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Título:
“"El festival de la pobreza". Los sectores populares y la política en la Argentina
reciente: miradas desde los medios de prensa”
Gabriel Vommaro (UNGS/EHESS)
Resumen
1. Presentación
1
obtener bienes de consumo privado, ya sea de ser “rehenes” de las redes de clientela
estatales y partidarias que los hacen actuar según los deseos de los patrones.
Nuestra hipótesis es que esta mirada dominante sobre la relación de “los pobres”
con la política se relaciona principalmente con tres procesos. En primer lugar, con las
transformaciones de la configuración social de los sectores populares desde los años
1970, cuando la crisis del modelo de acumulación conocido como de sustitución de
importaciones, así como el inicio de políticas de apertura y desregulación de los
mercados llevadas a cabo por la última dictadura militar argentina, implicaron el inicio
de una larga y profunda crisis del mundo popular asalariado: empobrecimiento,
desalarización, precarización, desempleo (Acuña et al, 2002; Banco Mundial, 1986;
Svampa, 2004). En segundo lugar, con el hecho de que a partir de la “desalarización” de
la sociedad argentina, y de la desestabilización y el empobrecimiento de los sectores
populares, el Estado aplicó una serie de políticas sociales específicas destinadas a cubrir
las necesidades primarias de estos sectores, de modo que su supervivencia comenzó a
verse estrechamente vinculada a la distribución pública de estos recursos. En efecto, la
respuesta estatal a la crisis del mundo popular fue un abanico de ayudas focalizadas –las
políticas de “lucha contra la pobreza”– cuya distribución descentralizada es realizada a
través de los distintos componentes de la “sociedad civil” (Prévôt-Schapira, 1996) 1 , que
se convierte en espacio de lucha entre actores territoriales y actores expertos de toda
clase, interesados en imponer sus definiciones de las buenas formas de sociabilidad
local y de las buenas formas de distribución de las políticas sociales. Las
transformaciones del peronismo y su organización territorial (Levitsky, 2003); la
constitución de las unidades básicas en nodos de “redes de resolución de problemas”
(Auyero, 2001); la aparición de nuevos actores territoriales como los movimientos
piqueteros (Delamata y Armesto, 2005; Quirós, 2006, Svampa y Pereyra, 2003) y
manzaneras (Masson, 2004); la intervención religiosa en la gestión de políticas sociales
(Semán, 2007; Zapata, 2004), completan este complejo entramado, en el que se
combinan lógicas políticas con lógicas expertas (y la observación y evaluación atenta de
1
Como es sabido, las políticas sociales focalizadas fueron concebidas e implementadas durante los años
1990 con el apoyo y la intervención activa de los organismos multilaterales de crédito (en particular, el
BM y el BID), que postulaban la necesidad de establecer políticas compensatorias de los efectos de los
programas de ajuste económicos aplicados en la mayor parte de los países de la América latina (Acuña,
Kessler y Repetto, 2002). En la “filosofía” de las políticas sociales promovidas por el BID y el BM, se
encontraban como ejes centrales la focalización, la participación de la sociedad civil, la eficiencia y la
transparencia (principios de la “buena gobernanza”). Estos principios permitieron la intervención de
actores (de las ONG, de los expertos) y la introducción de problemas (la transparencia, la lucha contra el
clientelismo) de una manera relativamente inédita en el mundo popular.
2
los actores de la comunicación política) y que imbrican tanto elementos de poder como
elementos morales y cognitivos puestos en juego en la dinámica política que supone, en
el mundo popular, la gestión de las políticas de “lucha contra la pobreza” (Vommaro,
2007). En este contexto, los pobres parecen estar condenados a lidiar con miradas
exteriores atentas (de los medios de comunicación, de intelectuales, de miembros de
ONG’s, de dirigentes políticos) a la forma en que se asignan recursos escasos que llegan
plagados de requisitos técnicos, que son también morales.
Por último, esta mirada moral sobre la participación de los sectores populares en
política es reforzada por la percepción de una doble distancia de los “pobres” –y del
tratamiento que realizan de ellos “los políticos”– en relación a las formas de
participación legítimas en Argentina desde el principio de la “transición democrática”:
por un lado, de los comportamientos electorales de los ciudadanos “independientes”,
percibidos como “libres” de los vínculos partidarios y que aparecen como el
componente central de la figura de la gente como nueva forma de denominación del
demos (Vommaro, 2008). Si lo popular como sinónimo del pueblo, de “los
trabajadores” pero también de los subalterno, había dominado como valor positivo las
formas de percepción de la política argentina hasta los años 1980, progresivamente su
valoración en estos términos comienza a debilitarse al mismo tiempo que, tras los
cambios en la estructura social y en la lógica de acumulación económica producidos
durante la última dictadura militar, se debilitaba el lugar de la clase obrera y de los
“trabajadores” en la producción de riqueza y en la distribución del excedente social. En
la era de la gente, en fin, la presencia de lo popular y el tratamiento que los dirigentes
políticos y el Estado tienen de los pobres, sería asociado cada vez más a las formas más
espurias de movilización de personas y de cosas, es decir al “clientelismo” como
etiqueta moral de descalificación política (Briquet, 1995), en especial de la “política
tradicional”, asociada a las provincias argentinas más pobres, y a los “viejos métodos”
de los partidos. Por otro lado, de la figura de la “sociedad civil” y del empowerment
ciudadano postuladas por los organismos multilaterales de crédito e inspiradoras de las
políticas sociales focalizadas puestas en práctica en Argentina desde los años 1980. La
mirada sobre los sectores populares en términos de desviación respecto de los
comportamientos legítimos se agudiza en épocas de elecciones, en que las denuncias de
compra del voto se multiplican en los medios de comunicación.
