien la objetividad del tiempo
libre se basa en que su utilización se forja en razón de las condiciones de la vida social, resi-
diendo su valor objetivo en "la consagración legal de un tiempo de libertad" (el subrayado
es mío). Tal enfoque, que hace relativa y formal la cuestión, evade el problema.
7
Entre nosotros, por ejemplo, el Informe FOESSA sobre la situación social de España,
1975 comienza su investigación sobre el ocio en dicho país afirmando que "es, sin duda, la
definición funcional que del ocio hace J. Dumazedier la más completa" y la transcribe acto
seguido. Cfr. FOESSA, 1976, 1028, nota 63.
8
Dicha definición ha orientado fructíferamente, dice Dumazedier (1962a, 341), un
estudio comparativo sobre la evolución del ocio en once países europeos del Este y del
Oeste. El sociólogo francés se refiere al estudio sobre el ocio en la dinámica sociocultural de
la civilización industrial emprendido, desde 1956, bajo la éjida de la UNESCO, concretamen-
te por el Departamento de Ciencias Sociales, de la Educación y de la Juventud, en países
de diferente nivel técnico y estructura social distinta: -Francia, Suiza, Bélgica, Italia, Alema-
nia, Austria, Holanda, Dinamarca, Finlandia, Polonia y Yugoslavia. Véase UNESCO, 1957
en relación con lo que sigue.
C O N C E P C I Ó N F U N C I O N A L DE D U M A Z E D I E R 83

pectiva, realizó una investigación histórica sobre la situación del ocio en la evolu-
ción técnica y social de 1830 hasta nuestros días, duplicada por una encuesta sis-
temática sobre la representación vivida del ocio, según una muestra proporcional
de 819 obreros y empleados urbanos del sexo masculino, de diferentes regiones
francesas.
Esas investigaciones le llevaron a formular la siguiente definición, de carác-
ter "funcional y banal pero completa" según él mismo manifiesta: "El ocio es
un conjunto de ocupaciones a las que el individuo puede entregarse con pleno
consentimiento, ya sea para descansar o para convertirse, o para desarrollar su
información o su formación desinteresada, su voluntaria participación social o
su libre capacidad creadora, cuando se ha liberado de (todas) sus obligaciones
profesionales, familiares y sociales". 9
Si procedemos,a analizar esta definición, encontramos en ella elementos de
muy distinta naturaleza:

1. Un elemento inicial, de carácter objetivo, según el cual el ocio consiste,


ante todo, en un conjunto de ocupaciones.
2. Otro elemento, éste subjetivo, dado por la posibilidad de obrar indivi-
dualmente con pleno consentimiento (de plein gré).
3. Un tercer elemento, que especifica el primero y como aquél es objetivo,
siendo además teleológico; elemento que se refiere a las formas concre-
tas que revisten aquellas ocupaciones y que Dumazedier denomina fun-
ciones del ocio.
4. Un último elemento esencial, ya que es una condición sine qua non o
presupuesto básico de carácter previo, consistente en el hecho de que el
ocio únicamente se da después de haberse uno liberado (aprés s'étre
dégagé) de sus obligaciones.

En realidad, los tres últimos elementos son requisitos que debe reunir el
primero, o sea, para que un conjunto de ocupaciones constituya ocio. Ellos van
a ser nuestro inmediato objeto de estudio; pero antes es forzoso que examine-
mos el rechazo que Dumazedier ha hecho últimamente de su definición, una
definición que había llegado a ser considerada como clásica y que actualmente
es aplicada por muchos analistas del ocio. Porque cabe preguntarse si vale la pena
tomar en consideración una definición, y la concepción que late en ella, rechaza-
da ya por el propio autor que la dio a la luz.

9
Dumazedier ha ido recogiendo —antes de rechazarla bruscamente— una y otra vez ad
nauseam esta definición en la mayoría de sus escritos: 1954; 1959, 19-20; 1960a; 1962a,
341-42; 1962¿>, 30-31; Dumazedier y Guinchat, 1965, 2; etc. La he transcrito teniendo en
cuenta las ligeras variaciones que Dumazedier introducía en ella al irla repitiendo. (La pala-
bra "todas" se incluye en 1962a pero no consta en 1962b, ni en 1964.)
Gist y Fiéis Fava (1964, 535) definen el tiempo libre de un modo parecido: el tiempo
que un individuo tiene libre del trabajo o de otros deberes, y que puede usar para fines
de descanso, distracción, relación social o perfeccionamiento personal. Pero, a diferencia de
Dumazedier, reconocen que lo mismo que otras muchas definiciones, la suya no delimita
claramente el tiempo libre del no libre, ni la actividad desarrollada durante aquél de aquella
otra que es obligatoria.
Mi crítica a la definición dumazediana se dirigirá básicamente a otro aspecto de la
misma: el del sentido del fenómeno. Para otros aspectos, acúdase a Copfermann, 1968,
110, y a Lanfant, 1972, 141 y 242-249, entre otros.
84 EN B U S C A D E L S E N T I D O D E L TIEMPO LIBRE

En su último libro publicado, después de criticar los diferentes tipos de defi-


niciones que según él existen sobre el ocio, 10 considera que "es más válido y
operativo designar con la palabra ocio sólo el contenido del tiempo orientado ha-
cía la realización de la persona como fiii último". Con esta afirmación no intenta,
según expresamente declara, dar una nueva definición, sino que, cautamente
subraya, traía tan sólo de una noción aproximativa al fenómeno.
Veamos cómo hace explícitos los tres aspectos que se observan en esa no-
ción. En cuanto al .contenido del ocio, afirma Dumazedier en su libro que con-
siste en un conjunto más o menos estructurado de actividades personales (loisirs)
en relación con las necesidades corporales y espirituales (loisirs físicos, prácticos,
artísticos, intelectuales y sociales según la propiedad objetiva dominante en
cada caso), limitadas por el condicionamiento económico, social, político y
cultural de cada sociedad. En lo relativo al tiempo de ocio, lo considera un
tiempo disponible por el individuo no por decisión suya, sino debido al triple
hecho de la reducción de la duración del trabajo, de la regresión de las obli-
gaciones socioespirituales y de la liberación de las obligaciones sociopolíticas.
Y por lo que se refiere a la orientación de la persona, ésta en dicho tiempo se
libera a su gusto (a sa guisé), de la fatiga relajándose, del aburrimiento divir-
tiéndose, y de la especialización funcional desarrollando de un modo intere-
sado las capacidades de su cuerpo y su espíritu. Para Dumazedier, eí ocio así
concebido, constituye un nuevo valor social que se traduce en un nuevo dere-
cho social a disponer de un tiempo en el que el fin es, ante todo, la satisfacción
de uno mismo.
¿Estamos ante un nuevo Dumazedier? ¿Hay una sola concepción en sus tra-
bajos o dos concepciones diferentes? Comparemos la noción explicada con la
definición primeramente formulada por él. Está claro que el ocio continúa
siendo visto desde un ángulo objetivo, como un conjunto de ocupaciones. Pero
ese aspecto queda supeditado a otro elemento: el tiempo, antes olvidado y

10
Véase 1974, 28, 88 y sigs., 250 y 54 y sigs. Dicha crítica no incluye su anterior
definición (que, dicho sea de paso, ya no aparece en Dumazedier, 1968), cuyo rechazo
no queda explícitamente explicado. Dumazedier, después de decir que una definición socio-
lógica debe ser lógica, válida y operativa y tener en cuenta la división del trabajo sociológico,
añade que en la sociología actual hay cuatro tipos corrientes de definiciones sobre el ocio;
a saber:
Definición 1. El ocio no es una categoría definida de comportamiento social, sino un
estilo de comportamiento. Se encuentra en Riesman, Wilensky o Kaplan. Tiene la ventaja de
mostrar que toda actividad puede ser ocio, que este puede sei origen de un estilo de vida y
cambiar la calidad de ésta; y la desventaja de confundir el ocio con el placer y el juego, y de
fijarse más en la actitud psicológica de algunos que en el comportamiento común a todos.
Definición 2. El ocio se define por oposición al trabajo profesional. Se encuentra des-
de Marx hasta Keynes, y es la preferida por los economistas y sociólogos del trabajo como
Meyersohn o Parker. Aunque relaciona el ocio con la principal fuente creadora del mismo
y permite analizar sus problemas específicos en las sociedades industriales avanzadas, con-
funde el ocio con el no-trabajo olvidando que el tiempo liberado del trabajo es un campo
heterogéneo que incluye otras obligaciones, especialmente las familiares.
Definición 3. El ocio excluye las obligaciones doméstico-familiares. Si bien muestra
que la creación y limitación del ocio es doble (reducción del trabajo profesional y del fami-
liar), es confusa y polisémica porque si no excluye el campo político y/o el espiritual, que-
dan confundidos los campos del ocio y del tiempo libre.
Definición 4. Está dada por la propia explicación de Dumazedier que resumo a conti-
nuación.
Es de advertir que, aunque él mismo declara no dar una definición, autocíasifica como
tal la noción del ocio que propone.
LAS " F U N C I O N E S " D E L OCIO 85

que ahora pasa a un primer plano. 11 En cuanto al elemento subjetivo, la di-


mensión psicológica (de plein gré) del fenómeno se formaliza (á sa guise) y vin-
cula directamente con las funciones del ocio, las cuales parecen quedar en
segundo término en la nueva explicación. Finalmencs, el elemento ideológico
queda alejado de estas funciones: descriptivo en la primera explicación, adquie-
re tintes abstractos, más normativos y antropológicos, en la segunda. Su conte-
' nido resulta más vago, constituido por dos aspectos de un mismo fin: de un
lado, se dice que consiste en "la realización de la persona", de otro se explica
qué es "la satisfacción de sí mismo"; aquél es algo objetivo, éste, en cambio,
es subjetivo.
Tales diferencias llevan fácilmente a creer que Dumazedier ha dado un
fuerte giro en su concepción del ocio; sin embargo, como se irá viendo, ésta
no ha variado en lo esencial. En realidad, estamos ante una única concepción
que últimamente se ha intentado revisar y profundizar, pero sin ningún cambio
sustancial en la misma. Desde mi punto de vista, lo más importante de esta evo-
lución es que Dumazedier, moviéndose en un nivel más alto de abstracción, acen-
túa el aspecto autónomo y destaca la dimensión temporal del loisir. Lo que es
chocante, por no decir incomprensible, es que el fino espíritu empírico de
Dumazedier crea y escriba que su explicación actual es más operativa que la pri-
meramente defendida por él.
Aclarando esto, pasaré a ocuparme ahora del aspecto objetivo de su defi-
nición, el cual perdura en su evolución posterior y constituye su más seria y
novedosa aportación al tema. Después me referiré al aspecto subjetivo de la mis-
ma. El último elemento, que toca centralmente la cuestión de la libertad, lo
veremos en el próximo capítulo.

LAS " F U N C I O N E S " D E L O C I O

Dumazedier ha puesto sumo cuidado en detallar el carácter funcional de su


definición. Refiriéndose a la encuesta que emprendió en 1950, señala que casi
todas las contestaciones establecían que el ocio, cualquiera que sea su función,
es, en primer término, una liberación y un placer; luego, separa tres categorías
que, en su opinión, corresponden a las tres funciones principales del ocio. Están
dadas por el descanso, la diversión y el desarrollo de la personalidad. 12
El descanso, escribe el sociólogo francés, "nos libra de la fatiga"; en ese sen-
tido, el ocio protege del desgaste y del trastorno físico o nervioso provocado por
las tensiones derivadas de las obligaciones cotidianas, y en particular del trabajo.
La diversión "libera principalmente del aburrimiento, de la monotonía de
las tareas parcelarias sobre la personalidad del trabajador, de las alienaciones del
hombre actual". Puede ser un factor de equilibrio y un medio para soportar las
11
El sector temporal del ocio, puntualiza Dumazedier (1974, 91-94 y 250), no debe
confundirse con el tiempo libre. Este último es aquella paite del tiempo liberado del trabajo
profesional y familiar que incluye, además del tiempo de ocio, el dedicado a las obligaciones
socioespirituales y sociopolíticas. Lo que no obsta, según él, a que las fronteras entre el ocio
y el tiempo libre se mezclen por ser estrechas sus relaciones.
12
Estas tres funciones fueron resumidas en tres palabras por el Congreso de expertos
de Gauting: Délassement, Divertissement, Développement. Ello popularizó el llamado
"slogan de las 3 D".
EN B U S C A D E L S E N T I D O D E L TIEMPO LIBRE

disciplinas y coacciones necesarias de la vida social, a base de romper con nuestro


universo cotidiano. "De todo ello proviene la búsqueda de una vida de comple-
mento, de una compensación o huida por medio de la diversión y la evasión
hacia un mundo diferente —aún contrario— al de todos los días. Esta función
de diversión es la mencionada en la mayor parte de las contestaciones a la en-
cuesta mencionada".
Finalmente, existe la función de desarrollo de la personalidad, "la cual libera
de los automatismos del pensamiento y de la acción cotidiana". Permite una par-
ticipación social más amplia y más libre, y una cultura desinteresada del cuer-
po, de la sensibilidad y de la razón.
Dumazedier es consciente de que estos tres aspectos funcionales del ocio
pueden conducir fácilmente a una desintegración del mismo, viendo en ellos
tres fenómenos diferentes. Esto no es así, se apresura a puntualizar Dumaze-
dier, porque el ocio funda su unidad no sólo en razones externas, por cuanto se
opone a las necesidades y deberes en cualquiera de aquellos tres aspectos, sino
también, "en razones internas que se deben a la originalidad de su estructura",
pues la encuesta, base de la definición, muestra que las tres funciones principa-
les descritas son, a la vez que distintas, interdependientes según las situaciones:
"Estas tres funciones son solidarias; están estrechamente ligadas una a la otra,
aun cuando se oponen. En efecto, existen en grados variables en todas las situa-
ciones, en todas las personas; pueden sucederse o coexistir. Se manifiestan con
frecuencia sucesiva o simultáneamente en una misma situación de ocio; están
imbricadas una en otra hasta el punto que resulta difícil distinguirlas. En reali-
dad, cada una no es frecuentemente sino una dominante, producida por la in-
teracción de una situación social y de una actividad individual".
En síntesis, "el ocio se presenta como un conjunto de actividades origina-
les: fundamentalmente distintas, por una parte, de las actividades productivas y,
por otra, de los deberes sociales; constituyen lo que podría llamarse actividades
terciarias". Y añade que dichas actividades pueden ser exclusivas, sucesiva o si-
multáneamente fuerzas de reparación, de diversión o de desarrollo: fuerzas de
evasión o de participación social; fuerzas de regresión o de progreso culturales.
Son actividades —termina diciendo Dumazedier— cuyo papel es, a la vez, eficaz
y ambiguo en la dinámica de la cultura y de la sociedad. 13
¿Cuál es la postura del último Dumazedier sobre las funciones del ocio?
El desplazamiento a segundo término de las mismas no va más allá de la noción
propuesta por él. 14 En efecto, al destacar el carácter personal del ocio, reitera
sintéticamente que éste ofrece al hombre la satisfacción de tres necesidades del
individuo a través de tres géneros de elección, que originan respectivamente tres
"funciones fundamentales e irreductibles" del ocio, a saber: "la posibilidad de

13
Dumazedier califica de inadecuada a la sociología del ocio en el sentido anglosajón
del término, porque ésta no puede captar la variación de dichas dominantes bajo el efecto
de una situación social; confunde el descanso y la diversión,.y es poco sensible a las condi-
ciones que favorecen o contrarían el desaxioEo de la personalidad durante el tiempo libre.
Cfr. para todo lo expuesto hasta aquí, en este apartado, Dumazedier, 1954; 1959; 1962a,
342 y sigs.; y 1962b, 28 y sigs. (los subrayados son del propio Dumazedier).
14
Aunque se advierte, también, en el hecho de despreciar el criterio funcional en la
clasificación de ios ocios y basarse en la propiedad objetiva dominante en cada actividad
(véase Dumazedier, 1974, 103 y sigs.), lo que tiene antecedentes en su obra (cfr. Dumaze-
d;?r y 'Rip;rí, 1966).
LAS " F U N C I O N E S " D E L OCIO 87

liberarse de la fatiga física y nerviosa, por su poder de recuperación u ocasión


de holganza; de liberarse del aburrimiento cotidiano debido a las tareas parce-
larias y repetitivas, abriendo el universo real o imaginario de la diversión auto-
rizada o prohibida por la sociedad; y de salir cada uno de las rutinas y estereo-
tipos impuestos por el funcionamiento de los organismos de base, abriendo la
vía de una libre superación de sí mismo y de una liberación del poder creador,
en contradicción o en armonía con los valores dominantes de la civilización". 15
Aunque ahora no se mencionen de un modo expreso las "tres D", es indis-
cutible que esa tríada se encuentra" implícita en el texto transcrito. 16 Sus
nuevas preferencias terminológicas —en vez de descanso prefiere hablar de "re-
lajación", en lugar de referirse al desarrollo de la personalidad se refiere a la
"libre superación de sí mismo y liberación del poder creador", etc.— no modi-
fican el conjunto de su posición. Las funciones del ocio continúan sustancial-
mente conservando su importancia.
La concepción funcional, que hemos visto a través de Dumazedier —uno de
los máximos exponentes del objetivismo— se encuentra también formulada en
autores más visiblemente inclinados hacia el subjetivismo, como Erich Weber. 17
Es interesante comparar las posturas de ambos desde el punto de vista de las
funciones del fenómeno, debiendo advertirse que el autor alemán, al menos
explícitamente, parece desconocer la aportación dumazediana.
Desde la perspectiva antropológica que le es propia, Weber considera que las
funciones más importantes y que no siempre pueden separarse con claridad del
tiempo libre son: la regeneración, la compensación y la ideación. La regenera-
ción o recuperación de las energías corporales y anímicas es la más fundamen-
tal por ser absolutamente necesaria. Puede ser de dos especies, según que el can-
sancio sea total o parcial: pasiva, como el sueño y el reposo, o activa, en forma
de juegos, excursiones, trabajos en el jardín, etc. La compensación consiste en
el equilibrio de las frustraciones, directamente mediante una superación de las
dificultades o indirectamente con una sustitución de los anhelos no satisfechos.
Y la ideación, que es una función espiritual-ideal del pensamiento: intuición de
ideas con orientación de sentido y apelación normativa. Es el ocio contempla-
tivo, posible sólo en el tiempo libre de trabajo. 1 8
Cada una de estas funciones confiere, como en Dumazedier, un sentido
específico al tiempo libre; el menos hondo es el de la regeneración y el más pro-
fundo, el de la ideación. Aquélla es absolutamente necesaria y el presupuesto
inevitable para todas las formas superiores de comportamiento del tiempo libre.
Este comportamiento según Weber, sólo está lleno de sentido cuando, además
de cumplir funciones antropológicamente importantes para la autorreaüzación
humana, el empleo del tiempo libre se adecúa al individuo para constituir un valor.
Si comparamos las dos concepciones expuestas, fácilmente se advierte que,
aparte del distinto grado de abstracción en que se mueven, hay un paralelismo
algo más que formal entre ambas:

15
Dumazedier, 1974, 98-99.
16
Y en ibid., 93.
17
Cfr. nota 32, del cap. 7.
18
E. Weber, 1963, 193-255, principalmente 212 y sigs.
88 EN B U S C A D E L S E N T I D O D E L TIEMPO LIBRE

Funciones del ocio Funciones del tiempo libre


en Dumazedier en Erich Weber
Descanso Regeneración
Diversión Compensación
Desarrollo de la personalidad Ideación

La diferencia más acusada se da en la tercera función, que en Weber casi se


confunde con la skholé mientras que Dumazedier le confiere una extensión am-
plísima. Pero ambas concepciones coinciden en la complejidad funcional del ocio
o tiempo libre, en el cará.cter interrelacionado de sus funciones, en la dificultad
de su aislamiento en la vida concreta y en el centrar en estas funciones el sentido
del fenómeno. Este sentido, globalmente en Dumazedier y sólo en lo más hondo
en Weber, se dirige a-la completa realización de la persona por sí misma. 19
Después de este breve paréntesis para demostrar que la concepción funcional
no sólo no es exclusiva de Dumazedier, sino que autores distantes metodológica
e ideológicamente de él también la comparten, hay que señalar que esta concep-
ción intenta conjugar varias tesis contradictorias sobre el sentido del ocio. Cifién-
dome al planteamiento dumazediano, 20 parece a primera vista que en el fundador
de Peuple et Culture el ocio como fin —aunque no como fin último, sino precisa-
mente por ser medio de la cultura— tenga que ser prevalente frente al trabajo. Sin
embargo, no es ajena a él la tesis de la prevalencia axiológica del trabajo sobre el
ocio, la cual está latente en su interpretación de la libertad a la que hay que aña-
dir la tesis del ocio como un valor autónomo; decididamente defendida en su
última etapa al entender que la estructura original del fenómeno está dada por
las "actividades terciarias" pertenecientes a un mundo fundamentalmente distinto
al productivo y al de los deberes sociales.
De todo ello trato en el siguiente capítulo. No puede, sin embargo, cerrarse
éste sin aludir al hecho de que las contradicciones dumazedianas se extienden
incluso hasta comprender otra tesis que parece quedar superada por la teoría
funcional, la tesis del sentido subjetivo del ocio.
En efecto, aunque aparentemente el elemento subjetivo, dado por el pleno
consentimiento para descansar, divertirse o desarrollar la personalidad, no ocupa
un lugar central en su teoría, no hay que engañarse. Dumazedier puntualiza, de
un modo taxativo, que el ocio es "el derecho de actuar (uno) a su gusto después
19
Algunos autores, aunque hablan de las funciones del tiempo libre se refieren, en rea-
lidad, a otros aspectos del fenómeno. Es el caso de Filipcová y Jéstrab (1965-35), los cuales
después de criticar, por parciales, las concepciones económicas, psicológicas y sociológicas
del ocio, afirman que éste "cumple las mismas funciones" que el trabajo, esto es: 1. una
función cultural, 2. una función psicológica, 3. una función social, y 4. una función eco-
nómica. Sólo que en el trabajo la escala de valores tiene un orden inverso, lo que determina
la diferente importancia de los problemas en uno y otro fenómeno. Esta "igualdad" de
funciones —aclaran los citados autores checos— no es paradójica, porque el trabajo y el ocio
no se oponen de un modo absoluto sino dialéctico. Sin entrar a discutir la validez de aquella
inversión axiológica, esta concepción multidimensional es obvia; el tiempo libre es un fenó-
meno humano y, como tal, afecta a todas las dimensiones características del hombre. Pero
me parece equívoco ver en tales dimensiones amplias funciones del tiempo libre.
El tomar el término "función" en una acepción tan amplia es común a los autores
marxistas. Cfr. además de los ya citados, Luzutkin, 1974, 202. No obstante, téngase en
cuenta lo que se dice en la nota 33 del cap. siguiente.
20
Aunque lo que sigue puede imputarse también a E. Weber. Cfr. nota 32 del cap.
siguiente.
LAS " F U N C I O N E S " D E L OCIO 89-

de haberse liberado de todas las obligaciones fundamentales", y que su condición


primera es que esté orientado hacia un estado de satisfacción individual tomando
como fin en sí mismo. 21 ¿No son suficientemente patentes en esa afirmación
todos los rasgos diferenciales de la tendencia burguesa? Junto a un individualis-
mo —también localizable en las funciones del fenómeno 22 — y un liberalismo, se
observa un claro subjetivismo: el ocio objetivo no es otra cosa que un medio para
alcanzar el auténtico ocio, el ocio subjetivo. Esto, aparte del idealismo que repre-
senta al creer que uno puede llegar a liberarse de "todas las obligaciones", máxi-
me si éstas son fundamentales. Tales rasgos se mantienen en la noción del ocio
que da últimamente el sociólogo francés como conducta individual orientada
según la lógica del sujeto (lógica que comprende, a su vez, la lógica de los intere-
ses particulares del sujeto) hacia su realización como fin último,23
¿Cuál es el contenido de la libertad en el tiempo de ocio según la teoría
expuesta? Está dado por las actividades funcionalmente típicas de este tiempo;
pero ¿hasta qué punto ese contenido representa un autocondicionamiento? La
teoría dumazediana no da una contestación manifiesta a ello; sin embargo, ana-
lizada en profundidad, contiene una respuesta que termina de desvelar todo su
verdadero significado. La crítica a esa respuesta obliga a un nuevo análisis del
autocondicionamiento como manifestación de la libertad en la temporalidad, es
decir, del tiempo libre.

21
Dumazedier, 1962a, 342. Dumazedier y Ripert, 1966, 44: Dumazedier, 1974, 98.
22
Según Parker (1971, 55-59), las 3 D —que se deducen de la conducta observada—
constituyen las funciones individuales del ocio; pero, además del nivel individual, hay que
considerar el social. Las funciones sociales del ocio, según él, se descubren al contestar a la
pregunta ¿cómo sirve el ocio a la sociedad? Parker contesta que son las tres siguientes:
1. Ayudar a lamente a comprender cómo desempeñar su rol en el trabajo —y en el estudio—,
lo que se efectúa a través del proceso de sociabiÚzación; 2. ayudar a la gente a conseguir los
objetivos sociales, mediante la función recreativa que alienta a los trabajdores frente a la
fatiga y al aburrimiento; y 3. ayudar a la integración social, promoviendo la solidaridad
por ejemplo, mediante el juego y los deportes.
23
La conexión entre las tesis subjetiva y autónoma ha sido advertida por Lanfant.
Véase la nota 25 del cap. siguiente.
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Es claro que en la teoría funcional de Dumazedier la liberación ocupa un


lugar clave. La definición del ocio se basa en ella al referirse a unas ocupaciones
a las que se entrega el individuo "cuando se ha liberado" de todas sus obligacio-
nes. Y la explicación de las funciones desempeñadas por tales ocupaciones insiste
en el tema al decir, en resumen, que el descanso libra de la fatiga, la diversión
libera del aburrimiento, y el desarrollo de la personalidad libera de los automa-
tismos del pensamiento.
Lo que en principio no está claro en esta teoría, es el contenido de la libera-
ción, puesto que la definición alude a una liberación por parte del sujeto relativa
de sus obligaciones, especialmente del trabajo; mientras que la explicación de las
funciones del ocio se refiere a una liberación de la fatiga, del aburrimiento y de
unos automatismos. ¿Por qué tamaña incongruencia, un doble tratamiento de la
liberación? ¿No invalida aquella definición o esta explicación, o incluso quizás
ambas cosas?
Estamos ante una cuestión esencial, ya que afecta el papel que las. 3 D de-
sempeñan en la génesis del ocio como tiempo libre. En efecto, si se acepta aquella
definición se sigue que la conducta derivada de dichas 3 D es constitutiva de ocio.
En cambio, si se atiende a las funciones de éste, resulta que tal conducta no cons-
tituye ocio, puesto que actúan precisamente para poderse uno liberar, esto es, de
medio liberador para poder llegar a tener ocio. Y en este último caso, surge otra
incógnita: ¿Cuándo aparece el ocio y en qué consiste?
Ante tal embrollo, se impone una lectura crítica de la teoría funcional para
aclarar el significado que en ella tiene la liberación.

LA L I B E R A C I Ó N

En principio, el lugar central que Dumazedier otorga a la liberación se en-


cuentra resumió : en esta frise: el ocio debe ser definido en relación con «i libe-
92 LA L I B E R T A D EN E L T I E M P O LIBRE

ración del trabajo tanto del profesional como del familiar. 1 Pero ese lugar es
mucho más central de lo que probablemente cree el mismo Dumazedier.
Para él, el ocio presenta simultáneamente cuatro caracteres esenciales "pues-
to de relieve en diferentes investigaciones empíricas realizadas a ambos lados del
Atlántico desde 1930":
1. Es liberatorio, en relación con el trabajo y demás obligaciones básicas de
carácter primario, o sea de las obligaciones institucionales no derivadas
de la propia actividad ociosa. Es libre elección, y si deviene obligación
primaria, deja de ser ocio aunque no cambie su contenido o procure
las mismas satisfacciones.
2. Es gratuito, en el sentido desinteresado o no comprometido; es decir, no
está sometido fundamentalmente a ningún fin instrumental sea lucrativo,
utilitario o ideológico.
3. Es hedonistico: está orientado siempre hacia la búsqueda de un estado de
satisfacción tomado como fin en sí mismo. Si esta satisfacción cesa, el
ocio ya no es total, sino que queda empobrecido.
.4. Es personal, esto es, atiende a grandes necesidades individuales de liberar-
se de la fatiga, del fastidio y de las rutinas y estereotipos impuestos por
los organismos de base.
De estos cuatro caracteres, comenta Dumazedier, los dos primeros son nega-
tivos en el sentido de que se definen en relación con las instituciones básicas;
mientras que los otros dos son positivos por cuanto están definidos por las
necesidades de la personalidad. 2
La liberación —se nos dice en el párrafo anterior— es una de las características
esenciales del ocio, y más exactamente la primera de ellas. En relación con este
carácter, Dumazedier explica que el ocio es de hecho liberación de las obligacio-
nes primarias tanto las del trabajo que imponen la empresa y la escuela como las
de las instituciones familiar, Cívica y espiritual. La noción de ocio implica dialéc-
ticamente la de la obligación primaria: se opone a ésta a la vez que la supone; y
es preciso que ella cese para que aquél comience. 3
Sin embargo, las restantes características dan a entender que no basta
el mero cese de la obligación primaria para la liberación, pues ellas también
se refieren a ésta, pero en otro sentido. En efecto, al señalar que es esencial al
ocio el que éste sea gratuito, personal y hedonistico, se está indicando que para-
que se dé el ocio, el individuo ha de liberarse de cualquier finalidad heterocondi-
cionante de su conducta, así como de ciertas necesidades individuales, y además
ha" de sentir psicológicamente esta liberación. Mas en todos estos casos, ésta se
refiere a algo muy distinto al caso anterior. En desacuerdo con la explicación
funcional dada del fenómeno, la liberación hace referencia ahora al hecho de que
las ocupaciones de ocio sólo funcionan como tal si son gratuitas, personales y
hedonísticas, pues sólo así pueden liberar al individuo de los efectos de aquellas
obligaciones.
1
Dumazedier, 1974, 250.
2
Dumazedier y Ripert, 1966, 43 y 293. Dumazedier, 1968, 250 y sigs.; y 1974, 95 y
sigs. Los mencionados caracteres, según este autor, son específicos y constitutivos del ocio.
Por esta razón, nos explica que ¡llamará ocio a toda actividad que los reúna! Y añade, acto
seguido, que sin ellos el ocio no existe (1974, 95); pero páginas después leemos en la misma
obra que si falta alguno de dichos caracteres el ocio no es completo (ibid., 99).
3
Dumazedier y Ripert, 1966, 43.
COMPENSACIÓN 93

De lo hasta aquí explicado se desprende que Dumazedier emplea la palabra


"liberación" con dos acepciones diferentes: según la primera, la liberación es el
cese de una obligación primaria, lo cual se produce mediante una sustracción de
tiempo a aquélla; según la segunda, la liberación es el cese de los efectos de una
obligación primaria, esto es, la eliminación de la fatiga, el aburrimiento, la rutina
mental, etc., mediante determinadas actividades ad hoc.
El concepto de liberación resulta confuso, no debido a estas dos acepciones,
pues los contextos en que respectivamente se emplean permiten identificar la
acepción correspondiente en cada caso, sino debido a la discordancia que hay
acerca del uso de tales acepciones entre la definición y la explicación funcional,
del ocio, pues aquélla se refiere a la primera acepción y ésta a la segunda. A pesar
de ello, la existencia de una dualidad significativa es operante, ya que en realidad
cada acepción se refiere a un aspecto parcial de la liberación. Esto se advierte
fácilmente analizando, desde esta perspectiva, las cuatro características citadas.
En efecto, de un lado se había de una liberación pasiva originada por el
hecho de que el sujeto no se ocupe en ninguna obligación primaria, y de otro, se
habla de una liberación activa dada por el triple hecho de que aquél se ocupe en
una actividad (en realidad, la segunda característica no es negativa como dice
Dumazedier, sino positiva) sin una finalidad instrumental, para satisfacer una
necesidad de superar los efectos de aquella obligación, y que le haga sentirse
psicológicamente satisfecho, lo cual constituye un fin en sí mismo, y en conse-
cuencia, el fin del ocio; ocio que una vez más se nos presenta en último término
con un valor subjetivo.
Una concepción integral de la liberación por el ocio abarca ambos aspectos.
Ciertamente, para que se dé un ocio liberador son precisas estas dos condiciones:
a) sustraer un tiempo a las obligaciones primarias, para que éstas dejen de darse
de una forma digamos activa, y b) emplear ese tiempo de tal modo que las secue-
las de tales obligaciones dejen de heterocondicionar a la persona. La teoría fun-
cional, según esto, propugna que cuando se cumplen ambas condiciones, la
persona queda, a través del ocio, ya del todo liberada de aquellas obligaciones. 4
El tiempo de ocio es, entonces, objetivamente un tiempo liberador.
Se deduce de esto que la definición dumazediana del ocio es incorrecto pre-
cisamente por faltarle el único requisito certificado por el autor; no es completa,
porque no incluye el segundo aspecto de la liberación; aspecto que en cambio
cuida de desarrollar su autor al explicar las funciones del ocio, y que sin duda
tiene más importancia que el primero para aprehender el fenómeno del ocio
como vamos a ver acto seguido.

LA COMPENSACIÓN: UN P R O C E S O P S I C O L Ó G I C O B Á S I C O

Muchos autores designan la liberación, en la segunda acepción señalada en el


apartado anterior, con el nombre de "compensación". Es el caso de Georges
4
Esta es también la concepción que del tiempo libre, no del ocio, tiene de Grazia (véa-
se 1962, 217): el tiempo libre descansa en el sentido negativo de la libertad, en ésta como
liberación de algo, en este caso del trabajo.
En la concepción más coherente de Erich Weber también se resalta, aunque de una ma-
nera implícita, la importancia de la liberación. Pero ésta parece quedar restringida a las dos
LA L I B E R T A D EN EL TIEMPO LIBRE

Friedmann, uno de los primeros que vio en el ocio un fenómeno compensador de


tensiones y frustraciones, y más ampliamente de la alienación provocada por el
trabajo industrial. Después de él, muy pocos son los autores que con éste u otro
nombre dejan de recoger dicho aspecto al estudiar el ocio.
Entre estos últimos se cuenta Dumazedier, quizás por un deseo probable-
mente autoinconfesado de diferenciarse de Friedmann y por entender de un
modo más bien negativo la comensación; lo cierto es que sólo contadas veces la
denomina por su nombre específico. Una de esas excepciones se da al referirse a
la diversión, 5 lo que podría interpretarse en el sentido de que considera que la
compensación exclusiva de esta función del ocio. Sin embargo, a mi modo de
ver, ta! interpretación no es congruente con el conjunto teórico propuesto por
el investigador franéés, porque la liberación (compensatoria) afecta en realidad
a todo el ámbito funcional del ocio. Henri Janne ha estado consciente de ello al
señalar que el ocio tiene en sí mismo un papel compensador de la vida social y,
más particularmente, de la vida del trabajo, como se ve claramente al examinar
siss funciones: el relajamiento, escribe Janne, nos compensa de la fatiga del
trabajo, las diversiones nos compensan de la monotonía, y el desarrollo personal,
del estatus alcanzado por cada uno en su actividad profesional. 6
Sólo desde este punto de vista, se entiende una cuestión que Dumazedier
resuelve superficialmente; me refiero al punto relativo a la unidad del ocio. Du-
mazedier defiende esa unidad con base en que si bien las tres funciones del fenó-
meno son irreductibles entre sí, existe una interdependencia entre ellas.7 Mas
¿cómo explicarse y a qué se debe tal independencia? La respuesta no puede ser
otra que: detrás de las diferentes funciones específicas del ocio, se esconde una
función de carácter compensador común a todas ellas, fundamento de la unidad
funcional del fenómeno. Debiendo aclararse que mientras las funciones específi-
cas son manifiestas, la función general suele ser latente, porque la compensación
responde a un nivel más profundo de sentido, menos visible y generalmente no
reconocido por el sujeto: éste descansa, se divierte o desarrolla su personalidad
para compensarse.
La compensación constituye, por tanto, una función medular del ocio.
Conviene, por tanto, profundizar en ella, pues hasta aquí únicamente la hemos

primeras funciones del tiempo libre: la regeneración y la compensación, las cuales abren las
puertas a la forma superior de comportamiento en el tiempo libre que es la ideación.
. ^ 5 Asimismo, para diferenciar el ocio de la ociosidad dice que esta última no está como
aquél "en relación complementaria o compensatoria con el trabajo" (Dumazedier, 1974,
25). Otra excepción puede verse en ibid, 119.
6
Janne, 1967, 30. (Igual opinión unitaria sostiene Athik, 1 9 6 7 , 1 8 8 ) . Con todo, Janne
olvida que la compensación no afecta sólo el trabajo. El cuadro a compensar se extiende ob-
viamente a las numerosas insatisfacciones, frustraciones y tensiones derivadas de la forma
de vida del hombre.
7
Cfr. Dumazedier, 19626, 30-31; 1974, 93 y 98. Sólo viendo de un modo global la
compensación, resulta comprensible la excesiva afirmación de Dumazedier de que la combi-
nación de aquellas tres funciones, asegura la conservación o el restablecimiento del equilibrio
psicosomático del individuo, y le conduce a su perfeccionamiento al permitirle realizar una
parte o aspecto de sí mismo que la vida profesional deja insatisfecha o inoperante: "Las
actividades de ocio corresponden a necesidades profundas. Aparentemente secundarias, lle-
nan de hecho funciones esenciales para el equilibrio del hombre moderno" (Dumazedier y
l ü p e i t , 1966, 295). Con atrevimiento inaceptable, añade Athik (1967, 188), que al asegurar
el p.qu^lbrio personal del individuo aseguran tales actividades y también el normal funciona-
COMPENSACIÓN 35

comparado con la liberación sustractiva. ¿Qué es, en sí misma, la compensación?


