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El estudio del pasado es por lo general diferente, pero no ajeno, al momento presente que
uno vive. Éste, puede llegar a proponer al historiador dos cosas: criterios metodológicos para
poder comprender determinada porción del pasado e inspiraciones y preguntas que pueden
fortalecer aquél criterio y permitir una visión del futuro. Sin embargo, es preciso advertir que
aunque el presente es la luz fundamental para iluminar el pasado, éste algo sombrío y quizás
poco conocido, se explica solo desde “su” presente. Si se pierde esta guía, podemos inducir al
pasado demasiadas inquietudes que no podrá responder por ser éstas atemporales y, lo que
es peor, pensaremos que fueron contestadas.
Por ello es importante saber cuáles fueron los avances y aportes que se fueron dando en la
disciplina que el historiador dice representar, para adecuarlas y proponer finalmente
interrogantes que, el presente a veces asoma y otras impone, merecen ser bien contestadas
para nuestro futuro.
Cuando hablamos de Mitre, nos referimos al inicio de la historiografía. Entonces, es
necesario decir que las aguas de las cuales bebe nuestro fundador son más bien ajenas. Si
agregamos el convencimiento de que su presente, tenía un futuro íntimamente ligado a la
conformación de una democracia constitucional y liberal, el método usado era infalible porque
respondía a lo que él buscaba y lo que paralelamente se estaba dando en otros países.
Con los años, esta íntima relación entre la forma que Mitre escribía sobre el pasado, y la
participación que luego tuvo como protagonista en él, generó una relación que no perduraría.
En efecto, era un historiador cuya visión del pasado tenía una estrecha relación hacia un orden
que él mismo incluso contribuyó a crear.
En 1905, un grupo de profesionales proponía un nuevo comienzo, que fue reconocido luego
como la NEH, pero que sin embargo, reproduciría las mismas preguntas y por ende las mismas
respuestas, aunque con una ampliación documental. El interés por la modificación de los
marcos interpretativos no surgió como podría uno presumir. Al contrario, hubo una
adecuación al clima de la crisis; limitaciones en ámbitos antes desconocidos. Los ej. claros son
los análisis simpáticos del pasado colonial en el Instituto de Historia del Derecho-en Bs.As- y
en la Facultad de Humanidades-La Plata- donde hacían trabajos relacionados a la historia
político-administrativa de la provincia.
Sin embargo, de ese grupo erudito surgirán voces que como las de Molinari o Ravignani,
cuyo estilo diferente buscaban otro tipo de aproximaciones al pasado, buscando una posición
menos servil al poder. Por su parte, Levene en el 30’ tendría un monopolio indiscutido. Es ahí,
en esa supremacía, en la que hay que buscar sus dos corolarios que se confiesan como
síntomas de un problema: el alejamiento ya nombrado de aquellos dos en cuanto a estilo, y las
preguntas que el nuevo presente imponía pero que no todos tomaban.
En La Plata y en el IHD en B.s As. tuvieron un enfoque parecido al anterior, solo que
preocupados por la etapa de la independencia. En el Instituto de Investigaciones Históricas,
fue en el peronismo ocupado por Molinari y luego por Caillet-Bois, donde recuperó su poder
de publicaciones y el enfoque de la NEH; Mendoza tenía un avance en estudios americanos
que se expandiría. Solo en Rosario, de a poco, existiría una imagen renovadora que podía
ofrecer una nueva orientación.
Lo que compensaba tan confesada marginalidad, eran cuestiones universitarias y
extrauniversitarias. La primera, por carreras nuevas en Ciencias Sociales que generaban un
lugar vacío frente a las humanidades más tradicionales; la segunda, porque el contexto
internacional, exigía que la actividad historiográfica sea traducida y percibida por personas
capaces, distintas a las visiones dominantes, que por arcaicas, no estaban preparadas para
las nuevas exigencias. Los ejemplos, son como siempre, de agudísimos eruditos. Uno era
Garzón Maceda en Córdoba, que creó el Centro de Estudios Americanistas de escasa
participación por parte de sus colegas. El otro, José Luis Romero que creó el Centro de Estudios
en la FFyL de Bs. As.
La renovación que surgía era entonces un producto de esa crisis que aún no se perfilaba a
terminar. A su vez, esa restauración vivía una relación con el pasado reciente bastante ardiente
que se reflejaba sin duda en el presente. Y que por ello planteaba un futuro que ni los mismos
renovadores sabían y, mucho menos deseaban, hacia dónde se encaminaba. Era una crisis
que si no tenía respuesta, menos la tendría desde un grupo que surgía de ella no como
superación sino como consecuencia. La posible relación, a definir, que pudiese tener esa nueva
corriente y el presente, era difícil proponerla cuando había una agenda más inmediata y menos
precisa a resolver, luego de haber estado mucho tiempo estática.
