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Ponencia Congreso LASA 2009 – Rïo de Janeiro, 11 al 14 de junio

Título:
“"El festival de la pobreza". Los sectores populares y la política en la Argentina
reciente: miradas desde los medios de prensa”
Gabriel Vommaro (UNGS/EHESS)

Resumen

En un contexto de pobreza y desempleo, la multiplicación de programas sociales


estatales de “lucha contra la pobreza” impulsa a los sectores populares a la participación
en espacios locales para obtener recursos para su supervivencia. Estos recursos están
cargados de preceptos morales que definen los criterios de su atribución, las maneras de
utilizarlos, etc. Su circulación se convirtió en tema de atención en el espacio de la
comunicación política. Periodistas, políticos y expertos de diferente tipo participan del
conflicto por la definición de los buenos y malos usos de los programas sociales. La
relación de los pobres con la política aparece generalmente mencionada bajo la etiqueta
de “clientelismo”.Analizamos una base de datos de artículos de prensa de los grandes
medios nacionales en que esta palabra aparece (1996-2007). Esperamos contribuir al
estudio de la construcción moral de la relación de los sectores populares con la política
en la Argentina reciente.

1. Presentación

Desde los años noventa, el tratamiento académico y político-periodístico de la


relación de los sectores populares con la política en Argentina se encuentra fuertemente
imbricado con la cuestión de los intercambios materiales, es decir, de la intervención de
los bienes vinculados a la subsistencia en las relaciones de lealtad, en la participación
política local y en las decisiones electorales de esos sectores. En efecto, al trabajar sobre
la participación política de las clases populares –tanto sobre sus modos de movilización
como sobre el tratamiento que reciben del Estado y de los partidos– es posible percibir
rápidamente que éstas siempre son sospechadas por los observadores académicos,
expertos, periodísticos y políticos ya sea de instrumentalizar la política con el fin de

1
obtener bienes de consumo privado, ya sea de ser “rehenes” de las redes de clientela
estatales y partidarias que los hacen actuar según los deseos de los patrones.
Nuestra hipótesis es que esta mirada dominante sobre la relación de “los pobres”
con la política se relaciona principalmente con tres procesos. En primer lugar, con las
transformaciones de la configuración social de los sectores populares desde los años
1970, cuando la crisis del modelo de acumulación conocido como de sustitución de
importaciones, así como el inicio de políticas de apertura y desregulación de los
mercados llevadas a cabo por la última dictadura militar argentina, implicaron el inicio
de una larga y profunda crisis del mundo popular asalariado: empobrecimiento,
desalarización, precarización, desempleo (Acuña et al, 2002; Banco Mundial, 1986;
Svampa, 2004). En segundo lugar, con el hecho de que a partir de la “desalarización” de
la sociedad argentina, y de la desestabilización y el empobrecimiento de los sectores
populares, el Estado aplicó una serie de políticas sociales específicas destinadas a cubrir
las necesidades primarias de estos sectores, de modo que su supervivencia comenzó a
verse estrechamente vinculada a la distribución pública de estos recursos. En efecto, la
respuesta estatal a la crisis del mundo popular fue un abanico de ayudas focalizadas –las
políticas de “lucha contra la pobreza”– cuya distribución descentralizada es realizada a
través de los distintos componentes de la “sociedad civil” (Prévôt-Schapira, 1996) 1 , que
se convierte en espacio de lucha entre actores territoriales y actores expertos de toda
clase, interesados en imponer sus definiciones de las buenas formas de sociabilidad
local y de las buenas formas de distribución de las políticas sociales. Las
transformaciones del peronismo y su organización territorial (Levitsky, 2003); la
constitución de las unidades básicas en nodos de “redes de resolución de problemas”
(Auyero, 2001); la aparición de nuevos actores territoriales como los movimientos
piqueteros (Delamata y Armesto, 2005; Quirós, 2006, Svampa y Pereyra, 2003) y
manzaneras (Masson, 2004); la intervención religiosa en la gestión de políticas sociales
(Semán, 2007; Zapata, 2004), completan este complejo entramado, en el que se
combinan lógicas políticas con lógicas expertas (y la observación y evaluación atenta de

1
Como es sabido, las políticas sociales focalizadas fueron concebidas e implementadas durante los años
1990 con el apoyo y la intervención activa de los organismos multilaterales de crédito (en particular, el
BM y el BID), que postulaban la necesidad de establecer políticas compensatorias de los efectos de los
programas de ajuste económicos aplicados en la mayor parte de los países de la América latina (Acuña,
Kessler y Repetto, 2002). En la “filosofía” de las políticas sociales promovidas por el BID y el BM, se
encontraban como ejes centrales la focalización, la participación de la sociedad civil, la eficiencia y la
transparencia (principios de la “buena gobernanza”). Estos principios permitieron la intervención de
actores (de las ONG, de los expertos) y la introducción de problemas (la transparencia, la lucha contra el
clientelismo) de una manera relativamente inédita en el mundo popular.

2
los actores de la comunicación política) y que imbrican tanto elementos de poder como
elementos morales y cognitivos puestos en juego en la dinámica política que supone, en
el mundo popular, la gestión de las políticas de “lucha contra la pobreza” (Vommaro,
2007). En este contexto, los pobres parecen estar condenados a lidiar con miradas
exteriores atentas (de los medios de comunicación, de intelectuales, de miembros de
ONG’s, de dirigentes políticos) a la forma en que se asignan recursos escasos que llegan
plagados de requisitos técnicos, que son también morales.
Por último, esta mirada moral sobre la participación de los sectores populares en
política es reforzada por la percepción de una doble distancia de los “pobres” –y del
tratamiento que realizan de ellos “los políticos”– en relación a las formas de
participación legítimas en Argentina desde el principio de la “transición democrática”:
por un lado, de los comportamientos electorales de los ciudadanos “independientes”,
percibidos como “libres” de los vínculos partidarios y que aparecen como el
componente central de la figura de la gente como nueva forma de denominación del
demos (Vommaro, 2008). Si lo popular como sinónimo del pueblo, de “los
trabajadores” pero también de los subalterno, había dominado como valor positivo las
formas de percepción de la política argentina hasta los años 1980, progresivamente su
valoración en estos términos comienza a debilitarse al mismo tiempo que, tras los
cambios en la estructura social y en la lógica de acumulación económica producidos
durante la última dictadura militar, se debilitaba el lugar de la clase obrera y de los
“trabajadores” en la producción de riqueza y en la distribución del excedente social. En
la era de la gente, en fin, la presencia de lo popular y el tratamiento que los dirigentes
políticos y el Estado tienen de los pobres, sería asociado cada vez más a las formas más
espurias de movilización de personas y de cosas, es decir al “clientelismo” como
etiqueta moral de descalificación política (Briquet, 1995), en especial de la “política
tradicional”, asociada a las provincias argentinas más pobres, y a los “viejos métodos”
de los partidos. Por otro lado, de la figura de la “sociedad civil” y del empowerment
ciudadano postuladas por los organismos multilaterales de crédito e inspiradoras de las
políticas sociales focalizadas puestas en práctica en Argentina desde los años 1980. La
mirada sobre los sectores populares en términos de desviación respecto de los
comportamientos legítimos se agudiza en épocas de elecciones, en que las denuncias de
compra del voto se multiplican en los medios de comunicación.
El clientelismo emerge en este contexto como la categoría académica y del
sentido común más utilizada para hacer referencia a lo que Denis Merklen (2005) llama