Como Dumazedier no lo explica, acudiré a Erich Weber, quien sí se ocupa
directamente de ésta, a pesar de que, como en aquél, tampoco cubre todo el
campo funcional del tiempo libre según ya hemos podido ver. Para Weber, la
compensación es un equilibrio frente a determinadas insuficiencias y frustracio-
nes personales producido por la satisfacción de deseos reprimidos, mediante una
superación directa de las dificultades o mediante una sustitución indirecta de
anhelos no satisfechos inmediatamente. Su significado, es negativo según Athik,
en el sentido de que niega las obligaciones profesionales y los compromisos
sociales. Pero es positivo desde el punto de vista de que actúa de un modo, dicho
sea con palabras de Stoetzel, psicoterapéutico y socioterapéutico. 8 En resumen,
la compensación es el proceso objetivo por el que uno se libera de ciertos efectos
desequilibradores de la personalidad, derivados de determinadas obligaciones
sociales. La compensación opera, por lo tanto, como un mecanismo reductor de
tales desequilibrios y como regulador de la personalidad.
En cuanto a los modos de compensación, E. Weber, el cual los llama "fun-
ciones compensadoras", destaca como más importantes los siguientes:
1. La satisfacción de la necesidad de prestigio y demostración del propio
rango social,9 especialmente en aquellos asalariados cuya vida laboral
frustra las necesidades básicas de ser estimados y valorados.
- 2. La distracción y el placer por cuanto tienden a la variación y al cambio,
para compensar la carga y limitación que representa la monotonía de la
vida cotidiana en la que el trabajo es uniforme y planificado, y la vida •
parcial y reglada.
3. El recogimiento y la soledad, para compensar el alboroto, la agitación
provocada por el ruido y la prisa modernos, y el desasosiego interior.
4. La individualización, cultivando la interioridad y el trato consigo mismo,
para compensar la presión de la conformidad, la uniformidad y la nivela-
ción actuales.
5. Las relaciones interpersonales y demás formas de sociabilidad afectiva,
desde el fomento de amistades íntimas en grupos pequeños y abarcables,
hasta la realización de servicios voluntarios en organizaciones al servicio
del bien público y los intereses comunes, para compensar su falta en la
vida laboral así como el aislamiento y la soledad anormales.
6. La formación y perfeccionamiento profesional y humanos, en lo estético,

La sociología anglosajona de la recreation considera también, aunque con la superfi-


cialidad que le es aneja, aquel aspecto del ocio: "La función del recreo es equilibrar la vida
con relación al trabajo, proporcionar un contraste placentero de la responsabilidad la rutina,
mantener vivo el espíritu de aventura y el sentido de la proporción". (Riggs, 1935); citado
por Butler, 1959,1. 26).
8
E. Weber, 1963, 215. Athik, 1967, 188-89; Hans Freyer, 1958, 162, ya se había ex-
presado en igual sentido; y también, unos años antes que este último, Stoetzel, 1953-1954,
citado por Fougeyrollas, 1959, 173.
9
Esta es, para Schelsky (1957, 380), una de las funciones sociales más importantes de
la vida de tiempo libre; y para Riesman; una de sus funciones de fantasía (Riesman, 1949,
345) pues el tiempo libre puede producir ingresos o prestigio, o ambas cosas (Riesman y
Weiss, 1961, 100). González Seara (19686, 121-22) especifica al respecto, que "en el tiempo
de ocio no se persigue tanto la verdadera satisfacción como la satisfacción de poder asombrar
al vecino o, al menos, de poder demostrarle que uno participa de las diversiones y activida-
des de moda. . . En definitiva, el empleo del tiempo libre va unido a consideraciones de pres-
tigio social. La pervivencia del ocio caballeresco es patente.
96 LA L I B E R T A D EN EL T I E M P O LIBRE

científico e ideológico, desde los cursos de promoción profesional hasta


la visita a museos o la lectura de revistas especializadas, para compensar
la insuficiencia del aprendizaje y la educación formales y laborales.
7. La autodeterminación autónoma contra las coacciones, limitaciones y
dependencias de la vida asalariada y, como señala Schelsky, contra el do-
minio del proceso industrial burocrático de la producción, que no dicta
las necesidades de consumo y el propio consumo. 10
Este análisis de los modos de compensación, que Weber estudia larga y mi-
nuciosamente, confirma el carácter general de la compensación dado que afectan,
aunque no lo diga Weber, a la diversión, al descanso (el modo 3) y al desarrollo
de la personalidad (especialmente los modos 3 al 7).
La tesis del ocio compensación no ha sido la única postulada. Wilensky ha
planteado como alternativa a ella, la tesis del ocio afectado por las mismas carac-
terísticas que el trabajo; es decir, del ocio que las sigue en vez de apartarse de
ellas (spillover hipothesis). Kando y Summers, por su parte, aceptando las dos
tesis a la vez, demuestran teóricamente que ambas formas de darse el ocio no
son alternativas, puesto que similares pautas de trabajo y de no-trabajo tienen
diversos significados (socialidad, creatividad, relajamiento, alienación) para
diferentes personas y viceversa. A mi modo de ver, el que sean compatibles aque-
llas tesis, se. debe fundamentalmente al hecho de que el ocio calificado de spillo-
ver esconde también una compensación, si bien ésta es de carácter suplementario
o complementario con respecto al trabajo o a lo heterocondicionado. Los dos
últimos autores citados reconocen, lo que avala mi afirmación, que en la litera-
tura sobre el ocio se localizan dos tipos distintos de compensación; la com-
pensación suplementaria, en la que las experiencias, la conducta y los estados
psicológicos deseables (por ejemplo, autonomía, autoexpresión, estatus), pero
insuficientes en la situación de trabajo, son proseguidos en el no-trabajo; y la
compensación reactiva, en la que siendo aquellos elementos no deseables, son
reajustados. Uno y otro tipo responden a un mismo proceso: las privaciones del
trabajo son completadas o recuperadas mediante las actividades de no-trabajo. 11
Ambos tipos explican el mecanismo de actuación de la compensación, es

10
Cfr. E. Weber, 1963, 212-245. La cita que Weber hace de Schelsky corresponde a
Schelsky, 1956, 256.
11
Wilensky (1960) encuentra la tesis del spillover leisure originalmente formulada en
de Tocquevillc (1840) y en Engels (1845). El primero la insinúa, según Wilensky, al temer
que los hombres estuvieran condenados, en la sociedad de masas y bajo el Estado Benefac-
tor, al ocio; ocio trivial, no creador sino destructor de todo sentimiento de una auténtica y
amplia vida comunitaria. El segundo, que sugiere ya la alternativa formulada por Wilensky,
al mostrar que en la sociedad de clases el embrutecimiento mental, la rutina y la alienación
provocados por el trabajo impregnan incluso los momentos libres de la vida del trabajador.
Así, uno y otro, para Wilensky, discernieron el hecho de que las actitudes y las practicas
desarrolladas en una de estas dos esferas de la vida, que son el trabajo y el ocio, pueden
desbordarse hasta llegar a inundar la otra esfera. La alienación en el trabajo puede conllevar
o conlleva, de esta forma, la alienación en el ocio (Engels) y viceversa (de Tocqueville). La
crítica social posterior desarrolló estas denuncias clásicas, añade el sociólogo norteameri-
cano, generando dos concepciones distintas acerca de la relación entre el trabajo y el ocio,
viendo ya una escisión, ya una fusión por desbordamiento entre ambos.
En cuanto al modelo que proponen Kando y Summers (1971, 310 y sigs.) es preciso
aclarar que parte de considerar el ocio en función del trabajo. Más exactamente, parte de
la estrctura objetiva de la situación de trabajo tomada como variable independiente, tratan-
do a la forma de la pauta de no trabajo como una variable dependiente (cfr. loe. cit., 317.)
La unilateralidad de un análisis del ocio como mera variable dependiente de otras variables
CRÍTICA D E LA T E S I S " F U N C I O N A L "

decir, cómo el tiempo sustraído al heterocondicionamiento pasa a ser un tiempo


liberador. Ya Friedmann, refiriéndose a la compensación en el campo laboral,
había escrito que ésta se efectúa mediante "actividades laterales" al trabajo taies
como las ocupaciones predilectas, los "violines de Ingress", los ocios activos,
etc., concretándose de dos modos muy distintos: aplicando los conocimientos
laborales o profesionales de un modo libre, e incluso perfeccionándolos en vista
a una superación de la situación, o huyendo hacia actividades totalmente dife-
rentes. 12 Es definitiva, pues, el mecanismo de la compensación actúa de dos
maneras que pueden ser calificadas de compensación por superación y compen-
sación por sustitución.
La compensación, en ambos casos, dota al tiempo de ocio de un sentido li-
berador, no sólo del heterodocondicionamiento, sino también de sus efectos.
Ese tiempo está dado por el tiempo sustraído a las actividades obligatorias y
empleado para compensarse, por superación de lo heterocondicionado o por su
sustitución, a través de un autocondicionamiento personal.
Llegados a este punto, nos asalta una duda: ¿constituye la compensación
el sentido propio del ocio como tiempo libre? Porque sin perjuicio de conside-
rar la compensación un proceso psicológico básico del fenómeno del ocio, a
poco que se continúe analizando este asunto, se advierte que la compensación
tiene una naturaleza instrumental, de medio. Y también se advierte que no es
exclusiva del tiempo de ocio, ya que cuando el tiempo de ocio es disfuncional,
el restante tiempo social puede a su vez operar de reequilibrador. Por todo
ello, el sentido compensador del ocio, a pesar de ser objetivo y dotar de uni-
dad al fenómeno, no parece ser lo más esencial y propio de él. El análisis crítico
de la tesis funcional de Dumazedier vendrá a confirmar esta sospecha.

C R Í T I C A DE LA T E S I S " F U N C I O N A L "
¿ F U N C I O N E S O C O N T R A F U N C I O N ES?

De entre las críticas de que ha sido objeto la teoría de Dumazedier destaca


la que, sin mencionarle expresamente, le ha dirigido France Govaerts con oca-
sión de investigar el concepto de función aplicado al campo del ocio.
En síntesis, para lo que ahora interesa, la autora belga sostiene que la socio-
logía del ocio que toma como elemento de referencia el concepto de función,
construye un concepto ideológico del ocio. Porque las llamadas funciones del
ocio —las 3 D— consideradas como fenómenos culturales que designan empíri-
camente los tipos de actividades de ocio, son de hecho criterios definitorios a
partir de los cuales se construye aquel concepto. Dicha sociología, explica Go-
vaerts, analiza el fenómeno a través del valor de uso de las actividades en que se
concreta; es decir, estudia para qué sirve el ocio y cuál es su uso aquí y ahora.
Con lo cual esas actividades quedan identificadas^ con la aceptabilidad moral y
con la racionalidad lógica, propia del sistema social y económico dominantes
"fuertes" de la sociedad, obstaculiza, como denuncia Dumazedier (1974, 14), el conoci-
miento de los efectos del ocio como valor. No obstante, hay que señalar que el propio
Dumazedier hace caso omiso de ello en su análisis multivariable de las relaciones entre el
trabajo y el ocio, puesto que presupone que aquél determina a este último, véase ibid., 150.
12
Friedmann, 1956, 173 y sigs.
@8 LA L I B E R T A D EN E L TIEMPO LIBRE

en nuestra cultura occidental, las cuales son, de este modo, movilizadas para
apropiarse del ocio: la lógica del valor de uso, o lógica de la funcionalidad que
lo es. de la eficacia de la productividad y del consumo, resulta ser la lógica del
modelo a reproducir. El ocio es visto, así, sólo como algo instrumental, como
tma práctica social que responde a una problemática centrada sobre un deter-
minado sistema de valores. A todo ello objeta Govaerts que hay que apre-
hender los diversos valores de uso que es susceptible de presentar la práctica
del ocio, el cual evoca la libertad. Y para esto, debe acudirse al proceso de ins-
titucionalización del fenómeno; es decir, su función debe ser analizada en sus
relaciones con el estatuto y los fines de la organización total, de lo contrario
se corre el riesgo de elaborar un concepto ideológicamente al servicio de la
continuidad. 13
Hay que reconocer que la crítica sociológica de Govaerts es muy pene-
trante; pero falla en su fundamento metodológico por basarse en una argu-
mentación antagónica en tanto que utiliza, para criticar la vía metodológica
es cuestión, la propia vía criticada. Para expresarlo menos alambicadamente, en
la base de su argumentación está la proposición afirmativa de la función con-
servadora del funcionalismo; por esto es inaceptable y no llega hasta el fondo
del problema.
A mi juicio, la cuestión no está en el modo de aplicar el concepto de función,
sino en su naturaleza conceptual. A pesar de ser ésta una discusión que afecta a
la teoría y a la metodología sociales en general, me veo obligado a entrar en
ella para poder proseguir con el análisis crítico del sentido del ocio como tiem-
po libre. La pregunta a formular es esta: ¿Cuál es la naturaleza real de lo que
hasta aquí he llamado, siguiendo a otros autores, funciones del tiempo libre?
Para poder contestarla, propongo introducir el concepto de contrafunción,
con el cual designo un fenómeno típico de la dinámica estructural de un sistema
que entiendo hay que distinguir del concepto stricto sensit de función. Aunque
este nuevo concepto tiene un valor metodológico y analítico general, no es éste
el lugar apropiado para desarrollarlo con tal alcance, por lo que me limitaré a
explicarlo en lo que le es más esencial e interesante para nuestro tema, dejando
aquella empresa para mejor ocasión.
Ese concepto parte de la siguiente hipótesis: en los sistemas sociales tanto
de la personalidad como de una sociedad —y probablemente en cualquier siste-
ma—, la estructura que forma dicho sistema nunca está en equilibrio total;
el sistema se mantiene en equilibrio "tendencial". En efecto; al menos en lo
social, no parece que pueda darse un sistema tan "perfecto" que la dinámica
entre sus propios elementos no provoque disfunciones en algunos de ellos. Sin
embargo, dichos elementos disfuncionales provocan en otros elementos de la
misma estructura el surgimiento de "funciones", cuya acción opera en contra
(contrafunción) de aquella acción disfuncional contrarrestando sus efectos.
De este modo, los desequilibrios estructurales son autocorregidos por el propio
sistema mediante amplias contrafunciones. Básicamente, lo que caracteriza a ,
éstas es, pues, que surgen para compensar determinadas funciones, y con ello el
sistema. Mas por cuanto toda contrafunción se yuxtapone a la función original
del elemento en cuestión, éste queda sobrecargado (la contrafunción pasa a

13
France Govaerts, 1973.
C R Í T I C A D E LA T E S I S " F U N C I O N A L "

ser una "sobrefunción") viendo menguada, de este modo, su eficacia funcional.


En fin, un sistema no puede dejar de contrafuncionar y cuando tal cosa sucede
por fallo de los mecanismos de compensación, sobreviene paulatina o brusca-
mente, según los casos, la destrucción del sistema o su cambio estructural. Las
consecuencias principales de todo ello, a resaltar aquí, son dos:

1. Las contrafunciones no tienen un sentido por sí mismas. Su sentido es


vicario, recibido a través del que poseen las funciones contrarias que
tratan de compensar y por las cuales se dan.
2. Un elemento que está contrafuncionando ve dificultada o incluso des-
naturalizada su función propia. De ahí que toda contrafunción, de un
lado impida ver esta función y de otro sea un preciso indicador de la
existencia de una función stricto sensu.14

La hipótesis explicada tiene su confirmación en el campo del ocio. Al aplicar


el concepto de contrafunción a aquel fenómeno, observamos que las funciones
suyas consideradas hasta ahora —tanto la función general compensadora como la
tríada específica derivada de la misma— no son sino amplias contrafunciones,
pues compensan determinadas disfunciones de la estructura del sistema. Sin em-
bargo, se presenta una duda: habiendo quedado categorizado el tiempo libre
como aquel modo temporal en el que la necesidad es autocreada por el hombre
¿puede llamarse libre el tiempo de ocio generado por el heterocondicionamiento,
de un ocio con el que el hombre intenta satisfacer unas necesidades provocadas
por la estructura que le heterocondiciona? La respuesta es afirmativa si se con-
sidera que la necesidad de compensación engendra las condiciones genéticas de
la libertad en el tiempo, libertad que aquél realiza con el hecho de la compensa-
ción. Así, frente a la necesidad compensatoria, la cual le es efectivamente externa,
la necesidad de liberarse, o sea de auto condicionar su conducta, le es intrínseca.
En este aspecto, adviene el ocio como tiempo libre. Tal tiempo es, por consi-
guiente, un tiempo de libertad para compensar; esto es, un tiempo de sentido
liberador en el que la libertad está paradójicamente dada desde la no libertad al
estar el autocondicionamiento generado de un modo contrafuncional. La.raíz
antidisfuncional de ese tiempo libre le confiere un sentido objetivo de carácter
terapéutico.
Todo ello significa que es erróneo considerar como funcional la teoría de
Dumazedier; el concepto que éste defiende del ocio es netamente contrafuncio-
nal. 15 Esta calificación no representa un simple matiz; es de suma importancia
porque pone en evidencia el papel ideológico que desempeña la teoría dumaze-
14
La distinción entre funciones y contrafunciones no debe confundirse con la de fun-
ciones latentes y manifiestas. Aunque aparentemente guarden cierto paralelismo, en cada
caso los criterios son absolutamente diferentes. La primera es más general y enriquece a la
segunda, pues tanto una función como una contrafunción puede ser latente o manifiesta.
ls
Este sentido contrafuncional queda confirmado en numerosos pasajes de los traba-
jos de Dumazedier. Por ejemplo, cuando afirma que el descanso del periodo tradicional —los
artesanos del siglo XVIII— no constituye ocio porque carece del carácter liberatorio del
trabajo (cfr. 1962a, 350; 1962f>, 49-50; 1974, 25 y 158); que el ocio responde a una ne-
cesidad de restauración, de defensa de la persona y perfeccionamiento de su integridad,
cara a las incrtidumbres y sujeciones impuestas por la civilización actual (Dumazedier y
Ripert, 1966, 45 y 294-95, donde se detalla esa afirmación en relación con los intereses
prácticos, artísticos, intelectuales y sociales): o que la nueva ética del ocio busca equilibrar
100 LA L I B E R T A D EN EL T I E M P O LIBRE

diana: el ocio como instrumento reequilibrador del individuo con relación al


sistema establecido, el cual de esta forma puede mantenerse. Al quedar el ocio
al servicio de lo he tero condicionado, se revela, como tesis subterránea que ahora
emerge a la superficie, la tesis objetiva del trabajo como valor dominante frente
al ocio.
El mérito de la teoría contrafuncional de Dumazedier está en el que refleja
una situación fáctica del fenómeno, detectada por todos aquellos que subrayan
el carácter operativo del ocio como válvula de escape y más literalmente, de
seguridad. No es, pues, una teoría falsa, pero sí es limitada 16 y en ese límite
reside el sesgo ideológico indicado. Aceptar esta teoría implica reducir el tiempo
libre a un tiempo liberador, mera respuesta a unas disfunciones. Esto no sólo
contradice la propia existencia del fenómeno, sino también su evolución histó-
rica, puesto que representa negar, entre otras cosas, la realidad de aquellos tipos
de ocio que como la skholé o el ocio cabelleresco no tienen, al menos esencial-
mente, una raíz antidisfuncional. Y tal hace Dumazedier, quien a f i n de poder
"cerrar" su teoría, se ve obligado a vendarse los ojos para no ver la dimensión
histórica del ocio.
• Recordemos que el aspecto contrafuncional de un fenómeno lleva a otro
aspecto del mismo propiamente funcional. Esto contesta a la pregunta con que
finalizaba el apartado anterior, relativa a si el sentido propio del ocio reside o no
en la compensación. En efecto, el carácter contrafuncional del ocio no solamen-
te exige dar una contestación negativa, sino que está directamente apuntando
hacia la existencia, encubierta precisamente por el hecho de la propia contra-
función, de una función que no puede consistir por supuesto ni en las duma-
zedianas ni en cualesquiera otras de idéntica naturaleza compensatoria.
La función del ocio como tiempo libre ha de localizarse más allá de las
conductas liberadoras. Pero ¿es que cabe que en el tiempo libre el ocio sea
otra cosa que un ocio liberador?

las exisgencias utilitarias de la sociedad con las desinteresadas de la persona CDumazedier,


1974, 59). Véase además, la nota 23.
Dos observaciones al margen: ¿Cómo compaginar ese desinterés con la tipificación
indicada en ibid, 93 de que la tercera función consiste en un desarrollo interesado de capa-
cidades? ¿Cabe deducir de la insinuada oposición sociedad-persona que el ocio es antisocial?
Lesne y Montlibert (1969, 34) critican la definición de Dumazedier, porque al consi-
derar éste el ocio como algo exterior a la vida activa "corre el peligro de convertirse en un
simple antidoto de los efectos nocivos del trabajo, desviando al hombre de una transfor-
mación humana del trabajo" (el subrayado es mío).
El carácter contrafuncional de la concepción dumazediana es comprensible si se tiene
en cuenta no sólo la influencia de Friedmann sobre Dumazedier, sino que dicha concepción
resulta, en gran medida, del punto de partida de su investigación. En efecto, no debe olvi-
darse que induce empíricamente su definición de una muestra de significativas caracterís-
ticas, ya que las respuestas que obtiene son dadas por: a) trabajadores industriales, de los
cuales el 90°/o son obreros y el resto empleados (white-collars); b) urbanos, y c) de un
país desarrollado. Es una muestra obtenida en un contexto moderno y evolucionado, en el
que las disfunciones se dan con intensidad.
La visión contrafuncional está muy extendida. Afecta también a las funciones socia-
les del ocio aisladas por Parker (véase la nota 22 del cap. anterior), dado el carácter de
"ayuda" que poseen. Incluso se ha pedido una nueva science du loisir, dirigida a crear "una
nueva vía de compensación social" (Rossier, citado en Janus, 1965, 31).
16
Cfr., por ejemplo, Rumney y Maier, 1953, 192; Schollgen, 1961, 250.
Compensar la alinenación no es suprimirla: "¿Dejan de ser la explotación y la domi-
nación lo que son y lo que le hacen al hombre, por el hecho de ya no ser padecidas, al ver-
se -^compensadas^- por comodidades antes desconocidas? "se pregunta H. Marcuse en un
101

LA CUESTIÓN D E LA A U T O N O M Í A

Intuyendo quizá este problema, Dumazedier —sobre todo el último Duma-


zedier— hace hincapié en que más allá del ocio liberador está el ocio autónomo.
Se hace eco, con ello, de los múltiples estudios empíricos y teóricos que mues-
tran la tendencia existente en nuestras sociedades a situar en el primer plano
de la vida individual el tiempo vivido fuera del trabajo; 17 tendencia que es inter-
pretada como una valoración del ocio en sí mismo. Es la tesis objetiva, ya men-
cionada, del sentido autónomo del tiempo libre. 18
Dumazedier afirma que el estudio del ocio no puede limitarse a ver en éste
un fenómeno compensador, un apéndice complementario del trabajo moderno,
como hacen todavía muchos filósofos del trabajo, ni tampoco de las obligacio-
nes familiares y políticas. Y recurriendo a la tesis de la autonomía, añade que
el ocio debe ser considerado en primer lugar en sí mismo y con su propia diná-
mica, y luego en la recíproca relación igualitaria con el trabajo, la familia, la
política, la religión y la cultura porque "el tiempo libre tiene ya la fuerza de un
hecho autónomo". Esta consideración autónoma del fenómeno es precisamente
el eje sobre el que gira su última aportación. 19
En efecto, Dumazedier localiza, alrededor de 1965 (sic), un cambio no sólo
en las situaciones de trabajo y de ocio, sino en las mentalidades y valores: el
individuo es atraído por una nueva necesidad social a disponer de sí y para sí,
y para satisfacer las nuevas necesidades de la personalidad a cualquier nivel. El
tiempo de ocio es concebido en sí mismo y deviene un tiempo de actividades
que tienen un valor en sí. El ocio crea nuevos valores. Se trata de una etapa
nueva de las sociedades tecnológicas en la que el.ocio crea una nueva ética cuya
norma social no está dada por la eficiencia técnicaj la utilidad social o el compro-
miso espiritual o político. El fin del individuo es, ahora, la realización y expre-
sión de sí mismo (esta última afirmación la considera Dumazedier una "liipótesis
central"). Todo ello representa una separación de los modelos compensadores.
¿Pero cómo entender sus afirmaciones de que el tiempo de ocio es cada vez
menos un tiempo de recuperación si reconoce, por otra parte, que aquel tiempo
sigue siendo de reposo reparador "para un gran número de trabajadores fatiga-
dos" y aún más, si reconoce que hay "un cierto aumento de la fatiga nervio-
sa". 20 ¿Y cómo conjugar la tesis de que el ocio es concebido en sí mismo con
su opinión —al diferenciarlo de la ociosidad—21 de que se caracteriza por estar
en relación complementaria o compensatoria con el trabajo? En realidad, Duma-

contexto no por más amplio menos aplicable a nuestro caso (1969, 21; el entrecomillado es
del propio Marcuse).
17
Véase nota 2 del cap. 10.
18
Cfr. Kaplan, 1960; F. Crespi, 1966, 1281-282 y 1289. Incluso algunos marxistas
parecen no rechazar esta tesis, véase Totti, 1961, 219; Richta y colaboradores 1966, 204;
Lukács, en Holz et al., 1969, 76, pero otro sector del marxismo, no menos importante que
aquél, defiende resueltamente lo contrario: Filipcová y Jestráb, 1965, 34-35; López-Day,
1967, 135; etc.
19
Véase Dumazedier, 1974, especialmente 58-59, 154 y 254; y con anterioridad
1962a, 356; 19626, 272 y sigs.; 1970, 109.
20
Asimismo, en dos ejemplos que aporta relativos a las actividades de bricolage y a
la afición a frecuentar los cafes entre los encuestados de Annecy, ofrece explicaciones
puramente compensatorias: Dumazedier, 1974, 78 y 109.
21
Cfr. la nota 6.
102 LA L I B E R T A D EN E L T I E M P O LIBRE

zedier ni siquiera recurriendo a la tesis de la autonomía consigue superar la con-


cepción contrafuncional, una concepción que pesa demasiado fuerte sobre él. 22
El valor autónomo del ocio es más un deseo que una realidad.
La autonomía del ocio, y con esto retomo consideraciones ya apuntadas,
requiere objetivamente un tiempo autónomo. Tal cosa representaría aceptar
la existencia de un extraño mundo "centrado en sí mismo", 23 una realidad con
el tiempo humano desintegrado al separar del condicionamiento una parte de
este tiempo. 2 4 La superación del tiempo liberador no está en una pretendida
autonomía temporal. Si de los otros modos temporales no puede hablarse en
términos de autonomía menos aún cabe tal cosa en el tiempo libre, el cual no
puede quedar sujeto a norma alguna ni siquiera propia; norma y conducta se
confunden en dicho tiempo 2 5 El tiempo liberador genera la liberación, no la
autonomía; es un tiempo que por cuanto y sólo por cuanto es puesto y no im-
puesto, permite realizar la libertad en el tiempo.

DEL TIEMPO L I B E R A D O R A L TIEMPO L I B E R A D O

La liberación no trae la libertad en lo que ésta tiene de más genuino. Si re-


cordamos que ésta puede darse en dos manifestaciones de distinto significado,
se comprenderá lo que quiero decir. Hace años, Castilla del Pino siguiendo a
Fromm, resumió claramente en una sola frase aquella distinción: "Hay que estar
liberado de (algo que es realidad) parapo<ierserZz&repara(algo,enlarealidad)". 2s
Aquélla constituye la liberación, ésta la libertad plena.
Al conjugar la libertad con la temporalidad, esta distinción se traduce en dos
estadios temporales dados por un tiempo de libertad de y un tiempo de liber-
tad para. Uno y otro se refieren al tiempo libre, sea cual sea el grado de ni-
tidez de éste. El primer estadio opera de marco condicionante para que pueda
darse el segundo, sin que esto excluya la posibilidad de un feed-back entre
ambos. Con el segundo estadio adviene la plana libertad objetiva.

22
Su pragmatismo y ansia operativa le llevan a creer que la meta del ocio es solucio-
nar los problemas de la civilización industrial (Dumazedier, 1 9 6 2 6 , 1 0 6 ) , o sea, a funcionar
conírafuncionalmente; por eso, ve en la liberación una característica básica y fundamen-
tal. Recordemos estas palabras :no del todo armónicas con su defensa del ocio como hecho
autónomo: "en la definición experimentada de los trabajadores, el ocio, que se opone siem-
pre al conjunto de las obligaciones incluyendo el trabajo, se caracteriza primero por su poder
liberador. Para captar la dinámica de esa capacidad esencial del ocio, es indispensable estu-
diar las relaciones permanentes del ocio y las obligacipnes particularmente las del ocio y el
trabajo. Por esto, todo estudio del ocio en sí, como actividad independiente. . . nos parece
interesante, es verdad, pero insuficiente" (Dumazedier, 1962a, 342; el subrayado es mío).
23
A pesar de la dificultad de concebir dicho mundo, hay quien no duda en defender-
lo: "El tiempo libre no comienza hasta que no surge la posibilidad de construir un mundo
polarmente opuesto al trabajo, un mundo con sus valores y exigencias propios, un mundo,
por tanto, que no está orientado como recreación, o relajación, o esparcimiento, al mundo
del trabajo, sino que, centrado en sí mismo, exige actividades específicas" (Kluth, en Haller,
1955, 37).
24
Según Lanfant (1972, 225 y 234), dotar de autonomía el tiempo de ocio es caer en
el subjetivismo y el psicologismo, y a que si se separa aquél del tiempo de trabajo, el ocio en
vez de encontrar su fundamento en el trabajo lo busca en el sujeto, el cual es aprehendido
como sistema de necesidades y creador de valores. Dicha autora encuentra, ademas, una ana-
logía entre este enfoque y el neomarginalismo económico, analizador de las microdecisiones.
25
Lo que no obsta para que en el estudio del ocio pueda distinguirse analíticamente
entre las dimensiones conductual y normativa, como ha hecho A. W. Bacon. 1972.
26
Castilla del Pino, 1963, 147. Véase el texto a la nota 7 del cap. 12.
D E L T I E M P O LIBERADOR A L LIBERADO 103

¿Cómo se genera la libertad del Por una parte, sustraemos un tiempo al


heterocondicionarniento impulsados por una necesidad de liberarnos de éste, y
por otra lo empleamos en actividades, sustitutivas o superadoras de lo hetero-
condicionado, de un modo autocondicionado, poniendo nosotros las condicio-
nes conductuales para la realización de las mismas. Es así como,paradójicamente,
el heterocondicionarniento produce el autocondicionamiento. Por esto, el tiem-
po liberador, a pesar de su naturaleza compensatoria, es tiempo libre aunque n o
con plenitud, por cuanto la libertas está generada por la necesidad, o sea que es
un subproducto del heterocondicionarniento.
Ahora bien, por cuanto el ocio liberador, producido por el uso de la libertad
de, resulta del hecho de contrafuncionar, no confiere al tiempo libre un sentido
propio. Este sentido adviene al disponer de tiempo ya liberado, o sea, en disposi-
ción de funcionar porque la liberación ha quedado realizada. 27 En este tiempo,
la libertad es ya una libertad para. En realizarla durante el mismo consiste la
función propia del ocio; entonces es cuando el tiempo libre —la libertad en el
tiempo y no del tiempo—alcanza su pleno sentido.
El ocio liberador es un factor que facilita en gran medida el surgimiento de
una libertad plena en el tiempo libre, aunque no es un factor suficiente para
aquélla en cuanto al resto del tiempo social, porque el problema de erradicar
la alienación social sobrepasa el marco de posibilidades de aquel tiempo. Sólo "
por cuanto el hombre dispone de un tiempo liberado, sustraído al heterocondi-
cionarniento y más allá de la liberación, el tiempo libre de se convierte en un
tiempo libre para, merced a un ocio que por no contrafuncionar, funciona. 2 8

27
La expresión "tiempo liberado" proviene de Georges Friedmann. Pero el concepto
que este autor da de ese tiempo es inaceptable, ya que lo confunde con el tiempo sustraído
al trabajo a la par que lo separa del tiempo libre. En efecto, para Friedmann, el tiempo
liberado —liberado del trabajo— no es ni tiempo de trabajo pues va surgiendo como exce-
dente de éste en las sociedades industriales, ni es aún tiempo libre —como tampoco lo es el
tiempo semilibre— porque el tiempo libre se encuentra "a salvo de toda necesidad u obli-
gación en que la personalidad ejerce sus opciones y procura expresarse e incluso, si tiene
la disposición y los medios, expandirse" (1960, 124-134). Olvida Friedmann que una cosa
es sustraer formalmente tiempo al trabajo y otra muy distinta es el que ese tiempo quede
efectivamente liberado del trabajo. (Una crítica en cierto modo similar la expresa Lanfant,
1972, 215).
Esta confusión también se encuentra en Dumazedier. No es casualidad que si bien pro-
cura puntualizar las diferencias entre el tiempo de no trabajo, el tiempo libre y el ocio, y
entre éste y el tiempo liberado, no aclare las relaciones en el seno del tiempo de no-trabajo
entre el tiempo liberado y el tiempo libre. Véase Dumazedier, 1974, 23 y sigs., 87, 91 y
sigs., 157, 170 y 250. Cfr. las notas 10 y 11 del cap. 6.
El concepto de liberación pertenece al campo del tiempo libre y no al del tiempo sus-
traído al trabajo.
28
"Una actividad no es verdaderamente libre y expresiva de la personalidad más que
cuando ha sido deslastrada de la restauración (que la coloca en dependencia respecto a otras
actividades prioritarias) y de la evasión (por la que el sujeto se aleja temporalmente de una
condición agobiante o despreciada, sin poder, por otra parte, liberarse d'e ella)" (Maget,
1959, 91; los paréntesis son del original).
E. Weber (1963, 6) dice que el concepto de tiempo libre debe entenderse no sólo,
como hasta ahora, en el sentido negativo de "estar libre de algo", sino también en el posi-
tivo de "estar libre para algo", pero no llega a desarrollar esta distinción a fondo, como
digo en la nota 32. Lo mismo puede decirse de Cantoni (1967, 313) a pesar de que detalla
la cuestión con claridad: "La libertad^» del tiempo presenta dos aspectos fundamen-
tales: es libertad negativa, es decir, proceso de liberación de algo que angustia y oprime;
y es, por otra parte, libertad positiva, disponibilidad para ejecutar algo que procura placer
3' satisfacción. Como es obvio, los dos aspectos están relacionados y entrelazados. No se
es nunca libre para sino se es libre de. Y los m o d o s de nuestra libertad positiva llevan siem-
LA L I B E R T A D EN EL TIEMPO L I B R E

El hombre liberado del heíerocondicionamiento puede autocondicionar


plenamente sus necesidades, creándolas y dándoles satisfacción. Con ello, actúa
objetivamente por sí mismo y se expresa, en consecuencia, a sí mismo. Hay qu&
aclarar, empero, que en el tiempo liberado, la necesidad no desaparece, pues
como ha dicho Naville, la jouissance del no-trabajo es también interesada como
el trabajo, pero en otro sentido, como participación directa en el movimiento de
la naturaleza, es decir, como libertad. 29 En el tiempo plenamente libre la necesi-
dad de libertad se troca en una libertad de la necesidad.
El autocondicionamiento, que primero se ha dirigido a liberarnos del hetero-
condicionamiento, se dirige una vez liberados a hacemos, por más libres, más
hombres; el tiempo libre adquiere de esta forma un valor antropológico. A él
alude del Campo cuando escribe que el problema primario del ocio es "cómo
concebir y facilitar la evolución progresiva, individual y social, cómo terminar
ese producto cultural inacabado que es el hombre". 3 0 Únicamente en el ocio
como tiempo funcionalmente libre, la persona puede autoafirmarse objetiva y,
por ende, subjetivamente. 31
El ocio es, así, generador de un tiempo propiamente humano; porque la-
temporalidad, que ha creado la libertad mediante un tiempo libre (liberador)
es ahora creada por la libertad en el tiempo libre (liberado). Es más, el ocio pasa
a ser la fuente de un tiempo cada vez menos heterocondicionado, pues el tiempo
libre (neto) tiende a generar tiempo libre (bruto).
Este camino del tiempo hacia la libertad no es otro que el camino del hom-
bre hacia el hombre. La función del ocio como tiempo libre consiste en posibilitar
al hombre en cuanto tal hombre; y en ello reside el sentido pleno del tiempo
libre.

¿ Q U É ES E L T I E M P O LIBRE?

En este capítulo se ha visto cómo, al contrafuncionar el ocio, el tiempo


opera a modo de liberación compensadora de lo heterocondicionado. Ese tiem-
po liberador posibilita la conjunción de la libertad y la temporalidad en un
tiempo liberado, que desempeña una función en el sistema de la personalidad.
A ese tiempo liberado, esencia del tiempo libre, no tiene acceso la teoría

pre consigo la huella, la presencia condicionante, el vínculo existencia! de las estructuras


que limitan y alguna vez anulan nuestras posibilidades de ser libres. El tiempo libre, en
otras palabras, presupone el tiempo vinculado, es un terminus ad quern que no se com-
prende sin el terminus a quo del cual arranca y recibe el impulso". (Los subrayados son
del original.)
29
Naville, 1957, 495.
30
Del Campo, 1966, 168.
31
La definición de Erich Weber (1963, 8 y 240) se acerca mucho al sentido realmente
funcional del fenómeno. Para él, el tiempo libre es "el conjunto de aquellos periodos de
tiempo de la vida de un individuo en los que la persona se siente libre de determinaciones
extrínsecas —sobre todo en la forma de trabajo asalariado— quedando con ello libre para
emplear con sentido tales momentos, de tal manera que resulte posible llevar una vida ver-
daderamente humana". ¿Cómo es posible tal cosa? Según Weber, "la independencia en el
sentido externo e interno no escapa al capricho y al azar sino sólo allí donde, con la liber-
tad negativa, interviene también la libertad positiva para, que es un determinante por sí
mismo y un tener los actos su origen en nosotros mismos". Varias razones impiden, sin
embargo, a Weber el llegar hasta el sentido funcional del fenómeno: a) no considera libre
¿ Q U É ES EL T I E M P O UBRE? 1G5

contrafuncional del ocio defendido por Dumazedier. Ei embrollo en t o m o a la


liberación provocado por esa teoría señalado al comienzo del capítulo, se debe
en definitiva al hecho de que aquél no llega a ver el ocio como tiempo libre. Y
por esto puede decir que cuando cesa la obligación primaria comienza el ocio,
porque entiende éste sólo en relación con una ocupación liberadora; sin embar-
go, como se ha visto, el ocio no adviene plenamente con las "funciones" libera-
doras, sino con el tiempo liberado.
Si en una primera aproximación el tiempo libre pudo definirse "desde fuera"
como el modo autocondicionado de darse el hombre en el tiempo, considerado,
ahora "desde dentro" el tiempo libre, ese autocondicionamiento supone, amén
de una libertad subjetiva necesaria pero insuficientemente deíinitoria del fenó-
meno, el ejercicio de una libertad objetiva por la que el hombre emplea contra-
funcionalmente el ocio, satisfaciendo su necesidad real de libertad. Este le libera
del heterocondicionarniento (tiempo liberador) creando así, el condicionante
endógeno que posibilita un tiempo en el que el hombre liberado puede auto-
condicionarse personal y socialmente; esto es, ejercer genuinamente la libertad,
afirmándose así como tal hombre.
Sobre esta base podemos formular, en una segunda aproximación concep-
tual al fenómeno, una definición que pone de relieve por una parte, el doble carác-
ter subjetivo y objetivo dei tiempo libre, y por otra, su ambivalente sentido con-
trafuncional y funcional 3 2 como tiempo, liberador y liberado. Hela aquí; el
tiempo libre consiste en un modo de darse el tiempo social, personalmente sentido
como libre y por el que el hombre se autocondiciona para compensarse, y en
último término afirmarse individual y socialmente.
Si se forzara a sintetizar, me limitaría a decir, llegado a este punto, que el
tiempo libre es un tiempo de libertad para la libertad.

el tiempo liberador; b) concibe subjetivamente el tiempo liberado; cj absolutiviza eí senti-


do del tiempo libre al basarlo en la autodeterminación; aparte de que reduce ésta a la acti-
vidad ideadoia; d) entiende que la "libertad para" se dirige a no quedar sometidos a la
heteronomía del tiempo libre; o sea, a los efectos del trabajo asalariado y a las leyes de la
producción (véase 1963, 6); y e) así contemplado subjetiva y absolutamente, el tiempo
libre resulta ser un fenómeno autónomo.
32
El doble sentido, contrafuncional y funcional, del tiempo libre es admitido implí-
citamente por el sector marxista que sostiene que dicho tiempo cumple dos "funciones"
fundamentales: una, restablece las energías lato sensu, y otra, facilita el desarrollo personal
y la participación pasiva o activa en la cultura. Véase especialmente Skuzhinski, 1964, 2;
Grushin, 1967, 25; Skórzhinski, 1971, 37 y sigs.
Sin embargo, en otros sectores del marxismo este doble sentido es oscuro. Así, por
ejemplo, leemos en el tratado sobre la sociología de la URSS (Sociologija, 1965, II, 485-
495) que el tiempo de no trabajo, que es el no empleado directamente en una actividad
socialmente productiva, contiene una parte de tiempo libre que es la dedicada a la conti-
nuación de la formación intelectual, el trabajo social voluntario, los hobbies, las activida-
des creadoras, etc. y el ocio; este ultimo, a su vez, es la parte del tiempo libre oue sirve
para restablecer las energías espirituales y corporales de la persona.
La definición dada del tiempo libre se mueve en un plano de abstracción que
deja sin concretar en qué consiste el fenómeno en la práctica. Es aconsejable, por
lo tanto, proseguir la investigación conceptual emprendida con un análisis que
concrete el contenido fáctico del ocio como tiempo libre. Este análisis ha de rea-
lizarse sobre las prácticas personales y sociales del ocio, manifestadas a través de
las diferentes actividades que el hombre desarrolla o puede desarrollar durante el
tiempo libre.
Aunque esas actividades presentan cierta ambigüedad, 1 son analíticamente
difereneiables en varios modos prácticos. Su denominación plantea un problema
cuya trascendencia va bastante más allá de lo puramente terminológico. En efecto,
la terminología más empleada para designarlos —las 3 D dumazedianas— al res-
ponder a una visión contrafuncional, impide llegar hasta los aspectos propiamente
funcionales de aquella práctica. Esto es, nada dice acerca de las prácticas de ocio
en el tiempo liberado, aunque es orientadora acerca de ellas en el tiempo liberador.
Es preciso, en consecuencia, revisarla y sustituirla si es posible por otra se-
mánticamente transparente del sentido propio del ocio como tiempo libre. Ahora
bien, dado que este sentido tiene un valor antropológico, el criterio diferenciador
de las distintas prácticas del tiempo libre ha de basarse en el diferente modo con-
creto como la conducta autocondicionada del hombre realiza plenamente la
libertad.
Atendiendo a este criterio veamos a continuación los modos de práctica de
la libertad en el tiempo que, por las razones que se irán viendo a lo largo del ca-
pítulo, designo con los nombre de descanso, recreación y creación. Como se ve,
respeto la primera de las etiquetas dumazedianas no sólo a falta de otra mejor,
sino porque de las 3 D es la que menos sesgo contrafuncional introduce. Las
otras dos denominaciones, que se corresponden ab initio y respectivamente con
la diversión y el desarrollo de la personalidad, apuntan de un modo directo y
claro a la función que en cada caso les es constitutiva.
1
Ninguna actividad de ocio es exclusiva de un sector: véase Dumazedier, 1962a, 589;
Maget, 1959, 90; etc. Sólo el análisis los separa y hace aparecer como sectores del tiempo'
108