La influencia desde fuera que recibió la renovación, fue desde annales, que también
proponiéndose en contra de la postura de la histoire evénementielle, ofrecía una recopilación
distinta de datos. Los marcos donde se reagrupaban las series de datos, eran más flexibles que
los anteriores. Como un abanico de historias paralelas que se centraban en la evolución de
ciertos fenómenos, pero en el cual se recopilaban dentro, datos a fines a esa evolución. En
efecto, había una apertura a las curiosidades temáticas, pero ellas estaban bien definidas.
En donde se practicó y se logró ello fue en el Instituto de Investigaciones Históricas de
Rosario, donde se recopilaron datos mercantiles y demográficos. Lo mismo se hizo en Bs.as en
el IIH con variables económicas de mercado.
Como el grupo renovador tenía una urgencia, antes vedada, para integrar la historiografía
argentina a las corrientes actualizadas que se daban en el ámbito internacional, los contenidos
de esas series de datos iban a tener un aspecto particular y personal para enlazarse a la
historia universal. Por ello, Romero terminaba su estudio sobre el surgimiento de la burguesía
medieval y Maceda continuaba con su impronta argentina pero sin descuidar el aspecto
monetario y de economía natural que había comenzado el medievalista checo Dopsch. Por
último, Sánchez Albornoz veía la influencia del mercado nacional en la España del XIX.
Lo que marcó una separación explicita con los annales fue el acercamiento de los
renovadores a la Sociología, que se integraba como nueva y aportaba la problemática de la
modernización; a la Economía, que quería integrar el papel protagónico que tuvo en su etapa
clásica y aportaba en su enfoque sobre el desarrollo y por último al marxismo, dedicado al
tema del surgimiento del capitalismo. Eran enfoques distintos a la etapa de la Europa
preindustrial que intentaba develar annales.
Las rapsodias de futuros que se anunciaban inevitables donde cada uno anunciaba de
acuerdo con su ideología y argumentos, incentivaba a los pensadores a volcarse hacia un
futuro que obviamente respondía mejor y con menos enigmas al pasado. El libro de Rostow
The Stages of the Economic Growth es un reflejo de esa creencia arrogante y científica que suele
estar tirada de los pelos.
En el caso argentino, las seguridades solo se asomaban, aunque estaban. El ensayo de Gino
Germani, Economía y sociedad en una época de transición, y La economía argentina de Aldo
Ferrer, reflejaban una firmeza sobre un futuro que seguiría igual. Pero en el ámbito de los
historiadores, ésta seguridad no era tan manifiesta, quizás por conocer mejor el pasado. Sin
embargo, la década que se abría en el 55 no ofrecía futuros muy iluminados y si se veían claros
no eran buenos. Lo que aplacaba esas preocupaciones era el firme avance mundial que estaba
sucediendo.1
Los nuevos recibidos en Cs. Sociales iban a tener en su etapa formativa muchos influjos que
se observarían en su libertad de opciones temáticas. En efecto su producción dispersa luego
del 66 iba a homogeneizarse, una vez cortado el período de ebullición. El ejemplo es Revolución
1
Probablemente Halperin también aquí esté dando su opinión, dado que la disyuntiva todavía en el 86 no estaba resuelta.
y Guerra publicado en el 72, Halperin se recibió de Dr. En Historia en el 55, que junta
investigaciones del autor, pero no todas.
Para los que eran discípulos de los renovadores cuya trayectoria estaba ya consolidada, les
resultó difícil la libertad de opciones porque se las imponían sus maestros. Assadourian cuenta
la experiencia que tuvo con Maceda. Quien intentó implícitamente romper con la tradición de
la NEH, planteando agrupar estudiosos de una amplia gama de estudios, entre historia
económica y social, aunque sin definirse por ninguna. Ambos empezaron a combinarse y ver
temas nuevos.
El problema pareció ser que esa ruptura, no permitió una revisión del papel que estaban
cumpliendo los renovadores y la mirada que tenían de sí mismos. Los temas ofrecidos por
estos, estaban atendiéndose por otros caminos aunque los ignoraban: Levene, Urquijo y de
manera pésima por Pedro Martinez eran ejemplos de que la revisión no hacía falta, pero había
otros casos mejores: desde la revista de Romero, Imago Mundi, compensaba las incuriosidades
de los historiadores profesionales y la Revista de Historia, dirigida por uno de la NEH, Enrique
Barba, reunía a estudiosos que si bien no eran historiadores se destacaban por sus buenas
investigaciones, como Sergio Bagú, Boleslao Lewin y Roberto Etchepareborda. Por último,
estudiosos en distintos aspectos ofrecieron miradas retrospectivas que contribuyeron a dar
conocimientos sobre problemas específicos, desde Historia económica argentina de R. Ortiz o
la ganadería de Giberti y los saladeros de Montoya.