El clientelismo emerge en este contexto como la categoría académica y del
sentido común más utilizada para hacer referencia a lo que Denis Merklen (2005) llama
3
la “politicidad” de las clases populares. Son vastos los debates sobre la definición y la
pertinencia de esta categoría, así como sobre sus alcances, en el campo académico 2 .
Aquí nos ocuparemos de los usos políticos, periodísticos e intelectuales de dicha
etiqueta, a fin de ver en qué medida ha constituido un elemento central de los esquemas
de percepción y apreciación dominantes de las miradas que se producen y reproducen
desde el espacio de la comunicación política –campo de conflicto simbólico entre
dirigentes políticos de todo tipo, actores de los medios de comunicación (en especial,
periodistas políticos) y expertos/intelectuales (en opinión, en economía, en “pobreza”,
en corrupción, etc.) donde está en juego la definición de las coyunturas políticas, sus
problemas más urgentes y sus mejores soluciones (Vommaro, 2008)– sobre la
politicidad de los pobres. Presentaremos así algunos resultados de nuestra investigación
sobre los usos de la etiqueta clientelismo en este espacio mediático, basada en el
tratamiento cuali-cuantitativo de los archivos que construimos con los artículos
periodísticos que incluían la palabra “clientelismo” aparecidos en los dos principales
diarios nacionales argentinos, Clarín y La Nación, entre 1997 y 2007 3 . En primer lugar,
a través de algunos resultados cuantitativos seguiremos la evolución histórica del uso
del término en los diarios, teniendo en cuenta el hecho de que son protagonistas a la vez
colectivos que luchan para dar un sentido del mundo social y de los espacios de
intervenciones de otros actores –los dirigentes políticos, los intelectuales, las
autoridades eclesiales– que participan en esta construcción conflictual de los
acontecimientos. A continuación, describiremos a los actores interesados por la cuestión
del clientelismo que intervinieron en los diarios analizados movilizando la etiqueta y
nos ocuparemos de las distintas maneras en que la cuestión aparece en la voz de estos
2
Hemos discutido los usos de la categoría en las ciencias sociales argentinas, en especial a partir de los
trabajos realizados por el sociólogo Javier Auyero, en (Vommaro, 2009). Allí discutimos los alcances y
límites de la mirada “culturalista” sobre el fenómeno. Para una revisión reciente de los estudios sobre
clientelismo en la ciencia política norteamericana, en especial la que abreva de las teorías de la elección
racional, cf. (Kitschelt y Wilkinson, 2007).
3
Tanto en virtud de su difusión nacional como de su lugar en la competencia periodística, se trata de los
dos diarios más importantes del país. Clarín es un diario de centro, originalmente con una fuerte impronta
desarrollista, en la actualidad con una posición liberal moderada. La Nación, en tanto, es un diario
tradicional de las élites argentinas, con posiciones cercanas al centro-derecha, que combinan liberalismo
acentuado en lo económico y conservadurismo político. La delimitación temporal de los archivos se
relaciona con razones de tipo práctico y de tipo analítico. En cuanto a las primeras, comenzamos en 1997
puesto que es desde este momento que estos diarios han digitalizado sus ediciones en papel y han iniciado
sus ediciones on-line, lo que hacía factible un relevamiento de la exhaustividad que nos propusimos. Las
razones de tipo analítico nos llevaron a abarcar un período más o menos extenso, iniciado en los primeros
años de problematización mediática del desempleo y la pobreza así como de las políticas sociales puestas
en marcha para combatir esta última, e incluyera los años de crisis más aguda (2001-2002), así como el
posterior aumento de la politización de la cuestión social y de la relación de los sectores populares con la
política, que alcanza sus picos más altos en los años de gobierno de Néstor Kirchner.
4
actores según las coyunturas, las escenas de interacción donde los discursos se recogen
y los temas de preocupación.