E L T I E M P O DE DESCANSO

Es claro que el sentido contrafuncional del descanso es liberarnos de la fati-


ga; mas tal claridad disminuye cuando nos preguntamos qué es la fatiga.
En su significado más lato, puede entenderse de un modo objetivo como una
disminución de las capacidades de nuestro organismo a causa de una actividad
prolongada, de carácter muscular, .sensorial o mental; o de un modo subjetivo,
en cuyo caso se refiere al sentimiento o sensación de dicha disminución.2 Ambos
modos pueden darse conjuntamente en un mismo fenómeno.
Un problema a plantearse es el de la distinción entre la fatiga normal y la
patológica. La fatiga encubre un fenómeno vital normal, ya que toda actividad
Orgánica requiere un reposo. Ese fenómeno llega a ser patológico cuando alcanza
cierta intensidad, originándose entonces lo que en lenguaje clínico se conoce con
el nombre de surmenage, en un grado cada vez mayor hasta llegar al agotamiento. 3
Otro problema es el de las relaciones entre la fatiga y el descanso. El tiempo
de ocio, mediante las pautas de descanso, opera contrafuncionalmente sobre la
fatiga; esto es, lo que pone de relieve la concepción que del descanso tiene Du-
mazedier. Al analizar los resultados de la encuesta anteriormente citada, escribe
que el descanso libra de la fatiga y que "el ocio es, en este sentido, reparador de
los deterioros físicos o nerviosos provocados por las tensiones consecutivas al
ejercicio de las obligaciones y, particularmente, del trabajo. Ciertamente, el desa-
rrollo de las máquinas ha provocado el aligeramiento de muchas tareas físicas.
Pero la racionalización de la producción, la complicación de las relaciones indus-
triales, el aumento de la frecuencia y la intensidad misma de las actividades de
ocio en la civilización urbana, crean una necesidad creciente de reposo, de des-
canso, de relajamiento, de mil pequeñas ocupaciones sin un fin concreto". El
carácter esencialmente contrafuncional que el sociólogo francés tiene del descanso,
queda confirmado por el hecho de que en su proyecto número cinco de clasifica-

2
Warren, 1934, 137. Sobre el descanso y la fatiga veánse las consideraciones de E. We-
ber (1963, .293 y sigs.), el cual llama descanso a la eliminación del cansancio. Este último
—aclara— es un hecho fisiológico medible objetivamente, a diferencia de la fatiga que es un
estado psicológico, sentido subjetivamente.
3
Cfr. Lafitte, en Coloquio, 1963, 10. El doctor Veil, en su intervención en este colo-
quio sobre la fatiga industrial, diferenció la fatiga del exceso de fatiga, explicando que
aquélla "es un fenómeno normal, natural, benéfico incluso; inseparable de la actividad,
siguiendo al trabajo como su sombra, freno saludable, la fatiga es un agente esencial del
sostenimiento de la homeostasis. Es con relación a ella —continúa diciendo Veil— como
pueden definirse el surmenage y el agotamiento, o más bien los estados de agotamiento, . . .
la fatiga aparece simplemente desde el comienzo del trabajo, de forma que si la carga de
trabajo es excesiva o el reposo insuficiente, el trabajador se fatiga y, cuando el margen de
adaptación es sobrepasado, se cae en el agotamiento" {loe. cit., 72). Por su paite, R. Binois,
neuropsiquiatra especializado en medicina del trabajo, dijo (ibid., 16-17) que la fatiga
patologiea es posible (aunque la fatiga objetiva tiene un carácter regular del binomio actividad-
reposo) porque la fatiga no regula bien la actividad debido a las múltiples presionas y exigen-
cias sociales: el sujeto no siente su fatiga, pero tampoco puede organizar su reposo y la acti-
vidad pierde energía y comienza a sentirse una baja de su nivel, sobreviniendo así diferentes
alteraciones relaciónales. Sobre esta cuestión, añadió Veil (ibid., 75-76) que "el mejor
signo de alarma es el que manifiesta que un equilibrio, un modus vivendi, a veces antiguo,
se modifica poco a poco, sin llegar a ser patologico, pero permitiendo al observador atento
notar los esfuerzos del trabajador para manenter su homeostasia; por ejemplo, aumentando
sus consumiciones de alcohol o café, o alterando sus actividades en los tiempos de asueto;
si éste no es ayudado y aconsejado, irá descomperisándose en una forma patológica cada vez
más rápida".
EL TIEMPO D E D E S C A N S O 103

ción "funcional" de los loisirs puntualiza que "el descanso está tomado princi-
palmente en el sentido de recuperación". 4
En relación con los efectos del descanso sobre la fatiga, debe advertirse que
no ocupa un tiempo libre, sino psicobiológico el descanso que responde a una
necesidad fisiológica —sea somática o psíquica— ineludible, como en la fatiga
patológica, o normalmente imperativa como en la fatiga cotidiana. Esta última se
elimina heterocpndicionadamente, de un modo rutinario y habitual, durante el
sueño nocturno. 5
En cuanto a los efectos de la fatiga sobre el tiempo libre, su importancia es
muy considerable, puesto que le resta nitidez. Y en el caso de la fatiga patológica
llega incluso a suprimirlo. Bize6 lia señalado que lo que se pierde enseguida y casi
simultáneamente con la fatiga en el trabajo "es la capacidad de organizar el tiem-
po de ocio, siendo también éste un problema extremadamente sorprendente. La
gente fatigada se halla, pues, encerrada dentro de ese círculo vicioso, en el que
no les es posible organizar sus asuetos".
Esto plantea un problema contradictorio: la fatiga patológica impide disfru-
tar el tiempo de ocio, sin que podamos liberarnos de la propia fatiga que nos
invade. La solución ya no puede estar en dicho tiempo, sino en el tiempo psico-
biológico y, en su defecto, en una intervención médica reductora de la intensi-
dad de la fatiga. Sólo después podrá actuar contrafuncionalmente en el tiempo de
ocio como tiempo de descanso.
Por otra parte, si cuando nos conviene reposar, en vez de ello, ocupamos
el tiempo disponible en otras actividades de ocio, puede sobrevenir —a la corta o
•a la larga— la fatiga patológica que exigirá inexorablemente no ya un descanso
liberador, sino el "descanso" fisiológico.
Aquél —el descanso liberador— se traduce en una actividad digamos de repo-
so, que se puede dar en forma de siesta, paseo o conversación banal. Se trata, en
suma y normalmente, de emplear el tiempo en "no hacer nada". Esta última
expresión tiene un sentido un tanto metafórico, pues el descanso no excluye
nunca cierta actividad psicobiológica. Ni siquiera en el llamado descanso pasivo
—como lo confirma los diversos estudios realizados en el campo de la conducta
animal, especialmente por la etología del sueño—, el cual constituye una subacti-
vidad, una conducta secundaria, no directamente provocada. Cuando el descanso
es activo, en el sentido señalado por E. Weber, la actividad tiende a ser lúdica y
su tiempo a ser un tiempo de recreación. En cualquier caso, en el descanso, la

4
Dumazedier, 1962a, 343; véase también en el mismo sentido, 1974, 93 y 98. Tomo el
último texto indicado de Magnane, 1964, 46.
5
No se comprende por qué Erich Weber, que tanto empeño pone en matizar las cosas,
considera (1963, 213) que es tiempo libre el gastado en la regeneración "absolutamente
necesaria". Ni siquiera que Magnane (1964, 49) categorice como semiocio la necesidad de
dormir, derivada del esfuerzo deportivo.
Zbinden (19646, 1013) distingue entre el descanso y la recuperación: el descanso
de un breve periodo, entre una y otra jornada de trabajo, dedicado al sueño normal, que
destruye y elimina rápidamente las sustancias tóxicas producidas en el organismo durante
el trabajo. La recuperación es la regeneración, renovación y fortalecimiento del organismo
gastado por el trabajo, que sólo se consigue intercalando en éste pausas más prolongadas de
varias semanas de duración. Según Hittmaii (1960, 144 y sigs.), en este ultimo caso, se
requiere un mínimo de tres semanas. Sobre las relaciones entre fatiga, ritmo biológico, sueño
y ocio ver Zeman, 1970.
6
Bize, en Coloquio citado, 1963, 23.
110 L O S M O D O S P R Á C T I C O S D E L I B E R T A D EN EL TIEMPO

compensación más adecuada es la que opera a través de un mecanismo sustituto-


rio que la que sigue la vía de la superación. 7
La contrafunción del descanso abre la puerta del tiempo libre. Tiene razón
el autor anteriormente citado cuando escribe 8 que la regeneración, carente de
valor en sí misma, es, no obstante, "el presupuesto básico para todas las formas
superiores de comportamiento del tiempo libre".
Empleando palabras de Mury, 9 el tiempo de recuperación no debe ser con-
fundido con el de "reposo verdaderamente libre". Es con este último que el
descanso adquiere su propio sentido.
Los estudiosos del ocio, obsesionados por el descanso liberador apenas han
aprehendido esta diferencia, ignorando el descanso liberado. A ello contribuye,
sin duda, el hecho que la diferenciación entre uno y otro tipo de descanso
sea sumamente difícil. Falta por precisar, todavía, de una manera científica,
la cantidad de descanso necesario para eliminar el grado de fatiga. Y este grado
presenta fuertes obstáculos a la medición; 10 porque la diferenciación entre lo
contrafuncional y lo funcional es fundamentalmente cualitativa.
• Como modo de empleo liberado del tiempo, el descanso se traduce más en
un estado existencial que en una actividad o inactividad. Si sin estar fatigados
permanecemos simplemente inactivos, surge el aburrimiento (lo que lleva a una
problemática ligada, como se verá, con el tiempo de reecreación), que es "un no
saber qué hacer", un estado gratuito, carente de sentido. El descanso funcional
consiste en el mero acto de descansar, no porque uno esté o se sienta cansado. Al
estar liberados, aquel acto es resultado de una autocondición que afirma nuestra
voluntad y nos permite gozar plenamente de la situación. La suave acción rela-
jante que entonces procura el descanso, no actúa como compensación sino
7
E. Weber (1963, 299 y sigs.) diferencia el descanso pasivo, consistente en no hacer
nada o en dormir, del descanso activo. Este permite usar órganos, funciones y energías no
empleados antes, mientras se recuperan los sectores fatigados. La teoría del juego como
descanso, aludida más adelante, se basa en ese aspecto activo del descanso.
Algunos sostienen que la mejor forma de recuperar las energías no es no hacer nada,
sino hacer algo contrario a la actividad fatigante (Korber, citado por Zbinden, 1964a, 730)
o simplemente distinto, es decir, cambiar de actividad (Comic, 1970, 374 y sigs), y E.
Weber especifica (loe. cit., 214) que si el cansancio es parcial resulta magnífica una regene-
ración activa. Por otra paite, el descanso pasivo parece altamente desaconsejable en los casos
en que el oiganismo del sujeto ha estado sometido a un periodo de gian actividad, a menos
que el organismo se adapte gradualmente a él, según paiecen sugeiir los trabajos experimen-
tales realizados con monos por el Di. Biady y su equipo de colaboradores (1958): en dichos
experimentos, los animales sometidos a una alta tasa de respuestas de evitación de shocks
eléctricos generaron úlceras gastrointestinales durante los periodos de descanso consistentes
en una inmovilización física. Algunos problemas sobre la pedagogía del descanso en conexión
con la relajación los trata este último autor en ibid., 293-301. Acerca de las conclusiones
de los etólogos sobre el sueño en el sentido arriba señalado, véase Eibl-Eibensfeldt, 1973,
456-57.
8
E. Weber, 1963, 213.
9
Mury, en Coloquio citado 59.
10
El doctor Veil afirmó claramente al respecto, en el repetido coloquio (loe. cit.,
74), lo siguiente: "Está probada muy legítimamente la necesidad de poseer una técnica de
medida de la fatiga. No es fácil de conseguir y uno ha propuesto a menudo salvar la difi-
cultad, tratando de determinar el reposo necesario y suficiente para eliminar la fatiga; es
decir, para volver al organismo al estado anteiioi a la ejecución de la tarea. Pero generalmente,
las tentativas realizadas en este sentido han fracasado, en razón de que, desde luego, el esta-
do anterior no es fácil de definir y además porque uno jamás recuerda exactamente su estado
anterior. La noción de vuelta a la calma no es sino una simplificación arbitraria y la aparien-
cia de vuelta a la calina, c o m o la duración de su proceso, no se muestra al observador sino de
forma superficial."
EL T I E M P O D E R E C R E A C I Ó N 111

placenteramente. "Perder el tiempo. . . es hacer una experiencia de la libertad"


ha dicho Fougeyrollas. 11 El descanso funcional —típico del hombre— es eso pero
con una adición: perder y pudiendo emplearlo de otro modo. De lo contrario es
simple pereza u holgazanería; esto es, perder el tiempo porque no se tienen ganas
de hacer nada más y para evitar hacer otra cosa.
Algunas de las características del descanso liberado son la lentitud de movi-
mientos, la ausencia de ruidos, la leve fijación de la atención en lo que nos ro-
dea. . . Descansar, en este sentido, es sentarse a la puerta de casa o en el balcón y
"tomar el fresco" o contemplar "como pasa la gente"; encantarse con los mil di-
bujos distintos del humo de nuestra pipa mientras van alejándose del sillón; ver,
sin mirar, un programa de televisión u oir, sin escuchar, música por la radio;
pasear, por el monte o al borde del mar, casi ausentes de cuanto nos rodea y de
nosotros mismos. 12
El descanso liberado consiste, en fin, en un "querer dejar pasar el tiempo"
placentero por consciente, un dejarse llevar por el propio tiempo, en una situa-
ción existencial intencionadamente intermedia entre la autoevasión y la auto-
afirmación.

EL T I E M P O D E R E C R E A C I Ó N

Otro modo de emplear el tiempo de ocio viene dado por un vasto conjunto
de prácticas que, siguiendo en principio a Dumazedier, llamaremos diversión. 13
La etimología de esta palabra es harto significativa. El verbo latino divertere, del
que aquélla procede, significa alejarse de algo, dirigirse hacia otra cosa o a otra
parte. El hombre que se divierte emplea su tiempo de ocio con un modo de prác-
ticas que, ante todo, responden a un intento de apartarse o superar la situación
en la cual se encuentra; situación definida por el aburrimiento. En efecto, de
la misma forma que el descanso contrafunciona liberándonos de la fatiga, la
división como conducta que es negadora del aburrimiento hace otro tanto
con éste.
El aburrimiento es un fenómeno complejo. Es importante, como señala Erich
Weber, no confundir el aburrimiento objetivo, de carácter superficial y circun-
tancial, con el aburrimiento subjetivo, que es habitual y profundo, existencial;'
en aquél, "algo nos aburre", mientras que en éste "nos aburrimos". 14 Este últi-
mo tipo de aburrimiento no es otro que el taedium vitae, aquel estado en que se

11
Fougeyrollas, 1959, 169.
12
Un comentario sobre un ejemplo similar a los citados puede verse en Zbinden,
1964a, 728-29.
13
No se va .a dar, por tanto, a la diversión el significado lato que le conceden muchos
tratadistas norteamericanos. E r estos, la diversión o recreación tiene un sentido tan amplio
que ¿asi llega a identiH ..-.rse cor. codo el contenido del tiempo de ocio. Véase Miller y Robín-
son, 1963, 13; Douglas, 1960; etc.
14
Psicológicamente, el aburrimiento es una experiencia caracterizada por un tono he-
dónico desagradable provocado por la prolongación de una.situación desprovista de interés
(Warren, 1S34, 2). Según Lersch (1956, 199), "la cualidad objetiva del^aburrimiento se
caracteriza porque lo que nos aburre, sea una conferencia o una situación en la vida, no
dice nada a la temática del impulso vital, pero en cambio subsiste una aspiración al placer. . .,
la existencia misma se percibe como vacía y desierta, como falta absoluta del placer. . .
Poi lo que respecta a su forma mocional (sic), debe ser designada también negativamente; en
112 LOS M O D O S P R Á C T I C O S D E L I B E R T A D EN E L TIEMPO

encuentra uno cuando no sabe qué hacer de sí mismo y de su vida, y que le pro-
duce un horror al vacío (horror vaciii)}5
Como sucede con la fatiga patológica, el aburrimiento subjetivo más profun-
do es un grave obstáculo para la diversión; cualquier actividad resulta aburrida.
En tal situación límite, uno no puede ni quiere huir de nada; y ningún tiempo
ofrece una posibilidad de autocondicionarse, adquiriendo un sentido de libertad.
El problema, en este caso, escapa al tiempo libre y requiere no un tratamiento
psicológico, sino psiquiátrico. Y es .obvio que el tiempo dedicado a tal tratamien-
to no es libre, a diferencia del dedicado a la diversión superadora del aburrimiento
no patológico que sí puede serlo.
Este último tiempo, tiempo de diversión1, se llena con conductas lúdicas;
pues el juego, ampliamente entendido, es la forma genérica de la diversión.
En principio, enjuego consiste en una actividad, física y/o mental, realizada
sin un fin utilitario, sólo por el placer que proporciona. No ha de extrañar que
muchos, apresuradamente, opongan la actividad lúdica al trabajo como activi-
dad obligatoria y utilitaria. 16
Se han propuesto numerosas teorías para explicar la naturaleza del juego,
asf como su génesis y sentido. Será interesante echar una rápida ojeada a las más
destacadas. 17
Un primer grupo esta constituido por las teorías de la homeostasis, las cuales
consideran que el juego es una liberación psicofisiológica de energía vital para
restablecer el equilibrio del organismo. Ya a fines del siglo XVIII, Schiller explicó

el aburrimiento no vivenciamos ninguna clase de impulso." El aburrimiento en sus aspectos


fenomenológico y psicológico, y en sus implicaciones existenciales es analizado por E.
Weber en 1963, 195 y sigs., véase además 109 y 140; la distinción arriba recogida la for-
mula en ibid., 206-07 y 220-21. Sobre el aburrimiento y la rutina puede acudirse a López
Ibor, 1950, 66 y sigs. En fin, la importancia del aburrimiento en la vida cotidiana fue
objeto de amplia y constante reflexión por el espíritu misógino, pero lleno de finesse, de
Alain (1928) en sus Propos.
15
Constituía el "espíritu de-acedía", tan temido por el monacato medieval y que se
traducía en. desgana, abulia y tedio ante la vida: "Acedía est taedium et anxietas cordis"
leemos en Casiodoro {I71stitution.es, año 550 aprox.). San Benito, con su famosa regla, inten-
tó precisamente combatir ese espíritu. Acerca de la acedía consúltese Wenzel, 1967; y, entre
nosotros, López Ibor, 1950, 68 y sigs.
16
Cfr. Lalande, 1962, 546 y 586. El carácter del trabajo como actividad penosa se
encuentra en el sentido etimológico del término en diversas lenguas, como en el latín (labor),
el castellano (trabajo) y el aleman (Arbeit). Cfr. Hofstátter, 1970, 1061.
17
Exposiciones críticas de las diversas teorías sobre el juego se encontrarán en Zonder-
vgn, 1928, y en Alleman, 1951. Un resumen más reciente, lo presenta Berlyne, 1969, 829-
840. Las bases de la concepción actual hay que buscarlas en el pensamiento griego y en Kant.
Platón dice en las leyes (II, 653, d-e) que en los jóvenes el juego se debe a que no pueden
mantenerse en reposo po; lo que les es placentero saltar, gritar, danzar y jugar unos con
otros. Aristóteles, en la Etica nicomaquea (11766), compara el juegcr —ttollo La— con la
felicidad y la virtud; todas ellas son actividades deseables por sí mismas y no son necesarias
como el trabajo. Pero el juego no es, como aquéllas, una actividad valiosa por sí misma, sino
en la medida en que nos capacita para la actividad seria. Sobre el concepto de juego en Pla-
tón véase De Vries, 1949; y en Aristóteles, Ross, 1923, 331. Por lo que se refiere a Kant, en
la Kritik der Urteilskraft (1790, § 43 y 54) define el juego, siguiendo al Estagirita, como
"una ocupación placentera por si misma, por lo que no necesita de otra finalidad" en
contraposición al trabajo que es "una ocupación penosa por sí misma y que sólo atrae por el
resultado que promete", por ejemplo, la remuneración. Además, Kant relaciona la actividad
lúdica con la actividad estética. Más tarde, en su Anthropologie (1798, § 86) diferenció en
el juego con función de adiestramiento del organismo y refuerzo de energía al tener que
vencer determinadas dificultades.
ELTIEMPO DE RECREACIÓN 113

el juego como un desencadenamiento de energía excedente. 15 Y años más de lo


necesario tiende a ponerse de nuevo en actividad, dice que el instinto de juego se
debe a una energía biológica excedente que se vierte ya en una forma inferior
consistente en los ejercicios físicos —deporte—, ya en otra superior que produce
los sentimientos —arte—. El impulso lúdico puede ser satisfecho, de este modo,
con actividades no directamente destinadas a cumplir fines biológicos; además,
el juego nos compensa re los disgustos y fracasos. 19
La teoría teleológica del ejercicio preparatorio, elaborada por Groos,encuen-
tra una primera formulación en Fróbel. Para este último, así como el hombre
trabaja y Dios crea, el niño juega; el juego es el medio idóneo para la educación
•infantil al no ser un mero pasatiempo, sino una actividad necesaria por la que se
forman en aquél las disposiciones para llegar a ser hombre. El fondo metafísico
de la explicación de Fróbel se torna psicofisiológico en la teoría que Groos hizo
pública a finales de siglo: la actividad lúdica no es una simple descarga de energía,
sino una auténtica preparación para la vida, que tiene su base en los instintos.
Tomando como base la concepción aristotélica del juego y aportando numerosos
ejemplos de diferentes culturas, sostuvo que es un pre-ejercicio, un entrenamien-
to vital y, por ello, altamente educador en tanto que desarrolla física y mental-
mente al individuo. 20
Cercana a la anterior es la teoría de la recapitulación. Aceptando la hipótesis
del paralelismo ontofilogenético, Stanley Hall veía en el desarrollo psíquico del
niño una reproducción de las etapas por las que pasó el philum de la humanidad.
En consecuencia, el juego no es sino una repetición de costumbres ancestrales
que representa anteriores etapas sucesivas del hombre. Gracias a él, el niño puede
preparase para la acción y acercarse gradualmente al acto consciente del adulto
contemporáneo. 21

18
En una famosa carta, la XXVI, al duque von Schleseig-Holstein-Augustenburg (Schi-
11er, 1793, 149 y sigs.) Y en la carta XV explica el impulso lúdico (Spieltrieb) como una
síntesis del impulso sensible material y del formal, y como fundamento del impulso artístico
(loe. cit., .especialmente 82 y 85). Cfr., además, las cartas XIV, XVI, XX y.XXVI. Véase la
interpretación de Marcuse (1953, 170-184) y su comentario a la tesis de Bally (1945), cer-
cana a la de Schiller.
19
Spencer, 1855, 381 y sigs. y 4 0 3 y sigs. Pocos años después de haber publicado
Spencer sus Principies' of Psychology, Schaller (1861) ve en el juego una lecuperación de
fuerzas y Lazarus (1883) y lo compara con el sueño, pues ambos restablecen de la fatiga
física y mental. En la actualidad, la teoría de la homeostasis es mantenida por Alexander
(1948), el cual la aplica con enfoque psicoanalítico al campo psicológico, conectando la
acción lúdica con el erotismo, entendido éste como toda acción encaminada únicamente
al desprendimiento de energía supeiflúa para restablecer el equilibrio homeostático.
20
Fróbel, 1826 § 23. Gross, 1899, 7; y, en el mismo sentido, 1896. Este último estu-
dió también (1892) la transformación del juego enjuego reglamentario, y definió, siguiendo
la 'tradición anterior, la actividad estética en relación con la actividad lúdica. De base tam-
bién instintivista es la concepción que tiene Mac Dougall (1908) del juego.
Sobre los antecedentes de esta línea teórica en Schiller, y su relación con Spencer, ver
Caillois, 1958, 8.
21
Stanley Hall, 1906, 74; citado por Merani, 1962, 18-19. Dicha hipótesis afirma, de
acuerdo con la ley biogenética de Haeckel, según la cual el embrión se desarrolla siguiendo
las mismas fases por las que ha pasado y se ha formado.la humanidad, que la ontogénesis
—o desarrollo individual— de los seres superiores, reproduce en forma abreviada la filogé-
nesis —o desarrollo de la especie— de los seres inferiores. A pesar de que puede estimarse
superada, los doctores Doman y Delacato han tratado con éxito la parálisis cerebral infantil,
aplicando la técnica del patterning method basada en el patrón filogenético. Véase sobre
este último punto, Cruz Hernández, 1972, II. 1305-306.
114 LOS M O D O S P R Á C T I C O S DE L I B E R T A D EN EL TIEMPO

Teorías fisiológicas como las anteriores, pero de matiz distinto, han sido las
propuestas por Dewey y por Buytendijk. 22 La explicación del primero, de carác-
ter biológico, es muy elemental. La vida orgánica es actividad, por lo que el juego
responde a una necesidad natural de movimiento; en cambio, muy elaborada es
la teoría de Buytendijk. Para éste, la actividad lúdica responde a un dinamismo
biológico espontáneo que va de la tensión a la relajación, y cuya esencia se en-
cuentra en la dinámica juvenil en la que no se da la dirección ni la intención. El
juego es antiteíeológico: su elemento objetivo es lo imprevisible, al final como
mera posibilidad; en cuanto a su elemento subjetivo reside en el placer. En un
segundo momento, el movimiento se limita a un espacio —campo de juego— y se
normaliza en unas reglas, operando ambos elementos como obstáculos al movi-
miento libre.
Un sexto grupo lo forman las teorías que podríamos llamar de la autoexpre-
sión. Con especial referencia al juego infantil, Georges H. Mead afirmó que el
niño al jugar representa amplios roles sociales que le permiten dar sus propias
respuestas a situaciones creadas por él mismo. Hoy en día, Piaget, con idéntica
referencia, concibe el juego como una actividad autoformadora de la personali-
dad del niño, mediante una asimiliación de lo que el mundo ofrece al yo. 2 3
Las teorías psicoanalíticas sobre el juego se basan, además de en Freud,
también de un modo implícito en Claparéde, el cual había visto en el juego una
catarsis liberadora de emociones reprimidas que deja al sujeto en libertad para
poder desarrollarse. La escuela psicoanalítica interpreta la actividad lúdica como
una proyección de impulsos sociales no aceptados. Todo el simbolismo del juego
opera de catarsis de los impulsos y deseos censurados moral o socialmente por
el superyó y reprimidos por el yo. En esta línea se encuentran, por ejemplo, las
aportaciones de Slavson y de Erikson. Slavson ve en el juego infantil una impor-
tante forma de aprendizaje, y en el de los adultos un medio de compensar orgáni-
ca y efectivamente el reposo y la monotonía con nuevas experiencias y estimu-
lantes, así como diferentes posibilidades de éxito. Enumera como móvileslúdicos
característicos; las necesidades de movimiento y de cambio, el instinto sexual, el
deseo de la muerte, los móviles sádicos, la agresividad y la regresión. Pero la acti-
vidad lúdica, libre y espontánea, es ante todo un medio de descargar la agresividad
mediante una regresión, aceptable personal y socialmente, hacia modos del com-
portamiento infantil por los que a través de la imaginación y la fantasía escapa-
mos periódicamente de las sujeciones de la realidad. Por lo que se refiere a Erikson,
coft base en el psicoanálisis infantil y la antropología cultural, interpreta de
modo parecido el juego del niño como una forma de tratar cada ventura creando
situaciones modelo, y de dominar la realidad con la experiencia y la organización.
En cambio, el juego del adulto es una evasión periódica de las formas de limita-
ción que constituye su realidad. Uno y otro destacan el gran poder catártico del

22
Dewey, 1925. Buytendijk, 1933; y antecedentes en 1932.
23
G. H. Mead, 1934, 176 y sigs. Piaget, 1945 y 1966. Sobre las aportaciones de Mead
y de Piaget ver infra la nota 30. Un resumen muy claro de las ideas de este último sobre el
juego puede verse en Millar, 1968, 44-51.
Mitchell y Masón (1948, 79 y sigs.), combinando esta teoría con la anterior, opinan
que el hombre encuentra obstáculos en su conducta y busca satisfacciones compensatorias,
r-nír.ndo autoexpresarse.
EL TIEMPO D E R E C R E A C I Ó N 115

juego como factor equilibrador que nos libera de presiones, descargas tensiones
y compensa inadaptaciones. 24
Un último grupo puede hacerse con las teorías de carácter antropológico
social y cultural. Frente a las teorías individualistas o psicológicas, los antropó-
logos han subrayado reiteradamente la dimensión sociocultural del juego. Frazer
ya había interpretado los juegos, sobre todo los tradicionales, como una degra-
dación de las ceremonias de los adultos: tanto en su forma como en su contenido
consideraba que habían sido sugeridos o impuestos a la sociedad infantil por
la sociedad adulta, lo que señalaba el predominio de ésta sobre aquélla. Y Mali-
nowski, en sus observaciones etnológicas, subrayó que loí juegos arrancan al
hombre de la rutina, mitigando la disciplina de la vida diaria y restaurando en
él la plena capacidad por el trabajo rutinario. 25
Más culturalista que antropológica es la teoría, muy elaborada, expuesta por
Huizinga en su conocido libro Homo ludens. El juego es, para él, creador de la
cultura; en él manifiestan los pueblos su interpretación de la vida y del mundo.
Ya en sus formas más simples está dotado de significación y en las superiores
tiende a la figuración, a representar simbólicamente la realidad. Su carácter dife-
rencial está en el hecho de ser una actividad libre, voluntaria, y por tanto renun-
ciable, es decir, superflua y por esto tanto más deseable;sólo cuando cumple una
función cultural socialmente admitida —un rito, una ceremonia— se relaciona
con la obligación y el deber. Es independiente de las demás actividades humanas:
responde a un orden propio, limitado tempoespacialmente y sometido a unas
reglas asimismo propias. Al mismo tiempo que escapa a la vida corriente y a lo
"serio", absorbe a la persona del "jugador" de una manera intensa y completa.
Culturalmente, aparece como un sustrato constante de la historia sobre el que
se elevan el lenguaje, la competición, el derecho, la guerra, el saber, la poesía,
la filosofía y el arte 26

24
Slavson, 1948; Erikson, 1950. Las ideas de Freud sobre el juego, en buena paite
contenidas en Massenpsychologie und Ichanalyse (1921), las resume Millar brevemente en
1968, 22-27. Acerca de Claparéde remito a su obra de 1909.
Mientras las teorías de Slavson y de Erikson ofrecen unas interpretaciones del juego
de carácter marcadamente contrafuncional, explicable por interesarse ambos en los aspec-
tos patológicos de la personalidad y, sobre todo el segundo, en el juego como instrumento
terapéutico, Sapora y Mitchell ( 1 9 6 1 ) consideran que la compensación de sentimientos de
inferioridad y de frustraciones en el juego no debe sobrevalorarse porque el hombre, al
jugar, primordialmente exterioriza y autoexpresa su personalidad de un m o d o natural y
espontaneo. Estos últimos autores se sitúan, pues, a caballo entre este grupo psicoanalítico
y el anterior, referente a las teorías de la autoexpresión.
25
Frazer, 1890. Malinowski, 1931, 121 y sigs. A diferencia de estas teorías de base
etnográfica, Fróbenius (1933, y antecedentes en 1932) presentó otra teoría que arranca
de postulados metafísicos: la cultura nace como juego, el cual no es sino una representación
simbólica de un estado patético del hombre frente a todo el orden de lo sobrehumano, de lo
grandioso e incognoscible que acompaña el acontecer cósmico. En el juego infantil se en-
cuentra, según Fróbenius, la fuente de toda la creatividad humana.
26
Todas las culturas para Huizinga, responden a una fuente lúdica, aunque en unas es
más fundamental que en otras. Así, mientras el medievo europeo fue una época lúdica, el
siglo XIX ha sido esencialmente "serio". Cfr. la obra arriba mencionada (1938, passim).
El gran historiador holandés basándose en el significado de las palabras con que se
designa la actividad lúdica en la mayoría de los idiomas europeos, dice que "el juego es una
acción u ocupación libre, que se desarrolla dentro de unos límites temporales y espaciales
determinados, según reglas absolutamente obligatorias, a u n q u e libremente aceptadas; acción
que tiene su fin en sí misma y va a c o m p a ñ a d a de un sentimiento de tensión y alegría, y de la
conciencia de ser de otro modo que la vida corriente" y añade, a continuación, que
118 LOS M O D O S P R Á C T I C O S DE L I B E R T A D EN EL TIEMPO

En sus investigaciones sobre el juego y los juegos, Caillois ha criticado certe-


ramente a Huizinga per su concepción demasiado amplia, porque con el juego
intenta explicar toda Ii historia y la cultura, a la vez que demasiado estrecha
porque únicamente ú ue en cuenta los juegos de competición reglamentada.
Para Caillois, el juego puede definirse formalmente como una actividad libre,
separada o delimitada íempoespacialmente 27 y de antemano incierta, improduc-
tiva, reglamentada y ficticia. En el juego predomina siempre alguno de estos
impulsos primarios de carácter "serio": la competición (egón), el azar (alea),
el simulacro (rnimicry) o el vértigo (ilinx). Los dos primeros dan los juegos de la
voluntad, según que se basen respectivamente en ésta (competición) o en su
entrega al destino (azar); los dos restantes dan los juegos de la personalidad, re-
presentando una segunda personalidad (simulacro, ficción) o saboreando el
dejar libre y poseída por fuerzas ajenas la propia personalidad (vértigo). El juego
deja siempre una huella profunda en la cultura: no sólo en las distracciones, sino
en el conjunto de la realidad, en la vida cotidiana y a través de las instituciones. 28
La existencia de tan distintas concepciones sobre el juego explica y se expli-
ca por la importancia y el valor que tiene esta manifestación de la conducta en

definido de esta manera, el concepto parece adecuado para comprender todo lo que deno-
minamos juego en los animales, en los niños y en los adultos: juegos de fuerza y habilidad,
juegos de cálculo y de azar, exhibiciones y representaciones. Esta categoría —el juego— pa-
rece que puede ser considerada como uno de los elementos espirituales más fundamentales
de la vida (1938, 49; el subrayado es del propio Huizinga. En ibid., 29 da otra definición
más restringida basada en el aspecto formal del juego.)
Según Martindale (1960a, 371), Huizinga siguió las sugerencias de Max Weber en el
estudio que éste hizo sobre la ciudad (1921, 229-29), donde sostieneque toda civilización
podía recibir su estilización peculiar en términos de sus tipos característicos de juego. (Otra
línea interpretativa del fenómeno lúdico urbano es la splengeriana: las formas de juego en
la ciudad son una forma de escapar de las tensiones, anulándolas mediante la distracción.
Cfr. Spengler, 1924, 103). A su vez, el propio Martindale (ibid., 368 y sigs.) encuentra una
conexión entre las ideas de Max Weber y las de Georg Simmel. Para este último (1911, 71 y
sigs.) el juego era, como el arte, originalmente una "forma" desarrollada por la realidad de
la vida, pero que ha creado un "contenido" de autonomía frente a las realidades que la
engendraron, pudiendo tener cualquier esfera de la vida sus propias formas de juego; inclu-
sive la vida social en general pues la sociabilidad cubre prácticamente todos los juegos: en la
comunicación es la conversación o trato por sí mismo; en el erotismo es la coquetería, que
provoca una interacción consistente en el cortejo por sí mismo.
27
Caillois (1958b, 16) estudia el juego como actividad independiente "esencialmente
una ocupación separada, cuidadosamente aislada del resto de la existencia, y en general rea-
lizada en límites determinados de tiempo y lugar". Dumazedier (1962a, 342) encuentra
insuficiente la postura de Caillois dada la independencia del enfoque de este último. Doy
la razón de Dumazedier, aclarando que, a mi juicio, dicha insuficiencia proviene, ante todo,
del hecho de referirse Caillois a uno de los aspectos subinstitucionales del tiempo libre y no
alas conexiones estructurales del juego en el seno de este tiempo como institución social.
28
Es más, dice Caillois, el destino de las culturas se lee en los juegos: dar la preferencia
a uno u otro de aquellos impulsos lúdicos, contribuye a decidir el porvenir de una civiliza-
ción. Cfr. Caillois, 19586, especialmente los dos-primeros capítulos, y también 1958a en
donde recoce, en parte el contenido de 19586. Véase la crítica que hace Caillois a Huizinga
en 1950, 199-213.
Martindale (1960a, 363 y sigs.) destaca el valor intrínseco del juego desde una perspec-
tiva institucional. El juego, dice, constituye una de las instituciones culturales, las cuales se
refieren a valores intrínsecos, a diferencia de las instituciones sociales, dirigidas a valores
instrumentales. El sentido del tipo de actividad en éstas descansa en alguna esfera exterior,
mientras que en aquellas yace en la actividad misma. En las instituciones culturales, los acon-
tecimientos son más espontáneos y creadores, y las actividades más libres y menos construi-
bles. Esto no quiere decir —aclara el citado autor— que las actividades y las instituciones en
que los valores culturales se realizan carezcan de orden, sino que la fuente de orden surge
del interior mismo de dichas instituciones.
EL TIEMPO DE R E C R E A C I Ó N

campos tan diversos como la psicología y la psiquiatría, la pedagogía y el arte, la


religión y la política. 29 Este carácter complejo hace pensar que cualquier inter-
pretación monista es reductora del fenómeno, insuficiente para explicar sus
variadísimas manifestaciones. 30 Ahora bien, lo que más nos interesa aquí es que
las teorías expuestas pueden ser reagrupadas en dos grandes conjuntos según
que pongan el énfasis en el carácter reequilibrador del juego (teorías de la homeos-
tasis, las psicoanalíticas, las antropológicas) o en su carácter de formador de la
personalidad (las restantes); naturalmente, esto es sin perjuicio de que muchas
de ellas participen de ambas vertientes explicativas.
En síntesis, pues, las diferentes teorías sobre el juego revelan dos cosas importan-
tes acerca de este fenómeno:
1. Ya el poder de la conducta lúdica para compensar las limitaciones de la
vida seria, o sea, de la vida forzosa en tanto que es la propia del tiempo
heterocondicionado.
2. Ya su carácter expresivo de la personalidad, a través de los numerosos
valores puestos en juego con dicha conducta.
En último término revelan que en cualquier caso, es decir, incluso en los
supuestos en que se considera un hecho de procedencia puramente instintiva,
el juego es, en el hombre, una manifestación de libertad. Y si aceptamos, confor-
me a la definición comúnmente aceptada del juego que antes he recogido, de que
éste consiste en una actividad realizada sólo por el placer que proporciona, es
patente que tal placer no es otro que el placer de la libertad. Y ciertamente, to-
mado el fenómeno en su dimensión psicológica, esto es lo que el hombre busca y
encuentra en el juego.
Así pues, la conducta lúdica es una conducta autocondicionada por la que a
través de dos procesos psicológico sociales básicos, a saber el proceso de autoex-
presión y el proceso de compensación, el hombre puede respectivamente expre-
sar o reequilibrar su propia personalidad.
Recordemos ahora que, como ya he dicho, el juego es la forma genérica de
29
Incluso han podido hacerse aportaciones sobre algunos aspectos del fenómeno en
campos tan inesperados como la economía (a partir de la obra básica de von Neumann y O.
Morgenstern, 1944) y la lingüística (por ejemplo, Wittgenstein, 1953,1, § 81;y 1956, VI, I).
30 • ,
Las diversas formas facticas de juego, los juegos, se han intentado clasificar en innu-
merables tipologías, útiles para análisis diversos. Además de los juegos según la edad (que es
la clasificación más usual, trabajada por la psicología evolutiva: véase por ejemplo, las sub-
clasificaciones que proponen Piaget e Inhelder de los juegos de la primera infancia, así como
la de Busemann para los de la segunda infancia y la edad juvenil, en Katz, 1951, 249 y sigs.
y 274-75 respectivamente; y la más reciente de Merani para los juegos infantiles en general,
en Merani, 1962, 73-74) o según los impulsos lúdicos (Caillois, vide. supra), cabe distinguir
entre los juegos físicos, los mentales y los mixtos; los juegos individuales y los colectivos;
los de participación o de espectáculo; los espontáneos y los organizados (con reglas, instru-
mentos y técnicas, que son elementos típicos de los juegos evolucionados, etc.
La importancia del juego organizado en la formación tanto del yo como del orden so-
cial, fue puesta de manifiesto por Georges H. Mead. A diferencia del juego simple, en el que
"hay una simple sucesión de un papel tras otro" ? el juego con reglas, hace que el niño adopte
un rol determinado frente a los roles de los demás, los cuales constituyen el "otro generaliza-
do", expresión, de la que se sirve Mead para designar "a la comunidad o grupo social organi-
zados que proporciona al individuo su unidad de persona" (1896-1897, 140 y sigs.; y 1934,
176-193). Piaget ha retomado esas ideas y las ha matizado profundamente en sus trabajos,
en particular al estudiar la formación de la conciencia moral en el niño (1932, debiendo
observarse que dos años antes ya había tratado el tema én dos conferencias pronunciadas
en el Instituto Rousseau, de Ginebra; posteriormente, el tema del juego infantil ha sido
profundizado por él en relación con la formación de la función simbóica, véase 1959, caps.
4 a 7). Se deduce de todo ello que la actividad lúdica tiende a organizarse en un sistema
118 L O S M O D O S P R Á C T I C O S DE LA L I B E R T A D EN E L TIEMPO

la diversión, lo que significa, dicho con otras palabras, que quien se divierte siem-
pre juega (no siendo cierto lo contrario, ya que la conducta lúdica puede realizar-
se también en el marco de la práctica del ocio cuyo modo veremos en tercer y
último lugar).
No hay que confundir, empero, el juego con la diversión. La conducta lúdica
no es privativa del hombre, pues la etología ha demostrado que incluso llega a
ser importante en algunas especies, pero únicamente el hombre se divierte. La
diversión es la manifestación psicológica del juego; es decir, que con ella el hom-
bre siente el placer propio.de lo lúdico, por lo que a través de esta diversión busca
y encuentra dicho placer y por lo tanto juega. Tanto en el juego como en la di-
versión la conducta está autocondicionada por el sujeto; por esto, la diversión,
como el juego, constituye una importante fuerza social. 31 Pero mientras en el
juego la conducta es gratuita, en el sentido de que no tiene otra finalidad que sí
misma, en la diversión la conducta es intencional.
Sentado esto ¿cuándo el juego funciona de un modo expresivo y cuándo
funciona de un modo compensador? Depende de la relación existente entre el
juego y la diversión. En efecto, la conducta lúdica es expresiva de la personalidad
cuando es un fin en si misma y es compensadora de la personalidad, cuando es
un medio para divertirse. Dicho de otra manera, al divertirnos para jugar nos
entregamos a una actividad por sí misma y, por consiguiente, esta actividad pla-
centera, tomada como fin, refleja directamene nuestro sentir y nuestro modo de
ser; con ella, nos autoexpresamos. En cambio, al jugar para divertirnos huímos
con nuestra conducta de algo que nos resulta desagradable; se trata, en este se-
gundo supuesto, de una actividad contrafuncional ya que el placer de la libertad
no es sino un medio compensatorio para libéranos del aburrimiento de lo coti-
diano.
Ahora bien, en ambos supuestos, tanto en el juego expresivo como en el
compensatorio, la conducta del sujeto es re-creadora. La diversión implica siem-
pre una recreación. En el juego expresivo, porque al divertirnos nos volvemos a
crear para nosotros mismos; en el juego compensador, porque la diversión evasiva
nos vuelve a crear para las actividades "serias", o sea, no re-creamos para el tra-
bajo y en general para lo heterocondicionado, debiendo aclararse que por respon-
dér esta diversión a una necesidad de recreación, lo es menos del propio sujeto
que de las circunstancias o contexto que le condiciona. Quiero decir que al dejar
al hombre otra vez capaz y disponible para la conducta heterocondicionada,
aquellas circunstancias también se reproducen. Y vistas asilas cosas, la conducta
lúdica no es simplemente una actividad realizada por el solo placer que propor-
ciona, sino que junto a este aspecto subjetivo hay otro de carácter objetivo, fun-
damental a nivel humano: el hombre ante todo juega porque el juego es una ac-
tividad re-creadora.