3
la “politicidad” de las clases populares. Son vastos los debates sobre la definición y la
pertinencia de esta categoría, así como sobre sus alcances, en el campo académico 2 .
Aquí nos ocuparemos de los usos políticos, periodísticos e intelectuales de dicha
etiqueta, a fin de ver en qué medida ha constituido un elemento central de los esquemas
de percepción y apreciación dominantes de las miradas que se producen y reproducen
desde el espacio de la comunicación política –campo de conflicto simbólico entre
dirigentes políticos de todo tipo, actores de los medios de comunicación (en especial,
periodistas políticos) y expertos/intelectuales (en opinión, en economía, en “pobreza”,
en corrupción, etc.) donde está en juego la definición de las coyunturas políticas, sus
problemas más urgentes y sus mejores soluciones (Vommaro, 2008)– sobre la
politicidad de los pobres. Presentaremos así algunos resultados de nuestra investigación
sobre los usos de la etiqueta clientelismo en este espacio mediático, basada en el
tratamiento cuali-cuantitativo de los archivos que construimos con los artículos
periodísticos que incluían la palabra “clientelismo” aparecidos en los dos principales
diarios nacionales argentinos, Clarín y La Nación, entre 1997 y 2007 3 . En primer lugar,
a través de algunos resultados cuantitativos seguiremos la evolución histórica del uso
del término en los diarios, teniendo en cuenta el hecho de que son protagonistas a la vez
colectivos que luchan para dar un sentido del mundo social y de los espacios de
intervenciones de otros actores –los dirigentes políticos, los intelectuales, las
autoridades eclesiales– que participan en esta construcción conflictual de los
acontecimientos. A continuación, describiremos a los actores interesados por la cuestión
del clientelismo que intervinieron en los diarios analizados movilizando la etiqueta y
nos ocuparemos de las distintas maneras en que la cuestión aparece en la voz de estos

2
Hemos discutido los usos de la categoría en las ciencias sociales argentinas, en especial a partir de los
trabajos realizados por el sociólogo Javier Auyero, en (Vommaro, 2009). Allí discutimos los alcances y
límites de la mirada “culturalista” sobre el fenómeno. Para una revisión reciente de los estudios sobre
clientelismo en la ciencia política norteamericana, en especial la que abreva de las teorías de la elección
racional, cf. (Kitschelt y Wilkinson, 2007).
3
Tanto en virtud de su difusión nacional como de su lugar en la competencia periodística, se trata de los
dos diarios más importantes del país. Clarín es un diario de centro, originalmente con una fuerte impronta
desarrollista, en la actualidad con una posición liberal moderada. La Nación, en tanto, es un diario
tradicional de las élites argentinas, con posiciones cercanas al centro-derecha, que combinan liberalismo
acentuado en lo económico y conservadurismo político. La delimitación temporal de los archivos se
relaciona con razones de tipo práctico y de tipo analítico. En cuanto a las primeras, comenzamos en 1997
puesto que es desde este momento que estos diarios han digitalizado sus ediciones en papel y han iniciado
sus ediciones on-line, lo que hacía factible un relevamiento de la exhaustividad que nos propusimos. Las
razones de tipo analítico nos llevaron a abarcar un período más o menos extenso, iniciado en los primeros
años de problematización mediática del desempleo y la pobreza así como de las políticas sociales puestas
en marcha para combatir esta última, e incluyera los años de crisis más aguda (2001-2002), así como el
posterior aumento de la politización de la cuestión social y de la relación de los sectores populares con la
política, que alcanza sus picos más altos en los años de gobierno de Néstor Kirchner.

4
actores según las coyunturas, las escenas de interacción donde los discursos se recogen
y los temas de preocupación.

2. El “clientelismo” en los medios

Como puede constatarse en el gráfico I, el uso de la palabra “clientelismo” en los


medios de prensa relevados fue casi en constante aumento desde 1997 hasta 2005, en
tanto que a partir de ese año comienza un descenso que, no obstante, no alcanza los
valores de 2001.

Gráfico I

Cantidad de artículos que mencionan "clientelismo"


(Clarín + La Nación, 1997-2007)

350
313
297
300

262 257
250
227
201
200
Cantidad de
artículos 151
150
115
105
100

61
50
32

0
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007
Año

Fuente: Elaboración propia en base a archivos de Internet de Clarín y La Nación.

5
Daremos a continuación algunas hipótesis 4 sobre las razones de la evolución
creciente del uso de la etiqueta, así como respecto de su gran aumento hacia 2002. En
primer lugar, el primer aumento significativo, que se produce entre 1997 y 1999, está
ligado al menos a dos cuestiones. Por un lado, las dificultades de las políticas sociales
de “lucha contra la pobreza” por lograr sus objetivos; en tanto el consenso sobre su
justeza y eficacia era más o menos extendido –las posiciones “universalistas” eran
entonces minoritarias– , las causas del aumento de la pobreza comenzaron a buscarse no
en su propia lógica sino en su “mala implementación”, asociada a los “viejos métodos”
de la política, que como veremos estarían generalmente representados por el
“clientelismo” . Por otro lado, la crisis fiscal de las provincias en los años de crisis del
modelo de convertibilidad de la moneda –y de recesión económica– comenzó a ser
tratada como un emergente no de la crisis de ese modelo, sino de los malos manejos de
las finanzas públicas, y aquí nuevamente el “clientelismo” sería una clave explicativa de
estas dificultades. Si la disciplina fiscal estaba en la base del programa económico de
corte neoliberal llevado a cabo por los dos gobiernos de Carlos Menem (1989-1999),
una vez que los problemas de financiamiento del Estado se hicieron crónicos, el uso de
los recursos públicos para fines partidarios y electorales apareció como un principio de
lectura de esa crisis que permitía criticar la política sin poner en cuestión los principios
económicos que regían el país .
En segundo lugar, el “salto cualitativo” que se produce en la frecuencia de uso
de la etiqueta en 2002 está asociado a la crisis política y social que estalla en diciembre
de 2001, y que a partir de 2002 comienza a ser tratada por políticas sociales de “lucha
contra la pobreza” de carácter mucho más masivo que las de los años noventa. El
emblema es la implementación del programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados
realizada por el gobierno provisional de Eduardo Duhalde en marzo de 2002. El
programa, administrado por el Ministerio de Trabajo, concentró todos los recursos
presupuestarios disponibles en los distintos programas de empleo transitorio. Asignaba
una subvención de 150 pesos y era financiado por las retenciones a las exportaciones de
materias primas y, desde también por un crédito del Banco Mundial que alcanzaba a
cubrir un 30% del programa (Vinocur y Halperin, 2004: p. 41). Aunque se mantuvieron
características de los programas focalizados de los años 1990 –el Jefes y Jefas de Hogar

4
El tratamiento cuantitativo de los modos de uso de la palabra, y en especial de los fenómenos a los que
se hace referencia con su utilización se encuentra en proceso, por lo que aquí sólo podemos indicar
algunas hipótesis que deberán ser contrastadas con los datos finales de nuestro trabajo, pero que se
encuentran sustentadas en la lectura y el análisis cualitativo del material relevado.