Gráfico I
350
313
297
300
262 257
250
227
201
200
Cantidad de
artículos 151
150
115
105
100
61
50
32
0
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007
Año
5
Daremos a continuación algunas hipótesis 4 sobre las razones de la evolución
creciente del uso de la etiqueta, así como respecto de su gran aumento hacia 2002. En
primer lugar, el primer aumento significativo, que se produce entre 1997 y 1999, está
ligado al menos a dos cuestiones. Por un lado, las dificultades de las políticas sociales
de “lucha contra la pobreza” por lograr sus objetivos; en tanto el consenso sobre su
justeza y eficacia era más o menos extendido –las posiciones “universalistas” eran
entonces minoritarias– , las causas del aumento de la pobreza comenzaron a buscarse no
en su propia lógica sino en su “mala implementación”, asociada a los “viejos métodos”
de la política, que como veremos estarían generalmente representados por el
“clientelismo” . Por otro lado, la crisis fiscal de las provincias en los años de crisis del
modelo de convertibilidad de la moneda –y de recesión económica– comenzó a ser
tratada como un emergente no de la crisis de ese modelo, sino de los malos manejos de
las finanzas públicas, y aquí nuevamente el “clientelismo” sería una clave explicativa de
estas dificultades. Si la disciplina fiscal estaba en la base del programa económico de
corte neoliberal llevado a cabo por los dos gobiernos de Carlos Menem (1989-1999),
una vez que los problemas de financiamiento del Estado se hicieron crónicos, el uso de
los recursos públicos para fines partidarios y electorales apareció como un principio de
lectura de esa crisis que permitía criticar la política sin poner en cuestión los principios
económicos que regían el país .
En segundo lugar, el “salto cualitativo” que se produce en la frecuencia de uso
de la etiqueta en 2002 está asociado a la crisis política y social que estalla en diciembre
de 2001, y que a partir de 2002 comienza a ser tratada por políticas sociales de “lucha
contra la pobreza” de carácter mucho más masivo que las de los años noventa. El
emblema es la implementación del programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados
realizada por el gobierno provisional de Eduardo Duhalde en marzo de 2002. El
programa, administrado por el Ministerio de Trabajo, concentró todos los recursos
presupuestarios disponibles en los distintos programas de empleo transitorio. Asignaba
una subvención de 150 pesos y era financiado por las retenciones a las exportaciones de
materias primas y, desde también por un crédito del Banco Mundial que alcanzaba a
cubrir un 30% del programa (Vinocur y Halperin, 2004: p. 41). Aunque se mantuvieron
características de los programas focalizados de los años 1990 –el Jefes y Jefas de Hogar
4
El tratamiento cuantitativo de los modos de uso de la palabra, y en especial de los fenómenos a los que
se hace referencia con su utilización se encuentra en proceso, por lo que aquí sólo podemos indicar
algunas hipótesis que deberán ser contrastadas con los datos finales de nuestro trabajo, pero que se
encuentran sustentadas en la lectura y el análisis cualitativo del material relevado.
6
definía una población “objeto” (Andrenacci et al, 2003: pp. 191-193)–, en este caso la
novedad reside en la amplitud del alcance de este programa, que combina algunas
características de las políticas universales –introduce el concepto de derecho, por
ejemplo– con criterios previos, como la descentralización y el componente de la
contrapartida, en especial el cumplir con el control del estado de salud de los hijos –
calendario de vacunas, etc.–, con las condiciones obligatorias de escolaridad de estos
últimos y, para los adultos, realizar trabajos comunitarios organizados por los
municipios y por organizaciones territoriales. Las características políticas del momento
en que se estableció este programa –la crisis social y política de finales de 2001 y de
principios de 2002– le dieron extensos apoyos, así como una legitimidad social masiva.
No obstante, tanto su extensión rápida –en septiembre de 2002 había alrededor de 2
millones de “beneficiarios”– como la intervención de las ONG, de la fundación de
caridad católica Cáritas y otros componentes de la “sociedad civil” influyeron para que
fuera puesto bajo la lupa de los distintos observadores de la política y la relación de las
clases populares con esta última, de modo que la cuestión de la “transparencia” en la
atribución de las asignaciones y de la “lucha contra el clientelismo” pasaron a ser objeto
de preocupación política principales. Las ONG, la Iglesia Católica –en particular, su
rama social, Cáritas– y otras instituciones religiosas velaron para el buen
funcionamiento de la atribución de los planes y participaron en los consejos consultivos
creados para tal fin, con el objeto de que fueran garantes de la “transparencia” de la
gestión del programa. Del mismo modo, el Banco Mundial y el BID financiaron por
primera vez en Argentina un estudio sobre los usos políticos del programa destinado a
establecer la amplitud del “clientelismo” existen en su funcionamiento. Además, el
hecho de que a finales de 2002 el registro de “beneficiarios” haya sido cerrado, dejando
fuera del programa a miles de familias, reactualizaba los problemas de la focalización
propios de las políticas sociales de los años noventa, así como las críticas hacia las
políticas sociales no universales.