Comenzada la dictadura del 76, hubo una inversión en el CONICET, en el cual, el ámbito
histórico fue tomado por la Academia Nacional de la Historia, aunque ya del 66 propuso
Investigaciones y Ensayos y desde el 71 hacía congresos de historia argentina y regional, donde
curiosamente se observa una victoria póstuma del grupo renovador, por la cantidad de temas
económicos que propusieron los tradicionales. Aunque la innovación, en términos más
específicos, parece superficial y sin conocimiento de cómo analizar, por ello el autor rescata
los datos y no su análisis. Incluso ni siquiera hubieran podido haber aprendido de maestros,
porque no tenían, ni tampoco de la historiografía ya disponible.
Hubo otras publicaciones que sí dan un panorama más positivo, a pesar de querer concluirse
que la etapa oscura de la interminable crisis tenía como corolario una nula capacidad
intelectual. Historia económica de Corrientes en el período virreinal, de Ernesto Maeder,
impulsada por el Banco Nación; Samuel Amaral y El empréstito de Londres de 1824, que se
publicaría luego del proceso y Estancia y peonaje en la región pampeana de Carlos Mayo, donde
ve problemáticas de un momento transicional en la historia de la sociedad rural. En efecto, ese
sentido histórico, se rehusaba a perecer. Otros, preocupados por las corrientes dominantes
que no atendían a interrogantes complejos, se propusieron a suplir esa carencia, que si bien
dieron un aporte, no creyeron que era necesario la formación sistemática como historiadores,
pero que superaron la polarización de revisionismo y tuvieron solidez y riqueza documental
que la versión dominante no podía ofrecer. No surgió una salida a la parálisis historiográfica,
de hecho esa esperanza luego del 73-75 era imposible, ya perdido un marco colectivo posible.
Para los que se van afuera, la vinculación con el marco nacional no es posible, lo que causa
un alejamiento en el punto de referencia y genera algunas “obras menores”-no tan menores-
que dialogan con otros marcos: Sistema de la economía colonial donde la base para el análisis
de nuestra historia colonial no se circunscribe a la Argentina; Mercado interno y economía
colonial sobre el estudio de la yerba que el autor realiza en México e Indios y tributos del Alto
Perú, por Albornoz. Vemos en efecto un gran cambio de rumbo.
Pero por el contrario las obras de Gallo y Conde, reflejan una nostalgia y retrospectiva que
permiten ver la vinculación y realidad de que están en la argentina, donde maduraron sus
proyectos más ambiciosos. El primero, publica la Pampa gringa y dice “una apreciación
realista de las debilidades de la naturaleza humana” donde se revela un tono nostálgico;
en la segunda El progreso argentino, nos muestra la etapa más feliz de la trayectoria económica,
en medio de una incertidumbre presente y una cerrazón del futuro.
El control que presuponía el aparato estatal a las investigaciones históricas, propuso que
exista mayor puntería a la hora de escribir sobre historia. No podía haber un proyecto
historiográfico como antes, con una energía pre- 66. Pero sí continuaba una relación cercana
con las ciencias humanas de la economía y la sociología, por la firmeza en que estas dos
analizaban la realidad socioeconómica. Marcada por el materialismo, veían la importancia de
la aproximación progresiva del objeto de estudio y su influencia en la esfera material de ese
objeto. Mientras la firmeza de las estructuras objetivas se hacía más quimérica, la solidez de
informaciones era mayor.
Con las obras de Juan Carlos Torres; O´Connell u O´Donnell, se ve que realizan trabajos
rigurosamente históricos, sin ser historiadores. No ofrecen al historiador un complemento sino
admirablemente un ejemplo a imitar. Luego con el trabajo de Francis Korn Buenos Aires: Los
huéspedes del 20, retoma influencias de Germani y presentan los datos como un collage que
siguen dos criterios que van desde el proceso de cómo han conseguido los datos y la búsqueda
de producir un objeto hermoso y que tenga amplia difusión, cuando aquella estaba
monopolizada por otras versiones más ideologizadas.
La anterior alianza entre historia, sociología y economía, abriría otros relieves que tendrían
que ver con la literatura de las cuales Sarlo y Altamirano o Viñas son sus mejores exponentes.