autónomo de reglas —siendo parte del placer de los jugadores el establecer éstas, como ya
señalara Mead (1934, 182)— que definen las situaciones y los resultados del juego.
Agudamente, escribía Ortega en 1925 que: "El juego exige que se juegue lo mejor
posible. Precisamente su falta de seriedad hacia afuera —su falta de forzosidad— le dota
espontáneamente de una rigurosa seriedad interna" (1925, II, 351, los subrayados son de
Ortega; para las ideas de este autor sobre lo lúdico, el "deportismo" y la vida consúltese
especialmente, además del trabajo citado, 1923, 194 y _sigs., y 1958, 375-390).
31
Véase sobre el juego en relación con la dinámica de los pequeños grupos, Beal,
Trillen y Rínulabruigli, 1962. Y en el plano macrosociológico, Meyer y Brightbi 1 !, 1956.
EL TIEMPO D E R E C R E A C I Ó N 119

Estamos así ante dos sentidos claramente distintos de la diversión como re-
creación dados por una conducta que en el primer caso es funcional y en el segun-
do contrafuncional. Pasemos a analizar ambcj aspectos del fenómeno, viendo
primeramente el último mencionado.
El carácter contrafuncional de la diversión ha sido bien resumido por Duma-
zedier al describir ésta como una de las "funciones" del ocio. La monotonía en
el trabajo y la necesidad de romper con lo cotidiano conduce, escribe, a "cierta
búsqueda de una vida complementaria, de compensación o de huida mediante la
distracción, la diversión, la evasión hacía actividades diferentes del mundo de
todos los días: a) actividades reales —de la realidad secundaria, escribe Caillois—,
a base de cambio de lugar, de ritmo, de estilo, viajes, juegos, deportes; b) activi-
dades ficticias a base de identificación y de proyección: participación en los
espectáculos de cine teatro, lectura de novelas, etc. ( . . . ) Es el recurso de la vida
imaginaria, de la satisfacción de lo que llamamos con Offman, nuestro doble
—Morin, 1958—. Esta función de diversión, en todo su sentido, es la que se evoca
en la mayoría de las respuestas de nuestra encuesta". 32
La diversión compensadora, puesta ya de relieve hace años por Riggs al verla
como un modo de equilibrar la vida en relación con el trabajo, implica una varia-
ción en nuestro círculo habitual de personas y en nuestras actividades usuales.
Implica también una alteración en nuestro estatus normal y el posible encuentro
del afecto, la independencia, el prestigio o cualquier otra cosa que nos es negada
en la vida cotidiana. 33
Es acudiendo a otro mundo, real o ficticio, en el que uno vive sensaciones,
setimientos y valores distintos a los de la rutina diaria, como es posible liberarse
del aburrimiento. La diversión liberadora vuelve a crear nuestra vida en el plano
lúdico. Esta recreación es circunstancia; y no sólo porque luego de la diversión
hay que volver al trabajo, lo que permitió que Ortega dijera de ésta que es una
"huida provisional". 34 Es provisional sobre todo en el sentido de que al compen-
sarnos, nos vuelve a crear también para las actividades heterocondicionadas. Así,
al facilitar el regreso a lo cotidiano, la diversión es, contradictoriamente, repro-

32
Dumazedier, 1962a, 344; cfr. 1962b, 29-30 y 1974, 93 y 98.
33
Riggs, 1935. 'Cfr. Mills, 1951, 326. El ocio ostentatorio se relaciona, en ciertos
aspectos, con la diversión. Escribió Thorsthein Yeblen (1899, 82) que el ocio cumple una
función ostentatoria cuando se recurre "a la ayuda de amigos y competidores ofreciéndoles
regalos valiosos, fiestas y diversiones caras. Los regalos y fiestas tuvieron probablemente
un origen distinto de la ostentación ingenua, pero adquirieron muy pronto utilidad para
este propósito y han conservado este caracter hasta el presente".
34
La vida de juego se convierte en una realidad secundaria y compensadora, ya sea en
el juego activo —entendiendo por tal no necesariamente el deporte, sino también el partici-
par como jugador en un juego de naipes o de ajedrez, y también, por ejemplo, el hecho de
que durante las vacaciones muchos juegan a hacerse pasar por ricos o por "salvajes"—, ya
sea en el juego pasivo en calidad de espectador, a título de juez, de partidario o de apostante
(Janne, 1967, 29-30). A la memoria acuden aquellas palabras de Luis Vives: "El hombre ha
sido creado para cosas serias y no pocas chanzas y juegos. Pero los juegos se inventaron para
recrear el ánimo cansado de las cosas serias" (cit. por Marañón en 1942, 83).
Decía Ortega (1942, 420): "Di-vertirse es apartarse provisoriamente de lo que solíamos
ser, cambiar durante algún tiempo nuestra personalidad efectiva por otra en apariencia arbi-
traria, intentar evadirnos un momento de nuestro mundo a otros que no son el nuestro".
Años después, encontramos idéntico enfoque en Fromm (1955, 170-71): la depresión, el
aburrimiento, el tedio pueden ahogarse evitando sus manifestaciones, que se sienten cuando
se está a solas consigo o con las personas más allegadas; entonces las diversiones nos facilitan
la huida.
LOS M O D O S P R Á C T I C O S DE L I B E R T A D E N E L TIEMPO

ductora del heterocondicionamienío, con lo que la huida termina a la postre


en un regreso más afianzado, si cabe, en lo cotidiano.
Hay veces, sin embargo, en que esa huida puede llegar a ser una evasión defi-
nitiva o al menos radical. Atraídos por el placer de la libertad, nuestra vida queda
cristalizada en la conducta lúdica transformando una realidad que es complemen-
taria, en realidad primaria, sustancial. Se trata, entonces, de una respuesta que
implica el abandono de nuestra personalidad real; con ello, la recreación pasa a
convertirse en creación. La diversión evasiva queda, en consecuencia, desnatura-
lizada en su función recreadora pasando a tener un sentido sustitutorio que no le
es propio. Con tal conducta quedamos sumidos en otro estado cotidiano apartado
de nosotros mismos. Por esto, Aranguren ha podido afirmar que la diversión es
olvido de la mismidad y de sus auténticos problemas. Es más, el modo práctico
de la libertad es aquí empleado contradictoriamente, dado que la diversión pasa
a ser utilizada como-si fuera creación; el resultado es, pues, una falsa creación.
Así, la diversión radicalmente evasiva atrae y distrae para, a la postre, frustrar.
Saca-del aburrimiento objetivo para sumir en el fastidio. 35
Volvamos a la huida provisional. Según hemos visto, ésta reproduce lo hete-
rocondicionado, pero también ha liberado del aburrimiento. En consecuencia, si
el sujeto dispone de más tiempo para lo autocondicionado (en vez de regresar a
lo heterocondicionado) y su diversión ya no responde a una necesidad compensa-
toria, realizará una actividad propiamente funcional que se traducirá en prácticas
lúdicas de carácter expresivo. 36 Su conducta ya no originará una personalidad
complementaria, sino que refleja la suya propia. Con ello, ésta, recubierta antes
por lo heterocondicionado, queda ahora el descubierto ante uno mismo y ante
los demás. Entiéndaseme el matiz: ya no se trata de una actividad recreativa,
sino propiamente recreadora.
En la diversión recreadora, el quehacer procura un goce autocondicionado
que hace resurgir ciertos valores individuales y sociales,37 que afirman la persona
c su participación social de un modo auténtico. Cuando, por ejemplo, el colec-
cionar cosas o elaborar objetos se practican por lo que tienen de propio, o sea, de
manifestación material de nuestras ideas y habilidades reveladoras de nosotros
mismos, la diversión es recreadora. Igualmente cuando, por ejemplo, el juego
amistoso o erótico, el baile o el deporte con otros se realizan también por lo que
tienen de propio, esto es, de comunicación y participación con los demás,nuestra

35
Aranguren, 1958a, 138; cfr. además 19586, 388. Erich Weber (1963, 218) insiste
en que las diversiones no son valiosas cuando con ellas se intenta ahuyentar el aburrimiento
existencial, profundo, objetivo, porque entonces nos aturden y el aburrimiento surge una y
oti'a vez al quedar irresueltos los problemas centrales de nuestro sentido. SegúnxLersch, el
polo negativo de la diversión es el fastidio; el descontento es una forma atenuada de aquél.
En el fastidio hay una inhibición de la libre expresión de nuestras funciones. Su cualidad
endotímica no es puramente el malestar, sino la sensación de que algo nos consume; afecta,
además a las exigencias del yo: nos fastidiamos porque no hemos conseguido algo. (Lersch,
1956, 201).
36
Ese valor expresivo se destaca en las pautas recreativas de las sociedades primitivas.
En estas sociedades, el aspecto contrafuncional es mínimo (cfr. por ejemplo las descrip-
ciones del antropólogo Lówie en 1941, 163-176 y 517). Pero no es inexistente: vide supra
la opinión de MaHnowski.
37
Especialmente hoy en día, los del artesanado en el que se adquiere un dominio me-
nor de ciertas técnicas o conocimientos para poder gozar de la obra completa, hecha ínte-
gramente por uno mismo. En este sentido: Mills, 1951, 286-87, y 1954, 273; Richta y
colaboradores 1966, 209-10, etc.
EL T I E M P O D E R E C R E A C I Ó N 121

conducta expresiva y refleja nuestra personalidad en el ámbito social. La diver-


sión recreadora consiste en la plena y consciente entrega a algo por sí mismo y
no por necesidad, lo que autoafirma en diversos aspectos a la persona en cuanto
sujeto recreador de sí mismo y de lo que le rodea.

EL TIEMPO DE CREACIÓN

La tercera y última "función" del ocio consiste, según Dumazedier, en el


desarrollo de la personalidad. A pesar de la desmesurada amplitud con que la
describe, es interesante transcribir literalmente sus palabras. Sostiene que dicha
función: "Libra del hábito que tiende a limitar los actos, las formas de conducta,
las ideas cotidianas, al automatismo y formas estereotipadas. Permite una partici-
pación social más amplia, más libre, y una cultura más desinteresada del cuerpo
y del espíritu. Ofrece nuevas posibilidades de integración voluntaria a la vida de
grupos recreativos, culturales, sociales. Permite completar libremente los cono-
cimientos afectivos o intelectuales, cultivar las aptitudes, adquiridas en la juven-
tud, pero constantemente superadas por la evolución continua y completa de la
sociedad. Incita a adoptar actitudes activas, en el empleo de las distintas fuentes
de información tradicionales o modernas (prensa, cine, radio televisión) espon-
táneas u organizadas. Crea formas nuevas de aprendizaje —learning— espontáneo
o voluntario a lo largo de la vida. Produce formas de conducta innovadoras y
•creadoras en el tiempo libre. Aporta a todos los trabajadores la posibilidad de
mayor tiempo para la contemplación, la acción desinteresada o la creación libre.
En algunas condiciones, puede suscitar, en el individuo liberado de las obligacio-
nes profesionales, disciplinas escogidas con vistas al desarrollo completo de la
personalidad, en un estilo de vida personal y social".38
Este texto llama la atención por varias razones. Ante todo, por su detallismo
descriptivo que da la impresión de estar uno ante un batiburrillo de actividades
heterogéneas, lo cual no sólo oculta una falta de síntesis, sino que además parece
mostrar un cajón de sastre en el que se ha echado todo cuanto no encontraba
una cómoda cabida en el descanso o en la diversión. Y confirma tal sospecha el
hecho, recordado por Magnane,39 de que la tercera "D" fue incluida porque ios
encuestados no excluían de sus respuestas aquellas actividades que tendían a
desarrollar su personalidad y su sociabilidad.

38
Dumazedier, 1962a, 344. Debe advertirse que, para este autor, la participación
social no es constitutiva de ocio: al menos así parece desprenderse detestas palabras suyas:
"El ocio no es todo el tiempo libre. Las actividades de participación en los quehaceres
de la ciudad corresponden también al tiempo libre y no al ocio" (Dumazedier et al., 1967,
262). Cfr. nota 11 al cap. 6.
Hoy, Dumazedier sintetiza la "función" descrita del modo siguiente (1974 ; 93 y,
98-99): En el tiempo de ocio, el individuo se libera a su gusto de la especializacionfun-
cional, desarrollando de un modo interesado las capacidades de su cuerpo y su espíritus
permitiendo salir de las rutinas y estereotipos impuestos por el funcionamiento de los orga-
nismos básicos de la sociedad; abriendo la vía de una libre superación de sí mismo y de
una liberación del poder creador, en contradicción o en armonía con los valores do-
minantes de la civilización. Nótese que Dumazedier pone aquí énfasis en el interés personal1
(cfr. ibid. 98) mientras que en el texto arriba transcrito lo pone el carácter desinteresado
(lucrativamente) de la acción y de la cultura.
39
Magnane, 1954, 43 y 46.
122 LOS M O D O S P R Á C T I C O S DE L I B E R T A D EN E L TIEMPO

En otro orden de cosas, llama también la atención en el texto transcrito el


que los aspectos contrafuncionales andan entremezclados con otros claramente
funcionales, lo que sugiere la posibilidad de que uno y otro aspecto estén en este
caso inextricablemente imidos. Asimismo, cabe observar que sólo en esta "fun-
ción" Dumazedier se ha visto obligado a referirse al tiempo libre —a pesar de lo
poco grata que le resulta esta expresión— y a la libertad, ala cual relaciona con
la participación social y la creación.
Todo ello, así como la consideración de que la expresión elegida para desig-
nar esa nueva función del ocio es sumamente equívoca puesto que la recreación
pu-.ide también desarrollar la personalidad, parece indicar que estamos ante un
modo muy peculiar de práctica de la libertad en el tiempo de ocio.
Este modo está dado por la posibilidad que el tiempo de ocio brinda al
hombre de ser él mismo. Cuando éste no es tal, siente la necesidad de superar su
impersonalidad pudiendo compensar ésta autocondicionando su conducta con
actividades creadoras.
La creación consiste en la realización de actividades por las que la persona
autocondicionadamente produce algo nuevo suyo; así, al crear, nos liberamos de
lo impersonal. La creación liberadora es, empero, una creación "forzada" que
responde a una necesidad de nosotros mismos y no a nosotros mismos; es una
crcp.r'n contrafuncional.
Cuando la creación es auténticamente libre pasa a ser la expresión de noso-
tros mismos como libertad. En la creación liberada, crear es tanto como crearse.
La actividad creadora se reñere a todo el vasto campo, exclusivo del ser hu-
mano, que va desde la filosofía y el arte, hasta la técnica o la política. 40 La
conducta autocondicionada se realiza a través del trabajo como juego, o sea,
aprovechando la fuerza creadora que este posee (no su capacidad reproductora
que es propia de la re-creación).
La relación entre el tiempo de creación y el tiempo sociocultural e incluso
el tiempo económico, es clara.
Debido a la doble dimensión personal y social de nuestra personalidad, la
creación se lleva a cabo por el hombre a través de dos vías: autocondicionando
ya su pensamiento, ya su acción en los grupos, hacia la realización de determina-
dos valores culturales o antropológicos. La vía del pensamiento constituye la
contemplación creadora; la vía de la acción, la participación creadora. 41
La contemplación, vista analíticamente, puede manifestarse como crea-
ción activa o pasiva. Como creación activa, por ejemplo, en el mundo del arte
a! escribir un libro, pintar un cuadro o componer una partitura que aporten
nuevas dimensiones de la personalidad del autor, pintor o compositor a la reali-
dad social, o viceversa. Como creación pasiva, mediante la interpretación crítica
de algo ya creado pero que continúa abierto en su sentido. Por otra parte, cuan-
40
En relación con nuestro tiempo, destaca Georges Friedmann (19606, 247) que para
misiones de hombres y de mujeres, cuyo trabajo cotidiano para ganar el sustento no tiene
valor cnriquecedor ni equilibrador, la realización personal y la satisfacción no pueden ser
buscadas más que en las actividades de ocio, y para precisar más en el tiempo libre, al que se
asocia para muchos la posibilidad de expresarse a través de la lucha colectiva en sus organiza-
ciones políticas y sindicales.
41
El término "participación" significa, en el presente contexto, conjunción de la per-
son ¡ i - a en lo «ocvl, a nivel interpersonal o a nivel transpersonal. No lo empleo, pues, en
r 3 para designar uno de los grados cualitativos de las situaciones sociales
hecho y explicado en 1971c, 228-29.
EL T I E M P O DE R E C R E A C I Ó N 123

do la crítica es tan profunda que transforma lo creado, es un camino que lleva a


la creación activa.
Especialmente, la contemplación activa requiere momentos de silencio y
recogimiento, que pueden acompañar tanto un rico monólogo anterior como una
honda comunicación con otros; son instantes de autoafirmación personal o inter-
personal, potenciadores de nuestra imaginación.42 Las características de la parti-
cipación son opuestas.
Por ello y porque en la contemplación la persona se afirma desde sí misma,
mientras que en la participación se afirma desde los demás, ambas vías tienden a
contraponerse. Y la evolución histórica de las relaciones entre ambas, considera-
das como formas de vida, así lo insinúa. En efecto, la contemplación fue configu-
rada conceptualmente por la filosofía griega, sobre todo por Aristóteles, el cual
se refiere a la vida teorética como la dedicación exclusiva al pensamiento, soste-
niendo que no sólo se contrapone al trabajo manual, sino también a las vidas del
político y del guerrero, las cuales anteriormente habían sido consideradas más
valiosas que las del sabio. La contemplación se relaciona tan íntimamente con el
ocio que con razón escribe de Grazia que, en el sentido griego, aquélla está tan
cercana de la skholé que al describir una y otra idea es inevitable la repetición. 43
La filosofía medieval insistió en la acepción clásica, dotándola además de un sen-
tido religioso, cosa que sólo en parte habían hecho griegos y latinos. En cambio,
el humanismo renacentista vino a ensalzar el valor de la participación a través de
la vida práctica y mundana. Con la Ilustración se unen ambos puntos de vista,
al verse en el conocimiento un instrumento de acción sobre el mundo. Pero el
Romanticismo reencuentra, a su modo, el ideal contemplativo. Por su parte,
Marx procede a revisar el pensar ilustrado, acentuando el valor de la praxis como
acción transformadora de la realidad. Posteriormente, con el advenimiento de
la modernidad industrial, la historia de la contemplación parece quedar truncada
pues, según Aranguren, esta última ha sido reemplazada por la acción, la laborio-
sidad y el trabajo. 44 Ello explica que algunos se esfuercen en querer resucitar el
ideal contemplativo clásico por ver en él la salvación de la crisis espiritual que,
dicen, embarga al mundo moderno.
De la contraposición señalada no están exentos los tratadistas del tiempo
libre. Así, Dumazedier tiende a sobrevolar la participación social, en detrimento
de la contemplación, situando aquella en la cúspide del ocio, al identificar prác-

42 T"*
Es obvio que esas condiciones de silencio y recogimiento hay que relacionarlas con
el carácter intemporal de la creación contemplativa, a la que me refiero en el siguiente
capítulo al tratar de las relaciones entre la libertad, la temporalidad y la creación. No deben,
por tanto, ser entendidas como de aislamiento y "ensimismamiento", lo que conduciría a
una interpretación individualista y elitista como la sostenida por Schopenhauer (1851,
24-25), el cual creía que los hombres inteligentes prefieren una existencia retirada y si se
trata de un espíritu superior, incluso la soledad, "porque cuanto más posee en sí mismo un
hombre, menos necesidad tiene del mundo exterior y menos útiles le pueden ser los demás;
así pues, la superioridad de la inteligencia conduce a la insociabilidad". Sobre las relaciones
entre la soledad y el ocio: Overstreet, 1934; Riesman, 1949, 345; Mills, 1954, 275; y la nota
9 del cap. siguiente.
43
Aristóteles, Ética nicomaquea lilla y b. Sobre la idea de la contemplación en la
Magna Grecia, en el Cristianismo, y su evolución posterior véase de Grazia, 1962, 8-9, 17-18,
322, 345-46, y la bibliografía que este autor recoje en 431-32. Véase también E. Weber,
1963, 247-48.
44
Marx, 1854, § 3 y 11. Aranguren, 1958a, 117 y 120.
124 LOS M O D O S P R Á C T I C O S D E L I B E R T A D EN E L TIEMPO

ticamente el "desarrollo de la personalidad" con la cultura popular. Igual sobre-


valoración, aunque en diferente sentido, encontramos en la mayoría de los
autores anglosajones; en cambio hay otros que hacen lo contrario, son los casos
—tan distintos en otros aspectos— de de Grazia y de Erick Weber. Véase la postu-
ra de este último; postura que es bastante común entre los europeos: para Weber,
la contemplación es la culminación del tiempo libre, su forma superior porque
es la que más le llena de sentido. En la vida contemplativa, dice, está la esencia
del ocio (entendido, siguiendo en ese punto a Pieper, en un sentido restringido);
esencia que no viene dada simplemente con el tiempo libre, sino por un estado
encomendado a nuestra alma. Consiste, aclara el autor germánico, en la actitud
de estar concentradamente abierto en nuestro tiempo libre a las cuestiones últi-
mas e importantes de la existencia humana, y entablar relación con la trascen-
dencia. Y como ejemplo de situaciones contemplativas, en las que el tiempo libre
funciona como ideación, cita la observación artística, la reflexión filosófica, la
devoción religiosa y las fiestas y festividades profanas y sagradas. En definitiva,
para Weber, al igual que para el filósofo peripatético, la contemplación constitu-
ye el más alto ideal de vida. 45
. Estó es infraestimar la participación y lleva a la conclusión, que parece suge-
rir Weber, de qúe la contemplación es una forma de inspiración e incluso de éxta-
sis que súbita y graciosamente se presenta y nos invade. Pero la creación es algo
que no viene con la simple espera ni es un mero recibir; hay que buscarla y apre-
henderla, incluso cuando sobreviene por serendipity.
Sin embargo, la contraposición entre la contemplación y la participación
auténticas, esto es creadoras, es aparente. Porque el tiempo de creación no se da
con una pura contemplación ni con una mera participación; ninguna de estas
vías por sí sola, es creadora. La contemplación implica una praxis que exige cierta
participación en la realidad social sino es seudocreación. Por su parte, tampoco
cabe una participación auténtica sino la apoya una theoria. La creación es siem-
pre una totalidad concreta en la que ha de dominar, sin excluir al otro, uno de
estos aspectos, trátese de la contemplación participativa o de la participación
contemplativa. Cuando una vía se separa de la otra hay seudocreación. Es lo que
45
E. Weber, 1963, 8. Cfr. nota 18 al cap. 7. En un concepto extenso del ocio, afirma
igualmente González Seara (1963, 268), el ocio contemplativo es el primero en una jerar-
quía de vaiores.
Pieper ha relacionado el ocio y la contemplación con la fiesta y el culto. Concibe el
ocio como "todo aquello que sin ser meramente utilitario forma parte de un destino huma-
no sin mengua" (1948, 71). Su ámbito es el de la cultura propiamente dicha, por cuanto
esta palabra indica lo que excede de lo puramente utilitario (ibidL, 73). Ahora bien, el
ocio es la actitud de la contemplación festiva (ibid. 47), porque la raíz profunda de la que
vive el ocio se encuentra, según Pieper, en la celebración de la fiesta. Esta es el elemento
esencial del ocio y también adquiere su íntima posibilidad y legitimación, su sentido, del
culto (ibid., 66 y sigs., véase Pieper, 1948, passim, pero especialmente 17-39 sobre la con-
templación y el trabajo espiritual o intelectual, y 168 y sigs. para el concepto de culto
vinculado a lo religioso. Pieper reclama devolver hoy a l a fiesta su auténtico valor, e igual
hace Schdügen' (1961, 282). Desde la misma perspectiva católica, Plattel estudia, con un
enfoque filosófico existencial^ la fiesta como un "dispendio" razonable de tiempo (1964-
65, 121 y sigs.). Véase además sobre ese tema: Laín, 1960 y E. weber, 1963, 435-444.
Debe notarse que desde el campo del marxismo humanista también se ha visto la fiesta
como un esencial factor estratégico en la problemática del ocio, especialmente en la vida
cotidiana urbana separada actualmente de aquella manifestación; hay que restituir la fiesta
para transformar la ciudad, es la tesis de Lefevbre en 1968&, 152, y en 1968a, 246-47. Y
al hombre, hay que añadir, porque la fiesta es uno de los modos de conjunción de la con-
templación y la participación.
EL T I E M P O DE R E C R E A C I Ó N

sucede cuando uno se encierra en una "torre de marfil" o permanece absorto en


las más elevadas nubes del intelecto. Es, asimismo, lo que ocurre cuando la parti-
cipación en grupos religiosos, políticos o de cualquier otra índole es fanática o
rutinaria.
Esto es así porque la creación se basa en la imaginación, es decir, en la fuer-
za de la libertad capaz-tanto de mover el pensamiento como de dirigirla acción.
Pero para ser realmente creadora, creadora de realidad, la imaginación ha de dejar
el pensamiento en libertad de acción o la acción en libertad de pensamiento. Lo
primero se consigue con la contemplación participativa, lo segundo con la parti-
cipación contemplativa. Esto es lo que no hace quien emplea su imaginación
para divertirse, construyendo falsamente otra vida.
El tiempo de creación es, por todo ello, el ámbito más propio del homo
faber en el sentido más radical de la expresión: un tiempo de hacerse al hacer.
1T8®i3imp(n)9
Ifllbairísxíi y c®amilbucn)

En sucesivas aproximaciones hemos llegado a conceptualizar el ocio como


tiempo libre. Pero el resultado obtenido difícilmente puede considerarse satisfac-
torio, ya que pone en cuestión la unidad de sentido del tiempo libre.
En efecto, el fenómeno del ocio aparece conceptualizado de un modo ambi-
valente, debido al dualismo contrafunción-función. El doble sentido con que la
libertad parece manifestarse «en ese tiempo, abre un nuevo interrogante: ¿Hay
tras dicha ambivalencia un sentido, profundo y último, del ocio como tiempo
libre? Sólo el hallazgo de este supuesto metasentido permitiría tratar unitaria-
mente el ocio; o lo que es lo mismo, aprehenderlo como totalidad.
En un aspecto, secundaxizado en las anteriores páginas, reside el quid de
esta cuestión; me refiero al carácter abierto que posee el sistema de la persona-
lidad.1 Tal carácter significa que los hombres autocondicionamos nuestra con-
ducta en un contexto social constituido por múltiples sistemas transpersonales,
dados por los diferentes agrupamientos que enmarcan nuestra vida.
Como ya hemos visto, el ocio, como tiempo libre personal, es compatible
con los sistemas establecidos en los grupos y las sociedades, en los que la persona
se da mediante procesos de compensación. El precio que se paga por ello es que
el ocio se ve obligado, ante todo, a contrafuncionar.
La ambivalencia del fenómeno surge cuando el ocio llega a funcionar en el
sistema de la personalidad; pero entonces aparece la duda de si, en tal supuesto,
el ocio funciona también el relación con los sistemas transpersonales de conducta,
que engloban el sistema personal. Duda que parece debería resolverse negativa-
mente ; porque lo contrario significaría que el autocondicionamiento de la conduc-
ta queda supeditado, o mejor absorbido, por lo establecido en dichos sistemas y, en
definitiva, que la libertad individual en el tiempo libre es una libertad aparente.
El problema está en el hecho de que de no ser así, es decir, si el ocio única-
mente funciona en el sistema de la personalidad pero no en los transpersonales
referentes a la misma, no se comprende cómo tal cosa puede ocurrir y el sentido
que esto puede tener. En este capítulo vamos a intentar averiguarlo.
1
Sobre el concepto de "sistema abierto" véase von Bertalanffy, 1968.
128

• EL TIEMPO LIBRE EN EL SISTEMA ESTABLECIDO

Ciertamente, el tiempo libre funciona no sólo en el sistema de la personali-


dad, .sino también en relación con las estructuras de los agrupamientos en los que
se encuentra situada. Ahora bien, del mismo modo que la contrafunción reequi-
libra y mantiene el sistema englobado, la función contribuye a la reproducción
del sistema que se engloba. 0 sea, que el tiempo libre funcional crea las condi-
ciones reproductoras del sistema grupal o societal, posibilitando el stablishment
del mismo. Así, el tiempo en libertad lo es para una libertad que tiende a repro-
ducir y, en definitiva, a consolidar lo establecido. El proceso por el que tal cosa
tiene lugar no es otro que el de la institucionalización del tiempo libre.2
Las diversas prácticas autocondicionadas que realizan los hombres están
relacionadas entreoí y tienden a pautarse unitariamente en un conjunto que
contribuye a estructurar el sistema social. De ahí, el tiempo libre como institu-
ción; institución básica y universal por referirse a un valor definitorio del ser
humano que está más allá de una cultura determinada, la libertad. 3 Como el
resto de las instituciones, las diversas necesidades específicas en que se concreta
la 'necesidad genérica de libertad a que aquella institución responde —necesidad
fundamental y compleja—4 originan varios modos prácticos de satisfacción que
2
Contados son los expositores generales, de tendencia burguesa, que apuntan ese aspec-
to al tratar del ocio; por ejemplo, Rumney y Maier, 1953, 192;Fichter, 1957, 266;Martin-
dale, en su obra sobre la sociedad norteamericana, véase nota 28 al cap. 8. Pero igual sucede
entre los especialistas en la materia; así, excepcionalmente lo toman en cuenta Kaplan,
1960; Miller y Robinson, 1967, 188. Por mi parte, hice un primer acercamiento en 1971a,
451-477.
Siendo el comportamiento pautado y no el tiempo lo que se contiene en las instituciones
sociales ¿no debería hablar de institución del ocio en vez de institución del tiempo libre?
Aparte de lo observado al final del tercer capítulo sobre ambos términos, la última denomi-
nación posee más transparencia semántica, dado que el tiempo de libertad para la libertad
es io que esencialmente diferencia esta institución de las restantes en los sistemas societales.
Ello no obsta, naturalmente, a que pueda también emplearse la expresión "institución del
ocio" para referirse directamente a los aspectos pautados de la misma, en especial cuando
esta referencia se circunscribe a las manifestaciones actuales y burguesas del fenómeno. La
razón se encuentra en las páginas que restan del libro.
3
Él ocio, un ocio muy distinto del moderno, se encuentra en bruto ya en las sociedades
primitivas, en las que la mayor parte del tiempo social es tiempo libre. En ellas, en efecto,
las necesidades ineludibles mínimas y elementales, y las formales, poco estructuradas y es-
casas, tienden a vestirse de ocio en forma de juego y fiesta. En las culturas preletradas, los
hombres invierten buena paite de su tiempo en el placer de la conversación, la contempla-
ción de la naturaleza, el paseo, etc. Sobre todo, en las economías basadas en el prestigio, revis-
te una importancia especial el ocio exhibitono, al decir de Herskovits (cfr. 1948, 314-318).
- Según Rumney y Maier (1953, 192), además de constituir una institución universal, el
ocio provee en sus formas institucionalizadas un tejido conjuntivo para la unión de las de-
más instituciones de la sociedad, menos evolucionadas.
^ "El ocio corresponde a una necesidad más compleja que la necesidad de alimento, de
cuidado o de confort. El peso de la necesidad es menos fuerte; la posibilidad de elección,
más real. El margen de incertidumbre es mayor que en otros sectores. El poder de interven-
ción cultural o social sobre el contenido de la oferta puede modificar la demanda más que
en otra parte" (Dumazedier, 1967, 250).
Esto no significa que estemos ante una necesidad elemental (cfr. Cornic,. 1970, 373).
Pues, como reconoce el propio Dumazedier (19626, 275), "en los países subdesarrollados,
los problemas del ocio quedan postergados entre la lucha contra el hambre o el analfabe-
tismo". De hecho, sin embargo, tal afirmación se queda demasiado a menudo, en un deber
ser por razones políticas o económicas.
El carácter esencial de esa necesidad se ha puesto de manifiesto en los vuelos especiales.
Con ocasión del primer experimento de la cápsula Salyut, la agencia Tass informó que toda
la jornada de los cosmonautas estaba programada excepto dos horas o periodo libre para ser
E L T I E M P O LIBRE EN EL S I S T E M A E S T A B L E C I D O

constituyen las subinstituciones del tiempo libre. Éstas presentan en su evolu-


ción histórica grandes variaciones en cuanto a su grado de nitidez y predominio
intrainstitucional, lo cual caracteriza a los distintos tipos de ocio.5
Institucionalizado, el tiempo libre pasa a funcionar socialmente como regu-
lador de "otra cotidianeidad", formada por conductas individual y manifiesta-
mente autocondicionadas, pero colectivas y latentemente sujetas al control de
la vida cotidiana en la que aquélla se encuentra integrada. Estas conductas tien-
den a repetirse y hacerse rutinarias hasta perder todo sentido de libertad y que-
darse en mero ocio, desprendido de un tiempo plenamente libre. Sobreviene,
entonces, la necesidad de superar la rutina, conducta vacía de sentido, con una
nueva práctica —o un nuevo tipo— de ocio en la que el tiempo libre puede inten-
tar volver a entrar en acción.
Pero al margen de este marco institucional, el tiempo libre puede no funcionar
(ni contrafuncionar) en el sistema societal, o en el grupal en su caso. En contra-
dicción abierta con el orden existente, y dejando de ser un poderoso factor de
integración social, un instrumento coadyuvante de dicho orden, el ocio como
tiempo libre plantea a veces fuertes conflictos al sistema establecido.
Ese aspecto conflictivo del fenómeno ha sido detectado por algunos autores.
Tímidamente se insinúa, por ejemplo, en la definición del ocio propuesto por
Scheuch: "aquéllas actividades que no siguen necesariamente roles funcionales".
De manera más directa, señala Touraine que el profundo sentido de la noción de
ocio consiste "en el paso de conductas reguladas social y moralmente a la acción
libremente orientada hacia objetos o valores -que exigen tanto más del individuo
cuanto menos separados están de él por el laberinto de los códigos sociales".
Por su parte, Magnane afirma que en el tiempo libre el individuo está desembara-
zado de sus obligaciones así como de "los roles tradicionales que la sociedad le
impone". 6
¿Cómo explicar la naturaleza conflictiva del tiempo libre? Cabe pensar, desde
un punto de vista funcional, que el (doble) sentido hallado del tiempo libre sólo
se refiere a su función manifiesta y que, tras de ésta, se encuentra otra función
latente poseedora de un sentido esencialmente conflictivo opuesto al primero;
o bien, que el conflicto deriva de consecuencias disfuncionales de las prácticas
del tiempo libre.
Sin embargo, en el supuesto de aceptar aquella interpretación subterránea
se olvidaría que el conflicto no puede constituir, ni manifiesta ni latentemente,
una actividad de carácter funcional. Por lo que se refierfe al segundo supuesto,
la cuestión es algo más compleja. Primeramente, es preciso aclarar qué es lo que

ocupado a su gusto, ya que "en opinión de los médicos es muy importante que los cos-
monautas usen su tiempo libre como deseen" (La Vanguardia, despacho de Al-Efe, 16
junio 1971).
5
La supervaloración de la skholé trajo, como consecuencia, una infravaioración del
descanso y la diversión; en el otium privó, en cambio, la diversión evasiva con mengua del
descanso y la creación, etc.
6
Scheuch, 1965; citado por Schneider, 1969, 125. Touraine, 1959, 111; y 1969, 218.
Magnane, 1964, 112. El trasfondo crítico que late en aquellos autores no se encuentra en
este último, el cual desde su punto de vista de la sociología del deporte añade, en el mismo
lugar citado, que en ese tiempo de libertad el individuo "llega a una conciencia renovada
de su unidad vital y se acuerda, en especial, de su infancia". Por lo visto, el antitradiciona-
lismo queda, en este autor, reducido a una regresión infantil.
130 T I E M P O , L I B E R T A D Y CAMBIO

constituye disfuncionalidad en el tiempo libre. Boris Grushin 7 se ha preocupado


por lo que él llama el problema de la calidad del contenido del tiempo libre. Y
aunque debido a su diferente enfoque metodológico, su postura no es extrapola-
ble para medir la disfuncionalidad de dicho tiempo, no estará de más conocerla.
El sociólogo ruso aplica el principio marxista de la "valoración multilateral de
la personalidad" para determinar la "utilidad" o "eficiencia" de las actividades
de tiempo libre. De esta manera se consigue, dice Grushin, una neta separación de
todos los elementos posibles del tiempo libre en dos grupos distintos por el
principio que los preside: los que desarrollan y regeneran las energías, y los que
las reducen o congelan. De la explicación que da Grushin —en la que, dicho sea
de paso, se aclara la yagúedad del concepto base empleado: ¿qué entiende él por
energía? —resulta que'esta separación teóricamente neta, está en la práctica pla-
gada de matices, hasta el punto de tener que afirmar el propio autor que son
excepción las actividades que incondicionalmente están en uno de estos grupos
(en el segundo sitúa las actividades antisociales). La postura de Grushin delata la
dificultad que, desde cualquier enfoque, entraña el punto que estamos exami-
nando.
Podría pensarse que el tiempo libre disfunciona cuando en el sistema de la
personalidad se produce una disyunción entre el tiempo libre subjetivo y el obje-
tivo. Tal cosa se daría en los casos en que uno se siente obligado a realizar una
actividad objetivamente libre (por ejemplo, cuando el juego pasa a esclavisar
la personalidad, con lo que el tiempo así dedicado queda subjetivamente hetero-
condicionado) o cuando actividades que están objetivamente heterocondicio-
nadas se sienten como autocondicionadas (por ejemplo, cuando uno emprende
una tarea enajenante que le satisface porque cree o le han hecho creer que le
viene en gana). Sin embargo, en estos casos no hay una disfunción del tiempo
libre, sencillamente porque el ocio no ha llegado a constituirse como tal.
La disfimcionalidad del tiempo libre se refiere a otra clase de manifestacio-
nes conductuales, tanto a nivel psícológico-social como sociológico. En efecto,
el tiempo libre disfunciona cuando surgen disyunciones en su estructura interna,
debidas al modo de darse la práctica de la libertad en el tiempo (por ejemplo,
cuando un descanso sume en la pereza, o una diversión conduce hasta la manía
lúdica), y cuando tiende a monopolizar el tiempo, desnaturalizando más o menos
el restante tiempo del hombre. En resumen, la conducta en el tiempo libre es
disfuncional cuando desequilibra las relaciones intraestructurales de dicho tiempo
o del conjunto del tiempo humano.
Ahora bien, tales disfunciones pueden perturbar, además del sistema de la
personalidad, el sistema societal, mas no por ello plantean a éste un conflicto de
fondo; esto es, no llegan a desestructurar el sistema, entre otras razones debido
a la capacidad que éste posee de contrafuncionar. Dicho de otro modo, la disfun-
ción genera una contrafunción en el sistema y no su destrucción.
En consecuencia, la naturaleza conflictiva del ocio como tiempo libre no
puede ser explicada, al menos directamente, por el hecho de la disfuncionalidad.