El tratamiento de la politicidad popular en términos de “clientelismo” se
mantiene en altas magnitudes luego de 2002, cuando el programa Jefes y Jefas de Hogar
ya es parte de la realidad social del país, en virtud de que a partir de aquí se instala
definitivamente la sospecha –y hasta la certeza– sobre los usos de los programas
sociales como recursos clientelistas. Por otro lado, cuando en 2003 se inicia el gobierno
de Néstor Kirchner este inicia una política de institucionalización de algunos
movimientos sociales llamados “piqueteros” y los hace participar de algunos programas
7
sociales como gestores territoriales, de modo que las sospechas ya existentes sobre el
“clientelismo piquetero” se asocian ahora a su relación con el Estado. Así, cuando se
tiende a reemplazar al programa Jefes y Jefas de Hogar por dos nuevos dispositivos, el
plan Familias y el programa Manos a la Obra, el objetivo no era crear una política de
ingresos universal sino reforzar la organización social y comunitaria, diagnóstico
vinculado al problema de la reconstrucción del “tejido social”. El nuevo gobierno
emprende así una política social “militante” y “territorial”, articulando al mismo tiempo
sus acciones con los movimientos sociales territoriales y los actores políticos locales 5 .
En todos los casos, la cuestión de la “transparencia” y de la gestión social, no politizada,
de los recursos distribuidos entre los pobres sigue siendo central. El “clientelismo”
surge así como un mal a combatir, en particular, desde la instauración de los programas
masivos como el Jefes y Jefas de Hogar.
Por otro lado, en los dos diarios analizados los usos de la palabra “clientelismo”
aumentan en los períodos electorales, como puede verse en el gráfico II. Es decir que,
respecto del año anterior, siempre en los años en los que hay elecciones presidenciales
(1999, 2003, 2007) o legislativas, la cantidad de artículos que contienen la etiqueta
aumenta respecto del año anterior, con la única excepción del diario Clarín en relación a
2002-2003, lo cual puede explicarse por la importancia de los debates sobre los
programas sociales, en especial sobre el Jefes y Jefas de Hogar, en la salida de la crisis,
cuestión a la que acabamos de hacer referencia. La mayor frecuencia del uso de
“clientelismo” en los períodos electorales se relaciona con dos de los modos
fundamentales de movilización de la etiqueta, los cuales serán descritos en las secciones
que siguen: por un lado, ésta es utilizada frecuentemente por los propios dirigentes
políticos como forma de descalificación del adversario, es decir como insulto político
(“el candidato X fomenta el clientelismo”, “quieren ganar votos haciendo clientelismo”,
etc.). Por otro lado, los observadores de la política y de la competencia electoral –
periodistas, dirigentes religiosos, intelectuales– agudizan en estos momentos las críticas
a la “política tradicional” y a la “manipulación de los votantes”, cuestiones que aparecen
condensadas, con asiduidad, en la categoría “clientelismo”. Esto nos lleva a un punto
fundamental: los usos político-periodísticos de este concepto, aún cuando en ciertas
condiciones se pretendan sustentados en visiones académicas, no dejan de darle un
5
Como ha afirmado la ministra de Desarrollo Social durante gran parte de la presidencia de N. Kirchner,
“estamos convencidos de que la participación popular es lo que legitima la política social, por eso nuestro
reto es seguir tratando la exclusión desde el enfoque territorial, teniendo en cuenta los actores locales y
las posibilidades y las capacidades de la región” (Kirchner, 2007: pp. 10-13).
8
contenido simplificado y reduccionista, que puede ser resumido en la fórmula
fundamental de los intercambios coyunturales, sin historia y sin regulaciones morales,
de “favores por votos”, lo cual profundiza la estigmatización de “los pobres” como no
actores, “rehenes” de la voluntad de “los políticos” o del Estado.
Debemos explicar ahora la gran diferencia entre la frecuencia de aparición de
esta etiqueta en los dos diarios relevados 6 . El hecho de que sea en La Nación, diario de
orientación de centro-derecha y más claramente contrario al peronismo en su vertiente
más nacional-popular (la que encarna, por ejemplo, el gobierno de Kirchner), donde se
utiliza más la palabra “clientelismo” (ver gráfico II y la nota al pie correspondiente, que
muestra que este diario duplica a Clarín en cantidad de notas) da cuenta de la mayor
preocupación de estos sectores por la disciplina fiscal de los gobiernos provinciales (en
especial entre 2000 y 2001), a los que se acusa de “desperdiciar dinero en clientelismo”
como una de las causas principales de los déficit en las cuentas públicas; así como por
los eventuales usos políticos, espurios, que los gobernantes peronistas –tanto a nivel
nacional como a nivel provincial– hacían de los programas sociales. Por otro lado, la
mayor cercanía de este diario a la iglesia católica y al mundo de las ONG ligadas al
espectro político de centro-derecha, muy activas en la lucha por la “transparencia” y
contra el “clientelismo”, influye también en la mayor sensibilización de La Nación
respecto de estas cuestiones. En general, Clarín comienza a hablar de “clientelismo”
cuando estalla algún tipo de escándalo ligado a la manipulación de planes sociales, o
bien cuando, en períodos electorales, registra acusaciones cruzadas entre candidatos
respecto de estrategias clientelares de movilización de los votantes de sectores
populares.