Se extendió de la misma forma haciendo foco en las ideas, con Chiaramonte; Botana o Aricó.
Sí este balance, tiene aspectos negativos, es porque el grupo es muy reducido; porque puede
enfocarse a esta tarea solo indirectamente y por las editoriales, cautelosas ante la posible
represión de las ideas y la capacidad del mercado que ocasiona que tesis de becarios en el
extranjero como Sabato, Tandeter, Eduardo Miguez o Saguier no se publique, a pesar de tener
un gran sentido histórico.
Lo importante para superar la coyuntura difícil que se atraviesa, es no tener una visión
nostálgica y positiva del pasado, puesto que éste presente, es distinto que aquél y necesita, a
pesar de su flaqueza, fortalecer el sentido histórico-golpeado, por supuesto-, sin el cual hacer
historia no tiene sentido y cuyo testimonio, bueno o malo, siempre serán las obras que aquél
despliegue. Por ello la multiplicidad de áreas que se van incorporando al trabajo histórico, si
bien no pertenecen al ámbito profesional, aportaron mucho a aquél y ello hay que reconocerlo,
si no, se perderán las producciones de ese sentido histórico pasado.
SER HISTORIADOR EN EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS
Desde la NEH, luego de la Gran Guerra van a ganar espacios en los ámbitos académicos
importantes, como la UNLP o el IIH dirigido por Ravignani desde el 20´, antes de ser instituto
y en el Instituto Nacional del Profesorado. Para la Segunda Guerra, había muchas revistas y
centros de investigación, en los cuales se veía ratificada la implantación de la investigación
histórica en publicaciones de revistas y en la participación del Estado consultando o
subsidiando a historiadores.
Si nos preguntáramos hacia dónde mirar para saber cómo la tarea de escribir historia se
profesionalizó, la respuesta sería observar las cuestiones institucionales. Porque la
profesionalización fue parte de la organización del aparato estatal, ya que no solo nace de una
necesidad específica de éste sino que también la financia y la hace crecer, lo que culmina con
un reconocimiento que le permite ejercer controles académicos medianamente sólidos a través
de la permanencia en lugares universitarios.
La NEH, proponía estudiar los documentos escritos por el Estado y generar una crítica
sobre ellos. Las dificultades para tenerlos y el deseo de suplirlas, constituían también ese
nuevo paradigma que buscaban crear. Los archivos si no estaban en el exterior o en el interior
lejano, los tenían manos privadas que no quería que sus antepasados sean olvidados. Campear
estas dificultades permitiría la objetividad que por esas dificultades, sería más difícil.
Stago. Del Estero; Jujuy; Catamarca y Córdoba, fueron creando actas capitulares incluso
desde antes que el grupo se divisara. La Comisión Nacional del Centenario recogió periódicos
del XIX y empezaba también la AGN. Por el 20, la FFyl editaba la Biblioteca de libros Raros y
Curiosos; la Junta libros y periódicos del XIX y Levillier creaba las Publicaciones históricas de
la biblioteca del Congreso Argentino. La SIH documentaba respecto al período virreinal,
independentista y de historia argentina. Luego, Ravignani publicaría las Asambleas
Constituyentes desde el 36. Todo se logró con fondos estatales y dedicación profesional.
Los lugares institucionales tenían poca vida, y eran pocos: la FFyl en el 96 y la SIH 1905
los profesorados fueron los de Bs.As-05-; La Rioja-33- y Catamarca-42-. Estos lugares ofrecían
sociabilidad profesional, credencial para el ámbito laboral e inserción para la investigación a
futuro. Aunque las últimas dos no se conseguían solo con un título. Los alumnos por ello
también eran muy pocos, pasando de representar del 1 al 5% de la matricula entre 1896-1940
respectivamente.
Las comisiones de lugares históricos, de revisión de textos y de símbolos patrios,
organizadas y financiadas por el estado acudían a la garantía científica de las instituciones
reconocidas. A su vez, las asociaciones civiles que buscaban el mismo objetivo, tenían que
acudir a ellos.
El instituto, propuso un nuevo tratamiento de los documentos con estrictos códigos técnicos,
lo que generó, clivaje hacia un público erudito y no cultural. Allí hay una diferencia con las
revistas culturales del siglo XIX, cuyo extrañamiento fue criticado de inmediato. Todo esto,
para la NEH era in filtro que independientemente de la pregunta, generaría una investigación
objetiva y legitimada. En general, éstos se ligaban a la historia nacional e institucional
argentina o en su defecto en algo subordinado a ese tema central, todo en suma, para explicar
ese pasado; esa identidad que debía representar a la nación y la sociedad en su conjunto.
