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Mirar al sol es mirar a Dios cara a cara, pero a Dios “nadie jamás lo
ha visto”, como dice la Escritura, y, como advirtió Apringio, “en
Dios se divisan los misterios sagrados, no se contempla la cara”.
El instrumento de la contemplación es el “ojo del corazón” de san
Pablo (versión cristiana más cálida del platónico “ojo del espíritu”).
Puede decirse que los hombres del siglo VIII viven a la espera del
fin del mundo y que la abundancia de comentarios del Apocalipsis
lo prueba. El milenarismo seguía vivo en el seno de la cristiandad,
pues de no ser así ¿qué sentido tendría el que tantos y eminentes
autores pierdan su tiempo refutándolo? Beda el Venerable nos dice
que “suelo indignarme cuando los rústicos me preguntan cuántos
años quedan del último milenario, siendo así que el Señor no da
testimonio en el Evangelio de que el tiempo de su llegada esté
cerca o lejos”, y Ambrosio Autperto: “los que dicen: `Cuando se
acaben los seis mil años entonces vendrá la consumación del
mundo´, ¿qué otra cosa hacen sino jactarse de conocer el tiempo
contra la expresa prohibición del Señor?”. Aludía a la respuesta
que Jesús dio a sus discípulos: “No os incumbe conocer los
tiempos que el Padre puso en su poder”. Y después precisaba: “La
Escritura no nos enseña a calcular los seis mil años, sino a creer
que todo el tiempo de la vida presente se encierra en las seis
edades del mundo”.
Los cristianos reelaborarán esa figura del Tirano del final de los
tiempos como el símbolo más potente de las postrimerías: su
reinado estará signado por todas las catástrofes naturales y
humanas, calamidades, pestes, guerras, hambrunas, rapiñas,
asesinatos...los cuatro jinetes esparciendo su simiente de terror
sobre la tierra. En Juan, el “pequeño cuerno” se ha convertido en
la Bestia con cuernos, el dragón monstruoso que simboliza a
Roma, el imperio del mal, como para los coetáneos de Beato
simbolizará el emirato cordobés. Y esa bestia es el Anticristo. El
vulgo cristiano establecerá un correlato antitético entre las dos
figuras, extrapolando datos de la vida de Cristo a su contrafigura el
Anticristo, como, por ejemplo, que habrá de nacer de una virgen.
Las obras cultas no suelen recoger estas creencias populares,
pero en Romano el Melodo encontramos su refutación y por lo
tanto su existencia: “Una raíz amarga encontrará el Anticristo y de
ella nacerá, queriendo imitar la encarnación de Cristo,, el terrible y
el infame, el que odia la verdad. Tomará el órgano de un cuerpo
digno de su maldad. De una mujer impura por magia es
engendrado, pero hará creer engañosamente a los impíos que una
virgen lo ha parido”.