Por último, en cuanto a la evolución de la serie de cada diario, como puede verse
en el gráfico II no hay grandes diferencias entre los momentos de mayor utilización de
la etiqueta en Clarín y La Nación, salvo la ya mencionada de 2003.
6
Lo cual no se debe al tamaño de los diarios, ya que, en todo caso, Clarín tiene más páginas en el
promedio de sus ediciones semanales que La Nación. Por otro lado, esto puede verse también en la mayor
frecuencia de aparición de la palabra en artículos editoriales (ver más adelante), ya que ambos diarios
medios de prensa cuentan aproximadamente con el mismo número de notas de este tipo, de modo que si
en uno de ellos encontramos más artículos que mencionan “clientelismo” no se debe a que el N es mayor.
9
Gráfico II
200
Cantidad de artículos
150 Clarín
La Nación
100
50
0
1997 (año 1998 1999 (año 2000 2001(año 2002 2003 (año 2004 2005 (año 2006 2007 (año
electoral) electoral) electoral) electoral) electoral) electoral)
Año
7
Los números que dieron lugar a este gráfico son:
Clarín La Nación
1997 6 26
1998 26 35
1999 47 58
2000 45 70
2001 49 102
2002 98 164
2003 87 210
2004 75 182
2005 100 213
2006 54 147
2007 72 155
Total 659 1362
10
internacionales, deportivas, culturales y de cartas de lectores (sensiblemente menores en
cantidad que las del resto de las categorías), que no serán analizadas en este trabajo, y
que por tanto excluimos de las tablas –construidas con porcentajes– que dieron lugar a
la realización de los gráficos III y IV, para cuya confección se recalcularon los totales
anuales excluyendo a “Otros”. En cuanto al diario Clarín, llama la atención el hecho de
que, en los primeros años relevados, “clientelismo” era más una palabra utilizada por
los editorialistas del diario que por los cronistas encargados de cubrir los
acontecimientos políticos. Es decir que se trataba claramente de una categoría del juicio
del diario sobre los acontecimientos políticos antes que una categoría descriptiva de las
noticias. Con el tiempo, sin embargo, el diario irá adoptando la palabra en sus crónicas
políticas, al tiempo que su uso se hará también más extendido entre los actores de la
lucha política, lo que explica que, a partir de 1999, y con mayor claridad de 2002,
“clientelismo” es mencionada mayoritariamente en las noticias de política nacional. Así,
la etiqueta se volverá un sentido/descripción habitual en esta sección. Algo similar
sucede con la categoría “Artículos de opinión”: si ésta ocupa una proporción importante
del total de artículos en los primeros años de relevamiento, progresivamente el
porcentaje disminuirá en relación al de las noticias de política. Esto puede explicarse no
por el hecho de que intelectuales, empresarios, expertos, hombres de la iglesia católica,
utilicen menos el término en sus opiniones publicadas en el diario, sino en virtud del
crecimiento de su utilización en la sección de política nacional. Y si a esto sumamos el
hecho de que, como puede verse en el gráfico III, a partir de 2002, momento en que la
categoría “Política nacional” se estabiliza en una proporción mayor al 50% de las notas
que mencionan la etiqueta, es en los años de elecciones (2003, 2005 y 2007) cuando,
con la excepción hecha de 2002, es mayor el peso relativo de esta categoría respecto de
las de opiniones del diario y exteriores al diario, podemos afirmar que este aumento se
debe al hecho de que es en esos períodos cuando “clientelismo” es más utilizado por los
actores políticos mismos, de modo que el diario lo que hace es citar declaraciones –
acusaciones– de los diferentes candidatos en esos términos. Este hecho, que sólo
terminará de confirmarse con los avances del tratamiento estadístico de nuestros
archivos, sustenta la hipótesis de que en Clarín aumenta el uso de la etiqueta cuando
ésta es movilizada por otros actores, a diferencia de La Nación, que como veremos está
más atenta a las relaciones de intercambio tratadas como clientelistas en sus crónicas
políticas desde el principio del período relevado, es decir que en sus noticias sobre los
11
acontecimientos en ese campo elige desde siempre colocar en primer plano este tipo de
cuestiones.
