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f FRANCISCANISIMO
Vol. XXXIV M AYO - AGOSTO 2005 N.° 101
Publica:
Provincia Franciscana de Valencia, Aragón y Baleares
GREGORIO P. DE GUEREÑU, OFM
mismo decreto, Dios elige y prepara para su Hijo una madre de la cual nacería
en la feliz plenitud de los tiempos. A ella, junto con el fruto de sus entrañas,
Dios la ama sobre todas las criaturas, poniendo en ella todas sus compla
cencias.
2 DH 2803.
294 GREGORIO P. DE GUEREÑ'U, OEM
4 Cf. R. R osini, «II culto dellTmmacolata nel pensiero di Giovanni Duns Scoto», en
la obra en colaboración De culta mañano saeculis xu-xv. Acta Congressus Mariologici-
mariani internationalis, Romae atino 1975 celebrat. Vol. V (Roma 1981) 1-29.
, 4 Sin temor a equivocarnos podemos señalar a la Venerable M. María de Jesús de
Agreda (1602-1665), monja concepcionista, como la mujer verdaderamente adalid de la
causa inmaculista especialmente mediante su magna obra Mística Ciudad de Dios. Madre
Agreda no sólo fue decidida defensora del privilegio concedido por Dios a María, sino
que además propagó la doctrina de la Inmaculada con la obra citada: unió argumentos
provenientes de la revelación bíblica, místicamente asimiladas, con una visión netamente
sapiencial e intuitiva del tema. Se comprende así cómo celebrarían la fiesta de la
Inmaculada en Agreda y demás monasterios de concepcionistas después de la bula
Ineffabilis Deus.
296 GREGORIO P. DE GUEREÑU, OFM
San F^mcisco forma parte — ¡qué duda cabe!— de esa gran muchedumbre
de fieles que goza de aquella guía del Espíritu Santo en el Pueblo de Dios y es
de los que captan con la más fina intuición la dirección a seguir.
La devoción de Francisco a María es sólida, bien fundamentada y bien
centrada en la Trinidad y en Cristo jesús. Sólo desde esta perspectiva es capaz
de atribuir a María las más grandes prerrogativas, al exclamar: «¡Salve, Señora,
santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen convertida en templo, y elegida por el
santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu
h R. Z avai.i.oni, Giovanni Duns Scoto, maestro di vita e di pensíero (Bologna 1992) 104,
n. 13.
' Cf. B. F orte, María, la don na icona del Misterio. Saggio di mariologia simbolico-
narratwa (Torino 1989) 128.
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Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien! ¡Salve,
palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de
Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios!»8
En la introducción al Saludo a la Bienaventurada Virgen María, dice S. López:
«Todos estos nombres, nada abstractos, que en su inacabable admiración da
Francisco a la Virgen, ofrecen su entera riqueza si son contemplados desde los
dos últimos títulos citados: los de sierva (esclava) y madre. Al decir sierva,
Francisco decía acogida, espacio vacío, pobreza al fin... Y al decir madre,
Francisco proclamaba toda su grandeza y gracia, señalando además su lugar y
la necesidad de ella en la historia de la salvación: le ha dado al Hijo de Dios la
carne de nuestra humanidad y fragilidad.»9 Con razón Celano afirma que
Francisco «profesaba amor increíble a la Madre de Jesús... Le dedicaba espe
ciales alabanzas, le dirigía plegarias, le ofrecía sus afectos, tantos y tales, que la
lengua humana no puede expresar».10
Bastaría examinar, una por una, las prerrogativas que contiene esa oración,
para darse cuenta de que Francisco sabe ir a la fuente de donde proviene todo
bien para María.11 Baste señalar que la tradición franciscana ha resumido lo
más excelente referido a María en las expresiones que repetimos en la llamada
«corona seráfica». María, hija de Dios Padre; María, Madre de Dios Hijo;
María, esposa de Dios Espíritu Santo; María, templo y sagrario de la Santísima
Trinidad.