7
Grashm, 1967, 161 y sigs.
131

DIALÉCTICA DEL TIEMPO LIBRE

Para explicar dicha naturaleza conflictiva hay que volver a analizar la ambi-
valencia del fenómeno desde una perspectiva metodológica diferente a la funcio-
nal; entonces es preciso adoptar un punto de vista genético. Como se verá, se
trata menos de interrogar sobre la ambivalencia de sentido que de profundizar en
su significado.
¿Cuál es el proceso generador del tiempo libre, a partir del ocio? Este proce-
so comienza con una fase de formación de un tiempo excedente, necesaria para
alcanzar un tiempo libre lo más neto posible. Consiste, como sabemos, en sus-
traer un tiempo a lo heterocondicionado; es, pues, negadora de éste. En consec-
cuencia, la persona pasa a disponer de un tiempo, el cual por ser en principio
ajeno al heterocondicionamiento pone las condiciones genéticas de la libertad
en el tiempo.
Ese tiempo disponible, que no nos libera en realidad de lo heterocondiciona-
do, puede ser empleado contrafuncionalmente para tal efecto liberador. Para
ello, es necesario una conducta autocondicionada, en la que se sinteticen el
tiempo (heterocondicionado) y la libertad: es el ocio como tiempo liberador,
como tiempo de libertad. Mas al actuar ese ocio por compensación, su acción
a la par que elimina la contradicción anterior entre lo heterocondicionado y lo
autocondicionado, introduce una nueva contradicción entre ambos aspectos de
la realidad.
Esta nueva contradicción puede superarse porque el tiempo liberador genera,
a su vez, la posibilidad de un empleo funcional del ocio al poner las condiciones
temporales para que la conducta pueda ser afirmadora de lo autocondicionado
como tal, negando así la compensación heterocondicionante. Y cuando el ocio
reproduce el autocondicionamiento, en un tiempo de libertad, la persona puede
afirmarse a sí misma. Con este uso del tiempo, el tiempo (heterocondicionado)
y la libertad se sintetizan en un tiempo liberado; en un tiempo para la libertad.
En resumen, el tiempo libre se genera a través de un proceso, de naturaleza
dialéctica, de síntesis entre el tiempo y la libertad, que supera las sucesivas con-
tradicciones entre lo hetero y lo autocondicionado.
El proceso dialéctico no termina aquí; porque el tiempo libre funciona siem-
pre en un sistema personal enmarcado por sistemas transpersonales, los cuales
tienden a negar cualquier autocondicionamiento que pueda enfrentarse a lo esta-
blecido por ellos. En consecuencia, el sistema establecido contrafunciona, crean-
do un heterocondicionamiento, en contradicción con el ocio como tiempo libre;
éste, entonces, sólo puede darse de una manera conflictiva.
Así, el proceso dialéctico descrito, si bien supera la contradicción entre los
aspectos contrafuncionales y los funcionales de la conducta en el seno del siste-
ma de la personalidad, engendra una nueva contradicción entre ambos aspectos
dinámicos al nivel transpersonal. Con el empleo del ocio como tiempo liberado,
la persona puede entrar en conflicto con el sistema establecido; pues, ante esto,la
respuesta del agrupamiento (léase, en gran medida, las minorías dirigentes,
controladoras del mismo) es heterocondicionar nada menos que la sede del auto-
condicionamiento es decir, el tiempo libre. Para ello institucionaliza el ocio de
tal modo que éste funcione personalmente sólo con aquellas conductas que sean re-
ductoras del conflicto; esto es, haciendo que contrafuncione a nivel transpersonal.
132 T I E M P O , . L I B E R T A D Y CAMBIO

La contradicción, entonces, sólo puede sintetizarse, más allá de la persona,


afirmando ésta, ante el sistema transpersonal, lo autocondicionado. El único
camino posible, para ello, es negar lo establecido como tal. Así se provoca otra
síntesis entre el tiempo y la libertad, cuyo sentido ya no es contrafuncional
ni funcional, sino de cambio. Voy a desarrollar esto último con detalle, porque
es el punto crucial en el que reside la respuesta al problema que estamos exami-
nando.

LIBERTAD, TEMPORALIDAD Y CREACIÓN

De 1c expuesto se deduce que la institucionalización del ocio refuerza la


dualidad de sentido J e éste, actuando, en consecuencia, como condición obsta-
culizante de la unidad del fenómeno. ¿Significa esto que el tiempo libre carece
de una unidad de sentido?
Esa unidad no consiste en la simple unificación de lo contrafuncional y lo
funcional, sino en la síntesis total entre lo auto y lo heterocondicionado. Tal
cosa sólo es posible institucionalizando, a su vez, el (ocio como) conflicto, lo
cual paradójicamente trae consigo la posibilidad de superar dicho conflicto.
Al decir esto quiero indicar que es la persona y no el sistema transpersonal quien
ha de superar el conflicto entre ambos, ya que únicamente en ese caso el tiempo
libre puede darse en su totalidad o, más exactamente dicho, en toda su potencia-
lidad.
En efecto, ni en el ocio contrafuncional ni en el funcional hay una plena y
total síntesis entre el tiempo y la libertad; pues sus diferentes sentidos revelan
que se traía de síntesis parciales.
El tiempo libre únicamente se da como totalidad cuando, amén de afirmar
al hombre como creador de su sistema personal, le afirma como creador de los
sistemas que engloban a aquél. Y si lo primero tiene lugar, en el tiempo libre, a
partir de una realidad que le transforma a él, lo segundo se da partiendo de él
como transformador de su misma realidad. Entonces el ocio no contrafunciona
ni funciona en la realidad, sino que cambia la realidad. La síntesis entre el tiempo
y la libertad, con ello, llega a ser total; he ahí, el sentido total del ocio como
tiempo libre. Representa la culminación del proceso generador de dicho tiempo.
Conviene examinar más particularmente cómo se llega a ella.
L~ óptica funcionalista no puede aprehender tal culminación, porque el
tiempo más profundo del tiempo libre, o sea el tiempo creador, sólo puede ser
explicado por aquella óptica con el contrasentido de un tiempo que contrafun-
ciona y funciona como creador. Pero aprehendido el acto creador como contra-
función o como función de algo, no llega a ser captado en lo que le es más esen-
cial: su efecto, aspecto éste ajeno a tal enfoque metodológico. En cambio, una
visión causal permite descubrir el cuadro condicionante generador del efecto en
cuestión, porque la clave de la creación es que causa unos hechos ex novo.
La conducta creadora es tal por cuanto introduce un elemento nuevo en el
sistema, lo que no es explicable funcionalmente; o sea, considerando que esos
efectos son meras consecuencias objetivas de la acción de los elementos estructu-
rales de un sistema dado. El elemento creado es siempre un factor extraño al
sistema y a su dinámica, un elemento que choca con la estructura del mismo,
LIBERTAD, TEMPORALIDAD Y CREACIÓN

engendrando el conflicto en ella y provocando su transformación; esto es, su


destrucción-creación. Toda creación lleva consigo, por lo tanto, el conflicto.
Ahora bien, en la creación se observa un hecho sumamente significativo: el
tiempo interviene de un modo internamente contradictorio. Si bien es una condi-
ción necesaria para que el acto creador tenga lugar, este acto requiere una intem-
poralidad tanto si la creación adviene por la vía contemplativa como por la parti-
cipativa. La contemplación creadora es acrónica 8 , en el sentido de que implica
un "olvido" del tiempo. Por su parte, la participación creadora supone un com-
portamiento "utópico", al menos en el componente temporal de este término;
es decir, que la acción vaya impulsada hacia un futuro que, por deseado, es
hecho ya presente. Y aún hay más, supone un "desprendimiento" del tiempo
que puede llegar incluso hasta ignorar la muerte. ¿Cuál es el significado de esta
contradicción temporal y particularmente de ese sacrificio del tiempo?
El sacrificio del tiempo es lo que posibilita la libertad radical; o sea, que el
hombre se dé en lo que le es más esencial: la conducta creadora, esto es trans-
formadora de la realidad, en la que está incluido él mismo. Esa transformación
significa, como ya he dicho, una destrucción-construcción de la realidad; para

8
Cuando esto no sucede, ocurre lo que Tocqueville (1835-1840, 314) dijo de los esta-
dounidenses hace casi siglo y medio: "Se tropieza con pocos ociosos en las naciones de-
mocráticas. La vida transcurre allí en medio del movimiento y del ruido, y los hombres
están tan atareados en actuar, que les queda p o c o tiempo para pensar. Lo que quiero sub-
rayar, sobre todo, es que no sólo están ocupados, sino que sus ocupaciones les apasionan.
Están perpetuamente en acción, y cada una de sus acciones les absorbe el alma: el fuego
qué ponen en los negocios les impide inflamarse con las ideas".
Es la intemporalidad contemplativa la que explica lo que dice del ocio de Grazia (1963,
14 y sigs.) y que doy en extracto: crear en ciencias, en arte, si ha de venir vendrá del ocio
verdadero. La vida ociosa según los antiguos conduce también a la sabiduría. La contem-
plación en el ocio fue para Platón, Aristóteles, Epicuro el mejor camino de llegar a la ver-
dad; y el cultivo de..líf mente en el ocio no puede ocurrir más que a una persona que esté
libre de toda necesidad diaria. La vida del ocio lleva a una mayor sensibilidad no para la
verdad sino también para la belleza, para la maravilla del hombre y la Naturaleza, para su
contemplación y recreación. El artista, como el pensador, es un hijo de la calma. Debe
poder separarse del mundo cotidiano, si no las ideas e imágenes nunca llegarán a su mente.
Un mundo sin ocio se convierte en un mundo sin belleza y sin fuerza creadora; sin libertad
en el sentido más amplio de la palabra.
La intemporalidad contemplativa tiene muchos aspectos. Citaré, como ejemplo, las opio-
nes sobre la labor de la creación en la investigación científica de dos grandes figuras con-
temporáneas, pertenecientes a campos distintos. El célebre matemático francés André Lich-
nerowicz (1973, 12 y 25) dice que "las matemáticas sólo progresan desde el momento en
que fueron concebidas como un fin en sí mismas. Además, y a priori, somos incapaces de
saber, dentro de las matemáticas constituidas, las que habrán de ser utilizadas (. . .) si de
entrada queremos trabajar pura y simplemente en lo que es real, trabajaremos como miopes
a ras del suelo". Y añade: "Para cualquier actividad intelectual es necesario un cierto aisla-
miento. Pero una persona sola no puede hacer matemáticas. Es muy importante pertenecer
a una comunidad". Por su parte, el ya citado epistemólogo y psicólogo suizo Jean Piaget
(1973, 90) señala que "el investigador sólo puede hacer una labor válida en la medida en
que no piensa en su aplicación concreta. Cuando se piensa en la aplicación, los problemas
se restringen de inmediato (. . .) Si uno se ocupa de los problemas que, en el estado actual
de nuestras necesidades, parecen más urgentes, estoy seguro de que reduce mucho los cam-
pos de aplicación futura".
La otra cara de la creación, que provoca la contradicción arriba aludida, viene perfecta-
mente resumida en estas palabras de París (1972, 184-85): "Si observamos la marcha de la
humanidad, comprobaremos cómo sus grandes etapas creadoras en la historia han resultado
justamente de un ahorro de tiempo". París nos remite para la ejemplificación de su tesis a
los estudios de Leroi-Gourhan (1964, 239), especialmente a la descripción que este ilustre
científico francés hace de la constitución de la cultura neolítica.
134 T I E M P O , L I B E R T A D Y CAMBIO

expresarlo en un sola palabra, un cambio. 9 Toda creación es sustancialmente


cambio; por ello, el tiempo de creación es, siempre, un tiempo de crisis.
Por ser dialéctica la conjunción entre el tiempo y la libertad, el tiempo libre
puede no llegar a la síntesis creadora y quedarse en un tiempo de destrucción.10
En este caso, la libertad es simplemente negada por el tiempo y la posibilidad de
un autocondicionamiento radical no llega a realizarse. Son los casos de lucha
infructuosa consigo mismo o con los otros (la guerra es el caso límite) en los que
el tiempo pasa lento y sólo se vive un presente, con añoranza del pasado e igno-
rancia del futuro. La síntesis no adviene y el cambio de la realidad no se produce,
quedando ésta rota y anclada en su transcurrir. Esta es, siempre, una posibilidad
terrible del ocio, un tiempo libre corrosivo de la realidad y del propio hombre.
¿Reside en el cambio el sentido total, buscado, del ocio como tiempo libre,
o sólo afecta ese sentido al tiempo libre como tiempo de creación? Para dar una
respuesta hay que examinar la relación que guardan los otros modos prácticos,
el descanso y la recreación, con la creación. Ambos modos, además de ser mani-
festaciones de la libertad, son condiciones posibilitantes de la plenitud de ésta.
Por eso pudo llamar Overstreet al descanso "el arte de la vagancia cultivada". Y
en cuanto .a la recreación, las aficiones recreativas, amén de entremezclarse con
el descanso, pueden coadyuvar poderosamente a las actividades creadoras, como
es el caso de los públicos diletantes señalado por Zbinden. Las diversas prácticas
del ocio como tiempo libre encuentran su unidad a través del tiempo de creación;
o sea, que el sentido de cambio que posee ese último tiempo, en el que se da la
práctica más esencial del tiempo libre, afecta a la totalidad del mismo. 11 El
tiempo de ocio que alcanza este sentido total es plenamente libre. Y por lo
mismo, es un factor decisivo de transformación personal y social; esto es, de
trabajo en lo que éste tiene de más auténtico.

Esta liberación del tiempo la señala de Giazia (1963, 289-90), en la skholé. En un


plano general y en un libro poco conocido de reflexión autobiográfica, muy interesante
para el tenia que nos ocupa, el sociólogo norteamericano Robert Maclver (1962, 146) ha
escrito las siguientes palabras: "Preocuparse demasiado por el paso de los años equivale
a entorpecer la libertad con que los vivimos a medida que pasan. Y hacer del reloj el arbitro
del intervalo exacto de tiempo que le asignamos a cada tarea (. . .), es reducir nuestro poder
de disfrutar nuestras actividades y de absorbernos en ellas".
La libertad profunda es lo que explica la imposibilidad de dar recetas. Se pueden facilitar
incentivos de tipo general, prestar algo de asistencia, pero poco más. En el ocio ha de desa-
rrollarse lo que cada uno tiene como propio, como personal: para lograrlo, no existen reglas
ni fórmulas; a lo máximo, unas lineas que sirvan de pauta.
•° Fromm lo ha explicado como sigue (1955, 37 y sigs.): el hombre satisface su necesi-
dad de trascender, de no ser sólo creatura, siendo creador de vida, de cosas, de arte, de ideas.
Crear presupone actividad y solicitud; amor a lo que se crea. Si no es capaz de crear, sino
puede amar ¿cómo resuelve el problema? "Hay otra manera de satisfacer esa necesidad de
trascendencia —escribe literalmente—: si no puedo crear vida, puedo destruirla. Destruir la
vida es también trascenderla". La destructividad no es más que la alternativa de la creativi-
dad: creación y destrucción, amor y odio, no son dos instintos (sic) que existan indepen-
dientemente. Pero la satisfaccióri de la necesidad de crear conduce a la felicidad, y la des-
tructividad al sufrimiento, más que nadie para el destructor mismo.
No estoy de acuerdo con Fromm en considerar a la destrucción como una alternativa de
la creación. (Esta postura es muy corriente. Ver otro ejemplo en Mannheim, 1950, 327-28,
donde habla del ocio como fuerza creadora o destructuva.) La creación implica, contiene
siempre, la destrucción; esta última no es otra cosa que el fracaso, querido o no, déla creación.
u
Overstreet, 1934. Cfr. Zbinden, 1964a, 732. En opinión de T. S. Eliot (1933, 151),
"la principal utilidad del significado de un poema (. . .) consiste en satisfacer la costumbre
del lector, en dar diversión y calma a su espíritu, mientras el poema actúa sobre él". Ese.
antier generalmente es enriquecedor y, como tal, creador de nuestra personalidad.
135

Ahora puede comprenderse creo, la relación existente entre el tiempo de


ocio y el de trabajo. Recordemos que había quedado pendiente de examen la
tesis, expuesta en el capítulo sexto, que defiende que el sentido objetivo del
ocio consiste en que el trabajo y el ocio no son opuestos ni autónomos sino
recíprocamente complementarios. Desde el punto de partida del tiempo libre,
que no existe incompatibilidad entre éste y el tiempo heterocondicionado en
general, ya se vio al tratar de los grados de nitidez de aquél. Sin embargo, el
sentido último del fenómeno revelado por la naturaleza dialéctica que éste pre-
senta, evidencia algo más profundo: que cuando llega a ser un tiempo de cambio
exige conductas propias de lo heterocondicionado, pero desde lo autocondicio-
nado. Quiero decir que mientras los grados de nitidez del tiempo libre se refieren
a distintos niveles en los que lo heterocondicionado limita la libertad, el tiempo
de cambio se refiere a la libertad como límite de lo heterocondicionado. Esto
significa que es posible una síntesis por lo que el tiempo libre de trabajo se trans-
forme como quería Marx, en un tiempo de trabajo libre; es decir, en un tiempo
en el que la producción y la obligación sean engendradas por la propia persona-
lidad. Así, del mismo modo que inicialmente el tiempo heterocondicionado es
la fuente del tiempo libre, finalmente el ocio como tiempo libre es fuente de
trabajo.
Las condiciones sociales para que tal cosa sea factible no parecen ser las del
ocio burgués; pero dejemos, de momento, este punto.

Q U É ES EL T I E M P O L I B R E

Resumamos brevemente lo expuesto en los últimos capítulos:


1. El tiempo libre consiste, en su práctica, en la sustracción por la persona
de una "parte" de su tiempo al heterocondicionamiento.
2. Ese tiempo es sentido y sobre todo vivido libremente por él, por cuanto
lo dedica de un modo efectivo a actividades realmente autocondicionadas;
o sea que manifiestan la libertad.
3. Su contenido fáctico está concretamente constituido por prácticas de
descanso, recreación y creación que si se maximizan funcionalmente
entran en contradicción con la realidad, transformándola.
4. Esas actividades están dirigidas a compensar y autoafirmar la personali-
dad tanto individual como socialmente.
Los anteriores puntos caracterizan diferentes aspectos del fenómeno. Así, el
mencionado en primer lugar se refiere al aspecto negativo del tiempo libre,
mientras que el segundo a su aspecto psicológico y subjetivo. El tercero mira los
aspectos fáctico y objetivo: y el último, sus aspectos positivo y teleológico.
En realidad estamos ante las cuatro características que constituyen los ele-
mentos definitorios del fenómeno. A través de éstas podemos definir, descripti-
vamente, el tiempo libre como aquel modo de darse el tiempo personal que es
sentido como libre al dedicarlo a actividades autocondicionadas de descanso,
recreación y creación para compensarse, y en último término afirmarse la perso-
na individual y socialmente.
¿Recoge esta definición la naturaleza dialéctica del tiempo libre? Por su-
puesto, aunque no de una forma explícita; porque tal naturaleza no es una carac-
136 T I E M P O , L I B E R T A D Y CAMBIO

•terística ni un elemento más del fenómeno descrito, sino su misma esencia.


Implícitamente está contenido en el conjunto de las características enunciadas,
pues los elementos de éstas son internamente contradictorios en los aspectos
que ya sabemos. La superación dialéctica de la contradicción fundamental entre
lo hetero y lo autocondicionado se realiza mediante una acción autógena, de
carácter psicológico y social, engendradora de un tiempo compensador del hete-
rocondicionamiento y posibilitante de la conducta autocondicionada y, con ésta,
de la persona en cuanto creadora de realidad.
Si en vez de una definición descriptiva —traducible operativamente y de ahí
su interés práctico— queremos aprehender lo esencial del tiempo libre, habrá que
decir que ese tiempo es un tiempo de libertad, para la libertad como transforma-
ción del hombre, no de las cosas, ya que esto corresponde estrictamente al trabajo.
Pues el hombre que goza plenamente del ocio como tiempo libre se transforma a
sí mismo, y, con él, también se transforma el trabajo, el cual a su vez como
quehacer autocondicioAado contiene un elemento transformador del hombre
y, por tanto, de la sociedad.
El tiempo libre neto y pleno representa la superación de las contradicciones
entre la temporalidad y la libertad en una síntesis transformadora del hombre
por la que éste llega a ser tal. ¿Cómo se traduce ello psicológicamente? Me refie-
ro al elemento subjetivo del tiempo libre de cómo la persona siente ese tiempo.
Ciertamente, como hemos visto, el sentimiento de libertad puede no repre-
sentar la libertad; sin embargo, ésta, cuando se da, se traduce obviamente en una
vivencia personal de libertad. Esta es, pues, un indicador del tiempo libre, neto
y pleno, únicamente si va acompañada de los restantes indicadores objetivos del
fenómeno, lo cual no le resta valor ya que éstos requieren, a su vez, de aquél
para adquirir un significado real.
Para designar esa vivencia, nada mejor que acudir a la afortunada expresión
acuñada por Adorno: la persona vive, en su tiempo libre neto y pleno "momentos
integrales de la existencia". Nuestra personalidad entra, durante este tiempo, en
un estado de plenitud vivencial similar a lo que otro psicólogo social, Abraham
Maslow, ha llamado "experiencias cumbre". No se trata de meros estados subjeti-
tivos, ya que como señalara el último autor citado con referencia a tales "expe-
riencias", hay, objetivamente hablando, una autorrealización de la persona de
origen individual o social por cuanto es susceptible de ser compartido colectiva-
mente. Esto es lo que sucede, exactamente, en el tiempo libre. 12 En esos momen-
tos integriSes, la contradicción entre los aspectos subjetivo y objetivo del tiempo
libre se sintetiza; esto es, nuestro sentir responde a nuestra vida y no al revés.
La libertad, entonces, no recae sobré algo, sino sobre nuestra vida. Porque
pasa de ser el objeto del tiempo, como sucede en el tiempo liberador, a ser el
sujeto mismo del fenómeno; a constituirnos. Es lo que permitió a Ortega referir-
se, con aguda intuición, al tiempo libre como "el ámbito hueco que queda en la
vida, en el que el hombre vaca una serie de quehaceres no impuestos, sino inven-
12
Adorno, 1969, 55. Masíow (1968) ha investigado la autorrealización (self actualiza-
tion) a través de las "experiencias cumbre". Dé las experiencias de esta clase que examina,
saca varias conclusiones importantes para nuestro tema, a saber; en dichas experiencias, la
distinción entre trabajo y diversión es oscura (1968, 193); la persona se encuentra subjeti-
vamente fuera del tiempo y del espacio (ibid., 120-21 y 279-80; es más creadora (ibid.,
152); y el peligro de dichas experiencias está en que quien las^ vive se sumerja en la contem-
plación pura y se sienta menos responsable en la ayuda de los demás (ibid., 167 y sigs.).
Q U É ES E L T I E M P O L I B R E 137.

tados por él mismo: vida inventada que constituye propiamente la vida huma-
na" 13 Esta vida, por cuanto que creada, es la realización de la libertad, de una
libertad máxima porque puede absorber y absorbe a la temporalidad. En los
momentos de vida auténtica, el tiempo no cuenta, a no ser para vivir enteramente
la libertad. Y consumida ésta al realizarse, retorna el tiempo al hombre para
nuevos quehaceres en los que, otra vez, la libertad de un tiempo ha de conducir
hasta un tiempo para la libertad; esto es, para una nueva transformación.
El tiempo libre es el tiempo de los grandes empeños; singularmente, del
empeño más grande: el propio hombre.
E l ©<r8© IbmiirgEaés
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gil Éfi©umip© M m ®
En la anterior discusión sobre el ocio como tiempo libre he evitado en lo po-
sible el referirme al ocio moderno, dado que interesaba llegar, con validez general,
al concepto del fenómeno. Tal cometido ha sido factible porque las necesidades
que el hombre intenta satisfacer con el uso del tiempo libre se refieren a un valor
tan general como es la libertad.
A pesar de ello, nuestro tiempo ha estado en todo momento presente en la
discusión. Porque ésta es provocada —y condicionada en sus planteamientos, por
lo tanto— precisamente por nuestra época; época que como mayoritariamente
se reconoce, está fundamentada en valores basados cada vez menos en el trabajo
y cada vez más en la vida de ocio.1 Tal afirmación, empero, para que sea válida
plenamente hay que referirla a las formas de vida burguesa, nacidas del industria-
lismo y desarrolladas en las sociedades de cuño capitalista. Ha sido, y es, en ellas
donde aquella actitud vital plantea problemas sociales tan nuevos, que han dado
pie . a muchos para pensar que estamos ante una mutación psicosociológica del
ocáo;2 situación que provoca la necesidad de preguntarse qué es el ocio.
1
Mills, 1951; Greenberg, 1953, 59; Bell, 1954, 20, y 1960, 360 y sigs.; Blücher, 1956,
118; Friedmann, 1956, 199, y 1970; Schelsky, en Blücher, loe. cit., prólogo; Kaplan, 1960;
Laloup, 1962 y 1967, 54 y sigs.; von Borsch, 1964, 119; Miñer y Form, 1964, 891 y sigs.;
Martín Bolte, 1966, 65-66; Grossin, 1969, 67 y 78-79, etc. Además cfr. E. Weber, 1963,
162-63 y la bibliografía allí citada. Entre nosotros, Balcells Junyent (1975, 293-94) refleja
en dos expresivas ecuaciones el cambio habido entre la primera etapa, que llega hasta la Pri-
mera Guerra Mundial, y la segunda, que llega hasta nuestros días, de la concepción moderna
del tiempo libre. En la primera, el tiempo libre es considerado negativamente en función
del tiempo de trabajo conforme a la ecuación L = t (T), siendo L el ocio ; T el trabajo y t el
tiempo. En la segunda etapa el orden de aquellas variables se invierte, según la fórmula T = t
(L), que traduce la actual situación en la que, según Balcells, "frente a la apoteosis del tra-
bajo asistimos a la apoteosis del tiempo libre".
Ante esta opinión abrumadora, no faltan quienes sostienen el parecer contrario. Pór
ejemplo, Thomas Jr. 1956; Riesman, véase la nota 4 al cap. 6. Para Kerr (1962), el espíritu
puritano persiste entre los americanos, pues —observa agudamente— trabajan más durante
su tiempo libre que en su tiempo de trabajo. Aranguren (1958a, 123), por su parte, com-
parando la vida antigua centrada en la skholé y la medieval en la fiesta, considera que "la
vida moderna ha qued.ado polarizada en el trabajo". De Grazia mantiene una postura ara-
bigüa: cfr. 1962, 389.
2
Valga como ejemplo, el hecho de que en la sociedad inmediatamente preindustrial, la

139
140 EL OCIO B U R G U É S COMO P R Á C T I C A D E L T I E M P O LIBRE

Así pues, no es todo el ocio moderno, sino la manifestación burguesa del


mismo la que, al menos básicamente, provoca aquella cuestión. No es extraño,
por consiguiente, que entre los científicos sociales burgueses, la problemática
del ocio suscite un vivo y creciente interés. Lo que sí, en cambio, resulta sorpren-
dente y significativo es la despreocupación que tan palpablemente muestran por
el tiempo libre, así como la inclinación que tienen a estudiar aquella problemáti-
ca a través de algunas de las diferentes prácticas concretas realizadas durante el
tiempo de ocio, sin llegar a considerar este último como institución de un siste-
ma social. Metodológicamente, podría añadirse un dato más, congruente con
ambas observaciones: la aversión clara hacia un enfoque dialéctico del tema.
La consecuencia de todo ello es que el fenómeno del ocio es percibido de un
modo atomizado, lo que obstaculiza el que pueda llegar a ser aprehendido en su
totalidad y en consecuencia, cualquier crítica radical del ocio burgués.
Este último cometido, inicial leit motiv de mi trabajo, es factible a través de
un análisis de la práctica del ocio como tiempo libre en el marco institucional
burgués. A ello dedico el resto del libro.3

UN DESCANSO EXIGIDO

En principio, cabe pensar que el descanso contrafuncional tuvo su auge du-


rante los comienzos del industrialismo. Y así, se ha dicho que en aquellos años
la regeneración fue la única función del escaso tiempo libre del que entonces se
disponía.4 Sin embargo, si tenemos en cuenta que el descanso inevitable no
constituye tiempo libre, aquélla fue una época en la que este tiempo era casi
inexistente para la inmensa mayoría de la población.
Hoy, una buena parte del tiempo dedicado al descanso no es, como antaño,
tan inevitable; aunque Pierre Naville continúa viendo en él el precio del agota-
miento y la promesa de una próxima tensión;5 pero sí es una práctica exigida
por las condiciones en que se desenvuelve la vida social. Y es que la fatiga tiende
a desplazarse a otros aspectos de la actividad cotidiana y a extender su campo
de acción.
En efecto, el trabajo actual produce menos fatiga que el de hace cincuenta
y no digamos cien años; sin embargo, la fatiga psíquica derivada del mismo es
"antigua tarde de fiesta" (der alte Feierabend), típica de la tranquila y apacible vida de
comienzos del pasado siglo, es muy distinta al tiempo libre actual, como ha mostrado en
una interesante monografía Feige (1936). Aclaremos que con la mencionada expresión, se
designa el periodo de tiempo vespertino que corre entre el término del trabajo asalariado y
el reposo nocturno. En la vida de los trabajadores decimonónicos, tanto los rurales como los
urbanos, dicho tiempo no estaba disociado del restante tiempo social. Cfr. E. Weber, 1963,
22 y sigs. de donde tomo la referencia a Feige.
3
El análisis que ofrezco no es comprensivo del fenómeno en todos sus aspectos. Una li-
mitación importante deriva del hecho de que en el ocio moderno se encuentran integradas
las formas decadentes, pero aún no extinguidas de los tipos anteriores; no hay que olvidarlo.
Pero como sea que el estudio de las relaciones fundamentalmente disyuntivas entre las di-
versas^ manifestaciones internas del ocio, derivadas del proceso acumulativo de la historia,
exigiría por sí sólo otro libro como éste, es forzoso poner entre paréntesis el lastre histórico
que arrastra el ocio burgués, y considerarlo únicamente en lo que tiene de peculiar, esto
es, como tiempo sustraído al trabajo.
4
E. Weber, 1963, 213.
5
Naville, 1 9 5 7 , 4 8 9 .
UN DESCANSO EXIGIDO 141.

mucho mayor. 6 A lo que hay que añadir la observación de Pierrette Sartin,


quizás excesivamente cargada de tinta negra pero que empieza a tomar más
visos de realidad que de vaticinio: la fatiga del trabajo industrial pasará pronto
a la vida cotidiana, sometida a constantes desplazamientos, a horarios incon-
gruentes, a viviendas inadaptadas, a preocupaciones de todo género. 7 Está claro
ya, que a la fatiga laboral se suman hoy otros factores fatigosos, y de un modo
especial la prisa y el ruido, sin contar los derivados de los innumerables compro-
misos propios de la vida moderna. 8
En tales condiciones, el tiempo de descanso ha de contrafuncionar a fondo.
Como ha dicho Mury, refiriéndose a la fatiga industrial, ésta afecta el conjunto
de la personalidad del hombre y, por lo tanto, su capacidad de utilizar en todos
los planos la aportación de la civilización contemporánea; también afecta su
aptitud para encontrar un equilibrio satisfactorio en las relaciones personales o
en la vida familiar. "El deterioro del tiempo de asueto, en el periodo mismo en
que la duración de la jornada de trabajo se halla reducida —añade Mury—, mani-
fiesta claramente la gravedad de la intensificación del esfuerzo exigido á los
asalariados. Entre el tiempo de presencia en la empresa, incrementado con el
que se invierte en los transportes, y el tiempo de reposo verdaderamente libre,
en el que el individuo ha recobrado el conjunto de sus capacidades intelectuales
y afectivas, ocupa lugar un tiempo de recuperación, durante el cual el hombre
se revela incapaz, si no es al precio de un auténtico heroísmo, de elevarse a un
nivel cultural satisfactorio". 9
El descanso pasa a ser, así, una contrafunción básica para el hombre moder-
no; 10 a pesar de ello, el descanso liberador no abunda en el contexto burgués.
6
La tecnología ha sustituido la fatiga muscular por la tensión y el esfuerzo mental
(Ch. Walker, 1957, XIX); cfr. Friedmann, 1966, 133, y en general toda su obra. Sobre
el punto,de vista anglosajón acerca de la fatiga psicológica en el trabajo industrial véase,
para los aspectos propiamente psicológicos, J. A. C. Brown, 1954, 326 y sigs., y L. Siegel,
1969, 279-290; para los sociológicos, E. V. Schneider, 1954, 226 y_ sigs. Una perspectiva
crítica acerca de las proyecciones sociales de la fatiga, se encontrará en la monografía de
Palacios, 1960. En relación con el deporte, el trabajo de Magnane, 1964, 60 y sigs.
7
Sartin, 1960.
8
Hoy, hacen sonreír las quejas de Threau, el cual denunciaba en 1861 el ruido y la
imposibilidad de descanso en la vida norteamericana de aquel entonces, entregada total-
mente ál trabajo (citado por Fromm: 1955, 179-80). ¡Pero un cuarto de siglo antes, ya
Tocqueville se había expresado en parecido sentido! Véase la nota 9 del cap. 9.
En nuestro tiempo, que se ufana de ser el de la vida intensa, pero que lo es de la vida
agitada porque su signo es la carrera, como ha dicho Leclercq (1936, 12), no es extraño
que hace años se abriera en Nueva York un "Hogar del descanso". En él —nos cuenta Paes-
lack (1957, 14)— las personas cansadas de los estragos de la vida llevada durante la sema-
na, incluido el week-end, pueden encontrar nada más y nada menos que unas horas de
silencio, de tranquilidad y de reposo. El Hogar, que abre todos los domingos por la tarde,
agota siempre las entradas...
Acerca del ruido en la sociedad moderna, véase E. Weber, 1963, 222 y sigs.; Fourastié,
1950, 281 y sigs.; y sobre todo la monografía de Barón, 1970. Anthrop (1973) nos informa
de los aspectos físicos del problema y sus implicaciones jurídicas; y Berland (1973) de los
aspectos ecológicos. En cuanto a la prisa, véase el comentario de E. Weber en ibid., 124-25.
Por lo que respecta al tema del silencio y la lentitud en nuestro tiempo, Vallet de Goytisolo
(1969, 131-32) recoje citas de Charlier, en favor de su necesidad y valor, quien defiende un
tanto parcialmente la lentitud como condición posibilitante de las civilizaciones, y de
Marie M. Martin.
9
Mury, en Coloquio, 1963, 59-60. Los subrayados son del original.
10
Van Mechelen (1967, 159) considera que la primera "función" del ocio en los adul-
tos es la del reposo y recuperación física, debido al intenso nerviosismo y a la inmensa ten-
sión a que el hombre de hoy está expuesto.
142 EL OCIO B U R G U É S C O M O | P R Á C T I C A D E L T I E M P O LIB'RE,

Absorbido en una parte nada despreciable aun por el tiempo psicobiológico, el


tiempo de descanso es apresado en una considerable porción por la diversión.
Y cuando el hombre consigue —merced a un esfuerzo que tiene más de auto-
exigencia que de autocondicionamiento— descansar contrafuncionalmente, lo
hace tan a fondo que fácilmente cae en un exceso de compensación, lo que
reduce, si no anula, su poder liberador con la consiguiente repercusión sobre
el tiempo heterocondicionado. 11 El descanso liberador no es, pues, cosa fácil.
¿Qué decir, entonces, del descanso liberado? El dolce /amiente que hace
siglos cantara el poeta, ha pasado a ser desgraciadamente un lujo social al alcance
de unos pocos que conservan todavía ese arte exclusivo del hombre. 12 El des-
canso liberado es principalmente patrimonio de ciertos marginados, cuya con-
dición de tales les proporciona, de un modo paradójico, un tiempo liberador
neto casi "gratis", puesto que su necesidad de compensación, en el aspecto
que ahora tratamos, es mínima. Y ese tiempo de ocio pueden dedicarlo fun-
cionalmente a descansar, por ser la práctica libre más idónea dada la situación
en que se encuentran. Lo hallamos en los pobres, para los cuales no representa
gastó alguno; en los hippies, ya que no se presta a ser objeto de la manipulación
económica; en los ancianos, por cuanto no exige un consumo de energías.
El descaso liberado casi se ha perdido en nuestros días; ha pasado a ser una
práctica residual. La mayoría de la gente no sabe, en parte porque no puede,
descansar; les falta tiempo para ella y cuando podrían practicarla han olvidado
cómo hacerlo.