Gráfico III
10% 14,29
0%
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007
año
12
127), esto no se ve reflejado en la distribución porcentual de notas al interior de cada
medio de prensa. Un último rasgo a señalar respecto de la distribución porcentual de las
notas en las categorías que construimos es el mayor peso relativo que, con algunas
excepciones, tiene en La Nación, a partir de 2002, “Artículos de opinión” respecto de
Clarín. Tanto las preocupaciones político-morales del diario como su cercanía a
intelectuales, expertos y dirigentes sociales y religiosos también preocupados por el
“clientelismo” que caracterizaría a la política argentina de esos años explicarían este
fenómeno.
Gráfico IV
100%
12,5
16,0 19,2 18,4
90% 23,0 22,5 20
23,5 26,8
30,6 29,0
80% 20,8
20,0
70% 23,1 16,5 24 24,4
18,4
16,5
26,5
% por tipo de art
16,1 18,5
60%
40% Editoriales
66,7 64,0
30% 57,7 58,6 61,0 57,6
56,7 55,6
53,2 50,0 52,5 Política y economía
20% nacional
10%
0%
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007
Año
¿Quiénes son los actores que utilizan la etiqueta en las notas relevadas? Se trata
de ensayar, en una lista más o menos exhaustiva que aún no puede dar cuenta del mayor
13
peso cuantitativo de unos y otros, una cierta clasificación de los actores que utilizan
“clientelismo” en los medios de prensa que aquí trabajamos, así como ciertos rasgos
fundamentales de esta utilización.
14
estacionados alrededor del estadio era, sin embargo, la prueba de que Cavallo
también apeló a los mecanismos ortodoxos de la política para tratar de colmar su
acto” (21 de octubre de 1999).
“El justicialismo gobierna, entonces, las provincias más modernas y los distritos
más atrasados. Congrega así, bajo una misma divisa, sociedades dinámicas forjadas
en distritos de enorme peso demográfico y poblaciones pequeñas de provincias
15
nuevas y tradicionales que se desenvuelven bajo la férula caciquil y el clientelismo.
Esta amalgama entre democracia y oligarquía imprime en el justicialismo una
variedad de rostros y de contrastes: el nepotismo en algunos gobiernos de
provincias chicas coexiste con el temple modernizante en otras; el patronazgo del
empleo público, típico de provincias que controlan el electorado por ese medio,
convive en otros distritos con una responsable disciplina fiscal” (21 de Enero de
2001).
“Lo que critico del peronismo, y que no veo que la gestión actual procure
eliminar, es su base populista. Desde el pan dulce y la sidra de la primera época de
Perón hasta los planes Jefes y Jefas de Hogar y Trabajar del presente, la burocracia,
el clientelismo, los ñoquis y los punteros han sido y siguen siendo sus hábitos
corrientes” (23 de Mayo de 2004).
“El soberano tiene el amor del pueblo. Kirchner es soberano porque un pueblo se
lo confirma. En las localidades del Gran Buenos Aires o las capitales y los pueblos
de provincia se renueva la legitimidad vital del soberano, en el contacto directo con
su pueblo; no se trata simplemente del plebiscito periódico, sino de una cosecha
diaria de poderes simbólicos, multiplicadamente simbólicos, ya que los transmiten
la televisión y las fotos de los diarios.
La articulación material de esta relación puede ser oscura: clientelismo, planes
sociales, caudillos que reclutan manifestantes desocupados, transferencia de
movilizaciones que fueron piqueteros” (22 de julio de 2006).
16
Entre 2001 y 2003, otra cuestión atraería la atención de los intelectuales y
universitarios consultados por La Nación: la necesidad de implementar lo que se
llamaba entonces “reforma política”, paquete de reformas que redujera el gasto que se
realiza en las instituciones representativas –el parlamento nacional y los provinciales– y
que contribuyese a superar la “crisis de representación”. La politóloga Carlota Jakish,
quien utilizaba los rudimentos principales de la ciencia política cuantitativista inspirada
en las teorías de la elección racional y en las filosofías individualistas, escribió varias
columnas en este sentido. En ese contexto, además, y ya a la salida de la crisis, se
preocupó por el “clientelismo” como forma de manipulación de los pobres. En un
razonamiento al menos débil desde el punto de vista lógico y empírico, sostenía que el
hecho de que los pobres percibieran dinero del Estado a través de los programas sociales
de “lucha contra la pobreza” los volvía rehenes del clientelismo:
17
Portantiero, en Clarín, analizaba la crisis de los partidos políticos en el contexto de la
crisis de 2001-2002, y atribuía al clientelismo y al patronazgo la incapacidad de
mediación de las organizaciones políticas. Escribía, así:
18
“Clientelismo: el gobernador cordobés presentó una denuncia judicial en la que
acusa a opositores de entregar pizza y vino a los piqueteros para mantener los
cortes de las rutas” (LN, 2 de junio de 1997).