6
definía una población “objeto” (Andrenacci et al, 2003: pp. 191-193)–, en este caso la
novedad reside en la amplitud del alcance de este programa, que combina algunas
características de las políticas universales –introduce el concepto de derecho, por
ejemplo– con criterios previos, como la descentralización y el componente de la
contrapartida, en especial el cumplir con el control del estado de salud de los hijos –
calendario de vacunas, etc.–, con las condiciones obligatorias de escolaridad de estos
últimos y, para los adultos, realizar trabajos comunitarios organizados por los
municipios y por organizaciones territoriales. Las características políticas del momento
en que se estableció este programa –la crisis social y política de finales de 2001 y de
principios de 2002– le dieron extensos apoyos, así como una legitimidad social masiva.
No obstante, tanto su extensión rápida –en septiembre de 2002 había alrededor de 2
millones de “beneficiarios”– como la intervención de las ONG, de la fundación de
caridad católica Cáritas y otros componentes de la “sociedad civil” influyeron para que
fuera puesto bajo la lupa de los distintos observadores de la política y la relación de las
clases populares con esta última, de modo que la cuestión de la “transparencia” en la
atribución de las asignaciones y de la “lucha contra el clientelismo” pasaron a ser objeto
de preocupación política principales. Las ONG, la Iglesia Católica –en particular, su
rama social, Cáritas– y otras instituciones religiosas velaron para el buen
funcionamiento de la atribución de los planes y participaron en los consejos consultivos
creados para tal fin, con el objeto de que fueran garantes de la “transparencia” de la
gestión del programa. Del mismo modo, el Banco Mundial y el BID financiaron por
primera vez en Argentina un estudio sobre los usos políticos del programa destinado a
establecer la amplitud del “clientelismo” existen en su funcionamiento. Además, el
hecho de que a finales de 2002 el registro de “beneficiarios” haya sido cerrado, dejando
fuera del programa a miles de familias, reactualizaba los problemas de la focalización
propios de las políticas sociales de los años noventa, así como las críticas hacia las
políticas sociales no universales.
El tratamiento de la politicidad popular en términos de “clientelismo” se
mantiene en altas magnitudes luego de 2002, cuando el programa Jefes y Jefas de Hogar
ya es parte de la realidad social del país, en virtud de que a partir de aquí se instala
definitivamente la sospecha –y hasta la certeza– sobre los usos de los programas
sociales como recursos clientelistas. Por otro lado, cuando en 2003 se inicia el gobierno
de Néstor Kirchner este inicia una política de institucionalización de algunos
movimientos sociales llamados “piqueteros” y los hace participar de algunos programas

7
sociales como gestores territoriales, de modo que las sospechas ya existentes sobre el
“clientelismo piquetero” se asocian ahora a su relación con el Estado. Así, cuando se
tiende a reemplazar al programa Jefes y Jefas de Hogar por dos nuevos dispositivos, el
plan Familias y el programa Manos a la Obra, el objetivo no era crear una política de
ingresos universal sino reforzar la organización social y comunitaria, diagnóstico
vinculado al problema de la reconstrucción del “tejido social”. El nuevo gobierno
emprende así una política social “militante” y “territorial”, articulando al mismo tiempo
sus acciones con los movimientos sociales territoriales y los actores políticos locales 5 .
En todos los casos, la cuestión de la “transparencia” y de la gestión social, no politizada,
de los recursos distribuidos entre los pobres sigue siendo central. El “clientelismo”
surge así como un mal a combatir, en particular, desde la instauración de los programas
masivos como el Jefes y Jefas de Hogar.
Por otro lado, en los dos diarios analizados los usos de la palabra “clientelismo”
aumentan en los períodos electorales, como puede verse en el gráfico II. Es decir que,
respecto del año anterior, siempre en los años en los que hay elecciones presidenciales
(1999, 2003, 2007) o legislativas, la cantidad de artículos que contienen la etiqueta
aumenta respecto del año anterior, con la única excepción del diario Clarín en relación a
2002-2003, lo cual puede explicarse por la importancia de los debates sobre los
programas sociales, en especial sobre el Jefes y Jefas de Hogar, en la salida de la crisis,
cuestión a la que acabamos de hacer referencia. La mayor frecuencia del uso de
“clientelismo” en los períodos electorales se relaciona con dos de los modos
fundamentales de movilización de la etiqueta, los cuales serán descritos en las secciones
que siguen: por un lado, ésta es utilizada frecuentemente por los propios dirigentes
políticos como forma de descalificación del adversario, es decir como insulto político
(“el candidato X fomenta el clientelismo”, “quieren ganar votos haciendo clientelismo”,
etc.). Por otro lado, los observadores de la política y de la competencia electoral –
periodistas, dirigentes religiosos, intelectuales– agudizan en estos momentos las críticas
a la “política tradicional” y a la “manipulación de los votantes”, cuestiones que aparecen
condensadas, con asiduidad, en la categoría “clientelismo”. Esto nos lleva a un punto
fundamental: los usos político-periodísticos de este concepto, aún cuando en ciertas
condiciones se pretendan sustentados en visiones académicas, no dejan de darle un

5
Como ha afirmado la ministra de Desarrollo Social durante gran parte de la presidencia de N. Kirchner,
“estamos convencidos de que la participación popular es lo que legitima la política social, por eso nuestro
reto es seguir tratando la exclusión desde el enfoque territorial, teniendo en cuenta los actores locales y
las posibilidades y las capacidades de la región” (Kirchner, 2007: pp. 10-13).

8
contenido simplificado y reduccionista, que puede ser resumido en la fórmula
fundamental de los intercambios coyunturales, sin historia y sin regulaciones morales,
de “favores por votos”, lo cual profundiza la estigmatización de “los pobres” como no
actores, “rehenes” de la voluntad de “los políticos” o del Estado.
Debemos explicar ahora la gran diferencia entre la frecuencia de aparición de
esta etiqueta en los dos diarios relevados 6 . El hecho de que sea en La Nación, diario de
orientación de centro-derecha y más claramente contrario al peronismo en su vertiente
más nacional-popular (la que encarna, por ejemplo, el gobierno de Kirchner), donde se
utiliza más la palabra “clientelismo” (ver gráfico II y la nota al pie correspondiente, que
muestra que este diario duplica a Clarín en cantidad de notas) da cuenta de la mayor
preocupación de estos sectores por la disciplina fiscal de los gobiernos provinciales (en
especial entre 2000 y 2001), a los que se acusa de “desperdiciar dinero en clientelismo”
como una de las causas principales de los déficit en las cuentas públicas; así como por
los eventuales usos políticos, espurios, que los gobernantes peronistas –tanto a nivel
nacional como a nivel provincial– hacían de los programas sociales. Por otro lado, la
mayor cercanía de este diario a la iglesia católica y al mundo de las ONG ligadas al
espectro político de centro-derecha, muy activas en la lucha por la “transparencia” y
contra el “clientelismo”, influye también en la mayor sensibilización de La Nación
respecto de estas cuestiones. En general, Clarín comienza a hablar de “clientelismo”
cuando estalla algún tipo de escándalo ligado a la manipulación de planes sociales, o
bien cuando, en períodos electorales, registra acusaciones cruzadas entre candidatos
respecto de estrategias clientelares de movilización de los votantes de sectores
populares.
Por último, en cuanto a la evolución de la serie de cada diario, como puede verse
en el gráfico II no hay grandes diferencias entre los momentos de mayor utilización de
la etiqueta en Clarín y La Nación, salvo la ya mencionada de 2003.