U N A RECREACIÓN IMPUESTA

El trabajo industrial, desmenuzado y monótono, ha traído consigo hasta aho-


ra, cual sombra inseparable el aburrimiento. 13 Ante ese aburrimiento, solemne
pero que pocas veces llega hasta la conciencia, el hombre acude para compensarse,
a la tremenda fuerza que posee el juego. Porque, como dicen Rumney y Maier,

11
Según Fromm (1955, 155), el carácter enajenado y profundamente insatisfactorio del
trabajo produce estas reacciones: 1. tomar la ociosidad total como ideal; 2. sentir una hos-
tilidad, aúii inconsciente, hacia el trabajo y todo cuanto se relaciona con él. Por ello, comenta
Fromm, ia publicidad apela al mínimo esfuerzo, a la holganza y pasividad, antes que al sexo.
Está comprobado que a más horas de trabajo más accidentes laborales (Paranque, 1969,
19). Sin embargo, según Hittmáir (1960, 144 y sigs.), los lunes —después de dos días de
fiesta— la curva de accidentes registra un máximo y la de producción un mínimo. (En 1909,
el doctor J. Ubeda y Correal ya denunciaba, entre nosotros, ese hecho con bases estadísticas
en un artículo titulado "Influencia del domingo en la frecuencia de los accidentes de trabajo".
Citado por González Rothvoss, 1968, el cual proporciona nuevos datos de carácter reciente
confirmatorios al respecto.) Sobre el lunes y la llamada "neurosis de la descomprensión
brusca" véase el comentario de Toti, 1961, 136.
12
Hoy tiene que ser un "enfermo" el que transforme su tiempo sustraído al heterocon-
dicionamiento en un tiempo de descanso Úberado. Eugeni d'Ors reflejó literariamente con
preciosismo modernista que respira una gran gratuidad, esa temática es un pequeño libro
titulado Oceanografía del tedi (1916) publicado ¡mientras Europa estaba siendo azotada
por la primera Guerra Mundial! Al leerlo, una duda asalta a la mente: ¿sería factible escri-
bir aquellas páginas hoy en día? En cualquier caso, está claro que ya hace cinco decenios
su autor sólo piído describir el ocio, un ocio decimonónico, recurriendo a un tiempo de
convalecencia.
13
Cfr. Friedmann, 1956. La postura típica norteamericana sobre el tratamiento psico-
lógico del aburrimiento en el trabajo industrial puede verse en Siegel, 1969, 290 y sigs. Ver
el análisis del rol del obrero que en ese aspecto del aburrimiento presenta, desde una pers-
pectiva íuncionalisía, E, V. Schneider en 1954, 232 y sigs.
U N A R E C R E A C I Ó N IMPUESTA 143

con mayor eficacia que cualquier otra institución, el engranaje de los entreteni-
mientos parece poder proporcionar un fundamento para la existencia de la gente.
Según Martha Wolffenstein, la diversión, que ha pasado a ser necesaria al hombre
industrial para no disminuir su autoestima, ha llegado incluso a generar una nue-
i va moral: la fun morality.14
Hoy, la diversión se realiza predominantemente a través de dos prácticas
típicas: la actividad diferente y la vida diferente. Son dos respuestas conducía-
les distintas pero no divergentes, como lo refleja el calificativo común con que
se les puede designar; en ambos casos encontramos una respuesta de evitación
de la cotidianeidad.
Las actividades diferentes comprenden desde los hobbies (con sus múltiples
manifestaciones: coleccionismo, construcción casera de los objetos más variados
con los medios más extravagantes, etc.) hasta el bricolage do-it-yourself.
Nadie como Friedmann ha explicado el éxito social alcanzado por los hob-
bies. Se debe, nos dice, a una reacción del hombre moderno contra la prepon-
derancia de la velocidad, del objeto estandarizado y preparado, de la organización
que viene "de arriba", del trabajo en cadena; por medio de la búsqueda tensa
de la realización en el "trabajito" terminado y minucioso, ejecutado libremente
según un ritmo personal.15 Es notorio, pues, el valor compensatorio de tales
actividades.
Ahora bien, dado el carácter extremadamente personal del tiempo que
ocupan, estas actividades lo sumergen a uno hasta la entrega obsesiva, una en-
trega que cierra para otros quehaceres durante el tiempo disponible. Es lo que
subraya Aranguren, al describir la evolución histórica del fenómeno: frente a.
la época heroica del comercio de ultramar, caracterizada por los entretenimien-
tos instructivos, la recreación y la diversión teñida de laboriosidad; época en la
que surgieron los juguetes mecánicos para adultos, el gusto de los relojes, los
pequeños talleres domésticos para esparcimientos y las distracciones de las letras
y las artes, nuestra época ya no tiene estas diversiones salvo cuando se asumen
con un espíritu nuevo, como hobby, como chifladura y manía, es decir, como
enajenación. Y es que, en ese tipo de ocupaciones —y ahora es Adorno quien
habla— uno se enfrasca absurdamente, sólo para matar el tiempo; 16 y matar el
tiempo, hay que añadir, es tanto como negarse a sí mismo.
Pero esto no es todo, el hombre entregado a un hobby procura "especiali-
zarse" en él y disfruta con él hasta adquirir un hábito al respecto. Mas una vez
adquirido este hábito y debido al carácter generalmente superfluo de la activi-
dad, ésta pronto deja de satisfacerle; entonces lo abandona, la mayoría de las
veces para entregarse a un nuevo hobby, las más de las veces "intivado" por las
14
Rumney y Maier, 1953, 196-97 M. Wolffenstein, 1951. La expresión fun morality
fue formulada por primera vez por Martha Wolffenstein y Nathan Leites (1950), para en-
frentar la "moralidad de la diversión" de la sociedad de consumo a la "moralidad del traba-
jo". Kerr ha rechazado esta tesis (cfr. la nota 1). Y el último, Dumazedier (1974, 59), pen-
sando quizás más en Marcuse que en aquellos autores, rechaza la moral del hedonismo como
base de una nueva ética del ocio, por supuesto del ocio tal como él lo concibe.
15
Friedmann, 1956, 184. Sobre el uso artesanal del tiempo libre en la moderna cul-
tura norteamericana véase Riesman, 1950, 284 y sigs., y Adorno, 1969. Y sobre el trabajo
y el juego en la nueva sociedad asimismo norteamericana, las consideraciones de Max Lerner,
1967, 29 y sigs. y 37 y sigs.
16
Aranguren, 1958a, 120 y sigs. Adorno, 1969, 55. Véase en el mismo sentido el in-
cisivo anfr.-'í "ie Habermas, 1958.
E L O C I O B U R G U É S C O M O P R Á C T I C A D E L T I E M P O LIBRE

sugerencias dictadas por intereses sectoriales que, por añadidura, estandarizan el


comportamiento. La imposición llega al colmo en el caso de las actividades del
tipo do-it-yourself. Esta expresión es una fórmula comercial, sagazmente perso-
nalizada, que encubre otra de tono bien distinto: "haga esto, como yo le digo y
• con lo que le explico".
En cualquier caso, estamos ante una conducta programada hábilmente; ante
una pauta mínimamente personal y en definitiva intrascendente, que evita y
obstaculiza el pensar y el hacer uno por sí mismo. Alain Touraine destaca que el
valor creador —creativo en realidad, añado yo— activo del hobby es limitado,
porque no establece casi ningún enlace entre el actor y los valores culturales de
la sociedad en la que se da. 17 Las más de las veces, ni siquiera los valores perso-
nales llegan a revelarse auténticamente; tal como se da, no es una práctica ex-
presiva, apenas es.~creativa. El hombre suele divertirse al comienzo, hasta que
llega la rutina y, con ella, el aburrimiento.
Otra paute típica de la diversión, actual es la de aquéllos que para huir de la
aburrida cotidianeidad, viven de vez en cuando una vida diferente de la que les es
normal. El peligro de huida definitiva que esa respuesta entraña, ha sido explica-
do en estos términos por Cohen-Séat y Fougeyrollas en un libro sobre la influen-
cia del cine y la televisión: después de señalar que actualmente las distracciones
tienden a engendrar en un sentido nuevo el ocio como plenitud de existencia,
como vida que se basta a sí misma y posee en ella su propio fin, aclaran que "el
ocio, que es un tiempo, se diversifica inicialmente en actividades, y vuelve a
unificarse luego a un nivel superior en una vida, por decirlo así, sustanciali-
zada". 18 Esta explicación toca el fondo del asunto, aunque la referencia a una
vida que se basta a sí misma olvida que, en realidad, se trata de una vida para
la que el sujeto, por querer que sea propia, exclusiva, reclama un ilusorio tiempo
autónomo.
: Un factor decisivo para explicar la inclinación social hacia una vida diferente,
: y la fácil conversión de ésta en una vida aparentemente autónoma, es la esti^
ululación constante de la conducta por innumerables solicitudes sociales, que
hacen que asa vida quede bajo el control de repetidas y heterogéneas ofertas
interesadas y resulte construida bajo el imperio de los status symbols y los héroes
del momento, promocionados por los mass media. Todo ello dirige, hetero-
condieiona el comportamiento sin que el sujeto deje de considerarlo divertido,
por sugestivo y emocionante.
Las palabras que Wright Mills pronunciara hace años son aplicables cada dece-
nio que pasa a más y más gente: "Cada día los hombres venden pequeños trozos
de sí mismos para intentar comprarlos de nuevo cada noche y cada fin de semana
con la moneda de la diversión. Con los espectáculos, el amor, las películas y las
intimidades sucedáneas se recuperan otra vez a sí mismos y son diferentes." 19
Ciertamente son hombres diferentes, pero ¿se recuperan a sí mismos? Más bien
sucede lo contrario si no se olvida que todo ese rico ambiente fascinador, esa .
impresionante red de sugerencias de claras u ocultas incitaciones, de presiones '

17
Touraine, 1959, 98.
18
Cohen-Séat y Fougeyrollas, 1961, 127. Los subrayados son del original.
19
Mills, 1951, 302. En sentido similar se expresan Morin, 1958; Aranguren, 1958, 129-
. 3 0 y 138-39.
UNA RECREACIÓN IMPUESTA 145

constantes lleva —como observa Dumazedier—20 más a las actitudes de evasión


que a las de reflexión.
De este modo, reiteradamente sobrealimentada la vida diferente y enca-
minada a marchas forzadas hacia una insaciable sed de "aventuras", genera una
creciente necesidad de una vida cada vez más distinta. El resultado, unas veces,
se manifiesta en graves conductas antisociales aparentemente destructoras de lo
establecido. 21 Otras veces, la proliferación de estímulos masivos a la diversión
termina provocando un mayor aburrimiento; es la otra cara de la moneda. Llega
un momento en que uno "no sabe qué hacer" para divertirse; entonces, ya todo
fastidia. Esta situación, de cariz anímico, contradictoriamente extingue el ocio
y provoca un sobreocio, con graves consecuencias para la personalidad y para la
sociedad. Porque si las enajenaciones que sufre el trabajador dejan en él un sen-
timiento de- privación, que le provoca una necesidad de romper con el universo
cotidiano, como ha señalado Lefebvre, 22 a la enajenación en el trabajo y en las
demás actividades "serias" se suma ahora otra más profunda y temible: la ena-
jenación no en el tiempo heterocondicionado, sino en el seno mismo del tiempo
autocondicionado. Según Riesman, el aburrimiento es un fenómeno general de la
civilización industrial, 23 pero lo grave no es que afecte a casi todos, sino que se
extiende incluso hasta la misma recreación. El que tendría que ser un tiempo
autocondicionado es un falso tiempo, a la vez enajenado y supuestamente autó-
nomo, lo que impide reducir el exceso de compensación fuera del tiempo de
ocio, en el no ocio.
La diversión —una diversión impuesta— tiende a llevarnos, pues, hacia
situaciones límite en las que el aburrimiento llega a ser global y profundo. Es
lo que Adorno ha calificado de hastío, es decir, un estado de aletargamiento
en el cual culmina un momento decisivo del tiempo "libre" bajo las condicio-
nes actuales en las que reina la rutina y lo idéntico, unas condiciones que Kant
habría llamado de heteronomía y que hoy hay que llamar de heterocondiciona-
miento (Fremd.bestimusth.eit); una función de la vida bajo la coacción del tra-
bajo y su rigurosa división, un reflejo de la grisura objetiva en el que sucede
lo mismo que con la apatía política. Ese estado de aletargamiento —así descrito
por Adorno— constituye, en lo hondo, un aburrimiento existencial que liega
hasta la propia vida y que provoca una amplia gama de respuestas sobreociosas,
desde la toxicomanía hasta el gamberrismo, poseedoras de un valor de denuncia
social objetiva. Es el precio de un nuevo "capitalismo", no del trabajo sino del
ocio. La contradicción que ello pone al descubierto es manifiesta: ¿Por qué

20
Dumazedier, 1954 y 1962a, 589.
21
Es superficial e insuficiente explicar el ocio desviado de las subculturas marginadas,
como intenta Murphy (1973) con su enfoque mertoniano de la cuestión, por el hecho de
que su. "ritmo de vida" no está basado en un trabajo organizado. El ocio desviado no es ex-
clusivo de aquellas "minorías".
22
Lefebvre, 1957-1958 y 1968a. Martín López (1965, 187) encuentra un significativo
paralelismo entre el mundo griego y la sociedad actual. En aquél, como mostrara Aristóteles,
la esclavitud institucional, fáctica y externa, determinó la ineptitud para la skholé. Y en la
sociedad actual, la alienación se presenta como una nueva forma ética y psicológica de escla-
vitud, como exteriorización y vaciamiento de los individuos, que incapacita asimismo para
el ocio y reduce el tiempo libre —el gran problema de nuestro tiempo— a ser fermento de
desequilibrios de la personalidad y de manifestaciones anónimas.
23
Riesman, 1950.
146 E L OCIO B U R G U É S COMO P R Á C T I C A D E L T I E M P O LIBRE

en las sociedades que procuran más "bienestar" y que cuentan con más posi-
bilidades de diversión se da el fenómeno que Georges Lapassade ha llamado de
los jóvenes "rebeldes sin causa"? Como sostiene este autor al analizar la bárbara
conducta aparentemente gratuita de cinco mil muchachos en Estocolmo en
diciembre de 1956, la conducta de esos jóvenes no puede ser imputada simple-
mente a las tantas veces recurrida "crisis de la adolescencia" que no ha llegado
a ser superada, sino a una protesta contra la sociedad de consumo, facilitada por
el tiempo disponible sustraído al trabajo. Y esto incluye una negativa a emplear
los modos de "recreación'-' que dicha sociedad propone o más exactamente,
impone. Sus actos socialmente destructivos son la respuesta, profundamente
agresiva, de unos seres hastiados del mundo que les circunda, e incluso hastiados
de sí mismos. 24 s
¿No es comprensible, visto el panorama, que Fromm dijera que el miedo al
aburrimiento tiene un lugar predominante entre los miedos del hombre moderno,
y que Lynes afirmara que el problema primario del ocio es cómo evitar el aburri-
miento? 2 ^
Y en ese contexto disfuncional, en el que la diversión absorbe cuanto puede
del restante tiempo del ocio ¿qué pasa con la recreación? Apenas puede darse,
porque requiere un ir contra corriente, lo que sólo es factible en contados casos
aislados. El amateur deportivo, el connaisseur del arte, el dilettante musical son
exóticos ejemplares que suenan a demodée; pautas difíciles de localizar en una
época cada vez más escasa de autenticidades. Y cuando se dan, el tiempo de re-
creación que suponen, es el tiempo de una libertad pocas veces nítida, porque en
ella busca refugio desesperado un tiempo sociocultural que tampoco deja de
quedar tiranizado por el tiempo socioeconómico.
La recreación también se da donde menos cabría buscarla; se le encuentra,
más si cabe, aunque desnaturalizada, en el tiempo de creación.

U N A C R E A C I Ó N ESTABLECIDA

El ocio, singularmente el ocio creador, fue reivindicado en el siglo pasado


por el yerno de Marx, Paul Lafargue, en un célebre panfleto titulado Le droit á
24
Adorno, 1969, 58 y sigs. Lapassade, en Albeitini et al., 1961,161-172.
25
Fromm, 1955, 171; véase el comentario que G. Toti (1961, 133 y sigs.) hace a
Fromm. Lynes, 1958. Muestras brillantes y abundantes de esta situación se encuentran en la
literatura existencialista, expresiva de un estado de ánimo sólo en parte conexo con la pos-
guerra, especialmente en la angustiosa náusea del primer Sartre o en la indiferencia vital de
los personajes de Frangoise Sagan. Si la moda existencialista está superada, no lo está toda-
vía la problemática existencial que la provocó. Véase mi trabajo, 1965, 84 y sigs.
Recientemente, Rof Carballo (1972) ha señalado que asistimos a un aumento creciente
de dos clases de enfermedades: el cáncer de pulmón y las depresiones, apareciendo dentro de
estas últimas "cada vez máSj en mayor número, unos enfermos caracterizados por apatía,
vacío interior, agresividad, pérdida del sentido de la vida y dificultad para la comunicación
afectiva". El tema de la angustia y la depresión actuales es constante en la literatura patoló-
gico social, pero ha sido tratado muy diversamente: compárese la exposición psicoanalítica
cultural de Karen Horney (1937) con el estudio de Castilla (1966) de enfoque antropológico
dialéctico.
La civilización actual como civilización del hombre aburrido ha sido tema de estudio
por Kerr (1962); y marginalmente por Lefebvre, el cual plantea en un ensayo sobre qué es
t~ 1 «d, las líneas de una sociología del aburrimiento moderno (1961, 208). El tema
mucho antes, por supuesto: por ejemplo, Silver, 1931. Véanse las observaciones
(.1961, 237-38) sobre el aburrimiento como factor neurotizanta; y como factor
ación, las de Castilla (1970, 37 y sigs.).
UNA CREACIÓN ESTABLECIDA 147

la paresse, y elogiado en el presente por Unamuno en un artículo En defensa ae


la haraganería y por Bertrand Russell en un ensayo, polémico como los anterio-
res, In praise ofidleness. Estas tres agudas apologías, cargadas de fina ironía, res-
ponden en realidad a una protesta más o menos literaria, ante el monopolio
deshumanizador del trabajo contemporáneo. Carente de intención científica,
poseen el valor de una reiterada reclamación social formulada desde distintas
posturas ideológicas, con fuertes tintes político-demagógicos en el primer caso,
y de tipo intelectual en los otros dos.26
Esas denuncias, a las que han seguido algunas otras que es inecesario reseñar,
son breves aunque profundos suspiros por un ocio creador. Esto puede sorpren-
der, sin duda, a cuantos ante las grandes y continuas innovaciones tecnológicas o
la abundantísima producción artística y literaria de nuestro tiempo, creen que
estamos en una época de plena creación. No se han ocupado en averiguar cuál es
el tipo de creación que provoca la modernidad.
La respuesta de Henri Lefebvre es tajante: una de las características de
nuestra modernidad es el fetichismo de la creación: ésta se confunde con la fabri-
cación y se identifica con cualquier novedad. 27 Y es que el proceso de moder-
nización desarrolla junto con un fabuloso potencial productor en todos los
campos de la actividad humana, formas de vida negadoras de la creación. En la
fábrica, en la ciudad, en la organización formal y racional no cuenta lo que el
hombre es; cuenta lo que le hacen hacer, y lo que hace ante los demás, antes
que lo que hace con y por los demás.
El maqumismo, que conlleva una producción masiva y una producción cuan-
titativamente máxima, tiende a frenar las iniciativas personales (Uyterhoeven),
privando al trabajador del goce de la creación. Ha exterminado en los hombres,
explica Adorno, la productividad como capacidad creadora, esta actividad y lo
que crean tiene algo de superfluo, carente de sentido e integrado por la sociedad,
incluso durante su tiempo libre. 28 La deshumanización de la producción y del
producto, condiciona el objeto y al sujeto de la actividad consuntiva. El produc-
to queda abstraído en una imagen prefabricada de marca; y el consumidor ignora
y ya no puede valorar, al consumir ese producto, a la persona del productor. 29
Frente a este contexto despersonalizador, al tiempo de ocio puede con-
trafuncionar practicándose en él la creación; sin embargo, ésta se encuentra
26
Lafargue, 1880; Unamuno, 1911; Bertrand Russell, 1932. Ya en el Romanticismo se
elevaron voces paralelas aunque con otro sentido. F. Schlegel habla en Lucinde del "semi-
divino arte de la pereza" y de la necesidad de "convertii el ocio en arte y en ciencia, e
incluso en religión" (citado por Bollnow, 1958, 99). Sobre Lafargue contrástense los co-
mentarios marxistas de Toti (1961, 84 y sigs. y 163 y sigs.) y de Caceres (1973, 164 y sigs.
y 155) con los de Konig (1963, 13) y de Lanfant (1972, 51 y sigs.). Pierre Naville (1957,
495), en una interesante nota debida a una comunicación personal de Dommanget, según
explica, dice que Lafargue se inspiró directamente en las anotaciones que Marx había hecho
a una obra sobre la ociosidad que aquél tenía en su biblioteca. Es una lástima que no poda-
mos saber qué obra era ésta.
27
Lefebvre, 1962, 169-70 y 194. En el mismo sentido, cfr. el trabajo de M. Niel, en
Fromm et al., 1965, 362-375.
28
Uyterhoeven, 1967, 138. Adorno, 1969$ 60.
29
Observa Ana María López-Day (1967, 136), con una visión maxxista, que "lo que
hay de dividido, atomizado y perdido para la percepción del consumidor, es, precisamen-
te lo que hay de humano en el producto, a saber, el esfuerzo de otro hombre para crearlo,
y la pérdida súbita por este hombre en el curso de ese proceso. En la sociedad capitalista,
tras la mercancía hay necesariamente la explotación". Cfr. otro aspecto en Richta y cola-
boradores, 1966, 208.
148 EL OCIO B U R G U É S COMO P R Á C T I C A D E L TIEMPO LIBRE

mediatizada por la tendencia del hombre a ocupar su tiempo "no despersonali-


zado" con la diversión. La forma de vida urbana, característica del hombre
industrial, no es ajena a este fenómeno. La ciudad actual, como ha hecho notar
Aranguren, conserva las formas de ocio, academias y ateneos, teatro, música y
literatura de la ciudad antigua; pero bajo estas formas se introduce un sentido
nuevo, más de diversión que de ocio propiamente dicho. 30 Por si fuera poco, con
las rutinarias pero diversivas idas y venidas pendulares de la ciudad a la playa,'
con el deporte-espectáculo, con el turismo planificado, con la literatura de kiosko,
las películas de evasión o la inagotable televisión, el hombre mata su tiempo y se
mata a sí mismo. El tiempo que absorbe la diversión impide el descanso y la
creación.
La creación pasa a ser un útil, una pauta que sólo es rentable si se vende a lo
establecido. Así instrumentalizada, contrafunciona tolerando contradictoria-
mente que el hombre tenga una mismidad, pero impidiendo que la asuma. Le
dota de una personalidad pero ésta no es suya; esto es, hay creación técnica pero
no humana; creación para el hombre pero no del hombre.
Esto se refleja, más allá del tiempo de ocio, en todas las áreas de la actividad
creadora, desde el arte hasta la política. Aquél en su inmensa mayoría destinado
a convertirse en kitsch, vive un desasosiego castrador. La ciencia, cuya parcela-
ción procura compensarse con el movimiento interdisciplinario, 31 se encuentra
establecida hasta tal punto que en vez de estimular, esclaviza la imaginación bajo
el terror de la razón. La técnica es una loca carrera de inventos, adornados por
una "artesanía" de tipo esnob del diseño industrial, que escamotea lo que,excep-
ciones aparte, no son sino duplicaciones. A esto último contribuye una potente
publicidad persuasiva,32 forzada constantemente a ser original, creativa para que
cada producto sea o aparezca distinto; la política, en fin, poco conserva de juego.
Es fría estrategia, resultante de una libertad establecida a través de la colabora-
ción interesada, rutiparia y conformista. Programada por los bloques internacio-
nales, los regímenes, los partidos y los grupos de presión bajo la égida de la
diplomacia aparente, la coexistencia interesada y la tolerancia represiva, obstacu-
liza la participación realmente creadora. Todas estas actividades son inmensos
mercados al servicio del establishment. Petrifican la realidad; realidad cuyos
problemas se encubren o se solucionan de manera que contradictoriamente se
repitan una y otra vez. ¿Quién no ve en la creación actual un fenomenal récicla-
ge intelecual.y material?
La creación de tal modo establecida hace que el hombre innove la realidad
que le rodea, pero que no la transforme. No puede crear su realidad; es hacedor
de cosas, pero no de sí mismo. El hombre actual, que ha sustituido la creación
por la creatividad en su tiempo de ocio, se limita a ser un hombre reproductor;
hay, en resumen, innovación pero no cambio. El tiempo de creación queda
desvirtuado, en el fondo, en un tiempo re-creador.
Con tal seudocreación, el hombre no puede llegar a ser él mismo; es urgente,
ha dicho Touraine, que las personas reencuentren la creación. Tal cosa exige una

30
Aranguren, 1958a 116-17.
31
Véase mi trabajo, 19746.
32
En contra de la tendencia actual de basar la información publicitaria en la persua-,
sión, he demostrado la necesidad social de contar con un instrumento publicitario basadi
en la información persuasiva, en 1967 y 1969.
UNA CREACIÓN ESTABLECIDA

nueva práctica que algunos creen ya^detecíar, comoMarcuse cuando declara que
estamos asistiendo a una nueva ética dedicada al principio de la belleza y la con-
templación; más no puede confundirse la soledad con el recogimiento interior,
ni el colaboracionismo con la participación. 33
La creación se encuentra recluida en el plano de lo ideal. Bien cobijada en el
pensamiento, difícilmente sale de él a no ser como mera verbalización; perma-
nece más allá de la realidad. Lo que en la recreación es la vida diferente, pseudo-
creación en la creación es la vida imaginada.pseudorecreación. Pero si aquélla es
vivida, ésta es puramente soñada; es un sueño que a menudo ni siquiera incluye
el deseo. Aunque como han estudiado algunos sociólogos del arte, muy especial-
mente Duvignaud, 34 lo imaginario está revestido de un poder crítico o subversivo,
lo grave es que hoy la vida imaginada no se toma como algo que puede ser
real. Al igual que, para muchos niños, los cow-boys o losgangsters pertenecen a
la ficción televisiva o cinematográfica, los burgueses que asisten a la representa-
ción de una obra de Brecht la comprenden como teatro sin referirla a sí mismos,
y por ello, la aceptan entre admirados y divertidos. . . Parece como si, incluso, se
hubiera perdido el carácter mítico de lo imaginario, su poder étido y catártico.
Hace falta una imaginación práctica que lleve -- % práctica de la imaginación.
La imaginación libre y crítica es transformadora ae la realidad. Pero, hoy por
hoy, a la imaginación que intenta crear, esto es convertir en libre el tiempo del
hombre y al hombre mismo, le ocurre lo que a los estudiantes del Mayo francés
cuando para conferir poder a la imaginación, querían la imaginación al poder.
Después de los grafftti volvió la calma; las barricadas sólo sirvieron para soñar y
descargar agresividad, y el establishment, una vez más, sepultó la creación.

33
Touraine, 1969, 230. Sobre la soledad y el tiempo libre, véase Riesman, 1950; Sa-
lomón, 1965. La falta de recogimiento es tema en el que han profundizado fenomenoló-
gicamente Ph. Lersch (1947, 73; 1955, 43-44 y 174-75) y psicoanalíticamente E. Fromm
(1955, 135-36).
34
Consúltese la bibliografía de Duvignaud recogida en el repertorio final.
I úneúTrnpxn)
simúSflfilbir©

En las condiciones sociales imperantes en el mundo burgués, la práctica del


ocio constituye un modo harto problemático de vivir un tiempo de libertad y,
más aún, un tiempo para la libertad. Porque el tiempo liberador es producto de
un descanso exigido, de una recreación impuesta y de una creación establecida.
Y asimismo porque en el escaso tiempo liberado alcanzable, el hombre se ve im-
pulsado a practicar un ocio contradictorio, buscando la creación en la recreación,
y ésta y el descanso en la diversión.
El problema gira en torno a la relación entre el ocio burgués y el tiempo
libre. Estudiaba en el anterior capítulo esa relación por lo que toca a las distintas
prácticas básicas del ocio, pasaré ahora a examinarla en cuanto a la totalidad del
fenómeno. ¿Qué tendencias generales y totales presenta la manifestación burgue-
sa del tipo moderno de ocio en relación con los distintos elementos definitorios
del tiempo libre? ¿Hasta qué punto son localizables esos elementos en el ocio
burgués?

LA DICOTOMÍA Y LA CUA!MT!FICAC!Ói\!
DEL TIEMPO SOCIAL

Si empezamos preguntándonos cómo se relaciona el tiempo de ocio burgués


con el restante tiempo social, hay que destacar, ante todo, que la creciente com-
plejidad de. la organización social, propia de las sociedades modernas, provoca
dos tendencias temporales que se mueven en dirección inversa, en un esfuerzo
mutuamente compensatorio. En efecto, una decreciente nitidez del tiempo de
ocio, obstaculiza la consolidación cualitativa del tiempo libre, disolviendo el ocio
en el restante tiempo social. Este proceso presenta distintos aspectos: de un lado,
la modernización restringe la libertad en el tiempo de no trabajo, inmovilizando
socialmente al hombre al privarle de las posibilidades culturales ofrecidas por la
colectividad,1 como le sucede al obrero que al regreso de su trabajo se "entre-
1
Cfr. Friedmann, 1960a, 134 y sigs.
151
EL T I E M P O LIBRE

tiene" pintando las paredes del piso o reparando él mismo como puede, un
aparato eléctrico con lo que se evita un gasto no despreciable. De otro lado, el
tiempo social al acelerar la modernización ha de ser aprovechado al máximo
dando a los quehaceres un múltiple sentido; es el caso del ejecutivo que ocupa
parte de su tiempo de trabajo yendo a tomar unas copas con un cliente potencial
importante, o del manager que va a jugar al tenis con un banquero que podría
financiar una fuerte operación proyectada. Paralelamente a ello, los diversos mo-
dos del tiempo social tienden a separarse cuantitativamente en un progresivo
proceso de parcelación que suele expresarse en el lenguaje cotidiano con frases
como "es preciso un tiempo para cada cosa" o "cada cosa pide su tiempo". 2
Si solamente se diera este proceso de parcelación, la temporalidad quedaría
fragmentada y el hombre despedazado, pero la escasa nitidez del tiempo libre
opera a modo de argamasa que impide tal resultado. Pese a esto, nuestras activi-
dades tienden a polarizarse, debido a las condiciones del trabajo moderno, alre-
dedor de éste y del ocio, con la consecuente dicotomización del tiempo social.
La oposición entre uno y otro aspecto de la realidad es tomada por muchos
como la base defrnitoria del tiempo libre, con lo cual no hacen sino reflejar a
nivel conceptual esa "gran división" (W. Mills) 3 , que más de uno ha interpretado
como una verdadera esquizofrenia social.
Cuestión más importante, pues reina prácticamente la unanimidad acerca
del carácter dicotómico del tiempo moderno, es la de los orígenes de tal dico-
tomía, en concreto, si la misma es un producto del industrialismo o del capi-
talismo. Los pareceres difieren aquí, respectivamente, según la tendencia burgue-
sa o marxista en la que se encuentra adscrito cada autor. Para Friedmann, se
trata de una escisión que no está inscrita en la historia natural de la especie hu-
mana, sino que es un hecho "completamente nuevo", impuesto brutalmente en
menos de un siglo por las sociedades industriales. Así lo reconocen también
otros sociólogos industriales, como los norteamericanos Miller y Form, los cuales
ven en ella una de las principales contradicciones de la industrialización; señalan-
do el italiano Franco Crespi como factores específicos, a la racionalización de los
procesos productivos y a la organización del trabajo. No faltan, sin embargo,
quienes —como Greenberg— invocan maxweberianamente, además, el capitalis-
mo y aun el protestantismo para explicar, a través del objetivo de alcanzar una
mayor productividad, una separación temporal que es "más fuerte y exclusiva
de lo que jamás lo había sido hasta ahora". 4

• 2 Quienes, como Riesman (1949, 345), sostienen que algunas investigaciones confir-
man que en muchos ámbitos de la vida social actual ya no se diferencian claramente el
trabajo y el ocio, no advierten que ello sólo afecta a determinadas situaciones minoritarias,
como las arriba expuestas.
3
Wright Mills, 1951, 300. En la encuesta de Dumazedier varias veces citada, el ocio se
definía en un 60 por 100 de los casos, en primer lugar, por oposición al trabajo profesional
(UNESCO, 1957).
Según Hilf (1957, 340), científico del trabajo, el tiempo que integra las veinticuatro
horas de los días laborables consta de dos grandes espacios: I. La jornada de trabajo, la cual
incluye: 1. el traslado al lugar de trabajo, y 2. el tiempo de realización del trabajo, com-
prensivo a su vez de: a) el trabajo propiamente dicho y b) las pausas en el mismo; y II. El
tiempo libre.
4
Friedmann, 1960, 129. Miller y Form, 1964, 891 y sigs. F. Crespi, 1966, 1279.
Greenberg, 1953, 58. Coinciden en tal interpretación autores tan distintos como Whyte,
1956, 21; de Grazia, que toca marginalmente ese punto en 1962, 385; y Butler, 1959, 21.
LA D I C O T O M Í A Y LA C U A N T I F I C A C I Ó N D E L T I E M P O S O C I A L 153

Frente a la tesis burguesa se alzan los marxistas, para los cuales la dicotomi-
zación temporal es un fenómeno debido a las estructuras capitalistas; porque en
ellas, el capital crea tiempo libre —en el sentido de tiempo excedente y disponi-
ble— hasta escindir el tiempo social en los dos elementos susodichos. Pero este
hecho no cubre toda la situación ni, por tanto, todo el problema ya que, a la par
con ello, el capital transforma contradictoriamente ese último tiempo en un
tiempo suplementario del trabajo, por lo que todo el tiempo del hombre resulta
ser tiempo total de trabajo (Toti). La respuesta marxista sostiene, en definitiva,
de un lado, que hay una división artificial y de otro, que se trata de una totali-
dad antagónicamente —por no ser dialéctica— negadora del tiempo libre , s
A mi juicio, el análisis marxista es correcto sólo si se le interpreta restringi-
damente; o sea, si en vez de imputar, sin más, la dicotomía al capitalismo subraya
el carácter inherente pero no exclusivo que tiene en el industrialismo capita-
lista. La razón de tal matiz es sencilla: como se verá más adelante, el sistema
industrial socialista no desconoce el tiempo contrafuncional, pero por no darse
en él la contradicción derivada del capital, parece ser más reductor que genera-
dor de necesidades compensatorias y, por consiguiente, no operar como facili-
tante de aquella dicotomía. Por lo tanto, aunque ambos sistemas industriales
la padecen, sólo el capitalismo le es consustancial.
Hija, pues, de la industrialización, la dicotomía —que, como se verá más
adelante, la sociedad de consumo ha convertido en tricotomía—, no tiene sus dos
polos equilibrados, sino que ya desde sus inicios se ha fundamentado en uno de
ellos: el trabajo y, para decirlo más exactamente en una muy concreta concep-
ción económica de la actividad productiva, el trabajo industrial específicamen-
te en lo que tiene de explotación social del hombre. Así enmarcado el proceso
de dicotomización del tiempo, el ocio se desarrolla como una necesidad constante

5
Toti, 1961, 293. En el Congreso Internacional que sobre el tema "Tiempo libre y
Recreación" tuvo lugar en La Habana, en diciembre de 1966, esta opinión fue compartida
por Abdel-Malek (1967, 160 y sigs.), Ana María López-Day (1967, 135 y sigs.) y J. Israel
(1967, 150). Un ataque reciente contra la dicotomización capitalista proviene del polaco
Danecki (1970).
Los revisionistas también denuncian aquella situación. Henri Lefebvre señala como
características oposiciones modernas, en las que cada término nos remite al otro, las de
"ocio (reposo)—trabajo" y "ocio(vacación)—cotidianeidad" (1968a, 154).'Sobre el carác-
ter suplementario del trabajo que posee el ocio moderno ha insistido especialmente la
Escula de Frankfurt. Como dice uno de sus miembros más representativos, Adorno (1969,
61), "en un sistema donde la ocupación constante constituye por sí el ideal, el tiempo
libre es también una proyección directa del trabajo".
Preguntar si todo ello no ocurre también en las sociedades de estructura socialista, es
cuestión ligada con la polémica del alcance de la compensación (punto del que me ocuparé
más adelante), temas a su vez englobados en la discusión general sobre las relaciones entre
la industrialización, el capitalismo y el socialismo. Una observación de Israel (loe. cit.) me
parece aquí esclarecedora: "Trabajar en una cadena de montaje en una fábrica privada no
es fundamentalmente diferente de hacerlo en una empresa socialista. Pero lo que difiere
es la posición social del trabajador, su influencia sobre el proceso de trabajo y sobre la ma-
nera en que son utilizados los productos del mismo. Tener influencia supone aquí poseer
un cierto saber. Este saber puede, sobre todo, adquirirse durante los ocios (. . .) Para que
el tiempo libre además de significativo sea satisfactorio (es decir, pueda satisfacer impor-
tantes necesidades), la gente misma debe tener que poder decir su palabra y expresar sus
propias necesidades". (El comentario entre paréntesis es mío). Por ello, sin duda, se ha
escrito (Richta y colaboradores 1966, 205) que "el tiempo libre deja de ser inevitablemente
contradictorio en el socialismo" pero esto no obsta a que lleve aun "los estigmas y el des-
garramiento de su origen, concretados en las formas materiales del sistema industrial" (el
subrayado es mío).
154 EL TIEMPO LIBRE

de reducir el tiempo dedicado a tal actividad.6 Efectivamente, el ocio moderno


nace de una obsesión por sustraer progresivamente cada vez más tiempo al trabajo
y posteriormente incluso al resto heterocondicionado de la vida personal y social.
En la práctica, el problema es cómo aumentar la cantidad de tiempo disponible
¿para dedicarlo al ocio? Más bien para dedicarlo, al menos inicialmente, al no
trabajo, en el cual por supuesto se incluye aquél. Por esto, el ya citado Green-
berg, se ha referido con mayor propiedad a la dicotomía en términos de trabajo
y no trabajo a pesar de que está pensando en el ocio; igual hace Naville.
Hay que ver en todo esto una consideración negativa del ocio, que tiene su
correhío y se transparenta en el plano conceptual en las múltiples definiciones
del ocio, basadas más en el no trabajo que en el tiempo libre. Y cuando, para
otorgarle una entidad, se intenta decir no lo que no es, sino lo que es, el ocio
únicamente aparece definido en cuanto tiempo de un modo cuantitativo. Apo-
yándose explícita o implícitamente en el hecho de que tiende a ser valorado en
horas, días o semanas trabajadas de menos, tanto en las reivindicaciones como
en su empleo —lo que se corre'adtona con el fenómeno cuantitativo de la parce-
lación— congruentemente se procura medirlo en las investigaciones empíricas
mediante la técnica de los presupuestos de tiempo (Budget Timé), por cierto
no exclusiva de las sociedades capitalistas. Con esta técnica se sondea a la gente
acerca de cómo distribuye su tiempo total, a través de la frecuencia de sus acti-
vidades en un periodo dado de tiempo medido en unidades cronológicas (horas,
días, etc.). La rica vida cotidiana queda reducida de esta manera a unos cuantos
números, en forma de porcentajes, en los que el tiempo de ocio está dado por
lo que queda, por unas cantidades residuales.7 Ese tratamiento residual, incon-
grusnte con la creciente relevancia del ocio en la vida moderna —máxime si se
tiene en cuenta el fenómeno del sobreocio que explico más adelante— revela él
grado en que se considera que el tiempo de ocio depende del restante tiempo
social.
En resumen, la situación del ocio burgués se caracteriza, en relación con el
tiempo social, por la dicotomía y la cuantificación. Esta situación es fuertemen-
te obstaculizante del tiempo libre, ya que margina el componente cualitativo del
mismo, la libertad. Este componente es el que presenta las características más
difíciles de analizar, dada la complejidad con que se manifiesta su problemática
en la manifestación burguesa del ocio moderno. Vamos a verlas.

LA PSICOL.OGIZACIÓN DEL OCIO

Entre la dicotomía tiempo de trabajo y tiempo libre y el par, tiempo obje-


tivo y tiempo subjetivo, existe un profundo paralelismo, puesto muy claramente
de relieve por Henri Jarme como sigue: "El tiempo industrial es el tiempo ar-
tificial, objetivado, con un valor de -^materia prima> del trabajo (time is money)

6
Esta necesidad paiece que está perdiendo constancia en las sociedades actuales tecno-
lógicamente más avanzadas, en lo referente al trabajo, aunque no con respecto al resto del
heterocondicionado.
' Sobre la importancia actual de la técnica arriba mencionada cfr. la nota 2 del cap. 1.
De Grazin defiende un método no sustraciivo de cálculo del tiempo libre: véase 1962, 13
LA E S T A N D A R I Z A C I Ó N D E L OCIO 155

por el que el hombre está alienado. El tiempo de ocio es el tiempo natural, psi-
cológico, tradicional, en el que el hombre <se deja ir^> consumiéndolo a su gus-
to: su valor es puramente subjetivo o corresponde a ritmos físicos." 8
El contraste entre ambos tiempos es, pues, psicológico. Y la observación
de Anderson explica de que, para la mayoría de la gente, el trabajo se separa
cada vez más del hogar y de la personalidad, mientras que los intereses y las
actividades de ocio se identifican mucho más con ella.9
En nuestro tiempo esta íntima vinculación entre el ocio y la personalidad,
acarrea que el elemento subjetivo del tiempo libre pase a ser el componente esen-
cial del fenómeno. El ocio —en el que Morin ha visto nada menos que "el tejido
propio de la vida personal" 10 — se considera tal por cuanto es sentido como una
actividad libre. Así internalizado, el tiempo de ocio se valora por el sujeto, ante
todo y sobre todo en lo que tiene de viviencia personal d'e libertad. Ante esa
hipervaloración subjetiva del tiempo libre, puede afirmarse que la manifestación
psicológica de la libertad parece ser suficiente para considerar libre el tiempo
de ocio.
La psicologización del tiempo libre adquiere enorme trascendencia cuando,
en un contexto social generador de falsas conciencias,11 la viviencia de libertad
no coincide con lo real, puesto que entonces el sujeto vive su ocio con una apa-
rente libertad objetiva. Esta situación, a la que ahora voy a referirme, colapsa
la realización del tiempo libre.

