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El ardor con que Dios nos persigue es, sin duda, efecto de una
misericordia muy grande. Pero la dulzura con que viene acompañado
este celo, nos muestra una bondad todavía más admirable. Sin
embargo, y a pesar del deseo extremo que tiene de hacernos
regresar, no usa jamás la violencia, sino que usa tan sólo los caminos
de la dulzura. No veo ningún pecador, en toda la historia del
Evangelio, que haya sido invitado a la penitencia por otro medio que
el de las caricias y beneficios.