6
Lo cual no se debe al tamaño de los diarios, ya que, en todo caso, Clarín tiene más páginas en el
promedio de sus ediciones semanales que La Nación. Por otro lado, esto puede verse también en la mayor
frecuencia de aparición de la palabra en artículos editoriales (ver más adelante), ya que ambos diarios
medios de prensa cuentan aproximadamente con el mismo número de notas de este tipo, de modo que si
en uno de ellos encontramos más artículos que mencionan “clientelismo” no se debe a que el N es mayor.

9
Gráfico II

Cantidad de artículos que mencionan "clientelismo"


(comparación entre Clarín y La Nación, 1997-2007)
250

200
Cantidad de artículos

150 Clarín
La Nación

100

50

0
1997 (año 1998 1999 (año 2000 2001(año 2002 2003 (año 2004 2005 (año 2006 2007 (año
electoral) electoral) electoral) electoral) electoral) electoral)
Año

Fuente: Elaboración propia en base a archivos de Internet de Clarín y La Nación 7 .

Hemos procedido a la clasificación de las diferentes secciones en las que aparece


la palabra (gráficos III y IV), de modo de poder distinguir el uso que se le da en la voz
de los periodistas autorizados a hablar en nombre del diario en editoriales y notas de
análisis de coyunturas (categoría “Editoriales”), respecto del que movilizan los actores
políticos y sociales, así como los cronistas de la vida política (categoría “Política
nacional”); y, por último, de las apreciaciones sobre el “clientelismo” que aparecen en
columnas de opinión de intelectuales y expertos que no pertenecen a los diarios
relevados. La categoría “Otros”, en tanto, sirvió para reunir las menciones en noticias

7
Los números que dieron lugar a este gráfico son:
Clarín La Nación
1997 6 26
1998 26 35
1999 47 58
2000 45 70
2001 49 102
2002 98 164
2003 87 210
2004 75 182
2005 100 213
2006 54 147
2007 72 155
Total 659 1362

10
internacionales, deportivas, culturales y de cartas de lectores (sensiblemente menores en
cantidad que las del resto de las categorías), que no serán analizadas en este trabajo, y
que por tanto excluimos de las tablas –construidas con porcentajes– que dieron lugar a
la realización de los gráficos III y IV, para cuya confección se recalcularon los totales
anuales excluyendo a “Otros”. En cuanto al diario Clarín, llama la atención el hecho de
que, en los primeros años relevados, “clientelismo” era más una palabra utilizada por
los editorialistas del diario que por los cronistas encargados de cubrir los
acontecimientos políticos. Es decir que se trataba claramente de una categoría del juicio
del diario sobre los acontecimientos políticos antes que una categoría descriptiva de las
noticias. Con el tiempo, sin embargo, el diario irá adoptando la palabra en sus crónicas
políticas, al tiempo que su uso se hará también más extendido entre los actores de la
lucha política, lo que explica que, a partir de 1999, y con mayor claridad de 2002,
“clientelismo” es mencionada mayoritariamente en las noticias de política nacional. Así,
la etiqueta se volverá un sentido/descripción habitual en esta sección. Algo similar
sucede con la categoría “Artículos de opinión”: si ésta ocupa una proporción importante
del total de artículos en los primeros años de relevamiento, progresivamente el
porcentaje disminuirá en relación al de las noticias de política. Esto puede explicarse no
por el hecho de que intelectuales, empresarios, expertos, hombres de la iglesia católica,
utilicen menos el término en sus opiniones publicadas en el diario, sino en virtud del
crecimiento de su utilización en la sección de política nacional. Y si a esto sumamos el
hecho de que, como puede verse en el gráfico III, a partir de 2002, momento en que la
categoría “Política nacional” se estabiliza en una proporción mayor al 50% de las notas
que mencionan la etiqueta, es en los años de elecciones (2003, 2005 y 2007) cuando,
con la excepción hecha de 2002, es mayor el peso relativo de esta categoría respecto de
las de opiniones del diario y exteriores al diario, podemos afirmar que este aumento se
debe al hecho de que es en esos períodos cuando “clientelismo” es más utilizado por los
actores políticos mismos, de modo que el diario lo que hace es citar declaraciones –
acusaciones– de los diferentes candidatos en esos términos. Este hecho, que sólo
terminará de confirmarse con los avances del tratamiento estadístico de nuestros
archivos, sustenta la hipótesis de que en Clarín aumenta el uso de la etiqueta cuando
ésta es movilizada por otros actores, a diferencia de La Nación, que como veremos está
más atenta a las relaciones de intercambio tratadas como clientelistas en sus crónicas
políticas desde el principio del período relevado, es decir que en sus noticias sobre los

11
acontecimientos en ese campo elige desde siempre colocar en primer plano este tipo de
cuestiones.

Gráfico III

Artículos que mencionan "clientelismo", según tipo


Clarín (1997-2007)
100%
16,67 13,83 14,49 14,71
90% 20,51 24,44 21,84 23,91
25,33
32,56
38,10 10,29
80% 15,96
28,99 13,79
70% 14,67
33,33 23,91
art. por tipo

60% 50,00 33,33


23,26
50% Artículos de
opinión
40% 47,62 75,00
70,21 Editoriales
64,37
30% 60,00 56,52
52,17
44,19 46,15 42,22
20% Política nacional
33,33

10% 14,29

0%
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007
año

Fuente: Elaboración propia en base a archivos de Internet de Clarín.

En efecto, al observar la distribución de las noticias con la palabra


“clientelismo” en La Nación (ver gráfico IV) es posible notar que los años en que la
categoría “política nacional” ocupa una mayor proporción son los iniciales, aunque
durante todo el período relevado los porcentajes se mantienen más o menos estables. Si
nuestra hipótesis de trabajo es correcta, este hecho daría cuenta de que los cronistas del
diario, por un lado, utilizan más la etiqueta que sus pares de Clarín, y, por otro lado, en
la selección que realizan en sus crónicas de las declaraciones de los actores que
participan de los acontecimientos allí tratados priorizan en mayor medida que los del
otro diario aquellas que hablan en términos de “clientelismo”. Esta selección, entonces,
daría más cuenta de las preocupaciones del diario que de un reflejo de la realidad
política argentina, lo cual puede ser constatado también por el hecho de que La Nación
dobla en números absolutos la cantidad de notas que contienen el término respecto de su
competidor periodístico. Este uso extendido de “clientelismo” en las crónicas políticas
explicaría también el hecho de que, a pesar de que en números absolutos el diario de
centro-derecha también supera a Clarín en cantidad de artículos editoriales (186 contra

12
127), esto no se ve reflejado en la distribución porcentual de notas al interior de cada
medio de prensa. Un último rasgo a señalar respecto de la distribución porcentual de las
notas en las categorías que construimos es el mayor peso relativo que, con algunas
excepciones, tiene en La Nación, a partir de 2002, “Artículos de opinión” respecto de
Clarín. Tanto las preocupaciones político-morales del diario como su cercanía a
intelectuales, expertos y dirigentes sociales y religiosos también preocupados por el
“clientelismo” que caracterizaría a la política argentina de esos años explicarían este
fenómeno.

