Sei sulla pagina 1di 5

UN REGALO

A los ojos humanos, o de sus amigos, parecía que tenía todo para «perder» pe-
ro él supo hacer algo que sería el secreto de su vida: confiar. Confiar en el Se-
ñor que lo amaba, ¿y sabéis por qué? Porque el Señor había confiado primero
en él; como confía en cada uno de vosotros y no se cansará nunca de confiar.
A cada uno de nosotros el Señor nos confía algo, y la respuesta es confiar en
Él.1
Estoy seguro de que más de una vez, ante alguna situación difícil de
afrontar, nos han aconsejado o hemos aconsejado algo así como «¡Confía
en Dios, seguro que él te ayudará!». Supongo que quien dice algo así es
porque en algún momento de su vida ha confiado en Dios y ha sido ayuda-
do. De lo contrario simplemente estaría repitiendo algo que, a su vez, al-
guien le ha dicho cuando él se encontraba en una situación parecida, sin
haber podido comprobarlo nunca por sí mismo.
La confianza es una pieza clave en nuestra vida. Sin confianza nadie
puede vivir: desde niños confiamos en que nuestros padres nos protegen, en
que la comida que nos dan es buena para nosotros, en que no nos van a sol-
tar de la mano cuando estamos aprendiendo a caminar. Poco después va-
mos aprendiendo confiando en que los profesores nos dicen la verdad, con-
fiamos en que un amigo no nos va a fallar, etc.
Sin embargo, parece que en la medida en que vamos creciendo, nuestra
confianza en los demás va disminuyendo y empezamos a pedir pruebas.
Pruebas de que los otros se merecen nuestra confianza, de que no nos van a
engañar. Y, aun así, muchas veces no acabamos de fiarnos del todo, mira-
mos con cierto recelo, desconfiamos de los demás, tenemos miedo de que
nos hagan daño. Pero esto no es nuestra culpa. Es consecuencia de que tan-
tas veces a lo largo de nuestra vida hemos depositado nuestra confianza en
alguien y nos ha fallado. Como estas experiencias nos han hecho daño, no
queremos volver a arriesgarnos a que nos lo hagan de nuevo y, poco a po-
co, podemos ir pasando de esa confianza de niños a una actitud basada en
la desconfianza.
Realmente sólo podemos confiar en una persona cuando estamos seguros
de que nos quiere, de que quiere nuestro bien y de que nunca desearía que
nos pasara nada malo.
Pues bien, todo esto de la confianza tiene mucho que ver con Dios. So-
lamente cuando experimentamos que Dios nos quiere, que quiere nuestro
bien, que no quiere que nos pase nada malo, que él «no quita nada, y lo da
todo»2, que es nuestro Padre; solamente entonces podemos confiar plena-

1
Papa Francisco, Lima, 21 de Enero de 2018
2
Benedicto XVI, Homilía 24 de Abril de 2005

1
mente en él. La relación con Dios no se trata, por tanto, de un esfuerzo so-
brehumano que tenemos que hacer, de alguna manera obligados, para que
no nos castigue. No se trata de cumplir con unas reglas para quedar bien o
para tranquilizar la conciencia. Se trata de descubrir que nosotros podemos
confiar en él porque él ha confiado primero en nosotros. La iniciativa es
suya.
Dios ha confiado en cada uno de nosotros al darnos la vida. Ha confiado
en que el mundo, con nosotros, sería mejor, y ha puesto el regalo de la vida
en nuestras manos.
Dios ha confiado en cada uno de nosotros cuando nos ha llamado a for-
mar parte de su Iglesia por el bautismo. Ha confiado en que, formando par-
te de su familia, teniendo miles de hermanos alrededor del mundo, sería-
mos verdaderamente felices, y ha puesto el regalo de la fe en nuestras ma-
nos.
Dios ha confiado en cada uno de nosotros al decirnos: «amaos unos a
otros como yo os he amado» (cf. Jn 15,13), «sed santos como yo soy santo»
(cf. 1Pe 1,16). Ha confiado en que somos capaces de hacer cosas maravi-
llosas, de que podemos alcanzar, en nuestra vida, las metas más altas y no
conformarnos con vivir en la mediocridad, y ha puesto en nuestras manos
el regalo de poder amar como él, de ser santos como él.
Dios ha confiado en cada uno de nosotros al pensar para nosotros en una
forma concreta de vivir. Ha confiado en que, buscando la verdad, encontra-
remos el camino de nuestra vida: en el matrimonio, en la vida consagrada,
en el sacerdocio… en definitiva, en una vida dedicada a amar como Cristo,
y ha puesto en nuestras manos el regalo de la vocación.
Sin embargo, igual que nuestra confianza ha sido traicionada a veces por
los demás, nosotros hemos traicionado la confianza de Dios. El regalo de la
vida, de la fe, de la santidad, de la vocación, que viene de parte de Dios
puede ser aceptado o rechazado por cada persona. Aquí es donde entra
nuestra parte. ¿Cómo respondemos a la confianza de Dios? ¿Cómo quere-
mos responder? ¿Confiando en que él puede hacer de nuestra vida algo
grande o desentendiéndonos completamente de estos regalos?
Puede ser que pasemos de una respuesta a otra. Que en un momento ha-
yamos pensado que valía la pena fiarse de Dios y después hayamos dudado
y lo hayamos dejado de lado en nuestra vida. Puede ser también que pen-
semos que nosotros no tenemos nada que ofrecer. Puede ser que muchas
veces queramos hacer el bien, ayudar a los que lo necesitan, consolar a los
que sufren, perdonar al que nos ha hecho daño, defender a los que son tra-
tados injustamente, pero al final nos quedemos muy cómodos en cómo es-
tamos y no luchamos por mejorar nuestro mundo.
No obstante, aunque nosotros hayamos fallado en nuestra respuesta a la
confianza de Dios, estas contradicciones no pueden hacernos dudar. El Pa-
pa lo recordaba a los consagrados y seminaristas en Chile así:

