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Salmo 96(95),1-2.3.10ac.11-12.13.

¡Canten al Señor un canto nuevo,


cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre,
día tras día, proclamen su victoria.

Anuncien su gloria entre las naciones,


y sus maravillas entre los pueblos.
Digan entre las naciones: “¡El Señor reina!
El Señor juzgará a los pueblos con rectitud”.

Alégrese el cielo y exulte la tierra,


resuene el mar y todo lo que hay en él;
regocíjese el campo con todos sus frutos,
griten de gozo los árboles del bosque.

Griten de gozo delante del Señor,


porque él viene a gobernar la tierra:
él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con su verdad.

Evangelio según San Mateo 18,12-14.

Jesús dijo a sus discípulos:


"¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se
pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir
a buscar la que se extravió?
Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que
por las noventa y nueve que no se extraviaron.
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se
pierda ni uno solo de estos pequeños."

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por :

San Claudio de la Colombière (1641-1682), jesuita


Sermón predicado en Londres ante la duquesa de Cork

El Hijo de Dios viene a nuestro encuentro

Imaginaos la desolación de un pobre pastor cuya oveja se ha


extraviado. Por todos los pueblos vecinos se oye la voz de este
desdichado que, habiendo abandonado al grueso del rebaño, corre
por los bosques y colinas, pasa a través de espesuras y matorrales,
lamentándose y gritando con todas sus fuerzas, no pudiendo
resignarse a volver sin que haya encontrado su oveja y llevarla al
aprisco.

Eso es lo que hizo el Hijo de Dios cuando los hombres, por su


desobediencia, se alejaron de la conducta señalada por su Creador;
bajó a la tierra y no ahorró cuidados ni fatigas para devolvernos al
estado del que habíamos caído. Es lo que todavía hace todos los días
con los que se alejan de él por el pecado; les sigue, por así decir, sus
huellas, llamándolos sin cesar hasta que vuelven al camino de la
salvación. Y ciertamente, si no hubiera actuado así, sabéis bien lo que
habría sido de nosotros después del primer pecado mortal; nos sería
completamente imposible de volver al camino. Es preciso que sea él
quien actúe primero, que nos presente su gracia, que nos persiga,
que nos invite a tener piedad de nosotros mismos, sin lo cual nunca
se nos hubiera ocurrido pedirle misericordia…

El ardor con que Dios nos persigue es, sin duda, efecto de una
misericordia muy grande. Pero la dulzura con que viene acompañado
este celo, nos muestra una bondad todavía más admirable. Sin
embargo, y a pesar del deseo extremo que tiene de hacernos
regresar, no usa jamás la violencia, sino que usa tan sólo los caminos
de la dulzura. No veo ningún pecador, en toda la historia del
Evangelio, que haya sido invitado a la penitencia por otro medio que
el de las caricias y beneficios.

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