Gráfico IV

Artículos que mencionan "clientelismo", según tipo


La Nación (1997-2007)

100%
12,5
16,0 19,2 18,4
90% 23,0 22,5 20
23,5 26,8
30,6 29,0
80% 20,8
20,0
70% 23,1 16,5 24 24,4
18,4
16,5
26,5
% por tipo de art

16,1 18,5
60%

50% Artículos de opinión

40% Editoriales
66,7 64,0
30% 57,7 58,6 61,0 57,6
56,7 55,6
53,2 50,0 52,5 Política y economía
20% nacional

10%

0%
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007
Año

Fuente: Elaboración propia en base a archivos de Internet de La Nación.

3. Quiénes hablan de clientelismo, cómo lo hacen

¿Quiénes son los actores que utilizan la etiqueta en las notas relevadas? Se trata
de ensayar, en una lista más o menos exhaustiva que aún no puede dar cuenta del mayor

13
peso cuantitativo de unos y otros, una cierta clasificación de los actores que utilizan
“clientelismo” en los medios de prensa que aquí trabajamos, así como ciertos rasgos
fundamentales de esta utilización.

A. Los periodistas políticos


El principio de sospecha rige la mira periodística de la política. Desde los años
noventa, como hemos dicho más arriba, se impone entonces una moralización de la
mirada sobre los comportamientos de “los políticos”, siempre bajo sospecha de
“corrupción”. En la mirada sobre la gestión de las políticas sociales, sobre la atribución
del empleo público, sobre el manejo de las cuentas del Estado o sobre las estrategias
electorales, esta sospecha se expresa en términos de “clientelismo”. La etiqueta es
movilizada así como forma de acusación a los políticos. La crítica periodística de la
política partidaria aparece de este modo como impugnación del uso privado del dinero
público, de la manipulación de los electores y de la ineficacia para solucionar los
problemas de los pobres; al mismo tiempo, y en especial para el diario La Nación, la
etiqueta explica, como señalamos, los problemas fiscales que las principales provincias
argentinas tuvieron en los años de crisis del régimen de convertibilidad monetaria en
Argentina, cuando la recesión económica menguaba los recursos estatales y los
organismos internacionales que otorgaban créditos al país exigían nuevos ajustes en el
gasto público a cambio de nuevos préstamos. En la pluma de sus principales
editorialistas políticos, Mariano Grondona y Joaquín Morales Solá, el “clientelismo”
aparecía así para criticar los “viejos métodos” políticos utilizados en el interior del país.
Respecto de la manipulación de los electores, también se hablaba de estos
“viejos métodos”, que los políticos utilizaban para atraer votantes en períodos
electorales: la presencia de ómnibus en la puerta de los lugares donde se organizaban
actos partidarios servía en este sentido como indicador de que los participantes habían
sido “acarreados” y no habían concurrido por propia voluntad. El relato hecho por La
Nación de un acto del candidato de centro-derecha Domingo Cavallo en la campaña
electoral del presidenciales de 1999 es así iluminador:

“"Cuando escuchamos a De la Rúa y a (Eduardo) Duhalde sentimos angustia",


abundó. El, en cambio, se presentó como la esperanza de un futuro mejor. Dijo que
su fuerza era diferente de los partidos tradicionales que "utilizan las dádivas y el
clientelismo político" para sostener sus estructuras. Una larga hilera de colectivos

14
estacionados alrededor del estadio era, sin embargo, la prueba de que Cavallo
también apeló a los mecanismos ortodoxos de la política para tratar de colmar su
acto” (21 de octubre de 1999).

B. Los intelectuales y académicos


Cabe mencionar que casi la totalidad de usos registrados de la palabra
“clientelismo” en el período relavado no corresponden a estudiosos del fenómeno. En
cambio, se trata de una movilización de la etiqueta de forma más o menos afín a la que
realizan los periodistas, es decir como crítica a los males de la política y de los partidos
o como ejemplo de los “viejos métodos” que están en la raíz de los problemas fiscales
de las provincias del país o de la manipulación de “los pobres”. Los intelectuales que
aparecen en columnas de opinión en La Nación tienden a ocuparse más de los
problemas que el clientelismo causa en las cuentas públicas de los Estados provinciales
y en la “manipulación” de los pobres. Los que escriben en Clarín, en tanto, utilizan más
la etiqueta para hacer referencia a la “crisis de representación” que estaría asociada a
este tipo de prácticas espurias. Veamos algunos ejemplos.
El historiador Natalio Botana, asiduo columnista de La Nación, afirmó en varias
ocasiones, en consonancia con lo que sostenían los editorialistas del diario, que los
problemas de “clientelismo” explicaban el “déficit crónico” de los Estados provinciales:

“mientras en algunas provincias (muy pocas) la administración de esos recursos


hace gala del debido rigor, en otras la irresponsabilidad de los gobiernos ha
generado endeudamiento y un déficit crónico. El federalismo parece obedecer
entonces a un régimen de por lo menos dos velocidades: mientras unas provincias
administran sus recursos en medio de la crisis de las economías regionales, otras se
desarticulan al influjo de malas leyes electorales y de un clientelismo que ha hecho
estragos en los presupuestos” (17 de Junio de 1999).

Esta práctica era asociada por el historiador a un partido: el peronismo, que no


sólo es el partido con más raigambre en los sectores populares, sino el que gobierna,
desde 1983, la mayor cantidad de provincias en el país:

“El justicialismo gobierna, entonces, las provincias más modernas y los distritos
más atrasados. Congrega así, bajo una misma divisa, sociedades dinámicas forjadas
en distritos de enorme peso demográfico y poblaciones pequeñas de provincias

15
nuevas y tradicionales que se desenvuelven bajo la férula caciquil y el clientelismo.
Esta amalgama entre democracia y oligarquía imprime en el justicialismo una
variedad de rostros y de contrastes: el nepotismo en algunos gobiernos de
provincias chicas coexiste con el temple modernizante en otras; el patronazgo del
empleo público, típico de provincias que controlan el electorado por ese medio,
convive en otros distritos con una responsable disciplina fiscal” (21 de Enero de
2001).

La crítica al peronismo como partido “clientelista” reaparece en la pluma de la


crítica literaria Beatriz Sarlo, quien más recientemente fue incorporada como intelectual
de consulta habitual del diario:

“Lo que critico del peronismo, y que no veo que la gestión actual procure
eliminar, es su base populista. Desde el pan dulce y la sidra de la primera época de
Perón hasta los planes Jefes y Jefas de Hogar y Trabajar del presente, la burocracia,
el clientelismo, los ñoquis y los punteros han sido y siguen siendo sus hábitos
corrientes” (23 de Mayo de 2004).