2
«¿Qué nos mantiene a nosotros apóstoles? Una sola cosa: «Fuimos tratados
con misericordia». «Fuimos tratados con misericordia» (1 Tm 1,12-16). «En
medio de nuestros pecados, límites, miserias; en medio de nuestras múltiples
caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con miseri-
cordia. Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las veces
que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia». Os invito a
que lo hagáis. No estamos aquí porque seamos mejores que otros. No somos
superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con los «mortales». Más
bien somos enviados con la conciencia de ser hombres y mujeres perdonados.
Y esa es la fuente de nuestra alegría. Somos consagrados, pastores al estilo de
Jesús herido, muerto y resucitado. El consagrado –y cuando digo consagrados
digo todos los que están aquí– es quien encuentra en sus heridas los signos de
la Resurrección. Es quien puede ver en las heridas del mundo la fuerza de la
Resurrección. Es quien, al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus hermanos
con el reproche y la condena.»3
Al contrario que nosotros, que cuando nos fallan quedamos invadidos
por la desconfianza, Dios nunca deja de confiar en nosotros. Aunque le ha-
yamos fallado una y mil veces él sigue confiando en que somos capaces de
responder a su propuesta de amor, de alegría, de paz, de plenitud.
Y para poder vivir todo esto necesitamos seguir el camino de Jesús, co-
nocerlo. Cuando digo conocerlo no me refiero a saber muchas cosas sobre
él, cosas que hayamos aprendido en la catequesis o en los libros. Me refiero
a conocerlo como conocemos a un amigo, a un hermano, a un padre. Y para
conocerlo así necesitamos recorrer un camino de seguimiento, un camino
que no podemos recorrer solos, un camino en el que necesitamos ser acom-
pañados.
Esto es lo que les pasó a los discípulos cuando, en un momento de su vi-
da, se cruzaron con Jesús:
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y,
al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como
la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oye-
ron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le di-
ce: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». (Jn 1,38-41)
Seguir a Jesús, vivir con él para conocerlo y poder vivir como vivió él.
Así, en la escuela, en la universidad, en la calle, en casa, entre amigos, en el
trabajo; frente al que le hacen bullying, preguntarnos: «¿Qué haría Cristo
en mi lugar?». Cuando estamos de fiesta, cuando estamos haciendo depor-
te: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?»4

3
Papa Francisco, Catedral de Santiago de Chile, 16 de Enero de 2018.
4
Cf. Papa Francisco, Santuario de Maipú, Santiago de Chile, 17 de Enero de 2018

3
Nuestra vida puede ser completamente distinta si nos atrevemos a vivir
de este modo.
Si todavía eres un niño y acabas de empezar a conocer a Jesús, pídele
que puedas sentir su amor, que puedas descubrir su amistad, que siempre
estés cerca de él.
Si eres adolescente empieza a pensar cómo quieres que sea el resto de tu
vida, porque estás poniendo los cimientos. Párate de vez en cuando a pen-
sar qué hay en tu vida de auténtico y qué hay de falso, de máscaras, de apa-
riencias. Piensa si realmente quieres conformarte con cualquier cosa o
quieres vivir la mejor versión posible de tu propia vida. Pregúntate si puede
ser verdad que Dios quiera tu felicidad y, si es así, a qué te puede estar lla-
mando.
Si eres joven busca en la Palabra de Dios y en los sacramentos la luz pa-
ra ver qué camino estás siguiendo en tu vida y si hay algo que corregir.
Pregúntale a Jesús si te estás equivocando o si vas bien. Si quiere que tú
seas luz en medio de este mundo formando una familia cristiana en la que
se vea el amor, o si tal vez tu vida merece la pena ser entregada en el sacer-
docio, en la vida consagrada o en las misiones, para hablar a Dios de los
hombres y para acompañar a los hombres en el camino de su vida hablán-
doles de Dios, perdonándoles en su nombre, alimentándoles con su cuerpo.
Si ya eres adulto y tu vida parece encauzada, no te acomodes. No dejes
que los grandes deseos de la juventud sean cosa del pasado. Mira hacia
atrás, da gracias por el camino recorrido y pide al Señor la fuerza para ser
fiel cada día en la vocación que te ha regalado, y también para despertar en
aquellos que vienen detrás el deseo de vivir con Cristo.
Si eres anciano no lo des todo por perdido. No pienses que tu vida ha
acabado y no tienes ya nada que hacer. Da también gracias por todo lo vi-
vido y vive esta vocación al amor en la sencillez del día a día, cuidando a
los tuyos o dejándote cuidar y querer por los que tienes cerca.
Tengamos la edad que tengamos no dejemos de hacer tres cosas:
- Recemos por los niños y los jóvenes. Recemos para que cada uno
pueda descubrir su vocación cristiana y puedan responder con valen-
tía, sin miedo a lo que Jesús les quiere regalar.
- En cada situación que vivamos, preguntémonos: «¿qué haría Cristo
en mi lugar?»
- No nos empeñemos en recorrer este camino solos. Busquemos en la
Iglesia quien nos acompañe, quien nos anime en los momentos de di-
ficultad, quien nos corrija en el error, quien nos sostenga en la debili-
dad, quien celebre con nosotros nuestra alegría, quien distinga la ver-
dad por encima de nuestras contradicciones.

4
«Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, absoluta-
mente nada, de lo que hace la vida bella, grande y libre»5.

5
Benedicto XVI, Homilía 24 de Abril de 2005.

Potrebbero piacerti anche