19
en campaña lo único que quieren es sacarse una foto para decir después que se
preocupan por los pobres; seguramente sintieron indignación"” (LN, 24 de agosto
de 1997).
“Oscar Castillo decía que prefería no contestar las agresiones de Saadi, rechazaba
la intención de la oposición de calificar al gobierno como "nepótico" y negaba que
el oficialismo apelara al clientelismo político para ganar en los comicios de
mañana. Lo definió, sutilmente, como "ayuda para gente que lo necesita" » (LN, 20
mars 1999).
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a la gente. Clientelismo es cuando usted compra con dinero el voto, no cuando
fomenta la obra pública” (LN, 20 de agosto de 1999).
Hay, por último, políticos que en ciertas coyunturas son etiquetados como
representantes del clientelismo: ya no se trata de algo que hacen, sino de lo que son.
Así, Cristina Fernández de Kirchner, actual presidenta y entonces diputada nacional, se
opuso a la designación de su colega peronista Alberto Pierri como presidente de la
Cámara de Diputados en base a que este dirigente de la provincia de Buenos Aires era:
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“¿Qué hacer con los pobres? La pregunta es central en el discurso proselitista de
Graciela Fernández Meijide.
La candidata presidencial del Frepaso quiere quitarle al Estado el manejo de los
fondos públicos destinados a erradicar la pobreza y devolvérselo a la sociedad.
Su propuesta, que podría formar parte de la plataforma electoral de la Alianza
para 1999, es la de delegar la distribución del dinero para ayuda social en
Organizaciones No Gubernamentales (ONG) como, por ejemplo, Caritas. El
proyecto forma parte de la construcción de una nueva cultura política de la que
habla el Frepaso: acabaría con el uso político del dinero público para ayuda social;
pondría fin al "clientelismo" que ha sido el eje de una de las formas tradicionales
de hacer política en el país.
"Caritas no tendría inconveniente -aceptó el titular de ese organismo, el obispo
Rafael Rey, en diálogo con La Nación -. Creo que es conveniente que el Gobierno
descentralice ciertas actividades, sobre todo sociales, y las encomiende a las ONG,
que podemos hacer la tarea de modo más efectivo, más económico y sin tanta
burocracia."” (LN, 23 de Agosto de 1998).
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nosotros consideramos más apropiada, sino de ver cómo aparece, en la Argentina
reciente, como principio de decodificación de la relación de los sectores populares con
la política –y de la política institucional con estos sectores– en las escenas mediáticas, o
hechas para ser mediatizadas, registradas por los medios de prensa relevados.
Hemos constatado que la aparición de esta etiqueta en los medios de prensa ha
aumentado significativamente entre 1997 y 2007. En Clarín, en 1997 había seis
artículos en los que se mencionaba la palabra “clientelismo”, 45 en 2000, 87 en 2003 y
100 en 2005. En La Nación el crecimiento es igualmente notorio: 26 artículos en 1997,
70 en 2000, 210 en 2003 y 213 en 2003. La astucia mediática, tal vez, hizo que un
concepto que toda la tradición de estudios sobre el tema estaba asociado a la política
territorial, cara a cara, etc., sea en parte objeto de apropiaciones simbólicas en los
medios de comunicación.
¿Quiénes hablan de “clientelismo” en los medios? Los periodistas políticos, que
usan la etiqueta para acusar a los dirigentes políticos por el uso privado del dinero
público, la manipulación de los electores y la ineficacia para solucionar los problemas
de los “pobres”. Los intelectuales preocupados por la calidad de la democracia de
partidos y los problemas del federalismo fiscal argentino, al que asocian con los “viejos
métodos” que adquiere la actividad política en el interior del país. Los dirigentes
partidarios que, en campaña, lo movilizan como insulto político. Las autoridades
eclesiales preocupadas por la moralidad de la política dirigida a los pobres. Los
expertos, tanto los miembros de ONG ligadas a la “lucha contra la pobreza”, como los
funcionarios que coordinan los programas sociales, como los economistas preocupados
por el orden financiero del Estado.
La importancia de ciertos procesos políticos iniciados en los años 1990 se revela
central para pensar este recorrido lego del concepto “clientelismo”. Es por entonces que
las políticas focalizadas masivas comienzan a ser implementadas en Argentina y, con
ellas, todo un conjunto de preceptos acerca de las necesarias reformas morales del
mundo popular en pos de construir el desarrollo humano, el capital social y el
empowerment de la sociedad civil. Es sin duda entonces cuando la atención pública
respecto del clientelismo crece de manera significativa, por un lado, respecto de los
modos de asignación de bienes de origen público dirigidos a los sectores populares y,
por otro lado, en relación a la intervención estatal (es decir a la vez política, burocrática
y técnica) sobre esos sectores.