María, hija y sierva del eterno Padre: relación filial de María con Dios Padre;
relación confiada y amorosa, tan fuerte como para encender en María la fuerza
d el fiat que la mantendrá fiel y firme a lo largo de toda su vida. María, Madre de
Dios Hijo; Madre del Verbo eterno; Madre entrañable en el sentido más fuerte
de la palabra, pues Dios mismo hizo que las purísimas entrañas de María
concibiesen a Cristo, en quien se halla unida sustancialmente la humanidad
con la divinidad, con el Verbo de Dios desde el primer instante de su concep
ción. Y por ello mismo es nuestra madre y nosotros sus hijos. María, Esposa de
Dios Espíritu Santo. Si decimos que toda alma cristiana es esposa del Espíritu
Santo, con mucha mayor fuerza cabe afirmar esto de María; pues ella concibió
por obra del Espíritu Santo. El fia t de María la convirtió en esposa del Espíritu
Santo. Así María es templo y sagrario de la Santísima Trinidad.
Templo y sagrario de la Santísima Trinidad, porque «en el misterio de la
anunciación se realizan dos misiones: la del Espíritu que bajó sobre María y la
del Verbo que, con el consentimiento de María, empezó a formarse hombre en
su seno. En todo esto se establecen unas relaciones que afectan a la Santísima
Trinidad: no queda excluido el Padre, ya que Él es quien envía al Hijo y al
Espíritu Santo y mantiene en ellos su presencia misteriosa».12
La misma bula Ineffabilis Deus, inmediatamente antes de la declaración y
definición del dogma, asegura que tal definición se lleva a cabo «para honor de
la Santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de
Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristia
na».13
Por todo lo cual María tiene también una relación estrecha con toda la
humanidad, con la humanidad nueva. Ni María ni Jesús pueden ser compren
didos a título o de forma meramente individual. Por el hecho de que María
engendró al Salvador del mundo, ella misma se ha convertido en Madre del
que salvará al mundo del pecado (Le 1,31; Mt 1,21). De esta manera está
estrechamente vinculada con nuestra historia de dolor y de gozo, de sufri
miento y penas, de esperanza y de fe. En el fíat de María estamos implicados
todos. Como afirma Boff: «Todos estamos incluidos y somos co-engendrados
en el mismo movimiento que inició el fíat.»’4 Sentirnos miembros activos
dentro de ese movimiento es aceptar la maternidad espiritual de María respec
to de nosotros, maternidad real y generadora de vida.
Y si existe una relación especial de María con la humanidad entera, huma
nidad nueva, no es menos estrecha la relación de María con la Iglesia. «Virgen
hecha Iglesia», la proclama Francisco. La Iglesia es la comunidad de los fieles
15
A. G e m e l l i, El franciscanísmo (Barcelona 1940) 60.
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 301
Más todavía; «El Doctor Sutil salió tan airoso de la disputa, que desde
entonces en la universidad se abrió una corriente favorable a la llamada poste
riormente "opinión escotista".»22*A partir de entonces se multiplicaron las discu
siones públicas sobre esa sentencia escotista, lo que significaba dar lugar, sin
temor, a la pluralidad de opiniones. La autoridad de la Iglesia —papas y
concilios— irá tratando de moderar las tensiones y de regular el lenguaje hasta
llegar a la definición dogmática en el año 1854.