LA E S T A N D A R I Z A C I Ó N D E L OCIO

El sistema moderno de organización, producto de grandes procesos sociales


de industrialización, urbanización y burocratización, ejerce un efecto de masifi-
casión sobre la realidad, lo que posibilita su manipulación en el sistema capitalista
de producción, distribución y consumo. En tal contexto, las actividades empren-
didas durante el tiempo de ocio, aunque están personalmente autocondicionadas,
socialmente se hallan sometidas a una estandarización que supone un indirecto
y, por ello, muy eficaz heterocondicionamiento.
En efecto, el tiempo sustraído al trabajo es un fácil y ávido pasto de las ne-
cesidades masivas creadas artificialmente por los intereses de grupos dominan-
tes, fomentadores de unos estándares conductuales de ocio establecidos por
ellos. La industria, no sólo la del sector del esparcimiento y la cultura, ha con-
vertido el ocio en una actividad de consumo y, en consecuencia, al tiempo sus-
traído al trabajo en un tiempo susceptible de explotación y manipulación
económica.12 Es sabido que el instrumento psicológico más empleado para ello

8
Janne, 1967, 30. Más detalles acerca de esta tesis los da el propio autor en 1963,
17-18 y 63 y sigs.
9
Anderson, 1960, 429 y sigs.
10
Morin, 1962, 85.
11
Sobre la falsa conciencia véase la monografía que ha dedicado a este tema Gabel,
1963.
12
Cfr. Lefebvre, 1957; Schelsky, 1957, Mills, 1959, 182 y sigs.; Luckács, 1967; etc.
La Escuela de Franítfuit ha profundizado en uno de los aspectos inris sugestivos este hecho,
concretamente en sus denuncias de la industrial cultural, que ;.s uno de sus temas favoritos:
156 EL T I E M P O LIBRE

es la modificación actitudinal de las conductas a través de la persuasión y aun


de la coacción. Las constantes y múltiples formas empleadas a este efecto con-
ducen a un ocio de masas en el que el tiempo llega a alcanzar una apetecible
valoración económica. El resultado es que el valor de cambio, adquirido por el
ocio debido a que el costo de las actividades crea (falsas) alternativas en el em-
pleo del tiempo dedicado al mismo, ha sustituido el valor de uso esencial al
tiempo libre.
El carácter objetivamente masificado y manipulado del ocio no se deriva
únicamente de la dimensión económica de la realidad, sino de todo el marco
institucional del sistema .societal. Además de optimizar la producción y el con-
sumo, hasta límites que desbordan lo previsible e incluso lo controlable, ponien-
do en peligro la misma masificación y manipulación como es visible en la crisis
que actualmente padece la moda, el ocio de masas despolitiza, conforma cultu-
ralmente y, en general, consolida lo establecido. Hasta tal punto que, por reac-
ción, provoca un movimiento contracultural; pero ese movimiento, de carácter
contrafuncional, queriendo ser un revulsivo social, no pasa de ser un grito des-
esperado que opera a modo de una eficaz válvula de escape. Por esto, a pesar del
relativo riesgo, que ello comporta, los esfuerzos manipulativos fomentan estos
movimientos con lo que les es más fácil controlar esas pequeñas "revoluciones"
susceptibles; por otra parte, de un aprovechamiento burgués que desnaturaliza
su auténtico significado, 13 como sucede con la moda inspirada en el movimien-
to hippie.
La que más acusa la estandarización y sus secuelas, es la práctica más masiva
del ocio la recreación; tiende a ser una diversión estereotipada y mínimamente
creativa. Como han dicho Cálvez y Fyot, al hombre que desea meras diversiones
es fácil proporcionarle ocios prefabricados y estandarizados, sucedáneos de cul-
tura. Y esto conduce a la ausencia de esfuerzo, a la pasividad (Uyterhoeven);
es decir, a la eliminación de lo individual creativo y la consolidación social de
un tiempo gregario. 14 la propia contracultura pasa a ser divertida...

véase Jay, 1973, especialmente el cap. sexto. Dumazedier (1974, 94-95) tacha a Marcuse
el que éste niege la existencia del ocio actual como actividad personal porque es alienación
—pura ilusión de una libre satisfacción de necesidades individuales creadas y manipuladas
por las fuerzas y los intereses de la producción y el consumo de masas— y que confunde
abusivamente la estandarización con la supresión de la posibilidad de realización personal.
Y se pregunta ¿por qué abstraer completamente la subjetividad de los individuos? Pero
Marcuse no abstrae la subjetividad, sino que precisamente por tenerla en cuenta niega la
existencia de un ocio personal en las sociedades estandarizadas. Recuérdese lo que este
último ha escrito repetidamente (1938, 118; 1964, 27-28): No podemos considerar las
necesidades del hombre en su forma actual, que son unas falsas necesidades producto de la
represión, como datos últimos. La realización personal, en las sociedades estandarizadas,
no se suprime pero sí queda reducida a unos límites que imposibilitan que el ocio se de en
un tiempo netamente libre.
También el ocio caballeresco llegó a ser un ocio de consumo pero, a diferencia del ocio
actual; en aquél el tiempo no estaba cuantificado ni psicologizado, y el consumo era un
medio para la exhibición como fin. Sobre la conversión del ocio burgués, como tiempo me-
ramente sustraído al trabajo, en un tiempo de consumo y las repercusiones metodológicas
de ello en la investigación científica del tiempo libre, me remito a un anterior trábajo
mío. 1975.
13
"La sociedad de masas organizadas tecnológica y científicamente —escribe Carlos
París, 1972, 31-32— incorpora un conveniente nivel de crítica y protesta, organizada o tole-
rada, que permita al hombre evadirse y autojustiflcarse como un pseudodisconformista o
rebelde. La dosificación debe ser cuidadosamente controlada".
14
Cálvez y Fyot, 1963. Uyterhoeven, 1967, 138. Uno de los aspectos que presenta
LA SOBRECOMPENSACIÓN 157

La estandarización minimiza el carácter autocondicionado de las actividades


de ocio. El placer de la libertad requiere una libertad real; si ésta es aparente,
aquél es engañoso, y en tales condiciones no puede haber, objetivamente, un
tiempo libre.

LA SOBRECOMPENSACIÓN

La observación de que el trabajo industrial es una fuente de constantes ten-


siones y frustraciones, así como de una alienación tan profunda que ni siquiera
llega a ser reconocida como tal por los propios que la sufren, fue lo que condu-
jo a Fríedmann a formular su tesis sobre el carácter esencialmente compensador
del ocio moderno.
Con base en ciertos datos podría dudarse, sin embargo, acerca de la realidad
de la alienación laboral. Sin entrar en detalles, por ser un asunto más propio de la
psicología y la sociología industriales, recordaré que de las encuestas efectuadas,
se desprende que son mayoría los consultados que declaran estar satisfechos de
su trabajo (Blauner). Ahora bien, como señala Stanley Parker, tal respuesta se
debe generalmente a que los trabajadores no pueden encontrar otro trabajo-
mejor o a que esperan muy poco de él, 15 lo que sugiere que en realidad su acti-
vidad no les satisface. En cualquier caso, ello no contradice la tesis mencionada,
porque ésta no se refiere a la falta de conciencia de la alienación, sino al hecho
mismo de su existencia objetiva. De ahí que haya sido aceptada prácticamente
por todos los analistas dé las relaciones entre el trabajo y el ocio.
Otra cosa sucede con el alcance de dicha tesis, la cual se aplica en el plantea-
miento de su autor, a cualquier tipo de sociedad industrial. El marxismo discute
tal campo de validez en una discusión que forma parte, junto con la polémica
de la dicotomización del tiempo social, de la cuestión mucho más amplia de ias
relaciones entre el industrialismo y los sistemas capitalista y socialista de pro-
ducción y organización.
Un importante sector, integrado fundamental y significativamente por auto-
res marxistas de países no socialistas, sostiene en contra de Friedmann, que la
compensación es exclusiva del ocio capitalista, el cual se da siempre en función
del trabajo a la par que en oposición con él. Representativa en este sentido es la
argumentación de Gianni Toti: en el capitalismo, el hombre alienado en ningún
momento llega a liberarse del mecanismo de la producción, por lo que el tiempo

este gregarismo y la consiguiente estandarización del fenómeno, es el de la programación


y dirección del ocio ajeno a través del rol de animador del ocio, de dudosa función latente.
Da idea del éxito social de esta nueva profesión el hecho de que a fines de los años cincuen-
ta había en los Estados Unidos, según Butler (195y, I, 112), más de veinte mil animadores,
dependientes de las autoridades públicas o de las empresas y asociaciones privadas. Sobre
este tema ya entonces era numerosa la bibliografía existente (véase Butler, ibid., 313), la
cual cubría desde la selección y aprendizaje de los líderes recreativos, hasta sus técnicas
de trabajo y la evaluación del mismo. Incluso la UNESCO (1954) dedicó un número mono-
gráfico a la formación de los animadores. El concepto de animador es mucho más amplio
de lo que a primera vista puede parecer, como demostró Riesman ya en 1950, 2 9 1 y sigs.,
al referirse críticamente a lo que el llamó avocational counsellors.
El propio Blauner ha reconocido posteriormente (1964, 183) la validez de esta crítica.
15
Blauner, 1960. Stanley Parker, 1971, 100. Sobre los factores de satisfacción y de
insatisfacción en el trabajo moderno, según este autor, ver ibid., 4 3 - 4 9 .
IES EL TIEMPO U B R E

libre tiene que actuar de tranquilizante y reequilibrador, como una "medicina


de! tiempo de trabajo", siendo una reserva subjetiva de libertad aparente para
luchar contra la influencia invasora del entorno social.16 Frente a este sector,
hay otro más importante si se acepta el planteamiento de Friedmann, en el que
se afirma que todo sistema industrial, incluido por tanto el socialista, exige un
tiempo libre compensador. Boris Grushin, siguiendo a Skuzhinski, llega a decir
que la reparación de las energías consumidas en el trabajo y las demás obliga-
ciones ineludibles constituye una función fundamental del tiempo libre. 17
En mi opinión, estamos ante una discusión aparente, porque uno y otro sec-
tor está pensando, sin advertirlo, en un tipo distinto de tiempo libre. El primero
se refiere al ocio en la sociedad comunista; el segundo, al de la fase socialista de
traspaso —o no— al comunismo. Por ello, como lo que aquí interesa es lo que es
y no io que puede ser, este último sector que —no lo olvidemos— está formado
básicamente por autores que viven la realidad de los países socialistas, una rea-
lidad que confiesan no está exenta de necesidades compensatorias, es el sector
que proporciona la respuesta válida para el ocio actual. En consecuencia, hay que
afirmar que el ocio compensador es un denominador común a cualquier sistema
industrial de organización social.
No hay razones serias para establecer potenciales excepciones a tal afrima-
ción. Porque, aún situándonos por breves momentos en el plano de lo posible,
esto es, en la elucubración del poder ser, si bien el primer sector puede tener razón
a! sostener la hipótesis de la desaparición —al menos en un plano general— del
ocio compensatorio en una sociedad comunista futura; tal hipótesis sólo podría
llegar a aceptarse en relación con el trabajo, y siempre hablando en términos
generales, mas no en lo que se refiere al conjunto, o sea, a otros aspectos del
heterocondicionamiento humano. Pues el ocio como tiempo libre no puede dejar
ds contrafuncionar; de hacerlo, negaría la misma condición humana. La dialécti-
ca del tiempo libre, exige la presencia de lo heterocondicionado, fuente de auto-
condicionamiento.
Al considerar la tesis, más convincente, de que la sociedad industrial com-
porta un ocio compensador, esto no significa que este ocio se manifiesta de la
misma forma en un sistema capitalista —ai que tal ocio le es inherente, como ya
liemos visto— que en otro de carácter socialista. Evidentemente, el ocio compen-
sador plantea problemas diferentes en uno y otro sistemas socioeconómicos. 18
Por esta razón, los aspectos críticos contenidos en la teoría friedmanniana y su
desarrollo posterior, no pueden ser extrapolados —al menos en bloque— a los

16
Toti, 1961, 212 y 222; y en sentido más radical, Gorz, 1966, 144 y sigs. También
Abdel-Malek, 1967, 160; López-Day, 1967, 135.
17
Skuzhinski, 1964, 2; Grushin, 1966, 25, el subrayado es mío. en igual sentido se
expresan Filipcova, 1966; Richta y colaboradores, 1966, 205; Skórzynski, 1971, 39-40;
JI, 1966, 222; etc. Según este último, psicólogo social ruso, las actividades de tiempo
ni facilitadoras de cierta descarga psíquica, necesaria al hombre actual; cfr. Paiiguin,
o6, 222.
!b
Por ejemplo, no cabe aplicar al ocio burgués la afirmación de Grushin (1966, 25)
de, que la que el considera segunda función fundamental del tiempo libre (el desarrollo
espiátual —cultural, ideológico, e s t é t i c o - del hombre) adquiere cada vez mayor importan-
cia; al menos, si hemos de entenderla práctica y no teóricamente. En este punto, Duma-
zedier (19626, 123) se muestra mucho más precavido al sostener una afirmación contraria
con ocasión de examinar el ocio en la vida familiar.
LA S O B R E C O M P E N S A C I Ó N

países socialistas, sino que únicamente son aplicables al contexto al que directa-
mente s.e refieren, es decir, al industrialismo capitalista.
Esto advertido ¿cuál es la eficacia de la compensación en el modo capitalista
de ocio? La estandarización del ocio, por la que éste contrafunciona "al gusto
ajeno" o sea que la persona hace y piensa en el tiempo de ocio lo que se quiere
que haga y piense, 19 afecta también a la psicologización, pues incluye que sienta
lo que se quiere que sienta. Si lo primero produce en muchos el fracaso de su
compensación, lo segundo oculta ese fracaso al crear una ilusión compensato-
ria. 20 Y cuando málgré tout la compensación consigue realizarse, opera contra-
dictoriamente reproduciendo las condiciones de vida burguesa y, por lo tanto,
reproduciéndose a sí misma. Escuchemos a France Govaerts: apenas nacida, la
civilización del ocio ¿no se enajena ipso facto con los cambios que ella misma
provoca, con las sujeciones a que se somete para desarrollarse, encontrando en
sí misma el germen de su negación? Hijo de las democracias industriales, el ocio
para todos ¿acaso no es la válvula elaborada por un sistema social para permitir
a sus sometidos escapar de la fortísima tensión cuando sienten la presión del
sistema? Por ello, puesto que su función manifiesta en nuestro tipo de sociedad
es ofrecer la posibilidad de rehacer las energías perdidas, puesto que esa función
oculta otra latente de crecimiento de la productividad, gracias a los benéficos
efectos de mantener las masas trabajadoras bajo un umbral de fatiga susceptible
de asfixiar a los empleadores no menos que a los trabajadores, el ocio puede ser
a la vez fuente de evasión y de desarrollo. Como fuente de evasión contiene el
•germen de su negación; como fuente de desarrollo alimenta a las fuerzas que
contribuyen a su expansión en la misma medida en que se generalice a todas las
capas de la población. 21
Esta situación contradictoria convierte a la compensación en uno de los
mecanismos básicos del sistema. El carácter de necesidad, de esencial necesidad,
que reviste, es reconocido por los propios autores burgueses. El ocio compensa-
dor, confiesa explícitamente el psicólogo suizo Philipp Lersch, es una de las
necesidades más fuertes y vitales del hombre moderno. 22 Ésto es así porque si
en los inicios de la época industrial el trabajo físicamente agotador, desnaturali-
zó el ocio como tiempo libre al tener que se dedicados los contados ratos de ocio
a quehaceres compensadores como el alcohol y el sexo, 23 o en el mejor de los
casos a la lucha política —una forzosa lucha que obedecía menos a unos ideales,
que a una imperiosa necesidad de sobrevivencia—, con posterioridad se palia
aquella desnaturalización brotando el ocio propiamente compensador 24 pero,

19
Véase Domenach, 1959, 210, donae añade que la actitud en el ocio se convierte en
idéntica a la actitud en el trabajo: pasividad, irresponsabilidad, conformismo, inserción en
una máquina gigantesca a la que se suministra un engranaje ciego más; lo que se imagina
como protesta contra el trabajo, se transforma así en una repetición deseada de lo que se
sufre poi necesidad en el curso de la vida laboral.
20 '
Sobre la compensación ilusoria en el deporte actual: Richta y colaboradores, 1966,
209.
21
F. Govaerts, 1969, 228-29.
22
Lersch, 1947, 72. Desde su perspectiva contrafuncional, Dumazedier y Ripert
(1966, 295) no vacilan en afirmar que las actividades de ocio "llenan funciones esenciales
para el equilibrio del hombre moderno".
23
Véase F. Engels, 1845, 127 y sigs.
24
Uno de los factores que más han contribuido a ello ha sido el proceso de burocrati-
180 EL T I E M P O LIBRE

por el c o n t r a r i o , la c o m p e n s a s i ó n se va e x t e n d i e n d o e intensificando hasta los


m á s diversos ámbitos institucionales del sistema. De tal m o d o que, más allá del
t r a b a j o , el o c i o c o m p e n s a d o r adquiere creciente importancia e n la vida familiar 2 5
y afecta a lo p o l í t i c o , l o educativo, lo religioso, lo cultural, incluso al mismo
tiempo de ocio.
Tal desbordamiento de la compensación, especialmente visible en las fases
más avanzadas del capitalismo genera un fenómeno inesperado: la sobrecompen-
sación. A p a r e c e ésta c u a n d o las necesidades compensatorias son individualmente
t a n i n t e n s a s y socialmente t a n extensas, que el satisfacerlas produce un efecto
boomerang. En v e z de superar la c o m p e n s a c i ó n , al compensarse, u n o queda pos-
trado más en la necesidad de acudir a ella. La satisfacción de este plus de origen
a u n o c i o suplementario, por n o deseado directamente, o s o b r e o c i o . El sobreocio
facilita la desnaturalización del t i e m p o de recreación en t i e m p o de creación al
estimular huidas definitivas de la realidad que consagran una segunda cotidianei-
dad. E s t a escisión de la realidad consolida la división del t i e m p o social.
Eñ la c o n d u c t a sobreociosa, el h o m b r e se entrega a actividades de ocio bru-
tales, violentas, ruidosas, agitadas, e n f i n hiperexcitantes o altamente motivas
(recordemos el é x i t o masivo de las películas de terror o de la pornoliteratura, el
auge del karate o de las carreras de b ó l i d o s ) ; y asimismo cuando, por contraste,
se dirige hacia distracciones que le sumen e n la rutina o en la indiferencia (pense-
m o s e n los i n t o x i c a d o s por la televisión, el f ú t b o l o las máquinas tragamonedas).
En a m b o s casos, la s o b r e c o m p e n s a c i ó n es una renuncia a compensarse a través
del t i e m p o de o c i o ; renuncia que. no hace sino exigir más c o m p e n s a c i ó n . Por
otra parte, según Mathilde Niel, la extrema necesidad compensatoria del hombre
t e c n o l ó g i c o p r o d u c e en él una "ilusión de actividad". Este h o m b r e , n o explica
dicha autora, "busca desesperadamente" en sus horas de o c i o , u n estado de rela-
jación, que por ser algo excepcional, se transforma e n u n a causa de tensión, lo
cual íe impele a zambullirse en actividades inútiles que le h a c e n creer que vive
u n a existencia plena y diligente. 2 6

zación, el cual por una paite ha provocado una diarréica proliferación de grupos secundarios,
típicos por sus relaciones formales, despersonalizadas, funcionales, en los que las personas
son intercambiables, y por otra ha originado un subproceso contrafuncional de reagrupa-
miento social en el que la gente busca las relaciones primarias, de carácter espontaneo y
natural, en las que predominan el contacto directo y, en general, la afectividad.
Janne, 1967, 31; Touraine, 1959, 101, Skuzhinski, 1964, 2; Skorynski, 1971, 42.
Van Mechelen ve en ello una cuarta función del ocio, función de contacto social, al en-
contrar los adultos "en ciertas formas de su régimen de ocio ese grupo primario del que
tienen necesidad y sin el cual no sabrían vivir" (1967, 161).
El movimiento contracultural, desde las comunas hasta la oposición extraparlamen-
taiia, pasando por la antipsicjuiatría y los comics underground, es un intento de establecer
otras formas de compensación de lo establecido en un aspecto radicalmente distinto a este
último.
25
Cfr. Dubin, 1958; Titmuss, 1964, 116. Sobre la compensación en el ámbito familiar,
véase Fougeyrollas, 1959, 172 y sigs.; y González Llaca, 1 9 7 5 , 4 9 y sigs.
26
M. Niel, en Fromm et al., 1965, 370-71. El estado de inseguridad creado por las so-
ciedades modernas, la supresión o la atenuación del riesgo, la neutralización de la afectividad
personal en las modalidades del trabajo, la monotonía y el aburrimiento consecuentes de la
eliminación sistemática de los "incidentes" y las "fantasías", provocan una excesiva afición
a los espectáculos dotados de una poderosa y brutal fuerza emotiva unida a riesgos aparente-'
mente horrorosos, lo que reduce a los hombres-a estados pasivos que prolongan la pasividad
en el trabajo (Janne,^ 1967, 32). Para Friedmann (1960, 297), se trata de reacciones extre-
mas contra la opresión de la personalidad por las tareas industriales "desmenuzadas". En un
sentido similar, pero más amplio, de Grazia (1962, 297) observa que la rutina del trabajo
LA S O B R E C O M P E N S A C I Ó N 1S1

El proceso psicológico de sobrecompensación reduce, si n o es que anula,


el ti empo liberador, pues éste es empleado autocondicionadamente para n o libe-
rarse, para heterocondicionarse. Además, el sobreocio resultante de aquélla
aumenta la escasez, crónica en el sistema burgués, de tiempo liberado. En resumi-
das cuentas, la sobrecompensación invierte el sentido del o c i o c o m o t i e m p o
libre.
U n tiempo dicotomizado y cuantificado, vivido subjetivamente c o m o libre,
pero dedicado a actividades objetivamente manipuladas y estandarizadas que
tienen a sobrecompensar; he ahí el cuadro que presenta el o c i o burgués al ser
analizado críticamente c o m o totalidad.
Este cuadro, tan negro ¿no se deberá a u n análisis excesivamente general
del f e n ó m e n o , a u n análisis que olvida importantes excepciones? R e c o n o z c a m o s
tal generalización, y que hay casos en los que el ocio n o reúne total o parcial-
mente estas características. Mas hay que reconocer, también, que esa generaliza-
ción responde congruentemente al carácter de ocio de masas que h o y posee el
ocio burgués, y que estas excepciones n o afectan el ocio social, el o c i o del pue-
blo, 2 7 sino un ocio elitista e individualizado que, con t o d o , n o deja de darse en
el c o n t e x t o del cuadro visto. Por ello, el t i e m po dedicado a ese otro o c i o excep-
cional ¿no es, acaso, u n tie m po de stress?
El ocio burgués, en última instancia, n o se da c o m o tiempo libre; más aún,
es un serio obstáculo para que la libertad florezca en el t i em p o social. El ocio
burgués es u n tiempo antilibre.

disciplinado y del cronómetro conduce a necesitar periodos de ruido, de turbulencia y de


violencia.
Friedmann sostiene que la evasión ocurre muchas veces porque el trabajador moderno
no es consciente del embrutecimiento a que está sometido y no experimenta la necesidad
de la compensación, "matando el tiempo" entonces con distracciones evasivas que no lle-
gan a compensar; otras veces, porque en las sociedades competitivas, el medio técnico denso,
el consumo dirigido o presionado, etc., hacen que no siempre se busque en los ocios activi-
dades más completas compensadoras de la frustración; otras, en fin, porque según el tem-
peramento, el medio familiar, el nivel cultural y la energía que deja disponible el trabajo
y los transportes al mismo, unos reaccionan con tentativas de compensación y otros me-
diante la abstención y la indiferencia más o menos deprimida. Cfr. Friedmann, 1956, 173
y 186-87; y 1960, 132-33 France Govaers (1969, 229) ve la evasión como una inconsciente
huida de la realidad hacía la rutina, negadora de la libertad.
Según Henri Lefebvre (1968a, 109), hay dos especies de ocio estructuralmente opues-
tas: a) el ocio integrado en la cotidianeidad, como la lectura de periódicos, la televisión, etc.,
que deja una insatisfacción radical; y b) el ocio que rompe o se evade de aquélla, hacia el
mundo, las vacaciones, el LSD, la naturaleza, la fiesta o la locura. Lefebvre no advierte,
por lo visto, que esta última clase de ocio es también un ocio socialmente integrado.
27
Michael Maccoby, de la Universidad de Harvard, ha subrayado, no hace mucho, la
globalidad y amplitud que tienen los efectos del sistema industrial en el aspecto que nos
está ocupando: "el moderno sistema industrial acaba por aniquilar la personalidad del
obrero y controlar su vida tanto en las horas del trabajo como en el tiempo libre" (prólogo
a González Llaca, 1975, 9).
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Si el ocio n o es un tiempo libre entonces ¿cuál es su sentido? N o es de extra-


ñar la obsesiva insistencia que muestran los tratadistas del ocio al preguntarse
"el ocio ¿para qué?" 1 Lo que explica que el hombre burgués se interrogue acerca
del sentido de su ocio sin que obtenga una respuesta, es que esa respuesta n o está
h o y contenida en el ocio.
La pregunta por el sentido del ocio n o es nueva; por el contrario, es una
constante histórica, ya que todas las épocas se la han formulado de una manera
más o m e n o s explícita. Sin embargo, entre los diversos planteamientos históricos
de esta incesante interrogación y el planteamiento actual de la misma, existe una
radical diferencia.
Históricamente, esa cuestión quedaba siempre referida al tipo de ocio impe-
rante en cada m o m e n t o , puesto que la respuesta estaba dada de un m o d o particular
por la práctica vigente del ocio. En esa práctica, el ocio iba encontrando su
sentido específico como tiempo libre. Lo que se interrogaba era, por consiguien-
te, el valor de la libertad en la respectiva práctica; esto es, el valor de c ó m o era
empleado el tiempo, de lo que se hacia en el ocio. En cambio, en el ocio burgués,
se pregunta algo previo: c ó m o emplear el tiempo sustraído al heterocondiciona-
m i e n t o , concretamente al trabajo; es decir, qué hay que hacer con el ocio.
Ni la meditación griega llegó a plantearse el tema de una forma tan radical:
le preocupaba la skholé, no el tiempo libre. Ha sido una situación límite, en la
que la práctica del ocio aparece carente de sentido c o m o tiempo libre, la que
ha h e c h o tomar conciencia de este sinsentido y exige, en consecuencia, plan-
tearse el problema de su sentido. Esa situación límite, que obliga a profundi-
1
Oppenheimer, 1960; de Grazia, 1962, 36-37; Schfitz y "Winter, en Fromm et al.,
1965, 359; Fourastié, 1970; etc. Los testimonios que podrían citarse son innumerables. Op-
penheimer contestando a esta pregunta comenta que el malestar que sobre ese punto se sien-
te en los Estados Unidos es precursor de los que, sin duda, surgirán también en Europa. Tres
lustros después, los hechos no parecen desmentir su opinión.
Entre nosotros, Ortega ya se había planteado resueltamente, hace más de cuarenta
años, aquella pregunta: cfr. Ortega, 1933, 334. Y Aranguren, (1958a, 134) la fórmula en re-\
lación con la futura cultura del ocio, montada sobre la automatización: "Los autómatas o
robots trabajarán para que los hombres puedan dedicarse (. . .) ¿a qué? Esta es la cuestión".

163
164 1PO D E I N T E G R A C I Ó N V E R S U S T I E M P O D E S U B V E R S I Ó N

.zar hasta llegar a la r; íz de la cuestión, es decir, al tiempo libre, es la vaciedad


del ocio.

LÁ V A C I E D A D D 5 L OCIO BURGUÉS

La vaciedad del ocio moderno ha sido denunciada incontables veces y desde


diferentes ángulos. As;, se ha dicho que el ocio, a diferencia del trabajo, se pre-
senta h o y c o m o algo abierto y sin restricciones pero por lo mismo indefinido
(Neulinger); que el hombre m o d e r n o , a pesar de ser el conquistador de este ocio
y de unos medios prodigiosos para llenarlo, "no encuentra ni el lugar a conceder-
le en su vida n i el c o n t e n i d o a insuflarle para volverlo f e c u n d o " (Kaes); que el
o b r e r o está excluid05.de la c u l t u r a desinteresada, alcanzable durante el tiempo
de ocio, "no por carecer de oportunidades, recursos o educación, sino fundamen-
talmente ¿por qué aprender si nunca será consultado, razonar cuando n o puede
imponer sus razones, teorizar donde ninguna solución es practicable? El ocio es
impotencia, vacío, desesperación, errar sin o b j e t o " (Rolle). En fin, que el tiempo
de ocio es sentido "como algo carente de sustancia y de forma" (E. Weber).2
Muchos imputan la vaciedad del ocio al trabajo, n o porque el tiempo de ocio
sea u n tiempo desocupado de trabajo, sino más bien porque, c o m o señalan Cálvez
y F y o t o Keniston e n t r e otros, a u n trabajo vacío sin otro interés que el pecunia-
rio, corresponde un ocio- vacío; simple medio de matar el aburrimiento o de com-
pensar la ausencia de las satisfacciones propias del trabajo. 3 Pero la vaciedad del
ocio, c o m o se ha visto, hay que buscarla menos en el trabajo que en el tiempo libre.
La cuestión clave es por qué, a pesar de la vaciedad del ocáo, el tiempo sus-
traído al trabajo se llena sobre t o d o con él. ¿Qué es lo que el hombre busca y
encuentra en el ocio?
Dumazedier ha intentado contestar a esta pregunta; para ello emprende un
minucioso análisis de la dinámica social productora del t i em p o de o c i o . Según él,
en las sociedades industriales avanzadas, la producción de tiempo libre resulta, en
principio, de la acción tecnológico-económica de tres componentes:
1. -El progreso técnico-científico, que reduce las horas de trabajo tanto del
trabajo profesional c o m o del domestico-familiar.
2. La acción reivindicatoría de los sindicatos.
3. La acción de las empresas, las cuales impulsan la extensión del tiempo de
consumo para poder colocar sus productos.
A h o r a bien, añade Dumazedier, si el tiempo liberado del trabajo se transfor-
ma sobre t o d o e n actividades de o c i o , es por la acción de otros dos componentes
dinámicos, a saber:
2
Neulinger, 1971, 298. Kaes, 1959, 63. E. Weber, 1963, 25. Ello no deja, por supues-
to, de ser aplicable a un contexto más general: Wheelis (1958, 87), con ocasión de examinar
el problema de lá identidad en el hombre actual, pone de relieve la contradicción ínsita en el
carácter social de nuestra época. Ampliamente falto de objetivos, el hombre —escribe el ci-
tado autor— "está desprovisto de significación y de finalidad. Tal carencia es vivida como
futilidad, vacío, deseo. Forma una reserva de energía turbulenta que intenta afirmarse y des-
cargarse". No se entiende cómo algunos (por ejemplo, Cornic, 1970, 369) reducen la vacie-
dad de sentido y de contenido del ocio moderno jal ocio rural!
Rolle, 1974, 246. Al decir de Lesne y Montlibert(1969) "incluso en 1968 se ha compro-
bado que la cultura sólo puede ser útil a la clase obrera en la forma de una cultura militante"
3
Cálvez y Fyot, 1963, Keniston, 1962.
LA V A C I E D A D D E L OCIO B U R G U É S

4 . La acción regresiva del control social efectuado por las instituciones bási-
cas de la sociedad —instituciones espirituales, políticas y familiares—.
5. Como fuerza positiva o de atracción al ocio: una nueva necesidad social
del individuo de disponer de sí mismo y para sí mismo, de gozar de un
tiempo ocupado otrora en actividades impuestas por la empresa y aquellas
instituciones.
De este m o d o , a través de la acción de todos estos factores, el tiempo Libe-
rado (sustraído, hay que entender) al trabajo no sólo es u n tiempo de reposo
reparador, sinc que se ha transformado en un tiempo con un valor en sí mismo,
ocupado por actividades de ocio en las que hay una libertad real, aunque limita-
da y condicionada, de elección. 4
Espero entender a Dumazedier al decir que, para él, la tendencia al ocio del
hombre actual se explica, en último término, por una necesidad de a u t o n o m í a
personal. También E. Weber pone énfasis en este aspecto del fenómeno al afir-
mar que el tiempo libre moderno, en el que elhombre queda entregado en su com-
portamiento a su propio arbitrio, "parece estar abierto a la disponibilidad in-
dividual absolutamente autónoma", si bien matiza que esta disponibilidad
está amenazada por las formas de coacción provenientes de la industria del
esparcimiento, la industria cultural y la presión publicitaria. 5
Esta autonomía, ya que n o es libertad, es subjetiva; es decir, n o se refiere a
lo que el hombre encuentra, sino a lo que cree encontrar en el ocio. En una pri-
mera fase de la evolución del ocio moderno, en la que éste está dado por el mero
tiempo sustraído al trabajo, el hombre paga el precio de una libertad hueca para
creerse que en el tiempo de ocio es autónomo al ver realizado durante el mismo
su rechazo del trabajo, y por extensión, delheterocondicionamiento. 6 Y en una
segunda fase de la evolución del fenómeno, paga el mismo precio para creerse
—dado que ese vacío de libertad ha quedado lleno por el consumo— que por sí
mismo elige entre un amplio muestrario de posibles actividades suyas, estableci-
das en realidad por los explotadores económicos y político-culturales del ocio.
En ambas fases está ausente el ocio como tiempo libre neto y pleno. ¿Por
qué permanece inédita la libertad en la sociedad burguesa? Refiriéndose al marco
general de la sociedad contemporánea, Fromm ha mantenido la tesis de que "el
hombre siente miedo ante la libertad de, sin haber conseguido aún la libertad
para: para ser él mismo". Y Marcuse, el cual mucho antes que Fromm habría
dicho, inspirándose obviamente en Marx, que sólo cuando el hombre está libre
de la necesidad de producción y reproducción material de su existencia, puede
hallarse libre para sus más propias posibilidades, sostiene que la civilización indus-
trial avanzada, aparentemente libre, se caracteriza por una irracional falta de
libertad en un marco racional y democrático. 7
En el campo del ocio, la situación de la libertad es paradójica; va y viene,
como un péndulo al que n o se llega a alcanzar. A la postre, la libertad se queda

4
Dumazedier, 1974, 23-87, especialmente 54 y sigs. y 86.
5
E. Weber, 1963, 25. Para Kaplan (1960), el ocio es hoy cada vez más una forma au-
tónoma de vida.
6
Cfr. Greenberg, 1953, 58.
7
Fromm, 1955, 293 y sigs., los subrayados son de Fromm. Este miedo —nos aclara
el citado psiquiatra— impulsó al hombre a huir de la libertad, y su propia hazaña, el domi-
nio de la naturaleza, le abrió los caminos para dicha huida. Fromm se había planteado ya
160 TIEMPO DE INTEGRACIÓN V E R S U S TIEMPO DE SUBVERSIÓN

e n una expectativa, que s ó l o c o m o tal es real; está presente en potencia. El


h o m b r e la divisa, pero ella p e r m a n e c e en el horizonte. D e l o c i o c o m o mero tiem-
p o s u s t r a í d o al t i e m p o libre corre la m i s m a distancia que va desde la libertad de
u n t i e m p o —que, al decir de R e m o Cantoni, es el p r o d u c t o más valioso de la téc-
n i c a y de las máquinas— a u n t i e m p o de libertad. 8 La libertad de u n t i e m p o es
una libertad vacía, sin concretar, q u e nace del simple h e c h o de n o producir,
y s u p o n e u n a libertad en p o t e n c i a . Y c u a n d o se pretende llenarla de contenido,
s o b r e t o d o c o n u n o c i o de c o n s u m o , difícilmente se sobrepone a la necesidad.
A u n q u e el h o m b r e p u e d e disponer de una amplia z o n a de t i e m p o libre, esta
z o n a es grisácea dada su pobre nitidez. Y en cualquier caso, en este t i e m p o , la
l i b e r t a d contrafuncionará c o n respecto a lo h e t e r o c o n d i c i o n a d o . Entonces, si
b i e n d e j a de ser percibida c o m o vacía, p u e s t o que se llena c o n actividades de
c o n s u m o , éstas e s c o n d e n e n realidad u n vacio de libertad-, ésta se pierde, así, en
el t i e m p o , e s f u m á n d o s e de nuestras m a n o s .
La necesidad continúa, p u e s , d o m i n a n d o a la libertad. Si pese a e s t o , el h o m -
bre-burgués dirige su c o n d u c t a hacia el gran v a c í o del o c i o es p o r q u e , detrás de
los bastidores de la ilusión de una a u t o n o m í a , encuentra la c o m o d i d a d de la
i n t e g r a c i ó n , , derivada de la seguridad que le concede el establishment, y del n o
c o m p r o m i s o personal e n lo social. Esta respuesta constituye u n aspecto más
—generado por autorrepresión— del m i e d o a la libertad señalado e n su manifes-
tación p o l í t i c a por F r o m m ; c o m o h e m o s visto, si bien en nuestro caso se trata,
ante t o d o , del triunfo de u n totalitarismo f u n d a m e n t a l m e n t e e c o n ó m i c o sobre el
t i e m p o libre n e t o , porque éste s u p o n d r í a perder el control sobre el o c i o masivo.
Es por ello que este o c i o es apreciado y n o por el t i e m p o libre que potencial-
mente contiene.