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En todos los casos, así, el clientelismo como concepto y como etiqueta se asocia
a la relación de los sectores populares con la política, tanto por sus propias formas de
participación como por su carácter de “rehenes” de los dirigentes políticos que utilizan
“viejos métodos”. De modo que el uso del concepto/etiqueta se extiende al mismo
tiempo que se acota su ubicación en el espacio social, produciendo una suerte de
estigmatización de la “politicidad” de esos sectores. Justamente se trata de pensar el
clientelismo en la confluencia entre debates académicos, preocupaciones públicas,
político-periodísticas y formas de intervención del Estado (que conllevan ciertas
miradas técnicas) sobre los sectores populares.
Al mismo tiempo, establecimos en este primer tratamiento de los usos políticos y
periodísticos de la etiqueta “clientelismo” que la denuncia está dirigida casi siempre a
“los políticos” y no directamente a “los pobres”, quienes son tratados desde una mirada
miserabilista como “rehenes” de los “viejos métodos” de la política clientelar. Así, más
que una crítica directa a los sectores populares, se trata de una crítica a la manera en que
los dirigentes políticos y funcionarios tratan a estos sectores, así como al modo de
manejo de las cuentas y fondos públicos. Los pobres son siempre el destinatario
indirecto, una suerte de tercero en cuestión no siempre aludido, pero que permanece
como trasfondo de la crítica. Se refuerza, así, su tratamiento como “no actores”, lo que
está también presente en la empobrecida concepción del clientelismo como un simple
intercambio de favores por votos del cual los pobres no podrían escapar, y ante el que
no les queda más remedio que seguir la cadena de devolución de favores.
Dejamos para el final una cuestión importante, que sobrevuela nuestro trabajo:
¿el “clientelismo” en los medios es pura invención o el reflejo de la realidad? ¿Los
aumentos del uso de la etiqueta corresponden al crecimiento de la importancia de las
prácticas clientelares en Argentina? Nuestro objetivo no es negar ni afirmar la existencia
de relaciones de clientela en la política argentina, así como el hecho de que, con el
empobrecimiento de las clases populares y el tipo de respuesta estatal a esta situación se
reprodujeron las situaciones de intercambio de bienes públicos por algún tipo de lealtad
política (muchas familias pobres tienen entre sus estrategias de supervivencia
principales la participación en espacios políticos, sociales y eclesiales territoriales donde
esperan obtener bienes para su subsistencia, como lo hemos estudiado en otra parte
(Vommaro, 2007)). Sin embargo, en primer lugar, estas relaciones no pueden ser vistas
como pura “manipulación”, puesto que conllevan siempre ciertos modos de regulación
moral, de exigencia de cuasi derechos, y de negociación de formas de atribución en las
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que los “clientes” participan activamente. En segundo lugar, hasta ahora ningún estudio
empírico ha podido mostrar que estas relaciones de intercambio sean la causa principal
de éxitos o derrotas electorales, ni de la eficacia o ineficacia de los programas sociales,
ni de los problemas de déficit de las cuentas públicas. Es entonces tanto el tratamiento
simplificado de las relaciones políticas de intercambio de las que participan los sectores
populares como la sobrevaloración causal de este fenómeno respecto de problemas
sociales y económicos lo que da cuenta de que, el énfasis y el uso extendido y
generalizado de la etiqueta da cuenta más bien de la constitución de una cierta matriz de
decodificación de la relación de los sectores populares con la política, lo que siempre es,
después de todo, una forma de construcción significativa de la realidad política
argentina. En la profundización de nuestro tratamiento de la base de datos que aquí
trabajamos esperamos agregar más elementos para comprender los modos de existencia
y de producción de esta producción colectiva de sentidos sobre la politicidad popular.
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Bibliografía
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Svampa, Maristella y Pereyra, Sebastián (2003) Entre la ruta y el barrio. La
experiencia de las organizaciones piqueteras, Buenos Aires, Biblos.
Torres, Pablo José (2003) “El Clientelismo: una visión desde los grandes diarios
argentinos”, en www.lavaca.org.
Vommaro, Gabriel (2009)
(2008) Lo que quiere la gente. Los sondeos de opinión y el espacio de la
comunicación política en Argentina (1983-1999), Buenos Aires, Prometeo/UNGS.
(2007) “‘Acá no conseguís nada si no estás en política’. Los sectores populares y la
participación en espacios barriales de sociabilidad política”, Anuario de Estudios en
Antropología Social, Centro de Antropología Social - Instituto de Desarrollo
Económico y Social (CAS-IDES), p. 161-177.
Zapata, Laura (2004) “Una Antropología de la Gratuidad: prácticas caritativas y
políticas de asistencia social en la Argentina”. Campos - Revista de Antropologia
Social, Vol. 5, No 2, p 107-125.
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