Es en parte en virtud de sus críticas al gobierno de Néstor Kirchner que esta


intelectual se acerca a las posiciones de La Nación. Al analizar la personalidad política
de Kirchner, Sarlo encuentra en el “clientelismo” el sustrato “material” de su pretensión
de erigirse en “soberano”. Esta práctica aparece como una forma de utilización de
recursos públicos, en especial de programas sociales, y de “reclutamiento” de
desocupados a las filas de su fuerza política:

“El soberano tiene el amor del pueblo. Kirchner es soberano porque un pueblo se
lo confirma. En las localidades del Gran Buenos Aires o las capitales y los pueblos
de provincia se renueva la legitimidad vital del soberano, en el contacto directo con
su pueblo; no se trata simplemente del plebiscito periódico, sino de una cosecha
diaria de poderes simbólicos, multiplicadamente simbólicos, ya que los transmiten
la televisión y las fotos de los diarios.
La articulación material de esta relación puede ser oscura: clientelismo, planes
sociales, caudillos que reclutan manifestantes desocupados, transferencia de
movilizaciones que fueron piqueteros” (22 de julio de 2006).

16
Entre 2001 y 2003, otra cuestión atraería la atención de los intelectuales y
universitarios consultados por La Nación: la necesidad de implementar lo que se
llamaba entonces “reforma política”, paquete de reformas que redujera el gasto que se
realiza en las instituciones representativas –el parlamento nacional y los provinciales– y
que contribuyese a superar la “crisis de representación”. La politóloga Carlota Jakish,
quien utilizaba los rudimentos principales de la ciencia política cuantitativista inspirada
en las teorías de la elección racional y en las filosofías individualistas, escribió varias
columnas en este sentido. En ese contexto, además, y ya a la salida de la crisis, se
preocupó por el “clientelismo” como forma de manipulación de los pobres. En un
razonamiento al menos débil desde el punto de vista lógico y empírico, sostenía que el
hecho de que los pobres percibieran dinero del Estado a través de los programas sociales
de “lucha contra la pobreza” los volvía rehenes del clientelismo:

“Como ya sostuviera Samuel Huntington, es innegable que a medida que crece el


poder del Estado se debilita la autoridad política de la sociedad […] Es así como se
produce la paradoja de que un Estado débil para cumplir con sus funciones
esenciales -como son la defensa de los derechos individuales, el cumplimiento de
los contratos y la preservación del orden y la seguridad en la sociedad- acumule un
poder inmenso porque vastos sectores de la población dependen de los recursos del
Estado.
Actualmente, en la Argentina, un numeroso grupo de personas recibe un ingreso
directamente del Estado […] se generan hábitos mentales perversos en amplias
capas de la población argentina, que esperan las migajas del Estado para sobrevivir
[…]Si se tienen en cuenta estos datos, no debe sorprender el resultado de la
recopilación efectuada por el Centro de Estudios Nueva Mayoría: "Sobre 19
elecciones de distrito que ya se han realizado, el oficialismo local ha ganado en 17
de ellas, confirmando el generalizado triunfo de los gobiernos provinciales, del
partido que sean". Y, en particular, la referencia a las elecciones más recientes: "En
el caso de Formosa, el gobernador obtiene su tercera elección consecutiva, cuando
la provincia tiene el 78% de la población bajo el nivel de pobreza y el 93% de los
niños en esta situación." Ello evidencia la decisiva importancia del clientelismo
político en los sectores más pobres” (26 de octubre de 2003).

En Clarín, en tanto, el problema del “clientelismo” aparecía sobre todo en


relación a la “crisis de representación” de los partidos. El sociólogo Juan Carlos

17
Portantiero, en Clarín, analizaba la crisis de los partidos políticos en el contexto de la
crisis de 2001-2002, y atribuía al clientelismo y al patronazgo la incapacidad de
mediación de las organizaciones políticas. Escribía, así:

“Las tradicionales configuraciones políticas parecen sordas y permanecen


inmóviles frente a los reclamos de la ciudadanía. Amuralladas tras una lógica
autorreferente de comportamiento, viven más preocupadas por mantener sus
mecanismos de reproducción interna que por mediar entre la ciudadanía y el
Estado. En los casi veinte años de democracia llevaron al agotamiento sus estilos
de patronazgo y clientelismo articulados alrededor de las figuras de los "punteros",
empresarios de votos y de lealtades entre los partidos y las fuentes locales de poder.
Así se transformaron en máquinas prebendalistas, con un financiamiento oscuro
amañado en colusión con los gobiernos, sin educación para sus cuadros, sin perfiles
ideológicos ni programáticos definidos y con escasa renovación de las figuras que
presentaban ante el electorado” (18-12-2002.

C. Los dirigentes políticos


Los dirigentes políticos, candidatos en una campaña electoral, dirigentes de la
oposición en coyunturas de crisis, o funcionarios disgustados con la gestión en su área
de incumbencia, utilizan el “clientelismo” como insulto político, principio de
descalificación del adversario que sirve para ponerlo del lado de las prácticas ilegítimas,
espurias, propias de quienes en vez de preocuparse por “solucionar los problemas de la
gente” tratan de manipularla con bienes materiales, en especial a “los pobres”, para así
obtener su lealtad. En ocasiones, además, si los dirigentes políticos no utilizaban la
palabra “clientelismo” para referirse a la “compra de voluntades”, eran los periodistas
quienes, en un trabajo de puesta en forma, colocaban la etiqueta como condensación de
esas formas de “manipulación”. Esto sucedía en especial en La Nación, lo que se
relaciona también con la mayor cantidad de notas que relevamos en ese diario durante el
período estudiado. Podemos citar el caso de una denuncia del gobernador de la
provincia de Córdoba, el radical Ramón Mestre, quien sostenía que las protestas que
tenían lugar en su provincia por entonces eran explicadas por la presencia de “personas
[que] estuvieron entregando pizzas y vino para mantener los cortes de rutas”. Así, la
bajada del título de la noticia afirmaba:

18
“Clientelismo: el gobernador cordobés presentó una denuncia judicial en la que
acusa a opositores de entregar pizza y vino a los piqueteros para mantener los
cortes de las rutas” (LN, 2 de junio de 1997).

