Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Habría que empezar señalando, como hace el profesor Juan Fernando Segovia
en una de las aportaciones más enjundiosas del libro, que al afirmar la
salvación por la sola fe Lutero niega toda autoridad a la Iglesia, así como su
papel mediador entre el creyente y Dios y la eficacia de los sacramentos. La
Iglesia, para Lutero, es una organización opresora; y el Papado, la sede del
Anticristo. Pero el libro que recomendamos hoy es valioso sobre todo porque
nos desvela cómo las nociones teológicas oscurantistas de Lutero
(depravación de la naturaleza humana, negación del libre albedrío, etcétera)
corrompen y destruyen las instituciones políticas y sociales. Si el hombre es
malo por naturaleza y su razón está corrompida, el poder se tendrá que erigir
en puro ejercicio de la fuerza que reprima sus tendencias malignas. Así, ante
la revuelta campesina de 1525, Lutero puede celebrar que se alce “la espada
vengadora” contra los príncipes; y cuando los campesinos son derrotados
puede solicitar tan pichi a los príncipes: “Perseguidlos y matadlos como a
perros rabiosos. Dios os lo premiará”. Pues un poder civil entendido al modo
luterano puede (¡viva la alternancia!) cambiar de titular como de chaqueta. Por
otro lado, como nos recuerda José Luis Widow en otro pasaje del libro,
establecida la premisa desquiciada de que la naturaleza humana está por
completo corrompida, Lutero piensa lógicamente que la razón es “ciega,
sorda, necia, impía y sacrílega”; de tal modo que está negada para querer el
bien, incapacitada para el juicio moral. De ahí que Lutero pudiera recomendar
a uno de los príncipes a los que adulaba que “pecase fuertemente”, aduciendo
que su mera fe bastaría para salvarlo. La justificación por la sola fe conduce
inevitablemente a la emancipación de la conciencia del juicio moral sobre
nuestras acciones; y así se entroniza el puro subjetivismo, hasta que la
tendencia natural al desorden exija la intervención de una ley humana que se
imponga como ejercicio de poder. Pero, como señala el profesor Segovia, al
afirmar la absoluta corrupción de la naturaleza humana, Lutero niega el valor
de la ley: pues al mandar realizar tal o cual obra, la ley no hace sino (en
palabras de Lutero) “poner de manifiesto la enfermedad, el pecado, la maldad”
del hombre, a quien inevitablemente “asalta la tristeza, se siente afligido, hasta
cae en la desesperación”. Que es, en efecto, la estación última del hombre
concebido al modo luterano.