EL IMPASSE DEL TIEMPO LIBRE


Y LA A L T E R N A T I V A CONTRACULTURAL

A nivel t e ó r i c o , el principal o b s t á c u l o para el advenimiento de un t i e m p o


l i b r e p l e n o , y por supuesto n e t o , es la negación por el o c i o burgués del carácter
esencialmente c o n í l i c t i v o , p r o p i o de la naturaleza dialéctica del t i e m p o libre.
¿Significa e s t o que el o c i o actual n o es conffictivo? T o d o l o contrario;
c u a n t o acaba de decirse n o hace sino mostrar una elevada dosis de c o n f l i c t o . Los
analistas burgueses, al r e c o n o c e r e n general esoS aspectos conflictivos, aprehen-
den sin duda u n a situación de h e c h o del f e n ó m e n o ; y c o n g r u e n t e m e n t e c o n

a fondo, bastantes años antes, en Escape frotn Freedom (1941), el tema de la libertad en
relación con el auge de los totalitarismos. Desde nuestra perspectiva temática, ese miedo
y esa huida se traducen en un cobijarse en el tiempo liberador, facilitando su uso y abuso,
y la consiguiente renuncia al tiempo liberado. En cuanto a Maicuse, cfr. 1933, 44; y 1964
passim.
8
Cantoni, 1967, 333 y sigs. El citado filósofo milsnés olvida esto cuando escribe que
"el problema del tiempo libre se identifica con los problemas universales del sentido de la
vida y de la libertad, lo cual implica que el tiempo libre no es todavía la libertad, sino sólo
el presupuesto para realizarla y vivirla plenamente". Al recordar, en el mismo lugar citado,
a los adversarios de la técnica y la industria, del trabajo y la civilización urbana que el tiem-
po Ubre es un resultado de todo ello, Cantoni viene a confundir el tiempo en principio dis-
ponible, por estar sustraído formalmente al trabajo, con el tiempo propiamente libre, el cual
EL IMPASSE Y LA A L T E R N A T I V A C O N T R A C U L T U R A L 167

ella, separan el o c i o del tiempo libre. Mas dejan de advertir que el o c i o actual
s ó l o es c o n f l i c t i v o en parte.
E n este carácter n o g l o b a l m e n t e c o n f l i c t i v o , tienen su razón de ser l o s
múltiples c o n f l i c t o s p l a n t e a d o s por las prácticas del o c i o . Me explicaré: las di-
versas prácticas provocan c o n f l i c t o s —y el p r o b l e m a de c ó m o emplear n o c o n f l i c -
t i v a m e n t e el t i e m p o de las mismas— d e b i d o a que el o c i o es n e g a d o c o m o u n a
práctica conflictiva. Pues bajo el i m p e r i o de l o h e t e r o c o n d i c i o n a d o , e n el que
el t i e m p o sustraído se llena c o n u n o c i o s o m e t i d o a "los m e c a n i s m o s t é c n i c o s
de la c o m p e n s a c i ó n y la integración", 9 el o r d e n establecido es el s u p r e m o defi-
nidor y p r o d u c t o r del o c i o . Y é s t e , el c o n f i r m a d o r y el reproductor de aquel
orden.
E n vista de e s t o , el p r o b l e m a f u n d a m e n t a l del o c i o burgués consiste e n su
conversión e n u n o c i o globalmente c o n f l i c t i v o . Sería simple creer que e s t o
significa propugnar u n progresivo a u m e n t o del n ú m e r o de c o n f l i c t o s , l o cual
en vez de precipitar la solución del p r o b l e m a , provocaría la creación ad infinitum
de las o p o r t u n a s c o m p e n s a c i o n e s autorreguladoras de la situación. Se trata de
que el c o n f l i c t o pase a ser la razón de ser del t i e m p o de o c i o ; es u n a c u e s t i ó n
n o cuantitativa sino cualitativa.
E n la práctica, el p r o b l e m a es cómo transformar, por s u p u e s t o , m a s i v a m e n t e
el o c i o e n u n t i e m p o libre; p o r q u e el t i e m p o libre está b l o q u e a d o p o r el propio
o c i o . E n e f e c t o , tal t r a n s f o r m a c i ó n n o es realizable mientras n o se salga del
cuadro general h e t e r o c o n d i c i o n a n t e e n el que se da aquél. Si ante t o d o es preciso
salir del h e t e r o c o n d i c i o n a m i e n t o , sustrayéndole a u t o c o n d i c i o n a d a m e n t e u n
t i e m p o , el fracaso de la c o m p e n s a c i ó n frustra de entrada este c o m e t i d o , p r o p i o
del t i e m p o contrafuncional; p o r q u e el o c i o burgués es esencialmente u n t i e m p o
de integración. C u a n d o Alain Touraine investigó la e v o l u c i ó n del trabajo entre
los obreros de la fábrica R e n a u l t , e n c o n t r ó que el o c i o era querido, c o n el m i s m o
t í t u l o que el trabajo, c o m o u n a parte integrante del sistema social. Y c u a n d o ,
más r e c i e n t e m e n t e , J o h n Neulinger analizó, e n una muestra de trabajadores n e o -
y o r q u i n o s las relaciones e x i s t e n t e s entre el o c i o y la salud m e n t a l , c o n c l u y ó su
estudio c o n la afirmación, n o p o r t a u t o l ó g i c a m e n o s significativa, de que c o m o
sea q u e l o que u n o hace c o n su o c i o le d e f i n e , el h e c h o de que una p e r s o n a b i e n
integrada encuentre su o c i o l l e n o y e s t i m u l a n t e , c o n f i r m a que está b i e n inte-
grada. 1 0
Por ser el o c i o u n t i e m p o de integración, es ingenua la creencia de D u m a -
zedier de que aquél ejerce u n a i n f l u e n c i a de carácter contestatario sobre el
c o n j u n t o de las obligaciones i n s t i t u c i o n a l e s . 1 1 Al m e n o s si h e m o s de e n t e n d e r
la c o n t e s t a c i ó n (protesta) e n el s e n t i d o fuerte de la palabra, e s t o es, c o m o u n a
e f i c a z respuesta práctica.
El n ú c l e o del pro b lem a reside e n el feed back creado por el m o d o capita-
lista de o c i o , por el que el t i e m p o h e t e r o c o n d i c i o n a d o p r o d u c e un t i e m p o
claramente antüibre, destructor de la dialéctica entre el t i e m p o y la libertad.
A n t e este h e c h o , cuyas consecuencias p u e d e n ser incalculables, n o es aventu-
rado afirmar que e s t a m o s ante u n grave impasse en la e v o l u c i ó n histórica d e l '

9
Ellul, citado por S. Parker, 1 9 7 1 , 1 1 9 .
10
Touraine, 1955. Neulinger, 1971.
!!
D u m a z e d i e r , 1 9 7 4 , 2.5!. V é a n s e las n o t a s 13 y 2 4 rn. fine del e s p í t a l o a n t e r i o r .
TIEMPO DE I N T E G R A C I Ó N VERSUS TIEMPO DE SUBVERSIÓN

o c i o c o m o t i e m p o libre. ¿Quiere decir esto q u e el t i e m p o libre es utópico?


El t i e m p o libre es u t ó p i c o e x a c t a m e n t e en la misma m e d i d a e n que l o es la
libertad. 1 2
El círculo vicioso del o c i o burgués se trunca a partir del m o m e n t o en que
en el t i e m p o de integración aparece la dialéctica entre la temporalidad y la
l i b e r t a d . D a d a s las c o n d i c i o n e s e n las que se desarrolla el o c i o compensador,
esa r o t u r a e m p i e z a c o n la t o m a de conciencia dialéctica de esas condiciones, 1 3
p o r las que la c o m p e n s a c i ó n es integradora. Pero n o basta reconocer esa inte-
gración afirmándola, p o r q u e tal t o m a de conciencia n o supera la compensa-
ción ni supone la libertad; p o r el contrario, afianza la necesidad. Es preciso,
a d e m á s , negar la c o m p e n s a c i ó n c o m o necesaria.
Las d e n u n c i a s de algunos grupos contraculturales surgidos e n estos últimos
años, demuestran que tal t o m a de conciencia es posible. La e x t r e m a claridad con
que perciben la situación queda bien ejemplificada e n los dos casos que recojo
a continuación.
En un breve d o c u m e n t o , titulado Le F.L.I.P. dans le Licée Buffon, p o d e m o s
leer lo siguiente: "La civilización del t i e m p o libre está h e c h a de t i e m p o s muertos
después del t i e m p o de trabajo y de e x p l o t a c i ó n " . En nuestra sociedad, seguimos
l e y e n d o en el m i s m o d o c u m e n t o , "los jóvenes n o deben ser subversivos, deben
informar y reprimir t o d a utilización n o programada del t i e m p o libre". Y se
c o n c l u y e d i c i e n d o que "la auténtica liberación del t i e m p o libre es u n o de los
e l e m e n t o s del c o m b a t e p o r la auténtica vida". El segundo ejemplo se refiere a
la Internationale Situationiste, m o v i m i e n t o revolucionario francés nada reciente,
y a q u e surgió e n 1 9 5 7 . E n u n o de sus manifiestos declara la I.S., que "el ocio
es el vacío de la vida e n la sociedad actual, v a c í o que n o p u e d e llenarse en el
m a r c o de esta s o c i e d a d marcada y a su vez enmascarada por t o d o el espectáculo
c u l t u r a l e x i s t e n t e " . Y añade que "no existe problema revolucionario del ocio
—del vacío a llenar—, sino pro ble m a del t i e m p o libre, de la libertad en el
tiempo".14
Ahora bien, esta t o m a de conciencia acerca de la situación del o c i o burgués
es el r e s u l t a d o d e u n a intuición crítica que ciertamente ilumina el problema,
pero s ó l o de una manera instantánea; lo que se requiere n o es un flash, sino una
radiografía. En realidad, aquella denuncia tiene e f e c t o s contrarios a los preten-
didos pues n o s o n sino agudos y m o l e s t o s chillidos que operan a m o d o de aviso
que p r o d u c e una e f i c a z v a cuna c ió n. En e f e c t o , el carácter inevitablemente mi-
noritario que adquiere, le hace caer en un elitismo que impide cualquier t o m a
de c o n c i e n c i a masiva. La gente ve c ó m o u n o s grupúsculos vociferan en defensa

12
Sobie el sentido de la mitologización del ocio véase la conferencia leída por Carlos
París en el Ateneo de Madrid "Ocio y proyecto humano" (recogida en París, 1972, 161-186).
13
En tal supuesto, acaso quepa pensar, con Pinillos (1963, 114), que el descubrimien-
to de las condiciones que nos determinan constituye la máxima liberación que haya experi-
mentado hasta ahora el ssr humano. Porque, si bien se piensa, conocer lo que nos condiciona
es empezar a ser "libres de".
14
Dossier, 1971, 71-72; Internationale Situationiste, 1960, 24-25. Por otra parte, la
I. S. defiende ingenuamente la supresión del trabajo y su reemplazamiento por un nuevo
tipo de actividad libre, primera condición de la superación efectiva de la sociedad mercan-
til y su separación del tiempo libre y el tiempo de trabajo, viendo la clave para ello en la
democracia de los Consejos Obreros (cfr. De la misére. . ., 1966, 46-47). Espero que las
páginas de este libro hayan demostrado que el problema es bastante más complejo.
I N E X T I N G U I B L E R E A L I D A D D E L T R A B A J O Y D E L OCIO 169

de una alternativa, más o m e n o s esbozada, que le es totalmente extraña y por


l o m i s m o gratuita, lo que crea un fuerte rechazo hacia ella. Así, la denuncia
siembra en baldío y el círculo vicioso del o c i o burgués permanece intacto.
La toma de conciencia ha de ser colectiva y generar una respuesta práctica;
para ello, no ha de pretender destruir la integración, sino apoyarse en ella. Esto
es, ha de serlo, ante t o d o , de la inextinguible realidad del trabajo y del o c i o ,
actualmente encamados en un trabajo y en un ocio establecidos, y por supuesto
de la posibilidad de u n t i e m po libre c o m o algo a realizar y a en ese trabajo y en
ese ocio. ¿Cómo?

LA INEXTINGUIBLE R E A L I D A D DEL T R A B A J O Y DEL OCIO

Si la tremenda dificultad para que el ocio se convierta en un t i em p o autén-


tica y plenamente libre, está en la integración del ocio en .un orden derivado del
n o ocio, a la toma dialéctica de conciencia del problema ha de añadirse una prác-
tica transformadora del orden establecido; es decir, n o sólo del o c i o , sino tam-
bién del heterocondicionamiento. Esta práctica ha de enfrentar la integración y
la creación cultural; por esto ha visto agudamente Touraine en la sociología del
ocio, el estudio de los conflictos entre una y otra. 1 5 Los términos de dicho
enfrentamiento, que significa el advenimiento del tiempo libre, están por
especificar.
Hay, especialmente, un p u n t o todavía oscuro. ¿Cuál es el papel del t r a b a j o
y del ocio en ese enfrentamiento? Al criticar el ocio capitalista, los m a r x i s í a s
ortodoxos más radicales, olvidando en este punto a Marx —para el cual el t r a b a j o
jamás dejará de ser una necesidad, la primera necesidad, para el hombre—, man-
tienen que es preciso que el t i e m po de trabajo se identifique con el t i e m p o libre;
para lo cual éste ha de dejar de ser compensador, no bastando con liberar el
tiempo libre de trabajo de los pesos que éste impone, sino que es a b s o l u t a m e n -
te necesario que el hombre se libere del mecanismo de la producción; o sea, que
cambien las relaciones productivas existentes. 1 6 Por su parte, un importante
sector burgués se contenta c o n sostener la necesidad de una reconciliación entre
el trabajo y el ocio, basándose en que ambas actividades tienen una unidad esen-

15
Touraine, 1969, 230.
16
Toti, 1961, 119 y 212. Toti no vacila en escribir, en otro lugar (1971, 15), que el
tiempo libre "sólo existe como antítesis del tiempo de trabajo". Esta afirmación debe en-
tenderse válida únicamente para la sociedad precomunista.
Así resume la cuestión, arriba indicada, en su extensa monografía sobre II tempo libero
(1971, 285): la prospectiva es motivar toda la inmensa pasividad humana, lo que solo podrá
realizarse cuando la organización de las fuerzas revolucionarias puedan liberar la posibili-
dad organizativa y el desarroillo de la sociedad entera, estimulando el espíritu creativo de
cada uno y coordinando la inspiración y la fantasía de todos en grandes obras colectivas que
extiendan los márgenes de la iniciativa técnico-artística de los individuos, desarrollando
en grado máximo la personalidad de todos, permitiendo a cada uno la realización de sí
mismo y la revelación misma de las propias actitudes y facultades creativas. Entonces, "en
lugar de la vieja división del tiempo libre, las contradicciones antagónicas del tiempo de ne-
cesidad se transformarán en contradicciones que podrán resolverse en el interior mismo del
tiempo de libertad. El hombre habrá conseguido la paz consigo mismo y con la naturaleza".
Que la liberación plantea una problemática mas compleja que el cambio de las relacio-
nes de producción existentes; puede verse leyendo, por ejemplo, las ponencias presentadas
en el Congreso sobre la dialéctica de la liberación, celebrado en Londres, en julio de 1967:
véase Cooper et al., 1968.
TIEMPO DE I N T E G R A C I Ó N V E R S U S TIEMPO DE S U B V E R S I Ó N

cía! de significado —lo que Havighurst llama el "principio de equivalencia del


trabajo y del juego"—, revelada principalmente por el hecho de que un conside-
rable n ú m e r o de gente puede encontrar las mismas satisfacciones en una y otra
actividad (Parker). 1 7
U n o s y otros afirman la unidad natural del trabajo y el ocio, unidad perdida
a la que de algún m o d o hay que volver; lo que supone creer en el mito social del
r e t o r n o en u n futuro, más o menos situado en la lejanía, de un paraíso perdido. 1 8
Pero mientras en los últimos tal unidad es psicológica, o sea que se le concibe
c o m o u n a unidad de satisfacciones, los primeros la entienden como unidad de
actividades. Ahora bien, una unidad subjetiva entre el trabajo y el ocio no so-
luciona el problema, sino que lo complica más, y una unidad objetiva de ambos
f e n ó m e n o s representa la supresión del trabajo como actividad obligada para
p o d e r u n o subsistir, y nada permite creer en la realidad de unas condiciones
sociales y materiales que hagan posible la muerte del trabajo; muerte que con-
llevaría la desaparición de un ocio dependiente de él.
El futuro del tiempo libre está vinculado a la vida cotidiana y por lo tanto
no p u e d e quedar desprendido del ocio y del trabajo. Si un análisis de la primera
etapa de la modernización burguesa puede hacer pensar que aquel futuro sólo
implica el trabajo, la evolución posterior no permite tal cosa. La solución no
está, h o y ya, en conseguir, tras la consiguiente reducción del tiempo de trabajo,
unos grandes bloques de vacación anual o varios periodos de week-end; porque
ésta es u n a solución que considera únicamente una parte del problema y, lo que
es peor, facilita el desarrollo del tiempo antilibre. La solución consiste-en conec-
tar t o d o s ios fuertes condicionamientos que obstaculizan el tiempo libre en el
ocio y e n el trabajo, sobre todo los derivados del consumo —los cuales inciden
a su vez sobre la conducta productiva y cultural— y de la monstruosa evolución
tecnoburocrática de la organización colectiva. 1 9
Hay que aceptar la inextinguible e irreversible realidad del trabajo y del
ocio y p o r consiguiente, de un tiempo de integración. Pero, a la par y contra-
dictoriamente, hay que negarlo y basar el sistema social de vida en un tiempo
libre personal; libre tanto en el ocio como en el trabajó, convirtiendo paia
ello, el t i e m p o heteroeondicionado en excepcional y el tiempo autocondicionado
en cotidiano. ¿Se trata, pues, de alcanzar una civilización del ocio?;no.

EL P R O Y E C T O B U R G U É S DE U N A N U E V A CIVILIZACIÓN

La civilización del ocio es quizá el proyecto más ambicioso de los teóricos


burgueses sobre el futuro de la sociedad. El carácter más o menos próximo y lo
que es o h a de ser esa civilización, ha causado apasionadas opiniones. Así, si para
17
Havighurst, 1961; Parker, 1971, 61-62. Debo la primera cita a este último autor.
18
Sobre dicha lejanía cfr. la nota 25 del cap. 2.
19
Estoy plenamente de acuerdo con Grushin (1967, 84) en que "sin duda alguna":
en la lucha por el aumento del tiempo libre la ofensiva principal debe mantenerse hoy no
contra el tiempo de trabajo, sino contra el tiempo al margen del trabajo". Pero el volumen
del íic.npo libre, e incluso la distribución de este volumen dentro del total de tiempo social,
sin - V i - - ;:c, ser aún un importante problema, no son el problema prioritario. Este está dado,
tú r/:.os en las zonas del globo con cierto desarrollo económico, por la necesidad de luchar
r •' " - n t - ; n i d o del o c i o b u r g u é s y el m o d o d e e m p l e o d e l m i s m o .
PROYECTO B U R G U É S DE UNA N U E V A CIVILIZACIÓN
I 171

Dertis de Rougemont, la era de los ocios está ya iniciada y será una nueva edad
de oro sin problemas sociales, para Alain Touraine —alejado de toda visión míti-
ca y optimista— la idea de una sociedad de puro consumo en la que los proble-
mas del trabajo casi n o interesarían a unos asalariados que consagrarían la mayor
parte de su tiempo al ocio, es una idea que pertenece a la sociología-ficción. Y
no falta quien, como González Seara, entienda mesuradamente que si por "civi-
lización del ocio" queremos señalar un sistema de vida donde predomina el
ocio sobre el trabajo, estamos m u y lejos aún de ella; pero si entendemos u n
sistema que valora ante todo su tiempo libre y que se moviliza fundamental-
mente en t o m o a las actividades que pueden desempeñarse durante el mismo,
entonces sí estamos ante el comienzo de una era del o c i o . 2 0
Como se ve, si algunos muestran un escepticismo ante esa civilización, mu-
chos la miran con poco disimulado anhelo y esperanza. Entre estos últimos se
encuentra Dumazedier, el cual hace años puso de moda el concepto de civiliza-
ción del ocio. Dumazedier ha venido viendo en tal civilización la clave para plas-
mar las aspiraciones del hombre a una nueva felicidad, 2 1 lo que sin duda hay
que relacionar con su firme convicción de que es la sociedad industrial la que ha
creado el ocio en sí mismo. Pero, aparte de que no es posible cerrar los ojos
ante la historia e ignorar olímpicamente un pasado que por añadidura todavía
está presente, tampoco puede olvidarse que es la sociedad burguesa la que se
piensa que va a generar el reinado del ocio, si bien se trata de una sociedad re-
moldeada por la cultura popular. De lo que en realidad está hablando es de la
civilización del ocio burgués.
En el concepto de civilización del ocio, aportado por la teoría burguesa,

20
Rougemont, 1957. Touraine, 1969, 17. González Seara, 1963, 273, y 1971, 71. Un
detallado examen panorámico de las diferentes especulaciones pesimistas y optimistas he-
chas sobre la sociedad del tiempo libre puede verse en E. Weber, 1963, 29 y sigs.
21
Dumazedier, 19626, 274. Dumazedier ha reconocido finalmente (1974, 252 y sigs.)
que es inaceptable la expresión "civilización del ocio" por unilateral. Contesta con ello a
Friedmann (1970) para el que "es claro ya, desde ahora, que la civilización técnica no puede
ser una civilización del ocio". He ahí, en síntesis, los argumentos de este último: la reduc-
ción de la semana laboral no ha provocado transformaciones profundas; el ocio no llega a
compensar la deshumanización de los trabajos parcelarios de la mayoría de los trabajadores,
el ocio es una simple mercancía, el ocio va acompañado de un debilitamiento psicológico
del trabajo. Por último, aunque el ocio satisfaga, el eje principal de interés está fuera del tra-
bajo: la situación es patológica. Ahora bien, Dumazedier a pesar de reconocer la unilatera-
lidad de aquella expresión, la estima válida para llamar la atención sobre el ocio no como
problema residual sino general, ya que es "al gran vencedor" en las sociedades industriales.
Y añade, para justificarse, que lo que le condujo a hablar del posible nacimiento de una civi-
lización del ocio es el hecho de que toda política global de mejora, de lo que ayer se llama-
ba estilo de vida y hoy calidad de vida, mediante un nuevo aprovehcamiento del tiempo y
del espacio, debe empezar por una reflexión sobre las implicaciones del ocio en todos los
dominios de la vida social y personal".
Conviene aclarar que, para Dumazedier (loe. cit.), los problemas del futuro del ocio en
la sociedad capitalista de masas se centran en lograr el equilibrio de. los valores culturales
con los del confort y el ocio (parece, pues, oponer ocio y cultura), así como la no inhibición
de las aspiraciones más nobles asociadas a las actividades libres de las masas ante la abundan-
cia previsible de fáciles o vulgares diversiones obsesivas. Su aspiración última (Cfr. 1974,
187 y 197 y sigs.) es conseguir una verdadera democracia cultural y aunque ve difícil alcan-
zarla, porque el esfuerzo desinteresado es cosa minoritaria en todas las clases sociales, de-
clara con optimismo que el desarrollo cultural puede atenuar las diferencias y estimular un
diálogo apasionado entre los creadores y la masa de participantes activos. La política para
llegar a tal desarrollo es factible, según él, gracias a la nueva expansión del espíritu cientí-
fico, cuyo signo se encuentra en el surgimiento de una actitud planifícadora cultural cuyo,
modelo ideal y racional expone.
ii T I E M P O DE INTEGRACIÓN V E R S U S TIEMPO DE S U B V E R S I Ó N

h a y que ver u n i n t e n t o m á s de esa t e o r í a p o r escamotear el concepto y el hecho


del tiemp o libre. E n realidad, dicho intento n o hace sino traducir la propia
práctica burguesa, en la que n o hay un t i e m p o de libertad.. . para la libertad en
el o c i o de masas. En e f e c t o , la teoría burguesa juzga contrafuncionalmente el
tiempo libre, con la consecuente consideración como disfuncionales de aque-
llas actividades funcionales que van m á s allá de la estricta compensación; las
cuales tienden a ser valoradas negativamente c o m o improducción, pereza, lujo,
exceso, abuso, etc. El t i e m p o libre queda, de este m o d o , reducido a su mínima
expresión; pero la tesis del semiocio corre en auxilio de aquél: si bien el tiem-
p o libre f a l t a e n n u e s t r a s sociedades, el hombre goza de un amplio t i em p o semi-
iibre c o m o jamás túvo. Frente a este consuelo social, la civilización del ocio se
presenta c o m o la promesa de una superación de la situación actual y la realiza-
ción práctica de un ocio a full-time. N o es de extrañar que, en las actuales condi-
ciones del ocio-consumo, tal civilización sea el desiderátum de toda la sociedad
burguesa. N o sólo por l o que de apetecible tiene el consumo, sino porque el
reinado del ocio sería el auténtico paraíso del capitalismo productor.
¿Cómo ver en esa civilización del ocio una promoción de nuevos valores
morales, políticos y culturales, tal c o m o pretende su pionero Dumazedier? No
es sino la gran trampa de una sociedad opulenta; sociedad que ya puede cons-
truir unos hombres transformados en objetos absurdos, co m o el "robot alegre"
descrito por Wright Mills 2 2 así c o m o destruir a otros, convertidos en felices
fantasmas de sí mismos, abocados a esclavizantes adicciones desde el ácido
lisérgico a la televisión. Es el precio que está empezando a cobrar nuestra so-
ciedad hipócrita por el placer de una libertad entendida tan sólo c o m o placer. 2 3
El sistema burgués n o puede generar una civilización que sea la panacea
universal soñada por los alquimistas sociales de nuestro siglo. El advenimiento
de la civilización del ocio representaría entonces, en el mejor de los casos, una
antesala de la libertad y , en el peor de ellos, el imperio total del tiempo antilibre.
La civililización del ocio intenta transformar el trabajo en ocio, n o el ocio en
tiempo libre.

LA T A R E A FUNDAMENTAL

Lo que está en juego en el tema de la civilización del ocio son las relaciones
entre el ocio y el tiempo libre. Esta civilización elimina estas relaciones y con
esto, la contradicción e n t r e ambos fenómenos.
El ocio sólo como tiempo libre puede fundamentar una nueva sociedad.
Pero n o hay que destruir el n o ocio y el ocio para que pueda darse el tiempo
libre. Pues n o se trata de imponer o de que lo absorba este último, c o m o norma,
a todo lo demás. El tiempo libre requiere, para darse, tanto del ocio como del no
ocio, y que ambos se contradigan para poder sintetizarlos. El proyecto burgués

22
Mills, 1959, 183.
23
"Sin duda, uno de los poblemas psicológicos del año dos mil será lograr que el tiem-
po libre ss emplee de una forma creadora y .no se utilice para degradar la existencia humana
por la vía de 1? c.vosión alienante. Máxime cuando el progreso de los psicofármacos permi-
tirá para esas fechas ia. fácil obtención de estados subjetivos de placer, regulables a voluntad"
(Pinilios, 1971, 34).
LA T A R E A F U N D A M E N T A L 173

de u n a nueva sociedad impide esa síntesis, al proponer una civilización e n la que


se h a e l i m i n a d o el p o t e n c i a l c o n f l i c t i v o del t i e m p o de o c i o .
La lucha por el t i e m p o libre exige a u t o c o n d i c i o n a r un e n f r e n t a m i e n t o tal
entre el o c i o y el n o o c i o que evite la reproducción del o c i o a n t i d e m o c r á t i c o y
lo transforme masivamente e n t i e m p o libre. Esto s u p o n e dar u n giro de c i e n t o
o c h e n t a grados al sistema social, pero n o de trescientos sesenta.
U n a sociedad c o n un t i e m p o libre d e m o c r á t i c o , un t i e m p o libre para t o d o s
y de cada u n o , n o p u e d e basarse e n el o c i o ni e n el trabajo (no o c i o ) , sino e n la
síntesis de a m b o s e n el t i e m p o libre, sin eliminar ni u n o ni o t r o . Estos, para
contradecir los respectivos t i p o s establecidos y originar un t i e m p o n u e v o , requie-
ren una práctica de la libertad para la libertad. En el o c i o burgués, tal p r á c t i c a
es factible e n la libertad de un t i e m p o de subversión permanente de la cotidia-
neidad, dedicado a un c a m b i o social que afecte personalmente el estilo c o l e c t i v o
de vida.
Por c u a n t o la lucha por la libertad s u p o n e u n ejercicio de ésta, la lucha por
el t i e m p o libre introduce y a u n t i e m p o libre e n el t i e m p o de integración. Pero
sin suprimir este ú l t i m o , pues su asesinato convertiría aquella subversión e n
integrada por pasar a ser establecido el n u e v o orden.
Esta l u c h a además de psicológica es social; 2 4 exige que el h o m b r e salga de
su m i s m i d a d y dé paso a su imaginación práctica. Pienso, al decir e s t o , e n aque-
llos autores q u e , c o m o Fritz Erler, creen que la tarea para conseguir una civi-
lización del o c i o debe consistir e n una p e d a g o g í a cultural, que c o n d u z c a al
h o m b r e hacia sí m i s m o y pueda realmente liberarse de tensiones y concentrarse;
tarea que h a de hacerle interiormente m á s libre y más r i c o . 2 5 N o se da cuenta,
por l o visto, de que e s t o es andar la mitad del c a m i n o sin pasar el R u b i c ó n o , l o
que es p e o r , c a y e n d o e n él.
P o r ello, resulta de una candidez desencantadora la o p i n i ó n , m u y e x t e n d i d a ,
de que el p r o b l e m a del o c i o es u n p r o b l e m a e d u c a t i v o . Sin perjuicio de ser cierto
que "el o c i o exige una e d u c a c i ó n previa y c o n d u c e hacia una e d u c a c i ó n perma-
n e n t e " , cualquier educación para el o c i o — c o m o cualquier organización, y n o
digamos y a cualquier planificación del mismo— n o l o es para alcanzar u n t i e m p o
libre p l e n o . La c o n s e c u c i ó n de este t i e m p o está más allá de c u a n t o significa pro-
gramación, t a n t o si se trata de una programación de la integración c o m o si l o es
de la subversión ( y n o p u e d e serlo de otra c o s a ) . A la libertad, y e n e s t o n o
caben alternativas, s ó l o puede llegarse c o n la libertad; la primera piedra está,
e n este s e n t i d o al m e n o s , e n sensibilizar sobre l o que es el o c i o c o m o t i e m p o
libre.26
La tarea f u n d a m e n t a l , trabajo de naturaleza social y por s u p u e s t o p o l í t i c a ,

24
Esta lucha no significa despreciar al hombre como persona individual.^ La lucha es
social pero su objetivo último es antropológico, mira al individuo. Marx resumió claramente
esta cuestión al decir que con el tiempo libre se trata de "liberar el tiempo de todos con
vistas al desarrollo propio de cada uno". (Marx, 1857-1858, II, 196; los subrayados son
míos).2 5
Para Erler (1956, 185-86), la clave de la cuestión está en la interioridad del hombre.
En un sentido similar, F. Govaerts (1969, 197) cree que para disfrutar por completo de
nuestros ocios es preciso adquirir la maestría de la libertad interior. Estas afirmaciones
psicologizantes ocultan que sólo a través de la libertad "exterior" podemos convertir en rea-
lidad la libertad "interior".
26
La frase entrecomillada es de Domenach, 1959, 212. Cuanto arriba se dice debe en-
tenderse referido al tiempo libre pleno.
174 TIEMPO DE INTEGRACIÓN V E R S U S TIEMPO DE SUBVERSIÓN

p a r a una nueva sociedad n o es otra que la de transformar el tiempo de ocio en


u n tiemp o subversivo. De n o ser así, mientras estemos enfrentados con proble-
m a s c o m o el hambre y el analfabetismo, la pobreza y la violencia —por citar sólo
algunos de los más acuciantes a nivel mundial—, cualquier referencia a una pre-
t e n d i d a civilización del ocio es un sarcasmo. No lo es, en cambio, a una sociedad
del tiemp o libre; pero hasta que n o se t o m e conciencia del por qué de tal sar-
c a s m o y del por qué n o lo es dicha sociedad, estamos más lejos de ella que
nunca.
Y n o l o es porque la estrategia de la subversión, —para que esa tarea pueda
llevarse a cabo— se basa en el h e c h o de que el tiempo de subversión n o puede
suprimir el t i e m po de integración, so pena de caer en la emboscada de un esta-
blishment de la Subversión. Si ésta ha de contar con la integración, la única
m a n e r a de superar esta última es enfrentarse con ella sin tregua; en un enfren-
t a m i e n t o que n o ha de ser frontal, contra el tiempo de trabajo, sino lateral, con-
t r a el restante tiempo heterocondicionado y principalmente contra los procesos
de estandarización y sobrecompensación del ocio.
¿En qué práctica concreta de libertad ha de traducirse esta lucha por el
t i e m p o libre? Al advenir el ocio-consumo, sé ha destruido la dicotomía ocio-
t r a b a j o (producción); el ocio queda ahora sujeto a una doble dependencia. Y
la ú n i c a forma de liberar el ocio de ese doble frente —la producción y el con-
sumo— es la de enfrentar directamente l o heterocondicionado consigo mismo,
p u e s en él está incluido, por integración, el propio ocio. Según esto, lo más
u r g e n t e es enfrentar el consumo con la producción y sus aledaños; el tiempo
de ocio n o p u e d e constituirse en tiempo libre sólo en la producción o sólo en
el c o n s u m o . 2 7 Se trata, por consiguiente, de empezar de nuevo, reivindicando
u n t i e m p o , ésta vez n o al trabajo sino al consumo. Únicamente reduciendo el
c o n s u m o , en lo que tiene de manipulado y de sobrecompensador, podremos
r e d u c i r —ya que n o eliminar 2 8 — la producción en lo que ésta tiene de alienante.
H a y que crear un nuevo t i e m po liberador, que posibilite la contrafunción del
o c i o en relación consigo m i s m o y deje de ser el primer enemigo del tiempo
libre. Es entonces cuando podrá asomar su cabeza, por entre el ocio y del
t r a b a j o , el t i e m po libre. Más allá de esto no es posible, todavía, concretar
más.
E n su expresión última, el problema planteado n o es otro que el de la plena
libertad objetiva. El m i s m o problema que, en un ámbito más general, planteó
•Marcuse al término de su ensayo sobre la liberación: 2 9 " . . .una respuesta a la
pregunta que inquieta a las mentes de tantos hombres de buena voluntad: ¿qué
va a hacer la gente en una sociedad libre? La respuesta que, según creo, da en

27
El tiempo libre para ser plenamente creador (cfr. la nota 9 del cap. 9), no sólo no
debe supeditarse al consumo, tampoco ha de estarlo a la productividad. Sin duda reside ahí
uno de los peligros de la concepción marxista, demasiado inclinada hacia el ocio-producción
(cfr. Prudenski, 19606 , 40) al extremo que más de algún autor, como por ejemplo Novik
(1961; reproducido en 1963, 153 por donde cito), ha llegado a referirse a "la productividad
del tiempo libre".
28
Eliminar la alienación supone una liberación global (cfr. el último párrafo de la nota
15), lo cual depende no sólo del tiempo de ocio, sino también del restante tiempo social.
La cuestión presenta, aquí, una problemática»,que trasciende el tema tratado, por cuanto
afecta de lleno a la organización económica y política.
29
Marcuse, 1969, 94.
LA T A R E A F U N D A M E N T A L 175

el m e o l l o de la cuestión, fue enunciada por u n a m u c h a c h a negra; ella dijo: por


primera vez en nuestra vida, seremos libres para pensar en nuestra vida, seremos
libres para pensar en lo que vamos a hacer".
Porque lo que el t i e m po libre ha de ser, en un nuevo tipo histórico de o c i o ,
sólo el hombre liberado debe decidirlo y puede crearlo.
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municación al Congreso de Sociología de Varna.
Aburrimiento, 11, 144-146 Civilización del ocio, 170-172
objetivo, 111 Ciase ociosa vicaria, 45
subjetivo, 111 Clases sociales, 13, 18
trabajo industrial y, 142 ocio y, 13
Actividades terciarias, 86 Compensación, 87, 93-97
Adorno, T. W„ 33 definición de, 95
Anderson, N., 16 por superación, 97
concepción del ocio, 16 por sustitución, 97
Antilibre, tiempo, 151-162 Concepción burguesa del ocio, 11, 12
Antitrabajo, el ocio como, 46 surgimiento de la, 12
Aristóteles, 41 Condicionamiento, 69
concepción de ocio por, 41 Conductas lúdicas, 112
Athik, 95 Contemplación, 122
Autocondicionamiento, 71-73 Contrafunción, concepto de, 97-100
Autodeterminación, 71 Contraint, tiempo, 67
Autoexpresión, teorías de la, 114 Corriente empírica, 12-18
Autonomía, 71 investigadora del ocio, 12
personal, necesidad de, 165 Creación, tiempo de, 121-125
ocio y, 165 Crespi, F., 80
Crítica del tiempo semilibre, 65
Críticos, 18-19
Blücher, Graf V., 15 Cuasiocio, 63
Boom económico de 1929, 13 Curie, A., 14
impacto del, sobre el estilo de vida investigaciones realizadas por, 14
estadounidense, 13 Choring, 63, 64
Bricolage, 61, 63
como semiocio, 61 Desarrollo de la personalidad, 85
Budget time, 27 ocio y, 85
Buytendijk, 114 Descanso, tiempo de, 108
teoría de, acerca del juego, 114 Disposable time, 49
Diversión, como una función del ocio,
Caillois, 116 85
concepción de, acerca del juego, 116 Dumazedier, J., 14
Caradog, J., 14 características del ocio segúii, 92
investigaciones de, sobre el ocio, 14 concepción del ocio por, 14-15
204 ÍNDICE ANALÍTICO

Economía, 11 teorías acerca del, 112


Elton Mayo, 13
investigaciones realizadas por, 13
Empíricos, 12-15 Kofler, 32
Engeis-, 24 Komarovski, 13, 56
Erikson, 114
y su concepción del juego, 114 Lanfant, Marie-France, 20
Escuela de Frankfuit, 32 Larrabee, E., 15
Estandarización del ocio, 115 Lavers, G. R., 14
Eugeni d'Ors, 58 investigaciones realizadas por, 14
Lazutkin, E., 28
Fatiga, 108 Lefebvre, H., 30
industrial, 141 Lenin, 27
psíquica, 140 Liberación, 91-93
Fava, F., 72 Liberalismo, 18
Feigenbaum, 14 Libertad, 69
Ferguson, A., 46 absoluta, 70
concepción de, acerca del ocio, 46 condicionamiento y, 69-73
Frazer, 115 ocio y, 69
Frie'dmanii, G., 14, 17 y conducta de elección, 69-73
Fromm, E., 35 Libre, tiempo, 75
Loeffler, 56
Galpin, Ch., 12 Lukács, G., 32
Giddens, 56 Lundberg, 13, 56
Gilchrist, E. J., 14
Gist, 72
Gováerts, F., 59 Macler, 70
Grazia, S. de., 16 concepción de, acerca de la libertad,
Grushin, B., 28, 130 70
Madge, Ch., 14
Harrison, T., 14 Maier, 142
Havighurst, R. J., 14 Malinowski, 115
Heterocondicionamiento, 70 Mannheim, K., 18
Hobby, 14, 143 Marcuse, H., 34
Holismo, 57 Marx, K., 23
Holz, 32 Marxismo, 18
Homeostasis, teorías de la, 112-113 Mcllinezy, 13
Homo faber, 59 Mead, G. H., 114
Homo ludens, 59 concepción de, acerca del juego,
Horror vacui, 112 114
Huizinga, 115 Mead, M., 13
y su teoría sobre el juego, 115 Meyersohn, R., 15
Morin, 155
Ideación, 87
Naville, P., 30
Janne, H., 94, 154 Neumeyer, 56
Jennings, 59 concepción, de, sobre el tiempo
luego, 112 libre, 56
como una forma genérica de diver- Nec-otium, 42
sión, 112
concepción aristotélica, 113 Obligación, 69-70
naturaleza del, 112 coiiio un modo de condicionamien-
teoría para explicar la, 112-121 to, 70
ÍNDICE ANALÍTICO

Ocio Sillamy, N., 56


caballeresco, 44 Skholé, 40
civilización del, 170 Slavson, 114
como fuente de estatus, 13 y su concepción del juego, 114
como vicio, 46 Sobrecompensación, 157-162
concepción empírica del, 12 Sobretrabajo, 24-25
en la Edad Media, 44 Sociocultural, tiempo, 74
evolución histórica del, 50-53 Socioeconómicas, tiempo, 74
funciones del, 85 Sociología del trabajo, 17
urbano, 13 Sócrates, 40
investigación sobre el, 13 concepción del ocio, 40
y personalidad, 14 Spare time, 49
Otium romano, 42-44 Status symbol, 45
ocio caballeresco y, 45
Parker, S. R., 17 Strumilin, S. G., 27
Pedagogía social, 11 Suavet, Th.. 56
Piaget, 114 Subjetivismo, 20
y su concepción del juego, 114 Surmenage, 108
Pieper, J., 17
Platón, 40 Taedium ritae, (véase Aburrimiento
concepción del ocio, 40 subjetivo)
Principales funciones del ocio, 85-90 Teoría teleológica del ejercicio, 113
Protestantismo, 46-47 Teóricos, 15-18
y ocio, 47 Tiempo libre
Prudenski, G. A., 28 concepción, burguesa del, 11-21
Psicobiológico, tiempo, 73-74 leninista del, 27
Psicologización del ocio, 154 maxista del, 25-26
Puritanismo inglés, 46 revisionista del, 30-33
y su concepción del ocio, 46-48 distintas concepciones del, 55-57
Recreación, 13 dialéctica del, 131-132
diferencia entre ocio y, 13 grado de nitidez del, 76
tiempo de, 111 interpretaciones psicológicas del,
Regeneración, 87 79-80
activa, 87 Tiempo psicobiológico, 73-74
pasiva, 87 Tiempo social, 151, 154
Riesman, D., 15, 71 cuantificación del, 151 -154
tipos de carácter social según, 71 -73 dicotomía del, 151
Ripert, 72 Tiempo socioeconómico, 74
Rosenmayr, L., 15 Tipología del tiempo social, 73-76
Rowntree, B. S., 14 Trabajo
investigaciones realizadas por, 14 concepción marxista del, 24
Rumney, 142 división del, 24
Rusell, B., 146 en el capitalismo, 24
tiempo de, 57
Sartin, P., 141 Trabajo-ocio, oposición, 59
Schelsky, H., 15
y su concepción del ocio, 15 Valor de cambio, 25
Scheuch, E. K., 15 Valor de uso, 25
Segmentalismo, 57 Veblen, T., 18
Semiocios, 61 Vita contemplativa, 41
Séneca, 41 vita activa y, 42
Serendipity, 124 Vita solitaria, 41
ÍNDICE ANALÍTICO

Warner, Lloyd, 13 Wfaite, D. M., 15


Weber, E., 17 Wilensky, H. L., 14
funciones del ocio según, 87 Wolffenstein, M., 15
y su concepto de contemplación,
124 Zbinden, 58
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B 100 TW

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