Aquí, entonces, el mantenimiento de un corte de ruta como forma de protesta era


explicado por la entrega de “pizzas y vino”.
Las ocasiones principales de denuncias de “clientelismo” entre adversarios
políticos son los períodos electorales. La descripción de una actividad proselitista de
una fuerza política en la campaña de 1999 muestra cómo se acusaba de “clientelismo” a
los adversarios en estos contextos: “La Alianza no pudo hacer campaña en un barrio
duhaldista”, era el título de la nota, y allí se acusaba a esa corriente peronista de
“condicionar a los pobres con una bolsa de comida”:

“Los candidatos a diputado de la Alianza Graciela Fernández Meijide y Federico


Storani no pudieron visitar ayer dos barrios humildes de la localidad de Wilde, en
la provincia de Buenos Aires.
Denunciaron presiones sobre los vecinos de los asentamientos Esperanza y
Futuro, que habían sido advertidos de que las personas que salieran al encuentro de
los dirigentes del Frepaso y de la UCR dejarían de recibir la habitual asistencia
alimentaria.
Un allegado a Storani indicó a La Nación que los candidatos aliancistas fueron
avisados de que su presencia dejaría "sin la bolsa de comida" a quienes se les
acercaran.
Consultada Graciela Fernández Meijide, señaló que la gente del barrio les pidió
"por favor" que no se acercaran a hacer campaña, porque ello interrumpiría el
abastecimiento al comedor de niños.
La senadora frepasista dijo que el suministro alimentario proviene de la
municipalidad y de las manzaneras, de Hilda "Chiche" Duhalde. Sin embargo,
aclaró" "No puedo decir que esto haya sido una orden del gobernador (Eduardo)
Duhalde, ni del intendente de Avellaneda", Baldomero Alvarez de Olivera, uno de
los caudillos del PJ bonaerense.
Fernández Meijide se lamentó: "Este episodio reproduce el clientelismo, con el
cual se condiciona a los pobres con la bolsa de comida".
Respuesta del intendente
Alvarez de Olivera rechazó la versión; dijo que desconocía el incidente e
interpretó que "la gente de esos asentamientos se da cuenta de que estos políticos

19
en campaña lo único que quieren es sacarse una foto para decir después que se
preocupan por los pobres; seguramente sintieron indignación"” (LN, 24 de agosto
de 1997).

Sin embargo, no sólo los dirigentes y candidatos peronistas eran el blanco de


insultos y descalificaciones en términos de “clientelismo”. Así, un diputado provincial
del partido de centro-izquierda Frepaso acusaba a los radicales que gobernaban la
provincia de manipulación de los pobres:

“"El radicalismo aprovecha su hegemonía para ejercer una política de amiguismo


hacia arriba al contratar funcionarios afines y de clientelismo hacia los más
humildes", despotrica Eduardo Chironi, el único legislador del Frepaso en esta
provincia” (LN, 14 de diciembre de 1998).

Ante las acusaciones y descalificaciones políticas en términos de “clientelismo”,


definido en este caso como manipulación de los pobres, los dirigentes políticos suelen
responder invirtiendo el sentido del intercambio denunciado como espurio, para
convertirlo así en “ayuda” o en “obra pública”, es decir para evitar que la entrega de
bienes de origen público sea vista como “compra de voluntades”. En Catamarca, el
gobernador radical Oscar Castillo negaba las acusaciones respecto de que su fuerza
política, el Frente Cívico y Social, utilizara el “clientelismo” con los pobres:

“Oscar Castillo decía que prefería no contestar las agresiones de Saadi, rechazaba
la intención de la oposición de calificar al gobierno como "nepótico" y negaba que
el oficialismo apelara al clientelismo político para ganar en los comicios de
mañana. Lo definió, sutilmente, como "ayuda para gente que lo necesita" » (LN, 20
mars 1999).

En este mismo sentido respondía el líder del peronismo de la provincia de


Santiago del Estero, Carlos Juárez, a las preguntas de un periodista:

“- Lo acusan de fomentar el clientelismo político.


-¿Porque yo construyo viviendas y las entrego hay clientelismo político?
Entonces no tengo que hacer caminos ni represas ni provisión de agua... no atender

20
a la gente. Clientelismo es cuando usted compra con dinero el voto, no cuando
fomenta la obra pública” (LN, 20 de agosto de 1999).

Hay, por último, políticos que en ciertas coyunturas son etiquetados como
representantes del clientelismo: ya no se trata de algo que hacen, sino de lo que son.
Así, Cristina Fernández de Kirchner, actual presidenta y entonces diputada nacional, se
opuso a la designación de su colega peronista Alberto Pierri como presidente de la
Cámara de Diputados en base a que este dirigente de la provincia de Buenos Aires era:

“el paradigma de lo que la gente no quiere para la política. Lo considero un


símbolo del desplazamiento de la militancia política por el manejo discrecional y
desprolijo de los fondos reservados, de cargos parlamentarios y de los viajes. Pierri
es el emblema del clientelismo político” (LN, 28 de noviembre de 1997) 8 .

D. Las autoridades de la iglesia católica, la sociedad civil como garantía moral


Sin duda, la iglesia católica argentina ha sido en las últimas décadas una suerte
de vigía moral de las prácticas y las instituciones políticas en Argentina. En especial, las
declaraciones de la conferencia episcopal y de los obispos se refieren a la
“manipulación” de los pobres, y contra ello, a partir de los años noventa, apoyaban la
búsqueda de “transparencia” en la distribución de los programas sociales. En este
sentido, la fundación de caridad católica Cáritas apareció en diversas coyunturas de
denuncias de usos políticos de planes sociales como una posible garante de la
transparencia. Así, en 1999, la entonces candidata a gobernadora por la provincia de
Buenos Aires por la Alianza y futura ministra de Desarrollo Social del gobierno de esa
fuerza política, Graciela Fernández Meijide, propuso que las ONG y Cáritas se hicieran
cargo de la distribución de las políticas sociales. Ante la propuesta, el presidente de la
institución de caridad, Monseñor Rey, dio cuenta de la garantía de transparencia y
eficiencia que la sociedad civil representada, de alguna manera, por ellos, podía brindar.
Veamos cómo aparecían estas cuestiones en La Nación, en general, como vimos,
cercano a las posiciones de la iglesia católica:
8
La figura de Pierre despertaba las mismas calificaciones de parte de muchos periodistas políticos. Dice
Joaquín Morales Solá en La Nación, sobre Pierri: “Pierri (un empresario que confiesa una fortuna de 200
millones de dólares hecha con tanta rapidez que nunca tuvo tiempo para explicarla) lleva pegados en la
piel los métodos de toda la política bonaerense. La receta: un poco de clientelismo acá, otro poco de treta
electoral allá y una inercia de alianzas fugaces y de realineamientos permanentes con amigos y
adversarios” (LN, 13 de diciembre de 1998).

21
“¿Qué hacer con los pobres? La pregunta es central en el discurso proselitista de
Graciela Fernández Meijide.
La candidata presidencial del Frepaso quiere quitarle al Estado el manejo de los
fondos públicos destinados a erradicar la pobreza y devolvérselo a la sociedad.
Su propuesta, que podría formar parte de la plataforma electoral de la Alianza
para 1999, es la de delegar la distribución del dinero para ayuda social en
Organizaciones No Gubernamentales (ONG) como, por ejemplo, Caritas. El
proyecto forma parte de la construcción de una nueva cultura política de la que
habla el Frepaso: acabaría con el uso político del dinero público para ayuda social;
pondría fin al "clientelismo" que ha sido el eje de una de las formas tradicionales
de hacer política en el país.
"Caritas no tendría inconveniente -aceptó el titular de ese organismo, el obispo
Rafael Rey, en diálogo con La Nación -. Creo que es conveniente que el Gobierno
descentralice ciertas actividades, sobre todo sociales, y las encomiende a las ONG,
que podemos hacer la tarea de modo más efectivo, más económico y sin tanta
burocracia."” (LN, 23 de Agosto de 1998).