Había estudios como los de García y Juan Alvarez que miraban problemas culturales y
económicos en 1900-09 respectivamente. Pero no iban a prosperar, porque para Levene la
mejor manera de sintetizar todas las historias que puede haber en el pasado nacional, se
lograba contando la historia institucional relacionándolas con los grandes hombres. En efecto,
era un sentido práctico y patriótico.
Esto no significa que con esa premisa se generen siempre las mismas respuestas, de hecho
había diferencias y relaciones marcadas. Carbia y Levene tenían una mirada coincidente en
la proyección de los tiempos coloniales, luego de la revolución, es decir, unir España y
Argentina; Ravignani y Molinari se interesaron por el periodo post. Revolucionario y terminaron
coincidiendo en rescatar cuestiones del federalismo. El 1° con Rosas y el 2° con Ramírez. Que
el Revisionismo atienda a estas posturas, que sabía que existían, le quitaba el carácter rebelde
y contestatario de su propuesta.
El fortalecimiento de NEH en el 30 está ligado a las verdades útiles que este grupo proponía
y que no molestaba al poder. Además, había una idea compartida entre el Estado e incluso los
adversarios de aquellos, con enseñar la historia para llegar al sentimiento del niño y de
promover el amor-palabra que encontramos en varios discursos como corazón- a la patria.
Incluso Levene, en Lima llegó a proponer esta postura, que claramente, también se cumplía.
La ligazón con el poder político, que no era entendida así por estos, se entendía en este
sentido. Esto se manifiesta en quienes presidieron el Consejo Nacional de Educación, como
Juan Terán, Zábala y Enrique de Gandía. Por último, Cárcano también tuvo esos honores
además de ser pp. De la Junta. Había otras instituciones oficiales que apuntaban a lo mismo
como los Museos, la Comisión para la enseñanza de Historia y Geográfica integrada por Outes
que también formaba parte de la Junta. Estos puestos ganados, tuvieron como transformación
dentro de la NEH una mirada ya no de diferenciación con la historiografía pasada sino un
acomodamiento en la situación presente con una historia profesional y científica que según
Carbia, monopolizaba todos los sectores.
Los límites de la historia profesional los resaltó Ravignani en varios puntos. Él no veía
un monopolio sobre la inserción laboral, relacionada con la poca convocatoria de nuevos
estudiantes; observaba problemas en la institución misma, porque muchos no relacionaban
íntimamente la investigación y la enseñanza. Por último, esa consolidación no condujo a que
no existan otras visiones alternativas de amplio arraigo cultural.
Aquellos puntos se reflejaban en el lugar que los abogados y maestros ocupaban en las
escuelas secundarias y que no tenían aquella formación profesional; la incapacidad para
competir o siquiera llenar algunos puestos para aquello, explicaba un fracaso en el deseo de
los investigadores de lograr vocaciones. Lo que tenía como resultado final, menos personas que
propongan ese sentimiento nacional que caracterizaba para ellos la función docente. Los
hombres de leyes eran los que componían a las instituciones académicas, puesto que era muy
anormal una plena dedicación a la historia.
Por último, en el mundo cultural, tenemos críticas desde el 20 por Alejandro Korn sobre el
método de publicar los documentos que los veían muy engorrosos y poco prácticos. En el 30
hubo visiones de izquierda como la de Puiggros otras con más matriz ideológica como
Scalabrini Ortiz y una más literaria como la de Ricardo Rojas. Es probable que el conflicto de
la base empírica y la explicación de procesos más amplios, al ser algo divergente para la NEH,
dejó un lugar para una historia general, realizada por aquellos que no se apegaban puramente
a su método.
La explicación para esto puede ser la no renovación de sus integrantes y mecanismos de
selección más informales que meritocráticos. En efecto, internacionalmente se distanciaron de
las miradas que antes habían planteado para apegarse al método. Una vez legitimados, no se
preocuparon por asumir las discusiones de las capitales culturales, ni tampoco les importaba
las posturas nuevas que proponía Croce. En efecto, prefirieron seguir haciendo lo que sabían
hacer, sin deconstruirse a sí mismos ni admitir posturas nuevas nacionales ni internacionales.
Parece que el balance de Carbia no condice con el balance verdadero que se puede verificar
fácilmente. La historia no tenía una barrera técnica que diferenciaba el tipo de historias
contadas; no había un sistema de credenciales educativas y la NEH profundizaba esto también
eligiendo entre sus filas por contacto más que por mérito y estableciéndose con el Estado de la
misma forma. Por último, tampoco le importaba plantearse nuevas preguntas.