El Doctor mariano asegura que convenía a la Madre de Cristo el ser preserva
da del pecado original, precisamente por ser la Madre del Señor. Dios, por tanto,
hizo lo que era más conveniente. De aquí el axioma escotista potuit, decuit ergo
fecit (pudo, era conveniente, luego lo hizo). Axioma que, si bien puede tener sus
inicios antes de Escoto en forma un tanto difusa, pues antes de Escoto se hablaba
y se discutía de la conveniencia o no de tal privilegio para María, sin embargo,
después de él y debido a él, se hizo popular. Escoto había dicho: «Hoc (la
preservación de la culpa original) praecise decuit matrem Christi (convenía preci
samente a la Madre de Cristo).» Siglos después, el papa Pío XII, con ocasión de la
iniciación del año mariano al cumplirse el primer siglo de la definición del
dogma de la Inmaculada Concepción, en la encíclica Fulgens corona (08-09-1953)
argumenta: «Sin duda Dios, "en previsión de los méritos del Redentor podía
adornar a María del singularísimo privilegio", y puesto que "convenía que la
Madre del Redentor fuese adornada con tal privilegio para ser lo más digna
posible", "por ello no es posible pensar que Dios no lo haya hecho".»22
Esa era la autoridad —la autoridad de la Iglesia— a la que apelaba Duns
Escoto al defender su argumento a favor de la Inmaculada Concepción con las
memorables palabras: «Si esto no se opone a la autoridad de la Iglesia o a la
autoridad de la Escritura, parece probable que esto que ese más excelente debe
ser atribuido a María.»24 Pasarán ciertamente varios siglos hasta la definición
22 I. P ijoan, Juan Duns Escoto, Maestro del Amor y Doctor de María, 36-37.
2> R. R osini, «II culto dell'Immacolata nel pensiero di Giovanni Duns Scoto», 99ss.
Vale la pena señalar la crítica que R. Rosini dirige a R. Laurentin respecto del modo
como este autor comenta el axioma «potuit, decuit, ergo fec it», como si se tratara de algo
abstracto y no concretizado en María y sólo, en María. Ver R. L aurentin, La cuestión
mariana (Madrid 1964) 138-139. Cf. Pío XII, «Fulgens corona», en DH 3908.
-J Después de examinar los diferentes argumentos a favor y en contra de la
Inmaculada Concepción, Escoto, con el mayor respeto hacia los "defensores de los
mismos, presenta así la cuestión: «Acerca de la cuestión puedo afirmar que Dios pudo
hacer que ella (María) nunca hubiera estado en pecado original, pudo también hacer
que hubiese estado en pecado por un instante, y pudo hacer que hubiera estado en
pecado por algún tiempo y en el último instante la hubiera purificado del mismo.»
Pero con el mismo respeto, claridad y firmeza asevera: «Quod autem horum trium quae
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ostensa slint possibilia esse, factura sit, Deus novit» (sólo Dios sabe cuál de estas tres
posibilidades haya sido realizada), pero sostengo que «Si auctoritari Ecclesiae vel auctoritari
Scripture non repugnet, videtur probabile quod excellentius est attribuere Mariae»; es decir,
apoyado por la autoridad de la Iglesia y de la Escritura, sostengo como lo más probable
que María ha sido concebida sin estar sometida ni por un instante al dominio del
pecado, ni original ni actual; pues eso es lo más excelente para ella; C. Balic, Ioannes
Duns Scotus Doctor ¡mmaculatae Conceptionis, 11, 13.
La expresión Virgo Ecclesia facta (Virgen hecha Iglesia) llama la atención en
Francisco y tiene su novedad, aunque ya era expresión conocida por la tradición
cristiana, concretamente a partir de san Ambrosio (cc. 339-397) que llamaba a María
«Deipara Ecclesiae typus» (Madre de Dios, modelo de la Iglesia). Cf. S. A mbrosio, Expos.
In Le 2,7; PL 15, 1555. Cf. C oncilio V aticano II, Lumen gentium, 63. Hay que recordar
que el Saludo que Francisco dirige a la Virgen María es una hermosa plegaria que
constituye un tejido compuesto básicamente de invocaciones tomadas en parte de la
Escritura y en parte de los Padres de la Iglesia, como san Germán, obispo de
Constantinopla, y más tarde de san Pedro Damián.
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