5. Para concluir: los usos de “clientelismo” (1997-2007)

En este trabajo intentamos recorrer, a partir de la presentación de los primeros


resultados de un tratamiento estadístico u cualitativo de la totalidad de artículos
aparecidos en los dos principales diarios argentinos entre 1997 y 2007 que contienen la
palabra “clientelismo”, los usos no académicos de este concepto, es decir no como
categoría del análisis científico, sino como etiqueta moral, movilizada en la práctica por
los actores políticos y los observadores de la política, en especial de la política
relacionada con “los pobres”, grupo social que, según nuestra hipótesis, era uno de los
centros de las miradas moralizadoras de la actividad política. Nuestro interés no se
dirigía entonces a discutir los usos correctos o incorrectos del concepto de acuerdo a los
cánones académicos, lo cual ha sido realizado por otros autores (Torres, 2003). Si
nuestro objetivo se relacionaba con el análisis de los usos no científicos de la palabra, es
decir como etiqueta político-moral, no se trata entonces de ver en cada caso cuán
distanciados se encuentran de las distintas definiciones que surgen de investigaciones
sobre el fenómeno en las ciencias sociales, tampoco respecto de la definición que

22
nosotros consideramos más apropiada, sino de ver cómo aparece, en la Argentina
reciente, como principio de decodificación de la relación de los sectores populares con
la política –y de la política institucional con estos sectores– en las escenas mediáticas, o
hechas para ser mediatizadas, registradas por los medios de prensa relevados.
Hemos constatado que la aparición de esta etiqueta en los medios de prensa ha
aumentado significativamente entre 1997 y 2007. En Clarín, en 1997 había seis
artículos en los que se mencionaba la palabra “clientelismo”, 45 en 2000, 87 en 2003 y
100 en 2005. En La Nación el crecimiento es igualmente notorio: 26 artículos en 1997,
70 en 2000, 210 en 2003 y 213 en 2003. La astucia mediática, tal vez, hizo que un
concepto que toda la tradición de estudios sobre el tema estaba asociado a la política
territorial, cara a cara, etc., sea en parte objeto de apropiaciones simbólicas en los
medios de comunicación.
¿Quiénes hablan de “clientelismo” en los medios? Los periodistas políticos, que
usan la etiqueta para acusar a los dirigentes políticos por el uso privado del dinero
público, la manipulación de los electores y la ineficacia para solucionar los problemas
de los “pobres”. Los intelectuales preocupados por la calidad de la democracia de
partidos y los problemas del federalismo fiscal argentino, al que asocian con los “viejos
métodos” que adquiere la actividad política en el interior del país. Los dirigentes
partidarios que, en campaña, lo movilizan como insulto político. Las autoridades
eclesiales preocupadas por la moralidad de la política dirigida a los pobres. Los
expertos, tanto los miembros de ONG ligadas a la “lucha contra la pobreza”, como los
funcionarios que coordinan los programas sociales, como los economistas preocupados
por el orden financiero del Estado.
La importancia de ciertos procesos políticos iniciados en los años 1990 se revela
central para pensar este recorrido lego del concepto “clientelismo”. Es por entonces que
las políticas focalizadas masivas comienzan a ser implementadas en Argentina y, con
ellas, todo un conjunto de preceptos acerca de las necesarias reformas morales del
mundo popular en pos de construir el desarrollo humano, el capital social y el
empowerment de la sociedad civil. Es sin duda entonces cuando la atención pública
respecto del clientelismo crece de manera significativa, por un lado, respecto de los
modos de asignación de bienes de origen público dirigidos a los sectores populares y,
por otro lado, en relación a la intervención estatal (es decir a la vez política, burocrática
y técnica) sobre esos sectores.

23
En todos los casos, así, el clientelismo como concepto y como etiqueta se asocia
a la relación de los sectores populares con la política, tanto por sus propias formas de
participación como por su carácter de “rehenes” de los dirigentes políticos que utilizan
“viejos métodos”. De modo que el uso del concepto/etiqueta se extiende al mismo
tiempo que se acota su ubicación en el espacio social, produciendo una suerte de
estigmatización de la “politicidad” de esos sectores. Justamente se trata de pensar el
clientelismo en la confluencia entre debates académicos, preocupaciones públicas,
político-periodísticas y formas de intervención del Estado (que conllevan ciertas
miradas técnicas) sobre los sectores populares.
Al mismo tiempo, establecimos en este primer tratamiento de los usos políticos y
periodísticos de la etiqueta “clientelismo” que la denuncia está dirigida casi siempre a
“los políticos” y no directamente a “los pobres”, quienes son tratados desde una mirada
miserabilista como “rehenes” de los “viejos métodos” de la política clientelar. Así, más
que una crítica directa a los sectores populares, se trata de una crítica a la manera en que
los dirigentes políticos y funcionarios tratan a estos sectores, así como al modo de
manejo de las cuentas y fondos públicos. Los pobres son siempre el destinatario
indirecto, una suerte de tercero en cuestión no siempre aludido, pero que permanece
como trasfondo de la crítica. Se refuerza, así, su tratamiento como “no actores”, lo que
está también presente en la empobrecida concepción del clientelismo como un simple
intercambio de favores por votos del cual los pobres no podrían escapar, y ante el que
no les queda más remedio que seguir la cadena de devolución de favores.
Dejamos para el final una cuestión importante, que sobrevuela nuestro trabajo:
¿el “clientelismo” en los medios es pura invención o el reflejo de la realidad? ¿Los
aumentos del uso de la etiqueta corresponden al crecimiento de la importancia de las
prácticas clientelares en Argentina? Nuestro objetivo no es negar ni afirmar la existencia
de relaciones de clientela en la política argentina, así como el hecho de que, con el
empobrecimiento de las clases populares y el tipo de respuesta estatal a esta situación se
reprodujeron las situaciones de intercambio de bienes públicos por algún tipo de lealtad
política (muchas familias pobres tienen entre sus estrategias de supervivencia
principales la participación en espacios políticos, sociales y eclesiales territoriales donde
esperan obtener bienes para su subsistencia, como lo hemos estudiado en otra parte
(Vommaro, 2007)). Sin embargo, en primer lugar, estas relaciones no pueden ser vistas
como pura “manipulación”, puesto que conllevan siempre ciertos modos de regulación
moral, de exigencia de cuasi derechos, y de negociación de formas de atribución en las

24
que los “clientes” participan activamente. En segundo lugar, hasta ahora ningún estudio
empírico ha podido mostrar que estas relaciones de intercambio sean la causa principal
de éxitos o derrotas electorales, ni de la eficacia o ineficacia de los programas sociales,
ni de los problemas de déficit de las cuentas públicas. Es entonces tanto el tratamiento
simplificado de las relaciones políticas de intercambio de las que participan los sectores
populares como la sobrevaloración causal de este fenómeno respecto de problemas
sociales y económicos lo que da cuenta de que, el énfasis y el uso extendido y
generalizado de la etiqueta da cuenta más bien de la constitución de una cierta matriz de
decodificación de la relación de los sectores populares con la política, lo que siempre es,
después de todo, una forma de construcción significativa de la realidad política
argentina. En la profundización de nuestro tratamiento de la base de datos que aquí
trabajamos esperamos agregar más elementos para comprender los modos de existencia
y de producción de esta producción colectiva de sentidos sobre la politicidad popular.

25
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